Cocteau El Libro Blanco
Cocteau El Libro Blanco
Cocteau El Libro Blanco
Jean Cocteau
El libro blanco
ePub r1.1
triangulín 03.07.14
Prólogo
La traducción de la presente obra fue posible gracias a una beca
otorgada por el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Tout chef-d’ouvre est fait d’aveux cachés […]
Este libro se publica con apoyo del Fondo Nacional para la Cul- Jean Cocteau, Le Mystère Laïc…
tura y las Artes a través del Programa de Apoyo a Proyectos y
Coinversiones Culturales. La vocación de Jean Cocteau por las creaciones que surgen de
Agradecemos el interés de la Oficina del Libro de la Embajada de la imitación es muy conocida: «Soy una mentira que siempre dice
Francia para la publicación de esta obra.
la verdad», nos dice al final de uno de sus poemas[1]. Tal vez
debido a este reconocimiento explícito de su gusto por seguir los
pasos creativos de sus amigos, la historia literaria a veces ha sido
injusta con él, al insistir en que sus imitaciones fueron prueba de
una profunda limitación para crear por cuenta propia, sobre todo
porque su obra empezó a despuntar en una época en que el artista
no debía tener padres espirituales. Al respecto, es posible que el
origen de esta tendencia imitativa fuese el rico entorno creativo
en el que se desenvolvió Cocteau desde muy joven: ya para 1908
lo rodeaban artistas y sensibilidades de los que se nutría en forma
natural. No obstante, la fuerza creativa de Cocteau no parece
merecer ninguna duda. El forjó un mundo narrativo que, si bien
estaba en deuda con otras escrituras —¿qué autor ha podido no
estarlo?—, no estaba exento de originalidad. Sus pastiches suces-
ivos de Edmond Rostand, Anna de Noailles y André Gide, entre
otros, son la mejor evidencia de que la copia sumisa y la imitación
creativa e inteligente no son en modo alguno lo mismo. Con la
madurez, el poeta llegó a conformar una de las obras más
7/99 8/99
personales y sólidas de la cultura francesa de la primera mitad de su «maestro adolescente[2]», Cocteau se instala en el Grand Hotel
este siglo, siguiendo la batuta inspiradora de otros imitadores de de la playa de Lavandou, en el Mediterráneo, y después, a princi-
diferentes disciplinas y que a su vez fueron geniales, como Picasso pios de agosto ambos se dirigen a la villa Croix Fleurie, en Pram-
y Stravinski. Así, su legado, en el que pueden incluirse práctica- ousquier, en busca de mayor tranquilidad para escribir. Es dur-
mente todos los campos de la expresión artística contemporánea, ante estas «vacaciones» cuando surgen Le Grand Ecart y Thomas
es absoluto y universal. El hecho de que su punto de partida haya l’imposleur.
sido en gran medida la imitación, no le resta mérito alguno, como Este súbito interés del poeta por las formas de la novela puede
veremos más adelante. explicarse por una irrefrenable motivación creativa: en esos mo-
Jean Cocteau se dividía siempre entre dos grandes espacios, mentos Radiguet —con quien Cocteau ya se siente absolutamente
que nutrían y determinaban el desarrollo de sus escritos: en invi- involucrado— está volviendo a escribir la parte final de Le Diable
erno vivía el intenso ajetreo urbano y creativo de París; en verano au corps [El diablo en el cuerpo, llamada primero Coeur vert] y
se consagraba a escribir cerca del mar. La ciudad le permitía acu- está iniciando Le Bal du comte d’Orgel [El baile del conde de
mular los elementos necesarios para poder construir, la playa y su Orgel], y Cocteau, que ve en Radiguet una de sus fuentes de in-
tranquilidad le daban el entorno ideal para hacerlo. Y el adjetivo spiración, no puede dejar pasar la oportunidad de imitar a su
no tiene aquí valor de hipérbole: al regresar de Pramousquier a maestro y de medirse con él en un terreno que le resultaba nuevo.
París el 9 de noviembre de 1922, después de trabajar tres meses La tentación, para alguien tan inquieto como Cocteau, era mucha.
en compañía de Raymond Radiguet, Cocteau trae en su equipaje Raymond Radiguet habia optado, para conseguir una buena
la mayoría de los Dcssins del álbum que publicará Stock dos años técnica narrativa, por la lectura de una enorme cantidad de nov-
después, una adaptación de la Antígona de Sófocles y otra de la elas, tanto buenas como malas. Sus preferencias, sin embargo,
obra anamita L’Epouse injustement soupçonnée, los dos largos eran marcadamente clásicas, y esto terminó por influir en las lec-
poemas La Rose de François y Plain-Chant, y también, no faltaba turas de Cocteau. De hecho, fue Radiguet quien lo hizo volver a
más, sus dos primeras novelas: Le Grand Ecart y Thomas leer —y en muchos casos leer por primera vez— las obras maes-
l’imposteur [Thomas el impostor]. Tal despliegue de intensidad tras de la novela francesa de análisis. El verano de 1922 estuvo
creadora no deja de resultar admirable, y uno se pregunta cuál fue marcado por un regreso del poeta a las formas más estrictas del
el carburante que hizo posibles tantas obras en tan poco tiempo. clasicismo, consideradas de «derecha», regreso que se oponía a
Antes de 1922, Cocteau no se había interesado en la novela. ciertos intentos anteriores de búsqueda de nuevas propuestas
Como autor, su interés giraba en torno a la poesía, los argumentos narrativas, de «izquierda». Este regreso a una expresividad regida
para el ballet (que escribió para sus amigos Diaghilev y Léonide sobre todo por el antivanguardismo de Radiguet se manifiesta en
Massine), el ensayo, la crítica y el dibujo. Ahora bien, el verano de un pastiche titulado La Rose de François, inspirado en los poetas
1922 es significativo porque marca con toda claridad el surgimi- de la Pléiade y dedicado al editor François Bernouard (con quien
ento del novelista. En mayo, acompañado de Raymond Radiguet,
9/99 10/99
Cocteau dirigió la revista Schéhérazade). El estilo depurado y rig- artista no es sino la reaparición de Radiguet con otro cuerpo pero
uroso de La Rose de Frangois, en el que el hipérbaton y las palab- con la misma alma—, Cocteau vuelve a iniciar una novela, mo-
ras poéticas se repiten sin cesar, va a determinar muy claramente tivado por esta nueva presencia «angélica» y por un proceso cre-
el de Plain-Chant, sometido por entero al metro clásico y a la ativo ajeno. En efecto, en un escenario similar al del verano de
rima. 1922, Jean Desbordes escribe J’adore, un volumen de confiden-
Así, imbuidas también de este ímpetu clasicista, surgen aquel cias sensuales muy marcadas por la religiosidad, en el que el amor
verano dos pares de novelas «gemelas»: Le Diable au corps y Le supera a la ley, y Cocteau se da a la tarea de buscar, en su propio
Bal du comte d’Orgel, de Radiguet, y Le Grand Ecart y Thomas pasado, los recuerdos que habrán de conformar su Libro blanco.
l’imposteur, de Cocteau, que fueron resultado directo de sus dos El resultado es un relato erótico de tono confesional, intimista,
modelos. Existe entre ellas un muy impresionante juego de si- que toma de la vida real del escritor muchos elementos comprob-
metrías: Le Diable au corps es el relato de una importante rela- ables, aunque no pueda llegar a considerarse cabalmente autobio-
ción heterosexual que marcó a Radiguet. Por su parte, Cocteau gráfico. Con el tiempo, y después de navegar sin el apoyo de su
buscó y encontró en sus propias experiencias una relación que autor, con la única fuerza de su calidad —Cocteau no reconoció su
pudiera proporcionarle los elementos para Le Grand Ecart, mis- autoría sino muchos años y algunas ediciones después—, El libro
mos que encontró en una relación que tuvo con una actriz durante blanco nos permite conocer aspectos de la vida del poeta que no
su adolescencia[3]. Todos estos antecedentes vienen a ser de mencionó después en ninguna parte. En este sentido es un libro
enorme importancia para comprender El libro blanco, pues indispensable, que nos abre el acceso a los orígenes mismos de
Cocteau, ya dueño de la práctica de la novela como medio de ex- Jean Cocteau, como hombre y como artista. Aunque su importan-
presión, echó mano del mismo proceso imitativo para escribirlo. cia literaria pueda considerarse menor, su relevancia biográfica
Después de la muerte de Radiguet —el 12 de diciembre de salta a la vista: la mención, por ejemplo, de que su padre posible-
1923—, tan violentamente dolorosa como prematura (Cocteau es- mente fue homosexual y que su suicidio pudo deberse en gran
taba convencido de que debido a su juventud y a su inexplicable medida a la imposibilidad de aceptar su condición, nos permite
destreza creativa y literaria, Radiguet sólo estaba «prestado» en comprender mejor que, para Cocteau, el suicidio no fue nunca
esta vida), el poeta siente que no puede seguir creando. El vacío una salida de juventud a su propia homosexualidad, aunque en al-
que se produce en su vida es tal que durante un año entero no en- gunos pasajes finales del Libro blanco deja vislumbrar que tal
cuentra la manera de recuperarse y, agotado al limite, se procura posibilidad llegó a pasarle por la mente.
los remedios a su alcance: viajes a la playa, teatro, opio, y hasta Al parecer, Cocteau no tuvo con Desbordes la misma fortuna
cierto estilo de vida religiosa, que tomó prestada de su amigo que con Radiguet, en lo que se refiere a sus respectivas cualidades
Jacques Maritain. Sin embargo, cuando en 1925 encuentra al y destrezas literarias. De hecho, la historia otorga dimensiones de
«sustituto», al joven escritor Jean Desbordes —quien para el genialidad a Radiguet, en tanto que a Desbordes se lo reconoce
como un personaje importante pero menor: para muchos, J’adore
11/99 12/99
no está a la altura de Le Diable au corps. Esta consideración semillas temáticas que habrían de florecer posteriormente. Ahí
podría sin duda resultar incierta —sobre todo porque la posterid- están, entre otros, el hombre-caballo, como recuerdo fulgurante
ad suele cambiar de parecer—, pero hay otro aspecto que es por lo con su enorme carga de homosexualización del niño-espectador;
menos significativo. Desde el punto de vista estructural, la obra los gitanos robachicos que asombraron a Cocteau con sus cuerpos
que Cocteau le debe a Desbordes no está al mismo nivel que las bronceados y desnudos en los árboles; por primera vez surge
inspiradas por Radiguet. De los tres libros que nos ocupan —Le Dargelos, el compañero del liceo Condorcet, con su incómoda y
Grand Ecart, Thomas l’imposteur y El libro blanco— sólo el úl- fascinante apariencia[4]; el marinero Mala Suerte, tan determin-
timo da la impresión de haberse concebido con excesiva rapidez, ante en la vida del protagonista y que en la vida real de Cocteau
como si no hubiera tenido la maduración necesaria para lograr fue un encuentro mucho más tardío de lo que se menciona en el
una mayor sutileza en el análisis del conjunto. Esto sin duda es libro.
una desventaja, pues los tres se escribieron en lapsos igualmente Así pues, la presente traducción surge como proyecto debido
breves. El libro blanco parece por momentos demasiado es- al interés biográfico que presenta el libro dentro de la obra gener-
quemático, sin transiciones ni desvanecidos, lo que lo hace resul- al de Jean Cocteau. Era un acto de justicia restituir al libro, tradu-
tar en cierto modo excesivamente convencional y, con su secuen- ciéndolo, el lugar que durante tanto tiempo se le ha negado. En
cia de muertes súbitas, harto melodramático. Sin embargo, es general, la extensa obra de Cocteau es en México tan célebre como
probable que ésa precisamente haya sido la intención de Cocteau. desconocida. Imaginemos cuánto no lo será este pequeño relato
No debe, pasarse por alto que El libro blanco difiere de sus dos anónimo. Así que la intención primera fue dar a conocer aquí un
antecesores en un detalle capital: Cocteau no asumió su autoría libro prácticamente ignorado por los seguidores del poeta. Y en
sino mucho tiempo después, debido tal vez al escándalo que un cuanto a los aspectos propiamente técnicos de la traducción, hay
relato de temática homosexual podía suscitar en 1928. La publica- algunas consideraciones que resulta importante mencionar.
ción anónima fue una de las puertas de salida al previsible re- Las más de las veces, el lector de una traducción se encuentra
chazo, y la otra, el tono solemne, casi de arrepentimiento cristi- inerme ante el texto, pues por lo general, desconoce el original o
ano, que le otorga al relato la disculpa anticipada del público, al está impedido para tener acceso a él. Así que explicaré breve-
establecer entre la homosexualidad del narrador y su aceptación mente el relato traducido que está a punto de leer. Salvo algunas
explícita y gozosa el beneficio de la duda. adaptaciones mínimas, que fueron imposiciones técnicas debidas
El libro blanco presenta, pues, características literarias peculi- al distanciamiento lingüístico-cultural entre Francia y México, fue
ares. Sin desear repetir lo ya mencionado, es menester insistir en posible que el texto conservara en español el mismo tono
que este pequeño libro confesional nos da muchas luces sobre la dieciochesco, las mismas peculiaridades arcaizantes del original
niñez y la adolescencia del poeta que, cosa extraña, no habian sido que, por ser parte fundamental de este texto moderno, se
encendidas por casi ninguno de sus exégetas. En él se mezclan y presentan como su voluntad estilística primordial. La traducción
articulan por primera vez aspectos fundadores de su obra, como
13/99
Thomas l’imposteur, escribe El libro blanco. Radiguet escribía En las cartas que de Chablis le escribe Cocteau a su madre, si
una novela, Le Diable au corps, basada en una relación hetero- bien habla de sus trabajos en curso —Le Mystère laïc, estudio
sexual autobiográfica; casi de inmediato, Cocteau hurgó en su sobre el pintor italiano Giorgio de Chirico, la pieza La Voix hu-
propia memoria, de donde exhumó lo que más podía acercarse al main, etcétera—, nada menciona del escandaloso Libro blanco. Es
recuerdo de Radiguet y que originó Le Diable au corps: el re- por un juego de pruebas de este último, que llevan la anotación
cuerdo de su propia relación heterosexual con la actriz y se- Chablis, diciembre de 1927, suprimida en la impresión, como se
mimundana Madeleine Carlier, y a partir del cual escribió una conocen la fecha y el lugar de composición de la obra.
novela, Le Grand Ecart Radiguet habia «copiado». La Princesse El libro blanco se presenta como la narración cronológica,
de Cleves, lo que había producido Le Bal du comte d’Orgel de in- hecha por un narrador anónimo, de su vida en función de su
mediato, Cocteau «copió» La Chartreuse de Parme, lo que homosexualidad.
produjo Thomas l’imposteur. Desbordes compone un volumen de La obra arranca con dos recuerdos de infancia que tuvieron
confidencias sensuales, impregnadas de religiosidad. J’adore una considerable importancia en la obra posterior del poeta: am-
Cocteau redacta una especie de autobiografía erótica, entre- bos recuerdos son el origen de un tema que aparecerá y volverá a
mezclada de arrepentimientos cristianos: El libro blanco. aparecer en la obra, con diversos aspectos, durante casi toda la
En una carta inédita a su madre, del 4 de enero de 1928, desde vida creativa de Cocteau.
Chablis, el poeta escribe: «Estoy releyendo Les Confessions y Este es el primero de dichos recuerdos: el narrador niño sor-
puedo ponerle un nombre moderno a cada persona». Es probable prende a un joven granjero que, completamente desnudo, monta
que Jean Cocteau haya tomado, además de los textos de Jean Des- a caballo; el impacto homosexual sobre el niño es tan violento que
bordes, Les Confessions de Rousseau como modelo de El libro lo hace desmayarse. El joven centauro, alegoría misma de la ho-
blanco, y que ello explique el tono curiosamente dieciochesco de mosexualidad (la bien conocida historia del caso del pequeño
esta narración moderna. Hans, en Freud, nos mostró que el caballo simbolizaba la mas-
Un recuerdo más de Chablis. En otra carta inédita a su madre culinidad paterna), es lo que origina, en la obra de Cocteau, un
—Chablis, 2 de enero de 1928— el poeta escribe: «Pasé todo el tema de gran importancia y que sufrirá curiosos avatares: el tema
primero del año contigo —encerrado en mi cuarto después de es- del caballo o del hombre-caballo, cuyo desarrollo convendría
tar en una iglesia fría y vacía. Me encontraba solo en los asientos y estudiar con detenimiento. (Para un examen más profundo de es-
pensaba: estamos hechos a la imagen y semejanza de Dios —su ta cuestión, entre algunas otras, me permito remitir al lector a mi
falta de éxito es la de todo lo que es bello y puro. Lo cual no le estudio intitulado «Le Livre blanc», document secret et chiffré; en
impide ser ilustre y ser temido». Reflexión que se vuelve, en El el Cahier Jean Cocteau, número 8, Gallimard, 1979).
libro blanco: «La iglesia estaba desierta (…). Admiraba la falta de El segundo recuerdo de infancia relatado en las primeras pági-
éxito de Dios; es la falta de éxito de las obras maestras. Lo cual no nas de El libro blanco, según se nos dice, sucedió el año siguiente,
impide que sean ilustres y que se les tema». en el mismo lugar que el primero. El narrador-niño se pasea con
17/99 18/99
su sirvienta (probablemente la «alemana» del pequeño Jean, según el cual [Georges Cocteau] era en secreto homosexual[7]». Y
Fraülein Joséphine Ebel). De pronto, la sirvienta pega un grito y el narrador de El libro blanco escribe de su padre: «En su época la
se lleva al niño, ordenándole que no mire hacia atrás. El niño gente se mataba por menos» (que por el hecho de ser homosexu-
desobedece y ve a dos jóvenes gitanos desnudos que se trepan a al). El enigma subsiste.
los árboles, a una gitana meciendo a un recién nacido, un carro- Después de este retrato paterno, El libro blanco pasa a los re-
mato, «una hoguera que humea, un caballo blanco que está cuerdos del liceo Condorcet, cuyo nombre no se modifica. (Es en
comiendo hierba». Como el primer recuerdo, y de manera todavía este liceo en donde Jean hizo una gran parte de sus estudios). Así,
más evidente, éste dará nacimiento, en la vida y la obra de El libro blanco, «recopilación de documentos» sobre la homo-
Cocteau, a toda una corriente temática a la que podría darse el sexualidad de su narrador, es lo que hará aflorar por primera vez
título de uno de los poemas de la recopilación Opera de nuestro en la obra (si se exceptúan algunos apuntes iniciales, que per-
poeta: Los ladrones de niños. manecieron inéditos, del Potomak) uno de sus temas más cono-
Después de haber evocado estos determinantes recuerdos de cidos: el del liceo Condorcet, que gravita alrededor de un persona-
infancia, el narrador de El libro blanco nos expone su situación je que se volvió mítico a partir de una base real, Dargelos, tema
familiar. Aquí, tal vez para enredar las pistas por deferencia a su que encontrará su explotación más célebre, un año después de El
madre (los biógrafos Kihm, Sprigge y Béhar nos revelan que si libro blanco, en Les Enfants terribles.
Cocteau publica sin el nombre del autor El libro blanco es, según El narrador de El libro blanco ve que sus compañeros pasan
dice, para «evitarle sufrimientos a su madre[6]»). El poeta invierte «normalmente» a la heterosexualidad, mientras que él mismo, en
por completo sus verdaderos datos biográficos: es su madre quien el fondo, sigue siendo homosexual. Obliga a su naturaleza a imit-
muere en lugar de su padre, y con quien vive es con su padre en arlos. En efecto, la imitación de sus compañeros conduce a Jean,
vez de con su madre. en aquella época, a algunas relaciones con mujeres, de las que se
El retrato que hace el narrador de El libro blanco de su padre han conservado algunos rastros en su biografía. La más import-
toma prestados algunos rasgos del verdadero padre de Jean: el ante, con Madeleine Carlier, proporcionará el tema de su novela
padre de El libro blanco es «triste», y el de Jean acabará suicidán- Le Grand Ecart (1923). Resulta conveniente comparar esta última
dose. Pero lo misterioso es que el narrador de El libro blanco ve novela con las páginas de El libro blanco que tratan sobre los
en una inconsciente homosexualidad la causa de la tristeza pa- amores del narrador con Jeanne (Germaine en Le Grand Ecart,
terna. Por la parte de Jean Cocteau, ¿no se trata más que de algo Madeleine en la vida real). Más tarde, la pieza Les Enfants ter-
imaginario o se trata de un dato biográfico real, de un secreto de ribles (1938), en lo que respecta a la relación del joven Michel y de
familia o por lo menos de un rumor que atribuye a un caso de Madeleine, así como a la desaprobación familiar respecto de dicha
faltas a la moral el enigmático suicidio de Georges Cocteau? Otro relación, tomará prestada una vez más para la aventura a
biógrafo del poeta, Francis Stcegmuller, evoca en efecto «el rumor Madeleine Carlier (y hasta su verdadero nombre).
19/99 20/99
En cuanto a los amores del narrador de El libro blanco con la En otro «lugar de mala muerte», el narrador de El libro
prostituta Rose, y luego con su padrote Alfred o Alfredo, parece blanco asiste, escondido tras el espejo sin azogue de unos baños, a
que fueron, también, autobiográficos: en un texto de unas cuantas las duchas eróticas de «la juventud obrera», lo que da lugar a una
páginas, intitulado Trottoir —publicado en 1927, el año mismo en breve y extraordinaria escena, la mejor del libro, sobre las rela-
que se escribirá El libro blanco, en un volumen colectivo de las ciones del narcisismo y la homosexualidad —escena que en-
ediciones Émile-Paul, Tableaux de París—, Jean Cocteau, hab- riquece además, de manera inesperada y llena de consideraciones
lando esta vez en su propio nombre, nos cuenta su relación, en interesantes, el tema de los espejos habitados, «practicables»
1912-1913, con una «putita», encontrada en «plena calle entre la como se dice en teatro, tema que, de la pieza Orphée a la película
Madeleine y la Ópera»; numerosos detalles nos permiten recono- Orphée, recorre la obra de Cocteau.
cer a la Rose de El libro blanco, su «hotel M.» de la plaza Pigalle A las tentaciones homosexuales viene a oponerse la tentación
(cuyo nombre completo de «Marquise’s Hotel» se nos revela religiosa. Aquí, volvemos a encontrar la etapa de la vida de
aquí), y a su «mayate». Cocteau, reciente también en la época de El libro blanco, que en
Después de estas inútiles tentativas de normalización, el nar- términos generales va de la muerte de Raymond Radiguet (1923)
rador de El libro blanco pasa definitivamente a la homosexualid- al encuentro con Jean Desbordes (1925). ¡Oh sorpresa, oh mezcla
ad. Primero, el teatro de estos amores homosexuales es Toulon, de géneros! El libro blanco debe entonces unirse con la Lettre à
en donde, en un «lugar de mala muerte», el joven encuentra a un Jacques Maritain para informarnos sobre la «conversión» del po-
marinero apodado Mala Suerte. Ahora bien, este marinero con- eta, y sobre su relativo fracaso.
stituye, en la biografía real del poeta, un encuentro mucho mas Después de esta tentativa religiosa, el narrador de El libro
tardío (verano de 1927, por lo tanto muy reciente en la época en blanco conoce a un muchacho, H., quien será el más grande amor
que Jean Cocteau escribía El libro blanco). Mala Suerte, cuyo ver- de su vida. El personaje de H. combina rasgos de Raymond
dadero nombre era Marcel Serváis, va a inspirar en parte el per- Radiguet con rasgos de Jean Desbordes (ya hemos visto que Jean
sonaje de Máxime, el gemelo delincuente de la pieza La Machine Cocteau los asimilaba). H. es escritor como Desbordes y Radiguet.
à écrire (1939-1941), y el guión de una película que no se rodó, Posee, del Jean Desbordes de J’adore (su primer libro, que apare-
cuyo título es precisamente Mala Suerte. Mala Suerte es un abso- cerá en 1928), la fe muy libre que contribuye a hacer vacilar la fe
luto del marinero como Dargelos era un absoluto del compañero tradicional del narrador-Jean Cocteau, quien puso en la boca de
de clase. A partir de 1922 y hasta el año anterior a su muerte, es H. las ideas, y a veces las palabras, de J’adore: «A la obediencia
decir durante cuarenta años, el poeta debía permanecer a menudo pasiva, opongo la obediencia activa. Dios ama el amor»… Como
en la costa mediterránea, particularmente en Villefranche y Desbordes y Radiguet, H. tiene inclinaciones heterosexuales que
Toulon, en donde, gracias a las armadas de guerra francesa y provocan los celos del narrador-Jean Cocteau. Sin dejar de
norteamericana, el tema del marinero iba a encontrar con qué mezclar a Desbordes y Radiguet para armar el personaje de H., El
enriquecerse. libro blanco prosigue con una mención a la escapada a Córcega de
21/99 22/99
reacciones posibles del público frente a una obra que la sexualid- medio de las pullas que por costumbre le tiene reservadas a
ad recorre, transmutada, irreconocible aunque singularmente Cocteau, Gide condesciende a reconocer: «Hay encanto en la
eficaz, como la invisible energía de un cable de alta tensión —«la forma en que están narradas ciertas obscenidades».
fuerza que erige el portaplumas», decía también Cocteau. El diez de mayo de 1930, reedición de El libro blanco con un
frontispicio, una página manuscrita y diecisiete dibujos en color
de Jean Cocteau (dibujos por completo coloreados a mano por
«Tal vez publique mi próximo libro sin nombre de autor, sin M. B. Armingion, artista-pintor) en París, en las Editions du
nombre de editor, en unos cuantos ejemplares, para ver si, enter- Signe. Esta vez, el tiro es de 450 ejemplares. Dibujos de tipo sur-
rada viva, una obra tiene la fuerza de salir sola de la tumba…». realista, oníricos, que de hecho, más que ilustrarlo, establecen un
Esto es lo que puede leerse en Une entrevue sur la critique avec contrapunto con el texto.
Maurice Rouzaud, extensa entrevista de Cocteau que no se publi- En 1949, muy probablemente, reedición sin nombre de autor,
cará sino hasta 1929, pero que por el contexto parece datar del ni fecha. La cubierta tiene el dibujo de un rostro visto de frente
año anterior. Así, el poeta no puede dejar de anunciar la aparición realizado por Cocteau; la portada, el monograma (también dibu-
de su Libro blanco. jado por el poeta) y el nombre de Paul Morihien, el joven editor de
En efecto, El libro blanco se publica por primera vez el 25 de Cocteau en esa época. El texto está ilustrado con cuatro dibujos
julio de 1928, «sin nombre de autor, sin nombre de editor, en un- grabados en madera e impresos en tinta azul, del poeta también,
os cuantos ejemplares». (El editor es en realidad Les Quatre pero sin que su firma, con la que era pródigo, apareciese por nin-
Chemins, que acaban de publicar Le Mystère laïc, de Jean guna parte. Edición «limitada a 500 ejemplares numerados», y
Cocteau, el 30 de mayo del mismo año). La cubierta y la portada «estrictamente reservada a los suscriptores». En julio de 1957,
llevan un monograma, dibujado por Cocteau y formado con las le- traducción inglesa, con el título A White Paper (en la cubierta) y
tras que componen un nombre: Maurice Sachs, quien trabaja The White Paper (en la portada), en París, editada por The
entonces en Les Quatre Chemins (véase Maurice Sachs, Le Sab- Olympia Press. «Prefacio e ilustraciones de Jean Cocteau, de la
bat, èditions Correa, 1950, página 292). En la página legal se lee: Academia Francesa». En el prefacio, el recién admitido en la Aca-
«Copyright by Maurice Sachs et Jacques Bonjean, Paris». Una demia (su ingreso fue en 1955) hace la pregunta de saber si el
nota escrita a máquina recomienda repartir entre los tipógrafos autor de El libro blanco es él o no, pero deja en suspenso la
las sumas que una obra semejante sea capaz de proporcionarle a respuesta. De los nueve dibujos, reproducidos en tinta gris, seis
su autor. La edición no es más que de treinta y un ejemplares. de ellos (páginas 17, 47, 59, 69, 77 y 85) son reelaboraciones un
En su Journal de fecha 11 de octubre de 1929, André Gide an- tanto edulcoradas —debido a la censura— de las ilustraciones
ota: «Leí El libro blanco de Cocteau que me prestó Roland Sauci- libres hechas para la novela Querelle de Brest, de Jean Genet,
er [librero], en espera del ejemplar prometido por Cocteau». Se ve publicada diez años antes en las ediciones Paul Morihien.
que desde entonces Gide no respeta el anonimato del autor. En
25/99
Es posible que yo deba mi presencia en este mundo a se- cortos, pero a causa de sus piernas de hombre, Dargelos era el
mejante ceguera. Lo deploro, pues a cada quien le habría ido me- único que tenía las piernas desnudas. Su camisa abierta liberaba
jor si mi padre hubiese conocido las alegrías que me hubiesen un cuello ancho. Un poderoso rizo se le torcía en la frente. Su cara
evitado algunas desdichas. de labios un poco gruesos, de ojos un poco rasgados, de nariz un
Entré al liceo Condorcet en tercero de secundaria. Ahí, los sen- poco chata, presentaba las menores características del tipo que
tidos se despertaban sin control y crecían como mala hierba. No debía llegar a serme nefasto. Astucia de la fatalidad que se dis-
había otra cosa que bolsillos agujereados y pañuelos sucios. Lo fraza, que nos produce la ilusión de ser libres y que, al fin de
que más envalentonaba a los alumnos era la clase de dibujo, ocul- cuentas, siempre nos hace caer en la misma trampa.
tos por las murallas de cartón. A veces, en la clase general, algún
profesor irónico interrogaba de pronto a un alumno al borde del
espasmo. El alumno se levantaba, con las mejillas encendidas, y,
farfullando cualquier cosa, trataba de transformar un diccionario
en hoja de parra. Nuestras risas aumentaban su perturbación.
La clase olía a gas, a gis, a esperma. Esa mezcla me daba asco.
Debo decir que lo que era un vicio a los ojos de todos los alumnos,
y que al no serlo para mí o, para ser más exacto, al parodiar sin
gusto una forma de amor que mi instinto respetaba, yo era el
único que parecía reprobar aquellas cosas. El resultado de esto
eran eternos sarcasmos y atentados en contra de lo que mis com-
pañeros tomaban por pudor.
Pero Condorcet era un liceo de externos. Estas prácticas no
llegaban a ser amoríos; no iban mucho más allá de los límites de
un juego clandestino.
Uno de los alumnos, llamado Dargelos, gozaba de gran presti-
gio debido a una virilidad muy por encima de su edad. Se exhibía
con cinismo y comerciaba con un espectáculo que daba incluso a
los alumnos de otras clases a cambio de estampillas raras o
tabaco. Los lugares que rodeaban su pupitre eran lugares privile-
giados. Vuelvo a ver su piel morena. Por sus pantalones muy cor-
tos y por sus calcetines que caían hasta los tobillos, se adivinaba el
orgullo que sentía por sus piernas. Todos llevábamos pantalones
33/99 34/99
tenía angina de pecho. Una tarde, en clase de geografía, nos en- Dejábamos las raquetas en el camino, en casa del portero de un
teramos de su muerte. Las lágrimas me obligaron a salir del salón. condiscípulo cuya familia vivía en Marsella, y nos apresurábamos
La juventud no es tierna. Para muchos alumnos, aquella noticia, hacia las casas de citas de la calle de Provence. Frente a la puerta
que el director nos dio de pie, no fue sino la autorización tácita de de cuero, la timidez de nuestra edad recuperaba sus derechos.
no hacer nada. Y al día siguiente, las costumbres se sobrepusieron Íbamos y veníamos, dudando ante aquella puerta como bañistas
al duelo. ante el agua fría. Echábamos un volado para ver quién entraría
A pesar de todo, el erotismo acababa de recibir el tiro de gra- primero. Yo me moría de miedo de que la suerte me designara a
cia. Muchísimos pequeños placeres se perturbaron por el fant- mí. Finalmente la víctima caminaba a lo largo de los muros, se
asma del hermoso animal ante cuyas delicias la muerte misma no hundía en ellos y nos arrastraba tras de sí.
había permanecido insensible. Nada intimida más que los niños y las muchachas. Demasia-
das cosas nos separan de ellos y de ellas. No se sabe cómo romper
el silencio y ponerse a su altura. En la calle de Provence, el único
En primero de preparatoria, después de las vacaciones, un terreno de entendimiento eran la cama, en donde yo me tendía
cambio radical se había producido en mis compañeros. cercano a la muchacha, y el acto que ambos realizábamos sin que
Les cambiaba la voz; fumaban. Se rasuraban una sombra de de él obtuviésemos el menor placer.
barba, efectuaban salidas con la cabeza descubierta, llevaban pan- Envalentonados por aquellas visitas, empezamos a abordar a
talones ingleses o pantalones largos. El onanismo cedía su lugar a las mujeres de la farándula, y así llegamos a conocer a una per-
la fanfarronería. Circulaban tarjetas postales. Toda aquella juven- sonita que se hacía llamar Alice de Pibrac. Vivía en la calle La
tud se volvía hacia la mujer como las plantas hacia el sol. Fue Bruyére, en un modesto departamento que olía a café. Si mal no
entonces cuando, para seguir a los demás, comencé a falsear mi recuerdo, Alice de Pibrac nos recibía, pero sólo nos permitía ad-
naturaleza. mirarla en su sórdida bata y con sus pobres cabellos sobre la es-
Al precipitarse hacia su verdad, me arrastraban hacia la palda. Semejante régimen exasperaba a mis compañeros y a mí
mentira. Mi repulsión se la achacaba a mi ignorancia. Admiraba me gustaba mucho. A la larga, se cansaron de esperar y siguieron
yo su desenvoltura. Me esforzaba en seguir su ejemplo y en com- una nueva pista. Se trataba de reunir el dinero que llevábamos, de
partir sus entusiasmos. Continuamente tenía que vencer mis ver- alquilar un palco en El Dorado durante la matinée de los domin-
güenzas. Esa disciplina terminó por hacerme bastante fácil el tra- gos, de arrojar ramos de violetas a las cantantes y de ir a esperar-
bajo. Cuando mucho, me repetía que el desentreno no era diver- las a la puerta trasera, en medio de un frío mortal.
tido para nadie, pero que la buena voluntad de los demás era Si cuento estas aventuras insignificantes, es para mostrar la
mayor que la mía. fatiga y el vacío que nos dejaba nuestra salida de los domingos, y
El domingo, si hacía buen tiempo, nos íbamos en grupo con la sorpresa de oír a mis compañeros machacar los detalles toda la
todo y raquetas, con el pretexto de rugar al tenis en Autcuil. semana.
39/99 40/99
negra le ceñía el cuello y llevaba uno de aquellos pantalones «Tengo mala suerte —repetía meneando esa cabeza calva de busto
acampanados que en otros tiempos permitían a los marineros antiguo— y esto nunca cambiará».
abotonarlos sobre los muslos y que prohíben los actuales regla- Le pasé por el cuello mi cadena fetiche. «No te la doy —le
mentos con el pretexto de que son el símbolo del padrote. dije—, eso no nos protegería a ninguno de los dos, pero quédatela
En otra parte, jamás hubiese osado ponerme en el ángulo de por esta noche». Luego, con mi estilógrafo, taché el tatuaje ne-
aquella mirada altiva. Pero Toulon es Toulon; el baile evita el fasto. Tracé abajo una estrella y un corazón. Sonreía. Comprendía,
malestar de los preámbulos, arroja a los desconocidos unos en más con la piel que con lo demás, que se encontraba a salvo, que
brazos de otros y preludia el amor. nuestro encuentro no se parecía a aquellos a los que estaba acos-
Con una música llena de rizos y sortijas, bailamos un vals. Los tumbrado: encuentros rápidos en los que el egoísmo se satisface.
cuerpos arqueados hacia atrás se funden por el sexo, los perfiles ¡Mala suerte! ¿Acaso era posible? ¿Con esa boca, esos dientes,
graves bajan los ojos, girando menos rápido que los pies que tejen esos ojos, ese vientre, esos hombros, esos músculos de hierro, esa
y que a veces se plantan como cascos de caballo. Las manos libres piernas? Mala suerte con esa fabulosa plantita marina, muerta,
adoptan la pose graciosa que afecta el pueblo para tomarse un llena de pliegues, encallada en la espuma, que se desarruga, se de-
vaso de vino y para mearlo. Un vértigo de primavera exalta los sarrolla, se yergue y arroja a los lejos su savia en cuanto encuentra
cuerpos. En ellos crecen ramas, se aplastan durezas, se mezclan el elemento de amor. No podía creerlo; y para resolver el prob-
sudores, y allá va una pareja rumbo a las habitaciones con relojes lema me dejé caer al abismo de un falso sueño.
bajo capelos de cristal y con edredones. Mala suerte permanecía inmóvil a mi lado. Poco a poco, sentí
que se entregaba a una maniobra delicada con el fin de liberar su
brazo, en el que se apoyaba mi codo. Ni por un instante se me
Desprovisto de los accesorios que intimidan a un civil y del ocurrió que estuviera preparando una mala jugada. Hubiese sido
tipo que afectan los marineros para darse valor, Revoltosa se no conocer bien el ceremonial de la flota. «Regularidad, correc-
volvió un animal tímido. Le habían roto la nariz en una riña con ción» hacen refulgir el vocabulario de los marineros.
una garrafa. Una nariz recta podía hacerlo insípido. Aquella gar- Lo observaba por la rendija de mis párpados. Primero, varias
rafa había dado el último toque a la obra maestra. veces, sopesó la cadena, la besó, la frotó contra el tatuaje.
En su torso desnudo, ese muchacho, que me representaba la Después, con la lentitud terrible de un jugador que hace trampa,
suerte, llevaba tatuado Mala suerte, en mayúsculas azules. Me probó mi sueño, tosió, me tocó, escuchó mi respiración, acercó su
contó su historia. Era breve. Ese tatuaje lastimoso la resumía. cara a mi mano derecha, que estaba muy abierta cerca de la mía, y
Acababa de salir de la prisión marítima. Después del motín del con suavidad apoyó en ella su mejilla.
Ernest-Renan lo habían confundido con un colega; es por eso que Testigo indiscreto de aquella tentativa de un niño desdichado
tenía la cabeza rapada, lo que él deploraba y le iba de maravilla. que sentía aproximarse a él una boya en pleno mar, tuve que
53/99 54/99
Esta advertencia sacudió mi abulia y me obligó a romper con Una vez, un Narciso que se gustaba acercó la boca al espejo, la
costumbres indignas, a las que se añadía el recuerdo de Alfred, pegó en él y llevó hasta el final la aventura consigo mismo. Invis-
que flotaba sobre los rostros de todos los jóvenes panaderos, car- ible como los dioses griegos, apoyé mis labios contra los suyos e
niceros, ciclistas, telegrafistas, zuavos, marineros, acróbatas y de- imité sus ademanes. Nunca supo que en vez de reflejar, el espejo
más travestis profesionales. actuaba, que estaba vivo y que lo había amado.
Una de las únicas cosas que eché de menos es el espejo trans-
parente. Se instala uno en una cabina oscura y abre un postigo.
Ese postigo descubre una malla metálica a través de la cual la
mirada abarca una pequeña sala de baño. Del otro lado, la malla
era un espejo tan reflejante y tan liso que era imposible adivinar
que estaba llena de miradas.
Mediante el pago de cierta cantidad solía pasar ahí los domin-
gos. De los doce espejos de las doce salas de baño, ése era el único
de este tipo. El dueño lo había pagado muy caro y mandado traer
de Alemania. Su personal desconocía el observatorio. La juventud
obrera servía de espectáculo.
Seguían todos el mismo programa. Se desvestían y colgaban
con cuidado los trajes nuevos. Desendomingados, se podía adivin-
ar su empleo por las encantadoras deformaciones profesionales.
De pie en la bañera, se miraban (me miraban) y empezaban con
una mueca parisina que deja al descubierto las encías. Después se
frotaban un hombro, tomaban el jabón y le sacaban espuma. El
enjabonado se transformaba en caricia. De pronto sus ojos se iban
del mundo, su cabeza se echaba hacia atrás y su cuerpo escupía
como un animal furioso.
Unos, extenuados, se dejaban fundir en el agua humeante,
otros volvían a empezar la maniobra; se podía reconocer a los más
jóvenes en que saltaban de la bañera y, lejos, iban a limpiar del
mosaico la savia que su tallo ciego había lanzado alocadamente
hacia el amor.
59/99 60/99
Le pedí que eligiera entre las mujeres y yo. Creía que iba a re-
sponder que me elegía y que haría un esfuerzo por renunciar a el-
las. Estaba equivocado. «Corro el riesgo —respondió— de promet-
er y de faltar a mi palabra. Más vale romper. Sufrirías. No quiero
que sufras. Una ruptura te hará menos daño que una falsa
promesa y que una mentira».
Yo estaba de pie contra la puerta y tan pálido que sintió miedo.
«Adiós —murmuré con voz muerta—, adiós. Tú llenabas mi exist-
encia y no tenía nada más que hacer que tú mismo. ¿Qué será de
mí? ¿A dónde voy a ir? ¿Cómo esperaré la noche y después de la
noche el día y mañana y pasado mañana, y cómo pasaré las sem-
anas?». Lo único que veía era una habitación borrosa, que se
movía a través de mis lágrimas, y contaba con los dedos haciendo
un ademán de idiota.
De repente, se despertó como de una hipnosis, saltó de la
cama en donde se mordía las uñas, me enlazó, me pidió perdón y
me juró que iba a mandar a las mujeres al diablo.
Escribió una carta de ruptura a la señora V., que simuló un
suicidio tomando un frasco de pastillas para dormir, y vivimos
tres semanas en el campo sin dejar dirección. Pasaron dos meses;
yo era feliz.
Era la víspera de una gran fiesta religiosa. Tenía costumbre,
antes de aproximarme a la Santa Mesa, de ir a confesarme con el
abate X. El casi me esperaba. Lo previne desde la puerta de que
no venía a confesarme, sino a contarme; y de que su veredicto,
por desgracia, ya lo conocía de antemano.
—Señor abate —le pregunté—, ¿me quiere usted?
—Sí, lo quiero.
—¿Le daría gusto saber que por fin me encuentro feliz?
—Mucho.
71/99 72/99
—Pues bien, sepa que soy feliz, pero de una manera que la Iba a salir e informarme con el sirviente de Marcel cuando to-
Iglesia y el mundo desaprueban, pues es la amistad lo que me caron e hicieron pasar a Miss R., despeinada, extraviada y grit-
hace feliz, y la amistad no tiene para mí límite alguno. —El abate ando: «¡Marcel nos lo robó! ¡Marcel nos lo robó! ¡Hay que hacer
me interrumpió: algo! ¡Vamos! ¿Qué hace ahí, plantado como un tronco?
—Creo —dijo— que está usted siendo víctima de sus ¡Muévase! ¡Corra! ¡Vénguenos! ¡Ese miserable!». Se retorcía los
escrúpulos. brazos, iba y venía por la habitación, se sonaba la nariz, se alzaba
—Señor abate, no le haré a la Iglesia la ofensa de creer que se los mechones, se enganchaba en los muebles, desgarrando jirones
aviene y que hace trampa. Conozco el sistema de las amistades de su vestido.
excesivas. ¿A quién engaña uno? Dios me mira. Mediré cada El miedo de que mi padre oyera y se presentara me impidió
centímetro de la pendiente que me separa del pecado. comprender de inmediato lo que me sucedía. De pronto, la verdad
—Hijo mío —me dijo el abate X. en el vestíbulo—, si no se salió a la luz y, disimulando mi angustia, empujé a la loca hacia la
tratara más que de poner en riesgo mi lugar en el cielo, no estaría antecámara, explicándole que no me engañaban, que sólo existía
arriesgando gran cosa, pues creo que la bondad de Dios supera to- amistad entre nosotros, que ignoraba por completo la aventura
do lo que imaginamos. Pero está en juego mi lugar en la tierra. que ruidosamente acababa de exponer.
Los jesuitas me vigilan mucho. —¡O qué! —seguía a grito pelado—, ¿ignora usted que el
Nos abrazamos. Mientras regresaba a mi casa, a lo largo de las muchacho me adora y se reúne conmigo todas las noches? Viene
paredes por arriba de las cuales cae el olor de los jardines, pensé de Versalles y regresa al alba. ¡Me han hecho operaciones espan-
en cuán admirable resulta la economía de Dios. Da amor cuando a tosas! ¡Mi vientre está lleno de cicatrices! Pues bien, sepa que él
alguien le hace falta y, para evitar un pleonasmo del corazón, lo besa estas cicatrices, que pone en ellas su mejilla para dormir.
rehúsa a quienes lo poseen. Inútil decir la ansiedad que me provocó aquella visita. Recibía
telegramas: «¡Viva Marsella!» o «Partimos Túnez».
El regreso fue terrible. H. creía que lo estaban regañando
Una mañana recibí un telegrama. «No te preocupes. Salí viaje como a un niño después de una broma. Le rogué a Marcel que nos
con Marcel. Avisaré regreso». dejase solos y le restregué a Miss R. en las narices. Lo negó. In-
El telegrama me dejó estupefacto. La víspera, no había hab- sistí. Lo negó. Lo traté con rudeza. Lo negó. Por fin, confesó y lo
lado de ningún viaje. Marcel era un amigo de quien no podía molí a golpes. El dolor me aturdía. Golpeaba como una bestia. Le
temer ninguna traición, pero que sabía estaba lo suficientemente tomaba la cabeza por las orejas y se la estrellaba en la pared. Un
loco como para decidir un viaje en cinco minutos, sin pensar en hilillo de sangre corrió por la comisura de la boca. En un instante
cuán frágil era su compañero y en que una escapada de improviso me desaturdí. Llorando como un loco, quise besar aquel pobre
corría el riesgo de volverse peligrosa. rostro herido. Pero no encontré sino un relámpago azul en el que
los párpados se abatieron dolorosamente.
73/99 74/99
mayo de 1930
Jean Cocteau
90/99
[1]
Frase con la que termina el poema «Le paquet rouge», de la re-
Notas copilación Opera, en el que Cocteau da cuenta de la desesperación
posterior a la muerte de Radiguet y que anticipa el sufrimiento ex-
presado en el filme Le Sang d’un poète [La sangre de un poeta].
Siempre que se cite una obra se pondrá entre corchetes el nombre
en español cuando exista traducción. <<
93/99 94/99
[2] [3]
Cuando se conocen en 1913, gracias a Max Jacob, el joven es- Los pormenores de este juego de espejos literario podemos ver-
critor antimodernista tiene apenas 15 años. Además de su genio y los con detenimiento en el ensayo de Milorad, «Romins jumeaux
su desfachatez para dar lecciones a los grandes de su tiempo, su ou de l’imitation» (Cahiers Jean Cocteau, 8, Le romancier, Galli-
edad será determinante en la relación con Cocteau, quien para mard, Paris, 1979), y en la presentación que escribió especial-
entonces cuenta con casi treinta años. El poeta se siente tan suby- mente para El libro blanco y que puede leerse más adelante. <<
ugado que al morir Radiguet, es él quien se erige como el huér-
fano de la relación. <<
95/99 96/99
[4] [5]
En cuanto a Dargelos, personaje reincidente en la obra de «Des traductions», Journal d’un inconnu, Paris, Grasset, 1957.
Cocteau, pueden leerse Les Enfants terribles [Los niños terribles] <<
y las reflexiones que sobre este libro se hacen en Opium [Opio],
Se vuelve personaje cinematográfico desde 1910, en Le sang d’un
poète, filme que lo consagra visualmente como símbolo y le
otorga, veinte años antes de que Melville adaptara Les Enfants
terribles, el vigor físico que sin duda tuvo en la vida real. <<
97/99 98/99
[6] [7]
Jean-Jacques Kihm, Elizabeth Sprigge, Henri C. Béhar. Jean Francis Slcegmuller, Cocteau. Litlle. Brown and Company, Bo-
Cocteau, l’homme et les miroirs, Editions de la Table ronde, 1968, ston, Toroto, 1970, pagina 10. <<
página 192. <<
@Created by PDF to ePub