Sherlock Holmes y El Caso Del Mandil Francmason
Sherlock Holmes y El Caso Del Mandil Francmason
Sherlock Holmes y El Caso Del Mandil Francmason
Y EL CASO DEL
MANDIL FRANCMASÓN
2
JUAN ANTONIO ESPESO GONZÁLEZ
SHERLOCK HOLMES
Y EL CASO DEL
MANDIL FRANCMASÓN
SERIE AMARILLA
[LITERATURA]
3
Sherlock Holmes y el caso del mandil francmasón
Juan Antonio Espeso González
editorial masonica.es®
SERIE AM ARILLA (Literatura)
www.masonica.es
© 2015 EntreAcacias, S.L.
© 2015 Juan Antonio Espeso González
EntreAcacias, S.L.
Apdo. de Correos 32
33010 Oviedo - Asturias (España)
Teléfono/fax: (34) 985 79 28 92
info@masonica.es
1ª edición: junio, 2015
ISBN (edición impresa): 978-84-944115-1-9
ISBN (edición digital): 978-84-944115-2-6
EDICIÓN DIGITAL
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mencionados puede ser constitutiva de delito contra la
propiedad intelectual (arts. 270 y ss. del Código Penal).
4
A los Holmesianos.
A los investigadores y detectives de sí mismos.
A quienes buscan las respuestas
sin esperar a que se las den otros.
5
R:.H:. Ivo Pino Ramos
CAPÍTULO 1
¡COMIENZA EL JUEGO!
«Life is infinitely stranger than anything
which the mind of man... The game is afoot.»
Las aventuras de Sherlock Holmes
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literatura y el cine. Claramente se le fue de las
manos. Creció mucho más de lo esperado. En fama,
en el tiempo. Se escapó de las páginas y dio el
salto a los escenarios, al cine luego, a la leyenda.
Tal fue así que, harto del agravio comparativo entre
personaje y autor, el mismo escritor decidió
matarlo y hubo de resucitarlo en la ficción ante la
oleada de quejas que se dio por todo el mundo.
A principios del invierno de 2013 los medios se
hicieron eco tímidamente de la aparición de una
aventura inédita protagonizada por el universal
detective inglés. Dos meses después yo solicitaba
mi ingreso efectivo en los «Irregulares de Baker
Street» y en el primer grado de la masonería en la
Logia de Estudios Conan Doyle de Londres. Lo que
me sucedió entre ambas fechas, que fue la causa de
aquellas consecuencias, hoy queda reflejado en
estas páginas en las que dejo así constancia de
aquellos hechos y de la conexión que encontré
1
entre ambos mundos .
Pero vayamos por orden y empecemos desde el
principio. Mi nombre es Duncan Frazier. Acabo de
terminar mis estudios de periodismo en la Facultad
de Chethalm. Vivo actualmente en Londres donde
trato de abrirme paso en el mundillo editorial
publicando por encargo aquí y allá. Es la energía
de mis 23 años la que me permite este estilo de
vida. Por aquellos días recibí una de esas ofertas
de trabajo como freelance. Se trataba de viajar a
Escocia y hacer un par de entrevistas al supuesto
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propietario del manuscrito encontrado. Sondear la
veracidad del dato y escribir un reportaje sin
pretensiones. La idea me atraía porque me permitía
volver a casa a saludar a mis padres a gastos
pagados. Quien me contrataba, una venerable
revista literaria llamada Beeton’s, no pagaba
mucho por tratarse de una pequeña publicación de
tirada humilde. Yo, por mi parte, jamás había leído
ni una sola línea de las correrías del sabueso y
únicamente tenía de él referencias por las películas
antiguas en las que aparecía con su enorme pipa, su
lupa, su capa de paño y su gorra de cazador
acompañado del fiel Watson. Lo mismo o menos
sabía entonces acerca de la francmasonería, a la
que imaginaba como una especie de club elitista,
obsoleto y ridículo, formado por viejas glorias
nostálgicas de pasados coloniales. Recordaba solo
haber pasado alguna vez, sin la menor curiosidad
por entrar, junto a su templo principal en una de las
calles cercanas a Covent Garden. Poco podía
imaginar el efecto vertiginoso de atracción que
ambas realidades iban a operar en mí al poco
tiempo a medida que fuera avanzando en mi
investigación. Descubriría que cada una por su
parte ya eran por si mismas suficientemente
magnéticas, y que juntas, por la vinculación que fui
encontrando, eran un coctel hipnótico que me llenó
plenamente en más de un aspecto.
La noticia apareció sin mucha repercusión,
excepto para la comunidad mundial sherlockiana,
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en breves y recuadros menores escondidos de
muchos periódicos. Fue nota de agencia de prensa
y por ello los textos eran prácticamente los mismos
en todos ellos. Al parecer mientras se revisaba y
hacía inventario de una herencia familiar de
Edimburgo los herederos habían dado con lo que
parecía ser una aventura inédita de Sherlock
Holmes. Los primeros análisis grafológicos y
opiniones de expertos daban consistencia al
hallazgo. Sus afortunados poseedores empezaron a
frotase las manos con el valor estimado de un texto
así en forma de derechos de autor y nuevas
publicaciones. También los seguidores del mítico
personaje, que luego iría descubriendo que son
legión por todo el planeta, babearon
intelectualmente con la posibilidad de que fuera
real un nuevo caso hasta ahora desconocido de su
héroe.
La aventura en sí misma no daba para mucho. Se
trataba de uno de los relatos cortos en los que el
investigador era contratado para seguir la pista de
una persona fallecida en extrañas circunstancias.
Relacionaba la muerte con misteriosos rituales y
fórmulas, cosa que no debía ser inhabitual en sus
andanzas. La particularidad consistía en que por
primera vez hacía referencia expresa a la
francmasonería como fuente de los mismos y
ambientación necesaria para el misterio y la
aventura que debía rodear los hechos para
aumentar su atractivo. Posteriormente descubriría,
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a medida que me fuera metiendo de lleno en el
personaje y su autor, que no era la primera vez que
la orden era mencionada en las páginas escritas por
Conan Doyle, pero sí en la que ocupaba un papel
tan protagonista. Por lo demás quienes la habían
leído decían que no era uno de los mejores casos
en que el detective se viera envuelto.
Tomé un tren desde la estación de Paddington
para pasar en la capital de las tierras bajas un par
de días. Esperaba que ello fuera suficiente para
realizar mi investigación y visitar a mi familia.
Estaba equivocado como luego vería. Y así empezó
todo.
…
Las cosas no estaban bien en el sector. Un joven
recién licenciado tenía que buscarse la vida y
aceptar los encargos que fueran llegando. Es más,
yo era consciente de que tenía que volcarme en
cada uno de ellos, de que un artículo o un reportaje
suponían una oportunidad de ser leído o de
aumentar mi currículum de colaboraciones. Debía
hacerlo lo mejor que pudiera para no dar mala
impresión y abrir la puerta a futuras llamadas o a la
soñada oferta de un trabajo más estable. Aunque el
tema, como era el caso, no me llenara precisamente
de regocijo ni me apasionara. Por ello me había
aprovisionado para el viaje con varios libros que
me podían ayudar a documentarme y entrar en
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materia en una visión aérea de aproximación que
me permitiera no parecer el ignorante que sobre la
cuestión era. Durante el trayecto no los abrí. A
ratos, según me iba apeteciendo, hacía consultas
por Internet para resolver dudas concretas. Las
primeras fueron sobre la noticia misma de la
aparición del texto desconocido hasta la fecha.
Había ideado ambientar mi artículo en los aspectos
colaterales relacionados con el hallazgo; la
situación familiar, la cuestión de los derechos de la
herencia, etc. Agotada esa vía en cuanto a enlaces
relacionados y tras una pequeña siesta con la
pantalla en mi regazo desperté, y soñoliento aun,
empecé a leer alguna cosa ligera en la Wikipedia
sobre el personaje, su profesión, los casos más
conocidos, el autor, la época. Así descubrí por
ejemplo que las obras completas de Doyle que
tienen al detective como protagonista son llamadas
en el mundillo «El Canon», y que no es tan grande
como cabía esperar para la fama del sujeto en
cuestión. También conocí de la existencia de
multitud de foros especializados de fanáticos de
sus aventuras que me podían orientar y ayudar en
mis particulares pesquisas. Supe de este modo que
los más puristas renegaban incluso de aquella
imagen estereotipada de Holmes que a todos nos
viene a la cabeza al mencionar al personaje, y que
incluso le ha dado encarnación en la estatua junto a
la que había pasado a veces sin preguntarme más
en las cercanías de la estación cercana a Baker
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Street en Londres. Ese hombre delgado y alto, con
mirada inquisitiva, que parece proyectarse hacia
adelante envuelto en su capa y tocado por su
celebérrima gorra de cazador decimonónico de
ciervos, mientras sujeta firme su cachimba enorme
en la mano. Supe gracias a la red de redes que esa
era una artificiosa vestimenta elegida por uno de
los primeros actores que le dieron vida en un
escenario a principios de siglo XX para ambientar
su personaje, pero que Doyle jamás lo había
caracterizado de ese modo en sus textos. Igual que
me enteré sorprendido de que la frase que se había
convertido en icónica, aquel «Elemental querido
Watson», nunca había salido de sus labios, y que el
famoso 221B, la dirección en que había ubicado su
base de acción, no había existido realmente y sin
embargo durante decenas de años, y aún hoy en día,
sigue recibiendo correo dirigido al detective.
Encontré incluso referencia a uno de los grupos
más extremos de seguidores que rechazaban los
escritos posteriores a determinada fecha
acusándolos a ellos y a su autor de comerciales en
exceso e incluso dudando de que fueran del propio
Conan Doyle. Se trataba de aquellos casos en los
que había empezado a aparecer su némesis y
archienemigo, Moriarty, como inteligente recurso
folletinesco del autor. Se trataba de estetas
rigoristas enamorados de Irene Adler, «La mujer».
A la única que reconocían como verdadero alter
ego del misógino Holmes.
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Llegado a Edimburgo me dirigí al hogar paterno
donde pensaba alojarme aquellos dos días para
ahorrarme las dietas que me había pagado la
revista en metálico antes de mi salida. Había
ocultado interesadamente el hecho de disponer allí
de alojamiento. Mi madre, enterada de mi llegada,
me tenía dispuesta mi habitación de niño y mi cena
favorita. Hechos los saludos familiares, puestos al
día de las últimas novedades, entregados los
regalos que traía de la City a todos y tras llamar a
mi pareja, Sally, en Londres para decirle que había
llegado bien y darle un beso de buenas noches,
cogí uno de los libros que había sacado antes de
salir de la biblioteca y me dispuse a un buen paseo
por la Royal Mile y sus callejuelas adyacentes,
llenas de patios en los que esconder un pub.
Siempre había sido uno de mis lugares favoritos de
la ciudad. Entré así en uno de mis preferidos; la
«Old Tavern». Sonaban gaitas de fondo. Había
música suave en directo. Pedí una pinta y me
arrellané en un rincón bajo una luz que me
permitiera leer. Buscaba en esas páginas
información sencilla y comprensible sobre la
francmasonería para ambientar mi reportaje dado
que aquello era lo que confería al hallazgo su
personalidad propia además del hecho de ser una
aventura inédita hasta la fecha del detective
consultor más famoso de todos los tiempos.
Tampoco era Edimburgo mala ciudad para
documentarme sobre ese tema. La orden masónica
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tenía en aquella ciudad gran abolengo y rasgos
propios. Me enteré de hecho de que uno de sus
ritos más extendidos era el «Escocés» y de que allí
se iniciaba una de las ramas más esotéricas de esta
organización que pretendía entroncarse con los
templarios huidos de la persecución a la que el
papado les había sometido desde Francia en los
años más oscuros de la edad media. Todo era para
mí una sorpresa y novedad en ambos temas dada mi
ignorancia previa sobre los mismos. A la luz de
aquella lámpara de pared y bajo el amortiguado y
ciertamente hipnótico ritmo de las gaitas y violines
del local, acompañado del efecto de varias pintas
de cerveza, todo hay que decirlo, hice mi primera
aproximación profana a los misterios y secretos de
la francmasonería que había servido de excusa a
Conan Doyle para su relato recién descubierto. De
este modo conocí sus orígenes, historia y
evolución, sus ceremoniales y símbolos... Al
menos aquellos que no estaban vedados al gran
público, pues pronto supe que uno de los elementos
que más misteriosa hacían a la orden era
precisamente el secretismo de sus rituales, sus
palabras secretas, los saludos y señas de distinción
entre sus miembros, etc. Buen material para
cualquier escritor me dije simpatizando con Conan
Doyle desde la distancia de más de un siglo. Caí
entonces en que el propio autor podía haber estado
sentado en aquella misma bancada en la que yo
estaba ahora. Éramos convecinos, si tal tratamiento
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puede aplicarse a personas que han nacido y vivido
en la misma ciudad pero en distintas épocas. Con
ese pensamiento en la cabeza y el gusanillo de lo
que había leído me retiré a la casa de mis padres
dispuesto a levantarme pronto a la mañana
siguiente para empezar mi investigación en serio.
Llovía en la oscuridad iluminada por la hilera de
farolas de la calle. Mi cerebro estaba embotado
por el cansancio del viaje y la cerveza trasegada en
mi regreso al hogar. Volver a Escocia siempre tuvo
un especial efecto para mis sentidos.
En los adoquines mojados brillaba la luz
reflejada. Estaba en casa.
…
De mañana sonó el despertador que me había
puesto con toda la intención en previsión de que la
resaca interrumpiera mi disciplina de trabajo.
Tenía que tomármelo en serio si quería dar buena
impresión en la nueva revista. Me había diseñado
un plan de trabajo intenso para aprovechar los días
que iba a dedicar al reportaje y poder así volver
cuanto antes a Londres a seguir con los diez frentes
que tenía abiertos en mi existencia. Nada parecía
anunciar en aquel primer día que, como siempre,
los planes son para que los imprevistos nos los
rompan, y que mi cálculo inicial de los días
necesarios para documentarme y escribir mi
artículo iba a quedarse corto por mucho. Pero no
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adelantemos acontecimientos.
Mientras me arreglaba la barba el espejo
devolvía la imagen del pelirrojo delgado, alto y un
tanto desorientado en aquella fase de su vida que
yo era. Siempre había achacado a mis pecas sobre
la nariz y bajo los ojos que la gente no me tratara
demasiado en serio. Me daban aspecto infantil y
aniñado. Poco adulto e insuficientemente serio. Por
ello había tratado de ocultarlas con una barba
poblada que transmitiera más edad, pero había sido
peor. El cobre vivo que enmarcaba mi rostro no
contribuía a ello. Hacía años que ya era tarde para
trastocar mi apariencia. Ya me había acostumbrado
a esa y era perezoso para los cambios. Y lo que era
más importante; ya había acostumbrado a los
demás a la misma. Mirando aquellos ojos aun
adormilados recordé el pasaje de un sueño que
había tenido esa noche. Me hallaba en una casa
desconocida, enorme, una verdadera mansión
antigua llena de puertas que daban a habitaciones
gigantescas. Buscaba algo y no hacía más que abrir
una tras otra para mirar en su interior. Solo
asomaba la cabeza y al estar seguro de que no era
la indicada seguía mi pesquisa hasta la siguiente. Y
así una tras otra. Interminablemente. Me dio por
pensar aquella mañana que en eso había consistido
hasta la fecha en realidad mi vida. Una continua
búsqueda de algo que desconocía, pero que tenía
que encontrar impulsado por una fuerza que me
movía indefectiblemente a ello. Una constante
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sensación de insatisfacción, de frustración ante lo
que iba encontrando. Como si no la realidad fuera
de mi talla. Como si hubiera algo esperándome en
algún lugar que se adaptaría a mí como un guante
cuando lo hallara. ¿Qué otra cosa había sido si no
aquella percepción durante mis estudios de que me
faltaba algo? ¿Por qué me había pasado todo aquel
periodo picando aquí y allá, en cuanto club
literario o tertulia filosófica conocía?
Decepcionado de no encontrar respuestas a mis
inquietudes espirituales y a mis dudas. Y sobre
todo con aquella extraña idea que tanto se repetía
en mi cabeza de una soledad curiosa entre la
multitud y el tráfago. Deseoso más que de ninguna
otra cosa de encontrar almas afines en esa
búsqueda. Lo mío con Sally hacía aguas
precisamente por ese motivo. Era perfecta.
Preciosa. Inteligente. Pero no una de aquellas
almas que buscaba con las que conversar en el
mismo canal aun sin palabras.
Cambié todos aquellos pensamientos por el
desayuno que mi madre me tenía preparado sobre
la mesa de la cocina. Leí un poco de prensa en la
tablet y aproveché para dejar varias preguntas en
algunos foros especializados de ambos temas.
También chatee un rato con Sally comentándole
todo lo que tenía pensado hacer ese día e
interesándome de manera un poco artificiosa por
sus planes mientras pensaba que algún día debía
reunir el valor para dejarla y sobre todo para
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decírselo. En la redacción me habían dado la
dirección y teléfono del afortunado descubridor del
hallazgo que me había traído de vuelta a mi tierra
así que esperé una hora prudencial y llamé para
tratar de concertar una cita. Una voz grave atendió
mi llamada. Se trataba de Ryan McKenzie, un
jubilado que disponía de todo el tiempo del mundo
para atenderme y que tras oír de qué se trataba se
ofreció a invitarme a su casa para que lo
entrevistara. No gustaba de tomar el té pero le
acomodaba un whisky a media tarde tras la comida.
Así quedamos. El lugar estaba un poco apartado
así que necesitaría que mi padre me prestara la
vieja motocicleta con la que yo había hecho de
chaval mis excursiones por los alrededores.
Imaginaba que aún recordaría cómo se conducía.
Con ese tema cerrado seguí mi plan de
documentación, que pasaba por visitar en el casco
de la parte vieja de la ciudad el museo de Arthur
Conan Doyle y un templo masónico abierto al
público que estaban cerca uno del otro. Pasaría la
mañana en el centro y me llevaría la moto, comería
algo por allí y desde donde estuviera iría al cottage
del Sr. McKenzie luego. Así que cogí mi bolsa con
el iPad, mi libro y mis notas, me la crucé en
bandolera por el pecho y la cadera, me despedí de
mis padres y salí. La moto todavía respondía a mis
torpes recuerdos. Callejee mirando aquí y allá los
locales y comercios que habían cambiado de
nombre o de destino en los años que hacía que no
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volvía a disponer de la serenidad y el tiempo para
pasear por Edimburgo tranquilamente.
La visita al Museo que en la ciudad se dedica al
autor de los relatos de Sherlock Holmes como
vecino famoso no me aportó gran cosa. Una serie
de paneles y mostradores con objetos de uso diario
de la época y fotografías en blanco y negro en
marcos victorianos. Tan solo me llamó la atención
una extraña alusión que me sorprendió y de la que
tomé nota con intención de profundizar en ella un
poco más adelante. Al pie de uno de los retratos se
leía: «R.·. L.·. Phoenix nº 257 South Sea,
Hampshire. Iniciado el 26 de enero de 1887».
En torno al medio día me hallaba ante el número
34 de la calle Blackwatch Rgt. que sirve de portal
al Templo Masónico de la Logia Perseverancia.
Sobre la arcada un pretencioso frontón triangular
con las crípticas siglas A L.·. G.·. D.·. G.·. A.·.
D.·. U.·. anunciaba que el visitante entraba en un
recinto peculiar. Un cartel sobre un trípode
informaba de las horas de visita al templo y los
precios por persona, así como las fechas de los
«trabajos», en cuyas horas no se podía hacer el
recorrido. Aquello parecía no interesar mucho a
nadie. Estaba solo por lo que después de comprar
mi ticket al sujeto que estaba tras la ventanilla este
se ofreció a cerrar el puesto para acompañarme y
responder a mis preguntas. Ian, que así se llamaba,
despertó mi simpatía desde el primer momento. Se
trataba de un vejete bajo y dicharachero. Me
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sorprendió su desparpajo, quizás fruto de sus ganas
de conversar en la interrupción de su soledad. Pero
más aún me sorprendió que me anunciara su
condición de miembro de la orden. No respondía a
la idea preconcebida que tenía en mi cabeza de
estas personas y que se acercaba más a la de gentes
serias y circunspectas, calladas tras su secretismo,
un tanto engoladas, elitistas y poco amigas de la
ironía socarrona que veía en los ojos brillantes, los
mofletes colorados y la risa franca, sonora y
desdentada de Ian. De su mano descubrí que no
todos los masones son profesionales liberales,
empresarios o anticuados títulos nobiliarios. Él
mismo era un funcionario de correos jubilado que
dedicaba ahora su tiempo a funciones de conserje
del templo-museo. Me enseñó durante nuestro
andar por las atestadas salas llenas de recargados
símbolos los principales iconos, herramientas de
construcción, joyas y arreos que usaban en sus
reuniones. Me explicó, «hasta donde te puedo
contar» fueron sus palabras, sus ceremoniales.
Respondió con una curiosa ilusión y afablemente a
mis preguntas sobre el porqué de esas «tenidas»
como ellos las llaman, de las causas que hacen que
alguien «llame a las puertas del templo» para
«iniciarse» como masón y acerca de lo qué se hace
en masonería, en qué consiste ser masón, etc. Me
interesó particularmente el punto de vista subjetivo
de un viejo francmasón sobre estas cuestiones que
iban saliendo una tras otra en animada
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conversación. En una actitud que era todo lo
contrario a lo que cabía esperarse de una sociedad
secreta. Siguiéndole por aquel lugar antiguo y
ahora iluminado se podía adivinar que no siempre
era así a la vista de la cantidad de velas a medio
gastar que por todas partes se veían. El ajedrezado
que pisaba se mostraba desgastado de decenas de
años de pasos. Los sitiales me hablaban de cargos.
Las columnas de la pared de tertulias interesantes
en voz queda y las prendas sobre las sillas
(collares, mandiles, guantes..) de extrañas fórmulas
y juramentos a media luz. No salí de allí, tras las
dos horas largas que pasé en el lugar, con una idea
clara de qué era realmente aquello, pero si con
varias ideas para mi artículo, unos cuantos
términos con los que dar veracidad y aire de
autenticidad al texto, y una sensación de interés
mezclada con curiosidad que hasta ese momento no
había tenido por aquella gente tan rara.
Deambulé un buen rato luego por la ciudad
terminando inconscientemente en el patio ante el
castillo tras subir la cuesta. Flanqueado por tiendas
para turistas llenas de souvenirs típicos de Escocia
en los que se podían adquirir objetos al triple de
precio que unas calles más abajo, me detuve bajo
el museo de la Linterna Mágica, en uno de esos
pubs en que tomar una pinta y un sándwich. El
lugar era perfecto para sentarme y ordenar mis
notas así que me senté a pesar de saber que iba a
pagar la cerveza y el bocado a precio de visitante.
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El paseo había sido agradable por los jardines
junto a las vías entre pintores y estudiantes de
bellas artes que en curiosa hilera ocupando la
escalinata hacia arriba plasmaban en sus lienzos el
paisaje de la ciudad en su vista más conocida.
Aquella era la misma población que en Agosto se
llenaba de gente con el Festival y que servía de
caja de resonancia al «tatoo» de gaitas de
regimientos venidos de todo el mundo. Pero ese día
era mi ciudad. La de la tranquilidad y el sosiego.
La de la llovizna fina que dejaba paso al sol a
ratos. Abrí mi tablet aprovechando que el local
contaba con wifi abierta, consulté mi correo y entré
en varios foros en los que a primera hora había
colgado mis peticiones de ayuda especializada.
Para mi sorpresa ya tenía varias respuestas que
atendí en orden. Averigüé de esta manera que
existían personas y movimientos organizados
contrarios expresamente a la masonería. Sin
saberlo había dejado mis preguntas en uno de ellos
y la agresividad de las respuestas, verdaderamente
furibundas en algunos casos, me hizo conocer esta
nueva realidad para mí desconocida hasta ese
momento. Me llamó la atención que gentes que yo
creía que hacían algún tipo de beneficencia social
y cuyos altos cargos eran conocidas personas de la
sociedad británica, familia real incluida, tuvieran
ningún tipo de enemigos más allá de quienes los
consideraran ridículos en sus anticuados rituales.
Pero estaba claro que era así. El tono de las
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intervenciones lo indicaba y en algunos casos se
hacían expresas referencias a bulas papales y
prohibiciones de ser masón para los católicos bajo
pena de excomunión o de pecado mortal. Tomé nota
para averiguar más sobre estas tendencias cuando
pudiera.
Sin embargo no habían acabado las sorpresas.
Una de las contestaciones ponía por primera vez en
conexión ambas esferas de mi investigación cuando
con tono absolutamente natural se citaba en una
relación de masones a Conan Doyle como hermano,
tal como es costumbre entre ellos. Aquella era la
primera prueba de una posible relación entre esos
dos mundos que yo había empezado a estudiar ese
día, un nexo entre Holmes y la francmasonería que
podía tener alguna relación con el relato hallado.
Recordé entonces la anotación que horas antes
había hecho en el museo y volví a leerla a la luz de
este nuevo descubrimiento. Ahí estaba. Indicaba
claramente la logia madre del escritor, la localidad
donde se ubicaba y su fecha de iniciación.
«Respetable Logia Phoenix nº 257 South Sea,
Hampshire. 26 de enero de 1887». El padre de
Sherlock Holmes había sido un francmasón.
Sin rehacerme aún de la sorpresa seguí abriendo
los mensajes que me habían enviado en respuesta a
mis solicitudes, y al hacerlo con el último de ellos
mis ojos se abrieron asombrados por la amenaza
que tenía ante mí.
23
CAPÍTULO 2
UN PROBLEMA DE TRES PIPAS
«¿Cómo diablos sabe Vd. que soy francmasón?
No insultaré su inteligencia diciéndole cómo lo he visto.»
La Liga de los pelirrojos
24
—. Pero pase hijo, pase. No se quede a la puerta.
Deduzco de su saludo que hemos mascado el
mismo polvo. ¿Dónde ha servido?
—Royal Higland Fusiliers —dije extendiendo mi
mano para acoger la que me tendía mientras se
encaminaba al interior de la casa.
—Ajá, los viejos «Princess Margaret´s Own»,
¿eh? —comentó en tono cercano—. ¿Infantería
mecanizada no es así?
—Efectivamente señor. En Glasgow y Ayrshire.
Orgullo de antigüedad regimental, como se dice —
apostillé guiñando un ojo—. ¿Y usted? O mejor
déjeme adivinar —seguí jugando a la vista de las
nuevas pistas que se desplegaban ante mi—.
¿Argyll and Sutherland Higlanders? ¿Infantería
ligera, verdad?
—Buen ojo soldado. Imagino que ha visto el
Sporran de cabeza de tejón en el vestíbulo —
repuso halagado.
—Su tatuaje ha hecho el resto Sargento —
subrayé.
—Jajajaja… muy cierto, el tatuaje, claro. Hace
tanto tiempo que está ahí que a veces olvido su
existencia ¿Estuvo en «tormenta del desierto» con
los Royal?
—No señor. Era demasiado joven aún. Pero sí
seis meses en Afganistán tras el periodo de
instrucción.
—Yo estuve en las Falkland tras cinco años en el
Castillo de Stirling acompañando al Pony que era la
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mascota del Regimiento, como allí decíamos —
subrayó, dejando claras las jerarquías— buenos
tiempos.
—Sí, señor. Aquello debió ser duro.
—Lo fue.
La complicidad había quedado así establecida.
Ya no éramos un joven extraño y un arisco
propietario temeroso de los entrometidos, sino dos
camaradas de armas a los que la edad asignaba
roles de maestro y alumno. Perfecto para mis
intereses. El lugar era apacible y muy británico. Un
cotagge con sus flores haciendo pasillo hasta la
entrada, ligeramente oscuro y pequeño una vez
dentro. Me vino a la cabeza la imagen de un
agujero Hobbit. Todo en aquel lugar hacía pensar
en un viudo retirado del ejército. Y hacía pocos
años de ambas cosas. Me ofreció sentarme junto a
una mesa baja en el salón cuya ventana daba al
jardín y sin preguntar siquiera me sirvió una copa
de Glenmorangie a la vez que se ponía la suya. No
me ofreció agua para rebajarlo ni me preguntó si lo
quería con hielo. Pensé que aquel tipo sabía lo que
se hacía en materia de whisky. Por un momento me
recordó las afables maneras de mi abuelo al hacer
precisamente aquellos mismos gestos años atrás en
un ritual similar antes de hablarme de mujeres y de
darme a probar mi primer whisky. También pensé
en todos los locales de moda en Londres donde se
estaba poniendo de moda últimamente servir la
copa de Gin Tonic con tanta parafernalia como la
26
ceremonia del té en Japón. Aquello me hizo sonreír
por un momento. Luego recordé a Sally y mi
cobardía con ella.
—Pues usted dirá soldado —dijo mi anfitrión
interrumpiendo el hilo de mis pensamientos—.
Entiendo que le interesa el relato de Sherlock
Holmes que he encontrado.
—Sí señor. Escribo un reportaje para una revista
de la City y quiero documentarme bien. Es mi
primer trabajo para ellos y me gustaría agradar —
comenté abogando sutilmente por su conmiseración.
—No serán problemas lo que encuentre en mí en
ese sentido, hijo. Usted al menos ha venido de
manera educada y sin prisas. Es de aquí y conoce
como tratar a la gente. No como ese engreído que
vino el otro día para rodar unas imágenes para la
BBC que me hizo sentir como invitado en mi
propia casa. Invadido por grandes pértigas, focos,
paraguas y cámaras. Pero dígame ¿Qué es lo que le
interesa? ¿por dónde quiere empezar?
—Empezaré por presentarme, si le parece bien.
Mi nombre es Duncan Frazier y me interesa
especialmente la forma en que el texto inédito llegó
a sus manos y todo lo que tenga que ver con él.
—Bien, Duncan. Como se habrá dado cuenta mi
esposa me ha dejado recientemente y ha sido este
hecho el que lo ha empezado todo —explicó—.
Tras el duelo inicial me dispuse a ordenar un poco
sus cosas para regalar algunas de ellas a nuestra
hija que reside en Aberdeen y a la que pensé que
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haría ilusión conservarlas. Durante estas gestiones
encontré una vieja caja con papeles pertenecientes
a la familia de mi mujer. Ya sabe. Cartas,
documentos... Y allí estaba. Envuelto
primorosamente para regalo, rodeado con un lazo
que había sido atado y desatado pocas veces.
Acompañaba una carta manuscrita del propio
Conan Doyle. Era una misiva privada e íntima que
no haría pública si no fuera por los años ya
pasados y su valor económico. No le ocultaré que
es lo que me mueve en este asunto. En ella el
escritor explica a la abuela de mi mujer lo
agradecido que había quedado por su compañía
durante una temporada y la acompaña por doce
páginas mecanografiadas. En la carta le dice que
ese es su regalo de cumpleaños para ella y la invita
a guardarlo con algo que parece una prohibición de
publicarlo durante su vida. Eso es todo. Nada de lo
que se pueda deducir ninguna situación
comprometida pero tampoco nada que deje cerrada
esa posibilidad. No sé si me entiende. Haga usted
lo que considere oportuno en esta cuestión. Lo dejo
a su sentido de la hombría y caballerosidad. Es
usted el profesional y sabrá dar a su artículo el
enfoque adecuado. Solo le digo que si va a ser uno
de esos que inventan historias sin base donde no
las hay para llenar tabloides amarillistas no será
todo lo que como periodista puede llegar a ser
¿Quiere ver el relato?
Mientras escuchaba seguía tomando mis notas y
28
en un primer momento no me di cuenta de lo que
acababa de oír, pero a los pocos segundos levante
la vista de mi cuaderno y miré a Ryan. Mis ojos
debieron demostrar asombro como me confirmaron
sus siguientes palabras.
—No. No se asuste. No lo tengo ya en casa —me
dijo al darse cuenta de mi cara de estupefacción—.
Desde que hice público el tesoro y fue verificado
por aquella legión de expertos lo deposité en una
caja de seguridad de una entidad bancaria. Me
permitieron quedarme con uno de los facsímiles
que imprimieron en color los de la Universidad.
Faltan varias páginas por no sé qué cuestiones de
la editorial que ha comprado los derechos. Para
que no circulen copias completas antes de tiempo o
algo así. Están trabajando duramente en la edición.
Me llevo un quince por ciento del total de las
ventas ¿Sabe? Mi abogado negoció bien, creo. Así
que soy el primer interesado en que el tema salga
de la mejor manera.
—Sería un inmenso placer —repuse—. No
quiero crearle problemas.
—Mientras no publique el texto que le dejo no
los habrá. Al menos entero. Es más, imagino que
dejar colar algunos párrafos a la prensa será una
buena publicidad —dijo guiñando un ojo—. Como
esas novelas que cuelgan en Internet el primer
capítulo para encelar al lector —afirmó mientras
incorporándose abría en cajón y sacaba una carpeta
de plástico transparente que me tendía—. Y no
29
estoy contraviniendo ninguna de las cláusulas que
he firmado en el contrato de confidencialidad con
ello. Lo único que le pido es que tenga cuidado en
su custodia. Hay intereses. Ya sabe.
Así que allí lo tenía ante mis ojos. El santo grial
de los fanáticos Holmesianos. Al menos su copia.
O mejor dicho una parte. Concretamente tres de los
doce folios. Los tres primeros. Presumiendo el
permiso de su dueño y mientras este paladeaba su
whisky leí aquellas palabras escritas a máquina
cien años atrás:
El caso del mandil masónico
Aquella tarde nos hallábamos abstraídos en
nuestras respectivas tareas con una actitud
cercana a la apatía y la desgana. Holmes
trajinaba con pereza entre sus tubos de ensayo.
Dejó a un lado la pipeta y me dijo:
—Watson, ¿sería tan amable de leer la reseña
que he rodeado con un círculo en el Strand de la
tarde y darme su opinión? Creo que podemos
estar ante una de esas rarezas que me saquen de
mi aburrimiento y le alegren a usted por evitarme
mi dosis diaria en solución al 7%. Mi pequeña
monografía sobre el tipo de corte de las uñas de
las manos según los oficios está casi terminada.
—No nos vendría mal algo de acción, ¿verdad?
Veamos —dijo el doctor mientras pasaba sus ojos
por las líneas que el detective consultor le había
indicado.
Al cabo de unos instantes depositando las
30
grandes hojas del rotativo sobre la mesa en que
Holmes estaba haciendo su experimento, Watson
dejó caer las lentes sobre el pecho colgando del
fino cordón y se dirigió a Holmes con cierta
sorna.
—¿No lo está diciendo en serio verdad? No
veo como esto puede suponer para usted acicate
alguno. Se resuelve por sí solo. Una muerte en
una reunión de amigos a puerta cerrada y en
presencia de todos ellos. Habrá sido por algún
tipo de ataque ¿Dónde está el misterio?
—Al contrario —dijo el investigador sin
levantar la cabeza de entre las probetas—. Ya
conoce mi opinión sobre algunos de los casos
con que ha tenido a bien sacar a la luz mi vida
privada ante el gran público. En muchas más
ocasiones de las que nos gustaría en lo
aparentemente ordinario se esconde lo«outré».
El delito más difícil de desentrañar no
está habitualmente en lo que directamente se nos
presenta como extraordinario sino en lo que se
hace aparecer como cotidiano. Con frecuencia
fuertes intereses operan para que lo insólito pase
desapercibido a ojos del gran público. En eso
reside el encanto del secreto. Sabe que a menudo
he acudido finalmente a lo fuera de lo normal,
pero solo cuando se trata de la única solución
posible que queda tras desestimar desde la razón
todas las demás.
—Pero, no me negará que esto no solo no tiene
absolutamente nada de extraordinario sino que se
baña de lleno en el terreno de lo banal, de lo
31
superfluo. Me extraña que usted precisamente se
haya venido a fijar en algo así.
—De algunos términos recogidos por el
periodista en su texto deduzco que nada va a
haber de ordinario en este caso precisamente. Si
no me equivoco pronto tendremos noticias que
harán que usted se arrepienta de sus palabras mi
buen doctor. Me temo que este pueda ser de
hecho uno de los casos más misteriosos y
literarios con los que hasta ahora usted y yo nos
hayamos enfrentado ¿Qué opinión le merecen las
sociedades secretas? ¿Y qué sabe de la
francmasonería? ¿Ha oído usted hablar de ella?
—preguntó el detective arrellanándose en su
asiento disponiéndose a rascar una vez más su
violín de aquella forma que tanto me irritaba. Y
así siguió sin dar importancia a las preguntas que
me acababa de hacer y me habían dejado con la
boca abierta—. ¿Me acercaría la babucha junto a
la chimenea para que me pueda preparar una
pipa con esa estupenda picadura que ayer llegó
de Trichinopoly? Ah, ¿qué le decía?
En ese momento el sonido de una tropilla de
haraganes sonó en las escaleras a la vez que la
voz de la señora Hudson que trataba de
impedirles el acceso. Luego una pequeña
patrulla de harapientos mendigos infantiles se
desparramó por la sala aprovechando que la
puerta estaba entornada simplemente. En un
momento y con marcial disciplina se situaron en
posición de firmes y fue Wiggins quien habló en
nombre de todos.
32
—Su encargo ya está cumplido señor Holmes.
—No me dirá usted que hay en todo Londres un
regimiento más valiente que mis irregulares de
Ba-ker Street, ¿no es cierto Watson? Sus
compañeros en Afganistán habrían agradecido
aquel día en la batalla de Maiwand contar con
estos pillastres para robar al enemigo sus Jezail
antes de entrar en combate ¿No cree? Quizás así
su cojera hoy no le resentiría. Bien… bien...
Gracias Wiggins. Aquí hay un soberano por las
molestias —dijo mientras en un solo gesto se
levantaba enérgicamente quitándose el batín a la
vez que lanzaba al aire la moneda que el pilluelo
cogía ágil—. Haga el favor de acercarme mi
sombrero Watson y coja usted el suyo. Ah..., y
esa pistola suya de reglamento. Puede que nos
venga bien algo de ayuda. El juego comienza.
Levanté entonces mi mirada hacia Ryan, quien me
miraba interesado.
—Y bien, ¿qué opina? —me preguntó.
—No soy muy aficionado a las aventuras de
Sherlock Holmes —le contesté—. Si he de serle
sincero acabo de conocerlo, como quien dice, hace
varios días nada más. Siempre tuve la impresión de
que era literatura de evasión para jóvenes más que
otra cosa. En todo caso si los expertos lo han dado
por bueno avalando la autenticidad de la autoría no
soy quien para llevarles la contraria ¿Ha leído el
resto del relato? ¿Le permite su contrato hablar del
argumento? ¿Qué papel juega en el mismo la
33
masonería?
—Sí. Lo leí. Como todos los relatos cortos de
Sherlock Holmes se leen de una sentada. Me hizo
recordar mi juventud, cuando leía sus aventuras por
primera vez. Nunca fui uno de esos auténticos
obsesos por el personaje pero seguramente en
algún momento u otro haya leído la mayor parte de
las historias o las haya visto en la televisión.
Recuerdo una serie de la BBC de los años 80
realmente buena. La protagonizaba Jeremy Brett —
divagó—. Pues hasta donde puedo contarle se trata
de un asesinato que se lleva a cabo en una logia
masónica clausurada a cal y canto durante sus
rituales. Un caso típico de «habitación cerrada».
Nadie entra. Nadie sale. Hay hasta uno de los
oficiales de la logia que guarda las puertas para
que ello no pueda suceder sin su permiso. Y no ha
visto a nadie entrar ni salir por lo que el asesino ha
de estar dentro y ser uno de los hermanos
francmasones. La falta de iluminación y la
presencia de espadas en el templo favorece el
crimen. Lo curioso es que no se puede empezar a
llevar a cabo ninguna ceremonia masónica sin que
todos los presentes lleven puestas sus vestiduras y
sobre todo su mandil y sus guantes. El presidente
de la asamblea, o como se llame, se asegura de
ello antes de empezar… y sin embargo cuando
llega Holmes falta el mandil del fallecido, que es
uno de los hermanos más conocidos del taller.
Watson y su compañero son llamados en la
34
esperanza de que averigüen lo sucedido con
discreción antes de que llegue la policía para
evitar el escándalo que supondría un registro y una
investigación en una sociedad secreta, con lo que
tendría de grave hacer pública la adscripción
masónica de varios de los presentes, altos cargos
del gobierno, que no quieren verse relacionados
con este tema ni involucrados en secretismos
masónicos, o al menos que se conozca que lo están.
—¿Y descubre Sherlock Holmes al asesino
finalmente? —pregunté francamente intrigado.
—Siempre los descubría. Creo recordar que una
de las claves del éxito de aquellas aventuras estaba
en cómo lo hacía y en cómo resolvía el tema sin
alharacas para lograr la discreción deseada por sus
clientes o sin participar de lo que llamaba la
policía oficial. También en el particular sentido de
la justicia que tenía el detective victoriano y en su
curiosa y magnética personalidad.
—¿Y quién era? ¿cómo había asesinado al masón
muerto? —inquirí.
—Ah. Amigo para eso tendrá que comprar el
libro que pronto saldrá a la venta. Eso sí que lo
tengo expresamente prohibido —dijo levantando su
copa en un brindis imaginario que en aquel
momento identifiqué claramente con sus ganancias
en el posible negocio que se abría con el hallazgo.
…
35
Mientras me ponía el casco de la moto celebraba
los buenos ratos de conversación que puede dar
este trabajo. La tarde había sido fructífera. Me
sentía de lleno en plena investigación. Tenía esa
sensación febril que se produce en la fase de
documentación de un libro o un reportaje. La de
disponer de varios hilos interesantes de los que
tirar y querer tener varias personalidades para
poder atenderlos todos e ir tirando a la vez de ellos
y no sucesivamente. La de puertas que se abren. No
podía esperar. Había sido impaciente desde niño.
Saludé desde la distancia a mi interlocutor, que me
miraba enmarcado en la ventana aún con el vaso en
la mano y me devolvía el saludo, y arranqué. De
camino a casa de mis padres sin embargo otro tema
ocupó mis pensamientos. Lo cierto es que la había
obviado hasta ese momento pero ahora no podía
quitarme de la cabeza la nada velada amenaza
recibida en mi mail tras la comida:
No remueva lo que está mejor como está. Por su
bien. Queda avisado.
R.·. L.·. 341 «Vermissa»
Me parecía un poco fuerte recibir este tipo de
avisos en el marco de una investigación tan inocua.
Había oído hablar a compañeros de mensajes de
este tipo, aunque este en realidad no lo era, o no
del todo. La firma era extraña e inusual. Me
prometí teclearlo en Google en cuanto tuviera un
rato para saber cómo era de grave la amenaza
36
según quien la estuviera haciendo. Nunca, sin
embargo, me había sucedido a mí antes nada
parecido. Sabía que eran parte del oficio, pero me
los había imaginado siempre más ligados a
preguntas más incómodas, a personas más
influyentes o sobre cuestiones de mayor calado. Yo
me había limitado a dejar cuatro o cinco preguntas
sobre estos temas en varios foros especializados en
Sherlock Holmes o la francmasonería. Me vino a la
memoria lo que había leído sobre antimasones. ¿Se
trataba de uno de ellos? ¿Qué alcance tenía? ¿Qué
importancia debía darle? ¿Debía tomármelo en
serio?
Cuando llegué a casa ya estaba intrigado
realmente y verdaderamente interesado. Abrí el gran
tomo de obras completas sherlockianas de Conan
Doyle que me había traído de Londres. Tenía ante
mí el Canon completo. Tomé mi cuaderno de notas y
mi bolígrafo y empecé a leer alguno de aquellos
relatos que habían llegado a apasionar a tanta gente
durante años. Me dirigí especialmente a las cuatro
que mi buscador identificaba con apariciones de
personajes que tenían algo que ver con la
masonería. De este modo leí por encima:
«La aventura del constructor de Norwood», «La
Liga de los pelirrojos», «La aventura del fabricante
de colores retirado» y la más extensa, «Estudio en
escarlata». En ellas se mencionaban expresamente
sujetos con joyas y objetos que les identificaban a
ojos del perspicaz Holmes como francmasones.
37
También hice una lectura transversal de «El valle
del terror» que contenía, según los expertos,
alusiones muy directas a fórmulas y términos
masónicos aunque en este último caso el escritor
no lo había dejado tan claro.
Transcribí en mi cuaderno los extractos literales
de estas referencias para tener un cuadro claro y
poder volver a ellos sin tener que buscarlos en la
obra completa. En la primera de ellas Holmes
mantiene una conversación con el protagonista del
título, un empresario llamado John H. McFarlane,
que se muestra asombrado ante las dotes que cree
adivinatorias del detective y este le contesta:
«Usted me ha anunciando su nombre como si yo
debiera conocerle, pero le certifico que, aparte de
los hechos evidentes de que usted es soltero,
hombre de ley, francmasón y asmático, no sé nada
de usted». Y luego Watson prosigue: «No me fue
difícil remontar el hilo de sus deducciones y notar
que ciertos colgantes pendían de su cadena de
reloj».
Por su parte en la «La Liga de los pelirrojos»
Holmes se da cuenta de que un tal Wilson es
masón, y este pregunta: «¿Cómo diablos sabe usted
que soy francmasón?». A lo que Holmes contesta:
«No insultaré su inteligencia diciéndole cómo lo he
visto y más teniendo en cuenta, que en contra de lo
que dicta el reglamento de su Orden, usted lleva
como aguja de corbata una escuadra y un
compás». También encontré la alusión directa en
38
«La aventura del fabricante de colores retirado»
cuando al hablar del detective Backer, Holmes
pregunta: «¿Y una aguja de corbata masónica?». Y
Watson se refiere a uno de los personajes diciendo
de él que es «un hombre de rostro grave llevaba
gafas y una aguja de corbata masónica». Por
último encontré en «Estudio en escarlata»
fácilmente la descripción del villano fallecido en
la conversación que el detective tiene con el
Inspector Gregson en la que describe al muerto,
Enoch Drebber, con «un anillo de oro con una
divisa masónica».
Sin embargo las referencias a la masonería eran a
la vez más oscuras y más extensas en «El valle del
terror», pues Conan Doyle usaba claramente la
simetría de la masonería en una sociedad secreta
inventada en la que proyectaba definitivamente las
formas y ceremoniales de aquella pero sin
asimilarla más que en las claras similitudes. Los
«Chirrioneros» eran un claro trasunto de la
francmasonería en cuanto a su forma de organizarse
y los usos y términos que se usaban en el texto,
pero no eran la masonería misma. Así, se veía de
manera diáfana en el tercer capítulo de la segunda
parte que se titula «Logia 341, Vermissa» (¿de qué
me sonaba aquello?). En él describe el interior de
un taller que, aunque no es masónico en términos
estrictos, demuestra que Doyle conocía en detalle
los aspectos ritualísticos y organizativos de una
logia cuando escribió: «Un sábado por la noche,
39
McMurdo fue presentado en la logia. Había creído
que, por ser un iniciado de Chicago, le admitirían
sin ceremonias, pero en Vermissa
teníanritosespeciales de los que se sentían
orgullosos, y todos los solicitantes tenían que
someterse a ellos. La congregación se reunía en una
amplia sala reservada para este fin en la sede del
sindicato. En Vermissa se reunían unos sesenta
miembros, pero esto no representaba, ni mucho
menos, toda la fuerza de la organización, ya que
existían variaslogiasmás en el valle, y también al
otro lado de las montañas que lo flanqueaban.
Entre ellas se intercambiaban miembros cuando
había en marcha algún asunto serio, de modo que
se pudieran cometer crímenes y los autores fueran
desconocidos en la localidad.» O en frases y
expresiones salpicadas por todo el relato como:
«Donde haya una logia encontraré amigos»,«tiene
que decidir la logia», «la disciplina de la logia»,
«vamos a hacer el brindis de la paz de la logia»,
«enseñar las marcas de logia», «esta logia, cuya
dirección no conocéis», «seremos una logia unida
en palabra y obra», «las contraseñas de la
logia»,«primero, pediré a nuestro tesorero nuestro
balance bancario. Está la pensión a la viuda de Jim
Carnaway. Fue muerto haciendo la misión de la
logia y está en nosotros ver que no salga ella
perdiendo». Y de una manera preclara, por si todo
lo anterior no hubiese sido suficientemente
clarificador, en el intercambio de saludos que
40
tienen cuando se presenta en la localidad el
protagonista:
—¿Es un miembro de la unión?
—Seguro.
—Entonces hallará su trabajo, creo. ¿Tiene
amigos?
—No aún; pero tengo intenciones de hacerlos.
—¿Cómo es eso?
—Soy miembro de la «Eminent Order of
Freemen». No hay pueblo sin una logia, y donde
la haya haré amistades.
Esa revelación tuvo un singular efecto en su
compañía. Observó sospechosamente a los otros
en el carro. Los mineros continuaban
murmurando entre ellos. Los dos policías
dormitaban. Él se acercó, se sentó junto al joven
viajero, y sostuvo su mano.
—¡Chóquela! —exclamó.
Hubo un apretón de manos entre ambos.
—Veo que dice la verdad —mencionó el obrero
—. Pero siempre es bueno asegurarse —elevó su
mano diestra hasta su ceja derecha. El emigrante a
su vez subió su mano izquierda a su ceja
izquierda.
—Las noches oscuras son desagradables —
pronunció el trabajador.
—Sí, para que viajen los extraños –respondió
el otro.
—Eso es suficiente. Soy el Hermano Scanlan,
Logia 341, Vermissa Valley. Encantado de verlo
en estos sitios.
41
—Gracias. Soy el Hermano John McMurdo,
Logia 29, Chicago. Mi Jefe del cuerpo es J. H.
Scout. Y celebro tener la suerte de encontrar tan
pronto a un hermano.
—Bueno, hay muchos de los nuestros por aquí.
No encontrara la orden más floreciente en ningún
lado de los Estados Unidos que aquí en Vermissa
Valley. Y aun hay sitio para muchachos como
usted.
Y también más avanzado el texto cuando se
mantiene esta conversación entre dos de los
personajes...
—Es una insólita forma de dar la bienvenida
—McMurdo replicó con algo de dignidad— de
un el jefe de cuerpo de una logia de Freemen
hacia un hermano extraño.
—¡Eso lo tendrá que probar —prorrumpió
McGinty— y que Dios le ayude si falla! ¿Dónde
fue iniciado?
—Logia 29, Chicago.
—¿Cuándo?
—El 24 de junio de 1872.
—¿Quién era jefe del cuerpo?
—James H. Scott.
—¿Y quién gobernador de distrito?
—Bartholomew Wilson.
—¡Hum! Parece suficientemente suelto en sus
respuestas. ¿Qué está haciendo aquí?
—Trabajando, lo mismo que usted, pero un
oficio más pobre.
—Tenía la respuesta preparada.
42
—Sí, siempre fui rápido al hablar.
—¿Es rápido de acción?
—Tengo esa fama entre quienes me conocen.
—Bien, lo probaremos antes de lo que imagina.
¿Ha oído algo de la logia por estos lares?
—He oído que se necesita ser un hombre para
ser un hermano.
—Bien dicho, McMurdo.
—¿Por qué abandonó Chicago?
—¡Estaré condenado si le digo eso!
McGinty abrió sus ojos. No estaba
acostumbrado a ser respondido de esa forma, y
le divirtió.
—¿Por qué no me lo va a decir?
—Porque ningún hermano debe decirle a otro
una mentira.
—¿Entonces la verdad es demasiado mala para
decirla?
—Lo puede decir de esa forma si gusta.
—Comprenda, señor, que no puede esperar que
yo, como jefe del cuerpo, introduzca en la logia
a alguien que no puede responder por su pasado.
McMurdo se quedó momentáneamente
perplejo. Después sacó un recorte de periódico
gastado de su bolsillo interior.
—¿Nunca delataría a un compañero? —
manifestó.
—¡Le cruzaré la cara si vuelve a insinuar algo
así! —chilló McGinty ardientemente.»
Y de la misma manera más tarde cuando
escribe…
43
—Tenemos un nuevo hermano aquí, Baldwin, y
no nos corresponde saludarlo de esa forma.
—¡Saque su mano, hombre, y levántela!
—¡Nunca! —gritó Baldwin en cólera.
—Le he ofrecido pelear con él si cree que le he
perjudicado —señaló McMurdo—. Lucharé con
mis puños, o, si eso no lo satisface, lucharé de la
manera que él escoja. Ahora, le corresponde a
usted, concejal, juzgar entre nosotros como un
jefe del cuerpo debe hacer.
—¿Y cual es el problema?
—Una joven. Es libre de elegir por sí misma.
—¿Lo es? —gritó Baldwin.
—Como es entre dos hermanos de la logia
debería decir serlo —dictó el jefe.
…
Agarró una botella de champagne del estante y
la descorchó.
—Vean ahora —continuó, a la par que llenaba
tres grandes vasos—. Bebámonos la razón de la
discordia de la logia. Después de eso, como
saben, no puede haber mala sangre entre
nosotros. Ahora, la mano izquierda en la nuez de
mi garganta. Le digo, Ted Baldwin, ¿cuál es la
ofensa, señor?
—Las nubes son pesadas —contestó Baldwin.
—Pero por siempre serán brillantes.
—¡Y esto lo juro!
Los hombres bebieron sus vasos, y la misma
ceremonia fue realizada entre Baldwin y
McMurdo.
—¡Aquí! —chilló McGinty, frotando sus
44
manos.
—Ése es el final de la mala sangre. ¡Estarán
bajo la disciplina de la logia si va más allá, y es
una mano pesada por esta parte del mundo, como
el Hermano Baldwin conoce, y como lo sabrá
muy pronto, Hermano McMurdo, si busca
problemas!
…
—¡Cielos! ¡Estas chicas! ¡Estas chicas! —
bramó—. ¡Pensar que las mismas chiquillas se
interpondrían entre dos de mis muchachos! ¡Es la
misma suerte del diablo! ¡Bien, es la niña dentro
de ellas la que debe arreglar la cuestión; pues
está fuera de la jurisdicción de un jefe del
cuerpo, y el Señor debe ser loado por eso!
Tenemos suficiente con nosotros, sin las mujeres.
Será afiliado a la Logia 341, Hermano
McMurdo. Tenemos nuestros propios modos y
métodos, diferentes de los de Chicago. El
sábado por la noche es nuestra reunión, y si
viene entonces, le haremos sitio para siempre en
Vermissa Valley.
Y más aún en la detallada descripción de una
imitación de iniciación masónica más adelante:
McMurdo había sido advertido de que le
esperaba una prueba, pero nadie le dijo en qué
consistía. Había sido llevado al cuarto exterior
por dos solemnes hermanos. Por la separación
de las tablas podía oír el murmullo de varias
voces de dentro de la asamblea. Una o dos veces
alcanzó a escuchar el sonido de su propio
45
nombre, y sabía que estaban discutiendo su
candidatura. Entonces salió un guardia con una
banda verde y dorada cruzándole el pecho.
—El jefe del cuerpo ordena que debe ser
atado, cegado e introducido —pronunció.
Tres de ellos le quitaron su abrigo, levantaron
la manga de su brazo derecho, y finalmente
pasaron una cuerda encima de sus codos y la
apretaron. Luego colocaron una tupida capucha
negra justo sobre su cabeza y la parte superior
de su rostro, para que no pueda ver nada.
Después fue conducido a la sala de la asamblea.
Era todo de un negro alquitrán y muy sofocante
bajo esa tela. Oía el crujido y susurro de la gente
junto a él, y luego la voz de McGinty sonó
apagada y distante en sus orejas cubiertas.
—John McMurdo —clamó la voz—, ¿es usted
un miembro ya de la Ancient Order of Freemen?
Hizo una inclinación en asentimiento.
—¿Es su logia la No. 29, en Chicago?
Se inclinó nuevamente.
—Las noches oscuras son desagradables —
bramó la voz.
—Sí, para que viajen los extraños —contestó.
—Las nubes son pesadas.
—Sí, una tormenta se está aproximando.
—¿Está la hermandad satisfecha? —preguntó
el jefe del cuerpo.
Hubo un murmullo general de asentimiento.
—Sabemos, hermano, por su seña y contraseña
que es verdaderamente de los nuestros —dijo
McGinty—. Le haremos percatarse, sin embargo,
46
que en este condado y en otros condados de
estos lares poseemos ciertos ritos, y también
ciertas tareas que requieren hombres de verdad.
¿Está listo para ser probado?
—Lo estoy.
—¿Es usted de corazón sólido?
—Lo soy.
—Dé un largo paso hacia delante para
comprobarlo.
A la par que las palabras eran dichas sintió dos
puntos duros en sus ojos, presionando sobre
ellos de tal forma que parecía que no los podría
mover adelante sin peligro de perderlos. Sin
embargo, se armó de valor para salir
resolutamente, y mientras lo hizo la presión se
desvaneció. Hubo un bajo cuchicheo de
aplausos.
—Es de corazón sólido —pronunció la voz.
—¿Puede aguantar el dolor?
—Tan bien como el anterior —replicó.
—¡Pruébenlo!
Todo lo que pudo hacer fue resistirse a gritar,
pues un agonizante dolor invadió su antebrazo.
Casi se desmayó por la repentina impresión,
pero se mordió su labio y apretó las manos para
esconder su penuria.
—Puedo resistir más que eso —expresó.
Esta vez hubo un fuerte aplauso. Nunca había
sido hecha en la logia una mejor primera
aparición. Varias manos lo palmearon la espalda
y la capucha fue arrancada de su cabeza.
Permaneció parpadeando y sonriendo entre las
47
felicitaciones de los hermanos.
—Una última palabra, Hermano McMurdo —
manifestó McGinty—. Ya ha jurado el voto de secreto
y fidelidad, y está al tanto de que el castigo por
cualquier violación es la instantánea e inevitable
muerte.
—Lo sé —profirió McMurdo.
—¿Y acepta el mandato del jefe de cuerpo de
ahora bajo todas las circunstancias?
—Lo acepto.
—Entonces en el nombre de la Logia 341,
Vermissa, le doy la bienvenida a sus privilegios
y debates. Ponga el licor en la mesa, Hermano
Scanlan, y brindaremos por nuestro digno
hermano.
Devolvieron su abrigo a McMurdo; pero antes
de ponérselo inspeccionó su brazo derecho, que
aún dolía fuertemente. Ahí en la carne del
antebrazo había un círculo con un triángulo
dentro de él, profundo y rojo, tal como el hierro
que lo marcó lo había dejado. Uno o dos de sus
vecinos se arremangaron y mostraron sus propias
señales de la logia.
—Todos la hemos llevado —exclamó uno—,
pero no tan valientemente como lo sobrellevó
usted.
—¡Tonterías! No fue nada —prorrumpió; pero
quemaba y dolía aún.
Cuando las bebidas que siguieron a la
ceremonia de iniciación ya se habían acabado,
siguieron su reunión y escuchó con más sorpresa
que la que se aventuraba a mostrar lo que se dijo
48
a continuación.
—El primer negocio de la agenda —aseveró
McGinty—, es leer la siguiente carta del maestro
de división Windle del condado de Merton,
Logia 249.
Dice:
«Estimado señor:
Hay un trabajo que alguien debe hacer con
Andrew Rae de Rae & Sturmash, propietarios
de carbón cerca de este lugar. Usted recordará
que su logia nos debe algo en correspondencia,
dado el servicio de dos de nuestros hermanos
en el asunto de las patrullas del otoño pasado.
Enviará dos buenos hombres, estarán a cargo
del tesorero Higgins de esta logia, cuya
dirección conoce. Él les dirá cuándo actuar y
dónde.
Suyo en libertad,
J. W. WINDLE, D. M. A. O. F»
También olían de lejos a masonería los
grandilocuentes títulos con que se adornaban los
cargos de las logias de Vermissa y los valles de los
alrededores cuando se trataban entre sí de eminente
o excelentísimo maestro en el tercer capítulo de la
segunda parte.
Por último encontré grandes similitudes en las
referencias misteriosas a una supuesta hermandad
secreta constituida por los primigenios mormones
de Utah en Estudio en Escarlata. Había allí
palabras de paso, cónclaves de sabios y órganos
ocultos que tomaban decisiones justicieras con su
49
propio brazo armado. Especialmente en los
capítulos cuatro y cinco («Los ángeles
vengadores») de la segunda parte de la novela,
primera aparición en escena de Sherlock Holmes
ante el público en los que se decían cosas como:
—Perfectamente —contestó el otro—. ¿Debo
decírselo al hermano Drebber?
—Pasa la orden, y que él se la pase a los
demás ¡Nueve a siete!
—¡Siete a cinco! —replicó el otro.
Y las dos sombras se alejaron en diferentes
direcciones. Era evidente que sus últimas
palabras constituían alguna suerte de seña o
contraseña...
(…)
—«¿Quién vive?» —resonó en la cañada
silenciosa.
—Viajeros que marchan a Nevada (...)
—¿Con qué permiso? —preguntó.
—Con el de los Cuatro Santos —contestó
Ferrier. (...)
—Nueve a siete —gritó el centinela.
—Siete a cinco —contestó Jefferson Hope (...).
—Adelante (...).
Dos cosas llamaron poderosamente mi atención
de aquellas lecturas de aproximación. La primera
el trato distante y frio, cuando no directamente
despectivo, hacia una orden a la que el escritor
pertenecía, si no hacia ella hacia las sociedades
secretas en general que aparecían en su obra.
50
Algunos pasajes especialmente descriptivos me
sorprendieron sobremanera viniendo de un
francmasón iniciado, como aquel de «El Valle del
terror»:
McGinty se sentaba a la cabecera de la mesa,
con un gorro plano de terciopelo negro sobre su
enmarañada cabellera negra y una estola morada
alrededor del cuello, que le hacían parecer un
sacerdote presidiendo algún ritual diabólico. A
su derecha y a su izquierda se sentaban los altos
cargos de la logia, entre los que destacaba el
rostro cruel pero atractivo de Ted Baldwin.
Todos ellos llevaban alguna banda o medallón
como emblema de su cargo. En su mayor parte
eran hombres de edad madura, pero el resto de
la congregación estaba formado por jóvenes de
dieciocho a veinte años, agentes diligentes y
eficaces que ejecutaban las órdenes de sus
mayores»
Había algo extrañamente morboso en la relación
entre el Conan Doyle francmasón y el Conan Doyle
escritor. En el trato que dispensaba a su propia
orden en sus libros ya fuera de manera directa, un
poco más moderada, o por semejanza, claramente
negativa.
Lo segundo que me había sorprendido había sido
el descubrimiento (por fin había caído) de la
coincidencia entre la firma que aparecía al pie de
la amenaza que había recibido ese mediodía y algo
que había leído en varias ocasiones esa tarde.
51
Quien trataba de intimidarme conocía bien el
Canon y de hecho usaba una de las relaciones
paramasónicas que había encontrado mientras leía.
Una de las más terribles. Ahora lo sabía. Su
elección se me hacía ahora más veraz por ello, más
concreta. Mi anónimo amenazante se escondía tras
la Respetable Logia «Vermissa» número 341.
...
Esa noche no me acosté tranquilo y el sueño tardó
en llegarme. Muchas cosas bullían en mi cabeza.
Nuevas realidades desconocidas por mí hasta ese
día, secretas amenazas, gente interesante.
Aproveché para escribir un largo mensaje a Sally.
Las primeras palabras me parecieron demasiado
directas así que lo corregí varias veces antes de
dar a enviar. Al final el texto que la remití no
dejaba siquiera entrever la intención con la que lo
había empezado y se había quedado en un
edulcorado saludo de buenas noches en que le
relataba casi todo, amenazas aparte, lo que me
había sucedido ese día. Mi cobardía había vuelto a
imponerse entre mi razón y mi corazón como algo
se interponía entre ella y yo. No me sentía bien. No
me sentía sincero. Ni con ella ni conmigo.
52
CAPÍTULO 3
EXTRAÑAMENTE ADICTIVO
53
extendí todas mis notas por el suelo de la
habitación. De pie ante ellas, aún en pijama, las
contemplé. No quería bajar todavía a desayunar a
pesar de la llamada de mi madre. Me sentía como
cuando tratas de recordar sin éxito una palabra que
se pierde en el recuerdo aunque tú sabes que está
ahí, en alguna parte de tu cerebro. Una voz interna
me decía que estaba pasando algo por alto. Solo
me sentía bien si ocupaba mi mente en el problema
que tenía entre manos.
Miré la cuestión tratando de separarla en sus
distintas facetas. Me centré primero en uno de los
aspectos que más me inquietaban; la contradictoria
forma de actuar de Arthur Conan Doyle en cuanto a
lo aparentemente enfrentado de su visión de la
masonería y las sociedades secretas con su
adhesión a esta orden. La extraña relación de
oposición que había entre su tratamiento negativo
de las mismas en sus novelas y su condición de
francmasón. Allí estaba, en una de las páginas
arrancadas de mi cuaderno y ahora tirada en el
suelo a mis pies. El escritor se había iniciado el 26
de enero de 1887, a los 27 años, en la
LogiaPhoenix Nº 257, siendo apadrinado por Sir
William King (sustituto del gobernador del
condado de Hampshire) y secundado por Sir John
Brickwood. Era aquella una época en que todavía
no era conocido. Trataba de abrirse paso en el
mundo editorial. Lo había intentado con su género
favorito: la novela histórica, pero al no haber
54
tenido éxito decidió probar suerte con el género
policiaco que en esos momentos estaba de moda
tras la aparición de los relatos de Vidoc, Lupin,
Rouletaville y otros que hacían furor en Europa y
América. Todavía ejercía como modo de vida la
medicina en una consulta privada. No era nadie.
Por eso en ese momento, mientras mis ojos
paseaban perezosos por mis propias líneas y
apuntes, algo muy raro me llamó de nuevo la
atención. Algo en lo que no me había fijado hasta
ese momento. Contra lo que ha sido siempre
costumbre en francmasonería, en donde no es fácil
entrar según mis lecturas y los progresos son lentos
a medida que se va probando algún tipo de valía
cuyos detalles no había conseguido averiguar
todavía, Conan Doyle había pasado de Aprendiz a
Maestro superando los tres grados iniciáticos ¡En
menos de dos meses!. El 23 defebrero, fue elevado
a Compañero, y un mes después, exaltado a
Maestro Masón. ¿Por qué? Me preguntaba. ¿Qué le
hacía a él especial? Tenía entendido que a veces
eso sucedía cuando se trataba de eminencias de
algún tipo para evitar situaciones incómodas en
Logia. A los ojos rancios de la masonería británica
no era de recibo que un miembro de la casa real,
por ejemplo, tuviera un grado menor que otras
personas en una logia. Pero, ¿y en el caso de un
desconocido médico que intentaba que le
publicaran alguna cosa? ¿Por qué tener esa
deferencia? Más comprensibles eran las
55
distinciones y reconocimientos con que sus
hermanos le habían honrado años después, una vez
alcanzada la fama, incluyendo una placa
conmemorativa dedicada al hermano más famoso
de su Logia Madre o aquella vez, en 1901, a la
vuelta de uno de sus viajes, en que la logia «Santa
María de la Capilla» nº 1 de Edimburgo le confirió
el título de miembro de honor (Tenía anotado que
en su discurso de agradecimiento, Conan Doyle se
había mostrado apasionado en la defensa de la
orden y había insistido en los valores de la
francmasonería). También la sociedad civil le
rindió honores significativos incluso años después
de su muerte. La Royal Mail había emitido el 12 de
octubre de 1993 cinco sellos en honor de Conan
Doyle y de su personaje más famoso, Sherlock
Holmes, ilustrando cinco de sus aventuras: «Los
Hidalgos de Reigate», «El Sabueso de los
Baskerville», «Los Seis Napoleones», «El
Intérprete Griego» y «El Problema Final» (Uno de
ellos curiosamente —un nuevo nexo con la orden—
había sido emitido en un sobre de la Gran Logia
provincial de Suffolk en la que se leía la
inscripción: «Installation of the provincial Grand
Master for Suffolk R. W. Bro. R. J. R. Tile, at the
Corn Exchange, Ipswick, Tuesday 26th Oct. 93.)».
Pero aquel tratamiento de favor nada más ingresar
no resultaba fácil de entender. Y menos su actitud
hacia la masonería en los siguientes años pues
tampoco la continuidad de su pertenencia había
56
sido precisamente ejemplar. Había descubierto que
había abandonado y vuelto a ingresar en al menos
dos ocasiones (lo que los masones llaman «Pasar a
sueños») y sin embargo había seguido asistiendo a
las tenidas como visitante con asiduidad.
Recogí todo y lo volví a meter en mi bolsa. Tras
tomar algo, más por tranquilizar a una preocupada
madre que por hambre, seguía en aquel estado de
excitación. Supe que solo podría calmarlo
buceando en el cerebro del autor a través de su
obra, así que simplemente me dispuse a pasar la
mañana leyendo todo cuanto hubiese salido de la
pluma del escritor que en ese momento me
obsesionaba y estuviera protagonizado por el
detective más famoso del mundo y su fiel Watson.
Subí a mi sala, acerqué la mesa y la silla a la
ventana y abrí mi volumen canónico por la página
primera de «Estudio en escarlata», allí donde
dice..
PRIMERA PARTE
(Reimpreso de las Memorias de John H. Watson, Doctor
en Medicina que perteneció al cuerpo de médicos del
ejército.)
El señor Sherlock Holmes.
El año 1878 me gradué como doctor en
Medicina por la Universidad de Londres, y a
continuación pasé a Netley con objeto de
cumplir el curso que es obligatorio para ser
médico cirujano en el Ejército…
Eran las cuatro de la tarde cuando mi padre,
57
preocupado, llamó a la puerta de la habitación para
saber si me sucedía algo ya que no había salido de
ella en todo el día. Ni siquiera había oído a mi
madre llamarme a la hora del almuerzo. La comida
estaba allí abajo, sobre la mesa. Fría ya como era
lógico. Había sido tal el grado de abstracción en
que durante toda la mañana había estado mientras
leía, tomaba notas, establecía conexiones, hacía
comparaciones, consultaba extremos por internet,
etc., que no me había percatado de que me había
devorado sin levantarme de la silla los 60 relatos,
que incluían las cuatro novelas más o menos largas
y las 56 aventuras cortas, que componían el Canon.
No me extrañaba en absoluto que hubieran tenido
tanto éxito en el momento de su publicación y
durante todo el siglo posterior. Estaban escritos
con una fórmula magistral a pesar de su aparente
sencillez. El autor conseguía crear tramas creíbles
en la mayor parte de las ocasiones, con giros
inesperados y dramáticos, y soluciones
sorprendentes que cerraban el círculo con notable
perfección argumental. Por algo había sido
considerado en este campo de la literatura, junto a
Agatha Christie, el «maestro del fair play» y de la
«novela problema»; un estilo en el que al lector no
se le ocultaba nada y compartía la misma
información y pistas que el detective durante el
relato y a la vez que él si sabía verlas. Sus
historias se sostenían sobre la base de unos
personajes nada planos sino de personalidades
58
fuertemente construidas, con rasgos psicológicos
propios de alcance que incluso habían ido
evolucionando través de las décadas en que habían
existido, desde aspectos como el propio nombre
del protagonista —descubrí que la elección inicial
era «Sherringford»— o su inspiración en un
personaje real de la vida del autor, un profesor de
su facultad de medicina llamado Joseph Bell.
Pionero de todo un nuevo género, Conan Doyle
había perfeccionado los intentos de Poe o Maurice
Leblanc, elevando la «ciencia de la deducción» a
sus altares con su personaje frío, extremadamente
racional y misógino. Había logrado rodearlo de un
elenco de secundarios magníficos que empezaban
en el propio Dr.John Watson, quien solía ser el
narrador, y seguía con otros como los inspectores
Lestrade y Atelney Jones, «La mujer», como llama
el propio Holmes aIrene Adler, la señora Hudson,
los Irregulares de Baker Street con Wiggins a la
cabeza y el villano profesor James
MoriartyoMycroft Holmes, el hermano del
protagonista. Unos personajes que se habían
granjeado enemistades y amistades de todo tipo a
lo largo de sus casos, a cual más «outré», e incluso
habían muerto y vuelto a resucitar. Todo ello
escrito con un lenguaje simple y potente que
retrataba con palabras y sin necesidad de grandes
descripciones a los personajes que desfilaban por
los relatos, usando un habilidoso cambio de
registro en cada ocasión para ello. Un formato
59
facilitador de la imaginación del seguidor de sus
aventuras, muy visual, como escrito directamente
para el cine en una palabra (en una época en que
esto era impensable). Editado con el acierto de la
entrega folletinesca que dejaba siempre al lector
con ganas de saber más en el siguiente capítulo... Y
todo ello con el valor añadido de ser uno de los
precursores en este nuevo género y en el uso de
todos estos recursos.
Por primera vez en mucho tiempo me sentía
extrañamente alegre. Como lleno. Igual que el que
ha encontrado algo que le satisface. Por algún
motivo vinieron a mi memoria mis reflexiones del
día anterior ante el espejo. Mis pensamientos
acerca de mi época universitaria en la que agoté
mis energías buscando tertulias intelectuales y
amistades que me enriquecieran y permitieran
profundizar, mediante la conversación culta e
inteligente, mis propias perspectivas acerca de la
realidad para crecer, perfeccionarme y aprender.
En un momento concreto fui consciente. Supe que
iba a necesitar más tiempo para mis indagaciones.
Que lo que en un principio parecía ser una simple
documentación con un par o tres de lecturas y
alguna entrevista se iba a alargar.
Necesitaba despejarme tras todo el día encerrado
así que me despedí de mis padres, me crucé en
bandolera la bolsa con mis cosas y salí a la calle.
Deambulé durante un rato hasta que entré en uno de
los pubs de la ciudad para tomarme una pinta. El
60
universo de Holmes aún me bullía en la cabeza. Me
senté en una mesa iluminada en un rincón y todavía
tuve ganas de tirar de uno o dos hilos por Internet y
seguir con mis anotaciones. Pasó el rato. Entraban
y salían parejas y grupos. Cayeron un par de rondas
mientras abstraído la vida sucedía a mi lado. Me
parecía extraño que toda aquella gente siguiera a su
ritmo mientras yo, pausado, pensaba en mil cosas.
En una de las ocasiones mientras estaba así levanté
la vista atraído por las voces y las risas que salían
de uno de los reservados. Un grupo de amigos se lo
pasaba bien. Entonces las vi. Enmarcadas por un
dintel sin puerta que separaba el reservado del
resto del local. Solo eran unas piernas, pero eran
preciosas. Su dueña estaba sentada en un lugar
desde el que yo no la veía. Un pie se balanceaba en
el aire. Un zapato negro con un tacón finísimo subía
y bajaba cadencioso, otro firme en el suelo bajo
aquel daba apoyo a la rodilla sobre la que se
cruzaba. Era lo que se alcanzaba a ver desde mi
ángulo. Pero era suficiente. Hacía falta estar segura
de tenerlas muy bonitas para atreverse a vestir
aquellas medias. Tenía unos tobillos delgados. Las
envolvía una redecilla de maya grande que cubría
la pierna hasta donde yo veía. Quería imaginar que
a partir de ahí las medias acababan. Quise saber
cómo sería el rostro propietario de aquellas
maravillas. Aún antes de verlo supe que sería
atractivo.
Luego supe que se llamaba Isabella. Todo había
61
sucedido mucho más despacio de lo que yo creía,
pero a mí me había parecido un momento. Allí
estaba de su mano por las calles de mi ciudad sin
casi saber cómo había pasado. Al cabo de un
tiempo sus amigos se habían ido dejándola sola
mientras acababa de leer algo y de consumir su
copa. Al rato ella se había levantado para irse y yo
me había acercado sin saber qué iba a decir. Era
muy bonita. De ese tipo de mujeres que llenan una
sala con solo entrar en ella. Una leonada melena de
pelo ensortijado y rojizo rodeaba su cara de ojos
grandes y alegres. Vestía sencilla salvo por las
medias y los tacones. Recuerdo vagamente que me
acerqué a la barra y me puse a su lado mientras
esperaba el cambio de su consumición. Le pedí
perdón por molestarla y le dije a bocajarro lo
preciosa que me parecía. A ella pareció hacerle
gracia que fuese tan directo a tenor de la media
sonrisa que asomó a la comisura de sus labios. Me
dijo que le venía como anillo al dedo porque no
quería irse todavía a casa y me preguntó si me
apetecía dar un paseo y tomar algo en algún sitio.
Nos presentamos. No encuentro otra palabra que
hipnotizado para describir mi estado. Aquellos
ojos que me miraban directos y brillantes sonreían
por si mismos sin necesitar nada más. Pero es que
el resto acompañaba muy bien además. Me gustó al
instante. Visitamos un par de lugares que ella no
conocía a pesar de llevar viviendo ya un año en la
ciudad según me dijo. Me crecí ante la posibilidad
62
de servirle de guía en mi terreno. Puede que yo me
hubiera ido hace tiempo, pero me había criado allí.
Tanto no podían haber cambiado los sitios. Por la
calle andaba con soltura sobre aquellas alturas que
a mí me parecían vertiginosas y que ensalzaban de
una manera genial su figura. Tenía un andar elástico
y gracioso que tan pronto notabas acompañando tus
pasos como se adelantaba y se volvía hacia ti
andando de espaldas, o te cogía de la mano para
dar un acelerón al paseo. Por una parte me sentía a
gusto de ir a su vera, pero por otra me hubiera
gustado ir mirándola desde atrás para recrearme
viéndola. Entramos en algunos sitios. Estuvimos
sentados largo rato hablando de mil cosas. Me
sentía a gusto con ella. Me pesaba la bolsa con mis
cosas. Ambos sabíamos que estábamos tonteando
pero no fue incómodo en ningún momento para
ninguno. Le hablé de mi trabajo y ella a mí de sus
gustos en música y en arte. Era arquitecta y tenía un
refinado gusto que hacía sumamente interesante su
conversación cuando podía conseguir concentrarme
y seguirla en lugar de mirar embelesado sus labios
moverse y su pelo rizado rodear su cara. Su
curiosa forma de sentarse abriendo mucho las
piernas y sujetándose la falda con las manos entre
ellas a la silla mientras parloteaba agradablemente
me hablaba de una mujer coqueta pero desinhibida
y sin una excesiva preocupación por nada que no
fuéramos nosotros en aquellos bares y en aquellos
momentos. Todo parecía desaparecer a nuestro
63
alrededor mientras estuvimos así. En una ocasión
me miró fijamente las pecas, las rozó con sus
dedos, y luego acarició la barba riendo. Me dijo
que siempre le habían llamado la atención las
barbas pelirrojas. Y sin mediar más palabra, en
medio de una frase, ya no recuerdo si suya o mía,
me besó larga y tiernamente. Un par de calles y
quince besos bajo cada farola más tarde yo estaba
llamando a mis padres para avisarles de que no
iría a dormir. Ella se desencajaba de la risa a mi
lado en el portal pero no me sentí avergonzado ni
nada parecido por sus chanzas acerca del
periodista de barba roja que vivía con sus
papaítos. Estaba en una nube.
Cogimos una habitación en un hotel. No se qué de
una compañera fisgona con la que compartía piso.
Nada me importaba. Solo ella y aquellos ojos
sobre aquellos labios sobre aquellas piernas.
...
Desperté soñoliento y desnudo en la cama extraña.
Tardé unos segundos en ubicarme. Lo primero que
vi fueron las cortinas de la habitación que se
proyectaban fuera de esta por las ventanas abiertas
agitándose como una bandera que ondeara
anunciando a todo Edimburgo mi victoria. Había
corriente y la luz entraba a raudales. No la vi a mi
lado en la cama o cerca ni oí sus movimientos por
la habitación. Tampoco estaba su ropa. Miré el
64
reloj. No era excesivamente tarde ni pronto
tampoco, pensé relacionando su ausencia con el
trabajo del que me habló. La llamé sin respuesta.
Imaginaba que no se habría ido sin despedirse de
mí. Pero estaba equivocado. Recogí mi ropa de
camino a la ducha aun extrañado de su falta y
entonces me di cuenta. Mi macuto con mi iPad y
mis cuadernos de notas no estaba colgado del
respaldo de la silla en que yo lo había dejado la
noche anterior. Busque sin pensar siquiera en nada
raro aún, pero pronto hube de rendirme a la
evidencia. Me había robado mis cosas.
Sentado en el borde de la cama me sentía ridículo
mientras me calzaba para irme de allí. En
recepción al pasar por el humillante trago de
abonar encima la factura de la habitación pregunté
al estirado responsable que me miraba desde su
atalaya de superioridad moral por la hora a la que
la señorita que me acompañaba la noche anterior
había salido. Nadie la había visto. Vagabundee aun
en shock por las calles. Me sentía como un idiota.
Había oído hablar de casos de ese tipo. Siempre
me habían dado cierta pena los hombres que habían
picado en ellos. Creía que llegada la situación yo
sería más listo y no me dejaría embaucar. Que algo
me podría sobre aviso como una especie de sentido
arácnido. Algo que me haría sospechar. Algo que
no encajara. Pero estaba claro que no era así y que
yo no era tan listo como me había creído. Me
preguntaba si había bajado la guardia. Qué era lo
65
que había pasado. No podía dejar de dar vueltas a
la idea de que Isabella, si es que aquel era su
verdadero nombre, cosa que ya dudaba, no
respondía al perfil que yo hubiera imaginado de
ratera, quizás más marginal. Aunque como era
lógico una vez que te detenías sobre ello, ese tipo
de mujeres solo tenían éxito en lo que hacían si no
daban precisamente el tipo. De hecho todo había
sido especial y genial esa noche. Evidentemente
eso nos parecería a todos los que hubiéramos caído
en su trampa. Entonces se me ocurrió pensar en mis
notas. Había perdido todo el trabajo hecho hasta
ese momento. No había nada valioso salvo la tablet
creía recordar. Nada irrecuperable. Guardaba en
mi cabeza la mayor parte de los datos recogidos.
Me fastidiaba por el trabajo adelantado para el
artículo. Habría que volver a empezar. Traté de
acordarme de qué tenía en la memoria del iPad que
mereciera la pena. No guardaba nada íntimo ni
personal de lo que preocuparse. Fotos. Y entonces
me acordé de Sally. No con vergüenza por lo
sucedido, sino con una sensación de estulticia
enorme. Para una vez que tenía una aventura con
alguien resultaba ser una ladrona. Por suerte el
teléfono móvil estaba en el bolsillo trasero de mis
pantalones en lugar de en la bolsa con lo demás.
Me di cuenta de ello cuando empezó a vibrar. En
ese mismo instante pasaba ante una comisaría y
dudé entre entrar a denunciar el robo o contestar a
la llamada. Me decidí por esto último. Me pasó
66
instantáneamente por la cabeza el ridículo de
explicar lo sucedido a un agente. «Número
desconocido» decía la pantalla. Respondí. Mi
interlocutor se presentó como Angus O’Leary a
través de una voz modulada y agradable con ese
acento escocés tan marcado que yo creía ya haber
perdido. Me comentó que era conocedor de mis
indagaciones por medio de un conocido que le
había dado mi número. Decía no ser muy
aficionado a las nuevas tecnologías ni a entrar en
esos foros especializados pero se confesaba
sumamente interesado en todo lo relacionado con
Sir Arthur Conan Doyle y su relación con Escocia.
En ese momento yo no estaba para demasiadas
tonterías y por un instante pensé despedirme
amablemente de quien no parecía sino disponer de
mucho tiempo que perder al teléfono, pero hizo dos
comentarios que hicieron que mantuviera la
conversación. En primer lugar dijo sin modestia
ser todo un experto en los textos de Sherlock
Holmes. En segundo lugar se identificó, como
quien no quiere la cosa, como secretario de la
logia de estudios «Conan Doyle» de la masonería
escocesa. Aquello funcionó como un resorte para
mí y me devolvió a la razón por la que estaba en
Edimburgo. Me decidí a atenderle. Una persona
que reunía ambas facetas era más que una fuente de
información a aquellas alturas. Le habían hecho
saber lo que quería saber en mis preguntas dejadas
a espera de respuesta en varios de aquellos foros
67
sobre Holmes. Especialmente le había llamado la
atención que vincularan la francmasonería con el
personaje o el autor. Aquella era su especialidad.
Creía poder hacer luz sobre algunos extremos. En
definitiva me proponía vernos al día siguiente ya
que aquella tarde ya la tenía ocupada con un
compromiso anterior. Nos citamos en un
restaurante a comer. Tomé nota como pude de la
dirección en el propio teléfono a falta de cuaderno
de notas y nos despedimos hasta entonces. Me
pregunté donde pensaba escribir lo que me contara.
Mentalmente me apunté que tenía que comprar en
una papelería un par de cuadernos y bolígrafos de
varios colores. En ese instante caí en la cuenta de
que aún no había reportado nada en absoluto a mi
pagador. La revista no tenía noticias mías desde
que me había ido de Londres. El presupuesto que
habían calculado era para una estancia de entre dos
y tres días y estaba claro que yo iba a necesitar
más. El reportaje no era lo que llamamos una
noticia urgente y sin embargo si no se publicaba en
el siguiente número perdería actualidad. Llamé y
hablé con mi redactor jefe. El robo me sirvió de
excusa para pedir una pequeña prórroga de dos
días más en la entrega pero me comunicaron que no
contaban con fondos para mi alojamiento y
manutención. Creo que fue la mezcla del enfado
que esa mañana arrastraba por haberme dejado
engañar, junto a una cierta sensación de
«enganche» con el tema de fondo los que hablaron
68
por mí cuando dije que no había problema y que
los gastos de esos dos días correrían de mi cuenta
ya fuera de mi bolsillo o descontándolo del salario
pactado. Aquello alegró mucho a mi interlocutor,
que se dio prisa en aceptar mi ofrecimiento antes
de que me arrepintiera. Cerró la llamada
recordándome el plazo máximo de entrega en dos
días más desde ese momento. Ni una palabra de un
adelanto para mis gastos. Cuando me quise dar
cuenta había seguido avanzando y había dejado
varias calles atrás la comisaría.
69
CAPÍTULO 4
SOCIEDADES SECRETAS
«ElDayly Telegraphhacía notar que pocas veces se había dado en la
historia del crimen una tragedia de características tan extrañas. El
apellido alemán de la víctima, la ausencia de todo otro móvil y la
siniestra inscripción en la pared, todo, en suma, lo señalaba como
obra de refugiados políticos y de revolucionarios. Las organizaciones
socialistas tenían en Norteamérica muchas ramas, y el difunto había,
sin duda, infringido sus leyes no escritas, siendo por ello perseguido a
muerte. Después de aludir a la ligera al Vehmgericht, al agua tofana,
a los carbonarios, a la marquesa de Brinvilliers, a la teoría darviniana,
a los principios de Maithus y a los asesinos de la carretera de
Ratcliff, terminaba el artículo poniendo en guardia al Gobierno y
solicitando una vigilancia más estrecha sobre los extranjeros
residentes en Inglaterra.»
Estudio en Escarlata - 1887
Si había dedicado buena parte del día anterior a la
lectura del Canon y a la búsqueda de conexiones
entre masonería y «Sherlockianismo» ese día me
disponía a conocer su legado. En la filmoteca local
escogí las películas y series que mis nuevos
amigos virtuales me habían recomendado en varios
foros: Una cinta reciente protagonizada por Robert
Downey Jr. y Jude Law en la que se enfrentaban a
una organización paramasónica, una del personaje
de joven en la que sucedía algo parecido con una
antigua orden egipciaca, y sobre todo el clásico de
referencia en este tema: «Asesinato por decreto»
que todo el mundo me había indicado como
irrenunciable en el marco de mi investigación. Así
70
mismo saqué con intención de verlos algunos
capítulos de series televisivas recientes como
«Elementary» o «Sherlock» y una de la que había
oído grandes cosas protagonizada para la BBC por
Jeremy Brett en los 90 y a la que se tenía como
paradigma de la adaptación del personaje a la
pequeña pantalla entre sus fans. Otras que
acompañaron el lote fueron viejas películas en
blanco y negro con Peter Cushing al frente del
reparto. Particularmente me interesé por una
antigua versión de «El sabueso de los
Baskerville». En todas ellas la inspiración del
personaje de Conan Doyle era directa y la
aparición de la francmasonería en alguna de las
formas en que el gran público la imaginaba era un
recurso usado frecuentemente como fuente de
misterio y marco idóneo para las organizaciones
criminales a las que Sherlock Holmes había de
desenmascarar. La lista era enorme. No en vano
durante décadas Sherlock Holmes había sido el
personaje más llevado al cine de la historia como
afirmaba el libro Guiness de los records.
Me di un buen baño de iconografía francmasónica
y holmesiana. Había que reconocer que ambas
realidades se complementaban una a la otra como
un guante. La necesidad de grandes enemigos en el
hampa hacía que una organización secreta con
obediencias ciegas a sus líderes y sin preguntas
incómodas, fuera la ambientación idónea para
enmarcar la lucha entre el bien y el mal. El hombre
71
sólo contra la maquinaria de la maldad
jerarquizada y extendida como una red subterránea
y todo eso. Además, el simbolismo de la
fraternidad, sus saludos y señas, su colorismo e
incluso su arquitectura y sentido de la decoración
oscura, medievalista y gótica, se prestaban
sobremanera a servir al lenguaje cinematográfico y
al maniqueísmo tan necesario al imprescindible
sintetismo de un guion. Los personajes de Conan
Doyle estaban tan bien definidos que cada actor
que los interpretaba, sobre todo al propio Holmes,
se había visto obligado a acentuar alguno de sus
rasgos para poder aportar algo al mismo. En unos
casos su misoginia, en otros su capacidad para el
disfraz, su exceso de frialdad racional, sus
adicciones, la relación con Watson, e incluso su
vinculación con el psicoanálisis en «Elemental
querido Freud»… No me gustó nada ver La vida
privada de Sherlock Holmes, y menos aun La
aventura del hermano más listo de Sherlock
Holmes. Sinceramente se las podían haber
ahorrado. Pero es que nunca me gustó Gene Wilder.
Tampoco me hizo especial gracia la exageración
teatral y sobreactuada de William Gillete en los
primeros años, cuando se estaba empezando a
crear el disfraz con el que erróneamente pasaría el
personaje a la historia. Sin embargo me apasionó
la interpretación del Shakesperiano Jeremy Brett en
la serie televisiva y, por lo que tocaba el tema que
me ocupaba, me encantó particularmente
72
«Asesinato por decreto». En ella un Holmes
interpretado por un actor que en absoluto respondía
al arquetipo dibujado por Doyle, un Christopher
Plummer completamente alejado en lo físico del
delgado y alto detective, se enfrenta en su
investigación en busca del asesino-descuartizador
de prostitutas de White Chappel que se esconde
tras el nombre de «Jack el destripador» a poderes
e influencias que le superan, para terminar
descubriendo que los miembros de la logia
masónica a la que pertenece el príncipe heredero
son quienes han urdido una trama que le exonere
(es el verdadero asesino según ha descubierto
Holmes) aun a costa de cargar las culpas sobre la
comunidad judía londinense. En ella había una
magnífica escena final en la que el «detective
consultor», en una aparición que venía que ni
pintada adrede para mi investigación, era sometido
a un interrogatorio-explicación en el mismísimo
templo masónico de la logia, con su ajedrezado,
sus columnas, su estrella y su G en el suelo, su
cielo abovedado lleno de estrellas, etc. Las tres
luces del taller sometiendo al detective a una
auténtica «aplomación», a un verdadero «tercer
grado» nunca mejor dicho (tras todas mis lecturas
sobre masonería empezaba a manejar con soltura la
terminología). Ahí estaba en pie en el centro de
todo el simbolismo de la orden el mismísimo
Sherlock Holmes. Sin faltar un solo detalle.
Como había quedado para comer y llevaba varias
73
horas encerrado con los ojos fijos en una pantalla
salí a tomar el aire para dirigirme al lugar de la
cita. Se trataba de un club de campo. Uno de esos
lugares con recorrido completo de golf de
dieciocho hoyos y sala de fumadores reservada de
hecho para hombres. Tenía que ir en moto hasta
allí. Sentía una ligera molestia en la cabeza por
pasar de la oscuridad de la sala de visionado a la
calle. Era aquel un típico día escocés. De esos en
que te encuentras en algún momento todas los
posibilidades. Acababa de caer una fina llovizna y
el suelo estaba mojado pero en ese momento el día
no estaba excesivamente cubierto por lo que el sol
brillaba tras la fina capa de nubes. Tras aparcar la
motocicleta sobre la gravilla de la entrada y
encadenar el manillar el casco di mi nombre y el
de mi anfitrión en recepción y un empleado me
indicó unas butacas donde esperar al socio al que
iba a buscar. Al pronto apareció un hombre mayor
ya calvo y de gran bigotazo al estilo más colonial
que yo recordaba. Lucía una sonrisa espléndida
que acompañó el gesto mientras me alargaba la
mano en fuerte apretón de afectuoso recibimiento.
Su rostro rubicundo y sanguíneo y sus ojos
pequeños y vivaces me recordaron a alguien
rápidamente. Era como si Santa Claus se hubiera
afeitado la barba, puesto una chaqueta verde con
coderas y unos pantalones de tartán. Transmitía
simpatía y me resultó agradable de inmediato a
pesar de su estrambótico aspecto y del rechazo que
74
siempre me produjo todo lo «típicamente escocés».
A aquel tipo solo le faltaba haber salido en kilt
soplando los roncones de una gaita de las highlands
y sin embargo me era grato, aunque a esas alturas
dudaba de mi capacidad para juzgar a las personas.
Sus maneras eran anacrónicas. Un tanto engolado y
exquisito, acorde al lugar en que me recibía, y con
un punto de esa cortesía antigua que ya no se lleva
pero resulta sumamente encantadora cuando te la
encuentras.
—Ha sido una suerte que no se haya mojado
viniendo en la moto —afirmó.
—Sí. Así es. Gracias —contesté mientras
exploraba mis ropas en busca de lo que me había
delatado. Desde donde estábamos no se la veía
aparcada a la entrada ni él tenía forma de saber
aquello salvo que se lo hubieran dicho los
empleados del club. Imaginé que se trataba de eso.
—Pues no. Se equivoca. No me han dicho nada
—interrumpió mis pensamientos.
—¿Cómo ha hecho eso? —pregunté asombrado
—. Quiero decir... ¿cómo sabe lo que estaba
pensando?
—Oh, es un truco muy viejo. Y pierde la gracia
cuando se explica —replicó.
—No, por favor. Se lo ruego —supliqué curioso.
—Ha sido sencillo. Supe que mi deducción
acerca de su medio de transporte era acertada de
inmediato. Ahí había poco en qué equivocarse. Vi
en el espejo que usted levantaba ligeramente la
75
ceja derecha a los pocos segundos dando
evidentemente a mi conclusión, o mejor dicho a la
forma en la que había llegado a ella, más
importancia de la que tenía. Si en el futuro quiere
hacer carrera en periodismo cuide ese tic. Nadie
que demuestra asombro tan claramente llega lejos
en esa profesión. Hay que entrenar su cara de póker
—continuó—. Tras ello usted miró a su alrededor
imperceptiblemente para el ojo no entrenado, y al
no ver ventanas se extrañó de que yo supiera lo de
su vehículo de nuevo con la ceja enarcada. En ese
instante nos cruzamos con uno de los botones del
club y su subconsciente actuó. No quedaba ninguna
explicación excepto que me lo hubieran dicho
ellos. Entonces sonrió tímidamente. Las piezas
encajaban. Problema resuelto. Y fue en ese
momento cuando intervine.
—Una vez que lo explica parece sencillo —dije
—, pero sigo sin saber cómo supo lo de la moto.
—Me lo dijo su calzado. Concretamente la huella
que deja la palanquita del embrague en su dedo
gordo del pie izquierdo. Una ligera hendidura de
apoyo que a menudo mancha los zapatos claros
como los suyos. Es inconfundible.
Para entonces ya me había dado cuenta de que
acababa de revivir una escena holmesiana clásica,
pero en la vida real. Habíamos llegado al comedor
y un camarero esperaba a que me sentara para
empujar mi silla. Aceptando su recomendación
decidí probar el pescado y entramos de lleno en el
76
tema que nos ocupaba. Tenía ante mí a un
verdadero hermano francmasón. Y a un alto grado
por lo que podía suponer. No había conocido nunca
a ninguno, al menos que yo supiera, hasta mi
encuentro un par de días antes con Ian, el conserje
del templo-museo. No podía dejar de imaginarle
con el traje negro y la pajarita que había leído
usaban en sus reuniones, ni con los guantes blancos
y el mandil que tradicionalmente vestían y les hacía
tan reconocibles en sus rituales. Pronto me di
cuenta de que era un más que buen conversador y
se interesó por las razones de mi investigación. Le
expliqué el motivo de la misma y le hablé del
artículo que escribía. Conocía la revista y por
supuesto la noticia que me había llevado de nuevo
a Edimburgo. Dijo estar interesado en darme a
conocer ciertos aspectos que me ayudarían a darle
el enfoque adecuado. Era un placer oír hablar a
alguien que sabía tanto del tema y hacerlo con tanta
pasión. Su actitud ligeramente condescendiente
venía bien a mis intereses así que le dejé jugar a
aquel juego. Se comportaba como un cicerone
amable que me guiaba por un mundo desconocido
para mi hasta hacía solo pocos días. Sin embargo
tras mis lecturas y visionados yo no me tenía ya por
un novato así que salpicaba aquí y allá mis
preguntas a veces por conocer sus respuestas y
otras simplemente por demostrarle que no era un
recién llegado al tema. Sin embargo sí lo era.
Bastaba dejarle hablar para darme cuenta de lo
77
poco que yo sabía a pesar de todo. No por nada me
llevaba años de adelanto en el estudio del campo
que nos reunía allí. Se aseguró de que entendía
bien el alcance de lo que recogiera en mi reportaje.
Para personas como él era importante el rigor en
una cuestión como aquella. Aquella alusión a otras
personas con sus mismos intereses me permitió
introducir en la conversación aquel extremo y le
pregunté a bocajarro por la logia a la que me había
dicho pertenecer.
—Efectivamente hijo. Soy francmasón. Miembro
de la Logia de estudios «Conan Doyle» entregada al
análisis de la vida del ilustre hermano que le da
nombre —dijo con pose digna— y la formamos
unos cuantos hombres de bien enamorados de las
aventuras del detective. Nos especializamos —
continuó— en los aspectos masónicos del Canon y
nos hemos propuesto desde hace años reivindicar
esa faceta tanto de la obra como del autor. Nos
consagramos a la defensa de este contra los ataques
gratuitos que a menudo se le hacen desde voces
poco autorizadas. Hay quienes dicen que la suya
solo era literatura de evasión sin pretensiones. Y
eso es para nosotros intolerable. Llegados a este
punto he de insistir en que todo lo que hablemos
será off the record y que no podrá citarnos
expresamente ni a mí ni a la Logia. Hemos de ser
discretos —señaló críptico—. Puede indicar si
gusta que se trata de una fuente autorizada. Le
garantizo que así es.
78
Mientras despachaba su lubina desgranaba con
auténtico entusiasmo vericuetos holmesianos que
me hicieron perder la noción del tiempo. A los
postres seguía hablando acerca de pasajes que
parecía saber de memoria. Especialmente aquellos
que yo ya conocía en los que la masonería tenía
algún papel. Extasiado de encontrar por fin buenos
conversadores le seguí la corriente sin mucho
esfuerzo y le acompañé a lo largo de la evolución
de Sir Arthur, como le gustaba llamarle, respecto al
personaje y su mundo, sus personajes laterales, sus
escenarios, aventuras, etc. Creo que hizo en algún
momento alusión a frases y partes de cada uno de
los relatos que conocía al dedillo. Oír de su boca
hablar del carbunclo azul o del hombre que reptaba
era un placer para mí. Tenía ante mí a un purista, un
auténtico gourmet sherlockiano de cháchara
inacabable. Con paladar de connoisseur me
llevaba de un lugar ficticio a otro estableciendo
conexiones, fechas, etc. No me creía del todo la
buena suerte que había tenido con su llamada. Me
estaba ahorrando horas de investigación. Todo lo
tenía en su cabeza. Un verdadero guía en ambos
mundos que, como un tutor, como un maestro con su
aprendiz, me lanzaba pistas para que yo siguiera
por mí mismo su argumento. Tal era el efecto que
producía sobre mí su discurso que a menudo me
tenía que recordar tomar nota de lo que estaba
oyendo para no olvidarme nada luego. En algunos
temas simplemente me reafirmaba sobre lo que ya
79
sabía. En otros me hacía caer en aspectos de los
que no me había percatado. Esos eran los mejores.
Los novedosos. Los desconocidos. Los que eran
para mi descubrimientos.
Gracias a la claridad de su exposición pude
hacerme por fin una visión aproximada de lo que
realmente era la masonería. En su visión un tanto
rosa sus filas habían estado a lo largo de la historia
pobladas por los más insignes personajes como era
el caso de su venerado Sir Arthur Conan Doyle.
Las intervenciones de su influencia habían sido
continuas e intermitentes en la historia, sobre todo
en los momentos más importantes como las
revoluciones norteamericana, francesa, o la que
liberó a las colonias de España en toda
Iberoamérica. Se trataba según él simplemente de
hombres buenos que se reunían bajo una
ambientación de albañiles medievales. Grandes
amantes de la tradición y el simbolismo como
marco adecuado para el mejoramiento personal y
espiritual. Una auténtica red extendida por todos
los países del planeta con un número inimaginable
de miembros. Aunque todo ello muy alejado
actualmente de las visiones interesadas que algunos
querían dar de ellos como conspiradores mundiales
vigilantes y creadores de un nuevo orden o algo
parecido, sin apenas influencia en los asuntos de
gobierno o al menos no tanta como se pregonaba
interesadamente desde las páginas web de los
mismos visionarios que les veían tras la muerte de
80
Kennedy o similares, afirmaba con una falsa
humildad que quería decir precisamente lo
contrario. Se notaba que estaba a gusto
regodeándose en la parte de secretismo y
misteriosa que había hecho a su orden
precisamente carne de literatura y de cine durante
mucho tiempo. Dibujó una línea descendente desde
los templarios pasando por Bonnie Prince Charlie
hasta hoy. Se veía a sí mismo como un guardián, un
custodio, de tradiciones ancestrales orientadas al
mejoramiento de la humanidad mediante el
perfeccionamiento personal de sus miembros y su
proyección de estas ideas en sus comunidades
locales. Siguió hablando así de sus obras
benéficas, de la gran carga espiritual y simbólica
de sus trabajos, de su forma de reunirse y celebrar
sus rituales respetuosamente, de su historia reciente
y de la que decía remontarse a los egipcios y más
allá, de sus valores y principios, de su papel
pionero en el librepensamiento a nivel mundial, de
su apuesta por la libertad y la igualdad antes que
nadie, de su compromiso con la libertad de
conciencia individual, con la separación religión-
estado, etc.
Me habló entonces de un concepto nuevo para mí.
Como quien no quiere la cosa mencionó de pasada
la palabra «regularidad» y le pedí que me aclarara
aquella idea. En respuesta a mi petición me explicó
que en ocasiones hay logias, a las que en su argot
se llama «salvajes», que son expulsadas de la red
81
de talleres oficialmente reconocidas por algún
motivo generalmente relacionado con
desviaciones, interpretaciones demasiado
ultraortodoxas y equivocadas del ritual o por mal
uso de la orden. Estás quedan por tanto fuera del
reconocimiento institucional de la masonería,
pasando a ser denominadas masonería irregular por
lo que se entiende como «regular» la
francmasonería verdadera y oficial. Desde su punto
de vista la «regularidad masónica» funcionaba
como un sistema eficaz de garantía propio, una
especie de «control de calidad» interno y
mecanismo de previsión de la presencia de
advenedizos y oportunistas, pues según él eran
muchos los interesados en «llamar a las puertas del
templo» por motivos espurios e interesados en el
medro y los contactos antes que en la mejora de sí
mismos. Aquello me recordó inmediatamente algo
y aproveché para preguntarle por ello.
—¿Ha oído hablar de la logia Vermissa? —
disparé en un intento sutil de sacarle información.
Tras lo que me parecieron unos segundos
excesivos, en los que el brillo inteligente de sus
ojos aumentó un punto me contestó desviando la
cuestión.
—Me ofende muchacho —dijo con exceso de
teatralidad—. ¿Quién que se tenga por francmasón
y buen estudioso de las aventuras de Sherlock
Holmes no conoce a la logia 341 Vermissa de «El
Valle del Terror»? Aunque como ya sabrá no se
82
trata en rigor de un taller masónico. A pesar de que
la inspiración a algunos puede parecer clara para
mí no lo es tanto.
Dudé por un momento si seguir por aquella línea
para sonsacarle algo más, pero algo me dijo que no
era buena idea así que decidí recobrar el control
periodístico de aquella conversación.
—Y ¿qué opinión tiene su logia, como estudiosa
de la relación ente Holmes y la masonería, de la
aparición de un relato inédito de sus aventuras y
máxime cuando trata un tema como el que trata?
¿Por qué cree que no lo publicó en su momento
sino que lo regaló a una dama? ¿Tiene dudas sobre
su autenticidad? Al fin y al cabo hasta la fecha no
se tenía noticia de un texto del Canon en el que
Doyle tratara la cuestión de manera tan directa.
Para una entidad tan específica como la que usted
representa en que se mezcla lo masónico y lo
holmesiano esto es un tesoro imagino ¿Ha leído ya
el texto? ¿Qué opinión les merece?
—Despacio, despacio hijo. Son muchas las
cuestiones que me hace y cada una requiere su
propia contestación. En primer lugar le diré que
nuestras redes se extienden hasta donde no imagina
en el mejor sentido del término. Estuvimos entre
los primeros en enterarnos del hallazgo. Y no. No
tenemos dudas sobre la autoría de nuestro escritor
favorito de ese relato. Yo mismo fui uno de los
peritos a los que se pidió opinión y mi informe fue
favorable. Lo cual contesta de paso a otra de sus
83
preguntas; sí, he leído el texto completo del
manuscrito inédito, pero hube de hacerlo en
presencia de una persona de la editorial que
vigilaba que no sacara copias ni tomara notas o
hiciera fotografías del mismo, así que no lo tengo
como sería mi deseo. Estoy deseando verlo
publicado.
Valoré si estaba traicionando la confianza de
Ryan con lo que estaba a punto de decir, pero
decidí que aquello podía congraciarme con el
señor O’Leary y procurarme ventajas en mi
investigación.
—¿Le gustaría tener acceso a las primeras
páginas? —le dije en un tono autosuficiente que
cambiaba el eje del peso de la conversación—. Al
menos a una copia —subrayé.
—¿Las tiene? —repuso sinceramente asombrado-
Por supuesto que me gustaría.
En ese momento caí en la cuenta de que ya no las
tenía. Habían desaparecido con el resto de mis
cosas la noche anterior. No podía reconocerlo ante
alguien para quien la pérdida de algo así sería muy
importante y además me tendría por un idiota por
haberme dejado robar un objeto como ese abriendo
la posibilidad a que cualquiera hiciera copias y se
divulgara. De pronto fui consciente de que sí había
algo valioso entre lo que aquella mujer me había
robado. Y del lío en el que me podía meter y podía
meter al militar jubilado. Intenté que mi rostro no
reflejara nada de lo que estaba pensando dadas las
84
habilidades de mi interlocutor para la «adivinación
del pensamiento» y opté por mentir. Ya vería como
salía de aquel jardín y solucionaba el embrollo en
el que estaba.
—Creo que las puedo conseguir. Estoy en buenas
relaciones con el propietario. Si lo hago trataré de
obtener permiso para darle una copia. Y…,
cambiando de tema. Hay algo que no termino de
entender —apunté—. Tras documentarme sobre
este tema y leer varias publicaciones que abordan
esta relación no comprendo por qué Conan Doyle
da esa mala imagen de la masonería en sus escritos
siendo como era un masón iniciado. Desde que
empecé mi investigación le doy vueltas a una idea
—me lancé envalentonado—. A la vista de tal
despliegue de talento por parte de un autor que
jamás alcanzó ni la décima parte de fama que su
personaje, he pensado si no pudiera ser que Conan
Doyle hubiera usado a la masonería para alcanzar
el éxito literario. Y no me refiero a la posible red
clientelar de contactos y autoayuda que algunos anti
masones dicen que es su orden. Me refiero a que
Doyle era un enamorado de la documentación
detallada y al fin y al cabo un escritor novel que
haría cualquier cosa por documentar sus relatos lo
más posible. Sé de lo que hablo —guiñe un ojo
buscando su complicidad—. No en vano yo me
encuentro precisamente en ese momento respecto a
mi artículo y haría lo que fuera. Sé lo que se siente
¿Cómo dijo el propio Doyle? Ah, sí. «Datos, datos,
85
datos. No puedo fabricar ladrillos sin arcilla». ¿No
pudo ser que hubiera falseado sus intenciones para
ser aceptado en una sociedad secreta que
alimentara su hambre de ambientaciones
misteriosas y los exigentes requisitos de su cuidada
escenografía y puesta en escena en varios de sus
relatos? Y si era así ¿Por qué había sido fácilmente
aceptado y había progresado tan rápidamente en su
seno?
En ese instante un cambio operó en mi
interlocutor claramente. Sus facciones y su gesto
cambiaron. Por un instante su rictus se tensó
duramente. A pesar del evidente intento por
mantener la calma algún resorte se activó pues sus
palabras y su actitud cambiaron radicalmente.
—¿Les va a hacer el juego en su artículo a los
que quieren destruirnos a los francmasones y a la
memoria del hermano Conan Doyle? ¿Por qué si
ese va a ser su enfoque me va a tener enfrente. Y no
se lo aconsejo —escupió momentáneamente
furioso.
—Lo siento, no era mi intención… —titubeé una
disculpa sorprendido.
Noté su lucha interna. Al cabo, recuperando el
control que había perdido momentáneamente sobre
sí mismo, Angus volvió a ser el amable vejete que
hasta unos segundos antes había sido.
—Tiene que perdonarme. Parafraseando al
hermano Kipling comprenderá que ver que lo que
has dedicado tu vida es retorcido por los necios es
86
algo capaz de sacar de sus casillas a cualquiera.
Disculpe. Y contestando a la pregunta que me hacía
antes; No, en absoluto. No creo que en el Canon se
dé mala prensa a la francmasonería, antes al
contrario. En mi opinión el autor distingue cuando
habla de esta de los demás casos. Le pondré un
ejemplo; no si conoce usted la adscripción
masónica de Hugo Pratt, el dibujante de cómics, el
creador de Corto Maltés ¿No verdad? —siguió
concentrado en su plato sin mirarme siquiera—.
Pues él también usa a la francmasonería en las
aventuras de su personaje y cuando lo hace es para
dar relieve a la misma. Siempre aportamos, como
sabe, ingredientes de misterio y ambientación
secretista. Pero su protagonista, el aventurero Corto
Maltés, no es masón aunque, como Sir Arthur, él sí
lo era. ¿No le parece que hay evidentes
paralelismos? O Kipling, al que antes citaba.
Igualmente cuando Sir Arthur Conan Doyle
menciona expresamente a la orden es objetivo y
simplemente hace referencia a personajes a los que
Holmes reconoce como masones con sus dotes
detectivescas. Sin juicios a favor ni en contra como
se espera de un buen hermano. Así actuamos. Es
más, cuando usa sociedades secretas como recurso
en sus relatos para ambientar las organizaciones
criminales lo hace más al estilo de la mafia, los
carbonarios, los Molly Maguire y otras de la época.
En esos casos nunca habla de masonería. Y es
evidente por qué —sentenció zanjando el tema.
87
Estuve a punto de recordarle que en al menos uno
de los casos señala a un personaje claramente
envilecido como miembro de la masonería para
rebatirle, pero preferí no agotar el tema poniéndolo
en mi contra. Era preferible seguirle la corriente
así que la conversación discurrió desde ese punto
por otras sendas también atractivas aunque noté
que ya no volvíamos al punto de inicio y que a
pesar del intento de volver a ser amistoso había
habido un instante que había puesto al experto a la
defensiva. No obstante era tan sugerente y amena su
charla, y nos habíamos caído mutuamente tan bien
que, independientemente de ese ligerísimo
distanciamiento, me fui con la sensación de haber
conocido a alguien increíblemente interesante y de
haber hecho un nuevo buen amigo con el que me
esperaban momentos de dialogo inteligente en el
futuro. Lo había pasado estupendamente y esperaba
repetir. Con esa idea nos despedimos avanzada la
tarde más que amigablemente quedando incluso en
llamarnos para mantenernos informados el uno al
otro de posibles avances en algo que a esas alturas
ya me apasionaba y para vernos en persona y tratar
los últimos flecos de mi reportaje unos días más
tarde.
La sobremesa se había alargado. Ya eran casi las
seis. El resto de la tarde-noche fue sumamente
intensa de trabajo. Por una parte traté de recordar
en anotaciones lo que quedaba de mis notas en mi
cabeza y de ordenar las que había tomado durante
88
mi comida con el señor O’Leary. Parte de lo que
me había dicho había cambiado mi punto de vista.
Otra no me encajaba tanto. Demasiado bueno
reunido en una institución que al fin y al cabo era
humana por mucho que defendiera principios tan
loables y que sus miembros se contaran por
millones y estuviera presente en prácticamente
todos los países de la tierra. Y sin embargo su aura
de misterio sugerente ya me atraía. En todo caso ya
estaba completamente enganchado con los dos
temas que habían llegado a obsesionarme y me
dediqué a leer cuanto encontraba sobre ellos.
Había cosas muy serias y otras más frívolas. Más
profundas y más superficiales. No me extrañaba
que hubiese tanta literatura producida en torno a
cualquiera de los dos campos. También estaba el
tema de las «logias salvajes» ¿Sería «Vermissa»
una de ellas? ¿Habría por ahí algún grupo de
fanáticos paramasones organizados que de algún
modo se habían tomado mi investigación como algo
personal? ¿Estaría en el punto de mira de algún
grupúsculo peligroso de talibanes masónicos?
¿Sería aquello arriesgado de algún modo? Con
estas cosas nunca se sabe. Locos hay en todos
sitios y este parecía prestarse especialmente a ello.
Casualidades de la vida cuando paré un rato a
descansar para cenar, en la tele echaban El hombre
que pudo reinar y, como se puede suponer, me la
vi enterita. Aquello tenía que ser una señal me dije
interiormente en broma. Mi estado de febril
89
ocupación no solo se relacionaba con el hambre de
datos. Me puse a escribir de nuevo mi artículo esta
vez en la vieja máquina de mi madre. Le di nuevos
enfoques diferentes del que había perdido. Era
como si alguien me estuviera dictando en mi
cabeza. Igual que la «escritura automática» que
había leído que tanto interesara a Conan Doyle en
lo que sus biógrafos llamaban su etapa
«espiritista» al final de su vida, tras la muerte de
su madre. Cuando me quise dar cuenta eran las
doce de la noche. Estaba nervioso, inquieto y
agitado. Aquella sensación turbulenta de necesitar
recuperar la información y el tiempo perdidos, y la
preocupación por el problema en que podía haber
metido a Ryan me invadían. Tardé en dormirme.
90
CAPÍTULO 5
ATANDO CABOS
«Afirman que el genio es la capacidad infinita de tomarse
molestias. Como definición, es muy mala, pero
corresponde bien al trabajo detectivesco.»
Estudio en Escarlata - 1887
91
Y lo habían sido por la persona que en unos
minutos me iba a recibir para que la entrevistara.
Yo sabía que toda aquella retahíla de pensamientos
solo eran un intento por mi parte de buscar lógica a
los acontecimientos y de tranquilizarme. Y que no
estaba funcionando. Pero al menos me sirvió para
focalizar mi atención en la tarea que aquella
mañana tenía por delante.
El despacho al que me hizo pasar un competente
becario reflejaba al personaje que lo ocupaba. Un
pretencioso toque zen completamente fuera de lugar
en una ciudad como Edimburgo servía de carta de
presentación a un extravagante editor pagado de sí
mismo que de buenas a primeras me hizo saber que
solo podía reservarme veinte minutos dado lo
ocupado que estaba. Un ostentoso minimalismo que
trataba precisamente de destacar lo recargado de
su propietario. Se trataba de uno de esos pedantes
que se entrevistan a ellos mismos en lugar de
dejarte hacer las preguntas que llevas preparadas.
Un charlatán de mediana edad que había tenido
éxito en su carrera, un ganapán vestido de marca y
con un Bentley esperándole en el parking al que
resultaba imposible hacer callar dado que el tema
era su favorito: él.
—¿Así que vienes de la Beeton’s, eh? Que buenos
tiempos, ¿verdad? —preguntó al aire sin la más
mínima intención de esperar respuesta—. Los
comienzos siempre se recuerdan con nostalgia —
recordó—. Y no es que haga tanto de aquello, pero
92
yo también fui un plumilla una vez. ¿Le darás
recuerdos al viejo Ox de mi parte en la redacción?
Empezamos a la vez. Él en esa misma publicación
y yo en otra muy similar, pero hicimos un par de
cosas juntos y nos llegamos a conocer bien. Bueno
claro… él sigue allí… bueno... quiero decir... al
pie del cañón… corrigiendo estilo y ortografía... y
yo, como ves, he llegado a lo más alto. Arrímate a
él chico si quieres llegar a ser al menos un buen
periodista... Jajajaja... Algunos nos vendimos —
continuó—. Al menos eso es lo que imagino que
alguien como Ox pensaría. Pero hay que pagar las
facturas, ¿no? El negocio editorial es mal negocio.
Por suerte dos o tres sellos estamos en la cresta de
la ola y estas casas nos tienen a los mejores entre
sus filas para que les hagamos tener a final de año
esas abultadas cuentas de resultados… Pocos
hemos sabido ver el futuro y aprovechar las
oportunidades cuando aparecían, y el mundo digital
no es tan malo como hay quien piensa, sino una
fuente de dinero esperando a que alguien sepa
ordeñarla… Pero espera, claro, tú vienes por lo
del cuento ese... los doce folios de Sherlock
Holmes ¿No…? ¿Y qué es lo que quieres saber
exactamente? A ver... Yo que tú lo enfocaría por el
tema de las expectativas que ha generado entre los
frikis. Y ya sabes... en esto hay muchos, muchos
frikis que están dispuestos a pagar lo que sea por
una nueva novela o lo que sea del tipo este.
«Elemental querido Watson» y todas esas cosas,
93
jajajaja… Holmes vende. No tengo ni idea de por
qué, pero el hecho es que es así. Y yo sé lo que es
vender libros. Una portada con una lupa y aquel
gorro ridículo, una edición en tapa dura con
formato joya de mucho ribete dorado y todo eso... y
a las librerías para, al cabo de un mes, cuando los
coleccionistas ya tengan el suyo, volver a sacarlo
en digital y en rústica para los kioskos de las
estaciones. Ni lo he leído. Dicen que no es muy
bueno. Da igual. Es oro puro. ¿Sabes que nuestra
casa pujó en la subasta con que la familia vendió
los derechos por mil libras menos de lo que
estábamos dispuestos a pagar? Jajajaja... ¡soy un
zorro! Y me merezco cada penique que me pagan.
Se lo quité de las manos a una especie de sociedad
de frikis que, alucina, decía que lo quería para que
no se publicara. Imagino que cosas de
coleccionistas privados. Ya estoy viendo a un
jeque árabe mirando en su casa en una vitrina
iluminada los doce folios él solo. Relamiéndose.
Jajajaja… Lo querrían para que se revalorizara y
todo eso supongo. Para venderlo en unos años
cuando se hubiera multiplicado su precio. No creo
que fuera buena idea. En estos casos hay que
publicar nada más descubrirse el hallazgo. Es
cuando la gente tiene ganas. Y nada de tratarlo
como un cuadro para especular… hay que hacer
copias. Miles. Y vender todo lo que se pueda en
ese primer mes. Tenemos pensado sacarlo para
primavera. Va a ser un bombazo. Lo publicitaremos
94
como algo misterioso... un tesoro escondido que
sale a la luz y todo eso... jajajaja… Te voy a dar un
par de consejos para tu artículo. —señaló aunque
nadie se lo había pedido— destaca en él lo
extraordinario del hallazgo. Eso siempre vende.
«Tras casi cien años en un desván» y todo eso.
Rodéalo de algún sentimentalismo de esos que
siempre son bien acogidos por la audiencia del
tipo de que los herederos necesitan el dinero para
el tratamiento de una enfermedad terminal o lo que
encuentres. Acentúa esos aspectos y te saldrá un
artículo redondo… y a nosotros nos ahorraras unas
libras en publicidad… jajaja. Se me hace tarde
chaval. ¿Querías saber alguna cosa concreta? Bien,
mi ayudante te acompañará hasta la puerta. Y
recuerda… arrímate al viejo Ox. Este país necesita
buenos plumillas.
Cuando me quise dar cuenta estaba en la calle de
nuevo. En todo aquel rato no había conseguido
meter baza ni una sola vez. Estaba enfadado. Por
mi falta de profesionalidad y de sentido
periodístico. Igual no tenía talento. Me faltaba esa
pizca de mala leche que otros compañeros tenían y
que hubiera impedido que el entrevistado llevara la
voz cantante. Aguijón lo llamaban. Sangre en las
venas lo llamaba yo. No tenía ni idea de quién era
el tal Ox. No había obtenido respuesta a ninguna de
las preguntas que llevaba listas. Salía con mi
cuaderno tan blanco como entré. ¡Ni siquiera me
había ofrecido sentarme! Únicamente una vaga
95
referencia a la adquisición de los derechos
editoriales en una subasta en la que la única
oposición se la había hecho un grupo que no debía
tener muchos fondos si se rindió y que los quería
para no ejercerlos y dejarla sin publicar.
La entrevista, si es que se la podía llamar así, me
había dejado buena parte de la mañana libre y no
tenía cerrada ninguna reunión más ni planificado
nada más que hacer. Vagué. Pensaba en la gente con
la que me estaba encontrando. Estaba claro que no
todo al que me cruzara esos días con motivo del
artículo iba a ser alguien interesante. Me senté en
un banco de un parque y traté de recapitular lo que
hasta ese momento había averiguado. Más allá de
escenas familiares, personajes curiosos y
ambiciosos editores lo que tenía en realidad se
resumía en el descubrimiento de que Arthur Conan
Doyle había sido masón, de que en los relatos
protagonizados por su personaje más conocido
había nombrado de pasada a la masonería en cuatro
ocasiones y que lo había hecho no mediante la
descripción de sus rituales y ceremonias sino
simplemente comentando, como hallazgos
descubiertos por Holmes de entre los rasgos de
alguno de los personajes (como el que dice que
alguien es del Arsenal o del Liverpool) que estos
eran francmasones. La parte verdaderamente
sabrosa era la referida al uso que en sus relatos
había hecho usándola por similitud aplicando sus
formas, contraseñas, saludos, reuniones,
96
organización, etc. a las sociedades secretas que se
había inventado o sobre las que había fabulado.
Sobre todo en la segunda parte de «El valle del
terror» con los «Chirrioneros» y sus logias, en el
relato de los mormones con «Los cuatro santos» y
su rama sangrienta «Los ángeles vengadores» en
«Estudio en escarlata», en las menciones al Ku-
klux-Klan de «las cinco semillas de naranja» y las
menciones a la mafia italiana, los carbonarios, la
banda de Moriarty, etc. Y era lógico pues los
aspectos más atractivos y literarios de la
francmasonería se prestaban especialmente a ese
tipo de tratamiento en manos de un escritor de
talento como era el caso, igual que lo hicieron
luego en la vida real y en la ficticia con
asociaciones criminales de todo tipo incluidas
desde organizaciones secretas en los cómics de
Tintín a bandas de moteros y de neonazis en pleno
siglo XXI, con todos aquellos saludos secretos y
señas de reconocimiento propias, los capítulos en
que se organizaban geográficamente y los nombres
rimbombantes de los cargos de todos estos
grupúsculos, que habían llegado a convertirse en
señas de identidad propias. Más allá de aquello los
demás mimbres que tenía para mi artículo eran
elucubraciones de las que no tenía pruebas (y
menos tras el robo) y únicamente lo referido al
hallazgo mismo y al texto concreto, al que
desgraciadamente no tenía acceso completo, me
permitían montar un reportaje suficientemente
97
solvente. «Menos es nada», me dije. Y concluí que
en realidad con lo que ya tenía (que en realidad no
tenía) un buen periodista haría una buena historia
interesante para el gran público. Si sabía explotar
la noticia que era en si misma el descubrimiento,
con aspectos relacionados con el interés suscitado
entre los aficionados al autor y sus personajes, lo
referente a la puja en la subasta, la originalidad de
abordar el tema de la masonería… adornarlo con
cuatro o cinco referencias bien hiladas a la
adscripción del autor a la orden y a las obras ya
publicadas con aquellas menciones masónicas y
paramasónicas… podía cerrar un artículo de la
adecuada calidad. Pero sabía que podía hacerse
más. Algo no encajaba en todo aquello. Sentía que
faltaba algo en mi investigación, que podía llegar
más lejos... más profundo.
Mis padres me preguntaron si todo iba bien
durante la comida. Hablé con Sally un rato
intentando distraerme y la noté distante.
Seguramente era yo el que lo estaba y por reacción
de espejo lo proyecté sobre ella. Pasé la tarde
reconstruyendo el relato de lo acontecido y dando
forma al artículo. Encerrado en mi habitación
oscura con solo la luz del flexo sobre la vieja
máquina de mi madre me sentí por un momento un
escritor de la vieja escuela.
Y entonces, cuando ya pensaba que el día se
cerraba para mí, el teléfono empezó a zumbar.
—Sí. Soy Duncan ¿Quién es? —respondí.
98
—¿Sr. Frazier? Lamento molestarle —dijo una
voz plañidera al otro lado—, y créame que no es
política del hotel contactar con sus clientes una vez
que han dejado el establecimiento. Ya sabe. Por
discreción. Pero es que he tenido que tomar una
decisión y he considerado que esta era la que
mejor resultaba a sus intereses.
—¿Pero quién es? —repuse extrañado.
—Oh, sí. Disculpe otra vez. Por supuesto —volvió
a pedir perdón la voz en tono servil—. Soy Mister
Sean Reeves, el director del Hotel en el que pasó
usted la noche de ayer —en ese momento recordé al
almidonado personaje—. Hemos dejado pasar un
tiempo prudencial antes de hacer esta llamada por si
venía usted por aquí o nos llamaba, pero he creído
conveniente al ver pasar el tiempo ser yo quien le
llamara. Espero haber actuado bien. Hemos
encontrado su número de móvil entre las
pertenencias que se dejó en la habitación y dado que
entre ellas hay posesiones valiosas como su tablet,
he considerado oportuno.
—¿Me está diciendo que tienen mis cosas
ustedes? —inquirí en un balbuceo— ¿Ahí en el
hotel?
—Exactamente, señor. Las camareras las
encontraron en la habitación hoy, donde el señor.
Se las olvidó y están ahora mismo depositadas en
mi despacho. Puede venir a recogerlas cuando
considere, no hará falta identificarse. Le recuerdo a
usted perfectamente.
99
—Estaré allí en unos minutos. Gracias. Ha hecho
lo correcto.
Salí volando para allá en la moto y casi derribo
una señal de tráfico con las prisas por aparcar.
Entré en el hall del hotel agitado y tras el
mostrador se encontraba aquel robot de cuello
estirado y mirada elevada. Me dirigió la sonrisa
más falsa que hubiera visto en mi vida al
reconocerme y me indicó que esperara un momento
en lo que mandaba a uno de los empleados a
recoger mi bolsa a su despacho. Mientras esto
sucedía mantuvo conmigo una de esas
conversaciones intrascendentes que tanto se dan en
sitios como los ascensores o las recepciones de
hotel. Su cháchara incesante sonaba a mi alrededor
y yo le daba vueltas entre tanto a la duda acerca de
si debía ofrecerle una propina o no por las
molestias.
—Pues sí. En efecto. Allí han estado sus objetos
todo el día de ayer y hasta hoy. Donde los dejó.
Olvidados sin querer por supuesto. Tras la gran
cortina de su habitación. Junto a la pared. Y lo
curioso no solo es que las chicas no las vieran al
hacer la limpieza, razón por la que ya se han
llevado una reprimenda pues no debió ser muy
escrupulosa su labor si no vieron la bolsa en el
suelo... y es que en este hotel damos mucha
importancia a los detalles señor…, pues lo dicho,
no solo eso sino que, más insólito aún es que los
ocupantes de esta noche pasada tampoco nos hayan
100
dicho nada. Quedarían ocultas supongo. Si echa
algo en falta le puedo garantizar que no ha sido
personal del hotel. Es muy escogido señor. Si así
fuera le ruego nos lo comunique antes de
emprender ninguna acción. Nosotros
contactaríamos con las personas que han ocupado
la habitación y trataríamos de arreglarlo.
Discreción. Es la regla. Ya sabe.
Su murmullo incesante y monótono sonaba como
un zumbido mientras yo pensaba en mil cosas y me
hacía mil preguntas. Cogí mi bolsa de las manos de
un joven que llegó con ella en ese momento con
cara de preferir estar en cualquier otra parte. Le
comprendí perfectamente trabajando como
trabajaba para semejante idiota. Comprobé
rápidamente que no faltaba nada y saludé
despidiéndome agradeciendo todo lo que habían
hecho por mí.
—Salude de nuestra parte a la señorita. No pude
hacerlo esta tarde cuando la vi por aquí —dijo el
robot con un deje de maldad mezquina.
Ya más tranquilo en la calle repasé el contenido
de mi bolsa. No faltaba absolutamente nada pero
estaba claro que lo habían manipulado. La forma
de guardarlo no era la que yo acostumbraba. Cierto
era que el propio director había reconocido que la
había abierto para buscar mi número ¿Había sido
tan idiota como para olvidarme mi bolsa en la
habitación? ¿Me había montado toda aquella
película para nada? ¿Estaba paranoico? ¿Llevaba
101
toda la tarde reorganizando mis recuerdos cuando
en realidad no habría hecho falta si no fuera tan
despistado?
Y entonces las palabras del discurso incansable
del estirado director parecieron recolocarse en mi
cabeza. «Tras la cortina». Yo no la había dejado
allí sino en la butaca. ¿Cómo era posible que
hubieran estado allí casi dos días y nadie se
hubiera dado cuenta…? Y lo que era más
importante ¿Qué había estado haciendo en el hotel
Isabella hacía pocas horas?
102
CAPÍTULO 6
LA CLAVE
«Conoce mis métodos Watson. Solo tiene que aplicarlos.»
Estudio en Escarlata -1887
Con mis cosas en mi poder de nuevo todo pareció
tranquilizarse un poco y volver a la normalidad.
Acostado sobre la cama mirando al techo
reordenaba todo lo sucedido en aquel día tan
intenso. La mezcla de cansancio y nerviosismo era
mala amiga del sueño. En todo caso estaba ya más
calmado. Aunque tenía la sensación clara de estar
inmerso en algo mayor que un simple artículo
también volvía a tener el control sobre mi vida.
Los sucesos que se habían desarrollado en los días
anteriores necesitaban serenidad para que yo los
comprendiera bien. Y para mí eso significaba
distancia, distracción. En mi cabeza las cosas
siempre se han colocado en su lugar
correspondiente cuando he dejado de hacerlas caso
obsesivamente. Como quien quiere ver de noche y
para ello ha de mirar en otra dirección distinta a la
de su foco. Para ello me levanté y cogí de la bolsa
las páginas de la copia del manuscrito original que
me había dejado el amable Ryan y que había vuelto
a recuperar. Las releí detenidamente y también
volví a consultar las notas que había tomado en
nuestra conversación. Ahora estaba todo bien. Al
menos nadie tenía copia del texto, ¿o sí? «Olvida
103
eso de momento», me dije sentado descalzo al
borde de la cama en pijama, «piensa en otra cosa».
Así que me dispuse a ello. La historia inédita
recién encontrada no tenía nada de particular
respecto a los otros cincuenta y seis relatos cortos
de Conan Doyle con Holmes como protagonista.
Una estructura similar en la que la acción
empezaba en las habitaciones compartidas por el
detective y su alter ego, el doctor Watson, en el 221
B de Baker Street, una forma de tomar un primer
contacto con lo sucedido (esta vez por el periódico
como en muchas otras ocasiones) y otra de
acercarse realmente a la escena del crimen donde
hacer descubrimientos que asombran al lector por
su perspicacia y sus dotes, y así de paso dar lugar a
que el escritor se explaye usando sus recursos e
imaginación para dar mayor talla a sus personajes,
alguno de estos un tanto curioso descrito con
maestría en pocas líneas acentuando alguno de sus
rasgos, algo que daba personalidad concreta a este
caso, una serie de deducciones, algún obstáculo a
la investigación, quizás el uso de un disfraz para
seguir al sospechoso, un giro final inesperado y una
moraleja de cierre para volver al estadio de tedio
ordinario de la pareja de cara al próximo caso. Lo
habitual.
Sin embargo también había elementos que hacían
única y especial a aquella historia. Estaba en
primer lugar la propia ambientación en la
masonería elegida por el escritor, quien la conocía
104
bien. También resultaba curiosa la elección de una
«tenida» como escena para el asesinato y la del
«templo» como escenario, el uso del clásico
detectivesco de la «habitación cerrada», la
exigencia de discreción por parte de los miembros
del taller en la resolución, cosa que aunque no era
nueva en las aventuras de Holmes parecía venir al
pelo en este caso. Teníamos el hecho al parecer
incuestionable de que el asesino hubiera tenido que
ser uno de los propios hermanos miembros de la
logia, el aura de misterio que envolvía todo
aquello con una escenografía oscura y recargada de
secreto, de simbolismos y juramentos de silencio,
lo curioso de que hubiera un guardián a la entrada
armado con una espada, lo ceremonial del propio
asesinato con una daga masónica presente y una
crueldad innecesaria en forma de martillazos que
habían roto cráneo y clavículas del fallecido. Y por
último la ausencia de mandil del occiso, que
parecía querer dar un mensaje de falta de
merecimiento del mismo y de castigo por alguna
falta cometida, como una especie de degradación
pública y posterior ejecución, etc. Todo ello muy
apropiado para el personaje y el escritor, como
luego el cine se encargó de explotar. Si no fuera
porque el propio Conan Doyle no lo había usado (o
al menos hasta ese momento no se había sabido) en
ninguno de los relatos que publicó con Holmes de
protagonista ¿Que era, me preguntaba, lo que había
hecho a Arthur Conan Doyle saltarse sus propias
105
normas en este caso? ¿Por qué por primera vez
usaba directamente la masonería como fuente de
inspiración y escenario de su relato?
Y entonces, tal como mi experiencia decía, una
vez que me había distraído con un problema
lateral, surgía la solución al que me preocupaba
realmente. No me estaba volviendo loco. No tenía
por qué dudar de mí mismo. No me había dejado
mis cosas en el hotel. Era evidente que Isabella se
había llevado mi bolsa. Estaba seguro de haber
revisado bien la habitación antes de dejarla e
incluso de haber mirado tras las cortinas. Y allí no
había dejado nada. Y además era absolutamente
imposible que ni las señoras de la limpieza ni los
nuevos huéspedes hubieran dejado de ver algo así.
Por último, la súbita desaparición de Isabella
aquella mañana, pero sobre todo su presencia en el
hotel la tarde de la milagrosa reaparición cantaban
demasiado. Se la había llevado y luego la había
devuelto. Lo que no tenía claro era para qué. ¿Qué
podía haber estado haciendo en ese tiempo con mis
cosas? ¿Había sacado copias del facsímil de las
primeras páginas del relato? ¿Por qué me las había
devuelto? ¿Y por qué de esa manera? No podía
entender que me las hubiera regresado sin quedarse
nada. No era un comportamiento muy normal en una
ladrona. Y mientras pensaba todo aquello el
cansancio me invadió finalmente y me quedé
dormido.
106
...
Por la mañana, ya descansado vi nada más
levantarme, sobre mi mesilla, la luz intermitente de
mí teléfono móvil parpadeando. Había recibido
durante la noche un mensaje de whatsapp sin texto
pero con un archivo adjunto. Mientras me dirigía al
baño de manera distraída lo abrí sin tener muy
claro de quien era el teléfono desde el que me
enviaban una foto. Sorprendido miré un par de
veces la pantalla. Supuse que era un error. No tenía
ni la más remota idea de qué era aquello. Volví a
mirar el número pero no me sonaba de nada ni
estaba entre mis contactos. Retorné a la extraña
imagen que me acababan de mandar y cuando,
pensando que se trataba de alguna broma, fui a
borrarla me detuve preguntándome dónde había
visto yo eso antes. Estaba claro que era algún tipo
de código o mensaje.
107
108
Me recordó de inmediato a uno de los relatos de
Holmes que había leído recientemente: «La
aventura de los bailarines». Y entonces ya no tuve
ninguna duda de que se trataba de algún tipo de
mensaje secreto. Esto mejora por momentos, me
dije mientras me preguntaba por el siguiente paso
que debía dar. No se me ocurría a quien
mandárselo en busca de ayuda o qué buscar en
Internet. No podía simplemente escribir en el
buscador «Códigos cifrados». Tampoco podía
enviar la foto tal como estaba pues eso era mandar
literalmente el mensaje. Quien supiera descifrarlo
lo entendería y no sabía si eso era conveniente.
Opté por escribir sobre un papel alguno de
aquellos signos al azar y luego hacer una foto al
conjunto. De esa manera esperaba que no dijeran
nada a nadie. Tras ello entré en alguno de los foros
holmesianos y pregunté si a alguien le sonaban
aquellos símbolos y qué relación tenían con el
sabueso.
Mientras me servía el desayuno mi madre me dijo
que había llegado un sobre a mi atención. Aquello
no solo me extrañó sino que empezó a enfurecerme.
Nadie sabía que yo estaba allí salvo Sally y la
editorial, y ninguno de los dos conocía la dirección
de mis padres. ¿Quién podía ser? Cuando vi el
sobre me tranquilicé inmediatamente. Con aquel
aspecto solo podía ser algo enviado por Angus. La
filigrana en relieve gris del ribete del reborde y el
trazo de la letra por fuera del sobre anunciaban
109
recarga casi barroca. Parecía una invitación de
boda. Cuando lo abrí leí el texto que contenía
escrito a mano con ortografía cuidada y cursiva:
Enterados por el muy ilustre H.·. O’Leary, de
nuestro común interés en la figura del escritor
que da nombre a nuestra organización y seguros,
según su capacidad de conocer el carácter
humano, de que va Vd. a dar a la información
que le aportemos el valor que tiene dejando en el
lugar que corresponde a nuestro bienamado Sir
Arthur Conan Doyle y a esta ancestral orden
francmasónica, nos dirigimos a Vd. para
ponernos a su disposición en sus pesquisas
aportando nuestros archivos y trabajos
monográficos sobre esta cuestión que incluyen
correspondencia y manuscritos originales de
nuestra colección particular. También hemos
decidido darle permiso para citar nuestra Logia
en su artículo como fuente de información
siempre que se la trate adecuadamente en su
reportaje y se nos permita leer este antes de su
publicación para dar nuestro permiso expreso a
lo publicado. Ello enriquecerá sin duda el
resultado final y le ahorrará gran cantidad de
tiempo e inconvenientes al disponer
directamente de la mejor fuente posible.
Por otra parte le comunicamos que ha dejado
en nuestro Hermano una inmejorable sensación y
aunque, como sabe, nos está prohibido hacer
ningún tipo de publicidad ni proselitismo, nos
atrevemos a anunciarle que sería visto con
110
buenos ojos si en el futuro se plantease ser
iniciado francmasón en nuestra Logia, decisión
que, como no puede ser de otra manera, queda
suya.
Me he permitido acompañar a esta misiva la
documentación de la solicitud de ingreso que en
caso de interesarle habría de rellenar y
remitirnos.
Sin nada más que comunicar reciba un abrazo
fraternal.
H.·. Logan Chandler
Secretario
R.·. L.·. de Estudios «Conan Doyle»
Gran Oriente Escocés»
Me ofrecían acceso a sus archivos… Y lo que era
más sorprendente ¡Me estaban invitando a
iniciarme como francmasón! No podía salir de mi
asombro. Evidentemente me sentí halagado y
atraído por la idea. Una idea en la que no me
hubiera detenido ni un minuto hacía tan solo unos
días. Todo había estaba sucediendo tan rápido.
Para ser sincero conmigo la verdad es que cada
vez me sentía más atraído por la francmasonería y
aquella halagadora oferta mostrando interés desde
sus filas porque me incorporase alimentó mi ego.
Algo tendría de bueno si estaba compuesta por
gente como Angus O’Leary. Puede que fuera la
respuesta a las inquietudes que desde hacía tiempo
me habían estado rondando la cabeza. Un espacio
libre donde crecer personalmente rodeado de
111
buenas personas, maestros de los que aprender y
nutrirme en mi búsqueda por el camino, valores en
un mundo que los pierde. Por fin iba a encontrar a
personas inspiradoras con las que intercambiar y
hablar de temas elevados. Puede que fuera justo lo
que me estaba haciendo falta; Tertulia filosófica,
espiritual y literaria, ayuda en mi autoconstrucción
personal, acompañamiento de maestros… Si había
que pagar el precio del formalismo y el ritualismo
se pagaba a gusto. Tampoco me parecía mal la
tradición. De pronto supe cuál iba a ser mi
respuesta. Era verdad que la oferta venía
acompañada de una petición por su parte de algo a
cambio, pero por otra parte también era cierto que
el ofrecimiento de materiales era bueno para mi
artículo. De hecho con aquel material podía
plantearme incluso un libro. Sin embargo no todo
en aquel dulce estaba claro ¿Se trataba quizás de
algún tipo de chantaje? Si lo era desde luego era
sutil ¿Quiénes se creían para tener que dar a mi
texto su aprobación final? Al fin y al cabo yo era
un periodista y no hacíamos esas cosas. Existía la
libertad de prensa. Aunque en mi mundo aquellos
«tratos» eran frecuentes. Puede que solo se tratara
de querer asegurarse de que el nombre y la fama de
su idolatrado icono no quedaba manchado con la
posibilidad de sacar a la luz una historia de un
posible adulterio. Necesitaba pensar con claridad
para tomar una decisión y lo que sucedió a
continuación no contribuyó especialmente a
112
calmarme.
Aún con la carta en una mano y el café del
desayuno en la otra, vi en el iPad que había
encendido que me entraba un correo electrónico.
Alguien que se identificaba como administrador del
Foro «Jezail» de aficionados sherlockianos de
Bostón contestaba a mi última pregunta. No dejaba
de sorprenderme que hubiera frikis pendientes de
responder a las curiosidades de un extraño en
aquella comunidad, ni de que entraran en sus foros
con tal asiduidad, como si de aquello dependiera
sus vidas. Ni de la práctica inmediatez de sus
respuestas que denotaban o bien mucho tiempo libre
o una obsesión compulsiva por su pasión ¿Qué hora
sería en Boston?
Querido desconocido. Lamento informarle de que
le han tomado el pelo. Los signos que envía en su
pregunta en el foro no tienen nada que ver con
ninguna de las aventuras de Sherlock Holmes. Se
trata de un conocido alfabeto que ya nadie usa
pero que pertenece a la tradición masónica más
secretista. Le adjunto un cuadro de equivalencias
que le ayudará a hacer la traducción del texto que
necesite, ya que el que manda no significa nada.
Espero haberle ayudado. Le rogaría que me
mantuviera informado del resultado si hay algo
interesante que contar. Gracias.
¡Un código secreto masónico! Me había
equivocado de campo. No era entre los
Sherlockianos entre quienes tenía que haber
113
preguntado. Quizás si hubiera preguntado a Angus
habría tenido la respuesta. Aunque dudo de que
hubiera sido más rápida. Al texto acompañaba esta
clave:
114
115
Y con ella descifrar mi mensaje oculto resultó
sencillo aunque nada tranquilizador. El texto una
vez decodificado decía así:
LAS FECHAS ESTÁN PRÓXIMAS
341 VERMISSA
Otra vez la logia «Vermissa». El número me lo
tenía que haber aclarado sin necesidad de nada
más. Al menos la firma. Y con ella quizás hubiera
podido traducir el resto. Y era el resto lo que me
intranquilizaba. ¿Qué querían decir aquellas
palabras? ¿Se trataba de algún tipo de plazo o algo
así? Y de ser así… ¿Para qué? ¿Para irme? ¿Para
dejar de investigar? ¿Era una amenaza de muerte
con cuenta atrás? Aquello ya no me gustaba nada.
Iba en serio. Pensé en llamar a la policía pero,
¿qué les iba a decir? ¿Que era el oscuro objeto de
una conspiración masónica para asesinarme? ¿Que
había recibido la amenaza de muerte en clave por
whatsapp? ¿Qué venía firmada por una Logia
basada en una novela de Sherlock Holmes? Sería
el hazmerreír. Haría el ridículo.
116
CAPÍTULO 7
SU ÚLTIMO SALUDO EN EL
ESCENARIO
«Cuando eliminas toda solución lógica a un problema,
lo ilógico, aunque imposible, es invariablemente lo cierto».
Estudio en Escarlata - 1887
Me vestí y salí a la calle. Pasear por un parque me
aclararía las ideas y me dejaría ver claro para
decidir lo que debía hacer. Empezaba a estar
asustado. No me pagaban suficiente por aquel
maldito artículo. No sabía dónde me había metido.
Ni con quién. Mi teléfono sonó. Era Angus. Quería
saber si había recibido la carta. Decía no querer
presionarme en ningún sentido pero era obvio que
aquellas prisas lo hacían. Volvió a ponerse a mi
disposición. Él y su taller con todos sus fondos
bibliográficos, que eran muchos y de calidad
subrayó. Mi investigación ganaría mucho con
aquello y al fin y al cabo «nada había que ocultar
de la vida de Arthur Conan Doyle, ¿verdad?». Me
interrogó. Me despedí asegurándole que me tomaba
muy en serio su ofrecimiento y que me lo pensaría.
Que me sentía halagado y me atraía la idea. Y que
en breve tendría noticias mías. Quedamos en tomar
juntos un café otro día. Pronto. Y colgó. Me
arrepentí inmediatamente de no haber aprovechado
su llamada. Hasta tal punto que estuve a punto de
117
llamarle yo a él a mi vez al instante. Seguro que
una voz amigable y sabia como la suya me podía
haber orientado con mi problema. Al fin y al cabo
era un experto en Sherlock Holmes, en masonería y
en logias salvajes. Pero no lo hice. Aquel era mi
problema.
Me senté en un banco. Miraba al frente y al suelo
a mis pies alternativamente. La gente pasaba ante
mí arriba y abajo. Una vieja daba de comer a las
palomas. Algunos niños jugaban con su frisbee y su
perro. Todo parecía lejano a pesar de suceder a
pocos pasos de mí. Nadie podía suponer el
tormento que pasaba por mi cabeza sobre la que
pendía una seria amenaza.
—¿Preocupado por algo? —dijo una voz
femenina a mi lado mientras su dueña se sentaba en
el banco junto a mí.
Levanté el rostro girándolo de lado para ver de
dónde venía aquella voz conocida y en mi subida
mi boca dibujó una sonrisa al reconocer aquellos
tobillos. Sentía una extraña mezcla de enfado,
curiosidad y alivio. Isabella estaba a mi vera con
las piernas cruzadas. Fumaba y sonreía a su vez
como una diosa que se supiera poderosa y
sugestiva.
—¿Qué hiciste con mis cosas mientras las
tuviste? —solo acerté a decir.
—Leerlas —contestó sin que aquellos
maravillosos ojos enmarcados en su melena roja
pestañearan ni una sola vez.
118
—¿Por qué? ¿Qué buscabas?
—Queríamos saber lo que habías encontrado y
por donde ibas a enfocar el reportaje —repuso.
—¿Queríamos?
—Vermissa.
—Estoy asustado. Me asustas. Me asustáis.
—No hay motivo.
—¿Te parece poca razón —dije— que alguien
como tú me tienda una trampa para robarme? ¿Que
luego me entere de que pertenece a una
organización secreta basada en el nombre de una
banda criminal? ¿Que sepa que me ha seguido allá
donde he ido durante días…? Y sobre todo, ¿te
parece poca causa para estar asustado que no deje
de mandarme mensajes amenazantes? —respondí
ya verdaderamente enfadado.
—¿Banda criminal? ¿mensajes amenazantes…? A
alguien estos días le han metido pájaros en la
cabeza —contestó sardónica.
—Pues ya me explicarás.
—Lo haré. Pero no aquí. Quiero presentarte a
alguien y llevarte a un lugar. A uno cuyas
coordenadas son solo conocidas por los hijos de la
viuda —señaló enigmática.
—¿Crees que estoy loco? ¿Crees que te
acompañaré a ningún sitio? Sería como meterme en
la boca del lobo.
—Ven conmigo solo si quieres respuestas. Te
aseguro que no hay peligro.
119
...
Unos días atrás había estado en un templo
masónico. Lo había visitado como turista. Y sin
embargo, a pesar de la evidente similitud de
símbolos que tenía ante mí, este en el que ahora me
encontraba era completamente diferente. Aquel era
un museo. Este estaba vivo. En uso. Todo en él
denotaba que estaba «en servicio», «activo». Por
un instante me paré a pensar que en todos los
pueblos y ciudades de mi país y de Estados Unidos
y muchos sitios de toda Europa y el resto del
mundo había lugares como aquel aunque la gente
que pasaba por la calle a pocos metros no lo sabía.
El despliegue efectista de velas, sillas que habían
estado ocupadas recientemente como su colocación
me indicaba, cortinajes negros, columnas de
diferentes estilos arquitectónicos... una calavera,
una menoráh, una biblia... el suelo blanco y negro
ocupado estratégicamente de manera casi casual
por espadas, compases, piedras a medio tallar,
escuadras, las estrellas pintadas en el techo, los
nudos, cuerdas, mazos ceremoniales… Todo ello a
media luz... y sin embargo lo que en ese instante
centraba mi atención eran los doce rostros que
desde la penumbra me observaban impidiéndome
con su juego de contraluces que yo pudiera
distinguir sus facciones.
—Y ahora sí. Ya de una manera más formal… Te
120
presento a mis hermanos y hermanas de la logia
341 «Vermissa» —dijo Isabella junto a mí.
—Siéntese, por favor —dijo una voz femenina a
mi frente—. Tenemos mucho de qué hablar.
Estaba confuso. En buena parte había dejado de
sentirme amenazado a pesar de que todo debía
hacerme sentir al contrario. El ambiente no era
hostil. Unos instantes antes les había visto
prepararse para empezar y vestirse sus ornamentos
en la sala de la entrada. Todo muy coloquial.
Hablaban entre ellos con cercanía. De temas
ordinarios. Ni el menor atisbo de peligro. Nada
amenazador. Personas normales que parecían estar
haciendo cosas normales mientras se colocaban
collares y guantes rituales. Yo les miraba hacerlo.
Nadie me había presentado y me sentía fuera de
lugar. Ellos estaban en su casa. Aquello les
resultaba muy familiar. A mí no. Pronto aquella
sensación pasó cuando entramos. Antes de penetrar
en el templo masónico Isabella me había
comentado que hoy no trabajarían ritualmente pero
que aun así se vestirían sus prendas rituales
excepción hecha de sus mandiles que reservaban
para lo que llamaban «tiempo sagrado». Se
disponían a celebrar una «tenida blanca» en la que
está permitida la entrada a «profanos». La de hoy
estaba monográficamente dedicada a mí y a mi
investigación. Me había sorprendido mucho cuando
Isabella, de camino hacia allí, me había confesado
ser francmasona. No tenía idea de que las mujeres
121
también pudieran serlo. Había leído de logias y
obediencias femeninas e incluso en el continente
había logias mixtas, pero no en Gran Bretaña.
Estaba allí sentado con ellos en su templo hablando
de Sherlock Holmes, de su autor, de masonería. Me
sentía cómodo y a gusto. Entre amigos. El tono lo
facilitaba y las formas y la penumbra solo
aportaban misterio y seriedad al acto. Lejos de
parecerme extraño o mal, estaba encantado.
Rápidamente se había generado un espacio de
intercambio y respeto mutuo muy saludable. No me
interrogaban ni yo a ellos. Era más parecido a una
tertulia con un quizás excesivo respeto a las
fórmulas de cortesía, en ningún caso había por
ninguna parte sensación de riesgo para mí. En ese
momento alguien hacía un pequeño discurso sobre
la misión de la logia y sus orígenes que me estaba
claramente destinado:
—Esta logia no se llamaba «Vermissa» el día que
fue fundada hace más de cien años. Importa ya
poco su nombre original. Tampoco había mujeres
inicialmente en ella. Muy pronto se caracterizó por
ser poco ortodoxa…
—O mucho según de qué hablemos —dijo otra
persona interrumpiendo y generando un rumor de
sonrisas en los presentes.
—Continúo —dijo el interrumpido sonriendo—.
Al cabo de pocos años del levantamiento de sus
columnas hubo varias malas experiencias por
personas que habían sido admitidas con lo que
122
luego se demostraron motivos interesados y poco
puros. Simultáneamente hubo solicitudes de
mujeres de ingresar. A los miembros del taller de
entonces lo primero les parecía mucho peor que lo
segundo. Descubrir con frustración que lo que
movía a muchas personas a acercarse a la
masonería eran intereses ajenos al trabajo de
perfeccionamiento personal fue duro. Los había
que buscaban ventajas económicas y contactos o
tratos comerciales, otros que deseaban hacer
amistades entre la nobleza y los poderosos, etc. En
aquella época la francmasonería vivía un momento
de auge y se creía que había que pagar el mandil a
cambio de ser alguien en sociedad. Todo ello
contaminó mucho a toda la orden en nuestro país y
por todo el mundo. Oportunistas y advenedizos de
todo tipo se acercaron a los templos en busca de
apoyos a cien mil proyectos e inversiones que nada
tenían que ver con el trabajo personal de
perfeccionamiento filosófico y espiritual que
originariamente pregonábamos ni con los templos
que queríamos levantar a las virtudes y las cárceles
a los vicios y las pasiones. Por otro lado, a
aquellos hermanos de entonces el ingreso de
mujeres en las logias les pareció un paso normal
con el devenir de los tiempos. Un día la gota colmó
el vaso. Aquellos primeros hermanos descubrieron
que habían sido engañados por uno de los
solicitantes de ingreso. Se enteraron, por boca de
una de las hermanas con la que aquel mantenía una
123
relación, de que se trataba únicamente de un
escritor novato intentando encontrar inspiración y
escenografía para su primer relato.
—¡Conan Doyle! —dije.
—No le fue permitida la entrada en aquella Logia
—siguió—, y nuestras actas dicen que nunca
volvió a intentarlo en ella. Pero sí lo intentó y lo
consiguió en otra logia.
…
—Desde hacía tiempo, quienes aquello vivían
estaban denunciando la situación en nuestro
capítulo provincial y en cuanto foro masónico les
era permitido hablar. Sin embargo un día de finales
de siglo XIX el taller recibió la orden de
irradiación de todos sus miembros y abatimiento de
columnas. La excusa era la cuestión de haber
iniciado a mujeres. La razón principal sin embargo
era otra.
…
—Desde entonces esta logia se llama
«Vermissa», lleva por número 341 y actúa de
manera «salvaje». Se pretendía con la elección de
aquel nombre ser una denuncia viva de lo que se
estaba haciendo por la masonería por parte de
algunos y además un giro irónico hacia una de las
personas que más claramente representaba lo que
se denunciaba y más había contribuido
precisamente a denostarla con sus usos
tergiversados en sus escritos. Nosotros somos sus
herederos.
124
—En algunos casos literalmente —dijo Isabella a
mi lado riendo.
Y aquella broma, reída por todos, de pronto me
hizo descubrir muchas cosas.
—¡Eres la hija de Ryan. La que vivía en
Aberdeen! —me oí decir en voz alta sorprendido
—, la biznieta de la mujer que fue amante de Conan
Doyle, la hermana que le denunció.
...
Tras la tenida blanca celebramos el ágape. Los
masones tienen costumbre de finalizar sus
ceremonias con una comida conjunta en la que ya
no están tan serios sino más distendidos y donde se
habla de los temas que se han debatido dentro pero
en un ambiente más relajado. Durante su desarrollo
varios de los miembros de la logia me explicaron
los detalles de la historia. Así, me confirmaron que
Conan Doyle había utilizado la masonería en su
interés personal para lograr documentarse y
ambientar sus novelas. Se trataba de un enamorado
de la historia y del detalle. Para su explicación
empezaron por algo que para mí era evidente. Por
mucho que se empeñara algún masón holmesiano
no había en todo el Canon una sola línea que
permita afirmar que ni el detective ni su compañero
hubieran sido francmasones. Pasaron a
continuación a detenerse en la forma, extrañamente
aséptica para un autor miembro de la orden, en que
125
esta era tratada en los textos y de la que no se
podía deducir simpatía alguna. Antes al contrario.
Por el modo en que Conan Doyle usaba los
elementos que eran propios de las logias y que por
supuesto no le eran desconocidos, como fórmulas,
contraseñas, saludos propios, palabras de paso,
iniciaciones…, se derivaba que siempre los había
puesto en el lado oscuro en la balanza ética. Conan
Doyle usó muy profusamente las sociedades
secretas con similitudes masónicas en sus textos
(Los Chirrioneros en el Valle del Terror como
pseudónimo de los verdaderos Molly Maguire, la
mano negra, el Ku Klux Klan en las Cinco pepitas
de naranja, Los Cuatro Santos y sus Angeles
vengadores en Estudio en Escarlata, etc.). Y en
todos los casos indefectiblemente las usó como
ambientación misteriosa y cobertura para bandas y
crímenes. Aportaron evidentemente los elementos
literarios del aura de secreto y disciplina interna
bajo pena de castigos severos que sirven como
espacio más adecuado para el delito. Es pues un
tratamiento el que hace de las sociedades secretas
poco favorecedor para estas. Así que la postura de
Doyle no era fácilmente comprensible. No es que
formara parte de la leyenda rosa de la
francmasonería. Esa cuyos autores pretenden que
todo lo bueno de la historia del hombre ha sido
debido al trabajo callado de esta orden. Es que
parecía pertenecer antes a la llamada leyenda negra
de esta por la forma en que había contribuido a
126
influir en el pensamiento de varias generaciones
acerca de las sociedades secretas. Pocos escritores
han sido más eficaces a la hora de levantar
sospechas y dar argumentos a los detractores de
estas. Pocos han contribuido tanto a generar una
imagen de secreto malvado del que precaverse en
toda agrupación de hombres que se reúnan bajo
signos y saludos propios en el marco de una
ambientación concreta. Y sin embargo él era uno de
ellos. De hecho, si me paraba a pensarlo, en
términos absolutos pocas personas habían
contribuido tanto, haya sido intencionadamente o
no, a la mala imagen, de la masonería. No solo hizo
un uso estereotipado de las sociedades secretas, es
que literalmente contribuyó fuertemente a crear el
propio estereotipo literario que luego sería usado
hasta la saciedad. Basándose de manera poco
disimulada en su misma orden creó la figura de red
y organización que servía de nido a todos los males
y entidades criminales y era ambientación idónea
para la novela y luego el cine. Conan Doyle, un
maestro masón, recordemos, fomentó en sus
lectores la desconfianza y la sospecha hacia las
órdenes secretas como nadie antes lo había hecho
salvo quizás Leo Taxil, solo que Doyle lo hizo en
el mundo de la ficción y con un personaje cuya
lectura era prácticamente obligatoria para
cualquiera en Europa y Estados Unidos al poco
tiempo y cuya fama creció gracias al teatro y al
cine como la espuma hasta hacerse universal y
127
piedra de toque de la literatura moderna. Ahora
con el tiempo no somos capaces de apreciar todo
el efecto. Han pasado cien años, pero el
estereotipo de la logia en la que se hacen rituales
secretos empezó a interesar al gran público gracias
a sus obras. Recientemente tendríamos Eyes wide
shout, El código da Vinci e incluso las
organizaciones criminales secretas como las de
James Bond o el tratamiento literario y fílmico que
se ha querido dar a Al Qaeda como red del mal que
actúa en la sombra, etc., pero todo empezó
entonces con la creación del tipo literario de la
logia secreta conspiradora y oscura que él creó. La
fama de Holmes fue la extensión simultáneamente
de esa mala prensa para las sociedades secretas y
sobre todo para la única que realmente funcionaba:
la francmasonería. Otros autores coetáneos y
también masones, sin embargo, como Kipling en
Kim de la India o El hombre que pudo reinar se
esforzaban, aun usando la masonería en sus
ficciones, por no perjudicarla e incluso aumentar
su aura de leyenda.
¿Por qué Doyle perjudicaba así a la orden a la
que pertenecía? Y ¿por qué, a pesar de lo que se
podría considerar una especie de traición hacia sus
hermanos, estos le habían venido defendiendo
siempre y le habían mantenido entre su cuadro de
miembros ilustres? Solo había una respuesta a
todas aquellas preguntas. Tal actitud solo se
entendía a la luz de una reveladora iluminación. En
128
una época en que las conspiraciones estaban a la
orden del día, en la época del gran juego del
espionaje colonial, la de la aparición de fenómenos
como la Mafia, los refugiados políticos, el
socialismo en ciernes, etc., Conan Doyle usó su
pertenencia a la masonería interesadamente para
ambientar sus relatos, documentarse y lograr el
grado de detalle del que era tan amigo. Y lo hizo
con suma inteligencia y visión comercial. Sabía lo
que atraía al público. Lo que enganchaba. Y lo
explotaba. Y fue en ello pionero. Inventó un género
novelesco de esta manera al que mucho deben los
Dan Brown y seguidores. Ese que consiste en
repetir casi milimétricamente cambiando solo los
nombres, el esquema de un protagonista que se
encuentra inmerso en una investigación
aparentemente inocua, que sin embargo se descubre
parte de un gran manejo por parte de una sociedad
secreta antigua, disciplinada y bien organizada. La
misma organización de delincuentes de Moriarty, el
archienemigo de Holmes, es ni más ni menos que el
perfeccionamiento de ese ensayo. Una red en que
nadie conoce a su superior y en la que unos están
unidos a otros, además por el afán de lucro rápido
y la falta de escrúpulos, por juramentos místicos y
aceptación obediente de la disciplina de un grupo
secreto liderado desde la oscuridad por un gran
conspirador. Ese fue, entre otros, el gran legado de
Conan Doyle a la historia de la literatura. No solo
el detective universal tipo y ejemplo para los
129
venideros. También el malvado director de una
megabanda secreta que luego copiarían Ian Fleming
y otros en las novelas de James Bond.
—Y alguien tenía que denunciar manejos como
aquellos —dijo Isabella al otro lado de la mesa—
fuera desde dentro o expulsados de la masonería
como logia salvaje.
—Pero… sois conscientes del alto componente
estético que la orden tiene… de su valor literario y
fílmico... es difícil sustraerse. Miraos vosotros
mismos. Podríais ser perfectamente el fruto de la
imaginación retorcida de uno de esos escritores.
Personajes de un relato de uno de esos oportunistas
que solo se han acercado a la masonería en busca
de inspiración y ambientación atractiva para sus
historias.
—Nada es solo blanco o negro. Recuerda el
suelo ajedrezado que hace un rato pisabas.
—Hay algo que no entiendo entonces. ¿A qué
venía la amenaza? —dije.
—¿Qué amenaza?
—¡La que me mandasteis alguien de vosotros en
clave!
—Ja, ja, ja... No pretendía ser una amenaza —rió
el que me imaginé que la había mandado—.
Pretendíamos ayudarte. Una vez que vimos que
estabas enfocando el artículo bien tras leer tus
notas, simplemente decidimos mandarte una
pequeña ayuda. Un empujón que te abriera los ojos
en tu investigación. Era una pista.
130
—¿Una pista? A mi «las fechas están próximas»
me suena más a plazo que a ayuda —contesté.
—Aún no te has dado cuenta, ¿verdad? En esta
cuestión «las fechas son la clave» y eso
precisamente quería decirte el mensaje. Queríamos
que te fijaras en las fechas.
—Pero... ¿Qué fechas? —supliqué.
—Recordemos que hablamos del mismo Conan
Doyle que publica su primera novela en noviembre
de 1887. Un relato en el que ya empieza a usar sus
artimañas. Una historia en que uno de los asesinos
es descrito como el colmo de la maldad (incluso en
su aspecto físico...) y que es masón.
—Sí. Lo recuerdo. En «Estudio en Escarlata». La
primera aparición de Sherlock Holmes y Watson.
Su primer caso. Cuando el detective Gregson
describe a Enoch Drebber con «un anillo de oro
con una divisa masónica».
—¿Y?
—¡Dios mío! Claro —grité—. ¡Conan Doyle se
inició en Masonería un 26 de febrero de 1887!...
mientras escribía su novela protagonizada por
Sherlock Holmes ¡Esa es la prueba! ¡Se estaba
documentando!
—Efectivamente. Allí hacía el primer intento de
uso de la francmasonería por similitud. En ella
aparece una sociedad malvada llamada «Los
Cuatro Santos» cuyos miembros son desconocidos
y las decisiones en sus reuniones mantenidas en
secreto por constituir delitos. Cuentan con palabras
131
de paso, escenografía propia, contraseñas,
disciplinas y juramentos de obediencia, etc.
¿Sospechoso cuando menos, no?
—¿Y la logia de estudios «Conan Doyle»? ¿Qué
tienen ellos que ver en todo esto?
—Aunque la actitud y las acciones de Arthur
Conan Doyle hacia la masonería se podrían
considerar un incumplimiento de sus juramentos y
una especie de traición hacia sus hermanos —
explicó Isabella—, estos le han venido
defendiendo siempre y le han mantenido entre su
cuadro de miembros ilustres solo por una razón: lo
que aporta a la institución de fama mundial y de
prestigio por pertenecer a sus filas a pesar de todo
ello. Hablamos de todo un Sir. Hay masones
dispuestos a perdonar aquello a cambio de la
universalidad del personaje y la gloria del famoso
escritor. Esa es la función de logias como la
«Conan Doyle». Nosotros no somos de ese tipo de
masones. Nosotros queremos una masonería más
espiritual y menos materialista. ¿Sabes cuánto
dinero mueve la orden en donaciones por todo el
mundo? Hospitales, centros de investigación...
¿Tienes idea del volumen de los negocios que
mueven los masones entre ellos? ¿Sus influencias?
Hay mucha gente dispuesta a pagar mucho dinero
por ser miembro de una sociedad secreta a la que
pertenecieran personas insignes como Washington,
John Waine, Kipling, Bolívar... Hay quien piensa
que es rentable dedicar esfuerzos a potenciar esa
132
leyenda rosa y ese aura de misterio... por encima
de los valores y la faceta más personal de mejora
de sus miembros en lo espiritual y filosófico. Hay
intereses creados. Son los que prefieren ver y
proyectar la imagen de Conan Doyle como un
hermano implicado en lugar de como un oportunista
interesado solo en lograr una buena ambientación
—Hay además entre ellos quien no vería con
buenos ojos que saliera a la luz un texto en que se
describe perfectamente y reproduce en detalle una
recreación de la muerte de Hiram Abif, la leyenda
secreta mejor guardada por los masones y su base
mitológica y simbólica. Ese es el relato que Conan
Doyle escribió para mi abuela y no otro. Una
especie de venganza personal. Un texto escrito en
su madurez con todo lo que le había hecho ser
odiado por los miembros de «Vermissa». Y por mi
abuela que una vez le amó. Una prueba de sus tesis
en sus manos, pero también algo que sabía que ella
nunca publicaría, no tanto para no descubrir su
relación como para no desvelar uno de los mayores
secretos masónicos. Uno de esos secretos que ella
había jurado guardar. Mi logia lo ha tenido
escondido cien años y cuando hemos decidido que
se haga público ellos lo han tratado de destruir.
...
Por la noche trataba de reponerme de todas las
sorpresas del día. Estaba con Isabella en el pub en
133
el que nos conocimos. Allí me explicó cómo me
habían seguido hasta allí y simulado estar de fiesta
para contactar conmigo. Me dijo que el plan inicial
era distraerme y quitarme la bolsa en un descuido,
pero que le había gustado la mezcla de timidez y
descaro que yo había mostrado y que le había
gustado al momento así que había decidido seguir
hasta donde aquella noche le llevara. Por suerte
para mí.
Mientras lo hacía mi teléfono vibró. Entraba un
mensaje de whatsapp. Sally me decía que quería
dejarlo. Contesté con otro en el que manifesté mi
enfado en el punto justo de dignidad para que no
notara mi alivio. Nunca volví a saber de ella.
Isabella se rió con esa carcajada transparente que
me había enamorado unos días atrás cuando
llamaba a mis padres para decirles que pasaría la
noche fuera. Y la besé.
A los pocos días, tras hacer varias consultas en
los fondos de la logia «Conan Doyle»
aprovechando su ofrecimiento, acabé mi artículo en
un tono correcto y suficiente para cumplir el
encargo que me había llevado a Edimburgo hacía
una semana y lo envié.
...
Así acabó mi investigación sobre la conexión entre
la masonería y Sherlock Holmes. Esa fue la forma
en que terminé mi relación con el manuscrito
134
inédito de Sir Arthur Conan Doyle titulado El caso
del mandil francmasónico.
135
EPÍLOGO
Allí estaba yo. Un mes después de que todo
empezara. El pecho descubierto, un pie descalzo,
los ojos vendados... iba a ser iniciado francmasón
en la logia de estudios «Conan Doyle»... Había
decidido aceptar su ofrecimiento.
Sabía lo que me esperaba a continuación. Los
viajes y las pruebas a las que iba a ser sometido.
Los secretos que estaban a punto de serme
revelados. Los saludos y claves que me iban a ser
transmitidos no eran nuevos para mí.
No solo es que conociera todo ello por mis
lecturas durante la fase de documentación de mi
artículo. En realidad debía ser el único masón que
iba a haber sido iniciado dos veces, porque cinco
días antes había pasado por esa misma experiencia
en la logia «Vermissa». Angus, que por supuesto
desconocía aquella circunstancia, me apadrinaba
esta vez. Había leído el reportaje antes de que se
publicara y dado su visto bueno. En él su Sir
Arthur Conan Doyle era tratado con respeto y la
orden recibía un trato ecuánime en su opinión.
«Objetivo y conciso», había sido su dictamen
aprobador antes de que el artículo saliera a la luz.
Ahora yo tenía una misión; infiltrarme en las filas
de la masonería oficial y regular para contribuir
desde dentro a su regeneración hacia lo que en mi
Logia Madre entendíamos que debía ser esta. Así
lo habíamos decidido en la primera tenida a la que
136
había acudido ya como aprendiz, ya en tiempo
sagrado.
Puede que Sherlock Holmes no hubiera estado
muy orgulloso de mi brillantez ni de mi perspicacia
durante los días que habían pasado recientemente
en el papel que hasta ese momento había jugado,
pero sí lo estaría sin duda de mi disfraz y de mi
actuación. En eso también era un maestro.
Aquella era mi nueva vida. Me había trasladado a
vivir allí de nuevo dejando Londres. Estaba en
Escocia. Estaba en casa.
137
NOTA DEL AUTOR
Excepción hecha de las licencias que me he
tomado en la biografía de Arthur Conan Doyle
sobre la posibilidad de una relación con una
dama, su denegación de entrada en la masonería
inicialmente y el propio contenido del
manuscrito inédito hallado, el resto de datos
biográficos son verídicos incluyendo por
supuesto su filiación francmasónica y los
extractos de sus obras. Por tanto la tesis que el
argumento sostiene podría haber sido
perfectamente válida.
138
BIBLIOGRAFÍA
POTTER, Barrett G. (1986): «Sherlock Holmes and the
Masonic Connection» en Baker Street Miscellanea, Vol.
45.
RUNCIMAN, Robert T. (1992): «Sir Arthur Conan Doyle,
Sherlock Holmes and Freemasonry» en The Transactions
of Quatuor Coronati Lodge, Vol. 104, 1992. y en Ars
Quatuor Coronatorum, Londres, 104 (1991), pp. 178-
186.
RYDER, Cecil A. (1973): «A Study in Masonry» en
Sherlock Holmes Journal, Volume 11, (especialmente
pp. 86-88).
VOORHIS, Harold V.B. (1965): «Sherlock Holmes was a
Mason» en The Royal Arch Mason, Vol. VIII, No. 8.
Anónimo (2013):Construyendo nuestro modelo
sociológico con Sherlock Holmes – Roastbrief y
asociados (www.roastbrief.com.mx).
CERZA, Alphonse (1981): Sir Arthur Conan Doyle:
freemason. The Royal Arch Mason Magazine (13, nº12,
pp. 379-380, ilus.).
COUVERT, R. J. (2012):«Sir Arthur Conan Doyle». En
Gaceta informativa (www.gacetainformativa.blog-
spot.com.es).
DOYLE, Arthur Conan (2003):Todo Sherlock Holmes.
(Ed. Jesús Urceloy). Mezki.
LÓPEZ, Mario (2014):Sherlock Holmes del hermetismo
(exoterismo y esoterismo) (www.ilumi-nando.org).
MANNAZ (Simb.·.) (2012):HistoriaMasónica: Sir
139
Arthur Conan Doyle. (www.historiamasonica.blog-
spot.com.es).
Museo virtual de historia de la masonería: Artículo sobre
Arthur Conan Doyle www.uned.es/dpto-hdi/museo-
virtualhistoriamasoneria.
140
Este libro de ficción-ensayo sobre el
personaje literario Sherlock Holmes
terminó de componerse en las
colecciones de MASONICA.ES
el día 31 de mayo de 2015
141
Notas
[←1]
Los «Irregulares de Baker Street» es el nombre de la
mayor sociedad de aficionados a las aventuras de
Sherlock Holmes. Tiene grupos organizados por todo
el mundo que organizan actividades, encuentros,
charlas, viajes, etc. durante el año en relación con el
personaje. El primer grado en masonería o grado de
aprendiz es paso obligado para toda persona
interesada en entrar en esta. Una Logia de Estudios es
un grupo de masones especializado en un tema.
142
Índice
¡COMIENZA EL JUEGO! 6
UN PROBLEMA DE TRES PIPAS 24
EXTRAÑAMENTE ADICTIVO 53
SOCIEDADES SECRETAS 70
ATANDO CABOS 91
LA CLAVE 103
SU ÚLTIMO SALUDO EN EL
117
ESCENARIO
EPÍLOGO 136
BIBLIOGRAFÍA 139
Notas 142
143