Tu y Yo en La Gran Manzana
Tu y Yo en La Gran Manzana
Tu y Yo en La Gran Manzana
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Estrella Correa
Tú y yo en la Gran Manzana
American girls - 2
ePub r1.0
Titivillus 14-12-2023
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Título: Tú y yo en la Gran Manzana
Estrella Correa, 2020
Diseño de cubierta: Estrella Correa
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A todos, luchadores incansables.
Lo conseguiremos.
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Introducción
—Anna, voy a dormir un ratito. No dejes que ningún gilipollas me haga una foto.
Después vuela por los grupos de WhatsApp. Cabrones…
—Tienes que estudiar —apunté.
—Sí, ya.
Pegó la frente a sus apuntes, tirados sobre la mesa de la biblioteca del instituto, y
cerró los ojos.
Me puse a leer el libro que tenía entre las manos y seguí memorizando cada
palabra. Trataba de comprender el temario, pero había asignaturas que se me
atragantaban. Nunca se me ha dado bien la ciencia. Era y soy de letras.
Escuché un ruido y despegué los ojos del libro. Miré a mi alrededor a ver si
alguien estaba inmortalizando a mi amiga con la boca abierta y la baba resbalando
por el mentón y lo vi. LO VI. Vi su mirada. Estaba sentado en la mesa que había
frente a la nuestra. Siempre he pensado que nos unió el destino, porque ese día había
faltado a clase. Y yo nunca falto a clase. Pero quería estudiar el examen que teníamos
a última hora de la mañana y que no había podido repasar la noche antes porque la
peor amiga del mundo había venido a buscarme y me había arrastrado hasta una de
las tantas fiestas que Blue daba en su casa. Mi amiga, esa que dormía como un
angelito a mi lado y cuyo nombre significa «Consagrada de Dios», aunque yo la
definiría más como «Hija del diablo»; me arrastraba a toda clase de jolgorios. Nos
metimos en tantos líos que una vez tuvieron que ir a buscarnos a comisaría. Fue en el
primer año de instituto. Estuve el resto del curso castigada y sin salir. De vez en
cuando me dejaban ir al cine. No fue para tanto. Nos pillaron con dos latas de cerveza
que ni siquiera nos habíamos tomado. Ya hay que tener mala suerte. Admito que las
compramos con carnés falsos, y eso fue lo que no nos perdonó la ley (ni nuestros
padres). De todas formas, no me arrepiento de nada de lo que hemos pasado juntas.
Fueron cuatro años maravillosos, para recordar el resto de nuestras vidas. Cuando
conocí a Noah, aún nos quedaban dos para separarnos. Yo me quedaba a estudiar en
Princeton, en Nueva Jersey, y ella se iba a Yale, en Connecticut. Nos veríamos poco,
pero prometimos quedar al menos una vez al año. Total, que puedo culparla de que
me volviera completamente prendada de Noah al comenzar el nuevo curso en la
escuela secundaria Alfred C Mackinnon.
Noah y yo cruzamos varias miradas hasta que en una de ellas me sonrió. No fue
amor a primera vista, pero solo tardamos dos semanas en darnos el primer beso, y
fue… de fuegos artificiales con palmeras de colores incluidas.
Me invitó a salir después de una clase de natación. Los dos entrenábamos para
una competición en Nueva York y me acercó una toalla. Vaya parida. Así es el
instituto. Le di las gracias y él se lanzó.
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—¿Te gustaría salir esta noche? Podríamos… No sé… ¿Te gusta la música?
—Casi toda. —Me sequé la cara.
—¿Rock?
Asentí con la cabeza y sonreí.
—¿Te recojo a las siete?
—De acuerdo.
Giró sobre su cuerpo casi desnudo y mojado y lo detuve.
—¡No sabes dónde vivo!
Me miró, me guiñó un ojo y se marchó.
Daba vueltas en mi dormitorio como si estuviera loca. No sabía qué ponerme. Tiré
sobre la cama casi toda la ropa que había colgada en mi armario. Me probé hasta el
último vestido. Y tenía bastantes. Nada me parecía lo suficientemente bueno para
salir con el chico que hacía natación y al que nunca antes había visto a pesar de que
algunas veces seguro que habíamos coincidido en la piscina. Supongo que nuestro
momento llegó cuando tuvo que llegar.
—Anna, ¿estás bien? —preguntó mi madre tras la puerta.
—¡Sí! —grité.
A mi madre ese si no le convenció demasiado y entró en la habitación.
—¡Por Dios! ¿Qué ha ocurrido aquí? — Puso los brazos en jarra cuando vio el
desastre.
—¡No sé qué ponerme!
—Pero ¿qué te ocurre? No es la primera vez que sales con un chico…
Agaché la mirada.
—¡Oh, mi niña! Te gusta mucho.
Caminó hasta mí y me abrazó.
—Estoy nerviosa —admití.
—Yo te ayudaré. —Dio un paso atrás y me retiró el flequillo de la frente —. A
ver… ¿adónde vais?
—Creo que a un concierto.
—Pues… Yo optaría por unos vaqueros y una chaqueta de cuero. — Fue hasta mi
armario, casi vacío, y cogió mis vaqueros y mi chaqueta favorita —. Y… este top.
— Me lo enseñó. Era blanco, corto y con una barra de labios roja pintada en el pecho.
—Me gusta… —Sonreí, llena de emoción.
En ese momento, escuchamos el timbre en el piso de abajo.
—Ya está ahí ese chico. Vístete. No lo hagas esperar.
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dando mi progenitor. Casi me muero de la vergüenza hasta desear que una nave
alienígena me abdujera y me depositara en un planeta desconocido a millones de años
luz.
—¡Ejem, ejem…! —carraspeé.
Se levantaron los dos y me miraron.
—Ya está aquí mi niña —anunció mi padre.
Yo miraba a Noah con cara de circunstancia y él me observaba de arriba abajo
con la boca un poco abierta.
—¿Nos vamos? —pregunté.
—Estás muy guapa, cariño. — Mi padre me dio un beso en la mejilla y me
susurró al oído —. Un pantalón. Buena elección.
Puse los ojos en blanco.
—Encantado de conocerle, señor Stewart. — Le dijo al despedirse a mi padre.
—Espero poder decir lo mismo después de esta noche. Trata bien a mi hija. Es mi
mayor tesoro. — Le espetó mi soberano protector.
—No se preocupe. Lo haré.
—¡Por la cuenta que le tiene… Y por su seguridad…!
Le di un beso a mi madre en la puerta de casa y me despedí. Tuve que esperar a
Noah unos segundos en el jardín.
—¿Qué te ha dicho ahora mi padre? — Supe que lo había amenazado en cuanto
le vi la cara.
—Que si toco a su hija, mañana encontrarán mi cuerpo sobre el río Midtown.
—Oh, lo siento. Siento que hayas tenido que escuchar todo eso — lamenté.
—Ha sido… peculiar.
Me tapé la cara con las manos.
Él las apartó y me clavó sus ojos azules en los míos.
—Estás preciosa esta noche.
Me ruboricé.
—Gracias.
—¿Nos vamos? Tengo que traerte de vuelta antes de las once.
—¿Las once? ¿Eso te ha dicho?
Asintió.
—Dios mío… Es… Es…
—Es tu padre. No importa. Ha sido simpático conmigo. Y quisquilloso guardián
de la integridad de su hijita.
—¿Simpático?
—Muy simpático.
Nos reímos.
Subimos a su coche. Un Ford Mustang del 64 en color verde agua. Lo sabía
porque mi padre era mecánico. Tenía un taller en nuestro barrio y yo había crecido
dando clases gratuitas. Le sorprendió que lo supiera.
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—Vaya… Me dejas impresionado.
Arrancó y sonrió.
—Pues aún no has visto nada.
Así empezó nuestra historia. Una historia corta pero intensa. Una historia que me
dejó el corazón hecho trizas. Si hubiera sabido lo que iba a ocurrir… Lo hubiera
amado igual. Porque Noah siempre fue un chico muy especial.
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—Anna, despierta, estás babeando el teclado. — Kelly me avisa desde su mesa, casi
pegada a la mía.
—Mmmm.
—Anna, el teclado —insiste.
—No exageres. Solo es un poco de salivilla. — Me defiendo, sin levantar la
cabeza.
—Supongo que otra vez saliste anoche. — Se mete una chuchería en la boca y
alarga el brazo para darme una —. Toma, necesitas subir el azúcar.
—Lo que necesito es un buen café. — La muerdo.
—Ya te has tomado tres.
—Y no son suficientes.
—¿A qué hora te has acostado?
—¿Qué te hace pensar que me he acostado?
—No sé cómo aguantas este ritmo.
—Yo tampoco. —Me refriego los ojos y me incorporo —. Esta noche vamos a
salir. ¿Te apuntas?
—¿En serio? —Abre los ojos de par en par.
—Yo no bromeo sobre una buena juerga. — Levanto el dedo.
—¿Tienes cuerpo?
—Ahora mismo no, pero esta tarde me recupero.
—Toma, bella. —Sam llega hasta mí con un café en la mano.
—Eres mi Dios. —Lo cojo y le doy un sorbo.
—Soy el Dios de todas las mujeres. Me lo dicen mucho en la cama. — Me guiña
un ojo y se sienta frente a mí, tras su escritorio.
Observo cómo Kelly lo mira de reojo y vuelve a posar sus ojos sobre la pantalla
de su ordenador.
Gris. Gris oscuro. Negro.
—¡Qué te duermes…! —Sam me grita y me despierta.
—No estaba dormida. —Me defiendo sin argumentos.
—Pues tenías los ojos cerrados.
—Estaba pensando —explico, pero es mentira. Estaba sobada.
Qué sueño, por favor. Necesito una camita. O dos. Con su almohadita, su sabanita
limpita y su colchita. Mmm, qué rico.
¡Claro que estaba dormida! Soy capaz de dormirme de pie. Lo digo con
conocimiento de causa. Alguna vez me ha pasado. Soy como los gatos.
—¿Y en qué pensabas?
—Estaba buscando ideas para este artículo.
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—Creí que ya lo tenías escrito — me dice Kelly.
—No me convence. Quiero darle un par de vueltas.
—¡Tienes que entregarlo mañana!
—Lo sé.
—¡Y quieres volver a salir esta noche!
—Así es.
—¿Estás loca?
Un poco, sí. No nos vamos a engañar.
—Está todo controlado. —La tranquilizo.
—Anna, desde hace meses corren rumores de que van a reducir la plantilla y tú
viviendo la vida como si no te importara tu trabajo. ¿No te preocupa que te despidan?
—Punto número uno: me encanta mi trabajo. Punto número dos: claro que me
preocupa, pero y esto me lleva al punto número tres, no creo que esos rumores sean
ciertos.
—Cuando el río suena, agua lleva.
—Ojalá llevara vino —manifiesto.
—¡Anna! —Me regaña.
—¡Kelly! —Imito su voz.
—Me encanta cuando discutís delante de mí. Me la pone dura. — Informa Sam,
mirándonos.
—Salido —le reprocha nuestra compañera.
—Cállate, pajillero —le digo yo.
—De eso vengo —contesta.
—¿De qué?
—De pajearme en el baño.
Suelto el vaso y se derrama sobre mi precioso vestido verde.
—Ah —grito—. ¡Me quemo! ¡Me quemo! ¡Me quemo! ¡Quema! ¡Quema! — Me
levanto y pego saltitos.
—¿Estás bien? —Sam llega hasta mí.
—Quita, no me toques con esas manos. ¡Qué asco! ¿Has sacado mi café después
de tocarte?
—¿Tocarme? —Alza una ceja.
—Tocarte las pelotas, perro en celo.
—Sí, pero me he lavado las manos. — Ríe.
—¡Mira cómo me has puesto! — Me señalo la mancha negra que me ocupa todo
el vestuario.
—Has sido tú solita. Yo no tengo la culpa. — Sigue riéndose.
—¡No te rías, borrico! —Le doy un manotazo en el hombro —. ¿Qué hago yo
ahora?
—Puedes quitártelo.
Lo miro con ganas de matarlo.
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—Ahora vuelvo, voy al baño a ver si arreglo este desaguisado.
Camino por el pasillo hasta la última de sus puertas y entro en el aseo de diseño
moderno y pintado de mil colores. No sabría decir cuántos. Trabajo en un periódico
dirigido a personas jóvenes que habla de música, redes, moda y cosas que parecen ser
que nos preocupa a los menores de treinta y cinco años. Yo tengo veintiséis y me
preocupa más no poder pagar el alquiler que ver qué disco saca al mercado el grupo
famoso de turno, o el modelito que se pone un Influencer al que le han pagado un
dineral por llevarlo. Vamos, que no es que le guste el mono que queda como si llevara
un saco de patatas y las botas con cinco centímetros de suela y de un color al que aún
no le han puesto nombre.
—Anna, ¿qué ha ocurrido? —me pregunta Mary, la recepcionista.
Mary es una persona amable que sonríe y saluda a todas las personas que se
acercan a su mostrador de recepción. Incansable, constante, unas cincuenta personas
que entramos y salimos una media de cuatro veces al día. Haz las cuentas. Muchas.
Pues ella siempre tiene una sonrisa cortés. Deberían darle un premio. Nunca le he
preguntado la edad, pero debe rondar los cuarenta.
—Se me ha caído el café.
—Eso no se va a ir con agua. ¿Por qué no buscas algo que ponerte?
—No tengo nada. —Abro el grifo y le echo agua con la mano. Refriego y ¿qué
pasa? Que lo empeoro, el lamparón se agranda y ahora parece que se me ha meado un
camello encima.
—¿Lo ves? —Sonríe—. Me voy. Tengo mucha prisa. Algo se está cociendo y no
sé qué es, pero me espera el señor Blake.
—¿El señor Blake está aquí? Creí que estaba de viaje.
—Ha llegado esta mañana directamente desde Londres.
Miro mi vestido y mascullo.
—La que he liado.
—Hasta luego.
—Adiós —digo sin mirarla.
Me miro en el espejo y lo único que veo es un espantapájaros mojado. Soy un
puto desastre. Tengo el pelo un poco revuelto porque esta mañana no me ha dado
tiempo a lavármelo. Vale, casi tengo que venir directamente desde el Club Monsie
hasta aquí. Solo me he pasado por casa para lavarme la cara y cambiarme de ropa.
Por lo menos llevo los labios pintados. El rojo siempre ayuda a verme mejor.
Compagina de muerte con mi media melena rubia.
—Será mejor que me siente a trabajar y no me vuelva a levantar en toda la
mañana — susurro —. Así nadie podrá verme.
En ese momento, entra un hombre con traje de chaqueta, moreno, alto, fuerte, con
barba de varios días pero muy bien recortada, guapo hasta decir basta, atractivo hasta
ahogarte, follable hasta morirte… Madre del amor hermoso, qué calor tan horroroso.
¡Y yo con esta pinta!
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«Destino, esto se avisa. Por la mañana me llamas o me mandas un mensaje y me
dices que voy a conocer al futuro padre de mis cuatro hijos (dos niños y dos niñas) y
yo me pongo mi mejor vestido, me peino y me maquillo, y, por supuesto, ¡no me tiro
el café encima!».
«Sonríe, mona».
No se da cuenta de mi presencia ni de lejos. Está hablando por teléfono y parece
un poco cabreado.
—No me valen las excusas. Estás despedido. Jonas te enviará toda la
documentación. — Cuelga, se mete el móvil en el bolsillo, da un paso en mi
dirección, abre el grifo que yo estaba utilizando y se lava las manos.
—Eso se hace después —me da por decir. ¿Por qué? Vete tú a saber. Mi madre
siempre me dice que debería callarme más a menudo.
Me mira, levanta una ceja y… me mira.
Mudo no es, porque lo acabo de escuchar hablar.
—¿Después de qué, señorita?
Ohhhh, su voz. Una voz ronca que me lleva a mirarlo directamente a la boca.
Como cuando estaba despidiendo al que estaba al otro lado de la línea pero más
sensual.
Juas, Juas.
«Te quiero besar».
—Después de entrar en el baño — explico.
—Ya estoy en el baño. —Lo cierra y se seca con las toallas de papel.
Ohhhh, qué manos. Unas manos grandes pero muy bien cuidadas. Y en la muñeca
un reloj que debe costar más que mi casa. ¿Qué casa? No tengo casa. Soy una pobre
moribunda que vive a base de cafés en un apartamento con dos ventanas.
—Me refiero a… —Señalo uno de los inodoros.
Él ni mira en esa dirección, sino a mi vestido.
—¿Qué le ha pasado?
—¿Esto? —Lo levanto un poco con las dos manos y dejo parte de mis piernas al
aire —. Se me ha caído el café. Bueno, lo he tirado. Es que mi compañero se cree
muy gracioso y me la ha jugado, pero pienso devolvérsela. Siempre las devuelvo. Soy
muy vengativa. Muy pero que muy vengativa. Donde las dan las toman.
Sigue mirándome sin decir nada. Me da la sensación de que se ríe de mí.
Ya me cae mal.
—Puedes ir a casa a cambiarte de ropa.
—Vivo demasiado lejos, no puedo. Tardaría media mañana.
—Hay muchas tiendas por aquí cerca.
¿Pero este quién se cree?
—Ya quisiera yo poder permitirme ese lujo, pagar un vestidito cuando lo necesite,
con lo justo que me llega el sueldo a final de mes. Además, está aquí mi jefe. Mira,
supongo que eres nuevo porque no te había visto nunca, pero te voy a decir una cosa.
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Al señor Blake no le gusta que no nos tomemos en serio nuestro trabajo. Me echaría a
patadas y sin remordimientos si no tengo una razón muy sólida para salir en horario
de oficina. No se anda con chiquitas y se rumorea que quiere recortar plantilla e,
incluso, cerrar el periódico y jubilarse. Te voy a dar un consejo: no te enfrentes a él y
haz siempre lo que te diga, o te pondrá de patitas en la calle. Si quieres trabajar aquí,
es lo que hay. Si no estás de acuerdo, te aconsejo que te vayas a casita.
Cuando termino de hablar, me percato de que ha levantado una ceja y me regala
una media sonrisa.
—¡Chuf, qué parrafada le he largado! No me dé las gracias, pero tome buena
nota. Y ahora me voy. Tengo mucho trabajo — termino, a la vista de que no piensa
decir nada.
—Espero que nos veamos pronto — manifiesta, cuando estoy a punto de salir.
Giro la cabeza, hago una mueca con la boca (intento de sonrisa que no sale) y me
marcho.
Vuelvo a mi mesa hecha un Cristo y pensando en todo lo que le he soltado a ese
tío sin conocerlo y no me ha dicho ni pío. Tomo asiento enfurruñada y señalo mi
desastre de vestido a mis dos compañeros.
—¡Ni una palabra! —advierto.
—Ahora está peor —apunta Sam.
—¡He dicho que ni una palabra! — Levanto la voz —. Por cierto, el señor Blake
está aquí.
—¿Qué? ¿Por qué? ¿Para qué? — Kelly se pone nerviosa.
—Porque va a echarnos a todos — bromeo, pero ella no se lo toma así.
—¡¿Qué?! —Pega un gritito.
—¡Yo qué sé por qué está aquí! No soy adivina. Llama a Lena. Seguro que lo
sabe.
Lena es la secretaria del tan temido señor Blake.
Va a coger el teléfono para llamarla cuando suena y se asusta.
—¿Sí? —Descuelga el teléfono y se lo lleva a al pabellón auricular, señalemos
con propiedad. Que te enteras de todo es lo bueno que tiene compartir cubículo con
dos compañeros —. Sí, señora. Sí, señora. Ahora mismo, señora — habla con cara
descompuesta. Mejor dicho: parece que le acaban de meter un palo por el culo.
Cuelga, cierra los ojos y respira.
Sam y yo la miramos, expectantes.
—A ver si a la señorita le da por decir algo — comento.
—Kelly, ¿qué ocurre? —insiste Sam.
—Reunión general en media hora. El señor Blake quiere vernos a todos.
—Seguro que va a regalarnos un crucero por el Caribe. — Imagino, pero ni de
coña.
—No seas ilusa. ¡Va a despedirnos a todos!
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—Que no, mujer. Será que nos va a adelantar la extraordinaria como anuncio de
lo que será el regalo de navidad — sigo.
—¡Estamos en agosto!
—Esto tiene muy mala pinta — susurra Sam.
—No seáis negativos. No nos van a echar a todos en cinco minutos. — Les pido
que mantengan la calma.
—Va a anunciar que cierra el periódico. Todos a la calle. Hale, a casita. — Kelly
se lleva las manos a la frente.
—Pues nada. Se acabó lo de quebrarme la cabeza. — Empujo mi silla y rueda
hacia atrás, separándome de la mesa.
—¿Qué haces?
—Ya no tengo que romperme la sesera con el artículo. Total, qué más da, nos van
a echar. ¡Perros a la calle…!
—¿Cómo puedes ser así? —Kelly nunca ha entendido mi forma de ser.
—Si la vida te da limones, hazte un buen Cosmo y los exprimes.
—El Cosmopolitan no lleva limón — gruñe.
—Lleva lima, que viene a ser lo mismo. Venga, vámonos a la cafetería y lo
celebramos. Todo un mundo se abre delante de nosotros. Trabajo nuevo, vida nueva,
sueldo nuevo.
—Muy fácil lo ves tú todo. ¡Qué optimismo tan desmesurado! ¡Qué alegría de
espíritu, chiquilla! — Se levanta, se cuelga el bolso y alza el mentón.
—¿Adónde vas? —Cruzo las piernas.
—A la cafetería. Invítame a una cerveza, creo que me va a dar un infarto.
Me pongo de pie, cojo mi carterita y apago la pantalla del ordenador.
—Esperadme. Os acompaño. —Sam nos sigue.
Llegamos a la reunión con dos cervezas en el cuerpo cada uno (en la mano no, no
estamos tan locos). Han decidido seguir mi filosofía de vida y dejar de preocuparse
por algo que no tiene solución. Si nos echan, salimos por la puerta grande. O por la
misma puerta que todos, pero más contentos.
Toda la plantilla está ya sentada y esperando a que empiece. Las caras de
nerviosismo no pueden ocultar el susto y la desazón que anida en el interior. Todos se
huelen lo que está a punto de ocurrir. Muchos de ellos tienen familia y eso sí que
preocupa, también a quienes no tenemos a nadie que proteger y alimentar. Yo bebo
café, pero los niños tienen que comer, y comer sano y variado, y vestir, vestir y calzar
con dignidad, y acudir a colegios que cuestan un riñón…
Todos se nos quedan mirando. O se me quedan mirando a mí y a mi vestido.
Alguien ha colocado las sillas como si estuviéramos en un teatro y ahora nosotros, se
puede decir, cruzamos el escenario. Normalmente rodean una mesa enorme de forma
ovalada y algunas quedan apiladas al fondo. Solo quedan sitios libres en la primera
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fila. Nadie quiere que lo vean llorar cuando suelten el bombazo y se han escondido en
la parte de atrás. Salvo los pelotas y los pagados de sí mismo que quieren dejarse ver,
los que asisten a reuniones empiezan por sistema a ocupar las filas últimas con el fin
de pasar desapercibidas. Mis ojos se cruzan con los de Mary, que agacha la cabeza y
rehúye mi mirada. Mala señal. La recepcionista siempre se entera de todo y no tiene
muy buena cara. El miedo comienza a apoderarse de mí. Lo cierto es que no quiero
quedarme sin trabajo. Me gusta y gano lo suficiente para vivir como quiero, por más
que fui de pobre apretada con el desconocido del baño. Bueno, me gustaría ser
millonaria, pero no es el caso, ¡qué le vamos a hacer!
—Esta silla está coja —me quejo cuando nos sentamos.
—Coge esa. —Kelly apunta con el dedo una de la esquina.
Me levanto y camino hasta ella. Si alguien no había visto el desastre en el que se
ha convertido mi vestido cuando he entrado, lo hace ahora.
Se hace el silencio en la sala y yo estoy a medio camino de volver con la silla a
cuesta.
Me giro y veo al señor Blake mirándome y al desconocido del baño a su lado.
Repito: el desconocido del baño a su lado.
¿Qué tiene él que ver con el señor Blake?
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Los dos me miran, esperando a que deje la silla sobre el suelo y tome asiento. Cuando
lo hago, pasan unos segundos hasta que el señor Blake habla. El desconocido se
queda de pie junto a él con las manos metidas en los bolsillos. Lo observo de reojo y
lo pillo con los ojos puestos sobre mí y una sonrisa ladeada que me pone nerviosa de
repente. Aparto la mirada, me cruzo de brazos y elevo el mentón.
Algunos se han levantado a darle la bienvenida al gran jefe y saludan también al
moreno guapo que me tiene el corazón acelerado. Menudos pelotas, cobistas,
aduladores. Les falta arrodillarse y besarles los zapatos.
—Buenos días. Como todos saben, he estado fuera bastante tiempo — comienza
a hablar el gran jefe. Lo cierto es que el viejo gruñón debió de ser muy guapo en sus
tiempos mozos, y la barba blanca y el pelo blanco le sientan de maravilla —. Nuestra
sede de Londres está en funcionamiento y cada vez tenemos más lectores adictos a
nuestros artículos. Y todo gracias a mi hijo Cameron. Muchos de vosotros ya lo
conocéis.
¿Su hijo? ¿El hombre irremediablemente follable es su hijo? ¿El mismo al que le
he dicho todo eso en el baño?
«La has cagado, pero bien, mona». Imagino a mi vecino Davy susurrarme al oído.
¡He rajado de su padre!
De esta me echan seguro.
Madrecita de mi alma, espero que en Vogue necesiten una cronista de catástrofes.
Puedo contar mi vida y hacerme rica.
El señor Blake sigue hablando y casi no puedo escuchar lo que dice.
—… Es por eso que él está aquí…
¿Qué? ¿Por qué? ¿Quedaría muy mal si le pidiera que lo repitiera? No es buena
idea, no. Mejor me callo.
—… Voy a jubilarme…
De esto sí me entero. Abro los ojos como todos y presto atención. ¡Van a cerrar!
¡Van a cerrar!
Todos a vivir debajo de un puente.
Miro a Kelly que está a punto de sollozar.
—Creo que ya es hora de disfrutar de la vida y apartarme del estrés y el trabajo…
Estrés dice, por aquí no aparece casi nunca, y lo que hace es mandar mucho. No
creo que le duela la espalda de agacharse. Este no debe ni de atarse los cordones solo.
Y, por cierto, su hijo tiene la misma pinta. No sé cómo se me ocurrió que podía
trabajar aquí.
—… Espero que sigáis trabajando como hasta ahora.
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Se me ha escapado medio discurso, pero esto último significa que no van a
mandarnos a casita con una buena (o mala) recomendación, así que respiro y escucho
a Kelly soltar un suspiro.
Abortamos misión «Búsqueda de los mejores bajos de un puente».
—… Muchas gracias a todos por luchar por esta revista como si fuera vuestra. Le
doy la palabra al señor Blake. — Habla de su hijo —. Que será a partir de ahora el
Director General de Fantastic Young People.
Todos comienzan a aplaudir como si la vida se les fuera en ello, y yo, que soy
medio lela, doy dos palmas muy pausadas con la boca tan abierta que a punto está de
entrarme la mosca que me ronda desde que me tiré el café encima.
—Buenos días. Como muchos de vosotros ya sabéis, he estado ocupándome de
que el periódico en Londres saliera adelante desde hace dos años. Ahora trabajaré
codo con codo con todos vosotros. Quiero que me veáis como un compañero al que
poder acudir si existe algún problema. — Clava los ojos en mí —. No como un jefe
al que no se le puede hablar a ninguna hora del día y al que le tengáis miedo.
Directa que me tira y me da en toda la boca.
Se escuchan risas por la sala.
Sigue con un discurso motivador que hasta a mí me sorprende. No se parece en
nada a su padre y algo me dice que lo vamos a comprobar durante los próximos
meses.
—Habrá algunas modificaciones. — Se nos cambia la cara a todos —. Nada
drástico, tranquilos. No vamos a prescindir de nadie, pero sí existe la posibilidad de
reubicar secciones o a alguno de vosotros. Y eso es todo por ahora. Podéis seguir
trabajando. Será un placer para mí compartir cada día con todos vosotros. — Vuelve
a mirarme a mí durante unos segundos —. Una última cosa. — Posa la vista sobre el
grupo —. Celebraremos una fiesta de despedida al señor Blake — se refiere a su
padre — el viernes de la próxima semana. Estáis todos invitados. Se os informará
convenientemente.
Nos levantamos y algunos van a darle la bienvenida y la enhorabuena, así como la
despedida no oficial al que hasta ahora ha sido nuestro jefe. Nunca me he llevado mal
con él, incluso alguna vez me ha tratado con cariño, pero me gusta mantener las
distancias con quien me da de comer, porque soy un poco patosa, no mido mis
palabras y nunca he querido tentar a la suerte y meter la pata con el señor Blake.
—¡Una fiesta! Nos lo pasaremos muy bien — comenta Kelly, ilusionada, mientras
andamos por el pasillo, camino de nuestras mesas.
—No sé si iré —respondo con desgana.
—¡Pero si te encantan las fiestas!
—Las fiestas con mis amigos en garitos en los que puedes bailar y emborracharte,
no con pijos y compañeros de trabajo que ni te saludan en la oficina y rajarán de ti al
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día siguiente.
—Tenemos que quedar bien con nuestros jefes.
—Paso.
—El alcohol es gratis. —Me recuerda.
—Llevas razón. Me apunto.
Nos reímos y llegamos a nuestro diminuto cubículo. Sam está sentado en su mesa
y hablando por teléfono. Cuelga cuando nos ve.
—Enhorabuena, chicas de Manhattan. Tenemos trabajo.
—Soy de Nueva Jersey —apunto.
—Menos mal. —Kelly se lleva la mano al pecho y se acomoda tras su mesa.
—Te lo dije. Si es que soy adivina — argumento mi acierto.
—Podré seguir dándole de comer a mis hijos. — Bufonea Sam.
—¿Qué hijos? Pero si tú no tienes hijos. — Objeta Kelly.
—Tengo hijos por toda la ciudad, pero tú no lo sabes ni yo los conozco. Voy
plantando mi semilla cada noche y vaya si alguno germinará.
—Espero que no germine ninguno.
—¿Por qué? Serán guapísimos.
—Discrepo.
Paso de la tonta discusión que mantienen y me pongo a trabajar en el artículo que,
en realidad, debía haber terminado ayer. Por eso de corregirlo hoy y entregarlo
mañana. Pero no, hoy voy a tener que hacer horas extras para acabarlo.
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—Sí que has estado concentrada. Lo ha llamado el nuevo jefe. Nos espera ya
abajo.
—¿Para qué?
—No lo sé. Ahora nos contará.
Esperamos el ascensor y el reflejo de mí misma en el cristal de al lado me
recuerda que voy con un vestido manchado de café, o con un vestido pegado a una
gran mancha de café.
Kelly se percata del mohín que hago.
—No te preocupes. En esta ciudad puedes llevar un pájaro de sombrero que nadie
te mira.
Lo sé, pero voy hecha una calamidad. Tal vez me pase por alguna tienda y me
compre algo.
—Buenas tardes. —Escucho la voz ronca del desconocido follable (ya conocido y
mi jefe desde hace dos horas) a nuestro lado.
—Vamos a comer —suelto como si me lo hubiera preguntado.
No contesta.
Veo de soslayo que su cara la dibuja la media sonrisa que le he visto ya unas
cuantas veces y se balancea casi imperceptiblemente con las manos metidas en los
bolsillos.
Las puertas del ascensor se abren y él nos concede el paso con la mano. Después
entra él y se posiciona detrás de nosotras.
—Podemos comer en Madison. Es barato y atienden rápido. — Aconseja Kelly.
—Vale. —Miro de reojo a un lado, pero no consigo ver al señor Blake.
Me pone nerviosa. Ni siquiera lo conozco y me pone de los nervios. Será que es
mi jefe y metí la pata hasta el fondo con él en el baño. Vale, que es muy guapo
también intimida, como el traje de miles de dólares que lleva. Hasta en gomina se
tiene que gastar una pasta. Y el perfume… Eso que huele tan bien tiene que ser él,
porque no hay nadie más aquí dentro, y Kelly y yo no usamos esa fragancia.
—Me alegra saber que se alimenta, señorita Stewart — me susurra al oído.
¡¡Atención!! ¡¡Me susurra al oído!!
Pero ¿cómo se atreve?
¿Qué es esto?
¿Qué hace este señor?
Y… No menos importante, ¿cómo sabe mi nombre?
Todo esto lo pienso yo mientras mi cuerpo va por su cuenta y se erizan todos los
vellos de mi piel cuando noto su aliento sobre mi cuello, hombro y pelo. Se me corta
la respiración y el corazón me comienza a palpitar con fuerza.
Kelly no dice nada, y eso es que ni se ha enterado de que nuestro jefe se acaba de
acercar demasiado a mí y me ha susurrado al oído.
No me lo creo ni yo, ¡y lo he vivido!
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Cuento los segundos para salir de este espacio tan pequeño y, por fin, las puertas
se abren y salgo despavorida.
—¿Adónde vas tan deprisa? — Kelly corre tras de mí.
—Me ha entrado hambre y… he pensado que antes o después voy a comprarme
algo de ropa. — Me señalo el vestido.
—Nos pillamos una ensalada y vamos a Sandy, hay cosas muy baratas.
—Vale.
—Ahí está Sam.
Llegamos hasta él y salimos del edificio.
—¡Qué calor! Voy a derretirme. — Se queja mi compañera.
—Suerte que pronto estaremos en la playa.
—¿En la playa? ¿Has cogido vacaciones? No nos has dicho nada — pregunto.
—Yo no. Todos. —Nos mira como si tuviéramos que saber de lo que habla —.
¿No os habéis enterado?
Ambas negamos con la cabeza.
—¿De qué? —me intereso.
—La celebración de la fiesta de despedida del señor Blake es en su casa de los
Hamptons.
—¿Qué? —gritamos asombradas.
—Creí que lo sabíais. Nos ha llegado un correo corporativo hace una hora a todo
el mundo.
—No lo he abierto.
—Ni lo he mirado —contestamos.
—Podemos quedarnos a dormir allí si lo deseamos, pero hay que avisar con
antelación.
—¿Tienen sitio para tanta gente? — Mi amiga se asombra.
Sam se encoje de hombros y nos abre la puerta de la cafetería.
—Por lo visto es una mansión.
—Aun así… —Kelly achina los ojos.
—Yo vuelvo a casa. Prefiero dormir en mi cama — informo, y entro en el local.
—Ya he confirmado la asistencia de los tres y que pasaremos la noche allí, así
que… — manifiesta mi compañero.
—Tú lo que quieres es hacer un ménage à trois con nosotras — le reprocho.
—Estás en lo cierto, pero sé que no hay nada que hacer. A Kelly no la
convenceríamos nunca. — Me guiña un ojo, y yo le doy un tortazo en el pecho.
Nos reímos y tomamos asiento alrededor de una mesa, no muy lejos de la puerta.
—Voy a pedir. ¿Lo de siempre? — Me levanto.
Me ofrezco porque tengo un poco de prisa y prefiero terminar rápido y poder ir a
comprar un vestido, si no, no me levantaría. Aún tengo sueño. Es más, cada vez estoy
más dormida.
—Tres ensaladas —le pido al camarero que está detrás de la barra.
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Es una cafetería en la que ponen comida rápida pero saludable y de buena calidad,
barata por varios motivos. No atienden en las mesas, es autoservicio; está bastante
escondida para estar en Manhattan y los trabajadores son gente muy joven a los que,
imagino, se les pagará una miseria. Pobrecillos.
—Una de ellas sin sémola. — Especifico.
No me contesta y, por si no me hace caso, insisto, o, quiero decir, miento.
—Soy alérgica. Si muero, sería por su culpa.
—De acuerdo. No se preocupe, señora.
¿Me ha llamado señora? Eso sí que me preocupa. Solo tengo veintiséis años, pero
claro, este muchacho debe rondar los dieciocho.
Me siento vieja. Vieja y con ganas de darle un puñetazo en ese grano gigante que
tiene por cara.
—Me pone también ese donut. — Lo señalo tras la vitrina de cristal.
—¿El de azúcar?
—No. El de chocolate.
—Ese está ya vendido. Iba a cogerlo ahora. — Se hace con él y lo mete en un
paquete.
Pongo cara de flor mustia que no riegan desde el día que se firmó la Declaración
de Independencia y bufo. Tenía ganas de chocolate y se me había antojado ese con
una pinta tan estupenda. Ay, qué penita, se veía tan rico.
¡Qué mala suerte!
Después de dos minutos, deja las ensaladas sobre el mostrador y abro mi carterita
para sacar el dinero y pagarlas.
—Ya está pagado.
Levanto la cabeza y el camarero parece que habla conmigo.
Arrugo el entrecejo.
—¿Perdona?
—Ya está pagado.
—¿Quién lo ha pagado?
—Ese señor. —Mira hacia mi derecha, y yo lo hago con él.
Me encuentro con el señor Blake (hijo) hablando por teléfono, muy cerca de la
barra y con una bolsa de la cafetería agarrada con una mano.
Barajo la opción de ir hasta él, decirle si es idiota y devolverle el dinero, pero eso
llamaría la atención de mis dos compañeros, así que me muerdo la lengua, aprieto la
mandíbula, cojo nuestra comida y tomo asiento.
—¿Qué te pasa? —Kelly se interesa por mi cara de moho.
—Nada. —Bufo.
Abro la ensalada y la pincho como si estuviera matando a alguien.
Mis dos amigos miran el asesinato de las lechugas.
—¿Cuánto ha sido? —Sam se ofrece a pagar su parte.
—No te preocupes. Yo invito.
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¿Qué les voy a decir? ¿Que nos ha invitado nuestro follable jefe? ¿A cuento de
qué? ¿Por la gracia de Dios?
Esto no me gusta.
Se avecina tormenta.
Te lo digo yo.
Y eso que estamos en agosto.
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Le pedimos a Sam que nos cuente lo sucedido en la reunión con el nuevo jefe y nos
informa que básicamente se ha dedicado a ponerlo al día de todo lo relacionado con
su sección: la de deportes. También nos indica que desea hablar con todos nosotros,
así que en algún momento nos tocará enfrentarnos a él.
A mí también.
¡Qué guay! Estoy deseándolo. Cuánta ironía en mi deseo.
Nos pasamos por Sandy y me compro un vestido blanco de tirantes y cuello en
triángulo que resalta el moreno de mi piel. Me queda muy bien y no me gasto
demasiado. Tengo que ahorrar, quiero comprarme una cámara de fotos nueva y la
cuenta bancaría la tengo temblando. Si aparece cualquier imprevisto, no tengo ni para
yogures, y amo el yogur, sobre todo el de plátano.
Me pongo a trabajar en cuanto volvemos. Conecto los auriculares y escucho a
todo volumen el mejor grupo de la historia: Red Hot Chilli Peppers. Es como mejor
trabajo, con la música a punto de reventarme los tímpanos. Recuerdo que en el
instituto mi madre me reñía y me pedía que bajara la música porque retumbaban en
las paredes de toda la casa. Recuerdo también por qué, o debería decir por quién lo
comencé a escuchar a todas horas. Maldito seas, Noah Moore.
Escribo, escribo y escribo. Se me pasa la tarde sin darme cuenta. Sam y Kelly se
despiden de mí y les informo de que me voy a quedar hasta tener el artículo perfecto.
Llamo a Cecile, mi compañera de piso.
—Dígamelo. —Escucho.
—Hola, Ceci. Estoy trabajando. No puedo salir hoy.
—¿Qué estás diciendo? He quedado con Colin y con Cooper.
—Ve, tú. Tengo que terminar esto para mañana. — Refunfuño.
—¿Y qué le digo a Cooper?
—Lo que te dé la gana.
—Le gustas.
—Y a mí él, pero no puedo.
—¿No puedes echarle ganas y terminar pronto?
—Lo siento. Estoy haciendo todo lo que puedo. Hay muchos cambios por aquí y
no quiero jugármela. Nos vemos mañana, ¿vale? Yo hago el desayuno.
—No sé si dormiré en casa… — Se hace la interesante.
—Pues vuelve temprano. Te compraré galletas saladas. — Le gustan para
desayunar, hasta las moja en el café. Jamás lo entenderé.
—Mujer, siendo así, ni palabra.
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—Me preocupa que prefieras galletas saladas a un buen polvo con Colin.
—Lo echaré antes de volver. Es más, no pararé en toda la noche.
—Ya… Ese Colin es toda una máquina.
—Y le mide veintidós centímetros.
Me parece muy exagerado, pero no pienso llevarle la contraria, tengo que
trabajar, y es capaz de enviarme una foto.
—Échate cremita, cielo. Te dejo, estoy inspirada.
—Hasta mañana.
Termino la conversación con mi mejor amiga y vuelvo a lo mío. No me da tiempo
a conectar la música de nuevo cuando la secretaria del jefe entra en la habitación.
—Buenas tardes, preciosa.
—Hola, Lena. ¿Qué tal va todo?
—Bastante movidito, como ya sabes. Va a haber muchos cambios próximamente.
—Eso parece.
—Seguro que todo va a ir bien. — Trata de tranquilizarme.
No es que yo esté muy preocupada, pero mi cara de cansancio debe haberla
confundido.
—¿No te vas a casa?
—Voy a terminar antes.
—Yo me marcho ya. Te dejo esto aquí. Parece que alguien se preocupa por ti.
Posa sobre mi mesa una bolsa de Madison de papel marrón.
—Buen provecho —sigue, y se va.
—Hasta mañana —me despido.
Observo la bolsa sin tocarla. ¿Qué será? Cojo un lápiz y la empujo. No se mueve.
No hay nada vivo dentro. Lena me ha deseado buen provecho, lo más probable es que
sea para que me lo coma.
La intriga me puede, así que dejo de hacer la tonta, la cojo y le echo un vistazo.
Abro los ojos cuando veo lo que contiene. Un donut de chocolate como el que se me
antojó esta mañana. La boca me comienza a salivar, pero se me corta en cuanto
pienso quién la ha podido enviar. Él estaba allí, él pudo escucharme… ¡Él fue quien
se lo llevó!
En un principio, suelto la bolsa y la dejo junto al teclado. Paso los siguientes
cinco minutos mirándola como si estuviera pidiéndome a gritos que me coma lo que
hay dentro. Hago un mohín y bufo.
—No me mires así, no te voy a comer. — Le hablo como si me escuchara —. Si
vienes en su nombre, no quiero saber nada de ti.
La agarro y la coloco detrás de la pantalla.
Así no la veo ni me ve ella a mí.
Estoy perdiendo la cabeza.
Me toco las sienes y suspiro.
Tardo dos minutos más en cogerla, abrirla y comerme el donut.
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Qué rico, por Dios.
Hasta suelto gemiditos.
Ahora me siento culpable.
No tengo fuerza de voluntad.
Se hace de noche sin darme cuenta y casi me quedo a oscuras. Solo ilumina la
pequeña habitación la pantalla del ordenador, pero no me importa, estoy a dos frases
de terminar el artículo sobre la influencia que tiene las redes sociales en la educación.
(Sin comentarios sobre él tan manido tema. Yo hago lo que me mandan. Si fuera
redactora jefe, otro gallo cantaría).
Californication suena a máxima potencia y tarareo la letra cuando estoy a punto
de poner el punto y final.
Concentración en el punto álgido.
Y… Noto que alguien o algo, un fantasma, yo qué sé, me toca el hombro y grito.
—¡Ah! —Me llevo la mano al pecho y salto.
Me pongo de pie y vuelvo a gritar cuando veo delante de mí, a muy pocos
centímetros, al follable de mi jefe.
«Mona, deja de pensar en él como alguien follable».
Uff, es que está muy bueno.
Advierto cómo mueve la boca. Debe estar hablando, pero yo sigo escuchando la
música a todo volumen.
Levanta el brazo, agarra el cable de mis auriculares, tira y me los quita.
—¿Qué hace aquí? —Estoy sorprendida.
—Iba a preguntarle lo mismo.
—Tenía… —Apunto con el dedo al ordenador —. Estaba trabajando. Tengo que
entregar el artículo mañana.
Me mira en el más profundo mutismo.
—¿Cómo sabe que estaba aquí?
—Lo sé todo sobre esta empresa.
Espero que no sepa que me llevo papel higiénico para casa y así ahorramos un
poquito. También espero que no se haya enterado de que Cecile llegó el día de mi
último cumpleaños con una botella de champán y nos la bebimos en la escalera de
incendios mientras todos trabajaban. Espero que tampoco esté al tanto del día que me
peleé con la impresora, le di una patada y hubo que cambiarla por otra. Podría seguir
así hasta mañana, pero mejor paro.
—¿Le gustó el donut?
—No me lo comí. —Levanto el mentón y me hago la digna.
Sonríe y veo que está observando la bolsa arrugada dentro de la papelera que
tengo justo al lado.
—Me obligó. —Me defiendo.
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—¿Quién le obligó? —Levanta una ceja y esconde una sonrisa.
—La bolsa. Le juro que me hablaba como si estuviera viva. Me decía: cómeme,
cómeme.
Diría que se está riendo de mí, así que decido callarme.
—Me alegra saber que le gustó. — Se mete las manos en los bolsillos.
—¿Por qué hace eso?
Amusga los ojos sobre los míos.
—¿Por qué me trata diferente al resto? — insisto.
—¿Cree que la trato diferente porque le he enviado un donut?
—Su padre nunca me envío nada.
—Yo no soy mi padre. Ya lo he dicho. Cambiarán muchas cosas a partir de ahora.
—No le ha enviado el donut a nadie más.
—No había nadie más en el edificio. Todos se han marchado ya. Y usted debería
hacer lo mismo.
—¿Va a echarme por trabajar demasiado?
—La echaré cuando quiera y por lo que quiera. No necesito ningún motivo.
Me deja sin palabras. Y eso es muy raro.
—La espero mañana a primera hora en mi despacho con ese artículo.
—Por supuesto —respondo, altiva.
Pero ¿qué se cree?
«El dueño de todo esto, monina».
—Recoja. La llevo a casa.
¿Que me va a llevar a casa?
—No hace falta, gracias.
—No me gusta tener que repetirme. — Se pone serio. Muy serio.
—Y a mí no me gusta que me manden.
—Recoja y la llevo a casa, o recoja y no vuelva mañana.
¿Qué? ¿Me está amenazando?
—Usted decide. —Da un corto paso hacia mí.
Lo tengo tan cerca que, si me balanceo un poco, podría tocar su pecho con el mío.
Bufo.
Lo pienso.
Lo pienso.
Y lo pienso.
«Deja de pensar. Si te vas a ir con él».
Guardo el archivo, apago el ordenador, me cuelgo el bolso y camino hasta la
puerta, donde él ya me espera.
Es cierto que no hay nadie más en el edificio, incluso el vigilante de seguridad
parece haber desaparecido. Bajamos en el ascensor en silencio. Ninguno dice nada.
Yo no pienso hablar, lo único que me apetece es preguntarle si me ha cogido alguna
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manía especial en tan solo un día. Cabe la posibilidad, porque critiqué a su padre en
su mismísima cara.
Gilipollas que soy.
Huele a la misma fragancia de esta mañana y es un gran problema porque me
atrae enormemente.
Pufff.
Él ni me mira. Tiene la vista fija al frente y parece muy relajado. No como yo,
que saltaría al vacío en este momento. Quiero llegar a casa y tomarme una copa de
vino.
Me doy cuenta de que el ascensor no para en la planta baja, sino que sigue
descendiendo hasta el garaje, en el que nunca he estado. Salimos de él y lo sigo hasta
una plaza no muy alejada. Pulsa un botón y las luces de un Mercedes plateado
parpadean. Va hasta el lado del copiloto y la abre.
—Suba.
Dudo durante un segundo, pero ya que he llegado hasta aquí…
Cierra detrás de mí, rodea el coche y toma asiento tras el volante.
Dejamos el garaje atrás y conduce entre el tráfico de Manhattan sin terminar con
el silencio que nos acompaña. Me quedo embobada con las luces y el trasiego de
gente.
—Vivo en el SoHo —informo, porque no me ha preguntado hacia dónde tiene
que ir, pero no va mal encaminado.
—Lo sé.
—¿Cómo lo sabe? —Abro los ojos de par en par y miro en su dirección.
—Lo he visto en su contrato.
—¿Me ha investigado? —No salgo de mi asombro.
—Sí.
—Pero ¿cómo se atreve? ¿Qué quiere usted de mí?
—¿Qué cree que quiero?
Sigue con la vista fija en la carretera.
—Yo… Yo… No lo sé, pero no deseo ningún tipo de relación usted.
—Eso va a ser bastante difícil.
—Yo no lo veo así. —Me cruzo de brazos —. Jamás tendría nada con mi jefe.
Por el rabillo del ojo observo esa sonrisa ladeada que me pone a cien.
Mierda.
Detiene el coche frente a mi edificio y me mira.
—Usted es mi empleada y yo soy su jefe. Esa es nuestra relación. No tengo por
qué darle explicaciones, pero he investigado a todos los trabajadores de mi empresa y
usted ha sido una de ellas. Por eso sé dónde vive.
Zasca en toda la boca.
Levanto el mentón y me hago la digna.
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—Gracias… —Tartamudeo—. Gracias por traerme. — Agarro la manilla y abro
la puerta.
No contesta y no espero que lo haga. Salgo del auto y, justo antes de cerrar la
puerta, dice:
—Está muy guapa con ese vestido.
Cruzo la calle y entro en mi portal a toda prisa. Ni siquiera miro hacia atrás, pero
no lo he escuchado acelerar. Cuando ya estoy dentro, observo a través de la ventana
acristalada del portal que se va.
¿Ha esperado a que entrara?
Subo hasta el primero por las escaleras, meto la llave en la cerradura y Davy, mi
vecino, me asusta.
—Cari, ¿quién era ese tío?
—Pero… ¡Davy! ¡Vas a matarme de un infarto! — Miro el pijama de leopardo
que lleva —. ¿Y ese modelito?
—Lo he comprado en las rebajas, pero no me cambies de tema. Venías muy bien
acompañada.
—¿Ya estabas cotilleando por la ventana?
—Estoy aburrido. —Se mira las uñas —. Venga, dime, era guapo.
—Eres la vieja del visillo. — Me río.
—Y ese tío era un adonis.
—Es guapo, sí.
—Es follable.
—Es muy follable —reafirmo.
Entro en casa y él lo hace detrás.
—¿Y por qué no ha subido y te lo has tirado?
—Hay un problemilla…
Entro en la cocina, dejo mi bolso sobre la encimera y abro el frigorífico.
—¿Cerveza o vino?
—Cerveza.
Las cojo y le paso una.
—¡No me digas que es gay! — Aplaude —. ¡Puedes presentármelo!
—No es gay —afirmo rotundamente.
—¿Y cómo lo sabes?
—¿Tú sabes cuando alguien es gay?
—La mayoría de las veces.
—Pues con los heteros pasa lo mismo.
—Vaya… —Parece decepcionado.
Cruzamos la ventana del salón y nos sentamos en la escalera de incendios.
—Es más complicado que eso.
—¿Por qué?
—Es mi jefe.
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—¿Tu jefe? Creí que tu jefe era el señor Blake.
—Este es el señor Blake.
—El señor Blake es mayor. Lo he visto en un millón de fotos de la revista.
—Este es su hijo. Va a dirigir la empresa a partir de hoy.
—¿Qué dices?
—Lo que oyes.
—¿Y por qué te ha traído a casa?
—No lo sé. Me he quedado la última para terminar el artículo que tengo que
entregarle mañana y ha aparecido de la nada y me ha obligado a montarme en su
coche.
—¿Cómo? —Abre los ojos y la boca de par en par.
—Bueno, no exactamente, pero era eso o me despedía. Creo que tiene un
problema de autoestima y trata de reafirmarse ordenando a la gente y utilizando su
estatus.
—Mona, estás loca. Ese hombre no tiene problemas de autoestima, te lo digo yo.
— Se clava un dedo en el pecho.
—No sé…
—Ese está tirándose a otra, o a otras, en estos momentos.
No entiendo por qué, pensarlo me deprime.
—No le ha dado tiempo. —Me aparto el pelo de la frente.
—Conozco a los que son como él. El señor Blake se sienta en la barra de un bar a
tomarse una copa y en cinco minutos tiene cinco ofertas para echar un polvo. Y
seguro que los echa todos.
No sé qué hacer ni qué decir para que se calle.
—¿Y tú? ¿Has hablado con Derek últimamente?
—Derek pasó a la historia — afirma, con la boquita pequeña.
El susodicho es su exnovio, del que aún está profundamente enamorado, pero se
hace el duro. Lo entiendo, era buena gente, y la razón por la que lo dejó muy
concebible.
—Creo que deberíamos salir. — Me levanto y me termino la cerveza de un trago.
—¿Ahora?
—Claro que sí.
—¿Así? —Se mira el pijama.
—Te cambias rápido. Venga. Cecile está en el Fat Cat.
Entramos en uno de los mejores bares de Nueva York para escuchar música en
directo y, como era de esperar, está repleto de gente. Cruzamos toda la sala hasta
encontrar a mi amiga, que habla con Colin y con Cooper sentados alrededor de una
mesa.
—¡Qué sorpresa! —grita y se levanta cuando me ve.
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Me da un abrazo que casi me tira de espaldas y, después, hace lo mismo con
Davy.
—Hola, cari. —Se dan un pico como saludo.
Davy siempre nos saluda así en momentos especiales. Traducido: de fiesta,
cuando vamos pasadas de copas, cuando hace tiempo que no nos ve, cuando le sale
del alma…
Resumo la noche pronto. Bebimos, reímos y nos lo pasamos bien. No recuerdo hasta
qué hora estamos de fiesta, lo que no puedo olvidar es que me despierto en casa de
Cooper y que, cuando abro los ojos, son más de las ocho de la mañana.
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Llego a nuestro cubículo con la lengua fuera y un par de gotas de sudor perlándome
la frente.
—Buenos días —saludo a mis dos compañeros.
—¿Por qué llegas tarde? —pregunta Kelly —. No me lo digas. — Levanta una
mano y pone la palma hacia mí —. Saliste anoche.
—Un poco —acepto.
Enciendo el ordenador y tomo asiento.
—Hasta esta mañana —apunta.
—Vengo de casa de Cooper. Me he quedado dormida.
—Ese Cooper me da envidia. Tú, no. No me gustaría estar en tu lugar
— manifiesta Sam con tono de suspense.
—¿Qué quieres decir? —Busco el documento y lo mando a la impresora.
—Lena ha venido a buscarte dos veces y tu teléfono no ha dejado de sonar desde
las ocho. El nuevo jefe te estaba esperando.
—Mierda. —Voy hasta la impresora y cojo la copia —. ¿Estoy bien? — demando
a mis amigos que valoren mi presencia física.
—Estás muy buena —declara Sam.
Pongo los ojos en blanco.
—Vas bien. Pero péinate un poco. — Kelly abre uno de sus cajones, saca un
peine y me lo da —. Toma este; el de tu bolso es demasiado pequeño y tu pelo va a
seguir enmarañado.
—Gracias. —Se lo devuelvo cuando termino.
Respiro, me tiro del vestido y me armo de valor.
El toro hay que cogerlo por los cuernos.
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Suspiro, camino hasta los tres sofás naranjas de piel de terciopelo y me siento en
el de en medio.
Media hora después, aún no me ha atendido.
—Disculpa, Lena. ¿Va a tardar mucho?
—No lo sé, pero tiene una reunión en el Distrito Financiero dentro de una hora.
¿Una hora? Pufff.
Me pongo a leer el artículo que llevo impreso en el folio y con un bolígrafo hago
algunos cambios. Espero que no lo tome en cuenta. Siempre me pasa. Me parece que
algo está perfecto, pero cuando lo releo, aunque sea meses después, siempre hago
modificaciones.
Me levanto a la máquina a por un vasito de agua fría.
Doy un paseo por la estancia.
Vuelvo a sentarme.
Bufo.
Pataleo para mis adentros.
Seguro que lo está haciendo a propósito. Ese tío no está haciendo nada. Estará
arrascándose los huevos y mirándose en el espejo. Guapo es un rato. Yo podría estar
mirándolo un día entero.
Y besándolo.
Y mordiéndolo.
Y saltando sobre él.
«Para, mona».
Puff. Qué calor otra vez. Voy a morir de un sofoco por culpa del señor Blake. Su
presencia y las altas temperaturas del mes de agosto van a acabar con mi vida.
—Anna. Anna…
Percibo que alguien me llama.
Parpadeo, muevo la cabeza y alzo el mentón.
—¿Mm?
—Ya puedes pasar. —Me indica Lena, de pie delante de mí.
«Hale. Valor».
Doy un saltito, me quito las posibles arrugas de la falda del vestido, me aparto el
pelo de la cara y me pongo derecha.
Todo va a salir bien.
Llamo con un par de toquecitos y abro unos centímetros.
—Pase.
Entro en el despacho del señor Blake; antes del padre, ahora del hijo. Siempre me
ha parecido demasiado oscuro, pero hoy todavía más. Los muebles no hacen juego
con el resto de la decoración del edificio. Le hace falta una reforma urgentemente.
—Buenos días —digo, intentando parecer segura pero muerta de miedo.
Esta vez me echan.
—Llega tarde.
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Ni buenos días ni nada. La educación por el retrete.
Por cierto, ni me mira. Está absorto en la pantalla de su ordenador.
—Sí, lo siento… —Me agarro el bajo de la falda y juego con él —. He tenido un
problema esta mañana.
«Lo que tenías era la boca de Cooper entre tus piernas».
Eso también.
—¿Qué problema?
¿Qué? ¿Me está preguntando por mi problema? ¿Cómo se le ocurre? ¿Y ahora
qué le digo? No creo que follar sea una causa justificada para llegar tarde al trabajo.
Me mira sin parpadear. Pega la espalda al sillón, y entrelaza las manos. El pecho
le sube y le baja bajo esa camisa negra que le queda de muerte. Ojalá se le rompieran
los botones y pudiera verle los pectorales. Apostaría a que son de esos en los que a
una le gustaría gemir.
Calor.
Mucho calor.
—Pues verá… Es algo personal. No me siento cómoda contándoselo a un
desconocido. — Trato de zanjar el tema.
Lo piensa durante unos segundos y parece dejarlo pasar.
—¿Tiene el artículo?
—Sí. —No me muevo ni un centímetro.
—¿Me lo da? —Levanta una ceja y la mano derecha.
—Oh, claro. —Doy dos pasos hasta chocar con su mesa y se lo ofrezco.
Lo coge y lo lee.
Yo, mientras tanto, sigo de pie porque no me ha dicho que me siente.
¡Qué grosero!
Un minuto.
Dos minutos.
—Está bien. —Afirma.
¿Está bien? ¿Solo está bien? ¡Mis artículos son la leche!
—Pero no me gusta la afirmación con la que comienza. Cámbiela por otra menos
ofensiva — sigue.
—¿Qué? Todo el artículo se basa en esa afirmación. Tendría que comenzar de
nuevo.
—Pues comience —deja el folio sobre la mesa, delante de mí.
—Tiene que estar listo para esta tarde. — Tengo la osadía de quejarme.
Levanta levemente las cejas y no contesta. Supongo que a él no le importa cómo
lo haga para que esté preparado a las cuatro de la tarde. Vamos, que no es su
problema, pero el mío sí.
Refunfuño para mis adentros, aprieto la mandíbula, lo cojo y me giro dispuesta a
salir de ese maldito despacho oscuro.
—¿Adónde va?
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Su pregunta me frena.
Me vuelvo hacia él.
Alzo la mano y le enseño el artículo. ¿Adónde cree?
—Tengo que rehacer todo de nuevo.
—No le he dicho que pueda marcharse. — Se levanta, coge la chaqueta, se la
pone y camina hasta mí.
Se detiene a mi lado, a poco menos de un metro y me mira de arriba abajo.
¿Me está dando un repaso?
¡Qué descarado!
—Lleva la misma ropa de ayer — apunta.
Abro unos milímetros los ojos.
—No está mal. Acompáñeme —sigue.
¿No está mal para qué?
Abre la puerta, me indica con un gesto de cabeza que salga y camino a su lado
por el pasillo después de despedirnos de Lena.
Paramos delante de la puerta del ascensor.
—¿Adónde vamos? —pregunto, confusa.
—Va a acompañarme a una reunión.
—Pero…
Las puertas se abren y, tras dos pasos, estamos dentro.
—Pero no puedo, tengo que preparar el artículo.
—Necesito la opinión de un experto.
—¿Un experto? —No lo entiendo.
Él sonríe sin mirarme y no dice nada.
Cruzamos el vestíbulo y salimos a la calle.
—Disculpe, señor Blake, tengo muchísimo trabajo y no creo que mi opinión le
interese lo más mínimo — le aseguro, casi corriendo tras él.
¡Qué piernas más largas! Imposible seguirle el ritmo.
—Buenos días, Dylan. —Saluda a un hombre con uniforme negro y una gorra.
—Buenos días, señor —le responde, a la vez que abre la puerta trasera de una
limusina negra.
Cameron me mira y espera a que reaccione.
«Quiere que subas».
Bufo y lo hago. Es mi jefe. Si quiere que le ayude, tendré que ayudarle.
Tomo asiento y él lo hace frente a mí.
¿He dicho que tiene unas piernas muy largas? Sus rodillas rozan las mías
desnudas cuando el coche comienza a moverse y todos los vellos de la piel se me
erizan.
Vellos malnacidos…
Me doy cuenta de que ni siquiera he cogido el teléfono móvil. Kelly y Sam se
preguntarán por qué tardo tanto.
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Mascullo.
—¿Qué le ocurre?
—No he cogido el móvil.
—No lo necesita.
Me remuevo nerviosa.
Sí, ya. Habrá que verlo a él sin teléfono.
Lo coge y hace una llamada.
Lo escucho hablar sobre temas que ni me van ni me vienen. Por lo que parece
tiene reuniones también esta tarde. Supongo que debe ponerse al día de todo lo
relacionado con la revista. Habla tan amable y trata tan bien a todos que parece un
Public relations. Me pongo a pensar en lo bien que le queda el traje, la barba de
varios días, ese pelo moreno y lo besable que son sus labios. Manos grandes, piernas
anchas, hombros robustos… ¿Cómo tendrá la polla? Seguro que larga y gruesa.
Resoplo. ¿Por qué Dylan no le da caña al aire acondicionado?
Dejo de pensar en lo buenísimo que está cuando atiende una llamada totalmente
distinta a la anterior. Mi parte más cotilla se pone en modo alerta y saca las antenas
parabólicas capaces de escuchar a cincuenta metros de distancia. A veces, hasta leo
los labios. Tengo un don, o varios. También soy capaz de lanzar un hueso de aceituna
con la boca desde el salón y meterlo en un vaso posicionado sobre la encimera de la
cocina. Menuda puntería que gasto.
—Esta noche no puedo, Donna. — Silencio —. Sí, yo también lo pasé muy bien
en Suiza. — Sigue hablando.
¿Quién es Donna?
«¿Qué leches te importa?».
Si tuviera aquí mi teléfono móvil, llamaría a Cooper para hablarle de lo bien que
lo pasé anoche como revancha.
«Al señor Blake le da igual con quién te acuestes».
También es verdad.
No dejo de escuchar, pero la conversación se alarga más de lo debido y me entra
un sueñecillo muy curioso. Los párpados se me cierran poco a poco y no puedo
luchar contra el peso de todo el sueño que cae sobre ellos. El fresco del aire del
coche, el movimiento, su voz… Todo se une en mi contra convirtiéndose en una nana
muy peligrosa que me duerme en contra de mi voluntad.
—Sí, estaré en Nueva York los próximos meses. — Silencio. Es lo último que
escucho.
Parece que me quedo un poco dormida. Y quien dice un poco, dice mucho,
exactamente a punto de entrar en el sueño REM.
—Señorita Stewart. —Abro los ojos y lo veo cerca de mí. Se me cierran —.
Señorita Stewart. — Vuelvo a abrirlos y esta vez lo tengo a varios centímetros.
—¿Qué…? ¿Dónde estoy? —Me asusto.
—Se ha quedado dormida.
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—¿Cómo?
Sonríe de lado y me ofrece una botella de agua ya abierta.
Mi madre siempre me ha dicho que no beba cosas que me dan desconocidos, pero
es mi jefe, sé perfectamente quién es, hasta podría ir a su casa a buscarlo, por lo
menos a casa de su padre. Una vez tuve que ir a que firmara unos documentos. Lena
tenía mucho trabajo y me lo pidió a mí, porque sabía que era la única de toda la
revista que le haría ese favor.
La cojo y mi mano roza su mano. A pesar de mantener la botella fría, la tiene
caliente y casi se me escapa un suspirito. Veo que él traga con dificultad, con su
mirada clavada en mis labios. Vale, tal vez esto es producto de mi pervertida
imaginación que está deseando tirarse al jefe y no acepta que el señor Blake tiene
mejores piernas en las que meterse. Y eso que mis piernas son bonitas y definidas.
Voy al gimnasio tres veces por semana. En las que se meterá serán más largas pero
las mías no tienen nada que envidiar a las de ninguna otra mujer. Y cada una es como
es… Desvarío.
Le doy un trago y las gracias.
—Ya hemos llegado. ¿Está preparada o necesita algo de tiempo?
—Estoy bien. —Dejo la botella sobre una especie de mesita de caoba.
Me sorprende que me ofrezca la mano cuando voy a salir del coche. La cojo y
nuestras miradas conectan de inmediato. Juraría que los dos nos soltamos como si nos
quemara en cuanto me incorporo del todo.
La reunión dura más de una hora. No entiendo muy bien para qué he venido. El señor
Blake habla con otros tres hombres sobre la posibilidad de introducir más publicidad
encubierta entre nuestras páginas, así como contactar con blogueros de moda y
contratarlos para que se saquen fotos con nuestra revista. La nueva forma que utilizan
las grandes marcas para introducirse en las casas de los jóvenes adictos a las compras
y a la moda. Esto es el gato que se muerde la cola. Más ventas de nuestra revista, más
marcas quieren pagarnos para salir entre nuestras páginas, además, muchísimo
dinero. Solo tardo un minuto en percatarme de la maestría del señor Blake para
negociar y llevar a todos a su terreno. Todos terminan postrados a sus pies cuando
finaliza la reunión. Hasta yo.
Mierda. Ahora me pone todavía más. Esta noche tendré fiesta con Peter. Peter no
es ningún novio o follamigo. Así llamo a mi vibrador, mi mejor amigo cuando estoy
en la soledad de mi dormitorio y tengo ganas de marcha y ningún hombre al lado que
haga el trabajo sucio. Peter no se queja, siempre está dispuesto y solo tengo que
cambiarle la pila de vez en cuando. Muy a menudo en época de sequía, pero por
fortuna hace mucho que no paso ninguna.
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Hace calor en la calle, pero Cameron se detiene a atender una llamada de teléfono y
la subida a la limusina fresquita se retrasa. Ese móvil no ha dejado de vibrar en toda
la reunión. Se ve que es un hombre muy solicitado. A mí me da igual, yo lo que
quiero es que termine y me abra la puerta. Es Dylan el que se acerca a mí y me dice
que puedo subir cuando me apetezca.
Me apetece ahora, gracias.
Lo espero sentada en el mismo sitio que antes y bebo de la botella de agua que
dejé sobre la mesa. Sigue fría, y con el ansia me ahogo, me pongo a toser y el agua se
me cae por la barbilla hasta el pecho, mojando también el vestido. En ese momento,
el señor Blake entra y toma asiento frente a mí.
—¿No puede estar sin mancharse la ropa?
—He tenido…
—Otro problema. —Me corta—. Supongo que este no es tan personal como el de
esta mañana.
Cierro la botella vacía y, sin saber qué hacer con ella, él me la quita de las manos
y la introduce en una especie de papelera escondida bajo la mesa.
—¿Quiere comer algo?
—No, gracias.
—Dylan, a Per Sé. —Me ignora.
¿A Per Sé? Nadie va a Per Se sin reserva. Y sin llevar mil dólares en la cartera. Yo
no he ido en mi vida, porque jamás he tenido más de cincuenta dólares en mi precioso
monedero de Prada que compré en una tienda de segunda mano.
—No es necesario, gracias — insisto —. Además, tengo que trabajar. Debo
rehacer el artículo para esta tarde.
—¿Ha comido hoy?
—Eh… Me he tomado un café.
—Pues tiene que comer.
—No tengo hambre.
Me mira, me mira y me mira.
De repente, se incorpora y acerca su cara a la mía, dejándola a una distancia muy
poco profesional. Supongo que me explico.
—¿Sabe? Algo me dice que no me está diciendo la verdad. Ni aquí ni en mi
despacho. — Muy despacio y sin tocarme, pone las manos junto a mis piernas
desnudas —. Conseguiré que sea sincera conmigo.
—Soy sincera con usted —musito.
—¿Usted cree? Dígame por qué ha llegado tarde esta mañana.
—Ya se lo he dicho, he tenido un contratiempo. — Mis ojos danzan de los suyos
a su boca.
—Ahora a follar se le llama contratiempo. Yo lo definiría como pura diversión.
— Se me corta la respiración.
¿Cómo se atreve? Es mi jefe, ¡y nos conocimos ayer!
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—Esto… No me parece adecuado.
—Lleva razón. —Es él el que durante un segundo mira mis labios. Se echa hacia
atrás y vuelve a poner distancia —. La llevaré a comer y dejaré que trabaje. Pero no
vuelva a mentirme.
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Cambia el semblante por uno más serio y poco amistoso en cuanto hago la
puntualización.
—¿Tiene algún problema con las mentiras?
No me contesta.
—Vaya, ¿solo puede hacer usted las preguntas? — insisto. Creo que he dado en
hueso.
Me clava la mirada y afirma:
—No me gustan las mentiras. Lo destrozan todo. — Respira —. ¿Desea postre?
—Si va a estar tan bueno como esto, sí. — Sonrío.
—Está bien.
Llama al camarero, que se acerca con la carta de los postres, y me pongo morada
de tarta de chocolate con arándanos y plátano. Lo veo pasárselo pipa mientras me
como todo el dulce. Algo ha cambiado en él. Ha dejado de hablar y de tratarme con
cercanía. Trato de entablar conversación, pero no consigo que me conteste con otra
cosa que no sean monosílabos.
Nada. No dice nada hasta que subimos en el ascensor de las oficinas y le pido
disculpas por lo que dije la primera vez que nos vimos.
—Estuvo fuera de lugar. Lo siento.
Estamos uno al lado del otro.
Las puertas se abren y me dispongo a salir, pero me agarra de la muñeca y me
detiene. Giro la cabeza y lo miro.
—No volveré a molestarla. No se preocupe.
Me suelta y me deja marchar.
Es cierto que ni me mira durante los siguientes días. Todo es muy profesional entre
nosotros. Me habla cuando tiene que hacerlo, pero nada de acompañarle a reuniones y
a comidas en restaurantes pijos. Kelly se lleva toda la semana hablando de la fiesta de
despedida del señor Blake en su casa de los Hamptons. A mí no me hace mucha
gracia asistir, sin embargo, no quiero quedar mal con el que ha sido mi jefe durante
los últimos años y con el que va a serlo no sé durante cuánto tiempo más.
—¿Y te vas hasta mañana? —me pregunta Cecile, sentada junto a mí en nuestro
sofá.
—Eso parece. —Cambio de canal.
—¿Has preparado la maleta?
—Todavía no.
—¿A qué estás esperando?
A que se haga sola.
—Ahora la hago.
—¿Qué vas a ponerte?
Me encojo de hombros.
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Ella me mira achinando los ojos.
—No sé…
—¿Qué no me has contado?
—¿Qué? ¿Por qué crees que no te he contado algo?
—Porque no te veo muy entusiasmada con ir a una fiesta, y sé cuánto te gustan.
—Bueno… Tal vez…
—¡¿Qué?! —Se incorpora de repente.
—Mi nuevo jefe… El señor Blake…
—¿El señor Blake? ¡Tiene como noventa años!
—Ese no. Su hijo.
—¡¿Te has acostado con su hijo?!
—¡No!
—¿Entonces?
—Me trata… Me trata diferente.
—No te entiendo.
—No ha pasado nada entre nosotros pero parece como si… como si le gustara…
—¿Y a ti te gusta?
—Está muy bueno.
—Entonces, ¿cuál es el problema?
—¡Pues que es mi jefe! Pero ya no tengo que preocuparme por él. Me dijo que no
volvería a acercarse y ha cumplido su promesa.
Se pone de pie.
—Levanta.
—¿Ahora? —Estoy en modo perra.
—Ahora. Vamos a buscarte modelito. Ese tío va a flipar cuando te vea.
—Yo no quiero que flipe.
En realidad sí quiero.
—Da igual lo que quieras. Ese tío va a empalmarse cuando te vea.
—No quiero nada con él.
—Un buen polvo lo quiere cualquiera.
Lleva razón, pero…
Miro al suelo.
—¡Te gusta mucho!
—¡Eh! ¡No flipes tú!
—¡Te gusta mucho y aún piensas en el imbécil de Noah!
—¿Noah? ¿A qué viene ahora hablar de él? Estoy saliendo con Cooper.
—¡No sales con Cooper! Te lo tiras. Y la mayor parte del tiempo pasas de él.
—¿Y qué?
—Que cuando te gusta alguien sales corriendo porque aún sigues enamorada de
Noah.
—¡¡Yo no estoy enamorada de Noah!!
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—Ah, ¿no?, ¿y por qué sigues escuchando ese grupo de música?
—¡Porque me gusta!
—¡Eso es mentira!
—¡No lo es!
—¿Por qué no eres sincera conmigo?
—¡Estoy diciendo la verdad! ¡Si no me crees, es tu problema! — Giro sobre mis
talones, me meto en mi dormitorio y cierro de un portazo.
No quiero a Noah. Ya no. Me ha costado años olvidarlo, pero lo he conseguido.
Además, no se merece que lo quiera. Me abandonó sin despedirse y aún no sé por
qué. ¿Tan poco me quiso? Llevo haciéndome esta pregunta más de siete años.
Demasiados teniendo en cuenta que solo nos llevamos juntos el último año de
instituto.
No lloro. Porque no quiero y porque ya derramé bastantes lágrimas por él. Me
doy una ducha, me pongo el pijama y Cecile y yo hacemos las paces delante de un
bol de palomitas con mantequilla y un capítulo de Stranger Things. Antes de
acostarnos me ayuda a elegir el vestido y a hacer la maleta.
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Kelly tarda muchísimo en volver y yo me pregunto qué hace tanto tiempo en el
despacho de Cameron, quiero decir del señor Blake. Sí, eso, el señor Blake. Y como
soy un culo inquieto y bastante cotilla, además de tener muy poca paciencia, me voy
a dar una vuelta por la redacción, dando la casualidad que termino frente a la mesa de
Lena y la puerta del despacho de nuestro gran y recién estrenado jefe.
—¿En qué puedo ayudarte, Anna?
—Eh… —Miro hacia ella y me quedo pillada. A ver qué le digo. ¿Para qué he
venido? ¿Por qué me importa lo que Kelly esté haciendo con Cameron en su
despacho? —. ¿Está el señor Blake?
Qué.
«¿Qué haces preguntando por él?».
Yo qué sé. Eso mismo me pregunto yo.
—Sí. Un momento. —Descuelga el teléfono, pulsa un botón y lo llama —. La
señorita Stewart desea verle. Sí, señor. Ahora mismo, señor. — Cuelga y se dirige a
mí —. Te atenderá ahora. — Me quedo petrificada sin parar de mirarla —. Anna,
puedes pasar — insiste —. Ha dicho que te atenderá ahora.
Mierda.
Mierda.
Mierda.
A ver qué le digo. ¡A ver qué le digo!
Dirijo la mirada ahora hacia la puerta por donde tengo que entrar, que se
convierte en mi mente en un monstruo con la boca abierta y repleta de dientes a punto
de comerme, masticarme y tragarme hecha cachitos. Estoy loca, no pienso las cosas y
por eso me meto en estos líos.
Camino hacia la garganta profunda por la que voy a caer dentro de unos
segunditos y juro que casi me desmayo cuando él abre la puerta justo cuando voy a
hacerlo yo y se detiene a escasos dos palmos de mi pecho.
Qué bien huele, por Dios Santo.
—¿Por qué tarda tanto? Tengo prisa — dice, mirándome a los ojos.
Qué ojos.
—Verá… Yo…
Aún no hemos entrado.
Él se retira hacia un lado y me indica que pase con el gesto.
Cierra la puerta tras de mí.
Paro en medio de la estancia y él en frente de mi cuerpo.
—¿Sí? No tengo toda la mañana — habla demasiado tenso. Y estúpido, para ser
sincera.
Pues nada. Venía a ver qué estaba haciendo. Porque mi retorcida cabecita pensaba
que podía estar seduciendo a mi compañera y me he muerto de los celos.
—Yo… Yo…
—Usted, ¿qué? —casi ladra.
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¿Qué le pasa?
Me gusta más cuando es simpático y amable conmigo.
«No está siendo estúpido. Solo tiene prisa y tú estás petrificada y no das pie con
bola».
—Yo… Quería pedirle un par de días libres. — Invento.
—¿Para qué?
Tiene las manos metidas en los bolsillos.
—Para… Para ver a mi abuelita. — «¿En serio?» —. Verá, tiene Alzheimer y está
pasando una etapa bastante dura. Me gustaría estar con ella.
—De acuerdo —dice sin dudar.
—¿De acuerdo? —pregunto, asombrada y con voz de pito.
Ladea la cabeza y me regala esa media sonrisa que tanto he añorado estos últimos
días.
Joder… Me derrito.
Soy idiota.
Qué guapo.
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Guapo es un rato. Un rato largo. Larguísimo. De aquí a Rusia. O de aquí a aquí, tras
darle la vuelta al mundo.
—¿Cuándo los necesita?
Yo le necesito a usted. A usted encima de mí. A usted con su lengua entre mis
piernas.
—¿El qué? —Ya se me ha olvidado. Él consigue que se me olvide todo.
—Los días libres, señorita Stewart.
Ah, es cierto; los días.
—La semana que viene, señor. El lunes y el martes está bien. Puedo trabajar
desde casa. Mi artículo estará el jueves, seguro.
—Está bien. No se preocupe.
Nos quedamos en silencio. Su mirada va de mis ojos a mis labios y la mía hace el
mismo recorrido pero al contrario.
Abro la boca unos milímetros y respiro. ¿Qué está pasando? Él hincha el pecho y
suelta el aire muy despacio. Juraría que nuestra distancia se ha acortado un palmo.
¿Quién se ha movido? Creo que no he sido yo. Siento su respiración sobre la mía y su
olor me envuelve como un torbellino.
Me gustaría que me besara, he de ser sincera.
¡Qué me bese!
¡Qué me bese!
¡Qué me bese!
«¿Te estás escuchando?».
—Será mejor que se vaya. —Me corta el rollo con esa voz ruda que le aparece a
veces.
Vaya mala baba.
—Sí… Será lo mejor. Muchas gracias por recibirme. — No por echarme, por
cierto.
Giro sobre mí y me dispongo a salir.
Me detiene su pregunta.
—¿Irá hoy a la fiesta de los Hamptons?
Volteo la cabeza y lo miro.
—Sí, pero eso usted ya lo sabe.
—¿Por qué cree que tendría que saberlo?
—Porque usted lo sabe todo sobre esta empresa y sus empleados.
Achina los ojos y asiente de manera apenas ostensible. Después se va.
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Respiro con fuerza cuando salgo de su zona de acción. Tenía ganas de hacerlo sin que
su olor me perforara la piel y llegara hasta mi zona íntima y ponerme cachonda. Sí,
eso es lo que hace ese hombre. Me pone a cien, enferma, mala, muy caliente. Me
atrae sexualmente, mucho, muchísimo, desde la primera vez que lo vi. Es de esos tíos
de espalda ancha, altos, guapos, imponentes, con manos grandes, piernas enérgicas y
un poco arqueadas. De esos con los que sueñas que te agarran del pelo y te dan fuerte.
Calor.
Tengo mucho calor.
—Anna, ¿te encuentras bien? — Lena detiene mis pervertidos pensamientos.
—Eh… sí. Perfectamente.
—Sam ha preguntado por ti.
—Vale, gracias.
Llego a nuestro cubículo.
—¿Qué quieres, pajillero?
—Te estamos esperando para ir a desayunar. — Enarca una ceja —. ¿Qué te
pasa?
—Nada.
—Estás muy colorada.
—Hace calor.
—¿Eso crees? Parece que hoy el aire está demasiado fuerte.
¿Qué dice? ¡Que le bajen diez grados!
—¿Y Kelly? ¿Aún no ha llegado?
—Salió a cubrir una noticia. Nos está esperando en el café.
Tres horas más tarde estamos metiendo el equipaje en el maletero del coche de Sam y
peleándonos por quién de las dos se sienta delante.
—Yo lo conocí antes. —Alega Kelly.
—Pero yo lo aguanto más. Además, quiero escuchar música.
—Anna. —Me apunta con el dedo—. Vas a quedarte dormida. ¿Qué más te da?
—Valeeee. Pero nada de canciones tristes. Vamos a pasarlo bien.
—Trato hecho. —Nos damos un apretón de manos.
—Chicas, no discutáis por mí. Tengo amor para las dos. — Informa Sam,
agarrándonos del cuello con familiaridad.
—Quita, moscón. —Lo empujo sin fuerza —. No me toques con esas manos. A
saber dónde han estado esta noche.
—Soy muy limpio e higiénico después de tener relaciones.
—¿Solo después? A saber las enfermedades que tienes — le acuso.
—También durante, graciosa. ¡A que te quedas en tierra!
—No serías capaz de dejarme aquí. Soy el alma de la fiesta. — Me señalo y doy
una vuelta sobre mí misma.
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—Sube antes de que me arrepienta.
Le doy un cariñoso beso en la mejilla y me acomodo en la parte de atrás.
Kelly ya ha puesto música y estoy a punto de llorar con una de las baladas más
tristes y románticas de Bon Jovi. Odio a Noah y siempre lo odiaré. Me hizo alérgica a
todos los grupos que me gustaban y a las canciones con las que más disfrutaba. Si me
lo vuelvo a encontrar algún día, prometo darle una buena patada en la entrepierna.
—Kelly… —protesto.
—Duérmete ya —habla concisa y sube el volumen.
Me despierto dos horas después. Sam y Kelly discuten porque nos hemos perdido y
se echan la culpa mutuamente.
—Mira, parece que es ahí. — Kelly señala una verja.
Abro los ojos, asombrada.
Una inmensa verja con una gran cancela de hierro negro se alza delante de
nuestro coche. Sam baja su ventanilla y llama a un portero automático que está a la
altura del coche.
—¿En qué puedo ayudarle? —se escucha una voz mecanizada.
—Venimos a la fiesta. Somos redactores de Fantastic Young People.
—Sus nombres, por favor.
—Sam Montoro, Kelly Samoa y Anna Stewart.
Pasan unos segundos hasta que el que está al otro lado vuelve a hablar.
—Pueden pasar. Conduzcan unos kilómetros y giren a la derecha antes de llegar a
la casa. Pueden aparcar en la zona C. Está señalizada.
La cancela de hierro se abre delante de nosotros y nos quedamos asombrados con
la grandeza del lugar. No se ve la residencia del señor Blake. Como ha dicho, está a
varios kilómetros de la entrada. Un millar de árboles nos rodean mientras Sam
conduce sobre un camino de piedra hormigonada.
—Esto es…
—Increíble —corto a Kelly.
—Impresionante —sigue Sam.
—Asombroso —hablo yo.
—Inmenso.
—Alucinante.
—De película.
—Mira. —Mi amiga señala una gran mansión.
Se me abre tanto la boca y los ojos que parezco un dibujito animado.
Es más grande que el edificio en el que vivo y el de al lado juntos. Paredes
blancas con grandes cristaleras, moderno, muy moderno. Me lo esperaba más al estilo
del señor Blake padre. No sé, de madera, o negro, o… oscuro y señorial.
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La rodeamos, como nos han indicado, y encontramos el aparcamiento. Aún no ha
llegado mucha gente. Solo cuento once coches y supongo que alguno será del
servicio. Aquí debe trabajar mucho personal para que esto esté así de bonito y limpio.
Bajamos del vehículo, cogemos las maletas y caminamos hasta la entrada,
doscientos metros más allá. El jardín es precioso, todo verde y con muchos mazos de
flores muy diversas y con singulares colores, fruto de cruces realizados por manos
expertas. Subimos unos escalones y pisamos una terraza enorme flanqueada por dos
esculturas de cristal. La puerta está abierta, mide tres metros de alto por tres de
ancho. ¿Todo es tan grande en esta casa?
Una mujer se acerca a nosotros con una sonrisa.
—Buenas tardes, señores. Sean bienvenidos. Mi nombre es Zada. Pueden dejar su
equipaje ahí, ahora Ezequiel los llevará a sus habitaciones. Pueden acompañarme, se
las enseñaré y podrán descansar. La recepción de bienvenida será dentro de dos horas.
— Comienza a caminar y la seguimos.
El suelo es de mármol blanco y brilla como los ojos del señor Blake.
«¿Qué he dicho?».
Lo he pensado. Y me retracto. Pero es cierto. Aunque los suyos son oscuros.
Subimos por unas escaleras que vuelan sobre un vestíbulo de más de cien metros
cuadrados. Mi amiga y yo nos miramos con una sonrisilla en la cara.
Reparte las habitaciones y me quedo sola con Zada.
—Esta es la suya, señorita Stewart.
¿Cómo sabe que yo soy Anna Stewart?
Abre la puerta y me concede el paso.
Es enorme. Más grande que la de mis compañeros. Con una cama de dos metros
de ancho y enormes ventanales con cortinas blancas.
—Guau —susurro.
—La dejo para que descanse del viaje. Si necesita algo, solo tiene que marcar el
uno en el teléfono.
—De… De acuerdo. Gracias.
Me tiro sobre la cama cuando me quedo sola. Esto es impresionante. Mola
mucho. Me levanto y comienzo a saltar sobre ella y a gritar, hasta que veo lo que hay
justo detrás de las ventanas. Pongo los pies en el suelo, doy unos cuantos pasos y
descorro una de las cortinas. Una inmensa playa se extiende delante de la casa. El sol
se pone sobre el mar y lo pinta de preciosos colores. ¿Qué hora es? Me apetece darme
un baño. Ni lo pienso. Me pongo el bikini que he metido en la maleta por si acaso y
un vestidito blanco de tirantas y bastante corto. Tengo exactamente una hora para
darme un baño, volver, ducharme, arreglarme y peinarme. Me da tiempo. Puedo ser
muy rápida cuando quiero.
Bajo sigilosamente por una escalera que encuentro al final del pasillo. Debe ser la
del servicio. Llego a la cocina y me escabullo entre cuatro personas que preparan lo
que supongo será la cena de la fiesta. Parece que han comenzado a llegar más
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invitados. Veo por una de las ventanas que el aparcamiento está casi lleno de coches.
Aun así, sigo mi camino y llego a la playa por la parte lateral de la casa. Encuentro un
camino que me lleva hasta ella y casi grito de placer al pisar la arena con los pies
descalzos. Esto es la leche. Exactamente lo que necesitaba para desestresarme.
Deshago los pasos hasta la orilla con una sonrisa en el rostro y, sin pensarlo, me quito
el vestido por la cabeza, lo tiro al suelo e introduzco los pies en el agua.
Me zambullo y me lanzo. La paz del fondo del mar me recorre entera. No se
escucha nada. Cuando salgo de un salto vuelvo a gritar. Nado durante unos minutos y
recuerdo lo que me gustaba hacerlo. Veo cómo anochece sentada junto a mi vestido.
Cuando el sol desaparece sobre el horizonte, decido volver a mi habitación y
prepararme. Me levanto con este en la mano y ando hacia la casa. Me parece ver a
alguien observándome detrás de un cristal en el piso superior al que se encuentra mi
dormitorio. Lleva traje, la barba perfecta de varios días y no se esconde. Sabe que lo
he visto, que lo miro, y él sigue con sus ojos puestos sobre mí… Hasta que otra
persona, una mujer, posa su mano sobre uno de sus hombros, acerca su cuerpo
demasiado al de él y desaparecen.
Ese era Cameron.
Cameron Blake.
El señor Blake.
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tirándome al agua, hace mucho calor, pero desecho la idea por varias razones, no
hace falta que las explique, supongo. No es buena idea y punto. Pero… Pero puedo
volver de madrugada, cuando todos estén dormidos y hacerme unos largos. Hasta
escalofríos de placer me da solo de pensarlo.
¡Sí!
Vuelvo al salón y me bebo otra copa de cava. La fiesta se anima. Hay una
orquesta tocando música (que no conozco, debe ser de los años mozos del anfitrión) y
algunas personas bailando delante de ellos. No encuentro a mis amigos. Voy hasta
una pequeña barra en la que parece que sirven cócteles y me pido uno.
—¿Cuál desea? —me pregunta el camarero, bastante joven y atractivo.
—¿Cuál me recomienda? —Un poco de coqueteo no mata a nadie.
—¿Me deja elegir a mí? —Levanta una ceja y sonríe.
—Sorpréndame.
Se da la vuelta y se pone a cortar fruta.
La fruta me gusta. Espero que no se olvide de echarle alcohol; como sospechaba,
esta fiesta es un poco muermo.
—¿Se aburre? —dice una voz a mi lado.
—Un poco. —Alzo el mentón y me doy cuenta de quién se trata. Cameron
Blake —. Quiero decir… No. Lo estoy pasando muy bien.
—Sus amigos parecen divertirse. — Los señala.
Están bailando al otro lado. Haciendo el payaso, en concreto. Me gustaría decir
que me avergüenzo de ellos, pero no es así. Molan tela.
—Sí, eso parece.
—¿Usted no baila?
—Este tipo de música no.
—¿Qué suele bailar?
—Algo más movido.
—¿Nunca ha bailado un vals?
¿Un qué?
—No.
—¿Quiere probar?
—No creo que se me diera bien.
—La estoy invitando a bailar.
Miro hacia los lados. A lo mejor no está hablando conmigo y estoy haciendo la
lela.
—Gracias, pero…
Deja su copa sobre la barra y me ofrece la mano. La miro sin salir de mi asombro.
«Cógela, monina».
La alzo contra mi voluntad y él la agarra con fuerza. Me lleva a su lado hasta el
centro de la sala y me pide que le rodee con un brazo mientras que la otra mano sigue
unida a la de él.
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—No sé si esto es una buena idea — susurro.
—Déjese llevar —musita él.
Lo miro y lo tengo a escasos dos centímetros de mi cara.
Ay, madre. ¡Qué labios tiene!
—Muévase conmigo. Yo la llevo.
Comienza a moverse hacia un lado y después hacia el otro.
No parece tan difícil.
—Lo hace bien para ser la primera vez.
—No me dé la enhorabuena tan pronto.
—¿Qué cree que puede pasar?
Puedo lanzarme sobre usted y besarlo.
—Caerme.
—No la dejaré caer. —Me agarra de la cintura con fuerza y me pega a la suya.
Por lo que veo hacer al resto de la gente, esto no se baila así, pero no seré yo
quien lo diga y ponga distancia entre nosotros.
La música, su olor, su calor… Todo hace que me transporte a otro lugar en el que
estamos solos, él no es mi jefe, no tiene novia y se enamora locamente de mí, o me
empotra contra la pared blanca e impoluta, dejando nuestras manos grabadas sobre la
pintura.
Su boca roza mi mejilla y su respiración me hace cosquillas en la oreja. Me estoy
poniendo muy muy cachonda. Ahora sí que necesito ese baño en la piscina. O mejor
en el mar, estará más fría.
—Cameron, cariño. —Una voz de mujer lo llama a nuestro lado.
Él se detiene, se separa de mí y la mira.
—Vamos a hacer el brindis. Te estamos esperando. — La chica, su novia, nos
interrumpe y yo la odio hasta desear su muerte. Vale, no tanto. Pero casi.
—Lo siento. Tengo que irme. Baila usted muy bien. Solo me ha pisado dos veces.
— Sonríe y se va junto a esa mujer.
Mierda. Creí que no se había dado cuenta de que soy un poco patosa.
Paso el resto de la noche con mis amigos, viendo desde lejos lo bien que se lo
pasa Cameron con su padre, su novia y sus amigos y lamentándome porque no debí
venir aquí. Ahora me gusta un poquito más. Creí haberlo olvidado, pero no es cierto.
Me pone, y mucho.
Doy vueltas en la inmensa cama. Hace calor y yo estoy muy caliente. Cameron me ha
dejado a punto de ebullición. Salto de repente y pongo los pies en el suelo. Se acabó.
Este cuerpecito va a darse un bañito en la piscina.
Abro con cuidado la puerta de mi dormitorio y asomo la cabeza. No hay moros en
la costa. Cruzo el pasillo de puntillas y bajo por las escaleras de servicio. Nadie en la
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cocina, nadie en el salón, todas las luces apagadas. Veo la puerta de mi destino a
pocos metros y voy hasta ella suplicando que esté abierta.
Giro el pomo.
¡Bingo!
Entro y cierro.
Las luces de esta estancia también están apagadas, pero con la iluminación del
fondo de la piscina es suficiente. Todo lo inunda una inmensa paz. Me quito el
camisón beis que he traído (normalmente duermo con una camiseta pero no era plan)
y lo dejo sobre una silla. Me quedo en ropa interior y llego al borde deseando
zambullirme dentro. Sin embargo, decido que es mejor no hacer mucho ruido y me
siento en el filo antes de meterme con cuidado. Está buenísima. Hago unos largos y
recuerdo mis años de instituto en los que nadaba en el equipo femenino y competía a
nivel estatal. Se me daba muy bien. No sé por qué dejé de hacerlo. Supongo que es
una de las cosas que me recuerdan a Noah. Él también nadaba y consiguió medalla de
oro en muchos campeonatos. Así nos conocimos. Nadando.
Maldito destino…
Meto la cabeza bajo el agua para tratar de hacerlo desaparecer de mis
pensamientos y buceo hasta llegar al otro lado, pero choco con algo cuando he
recorrido media piscina. Pero… ¡Qué es esto!
Comienzo a dar patadas y manotazos. ¡Se ha metido un cocodrilo en la piscina y
va a comerme! ¡Va a comerme! No sería la primera vez. Lo he visto en CSI.
Grito bajo el agua, me entra agua en la boca, abro los ojos pero no consigo ver
nada con las burbujas. Un bulto oscuro y grande, es lo único que logro vislumbrar.
¡Voy a morir! ¡Voy a morir! ¡Voy a morir! ¡Pobrecitos mis padres cuando los
llamen! ¡Tendrán que reconocer mi cuerpo desmembrado!
«Miren, señores, ¿reconocen esta mano?», les dirán, y mi madre llorará, llorará
mucho porque ha perdido a su única hija. Oh, Dios mío, no quiero morir tan joven, no
quiero morirrrrrr.
Trato de salir a la superficie, pero los nervios y el miedo me llevan hacia el fondo.
No puedo respirar, me he quedado sin aire.
Algo me agarra de los brazos y tira hacia arriba.
¡Un cocodrilo con conciencia!
Cojo una bocanada de aire en cuanto la boca percibe que está fuera del agua y
doy palmetazos con las manos como si no supiera nadar y fuera a ahogarme ahora
que estoy lejos del fondo.
—Tranquilícese, tranquilícese — escucho, mientras tratan de agarrarme los
brazos.
—¿Qué…? —Respiro y empiezo a flotar por mí misma —. ¡Suélteme! ¿Qué hace
aquí? — Frente a mí, un imponente Cameron mojado con el pecho al descubierto y
casi desnudo.
Espera, yo también estoy desnuda.
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—¡No mire! Estoy en ropa interior. — Trato de taparme, pero vuelvo a hundirme.
Él me agarra y me mantiene arriba.
—¿Puede hacer el favor de soltarme y no mirarme?
—¿Y usted puede hacer el favor de no hundirse? — responde, mientras se aleja
un par de palmos.
—¿Qué hace usted aquí? —me pregunta.
—Tenía calor. ¿Y usted?
—Esta es mi piscina.
Cierto. Irrebatible.
—Son más de las tres de la madrugada. — Tengo para todo.
—Lo sé. Es la misma hora para usted.
—Sigue mirándome.
—Y usted a mí.
Lleva razón. No aparto mis ojos de su pecho. Pero es que es tan bonito, tan
definido… Me pregunto cómo sería tocarlo.
De repente, escuchamos que una de las puertas se abre y unas sonrisillas
acompañan el golpe cuando se cierra. Una pareja de mujer y hombre se meten mano
y se besan a pocos metros de nosotros.
Se me desencaja el semblante y Cameron se da cuenta. Me agarra de la muñeca,
tira de mí y me lleva hasta el borde derecho de la piscina, nos sumerge casi por
completo y se posiciona frente a mí, ocultándome, con su pecho pegado al mío.
—No pueden verm… —Trato de avisarle, pero él me tapa la boca con las manos.
—Shh… —Habla sobre sus dedos y a dos milímetros de mis labios —. No hagas
ruido. — Retira la mano muy poco a poco.
—Son Lysa y Sam —susurro.
Sí. Sam se está tirando a una compañera de trabajo.
—Lo sé.
Mi cuerpo resbala por el suyo.
Me agarra por la cintura para no hundirme de nuevo y noto su miembro rozarse
contra mi sexo.
Suelto un pequeño gemidito y sus ojos se clavan en mis ojos.
Empezamos a escuchar jadeos de las dos personas que acaban de interrumpir
nuestro baño. Lysa le pide que le muerda con fuerza y Sam le asegura que va a gritar
muy alto cuando se la folle.
Cameron y yo escuchamos esto en silencio y cada vez más excitados. Al menos
yo. Y doy por hecho que él también al notar su miembro hincharse sobre mi monte de
Venus. Quiero abrir las piernas, rodearle la cintura y frotar mi sexo contra el suyo.
—¿En qué piensas? —musita.
—En nada.
—No me mienta. No me gustan las mentiras. — Aprieta la mandíbula.
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—Pienso en cómo sería abrir mis piernas, rodearle la cintura y notar su polla
contra mi coño. — Algunas veces puedo ser muy burra —. ¿En qué piensa usted?
—En cuánto van a tardar esos dos en correrse y largase para poder abrirle las
piernas, arrancarle las bragas y follármela.
Me quedo sin aliento.
Acaricia mi vientre, mis pechos, mi cuello y mi boca…
Saco la lengua y le lamo la punta del dedo.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
—¿Quiere que ocurra? —sigue.
—¿El qué? —tartamudeo.
Qué va a ser.
—Que la folle.
¡Sííííí! Todas mis células, neuronas y partes vivas de mi cuerpecito comienzan a
gritar y a aplaudir.
—Creo… Creo que no es una buena idea…
¿Pero qué le pasa a este hombre? ¡Tiene novia!
Baja por mi vientre e introduce la mano por mi ropa interior, acariciando mi
monte de Venus.
Jadeo.
Sigue descendiendo y me mima el clítoris.
¡Joder! ¡Acaba de empezar y estoy a punto de correrme!
—Será mejor… será mejor que pare…
—¿Está segura?
—No. —Mi sinceridad aparece de la nada.
Sin esperarlo, pero deseándolo, introduce un dedo en mi vagina y grito. Él me
tapa la boca con una mano y sigue masturbándome con la otra. Sus ojos, clavados en
los míos, y su boca entreabierta me catapultan a un orgasmo devastador.
Cuando mis gemidos se apagan bajo sus dedos, él los aparta e intenta besarme,
pero me aparto y lo empujo hacia atrás.
«¿Qué coño has hecho? ¡Tiene novia, mona!». A veces me pregunto cómo Davy
se mete en mi cabeza sin mi permiso. Porque este que me come la oreja suele ser
Davy, el vecino cotilla y entrometido.
Él no deja de mirarme a una distancia de veinte centímetros. No puedo salir de la
piscina porque mis compañeros siguen fornicando a pocos metros.
—Anna… —susurra.
Yo no respondo y me tapo el torso con los brazos.
Trata de acercarme a él y me encojo. Se detiene en cuanto ve que no quiero que
me toque.
Un minuto más tarde, nos quedamos solos, salgo del agua, cojo mi ropa y me la
pongo aún teniendo la piel muy húmeda.
—Anna… —Viene tras de mí y trata de hablar conmigo.
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—Esto no debería haber pasado.
—¿Por qué?
—Porque no.
Me alejo y me voy a mi dormitorio. No me sigue.
Me doy una ducha caliente, me llamo tonta, idiota y gilipollas y me acuesto
desnuda con la almohada sobre la cabeza.
Pero… ¿en qué pensaba?
«En tener ese orgasmo que sabía que te podía dar, cari; que sabes mucho».
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mí me apetece algún tipo de licor fuerte para olvidar lo de anoche, pero estaría mal
pedirlo.
La suerte me acompaña durante veinte minutos. Se acaba justo cuando llega el
señor Blake con la mujer a la que odio sin conocerla. Me siento mala persona. Pero
tiene lo que yo quiero y de lo que disfruté sin que fuera mío.
Cameron y la novia toman asiento al otro lado de la mesa y saludan a los que
tienen más cerca. Se me quita el hambre al ver la complicidad que existe entre ellos.
Me quedo hecha una mierda. Me siento culpable y tengo ganas de nadar
doscientas millas hacia el fondo del mar y esperar a que un tiburón me coma.
Pasamos el día en la playa y desecho el plan de morir entre los dientes de un pez de
varios metros. Me dedico a tomar el sol y a beber los cócteles que nos ofrecen los
empleados de la casa. El almuerzo se sirve en el patio trasero y mantenemos varias
conversaciones con los huéspedes de la casa. No me pasa desapercibida las miraditas
que se regalan Sam y Lysa. Menudo Don Juan está hecho.
—Estás muy callada —comenta Kelly, cuando me quedo en silencio un rato al
barajar una idea.
—Estoy pensando en volver a la ciudad.
—¿Estás de broma? Lo estamos pasando bien.
—Es que… Me gustaría pasar el domingo con Devy y Cecile. Los veo muy poco.
—¿Y cómo piensas irte? No creo que convenzas a Sam para que nos vayamos un
día antes.
Lo divisamos flirtear con Lysa.
—Puedo coger el autobús.
—Mira la playa. ¿De verdad quieres dejar esto?
No. Quiero alejarme del señor Blake.
El mar se mece frente a nosotros y una brisa fresca me acaricia la piel. Me
gustaría vivir aquí y escribir el libro que llevo años soñando.
—No sé… Voy a dar un paseo. No tengo mucha hambre. Aprovecharé y haré
algunas fotos.
Subo a la habitación y cojo mi cámara. Me la cuelgo del hombro y me alejo de la
casa por una de las puertas laterales.
Todo está tranquilo. Un remanso de paz me rodea y la arena bajo mis pies me
hace cosquillas. Hago fotos a unos chicos que juegan con un balón en la playa y a una
tabla de surf clavada en el suelo. Solo tiene dos colores, madera clara y una raya
ancha en azul oscuro. Me siento a lo lejos y hago un par de instantáneas. Alguien la
coge, me retiro el objetivo de la cara y achino los ojos al deslumbrarme con los rayos
del sol. Me tapo con la palma de la mano a modo de gorra y me fijo en el surfista.
Mmm, buena espalda, buen culo, buenas piernas, buenos brazos. Uno de esos ha
querido mi madre siempre para mí. Lo cierto es que preferiría que me casase con un
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hombre que fuera a la iglesia todos los domingos y con plan de pensiones, pero yo
soy muy diferente a ella, aunque nos llevamos bien. Debería ir a visitarlos.
Aprovecharé los días libres que me he pedido y me pasaré por New Jersey. De paso,
veré a mi abuela en Newark, que, por cierto, no tiene Alzhéimer, está más espabilada
que yo.
Sigo observando al chico meterse en el agua, tumbarse sobre la tabla y nadar
sobre ella hasta el fondo. Deja pasar un par de olas y se decide por la tercera. Está
lejos, no distingo muy bien sus facciones, pero me suenan. Cojo la cámara, acerco el
objetivo y hago unos disparos. Ahora sí que lo veo. No puede ser. No puede ser. No
puede ser.
«Sí puede ser, mona».
Joder. Es el señor Blake.
No veas como surfea sobre la ola. ¿Este hombre lo hace todo bien?
No me percato de que llega a la orilla y camina hasta mí con la tabla bajo el brazo
hasta que lo tengo a dos metros. Me levanto e intento marcharme.
—¿Le ha gustado el espectáculo?
—¿A qué se refiere?
—¿He salido bien en las fotos? — señala mi cámara.
—Estaba haciendo fotos al mar.
—¿Puedo verlas?
—Preferiría no enseñárselas.
El agua le cae del cabello y rueda por ese cuerpo moreno.
Ufff.
Sí que está bueno.
—¿Surfea?
Achino los ojos.
—Eh… No. —¿Está loco?
—¿Quiere que le enseñe?
—No, gracias. Tengo que volver. Me están esperando.
—Vuelvo con usted. A mí también me esperan.
Seguro que ha quedado con su novia.
Caminamos uno al lado del otro sin decir ni una palabra durante más de cinco
minutos.
—Respecto a lo de anoche… — Él lo rompe.
—Anoche no pasó nada.
Para frente a mí y me detiene.
—¿Eso cree? Yo aún siento su piel resbalar y estremecerse entre mis manos
— dice, con voz ruda y gutural.
Sexi. Muy sexi.
«Pero con novia».
Será cabrón.
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—Yo no lo recuerdo así.
—¿Y qué recuerda usted?
Que me corría como hacía tiempo no lo hacía.
—Mire. —Doy un paso al frente—. Lo de anoche no debió ocurrir y no volverá a
ocurrir jamás. Es usted mi jefe y además…
—¿Además?
—¡Tiene novia! —Levanto los brazos.
No dice nada. No se defiende.
—¿Cómo puede liarse conmigo teniendo novia? ¡Y estaba en la casa! ¡Podía
haber entrado en cualquier momento! ¿Cómo puede ser así? Creí que detestaba la
mentira.
—Y la detesto. —Afirma.
Se ha puesto serio. Aprieta la mandíbula. Me mira con crudeza durante unos
segundos. Va a decir algo, pero calla y desaparece dentro de la casa.
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—¿Qué me dices? ¿Nos damos ese chapuzón?
—Como te acerques a mí, te corto la polla — aviso, mientras me quito el
vestidito azul que me he colocado.
—Algún día vendrás pidiendo comida y no te daré ni las sobras. — Bromea.
—No iría a tu comedor ni aunque fuera el único sobre la faz de la tierra.
—Cuando el hambre aprieta, agárrate pocas tetas — suelta.
Nos carcajeamos mientras entramos en el agua.
—Eso no tiene sentido.
Río.
Nos zambullimos dentro del mar y salimos a la superficie unos segundos después.
Sam viene hacia mí gritando:
—¡Este tiburón va a comerte!
—¡No te acerques a mí, abusón! — Le tiro agua con las manos, como si fuera a
servir de algo.
No puedo parar de reírme.
Comienza a tararear la melodía de la película tiburón.
Nos peleamos como si tuviéramos diez años y nos damos patadas y manotazos
hasta que nos cansamos y volvemos a la arena. Kelly ha desaparecido y nos ha dejado
solos. Nos bebemos lo que queda de champán sentados y mirando las estrellas
reflejarse sobre el agua.
—¿Nos vamos? —pregunta—. Mañana quiero volver temprano.
—¿Quién es la chica de los domingos?
—Aunque no lo creas, los domingos los dejo para mi familia.
—Me sorprendes, señor Montoro.
—Me gusta pasarlo con mis sobrinos.
—¿Te gustan los niños?
—Mis sobrinos sí. —Nos reímos—. Vámonos, chica de Manhattan. — Se levanta
de un salto.
—Creo que voy a quedarme aquí unos minutos más. Esto… me relaja.
—Como quieras, pero no te levantes tarde o no podrás volver conmigo.
—No serías capaz de dejarme aquí. — Abro los ojos.
Él se encoge de hombros, ríe y se va caminando de espaldas.
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Subo escalón a escalón con mucho cuidado. Cuando llego arriba voy directa hasta
mi habitación, pero al girar una esquina alguien me agarra de la cintura, tira de mí,
pega mi espalda a la pared y me tapa la boca, gesto que ahoga mi pequeño grito de
pavor.
El miedo pasa a ser pronto excitación cuando me doy cuenta de que es el señor
Blake el que me tiene completamente a su merced y que solo lleva un pantalón de
pijama muy liviano que le cae por la cintura. Mi cuerpo, aún mojado, contrasta con su
piel seca y caliente.
—¿Le gustan las salidas nocturnas, señorita Stewart? — susurra sobre mi boca.
No contesto ni me muevo, solo miro sus ojos y su boca.
—¿Se lo ha pasado bien con su amigo?
Esta vez asiento con la cabeza varias veces muy breve.
Libra mi boca del encarcelamiento de su mano y la lleva hasta mis muslos,
acariciándolos por dentro desde las rodillas hasta mi sexo. Gimo a la vez que cierro
los ojos.
—¿Le gusta?
Con la otra acaricia mis pechos por encima de la fina tela de mi vestido. Mis
pezones se ponen duros como diamantes.
Estamos semiescondidos, pero esto no deja de ser un pasillo de una gran casa en
la que hay muchas personas pernoctando. Cualquiera puede salir en cualquier
momento y descubrirnos.
Vuelvo a gemir al notar su polla dura sobre mi vientre.
—Me gustaría follármela. No pienso en otra cosa desde la primera vez que la vi
en aquel baño… Si no me la follé sobre la encimera de mármol fue porque no se
callaba — musita sobre mi boca.
Me acerco a él y trato de besarlo, pero se aparta.
—¿Tiene ganas de que me la folle, señorita Stewart? — Me agarra del cuello y
me muerde la mandíbula —. Lo haría…, pero no me follo a mujeres la misma noche
que lo han hecho con otros.
Sus ojos se clavan en los míos.
—No… Yo no… —Mete un dedo en mi vagina con mucha facilidad.
—Tú no qué…
—No me he acostado con Sam. Nunca lo haría… — Lo mueve y jadeo —.
Solo… solo… solo somos amigos.
No sé por qué, esta aclaración lo pone a cien y se le escapa un gemido.
—¿Me está diciendo que no viene de follar con un tío en la playa?
Trago con dificultad.
—Joder… —se lamenta.
En un segundo arranca mis bragas de un tirón con ambas manos y caen al suelo
junto a mis pies. Me agarra de las nalgas, me levanta y lo rodeo con las piernas.
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Nuestros ojos se buscan hasta que se encuentran y nuestras bocas chocan de una
manera explosiva. ¡Como este puto jefe!
Se baja los pantalones, se agarra la polla y en un segundo y de una sola estocada
me empala contra la pared. Dios mío, es lo más excitante que he sentido nunca. Un
desgarro sale de su garganta para apagarse dentro de la mía.
No puedo callarme, necesito gemir, necesito gritar y lo hago. Él vuelve a taparme
la boca con la mano y me pide silencio mientras no deja de morderme los pezones y
de entrar y salir de dentro de mí como si hiciera siglos que no lo hacía.
Mierda. Como siga así me corro en breve.
Su boca sube hasta mi boca y nos devoramos. Mis manos vuelan por su pecho y
su espalda. Estoy viajando a otra dimensión desconocida. La dimensión del placer
más infinito.
Me corro mientras trato de apagar mis gritos mordiendo sus hombros y su pecho.
Él se derrama dentro de mí jadeando con los dientes apretados. Ha sido rápido pero
muy muy placentero.
Sale de mí y se guarda el miembro en el pantalón.
—Mierda —masculla.
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—Ahora tú —le pido que se desnude.
—Aquí las órdenes las doy yo — aclara —. No te equivoques, Jersey. — Sigue
repasándome con la mirada.
¿Jersey?
No voy a mentir, esto me pone.
Hincha el pecho.
—Acércate.
Doy un paso hasta él. Alza la mano hasta mi cuello y lo acaricia. Después, lo
rodea con sus largos y gruesos dedos y aprieta levemente.
—Voy a follarte tan fuerte y con tanto ahínco que me suplicarás que me pare.
No le suplico, pero sí grito mucho durante toda la noche.
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Parpadeo varias veces y abrazo la almohada en la que tengo apoyado gran parte de mi
cuerpo. Es blandita y reconfortante. Gruño cuando noto el dolor post sexo de la leche
y suspiro. Todo lo que ocurrió anoche viene a mi mente y me estremezco, a la vez
que vuelvo a humedecerme. Cameron empujando dentro de mí contra la pared del
pasillo, lamiéndome entre las piernas en el suelo de esta habitación, su sexo dentro de
mi boca y su semen bajando por mi garganta. Mi cuerpo encima, cabalgándolo y
manteniendo el poder durante unos minutos. Me retuerzo sobre mí misma y sonrío.
De repente, abro los ojos de par en par y caigo en la cuenta de que debe ser
demasiado tarde porque, aunque tengo agujetas, me siento descansada y debimos
dormirnos al amanecer.
Mierda. Sam y Kelly van a matarme. Me levanto de un salto, cojo mi vestidito y
me lo coloco por encima de la cabeza. Miro a mi alrededor. Todo está revuelto y
huele a sexo y perversión. ¿Cómo es capaz de correrse tantas veces en una noche? No
me equivoqué cuando lo vi y pensé que debía ser un portento en la cama. Me
tiemblan las piernas camino de mi habitación.
Recojo mis cosas y hago la maleta en menos de cinco minutos. No traigo tantas
cosas. Tardo otros cinco porque me doy una ducha rápida para quitarme el sudor del
ejercicio realizado de madrugada y llamo a las habitaciones de mis amigos con mi
equipaje y el pelo aún mojado. No me abren. Bajo las escaleras y los busco por la
casa esperando no encontrarme con Cameron. Imposible que se hayan marchado sin
mí. La casa está desierta, se han debido marchar todos los invitados.
—Buenos días, ¿te has perdido? — me pregunta una voz detrás de mí.
Me giro y me encuentro con… ¡la novia del señor Blake! ¡El tío al que me he
estado tirando durante toda la noche!
—Decía que si te has perdido — insiste, no demasiado amable.
—Eh… No. Solo estoy buscando a mis amigos. Nos marchamos esta mañana.
—No quedan invitados en la casa ni coches en el jardín — asegura —. ¿Cómo
habéis venido?
—Disculpe, pero ha debido equivocarse — la corrijo.
—Puede verlo usted misma. — Señala por la ventana que hay a nuestro lado.
Observo por el cristal y es cierto que no hay ni un coche en el aparcamiento
donde lo dejamos. Será posible. ¿Me han dejado colgada?
—¿Qué ocurre aquí? —Cameron aparece de la nada y nos mira a mí y a mi
maleta.
—Parece que se ha quedado sin transporte. — La chica me señala.
—Yo me voy. —Agarro el equipaje y me dispongo a marcharme. Ya veré cómo
vuelvo a la ciudad. Habrá autobuses y trenes.
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—No te muevas —me pide.
—Déjala que se marche. Seguro que sabe buscarse la vida. Ya es mayorcita
— dice ella con tono de desprecio.
—No te metas, Ginger. —Alza la mano —. Déjanos solos.
—No pienso irme. Esta también es mi casa.
Cameron suspira, cuenta hasta tres y nos agarra a mí y a mi maleta hasta otra
habitación de la planta baja. ¿¡Cómo se atreve a hacer esto delante de su novia!?
¡Este hombre no tiene vergüenza!
Cierra la puerta y me mira.
Estamos rodeados de libros por todas partes. Debe ser la biblioteca de la mansión.
—Pero ¿cómo te atreves? —grito.
—Esta es mi casa. Hago lo que me place — responde como si nada.
—¿Cómo eres capaz de traerme a una habitación delante de tu novia?
—¿Mi qué?
—¡Tu novia! Ginger, tu novia.
Comienza a reírse.
—¿Te ríes?
—¿Qué te ha llevado a pensar que Ginger es mi novia?
—Pues… Porque lo es —afirmo como si fuera una verdad universal.
—Lo es. Esa es tu explicación.
—También se acerca demasiado a ti. ¿Esta te parece buena?
Da un paso hacia mí.
—Te mira como si fueras suyo. — Tercera explicación lógica.
Da otro.
—Te toca como si… Como si te quisiera.
Da otro y se posiciona a dos centímetros de mí.
—Será porque me quiere. —Levanta la mano y me acaricia la mejilla y el cuello.
—No… No me toques —pido, con la boquita pequeña.
—Me gusta tocarte… —susurra.
—¿Y Ginger?
—Deja de hablar de mi hermana, me baja la libido.
Abro la boca de par en par y él ríe con mi respuesta.
Doy un paso hacia atrás y me enfado.
—¿Tu hermana?
—Eso he dicho.
—¡Has dejado durante todo el fin de semana que piense que es algo más!
—Yo no he hecho eso.
—¡Claro que sí! —Me enfado.
—No, señorita Stewart. Está usted equivocada.
Lo pienso, lo pienso y lo pienso.
Lleva razón. Quizás he metido la pata, como tantas otras veces me ha ocurrido.
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—Déjame salir, tengo que irme.
—¿Y adónde cree que vas a ir?
—A mi casa. Me están esperando.
—¿Quién la espera?
—Sam y Kelly.
—Sam y Kelly se marcharon esta mañana temprano.
—¿Cómo?
—Lo que ha escuchado.
—Es imposible que se hayan ido sin mí.
Agarro el asa de mi pequeña maleta con ruedas y camino hasta la puerta.
Su voz me detiene.
—Les dije que no te encontrabas bien y que yo te llevaría más tarde.
¿Cómoooooo?
Giro sobre mi cuerpo y le lanzo una mirada asesina.
—¿Por qué has hecho eso?
—Porque me apetecía pasar más tiempo contigo. — Acorta nuestra distancia y
poco a poco pega mi espalda a la madera de la puerta y me acorrala.
Su sinceridad me deja muda.
—¿Quieres quedarte o quieres que te lleve a Nueva York? — Siempre directo.
—Yo… No sé…
Todas mis hormonas me gritan que nos quedemos.
Me acaricia el costado y me estremezco.
—Yo creo que quieres quedarte. — Pasa su lengua por mi mandíbula —. Y
quieres que vuelva a follarte una y otra vez.
Gimo sin controlarme.
—¿Quieres o no?
—Sí…
Me levanta el vestido, me rompe las bragas, me abre las piernas alrededor de su
cintura y me empala. Otra vez me lleva al séptimo cielo en medio segundo.
Jadea y yo jadeo con él.
Pone su frente sobre la mía y se mueve en círculos.
—Estás caliente y húmeda.
Me folla contra la puerta, contra una librería, sobre una mesa de billar, sobre el
suelo, sobre una mesa de cristal…
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Almorzamos en una de las terrazas que dan a la playa. No hay rastro de Ginger ni del
señor Blake (padre), solo el servicio se mueve por la casa y nos sirve la comida con
una delicadez exquisita. Tras el primer plato, que costa de verduras hervidas y
pescado, nos deleitan con un pastel de carne muy suave y mucha fruta. Me encanta la
fruta y Cameron se da cuenta.
—Me gusta verte disfrutar — comenta, como siempre muy sexi.
—Y a mí que me hagas esas cosas con la lengua. — La vergüenza la perdí hace
años.
—Ya lo he notado. —Sonríe con una sonrisa muy pérfida.
—¿Dónde están todos?
—Se han marchado a la ciudad.
—¿Estamos solos?
—Básicamente.
—¿Y qué vamos a hacer?
—¿Aún no lo tienes claro?
—Bueno, pensé que podíamos dar un paseo por la playa…
—Yo prefiero pasearme por tu cuerpo…
No puedo negar que sus palabras me ponen a cien, pero he de reconocer que me
da un poco de bajón darme cuenta de que solo me quiere para lo que me quiere: para
follar como animales. No es que crea que me va a pedir matrimonio mañana, a mí no
me gustan las bodas y las mías menos, sin embargo, no sé qué me pasa con él que un
sentimiento extraño de posesión se ha despertado dentro de mí.
—Podemos quedarnos esta noche aquí — propone.
—No puedo. Tengo que trabajar — suelto sin pensar.
—¿Trabajar? Te pediste dos días libres. — Arruga el entrecejo y achina los ojos,
escrutándome.
—Mmm. —Cojo un trocito de manzana —. Cierto… Pero tengo que ir a ver a mi
abuelita.
—Podemos ir mañana a New Jersey.
¿Qué ha dicho?
No lo he entendido.
—¿Podemos? —Lo imito.
—Yo te llevaré.
—No, no, no. —Casi me atraganto con la fruta —. No puedes.
—Puedo y te llevaré.
—¿Y qué le digo a mis padres?
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—¿También vamos a ver a tus padres? Espero causarles una buena impresión
— dice sin inmutarse, llevándose la taza de café a los labios.
—Pero ¿estás loco? No puedo aparecer en casa con mi jefe del brazo.
—No le digas que soy tu jefe.
—¡Pueden ver tu foto en cualquier número de la revista a partir de ahora!
Se levanta, camina hasta mí, me agarra de la cintura y me sienta sobre el filo de la
mesa, haciéndose hueco entre mis piernas. Se agacha hasta posicionar su cara a la
altura de la mía.
—Ahora vas a tranquilizarte — susurra sobre mi boca —. Vamos a corrernos
unas tres veces, después pasearemos por la playa y después nos daremos una ducha
juntos. Por la mañana te llevaré a New Jersey y veremos a tus parientes y me
presentarás como un amigo con el que follas a menudo.
—No puedo decirles eso.
Sonríe de lado.
Me besa el cuello y sigue hasta la comisura de la boca.
—Vas a decirles que soy un amigo con el que te llevas bien. Eso es todo. ¿De
acuerdo, Jersey?
—No conoces a mi abuela… —Suspiro como reacción a sus caricias.
—Me llevo muy bien con los ancianos.
—No me refiero a eso…
—Deja que me sorprenda.
—¿Por qué me llamas Jersey?
No contesta, dejamos de hablar de familiares y follamos en medio del salón.
Juraría que con mi culo he hecho batido de frutas.
Volvemos a Nueva York en uno de sus coches. Este es un Aston Martin gris playa con
el que babeo durante casi todo el trayecto. Esto es una máquina de precisión. Mi
padre va a alucinar cuando lo vea. Suena algo de música y me dejo llevar hasta
relajarme tanto que me duermo durante gran parte del trayecto.
—Anna, Anna… —me llama.
—Mmmm… —Me remuevo.
—Anna, despierta. No sé adónde vamos.
Abro los ojos y siento su mano acariciando mi pierna con suavidad.
—Anna, necesito que me digas dónde viven tus padres.
Estiro el cuerpo y me pongo derecha.
—En Newark.
—Aún nos queda una hora para llegar, puedes volver a dormirte.
—No, no. —Esta vez sí me avergüenzo.
—Entiendo que estés cansada. Hemos hecho mucho ejercicio este fin de semana.
—Sí…
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—Yo también estoy cansado.
—Puedo conducir un rato.
—¿Mi tesoro? —Acaricia el volante —. No, gracias.
—Cómo sois los hombres con los coches…
—¿Cómo somos?
—Que nadie toque vuestro coche y vuestra polla a no ser que termine en una
buena corrida.
Suelta una carcajada.
—¿Siempre eres tan directa?
—Me gustan las cosas claras.
—A mí me gustas tú —suelta y sigue conduciendo.
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—Supongo que tienes más.
—Aquí no. Cogí las justas para el fin de semana — me quejo.
—Pues tendrás que ir sin ellas. — Sonríe a la vez que arranca el motor que ruge
saliendo veloz como una centella.
—¡Vamos a ver a mi familia!
—¡Pues más divertido!
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—Levanto bastante peso, sí.
—Mi marido fue culturista. Me encantaba verlo entrenar. ¿Cuánto peso coges?
—Unos… —Me mira de arriba abajo —. Cincuenta kilos, pero puedo estar horas
dale que te pego.
Me pongo roja como un tomate.
Qué cara más dura tiene.
—Toma, prueba mis galletas. Están recién hechas. — Le señala la bandeja.
—Por supuesto. —Le da un mordisco —. Esto está exquisito. ¿Qué lleva? — La
saborea —. Un toque de canela… Buena elección.
—¿Sabes de cocina? —Mi abuela pregunta con sorpresa —. Me gusta este chico.
— Me mira —. Pequeña Anna, este es el adecuado.
—Abuela, por Dios —me quejo.
—Hazme caso que yo sé de hombres. Me pretendieron una veintena y me quedé
con el único que merecía la pena. Tu abuelo era un gran hombre.
—Lo sé, abuela. Todos lo echamos de menos.
—Bueno, no importa. Pero este hombre es bueno, lo sé con solo mirarlo.
—Gracias señora…
—Hall. Soy Lena Hall, pero llámame Lena, o Leni, como mejor te parezca.
—Tiene usted un nombre precioso.
—No me llames de usted que me haces mayor. No soy tan vieja. — Se queja, a
sabiendas de que cumplirá ochenta y dos el próximo octubre.
—¿Os quedáis a comer? —interrumpe mi madre.
—Sí, si no es mucha molestia — informo.
—Esta es tu casa y tus invitados los nuestros — habla mi abuela —. Anda,
Cameron, ayúdame a pelar batata que estas manos me dan mucho la lata.
—Claro, Lena. Lo que necesite.
Los dejamos en la cocina y me voy al salón con mi madre donde me interroga sobre
cómo lo conocí y que hay entre nosotros. No le digo que es mi jefe porque no quiero
que se preocupe. Sé que valorará la situación y pronosticará mi futuro en tan solo un
pensamiento: Termina nuestra relación y por consiguiente me pone de patitas en la
calle.
—¿Y cuánto tiempo lleváis saliendo?
—No salimos, mamá. Solo somos amigos.
—Ese hombre te mira con ojos de enamorado.
Se ha vuelto loca.
—No es esa clase de relación, mamá.
Escuchamos un ruido a unos metros.
—¿Interrumpo? —pregunta Cameron.
—Claro que no —contesta mi madre.
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—Lena la llama. No recuerda muy bien la receta.
—Tu abuela tiene la cabeza cada vez peor — comenta mientras se levanta y se
pierde en la cocina.
—¿Todo bien con mi abuela? — Me incorporo y camino hasta él.
—Es una persona muy peculiar. — Me agarra de la cintura y pega su pelvis a mi
cuerpo.
—Ya te lo dije…
—Me ha costado no decirle quién soy en realidad. Esa mujer debió trabajar para
la CIA.
—No me extrañaría… —Ronroneo.
—Te pareces mucho a ella. Así… pequeñita y manejable… — Me besa el cuello.
—Estamos en el salón de casa de mis padres — me quejo sin quejarme. Por nada
del mundo me apartaría ahora de él.
Por nada excepto por una cosa: porque mi padre entra y nos ve besándonos junto
al sofá en el que toma cerveza y ve fútbol americano casi todas las noches.
Carraspea.
Nos separamos inmediatamente y a Cameron le cambia el rostro por uno cenizo
que me hace mucha gracia.
—¡Papá! —Corro hacia él y me recibe con los brazos abiertos pero sin dejar de
mirar al señor Blake.
—¿Qué haces aquí?
—Hemos venido a almorzar.
—¿Quién es tu amigo?
—Cameron, te presento a mi padre, Zane Stewart. Papá, él es Cameron… — Se
me olvida el apellido inventado y él termina por mí.
—Cameron Mackenzie. Encantado de conocerle, señor. — Le ofrece la mano y
mi padre se la estrecha.
—¿El Aston es tuyo?
—Sí, señor. Si quiere, se lo enseño.
Se lo piensa. Le cuesta horrores decir que no. Lo sé.
—Tal vez después.
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«no coma siempre comida de ciudad». No sé a qué se ha referido con eso de comida
de ciudad. Ella no vive en el campo precisamente.
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Me deja en mi calle del SoHo unas tres horas después. Ya ha anochecido y hace un
poco de frío. O eso, o yo tengo el cuerpo cortado de dormir tan poco.
—¿Cenamos mañana? —propone.
—No puedo. Tengo cosas que hacer.
—Eso es mentira y no me gusta la…
—Mentira. —Termino por él—. Lo sé. Te digo la verdad. No puedo. Prometí
acompañar a Davy a esa cita doble hace ya más de un mes.
—¿Una cita doble?
—No es lo que piensas.
—Pues explícamelo. —Alza una ceja.
—Es un rollo entre nosotros. Él queda con dos tíos en el mismo bar y conoce a
los dos por separado. Ellos ni se enteran. Elige al que más le gusta y yo distraigo al
otro para que no los vea salir por la puerta. Si no le gusta ninguno, me pongo a dar
gritos en plan loca desquiciada como si el local se estuviera quemando, se hace un
revuelo y los dos escapamos.
Me mira como si me hubiera salido un rabo en la punta de la nariz.
—¿Hablas en serio?
—Totalmente.
—Estás loca, sí. Y ese amigo tuyo también.
—Si quieres subir, te lo presento. También es mi vecino.
—Me encantaría, pero mejor otro día. Yo sí tengo que ir mañana a la revista.
—A mí mi jefe me dio dos días de descanso. — Chasqueo con la lengua.
—¿Y qué vas a hacer durante todo el día?
—Cosas poco sexis y reseñables.
—¿Cómo…?
—Poner la colada. ¿A que no es sexi?
—Depende. Si cargas la lavadora desnuda, es muy muy sexi.
—Guarro. —Le doy un pequeño puñetazo en el hombro —. Me voy. — Abro la
puerta.
—Hazme una videollamada si te da por limpiar con poca ropa.
—¡Vete ya, salido! —Le hago un gesto con el brazo sin mirarlo y escucho su
risotada justo antes de que el motor ruja con fuerza.
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cómo lo hacen, pero están al día de todito lo que ocurre en este país, empezando por
el barrio. Más que yo, y eso que trabajo en una revista en la que se supone que
miramos con lupa a las celebridades.
—Mírala, si no puede ni andar. ¡Zorra! — grita Davy, apoyado sobre la barandilla
cuando subo la escalera.
—Qué calladito te lo tenías. ¿Quién es ese tío guapo? — me acusa mi amiga.
—Mi jefe —suelto con naturalidad.
—Zorra no, ¡zorrísima! —corrige nuestro vecino sin acritud.
—¿Con tu jefe? ¿Y folla bien? — pregunta Ceci, como es normal en ella.
Nos morimos de la risa los tres en el descansillo hasta que entramos en nuestro
piso y les cuento todo lo que ha pasado durante estos tres días. Muertos de envidia se
quedan. Brindamos por todos los polvos que he echado y por todos los grandes
orgasmos disfrutados.
—Ole tú, reinaza —zanja mi vecino, Cosmopolitan en mano.
Nos emborrachamos hasta altas horas de la madrugada y me levanto el martes con
un poco de dolor de cabeza; no os voy a engañar, esta vez el alcohol me pasa factura,
y mira que soy tan dura como un camionero fusionado con un cortador de leña de
esos que viven en las montañas.
Apago el timbre de mi teléfono que suena con constancia y me quejo porque me
llamen a esta hora, me da igual cuál sea; es mi día de descanso. Sin embargo, hago
acopio de todas mis fuerzas y lo atiendo. A ver si dejan de dar la lata.
—Anna, ¿puedes venir a la oficina? Kelly está enferma y alguien tiene que
corregir su artículo.
—¿No sabes hacerlo tú?
—¿Yo? No tengo ni idea de moda ni de marcas ¡ni de cómo se escriben! ¡No
podría averiguar si están bien o mal! Tardaría una eternidad.
—¿No puedes buscar a otra persona?
—El señor Blake me ha pedido que busque a la mejor, y tú eres la mejor.
Bufo.
—Está bien. Estaré allí en una hora.
—Eres la mejor, chica de Manhattan.
—Lo sé. —Cuelgo y gruño.
A la mierda mi día de revolverme en la cama y tomar café como si no hubiese un
mañana.
¿Que buscara la mejor? Cameron lo ha hecho a posta. Sabe que soy la mejor y
que Sam me estima como tal. Ya se lo reprocharé.
El icono de mensajes parpadea en mi teléfono y lo abro. Es un mensaje de mi
madre, de ayer, justo después de que saliéramos de su casa. Qué raro.
Leo:
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«Llevas una carta en el bolsillo con cremallera del bolso. Sabía que no lo abrirías
si no te digo que lo hicieras. Hazlo. Hace unas semanas te llegó una carta que no me
he atrevido a darte. Hoy tampoco me parecía adecuado por respeto a Cameron.
Tómatelo con calma. Te quiero. Mamá».
¿Una carta? ¿Y no ha querido dármela delante de Cameron? ¿Por qué? Todas las
respuestas a mis preguntas son resueltas en cuanto leo quién es el destinatario.
Noah…
Miro el sobre con cautela y, tras varios segundos, lo abro. Soy adulta, lo he
superado y no me importa lo que tenga que decirme.
«Hola, Anna. No sé tu dirección actual y por eso he escrito esta carta a casa de tus
padres. Me gustaría que nos viéramos y que habláramos, tengo algo importante que
decirte. Este es mi nuevo número. Llámame cuando quieras y quedamos. 555-890-
033. Por favor, llámame».
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Llego a la oficina cabizbaja, con la carta ardiendo dentro de mi bolso cuando debería
de arder dentro de algún cubo de acero. No quiero meterle fuego a ningún edificio.
Sam me pregunta qué me ocurre en cuanto me ve.
—Nada.
—Chica de Manhattan, tú siempre sonríes.
—Hoy no tengo ganas. —Me tiro en mi silla y le pido que me pase el artículo.
—Ahí lo llevas, pero… Sé escuchar, puedes contarme lo que quieras.
—Estoy bien, solo un poco cansada. — Miento.
Lo deja pasar y me pongo a trabajar. Una hora después, Lena aparece y me
informa de que el señor Blake quiere verme en su despacho.
Suspiro y me levanto.
¿Cómo se ha enterado de que estoy aquí?
Debería alegrarme porque desee verme, incluso excitarme, pero el mensaje del
indeseable de Noah me ha quitado la vida.
—Pasa. —Escucho tras llamar a la puerta.
Me recibe con una sonrisa ladeada con la que podría detener la rotación de la
tierra.
—¿Cómo sabías que estaba aquí? — Me paro en medio del despacho, quiero
decir: del nuevo y moderno despacho. ¿Cuándo han cambiado la decoración?
—Yo lo sé todo sobre esta…
—Empresa —termino por él.
—Aprendes rápido.
Asiento sin ganas.
—¿Qué te ocurre? —Él también se da cuenta de los horrores que me cruzan la
mente.
—Nada. ¿Qué quieres? —pregunto un poco brusca. Quiero terminar con esto y
marcharme a casa para poder quemar la dichosa carta y hacerla desaparecer.
—Ven aquí. —Me llama.
—Ven tú —suelto sin pensar.
—Aquí las órdenes las doy…
—Las das tú, ya…
—¿Quieres dejar de terminar mis frases? — Le divierto.
—Pues deja de ser tan previsible.
—¿Te parezco previsible?
Me encojo de hombros.
—Quítate las bragas —dice, y he de reconocer que esta vez no lo veo venir.
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—¡Ni de coña! —Reacciono. Y tengo que darle las gracias por sacarme del
aturdimiento que traía.
—Quítate. Las. Bragas. —Enfatiza cada palabra.
Me levanto el vestido, agarro el elástico de mi tanga y me deshago de él: primero
un pie y después otro. Se lo enseño.
—Bien. Acércate.
Camino hasta detenerme delante del escritorio de cristal y metal.
Mi sexo comienza a humedecerse. No hay nada que no consiga el señor Blake.
Hasta puede eliminar de mi mente el mal recuerdo que me dejó mi novio del instituto
y el dolor de su posterior abandono.
—Déjala sobre la mesa. —Lo hago —. Ya puedes irte.
Abro los ojos de par en par.
—¿Qué?
—Lo que has escuchado.
—¿Vas a dejarme así?
—Yo también estoy empalmado.
—¡Pues resolvámoslo!
—No es el momento. Puede irse, señorita Stewart.
Aprieto los dientes y los hago rechinar.
—Podría asesinarlo, señor Blake.
—Yo podría follarla, pero no lo haré.
Bufo.
—Yo podría salir a cenar con usted, pero no lo haré.
Me doy media vuelta y vuelvo a mi mesa antes de darle pie a réplica. Esta vez
enfadada y muy excitada.
—¿Quieres que salgamos a tomar un café? — Sam se preocupa por mi estado.
—No. Creo que me voy a ir a casa. Te he dejado el artículo en email. ¿Tú lo
envías?
—Claro, no te preocupes. Vete ya. Me vas a pegar la gripe.
Ojalá fuera la gripe ese ruido dentro de mi pecho, pero no, es mi corazón, que
tiembla cuando vuelve a pensar en él. Y me refiero a Noah.
Llamo a casa de Davy en cuanto llego a nuestro rellano. Me abre la puerta con ese
pijama de dálmata con gorro y orejitas que me hace tanta gracia. Él me da un abrazo
en cuanto hago un exagerado puchero y me lleva casi en brazos hasta dentro. Es el
doble de alto que yo.
—Necesitas café, mucho café.
—Necesito un reseteo. —Me tiro en su sofá de leopardo. Saco la carta del bolso y
estiro el brazo en su dirección con ella entre los dedos.
La coge y la lee.
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—¡Menudo cabrón! —Maldice—. ¿Cuándo te ha llegado esto?
—Llegó a casa de mis padres hace unas semanas.
—¿Y qué tiene que decirte?
—No tengo ni idea. —Resoplo y me tapo la cara —. O sí, no lo sé.
—Este no se merece nada de ti. ¿No pensarás llamarlo? Mona, este te abandonó y
se fue a la costa oeste sin despedirse. Como lo llames dejo de ser tu amigo. Lo juro
por el último bolso de mano de Dior.
—¿Y si le ocurre algo? ¿Y si es de vida o muerte?
—Claro. Este necesita tu tipo de sangre y por eso quiere verte. Para que le dones
un litro. Mira. — Me señala —. Ni aunque se estuviera muriendo. ¡No le debes nada!
—¿Y si…?
—¿Y si qué? —Se cruza de brazos y levanta el mentón.
—¿Y si quiere que le devuelva el anillo de su abuela?
—¿Ese que vendimos hace dos años y nos bebimos entre los tres todo el dinero
que te dieron?
—Ese mismo.
Nos reímos. Y tengo que agradecérselo.
—Hay algo que no me cuadra… — Sopesa.
—Dime.
—¿Quiere verte? ¿Ya no está en la costa oeste?
Encojo los hombros.
La idea de que esté en Nueva York me pone muy nerviosa.
—Tengo una idea —anuncia.
Se levanta y me pide que lo siga. Subimos a la azotea del edificio y, tras
escucharlo recitar algunas palabras o frases que no entiendo, me da un mechero y me
pide que lo queme.
—Venga, el ritual hay que terminarlo o los demonios bajarán del infierno y nos
quemarán a nosotros.
—Davy, ya sé por qué somos tan amigos.
—Porque no necesitamos sangre azul para ser reyes.
—Por eso también, pero me refiero a que yo también pensé en quemarlo.
—Eso se llama sensatez. Anda, que arda, que no me fio de ti. Mañana te ablandas
y lo llamas.
Enciendo el mechero y lo quemo por una esquina. Comienza a arder y algo arde
también dentro de mí. ¿La última oportunidad de dar con él? Tal vez, pero…, es lo
mejor. Me destrozó una vez. ¿Podría volver a hacerlo?
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Le recuerdo a Davy que hoy tenía la cita doble, pero me informa de que la ha
anulado porque su sentido de brujo le susurraba que algo me ocurría. A veces da
miedo.
Cecile viene a mi habitación cuando ya me he acostado. Se mete en mi cama y me
abraza.
—¿Estás bien?
—Supongo que sí.
—Estaré aquí. Ya lo sabes.
—Yo también.
No hace falta que nos demos más explicaciones. Ella sabe que tener noticias de
Noah me ha afectado realmente y que voy a necesitar apoyarme en ella durante un
par de días. Maldito Noah. Dejó una herida que aún no ha terminado de cicatrizar.
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—No sé… —Vuelvo a morder el bolígrafo.
—¿Sabes cuántos gérmenes tiene el material de oficina? ¡Deja de meterte eso en
la boca!
Pongo los ojos en blanco y resoplo.
—Ahora vuelvo, voy al baño — me disculpo.
Camino con mis sandalias de flores y mi vestido verde por el pasillo hasta los
aseos más cercanos casi dando saltitos. Cuando termino, decido pasarme por el
despacho del señor Blake.
—Hola, Lena. ¿Puedo ver a Ca…? — Vaya, casi meto la pata. O la he metido,
Lena me mira con el ceño fruncido —. ¿Puedo ver al señor Blake?
—Ha salido a comer.
¿De verdad? No me lo ha dicho, aunque tampoco es que tengamos una relación
seria como para contarme con quién sale a comer.
—¿Con quién? —Me atrevo a preguntar y mi osadía no pasa desapercibida a la
inteligente secretaria que ahora no frunce solo el ceño, sino toda la cara.
—No estoy autorizada a dar esa información, además, no es de su incumbencia,
señorita Stewart — manifiesta, sentada tras su mesa y mirándome con semblante
ofendido.
Levanto las manos y me voy con el rabo entre las piernas y un gusanillo
revolviéndome el estómago. ¿Con quién ha salido a comer hoy? Ayer escuché cómo
hablaba con alguien y me pareció una mujer. ¿Qué es eso? ¿Celos? No tengo derecho
a tenerlos, nuestra relación es solo sexual. Ni me ha pedido matrimonio ni quiero que
lo haga, ¿o sí? ¿Por qué siquiera pienso en esa posibilidad? Nunca he sido una
defensora de esa figura. Me parece una manera horrenda de tratar al amor. ¿Firmar un
documento para constatar que dos personas se aman? No, gracias.
A pesar de mis negativas y mi Pepito Grillo particular que me pide que me vaya a
mi mesita, me porte bien y no inspeccione los bares cercanos buscando a Cameron,
salgo a la avenida y me pongo a pasear y a disimular observando el interior de los
restaurantes más exclusivos de Manhattan. Lo lógico y estadístico sería no
encontrarlo por ninguna parte, ni la lógica ni la estadística tienen que ver con la
suerte y yo tengo mucho de esto último.
Lo veo sentado en una mesa cuadrada y pequeña. Sonríe a su acompañante,
sentado o sentada frente a él. Una reunión de jugadores de baloncesto, o similar,
almuerzan alrededor de una mesa muy grande que me dificulta la visión. Puede que
esté comiendo con su padre. Muchas jornadas han sido las que Brandon Blake se ha
visto atraído por un trabajo y una rutina que llevó durante años y ha comido con su
hijo en algún sitio cercano.
Pero…, no. En esta ocasión no está comiendo con su padre, sino con una mujer
muy atractiva de pelo oscuro y piel clara que le devuelve la sonrisa. Oficialmente
estoy celosa. Muy celosa. Refunfuño contra el cristal y pataleo. Soy una niña pequeña
a la que le han robado su amiga de juegos, y esta vez los juegos son pervertidos y
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muy placenteros: estrictamente sexuales. Puff, puff, puff. ¿Por qué me da tanta rabia?
Aprieto los puños y valoro entrar y preguntarle quién mierda es esa mujer con la que
tiene tanta complicidad. Me dispongo a dar un paso atrás y a marcharme cuando su
mirada se encuentra con la mía. Oh, no. Me ha pillado con las manos en la masa. ¿Me
hago la tonta? ¿Camino como la que no quiere la cosa y disimulo? Esto está cerca del
trabajo, he podido salir a comer. Él levanta levemente una ceja y le dice algo a su
acompañante. Dos segundos después se planta delante de mí. Ya no me voy a ir.
Escapar es de cobardes.
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Por suerte, los viernes salimos antes y me voy a casa a pasar la tarde con Davy y
Cecile. Los pongo al día de los últimos acontecimientos ocurridos con el señor
Cameron Blake y decidimos que el mejor remedio para el mar de amores es salir a
cenar a un Turco donde hacen los mejores falafel de garbanzos y atiborrarnos hasta
vomitar en el baño. Luego, iremos a un buen club en el que bailar hasta el amanecer y
olvidaré que el señor Blake sale con otras personas.
Entramos en Black Mirror, el local de un afamado miembro de la sociedad
neoyorkina muy conocido por sus escarceos amorosos con actrices de todo el mundo.
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No nos importan los codazos ni los empujones; nosotros somos de bailar jugándonos
la vida en el centro de la pista más concurrida.
—¡Voy a por las bebidas! —grita Davy —. ¿Lo de siempre?
—¡Sí!
—¡Síííí! —chillamos y alzamos el pulgar.
Cantamos y nos movemos a ritmo de Roddy Rich y su The Box. Hasta nos
atrevemos a rapear.
Un rato más tarde, Davy llega con los licores que hemos pedido y nos pregunta si
nos molesta que se pierda un rato con un amigo que acaba de ver.
—¡Disfruta!
—¡Pásalo bien!
—¡Gracias, monas! ¡Si no vuelvo, nos vemos mañana!
Brindamos los tres y le damos unos picos de despedida.
Seguimos moviendo los cuerpecitos dos, tres, cuatro canciones hasta que Cecile
me grita al oído de manera que casi me rompe el tímpano que acaba de ver a Colin.
—¡¡Mira, también está Cooper!!
La noticia de que mi follamigo de turno ronde el lugar no me hace especial
ilusión, pero sonrío y sigo a mi amiga que va derechita y dispuesta a saludarlos.
—¡Hola, chicas! —Colin nos da la bienvenida y da un beso corto a Ceci.
—¡Hola!
—¡Hola!
Somos todos muy educados.
—¿Qué tal, Anna? —Cooper se dirige a mí —. ¿Dónde te metes últimamente?
No me coges el teléfono.
—He estado ocupada.
Toda la conversación la mantenemos entre gritos y gentío.
—Te he echado de menos —ronronea en mi oído a la vez que me agarra de la
cintura y me atrae hacia él.
No me molesta. Cooper siempre me ha caído bien y sabe mover la cintura, así que
le sigo el ritmo cuando comienza a moverse. Nos lo pasamos bien durante un rato
hasta que la cosa se calienta y terminamos besándonos en medio de la pista. Estoy
cachonda. Le susurro si nos vamos a los baños y él me dice que sí. Me agarra de la
mano y tira de mí pero algo desde el otro lado me tiene clavada en el suelo. Miro
hacia mi derecha y veo a Cameron achinando los ojos, apretando la mano que tiene
libre y aferrando mi otra mano con la que tiene libre.
Durante unos segundos Cooper me mira sin entender por qué no camino, pero su
mirada encuentra la del señor Blake un segundo más tarde.
—¿Adónde te crees que vas? — ladra Cameron.
—¡Suéltame!
Niega y sonríe con dureza.
—¡He dicho que me sueltes! — repito.
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Tira con fuerza hacia él y me despego de Cooper.
—Pero tío, ¿qué haces? —Le echa en cara Cooper.
—Vete si no quieres que te parta la cara. — La da un ultimátum.
—¡Deja a mi chica! —vocifera mi follamigo con más antigüedad, dejémoslo así.
A Cameron no le gusta que diga esto, pero en vez de pedirle explicaciones a él,
me las pide a mí, como es lógico.
—¡¿Eres su chica?!
—¡¡No!! ¡¡Pero tuya tampoco!! ¡¡Suéltame!!
—Ya lo has escuchado. No es tu chica. Vete de aquí. — Le manifiesta a Cooper,
que no está del todo convencido.
—¿Quieres que me vaya? —me pregunta a mí.
Sopeso la situación. Lo mejor que se marche, sí. A mí se me han quitado las ganas
de follar con él, en realidad se me han quitado las ganas de follar en general y me voy
a ir a casa sola.
—Nos vemos otro día, ¿de acuerdo?
—Como quieras. ¿De verdad estás bien?
Asiento y le digo que no se preocupe. Y digo la verdad. Sé cuidarme muy bien
solita. En cuanto él desaparezca, yo también hago mutis por el foro.
—Vale. Llámame. —Se despide con la mano por temor a acercarse a mí y al
mastodonte que sigo teniendo al lado.
—¡¡Tú!! —señalo a Cameron—. ¡¡Suéltame!! — Tiro y me escapo.
Comienzo a caminar hasta la salida refunfuñando y escupiendo sapos y culebras.
¿Qué hace él aquí?
Me detengo junto a la calzada y trato de parar un taxi.
—Anna, ¿qué hacías con ese tipo?
Lo ignoro y lo escucho mascullar.
—¿Quién cojones era ese mindundi de tres al cuarto? — brama detrás de mí.
Bufo, pataleo y me giro hacia él. Está colérico, pero no me importa. Yo estoy
mucho peor.
—¡¿Qué te importa?! Tú. —Le clavo un dedo en el pecho —. Sales con quien te
place. ¡Yo hago lo mismo!
—¡¡Tú ibas a follar con ese tipacarraco en un cuarto de baño!! ¡¡Por Dios!!
¡¿Cómo se te ocurre?!
—¡¿Qué pasa?! ¡¿Tienes algún problema con los baños?!
—¡¡Lo tengo contigo!! —Me agarra de la muñeca y me atrae hacia él.
—Pues no lo tengas. No salimos, ¿recuerdas? — siseo en su boca —. Y me
acuesto con quien me da la gana. Tú no eres nadie para decirme a quien debo tirarme
en los baños de un bar.
—Eres… Eres… —escupe sobre mi boca.
—¿Qué soy? Venga, dilo.
—¡Eres insoportable!
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—¿Y qué haces aquí conmigo? ¡Vete con tu amiguita! ¡Vete!
—¡¡Quieres callarte!!
—¡No! ¡¡No pienso callarme!! ¡¡Sabes qué!! ¡¡Me voy…!! — Pega su boca a la
mía y me besa, agarrándome por ambos brazos.
Mi boca se deja llevar por la suya y lo disfruto durante unos segundos, pero mi
parte orgullosa lo empuja justo después de morderle un labio con fuerza.
Él se lleva los dedos hasta el sitio exacto en el que la sangre comienza a salir y se
los mira. Se pasa la punta de la lengua por la herida y blasfema.
—Así aprenderás a no besar a una mujer en contra de su voluntad.
—No he notado esa voluntad cuando me has devuelto el beso y has gemido.
—¿Yo? ¿Gemido? ¡Lo has soñado, señor Blake!
—Llevas razón en una cosa, señorita Stewart; sueño con tus gemidos.
—¿Sí? Pues… Pues… —Me pongo nerviosa —. ¡Sigue soñando!
Me doy la vuelta y subo a un taxi que por azares de la vida se detiene en ese
momento delante de mí.
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—Yo también —anuncia Ceci.
—¿Cerveza para todos? —Miro a Davy, que confirma con un gesto de cabeza.
Voy a la cocina y mi amigo me acompaña.
—Mona, siento esta interrupción. Derek quería saludaros.
—No me importa. Derek me cae bien, pero…, ¿estás seguro de lo que haces? Lo
pasaste muy mal cuando lo dejaste.
—Él también sufrió. Nos queremos…
—Ya lo sé, pero ¿ha cambiado de opinión respecto a lo de tener prole?
Susurramos toda la conversación. Entre la cocina y el salón hay un metro y
medio.
—No lo hemos hablado.
—Pues deberíais —le reprocho demasiado dura.
—Lo sé, lo sé. Es que no me parecía un tema apropiado mientras se la chupaba,
cari.
Pongo los ojos en blanco.
—No te enfades conmigo. —Hace un puchero.
—Solo me preocupo, Dav.
Nos damos un abrazo y llevamos las cervezas al salón. Una hora más tarde me
han convencido para que vayamos al cine a ver una peli independiente, lo que
significa que me dormiré diez minutos después de que haya empezado.
Bajamos a la calle los cuatro juntos, hablando y riendo sobre el hecho de que vamos
un poco tarumbas con las tres o cuatro cervezas que nos hemos tomado cada uno.
—Hemos terminado con la reserva de Coronitas. Mañana asaltamos tu nevera.
— Le aseguro a Davy.
—Mi nevera es tu nevera, monina.
Nos reímos.
Derek empuja la puerta del portal y salimos a la calle. La sonrisa desaparece de
mi rostro cuando veo a Cameron apoyado en su coche. Todo el grupo enmudece salvo
Derek que no sabe muy bien de qué va el tema.
—Ve, te esperamos. —Me anima Ceci, que me da un toquecito cariñoso en el
brazo.
Cameron cuadra los hombros cuando me acerco a él.
—¿Qué haces tú aquí? ¿No te lo dejé claro anoche?
—Quiero pedirte disculpas — habla alto y claro.
Su sinceridad me deja sin palabras.
—¿Se ha quedado muda, señorita Stewart?
—No esperaba esto de usted, señor Blake.
—¿Y qué esperaba? ¿Que la agarrara del brazo, la subiera al coche y me la follara
en el asiento de atrás?
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Abro los ojos y la boca, asombrada.
—Van a escucharte —musito, mirando de reojo a mis amigos.
—No me importa.
—Pero a mí sí.
Da un paso hacia mí y me agarra de la cintura.
—Vente conmigo a mi casa.
—¿Por qué debería hacer eso?
—Porque… —Me acaricia el rostro con dulzura —. Necesito tenerte entre mis
brazos.
Me estremezco con su roce y sus palabras. Me acerca más a él y pega sus labios a
los míos, depositando en mi boca un beso muy sensual.
—Di que sí… —suplica.
Trago con dificultad y asiento levemente.
—Espera aquí.
Voy hasta el grupito que cotillea y disfruta del espectáculo y me disculpo.
—No importa, seguro que con él lo vas a pasar mejor. — Davy me guiña un ojo y
me da un beso en la mejilla. Esta vez no hay pico.
—Llámame si me necesitas. — Ceci me abraza.
—Adiós, Derek, hasta la próxima.
Cameron me espera con la puerta del copiloto abierta y la cierra tras de mí. Me
abrocho el cinturón y espero a que él se acomode y arranque. Lo hace en el más
absoluto mutismo y conduce todo el trayecto en el mismo estado. El silencio lo
rompo yo:
—Yo también lo siento —hablo mirando al frente.
Sigue conduciendo y yo me explico.
—Siento haberte mordido. —Esta vez le miro la herida que sobresale sobre su
labio igual de sexi.
—Me lo merecía.
Acelera y cambia de carril con agilidad.
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—Vale.
Lo sigo hasta una cocina, completamente negra, y dejo el bolso sobre la encimera.
—¿Blanco? —Me enseña una botella de vino y le doy el beneplácito.
Sirve dos copas y me da una sin tocarme. Se lleva el borde a los labios y le da un
sorbo mientras me mira por encima del cristal. Yo lo imito y comienzo a ponerme
nerviosa.
—¿No piensas besarme?
—No sin tu permiso, Jersey.
—Ahora necesitas mi permiso. Esto es nuevo. — Dejo la copa sobre el mármol
oscuro con parsimonia y vuelvo a mirarlo.
—Lo de ayer no volverá a pasar.
—¿Qué crees que pasó?
—Que te hice sentir presionada y obligada — habla como si le doliera.
—Cameron… —Doy un paso hacia él, le quito su copa de la mano y la pongo al
lado de la mía —. No me sentí obligada. Me gustó el beso… — Relaja el
semblante —. Pero no puedes aparecer de la nada y ponerme en evidencia delante de
mis amigos.
—Ese tipo no es tu amigo.
—Sí lo es. Lo conozco desde que me mudé a Nueva York.
Da un paso hacia atrás, suelta un resoplido y se masajea las sienes.
—¿Qué ocurre?
—Estoy tratando de borrar de mi mente la imagen de anoche. — Me busca con la
mirada —. Lo estabas besando.
—Yo… Solo lo hice porque quería vengarme de ti.
Levanta las cejas.
—Te vi con otra mujer y quería olvidarme de cómo me hiciste sentir — explico.
—¿Y lo conseguiste?
—No.
—El almuerzo de esta mañana no era una cita.
—¿No? —Quiero tragarme a mí misma.
—¿Sería mucho pedir que dejaras de hacer suposiciones sobre mis amantes?
— Pone los brazos en jarra.
—Verás… Sí, creo que será lo mejor, pero ¿por qué te rodean siempre tantas
mujeres guapas?
Da un paso hacia mí y me agarra de la cintura.
—Deja de hablar. ¿Por qué no paras de hablar?
—Será porque… —Me tapa la boca con una mano.
—Me gusta la buena compañía, y será por eso que te quiero a ti a mi lado. Tú
eres… especial. — Me acaricia el cabello —. Y ahora solo me importa una cosa.
Quiero besarte. ¿Puedo besarte?
—Sí… —digo con la boquita pequeña.
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—No te veo muy convencida, será mejor que… — Vuelve a separarse.
Lo atraigo hasta mí, agarrándolo del cuello de la camisa y lo beso con pasión. Él
me responde de la misma forma, me agarra de los muslos y me sienta en la encimera.
Un segundo más tarde, se deshace de mi vestido por encima de mi cabeza y me
mordisquea los pezones por encima del sujetador. Gimo cuando siento sus dientes
apretar con fuerza y él me quita las bragas bajándolas por mis piernas y se las guarda
en el bolsillo del pantalón del traje. Se desabrocha la bragueta, se agarra la polla, me
abre las piernas y me ensarta con ella. Ruge en mi boca y me besa. Me tumba sobre la
encimera y bombea dentro de mí sin contención hasta que nos corremos entre gritos.
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El domingo me levanto enredada entre sus sábanas y me encanta. Huele a ese aroma
tan especial que lo caracteriza. Imagino que es alguna fragancia de hombre muy muy
cara. Cameron entra en el enorme dormitorio con una bandeja cargada con dos cafés,
zumo de naranja y algo de fruta.
—Vaya, menudo manjar. —Me incorporo y me quedo desnuda de cintura para
arriba.
Me cubro y él reacciona con una sonrisa.
—Me gusta verte desnuda. No te tapes. — Deja el desayuno sobre la cama, que
debe medir dos metros y medio.
—Estoy más cómoda así.
—Yo también estoy con el pecho al descubierto.
—No es lo mismo.
Se deshace del pantalón y deja el badajo al aire.
—¿Y ahora?
Me río.
—Me gusta tu sonrisa. —Se tumba a mi lado y me tira hacia atrás.
Me besa el cuello y los hombros.
—Creí que íbamos a desayunar.
—Después de que te folle.
—No me gusta el café frío — me quejo de mentira.
—Por suerte, tengo un microondas carísimo en la cocina.
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—Pues ahora que ya está todo claro, ¿qué te parece si damos un paseo?
—Hace un poco de calor para salir a la calle.
—No me refiero a eso… —habla con un halo de misterio.
—Ah, ¿no?
Niega y me da un corto beso.
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Entramos en la sala de reuniones en la que Brandon Blake nos presentó a su hijo hace
no demasiado tiempo, pero que a mí me parece una eternidad. No porque me haya
parecido pesado, sino porque me da la sensación de que lo conozco desde siempre. Es
raro…
Tomamos asiento de nuevo en la primera fila porque son los únicos asientos libres
y esperamos a que el circo comience. Me lo paso bien en las puestas en escena que
propone el señor Blake al menos una vez al mes y escucha propuestas de sus
trabajadores. Hay ideas de todo tipo. Algunas totalmente surrealistas e imposibles de
llevar a cabo, pero aquí somos unos emprendedores y nos gusta innovar, aunque la
mayoría no llegue a ninguna parte.
Cameron entra seguido de Lena y la sala enmudece. Comienza a hablar dando las
gracias por haberlo aceptado con ese agrado y nos anima a seguir trabajando como lo
estamos haciendo para conseguir ser la revista para jóvenes más leída del país.
—Quiero presentaros a alguien. Una persona que formará parte de este próspero
equipo a partir de ahora y que le dará un toque innovador a nuestras páginas tal y
como lo ha hecho hasta ahora en Londres.
Vaya, otro nuevo.
—Y pensábamos que nos iban a echar. Y lo único que hacen es contratar personal
nuevo — me susurra Kelly al oído.
—Va a ser nuestro redactor jefe e inspeccionará vuestro trabajo de una forma más
inmediata. — Cameron mira hacia la puerta hasta que un hombre la cruza y se
detiene junto a él.
No puede ser cierto. Comienzo a sudar y a punto estoy de desmayarme.
—¿Estás bien? —me pregunta Sam.
A mí no me sale ni las palabras.
—Les presento a Noah Moore.
Todos aplauden mientras yo me hundo en la silla y trato de no hiperventilar.
Noah sonríe con educación mientras le da un apretón de manos a Cameron, tras lo
cual se dirige a su nueva plantilla.
—Es un placer para mí estar aquí con todos vosotros y un honor que el señor
Blake haya contado conmigo para renovar el estilo de FYP. — Entonces su mirada se
encuentra con la mía y se queda callado durante unos segundos. Sin duda, no se
esperaba verme aquí. Carraspea y sigue —. Tengo una visión muy optimista del
mundo y las personas que habitamos en él y quiero reflejarlo en cada artículo, cada
anuncio. Página tras página conseguiremos que el lector cambie la perspectiva de lo
que le rodea…
Habla sobre el poder que tenemos sobre las personas y las diferentes formas de
entrar en la mente de alguien que lee buscando algo de sinceridad.
—Ser sinceros es la base de toda comunicación. Y en eso se basa. De
comunicarnos con los que están ahí fuera deseando divertirse mientras aprenden y se
informan.
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Otro aplauso llena la sala, pero yo no puedo moverme. Los jefes se despiden de
nosotros y algunos de los pelotas de turno van a presentarse. Nosotros tres volvemos
al trabajo sin hacer preguntas y nos encerramos en nuestro cuartito.
—Está bueno el nuevo redactor jefe. — Indica Kelly.
—Supongo —respondo con desgana.
—No es de buena educación hablar del físico de un hombre delante de otro
hombre. — Se queja Sam.
Kelly le tira un lápiz y él lo caza al vuelo.
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llamadas ni me las devolvió. Me pasé llorando todo el verano. Arrastraba mi corazón
roto por todas las fiestas a las que me obligaba a ir. Terminé la universidad y me
prometí no volver a enamorarme de ningún hombre y nunca he incumplido mi
promesa…, ¿hasta ahora? ¿Qué siento por Cameron? ¿Es un simple rollo o hay algo
más?
—Anna, ¿vas a comerte eso? — Sam interrumpe mis pensamientos —. Eso.
— Señala dos minicroquetas de queso que mareo inconscientemente con el tenedor
sobre mi plato.
Las miro y se lo acerco.
—Todo tuyo.
—No has comido demasiado —apunta Kelly.
—Tengo el estómago revuelto. — Me lo toco.
—Pídete un té. Mi madre siempre me lo hace cuando tengo molestias
estomacales.
Le hago caso y me levanto para decirle al camarero que me traiga una infusión
que sea suave y dulce. De camino me paso por el baño a lavarme las manos, las alitas
de pollo me las han dejado bastante pringosas. La infusión me vendrá bien, espero
que me relaje. Cuando salgo del aseo, me encuentro a Cameron junto a la barra.
Viene hasta mí con la intención de darme un beso, sin embargo, yo me retiro hacia
atrás y él frunce el ceño.
—¡No puedes besarme aquí!
—Ah, ¿no?
—¡¡No!!
—¿Y quién lo dice?
—¡Te lo digo yo!
Me doy cuenta de que estoy gritando mucho y de que mis compañeros pueden
escucharnos y descubrirnos. Los miro de reojo y Cameron sigue mi mirada.
Alza una ceja.
—¿No quieres que nos vean juntos?
—No creo que sea una buena idea.
—¿Te avergüenzas de mí?
—¿Qué? ¡No! No es eso.
—¿Y puede saberse qué es? — Cruza los brazos y levanta el mentón.
—Cameron, estoy liándome con el jefe nuevo, el que acaba de llegar y va a
remodelar la plantilla. Es fácil que piensen que lo hago para escalar puestos en la
empresa.
—Nadie va a pensar eso. —Se molesta.
—Claro que sí.
—Si alguien lo piensa, lo echaré — habla con dureza.
—¡No puedes hacer eso!
—¿Por qué no? Tú lo has dicho. Soy el jefe.
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Bufo y niego con la cabeza.
—Eres imposible —lo acuso con el dedo.
Él lo agarra y tira de mí hacia él.
Me rodea la cintura con los brazos.
—Dame un beso —ordena.
—¿Pero tú me escuchas cuando hablo?
—A veces no. Hablas demasiado. — Sonríe de lado.
—Arggg. Deja de tomarte esto a broma. Estoy hablando muy en serio. — Trato
de escaparme de su abrazo.
—Y yo.
Me revuelvo.
—Está bien. Vamos a terminar con esto ahora mismo — manifiesta.
Suspiro e hincho los pulmones de aire interpretando sus palabras como algo
bueno. Se ha dado por vencido y va a dejar que me marche.
Me suelta y… ¡Me agarra de la mano!
Tira de mi brazo y me lleva de esa guisa hasta la mesa donde me esperan mis
compañeros y amigos.
—Pero…, ¿qué haces? —Intento detenerlo, pero ¿quién puede con esta mole de
casi dos metros? Yo no, desde luego.
Los clientes del local nos miran, atónitos.
Cameron se detiene junto a Sam y Kelly y yo casi choco contra su espalda. Sigo
tirando de mi mano para deshacerme de su agarre hasta que mis amigos se dan cuenta
y nos miran, anonadados.
—Bu, bu, buenas tardes, se, se, señor Blake — tartamudea Sam, con la vista fija
entre el punto exacto en el que nuestras manos se unen y mi rostro.
—Buenas tardes, señor Montoro. Señorita Samoa. — Los saluda —. La señorita
Stewart y yo queremos haceros partícipe de nuestra dicha. Desde hace un tiempo
salimos juntos. No queremos ocultarlo más y hemos decidido que lo mejor es
decíroslo. Espero que no haya ningún problema.
—Eh… —Sam no sabe qué decir.
Kelly boquea como un pez payaso y me observa preguntándome qué está
pasando.
—¿Hay algún problema? —insiste.
—Claro que no, señor.
—Por supuesto que no, señor Blake — contestan ambos al unísono.
—Estupendo. —Se gira hacia mí—. ¿Lo ves, cariño? — ¿Me acaba de llamar
cariño? —. No hay ningún problema. Dejo que disfrutes de la comida. Nos vemos
esta noche. — Posa una mano en mi cintura, otra en mi cuello y me besa como si
fuera la primera vez.
Me tambaleo cuando me suelta y tardo en reaccionar casi un minuto. Entre el
besazo que me ha dado y lo que acaba de hacer presentándose a mis compañeros
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como mi pareja me he quedado estupefacta.
—¡¿Qué acaba de ocurrir aquí?! — pregunta Kelly con voz aguda.
—¡Qué calladito lo tenías, chica de Manhattan!
Tomo asiento y bebo un trago de mi agua.
—Voy a matarlo —musito para mí.
—¿Por qué no nos lo habías contado? — Mi amiga insiste.
—No…, no sé…
—¿Creías que te juzgaríamos? — Sigue Sam.
—Vosotros no, pero hay quien lo hará. — Voy volviendo a mí.
—Eso te tiene que dar igual. Tú, disfruta y… Cuéntanoslo todo.
Termino la historia ya en nuestro cuartito y ellos la aceptan con normalidad. Dos
personas jóvenes que se conocen en el trabajo, se gustan, se acuestan juntos y
comienzan una relación. Qué monos y comprensivos son; espero que el resto de la
plantilla se parezca a ellos.
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—Lena debía saberlo. —Sale del garaje subterráneo.
—¿Por qué?
—Es mi secretaria y asistente. Tiene que saber que eres mi novia para tratarte
como tal.
—Tu novia —repito.
—Mi novia. —Afirma con rotundidad.
—A ver… —Me masajeo la sien—. ¿No crees que esto va demasiado deprisa?
Estamos bien juntos, pero… ¿estás seguro de esto? Quiero decir… Para mí es
importante que todos los sepan. No me gustaría estar en boca de todos y que lo
dejáramos dentro de unos días.
—Sé lo que quiero, Jersey. Y te quiero a ti. ¿Por qué dudas de mí?
—No dudo de ti. Es que… No puedes negar que todo ha sucedido demasiado
rápido.
—Estuve saliendo con mi mujer siete años. Me pareció tiempo más que suficiente
para pedirle que se casara conmigo y nuestro matrimonio solo duró once meses.
—¡¿Has estado casado?! —pregunto con voz aguda.
—Sí.
—¿Por qué no me lo habías dicho?
—No lo habías preguntado.
—¡Cameron!
—No le des importancia. No ha salido la conversación.
—¿Cuánto…? ¿Cuánto llevas divorciado? — Caigo en la cuenta —. ¡Porque
estás divorciado! ¿Verdad?
Ríe.
—Por supuesto que sí. Relájate. — Me masajea la pierna —. Nos separamos hace
dos años.
—Vaya… —musito.
—Jersey, deja de pensarlo, ¿vale? Eso fue hace mucho tiempo.
No puedo negar que ha sido un golpe para mí. Estuvo con esa mujer casi ocho
años. Ocho años es mucho, demasiado. Tuvo que quererla. Yo solo estuve con Noah
su último año de instituto y lo amé con toda mi alma y mi corazón. Vaya, otra vez
esos celos.
—Jersey —insiste—. Se acabó. Confía en mí.
—Vale… —Trato de ser convincente.
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Por la noche, en la soledad de una cama demasiado grande porque Cameron se
desveló y se fue al despacho, se me viene a la cabeza que Noah está en la ciudad, que
quiere hablar conmigo y que con probabilidad coincidamos mañana en la revista. No
hay forma de evitarlo. Lo más sensato es que me enfrente a él y le deje claro que nada
de lo que pueda decirme va a cambiar mi opinión sobre él, lo nuestro y cómo manejó
la situación. Lo odié tanto que hasta me dio miedo. No sabía que podía llegar a sentir
de esa manera. Me hizo sentir muy mal. Lloraba por las noches porque odiarlo no me
hacía sentir mejor, sino todo lo contrario.
Por la mañana hablo con Ceci y le pregunto si esta noche dormirá en casa. Tengo
ganas de estar con ella y con Davy.
—Sí, mona. Eres tú la que desaparece.
—Ya sabes dónde estoy.
—Sí, lo sé. ¿Todo bien?
—Muy bien. Es solo que… Noah es el nuevo redactor jefe.
—¿Qué Noah?
—Noah, Ceci. Qué Noah va a ser. ¿A cuántos conoces?
—¿Dices que Noah trabaja contigo en la revista?
—No trabaja conmigo. Trabaja en general.
—Trabaja en la misma empresa que tú.
—Eso sí.
—¿Y te quedas tan tranquila?
—No es del todo así.
—Me acabas de decir que está todo bien, que va todo bien, y que Noah esté ahí
contigo no puede significar que vaya todo bien.
—Estoy con Cameron.
—Ya me entiendes. ¿Qué vas a hacer?
—¿Seguir con mi vida?
—No me trates con condescendencia.
—Ni tú a mí.
—¿No puedes dejar el trabajo y…? ¡Yo qué sé! ¡Irte al Congo!
—Allí puedo escribir artículos maravillosos sobre cómo los gorilas o los
cocodrilos compran productos cosméticos.
Nos reímos.
—Les vendría bien —comenta—. El otro día vi un documental y no veas cómo
tienen la piel esos impresionantes animalejos…
—Estás perdiendo la cabeza.
—Espero ser la única loca de esta casa y te alejes de Noah.
Escucho pasos en mi dirección.
—Tengo que dejarte. Yo llevo la cena esta noche. Avisa a Davy.
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—Querrás decir a Davy y a Derek. Vuelven a ser inseparables.
—Espero que eso no termine en tragedia.
—Yo también, pero algo me dice que esto va a convertirse en una obra de
Sófocles.
—¿De quién?
—Sófocles, Anna, uno de los autores más importantes que acuñaron el género de
la tragedia en la Grecia del siglo V.
—A veces me asusta que sepas tanto.
—Me gustan los documentales. Ya te lo he dicho.
—Deja de ver cosas raras.
—Adiós, monina. —Cita a Davy—. Recuerda traer la cena. ¡Y unas cervezas!
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haya tenido que venir a parar aquí, a la revista en la que me siento feliz y realizada y
en la que he conocido a alguien especial?
Bufo y me limpio las lágrimas con un poco de papel que arranco del rollo ancho
que sirve de toalla de usar y tirar junto al lavabo cuando alguien entra en el aseo
unisex e interrumpe mi momento de apiadarme de mí misma. ¿Es mucho pedir un
poco de intimidad en esta empresa?
—¿Te encuentras bien? —pregunta Noah detrás de mí.
—Sí —contesto demasiado rápido, pero lo pienso mejor y me encaro con él —.
¡No! ¡No me encuentro nada bien! ¿Cómo te atreves a venir aquí y destrozarme la
vida?
—No pretendía… Ha sido casualidad.
—No ha sido casualidad. ¡Claro que no! ¡Leí tu carta! ¿Qué quieres de mí? ¿Por
qué me enviaste esa carta después de tantos años? ¿Qué tienes que decirme?
—Anna…
—¡No quiero saberlo! —Me retracto —. ¿Crees que me importa lo que tengas
que decirme? ¡¡Déjame en paz!!
—Anna, por favor. Escúchame. Dame solo un segundo.
—No te mereces ni un segundo de mi vida — escupo a un palmo de su cara y me
marcho de allí.
Salgo temblando y en un estado de ansiedad muy elevado. Lena me ve por un
pasillo y me pregunta qué me ocurre. Trato de tranquilizarla, pero ella me pide que la
acompañe y me tome un vaso de agua. Tomo asiento en su mesa y ella desaparece por
alguna parte. Cameron se detiene delante de mí cinco minutos después. Alzo el
mentón, lo miro y… todo comienza a moverse, veo borroso e intento decirle que no
se preocupe, pero las palabras salen a trompicones de mi boca.
Él me coge entre sus brazos y le escucho decir a alguien, supongo que a Lena,
que llame a un médico.
Me despierto en el sofisticado sofá de su despacho; él está sentado a mi lado y
alguien me toma la tensión.
—¿Te encuentras mejor? —me pregunta el desconocido.
—Eh…
—Aún estás desorientada. Es normal. Te has desvanecido. Parece que todo está
bien, aunque el desmayo ha durado demasiado. ¿Puedes decirme tu nombre?
—Anna… Anna Stewart.
—¿Dónde estás ahora?
—En… En el despacho de Cameron.
—¿Dónde trabajas?
—En Fantastic Young People.
—Parece que ha sido una bajada de tensión. Le recetaré unas vitaminas y trate de
cuidar la ingesta de alimentos.
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—Yo me encargaré de que coma bien, Richard. Muchas gracias por todo. — Se
levanta y lo acompaña a la puerta.
—No tienes que darlas, amigo. Llámame siempre que lo necesites. — Se dan un
apretón de manos y se despiden.
Me incorporo mientras Cameron vuelve a mi lado y él toma asiento junto a mí y
acaricia el cabello.
—Me has dado un susto de muerte.
—Lo siento.
—Tú no tienes la culpa.
Suspiro.
—Necesitas descansar —sigue—. Será mejor que te lleve a casa.
—No, no. Estoy bien. Solo necesito un poco de café.
Llama a Lena por el telefonillo y le ordena que traiga una cafetera.
—Te quedarás aquí hasta que te encuentres bien del todo.
—Cameron, sé por qué ha ocurrido esto. Estoy… bastante nerviosa últimamente.
—¿Tienes problemas? —Arruga el ceño.
—No exactamente. Es solo… — Me tapo la cara, pero después me centro en él y
lo miro. Tengo que decirle lo de Noah. Eso me tiene muy alterada. Si él lo supiera,
me quedaría mucho más tranquila —. Verás, me gustaría decirt…
Lena entra en el despacho y me interrumpe.
—Déjalo aquí. —Cameron le señala la mesita baja que está frente a mí.
Alguien más cruza la puerta y se suma a las visitas.
—Cameron, ¿qué ocurre? Me ha dicho tu secretaria que estás ocupado.
— Cuando me ve, detiene el paso ligero con el que ha llegado.
—Siento no haberte avisado. Anna no se encontraba bien.
Noah achica los ojos y nos observa.
Cameron está sentado demasiado cerca de mí y me agarra de la mano de un modo
muy cariñoso. Está claro que Noah se da cuenta de que hay algo entre nosotros.
—Será mejor que pospongas la reunión. Voy a llevarla a casa — sigue, y me
ayuda a levantarme.
—Sí, sí. No te preocupes. ¿Puedo ayudar en algo?
—Eso es todo. Dejo la revista en tus manos. Me quedaré con ella. No volveré
hasta que no se ponga bien.
—Estoy bien. Estás exagerando — declaro.
Pasamos junto a Noah y mis ojos se encuentran con los suyos. ¿Está
decepcionado? ¿Sorprendido? ¿Angustiado? Tal vez sea una mezcla de todo ello.
Bajamos hasta el garaje y Cameron me ayuda a entrar en su coche. Le repito que
estoy perfectamente bien, pero no me hace ningún caso. Cuando llegamos a su
apartamento, me obliga a tumbarme en el sofá y me hace sopa de pollo. No es que me
queje. De vez en cuando a todos deberían cuidarnos de la manera en la que Cameron
lo hace. Coge el ordenador portátil de su despacho y trabaja durante todo el día a mi
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lado. Duermo la siesta sobre sus hombros y me despierto cubierta con una fina sábana
de color gris y sus besos dándome las buenas noches. Hacemos el amor sobre su sofá
y se me olvida que aún no le he contado que Noah y yo somos viejos conocidos.
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Pasan unos días tranquilos. Consigo no coincidir demasiado con Noah y me centro en
mi trabajo y en Cameron. Este me cuenta, mientras cenamos sentados sobre la
alfombra del salón de su casa, que estuvo casado durante once meses en Londres y se
separó porque su exmujer lo engañaba con un compañero de trabajo.
—Por eso odio las mentiras.
—Lo entiendo… Por eso, necesito contarte algo.
Suelto los palillos de la comida china.
—No eres una mentirosa. Si lo fueras, no estaría saliendo contigo.
—Me lo llamaste mucho cuando nos conocimos.
—Porque me mentiste. —Ríe.
—Fueron tonterías. Ahora… Quiero contarte… Es importante.
Respira y se centra en mí. Veo que traga con dificultad.
—Noah Moore no es un desconocido para mí. Nos conocimos en el instituto. Era
su último año. Estuvimos saliendo casi un curso completo.
—¿Qué? ¿Por qué no me lo has dicho antes?
—Lo he intentado…
Se levanta como un resorte.
—¿Intentado? —Está nervioso.
Lo imito y me pongo frente a él.
—Lo he intentado, Cameron, sí. En varias ocasiones, pero me ha sido difícil. No
sabía cómo decírtelo y cómo te lo tomarías.
—¿Qué significa que estuvisteis saliendo?
—Pues eso.
—¿Lo querías?
No contesto.
—Supongo que eso es un sí. — Se masajea la sien.
—Sí, lo quería. Como tú querías a tu mujer. — Me acerco a él y lo tomo de las
manos —. Mírame, Cameron. Los dos hemos tenido una vida antes de conocernos.
Eso no significa nada. El ahora es lo que importa.
Suspira y me acaricia el cuello. Yo le rodeo la espalda con mis brazos.
—Llevas razón, Jersey. No sé por qué me he puesto así.
—Siento no habértelo contado antes.
—Gracias por hacerlo. —Pega su frente a la mía —. Gracias… — musita, y me
da un beso.
Nos abrazamos y seguimos comiendo. Cuando nos vamos a la cama y nos
volvemos a abrazar, me dice mirándome a los ojos:
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—Creo que sé por qué me he puesto tan colérico cuando me he enterado de lo
tuyo con Noah.
—¿Porque eres un tanto intransigente? — bromeo. Él sonríe de lado y me saca de
dudas.
—No. Porque te quiero.
—Cameron…
Me quedo helada ante su afirmación, tan helada que no contesto, solo lo beso y lo
abrazo. Nos dormimos y al día siguiente me comen los remordimientos.
Paso el fin de semana con Cameron. Lo invito a casa y conoce a los chicos. Derek
también viene a la cena. Mi chico trae varias botellas de vino y se disculpa
argumentando que no sabe nuestros gustos. Todos le agradecemos el gesto y
brindamos con uno blanco en el salón.
—Mona, esta botella cuesta seiscientos dólares — me susurra Davy al oído.
—Calla, te va a oír.
—Las demás más o menos cuestan lo mismo. ¿Cuánto dinero tiene este tío?
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—No lo sé. Calla ya.
—Y, Cameron, ¿dices que vives en el Upper East Side?
—Sí. Tengo esa propiedad desde hace varios años. Desde antes de irme a
Londres.
—¿Has vivido en Londres? —interviene Ceci, no estoy segura de la razón por
que ya sabe toda la historia.
—Sí.
—Me encanta esa ciudad. Me gustaría visitarla alguna vez — anuncia mi amiga.
—Estáis todos invitados a mi casa. Podemos hacer un viaje un día de estos.
—¿En serio? —Mírala, si eso es lo que pretendía. Un viajecito gratis.
—Por supuesto.
—Nosotros nos apuntamos. Dicen que Londres en una monada — manifiesta
Davy, medio abrazado a Derek.
Cecile pone un poco de música y todos bailamos a ritmo de Lay me Down de Sam
Smith. Cameron me agarra de la cintura, me abraza y me besa. Me siento bien, me
siento feliz, me siento viva.
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A medianoche subimos todos a la terraza del edificio. Algunos llevamos unas copas
de más y pensamos que es buena idea seguir la fiesta allí. Nos llevamos unos cojines
y nos sentamos en el suelo mirando el cielo y esperando que caiga alguna estrella
fugaz.
—Perdona —digo a Cameron.
—¿Por qué? —Tiene su brazo rodeando mi cuello de una manera muy cariñosa.
—Por…, esto. Supongo que estás acostumbrado a sitios más… espectaculares.
—¿Por qué piensas eso?
—Por favor, mírate. Has estado viviendo en Londres, vives en la zona más cara
de Nueva York y diriges una de las revistas más leídas de la ciudad. Esto para ti debe
ser… Una bobada.
Se gira un poco y me besa la nariz.
—Esto para mí es lo más espectacular que he vivido.
—No puedes decirlo en serio.
—Jersey, tú eres especial. Haces especial lo que te rodea. Estar aquí contigo,
bebiendo vino…
—Un vino muy caro —lo corto.
Él sonríe y sigue.
—Un vino muy caro —me parafrasea —. Contigo entre mis brazos, con tus
amigos un poco… peculiares. — Reímos —. Mirando las estrellas y con tus labios a
merced de los míos… No puedo pedir más, ni lo necesito ni quiero.
Me cuesta tragar. Qué bonito lo que me ha dicho, y yo sin decirle lo que siento
por él. Creo que ha llegado el momento.
—Cameron —susurro—. Yo también te quiero…
Me agarra con cuidado del cuello y une nuestros labios. Nos besamos como si
estuviéramos solos. Y no lo estamos, por cierto.
—Marchaos a un hotel —dice Davy.
—Ojalá me besaran así —anuncia Ceci.
—Dejadlos, así es el amor — protesta Derek.
Nos reímos sin separar nuestros labios y seguimos a lo nuestro.
—Se ha atascado la fotocopiadora. — Informa Kelly, con varios papeles rotos en las
manos de pie en la puerta de nuestro cuartito.
—Una hecatombe —bromeo.
—Muy graciosa. Te está viniendo muy bien salir con el señor Blake. Vienes muy
despierta al trabajo. — Rebate.
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—No te creas. No duermo mucho. Me paso la noche follando — contesto.
Se sienta en su silla y bufa.
—¿Qué te pasa? —me intereso.
—Que no follo.
—A eso le ponemos remedio ahora mismo — interviene Sam.
—No voy a acostarme contigo nunca. — Le asegura.
—Tú te lo pierdes. —Sigue a lo suyo.
—Chicos, reunión en cinco minutos. — Lena entra y nos avisa.
Tomamos asiento en la sala de reuniones, esta vez alrededor de la gran mesa ovalada.
Solo estamos nosotros tres y otros cuatro compañeros más. Cameron y Noah
irrumpen unos minutos después. Esto no me gusta. Huele mal.
Habla Cameron.
—Buenos días, os hemos reunido aquí para haceros partícipe… — Bla bla bla.
Lo que me esperaba. Noah ha creado un grupo de trabajo y los presentes somos
los elegidos. Qué bien. Le advertí que no contara conmigo. Todos se ven muy
contentos, menos yo, que me gustaría poder abrir la ventana (que tiene un sistema de
seguridad para estos casos) y tirarme por ella.
—Señorita Anna, ¿puede venir a mi despacho? — me pregunta Cameron.
No sé ni por qué lo pregunta si sabe que lo que diga es palabra de Dios. No me
quejo porque me va a sentar bien uno de sus abrazos, pero… ¡sorpresa! No soy la
única invitada a esta pequeña reunión. Noah también tiene pase vip y se sienta en
primera fila.
—Anna. —Vaya, no me llama Jersey —. He hablado con Noah. Todos somos
adultos. La relación que tuvisteis no tiene por qué afectar a vuestro trabajo. Confío en
que podréis llevar este proyecto a cabo juntos.
Boqueo como un pez globo.
—Por mi parte no hay ningún problema — dice Noah.
Ya veremos, señorito.
—Yo… Yo… Claro —zanjo.
La que se va a liar.
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Cameron tampoco está, lo sé porque lo llamo al teléfono y me dice que ha tenido que
salir a una reunión en la otra punta de la ciudad.
—¿Te acerco a casa? —me pregunta Noah, tras escuchar la conversación.
—No, gracias. No quiero molestar.
—No es ninguna molestia. Es más, me gustaría acompañarte.
—¿Por qué?
—Porque necesito hablar contigo. Ya que me es imposible hacerlo en la oficina
porque huyes de mí, tal vez podamos hacerlo en el coche.
Comienzo a caminar.
—Anna, venga. Dame solo diez minutos.
—Hasta mi casa se tarda un poco más.
—Lo que sea. Hazlo por nosotros, por lo que tuvimos.
Me detengo y me enfrento a él.
—Tú no hiciste nada por mí.
Suspira.
—Por favor, deja que me explique.
—Está bien. —Claudico.
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—Noah. No puedes hacer esto. No puedes aparecer y tratar de que todo sea como
antes.
—No trato de hacer eso.
—¿No?
—No, quiero que sea mejor.
Pedimos los helados y el señor nos los da. Damos un paseo mientras hablamos.
—Te escribí una carta. ¿Por qué no me has llamado?
—No tenía nada que decirte.
—Lo sé, Anna, pero yo a ti sí.
—No me importa. Ahora soy feliz. Soy feliz y tú no tienes nada que ver.
—Me alegra verte así, pero… No puedo volver a marcharme sin decirte que…
—No quiero saberlo.
Se detiene frente a mí.
—Aún te quiero, Anna.
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—Te quiero, Anna. Me fui porque tenía miedo, porque fui un niñato y solo pensaba
en mi carrera. No sabes cuánto me arrepiento. — Me agarra de la cintura y me pega a
él —. Te quiero. Nunca he dejado de hacerlo.
Tardo unos segundos en reaccionar y dar un paso atrás.
—¿Me quieres? ¿Vienes ahora aquí y me dices que me quieres?
—Lo sé, no debería…
Lo corto.
—¡No deberías! ¡No! ¡Por supuesto que no! ¡No tienes ningún derecho!
—Anna…
—No quiero escucharte.
—Anna —insiste.
—Llévame a casa, por favor.
No le cuento el incidente con Noah a Cameron. No deseo crear malestar entre ellos y
así creo asegurarme de que mi ex no vuelve a las andadas, paso del tema y hacemos
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vida normal en la oficina. Nada de dramáticas escenas en los que ellos dos se retan a
un duelo al amanecer, se matan y yo me quedo compuesta y sin novio.
Pero no puedo controlarlo todo y tantas horas al lado del guapísimo Noah pasan
factura, y no me estoy excusando, es que es realmente guapo y seductor y, claro, me
pilla un día con las defensas bajas, me relajo y caigo en su trampa.
—¿No te vas a casa hoy? —Viene hacia mí, que sigo delante de mi ordenador
escribiendo el artículo de esta semana.
—Espero a Cameron —contesto sin mirarle.
—Cameron se ha marchado.
—No puede ser. —Capta mi atención.
—Vengo de su despacho. Estamos solos en la planta.
Me levanto y apago la pantalla. Será mejor que me vaya y lo llame por teléfono.
Cuando me giro, tengo a Noah a pocos centímetros de mí. Huele muy bien y un
montón de recuerdos bonitos se me vienen a la mente.
—Recuerdo la primera vez que te besé — musita, mirándome los labios —.
Sabías a fresa. Tenías un labial que siempre llevabas en un bolsillo.
—Tengo… Tengo los labios muy secos.
—Me gustaría comprobar si aún sabes así de bien.
—Ya… Ya no lo utilizo.
—Pues huele a fresa desde aquí.
Porque estás demasiado cerca, mono.
—Es… Es mi perfume.
—He soñado mucho con tenerte tan cerca. — Me rodea el cuello con sus largos
dedos —. Cada noche, cada día. — Me acerca a él.
No sé por qué lo dejo hacer y su boca se encuentra con la mía. Es un beso lento y
cariñoso, pero yo no siento mariposas en el estómago ni nada que se asemeje a lo que
siento por Cameron. No saltan chispas ni fuegos artificiales como la primera vez que
nos besamos cuando estábamos en el instituto.
—¿Qué es esto? —Cameron brama a un metro de nosotros.
Nos separamos con rapidez y trato de disculparme, pero no me salen las palabras.
—¡No puedo creérmelo!
Noah no dice nada.
—¿Cómo habéis podido?
—Cameron… Yo… No… —trato de explicarme.
—¿Cómo has podido? —Me mira.
—No es lo que crees.
—No me tomes por tonto. ¡Sabes lo que odio la mentira! ¡Me has traicionado!
—No… Yo… no…
Cameron desaparece y me quedo a solas con Noah.
—¿Tú no piensas decir nada? — le reprocho.
Él alza las manos y yo salgo corriendo tras el hombre que amo.
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Lo alcanzo antes de entrar en el ascensor.
—Cameron, por favor, tienes que escucharme.
—No te acerques a mí —escupe con rudeza.
—No es lo que piensas. Bueno, sí.
Me asesina con la mirada.
—Noah me ha besado, pero yo no quería.
—Deja de humillarte. Será mejor que no digas nada más.
El ascensor se abre y se mete dentro. Lo sigo, pero me detiene con la mano.
—Ni se te ocurra. No quiero verte cerca de mí.
Las puertas se cierran y yo me quedo hundida.
Noah trata de hablar conmigo y le grito.
—Pero ¿qué has hecho? ¿Qué has hecho?
—Solo lucho por lo que quiero.
Me enfrento a él.
Lo apunto con el dedo.
—¡Tú no quieres a nadie! ¡A nadie! ¿Cómo puedes ser tan cruel? ¿Cómo puedes
hacer daño tan gratuitamente? — Caigo en la cuenta —. Tú lo sabías. ¡Sabías que
Cameron seguía aquí y que iba a ir a buscarme para irnos juntos tal y como habíamos
quedado! ¡Que iba a vernos! ¡Lo has planeado todo! ¡Todo!
—Cada uno juega sus cartas.
—¡Estás loco! ¡Loco! ¡No te vuelvas a acercar a mí, o se lo contaré todo! ¿Me has
entendido?
Las dos primeras semanas son las peores, las dos siguientes no son tan difíciles.
Rectifico: son iguales de malas, pero al menos Cameron no está y no tengo que verlo
en la distancia. Pronto comenzarán mis vacaciones. Las cojo en noviembre para
poder coincidir con Ceci y Davy. Pensamos irnos a algún lugar cálido en el que poder
tomar el sol con tranquilidad. Derek también viene. Les va bien juntos y no quiero ser
yo quien se interponga en un amor verdadero. Sé poco de Noah. Poco a poco ha
entendido que lo nuestro no tiene arreglo y que jamás volveré a darle una oportunidad
porque, entre otras muchas razones, amo a Cameron por encima de todas las cosas.
Ya lo sabía, pero estas últimas semanas me he asegurado de ello. Lo echo de menos,
echo en falta su cálido cuerpo junto al mío y sus apasionados besos.
—Venga, anímate. Preferiría que salieras alguna noche y llegaras sin dormir como
antes. — Kelly trata de animarme —. Podemos tomar algo al salir del trabajo.
—Yo me apunto —anuncia Sam.
—El pajillero se apunta —repite Kelly en un intento desesperado por hacerme
reír.
—Gracias, chicos, pero no me apetece. Quiero irme a casa y hacer la maleta.
—Puedes hacerla mañana. No te vas hasta el domingo.
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—Ya, pero…
—Pero nada. No hay excusas. Nos tomamos una cerveza y nos despedimos. No te
veremos en quince días.
Doy mi brazo a torcer y acepto. Llevan razón, necesito una copa.
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Me voy dentro y me bebo mi Cosmopolitan de un trago.
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—¿Cuándo piensas decirnos adónde vamos? — Agarro mi pasaporte con una mano y
la maleta con otra.
—En unos minutos lo sabréis. — Davy camina al lado de Derek con una
sonrisilla.
—Como nos lleves a Canadá, te mato. Solo llevo bikinis aquí dentro. — Cecile
señala su maleta de mano.
Derek se ríe.
—Yo llevo lo mismo. Así que espero que te corones, monina — le digo.
—Tranquilizaos, muchachas. Vais a poneros tan morenas que pareceréis de
Acapulco.
Llegamos a la puerta de embarque. Él lleva los billetes en las manos.
—¿Ciudad del Cabo? —grito cuando nos los da.
—¡¿África?! —Ceci casi se cae de espaldas.
—¿Estáis locos? —Río.
—¿Cuántas horas de avión son?
—¿Qué más da? Vamos en primera — responde Derek.
Davy le echa una mirada muy rara y me extraño.
—¿En primera? ¡No tengo dinero para gastar en esto! — me quejo.
Ni en esto ni en casi nada, pero bueno, no es plan de ponerme a hacer la lista de lo
que puedo comprar, aunque sea muy corta. Para Chupachups me da.
—Tranquila, mona. Me han dado un sobresueldo que pienso gastar con mis
mejores amigas. Así que no quiero volver a hablar de esto.
—Como quieras. —Zanja Ceci—. No pienso quejarme.
—Yo tampoco. —Abrazo a mi amiga y saltamos de ilusión.
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sol y paseamos por la orilla. Los tortolitos se besan cuando el sol se pone tras el
océano y Ceci y yo casi lloramos de la envidia. Una envidia sana, que quede claro.
Los días pasan como si fueran estrellas fugaces y, en alguna ocasión, me acuerdo
de Cameron y de lo maravilloso que sería que estuviera aquí conmigo, viendo cada
atardecer y saboreando estos momentos. Aquí todo se ve de colores más intensos.
—Llevamos aquí siete días — comenta Ceci, tumbada a mi lado.
—Podría quedarme a vivir aquí. — Suspiro.
—Yo no. Me gusta el asfalto.
Suspiro de nuevo.
—Dilo ya. —Insta mi amiga ante mis profundas respiraciones.
—Lo echo de menos. Creí que venir aquí me ayudaría a olvidarlo, pero solo ha
servido para desear que estuviera disfrutando de esto con nosotros.
—Tienes que olvidarlo.
—Lo sé. Lo intento. Pero… No es fácil. — Me levanto de la tumbona y me voy
al agua, donde me hundo durante unos eternos segundos.
El amor no se olvida de la noche a la mañana, ni en siete días ¡ni en toda una vida
cuando es de verdad y bueno!
Cuando salgo de las profundidades del océano casi me he quedado sin respiración
y me siento mareada. Miro hacia la orilla y veo a Ceci hablar con alguien
desconocido. No es Derek ni Davy, esta persona es mucha más corpulenta y alta.
Me refriego los ojos y camino hasta mi amiga. No he salido aún del agua cuando
me doy cuenta de quién se trata.
Cameron viene hacia mí con su sonrisa ladeada. Un paso nos separa.
—¿Qué… Qué haces aquí? —No salgo de mi asombro.
—Pasaba por aquí cerca.
Solo lleva un bañador azul oscuro. Su pecho descubierto, completamente definido
y moreno, atrae mi mirada. Ojalá tuviera las gafas de sol puestas para que no se diera
cuenta de que me quedo embobada.
—¿Por el sur de África?
Encoge los hombros y sonríe.
Sigo muriendo con esa sonrisa ladeada.
—¿Para qué has venido? Y no me digas que tienes una reunión por aquí cerca
porque no cuela. Esto está demasiado lejos de… ¡cualquier sitio! Sobre todo del
Upper East Side. Bastante lej…
Me tapa la boca con una mano y me agarra. Qué bien huele. Huele a las luces de
la Gran Manzana en las noches de verano, a sus estrellas, a los copos de nieve que
caen sobre la ciudad en Navidad, a las hojas de los árboles volar sobre sus inmensas
calles en otoño…
—¿Por qué siempre hablas demasiado? He venido a buscar a la mujer de mi vida.
Me deja libre la boca.
—Soy una mentirosa —musito.
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—Noah ha hablado conmigo. Sé lo que pasó.
—Pero te mentí —insisto.
Me agarra de las mejillas y deja nuestros labios a pocos centímetros.
—No me mentiste. Solo no supiste manejar la situación. ¿Por qué no me dijiste lo
que pasaba?
—No quería que vuestra amistad se viera afectada. Noah y tú sois amigos.
—Jersey… —Me encanta escucharlo.
—Me gusta que me llames así. Me hace sentir en casa.
—A mí me haces sentir en casa tú.
Roza su nariz con mi nariz.
—Lo siento.
—Promete que de ahora en adelante me contarás todo.
—Todo.
Nos miramos y nos besamos mientras el sol se pone en el horizonte.
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Epílogo
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Cameron nos mira a todos con muy mala cara.
Ceci va hasta él y le explica por qué lo ha elegido así.
—Lo hago por Jason. Ya es hora de que comience a aprender idiomas y el chino
mandarín es el idioma del futuro.
Todos nos reímos, menos mi marido. Sí, mi marido, me convenció de que casarse
no era tan mala idea en una noche de invierno. Manhattan estaba nevada y lo escribió
sobre el asfalto de Times Square. No pude negarme. Desde entonces, mis padres lo
quieren más que antes, y ya lo adoraban, pero logró convencer a su hijita de que
contrajera matrimonio; así que lo tienen en un pedestal.
Jason hace un ruidito con la boca y llama la atención de todos.
—Papa… —balbucea.
A Cameron se le hincha el pecho de alegría y orgullo, su rostro lo dibuja una gran
sonrisa y me da las gracias.
—¿Por qué? —susurro sobre sus labios.
—Por darme la vida.
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Agradecimientos
GRACIAS.
RESISTIREMOS.
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ESTRELLA CORREA (Chucena, España, 1980). Graduada en Derecho y Técnico
Superior de Secretariado de Dirección Bilingüe. Actualmente reside en Punta
Umbría. Desde sus primeros pasos dedica gran tiempo a la lectura de obras clásicas y
de actualidad.
En 2016 autopublica su primer libro, Un gin-tonic, por favor. Y a partir de ahí
encuentra su verdadera vocación: escribir.
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Índice de contenido
Cubierta
Tú y yo en la Gran Manzana
Introducción
10
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13
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Epílogo
Agradecimientos
Sobre la autora
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