La Integración - 1

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Autora Cristina De la Cuadra.

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La integración de las personas con discapacidad intelectual en la sociedad


actual.
Una mirada desde la Gestalt.

"Hacer decible lo indecible implica socializar una experiencia" 1


Margherita Spagnuolo Lobb

“Cuando una sociedad vive la percepción inmediata y compartida de un peligro inminente para la propia
supervivencia (...) se inclina espontáneamente a organizar las relaciones privilegiando las de pertenencia al grupo
y colocando en segundo plano la autorrealización personal (...) la necesidad de sentirse protegido induce a
sacrificar (reprimir) de forma natural la libertad personal y cualquier expresión de subjetividad: incluso se siente
culpable de cualquier intento de autonomía o diferenciación”2
Giovanni Salonia

Tras desarrollar otro tipo de trabajos dentro del área social (educadora en viviendas tuteladas
para niños privados de un ambiente familiar, monitora en campamentos para adultos con
discapacidad intelectual profunda y severa, apoyo a familias con niños con necesidades
especiales, etc) empecé a trabajar como educadora con personas con discapacidad intelectual
en el año 1999 en distintos ámbitos (ocio de fin de semana, actividades de la vida diaria,
vacaciones, etc) y con distintos niveles de discapacidad, desde los más severos a los más ligeros.
Además, comencé la formación Gestalt en el año 2003, unos meses antes de entrar a trabajar
como monitora ocupacional en un Centro Ocupacional para personas con discapacidad
intelectual. Había empezado también a tener sesiones con mi primera paciente con discapacidad
intelectual moderada ese mismo año.

Después de muchos años de trabajo con personas con discapacidad intelectual, hoy entiendo que
la mayor dificultad que tienen estas personas no está tanto en su limitación intelectual o
cognitiva como en las dificultades que surgen al intentar relacionarse e integrarse en el ámbito
social (ocio, amistades, relaciones de pareja, crear familia, etc). Nuestra sociedad no siempre ha
aceptado a esta población, y aunque hoy hay mayor comprensión, aún queda camino por
recorrer. En este artículo quiero mostrar cómo entiendo el proceso hacia la integración entre las
personas con discapacidad intelectual y la sociedad que he podido analizar gracias a mi
formación en terapia gestalt y a la experiencia de varios años junto a estas personas y sus
familias. En primer lugar hablaré sobre qué es lo que ocurre con la terminología, con el nombre
que damos para hablar de este tipo de problemática y por qué esto es importante. En segundo
lugar me permitiré apoyarme en lo que conozco que sucede en un proceso terapéutico y en la
curva de contacto para dar una mirada gestáltica sobre qué ha hecho posible que se produzca
cierto acercamiento, cierta evolución hacia la integración entre las personas con discapacidad y

1
Francesetti, G. et al., 2012 p-42
2
Idem, pp 61-62
La integración de las personas con discapacidad intelectual en la sociedad actual. Una mirada desde la Gestalt

la sociedad general, desde que estas personas vivían encerradas en sus casas, sin apenas contacto
con el exterior y eran consideradas como algo extraño y peligroso, hasta el día de hoy, que tienen
mayor acceso y visibilidad en la sociedad. Por supuesto, soy consciente de que aún no hay una
verdadera inclusión, pero me parece importante hacer una revisión del camino hecho hasta el
momento. En tercer y último lugar hablaré de los apoyos recibidos y del que podemos
proporcionar desde la terapia gestalt, para favorecer la inclusión en la sociedad de este colectivo.

Historia de la definición y nomenclatura: discapacidad intelectual vs retraso mental

¿De qué estamos hablando cuando decimos discapacidad intelectual? ¿Qué tiene de importante
la terminología? ¿Qué pasa cuando queremos definir la discapacidad intelectual? ¿Para qué nos
sirve hacerlo?

Una de las cuestiones a tratar, para saber de qué hablamos cuando nombramos a la discapacidad
intelectual, será la propia definición.

La discusión sobre cuál es la terminología más adecuada para referirse a la


población ha sido motivo de debate desde finales de los años ochenta en ámbitos
científicos y profesionales. Progresivamente este debate se ha visto ampliado a los
familiares y a las personas con esa discapacidad. La principal razón para sugerir un
cambio en la terminología se deriva del carácter peyorativo [actual] del significado
de retraso mental que, además, reduce la comprensión de las personas con
limitaciones intelectuales a una categoría diagnóstica nacida desde perspectivas
psicopatológicas. La discapacidad intelectual debe concebirse hoy desde un enfoque
que subraye en primer lugar a la persona como a cualquier otro individuo de nuestra
sociedad. 3

Históricamente se han aplicado diferentes terminologías a lo que hoy llamamos discapacidad


intelectual, tanto a nivel coloquial, como en los propios manuales médicos de diagnóstico. De
hecho entre el uso de retraso mental y el de discapacidad intelectual aún existe discusión. Es
relativamente reciente el cambio oficial a la nomenclatura discapacidad intelectual y se considera
un avance en cuanto a la comprensión que se tiene de esta situación específica de la persona.
Históricamente, a nivel mundial, la terminología ha pasado por los siguientes términos: Imbécil,
mongolismo (o mongoloide), débil mental y retrasado.

Discapacidad intelectual es el término que se emplea de manera oficial en la actualidad. Está


propuesto para la próxima publicación del DSM-V (prevista para mayo del 2013), en sustitución
al de retraso mental, aún vigente en el actual DSM-IV-R.

3
Verdugo Alonso, M. A., 2002, pp. 2-3
Autora: Cristina De la Cuadra.
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No obstante, extraoficialmente comienzan a aparecer nuevas terminologías que ponen en


cuestión también a la actual discapacidad intelectual, como es la diversidad funcional4 , que
incluye a personas con cualquier tipo de discapacidad, pero sobre la que aún no podemos saber si
conseguirá su propósito de dar significado a la realidad actual de estas personas.

Parece que durante muchos años se ha estado intentando encontrar una terminología lo más
exenta posible de connotaciones peyorativas. Hoy en día no se nos ocurre diagnosticar a alguien
como "imbécil", pero en su momento el término no tenía el significado que ahora le damos, no
era despectivo y mucho menos un insulto. Curiosamente, palabras que no tenían esta
connotación, con el paso del tiempo la han ido adquiriendo.

Esto me hace reflexionar sobre si estamos yendo en la dirección apropiada, o existen otras
posibilidades. Pienso que mientras no pongamos la mirada en el significado, los significantes no
dejarán de impregnarse de un sentido que no es el deseado, y seguiremos cambiando de unos a
otros. No vamos a encontrar una palabra neutra para describir algo que hoy por hoy no lo es. En
mi opinión, lo necesario, por una parte, es dar con aquella terminología capaz de describir una
realidad aceptable, capaz de explicar una situación que queramos observar e incluir en nuestras
vidas. Pero además, el trabajo no está sólo en la búsqueda de la terminología. La tarea será
también comprender el significado, realizar un esfuerzo por saber en qué consiste la discapacidad
intelectual y todo lo que le rodea, qué y a quién implica, cuáles son las verdaderas necesidades
que tienen estas personas, cuánto apoyo necesitan ellos, sus familias, etc., para lograr que la
sociedad pueda asimilar y aceptar la situación real de las personas con discapacidad intelectual.
Esto será lo que nos haga nombrar a esta población de una manera definitiva y nos permita
incluir a sus miembros como miembros de la sociedad con pleno derecho.

El miedo a la discapacidad intelectual y su regulación.

Cuando desconocemos algo, la falta de información puede producir miedo y las respuestas al
miedo (pensemos en la fisiología) que nos encontramos de manera habitual son parálisis, huida o
ataque hacia lo que nos asusta, lo que sentimos como amenaza o sobre aquél o aquello que
desconfiamos.

El mundo de la discapacidad intelectual, ha estado muchos años oculto. En los países


occidentales, hasta los años cincuenta-sesenta (unos diez años más en España), las personas con

4
Foro de Vida Independiente, mayo 2005, centrodocumentaciondown.com
4

Autora: Cristina De la Cuadra.


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discapacidad intelectual vivían apartadas dentro de la familia o en instituciones, sin relacionarse


con otras personas que no fueran sus familiares o los profesionales que les atendían.5

Además, muchas de estas familias eran “tachadas” como “anormales”, y ellas mismas se
consideraban así. Muchas veces los padres de personas con discapacidad intelectual se sienten
culpables, responsables únicos de la situación de sus hijos, y esto les hace cerrarse a la sociedad,
ocultar su “tara” si se me permite la expresión. Uno de los modos de funcionar que encuentran
estas familias es rechazar a su hijo/familiar, otro sobreprotegerlo en exceso convirtiéndolos y
convirtiéndose ellos mismos en una parte indiferenciada de la discapacidad. A veces se
entremezcla sorprendentemente el rechazo y la sobreprotección. La discapacidad intelectual de
un miembro de la familia inunda todo y a todos. No es fácil diferenciarse de ella. La persona no
es tenida en consideración, tan sólo se considera a la discapacidad, al “peligro”. No es sencillo
poder diferenciarse para llegar a tener cierta autonomía con respecto a la discapacidad y poder
ser considerado como persona además de tener una discapacidad intelectual. En cierto modo es
comprensible, que ante un entorno hostil, sí que proporciona seguridad permanecer confluyente
con la idea de: “nosotros somos discapacitados, somos diferentes, no podemos ser igual,
debemos permanecer apartados para protegernos de la sociedad.” Y esto es lo que ha ocurrido
durante bastante tiempo.

Por otro lado, si quienes integran la sociedad desconocen qué significa tener una discapacidad
intelectual, qué conlleva, qué es y/o cómo es vivir con ella, es muy probable que sientan miedo y
rechacen a estas personas, que a su vez sentirán este miedo que se da en el campo por lo que se
retraerán y protegerán (y serán protegidos por sus familias) de los posibles ataques. La sensación
de miedo a un ataque o al rechazo, será una de las responsables de que las personas con
discapacidad permanezcan protegidas y por tanto ocultas. También es probable que el miedo sea
el responsable de que los integrantes de la sociedad no queramos mirar hacia una realidad que
nos asusta: miedo a lo desconocido, miedo a un posible contagio, miedo a una reacción
inesperada, etc.

Para que las personas con discapacidad hayan podido salir de la seguridad de la familia, de su
círculo más próximo hacia el encuentro con el mundo, ha sido necesario que se produzcan
cambios. Para ambos grupos de personas (sociedad y discapacidad intelectual) es imprescindible
conseguir algo de seguridad, liberarse en la medida de lo posible del miedo, para así poder
permitir iniciar el camino hacia el encuentro y que las personas con discapacidad intelectual
puedan empezar a sentirse aceptadas.

La necesidad común de las personas con discapacidad intelectual de aparecer en el mundo, de


reconocimiento, de validación, de ser tenidas en cuenta como miembros de pleno derecho, de ser

5
López Sánchez, F, p. 16
Autora: Cristina De la Cuadra.
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incluidas en la sociedad, toda esta gran necesidad (igual a la que tiene cualquier otro ser
humano), es la que empuja hacia el cambio. Pero este cambio no es viable si no existe una
sensación de seguridad suficiente como para dar el siguiente paso, por lo que los primeros
movimientos, los primeros ajustes útiles serán aquellos que doten de seguridad al entorno.
Nutriendo el fondo de nuevas experiencias, de nuevos conocimientos podremos flexibilizar
nuestro concepto, y redefinir así la idea obsoleta que existe sobre las personas con discapacidad
intelectual, reevaluando qué sí conlleva y qué no conlleva una discapacidad, para permitir que la
información atenúe el miedo y sea posible el acercamiento.

El modelo de cómo trabajamos desde la terapia Gestalt con nuestros pacientes/clientes y lo que
observo que ocurre entre las personas con discapacidad intelectual y la sociedad, me ayuda a
entender cómo ha sido este proceso de acercamiento.

En las sesiones de terapia, comenzamos por crear unas condiciones de seguridad suficientes para
poder iniciar el trabajo. Hay que reevaluar esta seguridad las veces que sea necesario. Sin estas
condiciones de seguridad suficientes para ambas partes, no podemos confiar en lo que está
ocurriendo, no podemos sentirnos presentes y en contacto entre nosotros y con el entorno. Esto
nos impedirá acercarnos, ya que el miedo o la desconfianza nos frenará... y a su vez se frenará el
proceso de crecimiento de la persona que está en consulta.

Para lograr estas condiciones primero establecemos un marco, un encuadre en el que van a poder
encontrarse terapeuta y paciente. Dedicamos el tiempo necesario a este encuadre, para dotarlo de
claridad, de información y de límites. Además, estamos atentos a lo que ocurre, a lo que sentimos
durante el encuentro, duplicando nuestra función como parte del proceso y observador del
mismo. Intentamos comprender lo que pasa, dar sentido a lo que está presente. Contamos con el
paciente y con nuestras propias sensaciones para poder encontrar un sentido de modo conjunto.
Así, a la vez que acompañamos el proceso, también reforzamos la seguridad. La persona se
siente parte de lo que está ocurriendo. Puede modificar el entorno y ser modificada por él.

Por lo tanto, siguiendo como modelo lo que ocurre en el trabajo gestáltico, podríamos decir que
las personas que integran la sociedad y las personas con discapacidad intelectual, para acercarse
y enriquecerse, para nutrirse con sus encuentros, han necesitado primero alimentar el fondo a
través de la información y de la experiencia.

Lo que está ocurriendo en los últimos tiempos es que las personas con discapacidad intelectual
han empezado a dejarse ver, ya que el entorno comienza a permitírselo. No era fácil para ellos,
dado que sus limitaciones, la casi siempre sobreprotección existente por parte de las familias
(necesaria muchas veces frente a un entorno hostil) y las reacciones de aquellos que desconocían
en qué consiste una discapacidad intelectual no son elementos que faciliten esta aparición en una
sociedad que, por otro lado, podían estar idealizando. A su vez, la sociedad, movilizada por la
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presión que ejerce la necesidad de estas personas y sus familiares, también ha realizado ajustes
en dirección al encuentro, a la integración de las personas con discapacidad.

Si seguimos tomando como modelo lo que conocemos que pasa en un proceso terapéutico, en la
curva de contacto, podríamos decir que en este intento de relación entre la sociedad y las
personas con discapacidad intelectual se comienza a salir de la confluencia que mantiene a las
personas con discapacidad en el fondo, e impide que emerjan sus necesidades. Empiezan a
hacerse visibles, aparecen en la calle, en los colegios, en espectáculos públicos, en el mundo
laboral, etc. y con esto permiten mostrar progresivamente la realidad que existe. Ambas -las
personas con discapacidad intelectual y las que integran la sociedad- han podido tener la
experiencia de mirarse frente a frente en contadas ocasiones y han permitido que estos
encuentros sean modificadores, generadores de cambio. Se inicia el camino hacia la
integración/inclusión.

Apoyos para el acercamiento entre discapacidad intelectual y sociedad

Las personas con discapacidad intelectual han sentido la necesidad de pertenencia a la sociedad y
se han ido mostrando tal cual son, desvelándose en ocasiones, con la osadía de preguntar e
intervenir, abriendo las posibilidades del campo a otras en principio impensables, favoreciendo
experiencias dotadas de gran novedad, como sólo el más experimentado de los terapeutas podría
hacer, y con ello han iniciado un proceso hacia su inclusión en la sociedad.

Esto lo han logrado hacer, ya que ha habido (además de otros factores como ha sido el tesón de
las familias y diversos movimientos de asociaciones) dos apoyos determinantes, que son el
avance y la información médica, por un lado, y el uso de estereotipos, por otro. Aunque en la
actualidad han de revisarse o retirarse para encontrar otros nuevos, tienen una importante función
al colaborar en crear un marco más propicio para el encuentro entre personas con discapacidad
intelectual y los componentes de la sociedad, venciendo miedos. Veamos esto:

-Los avances y la información médica

A la información médica hay mucho que agradecerle, ya que clarifica la situación y da luz a este
mundo misterioso y complejo. Ha demostrado por ejemplo, por increíble que ahora nos pueda
parecer tan sólo pensarlo, que la discapacidad intelectual no es contagiosa, algo que sí fue
pensado antaño y también uno de los motivos de ocultación de estas personas. La información
médica ha colaborado para romper algunos introyectos que se proyectaban sobre la discapacidad
intelectual, que tenían que ver con cuál es su origen. Si bien es necesario el uso de "etiquetas
diagnósticas" entre profesionales para la comunicación rápida del conjunto de síntomas que
pueda presentar un paciente, el efecto de estigmatización del término cuando su uso es
generalizado hace que disminuya la utilidad. Pienso que hoy en día es importante ir más allá del
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diagnóstico, ya que la cantidad de perjuicio que conlleva su uso como definición de la persona, y
la poca utilidad de esta imagen ideal, nos alejan del contacto -tal cual lo podemos entender hoy-
con la persona. Dar un nombre o poner una etiqueta hoy por hoy no sirve tanto para entender que
puede haber un enlentecimiento en el modo de razonar o en las capacidades adaptativas de las
personas con discapacidad intelectual, sino más bien para evitar el contacto con ellas.

A pesar de los beneficios que aporta la información médica, plantear de modo reduccionista toda
la realidad que envuelve a una persona (con o sin discapacidad intelectual) a una categoría
psicopatológica, a una etiqueta generalizadora, limita por un lado las posibilidades de
normalización de cualquier término que se decida acuñar y, por otro, las posibilidades de
normalización de la propia persona, ya que para los demás y para sí misma va a ser "un
diagnóstico", no un ser humano completo, con su diagnóstico incluido.

Por tanto, retomando el tema de la nomenclatura o definición, si el dar un nombre sirve para
identificar aquello a lo que no me quiero acercar, evidentemente la cuestión no es ponerle un
nombre u otro. Cualquiera de los nombres que elijamos será un aviso: “Cuidado, peligro a la
vista”.

En mi opinión, mientras no hay un acercamiento hacia el concepto, todo término empleado para
nombrar a la persona con discapacidad intelectual termina siendo un estigma. En este caso,
cuando hablo de acercamiento, me refiero a la comprensión de que en primer lugar está la
persona como cualquier otro individuo y, en segundo lugar, podemos ver sus patologías,
psicopatologías, circunstancias, posibilidades de apoyo, virtudes y puntos débiles o fuertes. Si
sólo tomamos la terminología médico-psiquiátrica para referirnos a estas u otras personas,
tendremos más perjuicio que beneficio.

-El uso de estereotipos o tópicos

Durante un tiempo, de modo general, se consideró que la persona con discapacidad intelectual no
podía hacer tal o cual cosa, era diferente, rara, incluso peligrosa e impredecible. Al hacer estas
atribuciones, sin ninguna comprobación, sin contrastar con la realidad, se ha estado
interrumpiendo la posibilidad de acercarse. Así, mediante la proyección de estos introyectos,
tenemos la garantía de que no vamos a contactar y nos mantenemos lejos (¿“a salvo”?) de esas
personas. No nos acercamos a la realidad de la situación a partir de la experiencia presente. Salir
de esta situación, requiere entender que igual existen más posibilidades, que quizá es viable que
las cosas sean de otro modo.

En mi opinión la aparición de los tópicos “amables” era parte necesaria del proceso, ya que han
hecho cierta labor de apertura, contrarrestando la proyección de introyectos incapacitantes, y
“duros”, por otros amables y extremadamente “suaves”, que de algún modo invitan a acercarse.
Autora: Cristina De la Cuadra.
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Para clarificar esto: en los últimos tiempos se da el tópico de que las personas con síndrome de
Down (SD) son afectuosas, tranquilas y apacibles. Esto no es cierto. No lo son en todo momento.
No lo son todas. De hecho, existe la misma variabilidad de caracteres o rasgos de personalidad
que se da en cualquier otra población. Conozco personas con SD cuyos rasgos generales (aunque
no siempre ni en todo momento) representan personalidades agresivas, pacíficas, hiperactivas,
tranquilas, que no les gusta el contacto físico, cariñosas, parlanchinas, tímidas... Esto depende
más de otros factores que de la trisomía del par 21. Pero parece que actualmente existe una
imagen sobre ellas que nos hace pensar que son “angelitos abrazadores”; que son del modo que
proyectamos que “deben ser”, para nuestra seguridad, y para que podamos querer acercarnos a
abrazarles. La proyección de este tipo de introyectos ha sido útil para que la sociedad se permita
un pequeño acercamiento, un avance hacia el acercamiento inicial que colabore con la idea de la
integración, a pesar de que aún no se haya dado un encuentro genuino que nos permita ver a la
persona con discapacidad intelectual tal cual es.

Esto se extiende a otras personas con otro tipo de discapacidad intelectual. De nuevo se proyecta
sobre ellos un introyecto que nos mantiene en seguridad frente a la realidad que nos es
desconocida. Es como si el modo seguro de permitirnos aceptar a estas personas fuese desde
entenderlos como si fuesen “niños buenos”. Pero el paternalismo con el que son miradas estas
personas a veces es el mismo que les impide crecer. No es lo mismo un funcionamiento más
lento, que ser eternamente un niño, al que educamos, al que guiamos, al que decimos cómo
hacer...

Si tengo en cuenta lo que la observación diaria me aporta y tengo a la vez presente el modelo de
trabajo gestáltico, puedo pensar que la sociedad, para comenzar a acercarse a las personas con
discapacidad intelectual, de forma mayoritaria ha hecho uso de la proyección de estos introyectos
amables. Es decir que tomando como ciertos estos tópicos amables, encuentra la seguridad
suficiente para permitir un paso más hacia el acercamiento.

Los miembros de la sociedad ya saben que existen personas con discapacidad intelectual, y que
no se contagiarán si hablan con ellas. Sus familiares y ellas mismas se han encargado de aparecer
en el entorno, reivindicando su existencia, sus derechos y necesidades. Ya no se mira tanto hacia
otro lado. Una mezcla de curiosidad y excitación posibilita el acercamiento, y por tanto la
integración entre ambas. La presencia en los distintos ámbitos de la sociedad (colegios, cine,
deportes, ámbito laboral...) y los avances en cuanto a la seguridad que proporciona la
información médica, son dos de los apoyos que nos han servido para llegar al momento presente.
Parece como si la sociedad primero pensó que debía ser caritativa con estas personas e intentar
aceptarlas y tras experimentar el contacto con ellas transforma el introyecto de la caridad en
querer ser solidaria y buscar el modo de integrarlas.

Autora: Cristina De la Cuadra.


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Llegados a este punto, en el que ya sabemos que la discapacidad no es contagiosa y conocemos


más sobre su procedencia y evolución, hemos de tener en cuenta que disponemos de
información, pero ésta aún no está completa. Hasta ahora hemos utilizado la proyección de
determinados introyectos -las personas con discapacidad intelectual son seres amables,
angelicales e incapaces de hacer nada peligroso o dañino- para protegernos en el intento de
acercarnos. La sociedad en general, desconoce cuál es exactamente la realidad, pero encuentra un
modo seguro (aunque no del todo realista) de continuar con el camino hacia el encuentro. Llegar
a este punto es un hito. Ha sido necesario. Usar esta proyección (la de los estereotipos amables)
parece que ha sido saludable. Para que esta proyección no se quede fijada, no se convierta en
algo dañino, el trabajo será cuestionar estos introyectos y contemplar otras posibilidades. Este
trabajo no lo haremos como terapeutas, pero sí podemos colaborar dando apoyo a la presencia,
para que el entorno proporcione más posibilidades, más información sobre estas personas,
añadiendo realidades a la experiencia .

Los tópicos y estereotipos, tomados como introyectos que se proyectan sobre las personas con
discapacidad intelectual, han sido útiles durante un tiempo para combatir ese miedo que en
ocasiones se convertía en paranoia. Han cumplido su función: romper el miedo y encontrar un
modo para acercarse a estas personas. Gracias a su aparición se aumenta la apertura hacia
conocer y contactar con ellos. Pero, como en todo proceso, quedarse rígidamente en uno de los
pasos no es lo saludable. Los tópicos ya no son útiles. Hacen que se mantengan la falta de
contacto con la realidad y el paternalismo, con lo que mantenemos a las personas con
discapacidad intelectual en una posición de "hijos/niños”.

La aportación desde la terapia gestalt

Actualmente se ha logrado llegar a un momento en el que la mirada hacia la persona con


discapacidad intelectual adulta es semejante, si se me permite la expresión, a la del “hijo algo
más mayor”, al preadolescente, con lo que esto conlleva: Por un lado son considerados
autónomos y autosuficientes como los adultos ya que les hemos enseñado a asearse, vestirse,
comer solos, trabajar (a veces tan sólo a cambio de “sonrisas”)... mientras que por otra parte son
dirigidos y controlados como niños a la hora de poder elegir sus amigos, sus parejas, sus
vacaciones, la comida que han de comer, el centro al que van a acudir (centro especial de
empleo, centro ocupacional...) , etcétera.

Pasar por la adolescencia, es importante en el ciclo de experiencia de cualquier persona, es


necesario para dar el paso del oikos a la polis, del entorno familiar conocido y protector a la
apertura a la vida en sociedad. Lo que ocurre con las personas con discapacidad intelectual es
que parece como si se hubiera llegado al momento de adolescencia y quisiéramos que se
quedaran ahí de forma indefinida, sin llegar a salir del todo del círculo de seguridad.

Autora: Cristina De la Cuadra.


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La adolescencia tiene como función salir de la casa de los padres hacia la socialización. ¿Llega a
ocurrir esto entre este colectivo? Esta es una de las claves de lo que ocurre hoy en día en este
sector. Hablamos de retraso madurativo, de “niños grandes”, que viven hasta el fin de sus días
dependiendo de sus padres y viceversa. En España existe la posibilidad de “independizarse”
empleando el recurso de la vivienda tutelada, pero muchos solicitan este servicio sólo cuando
fallecen los padres o/y ningún familiar puede hacerse cargo de ellos, en lugar de ser un recurso
de normalización de paso a la vida adulta. En el trabajo terapéutico es interesante abrir la
posibilidad de salir de casa, informando de los recursos que hay, desplegando esta vía de
crecimiento, de forma conjunta con los familiares. La falta de recursos humanos y materiales a
veces lo impide, aunque suele haber más problemas de mentalidad que de recursos. Los padres
sienten la necesidad de proteger a sus hijos, llevan muchos años haciéndolo y piensan que lo
logran mejor si los tienen cerca.

Como terapeutas lo que podemos hacer es dar el apoyo necesario para que avancen en el
proceso, para que permitan el despegue de sus hijos y les apoyen para seguir creciendo. Podemos
colaborar en la diferenciación y ayudar a ambas partes a conocer cuál es el funcionamiento
adulto, cuáles son los límites a los que nos ceñiremos, con qué responsabilidades nos quedamos,
qué normas nos sirven y qué otras transformamos.

Hemos de establecer ante todo un entorno seguro, en el que la persona con discapacidad
intelectual pueda permitirse desplegar su propia experiencia, no la experiencia que cree que toca.
Para las personas con discapacidad intelectual es saludable poder conocer la sociedad y todas las
posibilidades que tiene, desmitificando además las opciones presentadas como trabas para la
autonomía, para su propio crecimiento. Si intento protegerme del rechazo suponiendo que éste se
va a dar (ej.: no voy a pedir trabajo porque no van a aceptar a una persona como yo), estoy
reduciendo las oportunidades que me proporciona el entorno de forma prematura, sin comprobar
si esto es así o es de otro modo. El terapeuta debe apostar por comprobar junto con la persona
con discapacidad intelectual cuáles son las posibilidades reales que hay a su alrededor,
comprobar en cuáles podemos apoyarnos y desmitificar aquellas que no nos son útiles. Hemos de
tener en cuenta que una de las la claves para vencer el miedo y, por tanto, el rechazo a aquello
que, por desconocido, nos puede parecer peligroso, la encontramos en la proximidad, en la
información que nos proporciona la experiencia vivida.

Por otro lado esta experiencia vivida junto a las personas con discapacidad intelectual será la que
pueda dotar a los miembros de la sociedad de información valiosa capaz de lograr apaciguar el
miedo a lo desconocido. Cuando esto no es así, cuando no tenemos esta experiencia es probable
que intentemos protegernos y alejarnos de la “desconocida y peligrosa” discapacidad intelectual.
En esta situación nos alejamos de la posibilidad de contactar con la persona y de lograr
entenderla en su amplitud de matices y peculiaridades. Finalmente, la dejaremos sola frente a un
entorno hostil.
Autora: Cristina De la Cuadra.
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La integración de las personas con discapacidad intelectual en la sociedad actual. Una mirada desde la Gestalt

Como ya he comentado desde el principio, la problemática que envuelve a las personas con
discapacidad intelectual no radica tanto en la limitación intelectual como en la social. La persona
con discapacidad intelectual ha de sobreesforzarse a día de hoy para encontrar los apoyos del
entorno y, precisamente, dadas sus limitaciones debería tener un apoyo extra, porque su situación
es más compleja. Pero el apoyo no ha de ser necesariamente psicoterapéutico. Si los apoyos
existen, si se logra una red apropiada, la discapacidad intelectual en sí misma no necesita ser
tratada.

El desarrollo intelectual de las personas con discapacidad intelectual es cierto que está por debajo
de la media, pero insisto, ésta no es la mayor dificultad a la que se han de enfrentar. Es posible
que entiendan las cosas más despacio, necesitando mayor número de repeticiones, haciendo por
tanto una mayor demanda del entorno, pero son capaces de entenderlas si se adapta el nivel de
lenguaje y de comunicación en general. Éste debe ser nuestro esfuerzo, adaptarnos al entorno.
Porque, como cualquiera en su situación, se frustran cuando el entorno no está a la altura de su
demanda. Y no saben cómo contactar con él. Y lo vuelven a intentar sin lograrlo. Y expresan su
rabia con conductas “inapropiadas” que son sancionadas. Y esto les perjudica y deterioran sus
relaciones con los demás y consiguen que las personas con y sin discapacidad intelectual se
alejen de ellos...

Pocas veces reciben un reconocimiento, una validación de lo que sienten, de lo que les está
pasando. Parte del trabajo consiste (como con muchos otros pacientes) en dar espacio a sus
sentimientos, en tomar un momento para explorarlos y sentirlos. Pero el trabajo básico es una
tarea de nutrir el fondo, de lograr realizar experiencias reales entre ellos y el mundo que les
rodea. Así podremos colaborar en que puedan ser vistos por la sociedad con una mirada más
comprensiva y realista, menos prejuiciosa.

BIBLIOGRAFÍA

● AAIDD (Asociación Americana de Discapacidades Intelectuales y del Desarrollo)


y VERDUGO ALONSO, Miguel Ángel, Discapacidad intelectual. Definición,
clasificación y sistemas de apoyo, Madrid, Alianza Editorial, S. A., 2011.

● FRANCESETTI, Gianni et al. Ataques de pánico y posmodernidad. Madrid,


Sociedad de cultura Valle-Inclán, Colección “Los libros del CTP” 2012

● JIMÉNEZ LARA, Antonio y HUETE GARCÍA, Agustín, La discapacidad en


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Autora: Cristina De la Cuadra.


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Editorial Biblioteca Nueva, 2008.

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Edición: Sociedad de Cultura Valle-Inclán. Colección: “Los libros del CTP” 2009

● VERDUGO ALONSO, Miguel Ángel, Análisis de la definición de discapacidad


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Autora: Cristina De la Cuadra.


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