Huella Carbono
Huella Carbono
Huella Carbono
La huella de carbono representa el volumen total de gases de efecto invernadero (GEI) que producen
las actividades económicas y cotidianas del ser humano. Conocer el dato —expresado en toneladas de
CO2 emitidas— es importante para tomar medidas y poner en marcha las iniciativas necesarias para
reducirla al máximo, empezando por cada uno de nosotros en nuestro día a día.
Cada vez que viajamos en coche, cargamos el teléfono móvil o ponemos una lavadora, entre otras
miles de rutinas, dejamos atrás una estela de gases que se acumulan en la atmósfera y
sobrecalientan el planeta. Estas emisiones aceleran el cambio climático, como advierte la
Organización de las Naciones Unidas (ONU) en sus Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), y si no las
neutralizamos a tiempo con la descarbonización de la economía y otras medidas, como los impuestos
ambientales, nos espera un mundo más inhóspito a la vuelta de la esquina.
El rastro de gases de efecto invernadero (GEI) que dejan las actividades humanas se conoce como
huella de carbono. Este indicador ambiental mide tanto las emisiones directas como indirectas de
compuestos como el metano (CH4), el óxido de nitrógeno (N2O), los hidrofluorocarburos (HFCs), los
perfluororcarburos (PFCs), el hexafluoruro de azufre (SF 6) y, sobre todo, del más abundante y que más
ha contribuido al calentamiento global desde 1990: el dióxido de carbono (CO 2).
La Organización Meteorológica Mundial (OMM) apunta que la concentración de gases de efecto
invernadero en la atmósfera alcanzó un nuevo récord en 2019 y que los niveles actuales de CO 2
atmosférico son equiparables a los de hace más de tres millones de años, cuando el termómetro
terrestre marcaba unos 3 °C más y el nivel del mar medía entre 10 y 20 metros más que hoy. Hasta
ahora, la huella de carbono no ha parado de crecer —se ha multiplicado por 11 desde 1961— y ya
supone el 60 % del impacto total del hombre en el medio ambiente, según estima la Global Footprint
Network.