AQUI ESTAMOS IDENTIDAD MEMORIA Y TERRIT Compressed
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UNIDAD XOCHIMILCO
DIVISIÓN DE CIENCIAS SOCIALES Y HUMANIDADES
POSGRADO EN DESARROLLO RURAL
NIVEL MAESTRÍA
TESIS
QUE PARA OBTENER EL GRADO DE
MAESTRA EN DESARROLLO RURAL
PR E S E NTA
DIRECTOR DE TESIS
DR. NICOLÁS CÁRDENAS GARCÍA
A Claudia y Natalia, por su luz que, cada vez más luminosa, sigue alumbrando y
alegrando mi camino
Anouar Abdel-Malek
ÍNDICE
Introducción ……………………………………………………………………………….1
2.1 ¿Por qué se borró del mapa de los pueblos originarios a los/as
cochimíes? ........................................................................................................... 49
2. 2 La debacle demográfica y la pérdida de la lengua cochimí ............................ 51
2. 3 De sus ires y venires: migración e incorporación al trabajo asalariado .......... 56
2.3.1 La búsqueda del nuevo mineral ................................................................... 60
2.4. El silencio cochimí .......................................................................................... 62
5.1 A manera de aclaración: ¿por qué el debate conceptual al final? ................. 154
5.2 El contexto sociopolítico. .............................................................................. 156
5.3 Ser cochimí en el siglo XXI: identidad étnica, territorialidad y etnicidad ........ 159
5.3.1 Sobre la identidad y su dimensión étnica ................................................... 160
5.3.2 Identidad y cultura. Las bases culturales de la identidad cochimí ............. 164
5.3.3 La dimensión cultural del territorio. Territorialidad y pertenencia .............. 167
5.3.4 Ustedes y nosotros/as. Relaciones interétnicas y etnicidad ...................... 173
Tomo como referencia el término de “complejo cultural yumano” que utiliza Everardo Garduño
1
(2011) para referirse a los pueblos originarios del norte de la península, pero agrego el cochimí
para incluir a este pueblo dentro del conglomerado, pues continúan siendo uno de los pueblos
indígenas de esta familia etnolingüística, aunque en la actualidad ya no hablen la lengua.
2
Es decir, los pueblos kumiay, pa ipai, cucapá y kiliwa quienes viven en comunidades de los
municipios de Ensenada, Tecate y Mexicali.
1
norte de la península muy poco tomados en cuenta ya que después del
movimiento revolucionario de 1910 las políticas integracionistas se enfocaron en el
centro y sur del país dado que la configuración cultural de los pueblos del norte
era sustancialmente opuesta al discurso de la nueva nación mexicana en la que se
exaltó el pasado prehispánico “glorioso” del México central del cual se retomaron
algunos elementos culturales que consideraron relevantes para la conformación
de una identidad nacional que pudiera brindar un sentido de pertenencia común
como mexicanos y llevar hacia el camino del “progreso” y la modernidad al
incipiente Estado mexicano.
2
su proceso de transformación y el papel del territorio en la continuidad y
persistencia identitaria, partiendo de un enfoque dinámico de la cultura y de las
identidades vistas como una construcción realizada por los sujetos dentro de
marcos sociales y relaciones de poder e intentando ir más allá de las perspectivas
esencialistas o instrumentalistas que no valoran la historicidad de los fenómenos
étnicos como expresión de procesos de larga duración ni ahondan en las
relaciones estructurales de subordinación.
3
estudio colaborativo la maestría en Desarrollo Rural se convirtió en un cálido,
crítico y humano espacio académico en donde realizar este trabajo analizando y
acompañando, a la vez, su proceso de desarrollo, es decir, su transformación
como sujetos sociales pues fue así como comprendimos el desarrollo rural en este
posgrado, no como un fenómeno económico con un fin lineal, evolutivo, sino como
procesos de cambio, de re-existencia y resistencia en las colectividades que
habitan y dan vida a las ruralidades.
En lo metodológico, este trabajo parte del dialogo entre los actores sociales,
bibliografía temática y diversos archivos de consulta. Para llevarlo a cabo, en la
primera fase del proceso de investigación realicé una búsqueda de fuentes
históricas en el Archivo General de la Nación, en el Instituto de Investigaciones
Históricas de la Universidad Autónoma de Baja California y en las bibliotecas de El
Colegio de la Frontera Norte, de la Universidad Autónoma de Baja California, de la
Universidad Autónoma Metropolitana y de la Escuela Nacional de Antropología e
Historia, así como de artículos y libros sobre la temática en internet. Además, para
conocer y adentrarme a la cuestión agraria fue necesario acudir, en varias
ocasiones, al Registro Agrario Nacional de la Ciudad de México para consultar las
carpetas sobre el ejido Independencia (en donde se encuentra una de las
comunidades cochimíes, la comunidad de Santa Gertrudis) así como al Archivo
agrario de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, en
Ensenada, Baja California.3 Posteriormente, me enfoqué en la aplicación de
técnicas y herramientas etnográficas privilegiando el trabajo de campo “como una
instancia reflexiva del conocimiento” (Guber, 2004) durante cuatro periodos: enero,
marzo-abril, agosto y noviembre del 20164 en los que el diario de campo me
permitió registrar lo visto y vivido a través de la observación directa y participante
en la vida cotidiana de las familias cochimíes y en ciertos eventos importantes
para ellos/as, mientras que las charlas informarles y, sobre todo, las entrevistas a
3
Quienes amablemente me abrieron las puertas y facilitaron las condiciones para revisar en su
Archivo Agrario la carpeta de las comunidades cochimíes de San Borja y Santa Gertrudis.
4
Debido a que no vivo en la localidad y al tiempo y costo de transportación desde el centro de
México al norte, específicamente a Guerrero Negro, decidí establecer periodos precisos de trabajo
de campo.
4
profundidad semi estructuradas fueron de gran utilidad para obtener testimonios
orales e historias de vida que me llevaron conocer más del proceso de este pueblo
y me ayudaron a reconstruir su memoria individual, antes de hacerlo de manera
colectiva. Las genealogías, por su parte, me permitieron reconocer los lazos de
parentesco y las líneas que les unen a su ascendencia indígena.
5
Después de haber indagado en su historicidad y en los cambios socioculturales
vividos, en “Las paradojas de la extinción”, el segundo capítulo, intento profundizar
en los factores por los cuáles éste pueblo fue considerado extinto y abordo
fenómenos como la debacle demográfica, la pérdida de la lengua así como los
procesos de movilidad y dispersión cochimí a raíz de su incorporación al trabajo
asalariado los cuales nos llevan a recorrer las rutas migratorias que realizaron en
la búsqueda del sustento para su familia y a observar cómo la acelerada
modernización económica influyó en su dispersión hacia centros empleadores de
la región particularmente a la empresa Exportadora de sal, lo que les llevó a
establecerse en la localidad de Guerrero Negro -en donde viven en la actualidad-
a un par de horas de sus comunidades de origen. De igual manera, analizo la
cuestión de la exogamia, es decir, el matrimonio entre personas de diferentes
grupos culturales a la vez que reflexiono cómo todas estas situaciones impactaron
en su transformación cultural favoreciendo los discursos esencialistas que
pregonaban su extinción y que no tomaron cuenta los factores externos que
llevaron a los y las cochimíes a modificar algunos elementos de su cultura y a
silenciar su identidad.
6
prácticas religiosas que se convirtieron, con el paso de los años, en una
importante base cultural de su identidad étnica y que las dotan de sentido en su
aquí y ahora.
7
través de la etnicidad y la territorialidad. Sin duda, estos aportes me ayudaron a
observar con agudeza cómo se ha configurado históricamente su identidad, cómo
se clasifican actualmente a sí mismos/as para establecer sus fronteras en las
relaciones e interacciones con la alteridad, representada por los demás pueblos
originarios y en los grupos sociales mestizos, es decir, la sociedad hegemónica
nacional y mostrar el papel del territorio y del sentido de pertenencia como
elementos de gran relevancia en su actualización identitaria ya que la
territorialidad les animó a reforzar sus fronteras frente a los demás actores así
como a organizarse para exigir reconocimiento como pueblo indígena y luchar por
su territorio, todo dentro de un contexto sociopolítico propicio en el que pudieron
fortalecer las auto representaciones que dan sentido al ser cochimí en el aquí y
ahora como el afecto hacia sus comunidades, las redes parentales, su historicidad
y la memoria colectiva, elementos que retomaron como marcadores culturales y
emblemas identitarios para diferenciarse en medio de las relaciones e
interacciones interétnicas.
8
CAPÍTULO I. EL COMPLEJO CULTURAL YUMANO-COCHIMÍ Y LA
BAJA CALIFORNIA
5
En el capítulo V, dedicado al debate conceptual aclaro el por qué de ello.
6
Lo que limitó un análisis más específico, pues en realidad son pocas las referencias de las
comunidades de Santa Gertrudis y San Borja en concreto. Debido a ello a lo largo del capítulo me
refiero a veces de manera general a los pueblos que habitaban el centro y sur de la Baja California,
es decir, cochimíes, pericues y guaycuras y, en otras, se incluye a los demás pueblos norteños o
yumanos.
9
configuración cultural. De esta manera, pude reconocer algunos momentos que
consideré trascendentes en dicho proceso: el periodo prehispánico en el que se
llevó a cabo el poblamiento de la Baja California, la época misional que marcó un
fuerte encuentro entre los pueblos que habitaban la península a la llegada de los
españoles, la época pos misional, después de la Independencia de México en el
siglo XIX, que puso fin a 150 años de dominación española -aunque también se
introdujeron nuevas relaciones con otras culturas y dinámicas impuestas por los
nuevos sistemas políticos y económicos- y la colonización extrajera, así como la
etapa pos revolucionaria en la que la construcción de la nueva nación mexicana
impulsó la integración de la población indígena a través de diversos mecanismos
que volvieron a redundar en transformaciones y readaptaciones para estos
pueblos. Partir del arribo de los /as primeros/a pobladores me permitió reconocer
las singularidades culturales y territoriales del pueblo cochimí y a través de los
demás periodos históricos, pude observar cómo se fue reconfigurando su cultura e
identidad ante las influencias externas de las estructuras socioeconómicas
dominantes.
10
1.1.- El periodo prehispánico
Trinidad Ochurte7
El éxodo de estas culturas del desierto del Colorado y Mójave hacia Baja California,
obedeció a distintas causas y se presentó en distintos momentos, pero en cuanto a
las primeras oleadas, todo parece apuntar que la causa principal fue una intensa
sequía que sobrevino al término de la última glaciación. En este evento ocurrieron
cambios atmosféricos radicales, como la desaparición de los lagos del pleistoceno,
la prevalencia de un clima mucho más árido y la extinción de numerosas plantas y
animales que constituían la dieta de estas cultura; por esta razón, se puede decir
que los primeros inmigrantes de Baja California llegaron en busca de alimento a sus
litorales, a sus riachuelos y a sus diferentes hábitat. (Álvarez, 1975 citada por
Garduño, 1994, p. 23)
7
Relevante autoridad tradicional kiliwa, quien falleció hace ya algunos años; citado por Garduño,
1994, p. 21.
11
Este hecho histórico y ambiental que describe Anita Álvarez corresponde al
periodo denominado Paleoindígena del que surgieron dos complejos culturales: el
grupo Clovis, del 13, 000 al 11, 000 antes de nuestra era, y el complejo San
Dieguito, quienes habitaron este espacio entre el 11, 000 y 7, 000 a. p8. Los
cambios en el clima así como la alimentación que podían obtener de los territorios
agudizaron su movilidad llevando, en el periodo denominado Arcaico, al desarrollo
del complejo Amargosa quienes habitaron las regiones interiores del norte de la
península, y el La Jollano, que se desenvolvió entre las costas del Pacífico y del
Golfo de California (Morales, 2016).
8
Antes del presente (a. p.) es una escala de tiempo utilizada en la arqueología para especificar
cuándo ocurrió un evento en el pasado.
9
Massey, por alguna razón, incluyó a los pericúes dentro de la familia de los guaycura, pues
ambos grupos ocuparon el sur de la península, aunque en diferentes latitudes. Otros autores que
abordo más adelante hablan de tres grupos lingüísticos: pericúes, guaycura y cochimíes.
12
1.1.2.- El complejo cultural yumano-cochimí
13
Sin embargo, en estudios realizados años más tarde Mauricio Mixco (2010) refuta
su hipótesis y concluye que no es acertado nombrar yumanos a los pueblos
cochimíes, pues existieron diferencias lingüísticas importantes entre estos grupos
en cuanto a la fonología, la morfología y sintaxis. Sin embargo, algo en lo que
concuerdan tanto Mixco, Massey como Laylander es que estas lenguas surgieron
hace aproximadamente 6, 000 años de la familia hokana, procedente del sur-
suroeste de Estados Unidos en los desiertos y valles de lo que actualmente es
Arizona, Texas y California. Para Laylander (1987) estas sociedades hokanas (de
hok o hoka, dos) darían paso a la conformación de una gran familia de la que
derivaron las lenguas yumanas y cochimíes, diferenciándose entre sí por sus
variantes dialectales propias de cada localidad (Laylander en Morales, 2016).
14
1.1.3- La antigua “nación” cochimí
Debido a las condiciones del territorio, el nomadismo fue una práctica común y
trascendental para lograr la subsistencia de sus miembros, además de la caza y la
recolección, por lo que la movilidad por el territorio dependía de sus necesidades
de subsistencia. Su dieta estaba basada en las condiciones del clima, de la
temporada y del acceso que pudieran tener a frutos y plantas de la región como el
palo verde, el zalate, el palo blanco, las semillas de cardón, la biznaga, los
datilillos, nopales, tunas, los ciruelos del garambullo y sobre todo el agave o
mezcal del que no sólo obtenían alimento, también fibras para tejer redes y
sandalias. En este sentido, el papel de las mujeres era sumamente relevante ya
que en gran medida eran ellas las responsables del sustento de sus familias pues
además de la recolección de frutos, se dedicaban al cuidado de los hijos e hijas:
13
Según Mario Magaña (2010) con nación los misioneros se referían a unidades culturales y
lingüísticas, como en la actualidad les denominamos “pueblos indígenas”.
15
Ellas han de buscar la comida para sí mismas, para sus maridos y para sus hijos.
Han de traer agua para beber, y leña para calentarse, para tostar las semillas y para
dormir; porque siempre duermen con el fuego al lado […] Los hombres o se están
de ociosos todo el día o se ocupan algunas veces en hacer flechas o arcos; o
cuando más hacen van a sus cazas más por diversión que por otro motivo; más
como no siempre consiguen el matar algún venado o liebre, vuelven frecuentemente
sin nada y muy hambrientos a que sus mujeres les den de comer […] Las playanas
tienen en esto más alivio, porque sus maridos pescadores más fácilmente hallan su
socorro en el mar, pescando, que los serranos en la tierra con sus cazas. (Del
Barco, 1973, p. 203)
16
Los hombres, por su parte, se encargaban de cazar algunos animales pequeños
como ardillas y serpientes y eran los responsables de recolectar las pitahayas en
las temporadas idóneas para ello: la pitahaya dulce entre junio y agosto y la
agridulce entre septiembre y noviembre. Entre los animales que también formaban
parte de su alimentación estaban los venados, liebres, conejos y animales
marinos, borregos cimarrones, berrendos, pumas, coyotes y gatos monteses
(Morales, 2016).
Comían, y aun comen al presente a causa de su miseria, muchas cosas que para
nosotros no son comestibles, como raíces y frutas muy amargas o insípidas,
gusanos, arañas, langostas, lagartijas, culebras, gatos y leones y hasta pieles
secas. Un perro es para ellos tan apreciable como para nosotros un cabrito. Pero
jamás los obligó su hambre a alimentarse de carne humana, y aún se abstuvieron
siempre de comer tejón porque les parecía semejante al hombre. En sus comidas
no usan de ningún condimento. Comen la carne fresca y casi cruda, o secada en el
sol, o medio asada, o más bien quemada: los insectos y las semillas los comen
regularmente tostados y molidos, y en cuanto a bebidas no usan más que de el
agua natural. (Clavijero, 1975, citado por Rodríguez, 2006, p. 116)
17
Estas celebraciones se llevaban a cabo en ramadas construidas por ellos mismos
con ramaje de yuca, palma o mezquite y eran espacios sagrados tanto para las
ceremonias como para “sus ídolos”, ya fueran algunas figurillas de madera
personificadas con capas de cabello humano o tablas ceremoniales con algunos
pictogramas con figuras y símbolos de la región como animales marinos. Dentro
de estas ceremonias era importante la presencia del wuama o huama un tipo de
shaman que además de llevar los rituales ceremoniales se dedicaba a curar y a
invocar a los dioses a través del trance con algunas plantas como el toloache y el
tabaco coyote. La pintura corporal también era un elemento significativo de su
cultura (Morales, 2016).
18
Aunque durante mucho tiempo se creyó que estas sociedades no tenían religión,
para Everardo Garduño (2015) todas estas características rituales dan cuenta de
su sistema religioso pues además tenían un mito de creación. Según el mito
cochimí registrado por Luis Sales, fueron dos los creadores de todo cuanto existe:
Menichipá quien comenzó a crear el mundo, y Togomag, quien le ayudó a
perfeccionarlo.
Dicen que un capitán grande hizo al cielo, la tierra y cuanto existe entre ellos. Este
capitán se llamaba Menichipa; que luego crió otro semejante a sí mismo y se
llamaba Togomag; que después hizo a un hombre y una mujer; que éstos tuvieron
un hijo llamado Emai-Cuaño; a éste lo prohijó el capitán grande y le dio todo su
poder y todas las cosas y facultades se las puso en sus manos: a este hijo
pertenecía el cuidado de los casados, y éste es el que distribuyó los casamientos de
los hombres con las mujeres; Menichipa, aunque había creado todas las cosas, las
dejó muy imperfectas; pero el prohijado las perfeccionó, endulzó las semillas que
eran amargas y amansó los animales que eran feroces; y para que las gentes no
tuvieran tanto frío colocó fuego debajo de la tierra y quejándose los hombres que el
calor era mucho escupió sobre la tierra y su saliva se convirtió en mares, ríos,
fuentes y lagunas. (Sales, 1974, citado por Garduño, 2015, p. 150)
Sin embargo, todas sus prácticas, mitos y cosmogonía dieron un giro ante el
inesperado encuentro con los españoles y el sistema misional. Sobre este
trascedente proceso se expone en las siguientes páginas.
19
1.2.- Época colonial
[…] a tal bóveda o arco llaman los latinos fórnix. A aquellas cortas entradas, que el
mar hace dentro de la tierra, los españoles antiguos llamaron cala, y aun ahora no
es desusado este nombre. Estando Cortés en este pequeño puerto o cala, y
observando el arco de la roca, es muy verosímil que a aquel paraje le diera el
nombre de Califórnix, como si dijera: cala y arco o cala donde hay un arco. Y
corrompido por el vulgo de sus soldados o marineros (como es ordinario en tales
casos), dijeron Californias, o California, en lugar de Califórnix. (Del Barco, 1973, p.
19,20)
Al respecto, Miguel León Portilla brinda un breve relato al respecto15. Allí platica
que estando Hernán Cortés en Cihuatán, recibió la noticia de un enviado suyo que
en 1523 había estado en el “mar del sur” quien afirmaba que los nativos le
habían dicho que al poniente de esa región existía una isla poblada solamente por
mujeres, llena de oro y perlas (Portilla, citado por Uriarte, 2013, p.20).
Curiosamente entre los hombres de Cortés había algunos que había leído el libro
titulado Las sergas de Espladián por Garci Rodríguez de Montalvo, según el cual “a
mano diestra de las Indias hubo una isla llamada California, la cual fue poblada de
mujeres […] y sus armas eran todas de oro que en toda la isla no había otro metal
alguno”. De ese relato que parecía coincidir con lo que su enviado le había
informado, a la larga se derivó el nombre que le dio a la península. El relato y lo
escrito en Las sergas de Espladián serían el aliciente que determinó a Cortés a
marchar en pos de esa isla. (Ibíd.)
Probablemente se haya encontrado con alguno de los ahora conocidos como “Arcos de Los
14
Cabos.”
15
Es un correo personal que el Dr. Portilla le envía a María Teresa Uriarte, el cual ella comparte
en su libro Historia y Arte de la Baja California (2013).
20
Ante tales noticias, “la sed del oro” del imperio español les llevó en 1530 a realizar
la primera expedición a la “isla” de California. El deseo y la codicia de Hernán
Cortés por “descubrir países muy ricos y grandes” se agudizaron al escuchar
aquella historia por lo que antes de embarcarse él mismo en la búsqueda de esa
isla llena de oro y mujeres envió un par de expediciones. La primera se llevó a
cabo en 1532 a cargo de Diego Hurtado de Mendoza, pero se perdió en el
trayecto. En 1533, Diego de Becerra y Hernando de Grijalva iniciaron la segunda
expedición; a la vez que el primero encontró las islas de Revillagigedo, el segundo
fue asesinado por el piloto de la embarcación, Fortún Jiménez, quien logró llegar
al sur de la península pero no internarse en ella, pues fue ultimado por los nativos.
Después del poco éxito de estas expediciones, un par de años más adelante
Cortés decidió tomar la rienda de la tercera embarcación logrando arribar al “mar
del sur”, el actual puerto de La Paz, el 3 de mayo de 1535 (Uriarte, 2013). Ya
desde los primeros contactos se había dado la orden de llegar en son de paz, con
la finalidad de poder observar qué tipo de riquezas había en la región:
Miraréis si las personas que vinieron a hablaros traen algunas cosas para ornato de
sus personas, y miraréis de cuáles son las que más se precisan, para que, así
mesmo [sic], tengáis aviso de ello. Y miraréis si en algunas partes de sus vestidos
traen oro o perlas o piedras preciosas y qué piedras son, y no les preguntéis por
nada, ni mostraréis aficionaros a ninguna cosa más que a otra de todas las que en
ellos viéredes [sic], porque no se resabien o tomen aviso de algo, sino con mucha
disimulación notaréis las cosas a que más inclinación tienen. (González Rodríguez,
1985, citado por Rodríguez, 2006, p. 160)
21
Si bien Clavijero nunca estuvo en la península de California, el testimonio de
Wenceslao Link, misionero jesuita que llegó en 1761, corrobora lo escrito por el
fraile pues menciona que en esa tierra no había “ni un campo productivo ni un
bosque; nada, excepto rocas, farallones, montañas escarpadas y desiertos
arenosos, cuya monotonía sólo es interrumpida por cumbres de piedra” (Link,
citado por Uriarte, 2013, p. 22). María Teresa Uriarte afirma que la ambición por el
oro y los intereses económicos motivaron a los expedicionarios a continuar con la
conquista de estas tierras a pesar de su aridez, de las difíciles condiciones para
explorarla, e, incluso, de los primeros intentos fallidos, por lo que después de
medio de siglo de haber abandonado la misión y al escuchar las noticias sobre la
llegada del pirata inglés Francis Drake a la península, Felipe II ordenó al virrey
“poblar y fortificar los puertos de California” (Uriarte, 2013). Éste encomendó la
empresa a Sebastián Vizcaíno quien por primera vez, en 1596, llegó al actual
puerto de La Paz, nombrándolo de esa manera debido a la actitud amistosa y
pacífica con que fueron recibidos por los y las nativas. Así describió Vizcaíno el
encuentro:
Fuíme [sic] llegando poco a poco a tierra, desviándome de donde ellos estaban y
notando los ademanes y demostraciones que hacían, para ver si me querían
estorbar la salida; los cuales arrimando sus armas a unas mozas se vinieron para
nosotros haciendo señales de amistad y convidándonos con su tierra que, a ser algo
bueno, era todo lo que podía desearse […] (Vizcaíno en Mathes, 1965, citado por
Rodríguez, 2011, p. 166)
22
misión. En ella, se embarcó Eusebio Francisco Kino, sacerdote jesuita, quien junto
a dos jesuitas más fueron adentrándose en conocer una de las lenguas habladas
en la península, el cochimí, a la vez que iniciaban, aunque de manera incipiente, la
evangelización de las y los nativos, lo que, como sabemos, fue una de las armas
de legitimación más fuertes del imperio español. Sin embargo, a pesar de la
alegría y la esperanza de los padres, el almirante no consideraba que hubiera
manera de sobrevivir allí:
Los misioneros estaban muy contentos con la docilidad de los indios y su buena
disposición para el cristianismo; pero el almirante no lo estaba con un país en que
no le era tan fácil mantener la población y en que los soldados le hacían ver las
molestias que les ocasionaban la esterilidad de la tierra y la intemperie del aire.
(Clavijero, 2007, citado por Uriarte, 2013, p. 28)
23
telas de lana y algodón así como la construcción de chozas de tierra fue con la
llegada de las órdenes misioneras, específicamente la jesuita, cuando comenzó un
proceso más complejo de aculturación y reconfiguración sociocultural entre los y
las indígenas, específicamente en lo que concierne a la organización social y su
sedentarización en las misiones, al concepto de trabajo y la división sexual de éste
(Garduño, 1994). Al respecto, Everardo Garduño menciona:
De acuerdo con la experiencia previa que habían tenido los misioneros en el resto
de la Nueva España, el sistema misional se inició con la intención de organizar a los
dispersos indios nómadas en un sistema de pueblos indígenas establecidos
alrededor de una cabecera o pueblo principal en donde cada misión tenía que
convertirse en un centro productor autárquico; alrededor de ese pueblo giraría la
vida de las comunidades indígenas aledañas. Sin embargo, las limitaciones en la
subsistencia impuestas por las rigurosas condiciones climáticas, así como la
dispersión de la población autóctona, impidieron que los misioneros llevaran a cabo
su proyecto inicial, por lo que tuvieron que conformarse con el establecimiento de
pequeñas cabeceras- misiones y de un determinado número de rancherías.
(Garduño, 1994, p. 86)
24
oasis les proveían del agua necesaria, aunque no abundante, para cultivar y
cosechar algunos frutos y hortalizas con qué alimentar a las y los indígenas
catecúmenos.16
16
Se les llamaba de esa manera a quienes ya habían sido bautizados, mientras que los gentiles
eran quienes aún no habían sido evangelizados.
25
Los años más difíciles del periodo jesuita (1697-1767) fueron 1742 y 1748. Según
Pablo L. Martínez, en estas misiones y en esos años perecieron cinco sextas partes
de la población indígena. Para las misiones del centro, principalmente las de
Guadalupe y San Ignacio, los años más drásticos fueron 1720 y 1730; en la de
Santa Gertrudis, los años de 1755 y 1756 fueron fatales, pues morían cien de cada
mil indígenas. Y en 1762, se registró el clímax de una aguda epidemia que había
comenzado el año anterior azotando la misión de San Borja; esta epidemia, en su
etapa menos intensa causó ciento cuarenta y seis muertes, es decir, más del 20%
de la población existente en esa área. (Gómez, 1988, citado por Garduño, 1994, p.
97)
No parece que la divina justicia se daba aún por satisfecha con los sesgos que la
humana ejecutó en los pericúes de resulta de sus rebeliones, y de las muertes que
dieron a sus padres misioneros y a otros individuos; porque (o sea por estos
motivos, o sea por otros de su altísima providencia), apenas había pasado un año
después que quedaron pacíficos, acabada la segunda rebelión, les envió Dios una
terrible epidemia el año de 1742 en que murieron gran parte de los indios (Del
Barco, 1973, p. 243)
26
1.2.3.- La orden franciscana: 1769-1840
[…] En los indios de las misiones, porque los padres misioneros no les podían asistir
con los socorros ordinarios de ropas para vestirlos, ni el sustento acostumbrado y
otros agasajos y donecillos que se les solían dar, de lo que se han sentido y
mostrado descontentos, por lo que se han manifestado poco atentos y obedientes,
inquietándose unos y demasiándose [sic] otros, porque dicen que los hacen trabajar
y no para su provecho, de lo que se ha originado que algunos de ellos estén
exasperados e inquietos. (Del Río, 1974, citado por Rodríguez, 2006, p. 214)
27
comenzaron a establecer relaciones con otros indígenas del norte pero también
con extranjeros. Sobre los cambios ordenados en ese entonces, Rosa Elba
Rodríguez narra:
Al ser informado de que algunas misiones con buena dotación de tierras y agua
estaban casi despobladas dispuso [José de Gálvez] varios traslados de indígenas.
Suprimió, por ejemplo, las cabeceras de San Luis Gonzaga y Los Dolores ubicadas
en los llanos de Magdalena, y envió a sus catecúmenos a Todos Santos,
trasladando a los escasos sobrevivientes de ésta a Santiago. A algunas familias de
San Javier las trasladó a San José del Cabo, y a otras de la numerosa feligresía de
Santa Gertrudis y Guadalupe las mandó a Comondú y a La Purísima. (Rodríguez,
2006, p. 214)
[…] una contradicción grave entre la parte educativa y civilizatoria que los ministros
atribuían al aprendizaje de oficios y al desarrollo de las tareas necesarias para la
buena marcha de los establecimientos y la aplicación de castigos ejemplares a
quienes se mostraban reacios a la conversión, que consistía precisamente en
ponerlos a trabajar bajo vigilancia mediante azotes. (Rodríguez, 2006, p. 218)
28
1.2.4.- Los dominicos: 1772-1840
A la llegada de los dominicos en 1772 el panorama no era muy alentador pues con
la orden de la fundación de nuevas misiones en la Alta California, éstos se vieron
obligados a abastecerlas de alimentos así como de personas que pudieran
trabajar en ellas. Debido a las condiciones en que los dominicos encontraron las
misiones de la Antigua California, Aschmann (1959) menciona que su único deber
era: “[…] simplemente presenciar la mortandad de sus feligreses, luchar
permanentemente en contra del hambre y tratar de controlar su comportamiento
para que sus almas no se pierdan” (Aschmann, citado por Rodríguez, 2006, p.
219). Es interesante ver a través de los testimonios de ese entonces cómo los/as
nativos/as mantenían ya otra actitud frente a los misioneros y el sistema misional.
Si bien es cierto que continuaban viviendo en ciertas misiones durante temporadas
específicas en las que la comida escaseaba, o, en el caso de las mujeres, cuando
iban a dar a luz a un nuevo miembro, es claro que las y los indígenas no estaban
ya tan supeditados por los frailes. Prueba de ello son algunas acciones que
comenzaron a llevar a cabo como el robo de ganado y de reservas alimenticias o
el declararse enfermos cuando se les obligaba a trabajar.
Las condiciones de trabajo forzado y malos tratos que vivieron con los dominicos
incitaron nuevas rebeliones como la de 1778, entre los y las cochimíes de Santa
Gertrudis. Para esta época, los españoles ya recogían testimonios de los
indígenas los cuales hacen ver que su objetivo en esa rebelión había sido matar
al padre debido a los golpes que les había propinado:
[…] después vinieron del Rancho Martín, Mariano, Tadeo, Juan, Andrés, Remigio,
todos de la casa, y éstos estaban diciendo: “en el rancho nos pegó el padre, lo
habíamos de haber cogido entre todos y matarlo”, a lo que respondió, “porqué no lo
hicieron de una vez, ya lo habían de haber hecho y nomás lo andan pensando.”
(AHPLM, citado por Rodríguez, 2006, p. 230)
29
La rabia y la impotencia para defenderse de los castigos que consideraban injustos
se dejan sentir en afirmaciones como la de Lamberto, quien continúa expresándose
sobre acontecimientos relacionados con la presunta conspiración: “Damián [el de] la
casa [probablemente sirviente], en dos ocasiones que el padre lo castigó, las
mujeres gritaban recio cojan a ese padre en[tre] todos y mátenlo”[…] También
aparece en los testimonios la figura de una mujer mayor, que expresa su enojo con
sarcasmo, pues según se expresa uno de los acusados, cuando se quemaron las
casas […] la mujer gritaba “toma padre José, apágalo con la cuarta [el instrumento
con el que les propinaban los azotes]. (Rodríguez, 2006, p. 230)
30
las y los indígenas a fortalecer su red de comunicación, ya que debido a la
movilidad que no dejaron de realizar aún estando congregados en alguna misión,
los llamados gentiles, es decir, los que no habían sido evangelizados y los
catecúmenos, los ya evangelizados, continuaron relacionándose y en sus
encuentros podían relatarse los unos a los otros sus experiencias y los agravios
recibidos por los misioneros. Era, quizá, una forma de cuidarse entre sí mismos.
18
Fuente: León Portilla, 1983, p. 23, tomado de Garduño, 1994, p. 87.
31
1.2.5.- La conformación del imaginario sobre los “indios californios”
Sin duda, la presencia de las tres órdenes religiosas marcó un gran cambio
sociocultural en este pueblo puede ser nómadas y vivir en shumules19,
comenzaron a tener un estilo de vida sedentario alrededor de las misiones que se
fundaron en diversos parajes de la península, dejando la recolección de frutos
para sembrar en pequeños huertos que eran regados a través de las acequias
construidas por ellos mismos. A su vez, la evangelización incidió en una
modificación de sus prácticas culturales y en la transmisión de la lengua que,
paulatinamente, se fue dejando de hablar. Sin embargo, estos cambios no se
dieron de manera fortuita, y tampoco de manera consensuada y pacífica, pues
hubo muchas pérdidas para los pueblos originarios, tanto demográficas y
culturales hasta la propia libertad de seguir andando por su territorio. Dentro de
este proceso, a través de las experiencias vividas, soldados y misioneros crearon
sus propias ideas sobre las personas nativas que redundaron en un imaginario
sobre los “indios californios” como los más “atrasados” de la civilización,
develando, a su vez, las relaciones de poder que se establecieron entre los
extranjeros y los grupos nativos. En este sentido, me parece relevante revisar las
el imaginario20 que se creó sobre los pueblos del centro y sur de la actual Baja
California durante la Colonia.
32
esta categoría se impuso dentro de las relaciones de dominación entre
colonizadores (españoles) y colonizados (“indios”) y más que representar un
contenido cultural concreto refería –y refiere- a una condición de dominación (la
de dominados) en donde la diversidad cultural pre-existente a la llegada de los
españoles es juzgada, anulada y homogeneizada dentro de una categoría social
impuesta en la que la superioridad de una frente a otra se atribuyó a cuestiones
raciales, culturales y religiosas (Bonfil, 1972): “Así, todos los pueblos aborígenes
quedan equiparados, porque lo que cuenta es la relación de dominio colonial en la
que sólo caben dos polos antagónicos, excluyentes y necesarios: el dominador y
el dominado, el superior y el inferior, la verdad y el error” (Bonfil, 1972, p. 111).
21
Bernardino de Sahagún, Fray Bartolomé de las Casas, Miguel del Barco, por mencionar algunos.
22
Como vimos, el sistema misional llegó a establecerse a finales del siglo XVII en el norte de
México, casi 200 años después de la llegada de los invasores españoles.
33
Foto 3.- Californios después de la caza
Fuente: León Portilla, 1983
Las más recatadas, según Del Barco, eran las pericués de cabo San Lucas, quienes
utilizaban hasta tres prendas elaboradas de palma: un capotillo desde los hombros
hasta la cintura, y las otras dos para cubrir de la cintura a las piernas, una por
delante y la otra por detrás. Llevaban suelta la larga cabellera y adornaban sus
cuellos y brazos con collares que les llegaban a la cintura y pulseras, elaborados
ambos con nácar, perlas, caracolillos y carrizos. El vestuario de las cochimíes, en
cambio, era más pobre, pues sólo se cubrían el frente, de la cintura a las rodillas o
poco más abajo, con faldas de carrizos muy delgados y la parte posterior con pieles
de venado u otro animal. (Uriarte, 2015, p. 42)
34
Foto 4.- Hombres cochimíes
Fuente: Moctezuma Zamarrón y Aguilar Zeleny, 2013, p. 90.
35
Pero no sólo esta práctica escandalizó a los misioneros, también una conocida
como “La maroma” la cual era realizada entre los y las cochimíes de Santa
Gertrudis, San Borja y Santa María. Según Clavijero, en una espina amarraban
una delgada cuerda y en ella insertaban un pedazo de carne, “previamente
endurecida y secada al sol” la cual masticaban por un momento, con todo y la
cuerda, y después de unos minutos sacaban el mismo bocado jalándolo a través
de ésta. El bocado era compartido por varias personas que realizaban la misma
maniobra frente al asombro de niños y niñas. Así:
[…] se defendían con decir que comían como hombres racionales que saben
aprovecharse del buen bocado, saboreándose con cada uno por un buen rato, y
teniendo el gusto de comerles no una, sino muchas veces; pero que los de San
Ignacio y los demás, comen como coyotes […], que a toda prisa engullen la comida
sin que vuelva más a aparecer. (Clavijero, 2007, citado por Uriarte, 2015, p. 54)
Según Del Barco, quien vivió durante alrededor de treinta años entre la “nación
cochimí”, los/as nativos/as del desierto central eran en general dóciles, no se
embriagaban ni robaban y eran personas “de genio más noble y de capacidad más
despierta, de condición más blanda y sociable, de ánimos más dóciles a la razón,
menos tercos y vengativos”. Por su parte, los grupos pericúes y guaycuras fueron
considerados “aguerridos” y “revoltosos” debido a las rebeliones que se suscitaron
en el sur de la península por lo que en contraste con los nativos del sur, los
cochimíes fueron considerados hombres y mujeres de paz (Del Barco, 1973, p.
193). Sin embargo, otros misioneros no compartían la misma opinión, como el
también jesuita Juan Jacobo Baegert, para quien los californios eran equiparables
a las bestias:
Por lo general, puede decirse de los californios que son tontos, torpes, toscos,
sucios, insolentes, ingratos, mentirosos, pillos, perezosos en extremo, grandes
habladores y, en cuanto a su inteligencia y actividades, como quien dice, niños
hasta la tumba; que son gente desorientada, desprevenida, irreflexiva e
irresponsable; gente que para nada puede dominarse y que en todo siguen sus
instintos naturales, igual que las bestias. (Baegert, 1942, citado por Garduño, 2014,
p.12)
36
De esta manera, con base en algunas prácticas y elementos que los misioneros y
soldados observaron en estos grupos configuraron una imagen sobre las/os
indígenas de la “Antigua California” como los más incivilizados de los pueblos que
habían encontrado a su llegada al “Nuevo Mundo” dada la “rusticidad” en la que
vivían. Todas estas características ayudaron a crear un imaginario sobre la
población del noroeste como grupos atrasados culturalmente, flojos y rebeldes, sin
capacidad de reflexión y aunque durante la ocupación de la orden jesuita en la
región el discurso cambió un poco en el sentido de que consideraban que su “falsa
religión” les impedía crear su propio raciocinio y bienestar -de lo que la
evangelización podría redimirles- las rebeliones del sur y en el desierto central
durante el periodo franciscano y dominico hicieron resurgir el eurocentrismo y la
moralidad hegemónica del sistema misional por lo que a pesar de algunos
cambios en el discurso de algunos frailes, las representaciones negativas sobre
estos pueblos se reforzaron en el imaginario social.
Más allá del desprecio por una cultura considerada pobre y atrasada, los
exploradores y conquistadores de la península de California fueron los encargados
de dar comienzo a toda una sucesión de imágenes del “indio californio”, en las
cuales se va reforzando la primera impresión de precariedad de la tierra y brutalidad
de sus habitantes […] Para los nativos, sin embargo, los contactos significaron
oportunidades de confrontar sus tradiciones y hacerlas patentes entre los visitantes,
aunque sólo fuera para reconocerse a sí mismos como diferentes de esos extraños
seres, pero también de otros grupos con quienes compartían el espacio. (Rodríguez,
2006, p. 177)
37
1.3- El fin del sistema misional y las disyuntivas de la nueva patria mexicana
Sin duda, la Independencia marcó una nueva etapa histórica. Empero, aunque la
rebelión independentista se llevó a cabo por actores del mundo rural,
específicamente sacerdotes criollos y campesinos e indígenas, la conformación de
la nueva patria fue orquestada por las élites de criollos liberales en la búsqueda de
un proyecto social, político, económico y cultural con el cual pudieran refrendar su
poderío. En este sentido, la relación entre los pueblos indígenas y la naciente
patria mexicana estuvo marcada por las pautas del liberalismo para el que la
libertad, la soberanía de la voluntad general, la educación y la reforma serían los
estandartes del progreso y la prosperidad a los cuales, siguiendo a Brading, se
oponían dos obstáculos, por una parte el sistema de haciendas pero, también “el
indio como entidad legal”:
38
Precisamente, una de esas instituciones fue el sistema misional con quien el
nuevo gobierno comenzó a tener conflictos después de negar el reparto de
tierras a algunos sacerdotes, catalogando a las misiones como propiedad privada
situación por la que los/ as nativos/as pudieron continuar con su tradición de
nomadismo libremente, sin que hubiera ya quienes les reprendieran o castigaran
por ello; otros pudieron acceder a tierras cuando en 1824 Mariano Monterde fue
designado jefe político subalterno de la Baja California y expidió un documento en
el que declaraba extintas todas las misiones dada su escasa población y
establecía la libertad e igualdad de los/as nativos/as ante la demás ciudadanía
(Rodríguez, 2006).
Para Pimentel la forma en que dicha transformación podría suceder era a través
del abandono de la cultura de los pueblos indígenas pero también consideraba
necesario que se eliminara el sistema de propiedad comunal por uno de
propiedad privada, lo que convertiría a los indígenas en pequeños propietarios
rurales. Entonces, el sistema dominante del siglo XIX puso a las y los indígenas
ante un dilema que Villoro denominó la “occidentalización del indio”, es decir:
“que el indígena deje de ser indígena […] la desaparición del indígena en tanto tal
indígena, es decir, en tanto clase social agrícola y primitiva, para transformarse a
las relaciones de trabajo de la urbe civilizada o a la pequeña propiedad de un
sistema liberal” (Villoro, 1979, pg. 220).
40
De esta manera, las relaciones de dominación insertas en la categoría de “indio”
durante la Colonia continuaron presentes pues en el sistema liberal los indígenas
sólo fueron reconocidos en el sentido – y destino- que les asignó la clase
dominante. En términos de Villoro (1979), se trata de una “trascendencia
trascendida por el otro”, es decir, a través del reconocimiento de quienes detentan
el poder en la nueva relación de dominación – los mestizos, ahora-, es que los y
las indígenas obtienen un valor, un reconocimiento, un ser y estar válidos en el
mundo.
Frente a las disyuntivas de la nueva patria mexicana y ya sin las cadenas del
sistema misional, con un pedazo de tierra y siendo reconocidos como ciudadanos
por las leyes mexicanas, derecho “supeditado a que mostraran un
comportamiento ´civilizado´, es decir, que perdieran su identidad étnica y se
incorporaran a la sociedad bajacaliforniana en calidad de rancheros y campesinos”
(Rodríguez, 2006, p. 263), las y los pocos indígenas peninsulares23 que
sobrevivieron continuaron sus vidas en las ex misiones y/o en rancherías
cercanas.
23
Me refiero a los grupos del desierto central y el sur de Baja California.
41
Según el informe del coronel Miguel Martínez, en 1836 subsistían comunidades
indígenas en los terrenos que habían pertenecido a las misiones de San Javier, San
José de Comondú, Santa Rosalía de Mulegé, La Purísima, Santa Gertrudis y San
Francisco de Borja. En todos estos sitios la secularización había traído consigo el
reparto de tierras entre los antiguos catecúmenos, pero en las dos últimas, la
insuficiencia de tierras de humedad hacía que sus habitantes se mantuvieran al
viejo estilo. Curiosamente son estas dos localidades las únicas del centro peninsular
donde todavía tenemos noticia de indígenas a comienzos del siglo actual, dedicados
a actividades agrícolas, pero también a juntar miel de abeja y a pescar o cazar […]
Todavía en 1918 se reportaba que la comunidad indígena de la ranchería de San
Regis hablaba un idioma diferente del español y que durante los meses de verano
cambiaba su lugar de residencia a diversos parajes de la costa. (Rodríguez, 1999, p.
38)
42
trabajo asalariado a ciertas localidades cercanas en las que la minería estaba en
su momento de apogeo; quizá este fenómeno fue una de las razones por las que
se les declaró extintos pues en efecto habían dejado sus comunidades para
trabajar en las minas y sólo regresaban a vivir a ellas en ciertos períodos24. Si bien
las/os cochimíes que aún quedaban en la misión de Santa Gertrudis a finales del
siglo XIX y principios del siglo XX salían a trabajar a las minas durante temporadas
largas, nunca dejaron de vivir personas en la comunidad. De esta manera,
continuaron con su tradición de nomadismo en busca de los medios para
conseguir el alimento de sus familias pero ahora la movilidad se daba hacia los
ranchos mineros y ganaderos, sobre todo entre las familias de la comunidad de
Santa Gertrudis, y a los campos pesqueros, en el caso de las de San Borja.25
Quizá uno de los impactos más relevantes de la Revolución Mexicana para los
pueblos originarios de Baja California fue el reparto agrario después de que el
24
Ahondo en las circunstancias que incidieron en su extinción oficial en el capítulo II.
25
En el capítulo II muestro sus ires y venires en búsqueda de trabajo y cómo a pesar de las
movilidades continuaron manteniendo un lazo territorial con sus comunidades.
26
Samaniego (2007) menciona que generalmente se inclinaron más por el maderismo, sobre todo
después de la incursión de los hermanos Flores Magón, etapa a la que los nativos identifican como
la de “los revoltosos”.
43
nuevo gobierno cancelara las leyes de colonización extranjera destinadas a la
“modernización” y poblamiento de las regiones “deshabitadas” promulgadas
durante la dictadura de Porfirio Díaz. Para Everardo Garduño, tanto su
incorporación al trabajo asalariado como su organización dentro de ejidos no fue
más que: “[…] la consolidación del proceso de extinción indígena27 y de su
incorporación subordinada y dependiente a la economía regional” (Garduño, 1994,
p. 106). Sin embargo, además de estas estrategias, las políticas e ideas de los
gobiernos pos revolucionarios en torno a la población indígena también tuvieron
mucho que ver en este proceso, como abordo en el siguiente apartado.
27
Hace 23 años, cuando Garduño escribía este libro, consideraba que los pueblos originarios de la
Baja California apuntalaban hacia un proceso de extinción. Sin embargo, concuerdo más con su
postura actual en la que aborda la revitalización cultural de estos pueblos como formas de
resistencia a través de la construcción de una identidad panétnica entre los pueblos yumanos.
44
reproducción y transmisión de éstas para considerarles indígenas pero también les
impulsaba a buscar una mejor calidad de vida, según los estándares de la época.
Curiosa, atractiva y original esa vida arcaica que se desliza entre artificios,
espejismos y supersticiones; mas en todos sentidos sería preferible para los
habitantes estar incorporados a la civilización contemporánea de avanzadas ideas
morales, que aún cuando desprovistas de fantasías y de sugestivo ropaje
tradicional, contribuyen a conquistar de manera positiva del bienestar material e
intelectual a que aspira sin cesar la Humanidad. (Gamio, 1922, citado por Villoro,
1979, pg. 239)
Sin embargo, como se creía que los y las indígenas no podían incorporarse de
golpe a la civilización moderna se planeó hacerlo paulatinamente a través de la
educación y el trabajo, es decir, mediante las políticas de alfabetización y
castellanización y de su incorporación al mercado laboral (Villoro, 1979). Sin
duda, una de las empresas más relevantes durante este periodo fue la educación
como un proyecto social y político, a raíz de su obligatoriedad por decreto en la
Constitución de 1917. Desde entonces, la alfabetización se convirtió en un
45
proyecto urgente para llevar a cabo la unificación de la diversidad cultural y
lingüística del país, encaminado a inculcar un sentimiento de identidad nacional
común como mexicanos (Gutiérrez, 2012)28. Al respecto, Natividad Gutiérrez
indica:
Pero no sólo las políticas aculturadoras fueron parte importante para lograr una
nación monocultural y unificada, también los proyectos socioeconómicos de la
modernidad impulsados sobre todo a partir del Cardenismo. En el caso de los
pueblos bajacalifornianos, Everardo Garduño identifica dos estrategias que se
utilizaron para integrar a estos grupos en pos del “progreso”: su incorporación al
trabajo asalariado en actividades productivas que anteriormente les eran
desconocidas y su inscripción dentro del nuevo esquema jurídico agrario, el ejido
(Garduño, 1994). De este modo, con su incorporación al trabajo asalariado los
grupos nativos entraron dentro de un proceso de proletarización pues habiendo
olvidado sus formas tradicionales de subsistencia y teniendo que responder a las
exigencias económicas de los nuevos tiempos, recurrieron cada vez más a la
venta de su fuerza de trabajo29:
Este proceso consistió en una integración funcional del esquema de vida de los
grupos indígenas al modelo de sociedad-nación prevaleciente y dominante; en dicho
proceso se [asignaron] determinados roles de carácter social y/ o productivo a los
grupos nativos, cancelándoles la posibilidad de continuar manteniendo ciertos
aspectos de su vida tradicional, o bien, permitiéndoles la preservación solamente de
aquellas pautas que [pudieran] someterse al servicio de los esquemas económico y
político de la sociedad nacional. (Garduño, 1994, p. 121)
28
Aunque la educación a través de las políticas de alfabetización y los programas de
castellanización coadyuvaron de manera importante en la pérdida de algunas lenguas indígenas,
no profundizo en ello dado que para ese entonces la lengua cochimí ya estaba extinta, es decir, no
fueron estas políticas directamente las responsables de la pérdida de la lengua, aunque tal vez
coadyuvaron al silenciamiento de su identidad indígena.
29
Ahondo más en ello en el capítulo II, así como en las migraciones que ello conllevó.
46
En cuanto a su incorporación dentro del esquema agrario, es importante resaltar
que no se tomaron en cuenta las singularidades de la organización social de los
pueblos de esta región -más ligada, como hemos visto, a las sociedades
cazadoras recolectoras estructuradas en familias que se movían de un lugar a otro
del territorio en la búsqueda de sustento y que no compartían las formas colectivas
y comunitarias de algunos pueblos del centro y sur de México- y se impuso esta
estructura a pesar de ser completamente ajena pues “no correspondía a las
formas de territorialidad de los indígenas de Baja California, acostumbrados a
aprovechar, gracias a su conocimiento, la capacidad nutricia de diversos
ecosistemas” (Rodríguez, 2006, p. 280).
30
Un caso emblemático de esta grave y creciente situación es el de los pa ipai de Jamau quienes
fueron desalojados de su territorio a raíz de la imposición de un ejido mestizo, que paradójicamente
lleva el nombre en la lengua, pero al que no fueron invitados a formar parte. Las comunidades
kumiay de San Antonio Nécua y San José de la Zorra mantienen un conflicto añejo con algunos
productores vitivinícolas que se asentaron en el Valle de Guadalupe, específicamente con la
compañía L.A. Cetto quien ha invadido sus linderos y tomado el agua que no le corresponde. Los
kiliwa, por su parte, vendieron en su mayoría sus tierras después de la conformación del ejido
Quiliguas (sic). En el caso de las/s cochimíes de Santa Gertrudis, hasta la fecha continúan
peleando por obtener los derechos agrarios de los que injustamente fueron depurados; sobre este
caso profundizaré más adelante, en el capítulo IV.
47
complejo proceso en el que han sido producto y producentes de su historicidad
(Zemelman, 1990) y a pesar del desalentador panorama en cuanto a sus derechos
agrarios y territoriales continúan reproduciendo su cultura en contextos cada vez
más dinámicos y al igual que vivieron un lento proceso de transformación cultural
actualmente están re-iniciando un proceso de revitalización que mucho tiene aún
por contarnos. De este modo, considero que el hecho mismo -histórico, por cierto-
de que en la actualidad exijan respeto y reconocimiento a su especificidad
indígena, escribe un momento más en su devenir como pueblo originario
ayudándoles a crear una “nueva historia que no rehúya los recuerdos del pasado,
pero que permita acceder a un nuevo presente” (Bartolomé, 2005, p. 57) a pesar
de ser considerados extintos durante casi un siglo.
En este sentido, es importante resaltar cómo a la vez que las políticas y modelos
dominantes impulsaron -y en ocasiones expulsaron- a los pueblos indígenas en la
búsqueda de progreso y desarrollo, en el caso del pueblo cochimí no se
profundizó en los impactos que estas disyuntivas produjeron en su cultura e
identidad, menos, aún, en el papel de los actores sociales en este proceso pues ni
estas circunstancias ni la existencia de personas que se identificaban como
cochimíes todavía a principios del siglo XX fueron tomadas en cuenta y a través
de la imposición de formas y elementos de reconocimiento oficial (ciegos ante los
cambios y el dinamismo propio de las culturas) se impuso como una verdad dentro
del discurso histórico, político y antropológico su desaparición, develando,
también, la capacidad de los sistemas hegemónicos para producir discursos con
base en criterios limitantes que permiten la expansión de sus proyectos e
intereses. Sobre estas paradojas de la extinción, como las he llamado, y los
factores por los que se les invisibilizó del mapa de los pueblos originarios,
profundizo en el siguiente capítulo.
48
CAPÍTULO II. LAS PARADOJAS DE LA EXTINCIÓN
2.1.- ¿Por qué se borró del mapa de los pueblos originarios a los y las cochimíes?
31
Como la de Santa Gertrudis, San Borja y San Ignacio.
32
Esta perspectiva evolucionista de la antropología veló el papel de los actores sociales en su
devenir y desde un discurso esencialista algunos investigadores (León Portilla, Mauricio Mixco,
Anita Álvarez, por mencionar algunos) no dudaron en declarar su extinción como resultado de la
debacle demográfica durante la imposición del sistema misional y de la asimilación cultural.
Algunos estudios arqueológicos y lingüísticos hechos por investigadores estadounidenses durante
el siglo XX como los realizados por Don Laylander, William Massey y Homer Aschmann, entre
otros, también se referían a este pueblo como extinto.
49
se asumían como indígenas cochimíes (Morales, 2016). En ese entonces:
50
que ya desde entonces comenzaba a expandirse por la región en búsqueda de los
modos de producción (tierras) y la fuerza de trabajo de los y las nativas.
Asimismo, pongo sobre la mesa la importancia de la exogamia, es decir, del
matrimonio de cochimíes con personas de otras culturas, ya que estos
intercambios, tanto laborales como afectivos, tuvieron repercusiones en la
transmisión de su cultura e identidad. Finalmente, se comparten los testimonios de
las y los descendientes cochimí para hacer eco, desde su perspectiva, al por qué
se dio un silenciamiento de su identidad.
Durante el tiempo de los jesuitas y de los franciscanos, las epidemias que afectaron
mucho a otras misiones, a los indios de Santa Gertrudis los afectaron muy poco
debido al aislamiento de esta misión. Sin embargo, con el mayor movimiento que
hubo en el tiempo de los dominicos, las epidemias empezaron a afectarlos
gravemente, y así su población fue cayendo drásticamente. En el momento de la
salida de los jesuitas, en 1768, Santa Gertrudis contaba con una población indígena
de 1000 personas. Para 1771 era de 1138. Sin embargo, para 1782 ya había caído
a 317 habitantes y tres años después era de sólo 300. Para el año 1800 sólo vivían
203 cochimí en la misión, y en el momento de su abandono eran menos de 100.
(Mathes, 1977, citado por Lazcano, 2011, p. 118)
34
Si bien las cifras que brindan los testimonios de los españoles en cuanto a la mortandad
provocada por las epidemias suenan alarmantes dada la cantidad de personas que murieron
durante la imposición del sistema misional, Dení Trejo (2005) aconseja analizarlas con cuidado ya
que la movilidad acostumbrada entre los/as nativos/as así como la existencia de indígenas gentiles
que no eran tomados en cuenta dentro de los censos, pues no habían sido incorporados al sistema
misional, dificultaban la obtención de un número exacto de defunciones.
51
Las enfermedades que principalmente infectaron a los nativos fueron la viruela, el
sarampión, la tifoidea y la sífilis. La viruela, por ejemplo, dejaba incapacitadas a
familias y bandas enteras pues les impedía buscar el sustento. Trejo (2005)
menciona que además de las epidemias la introducción de nuevos alimentos
modificó la dieta de las y los nativos, haciendo más débil su sistema inmunológico.
Además, durante el abandono de las misiones dominicas el alimento escaseó por
lo que Luis Sales se lamentaba: “yo creo que más indios se murieron de hambre
que de la enfermedad.” (Sales, 1960, citado por Rodríguez, 2006, p. 245). Por otra
parte, la prohibición de la poligamia y la disminución de la población femenina en
edad fértil, así como los efectos emocionales (Trejo, 2005) impactaron en el
“desastre demográfico de los californios” como lo llamó Ignacio del Río (1974).
35
Desde la lingüística y la antropología se le denomina como familia etnolingüística yumano-
cochimí.
52
Sin embargo, no sólo el sistema misional repercutió en la pérdida de la lengua
cochimí pues como anoté en páginas anteriores una de las estrategias que los
liberales criollos promovieron para lograr la unidad nacional fue la transformación
de los indígenas a través de la pérdida de sus costumbres y sus prácticas
culturales, incluida, por supuesto, la lengua. Al respecto, Francisco Pimentel, aquel
liberal criollo que proclamó el exterminio o la transformación de los pueblos
indígenas, indicaba: “Debe procurarse […] que los indios olviden sus costumbres
y hasta su idioma mismo, si fuere posible. Sólo de este modo perderán sus
preocupaciones y formarán con los blancos una masa homogénea, una nación
verdadera” (Pimentel, 1864, citado por Villoro, 1979, pg. 226).
Debido a estas circunstancias, ya para finales del siglo XIX y las primeras décadas
del siglo XX la extinción de la lengua cochimí era prácticamente un hecho. Y digo
prácticamente, porque algunas/os descendientes recuerdan en su niñez haber
escuchado a ciertas personas que hablaban de forma “extraña” como a Juana
Iberri36 o doña Sabas, como la conocían. Gertrudis Ramos la recuerda con cariño
pues cuando era pequeña la cuidaba a ella y a sus hermanos/as: “Nomás a una
señora, doña Sabas la escuchaba yo que no hablaba muy bien, yo me acuerdo
que oía frases raras, no le entendía. Ella nos cuidaba pero hasta ahí nomás, no le
entendía […]”. Felipe Villa, por su parte, menciona:
Sí oíamos una que otra platica porque si quedaban unos ahí, una era mi tía y otra
una señora Pilar […] y los que había aquí pues eran los indios, bien indios que eran
por el color, la mamá de ellos todavía hablaba, se llamaba doña Sabas, su hija se
llamaba Ignacia, de ahí era también el papá, era zapatero. (Felipe Villa, 2016)
Quien fue considerada como una de las “últimas cochimíes” del siglo XIX; no obstante continúo
36
viva hasta la década de los cuarenta y, de vez en cuando, hablaba en su lengua la cual sobrevivió
en su memoria hasta su muerte, llevándose con ella esa concepción particular del mundo cochimí
a través del lenguaje.
53
Foto 5.- Juana “Sabas” Iberri, Margarito y Rosario Iberri, Santa Gertrudis.
Fuente: Diguet, León, Fotografías del Nayar y de California (1893-1900), p. 83.
Doña Pilar, de 93 años, oriunda de San Borja, recuerda a su tío Antonio Ríos
quien también fue considerado uno de los “últimos cochimíes”, aunque en realidad
don Antonio murió apenas hace cuatro o cinco años:
Era primo de mi mamá, decían que era el último que quedó de los que había. Hace
como cuatro o cinco años que se murió, pero no hablaba la lengua, yo creo que la
lengua se perdió antes de mi mamá, yo creo que cuando murieron los indios en ese
tiempo, fueron muriendo y no la practicaron, con las epidemias se murieron muchos
indios ahí, fue cuando quedaron sin trabajadores los padres, se murió toda la
indiada que tenían de burros. (Pilar Romero, 2016)
54
Foto 6.- Antonio Ríos Poblano
Fuente: Archivo Milapá
Mi mamá dice que ella cuando estaba muy chiquita recuerda que hablaban la
lengua, lo que pasa es que les prohibían, pero eso no lo dice nadie […] nosotros no
tenemos la culpa de haber perdido una lengua que era nuestra y que alguien vino y
nos tapó la boca, vinieron los sacerdotes y castigaron a los indios para que no
hablaran […] Lo malo es que los mismos investigadores, los mismos que califican
porque se acaba la lengua luego vienen y nos dicen: “No, no son indígenas porque
no hablan la lengua” y no se acuerdan que hay responsables de eso, son los que
trajeron o los que permitieron que nos vinieran y nos quitaran nuestras costumbres,
nuestras lenguas, nuestras creencias y todo eso no lo hicieron a la buena, muchas
de las veces lo hicieron a fuerza de castigos, a fuerza de golpes. Yo veo con
tristeza que el indígena mexicano no ha cambiado por sí, lo han hecho cambiar, ha
cambiado para poder sobrevivir, de una manera u otra tiene que acomodarse en
este mundo que nos está bombardeando de diferentes culturas. (Luz Villa, 2016)
55
Si bien es cierto que la lengua de un pueblo es una ventana a su mundo, a su vida
y a su ontología, su pérdida es un problema que debe analizarse a profundidad
pues las personas no dejan de reproducirla y transmitirla de manera fortuita. En el
caso de la extinción de la lengua cochimí subyacen diversos factores que
coadyuvaron a su pérdida, atravesados por el racismo, el clasismo y el
colonialismo. En este sentido, y aunque la extinción de las variantes lingüísticas
del cochimí representó un espejo para siempre quebrado (parafraseando a León
Portilla) propiciando una importante reconfiguración dentro de este pueblo,
considero que este hecho no se debe de tomar como un elemento negativo para el
reconocimiento de su ascendencia indígena, sino, más bien, es importante
analizar y tratar de reconstruir las posibles causas que les llevaron a dejar de
hablarla y transmitirla, pues como bien menciona Mardonio Carballo: “Tampoco se
puede censurar la pérdida de la lengua porque en un país como el nuestro se ha
impulsado desde el Estado, desde el racismo y el clasismo” por lo que es
menester “[…] aprender a leer también los motivos por los cuales hay una
comunidad o un grupo de ellas que han perdido su lengua”. 37
37
Entrevista en: https://desinformemonos.org/ser-indio-en-tiempos-neoliberales-entrevistas-a
mardonio-carballo-y-francisco-lopez-barcenas/, consultado en marzo del 2016.
56
se agudizó y tomó otro sentido a principios del siglo XX cuando en la región se
establecieron empresas extranjeras dedicadas a la minería y la ganadería por lo
que algunas personas comenzaron a migrar dependiendo del trabajo que pudieran
obtener en ranchos, campos pesqueros o en minas como El Arco y el Campo
Alemán, a 40 kilómetros de Santa Gertrudis. El Arco fue un campo minero que
inició actividades en las primeras décadas del siglo XX y a donde, según cuentan,
llegaron a trabajar más de doscientas personas de familias de rancherías y
misiones cercanas. Allí, muchos se iniciaron en el oficio de la “gambusineada”,
sacando oro, cobre y plata, entre otros minerales más que había -y hay- en la
región. Además, ahí se encontraba la escuela más cercana para que las niñas y
niños pudieran estudiar (situación por la que ya empezaban a preocuparse los
padres/madres) y también la tienda de abarrotes del señor Ibarra, a donde iban a
surtirse de los productos que no obtenían en la comunidad. Al respecto, Armando
Villavicencio, recuerda:
Mi abuelito tenía muchos ranchitos y según favorecía la lluvia se iban para tal parte,
que acá llovió, que acá está bueno para el campo, así andábamos hasta que
cuando yo tenía unos ocho años nos salimos del rancho porque a mi papá le dijeron
que tenía que darnos estudios entonces nos venimos al Campo Alemán pero un
periodo corto, luego nos venimos al Arco, ahí donde está ese centro minero había
escuela y ahí nos pusimos a estudiar. Unos ya estábamos grandes, otros chiquitos
pero todos estudiamos ahí la primaria. (Armando Villavicencio, 2016)
En sus recuerdos están muy presentes los caminos, paisajes y andares que
compartieron con sus padres en la búsqueda de sustento, como Fidel Villa
rememora:
57
María de la Luz, quien salió de la comunidad de Santa Gertrudis a la edad de tres
años dado que su madre enviudó cuando ella estaba muy chiquita y después se
casó con un extranjero que se dedicaba a la minería, recuerda su alegría de
infante el día que se fueron a vivir al campo minero:
El Arco era el que tenía más gente trabajando porque hubo un tiempo por allá de
1940 o 1938 que mucha gente trabajaba, todavía siguió gente trabajando en la
troka38, buscando oro, dinero pero ya no había una empresa, cada quien trabajaba
por su lado y así se mantuvo la empresa por mucho tiempo. Por ahí del 48 se
terminó, tenía ocho años yo, luego volvimos al Campo Alemán pero fue cuando se
enfermó mi papá, él trabajaba ahí y ahí se enfermó. (Felipe Villa, 2016)
Con una familia que mantener y la poca posibilidad de seguir subsistiendo en sus
comunidades de origen algunos/as cochimíes decidieron salir a otras localidades
de la Baja California Sur como La Paz y los Cabos o hacia el norte, a lugares
como El Sauzal, en Ensenada, y Tijuana, hasta San Diego, Los Ángeles y San
Francisco, en Estados Unidos. También hubo quienes en su adolescencia, y por la
curiosidad de conocer otros lugares de los que les habían hablado, quisieron salir
de la comunidad como Chatita Ramos quien a sus treces años, por ahí de 1953,
habló con su padre y le dijo que quería irse a trabajar con sus hermanos mayores,
38
Camioneta tipo Pick-up.
58
conocer nuevos rumbos:
59
En esta parte de aquí se junta la sierra con el mar por eso es que nosotros
estábamos en la sierra donde estaban los papás de mi mamá y estábamos en la
playa, por eso es sabemos de la pesca como sabemos de la sierra, de las
costumbres. En la sierra era del vino, de los venados, de la fruta […] como
nómadas andábamos pues, estábamos en la playa y estábamos en la sierra
dependiendo de la temporada. Todas esas son costumbres que también tenían
nuestros antepasados, no se podían quedar en un solo lugar. (Magdalena Castillo,
2016)
Sin embargo, dejaron de realizar esta práctica ancestral cuando se fueron a vivir a
Guerrero Negro, a trabajar en la empresa Exportadora de Sal, como hicieron
varias familias cochimíes a partir de 1954.
Más adelante, la concesión de casi 40, 000 hectáreas que brindó el gobierno
mexicano en 1954 a la compañía estadounidense “Exportadora de Sal”, trajo
39
Aún dentro del territorio del desierto central. Se encuentra en el actual estado de Baja California
Sur, en la frontera con la Baja California Norte, a dos horas de las comunidades de San Borja y
Santa Gertrudis.
Su nombre proviene de un barco llamado “Black Warrior” el cual se hundió en la laguna durante
40
60
nuevos cambios en la vida de las y los cochimíes, así como una nueva etapa de
migración:
Apenas estaban haciendo los caminos, yo traía diez años […] en septiembre nos
vinimos nosotros a Guerrero Negro, cinco días hicimos de Santa Rosalía a aquí
[sic], no había carretera. Eran puras carpas y había dos baños para bañarse y dos
sanitarios para ese barrio y ahí se iban a bañar y a hacer sus necesidades. Mi
hermana vivía en una carpa, en esos tiempos vivían como unas cincuenta familias,
recién estaba empezando cuando nosotros vinimos, apenas tenía tres años
trabajando el proyecto porque esto se hizo en el 54, nosotros vinimos en el 57 ya
estaban haciendo el camino para Puerto Viejo, la isla, ahí era donde aventaban los
barcos. (Juana Villa, 2016)
En el caso de las familias de San Borja, dado que su empleo en los campos
pesqueros se extendió más tiempo que el trabajo en las minas, llegaron a
Guerrero Negro años más tarde, como la familia de doña Pilar Romero, quien
platica:
Aquí llegué [Guerrero Negro] en el 70, yo cuando me casé me fui a la playa, a los
campos pesqueros, ahí vivimos cuando nos fuimos de San Borja. Antes estábamos
un tiempo aquí y cuando se abría la temporada de la langosta nos íbamos para allá
y ya que nació Malena ya no nos fuimos otra vez para San Borja. Yo me casé en el
47 y de ahí salí para la playa y aquí ya llegué en el 70. (Pilar Romero, 2016)
61
Ante las nuevas movilidades y contextos, las y los cochimíes se enfrentaron al
dilema sobre continuar conservando lo poco que quedaba de sus peculiaridades
culturales o ir en pos del “progreso” y frente a esta disyuntiva, pero sobre todo
ante la necesidad de alimentar a la descendencia, se incorporaron formalmente al
mercado laboral y el sistema económico a través de la venta de su fuerza de
trabajo. Así, comenzó “un regateo entre el aceptar pautas culturales ajenas y el
abandonar parte de las pautas tradicionales” (Garduño, 1994, p. 150), dinámica
en la que fue decisiva:
62
que más identifican está la falta de comunicación entre las generaciones, pues
platican que sus padres/madres y sus abuelos/as les platicaban poco sobre su
cultura:
Hay un periodo como que se cierra de una generación, como que oralmente faltó la
comunicación. Yo no escuché de mi abuelito muchas cosas que él sabía, no aprendí
oralmente cosas que se vienen diciendo de costumbres o cosas que se vienen
trasladando de generación en generación simplemente hechos, cosas,
acontecimientos que se dieron. Yo siento que hay un espacio ahí entre la
generación de mi abuelita y yo, ellos no se comunicaban mucho. Porque luego se
aprende de los padres porque ellos te cuentan, te platican historias, fábulas pero en
mi caso no. Entonces pues yo me vine para acá [Guerrero Negro] y aquí es otro tipo
de cultura, aquí venían de muchos estados, de allá de México, del Distrito y gente
de aquí de los alrededores. (Armando Villavicencio, 2016)
Chatita Ramos, algunos años mayor que Armando y quien nació en la comunidad
y vivió allí hasta aproximadamente los trece años, sí recuerda pláticas sobre sus
antepasados y, sobre todo, que las mujeres de la comunidad de Santa Gertrudis
eran reconocidas por la gente de otros poblados como “las indias”:
Pues si nos platicaban y a nosotros nos decían indios, pero yo ni sabía que quería
decir indio, nos decían los de aquí de El Arco, la gente que nos conocía. Pero ni me
ofendía, porque no sabía qué quería decir indio. “Vamos a ir a ver las indias de
Santa Gertrudis” decían los muchachos de ahí de El Arco, pero a mí no me
interesaba que dijeran porque yo estaba niña. “Vamos al baile para bailar con las
indias, a mi me encantan las indias de Santa Gertrudis” decían los Ibarra, ese
mismo señor que le fiaba a mi padre. Pero eran otras, eran parientes de la Luchy.
(Gertrudis Ramos, 2016)
Luz Villa, al igual que Chatita, es de las pocas que recuerdan que sus abuelos/as
o las personas de la comunidad hablaran sobre su cultura e historia ancestral. Sin
embargo, concuerda con Armando y otras/os cochimíes en cuanto a que la
transmisión no se daba de una manera abierta, dado que existían restricciones en
la participación de niños/as con los/as adultos/as:
Sí nos contaban, nos contaban de los indígenas, de cómo hicieron las iglesias, que
vivieron allí en Santa Gertrudis, sí nos contaban. Pero con mi mamá no podíamos
estar cuando había gente grande, no podíamos preguntar, no había mucha
comunicación como hay ahora la confianza de padre a hijos. Así nos crearon a
nosotros, sin mucha comunicación, con decirte que cuando una empieza a crecer
como mujer y todo eso como que era muy reservada […] mi mamá fue como medio
apartada o antes no había esa confianza de papá o mamá que le explican a uno.
(Luz Villa, 2016)
63
Si una de las condiciones que se impuso a las colectividades indígenas era el
dejar de practicar y transmitir sus culturas e identidades indígenas como condición
para su supervivencia e incorporación a la nación mexicana, no es de extrañar que
los y las cochimíes no quisieran transmitir su cultura a su descendencia pues,
precisamente, una de las estrategias que utilizaron algunos pueblos originarios
ante las presiones externas fue la negación de algunos elementos indígenas y la
incorporación de otros que fueran más adecuados a los discursos hegemónicos,
adecuándolos a su nueva reconfiguración cultural e identitaria. Ello no es un
fenómeno fortuito si tomamos en cuenta los dilemas de transformación e
integración a los que se enfrentaron ante los sistemas dominantes de cada época
que, como bien indica Garduño, consistieron “[…] en una integración funcional del
esquema de vida de los grupos indígenas al modelo de sociedad-nación
prevaleciente y dominante” en el que se asignaron “determinados roles de carácter
social y/ o productivo a los grupos nativos, cancelándoles la posibilidad de
continuar manteniendo ciertos aspectos de su vida tradicional, o bien,
permitiéndoles la preservación solamente de aquellas pautas que [pudieron]
someterse al servicio de los esquemas económico y político de la sociedad
nacional.” (Garduño, 1994, p. 121)
41
Con ello me refiero a que no hubo una transmisión positiva de la identidad cochimí durante este
periodo, propiciando un silenciamiento de ésta durante muchos años, hasta su actualización a raíz
de los problemas con la tierra en las comunidades de Santa Gertrudis y San Borja, sobre lo que
profundizo en el capítulo IV.
64
CAPÍTULO III. ETNOGRAFÍA DE LA MEMORIA COCHIMÍ
Recurrir a la memoria, tanto individual como colectiva, nos permite ver cómo los
sujetos construyen su realidad social a través de recuerdos compartidos en
marcos sociales específicos y nos ayuda, también, a ver cómo el presente evoca
recuerdos para construir proyectos en el futuro. Según Halbwachs (1991) el
carácter social de la memoria radica en cuatro aspectos: a) un recuerdo es un
recuerdo de los otros que se genera y transmite en las relaciones sociales (de
manera objetiva) y en los individuos (de manera subjetiva), b) se desarrolla y
apoya en marcos sociales de referencia, c) la memoria es compartida y recordada
conjuntamente por las personas y, finalmente, d) se basa en la comunicación
lingüística tanto interna como externa con las y los otros. De esta manera, la
memoria al ser una instancia constituyente de los procesos subjetivos y no sólo un
almacén que contiene conocimientos, permite la participación de los sujetos en la
significación y construcción de su realidad. Entonces, la memoria social también
es colectiva pues alude a una memoria de los grupos, es decir, la pertenencia
grupal proporciona los marcos para la conformación del recuerdo (Halwbachs,
1991).
65
En este sentido y haciendo eco de su voz a través de la memoria, este capítulo no
es una etnografía clásica sobre el pueblo cochimí sino una etnografía que parte,
más bien, de sus recuerdos y vivencias. Y es que el grupo que se intenta describir
es bastante peculiar, distinto a los cánones de lo que se ha establecido que es ser
indígena: las y los cochimíes no tienen un atuendo tradicional ni alguna artesanía
que les identifique, la transmisión de los mitos y la cosmovisión se perdieron, al
igual que la lengua, ante las presiones del sistema misional y su organización
social y política se vio fragmentada a raíz de las movilidades. Sin embargo, aún
recuerdan cómo reconocer las huellas de quienes caminan por algún paraje,
algunas prácticas de caza y recolección y sus trayectos por el desierto central.
Precisamente, esos y otros recuerdos se comparten a través de las reminiscencias
de su infancia, de su vida cotidiana pero también otros elementos que al ser
adoptados del sistema misional se convirtieron en parte trascendente para este
pueblo como la religión católica, la celebración de la semana santa y la fiesta
patronal a Santa Gertrudis la Magna y a San Francisco de Borja, así como el vino
y la producción artesanal de la bebida, prácticas que al ser re significadas dan
vida a la actual cultura e identidad cochimí. Así, además de mostrar sus
recuerdos, me interesa analizar cómo la memoria individual alimenta a la memoria
social y la importancia del espacio, de la familia y la religión como marcos
generales de suma relevancia en la construcción de ésta y en la delimitación de
fronteras durante la construcción de las identidades, dado su carácter
constituyente en los procesos subjetivos (Manero y Brito, 2005).
66
3.1.- El actual shumul cochimí
En este sentido, y con la finalidad de conocer un poco más sobre las familias que
conforman al presente shumul cochimí, los lazos entre ellas y los recuerdos que
aún resguardan, es menester, a través de sus propios testimonios y memorias,
presentar tanto a las familias de Santa Gertrudis como de San Borja e intentar
establecer algunas genealogías para identificar su ascendencia indígena.
42
Como indiqué en el primer capítulo, el shumul era la base de la organización social de los grupos
cochimíes y estaba integrado por familias que compartían un territorio y un origen común.
67
3.1.1.- Las familias de la comunidad de Santa Gertrudis
Los enlaces de doña Luz Pico con gertrudinos46 fueron la raíz para la
conformación de un árbol que como fruto brindaría nuevas familias como la Villa
Poblano y Villa Zúñiga. La familia Villa Poblano desciende del matrimonio entre
Juan Villa Pico y Ramona Poblano Ortega quienes se conocieron en una de las
fiestas de Santa Gertrudis en donde se enamoraron a primera vista, según
cuentan sus hijos/as, y desde entonces formaron a su familia en la comunidad, en
el año de 1936. Allí, o en parajes aledaños, dependiendo del lugar en donde
hubiera trabajo, ya fuera en las minas, en los campos pesqueros o en ranchos
ganaderos cercanos, nacieron sus seis hijos, tres mujeres y tres hombres.
Luz Villa, una de las hijas de este matrimonio, recuerda:
43
Aunque eran varias las familias cochimíes en ese entonces, en este apartado presento sólo
algunas de ellas, de las que pude reconstruir su historicidad y parentesco a partir de la memoria de
algunas personas pues otras ya han fallecido o viven en lugares más alejados, por lo que se
dificultó acercarme a ellas. En ciertos casos, hay quienes a pesar de pertenecer a alguna de estas
familias no se identifican ya con su ascendencia indígena.
44
Institución colonial con funciones policíacas.
45
Nativa de Santa Gertrudis que en aquel entonces era la encargada de la custodia y las llaves de
la iglesia de la misión, referida también como una de las “últimas cochimíes”.
46
Este término es utilizado por los mismos cochimíes para referirse también a sí mismos, sobre
todo entre familias. De esa manera se diferencian no por la variante dialectal, como en la época
misional, sino en cuanto a su lugar de origen (Santa Gertrudis, San Ignacio, San Borja, etcétera).
68
Mi papá le hizo su casa con madera del campo porque como él era gambusino se
iba a trabajar a las minas y en los cerros hacia su campamento para trabajar las
minas. Ellos tenían su casa en Santa Gertrudis, mi mamá era de por San Borja, de
San Regis, entonces se la lleva a vivir a Santa Gertrudis. Él salía a trabajar por
temporadas y hacían un campamento así como los pescadores hacen sus
campamentos en el mar, en la playa, ellos hacían en el monte, en los cerros, porque
trabajaban las minas, el mineral. (Luz Villa, 2016)
Foto 7.- Juan Villa Pico y Ramona Poblano Ortega, Santa Gertrudis, 1936
Fuente: Asociación Milapá
69
La familia Villa Zúñiga, hijos e hijas de Santa María Villa Pico y María Zúñiga,
nativa de la ranchería de San Regis, son también descendientes del primer
matrimonio de doña Luz Pico y quienes continúan guardando un vínculo afectivo
muy especial con la comunidad a donde suelen ir en cada fiesta patronal para
cantarle las mañanitas a la virgen, o en la Semana Santa para colaborar en las
cuestiones que competen a la celebración. Precisamente, Fidel Villa Zúñiga, uno
de los hijos mayores de esta familia y con mayor orgullo por su ascendencia
cochimí, es una de las personas que nunca falta a las festividades de Santa
Gertrudis para acompañar, con su bajo sexto y sus casi dos metros de estatura,
cada celebración importante. Aunque Fidel nació en Pozo Alemán, un campo
minero cercano a Santa Gertrudis, vivió algunos años en la comunidad con su
familia, donde sí nacieron algunos de sus hermanos y hermanas, como la mayor,
Magdalena.
Foto 8.- Santa María Villa Pico, María Zúñiga Peralta y niña Magdalena Villa Zúñiga
Santa Gertrudis, 1940
Fuente: Archivo Milapá
70
Además de estas familias, del segundo matrimonio de doña Luz surgieron nuevos
descendientes: las familias Urias Villavicencio y Villavicencio Urias. Sobre todo
don Rogelio, de la primera, y Armando, de la segunda, son quienes continúan
manteniendo ese lazo afectivo y lo han transmitido, a su vez, a su descendencia,
pues además de que nunca faltan a las celebraciones no dejan pasar mucho
tiempo para ir a visitar las casas de sus padres y madres, gran tesoro que
aprecian y cuidan hasta la fecha.
Foto 9.-Tranquilino Urias Pico, Santa María Villa Pico y “El indio” Apolonio en la
“gambusineada” 1948, aprox. Fuente: Archivo Milapá.
71
Doña Luz, junto a la señora Anita Lucero, eran las parteras de la comunidad y de
rancherías aledañas como el Campo Alemán (donde nacieron sus primeros hijos)
y El Arco, a donde las personas tenían que moverse para dar a luz con las
parteras que conocían, por ello no siempre nacían en la comunidad en la que
crecían y a la que guardan aprecio ahora. Armando Villavicencio recuerda a su
abuela como una gran mujer:
Era una mujer muy fuerte, mucha personalidad, alta ella, muy celosa de sus cosas,
de su tierra, le gustaba que hubiera orden, que nadie se saliera de las reglas que
ella estaba ahí llevando. Ella se dedicaba a la gambusineada, a buscar el oro en los
arroyos, fue famosa porque era la única mujer que andaba en la gambusineada, con
su maquinita al hombro. Lo hacía para sacar adelante a sus hijos porque ella era
viuda, a mi no me tocó conocer a mi abuelito José Urias, estaba yo chico o a lo
mejor ni nacía cuando él murió. (Armando Villavicencio, 2016)
72
Además de su esfuerzo por sacar adelante a su descendencia, entre sus
recuerdos están los recorridos de más de doce horas que hacían con ella en burro
a El Arco, a donde iban a comprar mercancía. Serena, hablaba poco durante el
trayecto mientras, a pie, arriaba el burrito y observaba a sus alrededores. A doña
Luz la recuerdan como una persona muy cariñosa con sus nietos y nietas,
trabajadora y fuerte, como una gran “matriarca”:
Era de esas matriarcas buenas que tenía mucha autoridad. Era una señora muy
querida y muy reconocida. Ella era la encargada de la iglesia en aquellos años […]
su suegra era la encargada de Santa Gertrudis y de la llave, entonces su suegra
heredó a mi abuela. En una ocasión un padre ya [se] llevaba la imagen de la virgen
y se agarró con él a golpes, se la bajó. Tengo muy bonitos recuerdos de mi abuela
[…] a veces que está el cielo así bien bonito, que se ven las estrellas, me acuerdo
que mi abuela me decía “Ven mijita para que mires los ojos donde te está viendo tu
papá, te está viendo del cielo, la estrella aquella bonita son los ojos de tu papá”.
Eso me acuerdo que mi abuela me decía y muchos años estuve mirando el cielo y
diciendo “Ahí está mi papá, de ahí me está viendo”. (Juana Villa, 2016)
Por su parte, las familias Ramos Salgado y Salgado Zazueta fueron -y son-
también parte medular de la comunidad de Santa Gertrudis. La primera surgió
hace casi ochenta años, a raíz del matrimonio entre Ramón Ramos Fuerte e Inés
Salgado Urias, ambos nacidos en la comunidad (según consta en su acta de
nacimiento) y quienes toda su vida, hasta su muerte y entierro en uno de los
panteones, vivieron allí. La familia del señor Ramón falleció cuando él era muy
pequeño, después de que varios/as de ellos/as se fueran a San Ignacio y se
ahogaran en un fuerte río que corrió en ese entonces en la región: “Quedó él y una
niña, nomás dos quedaron, a la abuela la encontraron enredada de los cabellos en
un cardón, arriba de un rebalse [sic] y a los hermanitos no los encontraron”
recuerda Gertrudis “Chatita” Ramos, su hija, con tristeza. Ramón e Inés tuvieron
once hijos, seis mujeres y cinco hombres, todas y todos nacieron en la comunidad.
Al poco tiempo de dar a luz a Rumalda, la última hija, Inés falleció, precisamente
cuando Chatita tenía sólo dos años. Dada la situación, ella y sus hermanos/as no
conocieron a su madre y su padre fue quien se encargó de sus hijos e hijas con el
apoyo de algunas personas que vivían en aquel entonces en la comunidad como
73
doña “Sabas”47, quien les cuidaba mientras su padre trabajaba en la huerta, salía
a cazar o a intercambiar productos de su cosecha por mercancía a El Arco o al
Campo Alemán.
Actualmente Chatita Ramos es la única que queda de esta familia, su padre, sus
hermanos y hermanas fueron muriendo con el paso del tiempo sin resolver, por
47
Como mencioné en el apartado anterior, Juana Iberri, o doña Sabas, como la nombran los/as
cochimíes con cariño, fue considerada una de las “últimas cochimíes” del siglo XIX, aunque
continuó viva hasta aproximadamente 1950.
74
cierto, sus problemas agrarios48. A pesar de ello, a sus 77 años de vida continúa
incansable en la lucha por recuperar sus derechos ejidales ante la latente
amenaza de no poder ir más a la comunidad en la que está enterrada su familia y
sus recuerdos más queridos. Los hermanos Alonso, Esteban y Alfredo Salgado
Zazueta, hijos de Jesús Salgado Olivares y María Amalia Zazueta Angulo son
también descendientes de esta familia y primos de Chatita. Al igual que ella,
vivieron parte de su infancia en la comunidad y aunque en algunas temporadas
tuvieron que salir a trabajar en otras localidades los tres continúan muy cercanos
a Santa Gertrudis, en donde está la casa de sus padres y la cual habitan durante
ciertas épocas. Alonso, el mayor, es el encargado de un pequeño museo que hay
en la comunidad así como de guiar los recorridos a las pinturas rupestres para los
turistas que llegan de vez en vez, mientras que Esteban y Alfredo se encargan de
estar al pendiente de cualquier cuestión que se requiera arreglar, así como de su
pequeño ganado. Después de un largo proceso con el Comisariado ejidal, lograron
conservar los derechos agrarios de su padre y son parte importante del
mantenimiento físico y espiritual de la comunidad, partícipes siempre en la
organización de las fiestas y de las reuniones que se dan para aclarar alguna
situación referente a la misión o a la comunidad misma.
75
FIGURA 3.- GENEALOGÍA FAMILIAS DE SANTA GERTRUDIS
Juan Ramona Nieves José Yolanda Lourdes Gustavo Alicia René Mario Beatriz Gilberto Evelyn
Villa Poblano Villavicencio Raúl Villavicencio Villavicencio Villavicencio Villavicencio Villavicencio Villavicencio Villavicencio Villavicencio Villavicencio
(Pico) (Ortega) Gertrudis Villavicencio
Tranquilino Villavicencio
Urías (Lucero)
76
FIGURA 4.- GENEALOGÍA FAMILIAS DE SANTA GERTRUDIS
Francisco Martha
Salgado Urías
Sofía Francisco Juanita Felipe Victoria Antonio Ramona Mauro Lucas Rumalda Ramón Seferino José Jesús María
Ramos Ramos Ramos Ramos Ramos
(Arce) (Arce) (Arce) (Arce) (Arce)
José Jesús Martín
Alonso Esteban Alfredo
Desconocido Gertrudis
Marco
Antonio Limón
(Ramos)
77
3.1.2 Las familias de la comunidad de San Borja
Mi padre era gambusino, cuando estaba pequeña iba con él al arroyo, en donde
sacaban el oro y juntaba piedritas de colores para hacer cositas. Había piedritas
muy bonitas allí, como diamantitos de colores, los juntaba y siempre me iba
contenta, tenía como unos ocho años yo creo. A veces hacían hoyos en la tierra y
me bajaba en el pozo y a soplar la tierra y hallaba pedacitos de oro: “¡aquí está uno
papá y allá otro más grande!”. Siempre andaba con él cuando andaba
gambusineando en el verano, y en el invierno pues puro ganado porque en verano
no ordeñaban, no llovía y el ganado se flaqueaba y ahí gambusineaba para sacar
oro. (Hermenegilda Macklish, 2016)
49
Su tatarabuelo paterno era escocés, Thomas Macklish, quien se casó con una nativa cochimí,
Victoria Castillo, quienes, a su vez, tuvieron a Espiridión Macklish Castillo, su abuelo paterno.
Quien igual que doña Sabas Núñez y Luisa Iberri, fue identificado como uno de “los últimos
50
cochimíes”.
78
Foto 13.- De izquierda a derecha: niños Marisela, Jesús y Guadalupe, Victoria
Castillo Macklish, Juan Gastélum y Antonio Castillo Macklish, Santo Dominguito,
campo pesquero, 1956. Fuente: Asociación Milapá
Otra de las pocas familias de San Borja es la de Doña Pilar, de 83 años, hija del
matrimonio Romero Macklish es decir, de Amelia Macklish Ríos y Teodoro
Romero, ambos de la región. Si bien doña Pilar no nació en San Borja,
proveniente de una ranchería cercana llegó a la comunidad cuando tenía cuatro
años y allí vivió su infancia y parte de su adolescencia:
Ahí viví toda mi niñez, mi juventud. No había más gente cuando nosotros llegamos
a San Borja en el 36, yo tenía cuatro años, había nada mas un viejito que estaba
vivo, vivía solito en un cuarto de la misión y tenia familia pero la familia vivía en un
rancho y de allá le traían todo a él, ya no se podía mover, el señor se llamaba Fidel
Villa. Y [había] otra viejita que se llamaba Fidelia López, el esposo de la viejita se
llamaba Vidal Arias, eran todas las personas que había cuando llegamos nosotros,
tres personas nomás. (Pilar Romero, 2016)
A los catorce años, doña Pilar se casó con Pablo Castillo y tuvieron una familia de
nueve hijos, seis mujeres y tres hombres. Ya con una familia qué mantener, su
marido y ella salían durante ciertas temporadas de la comunidad para trabajar en
campos pesqueros o ganaderos y buscar el sustento, aunque en otros periodos
volvían a vivir en San Borja, sembrando en la huerta que le heredó su madre,
quien durante muchos años fue la partera del lugar:
79
Ahí le llevaban a la gente y ella curaba con puras plantas, usaba por ejemplo el
garambullo, lo molía, hacia una pasta y ahí lo dejaba y después se lo ponía, usaba
la gobernadora, es como un antiséptico, antibacterial. Cuando uno tenía a los
chamacos hacia un cocimiento de raíces de gobernadora, de raíz de sikura [sic] y
raíz de soya y lo cocía todo y le daba toda la cuarentena esa agua para que no le
fueran a quedar restos de placenta. (Pilar Romero, 2016)
Foto 14.- María del Pilar Romero Macklish con su hija Magdalena Castillo Romero
(en piernas) y la niña Blanca Margarita Romero, San Borja, 1945 aprox.
Fuente: Archivo Milapá
El cirio (Fouquieria columnaris) es un árbol del desierto central de gran altitud –hasta 18 metros-
51
con tronco estrecho. Sus ramas son delgadas en forma de un pequeño palillo. Su presencia es
magnánima en la región del Vizcaíno, apreciada por su bello paisaje y su gran diversidad de flora y
fauna. (Ver imagen, p.145 )
80
votos hace poco tiempo, recuerda cómo desde chiquita su abuelita Amelia
Macklish le transmitió la devoción por San Francisco de Borja:
Después de conocer un poco más sobre las familias tanto de Santa Gertrudis
como de San Borja es preciso continuar de la mano con sus recuerdos para
acercarnos a conocer más de este pueblo durante el tiempo que fueron
considerados extintos, posterior a los informes de David Goldbaum en 1918. De
esta manera, sus testimonios nos llevan a reconstruir su propia historia y su
memoria colectiva en los próximos apartados.
52
En el próximo capítulo profundizo más al respecto.
81
FIGURA 5.- GENEALOGÍA FAMILIAS DE SAN BORJA
Thomas Victoria
Macklish Castillo
Juana Mateo María Emilia Guillermina Gertrudis Mercedes Alejo Silverio Manuel Teodoro Rosendo Bertha José Francisco Espiridión Teófila
Francisco Ofelia
López Orantes
(Aguilar)
Felipe
López Hermenegilda Pablo Pilar
(Orantes) Macklish Castillo Romero
(Peralta) (Macklish)
Juan Julieta Guillermo María Teresa Mayra Ofelia Altragracia Patricia Sonia Felipe Sandra María Trinidad Jesús Teodoro Amelia Antonieta Aurelia Fabián María
Magdalena del
Pilar
82
3.2.- De sus recuerdos y vivencias
3.2.1.- La vida cotidiana
Durante las primeras décadas del siglo XX la vida de las familias cochimíes en
Santa Gertrudis corría cotidiana y tranquilamente, las personas combinaban
algunas prácticas ancestrales como la caza y la recolección de algunos frutos con
la siembra en las huertas, la producción de vino artesanal y la recolección de
aceitunas, prácticas que aprendieron con el sistema misional. Su memoria evoca
los recuerdos más queridos no sólo de las personas que allí vivían y con quienes
compartieron la infancia sino de sus hogares, de las comidas compartidas, de las
prácticas y gestos cotidianos. Sobre la casa en la que vivía con su familia, Luz
Villa recuerda:
La casita de adobe era nuestra casa, siempre tuvo una ramadita pero un poquito
separada de donde estaba la cocina y había siempre una hornilla de leña. Yo
recuerdo que las cunas eran en unos cacaixtle [sic], es un cajón que se hace con
puras maderitas, está hecho todo de palo tejido[…] y a un lado del fogón donde
estaba la mamá haciendo la comida, tortillas, la machaca, frijoles y todo eso siempre
tenían cerca la cuna para que los niños no tuvieran frío, se amarraba un mecate de
la cuna a su cintura y cuando el niño empezaba a llorar lo meneaban para que se
durmiera o lo apaciguaban para que no chillara, que viera que alguien estaba al
pendiente de él. (Luz Villa, 2016)
De mi infancia yo recuerdo una niñez feliz en cuanto que éramos muchos primos,
parientes, niños chiquitos y de todas edades, jugábamos como todos los niños con
hondas que nos hacíamos de un pedacito de baqueta con unas ligas y tirarle a los
pájaros, a los animales que había en el monte, no lo hacíamos por matar animales,
siempre jugando y andábamos casi la mayoría descalzos, eso fue un pueblo de
niños descalzos. (Luz Villa, 2016)
Pero a la vez que jugaban, acompañaban a sus padres en los quehaceres diarios
como la siembra o el cuidado del ganado. De esa manera, la mayoría de los y las
cochimíes aprendieron, entre sus juegos de infancia, las cosas básicas del cultivo.
Chatita Ramos, recuerda:
83
Jugábamos aquí cuidando la siembra, mi papá nos decía: “Váyanse a cuidar la
siembra porque ya va a madurar el trigo y los pájaros se lo comen”. Y mi hermano
Mauro iba en un burro montado y mi papá con una yunta empezaban aflojando la
tierra pero primero regaban y cuando ya estaba buena la tierra metían la yunta, con
el mismo burro emparejaba y ya que estaba parejita la tierra con la yunta rayaban
las medidas […] y nos decía mi hermanito Mauro “Tú vas a agarrar frijol y tú, Lucas,
vas a agarrar maíz” y en un morralito nos poníamos y mi hermano iba picando por
toda la orilla del bordo del surco con la wika [sic] y yo iba sembrando el frijol: cuatro
granos aquí, cuatro granos allá y con la misma patita íbamos enterrando ¡se hacía
una patota de lodo! (Gertrudis Ramos, 2016)
Foto 15.- Luz Pico Romero, José Urias Pico (a la izquierda, de espaldas), niñas, María de la
Luz Villa Poblano, Concepción Ceseña Urias, niños Martin Villa Poblano, Rogelio Urias, Niña
Teresa Cesena Urias, señora Manuela Urias Pico, niña Guadalupe Urias Villavicencio, señora
Gertrudis Villavicencio Lucero y Tranquilino Urias Pico, Santa Gertrudis, 1952.
Fuente: Asociación Milapá
84
Además de divertirse con estos peculiares juguetes, solían corretear en las
veredas de la comunidad jugando a la “trais” o aventarse por los cerros en los
carpachos de las caguamas53 lo que les hacía sentir mucho regocijo y era uno de
sus juegos predilectos. Las niñas, como platica doña Pilar, hacían sus propias
muñequitas pero también eran audaces y gustaban de andar descubriendo
nuevos lugares. Malena Castillo, nativa de San Borja e hija de Pilar, rememora:
Los niños también fabricaban sus propios juguetes como carritos, hondas, además
de conseguir sus propios ranchitos. Juan López Macklish, hijo de doña Gilda
Macklish Peralta quien le ha transmitido un cariño muy especial por San Borja,
aunque él nació en un campo pesquero de la región, narra:
53
Animal marino también conocido como tortuga boba o caretta caretta, según su clasificación
científica.
85
Uno mismo se fabricaba los juguetes, carritos, aviones, de madera, barquitos de
quiote que se encontraba en el monte, de maguey ya seco, hacíamos carros,
hacíamos casitas de adobe, ranchitos, cada quien tenía su rancho, las canicas y
juguetitos así. Por ahí tenía unas que les decíamos churumbelas, [eran] de carrete
de hilo, la honda la hacíamos con carrizos de palo y una tapadera de lo que fuera y
en medio poníamos el palo, o si no a una tapadera le poníamos un palo por abajo.
Le buscábamos muchas maneras, era muy entretenido, todo el santo día
jugábamos. (Juan López, 2016)
Además de los juegos, Juana Villa recuerda haber sido muy querida y apapachada
de niña por lo que hasta la fecha guarda un gran cariño y agradecimiento hacia
las personas con quienes convivió en la comunidad y que la arroparon a ella y sus
hermanos y hermanas cuando quedaron huérfanos de su padre Juan Villa, a quien
debe su nombre: “Mi papá era como yo, muy dicharachero, muy amigable, a mi
papá también todo mundo lo quiso mucho porque la gente que lo conoció y me
habló de él era puro amor, pura travesura, puras cosas bonitas mi papá.” También
recuerda los olores y sabores de las frutas de la huerta de su abuela:
86
También existía un tipo de autoridad tradicional a quien se respetaba y tomaba en
cuenta para tomar decisiones, algunas de las veces una mujer, como doña Luz
Pico Romero, quien fue la “matriarca” de la comunidad hasta su muerte. Armando,
uno de sus nietos, recuerda que:
Yo debí haber tenido unos ocho años, mi papá iba a cazar, decía: “Voy a ir a traer un
venado”. Los sábados era cuando él salía, tenía un Santo Niño de Atocha, tenía
mucha fe en él y nos decía “Pongan el Santo Niño allá afuera para que me dé la
suerte de traer un venado” yo corría y mi hermanita Rumalda, más chica que yo,
corría a ganarme el santo. Cuando mi padre iba en el burro o a caballo a traer el
venado mi hermanita salía corriendo con el niño y decía: “¡Ay Santo Niñito de
Atocha, que mi padre traiga un venado!” Iba y lo ponía en un horno donde hacían
pan para que estuviera viendo a mi papá hasta que se perdía de vista en un camino
largo, derechito; ahí ponía al Santo Niño para que estuviera viendo a mi papá y
siempre traía venado, tenía muy buena suerte. (Gertrudis Ramos, 2016)
87
Fidel Villa, primo de las y los Villa Poblano, recuerda que a su papá, Santa María
Villa Pico:
Además de las tehuas, doña Pilar Romero recuerda que cuando estaba pequeña
solían ir a la comunidad de San Borja estadounidenses buscando a un señor de
nombre Felipe, a quien le tomaban fotografías. A ella le daba miedo, dice, por eso
se escondía en algún lugar que considerara seguro de la cámara y los reflectores
de los extranjeros. Sobre las tehuas, rememora:
54
Chiquito, niñito.
55
Juan Ibarra, por lo que platican, era un mestizo que tenía una tienda de abarrotes en El Arco, a
40 kilómetros de Santa Gertrudis, y a donde iban, ya fuera en burro o caminando, para comprar
algunos productos que no conseguían en la comunidad como café, azúcar y harina, entre otros.
88
Mi papá nos compró ahí en un ranchito un par de tehuas para mí y para mi mamá
¡estaban tan duras! yo me las ponía un ratito, iba a la huerta y regresaba porque no
aguantaba los pies; impuesta a andar descalza, andaba más a gusto descalza. Y un
día me dijo mi papá “¿Y las tehuas? Tráemelas” me dijo, y llegué con las tehuas,
“Aquí están” le dije, “Pónmelas ahí y párate” que para que me acordara que las
tehuas eran para los pies. Pero las famosas tehuas estaban muy duras ya con el
uso se ablandaban, eran de pura piel, de pura vaqueta de res las compraba a un
señor que vivía ahí cerca, en otro ranchito. (Pilar Romero, 2016)
El procedimiento para curtir las pieles era muy laborioso. Este se realizaba con cal
de las piedras que había en la región, la cual quemaban en un horno durante
varios días. Ya obtenida la cal ponían las pieles en dos tinas, una para curtir y otra
para el teñido. En la primera mantenían las pieles en el polvo durante algunos
días más, moviéndolas de vez en cuando; las sacaban para ponerlas a secar y
limpiarlas de alguna impureza que aún pudiera haber quedado y posteriormente
las volvían a introducir en una pila con agua limpia. Allí se metía la persona a
seguir limpiándolas hasta que el agua que escurría se veía clarita; después, se
volvían a sacar para secarlas. El teñido se llevaba a cabo con la corteza
machacada del palo blanco la cual juntaban y ponían a secar, este polvo se
echaba a la tina dedicada para el teñido durante cuatro o cinco días, lo que hacía
que el agua se pintara de rojo. Entonces, echaban las pieles “bien limpiecitas” en
la tina y las dejaban reposar durante otros tres días más, a la vez que el agua se
iba poniendo más clara y las pieles extrayendo el color, se le echaba más polvo de
la corteza. Posteriormente, se probaba si la piel ya estaba lista cortándole por la
parte más gruesa: si se creaba una línea roja uniforme estaba en su punto, de lo
contrario, si creaba una línea blanca, podía quedar dura, por lo que debía seguir
en el proceso de teñido.
89
Yo estaba muy pequeña pero me daba cuenta y le preguntaba a mi papá “¿Para qué
le pone eso?” [aceite de caguama] “Es para que no se pongan duras porque si no se
secan y no sirven, cuando quiera hacer tehuas no las voy a poder cortar porque van
a estar muy duros, es para que esté lubricado, para que esté buena”. Y ya cuando
estaba buena se ponía a cortarla, se ponía a hacer tehuas para vender, se las
entregaba al comerciante. Mi papá era muy trabajador, luego se daba tiempo para ir
a cacería, era muy bueno para cazar no había una salida que no trajera venado, en
aquellos tiempos ni se cuidaba la biosfera, no había pendientes de eso, ¿quién se
iba a preocupar? ni sabían que existía Santa Gertrudis yo creo, hasta la fecha
todavía parece que no saben. (Gertrudis Ramos, 2016)
Antes llovía mucho, tres veces corría el arroyo en el año. Mis hermanos, mi padre,
mi tío Chico y sus hijos nada más bajaba el agua que podían sacar de la tierra y se
iban a trabajar. A los tres días ya había agua que podían sacar del canal. Ese lo
construyeron los antepasados y los canales también, son de cuando construyeron la
iglesia, ellos los hicieron y por aquí pasaba el agua para regar. (Gertrudis Ramos,
2016)
Como los demás tenían muy poca tierra casi no tenían mucha siembra pero eran
muy buenos todos con él porqué cuando ya había que cosechar el trigo, el maíz y el
frijol ellos se ofrecían a venir a ayudar a desgranar. En unos olivos grandes, en la
sombra ponían lonas y ahí amontonaban la mazorca del maíz, el elote ya seco. Los
vecinos venían a ayudar a desgranar todas las tardes, igual el trigo lo arrancaban y
lo amontonaban, ahí mismo era el lugar donde desgranaban porque hay mucha
sombra y hacía mucho calor. Entonces llegaba la temporada del trigo, la temporada
del maíz, del frijol, no se juntaba todo al mismo tiempo, y ahí trabajaban todos los
vecinos, venían a ayudar a mi padre y cuando ya tenía la semilla él les regalaba
granos. (Gertrudis Ramos, 2016)
Mi mamá se dedicaba a hacer la comida, a lavar, a hacer las tortillas, los frijoles,
pero se daba su tiempo y se iba a la huerta porque normalmente aquí en Baja
California es la mujer la que trabaja en el huerto más que el hombre. Inclusive mi
mamá me platica que su mamá era la encargada de la huerta, era la que sembraba,
la que hacía surcos y la que cosechaba y mi abuelo era el que se iba de cacería o
andaba con las bestias, las vacas en el monte. Inclusive la leña también le tocaba a
la mujer, ir a cosechar. Normalmente es la mujer la que ha trabajado entre los
cochimí, es la mujer la que siempre llevó el mando o la obligación. Se dice también
que en los antepasados una mujer paria y el hombre se acostaba con el bebé y la
mujer se iba a buscar comida, a cosechar, a traer leña recién parida y el hombre se
acostaba con el niño. (Luz Villa, 2016)
91
Del encuentro con los españoles también adoptaron el trigo con el que se
comenzaron a preparar las tortillas de harina, un elemento relevante aún en la
alimentación actual. En San Borja, doña Hermenegilda recuerda que de igual
manera se sembraba maíz, frijol, garbanzo, lenteja, sandía, melón, calabaza así
como éste cereal originario del Medio Oriente:
Todo eso sembraban pero poco porque la tierra es poquita pero si alcanzaba para
unas comidas. Trigo sí sacaban bastante, juntaban un costal a veces, criaban las
matas y con el trigo hacían tortillas, pinole, pero con las tortillas necesitas más
trabajo, necesitas hacer el nixtamal […] Comíamos verduras que sembraban ahí en
la huerta, mi papá iba a traer comida, iba a traer el mandado en burro, atravesaba
por una sierra para llegar a la playa y traía comida, traía pescado, manteca, el café
y acá sacaban miel. En ese tiempo no estaban prohibidos los venados, podían
matar venados, liebres y de eso vivían, eso comíamos y vivíamos bien a gusto.
(Hermenegilda Macklish, 2016)
Doña María Zúñiga revela el secreto de su madre para que la masa de las tortillas
de harina quedara bien esponjadita:
Además del trigo, las parras y los árboles de olivo también llegaron con los
europeos. Las uvas eran una de las frutas más recurrentes en las huertas, pues
era con lo que preparaban el vino tanto para la iglesia como para sus casas.
Felipe Villa recuerda que esta bebida era un elemento importante de la vida
cotidiana en Santa Gertrudis cuando él era pequeño: “La vida era el baile, había
mucho vino y la gente sembraba las huertas, había mucha viña, todos tenían
siembra, criaban chivas de modo que de una manera u otra todos vivían bien.” Su
primo Fidel, por su parte, recuerda cómo le ayudaba desde pequeño a su abuela
Luz: “Aquellos años que estuvimos en Santa Gertrudis mi abuelita hacía vino y me
tocó ayudarla a limpiar la uva. Ya cuando ella la empezaba a mover usaba como
un maderito con su manita y a moler”. Además de usarlas para el vino, las uvas se
convirtieron en productos de intercambio o pago con el cual obtener otros
productos que no podían conseguir fácilmente como café y azúcar:
92
Mi papá pagaba con uva al comerciante que le fiaba, se llamaba Juan Ibarra tenía
abarrotes en El Arco, iba en burro mi papá a comprar la mercancía. Como tenía
mucha parra, mucha vid, le entregaba cuatro, cinco toneladas [sic] de uva porque el
señor Ibarra hacia vino. También cultivaba una parte para pasa, vendía una parte de
pasa, cultivaba mucho dátil, mucha aceituna, la curtían, la entregaba y pagaba con
eso ¿de dónde dinero? no hubo apoyo del gobierno jamás, todos los descendientes
que ya murieron viejitos, los padres de mis primos y toda la vecindad que estaba en
esa época nunca supieron que hubiera un apoyo del gobierno, ellos trabajaban con
el pico y la pala cuando corría el río. (Gertrudis Ramos, 2016)
Algunos olivos secos que aún quedan en la comunidad son testigo del apoyo que
se daban entre todos y todas para recolectar sus frutos -las aceitunas verdes y
moradas- en la misma temporada que la cosecha de la uva, es decir, a finales de
agosto. Entonces, las personas se subían a los árboles para pizcarlas
apartándolas por color en unos petates de carrizo que se tejían en la comunidad.
Chatita Ramos recuerda cómo algunas personas, junto a ella y sus hermanitos/as
(como les nombra con cariño al recordarles), ayudaban a su papá a separar las
aceitunas haciéndoles un pequeño corte de tres líneas. Después, las echaban en
unas barricas que tenían un tapón para desaguar fácilmente ya que necesitaban
limpiar el agua cada tres días. Allí, las dejaban “curtir” en agua clara, cubiertas
con sal de mar:
“Papá -le preguntaba- ¿cómo vamos a saber cuando ya esté buena para comer?”,
nos decía: “Si quieren prueben de las barricas porque esa es la morada, esa se
desamarga [sic] más rápido. Corten una estaca de la palma, piquen la aceituna y la
van a sacar, si está buena entonces ya me dicen para que les saque yo”. Entonces
metía el colador y ya sacaba las aceitunas, en un plato nos daba pero que no le
metiéramos los dedos, era muy higiénico, el vino también. (Gertrudis Ramos, 2016)
Al igual que las frutas y hortalizas que cosechaban de las huertas, los frutos de
otras plantas de la región también formaban parte de su dieta. Como he anotado
anteriormente, la pitahaya fue un fruto importante en la alimentación y cosmovisión
de sus ancestros/as. A la celebración que hacían para festejar uno de los tiempos
“más estimados y alegres de todos” le llamaban Meyibó56 (Del Barco, 1973); la
recolección de este fruto (más que cosecha puesto que viene de un cactus)
marcaba un ciclo importante en el calendario estacional cochimí pues tras su
56
La partícula ibó significa sol o día en cochimí y era también la forma de llamar al año entero (Del
Barco, 1973).
93
“cosecha” próximamente vendría la temporada de abundancia de pitahayas
dulces, durante los meses de junio a agosto, y pitahayas agridulces y tunas,
durante los meses de agosto a octubre (Ibíd.). Aunque sin la ritualidad y
cosmovisión ancestral, la cosecha de pitahayas continúo practicándose entre
los/as descendientes cochimíes así como la recolección de los frutos de los
cardones, otro cactus de la región. Chatita Ramos, quien desde pequeña gustaba
de las pitahayas continuó hasta su adultez, ya siendo madre, recolectando estos
frutos durante el verano, cuando volvía a Santa Gertrudis, sobre lo que rememora:
94
3.2.4.- La memoria cochimí
95
donde las redes familiares constituyen la estructura de la memoria social (Ibíd.).
Debido a ello, sus recuerdos suelen centrarse más en la familia y las vivencias
compartidas, en la vida y las prácticas cotidianas, en procesos importantes del
ciclo vital y en momentos importantes de su vida como colectividad en los que las
redes parentales son de suma importancia pues crean lazos afectivos y lealtades
no sólo con los individuos de una comunidad, también con el marco espacial en el
que estas relaciones se desarrollan brindando un sentido de pertenencia grupal y
territorial que, a su vez, alimenta a la identidad personal y colectiva. De esta
manera, los recuerdos sustentados en los vínculos familiares y territoriales así
como en la vida cotidiana les han ayudado a configurar una memoria constitutiva y
constituyente (Fentres y Wickhmann, 2003) en el sentido de que además de
registrar los hechos sobre su pasado, los recuerdos compartidos les han permitido
construir su realidad social en el presente.
57
Esta localidad es parte del municipio de Mulegé y hasta el 2015, el INEGI contó
alrededor de 14 000 habitantes.
96
que sembraban en las huertas de las comunidades. En sus hogares siguen
comiendo tortillas de harina con frijoles y queso, sin faltar, claro está, el café
colado. A veces también comen pescado o algún caldo de res pero sin duda, el
platillo favorito de las familias siguen siendo las tortillas de harina acompañadas
de machaca, frijolitos y un buen café.
Pero más allá de la memoria, los y las cochimíes continúan manteniendo ciertos
elementos que configuran su sistema cultural como sus saberes ancestrales en
torno al territorio así como la relación afectiva que tienen con algunos símbolos
significativos y lugares sagrados como las pinturas rupestres, los panteones en los
que están enterrados sus muertos y las misiones. Precisamente, las iglesias son
los espacios en los que el pueblo cochimí reproduce parte trascendente de su
cultura contemporánea pues la religiosidad es una de las características que más
identifica a este pueblo. Son estos elementos y características que dan vida y
sentido a la cultura cochimí y les hace asumirse como parte de este pueblo, lo
que se comparte en los próximos apartados de esta etnografía.
58
En el capítulo V analizo la cuestión de la identidad étnica, el sentido de pertenencia y la
territorialidad cochimí.
97
De sus prácticas y saberes
Hay muchas plantas de medicinal [sic] el garambullo, hierba del indio, santa Cecilia,
la sábila real, hierve el campo, sirven para muchas enfermedades para nosotros los
seres vivientes […] la gobernadora es buena para la cuestión de la orina, el
garambullo ese también sirve para cuestiones internas ya sea males que con el
tiempo se van haciendo ulceras, gastritis de modo que el garambullo para eso es
para dolores internos. También está el mal puesto que es una enfermedad, hay
gente que de eso vive las mismas esposas le hacen al marido todo eso si existe
pero hay gente que no cree y sin embargo hay contrarios, hay brujos que si te
curan, quien sabe cómo le harán […] (Felipe Villa, 2016)
98
Ah, sí [se reconoce] por el zapato y por la forma de pisar también, hay unos que
pisan para afuera, otros a la derecha, todas esas costumbres se fija uno. Por
ejemplo un caballo pues lo voy a reconocer, aunque no lo vea porque es lo primero
que le enseñan a uno conocer un macho de una hembra y también las pisadas, de
un toro, de una vaca de un becerro, un becerro chico o becerra, según […] con las
pisadas, le digo que todo es conocimiento que uno lo guarda, no se le olvida. (Felipe
Villa, 2016)
99
FIGURA 6.- SABERES COCHIMÍES SOBRE PLANTAS DEL DESIERTO CENTRAL
100
Hierba del indio Control de azúcar, cólicos menstruales. Cocimiento de la raíz de la planta
Estafiate Gastritis, desinflama la boca del estómago Tomar como té
Lomboy Llagas en la piel , fuegos (excepto la cara) Aplicar la sustancia transparente que brota al
Diabetes cortar sus hojas. Para diabetes y varices tomar
Varices té como agua de uso por 10 días. Varices
lavar la parte afectada con el té.
Mezquite Fiebre y malestar estomacal Cocer la cascara de lo más tierno de la rama y
tomar en té.
Mezcal (maguey) Alimento Es tatemado para su consumo
Torote Dolor de muela El fruto es molido y posteriormente aplicado
en la muela picada.
Cirios Adorno
(milapá, en lengua cochimi)
Hierba de la pístula Cáncer, llagas nariz Tomar como té
Rosa castilla Estreñimiento Tomar como té
Santa Lucía Diarrea, dolor de estómago Tomar como té
Árbol de copal Varices Jarabe de la goma cristalina cura diversas
enfermedades. Para varices hacer un té y
limpiar la herida o cortar la corteza del árbol,
tostarla, molerla y poner el polvo en la herida.
Chicura Quema grasa. Afrodisiaco. Tomar como té
Hierba santa Gastroenteritis. Empacho. Tomar como té
Hierba del venado Gripe, resfriado, tos Tomar como té
Calabacilla Jabón para lavar ropa
Canutillo Riñones y mal de orín. Tomar como té
Tabardillo Purifica organismo. Riñones. Cocer dos cucharadas soperas de la raíz y las
ramas en un litro de agua tomar en el día
Bachata Cáncer, desinflamante, circulación de la Tomar como té
sangre
Toloache Hemorroides Cocer la rama y hojas, dejar enfriar el agua,
quitar las ramas y serenar durante la noche.
Aplicar la pomada que queda como manteca
Damiana Tos, infertilidad. Diabetes. Cólicos menstruales Quita el frio del útero tomándose como agua
de uso y como té para tos.
Malva Lavados intestinales. Estreñimiento. fiebre Tomar como té
101
3.3.2.- La elaboración de vino
Aunque las parras de las primeras huertas de sus comunidades se hayan secado
y los colores de las uvas dejaron de dar color al invierno, la vid sigue siendo un
elemento importante de su cultura e identidad y la producción de vino una práctica
recurrente para quienes aprendieron, viendo a sus padres, madres o abuelos/as a
producir la bebida. En la actualidad Felipe Villa continúa sembrando parras en su
rancho y es quien más vino artesanal produce, un delicioso vino, por cierto.
Experimentando con los frutos que las parras de su rancho le brindan,
compartiendo conocimientos con su hermana y sus tías, aprendió “de pies a
cabeza” el proceso, a reconocer cuando la uva está lista para producir la bebida
por ahí de finales de agosto e inicios de septiembre para después dejarla
fermentar en las tinas destinadas a ello durante un par de meses y,
posteriormente, beberla y compartirla con sus parientes en los últimos meses del
año, de los más fríos en el desierto central. Sin duda, la naturaleza es sabia y
supo aprovecharla, pues una copita de vino al día ayuda a calentar no sólo el
cuerpo, sino el corazón. A la vez que sigue experimentando en el arte de producir
la bebida, enseña a su hijo que se ha mantenido interesado en seguir con la
tradición. Las mujeres, sobre todo, de otras familias también hacen vino con las
parras que tienen en el traspatio de sus casas, aunque debido al espacio la
cosecha de uvas suele ser muy pequeña pero las que logran obtener, si no les cae
alguna plaga o mal clima, las fermentan en algún recipiente casero y guardan el
vino que se produce para beberlo en ciertas ocasiones.
102
Foto 20.- Plantación de uvas en Santa Gertrudis
Foto: Alejandra Velasco, 2016
103
Sin embargo, las y los cochimíes de hace 1, 000 a 1, 500 años antes de nuestra
era sí intervinieron estas pinturas y crearon nuevas formas de expresión: los
petrograbados y petroglifos, es decir, pinturas abstractas de menor tamaño “cuyo
estilo sigue patrones identificados al norte de Baja California, suroeste de Estados
Unidos y se extiende por el noroeste de México, entre Sonora, Chihuahua y
Sinaloa” (Morales, 2016, p. 134). Debido a su monumentalidad, tampoco se ha
establecido a ciencia cierta cómo es que podían pintarlas en tales condiciones. En
la tradición oral de los pueblos originarios se dice que sus ancestros eran
personas de gran tamaño, gigantes, y que por su estatura podían pintar con
facilidad en las cuevas. Al respecto, Miguel del Barco, registró:
104
De hecho, las y los cochimíes también creen que sus ancestros eran personas
muy grandes, pues mencionan que se han encontrado en la región huesos
humanos de gran tamaño, además, en la comunidad hay algunos cerros que se
relacionan con figuras humanas o animales gigantes como el Cerro del Chango,
frente a la misión de Santa Gertrudis, y el cual, según sus apreciaciones, forma la
cabeza de este animal pero a gran escala.
105
centros. Incluso, varios/as mencionan que después de estar frente a algunas
pinturas tuvieron evocaciones en las que sus ancestros les pedían que no dejaran
morir su raíz indígena, lo que les llevó a revalorar su cultura e identidad cochimí.
Armando Villavicencio, lo expresa de mejor manera:
Cuando llegué por primera vez a las cuevas sentí como que yo hubiese existido ahí
en ese lugar, como que algo especial sentí, como una fuerza espiritual, mi identidad
se manifestó como una persona del lugar, algo de lo que yo descendía, como que
yo aquí existí antes, como algo que no desconocía, que me identificaba con el
ambiente y con el entorno, hay algo, como una fuerza espiritual de que allí
estuvieron nuestros antepasados. Los ancestros llaman ¿verdad que sí? (Armando
Villavicencio, 2016)
106
3.4.2.- Los panteones cochimí
Si bien en la antigüedad los y las cochimíes solían cremar a sus muertos para
evitar que los cadáveres fueran comidos por los coyotes y la práctica funeraria del
entierro no era muy común, ante las costumbres y prácticas católicas comenzaron
a enterrar a sus difuntos. Debido a ello, en la comunidad de Santa Gertrudis hay,
a la fecha, tres panteones. En el más antiguo están alrededor de diez tumbas
cubiertas con piedras, aunque desafortunadamente en ninguna existe alguna
inscripción sobre el o la difunta, por lo que no se sabe qué personas están
enterradas allí. Además, la vegetación ha ido cubriendo los sepulcros, haciendo
difícil su identificación a primera vista. En el segundo panteón que está a menos
de veinte metros de la misión de Santa Gertrudis, hay alrededor de diez tumbas,
algunas tienen inscripciones aunque las que están cubiertas con piedras no la
tienen. Según platican, allí están enterrados algunos sacerdotes que vivieron en
la comunidad, así como personas que murieron durante el siglo XIX.
107
En el tercer panteón están enterrados familiares más cercanos, personas de las
familias Córdoba, Arce, Ramos, Salgado y Zúñiga, que son los nombres que
pueden verse en las inscripciones visibles pues otras se borraron con el tiempo,
incluso hay algunas tumbas que no tienen información. Este panteón es el más
visitado, cuidado y el que más flores tiene adornando sus tumbas, es el lugar que,
de alguna manera, les hace seguir teniendo un vínculo con sus parientes ya
difuntos, un lazo lleno de recuerdos y amor que se ha hecho extensivo al territorio.
Para Chatita Ramos, es un lugar sagrado pues allí reposan los restos de sus
padres, hermanos y hermanas, uno de los fuertes lazos que la hacen regresar a
revivir la memoria de su familia y de la comunidad de Santa Gertrudis. Otros
familiares importantes como doña Luz Pico, doña Sabas y algunos/as de sus
hijos/as están enterrados/as en el Campo Alemán o El Arco, dado que fue allí
donde murieron y en aquellos tiempos era complicado trasladar los cuerpos a sus
localidades de origen.
108
3.4.3.- La misión de Santa Gertrudis la Magna de Kaadakamáng
59
Con una extensión de 51,952.3 km2 es el municipio más grande no sólo de Baja California, sino
del país.
109
En ese mismo año llegó el padre Jorge Retz a la región. Desde su arribo comenzó
a instruirse en la lengua cochimí junto a Consag, quien más adelante lo designaría
titular de la recién llamada misión de Santa Gertrudis la Magna de Kaadakamáng.
El cambio de nombre se debió a una condición impuesta por el marqués
Villapuente para poder apoyarle con recursos. En esta etapa fue cuando se edificó
el primer templo y la habitación del sacerdote construidos por un cochimí del lugar,
Andrés Comanají “quien a pesar de su ceguera tenía gran capacidad para la
construcción, y según decían los misioneros, con el tacto suplía grandemente la
falta de vista” (Lazcano, 2001, p. 109). Durante el tiempo que estuvo a cargo de
la misión el padre Jorge Retz mandó construir las acequias para desviar el agua
que habían encontrado en un manantial cercano y regar los cultivos de maíz, trigo
y hortalizas de las huertas así como de las pequeñas parras que ya comenzaban
a sembrarse en la región para la producción de los primeros vinos en el norte de la
península.
A la expulsión de los jesuitas, arribaron los franciscanos con Fray Junípero Serra
como titular de la orden religiosa. Fue él mismo quien en 1768 designó a Dionisio
Basterra como el nuevo padre de la misión de Santa Gertrudis, sin embargo éste
no estuvo mucho tiempo en ella y más adelante le relevaría Gregorio Amurrio
quien en 1773 entregó la misión a los dominicos Manuel Rodríguez y José Diez
Bustamante, ya que se había dado la orden de que los franciscanos avanzaran a
la Alta California para evangelizarla, mientras que los dominicos se encargarían
del norte de la Antigua o Baja California. De esta manera, fueron los dominicos
quienes construyeron el templo que actualmente se encuentra en la comunidad de
60
Santa Gertrudis la Magna (la más antigua de Baja California) entre 1793 y 1796
y estuvieron a cargo de la misión durante casi cincuenta años, hasta su abandono
en 1822 debido a la poca población indígena. Al irse de la misión, el padre
Ahumada dejó las llaves y la custodia del templo a uno de los nativos de Santa
Gertrudis, un cochimí de apellido Iberri61 (Lazcano, 2001).
En el centro de la bóveda del templo se puede leer una inscripción en latín que dice: “Hoc opus
60
confeci mensemaiianno Domini 1796” que significa “Terminé esta obra en mayo del año del Señor
de 1796”.
61
Podría haber sido a Ignacia Iberri, suegra de Luz Pico Romero, o algún familiar de ésta.
110
Desde entonces, las y los pocos que quedaron continuaron con el cuidado de la
iglesia y la continuidad de algunas tradiciones como la celebración de la Semana
Santa y la fiesta patronal a Santa Gertrudis la Magna, que se realiza el 16 de
noviembre de cada año, desde que el padre Jorge Retz comenzó con la
celebración en 1751, sobre lo que profundizaré un poco más adelante.
111
antes de que Consag pudiera ver fundada otra misión en el norte, tal cual había
sido su encomienda, murió en 1759. Tres años después de la muerte del fraile,
llegó el jesuita Wenceslao Linck y con él iniciaron las labores en la misión a la vez
que continuó explorando la región, convirtiéndose, según Carlos Lazcano (2011),
en un explorador notable sobre todo entre 1764 y 1767. Debido a las mismas
dificultades en cuanto al abasto y la población, ya que muchos de los pobladores
de este paraje y de rancherías aledañas fueron desplazados hacia las misiones
del norte, la misión fue abandonada entre 1818 y 1821, según los estudios
históricos (Lazcano, 2001).
Sin embargo, a pesar de estos estudios, sabemos que algunas familias cochimíes
continuaron viviendo durante ciertas épocas en la comunidad y que, en la
actualidad, una familia resguarda la belleza de la misión y del paisaje, además de
que año con año se continúa realizando la fiesta patronal a San Borja pues a lo
largo de los años la religión católica se convirtió en un elemento relevante de su
cultura y las misiones de Santa Gertrudis y San Borja en parte trascendente no
sólo de su religiosidad sino de su territorialidad, puesto que a raíz de ellas hay una
reapropiación del espacio y del sentido de pertenencia. De esta manera, las
62
Tomada de: https://www.tripadvisor.com.pe/LocationPhotoDirectLink-g1575470-d7935782-
i129504256-Mission_San_Borja-Baja_California_Norte_Baja_California.html
112
iglesias se convirtieron en geosímbolos, es decir, en lugares que por razones
religiosas tomaron una dimensión simbólica que alimenta y conforta su identidad
(Giménez, 2001) mientras les unen a su devoción y su terruño.
113
3.5.1.-La fiesta patronal de Santa Gertrudis la Magna63
Año con año, como desde hace 265 que se fundó la misión de Santa Gertrudis,
cada 16 de noviembre se celebra a la patrona de la comunidad. Entonces, las
familias vuelven a habitar sus casas y disfrutar los paisajes, las risas de niños y
niñas se escuchan entre las veredas y su eco se enreda en los cardones y
garambullos, mientras las canciones de norteño no paran de escucharse en los
reproductores de música de algunas trokas64. El silencio y la ausencia terminan y
la comunidad se llena de vida de nuevo, de la gente que nos lleva a rememorar
cómo era la vida cotidiana cuando estaba habitada por todas las familias.
Desde un par de días antes las personas comienzan a llegar; algunas familias
provenientes de Tijuana, de la capital de Ensenada o de El Sauzal y sobre todo
de Guerrero Negro. Son las mujeres quienes se organizan para llevar a cabo los
preparativos de la celebración, específicamente en lo que concierne al rito
religioso. Ellas limpian y adornan la misión, llevan flores a la santa y preparan la
comida que suelen vender para conseguir fondos para poder realizar algún arreglo
que la iglesia necesite. Los hombres se encargan de organizar el baile nocturno y
la música para la misa y las mañanitas a Santa Gertrudis, parte esencial de esta
celebración. Si bien anteriormente se le llevaba serenata en la madrugada, recién
entrando el día 16, con el paso del tiempo han ido cambiando algunas cosas y
actualmente se realiza antes, a las ocho de la noche. Entonces, la alegría se
escucha en la iglesia, en los cantos de los/as creyentes y la fe se siente en el
corazón cuando todos/as y cada uno/a de los/as asistentes se acercan al altar
para tocar con fervor la imagen de su santita.
63
Dado el conflicto familiar en la comunidad de San Borja, y que más adelante detallaré, no me fue
posible asistir a la fiesta patronal que se realiza el 10 de octubre. Por ello, las celebraciones que en
este apartado se describen son solamente las de la comunidad de Santa Gertrudis.
64
Camioneta tipo pick-up.
114
Foto 28.- Santa Gertrudis la Magna
Foto: Alejandra Velasco, 2016
Durante la misa, los minuetos, piezas musicales que llegaron también con la
religión católica, son tocados por los músicos del lugar, Rogelio Urias, en el
acordeón, Fidel Villa en el bajo sexto y don Vicente, recién fallecido, en la vihuela.
Y son ellos mismos quienes tocan el último minueto para cerrar la misa y dar paso
a la fiesta nocturna.
115
Y es que la convivencia y el baile también son parte medular de la fiesta patronal.
Después de la celebración religiosa, algunos/as, los más jóvenes, sobre todo, se
van alistando para ir al baile. Los grupos de norteño acompañan el espíritu
entusiasta de los/as asistentes, mujeres y hombres se engalanan con sus mejores
ropas y van a disfrutar de un rato de diversión en medio de la fe. Anteriormente,
cuentan, la fiesta solía durar más tiempo, las personas llegaban de distintos
lugares para ver y dar gracias a la santa, además de disfrutar del baile y el
reencuentro con los familiares. Entre los recuerdos más gratos de Francisco
Grado, están las visitas a la comunidad en estas fechas:
Mucha gente llegaba de la costa a dar gracias a la virgen, a pedirle que les fuera
bien en la cosecha del abulón, de la langosta o del pescado o de los ranchos
bajaban a la fiesta para darle gracias a la virgen y todo mundo traía sus quesos, su
machaca, montones de tortilla y se acampaba ahí los días que duraba la fiesta. Muy
bonito se me hacía que estuviera conviviendo gente de la costa con gente de la
montaña en ese lugar, en ese oasis, es un lugar paradisiaco, me gustaba ir, me
gustaba mucho la fiesta y ahí empezaba a conocer a la familia porque nosotros
vivíamos en Cedros.65 (Francisco Grado, 2016)
Los olores también forman parte de los recuerdos de María de Jesús Villa, madre
de Kiko, como le dice a su hijo de cariño, cada que asiste a la celebración. Ella
recuerda que cuando era joven, hace alrededor de 60 años, la fiesta en la
comunidad duraba hasta quince días e iban muchos hombres y mujeres jóvenes
de las rancherías aledañas. Las mujeres solían vestirse con faldas o vestidos
largos y los hombres con botas, camisas y sombreros vaqueros, llegaban al atrio
de la iglesia y comenzaban a establecer, a través de la mirada, afinidad con ellas.
“Llegaban todos muy guapos, muy entalcados [sic], me acuerdo que en esos
tiempos había un perfume que se llamaba Flor del desierto, tan delicioso que olía
ese perfume, ese usaban y olían tan rico” cuenta con emoción, como si sintiera de
nuevo el olor de la fragancia.
65
Isla de Cedros o Huamalua, en lengua cochimí, fue un territorio habitado también por este
pueblo. Se encuentra frente a Guerrero Negro pero sólo es posible ir allí en avioneta o barco.
116
Actualmente, el baile de la fiesta patronal suele hacerse en una de las ramadas de
la comunidad, en donde fuera la casa de la abuela Luz Pico. Generalmente es ahí
el lugar de concentración y convivencia desde que su abuela vivía y hasta la fecha
sigue siendo un lugar importante para ellos/as, su lugar de reunión por tradición.
Después del baile y las mañanitas la noche del 15, el 16 de noviembre se
celebran bautizos, bodas y confirmaciones aprovechando la presencia del
sacerdote pues desde hace más de 100 años que no hay un padre en la misión,
sin embargo, ello no ha impedido que sigan organizándose para poder festejar las
celebraciones católicas. Al término de las misas y los ritos de ese día, se realiza
una procesión por los alrededores del centro de la comunidad, donde está la
misión. Allí, las personas acompañan a Santa Gertrudis durante el recorrido con
cantos y oraciones para finalmente volver a ponerla, con mucho cuidado, de nuevo
en el lugar que le corresponde en el altar de la iglesia.
117
Foto 30.- Felipe Villa afuera de su casa, Santa Gertrudis
Foto: Elisa Moreno, 2016
118
un velo negro. Para ese entonces, las imágenes de la Virgen del Rosario y de
Santa Gertrudis también han sido cubiertas con una tela de este color, en señal de
luto.
La costumbre de la Semana Santa era que nos mandaban a recoger flores. En ese
tiempo como había siembra en las huertas, había mucha mostaza, una florecita
amarilla, ahí con mi abuelita quedan unas dos o tres matas de laurel. En ese tiempo
había varias matas de laurel como de dos o tres colores y nos mandaban a que
juntáramos para tirar las flores. Ya con eso le poníamos colores amarillos, si llovía y
había flores en el campo de otros colores por ejemplo la mariola que tiene un centro
amarillito, esas las juntábamos y tirábamos aunque ahora no ha habido flor en el
campo, eso es lo que me recuerdo yo. (Fidel Villa, 2016)
119
Foto 31.- Niños y niñas con sus coronas de olivo
Fuente: Asociación Milapá
Al medio día comienza el canto de Gloria. Debido a que los sacerdotes han dejado
de asistir en las celebraciones de estos días, ellos y ellas son quienes se encargan
de los preparativos. Por eso, aunque en ocasiones no haya misa, se celebra
simbólicamente la resurrección de Cristo, las personas rezan y cantan algunas
oraciones. Después, viene el canto de Gloria y la tela negra cae, dejando al
descubierto el altar y la imagen de Cristo redentor.
Los músicos tocan los minuetos que durante tantos años han acompañado las
celebraciones de la comunidad y al término de las canciones, todos y todas rezan
un Padre Nuestro. En el atrio de la misión finalizan la celebración con la quema de
un Judas relleno de paja, generalmente hecho por algún hombre de la comunidad.
Así es como finaliza la celebración católica para continuar, después, celebrando la
vida y los reencuentros con música y convivio familiar en la ramada de la abuela
Luz Pico Romero.
120
Foto 33.- Alfredo Salgado con el Judas
Foto: Alejandra Velasco, 2016
66
Aunque Gertrudis la Magna es considerada como santa, los y las cochimíes suelen referirse a
ella como “la virgencita”.
121
imagen de la santa original pues afirman que la que está ahora en la misión es
una réplica, no la que trajeron los misioneros españoles.67Desde entonces,
platican, es como si hubiera caído una maldición en la comunidad, ya nada ha sido
igual, ni la fiesta patronal, ni la Semana Santa, además de que fue precisamente
en ese tiempo, en los cincuenta aproximadamente, cuando la mayoría de las
personas salieron de la comunidad para trabajar en la empresa Exportadora de
Sal, en los inicios de la fundación de Guerrero Negro.
67
Mencionan que el báculo es diferente al que portaba la imagen de la santa traída por los
españoles.
122
3.6.- Un breve apéndice. Sobre la relación cochimí-kumiay
Hasta hace algunos años, el nombre del pueblo cochimí seguía apareciendo en
algunos libros sobre historia y antropología. Sin embargo, en ellos no se referían a
los grupos del desierto central sino a las personas de las comunidades de La
Huerta y San Antonio Nécua, al norte de Ensenada, quienes a pesar de que son
parte de la familia lingüística kumiay, se auto identificaban como cochimíes. Una
de las razones que algunos investigadores aducen sobre esta confusión está
relacionada con la movilidad a la que fueron forzados las y los cochimíes de las
misiones del desierto central durante el periodo dominico para abastecer de
catecúmenos y de mano de obra a las misiones que se estaban fundando en la
Alta California, al norte de la península, durante la época de 1773 a 1849. Este
reacomodo propició el encuentro entre cochimíes y yumanos del norte,
específicamente kiliwas y kumiays, así como el asentamiento e intercambio
cultural entre estos grupos (Garduño, 2015). Otra versión aduce que maestros
que llegaron de fuera ya en el siglo XX habían leído en algún libro de historia que
cochimí significa “gente del norte” por lo que les hicieron creer a las personas de
estas comunidades que al ser ellos/as un pueblo del norte, eran, entonces,
68
cochimí. Una versión más se atribuye a los lingüistas que estuvieron trabajando
en estas comunidades entre los setenta y ochenta, como Mauricio Mixco y José
Ochoa Zazueta, quienes confundieron a la gente kumiay con cochimí y plasmaron
esta ambigüedad en sus investigaciones. Sin embargo, desde hace algunos años
se confirmó que la filiación lingüística de la gente de La Huerta y Nécua es kumiay
así como su ascendencia, pues empezaron a establecer contacto con sus
parientes kumeyaay, del otro lado de la frontera con Estados Unidos, y
encontraron muchos elementos en común, además de la lengua misma. Estos
contactos les llevaron a reforzar su identidad kumiay, por lo que en la actualidad la
mayoría de las personas de estas comunidades se asumen como tal y no como
cochimí.
68
Charla personal con la lingüista Daniela Leyva (2017)
123
No obstante, hace algunos años, antes de que muriera Teodora Cuero69
algunos/as cochimíes pudieron conocerla y platicar con ella. Su encuentro les dejó
un tanto inquietos/as, pues aseguran que doña Teodora les confesó, entre
lágrimas, que era cochimí pero que para poder acceder a apoyos del gobierno,
tuvo que asumirse como kumiay. Aseguran que pudieron grabar un video de ese
encuentro en donde ella afirma ser cochimí, aunque dado a que es una grabación
en VHS, no tuve oportunidad de acceder a ella. Si bien es una afirmación delicada
y difícil de corroborar dado que doña Teodora murió hace tres años y, como
mencioné, se ha comprobado que la lengua de la comunidad de La Huerta y San
Antonio Nécua es el kumiay y no el cochimí, es interesante que hasta la fecha
algunas personas de La Huerta sigan asumiéndose como cochimíes aunque no
sea esa su lengua materna, cuestión que ha llevado a los y las descendientes del
desierto central a estrechar lazos debido a la posibilidad de una relación de
parentesco ya que allí hay personas con apellido Poblano. Algunos/as consideran
que dicha relación puede venir de su bisabuelo materno, Esteban Poblano, quien
en ocasiones se ausentaba de Santa Gertrudis durante largas temporadas
argumentando que iba a comprar productos que sólo se conseguían en
localidades lejanas (arroz, frijol, azúcar, café) y de esta manera formó otra familia
en El Rosario, situación de la que se dieron cuenta varios años después de su
muerte. Aunque es cierto que ambas familias se encuentran interesadas en ver si
existen lazos de parentesco, me parece importante mencionar que no es eso lo
que les motiva a organizarse en la asociación Milapá, como se afirma en estudios
recientes (Morales, 2016), sino problemáticas en torno a la cuestión de la tierra.
69
Importante líder tradicional de la comunidad de La Huerta quien nació en esa localidad en 1920,
hija de Jesús Cuero y Elena Robles.
124
CAPÍTULO IV. ¡AQUÍ ESTAMOS! DE LA INVISIBILIZACIÓN A LA
REVALORIZACIÓN DE SÍ MISMOS/AS
70
El cual registró 76 personas que se autoadscriben al grupo indígena cochimí en el municipio de
Ensenada, con la clave 1502.
125
4.1.- La instauración del ejido en la Baja California
Empero, esta figura jurídica llegó de manera tardía al noroeste de México pues si
bien el reparto agrario se hizo efectivo en a partir de 1930, la dotación de las
grandes extensiones de tierra en Baja California se llevó a cabo hasta mediados
del siglo XX, durante la presidencia de Miguel Alemán. Para ese entonces, ya se
había dado una naturalización de la figura ejidal en todos los grupos rurales sin
distinguir peculiaridades socioculturales o geográficas, es decir, se estableció que
el ejido era la figura que correspondía a todas las sociedades del campo sin
reparar en sus especificidades étnicas y en las condiciones geográficas de
71
En el caso de la Baja California, y aunque algunos pueblos indígenas practicaban la agricultura a
pequeña escala en las huertas de sus comunidades, considero que más que una cultura o
identidad campesina se configuraron culturas e identidades rancheras o vaqueras a partir de las
prácticas que colonos extranjeros introdujeron en la región y, más adelante, por las influencias
culturales de personas de otras partes del norte que llegaron a vivir a la península debido a la
política de población decretada en la Ley General de Población de 1936, con la cual se buscaba
impulsar el crecimiento del Estado.
126
regiones distintas a las del centro del país en donde sí había condiciones más
benévolas para la agricultura, así como un milenario sistema agrícola practicado
por las culturas mesoamericanas (Kouri, 2015).
127
4.2- La constitución del ejido Independencia
72
Aunque para entonces ya tenían varias décadas migrando, algunas familias cochimíes
regresaron a vivir durante esta época a la comunidad y quedaban algunas otras que no habían
salido de allí.
73
Hoja de Trabajos Administrativos del Ejido Independencia, 1969, en: Archivo Milapá.
128
Por ser inapreciable, no se consideraron los pequeñísimos huertos que cultivan los
vecinos; los suelos de estos huertos fueron ´formados´ por el año de 1770 como
parte de los trabajos de la misión de Santa Gertrudis; se trata de rocas
cuidosamente colocadas y cubiertas con una capa de tierra de aproximadamente
treinta centímetros de espesor. Mediante el pequeño canal que data de la misma
época, se riegan algunos cultivos constitutivos de hortalizas; el agua proviene de un
manantial cuyo gasto no parece ser mayor de un cuarto de litro por segundo.74
74
Hoja de Trabajos Administrativos del Ejido Independencia, 1969, en: Archivo Milapá.
75
Tierras con capacidad para producir forraje para el ganado y animales silvestres.
76
Acta constitutiva Ejido Independencia, 1969, Registro Agrario Nacional.
129
Pocas mujeres quedaron como titulares dentro del ejido, sólo quienes eran viudas
o madres solteras, como doña Luz Pico y Gertrudis Ramos, obtuvieron derechos
agrarios, pues en la mayoría de los matrimonios de mujeres cochimíes con
hombres de otra región, los derechos quedaron a nombre del marido aunque ellas
fueran las oriundas de la comunidad. Ese fue el caso de las hermanas Villa
Poblano, como platica Juanita:
Mi raíz es Santa Gertrudis, nos fuimos porque queríamos estar allá en Santa
Gertrudis y a mi viejo le gusta mucho el campo y todo eso. Ahí estuvimos viviendo
yo y mi esposo, me hizo un cuartito y una cocina y le puso piso de piedra y ahí
teníamos la casita, nosotros nos fuimos como en el 67, ya fue después que me
casé nos fuimos para allá, estuvimos allá cuando se hizo lo del ejido […] fíjate lo que
es no pensar, no ver en un futuro que podíamos habernos apuntado yo y Luchy pero
apuntaron a los esposos, le estoy hablando de 40 y tantos años atrás luego pues en
un pueblito chico, con la mentalidad a la antigüita ¿cómo nosotras íbamos a agarrar
tierras? era más que los maridos tuvieran su derecho, no nosotras. Por ejemplo mi
abuela entró, las mujeres que entraron en esa época era porque eran viudas o
porque eran mujeres solas pero la mayoría era puro varón, el requisito eran 30
ejidatarios para conformar el ejido. (Juana Villa, 2016)
Como se hace el ejido por medio del grupo, enseguida se hizo una junta y se forma
el primer comisariado. Por acuerdo de los asambleístas quedan los mismos [del
Comité Ejecutivo Agrario] y pasan cuatro años y es cuando hay cambios, del 69 al
74 casi eran cinco años entonces dijeron “ya es necesario cambiar el comisariado”
y como ellos eran los directivos de la mesa convocaron a la junta para que hubiera
el cambio de directiva. Pero en eso la familia de Ticho eran muchos, eran nueve por
todos, entonces ellos y cuatro personas más se juntaron porque ya habían
ejecutado unos papeles en donde estaban depurando a Ramón pero él viene a la
junta, se vienen todos ellos, eran bastantes, eran como más de veinte personas
pero se vinieron una hora antes de la hora que habían acordado para que cuando
130
llegara la hora los otros iban a llegar tarde, como Ramón que era el secretario, que
tenía que entregar papeles y si es cierto llegamos cinco, diez minutos de la hora
pero para eso ellos ya habían puesto de comisariado a Ticho Talamantes. (Luz Villa,
2016)
Allá estábamos viviendo, ya llevábamos dos hijos y cuando mi hijo cumplió seis
años mandamos al niño para que fuera a la escuela porque allá no había escuela
[…] así que ya crecieron los plebes78 y nos tuvimos que salir. (Juana Villa, 2016)
77
Otra de las cuestiones que mencionan es que el ejido se constituyó como ganadero, no como
agrícola, debido a la mala calidad de las tierras, por lo que dicho artículo no debió de haber
procedido.
78
Niños/as.
131
Nomás faltaba cuando me tocaba guardia pero con el tiempo como que ya no nos
tomaban en cuenta, no convocaban a la asamblea, muchas veces ignorábamos
que iba a haber asamblea y sí la había, nunca nos citaron a asamblea ni nada pero
era porque ya los habían sacado, ya nos había sacado y no sabíamos nosotros,
nosotros estábamos creyendo que éramos ejidatarios y no éramos. (Gertrudis
Ramos, 2016)
De los Ramos [depuraron] a todos, dejaron nada más a Tulita que era esposa del
viejito Ramos pero de ahí en fuera a Chatita, Victoria, Chico Ramos, Lucas Ramos,
Felipe Ramos a todos los Ramos los echaron fuera y de ahí de arriba a los Salgado,
mi tito [sic] Toño, era hermano de mi tío Chico, y a Panchillo Salgado, Chico Ramos,
a Isabel Ramos, a mi abuela Luz Pico Romero que era la matriarca aquí en la
comunidad y era la que 50 años estuvo cuidando la iglesia y todavía le ponen ahí:
“la estamos depurando por abandonar las tierras” cuando si ella aquí murió de
viejita, “por abandono de tierras y por no dejar herederos” si no terminaríamos de
contar la herencia que dejó, somos muchísimos nietos, bisnietos y tataranietos de la
familia de mi abuela […] dentro de esos once que entraron en la depuración, nada
más se libró mi abuela, Lucas Ramos y Ernesto Romero […] (Luz Villa, 2016)
Me parece relevante decir que las personas que fueron depuradas tanto en 1975
como en 1985 concuerdan en que nunca se les dio aviso alguno sobre la
situación, aunque el Comisariado ejidal alegó haber puesto avisos en la
delegación, ellos/as mencionan que en aquel tiempo no había delegación como
tal, la comunidad era un pequeño pueblito en el que todos, todas se conocían y se
avisaban sobre cuestiones importantes. A pesar de lo ambiguo e injusto del
proceso, algunos afectados/as no se dieron por vencidos/as y continuaron
luchando por recuperar sus derechos agrarios como Chatita Ramos y su primo
Jesús Salgado quienes en 1979 se acercaron al entonces Instituto Nacional
Indigenista:
132
Cuando ya nos dimos cuenta que estábamos fuera del ejido mi primo metió un
escrito donde dice que él no está de acuerdo, que es una discriminación muy
grande la que hicieron con nosotros de habernos quitado el derecho agrario. Él
manda un escrito al INI pero no hubo nada favorable. Entonces ya empezamos
nosotros: si mi primo dice que hay una discriminación e injusticia en lo que hicieron
pues hay que empezar a luchar, empezamos a luchar y un día dijo él “Voy a ir a
Ensenada, voy a ir allá al INI”, “Yo voy a ir contigo” le dije, y nos fuimos. Llegamos
allá, estaban haciendo apenas las oficinas, los cimientos, como un metro de altas
tenían las oficinas y tenían un cuartito de madera donde atendían a la gente y ahí
escribían con maquinas y toda la cosa. Ahí fue la primera vez que fui pero pasaron
años y volví a ir otra vez, ya no fui con él, fui con mi primo pero a Mexicali y ahí
pedimos una audiencia con el señor gobernador y no nos atendió. (Gertrudis
Ramos, 2016)
133
[…] permitió convertir la propiedad social en propiedad privada, mediante la
certificación de las tierras ejidales y comunales; tierras de uso común; tierras
parceladas y la titulación de los solares o tierras de asentamientos humanos, bajo el
argumento de ordenar, dar seguridad y “certeza jurídica” a la tenencia de la tierra de
los campesinos en México.79
El PROCEDE vino y levantó un acta, vino a ver y dijo: “aquí no hay nadie, aquí no
hay huertos, no existe esto, no existe esto otro, no hay nada” y pasa este terreno al
ejido entonces todo eso lo legalizan en el RAN81, queda registrado en el RAN […]
vino ese PROCEDE y dice que no había nada, ¿cómo que no había nada? si no
hubiera habido nada pues no estuviéramos aquí, no estuvieran los huertos aquí […]
Ahí está un acta donde dice que no hay huertos, que no hay personas, no hay
afectación para terceros y es por esa razón que ellos dicen que nos van a echar
afuera, porque es del ejido allá en el RAN pero aquí estamos pues y tenemos
nosotros el plano original donde si están marcadas las cien hectáreas. (Ramón
Mendivil, 2016)
79
Manuel de Derecho Agrario, 2015, Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas y
Tequio Jurídico, A.C.
80
Felipe Villa fue reconocido como avecindado y los hermanos Salgado Ramos lograron recuperar
los derechos agrarios de su padre después de un largo proceso jurídico con el Comisariado ejidal.
81
Registro Agrario Nacional.
134
empresarios entre los que resuena el nombre de Carlos Slim, aunque no se sabe
a ciencia cierta si es él quien ha comprado los terrenos que colindan al también
conocido Mar de Cortés en donde existe una importante biodiversidad marina y
playas de gran belleza como El Barril. Quince años después de la ejecución del
PROCEDE, en el 2007 inició el proceso de venta de 47, 000 hectáreas del ejido
Independencia, precisamente las que colindan con el Golfo de California 82, y
aunque algunos/as seguían -y siguen- en el proceso jurídico para la recuperación
de sus derechos agrarios no fueron avisados/as ni consultados/as al respecto,
menos, aún, les fue repartido algo de los de cinco millones de pesos que, dicen
algunos/as, les dieron a cada ejidatario que estuvo de acuerdo en vender las
tierras:
“Solicitud de apoyo para la venta de las playas del ejido independencia”, 2007, en: Carpeta
82
135
Como las golondrinas que van en invierno a la otra parte del mundo, pero regresan
a su nido, así los integrantes de la comunidad Cochimí desean regresar a su lugar
de origen, donde realmente se encuentra y se realiza su verdadera identidad. Y por
ello nos asiste el carácter natural y así lo sentimos del derecho a la propiedad de la
tierra. Esta tierra bendita que el arquitecto divino dio a todo el género humano para
que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir ni privilegiar a ninguno, ahora
bien se sabe, la tierra no da sus frutos sin una peculiar respuesta al deber del
hombre que mediante el trabajo usando, su inteligencia y su libertad, logra
dominarla y hacer de ella una morada digna.
Por eso tenemos la convicción que sigue siendo la tierra el elemento principal del
proceso y del desarrollo social, económico y cultural de los pueblos, con lo cual,
quienes la cultivan al ser excluidos de su propiedad se ven reducidos a condiciones
de semi – esclavitud. Ante estos casos se puede hablar hoy día, como en tiempos
de la Revolución mexicana, de una explotación inhumana, de una minoría poderosa
contra una mayoría marginada sin oportunidades de ninguna índole, esta sea pues
la dialéctica, no es una lucha de clases donde se generen odios recíprocos, donde
no haya vencidos ni vencedores, sino que impere la razón, el derecho y la justicia
sobre los razonamientos egoístas de unos cuantos.
ATTE.
Un Cochimí83
Aunque no han obtenido respuesta de las autoridades ante sus demandas, una de
las cosas que les brinda la esperanza de recuperar sus derechos agrarios es que,
según documentos que encontraron, la depuración sólo existe en el acta de la
Procuraduría Agraria de Mexicali más no en el Registro Agrario Nacional, situación
de la que se dieron cuenta en septiembre del 2015 cuando en compañía de un
abogado fueron a la Ciudad de México para consultar unos papeles.
Sorpresivamente, se encontraron con que posterior a la resolución presidencial de
1975 en la que se depura a Ramón Mendivil y tres personas más, había un
documento con fecha posterior en el que:
83
Esta carta me fue compartida por él mismo.
136
ninguno de los tomos que integraban al archivo histórico del ejido en mención, de
ahí que fue totalmente infructuoso toda vez que el acta referida no se encontró.84
Nosotros volvimos [a San Borja] y ahí estuvimos en una casita de piedra que nos
habían prestado y ya mi hermano hizo una casa de adobe y vivimos muy a gusto y
después cuando mi papá enfermó, en el 53 o 54, tuvieron que salir de ahí con él
para que lo internaran y ya se desparramó todo porque mi papá murió a los cuatro
meses de estar interno y mi mamá se regresó para San Borja pero ella se fatigaba
mucho, igual que yo, y tuvieron que irse con ella a donde hubiera doctor, se fueron a
Ensenada y allá se quedaron. (Pilar Romero, 2016)
A la muerte de su padre y madre, doña Pilar se fue a vivir de nuevo a San Borja,
fue allí donde nacieron sus primeros cinco hijos/as y en donde estuvo hasta
84
Carta-testimonio del abogado Edel Evaristo Corral SotoMayor, 2015, en: Archivo Milapá.
137
aproximadamente 1970, que fue cuando migraron a Guerrero Negro, aunque
como mencioné anteriormente, las visitas constantes a la comunidad ya sea de su
parte o de algunos de sus hijos e hijas continuaron hasta hace cuatro o cinco años
que es cuando dejó de ir tan seguido debido a que sus enfermedades fueron en
aumento. Doña Pilar logró que en la constitución del Ejido Nuevo Rosarito en
1969, se le respetara como avecindada debido a que sabían que era una de las
personas con más antigüedad y cariño por ese lugar, participando activamente en
su cuidado y en la restauración de la iglesia de San Borja, al lado del padre Mario
Menginni y otras personas de la comunidad.
Mi mamá tenía una casita allí que era desde toda su vida, cada año que íbamos ahí
nos quedábamos y hace como unos cuatro, cinco años un señor se posicionó de
todo san Borja y ya nadie puede ni le gusta ir porque siempre esta así limitado con
agua. La única que ha conservado su casita es mi tía Pilar, una prima hermana de
mi mamá. (Ofelia López, 2016)
138
familias le dejaban “encargado” su querido patrimonio:
Siempre estaba que esa huerta era mía y que esa huerta era de ellos, antes no
había problema, nunca me molestaron con eso de decirme que era de la iglesia o
que pertenecía al clero, te respetaban como mi huerta […] fui hasta Ensenada a la
Casa de la Cultura allá con un maestro que estaba en conocimiento de todas esas
cosas entonces él consiguió en Mexicali que me dieran la custodia de la iglesia y así
fue por mucho tiempo [...] Definitivamente ellos se metieron porque nosotros nunca
cobramos nada, la gente entraba y salía, se paseaba, ahora si van a ir pa´cá, ahí
van con ellos, si van a ir pa´cá, allá van con ellos […] Yo estuve días sin dormir
cuando nos dijeron lo de la huerta y cada vez que me acuerdo me da tristeza. Ya
con ir a la iglesia me conformo, con ir a ver a mi santo. (Pilar Romero, 2016)
139
El ejido mismo tiene castigado a Chepe porque ellos han tratado de buscar la
manera de que él reconozca las propiedades de los vecinos y como él se ha
negado, aparte de otros problemas internos entre ellos, ahí lo castigaron y tiene
años que no se presenta a una asamblea pero porque en una acta está especificado
que a él no le van a admitir que entre. […] Él dice que habla con Dios porque está
protegido, es su forma de ver las cosas por medio de su religión, es cristiano. Y sí,
se han hecho intentos por medio del delegado para ver si lo convencen de que
regrese esas propiedades pero no hace caso. (Luz Villa, 2016)
85
La información brindada al respecto está basada en los datos que brinda Paola Morales (2016) y
la información dada por las familias de San Borja y Santa Gertrudis, pues tienen lazos familiares
con José Gerardo Monteón.
140
Mi primo Jesús se relacionaba mucho con ellos, él vivió mucho tiempo en
Ensenada, trabajó en las cooperativas de El Sauzal y conocía más o menos ahí las
oficinas, a las personas que se entendían con las comunidades indígenas, con las
que se podía él comunicar porque él se identificó como comunidad indígena cochimí
todo el tiempo. Él ya murió, ya murieron casi todos, nomás quedan tres hermanos
de esa familia, eran diez hijos, de la familia de Francisco Salgado y Angelina, la que
le digo que es mi tía, entonces él se identificaba con esas gentes y sabía que había
esa dependencia para defender los derechos de los indígenas entonces cuando se
vino otra vez para acá para Santa Gertrudis, él empezó a ir para allá a pedir apoyo,
a pedir justicia, a decir todas las anomalías que pasaban acá en el ejido
Independencia porque a nosotros nos habían quitado los derechos agrarios, él
mandó un escrito y fue y lo presentó allá. (Gertrudis Ramos, 2016)
[…] descendiente del grupo indígena cochimí que habitó nuestra comunidad misión
Santa Gertrudis, ubicada al norte del paralelo 28 rumbo al sureste enclavada en la
sierra. Consideramos este lugar un oasis en la zona desértica de la península pues
recibimos frecuente visita de turistas, devotos católicos, vecinos de rancherías
aledañas que pagan sus mandas de fe a la santa patrona además de admirar la
misión obra de arquitectura de piedra de cantera, los huertos familiares y la pintura
rupestre que queremos conservar y preservar como el único patrimonio de nuestros
ancestros.
Cómo es posible que se pasen por alto y por encima la ley agraria y el derecho
constitucional que se corresponde. Estoy viendo que todavía no se ha podido
combatir con el caciquismo familiar que impera en este ejido a pesar de los nuevos
cambios y reformas que nuestro gobierno ha creado actualmente para que se logre
el progreso y beneficio, la tranquilidad y la paz social que tanto necesitan muchas de
las familias que trabajan en el campo […] Honorable magistrado presento demanda
de justicia para los traidores e ignorantes que me están afectando y discriminando
mi auténtico derecho para ser reconocido como ejidatario.86
86
Carta de Jesús Salgado al INI, 1979, en: Archivo Agrario CDI.
141
de un estudio antropológico con el cual pudieran comprobar su antigüedad y
legalidad en esas tierras, además de la intervención de la Comisión Nacional de
Justicia de los Pueblos Indígenas, así como ser considerados dentro de las visitas
que el INI llevaba a cabo a las comunidades nativas con la finalidad de que
conocieran y se acercaran a su problemática. Además de exponer sus peticiones
de apoyo, la carta firmada por Jesús Salgado Olivares, Martín Salgado Zazueta,
Humberto Fuerte Ramos, Teresa Ceseña Urias, Francisco Urias Pico, Felipe Villa
Poblano, Martha Urias Pico y Angelina Salgado Olivares, todos y todas
pertenecientes a las distintas familias de Santa Gertrudis, señala:
142
De esta manera, y como se puede corroborar con base en este archivo, los/as
cochimíes de Santa Gertrudis iniciaron un acercamiento con el Estado, a través
del Instituto Nacional Indigenista, hace ya varios años. Desde ese entonces se
identifican con su ascendencia cochimí como un legado importante que les une a
su comunidad, a su territorio y han luchado por no perderlos. Empero, la
necesidad de reconocimiento, de revalorar y revitalizar su cultura así como la
urgencia de solucionar las problemáticas en sus comunidades les llevaron, años
más adelante, a reunirse de nuevo para juntar esfuerzos y pensar la manera de
seguir luchando por lo propio en una nueva asociación.
Eso de la [sic] Milapá, pues empezamos a hacer plática qué podíamos hacer por la
cuestión de las tierras, a dónde deberíamos de ir y no dejarnos vencer, luchar por lo
que es nuestro porque son cosas que son de la comunidad, muy antiguas pero de
ahí salimos nosotros, nosotros no somos extranjeros, somos de ahí y amamos la
tierra y amamos todo lo que ahí se da, nos gusta y no nos gusta que otro vaya a
meterse ahí nada más porque “ay qué bonito aquí”, no, que lo respeten […] Luego
se hizo el comité y ya se hicieron juntas, se hicieron asambleas, se juntaron la
comunidad luego se registró en el INEGI allá en el CDI nos dijeron a nosotros que
para poder entrar a ser más respetados teníamos que completar 51 personas que
fueran de ahí, no importaba que fueran recién nacidos pero que tenía que ser el
87
Así se referían los/as antiguos/as habitantes del desierto central a un árbol característico de la
zona. A su llegada, los españoles figuraron a éste como un cirio, como una vela, por lo que lo
nombraron de esa manera; aunque en realidad es difícil precisar qué significa Milapá en lengua
cochimí, sólo se sabe que de esa manera se referían a esta planta en particular.
143
grupo de 51 personas para que ya quedáramos en el INEGI como reconocida la
comunidad de Santa Gertrudis y así fue que se completaron, hasta sobraron un
montón. (Gertrudis Ramos, 2016)
María de la Luz, quien desde los inicios ha sido la presidenta, menciona que
además de lo injusto de la depuración de sus derechos agrarios, el coraje de
saber que habían sido invisibilizados como pueblo indígena durante tantos años
también les empujó a organizarse para desmentir su supuesta extinción:
El coraje que tengo de saber y ver desde muy niña en la historia: “Hace cien años
que se extinguieron los cochimí”. Ahí sentí coraje y dije no es cierto, entonces:
¿nosotros de donde somos?, ¿quiénes somos nosotros? si a nosotros desde niños
hemos oído que nosotros somos cochimí. Y entre más iba creciendo y estudiando
me iba dando cuenta y platicando con los mayores sobre ese tema y es cuando dije
no señor alguien tiene que hacer algo, por qué dejar que una mentira siga viva […]
entonces ese fue el coraje que yo tuve siempre, yo hablo de coraje cuando la gente
tiene impulso de hacer cosas positivas, el arranque, el empuje, las ganas, la fuerza
y la convicción. Yo siento que eso fue el coraje que tuve y se me dio la oportunidad
cuando se formó Milapá y le entré con todas las ganas porque qué casualidad que si
yo tenía ese sentir desde niña se me ha dado, dios y mis antepasados, la
oportunidad de hacerlo como lo hemos hecho ahorita […] esto viene de fondo y yo
por eso lo hice, por eso estoy en Milapá. (Luz Villa, 2016)4
144
Foto 34.- Una de las primeras reuniones de la asociación, enero 2009
Fuente: Archivo Milapá
De esta manera, otra de las cuestiones que les empujó a organizarse fue la
cuestión del reconocimiento a su ascendencia indígena cochimí así como el
respeto a las especificidades de su cultura actual. Francisco Grado Villa, quien ha
estado en la asociación desde su inicio y actualmente es secretario, platica:
Lo que nos motiva es que nos reconozcan, porque mucha gente nos decía: “¡Qué
cochimís van a ser ustedes!, tú para empezar no tienes ni el color” porque luego,
luego se van por el color de la piel y por la fisionomía, ya tenemos los estereotipos
de lo que debe ser un indígena[…] y que se nos reconozca primeramente, que
aunque no somos con las características que nos han metido en la cabeza que así
debemos de ser los indios, no las tenemos, pero tenemos el orgullo por la tierra, el
corazón, el alma de ser descendientes de una tribu. Dicen que estamos extintos,
pero estamos nosotros aquí, entonces no estamos extintos. Somos parte de ellos y
aquí estamos, están extintas las características y las cosas que se tenía de los
indios pero nosotros seguimos, no con taparrabos ni con huaraches ni descalzos ni
cosas así pero seguimos siendo nosotros. Yo me siento bien indígena, modernón
pero indígena, somos los nuevos indígenas cochimí, se puede decir, porque yo
traigo ese espíritu y esa sangre de ellos y lo siento y me gusta platicar y cuando
platico de esto me siento con mucho orgullo de decir: soy cochimí. (Francisco
Grado, 2016)
145
3) coordinar esfuerzos con el fin de fomentar el que se satisfagan las necesidades
de vivienda digna y decorosa así como 4) obtener apoyo jurídico e institucional
necesario para dar solución a la problemática de la tenencia de la tierra de las
comunidades, como medio para lograr la seguridad jurídica indispensable para
conseguir un medio ambiente adecuado para su desarrollo y bienestar, respecto a
sus garantías individuales.88
A lo largo de casi diez años de conformación, el trabajo que han realizado a través
de la asociación se ha centrado en la defensa de sus terruños, en la exigencia de
su reconocimiento como indígenas cochimíes y en la recuperación de algunos
elementos de su cultura ancestral. Es cierto que ésta tarea no les ha sido fácil, la
poca información sobre sus ancestros, así como la pérdida de la lengua
imposibilitan una recuperación de la cultura de sus antepasados, aunque en
realidad no es eso lo que se busca precisamente, les interesa conocerla,
apreciarla, sí, pero tienen muy claro su aquí y ahora, cómo y quiénes son en la
actualidad, lo cual también valoran.
88
www.milapa.org.mx
146
Dentro de los esfuerzos por retomar algunos elementos de su cultura ancestral
han intentado recuperar la lengua cochimí, aunque debido a que la lengua sí se
extinguió durante el siglo XX no existe ningún hablante en la actualidad, además
de que existen pocos registros de la subfamilia lingüística a la que pertenecían las
variantes dialectales que se hablaban en el desierto central, lo que ha dificultado
su objetivo. Para intentar llevar a cabo esta titánica misión se acercaron al lingüista
Maximiliano Muñoz Orozco de la Unidad de Culturas Populares de Ensenada
quien basándose en documentos existentes logró recopilar algunas palabras,
enunciados y conjunciones de la lengua cochimí y creó un diccionario que fue
dado a las y los integrantes de la asociación para su estudio en algunos talleres
que realizaron durante los primeros años. Como parte del trabajo de recuperación
de la lengua crearon también un juego de lotería en el que a través de las
imágenes intentan aprender cómo se nombra a las plantas y animales de la región
en la lengua que hablaron sus ancestros. Si bien es cierto que tanto el diccionario
como la lotería están basados en variantes lingüísticas distintas a la lengua
cochimí de Santa Gertrudis y San Borja89, es probable que las variantes tuvieran
sus diferencias pero también sus concordancias lingüísticas. Aún así, es difícil
precisar que esa sea la lengua hablada por quienes habitaron en estas misiones
hace más de dos siglos o, incluso, de la última hablante que recuerdan, Doña
Sabas Iberri, pues como bien menciona Francisco Grado:
Creemos que esas son las palabras, no estamos muy seguros algunos dicen que si
son, otra gente dice que no son, otras que pueden ser, ya ves que los cochimí
tenían muchas variantes […] Fue un lingüista el que conoce pero no sabe todo
tampoco […] no ha habido información para establecer algo más claro y decir están
en lo correcto ustedes, sí es la lengua cochimí exacta o están haciendo una
mezcolanza de todas las variantes que tienen. Aunque yo sé que no lo vamos a
hablar, siendo realistas no es cierto que lo vayamos a hablar del uso diario, pero de
perdida que haya un antecedente o un lugar donde tengamos esa información. La
lotería es parte de lo que hemos creado porque pensamos que a los niños les puede
interesar y se les podían grabar algunas palabras en cochimí con las figuras de los
animales y todo eso. Lo vamos haciendo a nuestra manera, uniendo retacitos de
todo, estamos haciendo nuestra historia por parte de la asociación civil.
89
El maestro Maximiliano específica en una nota a pie del diccionario, que éste se creó con base
en los registros de los frailes Miguel del Barco y Baegert, quienes registraron algunas palabras de
las lenguas cochimíes habladas en otras misiones, más no de las de Santa Gertrudis y San Borja.
147
Foto 36.- Taller de lengua cochimí, La Espinita, Baja California, 2010
Fuente: Archivo Milapá
Otro de los esfuerzos que han realizado ha sido identificar y sistematizar entre
todas/os las plantas medicinales más importantes de su comunidad, es decir,
compartir sus saberes, pues la mayoría sigue teniendo un profundo conocimiento
de su entorno, de las plantas, de los ciclos de la luna y de cuándo las nubes
anuncian que va a llover pues desde pequeños/as, acompañando a sus padres,
madres o abuelas en sus quehaceres aprendieron a reconocer las plantas y sus
usos, los animales que podían hacerles daños y los que no, las señales en los
cantos de los coyotes.
Bajo este fundamento legal, la/el C._____________ se auto adscribe como indígena
cochimí, en virtud de ser descendiente de la comunidad de Santa Gertrudis,
Delegación Villa María, Municipio de Ensenada del Estado de Baja California con
fecha de nacimiento el día _________ por lo que apegándose a lo señalado en los
párrafos anteriores, se considera y debe reconocérsele como indígena tal y como lo
manifiesta y cuya fotografía aparece al margen izquierdo de la presente.90
Si bien es cierto que es meramente una cuestión oficial, también es verdad que en
muchas ocasiones este tipo de documentos se han convertido en herramientas
jurídicas importantes para algunos pueblos indígenas en la lucha por sus derechos
y en la defensa de sus territorios. Hasta la fecha, prácticamente todos los
proyectos que han llevado a cabo ha sido con apoyo económico de la CDI,
además, a partir de su relación con esta institución pudieron acceder a cursos y
capacitaciones sobre derechos agrarios e indígenas lo que les ha permitido tener
más conocimiento sobre la cuestión agraria y sobre sus derechos, así como
acercarse a los demás pueblos originarios de la península quienes también creían
que el pueblo cochimí estaba extinto. Este nuevo acercamiento les ha permitido
empezar a ser reconocidos/as por los/as otros/as indígenas de la región como un
pueblo hermano, a pesar de la lejanía y de que no compartan algunas
características culturales.91
90
Carta de auto adscripción, 2016, en: Archivo Milapá.
91
En el próximo capítulo abordo la relación de los/as cochimíes con los otros pueblos originarios de
la Baja California.
149
En este sentido, considero que uno de los logros más relevantes de la asociación
ha sido colocar de nuevo en el mapa de los pueblos indígenas de Baja California
al pequeño pueblo cochimí, pero también reavivar su memoria, sus recuerdos, el
orgullo y el amor por el terruño, por lo que fueron, por lo que son. Así, su
reorganización les permitió reconocer su historicidad y reconocerse, propiciando
nuevas subjetividades que les han llevado a revalorar su ascendencia indígena y
reforzar su identidad como grupo social y étnico, ya que ambas identidades están
estrechamente ligadas. De esta manera, han reconfigurado tanto su identidad
colectiva como su identidad étnica a partir del reconocimiento que han hecho de sí
mismos/as a través del trabajo realizado y de las relaciones que han establecido
con otros pueblos y personas. Juanita Villa platica:
Al principio decía: “yo no soy india” sinceramente decía yo “están locos”. Pero ya
asistiendo a las reuniones y viendo tantas cosas bonitas que me ha regalado Milapá,
hay cosas que no tienen precio, conocer gente tan bonita, eso me llena mucho de
alegría de ser cochimí, de pertenecer a Milapá y no mirar atrás sino que ir adelante
poniéndome metas pero positivas, no negativas y apoyar en lo que pueda yo,
ayudar y apoyar y dar lo poquito o lo mucho que tenga de amor. (Juana Villa, 2016)
150
Pues siempre he tratado de estar en las reuniones que nos han mandado [a] que
nos den cursos de capacitación. Creo que a la mayor parte de los cursos me ha
tocado ir, no se me pega mucho porque no tuve la oportunidad de haber estudiado
yo vine a conocer las primeras letras como a los 13, 14 años que fue en Santa
Gertrudis […] aprendí a leer muy poquito y a escribir muy mal pero lento, puedo
entender pero en cuestión del campo si tengo noción de cómo hacer las cosas y en
la asociación pues esa ha sido mi participación, estar al pendiente de lo que se
necesite. (Fidel Villa, 2016)
151
Sin duda, los conflictos son parte inherente a los procesos organizativos de toda
colectividad; resulta infructuoso e idílico pensar en comunidades cerradas y
armónicas en las que todas las personas están de acuerdo y llevan una buena
relación, tan romántico como pensar en los pueblos indígenas actuales como un
espejo fiel de sus ancestros. Sin embargo, a pesar de que la auto adscripción es,
en la actualidad, el primer criterio para la identificación de un pueblo indígena y de
su reconocimiento oficial como cochimíes, aún hay quienes dudan de su
ascendencia indígena debido a que no hablan la lengua, no usan el vestido
“antiguo” o porque se volvieron “mestizos” con los cambios socioculturales y se
sigue insistiendo en pensar a este pueblo como desaparecido, extinto92. En este
sentido, la exigencia de reconocimiento indígena de la asociación Milapá ha
provocado diversas opiniones e interpretaciones:
Si bien es cierto que la relación de los y las cochimíes con el INI y luego la CDI
inició debido a la problemática de derechos agrarios, considero importante analizar
por qué se actualiza esta identidad yendo más allá de perspectivas
instrumentalistas y cuestiones pragmáticas de poder pues como bien sabemos
toda acción colectiva en sí, es política. Aunque concuerdo en la importancia de
precisar la pertenencia a un grupo étnico, considero de igual relevancia realizar
análisis centrados en el acercamiento con los actores sociales para, de una
manera más clara y analítica, dilucidar la actualización de una identidad aunque
antiguos elementos culturales se hayan perdido o transformado e identificar los
cambios socioculturales y las relaciones de poder antes de continuar considerando
92
Estas impresiones las he escuchado de algunas personas de la Sociedad de Historia de
Ensenada.
152
a un grupo extinto con base en estudios de principios del siglo XX y dudar de su
ascendencia indígena dado que su semejanza con las y los cochimíes de más de
dos siglos atrás ya no es muy cercana, postura profundamente esencialista que ve
a las culturas como estáticas y no observa ni analiza su dinamismo inherente.
De esta manera, coincido con Guillermo Bonfil cuando dice que “no es posible
entender a la cultura indígena como una perpetuación de las culturas originales
durante el periodo colonial” (Bonfil, 1972, p.115) pues ello limita un análisis más
profundo y un acompañamiento que apoye, en vez de deslegitimizar, y vela,
también, la posibilidad de ahondar en qué es lo que lleva a los y las descendientes
cochimíes a identificarse con su ascendencia indígena y a exigir ser reconocidos
como tal, qué emociones e historias hay detrás de todo ello para, entonces, inferir
si es sólo interés económico (apoyos) y político (posicionamiento étnico) lo que les
mueve. Para debatir al respecto, el próximo capítulo está dedicado a analizar la
configuración de la identidad cochimí con base en algunos referentes teórico-
conceptuales sobre identidad étnica, etnicidad, sentido de pertenencia y
territorialidad así como el contexto sociopolítico en el que emergieron las luchas
indígenas configurando importantes movimientos de reivindicación étnica que
inspiraron al pueblo cochimí para luchar por lo propio desde sus trincheras y
especificidades culturales, para, finalmente, reflexionar sobre la transformación
cultural y la re-existencia como una forma de permanencia y persistencia
identitaria de este pueblo.
153
CAPÍTULO V. SER COCHIMÍ EN EL SIGLO XXI: IDENTIDAD,
TERRITORIALIDAD Y ETNICIDAD
93
Aunque ya se ha trabajado y escrito mucho sobre memoria, identidad, territorialidad y etnicidad
personalmente nunca había hecho una investigación sobre identidad étnica ligada al territorio o
acerca de movimientos de revitalización cultural e identitaria, menos, aún, había realizado un
estudio antropológico solicitado directamente por alguna comunidad indígena.
154
como punto de partida para analizar y re-pensar los fenómenos y las realidades
que estudiamos/acompañamos no solamente para citar y enmarcar una realidad
social sin antes conocerla, decidí dejar para el último capítulo de esta
investigación el análisis conceptual sobre identidad étnica, territorialidad y
etnicidad, ejes conceptuales que después de conocer el proceso de
transformación social de los y las cochimíes me permitieron reflexionar sobre su
proceso de revitalización cultural e identitaria con base en las premisas de autores
como Roberto Cardoso, Miguel Bartolomé y Gilberto Giménez.
Después del debate entre lo leído, pensado y lo visto-vivido, abordo otras formas
de persistencia identitaria que posibilitan la permanencia de los grupos a pesar de
los cambios y las transformaciones culturales, es decir, en los procesos de re-
existencia o la reinvención constante que algunos pueblos hacen de su cultura y
de su identidad étnica para seguir persistiendo (Zambrano, 2006) e intento
esbozar algunas conclusiones/reflexiones sobre el proceso de re-existencia y
permanencia del pueblo cochimí.
155
5.2.- El contexto sociopolítico. Las “emergencias étnicas” y el multiculturalismo
156
Latina lograron su posicionamiento dentro de las agendas locales e
internacionales pues gracias a su lucha y empuje consiguieron ponderar la
cuestión jurídica indígena en los organismos no solo nacionales, sino
internacionales. Entonces, “el silencio del indio comenzó a romperse” (Bengoa,
2000, p. 53).
En nuestro país, los pueblos indígenas estuvieron muchos años marginados tanto
en lo jurídico como en lo social pues desde la conformación de la nación
mexicana se buscó la unidad nacional y la pluriculturalidad fue prácticamente
negada durante los primeros 168 años de vida del México independiente (Nieto,
2016). Sin embargo, el levantamiento armado del Ejército Zapatista de Liberación
Nacional en 1994 reencauzó el debate sobre la cuestión étnica en nuestro país
reformulando la relación de los actores indígenas con el Estado, así como la
manera en que dichos actores se asumen a sí mismos y cómo es que viven y
enfrentan su realidad como actores sociales “distintos” a la vez que construyen
alternativas propias y afines de organización colectiva.
157
En este sentido, y después de varias negociaciones, los pueblos zapatistas de
Chiapas manifestaron sus demandas más relevantes en los acuerdos de San
Andrés Larraízar que, aunque no fueron ratificados en su momento -lo que el
EZLN consideró como una traición de la clase política-, marcaron un precedente
importante en la reformulación de los derechos de los pueblos indígenas en
nuestro país y años más adelante, algunos puntos fueron retomados en la reforma
al artículo 2do de la Constitución Política Mexicana, en el 2001. Esta reforma
rompió con la invisibilización legal en la que se mantuvo a los y las indígenas
durante tanto tiempo y además de asumir y reconocer el carácter pluricultural de la
nación por primera vez en el país se comenzó a tomar en cuenta la conciencia de
la identidad indígena como un criterio fundamental para determinar a quienes se
aplicarían las disposiciones emitidas; fue así como el Estado cambió su discurso y
adoptó al multiculturalismo como base de sus políticas públicas enfocadas a la
población indígena.
158
En el caso especifico de Baja California, el 26 de octubre del 2007 se publicó en el
Diario Oficinal de la Federación la “Ley de Derechos y Cultura Indígena de Baja
California”, conformada por 39 artículos más tres transitorios, en los que se
abordan disposiciones generales y cuestiones relacionadas a sus derechos
indígenas, al patrimonio cultural, el desarrollo humano, las tierras, territorios y
recursos naturales y la justicia indígena además de reconocer como sujetos de
derecho público a los pueblos kumiay, kiliwa, pa ipai, cucapá y cochimí y
considerar la “conciencia de la identidad indígena” como un criterio para
reconocerles. Así, los/as descendientes cochimíes se encontraron ante un
contexto sociopolítico propicio para la actualización de su identidad étnica y para
exigir su derecho a ser reconocidos como indígenas, a pesar de no hablar la
lengua, en el que pudieron fortalecer su sistema de clasificación y auto
representación como grupo para diferenciarse de los demás actores sociales y
reconfigurar las fronteras o límites identitarios que le dan sentido al ser cochimí en
la actualidad, a pesar de los cambios socioculturales y la disgregación territorial.
159
Para debatir al respecto, este apartado se centra en analizar cómo está
configurada en la actualidad la identidad del pueblo cochimí, cómo se auto
representan y contrastan a sí mismos/as frente a otros grupos étnicos y, en
general, frente a la sociedad mestiza con la finalidad de profundizar en qué es
para ellos/as ser indígena, cómo viven su indigeneidad a pesar de no hablar la
lengua, de no vivir en sus comunidades de origen y de no entrar dentro de los
cánones que desde el Estado y los medios de comunicación se han impuesto a los
pueblos originarios. De este modo, y partiendo de este singular caso, intento
abonar a responder una interesante pregunta que Cardoso de Oliveira se hizo
hace algunos años, respecto a “cómo se puede explicar la persistencia de la
identificación étnica de personas y grupos cuando prácticamente no se ´observan´
rasgos culturales diferenciales manifiestos” (Cardoso, 1992, p. 49). Empero, antes
de profundizar en el caso cochimí, es menester retomar algunos referentes
conceptuales sobre las identidades y, específicamente, sobre las identidades
étnicas.
160
Conjunto de repertorios culturales interiorizados (representaciones, valores,
símbolos), a través de los cuales los actores sociales (individuales o colectivos)
demarcan sus fronteras y se distinguen de los demás actores en una situación
determinada, todo ello dentro de un espacio históricamente específico y socialmente
estructurado (Giménez, 2002, p. 38)
Sin embargo, como bien indica el autor, la mera existencia de este conjunto no
genera en sí una identidad, pues ésta no es algo dado, innato por lo que para que
la interiorización de dichos atributos culturales sean distintivos de las personas
debe existir en éstas la voluntad de diferenciarse socialmente pero también el
reconocimiento de los “otros” con quienes se interactúa. Esta cuestión nos remite
a una de las características de la identidad y es que sólo existe en relación con el
alter, es decir, en y para sujetos, en y para actores sociales y en la interacción de
las relaciones que se desarrollan en marcos sociales específicos que determinan
la posición de los individuos a la vez que “orientan sus representaciones y
acciones.” (Giménez, 2002, p. 39). Por lo tanto, la identidad es a la vez objetiva,
en el sentido de los roles y posiciones asignados por los demás, y subjetiva en
tanto los actores sociales la construyen, es decir, interiorizan ciertos elementos
culturales para identificarse y diferenciarse.
Por su parte, según Roberto Cardoso de Oliveira (1992) la identidad social surge
como actualización del proceso de identificación e involucra la noción de grupo,
particularmente la de grupo social, pero la identidad étnica es un fenómeno
bidimensional: a la vez individual, a la vez colectivo; individual puesto que son los
individuos quienes asumen identificaciones distintas dependiendo del momento
y/o situaciones concretas y colectivo pues es parte de la identidad social y se
construye en marcos sociales específicos. Según este antropólogo brasileño, la
naturaleza de este tipo de identidad radica en su “expresión ideológica
contrastativa”, esa es su esencia, la base sobre la cual se define; con ello se
refiere a que la identidad étnica es una “autopercepción del yo en situación” que
implica la confrontación con otra(s) identidad(es) y la(s) aprehende en un sistema
de representaciones con contenido ideológico (Cardoso, 1992, p. 35). Empero,
esta diferenciación no se da en un relativo aislamiento sino en medio de contactos
y relaciones interétnicas en las que los grupos crean categorías que son
161
construidas “como una ideología de relaciones intertribales” para definirse a sí
mismos (cochimíes, rarámuris, macehual, por ejemplo) y marcar sus fronteras con
los otros a quienes también clasifican pues la afirmación del “nosotros”, requiere
la oposición con los otros “como constituyendo una categoría distinguible de otras
categorías del mismo orden” (Cardoso, 1992, p. 193). Así, la identidad étnica
puede ser vista como un valor en cuanto categoría ideológicamente valorizada ya
que:
Los grupos étnicos en contacto continuo y sistemático elaboran las
representaciones de sus respectivas situaciones de contacto, dándoles forma de
ideologías étnicas. Tales ideologías están fundamentadas sobre conjuntos de
“autodefiniciones” o de concepciones de sí en contraste con una concepción o
definición de la(s) otra(s) etnia(s) en conjunción. Parafrasando a Poulantzas, se
podría decir que esas ideologías no tienen como “función” proveer al individuo o a
los grupos un conocimiento verdadero de la estructura (social) del sistema
interétnico, sino que buscan “simplemente insertarlos de cierto modo en las
actividades prácticas que sustentan dicha estructura” (Cardoso, 1992, p. 137,138)
Los grupos étnicos son categorías de adscripción e identificación que son utilizadas
por los actores mismos y tienen, por tanto, la característica de organizar interacción
entre los individuos […] En la medida en que los actores utilizan las identidades
étnicas para categorizarse a sí mismos y a los otros, con fines de interacción,
forman grupos étnicos en este sentido de organización. (Barth, 1976 p. 10, 15)
162
en las relaciones de interacción, más que por los rasgos culturales constitutivos,
ya que: “los rasgos que se toman en consideración no son la suma de diferencias
objetivas, sino sólo aquellas que los propios actores consideran significativas”
(Barth, 1976, p. 15). Por lo tanto, el compartir una cultura común es más una
implicación o un resultado que una característica primaria y definitoria de la
organización de los grupos mientras que la identidad étnica sí es un elemento
constitutivo de éstos (Ibíd.)
Si, entonces, la identidad étnica es una forma en la que las personas y/ o grupos
se clasifican y delimitan sus fronteras frente a los demás con base en un sistema
de categorías y representaciones con contenido ideológico ¿Cómo se auto definen
las/os cochimí? ¿cómo se representan, se auto perciben? Para ellos/as ¿qué es
ser indígena? o mejor dicho ¿qué es ser cochimí? ¿Cómo se asume y vive un
pueblo que ya no habla su lengua aunque, en efecto, tengan una ascendencia
indígena? En los próximos apartados, intento profundizar en estas cuestiones y,
163
más que dar respuestas, hacer eco a la voz de las y los descendientes sobre lo
que para ellos/as es ser cochimí en el siglo XXI.
Aunque parto de la premisa de que son los límites establecidos los que definen a
un grupo étnico (Barth, 1969), concuerdo con Miguel Bartolomé (1997) cuando
indica que los contenidos culturales condicionan la percepción y organización de
estos límites pues aunque la cultura no es una institución necesaria per se para su
existencia, sí es una pauta que ordena el sistema social y organizativo dado que
“todos y cada uno de los miembros de un grupo étnico habitan espacios
socioculturales definidos y organizados por la existencia de formas culturales
especificas” (Bartolomé, 1997, p. 75). Debido a ello, es importante atender la
estrecha relación que guardan las categorías de cultura e identidad, pues la
cultura -entendida como un marco de prácticas, símbolos, valores, usos y
costumbres que configuran la vida de los grupos dentro de la sociedad en la que
se desarrollan- brinda marcos de referencia con los cuales identificarse y delimitar
sus fronteras frente a los/as otros/as puesto que “las mismas fronteras interactivas
se construyen y especifican en razón de referencias a rasgos culturales, que
tienden a desempeñarse como argumentaciones clave para la delimitación de los
respectivos espacios sociales” (Bartolomé, 1997, p. 78). De esta manera, dado
que la cultura es la “fuente de la identidad” (Giménez, 2007), algunos elementos
se pueden convertir en referentes de la identidad étnica de un grupo en contextos
de interacción y confrontación si se asumen colectivamente como fundamentos de
la filiación étnica, ya que en situaciones de contraste pueden funcionar como
“emblemas seleccionados de la identidad” (Bartolomé, 1997) siendo importantes
“bases culturales de la identidad”, es decir, componentes de una cultura relevantes
para las colectividades como la lengua, el territorio, el estilo de vida, la historia y
la adscripción parental.
164
En el caso del pueblo cochimí, tanto la historia como las redes de parentesco son,
quizá, de las bases culturales más fuertes de su identidad y es que como bien
indica Miguel Bartolomé (1997), las redes parentales son un componente
importante de la identidad étnica sobre todo en los pueblos del norte de México
en donde resulta más evidente la relevancia del parentesco en las configuraciones
identitarias mientras que la historia constituye un recurso cultural y político de
suma relevancia para confrontarse frente a otros grupos ya que brinda un pasado
compartido en el cual basar su origen y también les ayuda a asumirse como una
colectividad específica, dado que: “con frecuencia los referentes identitarios
actuales aluden a ese pasado compartido que a pesar de la represión colonial se
hace presente en la memoria colectiva dinamizando la identidad social”
(Bartolomé, 1997, p. 91). En este sentido, su pasado ancestral, el hecho de ser
descendientes de uno de los grupos que poblaron la Baja California “hace mucho
tiempo”, el ser parte de un “árbol con una fuerte raíz” les brinda orgullo por
pertenecer a una “tribu tan antigua” y ser parte del legado de sus antepasados.
Esa raíz y esa ascendencia indígena es algo que mencionan sentir en la sangre,
traer en la sangre, y está íntimamente ligada a la historia:
Yo digo que traigo la sangre cochimí, me siento cochimí, estoy seguro que soy […]
tiene que ver con la historia […] porque de las raíces de los cochimi vinimos y
estamos en la zona de los cochimi todavía entonces yo digo que siento ser cochimi
con mucho orgullo (Fidel Villa, 2016)
Pero además del vínculo histórico con la “antigua nación cochimí”, las redes de
parentesco con las y los cochimíes de las comunidades de Santa Gertrudis y San
Borja con quienes convivieron durante su infancia como doña Juana Núñez Iberri,
don Antonio y Juana Ríos y la abuela Luz Pico Romero y, en general, con todas
las personas que les enseñaron valores, costumbres y saberes, son un elemento
relevante para clasificarse como parte de este pueblo:
165
Estoy muy orgulloso de ser indígena yo me reconozco aunque no tenga el color,
aunque no tenga la apariencia, pero por dentro yo soy un indígena cochimí y estoy
muy orgulloso de las pisadas y las huellas de mis tías y de mi madre, de toda esta
gente que vivieron aquí y que gracias a ellos estamos nosotros haciendo esto y
viviendo, porque de ahí venimos[…] Desde que tengo uso de razón yo jugaba a los
indios y a los vaqueros en Isla de Cedros y siempre traía al grupito de niños, nos
íbamos al cerro cortábamos ramas de los pinos, hacíamos arcos conseguía
pinturitas y me pintaba y me iba a la playa donde estaban los pelicanos y las
gaviotas […] entonces yo ya traigo esa información genética en la sangre, me lo
grita a cada rato, me lo recuerda con todo lo que tengo aquí […] (Francisco Grado,
2016)
Pues para mi soy feliz [de ser cochimí] me gustan las costumbres, las mañas, todo
eso me gusta, no me chiveo. Me gusta porque tengo muy buenos recuerdos de
toda esa gente que era buena, respetuosa, no eran malos, era gente de
sentimientos que respetaban, que te querían, te demostraban, eran fieles pues y
ellos con toda su pobreza como trabajaban rudamente nunca se dieron por vencidos
siempre querían salir adelante, no era gente mala. Me gusta [ser cochimí] no
quisiera ser como los muy modernos, pura cochinada. (Gertrudis Ramos, 2016)
166
historia, en sus redes parentales y en ciertas prácticas culturales que les brindan la
conciencia de pertenecer a una cultura ancestral a pesar de no hablar la lengua y
de haber perdido algunos rasgos culturales de su cosmovisión, siendo estos
componentes culturales de suma relevancia en cómo se auto representan y
categorizan en la actualidad para diferenciarse de las demás colectividades dado
que producen en ellos/as sentimientos de orgullo y alegría, a la vez que les ligan a
una imagen que les permite fortalecer su identidad y apropiarse de la memoria
histórica de su grupo, así como reforzar su sentido de pertenencia a un territorio.
Sin duda, el territorio es, también, uno de los emblemas más significativos de su
identidad étnica como grupo y el motivo de la re emergencia de ésta.
Como bien apunta Roberto Cardoso (1992), para que un grupo étnico pueda
persistir es indispensable un territorio que asegure la actualización de su forma de
organización típica, no obstante dicha organización no está basada solamente en
el uso utilitario del territorio sino en las relaciones simbólicas y afectivas de las
personas con éste, es decir, en su uso y apropiación cultural. Según Gilberto
Giménez (2001), los territorios culturales tienen tres dimensiones: la primera
muestra al territorio como un lugar de escritura simbólica, como un geosímbolo, es
decir: “un lugar, un itinerario, una extensión o un accidente geográfico que por
razones políticas, religiosas o culturales revisten a los ojos de ciertos pueblos o
grupos sociales una dimensión simbólica que alimenta y conforta su identidad”
(Bonnemaison, 1981 en Giménez, 2001, p. 7); la segunda refiere al territorio como
un espacio de inscripción de la cultura que sirve como marco de distribución de
instituciones y prácticas culturales espacialmente localizadas mientras que, en su
tercera dimensión, el territorio puede ser apropiado como un objeto de
representación, de apego y afecto a través de su interiorización al sistema cultural
de un grupo, convirtiéndose en un símbolo de pertenencia socioterritorial.
Partiendo de la dimensión cultural del territorio, Giménez lo define como:
167
El espacio apropiado por un grupo social para asegurar su reproducción y la
satisfacción de sus necesidades vitales, que pueden ser materiales o simbólicas.
Expresión de una identidad territorial y, por lo tanto, como una experiencia de vida
para aquellos que la habitan o que guardan algun vinculo sentimental con ella [...] El
territorio puede ser considerado zona de refugio, como medio de subsistencia, como
fuente de recursos, como área geopolíticamente estratégica, como circunscripción
político-administrativa, etcétera; pero también como paisaje, como belleza natural,
como entorno ecológico privilegiado, como objeto de apego afectivo, como tierra
natal, como lugar de inscripción de un pasado histórico y de una memoria colectiva
y, en fin, como “geosímbolo.” (Giménez, 2000, p. 315)
Pero, además de ser espacios apropiados por los grupos para la satisfacción de
sus necesidades vitales, tanto materiales como simbólicas, los territorios son
también lugares de apego ya que las relaciones que se crean en ellos generan
lealtades y afectividades que coadyuvan a configurar las identidades a la vez que
permiten conformarlos históricamente dado que las redes afectivas y la identidad
se enmarcan dentro de marcos sociales y espaciales específicos a través de los
cuales las personas establecen importantes vínculos afectivos con sus territorios,
reforzando sus lazos de lealtad y su sentido de pertenencia (Zambrano, 2006). Y
aunque los conceptos de sentido de pertenencia e identidad no son términos
análogos, se complementan ya que “la pertenencia brinda un sentimiento de
seguridad personal y una fuerza cohesiva a los grupos, y por ello, permite contar
con un entorno estable para desplegar los proyectos de vida” (Hopenhaym, 2011,
p. 153); entonces, el sentido de pertenencia, entendido como un elemento de la
subjetividad compuesto por percepciones, valoraciones y disposiciones, permite
ver a las adscripciones identitarias como derivación de procesos territoriales e
históricos concretos, más que como marcadores irreductibles (Bello, 2016).
Una de esas adscripciones son las identidades territoriales pues el territorio, como
un contenedor de afinidades, situaciones y experiencias permite mantener y
reforzar los límites físicos entre los grupos. Estas identidades se definen sobre la
base de una pertenencia socio-territorial que brinda un “estatus” de pertenencia a
un grupo social caracterizado en sentido territorial puesto que “la dimensión
territorial caracteriza de modo relevante la estructura misma de la colectividad y de
los papeles asumidos por los actores” (Giménez, 2001, p. 8). No obstante, aunque
el sentido de pertenencia socioterritorial es parte de la identidad, la trasciende ya
168
que a pesar de los cambios en los límites y en las fronteras establecidas entre los
grupos la pertenencia territorial puede persistir aún en procesos de
desterritorialización como la migración, los éxodos o las diásporas ya que está
enraizada subjetiva y simbólicamente en la memoria de las personas y de las
colectividades (Giménez, 2001). En este sentido, la dimensión cultural del
territorio, es decir, los afectos contenidos en el sentido de pertenencia permiten
explicar la persistencia de la identificación étnica cochimí a pesar de la
disgregación y aunque, al parecer, no existan en ellos/as rasgos diferenciales
manifiestos (Cardoso, 1992). Al respecto, es valioso el sentir de Gertrudis Ramos:
Para mi es lo más sagrado que puede haber [la comunidad de Santa Gertrudis]
todas las noches estoy pensando en eso y me hago ilusiones que estoy allá, que
veo la huerta levantada, siento felicidad. Y lo que más atesoro es la huerta, la tierra,
la naturaleza de allí, ir a juntar pitahayas de los cardones, todo eso lo veo, lo vivo
otra vez: el olor de tierra cuando está lloviendo, los truenos, los rayos, todo yo lo
vivo otra vez y quiero estar allá. Mi hijo ya se va a retirar [jubilar] le falta un año o
dos y dice que si nos vamos a ir allá, le digo: “Yo me quiero ir a morir allá hijo, quiero
ir a estar allá, oler a tierra mojada, oír los rayos”. Soy feliz allá, me acuerdo cuando
llegaban los rayos que empezaba a tronar y las gotas de agua, la tierra que se
empezaba a poner pintita […] salía yo corriendo con los brazos abiertos, extendidos,
descalza, corriendo salía yo a que me mojara. Todo eso me da mucho gusto y
quisiera estar allá. (Gertrudis Ramos, 2016)
Somos cochimí porque nacimos aquí en el área de donde vienen los cochimí, desde
Loreto hasta el Rosario. Nosotros estamos en el desierto central de la Baja
California y allí es donde estaban ellos ubicados y toda nuestra familia viene de ahí,
no llegaron de Sinaloa ni nada, somos de aquí, del desierto central de la Baja
California entonces somos cochimí, no hay de otra […] aquí hemos convivido y
hemos vivido, hemos sabido siempre de las misiones, de las pinturas rupestres, de
nuestras playas entonces todo eso nos va haciendo de ser de esta región, de aquí
de la Baja California porque es diferente los que somos de la región central de Baja
California a los que son del lado sur o los del lado norte. (Magdalena Castillo, 2016)
En este sentido, y aunque los procesos migratorios les alejaron físicamente de sus
comunidades de origen, debido a este lazo afectivo con el territorio los/as cochimí
sienten que en realidad nunca han salido de sus comunidades ya que sus
recuerdos, su cariño, su compromiso con las fiestas, con su santa/santo, con los
ancestros siguen presentes pues no han dejado de cumplir con sus promesas, con
sus responsabilidades en las celebraciones religiosas, con su fe, lo que nos
muestra cómo a pesar de los procesos de dispersión o fragmentación los afectos
contenidos en los vínculos con el territorio les han permitido continuar
“habitándolo” a través de la memoria, la afectividad y el sentido de pertenencia
socioterritorial. Así pues, este lazo contenido por un conjunto de afinidades les
170
ayudaron a reforzar los límites de su identidad pues ésta no solo se enmarcan en
espacios geográficos, sino también en las emociones y en los afectos (Giménez,
2001). Y es que, sin duda, una de las características importantes de las
identidades étnicas es su contenido emocional, dado que la afectividad es un
componente subjetivo relevante que establece lazos de lealtad y pertenencia,
como bien indica Miguel Bartolomé:
Sin embargo, los territorios no sólo poseen una dimensión cultural y afectiva,
también una política, pues son lugares de interacción apropiados social y
culturalmente lo que suele convertirlos en objetos de disputa y confrontación
haciendo de la producción social del espacio un fenómeno político y cultural
emergente (Zambrano, 2006). Siguiendo a Carlos Zambrano (2006), el territorio
es “una construcción social afectada por las dinámicas identitarias” dado que “no
son los territorios los que determinan las identidades, sino que son las identidades
las que coadyuvan a configurarlos históricamente”. De este modo, en contextos
de confrontación el terruño puede llevar a una colectividad a la acción, es decir, a
la territorialidad, que al igual que el territorio, emerge dentro de relaciones de
poder y representa a las identidades colectivas movilizadas por un sentido de
pertenencia territorial (Ibíd., p. 30):
171
Si bien es cierto que hasta hace algunos años la identidad cochimí parecía estar
en un periodo de silencio, en un tipo de identidad renunciada, o sea “una identidad
latente a la cual se ´renuncia´ tan solo como un método y en atención a una praxis
dictada por las circunstancias, pero que en cualquier momento puede ser invocada
o actualizada” (Erikson, 1968, citado por Cardoso, 1992, p. 64) es importante
resaltar cómo su identidad étnica re emergió a partir de que sus territorios,
comenzaron a ser objeto de disputa y confrontación con el Comisariado ejidal, en
el caso de Santa Gertrudis, y con la familia Monteón Gaxiola, en la comunidad de
San Borja, llevándoles a actualizar su identidad y a fortalecer su sentido de
pertenencia territorial. Entonces, la territorialidad cochimí emergió como un
importante organizador de la vida social articulando las fronteras entre los
individuos y colectividades, incidiendo en su reorganización como grupo social y
fortaleciendo su sentido de pertenencia lo que les permitió crear una conexión
simbólica con sus comunidades de origen con la cual pudieron delimitar sus
fronteras y politizar su identidad colectiva través de la etnicidad, ya que como bien
indica Cardoso de Oliveira, cuando los componentes subjetivos de la identidad
étnica y su capacidad de convocatoria se llevan hacia un contexto de interacción-
confrontación entre diferentes grupos culturales, la etnicidad se convierte en un
elemento clave en las relaciones interétnicas (Cardoso, 1992).
172
5.3.4.- Ustedes y nosotros/as. Relaciones interétnicas y etnicidad
173
pueblos originarios de la Baja California, les hace establecer un vínculo de
igualdad con los demás. Sin embargo, es cierto que los/as cochimíes ya no
comparten, prácticamente, ningún elemento cultural con los pueblos del norte así
que ello influye en que estos grupos no se sientan del todo identificados aunque sí
hay una identificación positiva en el sentido de que les reconocen como
indígenas, como cochimí, pero se diferencian de ellos/s dado que estos pueblos
aun siguen hablando la lengua94 y continúan conservando algunos rasgos
culturales ancestrales, no de la época del sistema misional. Los/as cochimíes, por
ejemplo, exaltan su fe católica, las fiestas que celebran a sus santos patronos y
las misiones de Santa Gertrudis y San Borja como un elemento diferenciador
mientras que los pueblos del norte de la península enaltecen su identidad como
jaspuy paim, como los “no mojados” o los “no bautizados”, haciendo referencia a
la rebelión de sus ancestros frente al sistema misional, incluso se enorgullecen de
que sus antepasados hayan quemado y destruido algunas misiones que se
fundaron en esta zona.
94
Aunque también existe un fuerte desplazamiento lingüístico y poca transmisión de las lenguas
maternas, por lo que son considerados pueblos en riesgo de perderlas.
174
como los cantos, cuentos y el kuri kuri95, a diferencia de ellos/as, quienes tuvieron
que migrar desde hace muchos años de sus localidades de origen.
Muy pocas veces he participado en reuniones con ellos, me tratan bien pero sí
siento como un pequeño recelo porque no me ven tan original y tan autentico, creo
yo que es la visión que tienen ellos por mi color de piel o por mi forma de vestir, mis
rasgos, no sé pero siento como recelo porque no me ven como muy indígena según
los estereotipos [...] siento que nos hace falta más acercamiento con nuestros
hermanos del norte porque como acabamos de aparecer nosotros en escena,
somos recientes y ellos han estado más unidos y se conocen entre ellos, nosotros
como somos del sur apenas empezamos a aparecer […] Yo creo que eso es lo que
nos ha hecho falta, más acercamiento con ellos, la distancia es el problema porque
no podemos estar yendo a los eventos que hacen seguido y los recursos tenemos
que poner de nosotros porque la CDI yo creo que deberían de gastar más dinero en
las etnias que somos de aquí, gastan más dinero con los programas de las etnias de
los mixtecos y zapotecos que ellos tienen sus gobiernos que los podrían ayudar.
(Francisco Grado, 2016)
95
Es una danza ancestral practicada por los pueblos del norte de la península de Baja California.
96
Las comunidades de Santa Gertrudis y San Borja también son parte del municipio de Ensenada,
sin embargo se encuentran al sureste, a doce horas de la cabecera municipal de Ensenada que
está al norte, más cerca de las comunidades de los pueblos yumanos.
175
nativas, así como con proyectos productivos para la siembra de uva y la
producción de vino artesanal, con el paso del tiempo dichos apoyos fueron
disminuyendo haciéndoles sentir relegados y llevándoles a reclamar
encarecidamente su reconocimiento en ciertos eventos en los que no son
invitados debido a la distancia y la falta de recursos, exigiendo por lo menos ser
incluidos en la publicidad oficial junto a los otro cuatro pueblos nativos. En este
sentido, consideran que se les continúa invisibilizando y esta situación incide, a su
vez, en la relación que mantienen con los otros grupos de la península pues tensa
las relaciones interétnicas y les aleja de lo que Everardo Garduño (2011)
denominó como panyumanismo, es decir, una especie de estrategia tomada por
los pueblos originarios de la Baja California con la finalidad de preservar sus
culturas y sus territorios ante problemáticas como la pérdida de la lengua y la
invasión o despojo de sus comunidades, en la que a través de la pertenencia a
una familia o linaje, a una localidad geográfica y a un grupo étnico, se agrupan en
una “macroestructura multiétnica” asumiendo compartir una procedencia común
así como prácticas y costumbres que les identifican y que, a su vez, les
diferencian de los otros grupos étnicos que viven en la región y a quienes
clasifican como pueblos “asentados”97. De este modo, según Garduño, han
logrado resistir a través de la conformación de una identidad panyumana que
ellos/as mismos/as han construido y transformado (Garduño, 2011, p. 162).
Además de las relaciones que el pueblo cochimí ha establecido con estos actores
sociales, me parece oportuno abordar brevemente la relación que guardan con
otro actor importante: el grueso de la sociedad mexicana, es decir, la sociedad
nacional hegemónica. Debido a todos los cambios socioculturales que han pasado
y a su mimetización entre la población mestiza, sobre todo a partir de la pérdida de
la lengua, los y las cochimíes podrían pasar desapercibidos si se siguen los
imaginarios y estereotipos que se han impuesto sobre el ser indígena dado que
97
Los pueblos originarios del norte de la península se autodenominan como nativos, mientras que
los pueblos indígenas migrantes que llegaron a esta región (del centro y sur de México) son
conocidos como asentados o residentes. Son bastante interesantes las relaciones interétnicas en
Baja California, otro tema de investigación que aún falta por abordar en los estudios sobre los
pueblos del norte.
176
aunque algunos/as heredaron la piel morena y los rasgos recios característicos de
los/as indígenas del norte, su incorporación al sistema social y económico permitió
la asimilación de algunos elementos de la sociedad dominante, aislándoles de la
discriminación por ser indígenas, por lo que mostrar su identidad frente a la
sociedad hegemónica no es algo que les avergüence, sino todo lo contrario, como
muestra Chatita Ramos en una anécdota que vivió con quien fue su jefe en la
Exportadora de sal:
177
Empero, cuando dentro de las relaciones interétnicas se suscitan conflictos con
alguno de los grupos con los que se interactúa, la etnicidad, vista como la
construcción de fenómenos de comportamiento para los miembros de un grupo
(Bartolomé, 1997), se convierte en un elemento clave en las interacciones en
donde los sujetos actualizan constantemente sus formas de auto representación y
clasificación frente a otras colectividades con las que se relacionan y se expresa a
través de la conformación de un proyecto social, cultural y/o político que supone la
afirmación de lo propio en confrontación con lo alterno, situándose en la dimensión
política de la identidad étnica, es decir, como un recurso estratégico para la
acción social (Bartolomé, 1997).
178
De esta manera, en medio de estas relaciones de interacción y confrontación la
etnicidad se convirtió en un recurso identitario crucial para los y las cochimíes,
mostrando que la actualización de su identidad étnica no sólo está ligada a
intereses económicos sino que también buscan respeto a su especificidad como
pueblo, a su cultura y a su territorio ya que la afirmación de su etnicidad
constituye, fundamentalmente, un acto de afirmación política con el cual poder ser
reconocidos y, de esta manera, resguardar su territorio y los afectos y memorias
que él contiene. Para Luz Villa, el amor por su tierra, el ser nativa de allí, fue lo
que la llevó a defender su comunidad, siendo el sentido de pertenencia
socioterritorial un fuerte detonante dentro de este proceso:
La tierra jala, tanto así que yo no me puedo ir a otra parte porque yo prefiero morir
en Santa Gertrudis, prefiero quedarme para siempre ahí hasta que Diosito lo quiera
y dejarle a mis hijos esa tierrita que nos la dejó nuestro padre […] Por eso yo lucho,
porque es nuestra tierra que nos vio nacer, es la tierra en donde vivieron nuestros
antepasados, es la tierra en sí que lo jala a uno, la pertenencia de saber de donde
es uno, saber que de allí soy. Yo siento que fuera de ahí voy a andar volando, no
voy a tener donde poner mis pies […] ahorita hasta me imaginé una palomita
volando y que no tenía donde poner sus patitas, así siento que va a pasar si nos
quitan Santa Gertrudis, que no vamos a tener un lugar donde poner los pies. (Luz
Villa, 2016)
179
Figura 9.- Ustedes-nosotros/as
180
ALGUNAS REFLEXIONES PARA CONCLUIR
Empero, después del trabajo de investigación hecho, considero que los y las
descendientes que quedaron de aquellos/as que fueron llamados “los últimos
cochimíes” más que exterminarse se transformaron, reconfigurando su cultura e
identidad como una forma de responder a las disyuntivas que les presentaron
cada uno de los sistemas dominantes y lograron su permanencia a través de las
estrategias que utilizaron para persistir, desde la asimilación de elementos y
prácticas externas hasta la negación y el abandono de rasgos definitorios de su
98
Agradezco con infinito cariño al Dr. Adolfo Alban Achinte su co-asesoría durante mi estancia de
investigación en la Universidad del Cauca, en Colombia, así como las ideas, reflexiones y
emociones que me compartió e inspiraron el titulo de este apartado y algunas de las reflexiones
vertidas en él.
181
cultura ancestral, por lo que me atrevo a refutar la premisa de que el pueblo
cochimí se extinguió pues a pesar de las transformaciones socioculturales y la
disgregación, mantuvieron otro tipo de lenguajes como los que brindan la
memoria, la tierra, la identidad y su conciencia étnica continúo más allá de la
lengua, del vestido o de alguna artesanía tradicional, arraigándose en un sentido
de pertenencia territorial con fuertes componentes afectivos. A su vez, este sentido
de pertenencia territorial les permitió reconfigurar su identidad y a través de sus
afectos y de su memoria colectiva mantuvieron sus fronteras y la “conciencia de
ser distintos”, es decir, la adscripción construida a partir de las diferencias en las
relaciones de interacción, haciéndoles posicionarse en un sistema de relaciones
en donde apelar a su derecho por la “conciencia indígena” (Cardoso, 1992)
mostrando que si bien las influencias externas inciden, el papel de los actores
también es preponderante en la construcción de su propio devenir como
colectividades. Una muestra de ello es la revalorización que el pueblo cochimí ha
venido haciendo de su historia, de su ascendencia indígena y de su terruño a
partir de su revitalización cultural e identitaria, en defensa de sus territorios y su
derecho a ser reconocidos, a pesar de no hablar la lengua y de haber sido
considerados un pueblo extinto durante muchos años.
182
recrearse a través del tiempo (Zambrano, 2006). Estos procesos redefinen las
formas de existir de las colectividades, sobre todo en aquellas que han pasado por
fuertes fragmentaciones culturales y les permiten continuar siendo un grupo a lo
largo del tiempo además de fortalecer su identidad étnica, lo que en sí es una
forma de persistencia identitaria, es decir, un tipo de resistencia a abandonar los
“atributos distintos” a través de “un sistema de valores, ethos y cosmovisión que
realizan de manera consciente o por inercia para seguir siendo un grupo
particular” (Figueroa, 1994, p.77).
En este sentido, cabe mencionar el papel que el Estado mexicano ha tenido frente
a la reaparición de identidades indígenas antes negadas pues si bien el
multiculturalismo sirvió para poner en el centro de las políticas públicas el discurso
sobre el respeto y el reconocimiento a la diversidad cultural enmarcándolo dentro
de un ámbito jurídico que permitió el resurgimiento de identidades anteriormente
invisibilizadas, el Estado sigue legitimándolas bajo sus propios términos pues en la
práctica se sigue considerando a las culturas e identidades como fijas y estables
sin tomar en cuenta las singularidades y el proceso de cada pueblo, las
183
relaciones de poder en las que estas identidades emergen ni el por qué fueron
silenciadas, dejando intacta la desigualdad social y la violencia estructural a la
que se enfrentan. Es decir, mientras que en nombre del multiculturalismo se
reconoce la pluralidad de formas de ser, estar y vivir en el mundo, en pos del
“desarrollo”, el nuevo “metarrelato de la modernidad” (Quintero, 2013), se continúa
violentando a los pueblos que conforman dicha pluralidad despojándoles de sus
tierras, de sus comunidades, de su derecho a construir sus propias formas de
organización y de identificación. Al respecto, la siguiente cita de Bauman lo
explica de mejor manera:
Este autor utiliza este concepto “para referirse a los usos que los Estados neoliberales han
99
hecho de las políticas del reconocimiento multicultural como una estrategia para silenciar o
desplazar demandas más radicales del movimiento indígena” (Hernández, 2012, p. 47)
184
de categorías lejanas a la realidad. Pero, sobre todo, concuerdo con Miguel
Bartolomé cuando menciona que:
El Estado tiene que velar no sólo por reconocer la composición multicultural del país
y la auto adscripción como una categoría primordial en la identificación de un pueblo
indígena, sino en crear las condiciones para que el ámbito territorial y político
elegido por éstos sea respetado (Bartolomé, 1997, p. 33).
100
De esa manera se refieren los pueblos originarios de la Sierra Norte de Puebla a los proyectos
mineros e hidroeléctricos que amenazan la diversidad biocultural de la región.
185
Ese reconocimiento horizontal, dialógico y empático es el que han venido
reclamando los pueblos originarios durante una lucha de más de veinte años por
el respeto a sus propias construcciones del mundo, de la vida, del sentido y de la
acción; es el mismo reconocimiento y respeto que exige el pueblo cochimí hacia
las especificidades de su cultura e identidad, a su proyecto colectivo de
revitalización cultural así como a su derecho de tener una vida digna y tranquila en
su territorio para continuar la permanencia de un pueblo al que tan difícil le ha sido
persistir y ser reconocido de nuevo.
186
¡ESTOY AQUÍ!
¡Estoy aquí!
¡Aún vivo! sangre mía
vivo en ti hermano,
vivo en ti hijo mío
en ti vivo porque existes
¡Estoy aquí! En las piedras
en las montañas, en el volcán
En las cuevas, en el fuego
101
Poema de María de la Luz Villa Poblano, 2008.
187
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Juan López Macklish
Ofelia López Macklish
Francisco Grado Villa
Hermenegilda Macklish Peralta
Ramón Mendivil Chairez
Gertrudis Ramos Salgado
Pilar Romero Macklish
Magdalena Castillo Romero
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