Deontología Del Profesional
Deontología Del Profesional
Deontología Del Profesional
El término deontología profesional hace referencia al conjunto de principios y reglas éticas que regulan y guían una
actividad profesional. Estas normas determinan los deberes mínimamente exigibles a los profesionales en el desempeño
de su actividad. Por este motivo, suele ser el propio colectivo profesional quién determina dichas normas y, a su vez, se
encarga de recogerlas por escrito en los códigos deontológicos. A día de hoy, prácticamente todas las profesiones han
desarrollado sus propios códigos y, en este sentido, puede hablarse de una deontología profesional periodística, de una
deontología profesional médica, deontología profesional de los abogados, etc.
Es importante no confundir deontología profesional con ética profesional. Cabe distinguir que la ética profesional es la
disciplina que estudia los contenidos normativos de un colectivo profesional, es decir, su objeto de estudio es la
deontología profesional, mientras que, tal como se apuntaba al comienzo del artículo, la deontología profesional es el
conjunto de normas vinculantes para un colectivo profesional.
El término deontología procede del griego: to deon (lo conveniente, lo debido) y logía (conocimiento, estudio…); lo que
significa, en términos generales, el estudio o la ciencia de lo debido. El objeto de estudio de la Deontología son los
fundamentos del deber y las normas morales. El concepto de deontología fue acuñado por Jeremías Bentham en su obra
Deontología o ciencia de la moral, donde ofrece una visión novedosa de esta disciplina. Para Bentham, la deontología se
aplica fundamentalmente al ámbito de la moral; es decir, a aquellas conductas del hombre que no forman parte de las
hipótesis normativas del derecho vigente, aquellas acciones que no están sometidas al control de la legislación pública.
Esto sugiere una de las intenciones de la redacción de los códigos deontológicos: explicitar la dimensión estrictamente
moral de una profesión, aquellos comportamientos exigibles a unos profesionales, aunque no estén delimitados
jurídicamente, o quizá, por ello mismo.
La primera alusión al término deontología la hizo Bentham en su obra Science de la Morale (París, 1832). Con ella quería
dotar de un enfoque algo más liberal al concepto ética y convertir en un concepto laico el término, hasta entonces
religioso, moral. En otras palabras, pretendía lograr la fórmula kantiana, esquivando la carga de subjetividad de la moral
y la ética. En “Deontología o ciencia de la moral” busca el racionalismo, con un mecanicismo casi matemático con el que
valorar los comportamientos por su utilidad. Sin embargo, el intento de Bentham por cambiar el contenido de la moralidad
por un concepto más “aséptico” y menos valorativo, no logró esa transformación por el mero hecho de acuñar un nuevo
término. Es decir, aun hoy, cuando nos referimos al término deontología, seguimos relacionando está con la ética y/o la
moral.
Bentham considera que la base de la deontología es el utilitarismo, lo que significa que los actos de las personas se
consideran buenos o malos en función de la felicidad global que puedan generar. Según este marco teórico, el fin de una
acción debe ser conseguir la máxima felicidad para el mayor número de personas. De este modo, toda acción que conduzca
a ese fin, será aceptada como moralmente correcta.
¿Qué es aquello a lo que podemos denominar bien en sí o bien incondicional? En nuestro contexto sociocultural actual,
es la dignidad de cada persona, que debe ser admitida y garantizada jurídicamente y defendida políticamente. La dignidad
es aquello que debe constituir el núcleo principal de toda ética filosófica y de toda deontología profesional que se precie.
Emmanuel Derieux sostuvo que, gracias a la deontología, la ética profesional adquiere un reconocimiento público; y es
que la moral individual se hace trascendente en el campo de la profesión. La deontología surge como una disciplina que
se ocupa de concretar normas en el ámbito profesional para alcanzar unos fines.
Como dice P.Barroso en el Diccionario de ciencias y técnicas de comunicación, “Ética es la ciencia filosófico-normativo y
teórico-práctica que estudia los aspectos individuales y sociales de la persona a tenor de la moralidad de los actos
humanos, bajo el prisma de la razón humana, teniendo siempre como fin el bien honesto, la honestidad”. A partir de esta
definición se deduce su:
Objeto material: realidad que constituye el objeto de estudio. En ética es la persona, el ser y la configuración virtuosa o
viciosa que se dé a sí o cada uno a través de las acciones. Son susceptibles de calificarse como éticas pues, las acciones
humanas que son libres (dependen de la voluntad de la persona).Formal. Punto de vista según el cual las acciones son
calificadas como buenas o malas. Se denomina moralidad y se basa en valores y normas.
Conocimiento (Ciencia): Aquello que se sabe de manera cierta y sus causas. Doctrina ordenada que constituye una rama
particular del saber humano. Disciplina filosófica. La ética como disciplina filosófica intenta a través de métodos de análisis
y experiencia propios de la filosofía, elaborar los conceptos y argumentos para comprender la dimensión moral de la
persona.
La moral se puede justificar desde tres perspectivas: la Metaética (viendo qué son los juicios morales como juicios de
valor), la Ética normativa y mediante la propuesta de unas reglas prácticas para la discusión, escapando del “todo vale”.
Metaética: Con este término se designa al estudio sobre la significación, el sentido y la evolución histórica de los conceptos
éticos. En un principio se distinguen dos grandes grupos de teorías: Las Cognoscitivistas o Descriptivistas (dicen que
podemos conocer la ética o moral en términos de conocimiento verdadero) y las No cognoscitivistas o no descriptivas (en
las que no cabe conocimiento propiamente dicho). Dentro de las Descriptivistas, distinguimos las naturalistas (sostienen
que los términos éticos describen propiedades observables de las cosas); con el utilitarismo como ejemplo. Y, por otro
lado, las teorías no naturalistas (creen que los juicios de valor son verdaderos o falsos, pero las características de las cosas
no son observables por la experiencia); con el intuicionismo como ejemplo. Dentro de las teorías No Descriptivistas,
podemos encontrar el Emotivismo (que sostiene que con afirmaciones morales no expresamos conocimiento, sino
emociones con las que intentamos influir o incidir en las emociones y comportamientos de los demás); y el Prescriptivismo
(que enuncia que al hacer juicios morales no describimos las cosas “que son”, sino “las que deberían ser”; es decir,
expresamos imperativos, enunciamos normas).
Ética normativa: Distinguimos las teorías Deontológicas y Teleológicas; incluyendo un tercer grupo: la Ética de la virtud. A
grandes rasgos, exponemos las principales diferencias. Las Teorías Deontológicas que tienen como concepto principal el
“deber previamente establecido”, están inspiradas en Kant. Las Teorías Teleológicas se basan en las consecuencias, y su
corriente principal es el utilitarismo. Y, la Ética de la virtud se basa en las actitudes de las personas, con la corriente de
Aristóteles como base teórica.
Podemos señalar una serie de características que conforman la Ética de la Virtud según Aristóteles.
Para Aristóteles, el orden social en los modos de vida está directamente ligado con el orden natural de los mismos.
Aristóteles considera que, lo bueno es hacia lo que tienden las cosas de forma natural. Dicho de otra forma, todo aquello
que es natural es, según este autor, bueno.
Sin embargo, esta teoría no está libre de crítica. Es, precisamente, la absolutización de su postura la que genera más
desacuerdo, ya que no podemos probar, a ciencia cierta, que lo natural puro exista. Por otra parte, muchas cosas de las
que consideramos “naturales”, nos vienen dadas por la cultura. Además, no podemos olvidar el hecho de que la naturaleza
evoluciona, no es estática, por lo que si ésta es susceptible de cambio, lo bueno también se vería afectado.
Propuesta intermedia: La vía intermedia se basaría en una idea prescriptivista y también en una perspectiva deontologista.
Pero esto no significa que sea incompatible con otros puntos de vista. Es una propuesta teórica, a la par que práctica. Sus
principales características serían: un punto de vista moral, el diálogo, la racionalidad práctica y la coherencia y
universalidad (relacionadas con la idea de imparcialidad).
Kant, al definir la deontología, hace referencia al deber y a las obligaciones, no nos habla de una ética relacionada con el
porvenir del hombre, de sus objetivos o de sus aspiraciones en la vida, más bien, enfoca la ética a una ética del deber, la
cual establece pautas de comportamiento que se deben seguir o leyes que regulan a los ciudadanos.
Se podría considerar como una ética independiente y formal si tenemos en cuenta que no ofrece contenidos, no establece
pautas para llevar una vida que se pueda considerar “buena” o “mala”.
Mencionar por último, su implicación con el criterio de capacidad de universalización, que posibilita diferenciar entre
máximas de tipo moral y las que no lo son.
Al igual que sucede con la teoría de Aristóteles, la teoría de Kant también es objeto de crítica:
En primer lugar, a Kant se le puede criticar que, al relacionar la ética con cómo deben hacerse las cosas, está
universalizando el concepto, porque presupone que todos debemos entenderla del mismo modo. No obstante, la ética
está ligada a la moral, y ésta también es particular a cada persona. Por lo tanto, probablemente el deber, no es visto igual
por todos.
En segundo lugar, Kant establece cómo hay que actuar, pero no nos dice si eso es bueno o no. La ética no se refiere sólo
a la forma, sino también al fondo de las cosas.
Por último, Kant olvida por completo el sentimiento humano: según él tenemos que actuar en base al deber y no en base
a lo que de verdad queremos hacer. En este sentido, actuar conforme al deber nos aleja de la felicidad.
Objetivos
Todo profesional está y debe estar sometido a controles sociales más o menos rigurosos que permitan exigirle
responsabilidades de muy diversa índole en relación con sus actos, de ahí la necesidad de establecer unos principios éticos.
Independientemente de la propia conciencia, que debiera ser quién más rigiera el cumplimiento de los códigos morales,
existe la figura de los colegios profesionales para mantener, promover y defender la deontología. Éstos vigilan el
cumplimiento de determinados niveles de exigencia, de competencia y de calidad en el desempeño del trabajo de sus
colegiados.
El Estado, al convertir a los colegios profesionales en corporaciones a través de mecanismos legales, propicia el modo de
mantener la deontología profesional. Les encarga funciones públicas y les dota de la potestad de imponer una
determinada disciplina a todos los profesionales pertenecientes a este colectivo.
Para que se pueda pedir responsabilidad por actuaciones profesionales se precisan dos requisitos: la independencia y la
libertad. El profesional debe ser independiente en el momento de tomar decisiones y debe ser enteramente libre de
ejecutarlas.
La deontología es de sumo interés para el mundo profesional, y en concreto, para profesiones que comportan una elevada
responsabilidad social (médicos, abogados, docentes, psicólogos, periodistas…). Esa deontología busca un equilibrio entre
un determinado estilo de vida moral (lo que antes denominábamos êthos o carácter moral) y un alto nivel de
profesionalidad técnico-científica. Esta doble dimensión ha de tratarse con armonía y equilibrio para una mayor
dignificación de cualquier actividad laboral.
Ética y moral
Estos dos términos proceden uno del griego,<êthos> (=carácter), y otro del latín, <mos-moris> (=costumbre). Ambos
tienen la misma raíz semántica y por tanto la misma significación original. Por ello Ética y Moral, etimológicamente, se
identifican y se definen como la “ciencia de las costumbres”. Sin embargo, con el tiempo ambos vocablos han evolucionado
hacia significaciones distintas.
El concepto de moral está sujeto a diferentes usos dependiendo de cada autor, época o corriente filosófica. Por este
motivo es necesario identificar las características de ambos términos para poder establecer las distinciones y semejanzas
pertinentes.
La moral hace referencia a todas aquellas normas de conducta que son impuestas por la sociedad, se transmiten de
generación en generación, evolucionan a lo largo del tiempo y poseen fuertes diferencias con respecto a las normas de
otra sociedad y de otra época histórica. El fin último que persiguen estas reglas morales es orientar la conducta de los
integrantes de esa sociedad.
Por su parte, la ética es el hecho real que se da en la mentalidad de algunas personas, es un conjunto de normas, principio
y razones que un sujeto ha realizado y establecido como una línea directriz de su propia conducta. En ambos casos se
tratan de normas, de percepciones, y de “deber ser”. Sin embargo, moral y ética presentan ciertas diferencias:
1. El primer nivel reside en la Moral, es decir, en las normas de origen externo que condicionan la mentalidad del
individuo.
2. El segundo nivel en la ética conceptual, entendida como el conjunto de normas de origen interno, personal y
autónomo.
3. El tercer nivel es la Ética axiológica como conjunto de normas originadas en una persona dada una reflexión previa
sobre ciertos valores.
Mientras que la Ética se apoya en la razón y depende de la filosofía; la Moral se apoya en las costumbres y la conforman
un conjunto de elementos normativos, que la sociedad acepta como válidos.
Estos dos términos suelen usarse como sinónimos, pero no lo son. Es importante destacar las principales diferencias entre
ellos:
Una de las diferencias cuando hablamos de “ética” y “deontología” es que la primera hace directamente referencia a la
conciencia personal, mientras que la segunda adopta una función de modelo de actuación en el área de una colectividad.
Por ello, con la concreción y diseño de códigos deontológicos, además de autorregular esta profesión, se invita al
seguimiento de un camino muy concreto y a la formación ética de los comunicadores.
De forma teórica, podríamos diferenciar dos grandes grupos: la ética social y la ética individual. Dentro de la ética
individual se diferencia, también, una ética interpersonal que es la que rige el comportamiento que tenemos en relación
a otros individuos. Aquí se puede situar la ética profesional ya que rige el comportamiento del profesional en su actividad
laboral. Los principios que rigen la profesión se obtienen a través de métodos similares a los de la ética general: dialógico,
inductivo y deductivo. Para conocer el fundamento ético y moral de un código ético, se requiere el estudio de la actividad
profesional en sí misma y no es suficiente la labor de un filósofo que desconozca la profesión.
La ética de las profesiones se mueve en el nivel intermedio de las éticas específicas o “aplicadas”. El profesional se juega
en el ejercicio de su profesión no sólo ser un buen o mal profesional sino también su ser ético. No acaba de ser considerada
una persona éticamente aceptable quien en todos los ámbitos actuase bien y cumpliese con sus deberes menos en el
ejercicio de sus responsabilidades profesionales. La ética general de las profesiones se plantea en términos de principios:
el principio de beneficencia, el principio de autonomía, el principio de justicia y el principio de no maleficencia El
deontologismo plantea los temas éticos en términos de normas y deberes.
Los principios se distinguen de las normas por ser más genéricos que éstas. Los principios ponen ante los ojos los grandes
temas y valores del vivir y del actuar. Las normas aplican los principios a situaciones más o menos concretas, más o menos
genéricas. Las normas suelen hacer referencia a algún tipo de circunstancia, aunque sea en términos genéricos. Pero
también los principios se hacen inteligibles cuando adquieren concreción normativa y hacen referencia a las situaciones
en las que se invocan y se aplican. En términos generales un principio enuncia un valor o meta valiosa. Las normas, en
cambio, intentando realizar el principio bajo el que se subsumen, dicen cómo debe aplicarse un principio en determinadas
situaciones.
Tanto las normas como los principios son universales aun cuando el ámbito de aplicación de los principios sea más amplio
y general que las normas específicas que caen bajo dicho principio.
Desde la perspectiva de la ética profesional, el primer criterio para juzgar las actuaciones profesionales será si se logra y
cómo se logra realizar esos bienes y proporcionar esos servicios (principio de beneficencia). Como toda actuación
profesional tiene como destinatario a otras personas, tratar a las personas como tales personas, respetando su dignidad,
autonomía y derechos sería el segundo criterio (principio de autonomía). Las actuaciones profesionales se llevan a cabo
en un ámbito social con demandas múltiples que hay que jerarquizar y recursos más o menos limitados que hay que
administrar con criterios de justicia (principio de justicia). Y, en todo caso, habrá que evitar causar daño, no perjudicar a
nadie que pueda quedar implicado o afectado por una actuación profesional (principio de no maleficencia).
La espina dorsal de la que subyacen todas las críticas del periodismo es que este ha dejado de cumplir con su función
principal y propia, es decir, acercar a los ciudadanos la información necesaria para que puedan tomar mejores decisiones,
orientarse en la vida pública, conocer aquello que no pueden vivir de forma directa y controlar a quienes ejercen el poder.
A lo que hay que sumar, que lejos de garantizar la salud del sistema democrático, la práctica periodística estaría incluso
poniéndolo en la cuerda floja. No es de extrañar, por tanto, que denunciar la crisis del periodismo, e incluso, pronosticar
su desaparición como lo conocemos, sea algo habitual. Se llega afirmar que la profesión periodística se transformaría en
una rama del espectáculo y hasta su disolución en los beneficios de una tecnología que permitiría la “auto información”.
El periodismo presenta hoy en día una apariencia irreconocible, se ha convertido en una actividad “ensanchada”, que
abarca con su nombre a varias funciones vinculadas con la información, pero que suponen perfiles y productos
periodísticos muy diferentes (entretenimiento, política). Por este motivo, las formas de relatar los acontecimientos y el
lenguaje periodístico resultan insuficientes, o peor aún, esconden o distorsiona la realidad. El catedrático de Periodismo
de la Universidad de Valencia Gómez Mompart asegura que “las maneras que hasta ahora habían servido a los periodistas
más competentes y a los medios de información más serios para explicar el mundo están parcialmente oxidadas”. En este
contexto Gómez Mompart asegura que “precisamos un periodismo que se ponga al día, un periodismo capaz de explicar
un mundo más complejo, una realidad menos aparente, unos problemas complicados pero resolubles, unas aspiraciones
sociales legítimas e inexcusables. Y todo eso no puede hacerse con una enseñanza periodística envejecida, con unos
géneros y formatos anquilosados, con un léxico y un lenguaje tópicos, con unos mimetismos rancios ni tampoco con un
inmovilismo empresarial y profesional”.
La materia prima del periodismo es, altamente sensible y frágil, y motivo de disputa de los poderes públicos, se trata pues
de una mercancía valiosa. Es, principalmente, un bien público, es decir, aquel que corresponde a todos los ciudadanos por
el solo hecho de serlo, por lo que se encuentra al mismo nivel que la educación, la salud o la justicia. Pero esto es así,
según Bettetini y Fumagalli, siempre y cuando la información sea “verdadera y en algún modo esencial, mientras que
toque temas relevantes, aquellos sobre los cuales es necesario decidir, tomar partido, tanto en el ámbito público como
en el privado”.
La ética
Está de este modo vinculada a la práctica del periodismo ya que como se ha dicho antes, si se concibe a la información
como un bien público, cuya circulación libre y contenido veraz e independiente garantizan la vida democrática de una
comunidad, el manejo responsable de esta sensible materia prima es condición de la actividad periodística. Los ciudadanos
son los encargados de juzgar tanto a periodistas como a medios, ya que ante ellos deben dar cuenta de la responsabilidad
que contrajeron con la sociedad al hacerse cargo de la tarea de buscar y difundir información. Se trata de un deber
constitucional. Sin embargo, los principales dilemas éticos de los periodistas no están ya en los valores que se enumeran
en los códigos deontológicos. Por ejemplo, la libertad de expresión puede considerarse un valor reconocido, al menos
legislativamente, en la mayoría de los países democráticos del continente. Por el contrario, los problemas éticos
fundamentales son de origen interno y derivan de la inédita crisis de identidad que atraviesa la profesión.
Tantos condicionantes, favorecen que los periodistas eviten la reflexión, y se limiten a cumplir la tarea con el único fin de
retener el puesto de trabajo; en consecuencia, renunciar a su responsabilidad social y seguir erosionando el único capital
capaz de protegernos en épocas turbulentas: la credibilidad de los ciudadanos.
Más que un código deontológico del periodista general, más que una declaración de principios, los periodistas necesitan
en la actualidad incorporar una conciencia ética y un convencimiento sobre las implicancias que tiene la tarea de informar,
que oriente el trabajo cotidiano y hacer frente a las presiones a las que la profesión está sometida. Este sentido ético para
la práctica cotidiana solo sería posible si se desarrolla y se comparte y discute con los colegas.
Intercambiar experiencias y debatir los dilemas éticos sería poner en marcha una práctica saludable, que los periodistas
suelen dejar de lado, como reflexionar sobre la profesión.
La ética debería ser considerada el valor inamovible en un tiempo de inestabilidades que parecen haberse vuelto la regla,
pues no hay que olvidar, que por definición, la ética profesional está constituida por el conjunto orgánico de derechos y
obligaciones morales, deriva sus finalidades y normas específicas, de la condición básica de persona en armonía con los
anexos que implican exigencias del bien común. El objetivo de la ética en el terreno de la práctica profesional, es
principalmente, la aplicación de las normas morales, fundadas en la honradez, la cortesía y el honor. La Ética tiene entre
otros objetos, contribuir al fortalecimiento de las estructuras de la conducta moral del individuo.
La deontología como ética profesional, Según José María Barrio, profesor titular de la Universidad Complutense de Madrid:
En definitiva, cuando nos refiramos a una profesión determinada, podemos hablar de la existencia de una ética y de una
deontología determinada. La primera se podría centrar en determinar y perfilar el bien de una determinada profesión
(aportación al bien social) y la deontología, por su parte, se centraría en definir cuáles son las obligaciones concretas de
cada actividad.
La conciencia profesional
La conciencia humana es individual, pero tiene varias dimensiones: la conciencia reflexiva (porque es consciente de sí
misma) y la conciencia ética, que añade a la conciencia individual la condición de ser, además, una conciencia responsable.
Es decir, que con la primera cada persona se relaciona con las demás, pero la conciencia ética nos responsabiliza en la
forma de trato hacia esas otras personas. Además de estas dos hay una clase de conciencia más, constituida como un
concepto muy importante relacionado con la deontología profesional: la conciencia profesional.
La conciencia profesional (Véase Teoría de Parsons) es una dimensión esencial de la conciencia ética, a la que añade la
responsabilidad que cada persona tiene. Se manifiesta en un comportamiento socialmente responsable acerca de los
deberes específicos de una profesión después de haber interiorizado, asumido y personalizado un código de valores
referentes a dicha profesión, para después analizar, aplicar y resolver problemas específicos de la profesión con la mejor
competencia y rectitud posibles y socialmente exigibles.
1) La conciencia profesional es intransferible e individual, nadie es responsable por ninguna otra persona.
2) Nivel de los deberes específicos, aprendidos, asumidos y personalizados por socialización ética. Cada persona tiene
que haberse socializado en el código deontológico de su profesión.
3) Nivel de madurez y equilibrio psíquico. Para que la conciencia profesional pueda funcionar hay que gozar de un grado
de madurez mínimo.
4) Aptitud profesional para el ejercicio digno de una profesión.
La costumbre son normas que crean una sociedad y que le dan un hecho jurídico palpable. Tienen al igual que ocurre con
las leyes, consecuencias cuando son violadas. El profesional debe regirse por su código de ética propio, pero también debe
tener en cuenta un marco de costumbre. La gran mayoría de los autores coinciden al señalar que el fundamento de la
responsabilidad es la libertad de la voluntad.
El sentimiento de responsabilidad también se puede ir desarrollando a lo largo de la trayectoria vital y profesional de una
persona. Una profesión cualquiera debe tener un periodo de aprendizaje, una preparación previa especializada y casi
siempre formal, que se debe completar con una formación permanente que se completa con el paso del tiempo y la
vivencia de distintas situaciones en la vida profesional a las que enfrentarse.
El periodista, en virtud de los imperativos éticos que emanan de su profesión, es el responsable de facilitar al lector la
comprensión y el conocimiento de la realidad compleja en la que se desenvuelve. La veracidad y la evaluación de los
posibles efectos que sobre el lector pudiera tener publicación o la omisión de determinadas informaciones, es
fundamental para la consolidación de los valores democráticos y la creación de una opinión pública responsable.
Colegios profesionales
Los Colegios Profesionales, tal como los define la ley, “son corporaciones de derecho público, amparadas por la ley y
reconocidas por el Estado, con personalidad jurídica propia y plena capacidad para el cumplimiento de sus fines, entre los
que se encuentra la ordenación del ejercicio de las profesiones”. Además, son las corporaciones que elaboran los códigos
deontológicos.
a) Fijar una serie de criterios de carácter científico-funcional para el ejercicio de la profesión, con el objetivo de dar
operatividad y eficacia a las actividades ejercidas en el ámbito cubierto por las normas establecidas.
b) Refundir orientaciones éticas para el ejercicio de la profesión y plasmarlas en códigos de deontología profesional.
c) La posibilidad de imponer sanciones disciplinarias a los colegiados que incumplan los dictados de los códigos
deontológicos. Esta función tiene la singularidad de conferir a éstos relevancia jurídica estatal, lo que otorga a la
deontología ciertas coincidencias con el Derecho en lo que se refiere a la utilización de un procedimiento judicial.
Una diferencia importante entre la deontología profesional y el derecho reside en el origen de estos dos órdenes
normativos reguladores del ejercicio de una profesión. La fuente del derecho es el poder legislativo del Estado -que emana
del ejercicio de la Soberanía Popular-, mientras que el origen de la deontología profesional no es “estatal”, sino que emana
del propio colectivo profesional, y desde una labor de autorregulación.
En casos excepcionales, la iniciativa de un código deontológico puede partir del Estado o de una entidad supraestatal,
como es el caso paradigmático del Código deontológico de los periodistas del Consejo de Europa, aunque es una condición
necesaria que el colectivo profesional lo incorpore a su actividad y ejerza una labor de autorregulación. Sin estas dos
condiciones, este código normativo se convertiría en derecho y no en deontología profesional. Por lo tanto, no es
necesariamente excluyente de la deontología profesional un código de origen externo a la propia profesión, si pasa por el
filtro de la autorregulación.
En el caso de las profesiones que requieren colegiación profesional, como la psicología, abogacía y la medicina, existe una
institucionalización de la sanción. Sin embargo, hay profesiones como el periodismo, que se ejercen sin colegiación
obligatoria. En estos casos, el incumplimiento de las normas deontológicas lleva aparejada una sanción similar a la que
corresponde a la vulneración de las normas morales: mala imagen pública, reproche, expulsión del grupo, etc. Esto las
diferencia de las profesiones de colegiación obligatoria, caracterizadas por la institucionalización de la sanción. Pero no
implica falta de gravedad. Un profesional puede considerar que una sanción por infracción del código de deontología
profesional tiene más importancia que una sanción administrativa.
Retomando la idea de que la deontología profesional es uno de los órdenes reguladores del ejercicio de una profesión, en
una situación intermedia entre el derecho y la moral, es necesario hacer una serie de precisiones. Las normas de la
deontología profesional, aun sentidas como vinculantes entre los miembros del colectivo, se alejan del carácter coercitivo
del derecho. El derecho es siempre coactivo, y la deontología profesional puede o no imponer sanciones y, en el caso de
aplicarse, son menos graves que las impuestas por el derecho. La sanción más grave que puede imponer la deontología
profesional es la exclusión de la profesión.
Por otro lado, las sanciones de la deontología profesional en aquellas profesiones que no exigen para su ejercicio la
colegiación obligatoria son sanciones sociales difusas; es decir, que aparte de no llegar al grado de gravedad de la sanción
jurídica, no tienen por qué estar necesariamente institucionalizadas. Un ejemplo de sanciones sociales difusas -en este
sentido de informalidad, cercanas a la moral- emitidas por la deontología puede ser la consideración de exclusión del
colectivo profesional de un miembro, sin llegar ésta a ser una sanción no formalizada.
No obstante, la deontología profesional tiene un mayor grado de institucionalización que la moral general, de tal modo
que, para hablar de deontología profesional, es necesario un grado de institucionalización normativa -inferior a la del
derecho pero superior a la de la moral. La moral, aunque es de carácter social, tiene un componente último que es
individual, mientras que la instancia última de la deontología profesional es colectiva, común a todo el grupo profesional.
Igual que se da el conflicto entre moral y derecho, cabe la confrontación del individuo con la deontología profesional a la
que está sometido.
Autorregulación.
La deontología es uno de los tres órdenes normativos que regulan el ejercicio de las profesiones, junto al Derecho y la
moral. Cabe señalar que las normas deontológicas se encuentran a medio camino entre los otros dos órdenes normativos.
Una característica fundamental de la deontología profesional es que tiene un fuerte componente de autorregulación,
entendida en un sentido colectivo. Se trata de una interiorización de las normas propias de la profesión. Se diferenciaría
del Derecho en que éste es creado por el Estado, y de la moral en que la deontología tiene un carácter colectivo, no se
basa en los principios individuales. Otra diferencia clave frente al Derecho, es que éste tiene un marcado carácter coactivo,
impone sanciones al incumplimiento de sus normas. La deontología, por su parte, puede o no incluir sanciones, y siempre
serán menos graves que las relacionadas con el Derecho (surgidas de instituciones jurídicas).
No obstante, la deontología puede institucionalizarse a través de los Códigos Deontológicos, la colegiación… (instrumentos
o mecanismos que dotan de más efectividad a la deontología), pero siempre presenta una institucionalización mucho
menor a la del Derecho. Las normas del Derecho son “ajenas” al mismo, junto al frentes extremas, mientras que lo
característico de la deontología profesional es la autorregulación. Los profesionales son creadores, sujetos y objetos de
las normas deontológicas de su profesión correspondiente. Participan (a través de sus asociaciones, por ejemplo) en la
creación de los códigos deontológicos que, a su vez, deberán aplicar.
La autorregulación es necesaria porque delimita campos de actuación, alerta sobre conductas alejadas del bien común y
puede invitar al profesional a dirigir sus acciones por el fomento de valores que promuevan una vida más humana.
https://www.deontologia.org/deontologia-del-profesional/
ÉTICA, DERECHO Y DEONTOLOGÍA PROFESIONAL
Por: María Casado Universidad de Barcelona Prof. Titular de Filosofía del Derecho, Moral y Política Directora del Master
de Bioética y Derecho SUMARIO
LOS DERECHOS HUMANOS.
VALORES Y CAMBIO
La necesidad de consensuar patrones de conducta aceptables para la colectividad es una de las nuevas cuestiones en que
se centra el debate social. Tratándose de sociedades plurales, no existe un modelo único asumido y la mayor dificultad
estriba en llegar a un acuerdo sobre cuál es el contenido ético de esas pautas y cuál es el marco procedimental para
lograrlos.
Contar con un sistema ético propio es una aspiración no sólo individual sino también específica de determinadas
actividades que tienen especial reflejo en la colectividad. Son tradicionales los códigos deontológicos de profesiones como
la abogacía y la medicina, pero también la política o el periodismo propugnan pautas propias de buena conducta. También
la actividad científica, por sus enormes repercusiones, ha sido una de las que con mayor fuerza ha clamado en las últimas
décadas por la necesidad de consensuar con el conjunto de la sociedad cuáles son los límites que no deben ser
traspasados.
Actualmente, en todos los campos, se es consciente de la necesidad de adoptar unas pautas éticas de comportamiento
que las legitime ante el conjunto de los ciudadanos. El ámbito de lo jurídico es especialmente significativo: mi1enios de
existencia que se han desarrollado en convivencia con las normas morales, a las que el derecho se encuentra
inexorablemente unido en una relación no siempre unívoca.
La revalorización de todo aquello que tiene que ver con la ética es un fenómeno que reviste hoy nuevos caracteres. Es
cierto que podría no tratarse más que de una cierta forma de maquillaje de actitudes alejadas de los ideales de eticidad
que, precisamente, trata de encubrir y proporcionar coartada a modos de proceder no conformes con los valores sociales
dominantes. Así la reiterada demanda de "ética" evidenciaría, además de una carencia, que también ahí ha llegado el
consumo: lo ético vende bien.
O bien estaríamos ante una postura de vuelta al pasado que se encuadra en visiones conservadoras de la realidad. Vuelta
a unos valores tradicionales que habían estado devaluados en las últimas décadas de mayor permisividad.
En realidad la necesidad de la demanda es real y constatable: a la sociedad le urge encontrar respuestas válidas para los
nuevos problemas y, además, necesita encontrados en un marco de referencia no dogmático ni impuesto por códigos
externos.
La manera de considerar los valores es un tema que permite diferenciar escuelas en la sociología, en el derecho, en la
filosofía y en las más diversas disciplinas1 . Es una discusión que opone a los que otorgan importancia determinante al
materialismo, frente a un cierto idealismo que sostiene la tesis contraria: que son precisamente los valores los que crean
las condiciones para que se produzcan determinados sucesos. Puede decirse que la diversa consideración de la
importancia de las condiciones materiales y de los valores para predeterminar el futuro de una sociedad ha pasado a un
segundo plano en este siglo tras haber sido un tema central en el siglo diecinueve. Sin embargo, constituye una cuestión
que permanece como subyacente en las obras de análisis y sobre todo en la consideración de los cambios.
Actualmente la discusión en el ámbito de las ciencias sociales insiste en la idea del fin de una era -o de unas determinadas
instituciones- y en la conveniencia de reconsiderar el valor del pasado frente a la opción de cambio permanente. Se asocia
al fin del milenio y a la idea de destrucción o desaparición que también presidió los últimos días del primero: algunos
auguran el fin de la historia misma, otros el de las ideologías, o de la oposición derecha izquierda. En el campo de la
sociología hace décadas que se viene anunciando la desaparición de la clase obrera o hace poco la muerte de la familia.
En el ámbito del derecho desde la desaparición del estado de bienestar a la del estado, a secas.
La postura que reivindica el retorno al pasado y corresponde a las tradicionalmente más conservadoras, propugna que
debe retrocederse para vivir en un mundo más inmutable, menos permisivo, en el que se acepten menos modelos
alternativos. Es la idea de que se "vuelve" a los valores de antaño, de que lo último ha sido deleznable y de que la sociedad,
al tener conciencia de ello, opta por buscar lo tradicional como valor permanente.
La otra opción responde a la idea de cambio, con todo lo que ello significa. El punto central de esta concepción estriba en
la consideración de que las cosas no desaparecen sino que se transforman, adquieren nuevos contenidos. Las instituciones
sociales no dejan de existir, desempeñan unas efectivas funciones en la sociedad; pero al transformarse la misma sociedad
cambian sus formas, sus relaciones internas e incluso sus requisitos de definición. Como ejemplo tanto valen las familias
como los colegios profesionales. La idea de cambio es difícilmente compatible con la visión de la vuelta atrás: la historia
no se repite, el retorno no es tal puesto que los contenidos son diversos. Se invocan ciertos valores con las mismas
palabras, pero los contenidos se han transformado: significan otra cosa porque responden a una realidad diferente.
Por otra parte, la consideración ética y la cuestión de los valores tienen distintos significados y respuestas en cada
disciplina, y desde los más variados sectores se analizan los aspectos éticos implicados en las diversas actividades:
empresariales, jurídicas, científicas o políticas. Se habla de ética de la empresa, de moralización de la política, de bioética...
y rara es la obra de carácter general, -de cualquier materia-, que no contemple en un capítulo específico los aspectos
éticos de lo estudiado.
¿Quiere decir esto que la ética goza de buena salud en este momento? La demanda de analizar los distintos aspectos
éticos de las actividades emprendidas es desde luego una constante.
Consideremos los adelantos biotecnológicos: es evidente que han supuesto cambios cuantitativos y cualitativos de tal
índole que están obligando a los seres humanos a replantearse las respuestas que durante siglos habían sido válidas para
resolver los grandes interrogantes sobre la vida y la muerte. Eso mismo ha producido un importante movimiento de
rechazo en ciertos casos y, en otros, de aceptación incondicional de los adelantos. Todo ello propicia que en los más
diversos ámbitos se multipliquen los comités de ética y ha favorecido incluso la aparición de una nueva disciplina: la
bioética, que se inicia en los países anglosajones en los años setenta y ha florecido más tardíamente en los de nuestro
ámbito, probablemente debido a las distintas tradiciones latina y anglosajona en lo que se refiere a la libertad de
conciencia, al libre examen de los problemas morales y al respeto del principio de autonomía.
Las posibilidades de la ciencia y de la tecnología de manipular la naturaleza, -sea cual sea el significado que le queramos
atribuir al término "naturaleza", han llevado a los individuos y a la sociedad en general a poner en cuestión muchos
aspectos del avance biotecnológico que anteriormente se habían aceptado sin discusión. A la generalizada exigencia de
rigor científico le ha sucedido la reivindicación del análisis ético de las consecuencias de lo que se hace, e incluso de la
misma actividad desarrollada.
Por lo que hace a los adelantos biotecnológicos la valoración social no es unívoca; de ahí el auge de la bioética y de la
necesidad de conseguir marcos en los que el acuerdo entre las distintas posturas sea factible. Se suele hablar de una
bioética de procedimientos más que de contenidos en un campo en el que los valores individuales están muy
estrechamente implicados y los acuerdos de fondo resultan frecuentemente difíciles de lograr.
Los límites a la libertad de investigación, -que se ha concebido tradicionalmente como un derecho individual y tutelado
por las leyes como un derecho fundamental-, se ponen actualmente en cuestión y significativos sectores consideran que
hay que discutir y decidir conjuntamente cuál es el modelo de vida que se estima deseable. Esto supone que la sociedad
está implicada en la elección de la dirección de los cambios y que el mero imperativo tecnológico, el avance científico sin
limitación, resulta discutible.
De esa falta de acuerdo deriva frecuentemente una demanda de legislación4 por parte de la sociedad: puesto que no es
posible el acuerdo, que lo establezca el derecho. Se atribuye así al derecho un papel de zanjar la discusión, es indudable
que el ordenamiento jurídico tiene esta función de resolución de los conflictos, o al menos de su tratamiento, pero por
otra parte es bien cierto que la existencia de una norma no dirime definitivamente la cuestión: el debate social permanece
y la aplicación de la misma por el poder judicial puede dar lugar a nuevos conflictos que pueden llegar a adquirir carácter
político, como es frecuente ver en nuestros días.
Algo semejante ha sucedido también en otros campos, el más evidente y de mayores repercusiones prácticas es el de la
crisis del Estado de bienestar. Si bien la idea de sentarse a repensarlo todo es una tentación, el problema es que el
detenerse a la vera del camino no impide que la vida siga su curso: puede suponer quedarse en la cuneta. A la vez que se
actúa es preciso pensar, éste es por otra parte el gran reto de las izquierdas en Occidente.
Las sociedades occidentales son de hecho sociedades plurales, pero es que el pluralismo es además un valor social y
jurídicamente asumido como tal. Lo que tiene como consecuencia necesaria que coexistan diversas concepciones morales
y que los planteamientos acerca de lo que es o no es éticamente correcto difieran profundamente en ocasiones.
Por ello la demanda de "ética" a que se hacía referencia al principio no tiene una respuesta unívoca. Puede haber "buenas
razones" en favor de posturas diversas, sin necesidad de que por ello adoptemos una postura escéptica respecto de la
argumentación sobre los valores, y esa falta de consenso espontáneo en la sociedad es la que hace que el derecho tenga
que establecer las pautas.
Curiosamente el legislador es frecuentemente reacio a dictar normas sobre cuestiones que implican tan claramente
conflictos de valores, en los que no están definidas claramente las mayorías. Se suele afirmar que hoy en día la
normativización es excesiva, que la masa de normas es copiosa y están escasamente interiorizadas tanto por la sociedad
como por los mismos juristas. Pero en aspectos como los que atañen a la bioética la tendencia es justamente la contraria:
se ha comprobado que los cambios normativos en cuestiones que afectan fuertemente a los valores, como es el derecho
de familia por ejemplo, son escasamente eficaces. A menudo los colectivos implicados directamente por los problemas
son los que tratan de forzar el cambio a través del dictado de normas jurídicas. El llamado "caso R. Sampedro" en España
es un buen ejemplo de cómo, ante una normativa obsoleta y una realidad social dividida, los colectivos más concienciados
o implicados en el problema intentan forzar un reconocimiento jurídico que legitime su posición. Hechos, valores y normas
se implican y exigen recíprocamente.
LO ÉTICO Y LO JURÍDICO
La relación entre derecho y moral -como solía denominarse tradicionalmente a esta temática por parte de los juristas-,
constituye uno de los más relevantes temas de estudio en disciplinas como la Filosofía del Derecho donde los problemas
axiológicos constituyen el campo central de su estudio. El análisis y la crítica del derecho, de la necesidad de su existencia,
de su aplicación y relación con la justicia, son aspectos frecuentemente abordados por los estudiosos de esta disciplina y
tienen una significativa carga valorativa.
Si se realiza un recorrido por la historia del pensamiento, desde los presocráticos hasta el siglo diecinueve de forma
ininterrumpida y casi sin ninguna voz discordante, la relación entre ética y derecho se concebía de manera monolítica
como una relación de subordinación entre el derecho positivo -el dictado por el Estado- y el derecho natural -entendiendo
por tal derecho natural el directamente inspirado en la llamada ley natural -válida para todos los hombres y para todos
los tiempos, inmutable y anterior a todo derecho positivo, que debía serle fiel-. La ley natural, desde una fundamentación
teísta o meramente racional, para los iusnaturalistas constituye la medida y la pauta de todo derecho positivo hasta el
punto de que la no concordancia justificaría la desobediencia al derecho. En este contexto se desarrollan más de veinte
siglos de pensamiento ético-jurídico occidental pero, desde el último tercio del siglo XIX, los planteamientos positivistas -
que sólo aceptan el carácter jurídico del derecho positivo- polemizan con los iusnaturalistas de manera virulenta y durante
algunos años el predominio positivista es casi absoluto. Tras la segunda guerra mundial, sin embargo, se empieza a hablar
del resurgir del derecho natural al considerarse que los planteamientos de obediencia a "cualquier" derecho positivo -la
leyes la ley-, habían propiciado la obediencia a las normas nazis.
Pero, también desde la perspectiva jurídica, puede abordarse la cuestión que nos ocupa desde un punto de vista distinto:
¿cuáles son las relaciones entre el deber jurídico y el deber moral? ¿existe obligación de obedecer al derecho? si es así
¿cuál es el carácter de esa obligación? Algunos autores, como Alf Dreier, resaltan que la exigencia de que el derecho
positivo se adecúe a unos principios morales es una exigencia de carácter moral, que afecta principalmente a quienes
tienen la competencia de elaborar el derecho y a aquellos que tienen a su cuidado el aplicarlo. Es decir, al legislador, a la
administración y a los jueces. Para Dreier, así entendida, la cuestión de las relaciones entre ética y derecho es un asunto
de política jurídica y de metodología, en esta misma línea se desenvuelve el pensamiento de Carlos Santiago Nino en sus
últimas formulaciones. Desde el prisma de la obediencia a la norma, Felipe González Vicén considera que el derecho no
puede tener más que una respuesta a esa cuestión y es la de la obligatoriedad de sus mandatos: la decisión de no obedecer
al derecho por razones de desacuerdo moral es una opción ética individual y no jurídica.
Ello no impide la coexistencia de diversas opciones morales, que implica una pluralidad de posturas difícilmente
conciliables (por ejemplo, el aborto o la eutanasia y en las posibilidades de regulación al respecto).
A la hora de dictar normas ¿qué opciones morales deben ser transformadas en derecho positivo? ¿De qué forma? ¿Cómo
deben relacionarse estos dos sistemas normativos para decidir cuál de ellos es prioritario en caso de colisión?
Históricamente se han dado tres tipos de respuestas a esta cuestión: prioridad de la moral sobre el derecho, prioridad de
derecho sobre la moral y consideración particularizada de que en ciertos casos debe darse preferencia a la moral mientras
que en general es el derecho quien la posee.
Cuando la sociedad es homogénea con una concepción ética común, o incluso religiosa, puede ser factible el hablar de
prioridad de la moral frente al derecho; éste fue el caso de la Europa medieval, del Imperio relativamente unitario en
torno a la religión cristiana. Pero las guerras de religión que desangraron a Europa fueron la gran refutación de las tesis
del derecho natural.
La posición que propugna la prioridad del derecho positivo se desarrolló como una consecuencia necesaria de esta
experiencia. La teoría del estado moderno se fragua en torno al concepto de soberanía como capacidad para imponer
mandatos. La obligatoriedad del derecho emana de la autoridad del estado para imponerlo -no de la "bondad" de sus
contenidos-. Esta autoridad se deriva de distintos fundamentos, según la época: inicialmente de las doctrinas del contrato
social en sus distintas versiones, más adelante de la defensa de los derechos del individuo contra el estado a través de la
división de poderes y del establecimiento de instituciones democráticas sufragio universal, principio de legalidad en la
actuación de la administración, tutela efectiva de tribunales imparciales, igualdad y seguridad jurídicas-. En suma, la
justicia del sistema estriba en el establecimiento del Estado de Derecho y en el reconocimiento de los Derechos Humanos,
que se articulan como garantía del individuo frente a intromisiones indebidas.
Para los planteamientos positivistas de separación entre órdenes normativos -que, en general, vinculaban positivismo
jurídico y relativismo axiológico-, existe también otra gran refutación histórica: la legislación del Tercer Reich.
Precisamente fue esta experiencia la que hizo publicar a Gustav Radbruch en 1946 su ensayo "Arbitrariedad legal y
derecho supralegal" en que revisaba anteriores planteamientos y acuñaba la tan repetida fórmula de que en caso de
conflicto entre seguridad jurídica y justicia, entre derecho y moral, hay que dar prioridad al derecho positivo salvo que
"...su contradicción con la justicia alcance un grado tan intolerable que la ley, en tanto que derecho injusto, tenga que
ceder ante la justicia. La postura de Radbruch fue contestada por H.L. Hart en su obra "El concepto de derecho" en base a
argumentos de carácter técnico, lingüístico y ético-pedagógicos que han tenido una amplia resonancia.
Las complejas relaciones entre ética y derecho se evidencian especialmente en los "casos difíciles"; es decir, en aquellas
circunstancias en las cuales no existe un claro acuerdo social a la hora de definir cuáles deban ser las conductas exigibles
jurídicamente, -con el especial plus de coactividad que el derecho posee-, y también en aquellos supuestos en los cuales
los jueces deben decidir sin norma, bien porque no exista una específica que contemple el nuevo supuesto o bien porque
concurran varias cuya regulación sea contradictoria. La necesidad de completar el sistema jurídico integrando normas de
otros sistemas, como las morales, es algo especialmente complejo en el marco de nuestra sociedad y suscita la cuestión
del lugar y el carácter de los principios, crucial en el debate filosófico jurídico24. Como ya se ha señalado, la transformación
de la sociedad es lo que hace que el derecho evolucione; que los valores y las actitudes se modifiquen lleva implícita la
idea de cambio y no la de retorno.
DEONTOLOGÍA PROFESIONAL
Ejemplo interesante de la demanda ética lo constituyen las múltiples propuestas de moralización profesional, para dotar
a ciertas actividades de códigos de conducta propios. Son clásicos los códigos deontológicos de los Colegios
Profesionales25, principalmente los ya mencionados de médicos, abogados y, más recientemente, de los periodistas.
En los códigos deontológicos se incluyen normas de conducta que también se encuentran en los textos legales y que por
lo tanto obligan jurídicamente. Se trata de supuestos en los cuales - además de los imperativos de la propia conciencia
individual- existe una doble sumisión a la norma: en tanto que perteneciente al colectivo profesional debe observarse una
conducta ética prescrita por el mismo, cumpliendo con su código deontológico; en tanto que ciudadano deben observarse
las leyes, que obligan jurídicamente. Ante el Colegio la infracción del código deontológico puede dar lugar a una sanción
corporativa, ante los Tribunales deberá decidirse sobre las vulneraciones de la ley, como en el caso de cualquier otro
ciudadano.
Distintos Colegios Profesionales están elaborando conjuntos de normas de ética profesional, o bien se hallan en trance de
modificar sus antiguos códigos deontológicos. En ocasiones, a la anterior designación de "código deontológico" se prefiere
la de "normas de ética"; quizás para tratar de reflejar la aspiración de abordar la ética profesional como aplicación de una
ética general de contenidos democráticos y pluralistas; como algo opuesto a una normativa "deontológica" entendida de
manera corporativa y cerrada. Pese a ello, mantener la terminología de normas deontológicas y tratar de superar las
connotaciones peyorativas de la expresión parece una opción más acorde con el carácter que ese tipo de códigos tiene.
Por varias razones: en primer lugar porque es la nomenclatura habitual y consolidada en nuestro país -como en los demás
del área romano germánica-. A favor del cambio deberían señalarse "buenas razones"; las de carácter etimológico son
débiles, además de discutidas entre la propia comunidad científica.
El mantener la clásica denominación es coherente por razones de más peso que la mera fidelidad a la tradición: las normas
deontológicas son algo que se sitúa más allá de ética. Suponen la positivación de un modelo ético que un determinado
colectivo adopta como propio, -eligiéndolo entre otras posibles opciones-, y esa adopción implica un plus de
vinculatoriedad: ya no es la mera conciencia individual la que de forma autónoma adopta unas reglas éticas; el que
pretende elegir un modelo de conducta es el colectivo formado por los integrantes de un determinado colegio profesional
- en el cual la colegiación es por cierto obligatoria para poder ejercer la profesión-.
Quizá sea bueno recordar aquí cuál es el lugar de las normas deontológicas en la jerarquía de las distintas clases de normas
que rigen nuestra conducta: constituyen algo más vinculante y sancionador, -desde un punto de vista externo-, que las
normas morales y menos que el derecho. Hay que tener en cuenta que este problema previo es a la vez recurrente: incluso
se establece en algunos textos que sus destinatarios deben anteponerlas a las propias normas jurídicas. Pero, es que es
precisamente la Constitución la que propugna como valores superiores del ordenamiento la libertad, la igualdad y el
pluralismo, dedicando el Título 1 a los derechos y deberes fundamentales, a la protección de la dignidad humana, el libre
desarrollo de la personalidad y el respeto a los derechos de los demás.
Los Derechos Humanos, pues, constituyen a la vez las bases jurídicas y el mínimo ético irrenunciable sobre los que deben
asentarse las sociedades occidentales.
La anterior afirmación es central para establecer pautas de conductas asumibles para todos, independientemente de la
fundamentación de que se parta. No constituye ninguna sorpresa afirmar que estamos viviendo una revolución biológica,
social y política, acompañada de un cambio completo en la consideración del papel de la ética en el conjunto de la sociedad
y en las distintas profesiones. Las nuevas circunstancias se derivan, en gran medida, de la repercusión de los nuevos
descubrimientos en las viejas concepciones de la vida, de la muerte y de lo que significa el ser humano. Los avances
biotecnológicos acarrean cambios en el pensamiento ético y tienen enormes implicaciones en el ámbito de la política y en
el del derecho. El funcionamiento del sistema democrático exige que los temas fundamentales del debate no sean
decididos por grupos de expertos sino que todo el conjunto de la sociedad se enfrente con decisiones que antes estaban
reservadas sólo a grupos minoritarios, al "destino", o a la divinidad. "Para bien o para mal, las generaciones presentes -las
que ahora tienen el poder y las que todavía están en la escuela- tendrán que tomar decisiones en sus opciones para el
futuro...¿cómo deberíamos responder como sociedad a los problemas con implicaciones morales cuando no se nos
presentan soluciones éticas claras?".
Quizá haya que buscar precisamente en esta pregunta la razón del avance de la ética en la sociedad actual. Los temas que
preocupan a la colectividad y a los científicos se extienden más allá de las preferencias individuales: las preguntas sobre
política social y legislativa exigen respuestas conjuntas, multidisciplinares: teóricos de la ética, juristas, profesionales de la
medicina, políticos, teólogos y cada uno de los ciudadanos, que en un sistema democrático son quienes tienen que tomar
las decisiones, cuyo acierto depende en gran medida de la calidad de la discusión pública que las precede.
¿Quiere todo esto decir que todo profesional precisa de un código ético específico, confeccionado por los pontífices de su
propia disciplina? En principio no es así necesariamente. Un profesional de cualquier especialidad, en particular de
aquellas cuya actividad signifique colisión con la vida y la intimidad de otras personas puede fijar en el respeto a los
Derechos Humanos el límite ético a su actividad científica, de la misma manera que, en sus respectivas esferas de
actuación, deben hacerlo el Estado y cualquiera de los ciudadanos. y hay que señalar que ese límite no es una genérica
patente de corso, sino que en el Estado de Derecho la salvaguarda y la promoción de los Derechos Fundamentales está
claramente instituida por las leyes. Y establecida en normas como las que regulan el tratamiento de los datos y su
confidencialidad; el respeto al honor y la intimidad personal; las reglas relativas al consentimiento informado; la referentes
la libertad de dar y recibir información, y cuantas demás puedan incidir en el campo de su actividad profesional.
Pero, pese a la anterior afirmación, es preciso convenir en que la coexistencia de diversos sistemas de normas -
deontológicas, jurídicas, éticas- regulando las conductas contribuye a la creación de un entramado regulador que
coadyuva a la cohesión y garantiza la existencia de un control social realizado a distintos niveles. Por ello puede
considerarse deseable la existencia de normas de deontología profesional que colaboren a la tantas veces reclamada
articulación de la sociedad civil.
CÓDIGOS DEONTOLÓGICOS
Los códigos deontológicos, denominados también de práctica o ética profesional, se presentan como documentos en los
que se describen los diferentes criterios, normas y valores que formulan y asumen quienes llevan a cabo una actividad
profesional.
Como base para hablar de la existencia de un código deontológico a lo largo de la historia se parte de dos supuestos:
1. La capacidad cultural de codificar normas de conducta. Se remonta al surgimiento de las grandes civilizaciones de la
Antigüedad.
2. La existencia de una actividad profesional que se plantee las normas morales propias de esa actividad.
5. Un instrumento para garantizar el compromiso social que tienen para la ciudadanía, titulares del derecho a recibir
información veraz
CARACTERÍSTICAS
La deontología tiene como característica que se divide entre un sentido amplio y un sentido estrecho.
Sentido Amplio: Conjunto de todas las normas legales, estatutarias y convencionales, además de los principios y
costumbre tenidos como de general aceptación en la profesión. Es decir, la deontología engloba todas las normas. Entre
los legales estarían los estatutos profesionales y los convenios colectivos de trabajo.
Sentido Estricto: Conjunto sistemático de normas, usos, principios y deberes que no van a estar respaldados por
ninguna sanción legal, sino por una aceptación voluntaria de unos profesionales. Reglas del buen hacer profesional o
normas que pueden someter a determinados profesionales.
Una característica fundamental de la deontología profesional es que tiene un fuerte componente de autorregulación,
entendida en un sentido colectivo. Se trata de una interiorización de las normas propias de la profesión.
1) Formularse negativamente de la forma "no harás" o mediante prohibiciones. Aun cuando parecería
teóricamente posible transformar las exigencias deontológicas que se formulan como prohibiciones en
prescripciones manifiestamente "positivas" (por ejemplo el mandato "no mientas" en "di la verdad", y "no dañes
a un inocente" en "presta ayuda a quien la necesita"), los deontólogos consideran que las formulaciones
positivas no son equivalentes a (ni se desprende de) las negativas. (Lea éxodo 20, 1-17).
Según el deontólogo, aunque es evidente que mentir y faltar a la verdad, o dañar y dejar de ayudar, pueden
tener las mismas consecuencias adversas, y resultar del mismo tipo de motivaciones, "mentir" y "faltar a la
verdad" no son actos del mismo tipo, como tampoco "dañar" y "dejar de ayudar". Como lo que se considera
malo son tipos de actos, una exigencia deontológica puede prohibir mentir y permanecer en silencio en un tipo
de acto "supuestamente" diferente pero muy afín, a saber, el faltar a la verdad. Dice Uried: En cualquier caso, la
norma deontológica tiene límites y lo que está fuera de esos límites no está en absoluto prohibido. Así mentir es
malo, mientras que no revelar una verdad que otro necesita puede ser perfectamente permisible pero ello se
debe a que no revelar una verdad no es mentir (Fried, 1978, págs. 9-10).
2) Las exigencias deontológicas no sólo se formulan negativamente (como prohibiciones) sino que además se
interpretan de manera estrecha y limitada. Esto es decisivo, pues diferentes concepciones del alcance de las
exigencias deontológicas o diferentes concepciones sobre lo que constituyen tipos de actos diferentes
obviamente darán lugar a comprensiones muy diversas de las obligaciones y responsabilidades de los agentes.
3) Las exigencias deontológicas tienen una estrecha orientación: se asocian estrechamente a las decisiones y
actos de los agentes más que a toda la gama de consecuencias previstas de sus elecciones y actos. Como dice
Nagel, "las razones deontológicas alcanzan su plena fuerza como impedimento a la acción de uno y no
simplemente como impedimento a que algo suceda" (1986, Pág. 177).
CLASIFICACIÓN DE DEONTOLOGÍA
1. Deontología Médica: Conducta médica en relación con la sociedad, los enfermos, los colegas y auxiliares de medicina
y res- pecto de la experimentación científica, las consultas, las juntas médicas, la eugenesia.
2. Deontología Gremial: Aspectos económicos, sociales, laborales de los miembros de la profesión médica.
3. Deontología Médica Universitaria: Derechos y obligaciones de docentes y alumnos de la carrera médica de pregrado y
de posgrado, las normas que se deben de seguir en hospitales, escuelas, salas, cátedras.
4. Deontología Médica Jurídica: Cuestiones de moral médica que tienen correlación en las leyes vigentes del país.
5. Deontología informativa: También por Francisco Vázquez: Conjunto de normas profesionales mínimas y clarividentes
que regulan la conciencia profesional del informador basadas en la veracidad y en la responsabilidad profesional con un
cierto sentido utópico de aspirar a lo deseable como mejor. Exige un constante proyecto de perfeccionamiento
profesional.
6. Deontología Contable: es una asignatura de naturaleza teórico práctico que busca desarrollar las capacidades de
comprensión sobre la naturaleza de la Deontología Contable y permite que el estudiante valore el comportamiento
humano del profesional Contador Público en sus aspectos Ético-Moral y Legal; vale decir la ética como elemento
consustancial del quehacer profesional así como los aspectos legales que rigen el quehacer del Contador Público. Por
estas razones se le considera como un curso en formación humanístico profesional, orientado a formar una sólida escala
de valores en los estudiantes de tan noble profesión.
IMPORTANCIA DE LA DEONTOLOGIA
Porque no se puede vivir sin moral, es decir, sin una regla moral a que se sometan nuestras acciones. Es ella la base de
nuestras relaciones con Dios y la vía por donde discurren nuestras relaciones entre los hombres.
La deontología es de sumo interés para el mundo profesional, y en concreto, para profesiones que comparten una
elevada responsabilidad social (médicos, abogados, , contadores, docentes, terapeutas, psicólogos, servidores públicos.)
La deontología busca un equilibrio entre un determinado estilo moral ( lo que antes denominábamos ethos o carácter
moral) y un alto nivel de profesionalismo técnico-científico. Esta doble dimensión ha de tratarse con armonía y equilibrio
para una mayor dignificación de la profesión.
En la práctica, los códigos de ética profesional en nuestro país, son elaborados por los Colegios de Gremios de
Profesionales, por Instituciones Públicas, Asociaciones Públicas y Privadas etc. que, son reconocidas como
“corporaciones de derecho público y privados, amparados por la ley y reconocidas por el Estado, con personalidad
jurídica propia y plena capacidad para el cumplimiento de sus fines, entre los que se encuentra la ordenación del
ejercicio de las distintas profesiones”.
En la ordenación del ejercicio profesional los códigos han venido cumpliendo una triple función:
1. Fijar una serie de criterios de carácter científico-funcional para el ejercicio de la profesión, con el objetivo de dar
operatividad y eficacia a las actividades ejercidas en el ámbito cubierto por las normas establecidas.
2. Refundir orientaciones éticas para el ejercicio de la profesión y plasmarlas en códigos de deontología profesional
3. La posibilidad de imponer sanciones disciplinarias a los colegiados, asociados, servidores públicos de las distintas
instituciones que incumplan los dictados de los códigos deontológicos.
Esta función tiene la singularidad de conferir a éstos relevancia jurídica gremial e institucional, lo que otorga a la
deontología ciertas coincidencias con el Derecho en lo que se refiere a la utilización de un procedimiento judicial,
aunque realizado por autoridades profesionales en vez de por jueces.
Bibliografía
http://es.wikipedia.org/wiki/Deontolog%C3%ADa_profesional
https://definicion.de/deontologia/