Hume, David. - Historia Natural de La Religión (1966)

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 131

EUDEBA / COLECCIÓN LOS FUNDAMENTALES

DAVID HUME

HISTORIA NATURAL
DE LA RELIGION
Introducción de Angel J. Cappcllctti
Traducción de Angel J. Cappellctti y Horacio L6pez

EUDEBA

EDITOIUAL UNIVEHSITAHIA DE BUENOS AIRES


. �·
'¡..

Para esta traducci6n


se ha utilizado la edición de H. E. Root:
David Hume: The Nattiral History of Religion,
Londres, Adam and Charles Black, 1956.
Root sigue el texto establecido por T. H. Green
y T. H. Grosse en la edición crítica ele las obras de Hume
que éstos realizaron: Essa!¡s, Moral, Political, and
Litcrary, Londres, Longmans, 1875.

© 1960
fülitol'i:il Universitaria de Buenos Aires - Viamontc 640
Frmdada ¡10r fo U,iivcrsiclml ele Buenos Aires.
Hecho d depósito de ley
IMl'HESO J�N LA AllGENTINA - l'IllNTJ::D IN AHGENTINA
INTRODUCCIÓN

David Hume, célebre en la historia de la


filosofía por su crítica radical de los conceptos
de sustancia y de causalidad, representante del
más extremo empirismo de su época, puede ser
considerado como el fundador de la historia de
la religión, en la medida en que esta disciplina
intenta desarrollarse dentro de un ámbito no dog­
mático y sobre bases ( cualesquiera que ellas
sean) ajenas a los presupuestos de una con/esión
determinada. 1 En tal sentido, abre el camino
que seguirán en el siguiente siglo no solo Spencer
y Tylor, sino también Renan y M ax /1,f iiller.
Nacido en Edimburgo, Escocia, el 26 de
abril de 1711, educado en un colegio de la mis­
llut ciudad donde se inicia en las doctrinas y mé­

todos de La "/ ilosof ia natural" ,le Newton, surge


pronto en él una /irme vocación cientif ico-f ilosó­
f ica que se concreta en un propósito esencial: el
estudio de la naturaleza luunana como funda­
merúo de la realidad histórica ( y aun de la reali-
I
1 Cfr. H. E. Root, "Editor's Introduction" (En: D.
llume, Natural llistory o/ Religion. Londres, 1956, pp. 7-8).

5
HISTORIA NATURAL DE LA RELIGlóN

dad total). A los veintiséis años comienza así a


trabajar en lo que es, sin duda, su obra más
importante y la clave de todos sus otros escritos,
A Treatise on Human Nature, que, como el mis­
mo subtítulo lo indica, no es sino un intento de
aplicar el método experimental (esto es, el mé­
todo de Newton) a las ciencias humanas. A este
primer trabajo (publicado en 1739-1740) siguié­
ronle otros sobre muy diversos temas, pero todos
ellos, como dice W. R. Sorley, se encaminan "más
hacia la aplicación y popularización de sus re/le­
xiones que a una crítica posterior ele la base de
sus pensamientos". 2 Entre ellos deben mencio­
narse, sobre todo, los Philosophical Essays Con­
cerning Human Underslanding que, publicados
en 1748, constituyen zm compendio de sus estu­
dios gnoseológicos y epistemológicos.
Hacia 1750 escribe sus Dialogues Concern­
ing Natural Hcligion, obra que nunca se atrevió
a publicar por un temor, ciertamente no in/un­
tlado, a la vindicta judicial y a la opinión pú­
blica. Escrita tal vez a imitación de De Nalura
Dcorum de Cicerún, en ella se discute un proble-
11ui capital de la filosofía de la religión: el de
los fundamentos, racionales o no, sobre los que
surge la religiosidad.
Dicho problema se presenta en el siglo
XV111 bajo la forma de una inquisición acerca de
2 W. H. Sorley, II istori<L de la filosofía inglesa. Bue­
nos Aires, 19,51, p. 189.

6
INTRODUCClóN

la existencia y la esencia ele la "religión natu­


ral". Hume lo discute por boca de tres persona­
jes (Filo, Cleantes y Demea), circunspectos,
prudentes, nada fanáticos, como conviene a cultos
burgueses de su siglo. Se trata de una cuestión
filosófica oscura, donde puede permitirse que
hombres de buen sentido y clara inteligencia di­
fieran entre sí. Porque si bien es cierto (dice
con calculada malicia) que la existencia de una
religión natural parece algo obvio, sin embargo
su esencia o contenido resulta sumamente nebu­
loso e incierto.
Los tres interlocutores están tácitamente de
acuerdo en este punto y todos ellos, desde ángu­
los diferentes, dirigen sus argumentos contra el
racionalismo teológico, al estilo de Leibniz o
Spinaza/ que a principios del siglo había hallado
también en Inglaterra algunos de/ensores, como
Samuel Clarke con su Dcmonstration of thc Being
and Attrihutcs of God ( 1701,) y sn Diseourse
Conc:crning the Unchang<�ahlc Ohligations of Na­
tural Rcligion and thc Truth an1l Cerlainty of
thc Christian Rcvelntion (1705 )."1
El radical empirismo de llume se mwlve
así, en primer lugar, contra el innatisrno racio­
nalista y contra crwlr¡ nier teología mrís o menos
"a priori", deductiva y construida "more geo-

a Cfr. E. Nícol, "Prólogo" a los Dfrílogos sobre la


rcligi<Í,i natural de Hume. México, l!H2, p. XXXII.
4 Cfr. E. Carin, "Samucl Clnrkc e il rnzionalismo /
inglcsc del scc. XVIII" ( Sophia, 1934).

. '7
¡.

HISTORIA NATURAL DE LA RELIGióN

metrico". En este aspecto su actitud se asemeja


extrañamente a la de los Padres Capadocios ( Gre­
gorio Nacianceno, Basilio Magno, Gregorio Ni­
ceno) en su polémica contra el racionalismo teo­
lógico de arrianos y eunomianos, a propósito del
conocimiento de Dios. No por nada .Clarke había
sido acusado también de arrianismo por los teó­
logos ortodoxos de la Iglesia de Inglaterra.
Para aquellos Padres, la esencia de Dios es
radicalmente incomprensible: si no conocemos la
esencia de muchos objetos naturales, como el cie­
lo, por ejemplo; si ni siquiera conocemos la esen­
cia que está más cerca de nosotros, la que nos
es más propia, esto es, la ele nuestra propia al­
ma, c-:·cómo podríamos conocer la esencia de
Dios? 5 Este antirracionalismo de raigambre neo­
platónica que, a partir del Seudo Aeropagita,
dará lugar a una larga serie de cultores de la
teología negativa, encuentra con frecucncia, den­
tro de la obra de Hume, un de/ensor decidido
en Filo.
Es claro, sin embargo, que los Padres anti­
arrianos y antirracionalistas que hemos mencio­
nado no ¡medcn resignarse a un agnosticismo. Se
apn•snrrm, por de pronto, a salvaguardar la exis­
tm1,cia de Dios, y para ello no pueden ,nenas de
admitir la cognoscibilidad de sns maní/estacr'.
' o-

nes " a<l r·xtra . M' , l '
as aun, entre a uyvom y ,1a

tíCfr. Basil. (P. C. XXIX 6G8 A); Grcg. Nvs. (P.


C. XLV 732 D, 99.'3 C); Ioh. Chrys. (P. C. XLIV 740 D).
o Cfr. Ioh. Chrys., De post. Caini 168.

8
INTRODUCCióN
'
yvcocrts, entre "el puro no saber" del escéptico y
"el absoluto saber" del racionalista, acaban tran­
sitando una "vía media", 7 que constituye casi un
anticipo de la doctrina tomista de la analogía. 8
Pero lo que los salva del agnosticismo no es, en
verdad, sino una suerte de experiencia de "lo di­
vino", que no equivale al éxtasis plotiniano, sino
que se da a través de la Escritura, de la oración,
de la liturgia. Tal experiencia, en la medida en
que tiene un carácter suprasensible, puede pro­
porcionar un cierto saber, si no de la esencia,
por lo menos de las manifestaciones de Dios.
Para el filósofo inglés, sin embargo, como
toda experiencia es, por principio, experiencia
sensorial, no cabe tal posibilidad, y la última pa­
labra ele la z'.nqztisición teológica o filosófico-reli­
giosa debe ser necesariamente el agnosticismo.
El nuís ortodoxo y conservador de los interlocu­
tores, el piadoso Demea, representa muchas ve­
ces, con sus opiniones y argumentos, la continua­
ción de otra linea del pensamiento cristiano, a
saber, de ese escepticismo que con razón puede
llamarse "/ u. lcista
, " y que. lw,ll.a tam lnen
. , sus rai-
,.
ces en la !)atnsttca,
, . con T. acumo,
. con 1' ertu wno z·
y (en cierto sentido) con el apologista Arnobio.
Éstos, en e/ccto, no se cansan de menoscabar la

7 Cfr. Cavallera-Da11ielou, llllrotl11ctio11 a ]can Cliry­


sostome: Sur l'i11com¡m:licrisihililé de Die11. París, 1951,
p. 31.
8 Thom. Aquin., S11mma conlm gc11lcs, C. X-XXXVI;
S1m111w Theologiac, l, q. 12-13. /

9
HISTORIA NATURAL DE LA RELIGlóN

razón y en general todas nuestras naturales po­


tencias cognoscitivas; a fin de poder presentar
luego la fe c_omo único camino no solo de la sal­
vación sino también del saber.
Montaigne, Pascal y Charran son, en la Épo­
ca Moderna, así como Pedro Damiano y Mane­
goldo de Lautenbach en el Medioevo, los más no­
tables exponentes de esta actitud que solo se se­
para del pirronismo o, por mejor decir, de la
Nueva Academia, gracias a la aceptación irracio­
nal de lo revelado, esto es, gracias a la fe en la
Revelación.
Excluida la necesidad y aun la posibilidad
del acto de fe, que en principio no parece
formar parte de los contenidos de la experiencia
sensorial (esto es, de las impresiones y de las
ideas válidamente derivadas de aquéllas), solo
resta otra vez para Hume el ciceroniano neoaca­
demismo, que encaja a las mil maravillas en el
contexto de las postulaciones noéticas del fcno­
mem.srno.
Pero la duda radical de los pirrónicos y,
más todavía, el probabilismo de los neoacadúrni­
cos están siempre a un paso del irracionalismo.
De ahí r¡uc, si bien el diálogo no llega a ninguna
conclusión categórica respecto a los ternas r¡uc
discute (como tmnpoco el De natura Deorum de
Cicerón), sin embargo ya en la primera parte
del mismo el escepticismo aparece superado por
las urgencias de la vida, y en la décima, al cabo
de innwncrables disputas, Filo conviene con

10
INTRODUCClóN

Demea en concebir la religión como algo que se


funda no en razonamientos filosóficos, sino en
una necesidad vital del hombre, que busca am­
paro en su temor a lo desconocido, en su miedo
a la muerte y en su angustia ante el más allá. 9
No por nada el autor de The Varieties of
Religious Experiepce entronca su pragmatismo
con Stuart JJ,f ill y con el empirismo inglés en ge­
neral. Pero la valoración positiva que James ha­
ce de la religión, del otro lado del Océano y del
otro lado del siglo XIX, no podemos encontrarla
todavía en Hume, que presencia el nacimiento
del Imperio británico, que colabora con la fun­
dación de la economía política, que ve nacer,
pleno de esperanza, el mundo del parlamentaris­
mo y de la industria, de las grandes empre�as
mercantiles y del auge de la técnica, de las cien­
cias físico-nrrturales, de la prensa internacional
y del de/initivo descubrimiento del planeta. Es­
te hombre no podía tener sino adrniración y con­
/ ianza en la acción del hornbre, y por eso, a pesar
de sus de,nolcdoras criticas a los conceptos bá­
sicos de la razón (causa, sustancia), de .m con­
secuente renuncia a toda meta/ isica, de sn escep­
ticismo y de su duda, no se re/ugia aún en la
fe o en la experiencia íntima de lo trascendente,
sino que considera tales recursos como signos de
debilidad y de pereza, y concluye por recomen­
dar el trabajo y la acción mwulana corno e/ icaces
11 Cfr. L. Parré, Espíritu ele la f ilosofia inglesa. Bue-
nos Aires, 1952, pp. 111-112. /

.1il
HISTORIA NATURAL DE LA REL!GlóN

remedios contra el miedo al más allá y la angus­


tia metafísica. Inicia así uno de los cultos más
característicos del mundo moderno, el del tra­
bajo por el trabajo, el de la acción por la acción.
En Inglaterra no faltarán, por cierto, los apolo­
gistas de ese culto, que logra su forma literaria
más brillante en la novela de aventuras al estilo
de Kipling.
En resumen: cuando se trata de Dios, de su
naturaleza y de su culto, los argumentos "a prio-
n.,, carecen de todo valor; los "a postenon. .,,, ba-
sados en los principios de causalidad y finalidad,
fracasan en la medida en que fracasan los con­
ceptos mismos de causa y fin. Por consiguiente,
no es posible fundar la religión sobre bases pura­
mente racionales. Si recurrimos a lo irracional,
esto es, a la esfera de los sentimientos o emo­
ciones, comprobamos que las que traducen ale­
gría, gozo o salud no originan, por lo general,
una actitud religiosa. El 1nicdo, en cambio, el
terror, la angustia, la melancolía, conrlucrm casi
siempre a. Dios y a la práctica de la rdigión..
"l..,o sagr{l(l"
.
o aparece, pues, si no como efccto, al
menos como constante secuencia de lo más ,wp;a­
tivo que hay en el hombre. P<,ro si ello es así
-parece concluir más o menos tácitamente y
pnulcnl<'mente Tlume-, lo meior será tratar de
sobreponernos a nuestras tmulendas religiosas:
el hombre ideal es 11,n hombre activo, confiado en
sí mismo, amante del saber positivo y de la in­
dustria, dedicado al trabajo: un hombre mzmda-

12
INTRODUCCIÓN

no, sociable, laborioso, benévolo, antimetaf ísico,


cortés; un hombre, en fin, siempre dispuesto a
olvidar, como el mismo Hume, sus dudas tras­
cendentes frente a una buena comida o un par­
tido de chaquete.
Verdad es que en algunos pasajes Hume sos­
tiene que la razón nos conduce a afirmar la exis­
tencia de Dios como fundamento ele la naturaleza,
pero tal afirmación, que se explica tal vez como
una concesión a las arraigadas creencias de la
época y como una medida de prudencia, aparece
luego eficazmente desmenuzada y de hecho des­
truida en el curso de la investigación dialógica.
Sin embargo, si el problema del fundamen­
to racional de la religión tiene una respuesta que
en el fonrlo es negativa, el agnosticismo, más o
menos proclive al irracionalismo, deja todavía
lugar para otro tipo de investigación religiosa:
Hume trnta de averiguar cómo surgen histórica­
mente los fenómenos religiosos, rle determinar con
el ,nismo procedirniento psicosociológico r¡ue usa
en todos sus trabaios históricos cuáles son los
procesos y mecanismos 11wntales r¡ue originan, en
el individuo y en la sociedad, el complejo de
•, " •
1 1
11er·1ios qrw se <[.enomma
• " re ,.
tgrnn
Al negar, entonces, la existencia de wza "re­
ligión natural", surge para <�l la posibilidad de
.
wui "1,ustona
• •
natura,l <.e
l Ia re ¡ 1,:;. , " . 1 º No sm
· 1. 0n
L

razón considera ]odl que esl ! trabajo de llnme


1

1o Cfr. A. Carlini, Art. "Hume" en E11ciclo¡1cdia filo- /


sofica. Venecia, Homa, 1957, II, p. 1142.

13
HISTORIA NATURAL DE LA RELIGIÓN

es "el fruto filosófico más maduro de sus estu­


dios históricos" .11 Y aun cuando, al aparecer,
nadie le prestó mayor atención, excepto un tal
doctor Hurd que escribió un panfleto arrogante
y grosero contra él, según el mismo Hume nos
dice, 12 hoy podemos considerarla con razón como
el primer intento de una historia científica de la
religión.
Contra lo que sostenían los deístas de su épo­
13
ca, más interesados en justificar racionalmente
su propia doctrina que en determinar el proceso
histórico de las diversas religiones, comienza pro­
bando que el politeísmo fue la religión prirnitiva
de la humanidad. Los documentos históricos más
antiguos que hasta nosotros han llegado -dice­
no nos demuestran en morlo alguno que nuestros
remotos antepasados profesaran el monoteísmo,
sino, por el contrario, que todos los pueblos (ex­
cepto quizás uno o dos) y qne todos los Úl.(lt:vi­
duos ( excepto algunos filósofos inclinarlos a la
duda) adoraban a una multitud de dioses. Al
comienzo de nuestra era -para no ir más le­
jos- los hombres eran casi uruínimementc idó­
latras.
Los datos histórico-etnogrríficos son in ter-

l t F. Jocll, Historia ele la filosofía moderna. B1w11os


Aires, 1951, p. 2Ul.
l :! Cfr. 1'/w lifc of David ]fome, Es<¡. \Vril len 1,y
lfimsclf.
1:1 Cfr. Hoot, op. cit., p. 7.

14
INTRODUCClóN

pretados desde un punto de vista psicosocioló­


gico. _ _; ; .?):fJ;
1

La religión no surge de la razón, si,;,o de los


sentimientos y en especial del miedo a las cansas
desconocidas de las cosas. El "timor omnes fecit
deos" de Petronio signe siendo, pues, verdad fun­
damental para Hume.
El análisis psicológico de los móviles lo lle­
va a explicar de la siguiente manera el origen
de la religiosidad: Para que el hombre se viera
impulsado a trascender los hechos de la expe­
riencia y a sobrepasar la realidad natural que
lo circundaba, era necesario que estuviera poseí­
do por alguna pasión. Ahora bien, ésta no podía
ser, entre los hombres bárbaros de la remota an­
tigiiedad, el mero deseo de saber, sino, por el
contrario, el ansia de ser feliz y el temor de no
serlo, el miedo a la muerte y al sufrimiento, etc.
La esperanza y el temor son, pue.11, en definitiva,
las frwntes de la creencia en lo sobrenatural.
Recurriendo de n.ucJJo a la ol>srnmción psi­
cológi<:a explica la tmul<•ncia constante de la reli­
gión al antropomorfismo: Los hombres tienen una
natural propensión a rcpresr!nlarsr> todas lns co­
sas a .m imagen y .H!m<·janza. A trilmycn sus pro­
pios rasgos físicos y sus propias c1wlidmles mo­
rales a lo.11 dnnás seres y, en particular, se incli­
nan a considerar como bueno cualquier objeto
que les causa placer y como 1nalo todo cuanto
les disgusta o les produce dolor.

15
HISTORIA NATURAL DE LA RELIGIÓN

A diferencia de ]enófanes y de los raciona­


listas modernos, Hume, consecuente en esto con
su actitud empirista, se preocupa más por expli­
car el antropomorfismo que por re/utarlo.
El monoteísmo, por otra parte, es un pro­
ducto secundario y derivado, que surge del poli­
teísmo, ya sea porque uno de los dioses comienza
a ser exaltado sobre los demás como rey o sobe­
rano, ya porque un pueblo se vincula particular­
mente a un dios y lo adora de una manera tam­
bién particular, que luego llega a ser exclusiva.
A veces sucede que un pueblo admite la existen­
cia de varios dioses, pero venera en modo espe­
cial a uno, a quien considera como su particular
protector y como su propio soberano celeste.
Otras veces se representa simplemente a un dios
supremo r¡ue reina sobre los demás dioses como
un rey sobre sus súbditos.
En el origen del monoteísmo encontramos
motivos tan poco racionales como en el del poli­
teísmo: el temor de desagradar a una deidad, la
tendencia a la adulación, etc. De ahí que aun
la forma más racional de religión se alcance por
vías no racionales.
Por otra parte, así como el monoteísmo sur­
ge del politeísmo, así tiende de continuo a retor­
nar a él, con la 1'.ntroducción de intermediarios
(ángeles, genios, demonios, santos, <'le.) entre el
Dios supremo y los hombres. Y tal propens1'.ón
-dice Ilmne, siempre pronto a buscar una expli­
cación psicológica a los hechos religiosos- se

16
INTRODUCCIÓN

basa en la necesidad que el hombre siente de diri­


girse a un ser cuya naturaleza le sea proporcio­
nada y en el terror que experimenta ante la infi­
nita per/ección del Dios único. Pero si el mono­
teísmo es derivado y secundario con respecto al
politeísmo, la religión en su conjunto también lo
es con respecto a otras tendencias naturales del
ser humano, tales como el amor paternal, el ins­
tinto sexual, la gratitud o el odio. Una prueba
de ello consiste, según Hume, en que todas estas
tendencias e instintos son absolutamente univer­
sales, se dan en todo tiempo y lugar y tienen en·
cada caso un objeto bien determinado. mientras
la religiosidad (o tendencia a la religión) no
solo puede ser fácilmente pervertida, sino tam­
bién, en ocasiones, su ejercicio parece del todo
impedido (en los después llamarlos "pueblos
ateos") y, en todo caso, sn objeto varía casi infi­
nitamente hasta el punto de qrw, al tratar de reli­
gión, nunca han coincidido por completo los pne­
blos y mu.y rara vez lo lum lwcho dos irulfoiduos.
Se ve así por qué Hume propone ( más o
menos clara11wntc) para la humanidad un plan
ideal en el que la religión debe ser superada y
por qué no .rn almrulon.a ya nl irrru:imuzlismo.
En el /onrlo pin1.sa r¡nc los instintos prima­
rios y originarios son los r¡nc constituyen la mo­
ralidad y la sociabilidad, al par qnc la religio­
sidrul no surge sino de una perversión o, por lo
menos, de una degradación de aquéllos. En e/ec­
to, la religión no solamente no funda la morali-

17
HISTORIA NATURAL DE LA RELIGlóN

dad, sino que, por el contrario, la contradice.


Pero la moralidad no puede dejar de constituir
una tendencia primaria del ser humano, puesto
que sin ella no sería posible la vida en sociedad.
Luego, la religión no es sino un enemigo de las
bases instintivas de la vida humana.
Esto se prueba, particularmente, conside­
rando la nociva in/luencia de las religiones sobre
la moralidad. Por empezar, para Hume, en to­
das las religiones hay muchos fieles (tal vez la
mayoría) que tratan de obtener el favor de su
dios no por el ejercicio de la virtud o por la ob­
servancia de determinadas normas morales, sino
por medio de prácticas frívolas y supersticiosas,
por arrebatos de celo o de éxtasis o por la acep­
tación de los más absurdos y misteriosos dogmas.
De esto puede in/erirse que la religión no
solo no exige la moral, sino que se sobrepone a
ella, la as/7'.xia y la absorbe. Supongamos por
hipótesis -dice llume- que una religión popu­
lar haga consistir toda la piedad en la práctica
de la virtud moral e instituya un sacerdocio para
que diariamente predique esta creencr'.a. Los fie­
les harán consistir pronto la piedad en escuchar
tales prédicas y no en la práctica de la virtud
misma.
Pero si la religión no equivale a la moral,
ni la exige ni la supone como parte esencial, sino
que más bien la excluye (pues lo religioso co­
mienza allí donde lo moral termina, de morlo que
a veces hasta los mayores crímenes resultan com-
18
INTRODUCCIÓN

patibles con la piedad y la devoción), no podrá


extrañarnos que Hume considere la barbarie y
la arbitrariedad como los atributos característi­
cos de la divinidad en todas las religiones popu­
lares, esto es, en todas las religiones positivas.
En conjunto, el efecto de la religiosidad en
la historia es claramente negativo. A cada mo­
mento, tras los hechos históricos aducidos por
Hume, escuchamos como un eco lucreciano: Tan­
tum religio potuit suadere malorum. 14
Una especial confirmación de esto puede en­
contrarse en el hecho de que sea precisamente la,
especie de religión más elaborada y perfecta, es­
to es, el monoteísmo, la que más atente contra
aquellas virtudes como la dignidad, la benevo­
lencia, la tolerancia, etc., que, para Hume, cons­
tituyen los elementos de toda moral, mientras la
idolatría, esto es, la forma más imperfecta de
religión y, por tanto, la que es menos religión
y ,nenos se aleja de las tendencias humanas origi­
narias, sea en todo caso menos perniciosa o me­
nos contraria a la moralidad.
Es claro que una religión completamente pu­
ra y racional escaparía a todo esto. Pero tal reli­
gión no es una religión histórica, no ha sido nunca
pro/esada por ningún pueblo ni por ninguna igle­
sia, y solo ha tenido vigencia, en el mejor de los
casos, para algunos individuos aislados, filóso­
fos y moralistas. Por otra parte, en la medida

H Lucrct, De rerum natura, I, 101.

19
HISTORIA NATURAL DE LA RELIG/óN

en que existiera tal religión, se reduciría a la


moral y perdería todo lo que es específico y ca­
racterístico de la religiosidad.
Puesto que la razón no puede probar nada
definitivo respecto a la verdad o falsedad de los
sistemas teológicos y su última palabra nos acon­
séja refugiarnos en las tranquilas aunque no de­
masiado luminosas regiones de la filosofía (es
decir, de la duda), el único criterio que sub.siste
es el pragmático. Éste nos aconseja, a su vez,
teniendo en cuenta los resultados de los diversos
sistemas para la vida del hombre y de la socie­
dad, considerar al politeísmo como menos malo
que el monoteísmo y al agnosticismo (esto es, a
la filosofía) como más útil que la religión. Du­
da y suspensión del juicio constituyen así, para
Hume, no solo la actitud teorética más adecuada,
sino también la actitud práctica más provechosa,
de acuerdo con la historia natural de la religión.
Si queremos caracterizar, por tanto, a Ilu­
me como historiador de las relÍgiones, tendremos
que comenzar estableciendo que, en su calidad
de tal, no pro/esa ninguna religión ¡wútiva.
Verdwl es <JIW en diversos ¡msajes de esta
obra encontramos expresiones que revelan cierta
reverencia hacia el cristianismo (awu¡nc no ha­
cia una dctermiruula Iglesia o secta). De aquí
podría alguien infcrir <¡uc por lo menos le con­
cede una cierta preeminencia de principio sobre
las demás con/esiones. Pero aun esto es dema­
siado in/erir. Tales expresiones o han sido cons-

20
,J

INTRODUCC!óN

cientemente vertidas para asegurarse la impuni­


dad en su obra y en su persona o son residuos
del lenguaje corriente que no faltan en críticos
tan radicales de la religión positiva como Jenó­
fanes (quien habla del "dios que todo entero ve,
todo entero oye", etc.), o como Spinoza ( que em­
plea en su crítica bíblica la terminología de la
exégesis tradicional).
En este aspecto Hume ha de ser conside­
rado, como antes se dijo, el primer historiador
de la religión. Spinoza, que en el siglo anterior
emprende con criterio absolutamente adogmático
la exégesis del Antiguo Testamento y en el cual
ciertamente "la crítica moderna de la Biblia de­
be venerar a su f undador",1 5 no puede pretender
aún aquel título por la limitación temática de
sus estudios (el Antiguo Testamento; solo muy
parcialmente el Nuevo).
Por otra parte Hume, a diferencia de Spi­
noza, no solo se ha despojado de todo precon­
ceplo dogmático, situándose más allá de credos,
símbolos y teologías, sino que ta,nbién, conse­
c/lent<! con stt critica del conocimiento, prescinde
de todo tras/ondo meta/ísico. Detrás de la critica
bíblica de Spinoza está latente sn meta/isica de
la snstwu:ia única ( Deus sive Nalura), lo mismo
qlle detrás rle la crítica de Jenófancs a la reli­
gión olí mp ica está la meta/ isica milesia en trance
de transformarse ya en eleática.
tr. Luigi Fossali, "Spinoza e la critica moderna cfolla
Biblia" ( füvisfa di Filoso/ ia, XVIII, 3, p. 234).

21
1 HISTORIA NATURAL DE LA RELIGIÓN

El radical empirismo de Hume lo exime así


de tomar partido entre teísmo y panteísmo, mono­
teísmo y politeísmo etc., no menos que entre so­
cinianos y trinitarios, jansenistas y jesuitas, etc.
Sin embargo, a partir de sus conclusiones
acerca de los efectos sociales de los diversos tipos
de religión, sus simpatías, escudadas en cortesa­
nos si no irónicos elogios al monoteísmo y al
cristianismo, lo inclinan siempre hacia aquellas
formas que considera precisamente como menos
religiosas. El monoteísmo es declarado a veces
claro, obvio, racional, pero solo en la medida en
que se lo supone no existente en la historia o en
la medida en que la racionalidad (por lo demás
viciada en Sil raíz, según la critica de la causa­
lidcul) sirve de paradigma a la máxima que reza
''corruptw. optwu
. . pessuna
. ''
Quizás lo más característico y original del
estudio histórico que Hume hace de la religión
sea su método fundamentalmente psicológico.
Nadie ignora, por cierto, que la psicología ele­
rnentarista y asociacionista tiene en él a uno de
sus primeros precursores. Y allnr¡ac tal psicolo­
gía, todavía no elaborada como sistema cienti­
fico y como cuerpo de doctrina, no ¡nulo natural­
mente ser "aplicada" por el mismo llurne al es­
tudio de la religión (según más tarde se hizo),
la observación psicológica, certera y precisa,
awu¡nc no siempre exhaustiva y profunda, le pro­
porciona una base del todo coherente para expli­
car los fenómenos histórico-religiosos. Tal gé-

22
INTRODUCCióN

nero de explicación tiende a concretarse en leyes


que imitan, como a ideales modelos, las de la
física newtoniana, 16 aunque muy lejos aún de to­
da formulación matemática. De ahí el tratamien­
to no cronológico, sino más bien sistemático de
la historia, que en cuanto tiende a la formulación
de leyes se organiza según el paradigma de la
física.
Tenemos así la que podríamos llamar "ley
ele flujo y reflujo entre politeísmo y monoteís­
mo", la cual puede enunciarse, con palabras del
propio Hume, diciendo que "los principios reli­
giosos su/ren una suerte de flztjo y re/lujo en
la mente humana y que los hombres tienen una
tendencia natural a elevarse de la idolatría al
monoteísmo y a recaer ele nuevo del monoteísmo
en la idolatría".
El anunciado se re/iere a los principios reli-
.
gwsos en "la mente ,wnwna
1 "
y es consecuencia,

naturalmente, de un análisis de su surgimiento


y desarrollo en la "mente luwuma".
El hombre, en su ignorancia, al advertir que
su vida y felicidad dependen de objetos ajenos a
a, se interesa por las "causas des(·onof'idas" (flf{',
gobiernan ('sos objetos y distrilm_ rcn d placer y
el dolor. Su imaginación no le permite mrmte­
nerse en un plano abstracto y poco a poco co­
mienza a particularizarlos y adaptarlos a su pro­
pia comprensiún, representándoselos antropo-
1n Cfr. l3rctt's Ilisfory of l'syclwlogy. Londres, 1902,
p. 431.

23
HISTORIA NATURAL DE LA RELIGIÓN

mórficamente, como seres dotados de inteligen­


cia, impulsados por el odio y el amor, accesibles
a las plegarias y los dones de los fieles.
Del temor y de la esperanza, causados a su
vez por la ignorancia, surge así la religión y,
más concretamente, el politeísmo.
Pero las mismas causas que han llevado al
hombre a concebir varios dioses como seres po­
derosos pero finitos, señores de los destinos hu­
manos pero esclavos de la fatalidad, los condu­
cen luego a fusionar a esos varios dioses, pasando
del originario politeísmo al monoteísmo. Al pre­
tender exaltar al máximo a sus dioses acaban por
atribuirles la in/initud y la unidad.
Sin embargo, el monoteísmo, que supone
siempre un esfuerzo de abstracción e implica cier­
ta sutileza conceptual excesiva para la compren­
sión común, es por lo 1nismo una concepción
esencialmente inestable y frágil. Poco a poco
comienzan a introducirse entre el dios único y
sus adoradores una serie de intermediarios que,
como están más cerca del hombre y le resultan
más familiares, llegan a ser objetos de culto y
de veneración, con lo cual se retorna a la idola­
tría de la que se había partido.
De aquí y por el mismo camino ascendente
se vuelve al monoteísmo, y asf sncesivamente.
Otras leyes se re/ icren a los valores mora­
les e intelectuales implicad�s en los diversos tipos
de religión. En particular se trata de establecer
una relación entre politeísmo y monoteisrno con

24
INTRODUCClóN

respecto a 1) la persecución y la tolerancia, 2)


el coraje y la humillación, 3) la razón y el ab­
surdo, y 4) la duda y la fe, sobre la base de la
observación y el análisis psicológico.
En lo que toca a la tolerancia, aun cuando
el politeísmo está expuesto a admitir cualquier
práctica zt opinión por bárbara que sea, por el
simple hecho de limitar el poder de sus dioses
se encuentra siempre abierto a los otros cultos y
dispuesto a admitir las deidades de los otros pue­
blos, mientras el monoteísmo, aun cuando podría
abolir todo lo irracional e inhumano de la reli­
gión, como no puede admitir sino una sola dei­
dad, es naturalmente proclive a rechazar todo
otro culto y toda otra deidad que no sea la suya.
/lasta los menos versados en la literatura his­
tórica y de viajes saben qne los idólatras tienen
por lo general un espíritu tolerante. Y esta tole­
rancia llega a tal punto que ni st'.qniera las reli­
giorws que demue.'itran una mayor agresfoidad
contra el politeísmo les repugnan del tenlo.
Por otra parte, la intolerancia de casi todas
las rdigiow•s monoteístas resulta tan clara como
la tolerancia dd politeísmo.
La conclusión es la sigui<>.nte: por más que
el politeísmo y la idolatría lleguen a corromper­
se, dij icilmente serán tan perjudiciales a fo so­
ciedad corno el monoteísmo en sn intolera,ncia.
11e aquí, pu.es, establecida otra ley: Las re­
ligiones politeístas tienden a ser abiertas y tole­
rantes, siempre dispuestas a integrarse y f u,sio-
HISTORIA NATURAL DE LA REL!GlóN

narse con otras, casi siempre ajenas a la persecu­


ción y a la guerra; las monoteístas, por el contra­
rio, son por lo general intolerantes y cerradas,
proclives al fanatismo, inclinadas a perseguir he­
rejes y exterminar infieles.
En lo concerniente al coraje y la humilla­
ción: El hecho de exaltar infinitamente a Dios
por encima del hombre hace que el monoteísmo
engendre en sus adeptos una actitud de humildad
y sometimiento y fomente en ellos la forti/icación
y la paciencia ante el dolor. En cambio, el hecho
de no considerar a los dioses sino un poco supe­
riores a los hombres contribuye a que los secua­
ces del politeísmo se sientan más cómodos ante
tales dioses y aspiren a emularlos, generando así
una serie de virtudes activas, como la valentía, la
magnanimidad y el amor a la libertad.
La ley, a este respecto, podría formularse
así: El monoteísmo fomenta, por lo común, las
virtudes pasivas, y engendra una actitud rlc lwmi­
llación y sometimiento; el politeísmo, en cambio,
suele producir virtudes acti1ms y da lugar a una
actitud de combate y es/uerzo.
Si se comparan ambos tipos de religión con
respecto a la razón y el absurdo, encontraremos
que, mm cuando en apariencia el politeísmo se
base en una serie de fábulas caprichosas y arbi­
trarias y el monoteísmo se presente como más
conforme a la razón y la f ilosofía1 la historia nos
proporciona resultados inversos. En e/ccto, nada
hay de absurdo en admitir, como lo hacen muchos

26
JNTRODUCC!óN

idólatras (Hume se refiere en especial a griegos


y romanos), que las primeras fuerzas o principios
naturales que f armaron el mundo visible, los ani­
males y los hombres, hayan creado asimismo
otros seres, superiores a estos últimos, más inteli­
gentes y más poderosos, pero sujetos como los
hombres a todas las pasiones y tanto más viciosos
que ellos cuanto más capaces de satisfacer sus
propios apetitos. Es claro que no hay ninguna
razón su,ficiente para suponer que ello haya su­
cedido en nuestro planeta; pero la hipótesis mis­
ma no es absurda, contradictoria o imposible. En
cambio, la concepción monoteísta, que en princi­
pio parece tan racional como para hacerla coin­
cidir con la filosofía, de hecho, al f armar parte
de una religión revelada y verse mezclada con
otros muchos e inaceptables dogmas, degenerará
hasta hacerse contradictoria y absurda, y la mis-
11w filoso/ia. se hallará pronto unida a algo que
le es extraño de manera que deberá abdicar de
sn función critica y analítica para convertirse en
un instrumento de la superstición.
Más aún, la teología popular (esto es, dog­
mática, no puramente natural) y cspecialniente la
escolástica, siente necesidad de la contradicción
y el absurdo, porque si se limitara a la rq,zón y
al sentido comtín, correría el riesgo de parecer
demasiado vulgar. El misterio y las tinieblas se
le hacen imprescindibles. De tal modo se brinda
a los fieles una ocasión para hacer méritos, some­
tiendo su razón a las más absurdas creencias.

27
HISTORIA NATURAL DE LA RELIGlóN

La ley podría quedar entonces así formula.


da: El politeísmo, aunque se concrete en fábulas
inverosímiles y contradictorias, no es en princi­
pio absurdo, pues nada impide que la naturale­
za produzca en alguna parte una pluralidad de
dioses, seres finitos pero superiores en fuerza e
inteligencia a los hombres; el monoteísmo, en
cambio, aunque en principio (en cuanto tesis f i­
losófica) es racional, de hecho (en sus formas
históricas), al mezclarse con otros dogmas y pre­
sentarse como contenido de una revelación sobre­
natural, se hace absurdo y contradictorio. Esta
ley hasta le permite prever acontecimientos futu­
ros en el terreno de la religión, con lo cual se
avecina (aunque no sin cierta modestia) al ideal
de la física newtoninna. Cuando surge una con­
troversia teológica puede predecirse que ha de
triunfar siempre la opinión más contraria a la
razón y al sentido común.
Final,nente tenemos, con respecto a la duda
o a la fe, una ley que podría enunciarse diciendo
que, aun cuando la fe esté extendida (en todas
las clases sociales) tanto dentro del politeísmo
corno del monoteísmo, ésta es menos intensa, pre­
cisa y categórica en el primero que en el segundo.
En e/celo, las religiones politeístas, "tradiciona-·
les" y " mllo
. logtcas
' . ,, , arratgan
. ¡
con Tlut)"or faci· t-
dad en la mente de los homl.JTes y también 1nás
super/icialmentc (pues, al menos en el caso de la
Antigiiedad clásica, a la ljllC llume se re/ iere, son
religiones poéticas). Así, aunque lleguen a ser

28
lNTRODUCC!óN

aceptadas universalmente, no dejan por fortuna


mu.y hondas huellas en los sentimientos '.Y el in­
telecto de los hombres. Todo lo contrario sucede
con las religiones monoteístas, que Hume identi­
fica con las religiones "sistemáticas" y "escolás­
ticas" y también con las "escriturarias".
De todos ,nodos, del análisis psicológico de
la fe, tanto entre politeístas como entre monoteís­
tas, surge la conclusión de que la misma es por lo
co1nún más fingida que real, y dij ícilmente se
acerca a la sólida creencia que gobierna nuestras
acciones y nuestra vida cotidiana, aun cuando los
hombres no se atrevan casi nunca a admitir sus
dudas ni siquiera en la intimidad de su con­
czencia.
En realidad, la luz vacilante de la fe nunca
llega a igualar a la luz firme y natural de las
impresiones sensoriales. La creencia constituye,
pues, mw oscura e inexplicable operación men­
tal </tte se ubica entre la titula y la convicción,
mllu¡uc está mtu:ho mtÍs cerca de la primera que
de la segunda.
Para juzgar el alean.ce ;· valor de estas leyes
es preciso tener en cuenta: a) El material o las
fuentcs uti/;;:;rulas en su elaboración; b) Los con­
ceptos básicos y la clasificaciún o mor/ologia de
las religiones; e) El valor de los análisis y ex­
plicaciones.
Las fuentes aparet<'n claramente indicadas
en la obrn misma. llume utiliza los escritos de
autores antiguos (griegos y latinos) y 1noder-

29
HISTORIA NATURAL DE LA RELIGlóN

nos. Entre unos y otros hay historiadores, filóso­


fos y poetas. Entre los modernos se vale también
de las obras de los viajeros y de algunos de aque•
llos escritores que, en su siglo, pueden conside­
rarse como precursores inmediatos de la antro­
pología y la etnografía.
Los autores de la Antigüedad clásica que cita
y que en buena parte pueden suponerse que cono­
ce directaniente son: Anaxágoras, Anaxímenes,
Anaximandro, Aristófanes, Aristóteles, Arria­
no, .César, Cicerón, Claudio Rutilio, Diodoro
Sículo, Diógenes Laercio, Dionisia de Halicarna­
so, Epicteto, Epicureo, Estrabón, Eurípides, He­
ráclito, I-Ieródoto, IIesíodo, Hamero, H oracio, Je­
nof ante, Juvenil, Livio, Longino, Luciano, Lu­
crecio, IJ;Jacrobio, 'Jvlanilio, Marco Aurelio, Ovi­
dio, Panecio, Petronio, Platón, Plinio, Plutarco,
Quintiliano, Quinto Cu.rcio, Salustio, Séneca, Sex­
to Empírico, Suetonio, Tácito, Timoteo, Tucídi­
des, Varrón y Verrio Flaco.
Los autores modernos son: Bacon F., Bayle,
JJoulairwilliers, Brumoy, Ciar/ce, Dryden, llyde,
Le Compte, Loclce, Maquiavelo, 'Jlllilton, New­
ton, Ramsay y Regnard.
E'n general ¡nwde decirse que Ilwne posee
ww vasta erudición en lo que toca a las religio­
nes del rnurulo clásico. Asimismo, si se tiene en
cuenta el estado de los conocimientos acerca de
las culturas ,le América y África, puede conside­
rarse que su in/ormación a este respecto es no­
table. Evidencia ya en esto esa preocupación por

30
INTRODUCCIÓN

explicar el fenómeno religioso a partir de sus


más elementales y primitivas manifestaciones,
que caracterizará en el siglo siguiente a la Escue­
la antropológica de E. B. Tylor, H. Spencer,
Grant Allen, etc.
Su in/ormación acerca de las culturas y reli­
giones de la India y del Extremo Oriente parece
en cambio menos extensa y detallada que la de
otros escritores ele su siglo (como Voltaire, por
ejemplo, en lo que se re/iere a China). Llama la
atención el hecho ele que no mencione ni tenga en
cuenta para nada en el curso de su historia a
Con/ucio, A1encio, Lao tse, Buda, los Veda, etc.,
si se considera que viajeros y misioneros habían
dado a luz ya por entonces una serie ele memo­
rias y monografías sobre tales temas. En cambio,
parece estar más in/armado sobre las religiones
del Oriente Cercano y JHetlio: zoroatrismo, ju­
daísmo, islamismo, religiones egipcias. Ello no
quita que en ocasiones haga inrubnisibles afir­
mru:iones, como cuando compara extrañamente la
religión egipcia con el iudaísmo, sin advertir que
las semejanzas no pueden considerarse jamás sino
como accidentales y externas o, en todo caso, co­
mo mny parciales.
No ignora, por cierto, la teología cristiana
y la historia eclesiástica. Aunque su conocimien­
to de la escolástica sea parcial y sn juicio al res­
pecto esté condicionado por los presupuestos fran­
camente adversos del Iluminismo, no debemos
pensar que los mayores exponentes de la filosofía
f.lISTORIA NATURAL DE LA RELIGióN

y la teología medioeval le sean desconocidos. En


el texto de la Historia natural de la religión en­
contramos citados por lo menos a Agustín, Arno­
bio y A verroes. Pero, al igual que Locke, tam­
bién conocía la obra de Tomás de Aquino, y ello
hasta tal punto que Coleridge, acusándolo de pla­
giario, sostuvo que szt famosa "doctrina de la aso­
ciación" había sido tomada del Comentario de
Tomás de Aquino al tratado De Anima de Aristó­
teles.17
En lo que se refiere al cristianismo en par­
ticular, no desdeña tampoco las tradiciones po­
pulares, las anécdotas que hoy diríamos periodís­
ticas y la experiencia personal, como puede com­
probarse, por ejemplo, cuando cita el caso clel jo­
ven converso musulmán que ha comulgado y cree
haber devorado al dios único, o ctuuulo narra el
episodio del capuchino y el embajador moro.
En conclusión, puede decirse que el material
que Hume usa para elaborar su Historia natural
de la religión es bastante amplio y completo, si se
tienen en cuenta las posibilidades de la época,
aunque no carece de algunas lagunas y de cierta
unilateralidml.
Junto a las fuent('S (elemento material) hay
que considerar las de/iniciones o conceptos brísi­
cos, la clasificación o mor/ologfo y el modo de
relacionar ·los datos o f cnórnenos ( elcrnento
formal).

17 Brett, op. cit., ibídem.


INTRODUCCióN

Hume no nos da una definición del fenóme­


no religioso ni siquiera una descripción de sus
elementos esenciales, tal vez porque los supone
por todos conocidos. Se limita a estudiar su ori­
gen en la mente humana. En todo caso el con­
cepto que tiene de la religión parece lo su/icien­
temente amplio como para incluir tanto las reli­
giones primitivas como las históricas, aunque sin
mencionar, por cierto, como farmas distintas, el
animismo, el totemismo y la magia, según harán
las diversas escuelas históricas posteriores.
La clasificación de las religiones se basa
esencialmente en la unidrul o pluralidad de su ob,
ieto o sea de la divinidad. Monoteísmo y politeís­
mo son así lrt formrrs básicas o tipos fundamen­
tales rle reli{!ión.
Por más r,zw esta clrrsif icrrr:ión p11Nla parecer
hoy in.mfid('nte 'Y aun supr>r (ir:irrl, ('S preciso r<'­
cmwcer r¡ue en la épor:n rli.f ídlnwnte se podría
haber irlo más nllá, con lns ,lrrtos de r¡ue se dis­
ponía.
Pnr otra parte, mmquc <'fl. torno a Tn antino­
mia mnnnte[smn-pnliteísmn se mu<·nrr. la cxplicrr­
ción y sr, fnrmulen las leyes, 11n falta trrrnpoco
otra <livisián parrrlda, que parece mrís f r-cundn:
la que se da entre rcligionr.s trrulicionales (o mi­
tológicas) y escriturarias (o sistemáticas y esco­
lásticas).
Además, en el politeísmo reconoce di/eren­
tes formas o especies, que bien pueden conside-
33
HISTORIA NATURAL DE LA RELIGióN

rarse como subdivisiones genéticas: la alegoría y


el culto de los héroes.
Preludiando en cierta medida, algunas ex­
plicaciones de la escuela filológica (Max Miiller,
Burnouf, Schwarz, etc.), hace notar que cuando
a los dioses se les adjudican dije rentes dominios,
surgen las alegorías físicas y morales. (El dios
de la guerra es representado como cruel y violen­
to, el de la poesía como fino y delicado, etc.).
Por otra parte, añade reviviendo en parte la
antigua teoría de Evémero (tal como lo harán
luego en el siglo XX Tylor, Spencer y otros)
cuando los hombres sienten una gran gratitud
hacia un héroe o un benefactor público tienden
naturalmente a elevarlo a los altares y a conver­
tirlo en dios.
También distingue, aunque no les da nom­
bres especi/icos, dos tipos o subdivisiones gené­
ticas en el monoteísmo: 1) la adoración de un
único dios por un determinado zmel>lo, que llega
a despreciar los dioses e.-r,tranjeros (hcnotdsmn),
y 2) la exaltación de un dios (.'Omo soberr•rw dd
panteón, con el consiguiente ecU¡>se rle !ns d<'más.
La explicación de los hechos '.Y el modo de
rclrrcionrtr los /<•nómr•nos ti1·11e11, tomo hemos di­
cho, un carár:ter psicnlógico y, ('!/. alg11nos ('nsos.
psicosociológico.
Así, por ej,.mplo, <'X[>lic(I la 1Mt11mfo::.a mn­
ralm<'nte contradi<'tnria de la di1 1 i11idrul: por una
parte, puesto qrte la fuente principal de la rrdi­
gión primitiva es el temor, la divinidad es concc-

34
INTRODUCCIÓN
·r11
.1
1
1
¡/
bida como algo sombrío y tremendo y se le atri­
I''
buyen todas las crueldades y los crímenes más
espantosos; por otra, puesto que en todas las reli­
giones existe la tendencia a alabar y exaltar a la
divinidad más allá de toda medida (lo cual no es
sino una consecuencia del temor), se le atribuyen
todas las virtudes y las perfecciones más subli-
1nes. La contradicción que hallamos en la idea
de la divinidad se origina, pues, en la contradic­
ción existente entre los principios de la natura­
leza hi;mana que dan origen a la religión: por
un lado el temor; por otro, la tendencia a la ala­
banza y a la adulación.
En algunos casos, la explicación remite a la
psicología social, como cuando, por ejemplo, di­
ce: Desde el momento en que el servilismo de los
súbditos no puede ya tributar a los gobernantes
otras alabanzas, los convierte en dioses y, colo­
cárulolos sohrc un altar, los adoran.
A ·ucccs, la observación psico!ógi<.'a es fina y
certera: Los hombres son tanto más supersticio­
sos cuanto más librados al azar están sus vidas,
según puede observarse ¡u1rticularmente en los ta­
luírcs y marineros, gente supersticiosa, poco re­
ffoxiva y llena de frfrolas creencias.
Otras, en camhio, es su¡Jer/icial y simplista,
como cLuuulo habla del dogma católico de fo pre­
sencia real, que en ningún mollU'nlo trata de ex­
plicar sino conw absurda y disparatada creencia;

35
HISTORIA NATURAL DE LA RELIGlóN

esto es, como aberración de la mente y de la fan­


tasía.18
En todo caso es cierto que Hume inaugura
un tipo de explicación que en mayor o menor
grado utilizaron todas las escuelas histórico-reli­
giosas en el siglo siguiente, aun cuando partan
de la filología comparada, de la antropología,
de la etnografía o de la sociología.
El valor de tales explicaciones en la obra de
Hume está parcialmente condicionado por el va­
lor de su propia teoría psicológica que, en cuan­
to responde a principios asociacionistas y elemen­
taristas, ha sido duramente criticada en nuestro
siglo.
Por otra parte, sería inútil tratar de mostrar
aquí las limitaciones de tal en/oque o la necesi­
dad de complementarlo y superarlo mediante un
método sociológico o fenomenológico.
Baste recordar que entre las actuales corrien­
tes de la historia de las religiones una de las má:;
vigorosas y fecundas es la que surge del psico­
anális,:s jungiano y que ésta puede considerarse
hoy directa heredera del en/oque (psicológico)
inaugurado por Hume en sn Historia natural de
la religión.
18 Hccu{\nlcsc quo Hegel, cuya aditml frente a la
religión en general so diferencia mucho de la do Hume,
ridiculiza la111hié11 el dogma católico de la eucaristía, di­
ciendo que convierte a Dios en una cosa que podr_ía encon­
trarse hasta t•n los 1·xcrenw11los ele una laucha. ( Cfr. H. Sc­
rreau, llcgcl y el lu:gdianismo. Buenos Aires, 1965, p. 50.)

36
BIBLIOGRAF1A

Las Philosophical \Vorks de Hume fueron editadas


en Londres, en 1874-75, por T. H. Green y T. H. Grose
( 4 tomos). Antes se habtan publicado ya varias ediciones
de sus obras completas ( Edimburgo, 1827 y 1836; Londres,
1856).
Su epistolario (The Letters of David Hume) lo editó
J. Y. T. Greig en dos volúmenes: el primero comprende el
período 1727-1765; el segundo, el período 1756-1776 (Ox­
ford, 1932; recd., 1942). Un suplemento al epistolario
(New Letters) apareció (Oxford, 1954), publicado por R.
KJibansky y E. C. Mossner.
La autobiografía de Hume (My Own Life) fue dada
a conocer por el economista Aclaro Smith en 1777 y luego
varias veces reeditada.
Una importante edición de A Trcatise of Human Na­
t11re y A,i Enquirr¡ conceming Human Unclerstanding es la
de Selby-Bigge ( Oxford, 1925; reed., 1951). Entre las
ediciones manuales del Trcatise aparecidas en los últimos
años pueden consultarse la de Dolphin Books ( Carden
City, HJGl) y la preparada por D. C. C. r-.facnahh ( Nueva
York, 1962). En la col<-ccion ele los Philosophical Classics
de Open Court ( I ,a Sal11\, Illinois, H)0:3) acaha ele aparecer
asimismo una eclici<'m manual del Enq11iry con selecciones
cld 1'rcalisc. En cspaiiol t!'ncmos: 1'ratado de la 1wt11m­
l<·za l111111ana, Madrid, H>:!3 ( :3 tomos), trad. ele V. Vi­
c¡ueira; lrwcstigación so!Jfe el c11tc11di111iento lw111a110, Bue­
nos Ain'.<;, HtlD; 2:.t ,•cl., tn-15, lracl. de Juan Adolfo Vúz­
qtwz; /Ji1ílo1-;os solm· rl'lighín 11at11ral, r,.'.{{,xico, 1942, tra­
ducd<Í11 d!' E. O'Corma11; J>el co1wci111ic11lo, vcrsiún parcial
clt•l 'J'r('(/fi.1·r· ( Iritroducciún g<·ru•ral y gran Jlarle dc·I libro I ),
Madrid, ll11t·11os Ain•s, l!JS,f; 2·,t ccl., H),JD, trad. de Juan
Segura Huiz.
La pres!'11te traclucciú11 ele 1'he Nal11rnl Ilistory o/
Hdigion es la primera que de csla obra se hace al español
y eslú basada c11 el texto establecido por T. II. Green y

37
HISTORIA NATURAL DE LA RELIGIÓN

T. H. Grose, que reproduce casi el de la edición 1777,


cuidada por el mismo autor, aunque salida a luz poco des­
pués de su muerte. Este mismo texto es reproducido por
H. E. Root ( Londres, 1956). E. C. J\fossner reconstruye
la historia de la publicación de la obra en Hwne's Four
Disscrlation-An Essay ia Biography ancl Bibliography
(Moclern Philology, XLVIII, pp. 37-57, 1950). Una tra­
ducción italiana de la misma, debida a U. Forti, apareció
en Bari, en 1928.
Sobre la vida, la obra y el pensamiento ele Hume,
pueden consultarse:
Burton, J. H., Life ancl correspondence o/ D. Ilrtme. Edim­
burgo, 1846-1850.
Compayré, G., La philosophie de David llume. Toulouse,
1873.
Pfleiderer, E., Empirismus und Skepsis in David Ilume's
Philosophie. Berlín, 1874.
Huxlcy, Th., David Hume. Londres, 1879.
}.foinong, A., Hume St11dicn. Viena, 1877-1882.
Richtcr, P., David Ilume Ka11salitatstJieorie tmd ihre Bede11-
t1mg fiir die Begriirul1111g der Theorie dcr Incluktion.
Ila1lc, 1893.
t,,frinarclus, H., David Ilrtme al\· Religio11sphilosoph. Er­
langcn, 1897.
Corc, vV. C., The imagi,wtion in S¡Jinoza an ]fome. Chica­
go, 1902.
Quast, O., Der Begriff des Bclicf bci David IIr1111e. Halle,
1903.
Franckc, C. J. \V., David Ifome. IIaarkm, Hl07.
Ilasse, A., Das I'rol>lcm clcr Giiltigkl'il iit <fer J>hiloso¡>hie
Il1111u/s. Miinchcn, HJl9.
Sorley, \V. H., A Ilistory of English l'liiloso¡1!1y. Ca111hridgc,
1020. ( Hay tr.ulucciú11 cspaiíola. Bs. Airl's, 1D5l.) 1
lft.11cld, C. \V., Stwlics in thc l'l1iloso¡1liy of ])aoicl Ilrrnw.
Princdon, 1925.
Taylor, A. E., David Ilumc ami tl1<: 111irac11lo11s. Ca111hridgc,
1927.
?\frtz, H., David Il11111c, l,c/Jcn 1111d I'hiloso¡1!1iu. Stutlgart,
1929.
Lcroy, A., La critique et la ruligion chcz David Hume.
París, 1930.

n
1
BIBLIOGRAFIA

Laird, J., llume's Philosophy of Human Nature. Londres,


1932.
Laporte, J., "Le scepticisme de Hume" ( Revue Philoso­
phique, 1933-34 ).
Della Volpe,. G., La filosofía dell'esperienza di David Hume.
Florencia, 1933-35.
Magnino, B., Il pensiero filosofico di David Hume. Nápo-
Jes, 1935.
Maund, C., Hume's Theory of Knowleclge. Londres, 1937.
Heincmann, F. H., David Hume. París, 1940.
Baratono, A., Hume. Milán, 1943.
Dal Pra, M., Hume. Milán, 1949.
Kcmp Smith, N., The Philosophy of David Hume. Lon­
clres, 1949.
Macnabb, D. G. C., David Hume, His Theory of Know­
ledge and Morality. Londres, 1951.
Brinius, T., David Hume on Criticism. Estocolrno, 1952.
Corsi, fvf., Natura e societá in David Hume. Florencia,
1953.
�fossner, E. C., The Life of David llume. Edirnburgo,
1954.
Vlachos, C., Essai s11r la 710litiq11e de Ilume. París, 1955.
Basson, II., David /fome. Londres, 1958.
Zahcc-11, F., l/rmw, Precursor of Modem Empiricism. La
Haya, 1962.
F'lcw, A. C. N., l/11mc's Pliilosopliy o/ Bclief. Londres,
1951.
Moliuari, E., ''Dirilto e linguaggio in Hume" (llcv. intcm.
Fil. Dir.), lüG2.

39
!

HUME

J?5=}--
HfSTORIA NATURAL DE LA RELIGIÓN
PRÓLOGO DEL AUTOR

Aun cuando toda investigación referente a la reli­


gión tiene la mayor importancia, hay dos cuestiones en
particular que ponen a prueba nuestra reflexión, a sa­
ber: la que se refiere a su fundamento racional y la que
se refiere' a sus orígenes en la naturaleza humana.
Afortunadamente, la primera cuestión, que es la
más importante, admite la más obvia o, por lo menos,
la más clara solución. Toda la organización de la na­
turaleza nos revela a un autor inteligente y ningún
investigador racional puede, después de una seria refle­
xión, dudar un momento de los principios primarios del
monoleísmo y la religión auténticos. Pero la cuestión,
qu� se refiere a los orígenes de la religión en la natura­
leza humana, está expuesta a una dificultad mayor. La
creencia en un poder invisible e inteligente ha estado
muy ampliamente difundida entre la raza humana, en
todos los lugares y en toclas las t'.•pocns. Pero no ha
Rielo quizá tan universal como para no admitir excep­
ción alguna, 11i ele ningún modo uniforme c11 las ideas
que ha sugerido. Se han ckscuhicrto algunos pueblos
que no tc11ía11 scnlimicnto religioso alguno, si se ha de
creer a viajeros e historiadorcs. Jamás dos pueblos y
difícilmente dos hombres han coincidido con exactitud
en los mismos scntimienlos. Parecería, por tanto, que
esle preconcepto no surge de un instinto original o de
una impresión primaria de la naturaleza, así como sur­
gen el amor propio, la atracción entre· los sexos, el

43
HISTORIA NATURAL DE LA REL/GlóN

amor por los hijos, la gratitud o el resentimiento, pues


se ha comprobado que todo instinto de esta clase es
absolutamente universal en todos los pueblos y edades
y tiene siempre un objeto determinado que inflexi­
blemente persigue. Los primeros principios religiosos
deben ser secundarios, a tal punto que fácilmente pue­
den ser pervertidos por diversos accidentes y causas y
hasta su ejercicio, en ciertos casos: puede, por un ex­
traordinarío concurso de circunstancias, ser absoluta­
mente impedido. Averiguar cuáles son esos principios
que engendran la creencia originaria y cuáles son esos
accidentes y causas que regulan su ejercicio, es el tema
de nuestra presente investigación.
CAPITULO I

EL POLITEÍSMO COMO PRIMITIVA


RELIGIÓN DEL HOMBRE

Si consideramos el desarrollo de la sociedad hu­


mana, desde sus más primitivos comienzos hasta un
estadio superior, creo que el politeísmo o la idolatría
fueron, y necesariamente tienen que haber sido, la pri­
mera y más antigua religión de la humanidad. He de
fundamentar esta opinión en los siguientes argumentos.
Es un hecho incontrastable que hace aproximada­
mente 1.700 años toda la humanidad era politeísta. Las
dudas o el escepticismo de unos pocos filósofos o el
monoteísmo, por otra parle no enteramente puro, de
uno o dos pueblos, no son ohjecioncs dignas de ser
consideradas. Ohscrvemos entonces el claro testimonio
de la historia. En los primeros tiempos de que lene-
111os noticia encontramos a la humanidad inmersa en el
politeísmo. No encontramos señales ni síntomas d1•
ninguna rdigi<ín IIHÍs perfecta. Los más antiguos docu­
mentos ele la n1za humana nos dicen, además, que éste
era el crc<lo popular y cstahlccido. El norle, el sur, el
este y el oeste nos dan testimonios unánimes del mismo
!techo. ¿ Qué podernos oponer a tan completa eviden­
cia? Ifasla allí donde la escritura o la historia al­
canzan, la humanidad, en los tiempos antiguos, parece
lwhcr sido universalmente politeísta. ¿Podemos afir­
mar que en los tiempos más remotos, antes del conoci-

45
HISTORIA NATURAL DE LA RELIGióN

miento de la escritura o del descubrimiento de las ar­


tes o las ciencias, el hombre profesaba los principios
de un monoteísmo puro? ¿Es decir, que mientras eran
ignorantes o bárbaros descubrieron la verdad pero
cayeron en el error tan pronto como adquirieron co­
nocimiento y educación?
Tal afirmación no solo carece de toda verosimili­
tud sino que contradice también nuestros conocimien­
tos actuales respecto a los principios y opiniones de
los pueblos bárbaros. Las tribus salvajes de América,
África y Asia son todas idólatras. No hay excepciones
a esta regla. Imaginemos así a un viajero que se tras­
lada a una región desconocida: supongamos que en­
cuentra allí habitantes cultivados en las ciencias y las
artes que, por excepción, no profesan el monoteísmo;
no podría concluir nada sobre este tema sin una in­
vestigación más profunda. Pero si aquéllos fueran
ignorantes y lJárl1aros, podrían antieipadamente afir­
mar, con mínimas posibilidades de error, que son
idólatras.
Parece cierto que, de acuerdo con el natural pro­
greso del pensamiento lnrniano, las masas ignorantes
clchen haber tenido, en el primer rnomento, una no­
ción vulgar y doméstica de las fuerzas superiores, antes
de llegar a la concepción de un Ser perfecto que c•s­
tableció el orden de toda la naturaleza. Sería tan ra­
zonahlc imaginar que los l10111hres habitaron palacios
anl.es que chozas y cabaíías o cstwliaron g1�ometría an­
tes que agric11I111ra, como afirmar que la Divinidad �e
les prcsc11taha como 1111 puro espíritu, omniscicnlc y
om11ipole11tc, antes de· conccl,irla co1110 un ser poderoso
pero lilllitado, con pasiont•s, apl'lilos ) rnicmhros y ór­
ga11os lwlllanos. La mc11lc se va elevando gradual111en­
lc de lo inferior a lo superior. Abslrayeru� de lo que
es imperfcelo, se forma una idea de la perfección y
lcnlamc11tc, distinguiendo las parles más nobles de su
propia naturaleza de las más groseras, se habitúa a

46
EL POLITEISMO COMO PRIMITIVA RELIGIÓN

atribuir a su divinidad solamente las primeras, las más


elevadas y puras. Nada hubiera podido interrumpir
este natural progreso del pensamiento sino algunos ob­
vios e incontrovertibles argumentos, aptos para con­
ducir a la mente, de un modo inmediato, a los puros
principios del monoteísmo, haciéndole saltar de un
golpe el ancho espacio que media entre la naturaleza
humana y 1a divina. Mas, aun cuando yo acepte que
el orden y la estructura del universo, seriamente exa­
minados, permitan tal argumento, no podría nunca
pensar que dicha consideración haya sido capaz de
influir sobre la humanidad cuando ésta se forjó las
primeras nociones rudimentarias de religión.
Las causas de tales cosas, por sernos tan familia­
res, nunca provocan nuestra atención o curiosidad. Y
a pesar de lo extraordinario o sorprendente de estos
objetos en sí mismos, las rudas e ignorantes multitu­
des los pasan por alto, sin mayor examen o averigua­
ción. Adán, al levantarse en el Paraíso, en plena pose­
sión de sus facultades, se habrá naturalmente asorn­
hrado, según nos los muestra Milton, del glorioso es­
pcctác11lo de la naturaleza, de los ciclos, el aire, la tie­
rra, <le sus propios órganos y miemhros. Y se hahrá
sentirlo impulRado a preguntarse sohre el origen de
aquel escenario maravilloso. Pero un hárl1aro e indi­
gente animal ( como lo era el homhrc en los orígenes
rlr! la socicclacl), nprcm1iado por tanlm, ncccsidaclcs y
pasionrs, carece de torlo sosiego para admirar el onlc­
narlo C!'lpcctúc11lo rlc la nal11ral<'Za o para investigar el
origen ele tales ohjetos, a los cualP8 ha ido acostum­
hrúnclosc gr:Hlnalnwnlc clcsclc la infancia.
Por el conlrario, cuanto más r<'gulnr y uniforrne,
esto es, cuanto rnÚ!'l perfecta aparezca la naturaleza,
tnnto n11ís el homhrc se familiariza con ella y menos
inclinaclo se siente a cscrutnrla e investigarla. Un na­
cimiento monstruoso excita su curiosidad y lo · con­
sidera como un prodigio. Lo alarma por sc'r nove-

47
HISTORIA NATURAL DE LA RELIGlóN

doso. Y al punto comienza a temblar, a ofrecer sacri­


ficios y a orar. Pero un animal con todos sus miem­
bros y órganos completos es para él un espectáculo
vulgar que no engendra ninguna creencia o sentimien­
to religioso. Preguntadle de dónde proviene dicho
animal. Os contestará que de la cópula de sus padres.
Y éstos ¿ de dónde provienen? A su vez, de la cópula
de los suyos. Unos pocos grados de la escala satisfa­
cen su curiosidad y coloca los objetos a tal distancia
que los pierde de vista por completo. Ni pensar si­
quiera que llegará a plantearse el problema del origen
del primer animal. Mucho menos el del origen efe
todo el sistema y la estructura unitaria del universo.
O si se le plantea el problema, no esperéis que mues­
tre mucha preocupación por algo tan remoto, tan ca­
rente' de interés y que tanto excede los límites de su
propia capacidad.
Más aún, si en un principio los hombres hubieran
sido inducidos a creer en un único Ser Supremo, ra­
zonando a partir de la estructura <le la naturaleza, es
posible que nunca hubieran abandonado tal cree11cia
para abrazar el politeísmo. Pero los mismos princi­
pios racionales que en un principio habían originado y
<lifundido tan magnífica opinión entre los homhrcs,
con mayor facilidad tendrían que haber podido con­
servarla. La creación y demostración de c11alq11i<'r 'doc­
trina es mucho m,1s difícil que su sostcni111ic11to y
conservación posterior.
Existe una grnn diferencia entre los lwdws his­
tóricos y las opiniones especulativas. Y el conoci111ien­
to ele U<Juéllos no se difunde del mismo modo q11e el
de éstas. Un hecho histórico, mientras va pasando por
tradición ornl clrsde sus testigos oculares. es ddor­
maclo en cada sucesiva narración. Y puede, al final,
conscrYar muy poca semejanza, si es que conserva al­
guna, con 1a verdad original en la cual rsfaha fundado.
La frágil memoria humana, la natural inclinación del

1-8
EL POL!TE!SMO COMO PRIMITIVA REL!GlóN

hombre a la exageración y su negligente descuido, si


no son neutralizados por libros y obras escritas, pron­
to desvirtúan los hechos históricos. No se puede res­
tituir ya la verdad que en otro tiempo abandonó esas
narraciones, pues los argumentos o el razonamiento
tienen allí poco o ningún Jugar.
Así es como las leyendas de Hércules, Teseo y
Baco se suponen originadas en hechos reales que han
sido deformados por la tradición. Pero con respecto
a las opiniones especulativas el caso es muy diferente.
Si estas opiniones estuvieran fundadas en argumentos
tan claros y evidentes como para convencer a la ge­
neralidad de los hombres, los mismos argumentos que
les han dado origen las mantendrían también en su
pureza original. Si los argumentos fueran más abs­
trusos y más alejados del conocimiento vulgar, las opi­
niones estarían siempre limitadas a unas pocas perso­
nas. Y lan pronto como los hombres abandonaran la
conlcmplaeión de dichos argumentos, Jns opiniones se
perderían y caerínn en el olvido. Desde cualquier
p11nlo de vista que enfocp1emos este dilema, parece
in1posihle que el monoteísmo pueda haber sido, por
vía racional, la religión primitiva dt: la raza humana
y c¡JJe haya originado lu<�p;o, ni corron1pcrsc, el poli­
lcís1110 y loclas las diversas s11perslicio11cs del mundo
pagano. El razonarni<�nlo, c11111Hlo es claro, previene
tales corrnpcio11cs; c11n1Hlo es ahstruso, loma ínlc•gra­
nwnt,� sus principios clc-1 saber pop11lar, que es el único
capaz de: corro111¡wr cualquier principio II opini<'in.

49
CAPITULO 11

ORIGEN DEL POLITEÍSMO

De ahí que, si nos dejáramos llevar por nuestra


curiosidad al investigar el origen de la rel;gión, de­
biéramos volver nuestros pensamientos hacia el poli­
teísmo, la primitiva religión de la humanidad igno­
rante'.
Los homlncs llegaron a la concepción de un po­
der invisible e inteligente a través ele la ohsrrvación
de las ohras de la naturaleza. Posihlcmenle jamás tu­
vieron otra idea más que la de un ser único que confi­
rió existencia y orden a esta vasta rnáquina y aj nstó
todas sus partes de acuerdo con un plan uniforme y
un sistema armónico. Sin embargo, algunas personas
de cierta con formación mental estiman no clel todo
ahsunlo que varios seres irnlcpenclicnlcs, clntadM cfo
una sahi<lnría superior, hayan pocliclo cnlaliorar en la
dahoraci1ín y cjecuci<Ín ,fo un plan uniforme. Pero
{,sfa es una s11posici1ín p11ra11 1 1'11lc arbilr:Hia que, aun
sicn,lo aceptada como posihlc, clcl>c a,lrnilirsr� que no
estú fmHlacb ni en la prohahili<lml ni en la nc!'csi,la,l.
Toclas las cosas clcl universo son, cvi,lentemcnte,
de un solo tenor. Todas ellas se ajustan l'lltrc sí. Un
designio único prevalece a través de todo y esta uni­
formidad lleva a la mente a admitir un autor único,
pues la idea de varios autores diferentes, sin distinción

50
ORIGEN DEL POLITE!SMO

alguna de atributos o funciones, solo sirve para dejar


perpleja a nuestra imaginación sin dar satisfacción
alguna a nuestro entendimiento.
La estatua de Laocoonte, corno sabernos por Pli­
nio, fue obra de tres artistas. Pero es seguro que si
nada se nos hubiera dicho, nunca hubiéramos imagi­
nado que un grupo de figuras, esculpidas en una sola
piedra y unidas en un armonioso conjunto, no fuera
obra y concepción cfo un solo escultor. Atribuir cual­
quier efecto singular a la concurrencia de varias cau­
sas diferentes no es, por cierto, una suposición natural
y obvia. Por otra parte, si dejando las obras de la
naturaleza, rastreamos las huellas de una fuerza invi­
sible en los diversos y contradictorios acontecimien­
tos de la vida humana, llegaremos necesariamente al
politeísmo y a admitir la existencia de varias divini­
(lades, limitadas e imperfectas. Las tormentas y tem­
pestades destruyen lo que el sol nutre. El sol destruye
lo que nutre la humedad del rocío y de las lluvias.
La guerra puede ser favorable a una nación a quien
la inclemencia de las estaciones condena al hambre;
la enfermedad y la peste pueden despoblar un reino
en medio de la mayor ah1111dancia. Una misma na­
ción no es, al rnis1110 tiempo, igt1almc11tc afortunada
en el mar y en tierra firme. Y una nación que vence
hoy a sus enemigos p11t·dc de pronto ser sometida por
otro cj(-rcito de í�stos, 111.ís poderoso. En rcsutllcn, la
c:011<lueciún de los aeontccimicntos o lo qtte nosotros
lla111a111os el plan de una providencia particular cstii
tan lleno de variación e incertid11mbrc q,w, si lo supo-
11c111os ordenado directamente por varios seres s11pc­
riorcs, del>c111os aceptar una contracli<'ción en sus dc­
f-:ig11ios e i11tc11ciones, una constante 1ucha de fuerzas
opuestas e incluso un arrepentimiento o cambio ele in­
lenci{,11 en una rnisma fuerza, hien sea por impotencia
o por veleidad. Cada nación tiene su deidad tutelar.
Cada elemento cslá sujeto a un poder o agente rnv1s1-

51
HISTORIA NATURAL DE LA RELIGlóN

ble. El dominio de cada dios está separado del domi­


nio del otro. Ni siquiera los actos del mismo dios son
siempre ciertos e invariables. Hoy, nos protege; ma­
ñana, nos abandona.
Oraciones y sacrificios, ritos y ceremonias, bien
o mal ejecutados, son la fuente de su favor o de su
enemistad y originan toda prosperidad o desgracia
que encontramos en la humanidad.
Debemos concluir, por lo tanto, que en todos los
pueblos que abrazaron el politeísmo, las primeras ideas
religiosas no surgieron de la contemplación de las obras
de la naturaleza, sino del interés por los hechos de la
vida y de las incesantes esperanzas y temores que mue­
ven a la mente humana. Observamos, en consecuen­
cia, que todos los idólatras, una vez delimitados los
dominios de sus deidades, se remiten a aquel agente
invisible' a cuya autnridnd están directamrntc sujetos
y cuyo dominio consi:,;tc precisamente en regir el curso
de aquellos acontecimientos en los cualt.s ellos están
comprometidos en todo momento. Juno era invocada
en los matrimonios, Lucina en los nacimientos, Nep­
tuno recibía las plegarias ele los marinos y Marte las
de los guerreros. El labrador cultivaba su campo hajo
la protección de Ccres y el mercader reconocía la auto­
ridad de Mercurio. Cada acontecimiento natural se
suponía gobernado por un sujeto inteligente y nada
bueno o malo podía suceclcr en la vida que no pudiera
ser objeto ele una dctcrmirwda oración o acción <le
gracias. 1

1 "Fragilis et laboriosa morlalilas in partes isla di­


gessit, infirmilalis suae nwmor, 11t portionibus colcrct quis­
que, quo maxime indigeret" ( El débil y afligido género
lmm:1110, teniendo en cuenta sus propias limitaciones, dis­
tribuyó tales tareas entre varias deidades, de modo que
cada mio rindiera culto a aquella fllle m:ís necesitara)
Plinio, Lib. II, cap. 5. En tiempos tan antiguos como los
de Hesíodo había 30.000 divinidades ( Opcr. et Dier. Lib. I,

52
ORJGEN DEL POLITEISMO

Debe necesariamente aceptarse, por cierto, que


para impulsar las voluntades de los hombres más allá
de los acontecimientos presentes o para obligarlos a
inferir algo sobre un poder inteligente e invisible, era
preciso que sintieran alguna pasión que estimulara su
pensar y su reflexión, algún motivo que pusiera en
marcha sus primeras investigaciones. Pero, ¿a qué pa­
sión recurriremos para explicar un efecto de tan enor­
mes consecuencias? No será a la curiosidad especu­
lativa, por cierto, ni al puro amor a la verdad. Este
motivo es demasiado sutil para entendimientos tan gro­
seros, y llevaría al hombre a investigar la estructura
de la naturaleza, tema demasiado grande y complejo
para su limitada capacidad. Cabe suponer, por lo tanto,
que ninguna pasión, salvo los sentimientos ordinarios
de la vida humana, el ansioso deseo de felicidad, el
temor a la miseria futura, el terror a la muerte, la sed
de venganza, el lwmbre y otras necesidades, pudo mo­
ver a estos homhrcs bárbaros. Agitados por esperan­
zas y temores de tal género, escrutan con temblorosa
curiosidad el curso Íllturo de los hechos e investigan
los diversos y contrnclictorios aconlrcimicntos de la
vida humana. Y en este confuso escenario, con ojos
aún rnás co11fwws y asomhraclos, comienzan a distin­
guir los primeros imprecisos rasl ros de la divinidad.

ver. 250). Pero la tan'a que dt'l,ían realizar parecía ser


cxc<'siva aún para ese 111'1nwro. J ,os dominios ele los dioses
estahan tan suhdividiclos que había incluso, un Dios del
Estornudo ( V. Aristóteles, Prol1l. srct. 3,3, cap. 7). El
dominio ele la cúpula, ele acuerdo a la importancia y dig­
nidacl ele la misma, estaba dividido entre varias deidades.

53
CAPlTULO III

CONTINÚA EL MISMO TEMA

Estamos ubicados en este mundo como en un gran


teatro, donde la verdad surge de improviso y donde
las causas de todos los acontecimientos se nos ocultan
por completo. No poseemos la suficiente sahiduría
como para prever n i el suficiente poder como para
prevenir los males a los que estamos continuamente
expuestos. Nos hallamos perpetuamente suspendidos
entre b vida y la muerte, entre la salud y la enferme­
dad, entre la aliu11tlancia y el deseo, los que son dis­
tribuidos entre los hombres por causas sccrdas y des­
conocidas que actúan a rnenu<lo inesperada y siem­
pre inexplicablemente. Estas causas desconocidas lle­
gan a ser el objeto constante de nuestras esperanzas y
temores. Y mientras las pasiones son conlinuamenle
agila<las por la ansiosa expectativa de los hechos, recu­
rrimos tambií�n a la i111agi11aciú11 a fin <fo po<for for­
marr10s 1111a idea sol in: csns f twrzas a las cuales estamos
tan c11teramc11lc sujetos. Si los ho11il1rcs analizaran la
naturaleza de acuerdo con la filosofía más probable
o, por lo menos, 111ús intdigibl1', descubrirían <¡uc estas
causm1 no consisten sino c·n la peculiar trama y es­
tructura de las diminutas parles de su propio cuerpo
y de los objetos del mundo exterior; y que un rncca­
msmo regular y constante produce todos los hechos

54
CONTINúA EL MISMO TEMA

que tanto interesan a los hombres. Pero esta filosofía


excede la capacidad de comprensión de las multitudes
ignorantes, que solo pueden concebir dichas causas
desconocidas de una manera vaga y confusa, aun cuan­
do su imaginación, que constantemente gira sobre este
problema, debe esforzarse para lograr una idea deter­
minada y distinta de las mismas. Cuanto más exami­
nan los hombres estas causas y la incertidumbre de
su acción, menos satisfacciones logran en su investi­
gación. Y aun en contra de sus deseos, hubieran aban­
donado finalmente tan arduo esfuerzo, si no fuera por
la tendencia de la naturaleza humana hacia el sistema,
que les proporciona cierta satisfacción.
Existe entre los hombres una tendencia general a
concebir a todos los seres según su propia imagen y a
atribuir a todos los objetos aquellas cualidades que
les son más familiares y de las c¡ue tienen rná<1 íntima
conciencia. Descubrimos caras humanas en la luna,
rjércitos en las Hubes. Y por una natural inclinación,
si ésta no es corregida por la experiencia o la reflexión,
atribuímos malicia o bondad a todas las cosas que nos
lastiman o nos agradan. De aquí el repetido uso y In
hcllrza de la prosopopeya en poesía, donde árboles,
rnontaíías y arroyos son p1�rsonificaclos y las parles
inanimadas de la 11al11ra11'za adq11ier<'n sP11limic11los y
pasiones. Y 111mc¡1H� t:ifos figuras y expresiones poé­
ticas no nos inspirnn fo, Jlll('dcn scr\'ir. por lo rnenof!,
para mostrar 1111a dcln111i11ndn lcnd<'rwia de la imagi­
naciún, sin la cual 110 s1�ría11 l1crrnosas ni nalmal<�fl.
Ni siquiera t111 dios-río o 1111a harnadríatla son siempre
considerados personajes 1ncrnmc11tc po{·licw, o inwgi­
narios; algunas vccC's llegan a 1•111 rar Pn Lis n11lí�nticm1
creencias del vulgo ignorante, ya que cada hosque o
campo se representa como poseído por un genio par­
ticular o una fuerza invisible que lo habita y lo pro­
tege. Ni siquiera los filósofos pueden eximirse de
esla nalurnl flac1ueza y a menudo han atribuido a la

55
HISTORIA NATURAL DE LA RELIGlóN

materia inanimada horror al vacío, simpatías, antipa­


tías y otros sentimientos de la naturaleza humana. El
absurdo no es menor si levantamos la mirada: atribu­
yendo a la divinidad, como es demasiado común, las
pasiones y flaquezas humanas, se la representa celosa
y vengativa, caprichosa e injusta, como una persona
perversa y tonta en todo sentido, excepto en lo rcla­
tivo a su poder y autoridad superiores. No debe asom­
brarnos entonces que los hombres, absolutamente ig­
norantes de las causas y, al mismo tiempo, poseídos
de tanta ansiedad por su futuro, acepten inmediata­
mente la sujeción a poderes invisibles, dotados de sen­
timientos e inteligencia. Las causas desconocidas que
ocupan permanentemente su pensamiento, al presen­
tarse siempre de la misma manera , son consideradas
todas de la misma clase o especie. Poco fal�a para
atribuirles pensamientos, raciocinio, pasiones y, algu­
nas veces, hasta miembros y figura humanos, para
acercarlos más a nuestra propia imagen.
Ohservamos de continuo que, cuanto más el cur­
so de la vida de un homhre es regido por el acaso,
mayor es su superstición, como pmcl<� comprobarse
en especial entre tahúres y marineros, los cuales son,
entre todos, los menos capaces de una seria reflexión
y tienen una mayor cantidad de tcmorcs frívolos y su­
persticiosos. Los dioses, dice Coriolano en "Dioni­
sios" 1, influyen en todos los aconlccirnienlos, pero
sohre todo en la guerra, dondt' {·stos son tan incierto:-,.
Toda la vicla l111rna11a, cspccialnwn!c antes del cstahlc­
cirni<�nlo del orden y el hucn goliicrno, csl1Í sujeta a
accidcnlcs fortuitos. Es nalurnl rnlonccs que las Sil·
pcrsliciones aln111de11 en !odas part<'s en los tiempos
de harharic e induzcan a los lto111hrcs a la más diligente
investigación con respecto a csos po<forcs i11visililrn
que decretan su felicidad o s11 ruina. Desconociendo

1 Lib. VIII, 3:3.

56
CONTINúA EL MISMO TEMA

la astronomía y la anatomía de plantas y animales,


demasiado indiferentes para observar el admirable
ajuste de las causas finales, siguen ignorando todavía
la existencia de un primer y supremo creador, espíri­
tu infinitamente perfecto que, por sí solo, con su todo­
poderosa voluntad, estableció el orden en toda la es­
tructura de la naturaleza. Tan maravillosa concepción
excede su e·scaso entendimiento, que no alcanza a cap- ·
tar la belleza de la obra, ni a comprender la grancleza
de su autor. Imaginan que sus dioses, si bien pode­
rosos e invisibles, no son más que una especie de se·res
humanos que se han elevado quizá ele entre los hom­
bres, conservando todas las pasiones y apetitos huma­
nos, como así también los miembros y órganos. $eres
tan limitados, aunque rectores del destino humano, son
por sí solos incapaces de extender su influencia a to­
das partes, por lo que deben multiplicarse mucho para
responder a la enorme variedad de fenómenos que se
producen en toda la faz de la naturaleza. De este
modo, cada lugar está provisto ele una multitud de
dioses locales y así el politeísmo ha prevalecido y aún
prevalece en la mayor parte ele la humanidad igno­
rantc.2
Cualryuicra de los sentimientos humanos, tanto la
csprranza como el mic,lo, tanto la gralitlHl como el
dolor, puede conducirnos a la nociém de 1111a fuerza
invisihfo e intPligcntc; 1wro si indagamos en nuestro(

2 Las si.�nicntes líneas cfo Eurípi<l<'s son tan ilustra-


tivas al respecto que no pncclo resistirme a trascribirlas:
"Nacla hay q11n s<'a sq�nro, ni la gloria
ni <'1 éxito que pncclc convertirse
en fracaso. Los cliosns lo snhviertc•n
todo y confunclcn entre sí las cosas
a fin ele que sumirlos en la duela
les tributemos culto y reverencia".
lléeuba, 956
(Traducción de A. J. Cappelletti.1

57
HISTORIA NATURAL DE LA REL/GlóN

propios corazones y observamos lo que sucede en nues­


tro derredor, descubrimos que los hombres caen de
rodillas mucho más frecuentemente cuando están tris­
tes que cuando se sienten felices. La prosperidad es
fácilmente aceptada como un legítimo derecho y po­
ces veces se pregunta cuál es su causa u origen. Pro­
duce alegría, acción, vivacidad y goce vital en cada
uno de los placeres sociales y sensuales. En este estado
espiritual, los hombres no se inclinan a pensar en
regiones desconocidas e invisibles ni tienen mucho
tiempo para ello. Por el contrario, todo acontecimien­
to desgraciado nos alarma y nos induce a indagar su
origen. Surgen los temores con respecto al futuro, y
la mente, envuelta en la desconfianza, el miedo y la
tristeza, trata por todos los medios de apaciguar a
aquellas fuerzas secretas e inteligentes de las que se
supone depende enteramente nuestro destino.
Nada es más común entre los predicadores popu­
lares que exponer las ventajas de la aflicción para
inculcar a los hombres un legítimo sentimiento reli­
gioso, dominando su confianza y su sensualidad, que
en tiempos de bonanza les hacen olvidar a la provi­
dencia divina. Este tema no es exclusivo ele las rrli­
giones modernas. Las antiguas también lo haliían uLi­
lizado. "La forLuna" dice un historia<lor griego 3,
"nunca ha repartido, generosamente y sin envidia, una
pura felicidad entre los homhrcs; todas sus gracias
han siclo siempre unidas a alguna circunstancia dcs­
grnciada, a fin de inculcar en los liomhrcs 1a reveren­
cia hacia los dioses a ,p1ienes se inclinan a descuidar
y olvidar en épocas de continua prosperidad". ¿ Qué
época o período ele Ja vida es el 111ás inclinado a las
supersticiones? El mús débil y tímido. ¿Qué sexo?
La respuesla es la misma. "Las adeptas y creyenlcs

a Diod. Sic. Lib. III, 47.

58
CONTINÚA EL MISMO TEMA

de toda clase de supersticiones", dice Estrabón, "son


las mujeres. Ellas incitan al hombre a la .devoción, a
las súplicas y a la observancia de los días religiosos.
Es raro encontrar algún hombre que viva solo, sin
contacto con mujeres y sea todavía adicto a tales prác­
ticas. Por esta razón, nada parece menos verosímil
que la noticia acerca de una Orden de hombres entre
los getas, que practicaban el celibato y eran, no obs­
tante, fanáticamente religiosos". Tal modo de razo­
nar nos llevaría a concebir una idea equivocada sobre
la devoción de los monjes. ¿No nos muestra la ex­
periencia, tal vez no muy extendida en tiempos de
Estrabón, que un hombre puede practicar el celibato,
mantenerse casto y conservar, no obstante, la más es­
trecha relación y la más completa afinidad con el tí­
mido y piadoso sexo?

·1 Lib. VI, 297.

59
CAPlTULO IV

LAS DEIDADES EN CUANTO NO SON


CONSIDERADAS CREADORAS O
FORMADORAS DEL UNIVERSO

El único punto de la teología en el cual hallaremos


un casi universal consenso entre los hombres es el que
afirma la existencia de un poder invisihle e inteligente
en el mundo. Pero respecto de si c."le poder es supre­
mo o subordinado, de si se limita a un ser o se reparte
entre varios, de qué atributos, cualidades, conexiones o
principios de acción deben atribuirse a estos seres, n·s­
pecto de todos estos puntos hay la mayor discrepancia
en los sistemas populares de teología. Nuestros antt'­
pasados europeos, anles del rcnaci111ie11to de bs lcl rns,
creían, corno nosotros en la ad11alidad, en la cxislcncia
de un Dios Supn�1110, cn·ador d<� la 11al11rakza, cuyo
poder, si l>i<�ll inco11Lrolahlc en sí 111is1110, se cj<·1-cía
a rnc111Hlo por inlcrrncdio d<: s11s ,Íngd<'s o 111i11islrns
inferiores, que cj<'clllalian s11s sagrnd()s pro¡,úsilos. P<:­
ro cn·ían laml,i(·n q11c la rial11ral<·za !oda <':,tal,a ll<·na
de olrns f11nzas invisilil<:s: liadas, cl11('11dcs, elfos y fa11-
lasrn11s, seres 111:ís Íllcrl<•s y podn()sos <Jlll� el ho111l,rc
pero inferiores en 11111cho n las c<'lc:,li,dcs 11alurnl1·zas
que roclc·an PI lrono de Dios. St1po11ga1110:.; ahora que,
en esa (•poca, al�11i<'II l111 l1icrn rl<'gaclo la ex islcrwia de
Dios y de sus áng, les. ¿Su i111picdad 110 hubiera 111e-

60
LAS DEIDADES EN CUANTO NO SON CREADORAS

reciclo con justicia el nombre de ateísmo, aún cuando


el mismo hubiese seguido admitiendo, por un razona­
miento singularmente caprichoso, que· las historias po­
pulares de elfos y hadas eran ciertas y bien fundadas?
La diferencia que existe, por una parte, entre una per­
sona así y un auténtico monoteísta es infinitamente' más
grande que la que existe, por otra, entre una persona
aú y quien rechaza en absoluto la existencia de un
poder invisible e intelige·nte. Y es una falacia, origina­
da en la mera coincidencia de palabras de muy distinto
significado, agrupar opiniones tan opuestas hajo la
misma denominación.
A cualquiera que considere el asunto con ecuani­
midad habrá de parecerle que los dioses de todos los
politeístas no son mejores que los elfos y las hadas de
nuestros antepasados y que merecen tan poca reveren­
cia o veneración como éstos. Aquellos pretendidos
religiosos son, en realidad, una especie de supersticio­
sos ateos y no reconocen ningún ser que corresponda
a m1cslra iclca de la divinidad, ningún primrr princi­
pio de la mente o dd pensamiento, ningún gohierno o
arlministrnción suprema, nin�una intención o volun­
tad divina f'll la conformación clcl mundo.
Los chinos, 1 cuanclo sus plegarias no son escucha­
claR, golpean a sus ídolos. Las clcicbdcs rlc los laponr·s
son cÍ<'rtas pit�clras cfo gran larnaíío a las que les en­
c11rnlran una forma Íllcra el,� lo con1i'i11.:i Los mitólogos
rgi¡wios, a fin de) cxpli<'ar <'l culto ele lmi n11i111alf's, cli­
c·c�n qttt• los din:-<):,. pcrs1•g11idns pnr la violc�ncia ele los
primitivos hahita11t1•s, q111� 1•ra11 s11s enemigos, se vie­
ron ol,lig;1dos, ;1ntig11a111<•111<'. a di:-Jrnzarst· de a11i111alcs.ª

1 Padre Le Comple.
!! ll<'g11arcl, \'oyage <le l,a¡>onin.
a Diod. Sic. Lih. I, 8(;. l ,11cia11. ne sacrificiis 14.
Ovidio alude a la misma tradiciún, l\fctam. Lib. V, 321.
Así tambi{:n Ma11ilio, Lib. IV, 800.

61
HISTORIA NATURAL DE LA REL/GlóN

Los caunios, pueblo del Asia Menor, resueltos a no ad­


mitir entre ellos a ningún dios extranjero, se reunían
regularmente en determinadas estaciones y, enteramen­
te armados, batían el aire con sus lanzas y marchaban
así hacia la frontera, con el objeto, según ellos, de ex­
pulsar a las deidades foráneas. 4 Ni aún los dioses in­
mortales -dicen algunos pueblos germánicos a Cé­
sar- pueden rivaHzar con los suevos. 5
Muchos males, dice Dión a Venus, herida por
Diomedes, según Homero, muchos ma!es, hija mía, han
infligido los dioses a los hombres y muchos males, a
su vez, los hombres han infligido a los dioses.6 No
tenemos más que abrir cualquier autor clásico para
encontrarnos con estas groseras representaciones de la
divinidad. Con razón observa Longino 7 que' tales
ideas acerca de la naturaleza divina, si se las toma
literalmente, implican un verdadero ateísmo.
Algunos escritores 8 se sorprenden de que las im­
piedades de Aristófanes hayan sido toleradas y, más
aún, públicamente representadas y aplaudidas por los
atenienses, pueblo tan supersticioso y celoso de su re­
ligión pública qu[', en ese mismo momento, condenaba
a muerte a Sócrates por su supuesta incredulidad. Pe­
ro estos escritores no consideran que la figura ridícula
y vulgar que dicho poeta cómico atribuía a los dioses,
en lugar de parecer impía, era 1a imagen gc1111ina con
que los antiguos concebían a sus deidades. ¿ Qué con­
ducta puede ser más criminal o más vil que la ele Jú-
. .
. ' "?. Y prcc1sarncntc
p1ter en eI "An f.1trio11 esa o 1 ira, que
conmemoraha sus lwzaíías galantes, se suponía tan de

·• H<·roclot. Lih. I, 772.


r, Caes. Co111111c11t. du l)('llo gallico, Lib. IV, 7.
0 Lib. V, 382.
7 Cap. IX.
H Padre Brumoy, Thcalrc <l<'s Crees; Fontc11elk, Ilis­
toirc des Oraclcs.

62
LAS DEIDADES EN CUANTO NO SON CREADORAS
rrr
su agrado, que siempre era representada en Roma, por
orden de las autoridades, cuando el Estado se veía ame­
nazado por peste, hambre o cualquier otra calamidad
pública.º Los romanos suponían que, como todos los
viejos libertinos, Júpiter se sentiría altamente compla­
cido con la narración de sus antiguas proezas y vigor
y que no había tema mejor para halagar su vanidad.
Durante la guerra, dice Jenofonte,10 los lacedemo­
nios elevaban siempre sus plegarias a la mañana muy
temprano, para anticiparse a sus enemigos y compro­
meter así a los dioses en favor suyo, por ser los prime­
ros solicitantes. Sabemos por Séneca 11 que era usual
entre los que hacían votos en los templos congraciarse
con el cuidador o sacristán para conseguir un asiento
cerca de la imagen del dios, con el objeto de ser mejor
escuchados en sus plegarias y súplicas al mismo. Los
tirios, cuando fueron sitiados por Alejandro, en­
cadenaron la estatua de Hércules, para evitar que el
dios se pasara al enemigo.12 Augusto, después de ha­
ber perdido dos veces su flota a causa de las tormentas,
prohibió que Neptuno fuese llevado en procesión con
los demás dioses e imaginaba que ésta era suficiente
venganza.1 ª Después de la muerte de Germánico, el
pueblo estaha tan encolerizado con los dioses que los
apedreó en SUR temploR y les rehusó abiertamente todo
aealarniento.H
Atrihuir el origen y la creación del mundo a estos
seres impcrfedmi, 111111ca cupo en la imaginación de nin­
gím politeísta o idólatra. Hcsío,lo, e11yos escritos junta-

0 Amoh. Lib. Vll, 507 II.


10 De Lac<'d. fü,p. 18.
t t Epist. X r ,l.
1!! Quint. Curlius, Lih. IV, cap. 3; Dio<l. Sic. Lib.
XVII, 41.
1a Suct. In vita A11g., cap. 16.
H Id. In vita Cal., cap. 5.

63
HISTORIA NATURAL DE LA RELIGlóN

mente con los de Homero contenían el "sistema canóni­


co de los cielos", 15 Hesíodo, decimos, supone que dioses
y hombres han surgido por igual de fuerzas desconoci­
das de la naturaleza. 16 En toda la teogonía de este au­
tor, Pandora es el único ejemplo de creación o pro­
ducción voluntaria; y aun ésta fue creada por los dio­
ses por simple aversión a Prometco, que· había provis­
to a los hombres del fuego robado en las regiones ce­
lestiale·s.17 Los antiguos mitólogos parecen haber sos.­
tenido la idea de generación, más bien que la de crea­
ción o formación, y explicado por ella el origen del
universo. Ovidio, que vivió en una época ilustrada y
que había sido instruido por los filósofos según los
principios de la creación o formación divina del
universo, observando que tal idea no puede estar ele
acuerdo con la mitología popular que él relata, la deja,
en cierto modo, separada y aparte de su sistema. Quis­
quis fuit ille Deorum? [¿Quién fue aquél entre los
dioscs?]. 18 Quienquiera haya sido entre los dioses -di­
ce-- el que disipó el caos e introdujo el orden en r.l
universo, éste no pudo ser -hicn lo sabe- ni Saturno,
ni Júpiter, ni Neptuno, ni ninguna de las deidades acep­
tadas por el paganismo. Su sistema tcológio nada le
ha enseñado sobre este asunto y él deja el pro11lcma
igualmente indeterminado.
Diodoro Sículo, 10 que comienza su tralwjo con una
enumeración de las opinioucs más razonables sohn• e1
origen del mundo, no menciona ninguna diviniclacl o
mente intcligcnl.c aumpre, con l.ocla ccrl1•za, puc,le in-

1:\ I krodot. T ,ih. II, 53; I ,11cian. J11¡1iter con/11lat11s,


De luctu, Satum, etc.
rn Jfcs. O¡wm et di<'s, 108: "Que ele igual modo sur-
gieron los dioses y los mortales hombres".
11 Tlwog. I, 570.
18 ft.frtamor¡ih. Lib. I, 32.
10 Lib. 1, G et scq.

64
LAS DEIDADES EN CUANTO NO SON CREADORAS

ferirse de su Historia que era mucho más propenso


a la superstición que a la irreligiosidad. Y en otro
pasaje,20 hablando de los ictiófagos, pueblo de la In­
dia, dice que resultando muy difícil explicar su origen,
debemos suponer que son aborígenes, que su genera­
ción no tiene principio y que su raza se ha propagado
desde toda la eternidad, tal como, con razón, afirman
algunos fisiólogos al tratar el origen de la naturaleza.
"Pero en materias como éstas -agrega el historia­
dor -que exceden por completo b capacidad del hom­
bre, puede suceder muy bien que quienes más discurren
sean los que menos saben y lleguen a lograr una acep­
table apariencia de verdad en sus argumentos, al par
que se hallan extremadamente lejos de la verdad real
y de la causa de los hechos".
Extraño sentimiento, a nue·stro entender, para ser
ahrazado por un creyente confeso y fervoroso.21 Pero
no ha sido mera casualidad que la cuestión relativa al
origen del mundo nunca penetrara, durante la edad
antigua, en los sistemas religiosos ni fuera estudiada
por los teólogos. Sólo los filósofos se dedican a cons­
truir esta clase de sistemas. Y fue', además, en una
época hastante tardía cuando a aquéllos se les ocurrió
recurrir a un espíritu de suprema inteligencia como pri­
mera causa de todo. Tan lejos se estaha, en aquellos
tiempos, ele considerar impío a quien concibiera el ori­
gen del murHlo sin 1a i11lcrv<'ncifo1 divinn, que Tales,
Annxímcn<'s, Heráclito y PI ros, que ah razaron este sis­
tema cosmog<Ínico, no suscitaron olijccioncs, al par q�

20 J ,ih. III, 20.


2t El mismo autor, que ele este moclo pneclc clar
razón lll'l origen cld nrnnclo, sin clciclncl nlgnna, consiclcra
impío explicar las catústrofcs comunes ele la vida, terremo­
tos, inunclaciorws, tempestades, etc. a partir de cansas na­
l11raks. Y clevolam<'nte los atribuye a la furia ele Júpiter
o Neptuno: clara prucha cll'l origen ele sus ideas religiosas.
Ver lib. XV, c. 48, p. 364 ( ex cdit. Hhodomanni).

65
HISTORIA NATURAL DE LA RELIGlóN

Anaxágoras, sin duda el primer monoteísta entre lm1


filósofos, fue quizás el primero a quien se acusó al­
guna vez de ateísmo.22
Nos cuenta Sexto Empírico 23 que Epicuro, siendo
niño, mientras leía con su preceptor estos versos de
Hesíodo:
El más antiguo de los seres el Caos, surgi6 primero; luego,
la inmensa tierra, asiento de todo

demostró por vez primera, joven escolar todavía, su


genio inquisitivo, con esta pregunta: ¿ Y de dónde sur­
gió el Caos? Su preceptor le respondió que debía recu­
rrir a los filósofos para resolver tal cuestión. Y a partir
de esta sugerencia Epicuro abandonó la filología y
todos los demás estudios con el fin de dedicarse a aque­
lla ciencia, la única de la que podía esperar alguna
satisfacción con rc·spccto a esas elevadas curstiones.
La gente común nunca se sintió inclinada a em­
prender investigaciones tan profundas o a deducir ra­
cionalmente sus sistemas religiosos, al par que los fi-

22 Sería f.ícil explicar por qué Tales, Anaximandro y


otros de los primeros filósofos, que realmente eran ateos,
pudieron ser muy ortodoxos con respecto al credo pagano
y por qué Anax{igoras y S<'>crates, aunque auténticos mo­
noteístas, debieron naturalmente ser considerados impíos en
la Antigüedad. Las ciegas y desordenadas fuerzas de b
naturaleza, si pudieron crear al hombre, han pocliclo crear
tamhi{:n seres como Júpiter o Neptuno que, 1or ser los más
podProsos e inteligentes del mundo, fueron o\ >jetos m:1s dig-
11os ele acloraci6n. Pero si admitimos la existencia ele una
nwntc suprema como causa primera de tocias las cosas, es­
tos caprichosos seres, si es que ele nlguna manera existen,
clcbcn aparecer como e11tera111c11tc suborclina<los y depen­
clientcs v, en co11s<'cuc11cia, dchcn S<'r excluidos ele la cate­
goría el� dioses. Platón ( De lcg. Lib. X, 88G D) explica
de este modo el l1C'cho elcl que se acusó a Anaxúgoras, es
clPcir, su negación ele la divinidad de las estrc1las, planetas
y otros objetos de la crcaci6n.
2:1 Advcrsus matliem. Lib. IX, 480.

66
LAS DEIDADES EN CUANTO NO SON cnEADORAS

lólogos y m:tólogos, según vemos, apenas alguna vez


llegaron a profundizar tanto. Aun los filósofos que
discurren sobre estos temas aceptan fácilmente las más
groseras teorías y admiten el origen común de dioses y
hombres a partir de la noche y el caos, a partir del
fuego, del agua, del aire o de cualquier otro elemento
que juzguen predominante. Mas no solo en cuanto a
su origen fueron los dioses considerados dependientes
de ]as fuerzas naturales. A través de toda su existencia
se los reputaba también sujetos al dominio del hado
o del destino. Pensad en el poder de la necesidad -dice
Agripa al pueblo romano- esa fuerza a la cual aun
los dioses deben sometersc_':H Y Plinio el Joven,25 de
acuerdo con esta manera de pensar, nos cuenta que en
medio de la oscuridad, el horror y la confusión que
siguieron a la primera erupción del Vesubio, muchos
afirmaron que toda la naturaleza marchaba hacia su
ruina y que dioses y hombres sucumbirían juntos en
la misma catástrofe. Somos, sin duda, demasiado be­
n(!volos si dignificamos con el nombre de religión a
tan imperfectos sistemas teológicos y los colocamos al
nivel de otros sistemas posteriores, fundados en prin­
cipios má.s justos y sublimes. Por mi parte, apenas
puedo admitir que aun los principios de Marco Aure­
lio, Plutarco y algunos otros rstoicos y académicos,
au11q 11c más sutiles que las supersticiones paganas, sean
dignos del honroso nomhrc ele "monotcísn10". Por­
que si hicn 1a mitología ele los paganos se asemeja a
los a11tiguos sistemas europeos <k seres espirituales, en
cuanto <·xcl11ye a Dios y a los iíng1·lcs y solo conserva
hadas y genios, lamhi(·n puede <l<'cirsc con razón que el/
crc<ln ele estos filiísofos cxcluy<� una <lcitla<l y solo con­
serva ángeles y hadas.

2·1 Dionys. llalic. Lib. VI, 54.


!!:í Epist. Lib. VI.

67
CAP1TULO V

DIVERSAS FORMAS DEL POLITEISMO


LA ALEGORIA Y EL CULTO
DE LOS HÉROES

Nuestra actual tarea consiste principalmente en


considerar el grosero politeísmo del vulgo y en ras­
trear todas sus diversas manifcsta<'ioncs en los prin­
cipios de la naturaleza humana de los cuales derivan.
Quienquiera que, por medio de argumentos, lle­
gue a conocer 1a existencia ele un poder inteligente e
invisible, dehe razonar a parlir del admirahle plan de
la naturaleza y suponer que el mundo es la hechura de
ese ser divino, causa primera ele todas las cosas. Pero
el politeísmo vulgar, lejos de aceptar tal idea, diviniza
todas las p�Hle::; dd universo y corwi!Je a todos los lllÚ:i
11otnhlcs produclos ,1,� la nal11rnlcza como otros tantos
dioses venla,kros. El sol, la I11na y las <'slrcllas son
todos dioses de ac1wrdo con su sislt)llla. Las f11cnl<'S
<'slún l1al>iladas por ninfas y los úrl10lcs por hamndría­
das. A1111 los monos, ¡wrros, galos y otros nni111alcs,
son mudias veccs sagrados ante sus ojos y le i11fun­
d,·11 religiosa ve1wraciú11. 1),, tal 111odo, no ohslanlc la
fuerte lendencia de los l10ri1brcs a ad111ilir 1111 poder in­
teligente e i11vi:1ihlc en la naturaleza, c':slos se sienten
igualmente inclin;idos a fijar s11 alcnción sobre los
objetos sensibles y visibles y, con el fin <le conciliar

68
DIVERSAS FORMAS DEL POL!TEISMO

dichas inclinaciones contrapuestas, llegan a unir la


fuerza invisible con ciertos objetos visibles.
La adjudicación de distintos dominios a las dife­
rentes deidades pued'3 ocasionar también algunas ale­
gorías, tanto físicas como morales, que integran los
sistemas del politeísmo vulgar. El dios de la guerra
será representado, por supuesto, como un dios violento,
cruel e impetuoso; el dios de la poesía será delicado,
fino y agradable; el de los mercaderes, especialmente
en los tiempos primitivos, rapaz y falso. Las alegorías
que creemos hallar en Homero y otros mitólogos son
a menudo tan forzadas, lo confieso, que los hombres
de buen sentido se sienten inclinados a rechazarlas por
completo y a considerarlas como mero producto de la
fantasía y de la imaginación de críticos y comentado­
res. Pero que la alegoría ocupa un lugar en la mitolo­
gía pagana es innegable aun para la más supE:rficial
consideración. Cupido era hijo de Venus; las Musas,
hijas de la Memoria; Promctco era el hermano inteli­
gente y Epimeteo, el .hermano tonto; Higia, diosa de
la Salud, descendía de Esculapio, el dios de la Me­
dicina. ¿, Quién no ve en éstos y en muchos otros ca­
sos, las claras huellas de la alegoría? Cuando se su­
pone que un dios dcLerminado gobierna cada pasión,
cada aco11lccimic11to o cada sistema de acciones, re­
sulta casi inevitable adjudicarle gc11ealogía, atributos y
aventuras de acuerdo con sus s11p11cstos poderes e in­
fluencia y dejarse llevar por estas similituclcs y compa­
raciones que la11to halagan al espíritu humano. No dc­
l>emos suponer, por cierto, que alegorías enteramente
perfectas sean productos de la ignorancia y la supers­
ticiú11, pues 11i11g11na obra dd ingenio requiere mano
miis primoro::;a y ni11g1111a ha sido mis rara111c11te lle­
vada a cabo con éxito. Que el M iulo y el Terror sean
hijos de Marte es aceptable. Pero ¿por qué de Venus? 1

1 Hesiod. 1'/ieog. 935.

'6
9
HISTORIA NATURAL DE LA RELIGIÓN

Es aceptable también que la Armonía sea hija de Ve­


nús. Pero ¿por qué de Marte? Se puede admitir que
el Sueii,o sea hermano de la Muerte. Pero por qué se le
presenta como enamorado de una de las Gracias? Y
puesto que los antiguos mitólogos incurren en errores
tan groseros y evidentes, no hay razón, en verdad, para
esperar de ellos alegorías tan finas y trascendentes
como algunos han pretendido extraer de sus fábulas.
Lucrecio fue completamente seducido por la só­
lida apariencia de las alegorías que se dan en las fá­
bulas paganas. Primero se encomienda a Venus, como
fuerza creadora que anima, renueva y embellece el uni­
verso. Pero es pronto arrastrado a la incoherencia por
la mitología cuando invoca a dicho personaje alegó­
rico para que aplaque la furia de su amante Marte,
idea 110 extraída de la alegoría sino de la religión po­
pular que Lucrccio, corno epicúreo, 110 podía coherc11-
temcnte admitir.
Los dioses del vulgo se elevan tan poco con res­
pecto a las criaturas humanas que, cuando los homhn's
experimentan un fuerte scntirnfrnto de vcnernciún o de
gratitud hacia algún héroe o bc11cfador púhlico, nada
parece más natural que comcrtirlo en dios y llenar de
este modo el cielo con inccsa11lcs redutamic11los 1·11lrc
los hombres. Se supone c1ue la mayor parte de las di­
vinidades del mundo antiguo en un tiempo fueron hom­
bres y debieron su apoteosis a la admiración y el afcl'lo
del pueblo. La historia real de sus aventuras, co1-ro111-
pida por la tradición y elevada al plano de lo maravi­
lloso, llegó a ser fuente rclwsa11Lc de fúh11las, cspccial-
111e11te al pasar a manos de podas, alegorislas y sacer­
dotes que, s11ccsiva111c11lc, cxplolaron el aso111bro y d
pasmo de las nia.-,as ignorantes. Tarnlii(!n pintores
y escultores n·cla111aro11 sus dividendos cn los sagrados
misterios y, al proporcionar a los lwnil>res rcprcse11-
Lacio11cs sensibles de sus divinidades, que revestían de
figuras l11111w11as, dieron gran impulso a la devoción

70
DIVERSAS FORJ.1,JAS DEL POLITEISMO

pública y fijaron su objeto. La carencia de dichas artes


ha sido probablemente causa de que en épocas bár­
baras los hombres divinizaran a las plantas, a los
animales y aun a la materia bruta e inorgánica. Antes
que prescindir de un objeto sensible de adoración die­
ron categoría divina a formas tan desmañadas. Si
algún escultor sirio hubiera podido, en épocas primiti­
vas, modelar una imagen exacta de Apolo, la piedra
cónica, Heliogábalo, nunca hubiera llegado a ser ob­
jeto de tan profunda adoración ni hubiera sido acep­
tada como representación de la deidad solar.2
Estilpón fue desterrado por el consejo del Areó­
pago por afirmar que la Minerva de la ciudadela no era
en modo alguno divina, aunque sí lo era la labor de
Fidias, el escultor. 3 ¿ Qué nivel de racionalidad hemos
de esperar que tengan las creeencias religiosas del vulgo
en otros pueblos, cuando atenienses y areopagitas in­
currían en tan groseros errores?
Éstos son, pues, los principios generales del po­
liteísmo que se fundan en la naturaleza humana y, en
muy poco o en nfüla, dependen clel rnprichn o del acaso.
Corno las causas que provocan b folicidad o la desgra­
cia, son, por lo general, muy poco conocidas y muy in­
cierl:is, nuestros ansiosos esfuerzos se <lirigcn a lograr
<fo ellas una idea correcta y no cnumlrnrnos mejor so­
l11ciún q1w n'pn'."Cnl:.írnoslas como a1c11tcs <lotados de
intdig<�ncia y vol1111tad d igual q1t" nosol ros mismos,
solo que con 1111 poco 111ús <le poder y sal>id11ría. El
J;111!l:'.do i11P11jo <k 1�tos scr\'s y -:11 ::r:'I1 ¡,ro¡H'11�;j{,n a
las <fohilidadcs h11111anas da l11g, .r a 11,s disti11tDs rcpar-
1

2 Ill'ro<lian. Lih. V, 3, 10. Júpil<'r AnH'ltl es r('prcscn­


tado por Curcio como una cl!'idad de la misma <'s¡wcie,
I .ib. IV, 7. 1,os :írahcs y los pcsirn111lcs adoraban tamhi{'.11,
co1110 cll'idades, a pit)tlras i11fomws y sin tallar. Arnoh.
Lib. VI, 4DG A. Ilasla tal p1111lo su inscnsalt'z superaba a
la de los egipcios.
3 Diog. Lacrt. Lib. II, 16.

71
' HISTORIA NATURAL DE LA RELIG/óN

tos y divisiones de su autoridad y, de este modo, surg�


la alegoría. Los mismos principios divinizan, como es
natural, a aquellos mortales que son superiores en
fuerza, coraje o sabiduría y originan el culto de los
héroes, junto con las fabulosas historias y tradiciones
mitológicas, en todas sus caóticas y extravagantes ma­
nifestaciones. Y puesto que una inteligencia espiritual
e invisible es un concepto demasiado sutil para el en­
tendimiento del vulgo, los hombres la vinculan, como
es natural, a ciertas representaciones sensibles, tales
como las partes más notables de la naturaleza o las
estatuas, imágenes y pinturas que una época más ref i­
na da se forja de sus divinidades.
Casi todos los idólatras, de cualquier época o lu­
gar, coinciden en estos principios y concepciones ge­
nerales y aun las características y poderes específicos
que atribuyen a sus dioses no son muy diferentes entre
sí.4 Los viajeros y conquisladorcs griegos y romanos
reconocían sin mayor dificultad a sus propios dioses en
todas partes y decían: Éste es Mercurio; aquélla es
Venus; éste, Marte; aquél, Neptuno, cualquiera fuera
el nombre con que se designara a los dioses extranje­
ros. La diosa Berta de nuestros antepasados sajones
no parece haber sido distinta, de acuerdo con Tiicilo,lí
de la Madre Tierra de los romanos, y tal conjetura era,
evidentemente; acertada.

4 Sohrc la rcligi611 ele los galos, ver César, De bello


gallico, Lib. VI, 17.
n De moribus gcrm. 40.

72
CAP1TULO VI

ORIGEN DEL MONOTEÍSMO


A PARTIR DEL POLITEÍSMO

La doctrina de un dios' supremo y único, autor de


la naturaleza, es muy antigua. Se propagó entre gran­
des y populosas naciones y dentro de ellas fue abra­
zada por hombres de todas clases y condiciones so­
ciales. Pero quien pensare que debió su éxito a la
prevalcnte fuerza de las invencibles razones en que, sin
duda alguna, se fundaba, demostrará estar poco fami­
liarizado con la ignorancia y estupidez de la gente y
con los incurables prejuicios que tienrn con respecto
a sus propias supersticiones. Aún hoy y en Europa, si
preguntamos a un hombre del pueblo por qué cree en
la existencia ele un onrnipolcnlc creador del mundo,
jamás ha de mencionar la IH'llcza de las causas finales,
que ignora complctarncn!c; no cxlc11clení sus manos pa­
ra hacernos contemplar la f!(·xiliiliclacl y variedad de
las articulaciones d1� sus dedos, la uniforme encorvadu­
ra de lodos ellos, el equilibrio que logran con el pulgar,
las parles delicadas y carnosas de la palma y todas
las otras circunstancias que hacen a dicho miembro
apto para la función a la cual ha sido clcslinado. A
todo esto está acostumlJrado desde hace mucho y lo
mira con despreocupación e indiferencia. Os hablará
<le la repentina e inesperada muerte de un hombre, de

73
'
l HISTORIA NATURAL DE LA REL/GióN

la caída y contusiones de otro, de la extraordinaria se­


quía de tal estación o del frío y las lluvias de tal otra.
Atribuye todo esto a la inmediata intervención de la
providencia y estos mismos hechos que, para quien
sepa razonar correctamente, constituyen las principa­
les objeciones contra la aceptación de una suprema
inteligencia, vienen a ser para él argumentos a favor
de la misma.
Muchos monoteístas, aun los más fervorosos y
sutiles, han negado la existencia de una providencia
particular y han sostenido que la soberana Inteligencia
o primer principio de todas las cosas, habiendo esta­
blecido las leyes generales por las cuales había de re­
girse la naturaleza, les concedió luego un libre e inin­
terrumpido curso, sin perturbar, en cada caso, con
particulares decisiones, el orden prefijado de los acon­
tecimientos. De la hella armonía -afirman- y del
estricto cumplimiento de las reglas estahkcidas extrae­
mos el argumento principal del monotdsmo y, par­
tiendo de los mismos principios, estamos capacitados
para responder a las principales ohjeciorws que se le
hacen. Peto esto es tan poco comprendido por la ge­
neralidad de los hombres que, donclcq11iera encuentren
alguien que atribuya todos los fenómenos a causas na­
turales y rechace la intervención particular ele un dios,
se inclinan a sospecharlo de In rnús grosera infi<ldi­
dad. Poca filosofía -dice Lord Bacon- hace a los
hombres ateos; mucha, los reconcilia con la rdig iá11.
Pues los homhres que han aprernliclo, a lrav(·s de s11-
pcrsticiosos prejuicios, a poner el acento ,londc no cn­
rresponcle, cuando rslo ks falla y clcsc11hrcn, al refle­
xionar un poco, que d curso ele la naturaleza <'S n�­
gular y uniforme, observan que toda su fe se larnhalca
y desmorona. Pero si los mismos homhres, a través de
una mayor rcflcxiún, llegan a aprcnclcr que pn·cisa­
mcntc tal rrg11foriclad y uniformidad es la prucha más
acabada de la ex i,-tcncia de un designio y de una in-

74
ORIGEN DEL MONOTEISMO A PARTIR DEL POLITEISMO

teligencia suprema, vuelven a aquella creencia de la


cual habían desertado y pueden fundarla ahora sobre
una base más firme y permanente.
Las convulsiones de la naturaleza, catástrofes, pro­
digios y milagros, aunque contradicen en gran parte la
idea de un plan elaborado por un sabio rector, impri­
men en el hombre los más fuertes sentimientos religio­
sos, pues las causas de los hechos aparecen entonces
como sumamente desconocidas y extrañas. La locura,
la furia, la ira y la inflamada imaginación, aunque
rnbajan al hombre casi al nivel de las bestias, son con­
sideradas a menudo, por razones similares, como los
únicos estados en que podemos lograr una comunica­
ción inmediata con la divinidad. De aquí podemos con­
cluir, por lo demás, que si en aquellos pueblos que
abrazaron la doctrina del monoteísmo, el vulgo lo funda
todavía sobre principios irracionales y supersticiosos,
aquéllos nunca fueron inducidos a tal creencia por
alguna especie de argumentos, sino por un proceso men­
tal más acorde con su temperamento y capacidad.
Puede suceder fácilmente, en un pueblo idólatra,
que los hombres admitan la existencia de varios dio­
ses finitos y que, no obstante, crean en un dios
único a quien venernn y adoran de un modo particular.
Suponen entonces que en la distrihución clcl poder y
el dominio entre los diversos diost�s, su propio pueblo
está sujeto a la jurisdicción de esta deidad particular,
o, red ucicnclo las cosas celestes a sus similares tcrrc-
11as, rcprescntau a un único dios como el príncipe o
magistrado supremo que, pese a su idéntica natura­
leza, gohierna a los demás con la misma llUloridad
con que un monarca terreno ejerce su poder sobre
súbditos y vasallos. Bien sea considerado este dios co­
rno patrono particular o corno soberano de todo el
ciclo, sus fieles se esforzarán por Lodos los medios para
ganar su favor. Y supo11ic11do que se complace, como
ellos mismos, con loas y liso11jas, no ahorrnráu elogio

7S
f-JISTORIA NATURAL DE LA RELIGIÓN

ni encomio alguno en sus invocaciones. A medida que


el temor y la miseria de los hombres se hace sentir
más, inventan éstos todavía nuevas formas de adulación.
Y en todos los casos, aquel que supera a su antecesor
en la exageración de las glorias de la divinidad es
seguro que será superado por su sucesor con nuevos y
más pomposos epítetos de alabanza. Así proceden has­
ta que llegan al mismo infinito, más allá del cual no
hay superación posible. Y estaría bien si con esta
competencia por superar y representar una magnífica
simplicidad no se internaran en un misterio inexpli­
cable y destruyeran la naturaleza inteligente de su dei­
dad, única base sobre la que puede fundarse una ado­
ración racional. Mientras los hombres se limitan a la
noción de un ser supremo, creador del universo, coin­
ciden, por azar, con los principios de la razón y de la
verdadera filosofía, aun cuando sean llevados a este
concepto no por razón, de la que son en gran me­
dida incapaces, sino por la adulación y el temor de las
más vulgares supersticiones.
Frecuentemente encontramos en las naciones bár­
baras, y aun a veces en las civilizadas, que cuando se
agotan todas las formas de alabanza a los gobernantes
despóticos, cuando todas las cualidades humanas han
sido exaltadas al máximo, sus serviles cortesanos los
representan finalmente corno auténticas divinidades y
los muestran ante el pueblo como seres dignos de ado­
ración. ¡ Cuánto rnús natural resulta, al fin y al cabo,
que un dios finito, a quien en un comienzo se consi­
deró autor de los bienes y males particulares d� la
vida, sea finalmente presentado como soLcrnno hacedor
y regulador <.lcl universo!
Aún en el caso de que csla noción de una suprema
deidad se halle finncmcnle arraigada, aun cuando
debiera oscurecer todos los demás cultos y abatir todos
los objetos de reverencia, si el pueblo ha conservado
la creencia en una divinidad tutelar subordinada, san-
·. . ·�'

76
ORIGEN DEL MONOTEISMO A PARTIR DEL POL!TEISMO

to o ángel, sus invocaciones a estos seres resurgen pau­


latinamente y usurpan la adoración debida al dios su­
premo. Antes de ser rechazada por la Reforma, la
Virgen María, siendo al comienzo simplemente una
buena mujer, había pasado a usurpar muchos atributos
del Todopoderoso. Dios y San Nicolás se hallan en el
mismo plano en todas las oraciones y súplicas de los
moscovitas.
Encontramos así un dios que, por amor, se convir­
tió en toro para raptar a Europa y que, por ambición,
destronó a su padre Saturno y llegó a ser el Óptimo
lVIáximo de los paganos. Del mismo modo, el Dios
de Abraham, Isaac y Jacob llegó a ser la suprema dei­
dad o Jehová de los judíos.
Los dominicos, que negaban la inmaculada con­
cepción, han sido siempre muy desdichados a causa de
su doctrina, aunque razones políticas impidieron que
la Iglesia romana los condenara. Los franciscanos aca­
pararon toda la popularidad. Pero en el siglo XV,
como sahcmos por Iloulainvilliers, 1 un franciscano ita­
forno sostuvo que, durante los tres días que Cristo es­
tuvo sepultado, la unión hipostiílica se disolvió y que
por su nal.ural('za humana no fue o!Jjcto digno de ado­
rnciú11 durante ese período. Sin necesidad de ser adivi­
no puede suponerse que tan grosera e impía blasfemia
liahría de �cr nnatemalizacla por el pueblo. tsta fue
la ocasiún para que los dolllinicos profiri<'l'illl tremen­
dos insultos y obtuviernn así alguna compensación por
sus infortunios en la dispula solire la inmaculada co11-
cepció11.
Antes que ahandonar esta lcnclrnf'ia a la adulación,
los adeptos de una religión positiva, en todas las <)pü·
cas, se han c11111arniín<lo en los rnús grandes absurdos
y contradicciones.

1 II isloírc abrégéc, pág. 499.


,.,.,.
HISTORIA NATURAL DE LA RELIGlóN

En cierto pasaje, Homero llama a Océano y Tetis


los progenitores de todas las cosas, conforme a lo es­
tablecido por la mitología y la tradición de los griegos.
En otros pasajes, sin embargo, no puede dejar de ren­
dir homenaje a Júpiter, el dios reinante, con aquel
magnífico título y lo llama por eso padre de los dioses
y los hombres. Olvida que todos los templos y las
calles estaban llenos de antepasados, tíos, hermanos y
hermanas de Júpiter, el cual no era sino un parricida
advenedizo y usurpador. Una contradicción parecida
se observa en Hesíodo, que es mucho menos excusa­
ble, puesto que su expresa intención fue brindar una
verdadera genealogía de los dioses.
Si hubo una religión ( y podemos sospechar al
mahometismo de esta inconsecuencia) que a veces pin­
taha a Dios con los colores más sublimes, como crea­
dor del cielo y de la tierra, y a veces lo degradaba
casi hasta el nivel de la criatura humana, en cuanto
a sus poderes y facultades, al mismo tiempo que le
atribuía flaquezas, pasiones y parcialidades de orden
moral, esa religión, después de haberse extinguido, se­
ría citada todavía como ejemplo de aquellas contradic­
ciones que surgen de las vulgares, groseras y naturales
concepciones de la humanidad, que se oponen a su
continua propensión a la alabanza o la exageración.
Nada sin duda podría probar mejor el origen divino de
cualquier religión que descuhrir ( y éste es felizmente
el caso del Cristianismo) que está libre de esas contrn­
diccioncs, tan frecuentes en la naturaleza humana.

78
CAPITULO VII

CONFIRMACIÓN DE ESTA
DOCTRINA

Parece cierto que, aunque el vulgo, en sus nocio­


nes primitivas, representa a la divinidad como un ser
finito y la considera solo como causa particular de· la
salud o la enfermedad, la abundancia o la miseria, la
prosperidad o la desgracia, cuando alguien intenta in­
culcarle ideas más elevadas sohre aquélla, estima peli­
p;roso rehusarles sn asentimiento. ¿Dirás tú que tu
dios es un ser finito y limitado en sus perfecciones,
que puede ser superado por una fuerza más poderosa,
que está sujeto a pasiones, clolort>s y flaquezas huma­
nas, que tiene un prindpio y puede trner 1111 fin? El
vulgo no se atrrvc a afirmarlo. Pero como considera
mfü; seguro cumplinwntnrlo 111cdianlc ll1H)'Orcs elogios,
trata de congraciarse con t)l, fingiendo arrohamiento
y ckvociún. En apoyo ele lo anl<'riormentc expresado
po<l<�mos ohscrvar que el asc11li111ic11Lo del vulgo c1:1 un
este caso mcrnmcnlc n�rl,nl y que el mismo es incapaz
ele coricchir aq1wllas s11hli111rs c1w.licl:Hks que apai'cn­
tc111c11l,• nlril>11yc n la Dcidncl. La ideal re:d que tiene de
ella n�sulla, no ohstanlc su pomposo lc�nguajc, tan po­
hrc y frívola corno siempre. Esta i11trligc11cia origina­
ria, dicen los magos, que es el pri111er principio ele to­
<lns las cosas, se n:vda de un modo inmediato solo a

79
'
'

;
HISTORIA NATURAL DE LA RELIGióN

la mente y el entendimiento. Ha colocado, en cambio,


al Sol como su propia imagen dentro del universo vi­
sible. Y cuando el brillante astro ilumina con sus
rayos la tierra y el firmamento, es tan solo un tenue
reflejo de la gloria que habita en los altos cielos.
Si quieres escapar a la ira de este ser divino, debes
cuidarte de no asentar tu pie desnudo en el suelo,
de no escupir el fuego y de no arrojarle agua, aunque
estuviera destruyendo una ciudad entera. 1 ¿ Quién pue­
de expresar las perfecciones del Todopoderoso?, dicen
los mahometanos. Aun la más noble de sus obras es
escoria y basura comparada con él. ¡ Cuánto más lejos
no ha de quedar la mente humana ele sus infinitas per­
fecciones! Su sonrisa y su favor hacen al hombre eter­
namente feliz. Y para que lo sean también sus hijos,
el mejor método es cortarles un pequeño trozo de piel,
del ancho de un cuarto de pcnic1uc, mientras son ni­
ños. Tomad dos trozos de tela -dicen los católicos
romanos--� de pulgada o pulgada y mcrlia de ancho,
unidlos por las puntas con dos cordones o cintas de
dieciséis pulgadas de largo, más o menos, colocadlo
sobre vuestra cabeza de modo que una ele las partes de
la tela caiga sobre vuestro pecho y la otra sohre la
espalda, manteniéndola junto al cuerpo: no hay mejor
secreto para congraciarse con ese Ser infinito que exis­
te desde 'siempre y para siempre.
Los gctas, comúnmente llamados inmorlalcs, por
su arraigada creencia en la inrnorlalicl1Hl cid alma,
eran auténticos monoteístas y unitarios. Sostenían que
Zamolxis, su dios, era el único vcrdaclcru y afirmaban
que todos los demás puchlos adoraban simples ficciones
o quimeras. ¿ Pero quiere decir esto que sus ideas re­
ligiosas eran algo más perfectas a causa de estas su-

1 Hydc. De Hclíg. vctcmm pcrsarum.


2 Llamados escapularios.

80
CONFIRMAClóN DE ESTA DOCTRINA

blimes pretensiones? Cada cinco años sacrificaban una


víctima humana, que llevaba un mensaje a su dios para
hacerle' conocer sus deseos y necesidades. Y cuando
tronaba se encolerizaban hasta tal punto que, para res­
ponder al desafío, le arrojaban flechas sin rehuir tan
desigual combate. Éste es, por lo menos, el relato que
hace Heródoto acerca del monoteísmo de los inmor­
tales getas.3

a Lib. IV, 94

81
''P
'

'

,,'
�\

CAPITULO VIII

FLUJO Y REFLUJO DEL POLITEISMO


Y EL MONOTEISMO

Dehe señalarse c¡ue los principios religiosos sufren


una suerte de flujo y reflujo en la mente humana y que
los hombres tienen una tendencia natural a elevarse
de la idolatría al monoteísmo y a recncr ele nuevo del
monoteísmo en h idolatría. El vulgo, o sea por cierto
toda la hnmanidad excepto unos po<'os. corno rs igno­
rante y carece de instrucción, rnmca eleva su mirada
al cielo ni investign la oculta est rncl11rn de los vege­
tales y animales hasta llegar a drsc11hrir una rnrnl<�
suprema o una originaria proviclenri:1 que ha or,lcnn<lo
todas lmr partes de la naturaleza. Ohsrrva rsla ohra
admirnhle desde un punto de vista más limita,lo y
C''goísta y viendo que su propia felici,ln<l o dPsdi1·lrn
dC'pcnde de las influencias secretas y rk h impn'visla
concurrencia de los objetos cxlrrion�s. d1•dic·n ¡wrrna­
ncntc atención a las causas rfrsrnno,·irlrrs qtt<'' l';ol,icrnnn
todos esos fenómenos nat11ral1•s y di";t ril,11,·rn c·l plac<'r
y el dolor. el b;en y el mal, pnr nwdio ,fo s11 po1lcr11sa
aunque ca11ada acción. Tn111l,ií·11 se npdn a lns c:111sas
desconocidas en todas las JH:cr•sidnrlcs urgcnlcs. Y en
esa vaga apariencia y confusa inwt,·11 se cifra el objdo
eterno ele las espPrnnzas y l!'morcs, de los deseos y
aprensiones humanas. La activa imaginación del hom-

82
FLUJO Y REFLUJO DEL POLITE!SMO Y EL MONOTE!SMO

bre, molesta por e·sta concepción abstracta de los ob­


jetos de los que constantemente se ocupa, comienza poco
a poco a hacerlos más particulares y a revestirlos de
forma más adecuada a su natural comprensión. Los
representa entonces como seres sensibles e inteligentes al
modo de los hombres, movidos por el amor y el odio,
sensibles a los dones y los ruegos, a las plegarias y los
sacrificios. De aquí, el origen de la religión; de aquí,
el origen de' la idolatría o politeísmo.
Pero las mismas ansias de felicidad qne llevan al
hombre a pensar en estas fuerzas invisibles e inteli­
gentes no le permiten que durante' mucho tiempo siga
concibiéndolas de la manera simplista con que lo ha­
cía al principio, como seres poderosos pero limitados,
dueños del destino humano pero esclavos del hado y
del curso de la naturaleza. Las loas y alabanzas exa­
geradas de los hombres exaltan aún más la idea que
tienen de ellos y, con el deseo ele elevar a sus dioses
a los más altos niveles de perfección, terminan por con­
cchir los atrihutos de unidad, infinitud, simplicidad y
espiritualidad. Estos sutiles conceptos, que exceden un
tanto la comprensión común, no se mantienen largo
tiempo en su pureza original, sino que es nece·sario
apuntalarlos con la noción ele intermediarios inferiores
o a�enles s11honlinados que se int<'rponcn entre los
homhres y sn suprema dt> icln<l. Tales sPmi1lioses o sc­
n�s intcrnw<lios, como participan m1Ís de la naturaleza
humana y nos son miís familiares, ll<·gan a conver­
tirse en Pl principal ohj<'to el<· ,11·,·nciún v p:111latina­
rne11le se vnclvc a aqurlla iclnfolría qtH� haliía si,lo antes
desterrada por lns ardi<·nlcs pl(·rrarias y panPgíricos ele
temerosos y mÍs<'ros 111orlafos. Pt·ro co1110 estas reli­
giones idnlútricas c,wn conli1111amn1l1� <'ll los errores
nHÍs groseros y en las corwqwioiws 1111ís vulgareR, se
cl1•sfrt1yen finalmente a sí rnisrna.c; "· �r:wias a las viles
i111ág¡•ncs que ele sus clinscs se forjan, liacen tornar
nuevamente el flujo hacia el monoteísmo. Pero en

83
r HISTORIA NATURAL DE LA RELIGION

esta alternada revolución de los sentimientos humanos,


es tan fuerte la tendencia a volver a la idolatría que
la mayor precaución posible no puede impedirla efi­
cazmente. Los judíos y mahometanos, entre otros mo­
noteístas, han sido en especial propensos a ello, como
se ve por el hecho de que suprimieran todas las artes
escultóricas y pictóricas, no permitiendo siquiera que
las reproducciones de figuras humanas fueran hechas
de mármol o en colores, por temor a que la común
flaqueza de los hombres pudiera derivar de aquí la
idolatría. La débil comprensión humana no puede que­
dar satisfecha al concebir a su dios como un puro espí­
ritu y una inteligencia perfe'cta. Y, sin embargo, su
natural terror le impide atribuirle la menor sombra de
limitación o imperfección. Los hombres fluctúan entre
estos sentimientos encontrados. Su misma flaqueza los
arrastra aún más abajo, de un dios omnipotente' y es­
piritual hacia un dios corpóreo y limitado, de un dios
corpóreo y limitado hacia una estatua o representación
visible. La misma propensión a lo sublime los impele
nuevamente hacia arriba, de la estatua o imagen ma­
terial al poder invisible, a la idea de una deidad infi­
nitamente perfecta, creadora y soberana del universo.

b1
CAPITULO IX

COMPARACIÓN DE ESTAS RELIGIONES CON


RESPECTO A LAS PERSECUCIONES Y A LA
TOLERANCIA

El politeísmo o adoración idolátrica, al estar ba­


sado íntegramente en las tradiciones vulgares, se halla
expuesto a est� grave inconveniente: cualquier prác­
tica u opinión, por bárbara o corrompida que sea,
puede ser aceptada por él y deja un amplio margen
para que la bellaquería se erija sobre la credulidad,
hasta que la moral y los sentimientos humanitarios ex­
pulsan los sistemas religiosos de entre los hombres.
Al mismo tiempo, la idolatría tiene una evidente ven­
taja. Y es que, al limitar el poder y las funciones de
sus dioses, admite naturalmente a los dioses de otras
sectas y pueblos como partícipes de la divinidad y hace
compalihles cnlrc sí a todas las diversas deidades, así
como a sus ritos, ceremonias y Lradiciones. 1
El monoteísmo es Lodo lo contrario, tanlo en sus
ventajas como e11 sus desventajas. Como este sistema
supone r1ue existe 1111 solo dios, que es la perfección
de la razú11 y la bondad, podría, si fuera seguido fiel­
mente, abolir Lodo lo frívolo, irracional e inhumano

1 Verrio Flaco, citado por Plinio, Lib. XXVIII, c. 2,


afirmaba que era común cutre los romanos, antes de sitiar

85
HISTORIA NATURAL DE LA REL!GlóN

del culto religioso y dar a los hombres el ejemplo mas


insigne así como las más convincentes razones de jus­
ticia y benevolencia. Estas importantes ventajas no
son neutralizadas por cierto ( pues ello sería imposi­
ble), pero sí algo disminuidas por los inconvenientes
que surgen de los vicios y prejuicios humanos; cuando
se admite un solo objeto de devoción, la adoración de
otros dioses es considerada impía y absurda. Esta uni­
dad de objeto de ningún modo parece requerir la uni­
dad de fe y ceremonias; tampoco produce homhrcs
intrigantes que pretenden representar a sus adversarios
como impíos ni confundir los objetos de la venganza
divina con los de la venganza humana. Como cada

I
secta se siente segura de que su propia fe y su propio
culto son absolutamente gratos a la deidad y como na­
die podría pensar que al mismo Ser pueda complacér­
sele con ritos y principios diferentes y opuestos, las
diversas sectas caen en natural animosidad y descargan
mutuamente ese celo y rahia sagrados que son las más
furiosas e irnplacahle·s de todas ]as pasiones humanas.
El espíritu tolerante de los iflólatras, tanto en los
tiempos antiguos corno en los modernos, resulta muy
evidente para cualquiera, aun para el menos versado
en los escritos de historiadores y viajeros. ¿, Qué res­
pondía el oráculo de Delfos cuando se le prPguntaha

cualquier ciudad, invocar al dios tutelar dd ]ugar y, pro­


mctiéndo]e honores m:'is grandes que ]os que clisfr11taha,
sobornarlo para que traicionara a sus antiguos fieles. Por
esta razón, el nombre del dios tutelar de Homa era man­
tenido en el mayor secreto religioso, para que los enemigos
de la República no pudieran, del mismo modo, ponerlo a
su servicio. Porque sin el nombre, pensaban, resulta impo­
sible realizar una maniohra de este tipo. J>linio dice que
1a forma común de invocación se conservaba, en su tiem­
po, en el ritual de ]os pontífices. Y Macrohio nos ha trans­
mitido una copia del mismo extraída de los secretos de
Samónico Sereno.

86
COMPARACIÓN DE ESTAS RELIGIONES

cuáles eran los ritos o cultos más aceptables para los


dioses? "Aquellos que están legalmente establecidos en
cada ciudad". 2 En esos tiempos, aun los sacerdotes
podían admitir, según parece, la salvación de quienes
pertenecían a diferentes comuniones. Los romanos
adoptaban comúnmente los dioses ele los pueblos con­
quistados y nunca discutían los atributos de las dei­
clades locales y nacionales en cuyos territorios residían.
Las guerras religiosas y las persecuciones de los egip­
cios idólatras son, por cierto, una excepción a esta re­
gla; pero los autores antiguos las expHcan por singu­
lares y notables razones. Entre los egipcios, las dHe­
rentes especies de animales eran los dioses de las di­
ferentes sectas y, como estos dioses guerreaban de
continuo entre sí, comprometían a sus devotos en la
misma lucha. Los adoradores de los perros no podían
permanecer largo tiempo en paz con los adoradores
de los gatos o los lobos.3 Pero cuando no existían
dichas razones, las supersticiones egipcias no eran tan
incompatibles con las demás como comúnmente se ima­
gina, pues sabemos por Heródoto 4 que Amasis contri­
huyó con enormes sumas a la reconstmeeión del templo
de Delfos.
La intolerancia de casi todas las religiones que
han conservado la unidad de Dios es tan evidente co­
rno los principios contrarios de los politeístas. Es hien
conocida ]a implacahfo f'slrcdll'z de espíritu de los ju­
clírn,. El mahometismo I icrw principios todavía más
sangrientos. Y aún hoy 111aldic<'ll, aunque ya no qnc­
rnen o lorl11rc11 con fuego, a tod:1s las otras sectas. Y
si <'nin� los nisli:111os, i11g1<'scs y h1llan,kscs han ahrn­
zaclo los principios cfo la lol1•ra11cia, este singular he'­
cho se d!·hc a la firme rcsol11cit'111 ele los magistrados

!! Xenoph. Mcmor. Lih. I, 3, l.


H I'lutarch. De Isi<l. et Osiridi c. 72.
<t Lib. II, 180.

87
r
¡"
H!sTORIA NATURAL DE LA RELIGIÓN

civiles, en oposición a los persistentes esfuerzos de


sacerdotes y fanáticos. Los discípulos de Zoroastro ce'­
rraban las puertas del cielo a todos, excepto a los ma­
gos. 5 Nada obstruyó más el avance de las conquistas
persas que el violento celo de ese pueblo contra los
templos e imágenes de los griegos. Y después de la
caída de dicho imperio, vemos que Alejandro, como
politeísta que era, restableció inmediatamente el culto
de los babilonios que los anteriores príncipes (persas),
como monoteístas, tanto se preocuparon por abolir.º
Pues aun la ciega y devota fidelidad de aquel conquis­
tador a las supersticiones griegas no solo obstruyó los
ritos y ceremonias babilónicos, sino que él mismo ofren­
daba sacrificios de acuerdo con ellos. 7
Tan abierto es el politeísmo, que aun la mayor
ferocidad y antagonismo que pueda hallar en una reli­
gión contraria difícilmente lleguen a repugnarle y man­
tenerlo a distancia.
Augusto elogió calurosamente la cautela de su nie­
to Cayo César cuando este príncipe, al pasar por Jeru­
salén, no accedió a sacrificar de acuerdo con las leyes
judías. Pero ¿, por qué razón tanto aprohó Augusto
esta conducta? Solamente porque los paganos conside­
raban a dicha religión como innohle y hárharn. 8
Puedo aventurarme a afirmar que pocas corrup­
ciones de la idolatría y el politeísmo son más perni­
ciosas para la sociedad que esta corrupción del mono­
teísmo,9 cuando llega a su máxima expresión. Los
sacrificios humanos de cartagineses, mejicanos y mu­
chos pueblos bárbaros 10 apenas superan a la Jnqui-

r,1-Iydc De Rclig. vct. I'crsarum.


6 Arrían. De Exped., Lih. III, 10. Lib. VII, 17.
7 1d. ibicl.
s Sucton. In vita Artg. c. H3.
0 "Corruptio op timi pcssima" [ La corrupci<'m ele lo
mejor es lo peor].
lo La mayoría de los pueblos han caído en dicho cri-

88
COMPARACióN DE ESTAS RELIGIONES.

s1c10n y a las persecuciones de Roma y Madrid. Por­


que aparte de que el derramamiento de sangre no
debe ser tan grande en el primer caso como en el
último, creo que cuando las víctimas humanas son
elegidas al azar o por ciertos signos exteriores, no se
afecta en tan considerable medida el resto de la socie­
dad. Tengamos en cuenta que la virtud, el saber, el
amor a la libertad, son las cualidades que desencade­
nan la fatal venganza de los inquisidores y que, cuando
las mismas son destruidas, dejan a la sociedad en la
más vergonzosa ignorancia, corrupción y sometimiento.
El asesinato ilegal de un hombre por un tirano es más
pernicioso que la muerte de un centenar por peste,
hambre o cualquier otra calamidad.
En el templo de Diana, en Aricia, cerca de Roma,
cualquiera que asesinara al sacerdote en ejercicio es­
taba legalmente autorizado para sucederle.11 Singula­
rísirna institución: de este modo, a pesar de lo bár­
haras y sangrientas que las supersticiones vulgares sue­
len ser para los laicos, redundan por lo general en be-
11cficio del orden sagrado.

mcn clt· los sacrificios humanos. Aunque ciuiz;Ís esta impía


:mpnrsl icit'in nunca pr0valeci6 mucho c·n ni111dm puchlo ci­
vilizaclo, excepto los cartagineses. Así, los tirios pronto la
abolieron. Un sacrificio t'S concchido como un presento y
cualquier presente es ofr<·cido a la clcidacl, clestrny<.'mdolo
y volvi6nclolo int'itil para los homhrcs, quemando lo sbli<lo,
dc•rramando lo líq11iclo, matando Jo vivo. En mwstro deseo
ele 11wjor servirle nos claííamos a nosotros mismos e imagi­
namos que, ele este modo, damos prueba, por Jo menos,
ele la sinccridacl el<! mwslro amor y adoración. De este mo­
do, mwslra mNcenaria devoci<'m nos engaíía e imagina que
cngaíía a Dios.
11 Strabo, Lib. V, 239. Sucton. fo vita Cal. 35.

89
'
CAPITULO X

CON RESPECTO AL CORAJE O A LA


HUMILLAClóN

De la comparación entre el monoteísmo y la ido­


latría, extraemos algunas otras conclusiones que con­
firmarán también la observación vulgar ele que la co·
rrupción ele las cosas mejores engendra lo peor.
Allí do11de la deidad es concebida como infinita­
mente superior a la humanid:Hl, esta creencia, aunque
enteramente justa, es capaz, cuando se mezcla con su­
persticiosos temores, ele llevar el espíritu humano al
más bajo sometimiento y humillación y de presentar
las virtudes monásticas <le la mortificación, 1a peniten­
cia, la humildad y la pasividad frente al sufrimiento,
como las únicas cualidades que a aquélla le son gratas.
Pero donde se considera que los dioses son solo leve­
mente superiores a la humanidad y que muchos de
ellos se han elevado desde este rango inferior, nos sen­
timos más cómodos en nuestro trato con los mismos y
hasta podemos, sin irreverencia, aspirar a rivalizar con
ellos y a emularlos en ciertas ocasiones. Se originan
así la actividad, la pujanza, la valenl ía, la magnanimi­
clnd, el amor a la lihertn<l y todas las virtudes que cn­
grande·cen n un puel>lo. Los héroes <lcl pagnnismo co­
rresponden cxnclar11e11tc n los santos clcl papismo y n
i los derviches sagrados del mahometismo. El sitio do
1
1
I_
90
"
CON RESPECTO AL CORAJE O A LA HUMILLAC!óN

Hércules, Teseo, Héctor y Rómulo está ahora ocupado


por Domingo, Francisco, Antonio y Benito. En lugar
de la destrucción de los monstruos, del sojuzgamiento
de los tiranos y de la defensa de nuestro país natal,
flagelación y ayunos, cobardía y humildad, sumisión
abyecta y obediencia esclava han llegado a ser entre
los hombres los caminos para obtPner honores celes­
tiales.
El único gran acicate para el piadoso Alejandro
en sus expediciones bélicas era el deseo de emular a
Hércules y Baco, a quienes con razón pretendía haber
superado.1 Brasidns, generoso y noble espartano caído
en la batalla, fue honrado como héroe por los habitan­
tes de Anfípolis, cuya defensa había asumido.2 Y, en
general, entre los griegos, todos los fundadores de esta­
dos y colonias eran elevados a este nivel inferior de
divinidad por aquellos que recibían los beneficios do
sus obras.
Esto motivó la observación de Maquiavelo,3 según
la cual las doctrinas de la religión cristiana ( quiere
decir católica, pues no conocía ninguna otra), que
recomiendan solo el valor y el sufrimiento pasivos, han
sometido el espíritu de los hombres y lo han sumido
en la csdavilucl y el servilismo. Observación qtw se­
ría, por cierto, justa, si 110 hul>ina muchas olrns cir­
c1111sla11cias de la socit�dad lturnana qrw dctcrlllinan la
idiosincrasia y el carácter de 1111a rcligiún. Brasidas
cazú 1111 raLÚ11 y, como í·sl<� lo mordiera, lo dejó ir.
"Nada hay tan desprccial>/<!" -dijo- " q ue 110 me­
rezca. ser salvado, si tiene valor para defcndersc". 4
Hdar111i110, pacil'11lc y lrn111ildc1111·11le, pcr111ilía a las
pulgas y otras rqn1g11a11tes �ahandijas que se cebaran

1 Arrian. passim.
2 'T'hucyd., IJib. V, 11.
:1 Discorsi. Lib. VI.
-1 Plut. A¡)(}tl1.

91
HISTORIA NATURAL DE LA RELIG!óN

,
. lo" -d ecia-"
en e'l . "Lograremos el cie como recom-
pensa por nuestros su/rimientos: pero estas pobres
criaturas no tienen nada más que los placeres de la
vida presente"!) Tal es la diferencia que hay entre las
máximas de un héroe griego y las de un santo católico.

ó Bayle, artículo Bclannino.

92
CAP1TULO XI

CON RESPECTO A LA RAZóN O EL ABSURDO

He aquí otra observación a propósito de lo mismo


y una nueva prueba de que la corrupción de las me­
jores cosas engendra lo peor. Si examinamos sin pre­
juicio la antigua mitología pagana, según la relatan
los poetas, no descubriremos en ella ningún absurdo
tan enorme como a primera vista podríamos encon­
trar. ¿ Qué dificultad hay en creer que las mismas
fuerzas o principios, cualesquiera sean, que formaron
el mundo visible, los hombres y los animales, crearon
también una especie de criaturas inteligentes, con una
sustancia más refinada y un poder más grande que
el resto? Fácilmente se comprende que estas criaturas
puedan ser caprichosas, vengativas, apasionadas y vo­
luptuosas. Ninguna otra circunstancia es más apta en­
tre nosotros mismos para engendrar tales vicios que
el goce de un poder absoluto. En resumen, el sistema
mitológico es en conjunto tan natural que, dentro de
la inmensa variedad de planetas y lllUtHlos conteni<los
en este universo, parece más que probable que efec­
tivamente se realice en una u otra parle.
La principal objeción contra tal posibilidad en lo
que concierne a nuestro planeta, es que la misma no
aparc·ce sustentada por ninguna razón suficiente o au­
toridad. La antigua tradición, sobre la que se basan
sacerdotes y teólogos paganos, es un fundamento débil

93
1
¡

HISTORIA NATURAL DE LA RELIG/óN


;./ ' .';_:, J : ,. l
y nos ha transmitido tal cantidad de datos contradic­
torios, fundados todos ellos en una misma autoridad.
que resulta absolutamente imposible elegir alguno en­
tre todos. Por esta razón todos los escritos polémicos
de los sacerdotes paganos podrían contenerse en unos
pocos volúmenes y toda su teología consiste más en
historias tradicionales y prácticas supersticiosas que en
argumentos y controversias filosóficas.
Pero donde' el monoteísmo constituye el principio
fundamental de una religión popular, dicho dogma re­
sulta tan conforme a la firme razón que la filosofía
puede incorporarse a tal sistema teológico. Y si los
otros dogmas de este sistema están contenidos en un
libro sagrado como el Corán o son establecidos por
alguna autoridad visible como la del pontífice romano,
los razonadores especulativos los aceptan como algo
natural y ahrazan así una teoría que les ha sido incul­
cada en su primera educación y que posee además
cierto grado ele verosimilitud y ele- uniformidad. Pero
como estas apariencias resultan en conjunto engaño­
sas, la filosofía se encontrará pronto en despareja
unión con su nueva aliada. En vez de regular cada
principio, como avanza junto con ella, se corrompe
cada vez más para servir los propósitos de la supers­
tición.
Porque, dejando a un lado las inevitables incohe­
rencias que deben ser superadas y corregidas, se puede
afirmar con seguridad <Jlle toda teología popular, cspc­
cialmc11le la escolástica, siente de alguna manera la
necesidad del ahsurdo y la contradicciún. Si esta teo­
logía 110 fuera más allá de la razún y del sentido co­
mún, sus doctrinas parecerían demasiado simples y
domésticas. Es preciso multiplicar el aso111bro, aparen­
tar misterio, esforzarse por lograr tinieblas y oscuri­
dad. Se proporcioua una ocasión de' hacer méritos a
los devotos fieles que desean una oportunidad para

94
CON RESPECTO A LA RAZóN O EL ABSURDO

sojuzgar su rebelde razón, con la creencia en los más


ininteligibles sofismas.
La historia eclesiástica confirma suficientemente
e·stas reflexiones. Cuando surge una controversia, cier­
tas personas pretenden predecir siempre con certeza el
resultado. Mientras más contraria es una opinión al
sentido común, dicen, más seguro es que ha de triun­
far, aun en el caso de que dicha solución no sea exi­
gida por el interés general del sistema. Aunque la
acusación de herejía puede, durante corto tiempo, ser
repartida alternadamente entre las partes e11 pugna, la
misma siempre queda al final del lado de la razón.
Cualquiera, sostienen, con tal que tenga el suficiente
saber en esta materia como para conocer la definición
de los arrianos, pelagianos, erastianos, socinianos, sa­
belianos, eutiquianos, nestorianos, monotelitas, etc., por
no mencionar a los protestantes cuyo destino es todavía
incierto, se convencerá de la verdad de esta afirma­
ción. De este modo un sistema llega a ser finalmente
absurdo precisamente porque ha tenido un comienzo
racional y filosófico. Oponerse al torrente de la reli­
gión escolástica con máximas tan déhilrs como éstas:
es imposible que una misma cosa sea y no sea, que
el todo es mayor que la parte, que dos más tres suman
cinco, es como querer estancar el océano con un junco.
¿, Cómo se pucclcn poner razones profanas al misterio
sagrado? Ningún castigo es demasiado grande para
tal impiedad. Y los mismos fuegos que fueron cn­
cencliclos para los herejes serviriin tamhién para la
destrucción de los filósofos.

95
CAPITULO XII

CON RESPECTO A LA DUDA O A LA FE

Nos encontramos todos los días con gentes tan


escépticas con respecto a la historia que no consideran
posible que pueblo alguno haya creído nunca en prin­
cipios tan absurdos como los del paganismo griego
y egipcio, y al mismo tiempo tan dogmáticas con res­
pecto a la religión que suponen que en ninguna otra
comunión han de encontrar estos mismos absurdos.
Cambises abrigaba prejuicios semejantes y con suma
impiedad ridiculizó y aun hirió a Apis, el gran dios
de los egipcios, que aparecía anle sus profanos sen­
tidos nada más que como un gran toro manchado.
Pero Heródoto, sensatamente, atribuye este rapto de
pasión a una verdadera locura o a un desorden cere­
bral. De otro modo, dice el historiador, nunca se hu­
biera opue·sto abiertamente a un culto cstahlccido. A
este respecto, continúa, todos los pueblos están más
satisfechos con el suyo propio y piensan que llevan
ventaja sobre todos los demás.
Dehe admitirse que los católicos romanos son una
secta muy erudita y qtw ninguna olra congregación,
excepto la iglesia de Inglaterra, puede disputarle tal
título entre todas las iglesias cristianas. Sin embar­
go Averroes, el famoso árabe que sin duda conocía
las supersticiones egipcias, declaró que, de todas las
religiones, la más absurda y disparatada es aquella

96
CON RESPECTO A LA DUDA O A LA FE

cuyos fieles devoran a su deidad, después de haberla


creado. Y yo creo, por cierto, que en todo el paga­
nismo no hay ningún dogma que se preste más al
ridículo que el de la presencia real. Tan absurdo es,
que escapa a toda refutación. Existen al respecto algu­
nas divertidas historias que, aunque algo profanas, son
comúnmente narradas por los mismos católicos. Cier­
to día, un sace'rdote, se dice, dio inadvertidamente, en
lugar del sacramento, una ficha que había caído acci­
dentalmente entre las hostias sagradas. El comulgante
esperó pacientemente un tiempo a que se disolviera
sobre su lengua pero, viendo que permanecía entera,
la tiró. Ojalá gritó al sacerdote que no haya cometido
Ud. un error. Ojalá que no me haya dado Ud. el Dios
Padre. Es tan duro y resistente que no hay modo de
tragarlo.
Un famoso general, en aquel tiempo al servicio de
los moscovitas, habiendo llegado a París para reco­
brarse de sus heridas, trajo consigo a un joven turco
a quien había tornado prisionero. Algunos doctores de
la Sorhona ( que son todos tan dogmáticos corno los
derviches de Constantinopla), apiadándose de él y con­
siderando que era una lástima que c1 pobre turco se
condenara por su folla de instrucción, pidieron insis­
tentemenlc a Muslafá que se hiciera cristiano y le pro­
metieron, para estimularlo, una ahundantc ca11titlad de
1>11c11 vino en este mumlo y c1 parníso en el próximo.
Éstas eran tentacio11es demasiado fuertes para ser re­
sistidas y, por dio, habiendo sido bien instruido y
catequizado, llcgÍ> a recibir por fin los sacranwntos tlcl
baul islllo y la eucaristía. El sacerdote, sin embargo,
para que todo fuera correcto, continuó todavía con la
instrucción y al siguiente día comenzó con la pregunta
usual: ¿Cuántos dioses hay? Ninguno, respondió Be­
nito, que ése era su 11uevo nombre. ¿Cómo? ¿NingU,­
no?, exclamó el sacerdote. Seguro, dijo el honcslo pro-

97
HISTORIA NATURAL DE LA RELIGlóN

sélito, Ud. me ha dicho siempre que no hay sino un


solo Dios. Y ayer me lo comí.
Tales son las doctrinas de nuestros hermanos cató­
licos. Pero estamos tan acostumbrados a ellas que nun­
ca llaman nuestra atención, aunque' en el futuro pro­
bablemente será difícil convencer a ciertos pueblos de
que un hombre, criatura de dos piernas, pueda haber
abrazado alguna vez tales principios. Y hay mil pro­
babilidades contra una de que estos mismos pueblos
tengan, en su propio credo, alguna cosa igualmente
absurda, a la que prestarán el más absoluto y religioso
asentimiento.
Una vez me alojé en París en el mismo hotel en
que lo hacía un embajador de Túnez quien, habiendo
pasado algunos años en Londres, volvía camino de su
tierra. Observaba yo un día a su excelencia morisca
mientras se recreaba bajo el pórtico mirando los es­
pléndidos carrnajcs que por allí transitaban, cuando
acertó a pasar un fraile capuchino que nunca hal>ía
visto un turco; éste, por su parte", atilitluc acostumbrado
a la vestimenta europea , nunca había visto la grotesca
figura de un capuchino. No hay palabras para expre­
sar la admiración que cada uno inspiró al otro; si el
capellán de la embajada hubiera entrado a discutir
con dicho franciscano, la recíproca sorpresa huliiera
sido idéntica. Así, todos los hombres llaman la aten­
ción de los demás. Y no hay nada que los convenza
de que el turbante del africano es tan buena o tan mala
moda como la capucha europea. Es un hombre muy
honesto decía el príncipe de Sallée, refiriéndose a De
Ruyter. lástima que sea cristiano.
¿ Cómo pueden m,Lcd<·s aclorar a los puerros y las
cebollas?, supongamos que dice un sorhonista a un
sacerdote de Sais. Si los adoramos, replica éste, por
lo menos, no nos los com<'lllos al mismo I iempo. ¿ Pero
qué cxtraiíos ohjctos de adoración son los gatos y los
monos?, dice el erudito doclcr. Son tan buenos, por

98
CON RESPECTO A LA DUDA O A LA FE

lo menos, como las reliquias o los huesos putrefactos


de los rr.ártires, responde su no menos erudito contrin­
cante. ¿No es demencia -insiste el católico- degollar­
se mutuamente por la primacía del repollo o del pe­
pino? Sí -dice el pagano- lo acepto, si Ud. admite
que están más locos aún aquellos que disputan acerca
de' cuál tiene la primacía entre esos escritos sofísticos,
diez mil de los cuales ni igualan en valor a un repollo
o un pepino.1
Todos los observadores seguramente opinarán
( aunque por desgracia los observadores son pocos)
que si no hay ninguna otra manera de probar. la
solidez de un sistema más que la exposición de los
absurdos de los otros sistemas, todo secuaz de cual­
quier superstición podría dar una razón suficiente de
su ciega y fanática adhesión a los fines en los cuales
ha sido educado. Pero aun sin poseer conocimientos
tan vastos para basar tal certeza ( y menos quizás
cuando no se los posee) no se echa de menos entre
los hombres un suficiente grado de fervor y fe reli­
giosos. A este propósito Diodoro Sículo da un buen
ejemplo, del cual fue testigo ocular. En momentos
en que más se hacía sentir en Egipto la opresión ro­
mana, un legionario cometió inadvertidamente la sa­
crílega impiedad de matar un gato. El pueblo entero
se levantó con sumo furor contra él y todos los es­
fuerzos del príncipe no lograron salvarlo. Con segu­
ridad qtu� el senado y el pueblo de Roma, en tal caso,
no se huhieran mostrado tan susceptibles respecto a
sus deidades nacionales. Poco tiempo dcspul"S, y con
gran naturalidad, concedieron a Augusto un sitio en

1 Es extraiío que ]a religión egipcia, aunque tan ab­


surda, tuviera tan grande semejanza con 1a judía, que los
t•scrHon•s antiguos, aun ]os mús aguclm, no fueran capaces
ele s•·1ialar ninguna diferencia entre ellas. fü: también muy
digno de i:c1ialar:;c que tanto Túcito como Suetonio, cuando
me11cio11an el decreto del Senado, bajo Tiberio, por el cual

99
ll!STORIA NATURAL DE LA RELIGlóN

las mansiones celestiales y hubieran llegado a destro­


nar a todos los dioses del cielo si hubieran supuesto
que éste así lo deseaba. Praesens divus habebitur
Augustus [Como un dios presente será considerado
Augusto], dice Horacio. Este es un punto muy im­
portante y, en otros pueblos y otras épocas, el mismo
acontecimiento no ha sido considerado como algo en­
teramente indiferente.2

los prosélitos judíos y egipcios fueron expulsados de Roma,


expresamente se refieren a estas dos religiones como a una
sola. Y aún parece 9-ue el decreto mismo estaba fundado
en esta suposición. ' Actum et de sacris aegyptiis juclaicis­
que pellendis; factumque patrum consultum, ut quattor
millia libertini generis ea superstitione infecta, quis idonea
aetas, in insulam Sardiniam veherentur, coercen<lis illic la­
trociniis; et si oh gravitatem coeli interissent, vile danmum:
Ceteri cederent Italia, nisi certam ante diem profanos ritus
exuissent" Tacit. A1111. Lib. II, c. 85 [Se trató asimismo
de desterrar los cultos egipcios y judíos y se dio un de­
creto senatorial por el cual se ordenaba <1tw cuatro mil
libertos, de adecuada edad, infectados por dicha supers­
tición, fueran conducidos a la isla ele Cerdeiia, para que
allí reprimiesen los robos y c1ue, si en ella muriesen a causa
de la inclemencia del clima, se tuviera esto por insignifi­
cante daño; y que los demús abandonasen Italia, a 110 ser
que, antes de una fecha determinada, renunciasen a sus
profanas ceremonias]. "Externas cacrcmonias, acgyptios ju­
daicosque ritus compcscuit; coactis qui superstitione ca tc­
nebantur, religiosas vestes cum instrumento omni comhu­
rere etc." [Prohibió las ceremonias fon1neas y los ritos
egipcios y judíos, habiendo obligado a quienes tal supers­
tición profesaban a quemar sus vestiduras sagradas junto
con todos los clemús instrumentos dd culto] Suelos. Ti/Jer.
c. 36. Estos sabios paganos, observando que había alguna
similitud en el aspecto general, el genio y el espíritu de
ambas religiones, consideraron que las diferencias ele sus
dogmas eran demasiado superficiales para prestarles atención.
2 Cuando Luis XIV tomó bajo su protccci<'m al Co­
legio Jesuita de Clerrnont, la Compaiiía ordenó que las ar­
mas Jcl rey fueran colocadas sobre la entrada y se derribara

100
CON RESPECTO A LA DUDA O A LA FE

No obstante la santidad de nuestra sagrada reli­


gión, dice Tulio,3 ningún crimen es más común entre
nostros que el sacrilegio. ¿Pero, se oyó decir alguna
vez que un egipcio violara el templo de un gatq, un
ibis o un cocodrilo? No hay tortura que un egipcio
no soportara, dice el mismo autor en otro lugar,4 an­
tes que injuriar a un ibis, un áspid, un gato, un
perro o un cocodrilo. Esto es tan estrictamente cierto
que Dryden observa

'Of whatsol'cr descent their godhead be,


'Stock, stone, or other homely pedigree,
'In his defence his servants are as bold
'As if he had bcen born of beaten gold'
[De dondequiera descienda su divinidad,
del ganado, la piedra u otra vulgar prosapia,
para defenderla son sus siervos tan valientes
eual si ella hubiera surgido del oro puro]
Absalón y Aquitofel

La divi!lidad, cuanto más baja es la materia de


que está formada, tanto mayor devoción es capaz de
despertar en los corazones de sus engañados devotos.
Estos se regocijan en su vcrgiicnza y hacen méritos
anlc su deidad, desafiando por ella todas las burlas
e injurias de sus enemigos. Diez mil cruzados se alis­
tan bajo las sagradas banderas y obtienen una franca

la cruz para dejarle sitio, lo eual dio ocasión para el si­


guiente epigrama:
Sustulit hinc Chrisli, posuitque insignia Hegis
Impia gens, alium nesdt habere Dcum
[ Qnitó de aquí las insignias ele Cristo y puso las del
H<'y: esta raza impía no sabe venerar a otro Dios].
:i De 1wl. dcor. I, 29.
•1 1'usc. Quacst. Lib. V, 27.

101
fllSTORIA NATURAL DE LA RELIGIÓN

victoria para su religión, aun en aquellos aspectos que


los adversarios de ésta señalan como más censurables.
Se presenta aquí -lo confieso- una dificultad
en el sistema teológico de los egipcios. Pocos sistemas
de esta clase, sin duda, están enteramente libres de
dificultade·s. Es evidente que, de acuerdo con su mo­
do de reproducirse, una pareja de gatos formaría un
reino entero en cincuenta años y si aún se les siguiera
prestando aquella religiosa veneración, en veinte años
más no solo sería más fácil en Egipto encontrar un
dios que un hombre, como dice Petronio que ocurría
en algunas regiones de Italia, sino que los dioses ha­
rían perecer de hambre finalmente a los hombres y a
sí mismos, al no quedar sacerdotes ni fic1es. Por tal
razón, es probable que ese sabio pueblo, el más céle­
bre de la antigiicdad por su prudencia y sabio go­
bierno, previendo tan peligrosas consecuencias, limi­
tara su veneración a las divinidades adultas y tuviera
la libertad de ahogar las crías sagradas o los cachorros
de dioses, sin ningún escrúpulo o r<'mordimiento. Co­
mo vemos, la prácli<·a de tergiversar los dogmas reli­
giosos para servir intereses tempornl<'s no dche sPr
considerada, de ningún modo, como una invención de
la época moderna.
El erudito y filosófico Varrón, cuando hahla so­
bre religión, no pretende afirmar nada nHÍs allú dt!
las prohahilidades y apariencias. ¡Tal C8 su lnwn
sentido y modernci[rn ! Pero d np:isionado y ferviente
Agustín vitupera nl noble romano por su cscq>licismo
y su cautela y hace la rnús absoluta profesión de fe
y de certeza.¡¡ Sin cmhargo, 1111 poeta pagano, eon­
tcmporúneo del santo, estima ahsurdarncnlc que el sis­
tema religioso de éste es tan falso que, aún la crcdu-

rs De civitate Dei, Lib. III, c. 17.

102
CON RESPECTO A LA DUDA O A LA FE

lidad de los nmos, dice, no podría ser inducida a


aceptarlo. 6
Cuando los errores se generalizan tanto ¿ es extra­
ño que todo el mundo sea intransigente y dogmático
y que el fervor aumente muchas veces, a medida que
aumenta el error? Moverwzt -dice el Espartano- et
ea tempestate, ]udaei bellum quod vctabantur 1nutilare
genitalia. 7 [Los judíos declararon la guerra con tal
violencia, porque se les prohibía mutilarse los órga­
nos genitales.]
Si hubo alguna vez un pueblo o una época en
que la religión pública perdió toda autoridad sobre
los hombres, podemos conjeturar que ello sucedió en
Roma, donde la incredulidad erigió abiertamente su
trono durante la época ciceroniana y Cicerón mismo,
en cada palabra o acción, fue su más declarado instí­
gador. Pero parece que, cualesquiera fueran las liber­
tades escépticas que el gran hombre pueda haberse
tomado en sus escritos o conversaciones filosóficas,
evitó en su conducta diaria la imputación de deísmo
o indiferencia. Aun ante su propia familia y su esposa
Tcrr.ncia, rn quien confiaba ciegamente, quería apare­
cer corno un devolo creyente. Se conserva una carta
dirigida a ella donde le pide s1�ri.inwnte que ofrezca
1111 sacrificio a Apolo y a Esculapio, en agradcci111ie11to
por haher recuperado su salud. 8
La cl1·voció11 cfo Pompeyo era mucho rniís sincera.
En todos s11s actos, durante las guerras civiles, demos­
tró 1111 gran respeto por los augurios, lo!'! sueños y las
profccíasY Augusto cslaha corrompido por s11pcrsti­
cionc8 de toda dasc. Así como se cuenta que el genio
poético de Milton 11m1ca fluía con 11at11ralicla1l y

Clauclii Hulilii Numitiani iter, Lib. I, 1, 394.


°൦
7 fo vita Adria11i 14.
8 Sucton A11g. cap. 90, 91, 92. Plin. Lib. II, cap. 5.

o Cinro de Divin. Lib. II, c. 24.

103
' HISTORIA NATURAL DE LA RELIGióN

abundancia en primavera, observaba Augusto que su


capacidad de soñar nunca era tan perfecta en esta esta­
ción como para fiarse de ella al igual que durante el
resto del año. Aquel grande y sabio emperador era
también extremadamente torpe cuando debía cambiar
sus zapatos y se ponía el zapato derecho en el pie iz­
quierdo.10
En resumen, no cabe ninguna duda de que en la
antigüedad los devotos de la superstición establecida
eran tan numerosos en todas las clases sociales como
lo son en nuestros días los de la religión moderna.

1
Su influencia era también igualmente universal, aun­
que no tan intensa, de modo que si bien mucha gente
le prestaba asentimiento, éste no parecía ser tan pre­
ciso, firme y categórico.
Podemos observar que, pese al carácter dogmá­
', tico y coercitivo de toda superstición, la convicción
de los creyentes es, en todas las épocas, más fingida
que real y apmas si alguna vez se aproxima, en cierta
medida, a la sólida creencia y convicción que nos rige
en los asuntos comunes de la vida. Los hombres no
se atreven a admitir, ni aun en su fuero interno, las
dudas que abrigan sobre tales cucslionrs: hacen osten­
tación de una fe sin reservas y disimulan ante sí mis­
mos su real incredulidad por medio de las más rotun­
das afirmaciones y el más nulénlico fanatismo. Pero
la naturaleza es harto pod<'rosa frente a todos estos
esfuerzos y no consiente que la luz oscura y vacilante,
surgida en esas sombrías regiones, iguale a las fuertes
impresiones producidas por el sentido común y la ex­
periencia. La habitual conduela ele los homhres des­
mi<mte sus propias palahras y <l<�mue::-tra que la creen­
cia viene a ser en estas cuestiones una inexplicable ope­
ración de la menlc, situada rntrc la dwla y la con­
vicción, pero mucho más próxima a la primera que
a la segunda.

104
CON RESPECTO A LA DUDA O A LA FE

Por consiguiente, la mente del hombre nos revela


una constitución débil e inestable y es así que aún
hoy, en que tantas personas se interesan por moldear­
la continuamente con cincel y martillo, éstas no son
capace·s de grabar en ella los dogmas teológicos con
una impresión duradera. ¿ Con cuánta más razón su­
cedería esto en los tiempos antiguos, cuando los que
desempeñaban las funciones sagradas eran, comparati­
vamente, menos numerosos? No hay que asombrarse
de que acaederan entonces cosas muy contradictorias
y de que los hombres, en ciertas ocasiones, pudieran
parecer decididamente infieles y enemigos de la reli­
gión estable·cida, sin serlo en realidad o, por lo menos,
sin saber qué pensar acerca de este asunto.
Otra causa que hace a las religiones antiguas mu­
cho más indefinidas que las modernas es que las pri­
meras son tradicionales y las segundas escriturarias.
En aquéllas la tradición era compleja, contradictoria
y, con frecuencia, dudosa, de modo que no había posi­
bilidad de reducirla a ninguna regla o canon o de
concretarla en determinados artículos de fe. Las his­
torias de los dioses eran innurnerahlcs como las le­
yc·ndas papistas y aunque cada uno creía más o menos
una parte de esas historias, nadie podía creerlas o
conocerlas íntcgrarnent<', pero, al mismo tiempo, todos
debían darse cuenta de que ninguna parlt� tenía mús
fundamento que el resto. En muchos cnsos, las trndi­
cioncs de las diferentes ciudades y puchlos eran tnm­
hién directa111cnle contrarias entre· sí y ninguna razón
podía esgrimirse para preferir una a la otra. Y como
hahía un infinito número de historias con respecto a
las cuales la tradiciún no <'rn cfo ningún moclo categó­
rica, hahía una inscnsil>b grndaciún clcsclc los mús
fundamentales artículos de fe hasta las fantnsías más
vanas y caprichosas. Por tal motivo, la n�li�iím pa­
gana parecía esfumarse como 1111a nuhc euanclo uno
se acercaba a ella y la analizaba. Nunca fue posible

105
't
}
14
HISTORIA NATURAL DE LA RELIGióN

concretarla en dogmas o principios fijos. Y aunque


este hecho no logró apartar a la mayoría de los hom­
bres de tan absurda fe ( ¿pues cuándo el pueblo ha
de ser razonable?) los volvió más tibios y vacilantes
en la defensa de sus principios y aun fue capaz de
promover, cuando se daban ciertas disposiciones men­
tales, prácticas y opiniones que tenían la apariencia
de una verdadera incredulidad.
Debemos agregar a esto que las fábulas de las
religiones paganas eran, de por sí, claras, sencillas y
accesibles, sin diablos, mares de azufre ni ningún otro
objeto que pudiera aterrorizar a la imaginación.
¿ Quién podría contener una sonrisa al pensar en los
amores de Marte y Venus o en las travesuras eróticas
de Júpiter y de Pan? En este sentido era una verda­
dera religión poética si, por otra parte, no hubiera sido
tan desaprensiva para con los géneros más serios de
poesía. Sabemos que ha sido adoptada por los bardos
modernos y que éstos no han hablado de los dioses,
a quienes consideran corno meras ficciones, con mayor
libertad e irreverencia que los antiguos, para quienes
eran verdaderos objetos de culto.
Sería totalmente injusto suponer que, cuando un
sistema religioso no ha dejado impresiones profundas
en la mente de un pueblo, ha sido positivamente re­
chazado por todos los hombres sensatos y que, a pesar
de los prejuicios de la educación, se impusieron en­
tonces universalmente ideas contrarias, gradas a la
discusión y al razonamiento.
No puedo afirmarlo, pero me parece más proha­
ble 1a suposición contraria. Cuanto menos opresiva y
prepotente es una superstición, menos parece provocar
c1 rencor y la indignación ele los hornhrcs o inducirlos
a investigar su fundamento y origen. Mientras tanto,
puede ohvimncntc sostenerse que el imperio de todas
las creencias religiosas sobre el entendimiento es fluc­
tuante e incierto, sujeto a cualquier cambio de humor

106
CON RESPECTO A LA DUDA O A LA FE

y dependiente de los he:::hos presentes que impresionan


a la imaginación. La diferencia es Eolo de grado. Un
antiguo pondrá alternadamente un toque de impiedad
y otro de superstición a través de todo un discurso.11
Un moderno piensa muchas veces de la misma manera
pero ha de ser más prudente en sus expresiones.
Luciano nos dice explícitamente 12 que cualquiera
que no creyese en las ridículas fábulas del paganismo
era considerado profano e impío por el pueblo. ¿ Con
qué fin habría empleado aquel delicioso autor toda la
fuerza de su ingenio y de su sátira contra la religión
nacional si ésta no hubiera sido aceptada, en general,
por todos sus conciudadanos y contemporáneos?
Livio admite,1 ª con la misma franqueza con que
lo haría hoy un sacerdote, la común incredulidad de

10 Ciara de Divin, Lib. 11, c. 24.


11 Considerar este notable pasaje de T,1cito. "Practcr
multíplices rcrum humanarum casus coclo tcrraquc prodi­
gia et fulminum monilus et futurorum prncsagia, lacta tris­
tia, ambigua manifiesta. Ncc cnim um¡uam atrocioribus
populi romani cladibus, rnagisvc justis incliciis approbatum
t'st, non cssc cuarae diis sccuritatem nostrnm, essc ultio­
ncm" [Después de numerosas catástrofes en los asuntos hu­
manos, prodigios en el ciclo y en la tierra, advertencias de
los rayos y presagios del futuro, las cosas alegres se torna­
ron tristes y las dudosas hiciéronse evidentes. Y jam,'ts se
comprobó con rnús tremendas <ksgracias para el pueh1o
romano y con mús c1ecisivos i11clicios, que a los dioses no
ks interesaba procurar 11twslra seguridad sino vengarse de
nosotros]. Ilist. Lih. I, 3. La disputa el<' Augusto con Nep­
tuno es un ejemplo cfo lo mismo. Si ('I emperador 110 crl'Ía
que Neptuno fuese un Sl'r r<'al que dominaba todo el mar
¿en qué se fundaba su cólera? Y si lo creía ¿por qui'., co­
metía la locma ele provocar tanto a dicha deidad? La mis­
ma observación puede hacerse a lo dicho por Quintiliano con
motivo de la muerte de su hijo. Lib. VI, Praef.
1!! l'hilopse11dcs 3.

1a Lib. X, cap. 40.


107
HISTORIA NATURAL DE LA REL!GlóN

su época, pero también la condena con la misma seve­


ridad. ¿ Y quién ha de suponer que una superstición
nacional, que pudo engañar a un hombre de tanto in­
genio, no habría de imponerse también a la generali­
dad de las gentes?
Los estoicos conferían los más extraordinarios y
hasta impíos epítetos a su sabio. Solo él era rico,
libre, soberano e igual a los dioses inmortales. Olvi­
daban agregar que no era inferior, en prudencia y
entendimiento, a una pobre vieja. Por cierto que nada
puede ser más lamentable que los sentimientos abri­
gados por aquella secta con respecto a las cuestiones
religiosas, pues aceptaban seriamente los augurios vul­
gares: es un buen presagio si un cuervo grazna desde
la izquierda, pero es malo si una corneja se hace· escu­
char por ese mismo lado. Panccio era el único estoico
entre los griegos que, por lo menos, dudaha de los
augurios y de la adivinación.1·1 Marco Aurclio 15 nos
dice que él mismo hahía recibido en sueños muchas
admoniciones ele los dioses. Es verdad que Epicteto 10
nos prohíhe ten<'r cn cuenta el lenguaje de las corne­
jas y los cuervos, pero no afirma que no digan la
verdad. Ello se debe solo a que los mismos no pueden
predecir nada, salvo nuestra muerte o b p(•rdida de
nuestros bienes, lo cual, dice, de ninguna ll1a11cra nos
concierne. De !al modo, los estoicos unen 1111 entusias­
mo filosófico n una superstición religiosa. Su cn<'rgía
espiritual, dirigida prinwro c•11lcrn111cntc hacia el 1.c­
rrt'no de la 1110ml, se volvió luego hacia la rdigiún.17

11 Cícero !),, /)iPi11. J ,il,. I, c. :3, 7.


rn Lih. J, 17.
111 füu:h., 17.
17 Admito que los estoicos 110 <'r:tll <kmasiado ortoclo­
xos con la religi<'m cstalilccida; pt'ro S<' ptwdc v<'r, por estos
<'Í<'t11 plo::, qw· n·c01Ti,·ron un gran camino y el pllcblo, in­
cluclahlemcnte, los siguió.

108
CON RESPECTO A LA DUDA O A LA FE

Platón 18 nos muestra a Sócrates diciendo que la


acusación de impiedad promovida contra él se debía
exclusivamente a su rechazo de fábulas tales como
aquellas en que Saturno castra a su padre Urano y
Júpiter destrona a Saturno. Aun en un diálogo pos­
terior, 10 Sócrates confiesa que la doctrina de la morta­
lidad del alma era la opinión aceptada por el pueblo.
¿Hay en esto alguna contradicción? Sí, seguramente.
Pero tal contradicción no se da en Platón sino en el
pueblo, cuyos principios religiosos están compuestos,
por lo general, de los más discordantes elementos, es­
pecialmente en épocas en que la superstición hace
presa de él tan ligera y fácilmente. 20

18 Euthyphro 6.
10 Plwedo.
20 La conducta de Jcnofonte, tal como él mismo ]a
cuenta, es, al mismo tiempo, una prueba incontrastable ele
la crcclulidacl general de los hombres en aquP-llos tiempos
y de las incoherencias de las opiniones humanas en materia
religiosa en todas las épocas. Aquel gran capitán y filósofo,
discípulo ele Sócrates, el Único que ha expresado algunos ele
los sentimientos mús puros con respecto a la deidad, dio
pruebas de todas estas formas de pagana y vulgar supers­
ticiún. Por consejo ele Sócrates, consultó al odculo de
Delfos, antes de emprender la expedición ele Ciro ( De cx-
7)(:d. Lib. III, p. 2D4, ex. eclit. Leuncl.). La noche posterior
al nombramiento ele los generales tiene un sueíio que mu­
cho le preocupa, pero se muestra indeciso (ill. p. 295). Tan­
to é:I como tocio el ejército, consideran el estornudo como
prcsa,1.;io 111uy afo1 lunado ( id. p. 300). Cuando llega al río
Centrites tiene otro suciío qt1c ta,nbi<'·n preocupa mucho a
s11 col1•ga, el general Quirosfo ( id. Lib. IV, p. 32:J ). Los
gri<)gos, como sufren por el frío viento dl'l norte, fo ofrecen
1111 sacrificio y el historiador observa que ar¡u{·l se calmó
inmcdiataml'lltc ( f d. p. 329). Jc11ofor1lc ofr<'cc sacrificios
<>n secreto antt's de decitlirsn a 1·stablt'C<\r una colonia ( Lib.
V, p. 35!J). El mismo era 1111 hahilísimo augur (ld. p. 301). 1

Es inducido por las vídiinas a n·lltlsar el manclo único del


cj<':rcilo que le había siclo ofrecido ( Lib. VI. p. 273). Clean­
dro, el espartano, am1< uc mttcho lo arnhicionaha, lo rehusa
por la misma razón ( 1d. p. 3!)2). J cnofonte menciona un
·11

109
HISTORIA NATURAL DE LA RELlG!óN

El mismo Cicerón, que aparenta dentro de su pro­


pia familia ser un devoto creyente, no tfrne escrúpu­
los, frente a un tribunal público, en considerar la doc­
trina de la vida futura como una fábula ridícula a la
cual nadie puede prestar atención alguna.21 Salus­
tio 22 muestra a César hablando idéntico lenguaje en
pleno Senado.23

antiguo sueño y la interpretación que se le dio, en el mo­


mento en que por primera vez se unía a Ciro ( 1d. p. 373).
Recuerda también el sitio del descenso de Hércules al in­
fierno, como si Jo creyera, y dice que ]as seiia]es del hecho
aún perduran ( 1d. p. 375). Hasta hubiera hecho morir de
hambre a] ejército antes que conducirlo al campo de batalla
contrariando ]os auspicios ( 1d. p. 382, 383). Su amigo
Euclides, e l augur, no podía creer que no había traído nin­
gún dinero de ]a expedición, hasta que el mismo Euclides
ofreció un sacrificio y luego lo vio claramente en las en­
traiias ( Lib. VII, p. 425). El mismo filósofo, al proponer
un proyecto de explotación minera para incrementar ]os
ingresos de los atenienses, les aconseja consultar primero
al orúculo ( De rat. red. p. 392). Que toda esta devoción
no era una farsa para servir a fines políticos surge <le los
lwchos mismos y también del espíritu de 1a época, en la
que muy poco o nada podía lograrse con la hipocresía.
Adcmús Je11ofolltc, tal como aparece en sus mc111orabilia,
era, en aqudlos tiempos, un tipo ele hereje como mmea Jo
ha siclo un fanútic.:o político. Por tal razón, opino que Clar­
ke, Newton, Locke y otros, siendo arrianos o soc:i11ianos,
eran muy sinceros en el credo que profosahan. Opo11go
siempre este argumento a ciertos libertinos a quienes fos
hace folla: es imposible c1ue tales filósofos hayan sido
hipócritas.
:!l Pro Clue11lio cap. ül.
:!:! De helio Catili11. 51.
:!J Cicerón ( 1'11sc. ()ruwst. Lib. I, c. 5, n) y Sbieca
( Epist. 24) como ta111hi{m .Juvenal ( Satyr. 2, MD) afir­
man que no hay nini;ún 11iiío o vieja tan ridículos como
para ercer a lo:; poetas en sus relatos sobre la vida futura.
¿Por qub enlcmces exalta f ,ucrecio tan fervientemente a su
maestro por liberarnos de tales terrores? ()uizús la gene­
ralidad ele los hombres estaba entonces en 1a situación del

110
CON RESPECTO A LA DUDA O A LA FE

Es demasiado evidente y no puede negarse que


todas estas libertades no implican una total y universal
incredulidad y escepticismo en la gente. Aunque algu­
nos elementos de la religión nacional se adhieren su­
perficialmente a la mente de los hombres, otros pe·­
netran más profundamente en ella. La principal ocu­
pación de los filósofos consistía en mostrar que los
unos no tienen mayor fundamento que los otros. Tal
es el propósito de Cotta en los diálogos sobre la natu­
raleza de los dioses. Refuta todo el sistema mitológico
haciendo retroceder gradualmente a la ortodoxia des­
de las historias más trascendentales, en las que él
creía, hasta las más frívolas, a las que ridiculizaba, de
los dioses a las diosas, de las diosas a las ninfas, de
las ninfas a los faunos y sátiros. El mismo método
de razonamiento había empleado su maestro Carnéa­
des.24
En suma, las diferencias más grandes y evidentes
entre una religión tradidonal y mitológica y otra sis­
temática y escolástica, son dos: la primera es a me'­
nudo más razonable, como que consiste en una multi­
tud de historias las cuales, aunque no tienen funda­
mento, no implican ningún absurdo o contradicción.
Además, arraiga con tanta facilidad y ligereza en la
mente de los hombres que, aun cuando llegue a ser uni­
vcrf:almcnte aceptada, 110 deja por suerte impresiones
tnn profundas en los sentimientos y en el intelecto.

C{•falo de Plat<'m ( Dri Ilc¡1. Lih. l. 3.'30) que mientras era


joven y sano poclía ridiculizar estas historias, pero tan pron­
to como se volví<'> viejo y achacoso comenzó a pensar si no
serían verdaderas. Podemos observar que �ún hoy esto
no es tan raro.
2·1 Scxt. Empir. Advcrs. mathcm. Lib. IX, 429.

11 l
CAPfTULO XIII

CONCEPCIONES IMPfAS DE LA
NATURALEZA DIVINA EN LAS RELIGIONES
POPULARES DE AMBAS CLASES

La religión primitiva de la humanidad tiene su


fuente principal en el inquietante temor del futuro.
Fácilmente puede imaginarse qué ideas concebirán los
hombres sobre las invisibles y desconocidas potencias,
al hallarse dominados por lúgubres aprensiones de
toda clase. Necesariamente surgen entonces las imá­
genes de la venganza, la severidad, la crueldad y la
malicia y aumentan así el miedo y el horror que opri­
men al desdichado creyente. Cuando el pánico se apo­
dera de Ja mente, la fchril fantasía rn111Lipliea más y
llHÍs los objl'los de terror, pues esa oscuridad profun­
da o, lo que es peor, esa tenue luz en la que estamos
envuc1!os, nos presenta los cs¡wctros ,le la divinidad
hajo las formas rrnís horrendas que imaginar se pueda.
No ptl('de concd,irse variedad alguna de criminal
perversión que los aterrorizados fidt·s 110 estén dispues­
tos, sin ningún escrúpulo, a atribuir a su deidad. Tal
es el estado natural ele la religión examinada desde un
punto de vista. Pt•ro si consideramos, por otro Indo,
d espíritu de alabanza y dogio que aparece necesa­
riamente en t<lllas las religiones y que es consecuencia
de aquellos mismos terrores, debemos pensar que pre-

112
CONCEPCIONES IMPIAS DE LA NATURALEZA DIVINA

valecerá un sistema teológico completamente contra­


rio. Todas las virtudes y todas las excelencias han de
ser atribuidas a la deidad. Ninguna exageración se
considerará suficiente para arribar a aquellas perfec­
ciones de las que está dotada. Cualquier clase de
panegírico que pueda inventarse es inmediatamente
adoptado, sin consultar razones: se estima como jus­
tificación suficiente el hecho de que nos proporcione
ideas más sublimes acerca de los divinos objetos de
nuestro culto y adoración.
Por ello, hay aquí una suerte de contradicción
entre los diferentes principios de la naturaleza huma­
na que originan la religión. Nuestros naturales terro­
res nos traen la noción de una deidad diabólica y
maléfica; nuestra tendencia a la adulación nos obliga
a concebirla como maravillosa y divina. Y el influjo
de estos principios opuestos varía de acuerdo con la
diferente situación del entendimiento humano.
Pueblos muy bárbaros e ignorantes como los afri­
canos e indios (aunque de ningún modo los japoneses),
que no son capaces de concebir una idea adecuada del
poder y del conocimiento, pueden rendir culto a un
ser cuya perversión y odiosidad admiten, aun cuando
dchan cuidarse quizás de emitir tal juicio sobre él en
público o en su templo, donde se supone que el mismo
puede oír tales maledicencias.
Tan torpes e imperfectas ideas sobre la Divinidad
acompaíían largo tiempo a todos los idólatras y puede
afirmarse con certeza que los mismos gri<'gos nunca
estuvieron completamente libres de ellas. Sciíala Jcno­
fontc,1 elogiando a Sócrates, que cslc filósofo no acep­
taba la opinión vulgar según la cual los dioses cono­
cen algunas cosas e ignoran otras. J�I sostenía que co­
nocían todo. Lo realizado, decía, y aun lo pensado.

1 Mem. Lib. I, 19.

113
HISTORIA NATURAL DE LA RELIGlóN

Pero como éste era un concepto filosófico,2 que estaba


muy por encima de las nociones de sus conciudadanos,
no debe sorprendernos que, con toda franqueza, éstos
vituperaran en sus libros y conversaciones a las dei­
dades que adoraban en sus templos. Puede observarse
que especialmente Heródoto, en muchos pasajes, no
tiene escrúpulos en atribuir a los dioses la envidia que
es, entre todos, el sentimiento más propio de una natu­
raleza vil y diabólica. Sin embargo, los himnos paga­
nos cantados en los ritos públicos no contenían sino
epítetos de alabanza, aunque las acciones atribuidas a
los dioses fueran las más bárbaras y detestables. En
cierta ocasión, al recitar el poeta Timoteo un himno
a Diana en el que enumeraba, con los más grandes
elogios, todas las acciones y atributos de aquella diosa
cruel y caprichosa, uno de los presentes exclamó:
"Ojalá que tu hija llegue a ser como la diosa que
celebras". 3
Cuando los hombres subliman cada yez más s11
idea de la divinidad, solamente se eleva la noción del
poder y la sabiduría de ésta, mas no la de su bondad.
Por el contrario, los terrores de aquéllos aumentan
naturalmente en proporción a la supuesta 111agnitud de
la ciencia y la potencia divinas, pues creen que ningún
secreto puede esconderse a sus ojos y <111c aun los plie­
gues más recónditos del pecho pcrn1111ie<:t)n ahiertns
ante ella. Deben cuidarse entonces de 110 cxprt>sar
ningún sentimiento de reproche o desaprohaciún. To­
do debe ser elogio, arrobamiento, éxtasis. Al par <}lit�
sus oscurns nprensiones les hact·n atribuir a la divini­
dad acciones que en las criaturas humann::, Rerían <111-

2 Entre los antiguos se considernha como una muy


extraordinaria y filosMica paradoja quo la prescll(:ia de Jos
dioses no estuviera confinada a los ciclos, sino que se exten­
diera por todas parl<'S, según sabemos por Luciano ( 1/ cr-
111ofim11s sivc de scctls, 81).
3 Plutarco, De supcrstit. 10.

114
CONCEPCIONES IMPIAS DE LA NATURALEZA DIVINA

ramente censuradas, deben simular todavía que alaban


y admiran tales acciones en aquel que es objeto de
sus devotas preces. Así, puede afirmarse con certeza
que las religiones populares, según la concepción más
vulgar de sus adeptos, son en realidad una especie
de demonismo. Mientras más se exalta el poder y
sabiduría de la divinidad, más se rebaja su bondad
y benevolencia, cualesquiera sean los epítetos de elo­
gio que puedan tributarle sus atónitos adoradores. En­
tre los idólatras las palabras pueden ser falsas y des­
mentir la oculta opinión, pero entre creyentes más
exaltados la opinión misma envuelve una suerte de
falsedad y desmient1; los sentimientos íntimos. El co­
razón detesta en secreto tales modos de cruel e im­
placable venganza, pero el juicio no se atreve sino a
declararlos perfectos y adorables. Y esta desdicha adi­
cional de la lucha interior agrava todos los otros te­
rrores por los que están eternamente acosadas las in­
felices víctimas de la superstición.
Observa Luciano 4 que si un joven lee la historia
de los dioses en Homero o Hesíodo y se entera de sus
escándalos, guerras, injusticias, incestos, adulterios y
otras i11111oralidacb, tan fervientemente celebradas, mu­
cho se sorprenderá después cuando entr1; al mundo y
comprud)C que la ley castiga las mismas acciones que
le habían ensciíado a atribuir a los seres superiores.
l fay quizás una contradicción aún más acentuada en­
Lre las itnágcnes que nos brindan algunas religiones
postl'rion·s y nuestras naturales ideas solJre la gene­
rosidad, la indulgencia, la imparcialidad y la justicia.
En dil'lias religione!i, a 111cdida que se multiplica el
!error se m111liplica11 Lamliién las li.írbaras rcpresenta­
ciotH'S de la divi11idad.ri Nada puede conservar inco-

1 Nccyomantia, 3.
r. Baco, un ser divino es representado por la mitolo­
gía pagana co1110 d invc11tur de la danza y el teatro. Anti-

115
'
'l¡ ;,
IP•i
HISTORIA NATUML DE LA RELIGióN

rruptos los auténticos principios morales en nuestro


juicio de la conducta humana sino la absoluta nece-

guamente, las obras teatrales eran una parte del culto pú­
blico en las ocasiones más solemnes y a menudo se las
empleaba en épocas de peste para apaciguar a las deidades
ofendidas. Pero en épocas posteriores han sido terminan­
temente proscriptas de lo religioso. El teatro, según un
erudito sacerdote, es la antesala del infierno.
Pero para mostrar más claramente la posibilidad de
que una religión represente a la divinidad en un marco aún
más inmoral y grosero que el que le asignaban los antiguos,
citaremos un largo pasaje de un elegante e ingenioso autor
que no era, por cierto, enemigo del cristianismo. Se trata
del caballero Ramsay, escritor tan loablemente inclinado a
la ortodoxia que su razón jam,1s encontró ninguna dificul­
tad aun en aquellas doctrinas en las que los librepensado­
res tienen mayores escrúpulos: la trinidad, la encarnación
y la redención. Solo su benevolencia, ele la que parece
haber tenido mucha, se rebelaba contra las doctrinas de
predestinación y comlenaci<Ín eternas. lhzonalJa ele c::te
modo:
"¿Qué extrañas ideas -decía- podría fmmarse un
filósofo chino o hindú de nuestra santa religión si la juz­
gara por los e.,quemas que de ella dan nuestros modernos
librepensadores y farisaicos doctores de todas las sectas?
De acuerdo con el odioso y tan vulgar sistema de estos
incrédulos burlones y crédulos escribientes "el Dios de los
judíos es uno de los seres mús crueles, injustos, arbitrarios
y grotescos. Creó, hace alrededor de 6.000 años, un hombro
y una mujer y los colocó en un hermoso jardín de Asia,
del que nada ha quedado. Este jardín estaba adornado
con toda clase de árboles, fuentes y flores. Les pennitió
que usaran todos los frutos qun allí liahía, excepto uno
que estaba situado en el rncdio dd jardín y que tenía en
s( la secreta virt11d de 111anlcncrlos siempre sanos y vigoro­
sos de cuerpo y menll', desarrollar s11s fuerzas y hacerlos
sabios. El diablo se introdujo en el cuerpo de una ser-
liente y pidió a la primera mujer que comiera de este
f ruto prohibido; ella impulsó a su esposo a hacer lo mismo.
Para castigar esta leve curiosidad y natural deseo de vivir
y conocer, Dios no solo arrojó n 111u•stros primeros padres
del Paraíso sino que condenó a todos sus descc11dic11tcs a
la miseria temporal y, a ]a mayor parte de ellos, a sufri-

116
CONCEPCIONES IMPIAS DE LA NATURALEZA DIVINA

sidad de estos principios para la existencia de la so­


ciedad. Si la opinión corriente suele otorgar a los

mientos eternos, aun cuando las almas de estos inocentes


niños no tenían más relación con la de Adán que con las
de Nerón y Mahoma, puesto que, de acuerdo con los fatuos,
fantasiosos y mitólogos escolásticos, todas las almas son
creadas puras e introducidas inmediatamente en los cuerpos
mortales, tan pronto como el feto se ha formado. Para llevar
a cabo este bárbaro e injusto decreto de predestinación y
condenación, Dios abandonó a todos los pueblos a la oscu­
ridad, la idolatría y la superstición, sin conocimiento sal­
vador ni gracia saludable alguna, excepto a un pueblo, al
que eligió como suyo en particular. Este pueblo elegido,
sin embargo, era el más estúpido, ingrato, rebelde y pérfido
de todos los pueblos. Luego que Dios hubo mantenido así
a la gran mayoría de la especie humana durante cerca de
4.000 años, en un estado de reprobación, cambió todo re­
pentinamente y sintió amor por otros pueblos además de
los judíos. Entonces envió al mundo a su único Hijo, bajo
forma humana, para que aplacase su ira, satisficiese sus
deseos de justicia y muriese por el perdón de los pecados.
Sin embargo, muy pocos pueblos han sabido de este evan­
gelio y todos los demás, aunque abandonados en una inven­
cible ignorancia, fueron maldecidos sin excepción ni posi­
bilidad alguna de perdón. La mayor parte de aquellos que
han sabido de él cambiaron st>lo algunas nociones especu­
lativas acerca de Dios y algunas formas exteriores clcl culto,
ya que en otros aspectos, la mayoría de los cristianos han
continuado tan corrompidos en sus reglas morales como el
resto de la humanidad. MJs at'tn, tanto m,Ís perversos y
criminales cuanto mayores eran sus luces. Exceptuando un
muy pequeño y reducido grupo, todos 1os cristianos, al
igual que los paganos, s<•drn malditos para siempre; el gran
sacrificio ofrecido por ellos sen't esl<':ril y sin valor. Dios
gozará siempre con sus tormentos y hlasfomias y aunque
·m puede, por un mandato, transfonnar sus corazones, per­
manecerán inconverlidos e inconvertibles para siempre por­
que sen't eternamente implacable e irrcconciliah1e. Es ver­
dad que todo esto hace a Dios oclioso, c1H'migo ele las almas
mús que amante de ellas, cruel y vengativo tirano, impo­
tente y encolerizado demonio mús que todopoderoso y bene­
factor padre de los espíritus. Toclo ello sigue siendo un
misterio. Para obrar así, tiene secretas razones que son

117
HISTORIA NATURAL DE LA REL/GlóN

príncipes algunos privilegios con respecto a las reglas


morales que rigen la conducta de las personas comu­
nes, cuanto más debía otorgarlos a aquellos seres su­
periores cuyos atributos, aspectos y naturaleza nos son
totalmente desconocidos. Sunt superis sua jura. 6 Los
dioses tienen sus peculiares derechos.

impenetrables. Y aunque parece ser injusto y búrbaro, de­


bemos sin embargo creer lo contrario, porque lo que en
nosotros es injusticia, crimen, cmeldad y oscura malicia,
en m es justicia, misericordia y bondad soberanas". "De
este modo los incrédulos librepensadores, los cristianos ju•
daizantcs y los doctores fatalistas han desfigurado y des­
honrado los sublimes misterios de nuestra sa�racla fr•. A,;í
han confundido el bien y el mal, transformado las más
monstruosas pasiones en atributos divinos y superado a los
paganos en blasfemias, adjudicando a la naturaleza eterna,
como si fueran virtudes, lo que entre los hombres serían
horrendos crímenes. Los más groseros paganos se conten­
taban con divinizar la lujuria, el incesto y el adulterio.
Pero los doctores partidarios ele In predestinación han divi­
nizado la cmclclad, la ira, In furia, la venganza y todos
los más negros vicios". Ver Los principio.� filo.�,Sficos de la
relil-{i,,n 11at11ml y l'Ct)dacl<t del caballero I¾amsay, parte 11,
p. 401.
El mismo autor afirma, en otros Jugal'cs, que los cs­
<¡tt<•ni:,s ele los nrrninianos y molinistns sirven cfo muy poco
para componc•r las cosas. Y hahU•nclosc excluido as{ cln
tocias las st•das admitidas ele la Crisliandacl, se vo ohlignclo
n promover un sistema propio, una s1wrtc clc origm1ismo y
suponn la pr1•exisk11cia ,le las alma<;, tanto ele los homl>r<!S
como cfo las hestias y la c•lnrna salvncibn y convcrsi/m de
t0<los los l10mhrc•s, hestias y cfomonios. Pc!ro como tal con­
ccpcii'm c•s completamP11tn privativa cln él, no necesitamos
tratarla. Ho considerado muy cnrio-;a.<; las opiniones ele este
ingenioso autor, pero 110 pretcnclo avnJnr la verdad de las
mismas.
0 Ovicl. l\fctam. Lib. IX, 499.

118
CAPÍTULO XIV

INFLUENCIA NOCIVA DE LAS RELIGIONES


POPULARES SOBRE LA MORALIDAD

No puedo dejar de observar aquí un hecho que


ha de llamar la atención de todos los que se dedican
al estudio de la naturaleza humana.
Es un hecho cierto que, en toda religión, por
más suhlime que sea la definición verbal que brinde
de su divinidad, muchos de los fieles, quizás la ma­
yoría, tratarán sin embargo de obtener el favor divino
no por la virtud y las h11e11as costumhrcs, lo único
que puede ser aceptable para un ser perfecto, sino por
pnícticns frívolas, por un celo inmoderado, por arre­
hatos de Í'xlasis o por la en cncia <'ll 111i'.;!criosas y
absurdas opiniones. �o!o 11na mínima parle del Sad­
t!ar [libro de Zoroaslro l así como del Pcntaleuco, con­
tiene ¡1rc·ccpfos de moraliclacl y pocfomos cslar seguros
de que esta parle fue siempre la menos observada y
n'spclada.
Cuando los antiguos ronurnos eran alacados por
una peste, 110 atrih11ía11 ja1rnís tales sufrimientos a sus
vicios ni soíialiL111 con el arrcpc11lilllicr1to o la enrnicn­
da. Nunca pensaron <JUc eran los grandes ladrones
del mundo y que con su ambiciún y avaricia habían
dc;;olado la tierra y reducido opulentas naciones a la
miseria y la mendicidad. Se contentaban con cng1r

119
'
1
HISTORIA NATURAL DE LA RELIGlóN

un dictador 1 para que metiera un clavo en la puerta


y por ese medio pensaban que habían apaciguado bas­
tante a su irritada deidad.
En Egina, un solo partido, durante una conspira­
ción, asesinó bárbara y alevosamente a setecientos de
sus conciudadanos y llevó tan lejos su furia que a un
desdichado fugitivo que' había huido hacia el templo,
le cortaron las manos con las cuales se aferraba a las
puertas y sacándolo del sagrado recinto lo asesinaron
al instante. Por esta impiedad, dice Heródoto 2 (no
por los otros muchos crueles asesinatos), ofendieron
a los dioses y cometieron una culpa inexpiable. Más
aún, si pudiéramos suponer, cosa que nunca ha suce­
dido, que se encontrara una religión popular en la
cual se declarara explícitamente que nada puede me­
recer el favor divino sino la moralidad, si se institu­
yera un orden sacerdotal para inculcar esta opinión

l
en sermones cotidianos y con todas las artes de la per­
suasión, aun así, tan inveterados son los prejuici9s
del pueblo que, a falta de alguna otra superstición,
haría consistir ]o esc11cial de la religión en la asisten­
cia misma a estos sermones, antes que en la virtud y
las buenas costumbres. El suhlimc prólogo de la ley
de Zalcuco 8 no inspiró a los locrios, hasta donde po­
demos saber, una noción más pura de los medios para
lograr la benevolencia divina que aquella que era co­
rriente entre los otros griegos. Esta observación, por
tanto, tiene validez universal. Sin cmhargo, puede
perderse algo d rumbo al tratar de cxplicnr sus cau­
sas. No es suficiente observar que el puehlo, en todas
parte:,;, rebaja a sus deidades hasta su propio nivel
y las considera mcrnmcnlc como una especie de cría-

1Llamado "Dictador clavis figemlae causa'' [Dicta­


dor para clavar el clavo] T. Liv. L. VII c. 3.
2 Lib. VI, 91.
J Diod. Sic. Lib. XII, 120.

120
INFLUENCIA NOCIVA DE LAS RELIGIONES POPULARES

turas humanas, algo más poderosas e inteligentes. Esto


no ha de resolver la dificultad. Porque no hay hombre
alguno tan estúpido que al juzgar por su razón natu­
ral, no considere a la virtud y la honestidad como las
más valiosas cualidades que una persona pueda poseer.
¿Por qué no atribuyen el mismo sentimiento a sus dei­
dades? ¿Por qué no hacen consistir toda la religión
o la parte principal de ella en estos logros?
Tampoco resulta satisfactorio afirmar que la prác­
tica de la moralidad es más difícil que la de la supers­
tición y que por tal motivo se la rehúye. Porque, sin
mencionar las excesivas penitencias de los hrahamanes
y talaponios, es indudable que el Ramadán de los tur­
cos, en cuyo transcurso los pobres desdichados, du­
rante muchos días, con frecuencia en los más calurosos
meses del año y en uno de los climas más tórridos del
mundo, permanecen sin comer ni beber desde la sa­
lida hasta la puesta del sol, este Ramadán, digo, viene
a ser más severo que la práctica di• cualquier deber
moral, aun para los más viciosos y depravados mie1:1-
hros del género humano. Las cuatro cuaresmas de
los moscovitas y las austeridades de alg11nos católicos
romanos parecen nuís desagradables que la modestia
y la benevolencia. En resumen, toda virtud, cuando
los hombres est.ín ar.os! umhrados a ella mediante la
práctica, por pequdía que t!sla sea, es agradable·. To­
cla impcrsliciún resulta siempre odiosa y molesta. Qui­
ziís las siguientes co11sicleracio11cs p1wclan ser aceptadas
como una verdadera soluciún ele 1a dificultad. Los
dchcrcs que un ho111hrc cumple como amigo o como
padre parecen referirse mcramcnlc a su henefactor o
a s11s hijos y no puede dispensarse de cso8 deberes sin
romper lodo8 los vínculos <le la 11al11ralc1.a y la mora­
lidad. Una fuerte inclinación debe impulsarlo al cum­
plimiento. Un scnlimic'nlo de orden y de obligación
moral une su fucr1.a a la de estos vínculos naturales.
Y el hombre entero, si es verdaderamente virtuoso, se

121
¡;
�·

HISTORIA NATURAL DE LA RELIGióN

ve conducido al deber sin ningún esfuerzo o violencia.


Aun en el caso de las virtudes que son más difíciles
y más fundadas en la reflexión, tales como la pasión
del bien público, el deber filial, la templanza o la inte­
gridad, toda pretensión al mérito religioso queda ex­
cluida, a nuestro juicio, por la obligación moral. Se
estima que la conducta virtuosa no es más que lo que
debemos a la sociedad o a nosotros mismos. Un hom­
bre supersticioso no descubre en todo esto nada que
haya realizado especialmente por causa de su deidad
o que pueda recomendarlo de un modo particular al
favor y la protección de Dios. No se le ocurre que
la mejor manera de servir a la divinidad pueda con­
sistir en hacer la felicidad de sus criaturas. Se csf uer­
za, al contrario, por hallar alguna manera más inme­
diata de servir al Ser supremo a fin de aquietar los
terrores que le obscden. Y c1wlquier práctica que se
le recomiende, aunque no tenga utilidad nlg11na en la
vida y se oponga muy violentamente a sus naluralrs
inclinaciones, la abrazará al punto, gracias a aqudlas
mismas circunstancias que, prcci�aincnte, deberían ha­
cérsela rechazar por completo. Le parece que esto es
lo más puramente religioso, porque no smgc ele nin­
guna mezcla con otro motivo o consiilcrnción. Y si n
causa de ello sacrifica buena parle de sn reposo y
tranquilidad, cree que sus méritos nunwnla11 en la
medida en que así manifiesta su fervor y :=;11 devociún.
Si restituye un préstamo o paga una dl'1:da, su divi­
nidad no lo tiene en cuenta de ning(m moclo. ponfllt)
tales actos ele justicia son los q11c c�lnha ohligiulo n
ejecutar y lo que muchos l111hicra11 <·jrc11!aclo, aun
cuando no existicrn ningÍln dios 1·11 el universo. Pcrn
si ayuna un día o se propina una h11c11a lun¡la de nzo­
tes, esto tiene una relación directa, en s11 opini(Ín, eon
el servicio ele Dios. Ningún o! ro motivo puccfo arras­
trarlo n tales austeridades. Por medio de esas extra­
ordinarias muestras de devoción ha obtenido, pues, c1

122
INFLUENCIA NOCIVA DE LAS RELIGIONES POPULARES

favor divino, y puede esperar, como recompensa, pro­


tección y salud en este mundo y eterna felicidad en
el venidero.
Por este motivo los mayores crímenes parecen
compatibles, en muchas circunstancias, con una pie­
dad y una devoción supersticiosas; de aquí que se con­
sidere con razón que no es suficiente el fervor o la
escrupulosidad de las prácticas religiosas para probar
la moralidad de un hombre, aun cuando éste las reali­
ce de buena fe. Más aún, se ha observado que las
enormidades de más negro tinte tienden, por el con­
trario, a producir terrores supersticiosos y a acrecentar
la pasión religiosa. Bomílcar, que tramó una conspi­
ración para asesinar de un golpe a todo el Senado de
Cartago y violó las libertades de su país, dejó pasar
el momento oportuno por atender de continuo a los
augurios y profecías. "Aquellos que acometen las más
criminales y peligrosas empresas son, por lo común
los más supersticiosos", según hace notar a este propó­
sito un historiador antiguo:1 Su devoción y su fe es­
piritual aumentan con sus temores. Catilina no se con­
tentaba con las deidades establecidas y con los ritos
tradicionales de la religión nacional; sus angustiosos
terrores lo constreñían a procurarse nuevas invencio­
nes de la misma cspccic,5 con las cuales prohablcmcntc
jamás huhicra soñado ele hahcr scµ-uido siendo un
ciudadano honrado y ohcdicntr• a las !eyt•s de su p:1Í<:.
A esto podemos aiíndir que, dl'S(Hlt'S que se cornete
un crimen, surgen los rcmordi111ic11los y sccrdos !erro­
res que no dejan en paz nl espíritu y lo ohligan a n·­
currir a ritos y ceremonias religiosas para expiar sus
faltas. Todo lo que dehilita o perlurlia c1 orden inma­
nente trabaja en favor de la supcrRliciún y nada hay
más ruinoso para cHa que una virtud vali·rosa y firme,

4 Diod. Sic. Lib. XX, 43.


ú Cic. Catil. I, 6. Sa1Iust. De bello catil. 22.

123
HISTORIA NATURAL DE LA RELIGióN

la cual nos preserva de funestos y tristes eventos o nos


enseña a sobrellevarlos. Mientras dura esta soleada
calma de la mente, nunca aparecen tales espectros de
la falsa divinidad. Por el contrario, cuando nos aban­
donamos a las espontáneas y desordenadas sugestiones
de nuestro temeroso y angustiado corazón, atribuimos
al Ser supremo toda clase de barbarie, según los te­
rrores que nos sobrecogen, y toda clase de caprichos,
según los caminos que seguimos para aplacarla.
Barbarie y a.rbitrariedail: tales son los atributos,
aunque se los disimule con otros nombres, que cons­
tituyen, según podemos ver en todas partes, el carác­
ter dominante de la deidad para las religiones popu­
lares. Y los sacerdotes, en lugar de corregir estas per­
versas ideas de la humanidad, se han mostrado dis­
puestos todavía a fomentarlas y alentarlas. Cuanto
más terrible es la imagen de la divinidad, más dóciles
y sumisos son sus ministros y cuanto más extravagan­
tes son las pruebas que aquélla exige para dispensarnos
su gracia, más necesario resulta que ahandonemos
nuestra razón natural y nos entreguemos a su guía y
dirección espectral.
Debemos confesar así que las artimañas de los
hombres agravan, rn este terreno, nuestras naturales
flaquezas y locuras, pero que en ningún caso lns crean
de la nada. Su!-1 raíces penetran muy honclo en la
menlc y surgm de las csc�ncialcs y universales cuali­
dades d,, la nalurnlcza humana.

124
CAPITULO XV

COROLARIO GENERAL

Aunque la estupidez de los hombres bárbaros e


ignaros sea tan grande como para no reconocer un
soberano autor en las más claras obras de la natura­
leza con las cuales tan familiarizados están, sin em­
bargo apenas parece posible que un individuo de me­
diana inteligencia pueda rechazar tal idea una vez
que le es sugerida. Un propósito, una intención y un
designio son evidentes en todas las cosas y cuando
nuestro entendimiento llega a captar el origen primero
de esle sistema visible, tenemos que aceptar, con la
más firme convicción, la idea de una causa o autor
inteligente. Por olra parle, las leyes uniformes que
rigen toda la estructura del universo nos llevan natu­
ral, si no necesariamente, a concchir a esta inteligencia
como única e indivisa, mientras los pn�juicios de la
educación oponen una doctrina menos razo11ahle1 Aun•

las contrndiccioncs ele la naluralcza, al manifestarse


por doquiera, se convierten en pruchas de 1111 sólido
plan y clcmucRLran un único propósito o intención, por
111.ís que sea inexplicahl(' e incomprensible.
El bien y el mal. la foliciclacl y la dcs<licha, la
sabiduría y In locura, la virtud y el vicio, están mez­
clados y confundidos en todns parles. Nada es puro
y cntcramcnlc de una pieza. Todas las ventajas son
acompañadas de desventajas. Una compensación uni-

125
HISTORIA NATURAL DE LA RELIGióN

versal rige todas las condiciones del ser y la existencia.


Y nos es imposible, aun en nuestras más fantásticas
aspiraciones, concebir la idea de un estado o situación
enteramente deseable. Los tragos de la vida, según la
fábula del poeta, son siempre una mezcla de los vasos
que Júpiter tiene en cada mano y si algún cáliz se
ofrece enterament� puro, éste ha sido vertido solo, co­
mo el mismo poeta nos dice, del vaso de la mano iz­
quierda.
La parte más exquisita de cualquier bien es aque­
lla de la que se nos concede una pequeña muestra; lo
más acerbo viene a ser el mal que a ésta se le une.
Pocas excepciones se encuentran a esta uniforme ley
de la naturaleza. El ingenio más vivaz confina con la
locura, las más altas efusiones de alegría producen la
melancolía más profunda, los placeres más arrebatado.
res son acompañados del más cruel hastío y disgusto,
las más lisonjeras esperanzas abren camino a las cles­
ilusones más duras. Y, en general, nadie goza en su
vida de tanta seguridad ( puesto que con la felicidad no
debe soñarse) como aquel que, sobrio y moderado,
conserva hasta donde le es posible una actitud mode­
rada y una especie de indiferencia hacia toclas las cosas.
Como lo Jn1cno, lo grande, lo suhlirnc y Jo mnrn­
villoso se encuentran en el mfü1 alto grndo en los nntén­
ticos principios del mo11otdsmo, pucclc esperarse, por
nnalogía d,� nnluralcza, que lo hajo, lo nl,surdo, lo ruin
y lo terrorífico hahrán de cneontrnrse en las fáhubs y
quimeras rdigiosns.
Si la un ivcri:ml tendencia n creer en un poder in­
visible e i11tdige11le, no ('S un inslrumcnlo originario,
ya c¡11e a lo menos es un concomilantc general tlc la
naturaleza humann, puede consillcrarse como una es­
pecie <le mnrca o sello que el divino nrlcsnno ha puesto
sohrc su obrn. Y nacln, por cierto, purdc elevar más
la dignidad <-lcl género humano c¡ue el hecho ele ser ele
este modo elegido entre todos los otros integrantes de

126
COROLARIO GENERAL

la creación y de llevar impresa la imagen o impronta


del Creador universal. Pero observemos esta imagen
tal como aparece en las religiones populares del mundo.
¡ De qué modo es desfigurada la deidad en nuestras re·­
presentanciones ! ¡Cuánto se la degrada aun por de­
bajo de lo que en la vida diaria llamamos comúnmente
un hombre sensato y virtuoso! ¡ Qué noble privilegio
de la razón humana es alcanzar el conocimiento del
Ser supremo y, a partir de las obras visibles de la na­
turaleza, ser capaz de inferir un principio tan sublime
como el de su Supremo creador!
Pero consideremos el reverso de la medalla. Vea­
mos la mayoría de los pueblos y de las épocas. Exami­
nemos los principios religiosos que, de hecho, han pre­
valecido en el mundo. Difícilmente podremos conven­
cernos de que son otra cosa más que sueños de hombres
enfermos. Quizá los consideremos como retozonas fan­
tasías de monos con aspecto humano más que como
afirmaciones serias, positivas y dogmáticas de un ser
que se honra n sí mismo con el nombre ele racional.
Escuchemos las protestas verbales ele todos los
hombres: rnHla es tan cierto como sus dogmas religio­
sos. Examinemos sus vidas: clifícilmcntc podremos
creer que ponen en ellos 1a menor confianza. El más
grande y auténtico cdo no nos da garantía alguna
conlrn la hipocresía; la más abierta impiedad es acom­
paiíacla de 1111 secreto terror y arrcpcnlimiento. Ningím
ahsurdo lcolúgico lo es tanto que no haya sido nhrnzado
alguna \'ez por ho111hres <le la m:ís aira y culti•,ada in­
teligencia. Ni11µ;í111 pn•cepto hay tan ri�uroso que no
haya sido ncloptaclo por los hombres más dados n la
volupluo�i<l:td y al vicio.
!,a Ig11ora11r.ia es la madre de la Devoción: He
aquí una máxima <¡ue es proverbial r que ha sido con­
firmada por la experiencia general. Consideremos n
1111 pucb.lo c11l<'ramc11tc desprovisto de religión. Si lo­
gramos, en efecto, hallarlo, podemos estar seguros ele

127
L. HISTORIA NATURAL DE LA RELIGióN

que se ha alejado apenas unos pocos grados de los


animales.
¿ Qué cosa hay más pura que los principios mora­
les incluidos en algunos sistemas teológicos? ¿ Qué
cosa hay más corrompida que las prácticas origina­
das por estos sistemas?
Las reconfortantes opiniones que proclaman la
creencia en la vida futura son maravillosas y encanta­
doras. ¡ Mas cuán rápidamente se desvanecen ante la
presencia de esos terrores que se posesionan firme y
permanentemente del espíritu humano!
El todo constituye un intrincado problema, un
enigma, un misterio inexplicable. Duda, incertidumbre
y suspensión del juicio, aparecen como único resultado
de nuestra más esmerada investigación sobre este tema.
Pero tan grande es la flaqueza de la razón humana y
tan irresistible el contagio de la opinión, que aun esta
deliberada duda difícilmente podría mantenerse si no
generalizáramos nuestro punto de vista y no entablára­
mos una polémica, oponiendo así una especie de supers­
tición a otra. Pero nosotros, por nuestra part�, mien­
tras dura tal altercado y disputa, refugiémonos gozosa­
mente en las apacibles aunque oscuras regiones de la
filosofía.

128
iNDICE

INTHODUCCióN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5

HUl'vlE: HISTOHIA NATUHAL DE LA HELIGlóN 41

Prólogo del autor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43

l. El politeísmo como primitiva religión del hom-


bre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45

11. Origen del politeísmo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 50

111. Continúa el mismo tema 54

IV. Las deidades en cuanto no son consideradas


creadoras o formadoras del universo . . . . . . 60
V. Diversas formas clcl politeísmo, la alegoría y
el culto de los héroes . . . . . . . . . . . . . . . . . . 68

VI. Origen cl<·l monol<'Í::mo a partir cll'I polit.d,·?nn 7.1

\'IT. Confirmación cft. <'Sta doctrina 'i:)

VIII. Flujo y reflujo cl<·l politeísmo y el mono-


tcís1no . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 82

IX. Comparación ele estas religiones con respecto


a las persecuciones y a la tolerancia . . . . . . 85

X. Con respecto al coraje o a la hurnillaci{m . . . 90

XI. Con respecto a la razón o el absurdo . . . . . . 93

XII. Con respecto a la duda o a la fe . . . . . . . . 96

129
HISTORIA NATURAL DE LA RELIGlóN

XIII. Concepciones impías de la naturaleza divina


en las religiones populares de ambas clases . 112
XIV. Influencia nociva de las religiones sobre la
moralidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 119
XV. Corolario general . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125

130
SE TEHMINÓ DE IMPRIMIR
EN JULIO DE 1966
EN CYMENT TALLERES GRÁFICOS S.R.L.
ALVAREZ JONTE 2072 - Bs. AIRES

También podría gustarte

pFad - Phonifier reborn

Pfad - The Proxy pFad of © 2024 Garber Painting. All rights reserved.

Note: This service is not intended for secure transactions such as banking, social media, email, or purchasing. Use at your own risk. We assume no liability whatsoever for broken pages.


Alternative Proxies:

Alternative Proxy

pFad Proxy

pFad v3 Proxy

pFad v4 Proxy