JAM. Intuiciones Milanesas
JAM. Intuiciones Milanesas
JAM. Intuiciones Milanesas
Tomé como punto de partida una frase de Lacan extraída de su Seminario "La
lógica del fantasma", que encontré justo antes de mi partida, en una especie de
psicopatología de la vida política que acaba de publicarse aquí. He aquí la
frase: “No digo la política es el inconsciente, sino simplemente el inconsciente
es la política".
He aquí cómo resumo el tema que los colegas italianos se han propuesto
tratar: los psicoanalistas, ¿están en la Ciudad? Es algo que hay que discutir.
De cualquier forma, el psicoanálisis, por su parte, está en la política. Esto me
permitió encontrar un hilo, en Milán, para exponer el tema a tratar. Retomo,
pues, la continuación de mis reflexiones en el orden en que allí me surgieron.
"Yo no digo", dice Lacan, que sitúa así su frase en los dominios de la
negación -dice diciendo que no dice. Digamos que, desde el punto de vista de
la lógica, es un enunciado que Lacan rechaza transformar en tesis y acerca del
cual destaca que si fuera una tesis, llegaría más lejos que el otro.
¿Es acaso, sin embargo, la tesis de nadie, una tesis sin padre? Si esta tesis
tuviera un padre, sería Freud. Freud, que dice algo así como que la política, al
menos cuando él escribe sobre ella, se reduce al inconsciente. Es la tesis que
extrajo en su Massenpsychologie, puesto que allí analiza las formaciones
colectivas como formaciones del inconsciente, con el mismo significante y la
misma causa del deseo.
Esta tesis, que sería abrupta, absurda, se permiten dejarla de lado apartándola
de un revés... en Milán empecé enervado por tal desenvoltura respecto a esta
fórmula que, por su parte, es más modesta que la primera, puesto que propone
una definición del inconsciente. Así es en Lacan, y es mucho más razonable.
El inconsciente, se sabe tan poco lo que es, es tan poco representable, que
resulta inverosímil y muy arriesgado definir sea lo que sea a partir del
inconsciente: por el contrario, siempre es él, el inconsciente, el que está por
definir, porque no se sabe lo que es. Así, en Lacan nunca es el definiens sino
siempre el definiendum. Tomemos la fórmula "el inconsciente está
estructurado como un lenguaje". Es una tesis que supone que se disponga de
la definición del lenguaje. Y, en efecto, Lacan utiliza la que Saussure y
Jakobson produjeron. Sin duda, en el enunciado que hoy comento no está el
"como". Entonces, lo que hay que preguntarse es cómo definir la política, de
modo que tenga algún sentido decir que el inconsciente es la política.
Lo que me divirtió es que tras tropezar con aquel comentario irritante abrí un
segundo libro reciente, La democracia contra ella misma, de un politólogo
que, sin duda, ha leído a Lacan, Marcel Gauchet, y di con una definición de la
política: "En esto consiste específicamente la política: es el lugar de una
fractura de la verdad”. Bella definición, al mismo tiempo infiltrada de
lacanismo y quizás, más acá, de un cierto merleau-pontysmo – “fractura” es
un término que le gusta a este autor y que se encuentra también en otra obra
suya de 1992, la expresión de "fractura social", retomada en 1996, con la que
dio una figura de la política francesa, a la que este significante llevó bastante
lejos...
El análisis freudiano del Witz justifica a Lacan para articular el sujeto del
inconsciente con otro, y para calificar el inconsciente de transindividual. Se
puede pasar de ''el inconsciente es transindividual'' a "el inconsciente es
político" en cuanto se pone de manifiesto que este Otro está dividido, no
existe como Uno.
Pude leer, en Italia, un pasaje de una obra de Hans Magnus Enzensberger, una
descripción de personajes sorprendentes que ese encuentran en la campiña de
la Baja Baviera, que dejan a los catetos admirados ante tales nuevas
identidades, carnaval poético un poco anticipatorio que muestra que estamos
muy exiliados del espacio homogéneo de la Ciudad.
Así pues, la cura, sin duda, está marcada por estos tiempos, los padece.
Concebida primero como un tratamiento que se desmarcaba de lo médico, se
ordenó como un ideal de madurez y una norma de la personalidad. Hasta
Lacan tenía que hablar de culminación de la personalidad o de realización
efectiva del Edipo y de la castración. La realización efectiva del Edipo y de la
castración, incluso hablar de desidentificación fálica, suponen, en efecto, una
norma y un ideal que operan. Mientras Lacan estuvo en esta fase de su
enseñanza, la cuestión acuciante que se plantea sobre este punto hace resaltar
tal ordenamiento –negándose, sin duda, pero sin embargo queda atrapada,
ocupada por la insistencia de la norma y del ideal.
Y ahora hay una tercera fase, propia del régimen de la globalización. Esto se
insinúa al final de los Otros escritos, donde el pase es resituado como un
relato logrado que satisface a un auditorio, como procedimiento. Como
sabemos, en el Campo Freudiano, los productos del pase han quedado
integrados en un proceso de espectacularización. Se ha invitado a los
Analistas de la Escuela (AE) a presentarse ante los públicos más amplios que
se podía reunir a escala internacional. Nos lo han reprochado, ¡pero no
queremos volver atrás! Y aquí, de seguir a Lacan -sin duda, todo es
compatible, como en Italia, tienes el templo pagano en el mismo lugar donde
se erige la iglesia, ¡es el inconsciente freudiano realizado! -el fin del análisis
se ve despojado del pathos del más allá, de la trascendencia, del
franqueamiento, y se destacan los cambios de régimen del goce que es posible
obtener en la cura. Porque se trata de la satisfacción pulsional, que no tiene
contrario, de modo que la referencia es el paso de un régimen al otro.
Con esto nos enfrentamos cuando algo nos alerta, como ha ocurrido
recientemente. Percibimos que nos enfrentamos a la máquina original que
pone en escena al sujeto de la civilización en el momento actual, y esto
también condiciona la experiencia analítica. He aquí lo que se dibuja de una
ambición siempre renovada, esbozada, de recomponer esta máquina original a
partir de lo que nos es dado de sus efectos.
Debo precisar un punto de lo que evoqué la última vez cuando les cité una
frase de Lacan a partir de una cita que de ella se hacía: “Ni siquiera digo la
política es el inconsciente, sino simplemente el inconsciente es la política”.
Indiqué que esta frase había sido extraída de “La lógica del fantasma”, y lo
cité sin remitirme a la estenografía. Luego lo he hecho. Así pues, quisiera
añadir aquí, antes de proseguir, algunas consideraciones sobre este punto. En
primer lugar, porque en la estenografía se encuentra la fórmula “la
inconsciencia, es la política”. Pero yo soy partidario de corregir esta
estenografía y entender “el inconsciente, es la política”.
Lacan indica que proceder de este modo, tener el prejuicio de que es mejor ser
admitido en lo que tú consideras como beneficios, ordenar la operación
analítica en base a esto, puede darle al analista una función persecutoria. Así
se pone coto a lo que supondría darle un valor de forzamiento a aquello que el
analista consideraría el principio de realidad, en vez que considerar como
válido en cuanto tal el deseo de ser rechazado –o sea, de no someterse a la
demanda del Otro.
No hay que sorprenderse de que nos encontremos aquí con el no-todo: este
no-todo, Lacan lo introdujo en su escrito “L’étourdit”, donde precisamente
responde al Anti-Edipo de Deleuze y Guattari –como demuestra el final de ese
texto– reconceptualizando lo que dichos autores habían tratado de captar. En
efecto, la función del padre está ligada a la estructura que Lacan encontró
también en la sexuación masculina. Una estructura que comporta un todo,
dotado de un elemento suplementario y antinómico que hace de límite, que le
permite al todo, precisamente, constituirse en cuanto tal. Hace de límite y así
permite organización y estabilidad. Esta estructura es la matriz misma de la
relación jerárquica.
El no-todo no es un todo que incluye una falta sino, por el contrario, una serie
en desarrollo, sin límite y sin totalización. Por eso el término globalización es
para nosotros vacilante, porque se trata precisamente de que ya no hay todo y
de que, en el proceso actual, lo que produce todo y hace de límite está
amenazado, vacila. Lo que se llama globalización es un proceso de
destotalización que pone todas las estructuras “totalitarias” (entre comillas) a
prueba. Es un proceso en el que ningún elemento está dotado de un atributo
que le sea asegurado por principio y para siempre. No se tiene la seguridad del
atributo, sino que tus atributos, tus propiedades, son adquiridos y precarios El
no-todo conlleva la precariedad para el elemento.
Se ve todos los días, en efecto, como lo que era el respeto de la tradición cede
ante la atracción por lo nuevo, y este fenómeno, abundantemente descrito, es
escenificado para nosotros por la máquina del no-todo. Por tomar un ejemplo
que para nosotros es muy elocuente, al menos para quienes están al corriente
del asunto: el verdadero martirio de la Iglesia Católica en Estados Unidos. Se
ha llegado a ver a un cardenal, un príncipe de la Iglesia, obligado a acudir a un
tribunal y responder a las preguntas –preguntas a la americana, de las que
ustedes se pueden hacer una idea por las novelas policíacas de Erle Stanley
Gardner o de Perry Mason. Ya saben ustedes cómo se interroga. No hay que
hacer alusiones, no se piden discursos, se plantean muchas pequeñas
preguntas factuales que se encadenan unas con otras. Tienes que responder
exactamente a lo que te preguntan con un sí, un no, y luego el otro te lleva por
donde quiere. Pues bien, el cardenal Law –bien llamado– de Boston tuvo que
responder, hace quince días, a este cuestionario. En Internet he encontrado
todo este interrogatorio, turbador para quienes sienten apego por la tradición.
Con todas las narices que supone reclamar a la Iglesia católica transparencia
sobre sus operaciones –y la renovada desconfianza, incluso entre los católicos
norteamericanos, respecto al papel que desempeña en todo ello un potentado
que vive en un estado microscópico junto a Italia. He aquí un signo de los
tiempos, en el que se ve cómo prácticas multiseculares rodeadas de un respeto
universal resultan hoy indescifrables y son rechazadas, apartadas, por el
espíritu de los tiempos.
Ciertamente, se tiene la sensación de que hay ahí una máquina original que
está poniendo en escena obras del todo inéditas, como la del cardenal Law
respondiendo humildemente a las preguntas del procurador, a saber: apellido,
nombre, explíquenos qué es un cardenal, explíquenos qué es una diócesis, etc.
Nosotros no hemos llegado a eso todavía, pero he aquí algo irresistible que se
enuncia en esta máquina original.
Por eso los sociólogos han aislado, frente a la overdose de información, las
estrategias subjetivas que consisten en relegarse en zonas limitadas de
certidumbre. Descriptivamente, es bastante potente –ya lo anunciaba la
promoción de lo postmoderno por parte de Lyotard, que generalizó su
concepto. Él lo había caracterizado ya entonces por la desestructuración de los
grandes filtros de saber, o sea, las tradiciones, las autoridades consagradas, lo
que él llamaba metadatos, los estereotipos: son otras tantas organizaciones del
significante, que son formas diversas del discurso amo y que tenían el mérito
de operar una simplificación y una formalización de la realidad, de difundir
modelos de coherencia, modelos de comportamientos coherentes bajo la
autoridad de instancias habilitadas y reconocidas con este fin.
Es algo que han aislado en Japón. Son siempre categorías que se pueden
considerar sospechosas, pero que no por ello son menos indicativas. Esto
concierne a un comportamiento de adolescentes, o de adolescentes mayores –
ya no se sabe dónde termina esto, por otra parte– que se convierten en
fanáticos de una zona muy restringida de las nuevas tecnologías. Se
convierten en completos especialistas de algo que parece un fenómeno del
todo fútil de la sociedad mediática, como ciertos tipos de Manga, historias
ilustradas, o bien un ídolo, como se suele decir –actor, modelo, etc.–, o una
tecnología, por lo general más o menos vinculada con el ordenador, o
videojuegos, sobre lo cual acumulan un saber lo más completo posible,
manteniéndose siempre al corriente del último grito. Se advierte, entonces, el
completo desinterés que sienten, aparte de esto, por sus contemporáneos, hasta
tal punto que se dice, en Japón, que no miran a la gente a la cara. “Un otaku
prefiere permanecer solo para desarrollar en paz su hobby. Se consagra de
forma obsesiva a un solo sector de interés. Los objetos de su pasión
pertenecen por lo general a la cultura pop”. También hay objetos militares –es
Japón. “La esencia, dice el sociólogo en cuestión, un tal Grassmuck, del estilo
de vida otaku no tiene nada que ver con un argumento específico, sino que
está ligada a la forma de ser en relación a un tema”. Esta categoría, que parece
estar en uso en Japón, no está construida en referencia al tema del interés, sino
a la forma de tener relación con dicho tema. “El otaku tiene una personalidad
monomaniaca. Su estrategia es recoger informaciones reservadas a una sola
sección del saber humano y dejar de lado el resto. El otaku busca una pequeña
zona de conocimiento de la que quiere saberlo todo”.
Cuando nos interesamos en todo aquello que es del orden de las adicciones, se
observa clínicamente el frenesí del no-todo, patologías en las que se destaca
precisamente el sin-límite de la serie. Se observa al mismo tiempo la menor
efectividad de la metáfora paterna y la pluralización de los S1, su
pulverización incluso, de tal modo que, desde ya hace años, hemos reconocido
la crisis de nuestras clasificaciones. Tomemos tan solo la categoría de la
perversión, a la que estamos vinculados por la enseñanza que hemos recibido
y por la que hemos distribuido, debido a la misma potencia de dicha categoría:
forzoso es decir que es una categoría que experimenta un rechazo social
masivo. Es asimilada a un estigma. No se puede borrar de la categoría de la
perversión el hecho de que hace referencia a una norma, pertenece al régimen
anterior en que normas e ideales prevalecían.
La segunda clínica era una clínica centrada en el fantasma, es decir, una vez
más, en una historia, pero esta vez una historia concebida como un guión
inconsciente y centrada en la relación del sujeto con el meollo de goce que
colma su falta constitutiva.
Pues bien, la última clínica de Lacan tiene como punto central el síntoma, y en
esta clínica lo absoluto, la substancia, es el goce. Para remitirnos a la
referencia a Spinoza que introduje al comienzo, es verdaderamente Deus sirve
natura, sirve goce. O sea, no hay sino goce en detrimento de la verdad y del
sentido. En este momento, ya no se trata de curación para el final del análisis,
tampoco es ya cuestión de atravesamiento, se trata sólo del paso de un
régimen de goce a otro, de un régimen de goce a un régimen de placer.
Sin duda es en este contexto donde hay que pensar la formación analítica. Al
mismo tiempo, ésta revela ser difícil de determinar, porque en adelante es
necesario pensarla fuera de todo ideal a alcanzar, fuera de la problemática
misma del ideal y de la norma. Se trata, pues, de que la formación tiende a ser
captada más como la comunicación de un estilo de vida que como el acceso a
la realización de un ideal.
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