Los Procesos Psíquicos
Los Procesos Psíquicos
Los Procesos Psíquicos
Los procesos psíquicos tienen la función fundamental de reflejar el mundo, de conocerlo. El reflejo
psicológico en el ser humano, se produce de manera integrada y organizada. Ese reflejo ocurre en
un marco histórico-social determinado. Los procesos cognitivos brindan una imagen de los objetos.
Conocemos, percibimos, nos representamos las cosas, tenemos ideas, reflexionamos. Al mismo
tiempo, esas imágenes nos afectan de determinada forma. Mediante los procesos afectivos, nos
alegramos o sentimos tristeza, odio, ira, miedo. El proceso afectivo refleja la relación entre las
necesidades y su satisfacción.
Los procesos cognitivos son los procesos de conocimiento, mediante los cuales los seres humanos
somos capaces de conocer el mundo que nos rodea e interactuar con él. En el mundo se incluye
todo lo material y lo social, es decir, la relación con los demás seres humanos y las condiciones
históricas en la que esta relación ocurre. El proceso del conocimiento permite también saber el
resultado de nuestras acciones para con ese mundo que nos rodea. El proceso del conocimiento
nos da la posibilidad de aprender.
Dentro de una clase práctica de procederes de enfermería, para aprender lo que el profesor está
demostrando, necesitamos en primer lugar atender (proceso de atención). Para comprender el
mensaje que el profesor envía, debemos captar su voz, sus movimientos, su imagen, lo cual nos
vendrá a la memoria en el momento en que lo necesitemos para aplicar ese conocimiento. Para
realizar esas acciones no hay duda que debemos tener el pensamiento alrededor de eso que
estamos haciendo, ya que tenemos que analizar la situación problémica, escoger el procedimiento
técnico que debemos aplicar en cada caso, razonar cuál es el que mejor se aplica. Lo que vamos
diciendo en ese momento al paciente y lo que nos decimos interiormente nosotros mismos, ayuda
a organizar nuestras ideas y nuestro accionar. El lenguaje es ese sistema de símbolos y signos
que dan significación a nuestras acciones y a las acciones de los otros.
Los procesos cognitivos comprenden todos esos procesos (atención, memoria, pensamiento,
lenguaje), que permiten conocer e interactuar con el mundo y con nuestros semejantes. El
conocimiento es un elemento central en la determinación de las acciones que los seres humanos
realizan. Por ejemplo, un individuo diabético no puede llevar una dieta adecuada a su enfermedad
si, en primer lugar, no la conoce. Claro está,que en la determinación de las conductas de las
personas frente a los problemas del proceso salud-enfermedad, influyen otros factores además
del conocimiento, pero no hay duda de que el conocimiento es un elemento imprescindible, un
necesario punto de partida.
A continuación abordaremos algunos aspectos o momentos de este proceso del conocimiento, los
cuales no se dan en la realidad de forma aislada, pero en estos momentos los separaremos para
su mejor análisis y comprensión.
La sensación es el proceso psíquico mediante el cual se reflejan las cualidades aisladas de los objetos y
fenómenos de la realidad, pero también los estados internos del propio organismo, cuando los estímulos
materiales actúan directamente sobre los correspondientes receptores.
La sensación capta cualidades como la forma, el color, el peso, el sabor. Es el proceso psíquico
más simple y primitivo, y resulta difícil apreciarlo en forma pura en la medida en que nos alejamos
del momento del nacimiento del individuo. La base fisiológica de las sensaciones son los
analizadores, estructuras anatomofisiológicas encargadas de discriminar los diferentes estímulos
que actúan sobre el hombre.
La percepción es la función psíquica que permite al organismo, a través de los sentidos, recibir y
elaborar la información proveniente de su entorno. Mediante la percepción, la conciencia integra
los estímulos sensoriales sobre objetos, hechos o situaciones y los transforma en experiencias
útiles. Podemos decir que la percepción es el acto físico de recibir impresiones sensoriales; por
ejemplo: registrar la reflexión de luz, registrar ondas sonoras. Se debe establecer una distinción
básica entre sensación, es decir la recepción del estímulo y percepción que incluye el conocimiento
de la existencia del objeto.
La percepción puede considerarse el momento inicial o primer eslabón de los procesos del
conocimiento y de los procesos psíquicos en general. La percepción es el reflejo concreto sensorial
de la realidad, sobre el cual se levanta el reflejo del mundo en forma abstracta (lógica y teórica).
Los estímulos del medio actúan sobre los órganos sensoriales y se produce como resultado, la
percepción.
La percepción es un proceso activo, ya que los aparatos receptores deben "activarse" ponerse en
función de percibir algo. También se producen determinados movimientos del cuerpo que permiten
captar esa percepción. Por ejemplo, los movimientos oculares nos permiten percibir correctamente
la señal de un monitor al que está acoplado un paciente en terapia intensiva. Para eso debemos
también haber movido nuestro cuerpo para acercarnos al aparato que emite la señal. También el
movimiento de las manos es importante para percibir adecuadamente cuando hacemos una
exploración táctil, por ejemplo palpar el abdomen o determinar la presencia de edema o hinchazón
de una pierna. Por eso decimos que la percepción es un proceso activo.
Así por ejemplo, una enfermera que pasa por una sala a recoger unos papeles de trabajo que se
le quedaron cuando salió de su turno, no tiene la misma "actividad" para percibir las señales de
sus pacientes que la que está en ese momento trabajando en la sala, con la responsabilidad de
los cuidados de enfermería, en este caso particular, la vigilancia. Por eso decimos que la percepción
es un proceso activo.
Por ejemplo, si estamos en presencia de un niño al cual hay que hacer una sutura debido a una
herida que recibió, la percepción jugará un papel muy importante. Para poder cumplimentar esta
acción debemos percibir el tamaño de la herida, pero también percibimos al niño, si llora, si
coopera en alguna medida, a la madre acompañante, lo que dice, lo que espera de nosotros.
Debemos tomar en nuestras manos los materiales de sutura adecuados a las condiciones que se
nos presentan.
Todas estas acciones, se realizan casi automáticamente, pero exigen la percepción del color, la
textura, la ubicación de los materiales en el espacio, la percepción del tamaño y forma de la herida,
a percepción de las personas presentes, la percepción de sus manifestaciones verbales, etc. Todas
nuestras actividades, orientadas por un motivo que satisface una necesidad, exigen la realización
de una serie de acciones, muchas de las cuales son netamente acciones perceptivas.
La percepción tiene, al igual que todos los procesos psíquicos, un carácter histórico.
La percepción posee un carácter integral. Esta integralidad es la que nos hace reflejar un objeto
en su totalidad y no sus cualidades aisladas. Cuando nos llega un paciente herido no percibimos
la sangre, sino una herida sangrante. También se dice que la percepción es organizada. Aún
cuando el paciente lleve una camisa roja, somos capaces de organizar la percepción del color rojo
y distinguir la sangre de la tela. Esta organización perceptiva nos permite separar la figura del
fondo, separar el color, valorar la ubicación de los objetos en el espacio. Otra característica es la
constancia perceptiva. Nos acostumbramos al tamaño de los objetos y sabemos cuál es su tamaño
real aunque estemos a distancia. No por ver a un perro de lejos creemos que es del tamaño de un
ratón, por ejemplo.
Otro elemento muy importante y que ayuda a pensar y a aprender es el carácter racional de la
percepción. La racionalidad consiste en la categorización del objeto percibido y la designación de
este por medio de la palabra. Reflejamos no sólo el objeto de la realidad sino su significación, que
ha sido elaborada por la sociedad o por la Ciencia durante su desarrollo. Cuando auscultamos a
un paciente y no sentimos los latidos cardíacos no decimos tranquilamente "no hay latidos", sino
que vemos la situación de una manera racional y con todo el significado que posee un "paro
cardíaco".
En las percepciones pueden intervenir uno o varios sistemas. Los sistemas perceptivos
fundamentales son:
• Sistema visual.
• Sistema auditivo.
• Sistema cutáneo-muscular.
• Sistema olfativo-gustativo.
• Sistema vestibular.
Cada sistema realiza una serie de tareas que le son propias. El sistema visual desempeña un papel
fundamental en la percepción del color, de la forma, del espacio y del movimiento. Es el más
"objetal" de todos los sistemas. La percepción visual se destaca por el alto nivel de constancia.
Desde el punto de vista del conocimiento, permite la percepción simultánea de diferentes objetos
colocados a diferentes distancias del observador.
El sistema auditivo tiene que ver con la percepción de los sonidos y de los ruidos. Su importancia
está dada porque participa en la percepción del habla y de la música.
El sistema cutáneo-muscular presenta una gran complejidad. Está compuesto por varios
subsistemas: sensibilidad dolorosa, sensibilidad térmica y sensaciones táctiles. Tiene una
participación muy grande en la formación del esquema corporal y la regulación de los movimientos.
Por último, la percepción activa permite la formación de una imagen completa del objeto.
El sistema olfativo-gustativo permite percibir las características químicas de los objetos. De gran
importancia en algunas especies animales, participa en el control de la conducta alimentaria.
El sistema vestibular se caracteriza por el nivel de interacción que tiene con el resto de los sistemas
perceptivos. Permite valorar la posición del cuerpo en el espacio y el movimiento del cuerpo en
diferentes direcciones. Los estudios acerca de las situaciones en las cuales el ser humano no está
sometido a la ley de la gravedad han hecho avanzar la comprensión acerca del papel de este
sistema perceptivo.
Nuestras sensaciones y percepciones ofrecen continuamente información sobre el mundo que nos
rodea. Los diferentes objetos, imágenes, acontecimientos no se organizan en nuestra mente si no
fuera por el proceso del pensamiento, surgido al calor de la experiencia. El hombre primitivo
percibía un marcado aumento de temperatura en el cuerpo de otra persona y era incapaz de
pensar en la fiebre, ni en las medidas necesarias de aplicar para reducir esa temperatura corporal.
En la percepción se ofrece solo un resultado general, total, de la interacción del sujeto (hombre)
con el mundo cognoscible. Pero para vivir y actuar hay que conocer, ante todo, cuáles son los
objetos y acontecimientos exteriores por sí mismos.
El conocimiento sensible no permite descomponer el efecto total de la interacción del sujeto con
el objeto cognoscible, es necesario ir desde las sensaciones y percepciones hasta el pensamiento.
En el curso del pensamiento se produce la comprensión posterior, más profunda, del mundo
exterior. Mediante este proceso se desentrañan las complejas interdependencias entre los objetos,
acontecimientos, fenómenos, etc.
Es decir, que la imagen sensible de un objeto, sus distintas propiedades, se determinan solo con
el propio objeto (objetivamente). De esta manera el pensamiento abstracto, actúa abstrayéndose
de unas propiedades del objeto, por ejemplo, de la interacción de la mano con el objeto externo,
para comprender más profundamente otras propiedades suyas (temperatura real de dicho objeto,
significación de esa temperatura dentro de un cuadro clínico, etc.).
Llega un momento en que el pensamiento sensible resulta insuficiente o ineficaz. Allí es donde
comienza el pensamiento. El pensamiento engendra y desarrolla el papel cognoscitivo de las
sensaciones, percepciones y representaciones, y amplía el alcance del conocimiento. El
pensamiento posibilita conocer cosas que ninguna sensación o percepción brinda directamente,
por sí solo. Sabemos que los impulsos cerebrales son actividad eléctrica del cerebro, aunque nunca
hayamos visto o tocado dicha electricidad. En la actividad cognoscitiva real de cada hombre, el
conocimiento sensible y el pensamiento pasan continuamente de uno a otro y se intercondicionan
entre sí.
Por ejemplo, el análisis de la situación de salud de una comunidad, significa descomponer los
diferentes elementos que componen la comunidad, como es el caso de los grupos de riesgo (niños,
embarazadas, enfermos crónicos, adultos mayores) y dentro de cada uno de ellos ver
determinados factores. Estos factores, serán las propiedades más importantes, esenciales,
significativas, que tengan que ver con su estado de salud.
La unión e integración de los componentes del todo separado mediante el análisis, es la síntesis.
En el proceso de síntesis ocurre la integración de los elementos en los cuales fue desmembrado el
objeto cognoscible.
El análisis y la síntesis están siempre interrelacionados. La unidad indisoluble entre ellos se
manifiesta ya claramente en el proceso cognoscitivo de la comparación. En las etapas iniciales de
familiarización con el mundo circundante, los distintos objetos se conocen, ante todo, mediante la
comparación. Toda comparación de dos o varios objetos comienza por la confrontación o
correlación de dichos objetos unos con otros, o sea, comienza con la síntesis.
En el curso de este acto sintético, ocurre el análisis de los objetos, fenómenos y acontecimientos
que se comparan entre sí. Por ejemplo, cuando no se había aún descrito el síndrome de
inmunodeficiencia adquirida, el personal médico y de enfermería comparaba los cuadros clínicos
aparatosos de determinados pacientes que llegaban a buscar atención médica. Mediante
comparaciones sucesivas se identificó lo que era común en todos esos enfermos. Se fueron
distinguiendo paulatinamente los rasgos clínicos más esenciales de este síndrome, que condujeron
a estudios que permitieron identificar que estos cuadros respondían a un nuevo virus que explicaba
una deficiencia inmunológica generalizada en todos esos casos. De esta manera se llegó a
generalizar que se trataba de un síndrome de inmunodeficiencia adquirida mediante un virus.
En el curso de la generalización de los objetos que se comparan, se distingue algo común. Estas
propiedades comunes para distintos objetos suelen ser de dos tipos, unas son comunes por
semejanza y otras son comunes por sus signos o rasgos esenciales. Puede hallarse algo semejante
entre objetos muy diferentes, sin embargo, esta semejanza no expresa de modo alguno las
propiedades realmente esenciales de los objetos; la semejanza está basada en sus signos o rasgos
puramente externos, muy superficiales, no esenciales. Las generalizaciones que se hacen como
resultado de este análisis superficial, no profundo de los objetos, no tiene gran valor y
continuamente conduce a errores. Es decir, existen rasgos o características comunes entre
objetos, pero que no son esenciales.
Estos rasgos generales esenciales se manifiestan en el transcurso y como resultado del análisis y
la síntesis profundos. Así, algunos signos y síntomas que vemos en urgencias, pueden ser comunes
para un determinado grupo de pacientes, como ocurre por ejemplo en el shock. Para diagnosticar
un cuadro de shock nos basamos en la presencia de frialdad, sudoración, palidez, diseña y
alteraciones de la conciencia. Sin embargo, la disnea puede estar presente en cuadros de ansiedad
y en status asmático, pues es una propiedad semejante que ocurre en estas situaciones, sin que
digamos por eso que se trata de pacientes en shock, ni que podamos afirmar que sea esencial una
disnea en un paciente ansioso.
Las regularidades del análisis, la síntesis y la generalización son las regularidades, leyes
fundamentales y específicas (internas) del pensamiento. Solo sobre la base de estas regularidades
o leyes pueden explicarse todas las manifestaciones externas de la actividad mental.
Cuanto mejor fundamentada sea una idea, se expresará mejor mediante palabras, y viceversa,
cuanto más se perfecciona la formulación verbal de cualquier idea, tanto más clara y comprensible
resultará esa idea.
Cuando un enfermero tiene que comunicar una mala noticia al familiar de un paciente, suele
ayudarse a sí mismo hablando en alta voz, organizando cómo va a proceder. Puede decir: "Ahora
entro a la habitación, llamo aparte al familiar y le pongo la mano en el hombro, le digo que puede
contar conmigo para todo o que se hizo todo lo posible y según se manifieste entonces le digo, tal
cosa o cual otra cosa....".
Al formular nuestras ideas en voz alta, el individuo las está formulando también para sí. Esa
formulación, retención y fijación de la idea en palabras significa la desmembración de la idea, o
sea, ayuda a retener la atención en los distintos momentos y "partes" de esta idea y contribuye a
que se comprenda más profundamente. Gracias a esto se hace posible el juicio desarrollado,
consecutivo y sistemático, o sea, la clara y correcta confrontación de todas las ideas
fundamentales que surgen durante el proceso del pensamiento.
Atención. El individuo está inmerso constantemente en un gran mar de información, que llega a
sus órganos de los sentidos. Se hace necesario que tenga lugar una selección, es decir, escoger
aquellos contenidos sobre los cuales se habrá de concentrar. La atención es el mecanismo de
control activo que garantiza la disposición general del organismo para que un estímulo cualquiera,
durante la vigilia, pueda ser procesado. Es la capacidad de focalizar y seleccionar el estímulo,
mantener la concentración sobre él y dejar de atenderlo cuando otro es más importante. Es el
resultado de una red de conexiones corticales y subcorticales.
• Selectividad: es el mecanismo que filtra los estímulos que llegan al organismo y le permite
atender solo a los importantes.
• Vigilancia: capacidad para mantener la atención sobre un estímulo a lo largo del tiempo.
• Amplitud: cantidad de estímulos que se pueden atender al mismo tiempo.
• Alerta: capacidad de examinar y dejar de atender a un estímulo cuando aparece otro más
importante. Implica que el individuo se desconecte (de lo que estaba atendiendo), se
reubique (se oriente hacia lo nuevo que va a atender), se conecte (se concentre en el
nuevo estímulo).
La atención, así como también la memoria, que estudiaremos más adelante, son dos procesos que
se exploran en el contexto del examen neurocognitivo. Son de particular importancia para el
funcionamiento mental, y resultan afectadas en muchas enfermedades neurológicas, por ejemplo
las cerebrovasculares y las demencias. Su exploración habitualmente se realiza en conjunto con
el diagnóstico de trastornos de la conciencia, lenguaje y funciones psicológicas superiores. Sin
embargo, dada su importancia, pueden evaluarse de manera exclusiva en un paciente.
• En un paciente con un trastorno conocido del sistema nervioso central, para determinar
su nivel de funcionamiento cognitivo.
• En un paciente que se sospeche una alteración del sistema nervioso central y se quiera
establecer un diagnóstico diferencial.
• Antes de una intervención terapéutica y después de ella, para poder establecer cambios
en estas funciones mentales.
• Para evaluar la evolución de una demencia o de un trastorno vascular o traumático del
cerebro.
• Para evaluar en qué medida un déficit cognitivo contribuye a que se manifieste un
trastorno conductual.
Memoria. El ser humano necesita que la información que va adquiriendo por diferentes vías, le
sirva para la regulación de su conducta presente y planificación de la futura. La información
derivada del aprendizaje formal e informal y de la experiencia social común constituye el contenido
de la memoria. Existen un conjunto de áreas funcionales en el cerebro que se vinculan con los
procesos de memoria, entre ellas la amígdala, el hipocampo y el diencéfalo.
La memoria puede ser analizada desde diferentes puntos de vista, y por eso existen varias
clasificaciones. Una de ellas se refiere a la vinculación con las actividades que permite hacer al
individuo. Así tenemos la memoria declarativa o explícita y la no declarativa o implícita.
La declarativa es la memoria para palabras, escenas, caras, historias, etc. Su afectación es lo que
llamamos amnesia. Se conoce también como memoria relacional, consciente e intencionada. La
memoria no declarativa o implícita es a la que nos referimos cuando hablamos de habilidades y
aprendizajes, como manejar un automóvil, montar bicicleta, etc. Este tipo de memoria puede estar
conservado en casos de amnesia.
Desde el punto de vista clínico podemos señalar que no todas las alteraciones de la memoria se
deben a orígenes neurológicos. Gran parte de ellas obedecen a causas psicógenas o a la
interferencia de otros procesos psicológicos.
Además, debe tenerse en cuenta el nivel educacional e intelectual del paciente antes de su
enfermedad para poder evaluar justamente sus respuestas. La existencia de alteraciones de la
conciencia, de la atención, de funciones sensoriales o del lenguaje, debe ser también tenida en
consideración. Por otra parte, condiciones psicopatológicas como trastornos de la afectividad,
como ansiedad o depresión, así como el consumo de medicamentos, pueden interferir con el
resultado del examen clínico de la memoria.
El proceso afectivo es el tono vivencial que experimentamos cuando nos relacionamos con el
medio, cuando reflejamos la realidad exterior. Todo proceso cognitivo lleva aparejado un
determinado estado afectivo. El ser humano reacciona de muy diversas formas frente a los sucesos
del mundo que le rodea y frente a sus propias acciones sobre el mundo y sobre las personas. Así
vemos que ante una misma situación dos personas pueden reaccionar de diferente manera. La
alegría, la tristeza, la cólera, el miedo, la incertidumbre, son diferen tes formas de sentir
provocadas por los objetos o situaciones, que poseen determinado valor o significación para cada
uno de nosotros.
Por ejemplo, el proceso de enfermar y las condiciones del tratamiento indicado, constituyen
situaciones que provocan determinadas reacciones afectivas en las personas, pero que varían
considerablemente de una persona a otra, en función de las características propias de cada
enfermedad, su significado para los diferentes individuos, la experiencia anterior de cada persona
en cuanto a esa enfermedad, y otras condiciones tales como la co-morbilidad y el momento del
ciclo vital, por mencionar algunas.
El proceso afectivo posee un sustrato anátomofisiológico, que tiene como punto de partida la
información que llega a la corteza cerebral, originada en los órganos receptores. Este proceso de
excitación se generaliza en distintos centros subcorticales, y llega desde allí, por vía aferente, a
las diversas regiones del cuerpo, tales como glándulas y músculos, corazón, estómago, etc.
Esto ocurre ante estímulos que posean connotación de alarma o desafío, y sirve de respuesta
emergente al organismo para resistir la tensión y responder con dinamismo al estímulo o situación
externa que desencadenó este proceso. Cuando este estado se mantiene por encima de las
posibilidades de respuesta del individuo puede sobrevenir un estado de agotamiento
neuroendocrino, que se vincula a la patogénesis de diversas enfermedades.
Los estados afectivos reflejan la relación entre las necesidades y motivaciones, los deseos y
aspiraciones de las personas, con los objetos y situaciones capaces de satisfacerlos.
La afectividad acompaña toda la vida psíquica del individuo. Cualquier proceso cognitivo se
relaciona con un proceso afectivo, la afectividad es el reflejo en el cerebro del hombre, de sus
relaciones vitales La afectividad es dinamizadora de la conducta y del pensamiento.
Podemos afirmar que la variedad de situaciones que existen, en las cuales el individuo puede verse
involucrado, es infinita. Sin embargo, es posible destacar algunas características. En cuanto a la
relación de los afectos con la satisfacción de necesidades, deseos y aspiraciones del individuo, los
estados emocionales pueden ser positivos o negativos.
Por ejemplo, cuando una enfermera recibe una evaluación excelente en una inspección efectuada
a su sala o área de trabajo, evidencia un estado afectivo de alegría, de felicidad, que será mayor
mientras más amor ella sienta por su trabajo, mientras más esfuerzo y dedicación haya tenido
que emplear para obtener esos buenos resultados. Su estado emocional puede ser clasificado
como positivo.
En esa misma situación, otra enfermera que reciba una evaluación deficiente, sufrirá un estado
afectivo negativo, que puede variar desde la tristeza hasta la angustia, según la significación de
las consecuencias que producirá en su trabajo dicha evaluación. En este caso el estado afectivo
refleja la insatisfacción o frustración de los intereses y expectativas de la enfermera.
Las experiencias del ser humano suelen ser extraordinariamente complejas y pueden reflejar
estados afectivos ambivalentes. Por ejemplo, una estudiante de enfermería debe realizar un
proceder cruento a un paciente pediátrico. Afectivamente se encuentra motivada por el deseo de
aprender, y al mismo tiempo le puede resultar penoso realizar dicho proceder, por lo que su estado
afectivo es dual o ambivalente.
Emociones y sentimientos. Los elementos que conforman la situación afectiva comprenden una
variada gama de fenómenos, entre los que se encuentran las necesidades, los deseos, las
aspiraciones, los valores, etc., formados a lo largo de la experiencia de cada persona. En el
desarrollo de cualquier estado afectivo intervienen, como ya hemos señalado, características
propias de la situación, características de la personalidad del individuo y, sobre todo, a las
condiciones derivadas de la interacción entre la situación y el individuo, la significación o relevancia
que aquella tiene para éste, en un determinado entorno social.
Aquellos estados afectivos más relacionados con las necesidades biológicas son las emociones y
se caracterizan por una mayor intensidad y brevedad. Por ejemplo, el miedo moviliza todos los
recursos del organismo y lo prepara para la lucha. La emoción se asocia con intensos cambios
fisiológicos y neuroendocrinos. La subcorteza tiene un papel dominante en estas reacciones.
Por otra parte, los sentimientos se relacionan más con las necesidades sociales. El sentimiento de
miedo puede producirse cuando un paciente teme no poder cumplir con su trabajo, teme que su
departamento incumpla debido a las ausencias al trabajo que la enfermedad le impone, teme
incluso ser rechazado por sus compañeros.
Este tipo de estado afectivo es mucho más duradero y estable que la emoción, aunque de menor
intensidad. En el sentimiento los cambios fisiológicos son menos evidentes y drásticos que en la
emoción, y el papel de la corteza cerebral predomina sobre el de la subcorteza.
Los estados afectivos pueden ser cambiantes, son estados dinámicos. Así, vemos que de un
sentimiento de amistad puede surgir una pasión intensa.
La emoción de ira hacia algo que impida la satisfacción de nuestras metas puede fomentar un
sentimiento de odio hacia aquella situación que generó la frustración.
Los estados afectivos tienen un componente o expresión interna, vivencial, subjetiva, que el
individuo "siente" como estado emocional; un componente externo, que es la expresión del afecto,
que se manifiesta en expresiones motoras y en la conducta social del individuo. En la expresión
externa es interesante observar las manifestaciones afectivas del rostro y del cuerpo, que
representan una comunicación de los afectos (primer sistema de señales).
Los estados afectivos se encuentran indisolublemente ligados con los procesos cognitivos, con el
componente de la personalidad denominado "sentido personal".
Niveles de complejidad de los estados afectivos. Los estados afectivos son de relativa
complejidad y representan una dimensión importante en la vida psíquica del individuo. En cuanto
a la complejidad suelen identificarse emociones primarias, tales como el miedo, el amor y la ira,
que constituyen los estados afectivos más primitivos, tanto desde el punto de vista filogenético
como ontogenético.
En la emoción de miedo, el sujeto siente que el objeto puede hacerle daño, y la conducta
consecuente es la huída.
En la emoción de ira, el sujeto siente que el objeto es peligroso, pero que él puede destruirlo; en
este caso la conducta es de ataque.
Por otra parte, en la emoción de amor, el objeto es fuente de satisfacción y la conducta del sujeto
es la de relacionarse con aquel.
Otras emociones más complejas son las llamadas emociones secundarias, que suelen ser un paso
intermedio entre las emociones primarias y los sentimientos. Son la tristeza, la alegría y la
ansiedad. La tristeza es un estado afectivo desagradable de insatisfacción. Se produce por la
pérdida del objeto amado, es decir, de aquello que garantizaba la satisfacción de una necesidad.
Con frecuencia encontramos estados de tristeza en nuestros pacientes debido a la presencia de
una enfermedad que impide la satisfacción de necesidades.
La tristeza provoca una visión pesimista de todo lo que rodea al individuo, de los sucesos que le
acontecen, propiciando a su vez, estados afectivos negativos. Puede presentarse como un estado
anímico que no se relaciona conscientemente con un suceso concreto, aunque se mantiene como
reflejo de situaciones frustrantes y sirve de caldo de cultivo a una baja autoestima.
La alegría, por el contrario es un estado afectivo placentero, de agrado y satisfacción. Produce un
aumento en el nivel de actividad, propicia otros estados afectivos positivos, y contribuye a que la
vida sea percibida como agradable. Suele ser un estado voluble y superficial, escapando de los
aspectos serios o profundos de la vida.
El estado de ansiedad, tensión o estrés, se produce ante una situación conflictiva, frustrante,
frente a la posibilidad de peligro o de inseguridad. Transcurre sobre un fondo de desagradable
impaciencia, desasosiego e intranquilidad que puede llegar a convertirse en insoportable para el
equilibrio del sujeto. El grado máximo de la ansiedad es la angustia. La ansiedad repercute
intensamente sobre el funcionamiento fisiológico del individuo que la padece y está en la base de
múltiples afecciones psíquicas y orgánicas, tales como la neurosis de ansiedad, la hipertensión
arterial y la úlcera gastroduodenal.
En el tercer nivel de complejidad, tenemos los sentimientos superiores. Son aquellos que surgen
de necesidades culturales y tienen un marcado predominio intelectual, por lo cual los elementos
afectivos tienden a ocultarse detrás de razonamientos o ideas. Por ejemplo la vocación por la
profesión, los sentimientos patrióticos, etc. Si bien es cierto que en todos los sentimientos existe
un componente en ideas o imágenes a los que se suele asociar el pensamiento abstracto, puede
afirmarse que donde más predomina este último es en el sentimiento superior.
Por otra parte, podemos identificar estados afectivos en los que se mezclan características de los
sentimientos y las emociones, y que dominan la vida psíquica del sujeto y dirigen su conducta
social. Son las llamadas pasiones.
Las pasiones constituyen el centro de la vida para el que las siente, son intensas. En muchas
ocasiones las pasiones conducen a actos heroicos o a descubrimientos trascendentales, sobre todo
cuando se asocian a sentimientos superiores. Por el contrario si se asocian a sentimientos
negativos pueden llegar a ser muy destructivas.
Otros estados afectivos. También existen otros tipos de estados afectivos que están
relacionados directamente con estímulos sensoriales, ellos son el disgusto, el placer y el dolor,
aunque situaciones de carácter social también pueden ser el punto de partida. El disgusto como
su nombre lo indica es lo contrario al gusto.
Por ejemplo, un mal olor provoca disgusto, un disgusto "biológico" que puede provocar hasta
náuseas y vómitos. Una situación social desagradable, también puede provocar disgusto. Por el
contrario, otras situaciones como los roces suaves sobre la piel, los colores agradables, los
sabores, los sonidos armoniosos pueden producir una vivencia de bienestar, pudiendo llegar hasta
el éxtasis.
Por otra parte, el dolor físico es una estimulación violenta que conduce a un estado afectivo
displacentero, mayor mientras menos sea capaz el individuo de identificar la fuente de su molestia,
y mientras menos recursos ponga en práctica para su control.
Tipos de estados afectivos. Los estados afectivos son parte inseparable del proceso de
socialización del hombre, por lo cual están directamente relacionados con los patrones
socioculturales y condiciones económicas en las que se desenvuelve.
Así ocurre con estados afectivos de diferente cualidad como, por ejemplo, los sentimientos de
autoestima (sentido de eficiencia personal en correspondencia con los patrones culturales), los
sentimientos de éxito o de fracaso (correspondencia entre aspiraciones y logros), los sentimientos
de orgullo (autoevaluación exitosa, satisfacción consigo mismo) o de pena (pérdida de algo
valioso), la culpabilidad (juicio ético desfavorable de la propia conducta) y el remordimiento
(sentimiento de culpabilidad proyectado hacia el pasado).
Otros estados afectivos tienen que ver con la relación con otros seres humanos, como por ejemplo
el amor, los celos, la envidia y el odio. Estos estados efectivos varían en calidad e intensidad,
según el objeto o situación que los provoque y su relación con las necesidades, motivos y valores
del individuo, en fin, con su personalidad.
• Sentimientos de autoestima
• Sentimientos de éxito o fracaso
• Orgullo
• Culpabilidad
• Remordimiento
• Pena por pérdidas
Las necesidades orientan la conducta del individuo en determinada dirección, propician una
búsqueda. Las necesidades pueden entenderse como "la cualidad estable de la personalidad,
portadora de un contenido emocional constante, que orienta al sujeto en una dirección igualmente
estable de su comportamiento, en forma de relación o de realización con objetos o personas,
garantizando en este proceso la expresión activa y creadora de la personalidad, que busca de
manera activa nuevos niveles cualitativos en esa relación" (González, F. 1989.p.55).
Existe un grupo de necesidades relacionadas de manera directa con el equilibrio del organismo
para mantener la vida, a las que suelen denominarse necesidades biológicas, como dormir, comer,
respirar. Este tipo de necesidades tiene una gran fuerza motivacional. Sin embargo, el hombre
como ser social, inmerso en una cultura determinada, aprende un conjunto de reglas sociales, que
satisfacen su seguridad y que lo conducen a comprender que no basta con realizar actividades
para conservar su vida y así van surgiendo las motivaciones sociales.
Mientras que las necesidades biológicas son unas pocas, las motivaciones sociales son
innumerables, pues incluyen las relaciones humanas y todas aquellas experiencias que se derivan
de los nuevos objetos y las nuevas tecnologías que se han ido desarrollando a lo largo de la historia
de la humanidad. Las motivaciones sociales llegan a ser promotores de la actividad humana con
más fuerza que las necesidades biológicas.
Por ejemplo, una enfermera en misión internacionalista o dentro de un equipo de salud que trabaja
en situaciones de desastres, pone por encima de su necesidad de seguridad física, las motivaciones
sociales y el altruismo, desde el mismo momento en que se compromete a cumplir dicha misión.
Esta necesidad de cumplir con los preceptos rituales suele ser fuerte aún en situaciones extremas
como la hambruna. Son conocidas las historias de personas que mueren o dejan morir a sus hijos
sin que se vuelvan caníbales, ni coman el animal prohibido; la repulsión socialmente aprendida y
el compromiso con el grupo resultan más fuertes que la motivación de supervivencia.
Las motivaciones. Jerarquía motivacional
Los motivos se estructuran en una jerarquía. El nivel superior de esa jerarquía lo integran las
tendencias orientadoras, las cuales son motivos que movilizan al sujeto hacia los objetivos
esenciales de la vida.
Los diversos motivos y necesidades se aglutinan alrededor de una tendencia orientadora, la cual
confiere el sentido psicológico a las formaciones motivacionales que se integran. Estas últimas,
constituyen configuraciones subjetivas de la personalidad, siendo este el modo de organización y
de expresión de las tendencias orientadoras en las esferas concretas de la vida, lo cual se produce
como parte del complejo sistema de regulación. Los motivos llegan a expresarse de manera
estable en forma de intereses. Los intereses dotan de selectividad la conducta del individuo. No
funcionan aislados sino en un complejo sistema que se constituye en estilo de vida. Orienta y
unifica lo que hace y piensa el sujeto.
Los rasgos caracterológicos, elementos que imprimen una estabilidad dentro de la personalidad,
constituyen realmente motivos estables, generalizados, que se expresan en un tipo de conducta
definida, convirtiéndose en una necesidad del comportamiento para el ser humano. Sin embargo,
el carácter no es una suma de rasgos, sino un sistema, interrelacionándose entre sí, formando
parte de la estructura de la personalidad e imprimiéndole a la actuación integral del sujeto un sello
propio.
Son, entre otros, rasgos del carácter: la sociabilidad, persistencia, sinceridad, honestidad, timidez,
extroversión, introversión, amabilidad, etc., y actúan como vías ejecutoras operativas de cualquier
motivación de la personalidad.
Los rasgos del carácter se expresan con mayor fuerza en aquellas esferas de la vida en las cuales
el sujeto se siente comprometido motivacionalmente. Es por ello que un mismo rasgo del carácter
puede expresarse de modo diferente en sujetos diferentes por su estructura motivacional o
expresarse de modo diferentes en esferas distintas de la vida hacia las cuales un mismo sujeto
experimenta intereses diferentes.
La expresión de los rasgos del carácter también se subordina a las particularidades funcionales de
la personalidad como un todo. Una persona reflexiva y segura de sí misma (características de
personalidad), por ejemplo, puede controlar su carácter rígido, compulsivo y poco controlado
(rasgos de carácter). Los diversos motivos y necesidades se aglutinan alrededor de los motivos
jerárquicamente más significativos.
Existen motivaciones centrales de la personalidad, que dirigen la actividad la mayor parte del
tiempo y hasta pueden dirigir largas etapas en la vida del sujeto, como por ejemplo la obtención
de un título universitario o de un doctorado en ciencias.
La escala de motivos de una persona varía de una etapa del ciclo vital a otra y también en función
de sus condiciones de vida concretas e incluso de situaciones de la vida diaria. Por ejemplo, un
estudiante de enfermería con una fuerte motivación hacia sus estudios, o hacia el estudio con
vistas a una prueba final en particular, puede orientar su conducta hacia el estudio, dedicando
largas horas del día a esta actividad. Sin embargo, al pasar horas sin satisfacer sus necesidades
de alimentación o de sueño, se producirá un cambio en la jerarquía de motivos, hasta el punto de
que el estudiante deja a un lado sus libros y decide dormir o comer.
Una de las características distintivas del ser humano es su propiedad de ser conciente no solo de
sus necesidades inmediatas, sino de sus necesidades futuras. De tal manera el individuo puede
realizar actividades con vistas a la satisfacción de esas necesidades futuras que él ha sido capaz
de prever.
Frustración y conflictos
Cada sujeto tiene un umbral de tolerancia a la frustración. Pasado ciertos límites la conducta de
un individuo puede desorganizarse y llegar al sufrimiento y la derrota. Las personas varían en
estas reacciones según su experiencia anterior y su personalidad. No lograr una meta puede ser
valorado por una persona como una catástrofe, mientras para otros es un pequeño trance o
impedimento pasajero.
En general, las frustraciones suelen tener consecuencias negativas. Con frecuencia se observan
afectos negativos como por ejemplo la ira, la tristeza o la desesperanza. Tal reacción pudiera
ocurrir en una enfermera que realiza en ejercicio para obtener la categoría docente y es
desaprobada por el tribunal.
Por otra parte, un individuo al enfrentar una enfermedad propia o de un familiar puede presentar
diferentes respuestas de frustración, ante las cuales la enfermera y todo el equipo de salud, deben
estar atentos, ya que guardan una estrecha relación con el curso de la enfermedad. La valoración
que hace un individuo al hecho de encontrarse enfermo determina la conducta ante las limitaciones
o el tratamiento que la enfermedad conlleva, por tanto condiciona la cooperación del paciente, su
protagonismo en el curso de la enfermedad. Además dicha valoración producirá estados
emocionales que pueden disminuir las defensas inmunológicas que protegen contra las defensas
inmunológicas del organismo y por tanto tener un vínculo directo con la patogénesis y dinámica
de la propia enfermedad.
Por otra parte, se denomina conflicto al fenómeno psicológico que se produce cuando el sujeto no
puede decidir entre dos o más motivaciones, o entre las acciones que serían necesarias para
satisfacer una necesidad.
La esencia del conflicto siempre está dada porque al satisfacer una necesidad, dejaría de satisfacer
otra y otras que tienen una jerarquía similar en la escala de motivos.
Puede producirse conflicto entre dos objetivos deseables igualmente motivantes, pero que el hecho
de escoger uno, implica renunciar al otro.
Tal sería el caso del enfermero que tiene una fuerte inclinación al trabajo con pacientes quirúrgicos,
pero también se siente atraído por el trabajo en el nivel primario de atención. Debe escoger entre
uno de ellos, como ocupación fundamental, para ocupar una plaza en el hospital o en el policlínico.
Este tipo de conflicto se conoce como conflicto aproximación-aproximación.
También puede haber conflicto entre dos estímulos desagradables o negativos, en los casos en
que evitar uno significa enfrentar el otro. Es el llamado conflicto evitación-evitación.
Otra forma es el tipo de aproximación-evitación, que puede ser de dos tipos: el conflicto de
aproximación-evitación simple, que es aquel donde el objetivo en sí tiene cosas positivas y
negativas al mismo tiempo, lo cual produce en la persona un estado afectivo dual o ambivalente;
y el conflicto aproximación-evitación doble o múltiple, donde se debe escoger entre dos o más
objetos y cada uno de ellos tiene elementos positivos y negativos.
Un ejemplo de conflicto aproximación evitación puede darse en un enfermero que es llamado para
realizar una misión internacionalista, lo cual le atrae desde el punto de vista profesional, pero al
mismo tiempo lo rechaza porque implica una separación prolongada de su familia.
En el campo de la salud, para llevar conductas en pro de la salud, en muchas ocasiones el individuo
se enfrenta a situaciones de conflicto aproximación-evitación, por ejemplo, el placer de fumar (en
un individuo habituado) y la conciencia de riesgo de enfermedad, el placer de ciertas comidas y el
riesgo de enfermedad. Claro que con frecuencia encontramos fumadores que no están en conflicto
por la sencilla razón de que no se han planteado el esfuerzo de proteger su salud, o encontramos
exfumadores que vencieron la etapa de conflicto y ejecutaron con éxito la toma de decisión de
dejar de fumar. Pero una buena parte de los que hoy fuman, y que conocen el daño de este hábito,
se enfrentan a los efectos ambivalentes que les produce el cigarro y la toma de decisiones fallidas
y recaídas, sin poder salir de esta situación.
El conflicto y sus afectos negativos, desaparecen con una gran sensación de alivio, cuando se
produce la toma de decisiones; de ahí en lo adelante, el sujeto puede que sufra las consecuencias
de la decisión tomada, pero ya no estaría en conflicto. Sin embargo, con cierta frecuencia los
conflictos que parecen resueltos, reaparecen. Mientras hay situaciones en que la toma de
decisiones impide la posibilidad de una marcha atrás, en otras, mantener la decisión tomada
depende de la firmeza, perseverancia y autodominio del sujeto, que para mantener su decisión
debe vencer obstáculos internos causados por sus miedos y deseos.
La escala de motivos no tiene una estructura rígida, y puede haber motivos que suban o bajen
cuando las necesidades se satisfacen. A un individuo puede parecerle fácil tomar una decisión a
favor de otras motivaciones cuando dicha necesidad está satisfecha, y a medida que aumenta la
carencia se acumulan inclinaciones provocadas por esa necesidad insatisfecha; puede pensar que
es un buen negocio renunciar a todas las otras necesidades y motivaciones con tal de satisfacer
una necesidad que antes había pensado que no merecía un "precio" tan alto.
Las personas difieren en sus escalas de motivos, por lo cual difieren también en la dificultad que
han de enfrentar para resolver determinados conflictos que se le puedan presentar. En ocasiones
hay discrepancia entre la jerarquía de valores y la jerarquía de motivos. Un sujeto puede enfrentar
una situación de conflicto entre lo que desea y lo que cree correcto o ético que debe hacer.
Entonces la solución solo es posible si logra modificar su jerarquía de valores o su escala de
motivos.
Aunque algunos autores ponen en duda la existencia de la voluntad como categoría reguladora de
la conducta humana y se limitan al estudio de las motivaciones, no hay dudas de que el estudio
de la actividad volitiva posee un especial interés didáctico y práctico. Es un hecho que algunos
sujetos, frente a necesidades que reconocían como importantes y que mostraban real interés por
resolver, se detenían ante pequeños obstáculos o se cansaban de esforzarse, mientras que otros
sujetos frente a tareas arduas y aún desagradables, eran tenaces y las enfrentaban con éxito.
social y con la etapa del ciclo vital. En el ser humano, como sabemos es característico la
dependencia en las primeras etapas de la vida.
Observamos la influencia del contexto social cuando vemos un sujeto que muestra independencia
en su vida laboral y sin embargo manifiesta dependencia en el área familiar. O un paciente que
siempre ha sido una persona independiente y luego de enfermar adopta una posición totalmente
dependiente.
Por otra parte, la firmeza se manifiesta cuando el individuo adopta sin vacilación sus decisiones y
las lleva a cabo. Se considera un rasgo positivo la mayoría de las veces, siempre y cuando las
decisiones estén bien fundamentadas y se realicen en el momento oportuno. Por el contrario, la
indecisión se manifiesta no solo en las dudas y vacilaciones durante la toma de decisiones, sino
también durante la ejecución de la decisión tomada.
En el individuo caracterizado por la firmeza, una vez que queda claro para él la necesidad que
debe priorizar, expresada por la motivación de mayor jerarquía en su escala de motivos en un
momento y circunstancia dados, y que establece un plan de acción para alcanzar la satisfacción
de esa necesidad, mantendrá firmemente, la motivación inicial sin que decaiga su interés ni su
actividad.
Por el contrario, la persona indecisa, no solo tendrá dificultad para identificar la motivación
predominante, sino que durante su ejecución puede seguir atormentado por los pro y los contra
de la decisión tomada, hasta tal punto, que la motivación que le permitió elaborar el plan de acción
puede decaer y, por tanto, ser superada por otros motivos que lo incitan a dirigirse a otras
acciones. Por lo general, este tipo de personas termina sin conseguir la satisfacción de sus metas.
El otro elemento, la perseverancia, está dada por la constancia con que se lleva a cabo el plan de
acciones trazado por el sujeto a partir de la toma de decisiones, a pesar de los obstáculos externos
que pueden presentarse en el logro de los objetivos. En el polo opuesto, la inconstancia, hace que
el sujeto abandone su objetivo a la menor dificultad.
Mientras que la firmeza depende de que la motivación inicial no decaiga, la perseverancia pudiera
fracasar en inconstancia, aunque la motivación mantuviera de forma inalterable el interés del
sujeto; en este caso, la inconstancia se produce al no querer realizar esfuerzos mayores o soportar
grandes incomodidades, cuya existencia o magnitud no había sido prevista.
Para desarrollar estas cualidades de la voluntad, es importante el valor que se le atribuye a estas
cualidades dentro del grupo de referencia del sujeto.
Por otra parte, el autodominio es aquella capacidad del individuo de dominar su propia conducta,
lo cual resulta imprescindible para enfrentar con éxito los obstáculos externos. El autodominio se
expresa sobre todo en el control de los estados afectivos que pueden obstaculizar nuestra toma
de decisiones y nuestra conducta.
Por ejemplo, la mayor parte de las personas pueden tener miedos o inseguridades a la hora de
enfrentar una intervención quirúrgica o un proceder diagnóstico cruento. Para que actúe como
conviene a su salud, es necesaria una determinada dosis de autodominio. En el sentido contrario,
la inseguridad puede ser un impedimento para tomar una decisión en los casos antes
mencionados. La falta de autodominio puede llegar a ser un verdadero obstáculo en lograr la
cooperación del paciente.
En algunas ocasiones un paciente puede ser capaz de renunciar a la sal en las comidas, pero no
al hábito de fumar, porque en estas dos situaciones, la significación personal de la situación puede
ser diferente y requerir niveles diferentes de autodominio. Tampoco es lo mismo según sea el
riesgo percibido o las molestias sufridas por nuestro paciente.
Los hábitos
Los hábitos están definidos como la automatización de la conducta que se inserta en un sistema
e incluso en la concepción de un estilo de vida. Los hábitos como formas de actividad están
constituidos por acciones y movimientos que responden a un fin consciente previamente
propuesto.
En toda acción existen componentes motores, sensoriales y centrales que realizan funciones de
ejecución, regulación y control respectivamente. Mediante el aprendizaje y la ejercitación, el
hombre llega a realizar los movimientos de forma automatizada, y la conciencia queda liberada
del control en las operaciones motrices, sensoriales e intelectuales que componen las acciones.
Suelen identificarse tres tipos de hábitos: sensoriales, motores e intelectuales. Los hábitos
sensoriales están vinculados con las sensopercepciones y los distintos órganos de los sentidos, y
son el resultado de la experiencia obtenida mediante la ejercitación y el perfeccionamiento.
Por ejemplo, la discriminación que una enfermera es capaz de hacer de los diferentes ruidos de
los equipos de ventilación asistida, la discriminación de las diferentes expresiones faciales de los
pacientes que traducen miedo o dolor. Por su parte, los hábitos motores como caminar, escribir,
montar bicicleta o el desempeño deportivo, tienen que ver con la automatización de los
componentes motores de las acciones.
Estos hábitos se combinan con acciones sensoriales y se les llama sensitivomotores. Por ejemplo,
conducir un automóvil, palpar el abdomen, etc. Por último los llamados hábitos intelectuales son
resultado de la actividad del pensamiento. Por ejemplo cuando una enfermera toma los signos
vitales a un paciente, se evidencian hábitos sensoriales (discriminación auditiva), motores
(manipulación del termómetro y el esfigmomanómetro) e intelectuales (interpretación de los
signos observados).
Los hábitos están determinados por la experiencia del individuo, se forman de manera
interrelacionada en el curso de la experiencia individual y social, de tal manera que forman un
sistema.
Bibliografía