Secretos Oscuros - Nat Lia Lee

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 508

SECRETOS OSCUROS

Natália Lee
Derechos de autor © 2024 Natália Lee

Todos los derechos reservados

Los personajes y eventos que se presentan en este libro son ficticios. Cualquier similitud con
personas reales, vivas o muertas, es una coincidencia y no algo intencionado por parte del autor.

Ninguna parte de este libro puede ser reproducida ni almacenada en un sistema de recuperación, ni
transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico, o de fotocopia, grabación o de
cualquier otro modo, sin el permiso expreso del editor.
CONTENIDO

Página del título


Derechos de autor
Mailing List
PRÓLOGO
CAPÍTULO UNO
CAPÍTULO DOS
CAPÍTULO TRES
CAPÍTULO CUATRO
CAPÍTULO CINCO
CAPÍTULO SEIS
CAPÍTULO SIETE
CAPÍTULO OCHO
CAPÍTULO NUEVE
CAPÍTULO DIEZ
CAPÍTULO ONCE
CAPÍTULO DOCE
CAPÍTULO TRECE
CAPÍTULO CATORCE
CAPÍTULO QUINCE
CAPÍTULO DIECISÉIS
CAPÍTULO DIECISIETE
CAPÍTULO DIECIOCHO
CAPÍTULO DIECINUEVE
CAPÍTULO VEINTE
CAPÍTULO VEINTIUNO
CAPÍTULO VEINTIDÓS
CAPÍTULO VEINTITRÉS
CAPÍTULO VEINTICUATRO
MAILING LIST

¡Suscríbete a mi lista de correo! ¡Recibirás noticias sobre mis próximos


lanzamientos y promociones especiales!

subscribepage.io/nataliaes
PRÓLOGO

Temía el sonido de sus botas de alta resistencia golpeando el suelo


duro. Cada paso deliberado intensificaba mis miedos y ansiedades más
profundas. Había estado aquí esta mañana, su corpulento cuerpo sobre el
mío, sus manos avariciosas pegadas a mi piel sudorosa, su voz baja y ronca
caliente en mi oído. No era propio de él volver al sótano dos veces en un día
para exigir más.

Arrancando la sucia y raída manta sobre mi cabeza, me quedé inmóvil


con la respiración contenida, el órgano muscular palpitante bajo mi caja
torácica descendiendo hasta las profundidades de mi estómago vacío.

Por favor, cáete por las escaleras, pensé, saboreando lágrimas saladas
en mis labios secos. Que tropiece y caiga hasta morir para liberarme de una
vida de oscuridad solitaria y cadenas inhumanas.

Sus pasos se detuvieron. Sentí su intensa mirada recorriéndome y


encogí los dedos de los pies, escondiéndolos bajo la manta lejos de la
maldad que brillaba en sus ojos.

Un suspiro cansado y sin aliento salió de su boca.

Orando para que se olvidara de mi existencia y se fuese, cerré los


párpados.
―Alexa, sé que estás despierta, ― dijo una voz familiar, y mis ojos
fuertemente cerrados se abrieron de golpe. ―Por favor, sal.

Por un largo momento, permanecí bajo la seguridad del edredón,


preguntándome si tal vez el sonido de la voz de Kathy era una ilusión. Su
cercanía, un encuentro fantasmal y misterioso, uno que había soñado y
deseado ver durante incontables días, o, ¿habían sido meses? ¿Años?

Perdí la cuenta hace mucho tiempo.

―¿Y si no eres real? ― susurré, mordiéndome las uñas. ―¿Y si salgo


y no estás ahí?

―Soy real. ― Se acomodó a mi lado en el suelo, los muelles del


colchón sobresalían quejándose mientras se movía para estar más cómoda.
―Alexa. ― Suavemente me soltó la manta de mi puño de hierro. ―Soy
real.

Contuve un sollozo ronco en mi mano. ―¿Dónde estabas? ―


Incorporándome de un salto, me aparté el cabello empapado de sudor de la
cara y, bajando la manta para encontrar su mirada suave, la abracé. Sollozé
en el hueco de su cuello. ―Te he echado tanto de menos.

―Yo también te he echado de menos. ― Apartando un mechón de


cabello detrás de mi oreja, me besó en la mejilla. ―Adivina qué.

Mis manos se aferraron a su espalda. ―¿Qué?

―Vamos a salir de aquí.


―¿Qué? ― Me aparté y miré sus ojos color avellana, los mismos ojos
que reflejaban los míos. ―¿Cómo?

Es una tarea imposible. No hay forma de salir de este horrible lugar. Lo


he intentado muchas veces y he fallado repetidamente.

―¿Cómo has llegado hasta aquí? ― En lo alto de las escaleras, miré


con desprecio la puerta de acero. ―¿Lo sabe él?

―No. ― Sus dos ásperos dedos presionaron mis labios agrietados.


―Debemos estar calladas.

Teniendo en cuenta nuestras circunstancias dolorosamente


desafortunadas, su apariencia decente, mientras vestía ropa de lana cálida,
sus mejillas sonrojadas y el cabello trenzado me sorprendieron. Pasé mis
palmas sudorosas sobre el camisón manchado que él me obligaba a usar.
Tenía las uñas de los pies mugrientas y el cabello apestaba a vómito rancio
y otros olores corporales. ―No podemos irnos, ― Musité, usando el dorso
de mi mano para limpiar el flujo constante que goteaba de mi nariz. ―Lo
he intentado, Kathy, pero nunca logro pasar del pasillo antes de que uno de
ellos me atrape y me arrastre de nuevo abajo.

A veces me pregunto si esos hombres, los monstruos de arriba, dejan la


puerta abierta como un juego enfermo y retorcido, haciéndome creer que la
libertad me espera cuando, en realidad, los entretengo con mis luchas
desesperadas porque no hay una salida de este lío.

―Están dormidos. ― Sus ojos esperanzados se dirigieron a la puerta


entreabierta. ―Esta podría ser nuestra única oportunidad, Alexa. ―
Subiendo de un salto, extendió un brazo, pidiéndome silenciosamente que
tomara su mano. Con cautela, deslicé mi palma sobre la suya y me ayudó a
levantarme. ―Podemos hacerlo, ― aseguró con confianza, posando un
beso en mi frente. ―Podemos salir de aquí.

No muy convencida, asentí con desgana.

―No debemos hacer ni un ruido, ― advirtió, avanzando sigilosamente


hacia las escaleras.

Tras su sombra, me agarré a la espalda de su jersey y observé cómo


mis pies descalzos ascendían cada peldaño de concreto.

Kathy manipuló el pomo de la puerta, mientras las bisagras resonaban


al abrir. ―Quédate cerca.

Incapaz de formular palabras, asentí de nuevo.

Kathy se deslizó en el pasillo oscuro, esquivando tablas del suelo


levantadas y gesticulando para que la siguiera.

El miedo atenazaba mi corazón. Salí del sótano y apoyé mi espalda


contra la pared manchada de humo, rechazando el olor a cigarrillo que
flotaba en el aire húmedo.

Me atreví a dar otro paso.

El suelo crujió.
Kathy me lanzó una mirada condenatoria.

Conteniendo la respiración, avancé encorvada, sin detenerme hasta que


entramos en la pequeña cocina al final del pasillo. Cuando ella llegó a la
puerta trasera, me aferré a ella con urgencia. Mi cuerpo temblaba de pies a
cabeza. No quería que nos atraparan. ―Tengo miedo.

―Lo tenemos controlado. ― Sus dedos temblaban con un juego de


llaves y, una por una, las insertó en la cerradura. ―Vamos. ― En un
nerviosismo frenético, agitó el pomo y la puerta trasera se desbloqueó.
―Quédate cerca.

La lluvia torrencial y un cielo oscuro y sin estrellas nos dieron la


bienvenida. Estoy mal vestida, sin duda enferma y no tengo calzado, pero la
suave brisa en mi cara y el rocío húmedo en mis labios era lo que imaginaba
como el paraíso.

―Mierda. ― El miedo se reflejaba en sus rasgos torcidos. ―Nos


vamos a empapar.

La impaciencia urgió mis piernas inquietas a ceder en el momento en


que me apresuré a bajar los escalones de concreto. Perdí el equilibrio y
resbalé, mientras mi cuerpo caía a través del suelo embarrado. No estuve en
el suelo por mucho tiempo, sin embargo. Tambaleándome para ponerme de
pie, agarré el borde del vestido manchado y corrí detrás de Kathy,
adentrándome en las sombras densas. No tenía idea de lo que estaba más
allá de los árboles sinuosos y densos mientras serpenteábamos en el oscuro
bosque, pero recé para que hubiera otra casa, una donde pudiéramos
encontrar ayuda, con una pareja amable que nos protegiese o llamara a la
policía.
―No puedo respirar. ― Se me erizó la piel y el calor recorrió mi
cuerpo, causando que mis mejillas frías ardieran y mi pecho se encogiera.
Siento dificultades para respirar y mi cuerpo me duele desde las plantas de
los pies hasta la boca de mi estómago; los años de cautiverio han pasado
factura a mis extremidades; sin embargo, emocionalmente, no me afecta.
Acojo la lluvia y abrazo el aire frío de la noche. Saboreo el olor fresco y
terroso mientras mis labios se abren instintivamente para probar la lluvia en
mi lengua.

―¡Sigue corriendo! ― Gritó Kathy por encima de su hombro.

Se forma niebla frente a mí mientras lucho por respirar. Mis pies se


hunden en el suelo empapado y el barro salpica entre mis dedos de los pies.
Avanzo detrás de Kathy con un paso lento y determinado a la vez.

Con los ojos muy abiertos y pálida, Kathy se inclina contra un árbol,
mientras sus manos se fusionan con la corteza rugosa.

Me detengo bruscamente y sigo su mirada horrorizada. ―¿Por qué


has...? Un lago insuperable, con sus aguas inquietantemente quietas y
emanando vapores, nos desafiaba. ―¿Qué vamos a hacer?

Profundamente pensativa, Kathy dio un paso atrás, con los ojos


abatidos y derrotados. ―No lo sé.

Sobre el sonido de los vientos aullantes, escucho el ladrido de perros


furiosos en la noche. El escalofrío me ataca el cuerpo. Con la garganta
seca, trato de tragar con dificultad. ―Él lo sabe. ― Me meto en el agua
helada, mientras la tormenta truena arriba causando estragos en nuestro
horizonte. ―Mandaron a los perros, Kathy. ― Su miedo igualaba al mío.
―¿Qué vamos a hacer?

―Nadaremos. ― Envuelta en la oscuridad opaca, su cuerpo


desapareció en el agua hasta que sólo quedó a la vista su barbilla.
―Necesitamos irnos, Alexa. Ahora.

Las aguas sucias y revueltas y las algas filamentosas me hicieron


retorcerme mientras mi barbilla flotaba en la superficie del agua. Ignoré los
pensamientos negativos sobre enfermedades y lo que podía estar nadando a
nuestro alrededor. Prefiero la suciedad en mi piel a que uno de esos perros
me muerda hasta la muerte. ―Oh, Dios mío. ― Retorciéndome por los
objetos no identificables flotando entre nosotras, avancé a toda velocidad.
―Hace demasiado frío. ― Algo viscoso se deslizó por mi pie. ―Kathy...
― Me tocó de nuevo y me asusté, mis brazos y piernas manoteando
histéricamente. ―Kathy, ¿qué es?

―Alexa, no entres en pánico. ― La voz preocupada de Kathy no logró


apaciguar mis aprensiones.

Sentí el agua entrando en mi garganta. Tosí y estornudé. ―¡Kathy! ―


Mi cabeza se sumergió bajo la superficie, causándome momentánea sordera
y ceguera. Por un instante, mientras me hundía en la oscuridad desconocida,
temí que me dejara atrás, que se olvidara de mí. Que se liberara de esta
carga gravosa. Pero entonces su mano encontró la mía, y sus dedos me
sujetaron, , tirando de mí hacia la superficie.

Mi cabeza se echó hacia atrás inhalando a bocanadas el aire. Apoyé mis


manos en sus hombros, sintiendo el sabor a sal en mis labios. Miré
profundamente en sus ojos, viendo cómo las gotas de agua danzaban en sus
pestañas y sus labios azules y agrietados se movían lentamente mientras
murmuraba palabras indecifrables. ―¿Entiendes? ― musitó, y yo,
castañeteando los dientes, asentí independientemente de no haber
comprendido.

Sus ojos se deslizaron sobre mi cabeza mientras los aullidos animales


se amplificaban. ―Ahora no es momento para entrar en pánico.

Respirando entrecortadamente, apoyé mi barbilla en el agua y bloqueé


los ladridos que resonaban, adormeciendo todos los sentidos agudizados
hasta que llegué al otro lado del lago. Hundiendo los dedos en la orilla
lodosa con raíces de árboles, utilicé las ramas precariamente colgantes para
arrastrarme a tierra firme.

Kathy, con la ropa empapada pegada a su piel pálida, se desplomó de


espaldas junto a mí, vomitando agua, y luego, incorporándose de un salto,
me ayudó a ponerme de pie.

El cabello enmarañado se pegaba a mi cara, el aire nocturno crudo


tensaba mi piel helada. Apenas lo bastante fuerte para mantenerme en pie,
avancé a gatas, haciendo un intento laxo por levantarme.

Me caí y gruñí.

Volví a caer.

Reprendiéndome interiormente, superé cada obstáculo, cada árbol, roca


y escombro esparcido y arrastré mis pies doloridos de vuelta al bosque.
Las ramas crujían bajo sus pies, Kathy, frotándose el frío de los brazos,
redujo su paso a un ritmo más pausado.

En algún momento de nuestro viaje, la lluvia cesó. Miré hacia el cielo,


pero la niebla espesa bloqueó las vistas que había esperado tanto tiempo
ver. ―Nunca lo olvidé, ― dije, y Kathy me miró. ―Aún recuerdo lo
maravilloso que huele el césped recién cortado en un día de verano y cómo
el aroma de las tartas de mamá se escurría por la ventana de la cocina
cuando jugábamos en el jardín. ― Sin aire, me detuve, inclinándome hacia
adelante por la cintura. ―¿Lo recuerdas?

―¿Por qué te has detenido, Alexa? ― Kathy puso una mano gentil en
mi espalda baja. ―Necesitamos seguir.

―Mis pulmones ya no pueden más. ― Intentando estabilizar la


respiración errática y la frecuencia cardíaca esporádica, me puse una mano
en el pecho. ―Este es el mayor ejercicio que he hecho en años, ― Intenté
hacer una broma, pero ella no sonrió.

―No podemos detenernos ahora, Alexa. Finalmente, te saqué de ahí.


― Me clavó una mirada seria. ―¿Confías en mí?

―Eres mi hermana. ― Confiaba totalmente en ella. ―Sabes que sí.

―Entonces confía en tu hermana mayor. ― Entrelazó nuestros dedos.


―Corre, Alexa. Y no mires atrás.

Sus palabras de aliento se repetían en mi cabeza.


Con el vestido levantado hasta la cintura, superé a Kathy y me eché a
correr, mientras mis pies golpeaban el suelo sucio. Todo lo que nos rodeaba
se convirtió en un borrón pasajero, un recuerdo horriblemente distante, un
lugar olvidado al que no deseaba regresar nunca más. No tenía preguntas,
entendimiento ni explicaciones, pero sabía que esta era nuestra única
oportunidad, nuestra última oportunidad de salvación y libertad, de tener
una vida más allá de esas paredes de prisión en un lugar que nunca se sintió
como un hogar.

Después de lo que parecieron ser horas y kilómetros de correr de


manera intermitente, Kathy dio su consentimiento para atravesar el bosque
y aliviar las tensiones. Sin decir nada, jugaba con una ramita, golpeando
ramas sin hojas mientras paseábamos entre los árboles. Entonces, en medio
del silencio asentado entre nosotras, escuché un sonido reconocible.

―Kathy. ― Con ojo de águila, detecté temblores bajo mis pies. ―¿Lo
sientes?

Ella mostró una expresión impaciente. ―¿Sentir qué?

Me agaché para extender los dedos en el lodo teñido de marrón.


―Vibraciones, ― dije, con una pequeña sonrisa jugando en mis labios.
―Siéntelas, Kathy.

Kathy se agachó a mi lado y puso su mano encima de la mía. ―No


siento nada.

Escuché el rugido sutil de los coches que pasaban y el canto melodioso


de los pájaros en la distancia. Nos pusimos de pie al unísono, pero fui yo
quien dio el primer paso valiente. Deambulando entre los árboles,
localizando setos crecidos y descuidados salpicados de bayas silvestres y
malas hierbas trepadoras, pasé los dedos sobre una delicada flor blanca.

―No hay nada aquí, Alexa. ― Kathy tiró el palo a un lado, quitándose
la tierra de las manos. ―Creo que deberíamos subir a uno de esos árboles
para tener una mejor vista de nuestro entorno. ― Mientras ella parloteaba,
yo agarré las enredaderas, rompiéndolas y desenredándolas. ―Quiero decir,
¿quién sabe? Probablemente haya una granja cerca... ¿Qué estás haciendo?

Ignorando el discurso de desaprobación de Kathy, desmonté


ansiosamente y eliminé las enredaderas, las espinas desgarrando mis brazos,
en busca de una ruta de escape. Aparté el último zarcillo colgante, a
centímetros de una barrera metálica, y apareció una luz suave y cálida.
Rocas serpenteantes se anidaban en el suelo, viejas latas de cerveza
profundamente oxidadas y basura desgarrada crujían bajo mis pasos. Miré
la valla y, segundos después, un vehículo pasó a toda velocidad, mientras el
fuerte viento levantó mechones de pelo sobre mi cara. ―Hemos
encontrado coches.

En medio del tráfico omnipresente, ignoradas por los conductores que


pasaban despreocupadamente, estaban dos niñas jóvenes, aterrorizadas,
confundidas, enfermas y con el corazón roto.

Levanté una mano temblorosa para sentir el cálido amanecer en mis


dedos, esperando que la carne se quemara, se chamuscara o que alguien
apareciera y nos arrastrara de vuelta a los fuegos eternos del infierno.
Habíasoñado con este momento demasiadas veces para enumerarlas,
imaginando lo que implicaba la libertad con cada pesadilla inquieta.

―Alexa, ― Kathy agarró mi camisón, deteniendo mi siguiente paso.


―Por favor, no salgas ahí.
―No hay una fuerza en esta tierra que pueda detenerme ahora, ― dije
con ferocidad, inclinando el mentón con desafío y levantando una pierna
sobre la barrera de la cintura. ―Ni siquiera tú. ― Vacilé, mi pie descalzo
casi tocando el suelo, y luego, un dedo del pie a la vez, llegué al otro lado.
Un claxon ensordecedor sonó cuando un coche pasó a toda velocidad. Me
acurruqué detrás de mis manos y me recogí en el suelo, mientras un ligero
gemido salía de mis labios. ―No tengas miedo.

Los faros pasaban rápidamente en patrones coloridos.

―Lo hicimos. ― Una risa desquiciada sacudió mi garganta. ―Lo


logramos, Kathy. ― Estudié el cielo nocturno, mientras una lágrima errante
brotaba de mi ojo y rodaba por mi mejilla.

Lucho contra el impulso de abofetearme para asegurarme de que


nuestra fuga no sea un sueño cruel o una fantasía ridícula pero realista, una
con emociones intensificadas de la que me despertarán en cualquier
momento para devolverme a esas cuatro paredes encerradas. Necesitando
seguridad, hundo mis uñas en mi antebrazo, silbando a través del dolor
punzante que me había causado.

Brillantes haces de luz me ciegan. Parpadeo, protegiéndome los ojos


con un brazo. Al escuchar una puerta cerrarse de golpe, seguida por pasos
que se acercaban, esperé a quienquiera que se acercara.

―Querida, ― una suave pero áspera voz me pregunta, ―¿estás bien?

Permanecí inmóvil y miré a través de mis dedos para ver a un hombre


mayor con los ojos llenos de puro terror y miedo.
―Voy a buscar ayuda. ― Torpemente sacó un móvil, llevándolo a su
oído. ―Necesito hablar con la policía. ― Traga visiblemente saliva,
moviendo la nuez de Adán en su garganta. ―He encontrado a una joven—
no, necesita ayuda, señora. ― Su tristeza se extiende hacia los moretones
visibles en mis piernas , a la mugre y sangre en mi, otrora, pijama blanca.
―Estamos en el arcén de la autopista, señora—no es un accidente. Sí,
puedo esperar. ― Al finalizar la llamada, mueve la cabeza de un lado a
otro, sin saber qué hacer o cómo ayudar. ―Vamos a conseguirte ayuda,
pequeña, ¿Vale?

No confío en nadie, pero él no parece amenazante ni dañino, así que


asento, avergonzada y humillada.

Inmovilizada en los arbustos, Kathy se mantiene de pie, sin que sus


ojos se aparten nunca de mí.

―Kathy, ― dije en voz baja, y sus hombros se encogieron


tímidamente. ―No me dejes.

―Dios santo. ― El hombre sin nombre se levantó hasta su plena


altura, la gorra de su cabeza sostenida contra su pecho. ―Por favor, sal. No
te haré daño.

Kathy trepó la pequeña barrera. ―Levántate, ― dijo en voz baja, y la


escuché. Su espalda me protegía del hombre.

―¿Qué te pasó? ― preguntó él. ―No. No puede ser.

Presionando mi pecho contra la espalda de Kathy, miré por encima de


su hombro.
―Tú eres la... ― Su boca se abrió y luego se cerró. ―Te reconozco...

Imposible, pensé.

Ya nadie sabe que existimos.

El sonido distante de las sirenas irrumpió en mis oídos, cortando


nuestra incómoda conversacióno mientras los vehículos de emergencia se
acercaban a acorralarnos. Balizas azules parpadeantes se iluminaron junto a
una ambulancia. Los policías llegaron primero, disminuyendo el volumen
de sus radios crepitantes.

Kathy se preocupó por mi apariencia, quitando la mugre de mis


mejillas, mientras sus dedos peinaban sin éxito las puntas de mi pelo
enmarañado. ―Tú no sabes nada, ― dijo con una voz baja y gruesa. ―No
sabes quién nos llevó o por qué.

―¿Por qué? ― pregunté, sin querer mentir. ―Nos ayudarán.

Kathy se aferró a mí. ―No quiero que se enoje.

Cuando llegó el servicio de emergencia, esperaba una emboscada, pero


sorprendentemente, los detectives se acercaron poco a poco.

―¿Cuál es tu nombre? ― La pregunta vino del hombre más joven. Se


puso guantes estériles, y me encontré extrañamente enfocada en cada
movimiento suyo, cada paso, la forma en que entrecerraba los ojos y cómo
chupaba sus dientes superiores. ―Me estoy acercando, ― continuó, y el
agarre protector de Kathy sobre mí se apretó. ―No te haré daño, así que
por favor no te alarmes ni hagas nada estúpido. Sólo queremos ayudarte,
¿Vale?

Obligué a mi hermana a soltarme y la esquivé, temblando, para


encontrarme con los detectives a medio camino. Kathy susurró algo que no
entendí; sin embargo, sentí su enfado.

―Está bien, ― aseguró el detective. ―Ahora estás a salvo.

Los paramédicos abrieron las puertas traseras de la ambulancia,


preparándose para llevarnos a la unidad de emergencia. Agradecí que el
detective cogiese mi mano y escuchaba cuando me instruía a sentarme.

Respondí preguntas de manera automática mientras viajábamos al


hospital, pero rechacé el agua, preguntándome por qué no habían dejado
que Kathy viajara en el mismo vehículo. Al menos la tengo a ella, pensé, a
la mujer que sonríe mucho.

Al llegar, un equipo de médicos nos esperaba, había enfermeras y sillas


de ruedas, en las que me guiaron por el edificio hacia una habitación
privada donde me sentía como un animal enjaulado sometido a pruebas y
exámenes científicos.

Todo lo que quería era a mi hermana.

Kathy estaba cerca pero no lo suficiente para poder tocarla o


conversar.
―Aún no, ― el médico masculino aconsejó a la enfermera,
negándome el derecho a ducharme. ―Son evidencias.

Cerró la puerta detrás de él.

Estoy de pie en una sala completamente blanca, despojada de ropa, con


el rostro enrojecido y avergonzada. La enfermera silenciosa colocó mi
camisón en una bolsa transparente, la selló para guardarlo como evidencia y
examinó mi cuerpo mientras tomaba notas.

―¿Puedes abrir la boca para mí, querida? ― Me pidió, y mis labios se


abrieron para que ella tomara una muestra de mi mejilla interna. ―Muy
bien. ¿Puedes acostarte en la cama, por favor?

Leyendo el póster de salud nacional en la pared, me acosté en la cama.


Esperé a que terminara de tomar las muestras. ―Avísame si sientes algún
dolor o molestia, ― dijo, procediendo con su evaluación entre mis piernas.
―No mucho más. ― Seguí leyendo el póster. ―¿Puedes leer aquello,
querida?

Mis cejas se fruncieron. —Por supuesto, puedo leer. No soy analfabeta.

―Oh, lo siento. No quería molestarte. ― Ayudándome a sentarme, usó


herramientas para eliminar la suciedad debajo de mis uñas y raspó células
de piel, y luego, después de cortar mechones de mi cabello, me guió hacia
el pequeño baño para recoger una muestra de orina.

Una vez que terminó la revisión, la enfermera me entregó una toalla


blanca y me pidió que me duchara. No quería salir de ese pequeño
cubículo. Me quedé bajo el chorro caliente, viendo cómo la suciedad se
diluía con el agua al enrollarse alrededor de mis pies. Suavemente, me dijo.
No frotes muy fuerte—pero sus palabras no tuvieron ningún efecto en mí.
Me destrocé la carne y limpié mi cuerpo, mente y alma, eliminando cada
golpe vicioso, toque desagradable y recuerdo no deseado.

―Espera un momento, ― dijo la detective femenina, pidiendo que


girara para capturar imágenes de las abrasiones en mi espalda. ―¿Tienes
alguna preferencia de bocadillo? ― Mi cabeza se agitó. ―¿Sopa, quizás?
― Asentí. ―¿Puedes confirmar tu nombre? ― La miré sin parpadear.
―Está bien. Puedes vestirte.

Me cambié a ropa abrigada, anhelé a mi hermana y pronto me quedé


dormida en una cama cómoda.

―Está desnutrida, ― el doctor le dijo al detective que me ayudó


dentro de la ambulancia hacía tres noches. ―Tiene infecciones y huesos
rotos pero cicatrizados a lo largo de las costillas... ― Consultó notas en un
portapapeles. ―Daño en la clavícula, fractura craneal, fracturas en los
brazos y el codo izquierdo.

Las golpizas pasadas no afectaron la movilidad. Acaricié mis costillas


salientes, recordando el dolor pero no cuándo sucedió.

―Le hemos retirado un implante de Nexplanon del brazo.

Nexplanon, pensé, mirando el hematoma morado en mi brazo izquierdo


superior.

―Estoy contento con su progreso. Firmaré los papeles de alta.


El médico salió de la habitación del hospital, dejándome sola con el
detective y su compañera. Nos colocó hombro a hombro, destacando lo alta
que era para una niña de doce años.

―¿Cuál es tu nombre, pequeña? ― preguntó, y negué con la cabeza


otra vez. ―Necesito que vengas a la comisaría conmigo por un rato para
que hacerte algunas preguntas. ¿Está bien?

Asentí.

Sólo puedo asentir.

Actualmente, estoy de pie dentro de una pequeña sala sin ventanas,


paseando de un lado a otro y contando azulejos del suelo. En la mesa, una
taza de cerámica llena de café me llamaba. Saqué una silla, me senté y
levanté el café a mi nariz para inhalar su aroma penetrante. Bebí una
cantidad generosa, lamiendo los ricos sabores de mis labios. Mi boca se
torció en desaprobación. Tal vez me acostumbre. Oí la puerta desbloquearse
y volví a enderezarme, y el movimiento rápido y vacilante hizo que se
derramara el café en mis dedos rígidos.

Ofreciendo otra sonrisa amistosa, el detective , que supongo está


manejando mi caso, toma asiento frente a mí. ―Oí que estás molesta
porque te separamos de tu amiga, pequeña. La separación es por tu estado
mental. No es porque estés en problemas.

Sí, había gritado antes cuando me encerraron en esta sala. Estoy


preocupada por Kathy. Necesito saber si está bien.
―Ahora que has tenido la oportunidad de calmarte. ¿Estás preparada
para responder algunas preguntas?

Kathy me dijo que no dijera ni una palabra sobre nuestro secuestrador.


Debería hacerle caso, pero quiero que estos oficiales lo encuentren. Nunca
descansaré si él sigue ahí fuera, esperando una oportunidad para volver a
capturarme, o peor aún, arrancar a otra niña indefensa de la seguridad de su
hogar. ―Sí.

El detective elevó las cejas hasta la línea de su cabello y me lanzó una


mirada de sorpresa. ―Muy bien. ― Dijo satisfecho por mi cooperación,
colocó varios archivos del caso sobre la mesa, mostrando niñas
desaparecidos.

Algunas tan jóvenes que parecían tener tres años en las fotos. Me
concentré durante un rato en la carpeta que nos pertenecía a nosotras, a
Kathy y a mí. Al alcanzar la imagen con grapas, la desenganché del archivo
y toqué el hermoso rostro de mi madre.

¿Cómo obtuvieron nuestra foto familiar?

Éramos sólo las tres. Yo llevaba un vestido suelto decorado con flores
rojas y verdes. Mi madre preparó un picnic para la cena. Pasamos toda la
tarde en ese parque, jugando, corriendo, parando para tomar zumo y algún
bocadillo ocasional, volviendo a los columpios e intentando pararnos de
cabeza sin éxito.

Era un día abrasador. Mi madre nos aplicó crema solar en la piel para
evitar quemaduras y ampollas. Kathy se quejó durante horas del calor y de
que quería estar con sus amigos, no en el parque con su hermanita. Pero aún
así lo intentó. Me enseñó a patear una pelota en la red, y cuando fallé, me
animó a nunca rendirme y, eventualmente, aunque sin mucho entusiasmo,
logré acertar en la red. Pateé la pelota recto y marqué, y ella estaba muy
orgullosa. Mi madre también nos compró helado. Ellas hablaban mientras
yo escuchaba. Madre era una mujer hermosa. Tenía un cabello negro
lustroso que caía justo por encima de sus hombros, labios pintados de rojo,
pómulos altos ligeramente brillantes y llevaba un largos vestido de verano,
sandalias de tiras y gafas de sol grandes. Recuerdo su acalorada discusión.
Kathy prometió no quedarse fuera hasta tarde si mamá le dejaba asistir a
una fiesta, y a mamá le preocupaba que nuestro padre se enfadara si
permitía que su hija mayor saliera de fiesta con amigos. Al final, mamá
accedió con la condición de que Kathy mantuviera su secreto. No estoy
segura de cómo terminó el día. Sin embargo, sí recuerdo a nuestra madre
persiguiéndonos hasta que nos escondimos detrás de un árbol...

Sonreí al recordar.

El detective aún me miraba. ―¿Te es familiar esa foto en particular?

Asentí con la cabeza.

Sus ojos se agrandaron un poco. Se movió en su asiento. ―¿Puedes


confirmar que tú y tu amiga en la otra habitación son las dos hermanas de la
foto? ― Sus ojos me suplicaban cooperar. ―¿Pequeña?

Un hilo de silencio se tensó entre nosotros. ―Sí ―, respondí. ―Soy


Alexa Haines.

―¿Eres Alexa Haines? ― preguntó de nuevo como si necesitara


asegurarse. ―Y la otra chica es Kathy Haines.
Solté mi férreo agarre de la taza. ―Sí.

El detective me miró sorprendido y luego se levantó tan rápido que la


silla debajo de él se estrelló contra el suelo de baldosas. Corrió hacia la
puerta, la abrió de golpe y gritó a cualquiera que tuviera un par de oídos.

A raíz de mi confesión, las horas pasaron en otro borrón. A pesar de


que el departamento de policía caminaba con cautela a nuestro alrededor,
sentí que en silencio celebraban nuestro caso. No es común que incidentes
como el nuestro, el de Kathy y el mío, resulten en finales felices.

A la mañana siguiente, me interrogaron nuevamente.

¿Dónde te quedaste?

¿Recuerdas algún nombre?

¿Puedes decirnos cómo era él?

¿Había otros?

¿Algún rasgo familiar? ¿Desfiguraciones? ¿Tatuajes? ¿Olores?


¿Entornos?

―¿Sufriste explotación sexual? ― Su mirada se posó en mi frágil


figura. ―¿Señorita Haines?
La mortificación me calentó la cara. Con las manos torpes en mi
regazo, apreté los muslos juntos. ―No.

―Sólo para aclarar, ― indagó mientras tomaba notas. ―No hubo


agresión sexual o penetración.

Odiosos recuerdos me hicieron brotar lágrimas. ―No.

Sus labios se afinaban en una línea sombría. Me miró por encima de las
gafas de lectura de armazón negro, con simpatía en su mirada suave.
―¿Puedes decirnos dónde dormías? ― Cambió de tema. ―¿Había una
rutina? ¿Estabas autorizada a salir de la casa?

―En una habitación... ― Cuatro paredes de concreto. Sin ventanas.


Había tuberíass oxidadas y el hedor del alcantarillado. ―Había un colchón
en el que dormía. Hacía frío allá abajo... ― Frío, pensé, recordando su
temperatura helada. ―Solía pintar... ― Sí, pintaba y dibujaba colores,
flores y recuerdos felices. ―Creo—su voz. Tenía un acento fuerte. Hablaba
en su idioma nativo con frecuencia.

Los dos compañeros de trabajo compartieron una mirada indescifrable.


―¿Tienes alguna idea de qué idioma hablaba?

―Lexi. ― Mi garganta se tensó. ―Me llamaba Lexi. ― Abrumada por


emociones no deseadas, bajé la mirada, deseando que la psicóloga rígida
sentada junto al detective dejara de intentar psicoanalizarme. ―A veces,
había una silla en la habitación y bichos. Sí, bichos que se arrastraban por el
concreto y... ― Mis dientes se hundieron en mi labio inferior. ―No sé.
Cerré los ojos de nuevo, buscando recuerdos, sin encontrarlos. Su
rostro—era mucho mayor, pero ¿de qué color eran sus ojos? ¿Qué vestía?
¿Quiénes eran sus amigos?

―¿Qué me está pasando? ― pregunté desesperada. ―¿Cómo es que


no puedo recordar la parte más significativa de mi infancia?

Intercambió otra mirada de complicidad con la mujer antes de decir,


―Es el trauma.

―Trauma, ― repetí con frustración. ―¿Tengo eso?

―El trauma psicológico daña la mente ―. Enderezando su elegante


postura, la terapeuta, que había dicho apenas dos palabras desde que se unió
a la reunión, balanceó un portapapeles en sus piernas cruzadas.
―Típicamente, el trauma es el resultado de una cantidad abrumadora de
estrés que supera la capacidad mental de afrontar las emociones asociadas
con esa experiencia.

Confusa, esperé a que terminara.

―Puede llevar semanas, años o incluso décadas lidiar con el trauma.


Divulgarlo sólo puede aliviarla, señorita Haines. Retraerse y rechazar ayuda
puede dañar su salud mental. Podría llevar a graves consecuencias negativas
a largo plazo.

Mis rasgos se endurecieron por la terquedad. ―No quiero vivir así.


―Por eso estoy aquí, para ayudarte, ― dijo, el sonido de su pluma
continuando. ―Ahora, el malestar varía entre individuos según sus
experiencias personales. Las personas que sufren victimizaciones
reaccionan de manera diferente a eventos similares perturbadores. No todas
las personas que experimentan tales incidentes están psicológicamente
traumatizadas, especialmente si abordan sus problemas y reciben ayuda.

―Todo lo que dices es significativo, ― explicó el detective. ―Incluso


el detalle más pequeño tiene el potencial de llevarnos a algún lugar.

―Era mayor. ― Recogí pelusa imaginaria de la sudadera con capucha


que él me dio para usar. ―Y olía asquerosamente—como a cigarrillos
viejos y algo almizclado. ― Hice una mueca, escuchando la lluvia rociar en
la ventana. ―Había otros.

―¿Otros? ― Sus brazos cruzados se apoyaron en la mesa. ―¿Qué


más?

―Otras chicas. Nunca se quedaban mucho tiempo. Sólo unos pocos


días si tenían suerte. ― Suficiente suerte para tener compañía, pensé.
―Dejé de hacerme amiga de ellas.

―¿Sabes dónde te tenía?

―En un sótano, ― respondí, la exasperación hervía dentro de mí. ―Es


todo lo que recuerdo. Dormía en un sótano, separada de todos los demás
que vivían allí.

―¿Había otros adultos acompañando a tu captor? ― Su labio inferior


rodó entre dientes apretados. ―¿Hombres o mujeres?
―Hombres... ― No creo que hubiera mujeres. ―Él era el único al que
veía. ― Admitir su apego en voz alta me enfermaba. Nunca entenderé por
qué me mantuvo a mí y desechaba a las otras. ―A Él.

―Afirmas que tú y Kathy lograron escapar. ― Él revisó las notas.


―¿Cuánto tiempo les tomó encontrar la autopista?

―Ya te lo dije. ― Exhausta, exhalé un suspiro. ―Me las arreglé para


escapar y correr. No miré atrás ni conté pasos ni tomé notas. Tuve una única
oportunidad de recuperar la libertad. La tomé.

Él tiró las notas sobre la mesa. ―Sólo estoy tratando de ayudarte,


pequeña.

―¡Lo sé! ― Grité a la defensiva. ―Pero me haces las mismas


preguntas cuando ya te he dicho que no recuerdo.

―Nuestro equipo ha trabajado toda la noche investigando el área


donde las descubrimos a ti y a Kathy. Vamos a hacer todo lo que podamos
para encontrar a este hombre. ― Le lanzó una triste sonrisa a la terapeuta.
―Creo que ella ya ha sufrido lo suficiente en las últimas dos semanas.

Fruncí el ceño a sus palabras. ―¿Dos semanas?

¿Ha pasado tanto tiempo desde que escapé del recinto?

¿Adónde se fue el tiempo?


¿Por qué estoy perdiendo todo sentido de la conciencia?

Él hizo un gesto para que lo siguiera. ―Vamos.

Kathy estaba en el pasillo, esperando impacientemente a que terminara


la entrevista. ―¿Por qué tardó tanto? ― le preguntó, agarrando mi mano
por miedo a que nos separaran otra vez. ―¿Hemos terminado? ¿Podemos
irnos?

―Sí. ― Después de firmar la documentación final, el detective mostró


un juego de llaves y un sobre. ―Vamos a encontrar un lugar seguro al que
estas chicas llamen hogar.

Hogar, pensé.

Miré a mi hermana. ―¿Qué pasa ahora?

―Tengo veintiún años, Alexa. ― Kathy entrelazó nuestros dedos


juntos. ―Voy a cuidar de ti.

Apoyé mi cabeza en su hombro. ―¿Lo prometes?

Sus labios se posaron en mi sien. ―Lo prometo.

--------------------------------------------------------------------
CAPÍTULO UNO

EN LA ACTUALIDAD

Alexa

Corrí por la acera a toda velocidad, con la mochila raída sobre un


hombro, el portátil inutilizable bajo mi brazo, esquivando a los transeúntes
y turistas por igual, y luego, como si el cabello despeinado y el maquillaje
hechos un desastre no fueran suficiente razón para dar la vuelta, los charcos
llenos de lluvia se filtraron en los tenis de segunda mano que llevaba. Vi la
cafetería, comprobé de nuevo la carretera concurrida en busca de vehículos
que se acercaran, y corrí hacia la entrada a tiempo de evitar los vehículos
Bentley que llegaban.

Un fuerte aroma a café impregnaba el aire. Me salté la fila, tan


descarada como siempre, me disculpé con los clientes y, vaciando el cambio
en el mostrador, pedí un café con leche regular. Con la bebida en mano, me
apresuré a instalarme en mi mesa favorita, la que está junto a la ventana
con telas desparejadas y cojines dispersos al azar, y coloqué todo sobre la
mesa rústica. Dos bolígrafos y una libreta se colocaron junto al portátil roto.
Giré el bolígrafo entre mis dedos y escribí el nombre de mi hermana en el
papel rayado. Es mi método preferido para parecer ocupada, escribir,
garabatear y dibujar.

Revisé la hora en el reloj de pared.


Él estará aquí en cualquier momento.

Bebí un sorbo de café, desbloqueé mi teléfono y usé la cámara para


inspeccionar el estado lamentable de mi apariencia. Los vientos
huracanados habían hecho estragos en mi melena. Quité la goma elástica de
mi muñeca, recogí mi cabello en un moño desordenado en la parte superior
de mi cabeza, dejando algunos mechones sueltos por las orejas, y usé una
servilleta para borrar la máscara de pestañas manchada bajo mis ojos.

Vi el primer Bentley negro afuera y sentí un estremecimiento de


nerviosismo. Fingiendo escribir en el portátil, bajé la cabeza y controlé mi
respiración errática.

Puedes hacerlo, pensé, tomando otro sorbo de café.

No, tenía que hacerlo.

Irme no era ni siquiera una opción.

Kathy Haines. Mi hermana. Mi mejor amiga. Mi protectora.

Lo hago por ella.

Las lágrimas saturaron mis ojos. Parpadeé para contenerlas y me


concentré en la tarea. Después de todo, si no fuera por mi comportamiento
pasado, Kathy aún estaría aquí. Es mi culpa que ella haya desaparecido. Soy
responsable de su desaparición.
Kathy y yo somos el producto de un secuestro infantil. Somos
sobrevivientes que superaron horrores escalofriantes, lo cual puede sonar
muy poético e incluso inspirador, pero es más complicado que eso.
Doctores, enfermeras, terapeutas, psicólogos y detectives olvidan destacar
la gravedad del post-cautiverio, la restauración de la mente humana y cómo
el peso del trauma deja cicatrices permanentes e indelebles.

Durante muchos años, he luchado contra pesadillas, voces dentro de mi


cabeza, lapsus de memoria, recuerdos desagradables y ataques de pánico,
que me debilitan y humillan. Kathy, teniendo que ser fuerte y valiente para
su hermana menor, reservaba sus lágrimas para la almohada por la noche.

Al menos, todo lo mencionado ocurrió antes de que la paciencia de mi


hermana se quebrara bajo demasiado estrés y frustración. Recuerdo esa
noche como si fuera ayer. Me desperté con voces incorpóreas y sombras
alucinatorias en el dormitorio y, en mi mente, él estaba allí, burlándose de
mí, observándome, tocándome. Grité, un alarido ensordecedor que desgarró
mi garganta, y llegó hasta mis oídos, y Kathy, que estaba en la habitación
de al lado, corrió a mi lado, me envolvió en sus brazos y susurró la canción
de nuestra madre hasta que estuve sudorosa pero tranquila.

Kathy se quedó en mi cama esa noche, y cuando desperté nuevamente,


estaba estudiando el techo, con círculos oscuros y grises alrededor de sus
ojos, y supe, con sólo mirar su expresión dolorida, que algo se estaba
gestando.

―¿Cómo puedes mirar hacia el futuro si dejas que el hombre de


nuestro pasado te controle? ― preguntó.

La pregunta de Kathy me dejó sin palabras. Quería argumentar que


nada en la vida es tan fácil. Ninguna cantidad de charlas motivacionales y
sesiones de terapia te preparan para las secuelas del abuso. Vives con esos
recuerdos diariamente. Ves a la persona responsable de tu dolor antes de
cerrar los ojos por la noche. Ves a la misma persona cuando abres los ojos
por la mañana. Sientes su tacto no deseado cuando te frotas con agua
hirviendo en la ducha. Escuchas su voz cada vez que te sientas en silencio.

―¿No quieres ser feliz, Alexa?

Fue otra pregunta que me dejó sin habla. Hubo un momento en la vida
en que anhelaba la felicidad más que el oxígeno. No, no quería vivir con los
demonios de mi pasado. Quería hacer más amigos, asistir a la universidad y
conseguir un trabajo de fin de semana. También quería conocer a un chico
guapo y salir, como todas las otras chicas adolescentes.

Me reí al pensar en eso.

Ni una vez, mientras asistía a la escuela secundaria, un chico prestó


atención a la ―desaparecida ― Haines. No estaba en su radar. Mierda, con
decir que me salté el baile de graduación para evitar la vergüenza de estar
sin pareja y comí mi peso en helado de fresa mientras veía películas clásicas
en la tele en su lugar.

Más o menos me he rendido ante el hecho de que puede que nunca


tenga citas. Quiero decir, a lo largo de los años, mientras visitaba tiendas de
comestibles o paseaba por las calles de Londres, en ocasiones, me encontré
con algún chico inofensivo, y cada vez, parecían intrigados, posiblemente
interesados. Un joven llegó a pedirme mi número, pero hice lo que mejor sé
hacer. Me asusté, dije algo demasiado humillante para repetirlo y salí
corriendo en la dirección opuesta.
Es así, , odio el contacto de un hombre.

Tengo problemas de confianza y cuestiono sus motivos.

¿De verdad están interesados, o es atracción sexual?

¿Obtendrán lo que quieren y luego me desecharán como un cadáver sin


valor?

Me niego a ser el juguete de cualquier hombre. No otra vez.

Más vehículos Bentley se acercaron a la acera.

Tomé otro sorbo de café tibio.

―¿A quién le importa si sólo es sexo? ― preguntó Kathy. ―Se nos


permite divertirnos, Alexa. Además, el follar sin ningún sentido me ayudó.
Tal vez también te ayude a ti.

Esas sabias palabras vinieron de mi hermana mayor. Para alguien


despreocupada y desapasionada como Kathy era un buen mecanismo de
choque, pero era mucho más fuerte que yo, tanto física como mentalmente.

No me avergüenza admitir que soy la hermana más delicada.

Kathy tuvo que crecer más rápido de lo esperado. Supongo que ambas
lo hicimos en algún sentido. Siendo ella la mayor, asumió todas las
responsabilidades y me animó a vivir la vida de una adolescente típica, lo
cual intenté, independientemente de los miedos.

Adoro a Kathy. Es una mujer hermosa: cabello largo y negro azabache,


preciosos ojos color avellana, con curvas, tonificada y musculosa. Yo no
soy curvilínea sino más delgada, con pocos atributos. Mi largo cabello
castaño caía hasta la cintura, pero carecía de brillo. Somos iguales, pero
diferentes. Soy tranquila y reservada. Ella es ruidosa, franca y le dice a la
gente exactamente lo que piensa de ellos. Disfruto de pasar los días en
pijama acurrucada en el sofá y uso ropa poco reveladora, mientras que a
ella le encanta arreglarse, maquillarse y los atuendos diminutos.

―No podemos seguir así, Alexa. ― Kathy estaba triste. ―Te niegas a
tomar medicamentos que ayudan con la ansiedad, y ya no deseas buscar
terapia, y sin embargo, no hay mejora. Aún lloras. Aún sufres ataques de
pánico. Estoy cansada. Estoy tan, tan cansada, hermana. Algo tiene que
suceder. Es inevitable. Debemos abordar esto de una vez por todas. No
puedo quedarme de brazos cruzados y no hacer nada. Así que, tengo una
idea. Es algo en lo que he estado pensando por un tiempo. Escúchame
primero. ¿Qué pasaría si te dijera que hice algunas averiguaciones?

La charla de Kathy esa mañana pesaba mucho sobre mis hombros. Me


sentía culpable por agotar a mi hermana. ¿Quién era yo para frenarla
cuando ella había hecho todo lo que estaba en su poder para superar el
trauma psicológico?

―Justicia, ― me dijo Kathy. ―Nos merecemos justicia. Necesitas


cerrar este capítulo. Es la única manera. El departamento de policía nos
falló, Alexa. Nuestro caso sigue sin resolverse. Si no pueden ayudarnos,
entonces tenemos que ayudarnos a nosotras mismas. Tengo que hacer esto
por ti.
Naturalmente, me culpo a mí misma por la conclusión de Kathy. Si no
me hubiera quejado tanto a lo largo de los años, ella nunca habría buscado
al hombre responsable de nuestra terrible infancia.

―Eso es porque te negaste a encontrarte con ellos a mitad de camino,


Kathy, ― dije.

―¿Me culpas? ― preguntó.

―No es que te culpe, ― tartamudeé. ―Sólo estoy diciendo que eras


mayor. Probablemente recordabas más que yo. Tal vez si volvieras a la
policía y les dieras una declaración detallada, podrían encontrar algo. Tu
memoria es mejor que la mía. Es mejor que buscar al hombre nosotras
mismas.

―No. No le pediré ayuda a esos oficiales. ― Sus labios se torcieron.


―Esto depende de nosotras—sólo de nosotras, Alexa.

―¿Y cómo hacemos eso?

―Creo que conozco a alguien que puede ayudar. Pregunté por ahí.
Obtuve información sobre este tipo que podría ayudarnos, pero debo jugar
bien mis cartas. Tampoco es alguien a quien puedas simplemente acercarte.

Como podréis imaginar, estaba profundamente escéptica. ¿Cómo puede


una mujer joven llevar a nuestro monstruo tras las rejas si todo un
departamento de policía ya lo ha intentado y fallado? Y el hombre
misterioso, ¿cuánto podría ayudarnos realmente? Sí, quería que nuestro
captor infantil fuera encarcelado, pero, ¿no es mejor dejar que los perros
dormidos sigan durmiendo?
Tomé sus manos. ―Kathy, ¿crees que este hombre puede ayudarnos a
encontrar a nuestro secuestrador?

―Alexa, ― dijo. ―Creo que este hombre podría borrar a nuestro


captor de la faz de la tierra.

Le seguía la corriente por el bien de mi hermana, ya que asumí que su


locura se disiparía eventualmente. No pasó mucho tiempo antes de que me
diera cuenta de que Kathy hablaba en serio cuando comenzó a idear planes
ridículos para atraer a nuestro monstruo directamente a nuestra guarida. La
mujer había perdido la razón porque nadie en su sano juicio cazaba a la
persona que había arruinado su vida. Sin embargo, no importaba que me
opusiera al estratagema de Kathy. Ella había tomado una decisión .

Iba a localizar al hombre y darnos el cierre que merecíamos.

Actualmente, aquí es donde él entra en juego.

Liam Warren.

Él es el hombre que estoy observando ahora mismo, el propietario de


los vehículos Bentley frente a mí, el que entra en esta misma cafetería todos
los viernes, vestido de punta en blanco, pide un café negro y comienza sus
avances para ligar con la pelirroja que sirve los cafés durante unos cinco
minutos antes de irse.

Liam tiene un ejército de hombres trajeados protegiéndolo. Sí, les llamé


Trajeados porque es más fácil que intentar aprenderme todos sus nombres.
El rubio de traje es completamente guapo y debería estar en la portada de
Vogue para hombres. Modela atuendos caros y tiene una mandíbula
marcada. Sus bellos ojos color whisky lo ayudan a seducir y una sonrisa
provocativa hace que las mujeres pierdan las bragas al instante. La cantidad
de veces que lo he visto atraer a mujeres para sesiones matutinas en el baño
de hombres es increíble. El rubio de traje guiña el ojo a cualquier chica que
capte su atención. Las aprecia en todas las formas y tamaños y se conforma
con que sea mujer.

Tap. Tap. Tap.

El calvo de traje es inaccesible y sombrío. Se queda mirando al espacio


y nunca sonríe, y hace que el pelo de tu cuello se ponga de punta con una
mirada. También es poco atractivo y abiertamente mira a mujeres de la
mitad de su edad.

Tragué café frío.

El Calvo me asustaba muchísimo.

Luego, tenemos al tipo de raza mixta. Siempre es el último en entrar,


justo detrás del rubio de traje. Hoy está sonriendo. Eso ya es en sí mismo
extraño. Es silencioso y misterioso. Agarró el hombro del jefe y le
murmuró algo al oído, lo que hizo que ambos suprimieran una sonrisa. Lo
llamaré el de traje trajeado de ojos verdes porque sus ojos de color verde
bosque se destacan como faros.

El de traje de ojos verdes es guapo y musculoso, con rasgos


sobresalientes. Irradia masculinidad. Desde la mandíbula hasta los nudillos,
tiene tatuajes decorando artísticamente su piel morena clara, y anillos
llamativos de oro adornan sus dedos. Parece ser uno de los hombres más
cercanos a Liam, junto al rubio.

He observado lo suficiente para distinguir a esos dos hombres como


más que compañeros de trabajo para su jefe.

Particularmente el rubio que debería estar en r Vogue. Él es, sin duda,


la mano derecha de Liam.

Hay más hombres de traje afuera, junto a los Bentleys negros, fumando
cigarrillos o alguno que otro porro. Esos hombres nunca se involucran con
Liam y su rutina. Se mantienen al margen, vigilantes, siempre pendientes
de la seguridad de su jefe.

Nunca permito que estos hombres me vean observando. Finjo teclear


en mi portátil roto, mantengo los ojos bajos, y escucho la música que sale
de los altavoces.

Tap. Tap. Tap.

A sus ojos, soy una chica universitaria típica de diecinueve años, que
estudia en un ambiente agradable, y que bebe muchos cafés.

No destaco. Finjo teclear, bebiendo demasiado café y aparentando no


percatarme de todos los hombres de traje que rondan por aquí.

Entonces, ahora os preguntáis por qué he estado observando a Liam


Warren los viernes. Bueno, él era el hombre del que mi hermana me habló.
Es la ayuda contratada, la persona que podría rastrear a nuestro captor de la
infancia.

Kathy consiguió un trabajo en el famoso Club 11, un sitio que bien


podría llamarse una casa de putas. Bueno, el término usual para el sitio es
un club de striptease o un bar de caballeros, pero Kathy me dijo que las
bailarinas eróticas tenían muchos roles y ganar dinero adicional en
habitaciones privadas con los clientes era uno de ellos. Su jefe, Liam
Warren, quien actualmente lee un mensaje en su móvil, la contrató en el
acto. Aparentemente, fue una entrevista fácil. Todo lo que tenía que hacer
era mostrar sus atributos y demostrar que podía bailar, lo cual, según sus
palabras, fue algo que bordó.

Kathy trabajaba largos turnos nocturnos en el Club 11, pero me


prometió nunca entretener a los clientes, ni siquiera por dinero extra. Sin
embargo, ganaba mucho dinero en las barras, ya que a los hombres les
encantaba su audacia erótica.

Liam no sospechaba de las intenciones de Kathy. Contrató a la mujer y


le pagó generosamente, sin saber que su plan obvio era hacerse su amiga.

Primero tengo que ganarme su confianza, Alexa.

La estrategia de Kathy era atraerlo bajo falsas pretensiones y, bueno,


conseguir que le gustara, supongo. Dos meses después, su plan maestro
funcionó. No pasó mucho tiempo antes de que Kathy y Liam consumaran el
acto o, como a mi hermana le gustaba decir, follaran como animales
salvajes. Si tenían un acuerdo sexual, eso significaba respuestas, ¿verdad?

Exigía actualizaciones semanales.


¿Has logrado pedir ayuda a Liam?

¿Crees que es una pérdida de tiempo?

¿Cómo es tu jefe, de todas formas?

Kathy nunca regresó con noticias positivas.

Todavía no, Alexa.

Es demasiado pronto para preguntar, Alexa.

Debemos ser pacientes, Alexa.

Dale otro mes, Alexa.

Necesito más tiempo, Alexa.

Dejé de pedir actualizaciones.

Después de unos meses, noté un cambio en la actitud de mi hermana.


Trabajar para Liam comenzó siendo una carga para Kathy, pero a medida
que pasaba el tiempo, estaba ansiosa por llegar temprano a su turno. Sonreía
y cantaba mientras se embellecía y compraba lencería cara y tacones de
diseñador. Y luego, se quedaba fuera la mayoría de las noches y raramente
tomaba días libres del trabajo. Yo estaba sola en nuestro apartamento,
moviendo mis pulgares, comiendo más helado y bañándome hasta que el
cloro quemaba mi piel y me irritaba los ojos.

Una mañana, Kathy entró tambaleándose en nuestro apartamento con el


chupetón más grande del mundo en el cuello, y cuando miré la rojez en su
piel, me dijo que era amor. Amor. Kathy estaba enamorada de su jefe, Liam
Warren. Su enamoramiento ciertamente explicaba la falta de visitas a casa.

Ni siquiera le había cuestionado sobre el asunto.

Simplemente seguí comiendo más helado.

Kathy se abrió más sobre su relación con Liam. Contra mi voluntad, se


sentaba en mi cama por la mañana y me contaba cómo él la follaba hasta
dejarla exhausta con su tremendo miembro—aparentemente, necesitaba
saber eso—y esas declaraciones vulgares me daban náuseas.

¿Por qué debería interesarme en la vida sexual de mi hermana?

Sabiendo que Kathy estaba en una excelente posición para pedir ayuda
a Liam, seguí presionándola sobre nuestra motivación inicial (para localizar
a nuestro captor, ¿recuerdas?), pero ella seguía sin poder pedir la asistencia
de su jefe. Me costaba creerlo, considerando que se acostaba con el tipo.
Pero, oye. ¿Qué sé yo, verdad?

Durante meses, escuché a mi hermana hablar sobre su amante


fantástico, compasivo y atento, que la llevaba a citas, la agasajaba y la
trataba como si fuera una reina. Me comentaba cada detalle inútil, que me
hacía sentir cierta envidia de que ella hubiera conocido a alguien y hubiese
superado su pasado.
Mientras Kathy pasaba la mayor parte de su tiempo libre con Liam,
agradecí que mi amiga, Chloe, comenzara a quedarse conmigo para
hacerme compañía. Aunque me había acostumbrado a vivir sola, no podía
negar que me sentía sola y hablar con mi reflejo en el espejo del baño me
hacía dudar de mi cordura.

Y luego, ocurrió el cambio. Mi hermana fue a trabajar una mañana y


nunca volvió, lo cual no era inusual, pero dos días se convirtieron en cuatro,
y cuatro días se convirtieron en una semana, y supe que algo estaba mal. Sí,
Kathy había estado algunos días sin aparecer, pero una semana entera sin
mensajes de texto o llamadas me provocó una inquietud en el fondo de mi
estómago.

Hasta el día de hoy, nunca entenderé por qué me preocupé tanto por
Kathy. No es como si su comportamiento poco comunicativo fuese algo
fuera de lo común. Pero, llámalo intuición femenina, su ausencia me
inquietaba. Llamé al departamento de policía. Visité el departamento de
policía. Casi rogué al departamento de policía que me ayudara a
encontrarla. Pero Kathy no era una menor. Era una adulta. Su desaparición
no era sospechosa ni cuestionable. Gracias por la asistencia y el consuelo,
imbéciles.

Salí del departamento de policía más angustiada que cuando llegué.

Llamé a su móvil.

Le mandé mensajes.

Su teléfono dejó de sonar.


Los mensajes dejaron de entregarse.

Mi hermana desapareció sin dejar rastro.

Durante los primeros meses tras la desaparición de mi hermana, me


quedé en la cama, llorando, comiendo, llorando, comiendo. Temía que
nuestro monstruo la hubiera encontrado. Temía no volver a verla.

Mi martirio terminó cuando Chloe, mi mejor amiga y compañera de


cuarto, me obligó a salir de la cama para mostrarme un plan que había
orquestado. Nos sentamos juntas, bebiendo café mientras hacíamos una
lluvia de ideas y finalizamos nuestra conversación acordando encontrar a
Kathy nosotras mismas.

Tenía una pista.

Liam Warren.

El antiguo amante de mi hermana.

Ahora que estáis al tanto, puedo decir que lo he estado observando


desde esta misma cabina todos los viernes durante los últimos cinco meses.
Y no, no soy una acosadora. Cada viernes, me decía que lo abordaría pero
siempre me faltaba valor y lo veía irse en vez de eso. Nunca era el
momento adecuado para hablar con él—Lo cual es una mentira completa.
Nunca lo acorralé porque pensar en ese primer encuentro me aterrorizaba.

Todo lo que tenía que hacer era acercarme y pedirle trabajo en el Club
11.
Como cabría esperar, antes de este momento, había hecho mis deberes
y escuchado rumores y especulaciones. Este hombre era despiadado, sin
principios, implacable, corrupto y peligroso. Era un asesino desalmado y
antipático del que debía mantenerme a distancia.

Recopilé ese conocimiento beneficioso de personas al azar que conocí


mientras hacía lo que me gusta llamar ―La Exploración Warren.

Pasando muchas noches por las calles de Londres, acechaba a posibles


informantes inocentes. Muchos se negaron a iluminarme. He perdido la
cuenta de cuántas veces hice una simple pregunta, y ellos respondían con un
jadeo horrorizado o una advertencia sombría de no hablar del hombre. Sin
embargo, ocasionalmente, lograba obtener información útil de los
borrachos. El alcohol y las drogas les daban el valor para educarme.

Liam Warren supuestamente medía tres metros y podía matar a un


hombre con sus propias manos. Tenía numerosos matrimonios, era un
bígamo con hijos esparcidos por todo el este.

Un amable pero preocupante hombre me dijo que Liam practicaba el


canibalismo.

Me quedé desconcertada.

Las calles fabricaban historias para efectos dramáticos. La gente


mentía. Liam era alto, pero no a una escala exagerada. Así que, que fuese
un asesino desquiciado con gusto por la sangre, no era algo tan loco,
¿verdad? Eso no significa que practique el vampirismo. Y sus manos eran
bastante grandes, pero ¿en serio? Sólo es humano. Quiero decir, sus manos
parecían normales desde este ángulo.
Tomando sus chismes extravagantes con un grano de sal, hice
suposiciones y consideraciones. Liam no estaba casado porque no había
anillo de boda en su dedo. Además, Kathy nunca mencionó una esposa. De
nuevo, si es el mujeriego que la gente decía, podría ocultar el anillo para
evitar complicaciones durante sus conquistas. Estoy segura de que no tiene
hijos, pero a veces lo cuestiono. Tal vez es padre pero nunca pasa tiempo
con sus descendientes. Es intimidante. Sus hombres le temían, así que tal
vez algunos de los rumores eran genuinos.

Liam podía ser un asesino psicópata que era mejor manejar con
precaución.

Toda esta información alarmante me hacía preguntarme por qué Kathy


convirtió su relación platónica en una sexual para empezar. A sus ojos,
Liam era, de alguna manera, un gigante amigable.

Si su evaluación era correcta, ¿por qué la gente de Londres hablaba de


él como si fuera el mismísimo diablo?

¿Cómo es posible que este hombre fuese dos personas diferentes? ¿O


mi hermana guardó esa información escalofriante para sí misma porque no
quería asustarme?

Liam no era una persona promedio, así que sabía que mi plan sería
mucho más difícil de lo anticipado. Inicialmente, pensé preguntarle
directamente sobre el papel de mi hermana en su club y si sabía de su
paradero. Pero, siguiendo lo que habíadescubierto sobre ese hombre,
cuestionarlo ya no era una alternativa.
Según una de mis fuentes, si cuestionas a un hombre como Liam
Warren, es probable que termines en una zanja. No es el tipo de hombre al
que podía exigir respuestas y en el que se podía confiar sin reservas.

No. Para ganarse la confianza de Liam Warren, uno tenía que


merecerla. Y eso es lo que intentaba hacer. Conseguir que él confiase en mí
—posiblemente hasta que le gustara. Luego pedirle a mi nuevo amigo
devoto que me ayudara a encontrar a mi hermana.

Me dije a mí misma—deséame suerte.

Miré por encima del borde de mi portátil y observé. Liam tenía la


espalda hacia el mostrador, los camareros preparaban bebidas en el fondo,
y su móvil, al que tenía permanentemente en las manos, ocupaba sus
pulgares.

La pelirroja sonrojada tomó el pedido de Liam y le ofreció varias tartas.


Su comportamiento coqueto al parecer pasaba desapercibido esta mañana.

Puse los ojos en blanco.

¿Podría ser más obvia?

Tan pronto como ella le entregó la bebida a Liam, me levanté de mi


asiento. Metí el portátil en mi mochila, me dirigí hacia la entrada y me
acerqué a las puertas a tiempo para ―accidentalmente ― chocar con el
propio hombre, derramando café sobre nosotros.
―Hostia puta ―. Tomó una servilleta del mostrador para limpiar el
café derramado sobre su camisa blanca impecable. ―Necesitas mirar por
dónde vas ―.

Fingiendo que el líquido caliente en mi pecho no había quemado mi


piel, jugueteé con una servilleta para limpiar mi jersey manchado. ―Lo
siento. Estaba apurada y... ― Me encontré con su mirada por primera vez y
contuve la respiración. Sus ojos azul hielo eran penetrantes. El cabello
negro azabache caía sobre su ceja arqueada y su mandíbula cincelada,
sombreada en barba, se endureció mientras me devolvía la mirada. ―Sólo
estaba... ― Era increíblemente guapo. No es que no fuese consciente de
eso. Había mirado lo suficiente para discernir su atractivo, pero estar cerca
de él intensificaba su poderosa imagen. Era fascinante pero intimidante.
Encarnaba la masculinidad perfecta y sin fallos, y mientras se inclinaba
sobre mí, con nuestros pechos casi tocándose, descartó la servilleta sucia y
el aroma de colonia especiada flotó entre nosotros.

Madre mía.

Nos miramos a los ojos. Estaba intoxicada por la intensidad de su


proximidad. Incluso con su expresión endurecida y su tono de voz poco
amigable, encontré al hombre impresionante. No es de extrañar que Kathy
estuviera tan enamorada. Él era magnífico.

Su ceja se arqueó.

Coloqué dos manos en su pecho para tratar de limpiar las manchas.


―No quise hacer eso ―.

Liam se retiró ante el contacto repentino. ―¿Qué estás haciendo?


Retiré mis manos.

―¿Te conozco? ― Sus cejas se encontraron en un ceño oscuro


mientras se acercaba. Me sentí débil y pequeña al mirar su presencia
imponente. ―Siento como si te hubiera visto antes ―.

Mi corazón palpitaba. Kathy y yo somos diferentes en muchos sentidos,


pero compartimos rasgos faciales similares. Por supuesto, él asumiría que
nos hemos conocido antes. Me parezco a mi hermana.

―No. Y lamento eso ―. Señalé su camisa manchada. ―Sé que tu ropa


es cara ―.

―¿Lo es? ― desafió, su mirada cautelosa volviéndose más oscura.


―¿Cómo sabrías eso?

—Bueno, las etiquetas de diseñador son una gran pista, pero esa no es
la razón por la que conozco a los diseñadores favoritos de hombre.
―¿Puedes traerle otro café, por favor? ― le pregunté a la pelirroja,
poniendo fin a este incómodo intercambio. ―Yo pago ―.

Los ojos de Liam nunca dejaron mi rostro. ―Un reemplazo es


innecesario ―.

La camarera, lanzándome una mirada acusatoria, entregó los productos.


Agradeciéndole, puse una sonrisa falsa en la cara. ―Toma. ― Le ofrecí el
café. ―Una oferta de paz.
Liam miró el vaso de cartón durante un largo y tortuoso momento antes
de aceptar la oferta. Su dedo rozó el mío con un toque intencional, y casi
dejé caer el café, al no estar preparada para las sutilezas de su destreza.
―No necesitabas hacer eso, ― dijo con una voz áspera, ocultando sus
emociones mientras buscaba mis ojos de manera evidente. ―Puedo
permitirme pagar mis cosas en la vida.

Ahora podría ser un buen momento para preguntar por un trabajo, pero
por nada del mundo me atreví a hacerlo. Simplemente lo miré, pensando en
cómo abordar el tema ahora que tenía su atención.

Liam miró de reojo al rubio de traje, que también me miraba de cerca, y


luego preguntó, ―¿Estás bien de la cabeza?

Su insulto fue la bofetada que necesitaba. Me sacó de mis meditaciones


silenciosas, pero no evitó el enrojecimiento desagradable que subía a mis
mejillas.

Se rascó la mandíbula, exhibiendo anillos de oro caros y pesadas


pulseras de eslabones de oro amarillo.

Aparté la mirada para centrarme, y sin decir otra palabra, tiró el vaso a
la basura, me empujó con el hombro y salió de la cafetería.

Oh, no. He esperado demasiado tiempo por esta oportunidad y no


puedo dejar que nuestro raro encuentro termine así.

Corrí detrás de él, empujando al rubio de traje en el proceso. Tenía


demasiados ojos sobre mí al salir del edificio, pero Liam era lo único que
veía.

―Oye— ― Antes de acercarme a Liam, alguien me agarró por la


cintura con fuerza innecesaria y me arrastró hacia su pecho. Todo sucedió
demasiado rápido. ―¿Qué hostia? ― Entré en pánico, retorciéndome en su
firme sujeción. ―¡Déjame ir!

Liam escuchó el alboroto. Echó un vistazo por encima del hombro y se


detuvo bruscamente al ver a uno de sus hombres maltratándome.

Incapaz de escapar de las garras del hombre, llevé un brazo hacia atrás
y arañé la cara de mi captor con uñas afiladas.

―Eres una perra, ― gritó el tipo.

Rápidamente recuperé el equilibrio y me preparé para arañarle los


ojos... la sangre se me fue del cuerpo. Era el tipo calvo. De todos los sujetos
con traje que podían agarrarme, tenía que ser él. No queriendo continuar
con la pelea, retrocedí, olvidando por qué había venido aquí y construí un
muro imaginario entre nosotros.

El calvo de traje agarró la parte delantera de mi sudadera.

―Por favor, para, ― gemí, envolviendo mis manos alrededor de su


muñeca para liberarme. ―Lo siento. ― Mi corazón latía con fuerza contra
mi esternón mientras las lágrimas bailaban a lo largo de mis pestañas. ―Por
favor. ― No puedo permitirme perder la cordura frente a estos hombres.
Sin embargo, sentí la familiar tensión en mi garganta y pecho, la
hiperventilación que me inducía al vómito convirtiéndome en una masa sin
huesos.
Resoplando entre sus dientes feos y oscuros, el calvo de traje exhaló su
cálido aliento en mi mejilla. ―Me pusiste la mano en la cara, chica.

Usé el creyón para dibujar círculos. Rojo. Amarillo. Rosa. Azul. Una
flor. Dos flores. Tres flores. Cuatro. Una margarita. Una amapola. Dos hojas
y césped verde.

―Eres una niña muy dulce, Lexi, ― susurró, saliendo de la oscuridad.


―¿Lo hiciste todo tú sola?

El creyón se rompió en mis dedos.

¿Cuánto tiempo llevaba ahí?

¿Me vio dibujar todo el tiempo?

Hormigas imaginarias recorrían mi piel.

Rasqué y las aparté.

―Me gusta este. ― Su zapato aterrizó sobre el dibujo de mi madre.


―¿Tuviste ayuda?

Presioné mis labios. No puedo decirle que Kathy vino a visitarme. Si se


entera, nunca podré hablar con ella. Y me gusta cuando viene a verme. Se
sienta al otro lado de la puerta del sótano, contando historias y cantando
canciones.
―Te conseguí un libro, Lexi. ― Me mostró un libro de bolsillo
deshilachado. ―¿Te lo leo?

Asentí.

―Puedes colorear, ― me indicó, y un creyón azul rodó por el cemento.


―No más dibujos de mamá, Lexi. Pinta otra cosa.

Mis dedos se curvaron alrededor del creyón. ―¿Qué debo dibujar?

―Dibújate a ti misma. ― Se arrodilló en el suelo a mi lado. ―Puedo


colgarlo en la cocina.

Escuché.

―Fui a la tienda, ― leyó el libro, y luego, pausando para mirarme,


preguntó, ―¿Qué comprarías en la tienda?

No lo sé.

―¿Lexi? ― Su nudillo rozó mi mejilla, y me retiré. ―Responde la


pregunta.

―Quiero hacer macetas, ― dije con tristeza. ―Como la chica de los


libros.

―Bueno, te compré un regalo diferente en la tienda.


Un libro para colorear y nuevos rotuladores cayeron frente a mí.

Soy demasiado mayor para un regalo tan inútil, pero estar aquí, día tras
día, significaba que la simplicidad proporcionaba mucha alegría y
satisfacción.

―Ahora, si quieres estos, necesitaré que hagas lo que te diga, Lexi.

Me limpié las lágrimas de las mejillas. ―Está bien.

―Así se hace, niña buena. ― Sonrió, mostrándome sus dientes


blancos. ―¿Qué imagen colorearás primero?

Aceptando el bloc, pasé las páginas hasta encontrar la correcta: dos


niñas jugando en la playa. Puedo colorear la arena de amarillo y el océano
de azul y añadir colores brillantes a las conchas y estrellas de mar.

―¿Por qué esa? ― Inquirió, tomando la imagen de mis manos.

―Me recuerda a Kathy, ― admití, llevando mis rodillas al pecho y


envolviendo mis brazos alrededor de mis piernas protectóramente.
―Hm. ― Su mandíbula se flexionó. ―¿Extrañas a Kathy?

―Mucho, ― mentí a medias, porque había hablado con ella a través de


la puerta hacía sólo unos días.

Su cabeza se inclinó. ―¿Te gustaría visitar a tu hermana?


Pude notar que estaba enfadado. ―Sí, ― susurré, aunque ya podía
sentir, por su tono de voz, que no iba a suceder.

Rasgó el papel en dos. ―Deberías haber sido buena conmigo.

No me estremecí ni dije una palabra mientras destruía el único regalo


de cumpleaños que había recibido en años. Había aprendido a ignorarlo
cuando se comportaba así, ya que todo con mi monstruo tiene un precio.

Despedazó los papeles hasta que no quedó más que confeti, luego pasó
a los rotuladores, rompiéndolos y lanzándolos al otro lado de la habitación.

―Hey, chiquilla. Necesitas calmarte. ― Una voz agitada pero


preocupada me arrastró de vuelta del infierno. ―Creo que estás teniendo un
maldito ataque de pánico.

Inhalando un aliento entrecortado, me obligué a volver a la conciencia.

Liam se agachaba frente a mí, con sus manos a cada lado de mis
brazos. ―¿Qué pasó?

Estoy sentada en el frío pavimento. Me levanté rápidamente y me


apoyé en la pared de ladrillos.

Liam se irguió con todo su imperial porte y dio un paso cauteloso atrás,
levantando las palmas para hacerme saber que no tenía malas intenciones.
No puedo creer que esto haya sucedido. No he tenido un ataque de
pánico en meses. Si mis piernas funcionaran correctamente, le daría una
patada en los huevos al calvo de traje.

Torpe y humillante no es como anticipé que sería mi primer encuentro


con Liam Warren. Tenía que impresionarlo, no mostrarle que era un caso
mental o alguien que necesitaba asistencia psiquiátrica.

―No soy una maldita niña. ― No había querido sonar ruda ni usar
groserías, pero necesitaba que Liam me viera como una mujer, no como una
joven tímida con una dulce boca incapaz de trabajar junto a sus bailarinas
eróticas.

Dirigiéndome uno de sus guiños seductores, el rubio de traje chupó un


palillo que tenía en la esquina de su boca. ―¿Estás segura de eso? ― Su
cabeza se inclinó. ―Tu sudadera dice lo contrario.

Tu sudadera dice lo contrario, me repetí mentalmente. Confundida por


esa afirmación, ya que sólo era una sudadera negra, miré hacia abajo y, si
no estaba avergonzada antes, ahora me sentí mortificada: dos tortugas
verdes abrazándose con ―Vamos a acurrucarnos ― estampado en todo el
material.

¿A qué se ha reducido mi deprimente vida?

¿Cómo no noté la ostentación de esta ridícula prenda al salir del piso


esta mañana?
En serio, necesito empezar a verificar lo que tomo prestado del armario
de Chloe.

Eliminé frenéticamente la sudadera, enterrándola en el fondo de mi


bolsa. ―No es mía. ― Bueno, eso sonó convincente. ―Se la pedí prestada
a una amiga.

―No hay que preocuparse por lo que dice su sudadera, chicos. Sus
tetas cuentan otra historia. ― Otro sujeto de traje a mi izquierda decidió
lanzar ese comentario como si no estuviera suficientemente avergonzada.

Además, mis tetas cuentan otra historia — próximo chiste. No soy la


orgullosa dueña de pechos. Definitivamente me falta en ese departamento.

Me atreví a mirar a Liam. A juzgar por su expresión condenatoria, sé


que he arruinado todo. No hay manera de que consiga un trabajo en su club
después de este vergonzoso espectáculo.

Mi simple plan de llamar su atención falló. Arruiné su camisa, tuve un


ataque de pánico, arañé a uno de sus hombres de traje, usé una sudadera
vergonzosa, y mostré pechos inexistentes junto con pezones traicioneros al
salir de casa esta mañana sin sujetador.

Bueno, está claro que soy una tragedia ambulante.

―Ya basta, ― Liam amonestó a sus hombres con un silencio


escalofriante. Interesante. ―Nos vamos.
Liam se quedó atrás mientras los demás hombres de traje se subían a
los coches. Me examinó, con sus ojos decididos mientras se acercaba y
dominaba mi espacio vital.

—¿Qué estás buscando?

―Me siento como una idiota, ― murmuré, deseando aprender a cerrar


mi lengua descontrolada.

―Te golpeaste la cabeza cuando caíste, ― dijo bruscamente, y cuando


su mano me agarró la mandíbula mientras examinaba mi mejilla, contuve la
respiración. ―Deberías hacerte revisar eso.

No sentí dolor. ―¿Es grave?

Sostener mi mandíbula era completamente innecesario, sin embargo, su


mano se quedó. ―Seguro que sobrevivirás. ― Su pulgar acarició mi
mejilla. Sus ojos se fijaron en mis rasgos faciales, y luego, como si se diera
cuenta de nuestra cercanía inapropiada, retrocedió, mientras fruncía sus
cejas .

Quería que Liam se quedara para intentar pedirle trabajo, pero cuando
me dio la espalda y se subió al Bentley, supe que había perdido la
oportunidad.

Lo siento, Kathy.

-------------------------------------------------------------------
CAPÍTULO DOS

Alexa

Entré al apartamento y me desplomé contra la puerta cerrada, mientras


la mochila caía al suelo. Varillas de incienso ardían en soportes con forma
de bandeja sobre el aparador de arce moteado, y desprendían una mezcla
aleatoria de lavanda, romero y hierba de limón. Olfateé el aire. ¿Era eso
salvia? Daba igual.

Quitándome las zapatillas de los pies, avancé por el pasillo lleno de


puertas y me dirigí directamente al sofá estampado pero cómodo en el
pequeño salón. Desastre total. Hundí mi cara en el cojín floral y murmuré
sobre la inutilidad de la vida.

A ciegas, alcancé mi móvil, lo saqué de mi bolsillo e ingresé a la banca


en línea. Me quedaba una considerable cantidad del dinero de la
indemnización, pero recientemente había recurrido a esos fondos. Cuando
Kathy vivía aquí, no pagaba nada. Su salario cubría las cuentas y ponía
comida en nuestros estómagos. Lo único que me pedía era que fuera a la
universidad.

Me había ido bien en la escuela secundaria. Tuve que esforzarme


mucho para ponerme al día académicamente, pero no es que hubiese estado
sin educación. El hombre que me mantuvo cautiva durante todos esos años
se aseguró de que leyera libros. Me enseñó habilidades fundamentales de
inglés y matemáticas, así que supongo que aprendí lo básico antes de que
comenzara la educación a tiempo completo. Salí con suficientes buenas
notas para un futuro prometedor. Lo tenía todo planeado antes de que Kathy
desapareciera. Ahora, tenía preocupaciones más importantes. Si no
conseguía un puesto en el Club 11 pronto, tendría que buscar trabajo, o el
dinero de la compensación se esfumaría más rápido de lo que podía
parpadear.

—Hola, cariño —mi compañera de cuarto, Chloe, se dejó caer en el


sillón tapizado—. ¿Cómo te fue?

Le solté todo en menos de cinco minutos: desde los tenis arruinados


hasta el encuentro embarazoso con Liam Warren, pasando por el desmayo
en el acto durante un período de tiempo inconsciente.

Los ojos verdes de Chloe se agrandaron con cada segundo que pasaba.
—Entonces, aclárame esto. Hiciste que el hombre derramara su café,
hiciste sangrar a su colega calvo y entraste en una especie de frenesí de
manicomio. —Su pecho voluptuoso rebotó deliberadamente mientras me
seguía al baño—. Y les mostraste los pechos a todos los pervertidos.

Cabe destacar que Chloe es una persona característicamente


melodramática. También tiene la capacidad de atención de un pez, así que
no sorprende si se desvía de temas importantes. —Primero, no son
pervertidos ni les mostré mis senos. Has sacado la historia totalmente de
contexto. —Tapé el desagüe de la bañera y deje correr agua caliente y fría
—. ¿Tienes que hacerme sentir peor? Se supone que debes consolarme, no
burlarte de mí. Ya sabes, por ser mi amiga y toda esa mierda.

—Lo siento —Chloe roció el agua del baño con sal de Radox—. Sé que
puedo ser insensible. A veces olvido lo mucho que significa esto para ti,
Alexa.
Me senté en el inodoro cerrado mientras esperaba que la bañera se
llenara. —Chloe, la cagué —susurré, abatida—. Meses y meses de trabajo
duro para nada. Arruiné todo en minutos. Lo del café hizo efecto. Liam se
detuvo. Incluso tuvimos una conversación surrealista. Bueno, prácticamente
me preguntó si tenía problemas mentales y luego me desmayé, lo cual
básicamente le confirmaría que, sin duda, tenía problemas mentales.

Chloe contuvo la risa.

Sonreí ante la estupidez.

—Liam me llamó pequeña —mis hombros se hundieron—. Aunque no


fue humillante, , no creo que me contratara. No soy Kathy. Quiero decir, ¿a
quién intento engañar? Nunca podría desnudarme frente a una sala llena de
hombres como lo hacía ella. Ni siquiera tengo senos.

—Cariño —la voz de Chloe se suavizó—. Puedes hacer cualquier cosa


si te lo propones. Confío plenamente en ti. —Al notar la incertidumbre en
mis ojos, suspiró—. ¿Quieres que lo intente yo? Ya sé que trabajo a tiempo
completo, pero podría dejar los fines de semana para el club.

—No. Te encanta tu trabajo. Ignórame, Chloe. Sólo tuve un mal día,


eso es todo. —No era su culpa que yo fuese una idiota caprichosa y
malhumorada. No dejaría que se apuntara en un trabajo como bailarina
erótica por mi causa—. ¿Cómo se suponía que conseguiría el trabajo si
Liam no me veía como una mujer adulta?

Chloe cerró los grifos y se giró para que me desvistiera. —Bueno, al


menos fue algo memorable. Apuesto a que Liam recordará el encuentro
mientras lava su camisa Armani esta noche.
Bufé, sumergiéndome en el agua caliente de la bañera. —
Probablemente tiró la camisa.

—Cierto —coincidió, y luego, con la falda descansando a media


pierna, se sentó en el borde de la bañera, sumergiendo sus piernas en el
agua—. Tienes que volver el próximo viernes e intentarlo de nuevo. Déjate
de esconderte detrás del portátil. Ponte en la puerta y haz que te escuche.

Reí por dentro. Ojalá atrapar a Liam Warren fuera tan fácil. —Siento
ganas de golpear mi cabeza contra una pared de ladrillos. —Me froté el
cuero cabelludo con champú, enjuagué la espuma y luego coloqué
acondicionador en las puntas de mi cabello—. Por supuesto que volveré.
¿Qué otra opción tengo? Necesito averiguar qué le pasó a mi hermana.

Debajo de la superficie del agua, Chloe estudió sus uñas pintadas de


rosa.

¿Es normal que seamos tan cercanas? Podría bien meterse en la bañera
conmigo.

—Tal vez, Liam ni siquiera te recuerde la próxima vez que te acerques


a él —dijo para levantar mi espíritu decaído.

Muy poco probable. Nadie en su sano juicio podría olvidar la locura


que dramaticé esta mañana.

—¿Y si no obtienes las respuestas que buscas, Alexa? —preguntó, y


fruncí el ceño—. Sé que lo de hacer de investigadora secreta fue mi idea,
pero ¿y si Kathy se fue voluntariamente?
—¿Qué? —Convencida de haber oído mal, fruncí el ceño ante los
azulejos de la pared —. No, Kathy era feliz aquí, Chloe, especialmente
mientras salía con Liam. No hay forma de que se haya ido por su cuenta. Lo
siento en mis entrañas—. Algo malo pasó. Y voy a conseguir respuestas.

Su espalda descansó en la pared. —¿Seguirás buscando al tipo


responsable de tu secuestro?

Aún cubierta de espuma, dejé caer la esponja en el agua, agarré una


toalla y me puse de pie sobre la alfombra de baño de felpa. —No me
interesa ese hombre vil —dije, aguda y amargamente—. Hasta donde me
concierne, esa parte de mi vida está terminada. Estoy avanzando—.
Envuelta en la toalla, alcancé la bañera y desenchufé el agua—. Además,
fue la estúpida venganza de Kathy la que la metió en este lío, para empezar.

—Lo siento, cariño —se frotó la cara con ambas manos—. Sigo
diciendo las cosas equivocadas. Soy una mala amiga esta noche.

Mis hombros se relajaron.

De inmediato me sentí culpable. Chloe no era una mala amiga. Era mi


mejor amiga. Cuando Kathy me envió inicialmente a la escuela secundaria,
me costó adaptarme. Todos sabían que era una de las hermanas
desaparecidas Haines. Los adolescentes me miraban como si fuera una
enfermedad de transmisión sexual en movimiento.

Diariamente, encontraba notas en mi casillero.

Apuesto a que extrañas a papá.


¿Lo disfrutabas en secreto?

¿Todavía piensas en él?

No creo que deberías estar aquí.

Diariamente, escuchaba rumores indescriptibles.

Escuché que ella quería estar allí.

Se rumorea que parecía un animal salvaje cuando la encontraron.


Dijeron que estaba en los huesos y ladraba cuando le hablaban. ¿Puedes
creer eso? Es asqueroso.

Ni siquiera sabe leer.

¿Crees que todavía es virgen?

Hacer amigos era imposible. Rogué a Kathy que me contratara un tutor


para evitar la secundaria, pero ella se negó. Tenía que llevar una vida
normal y no se me permitía huir de mis problemas. Defiéndete, me decía a
menudo mi hermana. Defiéndete, Alexa. ¿Quiénes son estas chicas para ti?
¿Por qué te importa lo que piensen? Sus opiniones de mierda no te llevarán
a la universidad.

Fui a la cafetería un recreo y pedí patatas fritas y zumo de naranja.


Como cualquier otro día, me senté sola en la mesa, lo cual no me
perturbaba. Estaba acostumbrada a la soledad. Mierda, pasé la mayor parte
de mi infancia sola con mis pensamientos. Una bola de papel arrugada
golpeó mi cabeza mientras sorbía el zumo. Rodó sobre la mesa frente a mí.
La dejé ahí. No le daría a los matones la satisfacción de leer sus palabras
retorcidas.

Jessica, la chica más popular del instituto, de piernas largas, cabello


rubio brillante y ojos azules deslumbrantes, se sentó en la silla junto a mí.
Quería saber qué estaba comiendo, a pesar de que las evidentes patatas
fritas estaban sobre un plato entre nosotras. Y luego, mientras sus amigos
se reían a escondidas en el fondo y otros estudiantes bajaban el tono para
escuchar y ver el espectáculo, insinuó que estaba gorda por comer comida
poco saludable.

En lugar de contener las lágrimas, debería haberme reído. No tenía


sobrepeso, ni por asomo. Si acaso, estaba demasiado delgada. Pero sentía
las lágrimas pugnando por salir de mis ojos. Y en ese momento, me
pregunté si tendría sobrepeso.

Por supuesto, me levanté abruptamente, recogí mis pertenencias y, al


sonido de ridículo y risas incontrolables, corrí por el comedor. Con cada
paso apresurado, juré para mis adentros—sin importar la charla de Kathy—
que nunca más asistiría a la escuela secundaria.

Ese fue el día que conocí a Chloe.

No estoy segura de cuánto había oído o cuánto había presenciado, pero


salió de la nada, una fuerza a tener en cuenta, con su hermoso cabello rubio
hasta la cintura recogido en una coleta apretada. Su falda corta enrollada en
la cintura: calcetines hasta la rodilla azul marino y corbata torcida.

Ella hizo que esa discusión fuera asunto suyo.


Mi acosadora de la escuela secundaria se quedó sin palabras ante la
sarta de insultos vitriólicos de Chloe. Y la fuerte bofetada en la cara,
bueno, creo que ella lloró suficiente por las dos.

Chloe me siguió al pasillo de la escuela cuando huí de la escena.


Preguntó si podríamos ser amigas. Asentí, demasiado aturdida para usar mi
voz.

Había ganado una nueva amiga. Su nombre era Chloe. Ya no temía ir a


clases. Desde ese momento en la cafetería, disfruté levantándome por las
mañanas y asistiendo a la escuela secundaria. Nos encontrábamos en
nuestro punto intermedio y hablábamos durante todo el viaje. Incluso
participábamos en algunas clases juntas. De hecho cuando nos separaban
entre clases, no pasaba mucho tiempo antes de que nos reuniéramos
nuevamente para el almuerzo o camináramos de regreso a casa juntas.

La vida se transformó para mí. Nunca me sentaba sola en clase; nunca


comía sola en el almuerzo. Chloe se convirtió en una parte permanente de
mi vida.

Con los años, nuestra amistad se fortaleció. Chloe tenía una relación
complicada con su padre y una aún peor con su madrastra.
Lamentablemente, su madre biológica falleció de cáncer, lo que significaba
que vivía en un lugar donde no se sentía querida.

Una noche, Chloe admitió que me envidiaba. Kathy me permitía ir y


venir cuando quisiera y no tenía reglas que cumplir, mientras que su padre
era muy estricto . Le confiscaba el móvil cuando no estaba contento con su
desempeño. La hacía quedarse en casa casi todas las noches e incluso le
quitaba a la puerta de su habitación las bisagras para vigilarla cuando
estaba castigada, lo cual era más a menudo que lo que no lo estaba.
Sentía pena por Chloe. Mi amiga lo estaba pasando mal. Tenía una
mala relación con su padre. Creía que su madrastra sólo la toleraba por
fines maritales.

En secreto, yo ansiaba lo que ella aborrecía.

Qué irónico.

Me costaba entender por qué odiaba tanto vivir allí, pero nunca traté
sus lágrimas con una ignorancia desdeñosa. Cuando te ves privado de una
familia amorosa, los aceptas sean como sean . Habría vendido mi alma al
diablo por tener un padre, aunque fuera tiránico y dominante.

No obstante, con lo mucho que trabajaba Kathy, me gustaba tener una


amiga que me hiciera compañía. El padre de Chloe protestó. Exigió hablar
con mis padres o, en mi caso, con mi tutora, y quedó aún más decepcionado
al descubrir que su hija estaba holgazaneando con otra adolescente.
Imagínaos su disgusto al enterarse de que Kathy trabajaba turnos de
cincuenta horas a la semana, dejándonos solas en casa la mayor parte del
tiempo.

Chloe finalmente cumplió la edad requerida para mudarse. Ya no podía


controlar a su hija, así que, en su cumpleaños dieciséis, apareció en mi
puerta sólo con una bolsa negra con sus pocas pertenencias, pidiendo vivir
conmigo.

Desde entonces, hemos sido inseparables. Chloe y yo somos más que


amigas. Somos hermanas. Sin embargo, últimamente, nuestra relación ha
sido inestable, y asumo toda la responsabilidad. Cuando me siento
desmoralizada o acorralada, le expreso equivocadamente mi frustración y la
lastimo. Soy una persona horrible. Hoy las cosas no han salido como lo
había planeado en mi cabeza, pero eso no me daba derecho a reprocharle
por ayudar. ―Eres como una hermana para mí. Lo sabes, ¿verdad?

―Mírala, poniéndose toda sentimental, ― Chloe bromeó a medias,


atrayéndome para un fuerte abrazo. ―Cariño, claro que lo sé. ― Levantó
su meñique entre nosotras. Mi meñique se enroscó alrededor del suyo.
―Pero tengo otra idea.

Vale, eso no suena bien. ―¿Qué?

―Creo que, ― dudó mientras la seguía por el pasillo, ―puedo hacer


un poco de magia.

Chloe pasó por alto su dormitorio, justo enfrente de mi habitación, y


usó su hombro para abrir la puerta de mi habitación de un empujón.
―Cubre tu trasero, o no me culpes por mirar.

Arreglándome la toalla, deambulé por mi dormitorio buscando un lugar


donde sentarme. Era el día de hacer la colada, así que había montones de
ropa doblada esparcidos por la cama, el tocador, y la butaca que Chloe
había comprado en una tienda de segunda mano. Me senté en el otomán que
usamos para la ropa de cama. ―Entonces, ¿qué está tramando mi amiga
traviesa?

―El café fracasó, ― dijo lo obvio. ―Liam recordará a la chica de la


cafetería porque, bueno, mírate. ― Su mano gesticuló hacia mi rostro.
―Eres difícil de olvidar, Alexa. Siempre lo he dicho. Estás bendecida con
belleza natural.
Mis mejillas se encendieron de rojo. ―No es verdad.

―¿Estás loca? ― Sus manos rebuscaron en mi armario. ―Cariño,


literalmente me prostituiría por unas piernas como las tuyas. ― Eligió un
vestido negro simple. Pertenecía a Kathy. ―Tus ojos son tu mejor rasgo, ―
dijo en voz baja. ―Úsalos a tu favor.

Atrapé el vestido que me lanzó. ―¿Qué significa eso?

―Significa que los hombres son débiles, ― ronroneó con un puchero


travieso. ―Incluido Liam Warren.

Hostia, , ojalá tuviera su confianza. ―¿Qué quieres que haga?

Se quitó la minifalda y la blusa, cambiándose a un vestido rosa


brillante, que también pertenecía a mi hermana. ―Deberías dejar que tus
ojos hablen.

Me apoyé contra la pared en señal de derrota. ―¿Podrías explicar ese


atuendo de fiesta ahora?

―Vamos a salir de fiesta.

―No, no tengo ganas de ir a clubes, Chloe. Quiero ponerme el pijama,


pedir comida china para llevar, beber cerveza barata de la tienda de la
esquina y hacer maratón de una serie de televisión.
―No. ― Su vestido glamoroso la envolvía como una segunda piel.
―Nos merecemos un poco de diversión. Y sé justo el lugar. ― Vaciando mi
bolsa de cosméticos en la alfombra mullida, eligió lo necesario y se volvió a
maquillar usando un pequeño espejo compacto. ―Digamos el Club 11.

―¿Qué? ― Mis dedos se tensaron en el vestido arrugado. ―No, no


voy a ir allí sin invitación. Y tú tuviste la desfachatez de cuestionar mi
cordura. Además, es para mayores de veintiún años. No entraremos sin
identificaciones.

―Sí, lo sé, pero la edad mínima no es suficiente para impedir nuestra


llegada, ― insistió, y empecé a sentir claustrofobia. ―¿No dijiste que Liam
te miraba como a una niña? Veamos si su opinión cambia después de esta
noche. ― Apuntó con un tubo de rímel al vestido. ―Póntelo, cariño. Te
maquillaré mientras tú te peinas. Te lo prometo. Tendremos una noche
divertida.

―Eso que llamas vestido no cubrirá ni mi trasero.

―Sexy y revelador, es la idea. ― Conectó la plancha para el cabello.


―Creo que deberíamos alisar tus rizos. Ahora, vamos. Déjame hacer mi
magia.

―No quiero que hagas tu magia, Chloe. ― Necesito llenarme la cara


con fideos chinos. ―Mira, sé que sólo intentas ayudar, pero estoy de un
humor horrible y enfadada.

―No tienes elección, ― me reprendió. ―Cariño, trae tu trasero aquí


para que pueda embellecerte. Estamos a punto de entrar en la fase dos de
nuestro plan maestro.
Estoba confundida. ―¿Hay una fase dos?

Sonrió como el gato de Cheshire. ―Ahora la hay.

***

Me arrepientía de todo, desde permitir que Chloe me persuadiera para


salir de fiesta hasta pedir prestada la ropa glamorosa de Kathy y los tacones
súper altos en mis pies. Me veo y me siento ridícula. Y un poco
desesperada. Bueno, supongo que estoy desesperada por conseguir un
trabajo en el Club 11, pero presentarme sin invitación supera todas las
actividades anteriores de acoso. Encontrarme con Liam Warren en la
cafetería es una cosa. Presentarme en su establecimiento es algo
completamente distinto. Me sorprendería si no amenaza con presentar una
orden de restricción contra mí esta noche.

―No puedo creer que te dejara convencerme de usar este vestido. ―


Es demasiado corto. Un movimiento en la dirección equivocada, y todos
verán mis partes íntimas. ―Ni siquiera es un vestido. ― Tiré del
dobladillo, pero en cuanto lo solté, el material regresó de inmediato, sin
cubrir por completo mi trasero. ―Bueno, al menos ahora encajo en el perfil
de una stripper.

Chloe puso los ojos en blanco. ―Escucha, sé que la ropa reveladora no


es tu estilo, y que te gusta llevar tus pantalones de chico.

―¿Qué pantalones de chico? ― La miré con desdén. ―Se llaman


leggings.
Chasqueó los dedos. ―Volviendo al punto, Alexa. Para que esto
funcione, debes actuar como se debe. Empezando por el vestido negro sexy.
― Lanzó un beso al aire, avanzando adelante en sus tacones. ―Veamos si
Warren todavía te mira como a una niña cuando te vea con eso.

No podría haber gritado eso más alto. Imaginando todas las formas en
que me encantaría estrangular a mi amiga por entretener a la línea de
personas curiosas que esperaban entrar al Club 11, les lancé una sonrisa de
disculpa y seguí los pasos de Chloe.

Chloe pasó de largo la fila larguísima y fue a las puertas principales del
club. Cinco fornidos porteros con trajes negros estaban reunidos. Según mi
amiga, el tipo impasible de la derecha era amigo de su padre. Para poder
entrar a un lugar para mayores de veintiún años a los diecinueve tenías que
tener conexiones. Esperemos que el hombre cumpla.

―¿Gavin? ― Hizo parecer que íbamos a otro sitio pero se detuvo a


mitad del camino para simular un despiste. ―Madre mía, ¿Eres tú?

―¿Chloe? ― Apagó su auricular. ―Hostia, ¿Eres realmente tú?

Chilló de emoción fingida. ―No te he visto en mucho tiempo. ―


Cayendo en sus brazos para un fuerte abrazo, se abrazaron rápidamente y
se separaron para conversar. ―¿Cómo estás? ¿Cómo está Mai? ¿Todavía
juegas al golf con papá los domingos?

Su voz irreconocible hizo que levantara las cejas.


―Ah, divorciado, ― dijo Gavin. ―Mai se fue a la cama de otro
hombre mientras yo trabajaba todas las noches. ― Desestimó el tema. ―Vi
a tu papá hace unas semanas. Dijo que no has estado mucho por ahí
últimamente.

Chloe mordió su labio inferior. ―He estado ocupada con el trabajo.

―Claro, ― dijo con rigidez. ―¿Y quién es tu amiga?

Saludé como una idiota. ―Alexa.

―¿Cómo está todo por aquí? ― Chloe miró por encima de su hombro
para ver el vestíbulo. ―Estábamos buscando un lugar para salir de fiesta.
¿Lo recomiendas?

Gavin brevemente hizo contacto visual con uno de los porteros. ―Está
decente, ― dijo con frialdad. ―Podría estar fuera de tu presupuesto, sin
embargo. ― Mordisqueaba chicle. ―Entra y échale un vistazo. ―
Inclinando su cabeza hacia un lado, usó sus ojos para ordenar un rápido
deslizamiento a través de las puertas dobles. ―Pórtense bien . Disfruten,
chicas.

En cuanto quedó fuera del alcance del oído, susurré, gritándome a mí


misma, ―No puedo creer que funcionara, Chloe. ― Agarrando su mano, la
arrastré por el oscuro pasillo hacia las puertas dobles cromadas. ―Nunca
dejas de sorprenderme.

―Cariño, este club está por encima de nuestras posibilidades. Si Gavin


no hubiera estado en la puerta, tendríamos que colarnos por la parte trasera,
y no me apetece correr con estos tacones.

Alcanzando el final del pasillo, empujé la puerta y me detuve a mitad


del paso. Desde el exterior, el edificio de ladrillo y las paredes
insonorizadas ocultan la enormidad gloriosa y el atractivo vivaz: una barra
larga dominaba el lado izquierdo de la sala con aproximadamente quince
personas trabajando con vigor incansable, la pista de baile espaciosa
ocupada por bailarines frenéticos. La cabina del DJ, elevada en una
plataforma de vidrio, tenía niebla y luces estroboscópicas, así que era una
impresionante discoteca. Las mesas y apartados estaban ubicados a los
lados y esquinas, y ninguno estaba desocupado.

Para mi sorpresa, había innumerables mujeres también, lo que no había


considerado. Luego, de nuevo, no sé qué esperaba. Esta noche era mi
primera vez yendo a un club, pero asumí que habría predominancia de
hombres al ser un club de striptease.

Pasé por las plataformas de vidrio, donde estaban las bailarinas


exóticas balanceándose en barras de metal como contorsionistas ingrávidas,
algunas dentro de jaulas, usando lencería de encaje y tacones de aguja. Me
quedé allí mirando sus pechos perfectos y sus movimientos que tocaban el
suelo con asombro.

―¿Nos tomamos una bebida? ― Chloe me llevó a la barra, colándose


entre los clientes para recibir un servicio rápido. ―Deberíamos disfrutar
mientras estamos aquí, ¿no?

Colocando mi bolso sobre la encimera, me tiré el vestido hacia abajo


otra vez, odiando lo fuera de lugar que me sentía.
―¡Oye, guapetón! ― Chloe gritó por encima de la música, llamando la
atención del barman. ―¿Nos puedes atender?

Era lindo. Cabello castaño oscuro desordenado y ojos color whisky


destilado.

―¿Qué puedo ofrecerles, chicas?

Chloe recogió el cambio suelto de su bolso. ―¿Podrían ser dos


cervezas embotelladas y cuatro Sambucas?

Se marchó a preparar nuestras bebidas, y Chloe me entregó un labial


rojo. ―Pinta tus labios, cariño.

Rara vez llevo maquillaje completo. Una vez satisfecha con mi


apariencia retocada, volví a tapar el labial y se lo fui a devolver. ―Quédate
con él, ― dijo. ―Sé que es tu favorito.

Sin discutir, lo guardé.

El barman regresó con nuestras bebidas. ―¡Disfruten! ― gritó por


encima del hombro, procediendo a servir a los demás clientes.

―Vamos amiga. ― Chloe deslizó un vaso de chupito en mi dirección.


―Fondo blanco, cariño.

Me tomé uno de un trago, y sentí el calor bajando por mi garganta. Eso


me infundió el valor necesario para actuar esta noche.
―Hostia puta. ― Chloe se frotó el pecho. ―Quema.

Asentí, buscando otro.

―Es increíble, ― dijo, admirada por la grandiosidad del interior. ―Me


pregunto si podríamos encontrar una mesa.

La gente abarrotaba el Club 11. No podíamos ver a través del mar de


cuerpos en la pista de baile. ―Podemos intentarlo.

Chloe hizo una mueca. ―Tengo miedo de irnos, por si perdemos


nuestro lugar.

Me reí. ―Podríamos pedir más bebidas y llevárnoslas.

Sus ojos recorrieron el techo trasparente, que se asemejaba a pasarelas


elevadas. ―Hay más strippers allí arriba, ― dijo señalando con el dedo.
―Imagina perder un paso y caer directamente en la multitud.

No, la barrera de vidrio prevenía cualquier accidente. ―You Want Me


― de Tom Zanetti sonaba a todo volumen, mientras los destellos plateados
barrían esporádicamente a lo largo del lugar. Chloe comenzó a bailar,
moviendo sus caderas al compás de la música. Antes de que pudiera
tomarme otro chupito, agarró mi antebrazo y me llevó a la pista de baile.

Aunque esta noche se trata de captar la atención de Liam, pasar un


buen rato no dañará el proceso.
Multitudes de personas retozando me ocultaban de la audiencia. Nunca
afirmé ser una gran bailarina, pero eso no significa que lo disfrute menos
que los profesionales. Mi cuerpo seguía el ritmo. Chloe estaba frente a mí,
moviendo su cabeza de un lado a otro mientras cantaba la letra. Todo
comenzó bien hasta que un tipo se pegó a su espalda, dejándome a mí sin
compañía.

No pasa nada, podía disfrutar muy bien sola. Pasé por alto el hecho de
que estaba bailando sola. Levanté mi cabello, dejando que el aire llegara a
la nuca. Me sentía eufórica, más que contenta y emocionada por pasar un
buen rato. Me sentía libre, despreocupada y sin cargas. Sonaba horrible.
Kathy estaba desaparecida y yo en un club. La culpa se abrió camino en mi
mente, y la alegría pronto se convirtió en arrepentimiento.

El compañero de baile anónimo de Chloe tenía un amigo. Y él se movía


hacia mi derecha. Sabiendo que me sentía incómoda por su cercanía, Chloe
volvió al círculo, y de dos pasamos a ser cuatro.

La música hizo una transición. Los destellos verdes parpadearon. Me


detuve a observar a las mujeres de pechos grandes bailar sobre la tarima.
Quizás necesitaba más alcohol. Si no reactivaba la euforia, el
arrepentimiento aumentaría. Me froté los brazos para quitarme el frío
repentino, localicé los espacios apartados del local y fruncí el ceño. No los
había notado antes; había hombres con trajes y mujeres hermosas, bebiendo
champán y fumando puros.

Así vive la otra mitad, pensé.

Imagina su estilo de vida, sin preocuparse por las facturas o la comida o


vivir en el lado duro de la ciudad en un piso de protección oficial
deteriorado.
¿Qué haría si tuviera la suerte de ser rica? Supongo que cambiar de
piso con seguridad . Mejoraría el vestuario poco favorecedor y compraría
zapatos nuevos.

¿Desperdiciaría dinero en ropa cara o bebería vino y champán


exquisitos? Era una pregunta fácil de responder. Sí.

Hice una nota mental para preguntar a Chloe si quería robar un banco
mañana.

Todavía miraba el apartado cuando apareció una cara familiar. El aire


en la sala cambió. Vestido de pies a cabeza con ropa de diseñador, Liam se
unió a la fiesta. Con una bebida en la mano, hablaba alternadamente con sus
empleados, y luego, mientras supervisaba la animación de su exitoso
establecimiento, descansaba los codos en la barandilla de vidrio.

El tipo del traje verde está ahí ahora. Dijo algo al oído de su jefe, y una
media sonrisa apareció en los labios de Liam.

Suspiré como una persona extraña, viendo cómo movía la boca al


responder, deseando poder escuchar su conversación.

―¿Quieres bailar? ― preguntó un tipo cualquiera, apoyando su mano


en mi lumbar.

Mi cuerpo se tensó por el contacto repentino. Es atractivo a la vista.


Educado. Aceptar la distracción no hace daño. Asentí con la cabeza, y él
inmediatamente envolvió su brazo alrededor de mi cintura, acercando mi
espalda a su pecho, animándome a balancearme con él.
Mis músculos en tensión se relajaron. No está haciendo nada que no
quieras, Alexa. Te preguntó.

Nuestros cuerpos se sincronizaron con la música, sus manos errantes


recorrieron mis muslos.

Cerrando los ojos, apoyé mi cabeza en su pecho, perdiéndome en su


contacto inocuo, pero cuando su boca provocó mi oído y mordisqueó mi
lóbulo, no me gustó. Su caricia, aunque inocente, me causó repulsión.

Diciéndome a mí misma que me calmara, abrí los ojos y solté un


suspiro entrecortado. Por alguna razón desconocida, volví a mirar el balcón.
Liam seguía allí, escuchando al del traje verde, pero percibí su falta de
atención. Sus ojos estaban entrecerrados y su postura era erguida, y tenía los
hombros cuadrados, como si estuviera preparado para pelear.

Mis ojos se volvieron a él.

¿Por qué siento que me está observando?

Miré a mi alrededor, asumiendo que alguien más había captado su


interés, pero cuando la cabeza de Liam se movió lentamente de un lado a
otro, confirmando reservas no habladas, casi morí en el acto. ―Lo siento.
― Toqué el brazo del tipo, necesitando que me soltara. ―Tengo que irme.

Bajó sus manos con desgana. ―¿Quieres que te acompañe?

―No, está bien, ― me apresuré a decir. ―Estoy con una amiga.


Parecía decepcionado, pero se encogió de hombros ante mi rechazo y
deambuló por la pista en busca de la siguiente chica que esperaba llevarse a
casa esta noche.

Liam había desaparecido del balcón.

―Mierda, ― susurré, buscando a Chloe entre la multitud. Como no la


hallaba, me dirigí hacia el baño, con la esperanza de que hubiera ido a un
descanso.

En el pasillo en penumbras , me abrí paso entre hordas de mujeres


intoxicadas, abrí la puerta del baño y asomé la cabeza adentro. ―¿Chloe?

Las pocas mujeres sentadas en los lavabos me miraron y luego


continuaron con sus chismes de ebrias.

Me paré junto al lavabo, abrí el grifo y usé mis manos para reunir agua
fría y enfriar mi piel sonrojada. Mentalmente preguntándome por qué había
venido aquí, miré mi reflejo en el espejo. Por Kathy, pensé. Tenía que
descubrir la verdad detrás de la desaparición de mi hermana. Pero, ¿ tengo
la suficiente confianza en mí misma para manejar la atención de un hombre
como Liam Warren? ¿Y si Chloe tenía razón? Tal vez Kathy se fue
voluntariamente. Quizás no quería ser encontrada.

Estoy jugando un juego peligroso. Respirar en la misma proximidad


que ese hombre es como un juego de ruleta rusa. Sin embargo, aquí estoy,
pretendiendo amarme a mí misma, esperando que Liam me note. ¿Y para
qué? Quiero respuestas. Incluso si le pregunto, no admitiría saber nada.
Imaginemos que consigo el trabajo y encuentro pruebas, ¿entonces qué? Lo
interrogaría.
Me reí de semejante tontería.

Liam no revelaría nada en ningún caso.

Seco mis manos con una toalla antes de salir del baño. Le diré a Chloe
que he terminado con esta farsa y rezaré a Dios para que mi hermana vuelva
y—Un brazo fuerte se enroscó de repente alrededor de mi cintura. ―¿Qué
mierda? ― Grité, luchando con desesperación mental. ―¡Suéltame!

Todo sucedió tan rápido. Un segundo, estoy buscando a Chloe, y al


siguiente, estoy encerrada en una habitación oscura. El aire maloliente es
una combinación de productos químicos astringentes. Mi boca se abrió de
golpe, lista para gritar por ayuda. Cuando percibí un par de ojos azules
reconocibles, tragué el miedo.

Tenía la atención indivisa de Liam Warren.


CAPÍTULO TRES

Liam

Colocando un cigarro sin encender entre mis labios, observé cómo la


rubia esculturalse levantaba de sus rodillas frente a mí. Sus mejillas
brillaban escarlata, y sus duros ojos azules deslumbraban en triunfo. Con un
roce de sus dedos, limpió el sabor de mi excitación de sus labios carnosos y
se vistió. Iba toda de negro y, al ser bien proporcionada, llevaba el
revelador uniforme del club para las camareras: pantalones cortos
ajustados, camiseta entallada y tacones de aguja junto con una cara lo
suficientemente atractiva para tentar a los clientes masculinos
derrochadores.

Natalie Dalton es la camarera jefe del club y una auténtica pesadilla en


mi trasero. Sé que es mejor no acomodarme ni confiar demasiado en las
mujeres, especialmente en una mujer propensa al apego como ella, pero soy
susceptible a su encanto lascivo. Después de todo, me lo puso demasiado
fácil para que me quedara cuando me prometió una relación sin ataduras.

Lanzando su pelo liso sobre un hombro, ajustó sus pechos generosos


en el encaje rosa, abrochando la lycra del cuello halter en su lugar.

Encendiendo un fósforo, prendí el extremo del cigarro, inhalando el


humo. ―Macallan.
Ella fue al minibar a servir whisky puro. ―Cherry te estuvo buscando
antes.

Cherry maneja un turno estricto con las bailarinas. ―Correcto.

―Creo que tuvo un problema con unos clientes en la suite zafiro. ―


Colocando dos vasos sobre el escritorio de caoba, abrió un espejo compacto
y pasó brillo nude por sus labios. ―¿Le digo que suba?

Guardando mi pene flácido, me subo la cremallera de los pantalones y


me relajo en la silla de cuero con brazos. ―No.

Desplegando productos de belleza, se aplica algo marcadamente rosa


en las mejillas. ―Bueno, ¿debería decirle que pase luego?

―No, ― respondí monosilábicamente, habiendo perdido la paciencia


para conversar.

―No estoy satisfecha, ― bromeó, mirando mis ojos inexpresivos.


―Todavía puedo saborearte en mi boca. ¿Cuándo me devolverás el favor?

Me molestó ligeramente su línea de cuestionamiento.

―El sexo será suficiente. ― Sacando la pequeña bolsa de plástico de


su sujetador, vació cocaína sobre el escritorio. ―Incluso haré todo el
trabajo. ― Separando líneas con una tarjeta de débito, enrolló un billete de
veinte libras, esnifó el polvo en ambas fosas nasales y, incapaz de resistir la
irritación, se rascó la nariz. ―¿Quieres algo?
Levanté una mano, rechazando drogas y sexo. ―Deberías volver al
trabajo.

―Tengo diez minutos más. ― Se tragó el whisky de un trago. ―Así


que, tengo una cita este fin de semana.

Exhalando halos de humo, puse mis pies sobre el escritorio. ―¿Sí?

―Es un bombero. ― Malinterpretando el silencio como interés,


prolongó nuestra conversación unilateral explicando más. ―También es un
habitual del club. Quizás lo conozcas. ― Incluso si conociera al hombre, no
me interesaban los asuntos sexuales de Natalie. Por lo que a mí respecta
puede follárselo de mil maneras.

―Puedo cancelar. ― Su mirada esperanzada se redondeó un poco.


―Si eso te incomoda. No me gusta mucho, de todos modos.

Reprimí la irritación. ―¿Por qué querría que cancelaras?

El rechazo prematuro teñía sus mejillas de rojo. ―¿Te parece bien que
otro hombre me toque? Así es como termina una cita, ¿verdad? Me lleva a
casa, le ofrezco un café, hablamos y luego le follo el cerebro.

Me levanté, recogí la camisa de seda y me la puse. ―¿Es buen tipo?

No era la pregunta que ella esperaba. ―Sí.


―Entonces sal con él. ― Ajustando la camisa, dejé los dos primeros
botones abiertos. ―Estás enfadada.

―No. ― La mentira hizo temblar su voz. ―Pero aún estoy cachonda.


― Arrastrándose por el escritorio, alisó sus manos sobre mi pecho. ―Estás
empezando a decepcionarme, señor Warren. ¿Qué debo hacer para
convencerte?

Verás, esta es la parte de nuestro arreglo que no me gusta. Todo está


bien cuando uno busca liberar tensiones, hasta que su necesidad toma
forma.

―¿Qué necesitas?

―Un beso. ― Sus labios provocaron la comisura de mi boca. ―Tal


vez tu cabeza entre mis piernas. A menudo me pregunto cómo se siente esa
lengua tuya—ahí abajo.

Mi cabeza se giró antes de que nuestros labios se tocaran. ―Estoy


seguro de que tu cita cumplirá.

―Sí. ― Las lágrimas llenaron sus ojos. ―Bueno, me ha hecho muchas


promesas.

Al oír la alegría de Brad en el pasillo, me tragué otro trago de whisky y


relancé el cigarro humeante. Por supuesto, el hombre desobediente entró en
la oficina sin llamar. Sería demasiado poco característico para él obedecer
las órdenes como los demás. Sobre su hombro, el hombre de mediana edad
se agitaba como un pez sin oxígeno.
―Deja de moverte. ― Brad azotó el trasero del hombre, lanzándolo
sobre el sofá. ―Mierda. ― Sus dedos examinaron la marca fresca de una
mordida en su cuello. ―Hundió sus malditos dientes en mí.

El sin nombre gemía indistintamente. Bueno, no es como si pudiera


hilvanar una frase con una mordaza de cuero en la boca.

Brad había esposado las muñecas y los tobillos del hombre y le había
atado una corbata de seda alrededor de los ojos. Llevaba un chándal gris,
zapatillas deportivas blancas y una gorra de visera. A juzgar por la mancha
húmeda, también se había orinado en algún momento de la noche.

Descontento por la presencia desaliñada de Natalie, el labio superior de


Brad se curvó hacia arriba. ―Parece que estás muy feliz.

Un exhalo fuerte salió de sus narices ensanchadas. ―Brad.

―Sería mejor que te arreglaras el pelo, ― dijo, y ella rápidamente pasó


los dedos por su melena enmarañada. ―¿Y qué es toda esa mierda en tu
cara? Tómalo con calma, ramera.

Furiosa, respondió, ―Jódete.

―Eso ya lo hice, ― dijo con arrogancia, sirviéndose Jameson en el


minibar. ―No es que sea algo de lo que alardear.

―Oh, por favor. ― Se burló. ―Tú apenas fuiste memorable.


―Soy inolvidable. ― La miró con desdén sobre el borde del vaso de
whisky. ―¿Por qué sigues aquí? Vuelve al trabajo.

―No recibo órdenes de ti.

―Soy el segundo al mando.

―Sólo cuando el jefe no está disponible.

―Natalie, ― advertí, y ella resopló con exasperación. ―Lárgate.

―Está bien. ― Su trasero se balanceó hacia la puerta. ―Llámame si


necesitas algo.

Brad esperó hasta que los tacones de ella resonaron en el pasillo.


―Despídete de esa zorra ya. ― Atándose su cabello rubio en un moño alto,
desabrochó el botón de su chaqueta y, entrelazando los dedos, se apoyó en
el borde del escritorio. ―Es una jodida loca.

―Natalie es conveniente. ― Pasando el porro a medio fumar, destapé


la botella de Macallan y vertí el líquido ambarino en un vaso de cristal.
―Sobre la avalancha de mensajes de texto. ― Sonrió con orgullo. ―Uno
es suficiente.

―Nunca contestas el teléfono. ― Un palillo se le clavaba entre los


dientes delanteros. ―Ignorando a un hermano para entretener a Natalie. ―
Se dio una palmada en el pecho. ―Me has herido.
Examiné al elefante en la habitación. ―¿Dónde está Nate?

―Suite prestige. ― Exhaló humo por la nariz. ―¿Podemos hablar de


la persecución ahora? Sólo necesito una orden tuya.

―¿Cuál es el problema?

Señaló lo obvio. ―Sólo el imbécil sentado en el sofá.

El cuerpo del tipo se retorcía contra el cuero.

―Es uno de tus recaderos. ― Mi mano derecha le quitó la cobertura de


los ojos, y él parpadeó, ajustándose a las luces brillantes. ―Empacó
materiales pero no ha pagado un centavo en dos meses.

Tropezaba con estos problemas de vez en cuando. ―¿Cuál es su


excusa?

―Robo. ― Se rió. ―Aparentemente, lo asaltaron. El atacante se llevó


la mercancía y lo dejó seco. Mientras tanto, ha estado buscando otras
fuentes de ingreso para saldar la deuda.

Hice un sonido pensativo. ―¿Cuánto?

―¿Unos doce mil? ― Ponderó. ―Más o menos.


―Doce mil. ― Me acuclillé frente al tipo hasta quedar a la altura de
sus ojos, entrelacé mis dedos llenos de anillos. ―¿Es correcto?

Las lágrimas corrían por las mejillas del hombre.

―Quítenle el bozal, ― ordené.

Brad desbloqueó la mordaza, dándole al hombre la libertad de hablar.

―Devolveré hasta el último centavo, ― gimió, con la garganta seca.


―Lo juro, Warren. Maldición, venderé algo de oro si es necesario.

―No me interesa la joyería bañada en oro. ― Tenía suficiente metal


para toda la vida. ―Entonces, ¿el atacante robó drogas o dinero?

―Ambos. ― Su descarada mentira era un intento patético de


engañarme. ―Me golpeó fuerte, también. Me dejó por muerto.

―Te dejó por muerto, ― dije con un tono de fingida simpatía. ―Debes
pensar que nací ayer.

Sus ojos inyectados en sangre se dilataron. ―Warren...

Me erguí. ―Te atreves a enfrentarte a mí y mentir. No has sido ni


golpeado ni robado. Vendiste la mercancía y has gastado mi parte en
calzado barato. ― La punta de mi zapato de cuero empujó la zapatilla del
hombre. ―No me siento muy indulgente ahora mismo. ― Ahogando sus
patéticos llantos, miré a Brad. ―No manches el cuero con sangre.
―¡No! ― Sus gritos alarmados cayeron en oídos sordos. ―Warren, te
lo suplico, ¡No lo hagas!

Salí de la oficina, y los de seguridad, alineados a lo largo pasillo, se


enderezaron a su altura máxima. Ni una palabra salió de sus labios. No les
pagan para interactuar conmigo o entre sí. Su trabajo es permanecer de
guardia en todo momento para garantizar mi seguridad.

Un disparo resonó en el pasillo.

Mis manos se deslizaron por mi cabeza para alisar posibles cabellos


sueltos.

Hombres trajeados fumando puros cubanos, y bailarinas medio


desnudas y aceitosas trabajando los postes que iban del suelo al techo,
abarrotaban la suite prestige. La gente ocupaba el bar completamente
abastecido. Le hice una señal al barman para pedir una bebida.

Pasándose un trapo de cocina por el hombro, destapó la botella de


Macallan, vertió licor en un vaso y lo deslizó por el mostrador.

El whisky destilado apagó la sed. Con una ligera levantada de cejas, me


dirigí a los hombres, pasé el escenario central y subí al balcón de cristal en
busca de Nate. Sentado en una silla, entretenía a Cora, la bailarina recién
promovida y de cara fresca. Me acerqué a la balaustrada para observar la
vivacidad del club abajo. Nunca me cansaré de la escena. El Club 11 es mi
establecimiento favorito, y es reconocido ampliamente en todo Londres. La
gente viaja desde lejos para venir aquí y pagar precios exorbitantes por
disfrutar del entretenimiento. Los hombres, en particular, venían
frecuentemente para escapar de la realidad. Por una noche, podían dejar las
preocupaciones de la vida afuera y perderse en la tentación. Por supuesto,
los hombres casados y poderosos usaban la entrada lateral para evitar el
riesgo de exposición o titulares en las portadas. Imagináos:El Alcalde de
Londres Pagó por Sexo. Su esposa sufriría un aneurisma, sin duda. Los
reporteros tocarían a mi puerta, exigiendo entrevistas a cambio de
miserables chelines, pero no prestaría atención a su intrusión. Todo en el
Club 11 está bajo llave. La confidencialidad del cliente es algo que nos
enorgullece.

Girando el whisky en el fondo del vaso, probé beberlo poco a poco.


―¿Cuál es el asunto entre tú y Cora?

Nate ajustó su anillo en la nariz. ―No mucho.

―No mucho, ― me burlé, y él mostró sus dientes rectos. ―¿A


menudo te encariñas con ciertas empleadas?

Su espalda se apoyó contra la balaustrada. ―Puede ser que tenga


debilidad por ella.

Me sonreí con eso. ―Supongo que ella está fuera de los límites.

La risa retumbó en su pecho. ―No estoy en posición de desafiarte,


señor.

―En efecto. ― Sin embargo, no tenía planes de enfadarlo. ―Puede


que quieras hablar un poco con Brad. Ya sabes cómo es él.
―No, ― dijo arrastrando las palabras, cruzando los brazos. ―Si le
digo que se quite, irá allí sólo para fastidiarme.

Si su interés amoroso se preocupaba por él, no entretendría los avances


de Brad. ―Esperemos que Cora sea comprometida entonces.

Mis ojos recorrieron el mar de cabezas mientras la gente bailaba al


ritmo de la fuerte música de club y las luces intermitentes. Nate me hablaba
al oído, pero dejé de escuchar cuando una cara reconocible apareció en la
multitud.

Era la chica de la cafetería.

Era la última persona que esperaba ver esta noche. Sentí su


incomodidad desde el otro lado de la sala. El tipo que le acariciaba los
muslos y le susurraba al oído la hacía sentir incómoda. Sin embargo,
continuaba bailando, aunque rígida, e incluso sonreía de vez en cuando. Era
una sonrisa agradable, suave e inocente. Su comportamiento algo
desquiciado en la cafetería pronto se convirtió en una idea secundaria. Me
perdí en un asombro silencioso. Numerosas preguntas pasaron por mi
mente: si no se siente atraída por su admirador, ¿por qué le permite tocarla?
Si bailar afectaba su capacidad de pasar un buen rato, ¿por qué fingía
disfrutarlo?

Como si sintiera la mirada de otro, levantó la vista del suelo y miró al


balcón.

Bebiendo un sorbo de whisky, la observé mientras me observaba,


preguntándome si recordaba el encuentro de esta mañana. Aunque no
parecía demasiado sorprendida de verme. De hecho, pareció reconocerme.
Entrar al club no parecía una mera coincidencia para la chica.

No, ella quería mi atención.

Esperemos que pueda manejarme.

Rechazando al tipo, giró sobre sus talones y desapareció entre la


multitud.

Entregándole el vaso a Nate, salí de la suite y bajé, esperando


alcanzarla antes de que se escondiera en el baño de mujeres.

Pasaron cinco minutos antes de que saliera del baño. Ajena a su


entorno, me pasó de largo.

Saliendo del oscuro rincón, rodeé su cintura con un brazo, la levanté y


arrastré su cuerpo luchando hacia el armario de almacenamiento. No es el
mejor lugar para presentaciones apropiadas, pero es la habitación más
cercana que ofrece privacidad.

―¡Suéltame! ― Su grito de pánico perforó mis tímpanos. ―No te


acerques más. ― Tropezando contra la estantería de metal, derribó botellas
de lejía al suelo, y en un estado de pura histeria, las devolvió a sus estantes.
―Tengo gas pimienta, ― mintió, pegándose a la pared. ―Y muerdo, así
que quédate donde estás.

Mi espalda estaba hacia ella cuando cerré con llave la puerta.


―Respira, ― jadeé, escuchando el abrumador sonido de su
hiperventilación. ―Soy relativamente inofensivo.
Reconociendo mi voz, inhaló bruscamente. ―¿Qué quieres?

En menos de cuatro pasos, estaba frente a ella. ―¿Cuál es la


fascinación?

Sus cejas se fruncieron. ―¿Qué?

―¿Nuestro encuentro es una mera coincidencia? ― Admiré su cabello


oscuro hasta la cintura. ―Te alisaste el cabello, ― susurré, pellizcando un
mechón entre mis dedos. ―Prefiero los rizos.

―Bueno, qué suerte que no lo peiné para ti. ― Su pecho se levantó


mientras luchaba por oxígeno. ―¿Puedo irme?

Mis ojos apreciativos recorrieron su cuerpo. Su vestido ajustado


destacaba su figura esbelta. Ella no es lo que busco normalmente en
mujeres. Prefería a las mujeres de muslos gruesos y pechos grandes. Evalué
sus largas piernas de apariencia sedosa hasta que nuestras miradas
colisionaron. Había algo en su timidez que detuvo inmediatamente la
deliberación. ―No, ― respondí a su pregunta anterior. ―Te quedas y
explicas la naturaleza de tu visita.

Su respiración se aceleró cuando me acerqué más. ―Estoy con amigos.

Mis palmas recorrieron su cintura. ―¿Él es tu novio?

―¿Quién? ― Sus dedos se aferraron a mis muñecas, deteniendo mis


manos de subir más. ―¿El tipo en la pista de baile? ―
Sé que no es nadie para ella, pero aún así insistí en obtener
información. ―Sí.

―No. ― Arrugó la nariz. ―No tengo 'novio'.

Mi boca se acercó peligrosamente a su oído. ―¿Qué tienes?

―Nada que te interese, ― respondió en un tono provocador, que luego


corrigió. ―Quiero decir, no soy tan interesante.

―¿Cómo sabes qué me interesa? No me conoces. ― Le acaricié el


muslo, y un escalofrío recorrió su piel. ―¿Recuerdas?

Su pecho subía y bajaba a un ritmo irregular. ―Necesito irme.

―¿Por qué? ― Mis dedos rozaron la curva de su trasero. ―Viniste


aquí esta noche buscando algo. Quizás pueda ayudarte a encontrarlo.

Sus mejillas se sonrojaron. ―No soy así.

Apoyando un antebrazo en la pared sobre su cabeza, le agarré la parte


posterior de la rodilla, tirando de su pierna alrededor de mi cintura. ―¿Así
cómo?

Dirigió su mirada hacia los productos químicos cercanos. ―No soy el


tipo de chica que folla con hombres al azar en cuartos de limpieza.
Le solté una risa breve y cáustica. ―Eres muy presuntuosa. ― Sin
embargo, no estaba muy lejos de la verdad. Si ella estuviera dispuesta,
estaría más que inclinado a follarla contra la pared. Mi pene se movió sólo
de pensarlo. Cierto, no es como las mujeres con las que normalmente me
acostaba, pero en un vestido tan pecaminoso, con labios tan apetecibles,
¿cómo podría resistirme? ―Presumes que quiero acostarme contigo.

Sus palmas se aplanaron contra mi pecho, y todos los músculos de mi


cuerpo se tensaron. ―Tus manos errantes es lo que sugieren.

Touché. ―En menos de veinticuatro horas, has tropezado conmigo dos


veces. Si lo pensara un poco , diría que me estás siguiendo. ― Mi mirada
pesada descendió a sus labios llenos. ―Entonces, ¿no es una buena follada
lo que necesitas?

―No te halagues. ― Se rió. ―No te follaría de ninguna manera.

―De ninguna manera, ― repetí perplejo, pasando el pulgar por su


lápiz labial. ―Elabora.

―Alguien más, ― gesticuló hacia la tentadora área entre sus muslos,


―¿sabes?

Una metáfora extraña, pensé. ―Esta boca te podría meter en


problemas. ¿Siempre eres tan peleona?

―Confía en mí. No soy peleona, más bien soy débil. ― Riendo


nerviosamente, volvió a coger mis manos para evitar que siguiera
acariciándola. Y luego, sus dedos se entrelazaron con los míos, algo que
encontré sumamente inescrutable, sobre todo porque no me importaba
tanto. ―Por favor, para.

Miré sus ojos, que parecían más verdes que antes. Podría jurar que eran
marrones. ―Estoy probando el terreno.

―¿Ah, sí? ― Se arqueó una ceja. ―Y tú tuviste el descaro de


llamarme presuntuosa.

Mi labio se movió. ―Culpable.

Me señaló con el dedo. ―Te olvidaste de 'arrogantemente


impertinente'.

―No soy de los que insisten. ― Retirando mis manos, las metí en los
bolsillos del pantalón. ―Y puedo manejar el rechazo. Así que, vayamos al
grano. ¿Qué es lo que quieres?

―Ya te lo dije. Estoy fuera con amigas. Es lo que hacen las chicas,
¿no? Beben alcohol y salen de fiesta con sus amigas mientras buscan... ―
Su cuerpo se estremeció. ―Chicos y esas cosas.

Mentira. ―Chicos y esas cosas.

―¿Siempre repites lo que dicen los demás?

―¿Cuando trato de encontrar lógica en la tontería? ― Mis ojos


catalogaron cada detalle de su rostro en forma de corazón. ―Sí. ― Se
encogió bajo mi mirada penetrante. ―Interesante.

Tragando saliva, susurró, ―¿Qué?

―Tu actitud peleona es sólo una fachada, ― dije, detectando la dulzura


de su perfume mientras besaba su garganta. ―Veo una timidez innata en tus
ojos. ― Cuando agarré su mandíbula, respiró con fuerza. ―¿Cuántos años
tienes?

―¿Eso importa?

―Importa.

―Diecinueve, ― admitió, y la decepción comenzó a crecer. ―Pensaste


que era mayor.

Sabía que era más joven, pero diecinueve era realmente poco.

―El Club 11 es para mayores de veintiún años. Retrocediendo a


regañadientes, le di libertad para arreglarse. ―No deberías estar aquí.

―Quiero decir, se puede beber alcohol si tienes dieciocho o más en la


mayoría de las circunstancias—

―Conozco los requisitos legales, ― interrumpí, y ella apretó los


labios. ―Opté por un lugar de mayores de veintiún años para mantener a
los menores a raya.
Cuando se apartó de la pared y bajó el vestido subido, vislumbré un
encaje rojo que apenas cubría su zona más íntima. Respirando con
dificultad, pasé una mano por la cara para bloquear pensamientos
inapropiados.

―Tú y tus amigas deben irse. ― Mi mandíbula se endureció.


―Rápidamente.
CAPÍTULO CUATRO

Alexa

Tengo una relación de amor-odio con los escaparates. Sumergirse en la


plétora de líneas de ropa de alta gama emociona a la fashionista en mí, pero
la inaccesibilidad financiera deja un regusto amargo. Los zapatos de
diseñador son mi kriptonita. Los tacones peep-toe y los altos con cordones
son de mis favoritos. Aunque triunfan los de Batignolles. Siempre que voy
a tiendas, los toco con dedos codiciosos. Incluso me probé unos una vez,
esos icónicos zapatos de suela roja que se pueden admirar pero nunca
comprar, y me prometí que si ganaba la lotería, compraría ese tipo de
calzado de alta calidad.

Morado, rojo o azul, pensé, hojeando los estantes de ropa formal en


oferta. He fluctuado entre el vestido mini con mangas abullonadas y el
vestido envolvente de satén durante diez minutos. Gracias a mis fondos
insignificantes, sólo puedo comprar uno, no dos, y los zapatos son un no
definitivo a menos que recurra a los ahorros, lo que es una terrible idea.
Debería gastar sabiamente el dinero de la compensación.

Estoy desempleada y se espera que gaste frugalmente, así que el


vestido de satén rojo, que parecía caro pero tenía el precio rebajado de diez
libras, fue al carrito.

―¿Qué te parece esto? ― Chloe sostuvo la falda negra de cintura alta


en su cintura mientras admiraba su reflejo en el espejo de pie. ―Sólo cuesta
ocho libras. ― Antes de que pudiera elogiar el look, la echó en el carrito
junto con lencería y sujetadores sin tirantes. ―Necesito comer. ¿Hora feliz?

Compras pagadas en mano, paseamos por el Centro Comercial,


buscando un restaurante. Tapas Revolution fue el elegido. Fritura mixta,
Patatas Bravas, Bruschetta de Pollo, Paella Valenciana y sangría espumante
servida en una copa de vidrio.

Chloe masticaba pollo cocido. ―Así que el encuentro en la cafetería


fracasó.

Mojé el pan en vinagre de jerez balsámico. ―Ir al Club 11 también


fracasó.

―¿Cuál es la fase tres? ― preguntó, y me encogí de hombros. ―Oh,


vamos, querida. No puedes rendirte tan fácilmente.

―Chloe, he literalmente acosado a este hombre durante meses, y no


me ha llevado a ninguna parte. Ejecute el truco del café. Atrapé su mirada
en el club. Cada vez, me echó. No está interesado. Si sigo molestando,
presentará una orden de restricción contra mí.

―¿Qué te dijo dentro del cuarto de limpieza?

―No mucho, ― medio mentí, reviviendo el momento en que sus


manos recorrieron mis muslos y sus labios acariciaron el costado de mi
cuello. ―Me reprochó por colarme en el club y me dijo que me fuera.

Ella recargó nuestras copas con sangría espumante. ―Es jueves.


Lo sé.

―Lo que significa que mañana es viernes.

Sí, lo sé.

―Lo que significa que Liam estará en la cafetería por la mañana.

―Chloe, ― dije, y ella sonrió pícara. ―Ve al grano.

―No puedes tirar la toalla. ― Hizo girar judías verdes y pimientos


rojos alrededor del plato. ―Si no puedes convencer a Liam para que te
contrate, ¿cómo planeas descubrir la verdad detrás de la desaparición de
Kathy? Lo sé. Puedes quedarte en la cama todo el día y esperar a que el
teléfono suene, o puedes sentarte junto a la puerta esperando que ella vuelva
a casa. Tal vez puedas volver a la comisaría e intentar persuadir a los
detectives para que inicien un caso de persona desaparecida.

Me quedé callada.

―O puedes ir a la cafetería mañana y conseguir el trabajo. No creo que


haya otras opciones. Liam fue la última persona que vio a tu hermana. Sabe
algo.

Bebí sangría. ―¿Y si no tiene idea de su paradero?

―Altamente improbable. Pero, por argumentar, digamos que no sabe


nada de su desaparición. ¿Cuántas personas trabajan para ese hombre?
Me encogí de hombros.

―Cientos. Y el Club 11 es su puerto de escala. Alguien sabe algo, ya


sea el personal de seguridad, los limpiadores o los empleados del bar. Si no
ellos, entonces las personas con las que trabajó día y noche.

Nunca había pensado en las bailarinas. ―Kathy nunca mencionó


amigas. ― Eso no significa que no tuviera. ―De acuerdo, ¿cuál es el nuevo
plan?

Chloe desplegó una servilleta para limpiarse las manos. ―Ve a la


cafetería mañana. Y por el amor de Dios, no vuelvas a casa sin el trabajo.

―Amo tu optimismo. ― Succioné la salsa picante de mi pulgar.


―¿Qué pasa si me vuelve a echar?

Sus cejas definidas se fruncieron. ―Entonces, me quedo sin opciones.

***

Entré corriendo a la cafetería diez minutos antes de que Liam llegara,


pedí un latte grande y me acomodé en mi mesa favorita al fondo del salón.
Coloqué el portátil roto en la mesa, así como el bloc de notas y los
bolígrafos, y fingí estar ocupada. Cuando él entrara al edificio, escondería
la inquietud y fingiría sorpresa. Quiero decir, ¿cuáles son las probabilidades
de encontrarnos otra vez?

¡Qué mundo tan pequeño!


Liam no nació ayer, Alexa.

Baja un poco el tono.

Hola, Sr. Warren.

Qué sorpresa verte aquí.

¿Te gustaría un café? ¿Croissant? ¿Fruta?

Detuve mis divagaciones mentales y me recosté contra el frío cuero del


asiento. Idolatrar es ineficaz. Liam es despiadado y directo. Nada de
ambigüedades. Me respetará más si me acerco con un enfoque directo. Pase
lo que pase, no me rendiré sin luchar.

Miré por la ventana. Hoy hace un día miserable, el aire húmedo, el


cielo gris y las nubes ominosas amenazan con una lluvia torrencial. La
gente se apresuraba a ir hacia sus destinos, ya sea por trabajo o ocio, para
evitar el mal tiempo inminente, y los vehículos pasaban en un borrón.

Son las once y veinte pasadas. Liam llega tarde. Nunca llega tarde.
Todos los viernes, a las once de la mañana, sin falta, y hoy no está aquí.

¿Qué significa eso?

Terminé el café y pedí otro.


Mis ojos alternaban entre la ventana y el reloj de pared con ansiedad, la
manecilla marcando cada minuto que pasaba.

¿Dónde coño está este hombre?

Tal vez Liam no quería café hoy, Alexa.

¿Alguna vez te has preguntado si el hombre tenía vida?

Quizás encontró una nueva cafetería para evitar a la mujer loca


acosadora.

Esa sería yo.

Mierda.

Soltando un suspiro de derrota, bajé la cabeza a la mesa y cerré los


ojos. Estoy cansada, mental y emocionalmente. Me sentía sobrecargada y
exhausta. Quería despertar de esta pesadilla ya. Acosar a un jefe del crimen
resultará en consecuencias indescriptibles. Y es extremadamente agotador.

Desbloqueé mi móvil y, por enésima vez, leí los mensajes de texto de


Kathy.

Kathy: ¿Te robaste mis calcetines?

Kathy: Quedó carbonara en la nevera.


Kathy: Bien, puede que me fugue con el nuevo cartero. Es
increíblemente guapo.

Kathy: ¿Noche de películas? Puedo comprar palomitas de camino a


casa.

Kathy: ¿Estás despierta? No puedo dormir.

Kathy: Gracias por lo de anoche. No sé qué me pasó. He estado


demasiado emocional últimamente.

Kathy: Oye, hermana. Tengo que cancelar la cena. Lo siento, pero no


puedo salir del trabajo. Estoy súper liada esta noche. De hecho,
necesitamos el dinero de todos modos, ¿verdad?

Kathy: Dile a Chloe que no siga dejando su maquillaje por la sala. Si


piso otro cepillo de pelo, la golpearé con él.

Kathy: No te quedes despierta demasiado tarde.

Kathy: Te quiero, hermana.

Le envié un mensaje de texto.

Yo: Te quiero más, Kathy.

Mensaje entregado.
La esperanza saltóen mi pecho. Marqué su número y llevé el móvil a
mi oído. ―Sí, ― contestó el tipo, su mal humor dejándome en un estado de
náusea. ―¿Quién es? ¿Por qué siempre me mandas mensajes?

Me dolía el pecho. ―¿Por qué tienes el móvil de mi hermana?

―¿Tu hermana? ― cuestionó. ―No sé de qué estás hablando. Lo


compré en la casa de empeño. Y tengo un recibo, así que deja de
molestarme o llamo a la policía.

―Lo siento— ― Cortó la llamada, y el móvil cayó de mis dedos


rígidos. Lágrimas delinearon mis pestañas en forma de cuentas.
Obligándome a no llorar, cerré los ojos brevemente y respiré
profundamente.

Haciendo clic en la parte superior de un bolígrafo para revelar la punta


fina, anoté la información (teléfono vendido; número en uso) y luego
busqué rápidamente casas de empeño en los alrededores. Localicé tres
tiendas. Tres casas de empeño, y una de ellas había aceptado el teléfono de
Kathy como garantía.

Envié las direcciones a Chloe y le di un breve resumen.

Chloe: Puedo visitar el Cash converter. Está a dos calles de la oficina.


No estoy familiarizada con las otras dos, sin embargo.

Yo: Gracias, Chloe.

Una sombra se cernió sobre mí.


Levanté la vista del móvil, posiblemente con un ojo abierto, y sentí que
la sangre se evaporaba de mi cuerpo. Liam Warren, el hombre apuesto y
elegante, desabrochó el botón de su chaqueta y se sentó directamente frente
a mí. Sus ojos parecían aguas cristalinas de un día de verano, pero la oscura
intensidad de su mirada desmentía sus movimientos cuidados. Está
enfadado. Su expresión es inescrutable pero tensa, la rigidez de sus nudillos
blancos al golpear la mesa, me hacen guardar silencio.

―¿Esperas a alguien? ― preguntó, y yo deslizó el móvil en mi bolso


discretamente. ―No me gusta repetirme.

Lamiendo el paladar, respondí, ―No.

―¿No? ― Irradiaba altivez. ―Observabas la puerta con una


determinación decidida. Naturalmente, asumí que esperabas compañía.

―Bueno... ― Me aclaré la garganta, rompiendo lo que parecía ser un


concurso de miradas. ―Estaba esperando a una amiga, pero canceló en el
último minuto.

―¿De verdad? ― Llevaba una sonrisa engreída. ―Entonces, ¿nuestro


encuentro fortuito no es tan casual?

Preferiría que mantuviera sus aparentes habilidades empáticas para sí


mismo. ―No.

―La evasividad nos hace quedar como tontos a ambos. ― La altivez


esculpía su fuerte mandíbula. ―¿Por qué no empezamos de nuevo? Me
llamo Liam Warren, que, juzgando por tu comportamiento reciente, ya lo
sabías.

Apreté los labios. ―Sí.

La pelirroja juguetona apareció para poner cafés frescos en la mesa.


Liam ni siquiera le agradeció por traer las bebidas, ni le dedicó una mirada
de aprecio. No, su mirada fija se clavaba en mí.

Entré a ciegas en una reunión de negocios.

Los antebrazos de Liam descansaban en la mesa mientras entrelazaba


sus dedos. ―¿Cómo te llamas?

―Alexa, ― respondí con cautela.

―Alexa, ― susurró, probando el nombre en su lengua. ―¿Apellido?

Mi corazón comenzó a acelerarse. Le di el apellido de soltera de mi


madre. ―Rutherford.

Su cabeza se inclinó. ―Estás mintiendo.

Ay, mierda. Sal de mi cabeza. ―No, no lo estoy.

―Mira, estoy tratando de ser paciente contigo, Alexa. ― Una mirada


de irritación cruzó su rostro. ―Pero no me agradan las personas que me
miran a los ojos y mienten.

Mis hombros se hundieron en la desolación. ―Haines, ― dije,


sabiendo que reconocería el apellido. ―Alexa Haines.

Parpadeó una vez. ―Eso no fue tan difícil, ¿verdad?

Me quedé sin palabras.

¿Por qué no había cuestionado la conexión? Este hombre tuvo una


relación sexual con mi hermana, pero olvidó detalles básicos. ¿Cómo es
posible tal desmemoria? Le he dado a Liam demasiado crédito. No es tan
perspicaz como pensaba.

La mirada de Liam mantuvo la mía. ―¿Eres policía?

―¿Qué? ― Solté una carcajada. ―No. Aunque me gustaría presumir


de una insignia del deber.

Sus ojos buscaron nuevamente. ―Bueno, si no eres oficial de policía,


¿por qué está siguiéndome tu huesudo trasero?

¡Auch! No soy la mujer con más curvas, pero tampoco estoy tan
escuálida. ―No te estoy siguiendo. ― La confusión se reflejó en mi cara.
―Estoy tomando café.

―Intencionalmente chocaste conmigo la primera vez que nos


conocimos. Apenas un día después, nos reencontramos en mi club.
¿Cómo supo que mi exitoso golpe de café fue deliberado?

―Luego entro aquí hoy y te encuentro deseando mi presencia. ― Su


labio se curvó en disgusto. ―Si no estás jodidamente loca, entonces ¿qué
eres? ¿Una obsesa? ¿Una acosadora? Dime.

Mi mandíbula se cayó. ―No soy ninguna de esas cosas, ― destaqué de


manera defensiva. ―Además, si conoces los detalles de mis actividades
semanales, ¿no te convierte eso en el acosador?

Estoy cambiando completamente los roles aquí. Mentiría si dijera que


no estoy atraída por Liam. Es hermoso. Pero no estoy obsesionada, ni tengo
tendencias típicas de acosadora. Aunque ciertamente estoy empezando a
honrar ese título degradante. Quiero decir, ¿cuántas veces puede uno
encontrarse con alguien antes de que se vuelva cuestionable?

―Touché. ― Su dedo giraba distraídamente su anillo de pulgar.


―¿Qué edad tienes de nuevo?

Así que nuestro último encuentro no fue tan olvidable para él.
Apuntado. ―Diecinueve.

Liam me miró con asombro estupefacto. ―Soy casi diez años mayor
que tú. ― Tosiendo en un puño cerrado, se aclaró la garganta y fue directo
al grano. ―Tu pequeño enamoramiento hacia mí es algo tierno, pero te
ahorraré la molestia. No me interesa. Verás, soy un hombre con multitud de
predilecciones. Sin embargo, una joven adolescente impresionable no es
una de ellas.
―Con todo respeto, no soy una niña, Sr. Warren. Además, no recuerdo
ninguna queja de nuestro último encuentro. Me habrías follado en ese
cuarto si lo hubiera permitido .

―No soy responsable de los delitos de otra persona. Pensé que eras
mayor, ― gritó en un susurro, mientras su agitación alcanzaba alturas
peligrosas. ―El Club 11 es sólo para mayores de veintiún años por una
razón. El comportamiento juvenil no es bienvenido.

¡Qué argumento tan discutible!

Estoy buscando un trabajo, no un boleto de ida a sus pantalones.

―¿Podemos retroceder un segundo? ― Mis dedos hicieron un gesto de


pedalear hacia atrás. ―Tenías razón. Te he seguido. Y no. No es atracción
sexual, Sr. Warren. Quería un trabajo.

Un desagradable momento de silencio se prolongó. Con humor


inexpresivo, Liam borró la diversión de sus labios tensos. ―¿Un trabajo?

―Estoy en bancarrota, ― dije, lo cual era parcialmente cierto.


―Alguien me dijo que el Club 11 ofrecía empleo remunerativo.

―¿Por eso viniste al club? ― Parecía sorprendido por la afirmación.


―Querías un trabajo.

Un imposible rubor calentó mis mejillas. ―Sí.


Liam lanzó una mirada aguda hacia la entrada. ―Tuviste una
oportunidad de pedir una entrevista cuando... ― Sus cejas tiraron en
confusión. ―Me inclino a cuestionar tu cordura, Srta. Haines.

―Lo sé, ― dije con un ligero resoplido. ―Hice todo un número


cuando podría haberlo pedido la primera vez... ― Su expresión intolerante
me dejó sin palabras. ―Mira, lo siento. Sí, tuve muchas oportunidades para
preguntar, pero eres un hombre intimidante. Estaba nerviosa.

Él reflexionó en silencio. ―Levántate, ― ordenó, y lo miré sin


parpadear. ―Srta. Haines, no me gusta repetirme.

Me tambaleé al ponerme de pie y me quedé junto a la mesa.

Los brazos de Liam se extendieron por el respaldo del asiento mientras


me escrutaba de arriba abajo. ―Es un requisito indispensable satisfacer a
los clientes.

¿Qué requisitos se necesitan para ser stripper?

―Bueno, ― señalé hacia mi pecho, ―tengo pechos—

―¿Acabas de referirte a tus tetas como pechos? ― Me aplastó con una


mirada arrogante. ―No va a pasar, pequeña. ― Sin considerar ni un
segundo, se deslizó fuera de la mesa y se marchó.

―¡Oye, espera! ― Ignorando las miradas de los inquisitivos bebedores


de café, rápidamente recogí mis pertenencias y lo perseguí afuera.
―¡Espera! ― Junto al Bentley aparcado, el calvo de Traje asomó su
brillante cabeza. ―Mantén esas manos quietas, amigo, o llevaré mis uñas a
tu polla. ― Sin esperar su reacción, giro y choco directamente contra una
pared de músculos, el pecho de Liam para ser exactos. Acariciándolo
torpemente, retrocedí y me recompuse. ―Por favor, ¿podemos empezar de
nuevo?

Liam permaneció en silencio, pero aún estaba allí.

―Me llamo Alexa Haines. Siento haber llamado a mis tetas 'boobs'.
Soy innatamente educada, así que los modales son mi segunda naturaleza y,
bueno, algunas personas desaprueban la vulgaridad. Llamaré a mi vagina
'fanny' si eso te hace feliz.

Se frotó la cara con una mano. ―Iros, ― ordenó, y sus hombres, todos
observando nuestro intercambio, se lanzaron miradas curiosas antes de
desaparecer en los vehículos Bentley.

Con sus hombres fuera de alcance, se acercó más, tan cerca que
nuestras narices se tocaban. ―Coño, ― murmuró a mis labios, y lo miré
desde debajo de mis pestañas. ―Dilo.

―Coño, ― susurré, ruborizada y mortificada.

―Bien. Probemos con otra, ― agregó, y temí la prueba. ―Polla.

Oh, mierda. Odio la vulgaridad.

―No puedes decirlo, ― comentó, entretenido por la evidente


incomodidad que emitía. ―¿Hiciste bien tu investigación, Srta. Haines?
¿Sabes qué implica un club de caballeros? ¿Festejaste una noche y lo
descifraste, eh? El Club 11 es más que vida nocturna. Es una puerta a la
clandestinidad. Si encuentras la obscenidad y el comportamiento atrevido
como inexorablemente intolerables, ¿cómo, dime, planeas manejar la
insaciabilidad de un hombre que paga?

Tenía muchas preguntas. ―Las bailarinas eróticas sólo recogen el


dinero del suelo, ¿verdad?

―Tu ingenuidad me divierte, Srta. Haines. ― Liam rió dos veces.


―¿Qué haces?

Mis rasgos se tensaron. ―No entiendo la pregunta.

Se pellizcó el puente de la nariz. ―Tienes sólo diecinueve años.


¿Estudias en la universidad? ¿Dónde vives? Supongo que resides con tus
padres. Si necesitas trabajo a tiempo parcial, busca un restaurante. Da
vuelta a algunas hamburguesas.

―No asisto a la universidad. ― Coloqué mis manos en mis caderas.


―Comparto un piso con mi mejor amiga. Y mis padres están muertos. ―
Mi corazón se apretó. ―Podré ser joven, pero vivo en el mundo real. Las
cuentas necesitan pagarse. La vida sigue adelante. Voltear hamburguesas
por salario mínimo no mantendrá un techo sobre mi cabeza.

Su mandíbula se tensó. ―No puedo hacerlo, pequeña.

Oh, por el amor de Dios. ―¿Por qué no?


―¡Porque lo dije, por eso! ― Pasó una mano por su cabello. ―Podrás
vivir en el mundo real, pero no vives en el mío. ― Nuestras miradas se
alinearon. ―Y créeme, no quieres hacerlo.

Liam pasó junto a mí.

Estaba perdiendo la voluntad de vivir. ―Sr. Warren, haré lo que sea.


Por favor, reconsidérelo .

―Por el amor de Dios. ― Con largos y decididos pasos, regresó,


agarró mis antebrazos, sus dedos llenos de anillos apretando mi piel, y me
acercó. ―Alexa, vete a casa, ― ordenó, la advertencia en su tono
intolerable tensaba cada músculo de mi cuerpo. ―No te conformes con lo
que las calles tienen para ofrecer. Ve a la universidad. Haz algo de tu vida.
Puedes hacerlo mejor.

¿Qué significa eso?

Lo miré con dureza. ―¿Por qué te importa qué camino tome?

―Confundir consejos con sinceridad es una tontería. ― Me soltó con


un empujón desdeñoso. ―Toma la pista.

Mis ojos se llenaron de lágrimas. ―Si quisieras—

―Nunca contrataría a una chica como tú. ― Su rostro estaba carmesí


de furia. ―Vete a casa, Srta. Haines. Y para de acosarme ya.
Mi espalda se apoyó contra la pared de ladrillos del café. Liam se fue y
nunca miró atrás. Oí cómo los vehículos Bentley cobraban vida antes de
que los conductores aceleraran por la calle, y los tubos de escape
impregnaran el aire con espesas y humeantes emanaciones.

Me quedé en un mutismo entumecido, inspeccionando mi imagen, el


jersey ancho, los vaqueros rotos y el cabello desordenado.

Por supuesto, Liam no me tomaría en serio. Trabaja junto a mujeres


hermosas: altas, impecables, glamorosas, confiadas.

No soy una Afrodita, pero nunca pensé que era fea como un perro,
tampoco. Kathy, que se parecía a su hermana menor, consiguió un puesto en
el Club 11 asegundos de conocer a Liam.

¿Qué tenía ella que yo no tenía?

Además, ¿qué hizo ella que yo no pudiera?

Tenía un plan final.

E iba a hacer todo lo posible para llevarlo a cabo.


CAPÍTULO CINCO

Alexa

Esperé en la cola del Club 11 durante más de dos horas. Sabía que la
discoteca de Liam Warren era una atracción muy concurrida, pero el
ineficiente proceso de admisión tenía un efecto soporífero, que casi me
hizo dormir. Ahora, dos personas estaban frente a mí. Lucían tarjetas de
identificación, y en un estado de fortaleza esquemática, me escondí en sus
sombras para entrar al edificio sin que el personal de seguridad me notara.

―Necesito ver tu identificación. ― Una de las manos carnosas de los


porteros aterrizó en mi hombro para impedirme avanzar. ―Luego puedes
pagar en la puerta.

Adopté el coqueteo de Chloe y pestañeé coquetamente. ―Um... ―


Intenté seductoramente. Me miró como si me hubieran salido dos cabezas.
―Oh, mierda. Dejé la identificación en casa.

―Sin I.D. ― Cruzó los brazos. ―Sin entrada.

―Oh, vamos. ― Hice un puchero con los labios. ―Arreglé una


reunión con Liam, así que debes dejarme entrar.

―No. Y si el Jefe quería verte, ― señaló un dedo gordo en mi nariz,


―me lo habría comunicado. Así que, o demuestras que eres legal o llevas
tu juvenil trasero lejos de mis escalones.

Sabiendo que había perdido otra batalla, sucumbí al derrotismo.


―Idiota. ― Con las manos metidas en los bolsillos de mi abrigo, me alejé
de la larga fila de gente, todos riendo y pasándola bien como idiotas
descerebrados. Quiero decir, ni siquiera han entrado todavía. ¿Cómo pueden
estar tan exultantes en una fila tan ridícula?

Saca las garras, Alexa. Sólo estás celosa.

Estaba a punto de cruzar la calle cuando la risa masculina me hizo


detenerme de repente. Mirando hacia el oscuro y nebuloso callejón que
pertenecía al Club 11, observé a los hombres reunidos fumando cigarrillos y
marihuana. Detrás de ellos, la puerta de emergencia, abierta, me llamaba.
Me balanceé sobre las suelas de mis zapatos y, corriendo detrás de los
contenedores desbordados, me agaché discretamente fuera de su vista.

―Una chica me chupó la polla como una maldita aspiradora ―, dijo


uno de los hombres.

―¿Dónde la llevaste?

―A la suite Prestige, ― respondió. ―El jefe tendrá un maldito ataque


si se entera.

―Sí, ― intervino otro. ―No toques la mercancía, ― imitó con un


resoplido burlón. ―Idiota.

Mis oídos se afinaron para escuchar.


―Ella está dispuesta, ― dijo con voz arrastrada otro hombre. ―Sé,
con certeza, que permitió que Nate y Brad la hicieran un sándwich la
semana pasada. Deberíamos presentar nuestra oferta.

―Nah, Cherry sólo entretiene a los de arriba.

Alguien se rió. ―Zorra.

Mi cara se torció de asco. Hombres.

―Puede succionar como una aspiradora, pero su coño es como un


maldito cubo. Ni siquiera vale la pena mojarse, ― dijo otro hombre
mientras los demás reían a carcajadas. ―La Barbell me hace acabar en
segundos.

Había una botella de cerveza tirada en el suelo que quería lanzarles.


―Cerdos.

―¿Oyeron algo?

Levantando las cejas, me escondí más detrás del contenedor.

¿Qué me poseyó para hablarme a mí misma cuando intentaba colarme


en un edificio rodeado de sabuesos del infierno?

―Nah, hombre. Volvamos adentro, o Brad nos va a caer encima.


El sonido de pies retirándose confirmó su partida. Deslizándome
lentamente desde detrás del contenedor, esperé a que el último hombre
entrara y luego corrí como una loca para atrapar la puerta antes de que se
cerrara.

Asegurándome de que esos cerdos habían desaparecido, agarré la


puerta entreabierta y miré hacia el oscuro pasillo con olor a humedad. La
música del club viajaba en la distancia. Me paseé entre las cajas de entrega
esparcidas en el suelo, siguiendo el sonido creciente hasta la sala principal.
Luces de muchos colores bailaban bajo la puerta. Sosteniendo el mango,
conté hasta diez, la abrí de golpe y, aliviada de ver a una hermosa mujer
rubia ocupando al fornido portero, me deslicé directamente en la ruidosa
multitud.

Llegué al bar indemne.

Frotando un trapo de cocina a cuadros sobre un hombro, el barman


puso dos manos sobre la barra y, gritando sobre la música alta, se inclinó
más cerca para hablar directamente en mi oído. ―¿Qué puedo ofrecerte?

―Vodka. Solo. Y dos chupitos... ― Abriendo mi bolso, reuní algo de


cambio. ―Sí, vodka.

Mientras él se ocupaba de mi pedido, calculé cuánto dinero tenía.


Dudaba que treinta libras me durasen toda la noche. Si Liam insiste en
negarme el empleo esta noche, no tendré otra opción que buscar trabajo
mañana.

El barman puso el vodka frente a mí. ―Aquí tienes.


―Gracias, ― respondí, pero el ocupado hombre ya estaba sirviendo al
siguiente cliente.

Necesitando todo el valor infundido por el alcohol que pudiera


soportar, me bebí el vodka como si fuera agua.

Luces estroboscópicas blancas y azules iluminaban a los fiesteros en la


abarrotada pista de baile. Mujeres medio desnudas se deslizaban por las
plataformas de vidrio superiores. Esas diosas aceitosas hacían que el baile
erótico pareciera tan fácil. No es fácil. Créeme, lo he intentado. Hice un
giro alrededor del poste de luz fuera del piso y caí directamente sobre mi
trasero.

Levanto el vaso vacío sobre mi cabeza. ―¿Puedo pedir otro, por favor?

Para pasar la noche, necesitaba coraje líquido.

***

Dos horas después, estoy rodeada de vasos vacíos de vodka. Y estoy


bastante borracha, lo cual era el plan. Mierda, incluso me distraje y bailé
sola antes. Es difícil no divertirse en el Club 11.

Todo te atrae al lado oscuro.

Mi cabeza está un poco nublada.

Vuelve al bar, Alexa.


Bien, debo escuchar a la voz sensata.

¿Quién es la bonita morena?

Está bailando detrás de mí. Sus manos recorren mis caderas. Sus labios
lamen el sudor de la nuca.

Oh, Dios. Soy lesbiana.

―¿Vamos al baño? ― susurró en mi oído.

―Sí—no. ― Escapé de sus garras. ―Deberías tomarte un descanso.


Bebe algo de agua con mucho hielo.

He abusado demasiado. Pero, ¿a quién le importa, verdad? Tengo


derecho a relajarme. Es divertido. Se supone que debo divertirme. No, estás
en una misión. Bien. Misión imposible.

―¿Puedo pedir otro vodka? ― Agité el cambio al fondo de mi bolso.


Bueno, monedas. Genial, ¿qué puedo comprar con dos libras? ―En
realidad, cancela la orden. Estoy en bancarrota.

―¿Puedo invitarte a una bebida? ― ofreció el Sr. Zorro Plateado.

¿De dónde salió?


―¿Una copa de vino? ― Su ceja bien cuidada se arqueó. ―Tal vez
toda la botella.

No, no soy aficionada al vino. ―Probablemente debería dejar de beber


ahora.

Me brindó una sonrisa amable. Es un tipo atractivo. Para ser un hombre


mayor, quiero decir. ―¿Estás segura?

Mis cejas se juntaron. ―Tal vez.

―¿Tal vez? ― Colocó un brazo sobre mis hombros, y su tacto no


deseado hizo que los músculos de la parte superior de mi cuerpo se
tensaran. ―Vamos. Vive un poco.

―Uno, ― levanté un dedo, ―Un chupito de vodka.

―Así se habla. ― Llamó al barman. ―Seis tequilas.

―Seis, ― grazné. ―Acordé un chupito.

El barman colocó pequeños vasos en la barra y dejó caer un chorro de


tequila a través de ellos.

―Uno. Seis. ― El Sr. Zorro Plateado pagó la cuenta. ―Es todo lo


mismo.
Acepté el vaso a regañadientes. ―Realmente no lo es.

Tomó el salero y cortó limones. ―¿Dónde lo quieres?

―¿Cuál es la pregunta?

―Lo sé. ― Vertió sal en su brazo invertido. ―Haz tu parte. Lámeme.

Mis mejillas se ruborizaron. ―¿Quieres que te lama?

Extendió su brazo, incitándome a actuar.

Recogiendo mi cabello detrás de mis orejas, rápidamente pasé mi


lengua por su muñeca, y la sal de sabor amargo invadió mi boca. No
necesitaba métodos de transmisión. Actué por instinto. Agarré el vaso y lo
bebí de un trago. El tequila amenazó con regurgitar. ―Oh, Dios. ― Me
estremecí mientras él colocaba una rodaja de limón entre mis dientes.
―Eso es asqueroso. Tengo mal trago , amigo.

―Estás bien. ― Pasándome el salero, agitó una mano de manera


despectiva. ―¿Qué tal en el hombro?

Llevaba un abrigo. ―¿Dónde?

El dedo del Sr. Zorro Plateado acarició el costado de mi cuello. De


repente, el aire en la habitación se espesó. Sus ojos encendidos recorrieron
mi hombro, y algo similar al miedo lo detuvo. ―Warren, ― murmuró, y
cada músculo en mi cuerpo se tensó. ―¿Está todo bien?
―Te estabas yendo, ― dijo Liam con una voz engañosamente
tranquila. ―No olvides tu abrigo.

―Cierto. ― Deslizando el salero a través de la barra, el tipo recogió su


abrigo del taburete y se lo puso. ―Tal vez en otra ocasión.

La poderosa presencia de Liam bloqueó al Sr. Zorro Plateado antes de


que yo pudiera responder. Su semblante molesto así como su falta de
humor formó un nudo en mi garganta. Se veía increíble. Las telas a medida
lo moldeaban. Llevaba tanto oro y metal encima que simplemente no podía
apartar la mirada.

―¿Qué haces aquí? ― preguntó, y contuve mi lengua. ―O mejor


dicho, ¿cómo entraste aquí?

Mis hombros se hundieron. ―Ya sabes la respuesta, ¿no?

Su dedo cargado de anillos apuntó a las cámaras de vigilancia. ―Pude


haber visto a un intruso entrar al edificio.

Sin embargo, esperó hasta ahora para interferir. ―Correcto.

Liam abrió el botón de su chaqueta de traje y se sentó en el taburete.


―Siéntate conmigo, ― ordenó, y me dejé caer en el taburete libre.
―¿Cuánto has bebido?

Me puse ebria al segundo de llegar. ―Estoy algo borracha.


Se frotó la mandíbula con indiferencia. ―¿Qué puedo hacer por ti,
Srta. Haines?

―Ya sabes la respuesta a esa pregunta, Sr. Warren, ― dije con tono
sarcástico, y su mandíbula se tensó. ―Supongo que ambos hicimos nuestra
tarea.

Sus ojos recorrieron perezosamente mi cuerpo desde arriba hacia


abajo. ―¿Hay una razón por la cual llevas un gabán en un club nocturno?

Mis labios se torcieron. ―Tenía frío.

Llamé su atención, pero dejó pasar la mentira piadosa. ―Mi respuesta


sigue siendo no.

―Bien. ― Estoy perdiendo la pelea, de todos modos. ―Buena suerte.

Liam debe disfrutar atormentándome. Esperó a que me deslizara fuera


del taburete antes de que su mano cayera en mi estómago, impidiéndome
irme. ―Pensé que eras más guerrera, ― susurró en mi oído, y mi corazón
cayó al fondo de mi estómago. ―¿Me decepcionarás?

―¿Es eso lo que quieres? ― Le lancé una mirada de reojo. ―¿Que me


ponga de rodillas y suplique?

El hombre insidioso esbozó una sonrisa lobuna. Me soltó con otro


empujón—¿qué es todo eso de hombres de las cavernas manipulando a las
mujeres? ―Sígueme.
Liam se desvaneció entre la multitud. Sin una vacilación, agarré el
bolso contra mi pecho y lo perseguí. En un silencio incomunicable, lo seguí
por la puerta privada hacia el largo pasillo que había recorrido
anteriormente.

Miembros de seguridad inexpresivos se alineaban en el pasillo de


arriba. Liam marcó el código de una puerta cerrada y entró en su oficina.
Un escritorio de caoba se encontraba ante la ventana que da al salón de
baile principal. Coloqué mi bolso en el sofá de cuero negro—que se veía
muy cómodo e invitador—mientras catalogaba el interior: pisos de madera
dura, innumerables estantes de vinilo en vitrinas de vidrio, pantallas de
televisión montadas en la pared, portátiles, monitores y un baño de lujo.

Las paredes eran oscuras y deprimentes, pero encontré las pinturas


pintorescas hermosas. Admirando el lienzo del horizonte de Londres, alisé
mis dedos sobre las gruesas estrías de pintura. Rodeado por aguas tranquilas
y polícromas, un hombre pintado estaba bajo el Puente de la Torre de
Londres en la orilla fangosa. Llevaba un largo abrigo de cuero sin abotonar.
Rasgueaba su guitarra mientras miraba al cielo nocturno.

Quería saber por qué parecía infeliz.

El hombro de Liam rozó el mío. ―¿Qué ves?

Veía devastación y dolor. ―Me pone triste.

―¿Por qué? ― Sus ojos nunca dejaron la pintura mórbida. ―¿No


aprecias el arte fino? Es una pieza espectacular. La mejor de Londres.
―Es magnífica. ― Acepté un vaso de whisky de él. ―Pero tengo la
sensación de que tiene más que ver con él que con los autos de efectos
especiales y el Puente de la Torre.

―¿Por qué sientes lástima por él? ― Se sentó en la silla de cuero


detrás de su escritorio. ―Toma asiento.

―Está solo. ― Sentándome elegantemente en una silla frente a él.


―Tal vez sin hogar. Quisiera entrar en la pintura para acompañarlo.

Liam miraba a través de mí. ―¿Por qué asumes que está solo?

Me sentí bajo interrogatorio. ―Está solo ahí fuera.

Liam continuó escrutándome pero terminó la conversación sobre su


pintura. ―Llevaste el acoso a un nivel peligroso. ― Bebió whisky de un
trago y dejó el vaso vacío sobre el escritorio. ―Supuse que habías
entendido mi mensaje la última vez que hablamos.

Necesitando un sorbo valiente, consumí alcohol y enmascaré el


disgusto. ―Esperaba persuadirte.

Se colocó un cigarrillo entre los labios, encendió un fósforo y lo


prendió. ―No soy fácil de persuadir, Srta. Haines. ― El humo salía de su
boca. ―Sin embargo, estoy dispuesto a considerar la idea.

La aceptación de Liam fue inesperada. ―Si puedo convencerte de que


cumplo con los requisitos... ― A través de la ventana, vi a las mujeres
bailando eróticamente en las plataformas esmeriladas para los clientes que
pagaban y veían desde los balcones privados. ―¿Me contratarás?

Él miró por encima de un hombro. ―¿Crees que tienes lo que se


necesita? ― La reserva condescendiente impregnaba su voz. ―¿Eres capaz,
Srta. Haines?

―Sí, ― dije mientras una bailarina se deslizaba en posición de split.


Mis muslos se juntaron en una reacción vicaria. ―Yo puedo hacer eso.

Liam apagó el cigarrillo en un cenicero de cerámica. ―¿Tienes alguna


preferencia musical? ― Cogió su teléfono y esperó a que yo eligiera una
canción. Como yo no me decidía, seleccionó ―High for This ― de The
Weekend. ―Adelante. ― Girándose en su asiento, señaló el pequeño
espacio junto a su escritorio. ―Soy un hombre ocupado, señorita Haines.
Tiene cinco minutos para convencerme.

Observé a la bailarina, acariciando sus pechos aceitosos. ―¿Debo


imitarla?

―Quieres decir, ¿debes mostrar tus tetas ante el público?

―Sí. ― No estoy segura de cómo me siento al exponer mis pechos


ante este hombre, o cualquier hombre, en realidad. Sin embargo, quiero ser
una bailarina exótica. Quizás llegué sin estar preparada para la entrevista.
―Preferiría no hacerlo.

Él me dio una sonrisa apretada, de labios cerrados. ―No será


necesario. ― Se relajó en la silla. ―Tu ropa interior está bien.
Tragué saliva para hidratar la sequedad de mi garganta. Me puse de pie,
me trasladé al espacio detrás de su escritorio y comencé a desabotonar mi
abrigo. Miré una vez más hacia la ventana. ―¿Pueden verme?

Él negó lentamente con la cabeza.

Con los dedos temblorosos, abrí cada botón, desaté lentamente el


cinturón a mi cintura y, respirando con dificultad, me desnudé ante él. La
tela se deslizó sobre mis hombros y se acumuló a mis pies, dejándome
completamente vulnerable.

Después de que Liam me dejara fuera de la cafetería, crucé corriendo la


calle hacia la tienda para adultos y compré ropa interior nueva.

Mejor clavo esta entrevista no programada, o lamentaré haber gastado


tanto en encaje de diseñador.

Con confianza fingida, me puse de pie, en una postura atractiva, no


desaliñada ni vulgar, mostrando encaje negro y ligas, tacones con la punta
descubierta y las uñas de los pies pintadas de rojo que complementaban mis
labios rojos.

Liam, inextricablemente indescifrable, observó cada centímetro de mi


cuerpo. ―Da la vuelta.

Me enfrenté a la pared para que él pudiera inspeccionar mi ―trasero


huesudo ―, y luego, soltando un suspiro de calma, nuestras miradas se
encontraron nuevamente.
Sus ojos se posaron en mi estómago plano. ―Acércate. ― Me observó
caminar hacia él hasta que las puntas de mis tacones tocaron sus zapatos de
cuero. ―¿Talla?

―¿Talla? ― Mi respiración se detuvo cuando su mano tocó mi muslo.


―¿Por qué?

―¿Seis? ― Sus ojos se oscurecieron al percibir la aparición de piel de


gallina en mi piel. ―¿Cuatro?

―Ocho, ― respondí de forma mordaz. ―Soy talla ocho.

Si mi grosería le molestó, no lo mostró. Sus manos recorrieron mis


piernas hasta la cima de mis muslos, mientras sus pulgares circulaban por
ahí. Debería cuestionar su proceso de entrevista, parece poco ortodoxo y
poco profesional, pero no odiaba su tacto, así que me quedé callada.

Sus brazos se cruzaron. ―Continúa.

Mi lengua se pegó al paladar. ―No sé qué hacer.

―Baila. ― Había un desafío en su voz. Pensaba que yo era incapaz.


―¿Señorita Haines?

Mis oídos captaron la música. Tiene razón al suponer lo peor. Estoy


demasiado insegura para bailar delante de este hombre.
―Estás nerviosa. ― Su cabeza se inclinó hacia un lado. ―¿Preferirías
que te dirigiera?

Asentí con la cabeza.

―Arrodíllate, ― ordenó, y casi me bajé al suelo. ―No, señorita


Haines. Párate entre mis piernas y arrodíllate. ― Hice lo que me indicó.
―Despacio. Mantén tus ojos en el cliente. ― Nuestros ojos se clavaron
mientras me arrodillaba. ―Bien. Quieres que él se pierda en ti. Tú tienes el
control. ― Sus dedos se entrelazaron con los míos. Me incitó a arrastrarme
por su cuerpo relajado. ―Los hombres son susceptibles a las mujeres
seguras. ― Mi columna se arqueó mientras alcanzaba la parte trasera de su
silla. ―Buena chica.

Agarré la silla para apoyarme, monté sus muslos y giré mis caderas al
ritmo de la voz de tenor lírico de Abel.

Los dedos callosos de Liam se extendieron sobre mis muslos, y me


pusieron la piel de gallina. Soltó mis dedos de la parte trasera de la silla,
dirigiendo mi palma hacia mi pecho cubierto de encaje.

Con la cabeza inclinada hacia un lado, apreté mi pecho y, girándome en


sus brazos, descendí por su cuerpo. Mis pies apenas tocaban el suelo
cuando sus dedos se curvaron alrededor de mi cuello. Miré la pared,
sintiendo su bulto enterrándose en mi espalda.

Sus dientes mordieron la columna de mi cuello, y una emoción


desconocida me tensó el pecho. ―¿Por qué te detuviste?
Atenuando el nerviosismo, me enfrenté a él, el calor ardiente en sus
ojos hacía que mis rodillas se debilitaran. ―¿Se supone que los clientes
deben tocar a las bailarinas?

Negó lentamente con la cabeza. ―A menos que compren el paquete


platino.

Tragué saliva con fuerza. ―¿Qué es el paquete platino?

―El todo incluído , ― ronroneó, tirándome a su regazo. ―Pagas por


todo y cualquier cosa. ― Ya no estaba bailando para persuadirlo. Apenas
me movía, pero nuestra cercanía lo intoxicaba. ―Continúa.

Mis caderas se movieron hacia adelante al ritmo de la música.

Liam mostró una gran contención, con sus dedos aferrándose a los
reposabrazos. Su prolongada excitación, cubierta por los pantalones,
descansaba sobre el encaje translúcido entre mis muslos, la sensación de
restregarme contra él era demasiado para mí. Dejé de moverme. Luché
físicamente por continuar. Seguramente, no se supone que sea tan
afrodisíaco.

―Tú lo sientes, ― susurró mientras sus nudillos rozaban mi cadera.


Antes de que pudiera registrar su leve movimiento, sentí sus labios en la
comisura de mi boca. ―Soy un hombre que sabe lo que quiere. ― Su
garganta era gruesa y áspera. ―Y ahora mismo, te quiero a ti.

Retrocedí justo cuando sus labios buscaron los míos.


Liam frunció el ceño ante mi repentina timidez. ―¿No disfrutas que un
hombre te toque?

―No, quiero decir... ― Me levanté apresuradamente para generar


espacio entre nosotros. Dios, quería desesperadamente el trabajo, y estoy
más que atraída por él, pero obtener una posición basada en sexo y
mentiras no es lo mío. Rechazo ser alguien que no soy. ―Estoy nerviosa.

Se levantó hasta su altura total. ―¿Eres virgen?

Mi cabeza se echó hacia atrás. ―¿Acaso es eso asunto tuyo?

―No te entiendo. ― Ignoró mi molestia. ―Un minuto, pareces una


mujer que sabe lo que quiere. Pero al siguiente instante, eres tímida e
indecisa. Quieres trabajar junto a esas mujeres, ― señaló la ventana, ―y
sin embargo alguien que te desea te resulta repulsivo. Te das cuenta de que
el contacto es parte de la descripción del trabajo.

―Entiendo los requisitos, ― respondí defensivamente. ―Estoy bien


con que alguien me toque. Es sólo que odio que me quiten cosas.

―¿Eso pensaste? ¿Que te estaba quitando algo? ― Agarró mi


mandíbula, obligándome a mirarlo a los ojos. ―Me excitaste, señorita
Haines. Sólo quería probarte.

―Eres tú, ― admití, y su frente se arrugó. ―Me intimidas, señor


Warren. Eso es todo.

Sus ojos se oscurecieron. ―Alexa, ¿eres virgen?


―No, ― respondí honestamente. ―No, no lo soy.

―Bien. ― Asintió. Ojalá supiera lo que pasaba por su mente.


―Entonces, eres inexperta, pero entiendes cómo funciona esto. Si traigo a
uno de mis hombres a la habitación, harás lo que se requiera. Siempre que
no sea para mí.

Francamente, no quiero bailar para nadie. Estoy aquí sólo para


encontrar a Kathy. Si puedo evitar los bailes privados, sería genial.

Liam suspiró ante mi falta de respuesta. ―Viniste aquí sólo en tu ropa


interior y un abrigo.

Asentí con la cabeza.

Parecía disgustado. ―¿Sueles andar semidesnuda?

―No, ― susurré, jugueteando con mis manos. ―Esta sería la primera


vez.

―¿Transporte? ― Cogió el vaso vacío en el escritorio. ―¿Cómo


viajaste?

Crucé mis brazos para cubrir mi pecho. ―Usé el metro.

―El metro, ― dijo con exasperación. ―Tienes el trabajo. Estate aquí a


las ocho mañana.
Necesitaba confirmación adicional. ―¿Me contratarás?

¿No estuvo él en esta habitación durante la impactante actuación?

No soy digna de este puesto, y él lo sabe.

―Sí. ― Estaba de espaldas a mí mientras vertía una bebida en el


minibar. ―Señorita Haines, espere en el bar a que uno de mis hombres la
escolte a casa.

―Eso no es necesario. ― Me puse el abrigo y me lo abroché. ―Estaré


bien.

―Estás semidesnuda bajo eso. ― Su espalda descansaba en el minibar.


―¿Qué clase de hombre sería yo si te dejara viajar sola luciendo así? ―
Me miró por encima del borde de su vaso. ―Estás pidiendo problemas.

Tiene razón, pero he usado la estación durante años y nunca he tenido


problemas.

―No se lo estoy pidiendo, señorita Haines. Es una orden. ― Su voz


autoritaria debilitó mis rodillas. ―Aceptarás mi generosidad.

―Gracias, ― dije, conteniendo lágrimas de alegría. ―Prometo no


defraudarte.
CAPÍTULO SEIS

Alexa

Una buena noche de sueño era vital para mi primer turno en el Club 11,
pero los nervios no me dejaron dormir la mayor parte de la noche. Me
revolqué en la cama hasta el amanecer, mientras los pájaros chirriaban
afuera, torturándome onomatopéyicamente .

Eventualmente, me levanté de la cama en medio del cansancio, bebí


tres cafés y limpié el piso para mantenerme ocupada. Si no otra cosa, me
quitó las preocupaciones hasta que llegó la hora de ponerme las galas.

He querido entrar en el Club 11 durante tanto tiempo, pero ahora que


ha surgido la oportunidad, soy un manojo de nervios. No es sólo que Liam y
yo nos vayamos a ver a menudo lo que tenía mi estómago hecho un nudo.
Es el propio requisito del trabajo. Debo bailar semidesnuda frente a
hombres lascivos.

Después de descubrir que Liam Warren tiene numerosas facetas


indescifrables, sé que no compartirá detalles sobre Kathy conmigo, y no es
que sea lo suficientemente valiente para interrogarlo, pero seguramente
alguna bailarina, camarera, limpiadora o gorila recordará algo –cualquier
cosa que me ayude a descubrir la verdad detrás de la desaparición de mi
hermana.
No soy lo suficientemente amigable como para sondear a los leales
súbditos de Liam de inmediato. Me tomará tiempo hacerme amiga de ellos.
Ganar su confianza. Espero que alguien mencione a Kathy sin preguntar o
investigar. Bueno, eso en el mejor caso.

Llegué al Club 11 antes de lo esperado. No estaba excesivamente


entusiasmada con la idea de andar por ahí en mi ropa interior, pero quería
causar una buena impresión. Aunque Liam reconsideró sus dudas sobre
contratarme, sé que la parte más difícil ha pasado. Tengo un puesto
temporal que he logrado por mis propios méritos. Hablando realistamente,
Liam sabe que soy incapaz de hacer bailes exóticos. Quiero decir, mi
actuación en su oficina no sólo fue embarazosa sino dolorosamente
evidente. Carezco de autoconfianza, y soy poco glamorosa comparada con
las otras mujeres.

Aún no estoy segura de cómo logré esto, pero asumiré que mi trasero
en sus manos nubló su juicio. Es un hombre de sangre caliente. Me presenté
en ropa interior de encaje. En ese momento acalorado, pasó por alto las
reservas anteriores.

No fue una entrevista típica, no lo creo. Estaba más preocupado por


tocarme. No quiero sonar vanidosa, pero sus avances hubieran ido más lejos
si yo hubiera estado dispuesta o hubiera actuado sobre la atracción
gravitacional que embriagaba el aire sexual entre nosotros.

Esta noche, la llegada, fue un momento surrealista para mí. Omití la


fila del club, ya que los gorilas me estaban esperando. Tuve que firmar
algunos formularios antes de que me dieran una tarjeta de identificación de
empleada. Uno de los gorilas fue lo suficientemente amable para mostrarme
los alrededores antes del turno. No fue mucho más que un breve recorrido.
Señaló de mala gana la sala de empleados designada y me mostró el bar y
las instalaciones del baño, y me recordó que las suites de arriba estaban
prohibidas sin permiso previo del jefe.

**Me quedaban quince minutos antes de empezar mi primer turno, así


que observé a las bailarinas en la sala principal, quienes hacían pole dance
de manera impecable y acrobática para atraer la atención masculina y la
clientela que paga. Esta tarde había estudiado vídeos en YouTube para
perfeccionar el pole dance, pero ningún nivel de estudio me preparó para tal
destreza sensual.

Inhalando profundamente, regresé a la estrecha sala del personal, dejé


mi bolso en el banco de madera e hice algunos ejercicios de respiración. En
lugar de usar el casillero con mi nombre, me quedé en ropa interior y
guardé mis pertenencias detrás de él ya que no confío en que la gente no
revisará mi bolso.

Miré la puerta, escuchando cualquier paso acercándose. Una vez segura


de que nadie estaba cerca ni a punto de entrar, me subí al banco y busqué
sobre los casilleros, arrojando ropa vieja y cosméticos polvorientos a un
lado. Revisé prendas viejas desechadas , pero antes de poder revisar dentro
de los casilleros desbloqueados, escuché pasos y me desplomé en una silla
cuando un barman entró y se dirigió al pequeño cubículo del baño.
Parpadeé ante su puerta cerrada, percatándome tardíamente de nuestro
entorno unisex. Oh, genial.

Frente al espejo de piso a techo, revisé mi apariencia. Me decidí por


lencería roja con encaje negro y un par de tacones peep-toe que pertenecían
a Kathy. Me agarré los pechos y probé el peso en mis manos, deseando que
fueran más grandes. Si no fuera obligatorio quitarme el sujetador, estaría
rellenando las copas con pañuelos para tener un escote más pronunciado.
Sacudiendo los pensamientos negativos, eché los hombros hacia atrás para
liberar tensión. ―Puedes hacerlo.
Salí de la sala del personal y me dirigí por el pasillo estrecho, sólo para
ser detenida por una de las bailarinas. Claro, es hermosa, con cabello rojo
vibrante, ojos azules deslumbrantes y zapatos de diseñador que quiero
robarle de los pies. Su corsé de estampado animal print se adhería a su
figura curvilínea como un guante. Me reprendí internamente por no haber
comprado algo tan fieramente sexy.

Guardó su móvil en su escote. ―Ven conmigo.

Su radiante confianza hizo que mis nervios se dispararan. Súbitamente


consciente de mi imagen poco atractiva, me pellizqué las mejillas para
añadir color y pasé una mano por mi abdomen para mantener a raya la bilis.

―Soy Cherry, ― dijo mirando por encima del hombro. ―¿Y tú eres?

Cherry es el nombre que los hombres en el callejón mencionaron


anoche. ―Alexa, ― dije mientras ella se detenía junto a una puerta privada.
―¿A dónde vamos?

―Parece que ya tienes un admirador. ― Abrió la puerta, indicándome


con un gesto que entrara. ―Ha pagado por treinta minutos. Un pago
considerable, debo añadir, así que no lo arruines, o tendrás que vértelas
conmigo.

Miré la habitación con cautela. Un hombre mayor descansaba en el sofá


de cuero, con un brazo doblado detrás de su cabeza y una bebida en la otra
mano, con su panza cervecera descansando sobre sus muslos. ―¿Qué debo
hacer?
―Bailar, montarle, mover tu trasero.

Montar a un hombre no formaba parte de mi descripción de trabajo. Se


supone que debo estar desnudándome al ritmo de la música en el frente, no
aquí con un cliente. ―El señor Warren dijo que estaría trabajando en las
jaulas esta noche. ― Su sonrisa maliciosa confirmó mis dudas. Ella no era
amigable. ―No sabía que estaría dando bailes privados en el primer turno.

Ella hizo un gesto despectivo con la mano. ―Supéralo, Alanna.

―Alexa. ― Crucé mis brazos. ―Mi nombre es Alexa.

―Lo que sea. ― Su mano se enrolló alrededor de mi codo mientras me


empujaba a la habitación. ―No lo estropees. El jefe ya está buscando una
excusa para despedir tu inútil trasero. ― Su dureza hizo hervir mi sangre.
―Te doy una semana, ― fueron sus últimas palabras antes de que la puerta
se cerrara de golpe en mi cara.

Por un momento, me quedé ahí, mirando el marco brillante de la


puerta.

¿Cómo diablos lograba irritar a alguien en mi primer turno?

―Ya era hora, jovencita, ― gruñó el cliente detrás de mí. ―Ven aquí y
dame ese baile.

No estoy segura de si podré soportar esto.


Me volví para enfrentar al tipo, pero la repugnancia me tenía clavada
en el lugar. Lo miré con temor mientras se desabrochaba la camisa,
mostrando su vello desordenado y canoso.

―Bueno, ― dijo, irritado por mi dilación, ―¿qué estás esperando? ―


Golpeó su muslo, como si animara a un perro a montarlo. ―Súbete.

Enrollando los mechones detrás de mis orejas, bajé la mirada al suelo y


me acerqué a él. Su gran mano llegó a mi muslo, y contuve la respiración,
contando en mi cabeza. Está bien. No me va a hacer daño. Es parte del
trabajo.

Me ayudó a montarle, colocando sus brazos cruzados detrás de su


cabeza. Sus ojos entrecerrados desnudaron el encaje transparente de mi
cuerpo. Usaba una colonia barata para ocultar su olor sudoroso, pero el
hedor rancio me hizo lagrimear. Levanté el mentón, estudié la pared detrás
de él y moví rígidamente mis caderas.

Sus ojos se fijaron en mis pechos inexistentes, y un gruñido tenso


resonó en el fondo de su garganta. Su miembro se endureció debajo de mí, y
aunque debería imaginar que estaba en contra de las reglas, movió sus
caderas, mientras su miembro hurgaba en mi muslo interno. ―Deja de
jugar y hazme terminar.

Oh, era repugnante. Los orgasmos y el manoseo barato estaban por


debajo de mi salario. Sus manos agarraron mi trasero. Con la mandíbula
apretada, empujé su hombro e intenté bajarme de su regazo. ―No soy—

Para mi alivio, la puerta se abrió, y el rubio de traje apareció.


―Sal de aquí, ― gritó el cliente, sus mejillas regordetas sonrojadas.
―He pagado por una sesión privada.

El rubio de traje evaluó la situación antes de decir: ―Alexa, has sido


convocada a la oficina de Warren. ― Desvió su atención al tipo.
―Doscientos extra por tocar nuestra mercancía. Conoces las reglas, Hank.
Los recargos adicionales vienen con las mujeres mejor pagadas, no con
nuestras novatas.

¿Mujeres mejor pagadas?

¿Recargos adicionales?

¿Cherry me puso aquí para darle favores sexuales a este hombre por
dinero? Palidecí ante la temible idea. He oído muchos rumores de que las
actividades de prostitución son una de las muchas ilegalidades en el Club
11.

La cara de Hank se puso roja remolacha. ―¡Apenas la toqué!

El rubio de traje mostró sus dientes blancos perfectos. ―Paga al


flautista, hijo de puta.

Me tambaleé fuera del regazo del tipo, con mis piernas casi
convirtiéndose en gelatina. Estaba agradecida de que el rubio de traje
hubiese intervenido. No quería estar en esta habitación, y mucho menos
bailar para ese hombre.

El del Traje extendió su mano al tipo. ―Dame tu billetera.


―No. ― Las papadas de Hank se movieron mientras negaba con la
cabeza. ―Ya pagué.

Mis ojos se movían entre ambos hombres.

El rubio de traje le arrebató la billetera del interior de la chaqueta de


traje y sacó fajos de billetes de veinte libras.

Esperaba una pelea, pero el tipo se quedó sentado, mirando cómo el


rubio de traje sacaba el dinero.

―Para ti, ― dijo el rubio, colocando un montón de billetes en mi


mano.

―Esto es una broma, ― murmuró el hombre en voz baja.

―Gracias. ― Me guardé el dinero en el sujetador.

La mano del rubio de traje se colocó en mi parte inferior de la espalda


mientras me guiaba al pasillo. ―Bonitos pechos.

Me cubrí los senos.

―¿Por qué me los escondes? ― Se inclinó sobre mí, levantando una


ceja, mientras un palillo pendía de su labio inferior. ―Te das cuenta de que
el sujetador debe salir esta noche en una habitación llena de gente, así que
¿por qué estás nerviosa por que te los vea cubiertos con encaje?
El rubio de traje tenía razón. Bajé mis brazos. ―¿Necesita el señor
Warren verme en este mismo momento?

―Sí. ― Hizo un gesto para que lo siguiera. ―Por cierto, mi nombre es


Bradley Jones, pero nadie me llama así. Brad está bien, o guapo, o
hermoso... ― Sus labios llenos se fruncieron. ―Puedo vivir con sexy.

Sonreí. ―Es bueno saberlo.

―Es refrescante tener a alguien nuevo trabajando aquí. ― Su lengua


barrió el palillo hacia la esquina de su boca. ―El jefe no ha contratado a
nadie en meses. ― Apoyó un hombro contra la puerta de Liam. Incluso con
una postura baja, su presencia intimidante y imponente me hizo retorcerme.
―Todavía estoy tratando de averiguar por qué te contrató.

Encogí un hombro insegura.

―Imaginé que después de tu pequeño arrebato en la cafetería no te


tocaría ni con un palo. ― Su mirada pasó sobre mí. ―¿Qué cambió?

¿Era necesario recordarme mi vergonzoso episodio? ―Supongo que


cambió de opinión. ― Levantando mis ojos llenos de orgullo, coloqué mi
mano en mis caderas. ―Puedo ser bastante persuasiva.

―¿Sí? ― Su labio inferior se enrolló entre sus dientes. ―Me lo puedo


imaginar.

Su sugerencia ardió mis mejillas. ―¿Puedes dejar de mirarme así?


―¿Así cómo? ― Me retó, cerrando el espacio de respiración entre
nosotros. Puse una mano en su pecho, impidiéndole acercarse más, y sus
músculos se tensaron bajo mi toque. Sin embargo, no cedió. ―¿Estás
hablando de todas las travesuras que pasan por mi cabeza y todo eso?

Solté una carcajada. ―¿Travesuras?

Sus nudillos empujaron mi barbilla antes de abrir la puerta de la oficina


y dirigirse directamente al minibar. ―La encontré dando un baile privado,
moviendo esas caderas y todo eso. ― Sirviéndose una bebida, me guiñó un
ojo. ―Es una pequeña tímida, ¿verdad?

Brad y yo sabemos que no estaba haciendo un gran trabajo.


Probablemente soy la peor empleada que Liam ha contratado hasta la fecha.
―Querías verme.

―¿Qué baile privado? ― Liam me ignoró, esperando la respuesta de


Brad.

―Cherry metió a Alexa en una habitación privada con Hank.

Liam nos miró entre nosotros. ―No contraté a Alexa para clientes
exclusivos. ― Se echó un trago de whisky. ―Trae a Cherry a mi oficina.

Oh, mierda. Liam está cabreado. Si Cherry no fuera tan perra conmigo,
me sentiría mal por ella, pero ¿por qué debería? Ella me mintió. Yo trabajo
para una persona, el hombre que está delante de mí. Recordaré eso la
próxima vez que alguien más me ordene hacer algo.
―Alexa. ― Liam observó mi cuerpo cubierto de encaje. ―He tenido
tiempo para reconsiderar mi decisión. No encajas en el criterio. Nada de
jaulas.

―¿Qué? ― El despido no podía estar ocurriendo. ―Gané trescientos


libras moviendo mi trasero. Encajo en los estándares de algún nivel. ―
Vale, eso es una exageración. Si Brad no hubiera entrado a la habitación, no
habría ganado un centavo. ―¿Verdad?

Brad se rió en su vaso.

―No dije que la vida fuera justa. Además, no deberías haber estado en
esa jodida habitación, para empezar.

―Lo siento. ― No sé por qué me estoy disculpando. Su empleada me


ordenó ir a esa habitación. ―Señor Warren, por favor.

―No. ― Liam se mantuvo firme. ―Como dije, no encajas en el


criterio.

Este hombre está haciendo un número terrible para mi confianza.


Nunca he dicho que soy hermosa, pero tampoco pensé que era fea.

¿Qué tienen esas otras mujeres que yo no tenga?

Hice un esfuerzo masivo con mi apariencia anoche, y compré lencería


nueva para esta noche. Nada agrada a este hombre.
―¿Qué no encaja? ― Brad frunció el ceño. ―Alexa es hermosa. Tiene
un cuerpo increíble. Creo que se adaptará. ― Asintió con aprobación. ―A
los hombres les encantará el look joven e inocente.

Gracias, Brad. Me alegra que alguien vea potencial en mí.

Liam lo miró fijamente, con los músculos de su mandíbula tensándose.


―Su falta de experiencia significa que no es rentable. ¿Cómo puede
hacerme ganar dinero si no puede atraer a los clientes? ―**

Incluso con el pelo voluminoso, la cara llena de maquillaje, un bonito


encaje y tacones de infarto, Liam todavía cree que me falta atractivo sexual.
Pongo las manos en mis caderas y sacudo la cabeza. Qué jodido imbécil.
¿Para qué andarse con rodeos? Obviamente piensa que soy poco atractiva,
así que sólo di la palabra, Warren. ―Señor Warren. ― Volví a suplicar.
―Necesito este trabajo.

Ambos hombres me miraron, pero fue Liam quien respondió, ―No vas
a hacer las malditas jaulas. Se acabó.

No hay nada más que pueda hacer para persuadir a este hombre. Hice
todo lo que estaba en mis manos para convencerlo de que soy capaz, sin
embargo, todavía me ve como una niña ingenua que es demasiado
incompetente para tentar a la especie masculina.

La mirada de Liam se posó en mi rostro. ―En su lugar te he asignado


al bar principal.
―¿Qué? ― Pregunté perpleja. ―¿Al bar? ¿Servir alcohol y atender a
los clientes?

Me dio un breve asentimiento.

Permanecí inexpresiva y sin palabras, pero secretamente estaba


emocionada. Asumí que me estaba despidiendo. Si acaso, trabajar detrás del
bar es mejor para mí. Significa que todavía tengo un pie dentro sin las
obligaciones de hacer striptease o bailar para hombres mayores.
―Entonces, ¿tengo el trabajo?

Los ojos de Liam se dirigieron hacia el techo. ―Tienes el trabajo.

Alexa, ¿por qué no pediste un puesto en el bar desde el principio?

Un suspiro de alivio escapó de mis labios. ―¡Genial! ― Dije un poco


demasiado entusiasmada. ―Gracias.

―¡Genial! ― repitió sarcásticamente. ―Natalie te está esperando. ―


Señaló la puerta. ―Vete.

Bueno, esa es mi señal para largarme.

Dudé en el umbral, mantuve sus ojos por un momento y susurré,


―Gracias.

Cerrando la puerta al salir, aparté mi flequillo de la cara justo cuando


Cherry doblaba la esquina del pasillo. ―Hola, Alanna. ― Su sonrisa era
falsa. ―¿Ya en la oficina del jefe? Eso no es bueno. ― Su sonrisa de
satisfacción se estiró. ―Entonces, no te volveré a ver, ¿eh?

¿Es por eso que Cherry me puso en la habitación con Hank? Quería que
Liam me despidiera. ―¿Por qué me mentiste?

Cherry se tomó su tiempo para responder. ―Alanna, no perteneces


aquí. Estás fuera de tu territorio. Será como azotar a un caballo muerto
tratar de motivarte. No tengo tiempo para atender tus necesidades.

―Pues, qué mala suerte. ― La enfrenté de frente. ―El señor Warren


parece ver potencial en mí. No quería comenzar a trabajar aquí con una
nube encima ya que no tenía intenciones de hacer enemigos. Sin embargo,
tampoco estaba aquí para hacer amigos. Así que, si no te gusto, está bien.
Mantengámonos fuera del camino de cada una.

Su labio superior se curvó. ―No durarás cinco minutos.

No respondí, ni la observé entrar en la oficina de Liam. Sin embargo, sí


oí cómo él le gritaba, y aunque parezca infantil, no pude evitar sonreír. No
quiero caer mal a mis compañeros de trabajo. No puedo permitirme lidiar
con mujeres vengativas. Pero no estoy aquí para soportar la mierda de nadie
tampoco.

En el segundo que me acerqué al bar, una mujer rubia, que parecía una
diosa griega, se acercó a mí. ―Debes ser la chica nueva. Soy Natalie. Usa
pantalones cortos negros y una camiseta blanca durante el turno. Tus
tacones funcionarán bien. ― Escudriñó mis zapatos. ―Por ahora no te
hagas trenzas ni colas de caballo. Debes llevar el pelo suelto. Asegúrate de
lavarlo todos los días también. No queremos que te veas grasosa mientras
atiendes a los clientes. ― Lanzando su largo cabello rubio sobre su hombro,
me arrojó el uniforme del club. ―Debes comportarte lo mejor posible.

Sostuve la nueva ropa contra mi pecho. ―De acuerdo.

―Y debes demostrar lealtad, ― añadió. ―Hemos tenido chicas como


tú trabajando aquí antes, ― dijo con desdén, ―metiendo la mano en la caja
para pagar el alquiler.

No soy una ladrona. ―¿Perdona? ― ¿A dónde va a parar esta


conversación? ¿Y qué pasa con la hostilidad en este lugar? ¿Es que todos
los que trabajan aquí son tan críticos y hostiles? ―Nunca robaría.

―Hay cámaras por todas partes. ― Señaló la cámara giratoria en la


esquina, directamente alineada con el bar. ―El señor Warren puede ver
todo desde su oficina.

―Oh, ― fue todo lo que pude articular.

―Bueno, cámbiate, ― ordenó, regresando a la larga fila de clientes


que esperaban servicio.

Dentro de la sala de personal, me puse el nuevo uniforme, revisé mi


cabello en el espejo y volví a aplicar maquillaje antes de regresar al bar.

Nunca he servido una pinta en mi vida, pero usé la llave para entrar en
la caja registradora, eché un vistazo a la interminable cantidad de clientes y
grité, ―El siguiente.
Durante las siguientes horas, demostré ser la peor camarera de la
historia. Tardo demasiado en hacer las bebidas. Derramé más cerveza de
barril de la que suministré. Y ya he roto como siete vasos.

Intenté no notar la cámara que nos grababa, aunque no pude evitar


preguntarme si Liam estaba sentado en su oficina, observando cada uno de
mis movimientos. La idea me hizo sentir aún más incómoda, y ciertamente
no ayudó con mi progreso esta noche.

―¡Muévete!

―¡No estás sirviendo lo suficientemente rápido!

―¡En serio! No durarás ni dos minutos en este lugar si no mueves tu


trasero perezoso.

―No tengo idea de por qué contratarían a alguien como tú. Eres
patética. Deberías sentir lástima por ti.

La última declaración hizo que mis ojos se pusieran en blanco.

¿Cuál es el problema de Natalie? Pasó toda la noche mordiéndome la


cabeza como un perro rabioso. ¿Esperaba entrar y hacer amigos
instantáneamente? No. Sin embargo, no pensé que hacer amigos sería tan
difícil. Estas mujeres vengativas no me han dado una oportunidad. Me
prejuzgaron en cuanto entré al edificio y decidieron que no valía la pena
conocerme. Y juro que están decididas a forzar la mano de Liam, esperando
que se dé cuenta y me despida.
―Dos cervezas, ― ordenó un cliente.

Agarré dos vasos de pinta y uno cayó directamente al suelo. Inhalé un


profundo suspiro para calmarme antes de tomar otro vaso.

―¿Algo más? ― Terminé de servir la cerveza y me fastidió al ver más


espuma en esos vasos que alcohol.

Soy increíblemente mala en esto.

El tipo dudó con su billetera, mirando los vasos sobrellenados con


insatisfacción.

―Yo cubriré esos, ― me apresuré a asegurarle. No debería tener que


pagar por unas bebidas tan indignas.

―No. No seas boba. Puedo ver que eres nueva. ― Pasándome un


billete de veinte libras, me dio una cálida sonrisa. ―Quédate con el cambio.

¿Por qué mis compañeros de trabajo no pueden ser tan amables como
los clientes?

―Liam dijo que podías irte ahora, ― me informó Natalie mientras


pasaba por allí con una caja de vino.

―¿En serio? ― Mis ojos instintivamente miraron la cámara. ―Me


quedan otras tres horas. ¿Estás segura?
―Sí, chica nueva. ― Al abrir el frigorífico, almacenó botellas sin abrir.
―¿Por qué más diría que lo hicieras? Lárgate.

―Adiós, bruja, ― murmuré, dejando el bar.

Me cambié de nuevo a mi ropa en la sala de personal, recogí mi bolso y


me dirigí al frente, agradecida por el aire fresco. Caminé al metro de
Londres para tomar una línea. Estuve exhausta durante todo el viaje, pero
mantuve los ojos abiertos hasta que fue mi parada.

Al dejar el metro y caminar hasta casa, reflexioné sobre los incidentes


de esta noche. Estaba demasiado ocupada para siquiera conversar con algún
empleado. Espero que no sea así en cada turno. No me importa el ajetreo,
pero ¿cómo se supone que voy a saber más sobre Kathy si es casi imposible
mantener una conversación en ese lugar?

¿Ni siquiera tomé un descanso?

¿Alguna vez me gustarán esas mujeres?

Deja de quejarte, Alexa. Querías el trabajo, bueno, ahora lo tienes.

Llegué al piso, y cerré la puerta de entrada de golpe y con llave detrás


de mí.

Trabajar para Liam Warren ibaa ser mucho más difícil de lo que pensé.
CAPÍTULO SIETE

Liam

Salí de la oficina para asistir a una reunión con los hombres en el piso
de abajo. Natalie se acercó a mí antes de que cerrara la puerta con llave, con
su largo cabello rubio cayendo sobre un hombro. Su sonrisa insinuante tuvo
el efecto contrario. No estaba de humor para follar esta noche. Sin embargo,
tenía tiempo para una mamada. Aun así, cuando su mano acarició mi brazo,
sentí un fuerte impulso de rechazarla.

―No esta noche, ― rehusé su oferta, y sus uñas me pincharon el codo.


―Natalie.

―¿Hice algo mal? ― Sus labios recién pintados hicieron un puchero.


―Nunca te resistes a una buena mamada.

Los chicos de seguridad no nos prestaron atención.

Me apoyé en la puerta cerrada. ―Tal vez más tarde.

―Vale. ― La molestia brilló en sus ojos, pero rápidamente minimizó


el rechazo. ―¿A qué hora vuelvo?
Sus ojos azules destellaron con desesperación. Supongo que estaba
desesperada. Dormí con otra mujer veinticuatro horas después de que ella y
yo folláramos en la oficina, y aun así, volvió, sabiendo que había estado
con otra persona, cayó a mis pies, suplicó por atención y, como si mereciera
reverencia, tragó mi descarga.

Natalie piensa que está enamorada de mí, aunque no ha admitido sus


sentimientos de amor en voz alta, pero la palabra ―felpudo ― impresa en
su frente lo sugiere.

La entretengo porque soy descortés y egoísta, pero últimamente estoy


aburrido. Y honestamente, los gemidos pornográficos teatrales de Natalie
no me despiertan interés.

Sus dedos tocaron mi pecho como si fuera un piano. ―Yo puedo hacer
todo el trabajo, ― ronroneó, tirando del cuello de mi camisa. ―Tus
hombres pueden mirar. No me importa.

Josh y Alexa eligieron ese momento para salir de la sala de personal al


final del pasillo. Él estaba en el proceso de ponerse una camiseta negra, y
Alexa, riéndose de algo que no era de mi conocimiento, le dio un codazo en
el estómago. Discerniendo el contorno esculpido de sus músculos
abdominales, ella le dio un buen golpe. Él sonrió con arrogancia, lo que
hizo que ella pusiera los ojos en blanco, y entonces, esos ojos, cuyo color
sigue siendo incomprensible, ya que parecen cambiar, aterrizaron en mí.
Fue una mirada apresurada, pero el hecho de que me notara la perturbó.

―Señor Warren. ― La voz de Natalie comenzó a irritarme. ―Tu chica


nueva se fue temprano anoche.
Le dirigí una mirada aguda. ―¿Qué?

―Sí. ― Su dedo giró un mechón de pelo. ―Como dos horas antes de


que terminara nuestro turno.

Cuando mi mirada regresó a los dos que se reían, ya se habían ido.

―Pensé que debías saberlo, ― continuó Natalie, su voz amarga. ―Yo


―Suficiente. ― Su abierta travesura disminuyó. ―Tu turno empezó


hace diez minutos.

La mandíbula de Natalie se tensó. ―Entendido.

Me uní a los hombres en la sala de conferencias subterránea del Club


11. Soldados de bajo rango, con trajes a medida y armados, bordeaban el
perímetro de la sala, mientras que mis hombres de mayor confianza, Brad y
Nate, se sentaban en la mesa de caoba alargada, esperando nuestra reunión a
puerta cerrada. Cherry se ocupaba detrás del bar de la esquina. Su imagen
desaliñada es el resultado de los clientes voraces de esta noche. Sirvió el
alcohol preferido de todos, entregó un porcentaje de sus ganancias, fajos de
dinero atados con clips de metal, y luego, disculpándose educadamente de
la sala, volvió arriba para ayudar en el salón principal.

―Bueno, ― encendí un cigarrillo y le di una larga calada. ―Procede.

―Alguien entró al restaurante. ― Nate abrió una carpeta forrada en


cuero y desplegó papeles sobre la mesa. ―Revisé la vigilancia. Dos
hombres enmascarados entraron al edificio a las tres de la madrugada de
esta mañana. Destrozaron la oficina y saquearon la bodega de vinos.

Mi sangre ardía. Tomé posesión de The Grape and Vine en mi vigésimo


primer cumpleaños. En ese momento, buscaba una nueva inversión, un
lugar donde blanquear fondos, legalizarlos y ocultar el contrabando de
dinero en efectivo a las fuerzas del orden.

Brad tenía un dilema. El padre de su exnovia, el sr. Gerald., se le acercó


fuera del club. Le lanzó acusaciones y amenazó con la ley si su exyerno no
le daba respuestas.

Lo que había pasado era que Brad Jones había tenido una relación.

Tiffany Fisher.

Salieron cinco años antes de que Brad la matara en un acto brutal de


venganza (esa no es una historia que me corresponda contar) y, aunque
acababa de conocer al hombre, lo ayudé incendiando la casa.

El Sr. Gerald . se convirtió en un problema, una espina en mi costado,


un parásito irritante que no sabía cuándo rendirse. Su hija desapareció, y él
exigía una explicación, algo que no estaba dispuesto a tolerar, así que le
hice una visita amistosa.

Es un recuerdo gracioso. Brad y Nate asistieron. Visité al antiguo


dueño de The Grape and Vine, el Sr. Gerald , quien, para nuestro disgusto,
estaba sentado detrás de un escritorio de madera maciza en su oficina, con
su empleado, William, arrodillado entre sus muslos extendidos, trabajando
en su pene.

Brad se quedó estupefacto. ―Estás casado con una maldita mujer. ― Y


luego, clavó una mirada de disgusto en el ruborizado William. ―¿En serio?
¿Eso es lo que te gusta? ― Echó un vistazo al pene flácido del joven. ―Te
estabas cascando uno con las pelotas arrugadas de un viejo.

Me presenté al Sr. Gerald y luego pasé al negocio. Cara a cara.


Hombre a hombre. Él lloró. Rogó a Brad que admitiera sus crímenes. Pidió
el cuerpo de su hija para que su esposa pudiera darle sepultura.

Nate obligó al Sr. Gerald a firmar la transferencia de The Grape and


Vine antes de que yo sacara el Águila y le metiera una bala entre los ojos.
Su amante secreto, William, vomitó al ver la sangre y luego, temiendo por
su vida, imploró misericordia. Bueno, para gestionar un restaurante,
necesitaba a alguien que lo llevara con mano firme en mi ausencia. Le di al
joven un ascenso, y desde entonces ha trabajado para mí. Es un joven
diligente. La gestión refinó su laboriosidad.

―¿Cuánto se llevaron? ― Pregunté, hojeando imágenes impresas.

―Uno de los tipos se sirvió una botella de Margaux, así que


aproximadamente seis mil en daños. Ese tipo, ― señaló al más grande de
los dos hombres en la imagen, ―vació la caja fuerte de tu oficina. Estás
viendo cuarenta mil en daños y una posible brecha de datos. Se llevaron
información de los clientes.

Rechiné los dientes. ―Dos veces, ― dije cortante, exhalando una nube
de humo. ―En el transcurso de un año, los ladrones de cajas fuertes me han
robado con éxito. Es hora de que invirtamos en una mejora. Quiero dos
cajas fuertes biométricas para la próxima semana.

―Señor, ― Nate arrastró las palabras, enviando otra carpeta al extremo


de la mesa.

La capturé con la mano. ―¿Qué es esto?

―El chequeo de antecedentes de Alexa Haines.

Mis dedos recorrieron el lateral de la carpeta. ―Quiero saber quién se


atrevió a entrar al restaurante. Encuentra a esos oportunistas y mátalos. ―
Me levanté y los hombres me siguieron, poniéndose de pie. ―Vuelvan al
trabajo.

Regresé a la oficina, saqué una botella de Macallan del minibar y me


senté tras el escritorio. Vertiendo un buen trago, lancé papel de Rizla
encima, construí una baraja y enrollé un porro.

El expediente de Alexa despertó mi interés.

Dando una larga calada, dejé que el humo fluyera hacia el fondo de mi
garganta, abrí la carpeta y comencé a leer. Tres minutos en la evaluación y
supe que algo andaba mal. Su expediente estaba prácticamente vacío o era
sumamente intrascendente. Aún no lo había decidido.

Mandé un mensaje de texto.


Yo: Envía a la Srta. Haines a mi oficina.

Tres círculos rebotaban en la pantalla.

Brad: ¿Por qué? ¿Podemos compartir?

Yo: Brad...

Brad: No es como si no lo hubiéramos hecho antes.

Yo: No estoy interesado en follar a la chica nueva.

Brad: Genial. Yo sí.

Conté hasta cinco y luego respondí.

Yo: No te lo pediré de nuevo.

Brad: De acuerdo, jefe. Cálmate. La enviaré arriba.

Puse el móvil sobre mi escritorio, cerré la carpeta de la chica y la


guardé en el cajón. Encendiendo el monitor, inicié sesión en la vigilancia y
busqué a la chica en cuestión. Localicé a Alexa en la planta baja, sus
movimientos apresurados y nerviosos eran evidentes a simple vista. Con el
porro equilibrado en mi labio inferior, me recosté en la silla, empezando a
sentir el efecto del humo, y observé hasta que se paró afuera de mi puerta.
Su nerviosismo causaba dilación. Mis hombres se mantuvieron
profesionales, no respondiendo a sus murmuraciones.

Un golpe en la puerta.

―Adelante, ― autoricé, y, tímida pero sonriente, su rostro apareció


alrededor del marco de la puerta. ―Adelante, Srta. Haines.

―Sí, por supuesto. ― Entró en la habitación, quedándose de espaldas


contra la puerta sellada. ―Brad dijo que querías verme.

Señalé la silla frente a mi escritorio.

Cuando Alexa caminó, luché por apartar la vista. Sus piernas se


extendían por millas. Sus tacones habían visto días mejores, sin embargo.
Tirando de la silla ligeramente, se sentó y cruzó esas piernas tentadoras
antes de juntar sus manos en la rodilla.

Tomé medidas preventivas y desvié la mirada al vaso lleno de whisky.


―¿Cuál es tu excusa por impuntualidad?

―Impuntualidad, ― repitió, sus labios temblando en desconcierto.


―Lo siento, Sr. Warren. No entiendo la pregunta.

―Te fuiste temprano anoche sin mi permiso. La ociosidad es


intolerable, Srta. Haines. Debería despedirte.

Su boca se abrió en shock. ―¿Se me permite defenderme?


―No. ― Sin embargo, sentí que desafiaría mi autoridad de todos
modos. ―No tengo suficiente curiosidad como para que me importe.

―Bueno, eso es un trato injusto, Sr. Warren. No estoy aquí para ser
victimizada por los compañeros. Estoy aquí para ganar dinero.

―La victimización es una acusación fuerte, Srta. Haines, ― dije


calmadamente, y ella apartó el cabello, lo cual expuso la curva graciosa de
su clavícula. ―¿Estás levantando una queja?

―No, ― dijo después de una pausa en silencio. ―No, puedo


manejarlo. ― En la yuxtaposición de alcohol y drogas, le ofrecí la botella
de Macallan y, agradecida por la distracción, vertió su propio trago.
―¿Puedo hacerte una pregunta?

Soplé una larga estela de humo. ―Adelante.

Alexa miró fijamente el vaso de whisky cuando preguntó, ―¿Estás


saliendo con Natalie?

Aunque su pregunta fue inesperada, me mantuve inexpresivo.


―¿Acaso mi vida sexual es asunto tuyo?

―No lo es, ― replicó. ―Pero creo que la razón de su odio hacia mí


tiene algo que ver contigo. Mejor dicho, definitivamente tiene algo que ver
contigo.

Encendí el porro de nuevo. ―No salgo con nadie. Si Natalie es un


problema, la pondré bajo observación hasta que aprenda a comportarse.
Su aliento contenido salió aireado. ―Realmente estoy tratando de
evitar más confrontaciones. Como te dije, sólo estoy aquí para ganar dinero.
¿El que no la debe no la teme , verdad? ― Cuando fruncí el ceño, se tocó la
cara con la palma. ―Por favor, borra todo lo que estoy diciendo . Tiendo a
divagar cuando estoy nerviosa.

No hice nada para avivar su ansiedad, pero tomé en cuenta su novedad.


―Antes de que vuelvas a trabajar, ― abordé un nuevo tema, ―deseo
discutir algo. Debido a mis actividades extraoficiales, ― dije evasivamente,
―hago verificaciones de antecedentes a todos mis empleados. ― Su rostro
palideció. ―Tu palidez no es muy tranquilizadora, Srta. Haines.

Su garganta trabajó una deglución. ―No aprecio que invada mi


información personal, Sr. Warren.

―No me disculparé por vigilar mis intereses. Sin embargo, ten la


seguridad de que descubrí insignificancias. ― Inclinándome sobre el
escritorio, rellené nuestros vasos. ―Así que, o llevas una vida aburrida, o
me estás ocultando algo. ¿Cuál es la verdad?

Las uñas rojas de Alexa tamborilearon el vaso de whisky. ―Ambas,


supongo, ― dijo, y me recosté para escuchar. ―Tengo un pasado
innombrable. Es de conocimiento público, pero no es algo que discuta
abiertamente. Hoy en día, sin embargo, sólo viajo entre mi casa y el trabajo.
Eso es todo. Llevo una vida muy aburrida.

―De conocimiento público, pero en tu expediente dice que los padres


son desconocidos.

―¿Qué? ― Su nariz se arrugó. ―Eso es imposible.


Mis manos temblaron. ―Nómbralos.

―Adaline Rutherford y Patrick Haines.

―Y están muertos?

―Sí, ― dijo sin vacilación.

―¿Estás en las redes sociales?

Una pared de protección se levantó a su alrededor. ―No.

―¿Por qué?

Sus ojos se desorbitaron. ―¿Estás en las redes sociales?

No, odio las redes sociales. ―No tienes autorización para hacerme
preguntas.

―Siento que me atacas, ― dijo con una risa nerviosa. ―Sr. Warren,
sólo soy una don nadie.

Levanté mi móvil. ―Si googleara tu nombre, ¿qué encontraría?

La perplejidad de Alexa se transformó en miedo manifiesto.


―Humillación.
Mi pulgar se detuvo en la barra de búsqueda. ―¿Humillación?

Las lágrimas subieron a sus ojos. ―Mejor que no lo hagas.

―Alexa. ― Su repentina tristeza despertó mi interés. ―Necesito


conocer tu historial. Es obligatorio. No confío en nadie.

―Entonces, me iré, ― dijo, y levanté las cejas. ―No soy una amenaza
para ti, Sr. Warren. Lo que haces tras puertas cerradas no es de mi
incumbencia, pero es injusto esperar total transparencia de mí. Tengo
derecho a la privacidad.

―Si la historia de tu vida está disponible en línea, ¿cuál es el


problema?

Alexa consideró la pregunta. ―Es agradable estar rodeada de personas


que me toman por lo que aparento ser.

Su misterio avivaba la curiosidad. Esperaba que la reunión calmaría las


inquietudes, pero sus respuestas indirectas empeoraron las reservas. Contra
su súplica, escribí la información en la barra de Google, y me preguntó si
había escrito mal su nombre. Enmendé el nombre a Rutherford—nada.

―¿Te burlas de mí? ― pregunté, y ella se sobresaltó ante la dureza de


mi tono. ―Una vez más, me encuentro sin salida. ¿Qué no me estás
diciendo, Srta. Haines?

La cara de Alexa se contorsionó. ―Yo... ― Nuestras miradas se


encontraron. Sus ojos se veían más verdes de lo usual. ―Debería estar allí.
Quiero decir, estaba allí, ― tartamudeó, y luego, con una sed insaciable,
sacudió gotas del vaso vacío sobre su lengua. ―Tuve una mala infancia. No
es nada emocionante, Sr. Warren. No entiendo por qué no está en línea o
por qué alguien le ha dado el archivo incorrecto. ― Frotó el sudor en su
frente. ―Lo siento, estoy sin palabras.

Tú y yo, ambos. ―Respira, Srta. Haines, ― dije, percibiendo sus


respiraciones cortas y entrecortadas. ―Preferiría que no te desvanecieras de
nuevo.

―Lo siento, ― se disculpó, inhalando respiraciones profundas y


soltándolas en intervalos.

Cuando la dificultad respiratoria de Alexa apuntaba a la


hiperventilación, rodeé el escritorio y, agarrando los apoyabrazos de su
silla, giré su asiento para enfrentarme completamente. ―Alexa, ― dije,
corto y tajante, y cuando sus ojos, marrones y vidriosos, me miraron, solté
una maldición. ―¿Qué te pasa? Sólo respira. ― Cayendo de rodillas frente
a ella, sostuve su cara, desconcertado por el cambio en el color de sus ojos,
y la obligué a mantener una mirada mutua. ―No es gran cosa. Respira.
Lento y despacio. Inhala y exhala.

Asintiendo vehementemente, Alexa inhaló, sostuvo esa respiración,


luego exhaló, y otra vez, tomó una larga y profunda respiración y sus labios,
fruncidos para expulsar, soplaron suavemente contra mi mejilla. Casi podía
escuchar la frenética palpitación de su corazón.

La puerta de la oficina se abrió de golpe. ―Jefe... ― Brad se detuvo, y


Alexa, avergonzada pero comprometida, giró abruptamente su cuello, casi
apoyando su frente en mi hombro. ―Joder. ¿Está bien?
―Danos un minuto, ― ordené, y él se retiró al pasillo, dejando la
puerta entreabierta.

El último suspiro de Alexa se interrumpió. ―Lo siento, ― susurró, y


sentí una lágrima caliente en mi pulgar. ―Te juro que no estoy loca. No sé
qué me está pasando últimamente.

―Ve y límpiate, ― dije mientras nos levantábamos al unísono. ―Y


¿Srta. Haines? ― Sus pasos hacia la puerta vacilaron. ―Más te vale que no
descubra nada deshonesto.

Brad caminó mientras Alexa se escabullía. Con un palillo de dientes


entre los dientes, se dejó caer sobre el sofá de cuero, sacudió un pequeño
paquete transparente y vació cocaína sobre la mesa de café de alto brillo.
―¿Quieres una línea?

Llevando whisky embotellado y dos vasos limpios al área de asientos,


le di un breve asentimiento. ―El expediente de Alexa está demasiado
limpio.

Usó una tarjeta de débito para separar las líneas. ―¿Podemos confiar
en ella?

―Honestamente, estoy dividido. ― Tomando una posición opuesta a


Brad, me senté en el borde del sofá de cuero. ―¿Qué tan dañina puede ser
una chica de diecinueve años?

Brad enrolló un billete de cincuenta libras. ―Creo que es kosher.


―¿Sí? ― Indagué, y él asintió. ―Ella tiene un 'pasado indescriptible'.

Él resopló. ―¿Eso fue lo que dijo?

Hice un ruido ambiguo.

―¿Acaso no lo tenemos todos? ― Inhaló dos líneas, se rascó la


irritación de la nariz y se desplomó contra el cuero. ―¿Puedo hablar
libremente? ― Pestañeé una vez. ―Pareces demasiado interesado en
nuestra recientemente contratada. Tal vez te esté afectando la mente.

Ignoré su sarcasmo. ―Medidas de seguridad.

―Sí, ― dijo en un susurro. ―No querríamos que se repitiera lo de la


última vez, ¿verdad?

Sacando un billete de cincuenta libras de mi cartera, lo enrollé


fuertemente. ―La última vez, estaba desprevenido. Quiero ojos sobre ella
en todo momento. Si está ocultando algo, si las lágrimas y los ataques de
pánico no son genuinos, la ejecutaré.

Brad cruzó los brazos. ―¿Quieres que me pase por su casa? Puedo
hacerlo mientras está trabajando. Si hay algo que encontrar, estará en su
piso.

Probé la cocaína en mi pulgar. ―No. Si alguien va a revisar el piso de


Alexa, seré yo. ―Sólo mantén un ojo en ella como te indiqué.
―Mientras tanto, ― dijo, con una expresión maliciosa en sus ojos.
―¿Alexa está en discusión?

Me detuve con la botella de Macallan en los labios. ―¿Qué quieres


decir?

―¿Puedo perseguirla?

El hijo de puta me estaba poniendo a prueba. ―¿Estás interesado?

―Por Dios, estoy hambriento, ― dijo medio en broma. ―No me


importaría joderle el culo.

Sí, su trasero es decente. Soy culpable de mirarlo de vez en cuando.

―Entonces, ¿está en la mesa? ― Su mirada me desafió a prohibirlo.


―¿Jefe?

Mi boca se torció en la comisura. ―No pertenece a nadie.

―Entendido. ― Froto de manos. ―Dejaré que se ajuste primero.


Luego la quebraré.

Por una razón incomprensible, no me gustaba la idea de que mis


hombres tocasen a Alexa. Tal vez porque era bastante joven, ingenua y
confiada. Quizás porque si no puedo tenerla yo, nadie más puede.
Cualquiera que sea la razón, los hombres, especialmente Brad, no deben
saber que tengo debilidad por ella. ―Alexa está fuera de los límites.
―¿Perdón, jefe? ― Brad se puso una mano detrás de la oreja. ―¿Qué
dijiste?

Estiré los brazos detrás del sofá mientras cruzaba una pierna. ―Me
escuchaste.

―Fuera de los límites. ― Movió el palillo de dientes hacia el lado


derecho de su boca. ―Correcto.
CAPÍTULO OCHO

Alexa

El reconfortante olor del café en el aire me despertó de un sueño sin


sueños. Con la cabeza enterrada en la almohada, gruñí adormilada,
entreabriendo un ojo para ver a Chloe, sentada al borde de la cama, con una
humeante taza de café en la mano, mientras la luz del sol de la mañana
temprana se filtraba a través de la ventana con cortinas transparentes,
brillando a su alrededor.

―Buenos días, ― dije ronca, frotándome el cansancio de los ojos.


―Por favor, dime que eso es para mí.

―Claramente. ― Sus cejas se movieron. ―Aquí tienes.

―Madre mía. Me siento con resaca sin haber consumido alcohol. ―


Me senté, con la espalda contra el cabecero y acepté el café. Notando la
ansia en su rostro, la miré de reojo. ―¿Por qué estás de tan buen humor?
¿Qué me he perdido?

―Siempre estoy de buen humor. ― Se arropó con la manta de vellón.


―Bueno, vamos. Cuéntamelo todo. Todos los detalles jugosos. ― La
emoción brillaba en sus ojos. ―He estado deseando despertarte durante,
más o menos como tres horas.
―Nu-uh. ― Alcé una ceja mientras sorbía el café. ―Tú puedes
empezar.

―Está bien. ― Cruzó los brazos, preparándose para un discurso.


―Anoche visité a mi papá.

―¿Qué? ¿Y esa es la razón detrás de la alegría matutina? ― No había


querido sonar sarcástica, pero Chloe odiaba a su padre, así que visitarlo,
cualquiera que fuera el propósito, era asombroso. ―Lo siento, eso fue
irrespetuoso.

―No, lo entiendo. ― Se apretó los labios. ―No es como si tuviera la


mejor relación con mi papá.

Coloqué la taza de café en la mesita de noche. ―¿Qué pasó?

―Bueno, todavía lo odio. ― Su fingido desdén era esperado. ―Y


sobre la -que-no-debe-ser-nombrada, ― se refería a su esposa, ―ya estoy
por encima de eso, querida. Nunca seremos muy cercanas, pero si ella hace
feliz a mi papá, ¿quién soy yo para causarle inconvenientes? No es como si
yo sea tan importante ni nada. Soy la hija imprudente, ¿verdad? La hijastra
no deseada. ― Amargura, acidez y salinidad goteaban de cada sílaba. ―Me
parezco a ella, ― susurró, el nudo en su garganta hizo que bajara el tono de
su triste voz. ―Creo que él la ve cuando me mira. Es difícil para él,
supongo. Sé que se volvió a casar, pero realmente amaba a mi mamá.

Mi corazón se apretó. ―Chloe...


―Estoy bien. ― Sus manos abanicaron su cara para eliminar las
lágrimas. ―Está bien, querida. Ya lo he dicho.

Suspiré de angustia vicaria. ―Entonces, ¿qué te hizo visitarlo?

Chloe necesitó un respiro alentador para continuar. ―Papá me dejó un


mensaje de voz ayer por la mañana sobre un evento benéfico que organizó y
en el que quería que apareciera. No sé qué me hizo asistir, pero tenía
curiosidad. ― Ella parecía avergonzada. ―Fue una mierda. Odio a los
socialités pomposos, y esos son los favoritos de mi papá. Imagina discursos
largos y aburridos, condescendencia altiva y pretensiones exageradas, ―
bromeó con un acento británico condescendiente, y me reí. ―Aunque me
alegro de haber ido. ― El rubor subió a sus mejillas. ―Conocí a alguien.

Mi sonrisa se ensanchó. ―¿Se parece a Chris Hemsworth?

―Ojalá. ― Se rió. ―No, pero me recuerda a un joven Clark Kent.

―Bien, ― dije con un silbido prolongado. ―¿Cómo se llama?

―Harold Stone. Trabaja para mi padre. Digamos que hizo que el


servicio de cena fuera una experiencia soportable. ― Me miró con ojos
soñadores. ―Es increíblemente guapo, tiene buenos modales y es
excepcionalmente encantador. Me costó concentrarme porque estaba
demasiado ocupada mirándolo.

La risa brotó de mí. ―¿Lo volverás a ver?


Sus dientes se hundieron en su labio inferior. ―Quiere invitarme a una
cita.

Si alguien merecía felicidad, era ella. ―¿Y?

―Y le dije que le avisaría. ― Su aplauso y chillido agudo


ejemplificaban la emoción. ―Vale, estoy calmada de nuevo. ¿Cuándo
debería enviarle un mensaje? ¿Hoy? ¿Mañana? ¿La semana que viene? ―
Su balbuceo me llevó en un viaje salvaje. ―Quiero que piense en mí. No
puedo mostrar desesperación, Alexa. Debería dar el primer paso, ¿verdad?

―Chloe. ― Contuve la diversión. ―Esperar veinticuatro horas para


enviar un mensaje no es desesperación.

―Sí. ― Sus manos abrazaron el móvil. ―Vale, ¿qué debo decir?

Soy la peor persona para dar consejos sobre relaciones. ―Gracias por
la noche pasada. Me lo pasé muy bien.

―¿Eso era una pregunta? Sonabas insegura.

Me encogí de hombros.

Sus pulgares teclearon en la pantalla. ―Hecho. Ah. ― Agarrando una


almohada, se cubrió la cara y luego, emergiendo de detrás de las plumas de
pato con lentejuelas, asomó sobre los hilos de los flecos. ―Me estoy
volviendo loca, querida. Háblame. Cuéntame qué pasó en el trabajo anoche.
―Bueno, gané muchas propinas. ― Tomando un sorbo de café, abrí el
cajón de la mesita de noche para agarrar el bolso y vacié billetes arrugados
y suelto en la cama entre nosotras. ―La gente es generosa. Posiblemente
soy la peor camarera del planeta, pero aún así, los clientes dejan grandes
propinas. Un tipo me dio cincuenta libras porque le escuché quejarse de su
esposa durante treinta segundos mientras le servía una pinta.

―Hay mucho dinero aquí. ― Los dedos curiosos de Chloe trazaron la


imagen holográfica de la Reina. ―¿Vamos a comprar víveres?

―Sí. ― No pude ocultar mi alegría. No es frecuente que nos


permitamos gastar en buena comida. Apretarse el cinturón sólo da para lo
básico. ―Cerveza decente. Vodka ruso. Helado de Cornualles.

―¿El helado de marca barata ya no es suficiente, eh? ― Comprobaba


su móvil con frecuencia para ver si Harold había respondido. ―Entonces,
cuéntame de anoche.

―Bueno, estaba en la barra con Josh—

―¿Quién es Josh?

―Es el chico que nos sirvió bebidas la noche que nos colamos en el
Club 11.

Su cuerpo se estiró a través de la cama. ―Cierto.

―De todos modos, como estaba diciendo, estaba en la barra con Josh
cuando Brad—
―¿Quién es Brad?

Sabiendo que había mencionado al rubio de traje antes, la miré con


desconcierto. ―Brad es uno de los hombres de Liam. Su mano derecha,
para ser exactos. Vino a la barra y me mandó a la oficina de Liam para una
reunión no programada. Chloe, me asusté. Pensé que sabía algo.

―¿Cómo? ― preguntó, y puse una cara de incertidumbre. ―¿Qué te


dijo?

―Inicialmente, tuve una charla sobre la tardanza porque Natalie—

―¿Quién es Natalie?

Esta chica no dejará de interrumpir. ―Natalie trabaja conmigo detrás


de la barra. Es una perra desdeñosa. No sé qué le hice en una vida pasada,
pero me odia.

La actualización molestó a Chloe. ―¿Cuál es su problema?

A Natalie le gusta nuestro jefe. Si él respira en mi dirección, ella piensa


que voy a arruinar cualquier acuerdo sexual que tengan. ―De todos modos,
Natalie me dijo que me fuera temprano por orden de nuestro jefe, lo cual
anoche descubrí que era una completa mentira. Liam no autorizó un turno
corto, así que me enfrenté a una reprimenda.

Las mejillas de Chloe se inflaron. ―¿Quieres que le arranque el


cabello?
Me reí. ―No, ― dije, y ella mostró sus blancos dientes. ―Liam hizo
un chequeo de antecedentes.

Su alegría se desvaneció. ―¿Qué?

―Tengo un expediente limpio, ― dije, y su desconcierto silenció su


lengua. ―O uno de los chicos de traje no hizo bien su trabajo, o alguien
borró mi información del registro público. Ah, y no puedes encontrarme en
Google.

―¿Qué? ― Desconcertada por la conversación, desbloqueó su móvil y


escribió mi nombre en Google. ―Hostia puta, querida. ― Su boca formó
un círculo. ―¿Qué está pasando ahora mismo? ¿Dónde están los artículos
de noticias antiguos?

―No lo sé, ― susurré, y compartimos una mirada de inquietud.


―Cualquiera que sea la razón, me alegro porque si Liam descubre que soy
la hermana de Kathy antes de que averigüe qué pasó con ella, puedo
terminar en una tumba sin marcar.

―Imposible, ― dijo en voz baja. ―Alexa, ¿quién te eliminaría de los


Archivos Nacionales? ¿Y quién es lo suficientemente experto en tecnología
como para hacer una eliminación de contenido del motor de búsqueda?
Escucha, me alegra que Liam se haya quedado sin pistas, pero Alexa, no me
gusta esto. ¿Y si—

―No, ― la corté. ―No tiene nada que ver con él. Se fue, Chloe.

―¿De verdad? Kathy está desaparecida y los viejos artículos


desaparecen milagrosamente. ― Su expresión se volvió melancólica.
―Alexa, no creo que podamos ignorar estas cosas. Podría significar algo.

Sabía que tenía razón, pero me negué a darle al hombre un segundo


pensamiento. ―Necesito ir al baño.

―Al ocuparme de mis asuntos matutinos, Chloe fue a la cocina a


preparar otra ronda de café. Con la vejiga aliviada, los dientes cepillados, la
cara salpicada de agua fría, me sequé las manos con una toalla y, estirando
los brazos hacia el cielo para aflojar las extremidades, caminé hacia la sala
de estar y me dejé caer en el sofá. Cogí el mando a distancia para cambiar
de canal, seleccioné This Morning y bajé el volumen. No quería ver ni
escuchar, pero me gustaba tener algo de fondo.

―¿Te comiste todo el pan? ― preguntó Chloe desde la pequeña


cocina. ―Quería hacer tostadas antes de irme al trabajo.

―Me comí dos rebanadas antes de acostarme. ― Aún quedaba media


barra. ―Mira en los armarios.

―Ya lo hice. ― Llevando dos tazas a la sala, las colocó en la rústica


mesa de café y, con las manos en las caderas, miró hacia la cocina. ―Lo
compré ayer. ― Su ceño permaneció fruncido. ―No importa. Compraré un
bocadillo antes de llegar a la oficina.

―Estoy tan cansada, ― murmuré mientras bostezaba. ―Odio ser


adulta.

Chloe se sentó a mi lado en el sofá y recogió sus rodillas contra el


pecho. ―¿Cuándo tienes tu próxima noche libre?
No tenía ni idea.

***

Llegué al trabajo treinta minutos antes para volver a explorar la sala del
personal. Anteriormente, había revisado la cocina y buscado en los cajones
de los cubiertos, el refrigerador y los armarios. Por supuesto, no encontré
nada, al igual que ahora, pero tenía que seguir buscando por si me había
pasado algo.

A los diez minutos de exploración, la exasperación se intensificó. Fui a


los vestuarios con las manos vacías. Las taquillas bordeaban las paredes.
Había bancos y sillones de chesterfield repartidos por el suelo. Era inútil.
Regularmente volteo la sala de arriba a abajo y me frustro por no encontrar
nada.

De camino a la sala principal para empezar el trabajo, pasé por el


armario de limpieza, el mismo lugar donde Liam me lanzó al desconcierto
mental. Miré la puerta sin cerrar. Es un pensamiento extravagante , pero
¿dónde se guardan los objetos perdidos?

Volví a examinar mis alrededores, abrí la puerta y asomé la cabeza en


la oscura sala impregnada de productos químicos. Desbloqueando mi móvil,
me deslicé por las aplicaciones, seleccioné la linterna y, entrando con
inquieta vigilancia, apunté una tenue luz a las estanterías, que se extendían
del suelo al techo cual unidades de garaje. Blanqueadores se apilaban los
estantes y cajas de guantes estériles no abiertos llenaban el mostrador. Todo
parecía normal, excepto las cajas de cartón amontonadas debajo de la
unidad metálica. Con una mirada hacia la puerta, me arrodillé en el suelo de
hormigón y extendí un brazo debajo del estante inferior. Mis dedos
temblaban. Agarré la primera caja, la deslicé al suelo y abrí las aletas
endebles para mirar dentro: acumulaban chatarra aleatoria — artículos
diversos: cosméticos, joyas, zapatos, ropa.

Cerré la caja y cogí otra.

Más tonterías.

Al devolver la caja, vi débilmente algo al fondo del estante. Dirigiendo


la linterna, iluminé el bolso y me estremecí al reconocer el broche en forma
de margarita.

Metí el bolso cubierto de polvo bajo mi chaleco, lo que produjo una


barriguita de embarazada increíble, apagué la linterna y, manteniendo mi
espalda hacia la cámara del pasillo al salir, corrí al baño del piso inferior.

Dentro de la cabina cerrada, me senté en la tapa del inodoro cerrada y


abrí el bolso de Kathy: monedero, labial, pendientes, condones, perfume,
llaves y recibos. En la bolsa lateral había una fotografía antigua de nuestra
madre. Su hermoso rostro evocaba nostalgia, pero su felicidad fingida y su
sonrisa falsa despertaban recuerdos perturbadoramente vívidos,
devastadores flashbacks, gritos, llantos, súplicas, ruegos.

Cerré los ojos con fuerza, obligando a callar a las voces al fondo de mi
mente. No hoy, Alexa. No quieres ir allí.

Mis ojos se abrieron.

Devolví la fotografía a la bolsa lateral y, por curiosidad, leí los recibos


de Kathy: restaurantes, tiendas, tiendas de conveniencia y un hotel. De
hecho, la mayoría de los recibos de Kathy eran del mismo hotel. Leí la
dirección. Está a la vuelta de la esquina del Club 11. Quizás era el lugar
favorito de Kathy y Liam. Sin embargo, él afirmaba no salir con nadie.

Volví a cerrar el bolso, me subí a la tapa del inodoro y deslicé el panel


móvil del techo para esconder sus pertenencias en lo alto. Luego devolví el
panel a su lugar, me sacudí las manos y empecé mi turno detrás de la barra.

***

Aunque Chloe se ofreció a visitar la casa de empeños cerca de su


oficina, decidí ir yo misma. Trabajo de noche, así que tenía mucho tiempo
libre durante el día para hacer recados. Sin embargo, ninguno de los tres
prestamistas identificó a Kathy. Mostré fotos para refrescar sus memorias,
di descripciones detalladas e incluso busqué el modelo del móvil en
Internet.

―¿Cuándo vendió ella el móvil?

Estoy hablando con un anciano malhumorado. Es demasiado huraño


para tratar con clientes y tiene la capacidad de atención de un pez dorado.
―No lo sé, ― dije por enésima vez desde que llegué. ―Pero llamé a su
número, y alguien más respondió la llamada. Dijo que compró el teléfono
en una casa de empeños.

―No fui yo. ― Tenía ojos con cataratas. ―Trabajo seis días a la
semana y no me pierdo nada. Recordaría si ella lo hubiera empeñado aquí.
Cogí el folleto en el mostrador y señalé lo obvio. ―Abierto siete días a
la semana.

Me miró por encima de sus gafas. ―¿Y?

―¿Y quién te releva para que tengas un día libre?

―¿Qué importa eso?

―Quizás esa persona trató con mi hermana.

―Hm, ― murmuró, acariciando su doble barbilla. ―Podrías estar en


algo, señorita.

Madre mía.

Se tambaleó hacia la parte trasera de la tienda para llamar a alguien.

Agotada por nuestra extraña conversación, extendí los dedos sobre el


mostrador, bajé la cabeza e hice un esfuerzo por recapitular. Puedo escuchar
al tipo al teléfono. Está discutiendo el asunto con un empleado. Basándome
en su actitud despreocupada, saldré de aquí desanimada.

Me fui antes de que él regresara, no queriendo presenciar la expresión


de ―te lo dije ― en su rostro. Me dirigí al hotel, el destino final del día.
Tenía trabajo en unas pocas horas y necesitaba comer algo antes.
Caminé hasta el hotel de dos pisos, un viejo edificio pintado de azul
adornado con contraventanas de madera rústica tallada a mano, cestas
colgantes florecidas y enredaderas trepando por las paredes.

Atravesando la entrada principal, me quedé en el espacioso vestíbulo


para maravillarme con los azulejos victorianos del suelo. Un hombre de
mediana edad estaba sentado detrás del curvo escritorio de recepción de
nogal. Me miró por encima de sus gafas de montura negra. ―¿Tiene una
reserva, señora?

―Hola, ― dije tímidamente. ―Me preguntaba si podría hacerle


algunas preguntas. Es sobre mi hermana. Ella se hospedaba aquí con
frecuencia... ― Su expresión pétrea intensificó mi nerviosismo. ―Puedo
mostrarle una foto. ― Desbloqueando mi móvil, dejé caer mi bolso al suelo
junto a mis pies y le mostré una imagen reciente de Kathy. ―Encontré sus
recibos. Creo que podría haber sido una cliente habitual.

―Señora. ― Deslizó las gafas hasta la punta de su nariz para frotarse


el puente entre los ojos. ―Por mucho que me gustaría ayudar, me
enorgullece mantener la confidencialidad de los clientes.

―Aprecio sus preocupaciones, pero es importante. Mi hermana


desapareció. Necesito saber qué le pasó.

Él se reclinó en la silla. ―¿Contactó a la policía?

―Sí, pero no han hecho nada. ― Mis ojos se llenaron de lágrimas.


―Creo que algo malo le pasó. Honestamente, estoy agarrándome a un
clavo ardiendo. Pero no puedo quedarme sin hacer nada. Por favor, se lo
suplico. ― Cuando él hizo una mueca, jugueteé con mi monedero. ―Puedo
pagarle. ― Usaré el dinero de la indemnización. ―¿Cuánto?

―Señora. ― Su mano se posó sobre la mía. ―No quiero su dinero. ―


Moviendo sus hombros hacia atrás, acercó la silla al escritorio. Sus dedos
pulsaron sobre el teclado. ―¿Cuál es su nombre?

La gratitud suavizó mis rasgos. ―Kathy Haines.

Tecleó sus datos en el sistema. ―Me temo que no tengo a nadie


registrado con ese nombre. ¿Estás segura de que se hospedó aquí?

―Sí. ― Sentí una repentina oleada de mareo. ―Vi sus recibos.

―Tal vez su acompañante hizo las reservas.

Subí la columna del optimismo. ―Liam Warren.

Sus dedos vacilaron sobre el teclado. ―Me inclino a no invadir la vida


personal del señor Warren, señora.

―No se lo diré, ― aseguré al hombre, pero el miedo en sus ojos se


intensificó. ―Es una simple búsqueda en el sistema. Él no se enteraría.

―Mierda. ― Revolviendo su melena castaña, regresó al teclado, tecleó


los datos de Liam en el sistema, y el alivio se asomó por su rostro. ―No. El
señor Warren tampoco está en el sistema.
―Imposible. ― Me quedé sin palabras. ―Vi los recibos. Mi hermana
vino aquí.

―¿Está segura de que el señor Warren acompañó a su hermana,


señora? ― preguntó, y yo fruncí el ceño, más confundida que nunca. ―¿Es
posible que ella estuviera saliendo con otro hombre?

Me ofendí por su inocua pregunta. ―Mi hermana no es una cualquiera.

―No insinúo nada. ― Se arregló su pajarita torcida. ―Pero es algo


que se debe tener en cuenta, sin embargo.

Mis ojos fueron a la cámara de seguridad en la esquina. ―¿Qué pasa


con la vigilancia?

Siguió mi línea de visión. ―Necesitaría una fecha exacta.

¿Por qué dejé los recibos ?

Perdí la pelea. Agradeciéndole al hombre, colgué la correa del bolso


sobre un hombro y me dirigí hacia la puerta. Casi toqué la manilla dorada.
―Adaline Rutherford, ― dije, y sus cejas se fruncieron. ―¿Está su nombre
en el sistema?

―Puedo comprobarlo. ― Se escuchó el sonido de teclas siendo


presionadas. ―¿Cómo se deletrea el apellido? ― Le fui deletreando las
letras. ―Hay una coincidencia. ― Sonrió, y una risa de alivio salió de mis
labios. ―Adaline Rutherford.
Kathy usó el nombre de nuestra madre. ―¿Cuándo fue la última vez
que ella estuvo aquí?

Su cabeza bajó mientras leía la información en la pantalla. ―El año


pasado.

Fue el primer destello de esperanza que sentí desde que Kathy


desapareció. ―¿Y su acompañante?

El tipo hizo una mueca. ―Señor Rutherford.

Kathy usó un nombre falso para ocultar los detalles de su amante. ―Es
Liam.
CAPÍTULO NUEVE

Alexa

He sobrevivido un mes entero trabajando para Liam Warren. Me


merezco una medalla. El Club 11 es trabajo duro. A pesar de la falta de
sueño, los compañeros hostiles y la ilicitud no hablada, gané un salario
decente. Todos me odiaban. Bueno, eso es una ligera exageración. Son las
mujeres las que detestan verme. No tengo amigas, es decir que no tengo
amistades con otras chicas. Me llevo bien con los hombres de Traje, sin
embargo, y Josh, el jefe de barman, es agradable de tener cerca. Además, es
divertido, carismático, descarado e inteligente. ¿Por qué no puedo dejar de
pensar en Josh?

Me llevé una cucharada de helado a la boca.

En lo que respecta a mi hermana, he llegado a un punto muerto. Si no


hubiera visto a Kathy entrar en el Club 11 con mis propios ojos, empezaría
a dudar de que siquiera trabajara allí.

Kathy prácticamente vivía dentro del edificio, así que debería haber
rastros de ella por algún lado, ¿verdad? Incorrecto. Revisé cada habitación,
rincón y grieta, omitiendo el bolso, que ahora está guardado bajo la cama.
He descubierto conocimientos inútiles. Si el bar está tranquilo y las
bailarinas están paradas charlando, finjo estar ocupada y escucho sus
conversaciones, ignorando su vulgaridad y sus risas teatrales, esperando que
alguna de ellas mencione a Kathy. Mi hermana actuaba junto a esas
personas todos los días, sin embargo, nadie menciona nunca su nombre.
¿Qué se me está pasando de todo este asunto?

Dado que la mayor parte del Club 11 está fuera del alcance de los
empleados de bajo rango, no puedo extender más la investigación. No estoy
en una posición segura para interrogar a nadie, especialmente a esas
mujeres de mal carácter y rencorosas. En particular, Natalie y Cherry. Esas
dos están esperando la oportunidad perfecta para exponer mis motivos
ulteriores y correr a decirle a nuestro jefe.

―Sí, me uní al equipo bajo falsas pretensiones, pero no estoy


preparada para provocar a esas mujeres despectivas ni para engatusar a su
querido jefe. Lo que Liam hace en su vida no es asunto mío. De corazón, no
le deseo ningún mal. Sin embargo, si descubre que quería un trabajo por
razones diferentes al dinero, podría estar en problemas.

Liam Warren.

Gemí con la boca llena de helado.

A quien corresponda, yo, Alexa Haines, estoy muy enamorada.

Dios, ¿por qué me castigas?

Cuando ese hombre aparece, que es pocas veces ya que rara vez sale
de la oficina, me siento irremediablemente atraída por él.

Liam es dolorosamente guapo, y literalmente me roba el aliento cada


vez que nuestras miradas se cruzan. No estoy segura de cuándo ni cómo,
pero en algún momento desarrollé sentimientos románticos. Es la primera
persona en la que pienso por la mañana y la última antes de irme a la cama.
Siento mariposas cuando está cerca. Cuando escucho su voz, me pongo
nerviosa.

Es nuevo para mí, esas cosquillas en el pecho, los latidos erráticos del
corazón.

Estoy conflictuada con estas emociones recién descubiertas. Liam es


peligroso para las mujeres. Estás a salvo si disfrutas del sexo casual y de los
asuntos no románticos porque el hombre no sale con nadie, pero si lo ves
como algo más que un breve amorío, entonces es veneno para el corazón. Y
tenía que proteger mi corazón. Ya ha soportado demasiado dolor.

―¿Vas a comerte todo eso? ― preguntó Chloe, metiéndose palomitas


de maíz en la boca.

―Eh, ¿es helado de chocolate? ― Tomé una cucharada, saboreando su


deliciosa dulzura. ―¿Qué crees tú?

―Siento pena por tu trasero en la mañana, ― murmuró mientras usaba


el mando para cambiar el canal de televisión.

―Eso es asqueroso. ― Le empujé el tazón en la mano. ―Toma.


Apenas puedo seguir comiendo después de ese comentario.

―¿Cómo va todo el asunto detectivesco? ― Dejando una comedia en


la tele, alternaba entre devorar golosinas azucaradas y beber cerveza barata.
―¿Ya has hecho amigos?
―No va a ninguna parte. No he encontrado nada sobre Kathy, y no
creo que lo haga. ― Mi cabeza reposó sobre su hombro. ―¿Y si estoy
perdiendo el tiempo, Chloe?

―No puedes rendirte, cariño. ― Chloe abrió otra cerveza, y el sello


hermético liberó gas. ―¿Has pensado en preguntarle a Liam?

Sí, he pensado en si es seguro hablar con Liam sobre Kathy. Él ya me


conoce, así que ya no soy sospechosa ni considerada poco confiable. Sin
embargo, sigue siendo un criminal reconocido. Píntalo como quieras, pero
el hombre es un asesino no reconocido con un toque de glorificación. No
voy a jugarme la vida, ni por amor ni por dinero, ni por esclarecer un
misterio. ―Todo el tiempo. Pero me da miedo . ― Liam y sus hombres son
aterradores. No he visto nada demasiado turbio -eso no significa que todo
sea legal-, pero las bailarinas definitivamente se acuestan con los clientes
por dinero. Luego están las drogas.

―Drogas, ― repitió sin expresión.

―Sí. Drogas. ― Me senté con las piernas cruzadas, girándome a la


cintura para mirarla de frente. ―Dos veces a la semana, un camión gigante
retrocede por el callejón del club para que los hombres de traje lleven
grandes grúas selladas al sótano, dejando un rastro tenue de sustancia
blanca en el suelo. No soy experta en drogas, pero estoy convencida de que
es cocaína - ¡ah! Y tienen armas, ― susurré como si alguien pudiera
escucharnos chismear en las cercanías de nuestro destartalado piso.
―Armas de verdad.

Chloe colocó el tazón de helado sobre la mesa de café. ―¿Armas? ―


preguntó con ironía. ―Las armas de fuego son ilegales, Alexa.
¿Cree que no estoy al tanto de nuestras leyes sobre armas?

―Sí, Chloe. Armas. ― Irritada por su sarcasmo, me soplé el flequillo


de la cara. ―Las he visto. Nate vino detrás de la barra para vaciar la caja
registradora, ¿cierto? Cuando se agachó, el mango sobresalió del interior de
su chaqueta. ― De verdad. ―Me quedé jodidamente sorprendida. Seguro
que él también lo notó. Procrastinaba, como si quisiera entablar una
conversación, pero seguí sirviendo a los clientes, fingiendo estar ciega. Y
ser tonta.

Masticando regaliz de fresa ácida, se chupó el azúcar de los dedos.


―¿Quién es Nate?

Mi pecho se desinfló. ―¿Por qué siempre haces las preguntas menos


relevantes? ― Me levanté y me dirigí a la cocina por una bebida.

―Vale. ― Sus pies se arrastraban por el piso mientras me seguía. ―Lo


siento. Eso fue grosero de mi parte. ― Tomó la botella de agua de mis
manos y bebió un trago. ―Por favor, termina tu historia.

―Hace dos noches, los hombres de traje arrastraron a un hombre que


se resistía detrás de la barra y luego al sótano. Veinte minutos después,
Liam se unió a ellos. ― Al recordar esa escena perturbadora, sentí un
escalofrío recorrer mi columna. ―Ese hombre nunca volvió a salir a la
superficie. Creo que Liam mata a personas allí abajo, y luego los hombres
de traje se deshacen de los cuerpos.

Me lanzó una risa mordaz. ―¿Y qué supones que hace Liam con todos
esos cadáveres?
―¿Cómo diablos se supone que voy a saberlo? No es la primera vez
que los veo arrastrar a alguien al subterráneo. Esas víctimas nunca regresan.
Una vez arrastradas, ese es el fin del camino para ellas. Desaparecidas.

―Vamos, Alexa. ― Aspiró bruscamente. ―Estás paranoica.

―¿Paranoica? Estoy hablando en serio. El Club 11 está corrupto a más


no poder, y también lo están las personas que trabajan allí. Así que, la
respuesta a tu pregunta original es no. ― Mis ojos se nublaron. ―No le
preguntaré a Liam si sabe dónde está Kathy, ya que empiezo a preguntarme
si él es la razón de su desaparición.

―Cariño, por favor, no te enfades. Lo siento, ¿Vale? Tienes razón. He


escuchado los rumores sobre ese hombre. ― Inclinó la cabeza para cruzar
sus ojos con los míos. ―Pero Alexa, no quiero que te veas envuelta en su
mundo oscuro. Si ves algo indebido, simplemente cierra los ojos y mira
para otro lado. No es asunto tuyo.

―Lo sé, ― susurré.

―En cuanto a Kathy, si realmente crees que preguntarle directamente a


Liam es imposible, sigue haciendo lo que estás haciendo y mantente alerta.
Si no obtienes las respuestas que buscas, aléjate de ese lugar y no mires
atrás nunca más.

Chloe tiene razón. Estoy allí por una razón: mi hermana.

―¿Crees honestamente que él podría haber... ― Pálida, tragó


visiblemente. ―¿Crees que Liam es la razón por la que Kathy no ha vuelto
a casa?

Hay una pregunta no dicha entre nosotras.

¿Está viva mi hermana?

―No lo sé con certeza, ― dije sombríamente, mordiéndome la uña del


pulgar. ―Estoy empezando a considerar otras posibilidades, sin embargo.

―No tiene sentido. ¿Por qué querría hacerle daño a Kathy? ― Se subió
al mostrador y cruzó los brazos. ―¿Liam parece estar extrañando a su
novia?

Una risa incrédula vibró en mi pecho. ―Liam Warren parece el tipo de


hombre que nunca ha tenido una cita, y mucho menos que se haya
comprometido con alguien. Él mismo lo dijo. No estoy diciendo que Kathy
nos engañara. Tal vez ella pensaba honestamente que su relación era seria,
pero no creo que el sentimiento fuera mutuo entre ellos. No es un hombre
afligido. Si acaso, se está compensando de más con las bailarinas.

―Crees que su amor fue una fabricación de la verdad, ― dijo con


seguridad.

―¿Tal vez? No creo que Liam la extrañe. Ha avanzado rápidamente.


Esas bailarinas entran y salen de su oficina todo el puto día.

Sus ojos bajaron al suelo. ―Debe ser difícil de ver.


Fruncí el ceño. ―¿Qué?

―Al ex-lo-que-sea de tu hermana con otras mujeres. ¿Cómo lo toleras


sin querer destrozarle las pelotas?

―Bueno, en realidad no lo he visto hacerlo.

―Entonces, ¿cómo sabes que ha seguido adelante?

Supongo que tenía razón. ―Suposiciones.

***

Recibí una llamada telefónica temprano en la mañana de Brad. Dos


personas habían llamado para reportarse enfermas, lo que dejó el bar falto
de personal hasta que llegara el turno de noche. Me pidió si podía trabajar
un turno doble por un pago extra. Josh y yo éramos su primera opción. Al
principio, me sentí reacia a ayudar al club en su momento de necesidad, ya
que estaba sobrecargada y rara vez tenía tiempo libre, pero rechazarlos
significaría que Josh tendría que trabajar solo.

A pesar de que había estado refunfuñando y a disgusto cuando entré


por las puertas principales, me alegró haber aceptado las horas extras. El
Club 11 tenía una atmósfera mucho más tolerable durante el día. ―Blurred
Lines ― de Robin Thicke sonaba en el aire, pero la música era más baja de
lo habitual. No había bailarinas exóticas en jaulas ni pechos columpiándose
y culos moviéndose, y el bar abría para servir comida y alcohol desde las
once de la mañana, lo cual era una novedad para mí. No tenía idea de que
había una cocina o de que el club se transformaba en un restaurante durante
el día. El menú se veía realmente apetitoso aunque exageradamente caro.
Salivaba con el aroma envolvente de vibrantes comidas y carnes
infusionadas. Mis ojos seguían cada plato que salía de la cocina.

―Odio estas líneas borrosas. ― Decía mientras colocaba los vasos


limpios sobre la barra. ―Sé que lo quieres. Pero eres una buena chica... ―
Sentí que alguien me observaba y levanté la mirada desde debajo de mis
pestañas al descubrir que Brad, vistiendo un traje azul real, me devolvía la
mirada. ―¿He hecho algo mal?

―Pero, ¿eres una buena chica? ― Sus manos se apoyaron en el


mostrador de vidrio. ―Eso es lo que necesito saber.

―Sí... ― Él levantó su ceja izquierda, así que levanté mi ceja derecha.


―¿No?

―Entonces, admites que esto, ― hizo un gesto hacia mi cara, ―esa


pureza tuya es una fachada.

Incliné la cabeza hacia un lado. ―¿Exactamente qué me estás


preguntando?

―Está bien. ― Se inclinó aún más cerca y bajó su voz suave y melosa.
―Es que todos necesitan saber si eres virgen.

―Quieres decir, ― estreché mis ojos hacia él, ―que tú necesitas saber.

Desvergonzado, se encogió de hombros. ―El mismo caballo.


―No es asunto tuyo, pero no, no lo soy. ― Apilé los vasos debajo del
mostrador. ―¿Lo parezco o algo? Es la segunda vez que alguien me hace
esa pregunta. ¿Hay letras negras y audaces pegadas a mi frente? ― La
mordacidad salió a flote en mi tono. ―Alexa es más seca que una monja.
Es ridículo.

―¿Quién más te hizo esa pregunta? ― me preguntó, con una sombra


de sonrisa danzando en sus labios.

Nuestro jefe. ―Un tipo al azar.

Él resopló. ―¿Dónde está Josh?

―¿Josh es la verdadera razón por la que te acercaste a mí?

―Sí. ― Sonrió, lamiéndose un palillo en su labio inferior. ―Me


distraje.

―¿Hay alguna posibilidad de servicio? ― decía un cliente , señalando


su mesa. ―¿Lo mismo?

―Dame un segundo. ― Recordando el pedido anterior del caballero,


coloqué dos vasos cortos en la barra y añadí hielo y frutas frescas. ―Josh
estaba limpiando mesas en la parte trasera. ― Registré el pedido del señor
en la caja digital. ―Unos chicos jóvenes dejaron todo hecho un desastre...

Sin esperar a que terminara la frase, Brad se marchó a buscar a Josh sin
un vistazo atrás. Honestamente, ¿qué pasa con este lugar? A todos les
faltaban habilidades sociales; por ejemplo, modales.
Llevé los cócteles al cliente, entregándole el menú a él y a su
acompañante del almuerzo y regresé a la barra.

―¿Te gustan los días en el club?

Josh es el jefe de barra que nos sirvió a Chloe y a mí alcohol la primera


vez que vinimos aquí. Como no he hecho amigos, prácticamente me prendí
del pobre tipo. No creo que le moleste, sin embargo. Si acaso, disfrutaba de
la compañía. ―Estoy impresionada. ¿Está el Sr. Warren aquí ahora? Tal vez
vea si puedo cambiarme del todo al turno de mañana.

―Hoy Warren está en el restaurante con Nate, ― Me dijo mientras le


escribía a alguien en su móvil. ―Además, no le preguntaría. No le gusta
que la gente altere la rotación. Si te puso en el turno nocturno, ahí es donde
debes quedarte.

―Bueno, trabajamos de noche, y aquí estamos, ― dije con el pecho


inflado. ―Entonces, ¿cuál es el problema?

―Estamos trabajando ahora porque le convenía a Warren. Si te puso en


el turno nocturno, es porque también le convenía. Quiere que trabajes en el
turno tardío por alguna razón.

Impactada por el ridículo comentario, arrugué la nariz. ―No me gusta


esa filosofía.

―A mí tampoco. ― Levantó el menú para revisar la lista de precios.


―¿Tienes hambre?
―Me muero de hambre. ― Mi estómago no ha parado de gruñir desde
que salió el primer plato de la cocina. ―¿Crees que Brad nos dejará salir un
rato mientras esto esté tranquilo?

―Ya hablé con Brad antes de venir. ― Le lanzó las llaves a otro
empleado antes de decir: ―Vamos, Alexa. Vamos a buscar algo de comer.

***

Josh y yo encontramos un pequeño café en una calle lateral cerca del


Club 11. Con apenas clientes, teníamos una variedad de mesas de bistró
para elegir. Me gustó el lugar junto a la ventana, así que saqué una silla de
mimbre blanco y me senté.

―¿Qué quieres? ― Josh se despeinaba el cabello castaño por décima


vez desde que llegamos—exactamente hacía diez segundos. ―Yo invito.

―Tomaré un café. ― Al abrir el menú, leí la lista de platos


disponibles. ―Panini de jamón y queso... ― La camarera se fue antes de
que pudiera añadir la mejor ensalada de maíz a la lista. ―Gracias.

Mientras Josh estaba ocupado con la despampanante camarera, miré


por la ventana, escuchando su tensa conversación. ―¿Qué? ― susurró-
gritó. ―Eso es injusto, Pez.

Echaba un vistazo.

Pez, la llamó Josh. Su cabello rubio hasta la cintura caía liso sobre su
espalda. Tenía ojos grises y tormentosos entre gruesas pestañas negras, y
sus labios carnosos se movían rápido mientras daba lo que parecía ser una
brutal lección. Josh murmuró algo que no pude descifrar bajo su aliento, y
sus atractivos ojos se dirigieron hacia mí. ―¿Y ella? ― siseó. ―¿Quién es
ella, Josh?

Con las mejillas ruborizadas en tres tonos de rosa, bajé mis enormes
ojos a la planta artificial sobre la mesa.

―¿Por qué eres tan rápida para pelear conmigo? ― le oí decir, y mi


curiosidad se disparó. ―Estoy tan cansado de esta mierda, Pez.

Detecté pasos furiosos antes de que Josh reapareciera en nuestra mesa.


Tiró de la silla con tanta fuerza que las patas hicieron un agudo chirrido por
toda la habitación.

Mis cejas se elevaron hasta la línea del cabello. ―¿Estás bien?

Forzó una sonrisa. ―La comida no tardará mucho.

La camarera rubia fingía no estar afectada por la presencia de Josh.


Ahora servía café a un hombre mayor, riendo y bromeando, pero su
pequeña disputa con mi compañero de trabajo claramente le había tocado
una fibra sensible. Sus ojos, aunque brillantes y redondos, tenían un ligero
brillo vidrioso.

Jugaba con una cesta de pan vacía. ―¿La conoces?

El dolor se reflejó en sus profundos ojos marrones. ―Se llama Perri, ―


murmuró detrás de un puño cerrado. ―Fuimos a la secundaria juntos,
salimos un tiempo, pero no llegamos a nada.

Estoy genuinamente interesada. ―¿Por qué no?

―Cuando empezamos a salir, ella estaba todo el tiempo encima de mí,


¿vale? ― Su voz bajó a un susurro casi inaudible. ―Con el tiempo, me di
cuenta de que sólo mostraba afecto cuando estábamos solos. Nunca delante
de los demás. También se negaba a conocer a mis amigos. Le tomó meses
hablarme cuando nos cruzábamos por los pasillos de la escuela. ― Sacudió
la cabeza. ―En verdad, me hacía quedar en ridículo.

A juzgar por la tensión entre estos dos, diría que todavía hay algo entre
ellos. ―¿Y?

―Su frialdad me cabreaba, Alexa. ― Tiró el menú a un lado. ―Me


gusta, ― admitió, sus mejillas pálidas oscureciéndose. ―Solía amarla.

Diría que todavía la ama. ―¿Es por eso que elegiste este café?
¿Esperabas encontrarte con ella?

La culpa en sus tristes ojos confirmó mi suposición. ―Vale, voy a


compartir algunas verdades contigo. Perri y yo todavía tenemos algo.

Me quedé mirándolo un momento. ―¿Algo?

―Sí, nos mandamos mensajes todo el tiempo y hablamos por teléfono


todas las noches. ― Echó un vistazo por encima del hombro para
asegurarse de que ella estaba ocupada, sin escuchar. ―Todavía follamos.
Bueno, cuando tengo la suerte de conseguirla a solas. ― Su frente se
frunció. ―Ah, y está casada.

―Josh, ― lo reprendí. ―¿Por qué demonios persigues a una mujer


casada?

―Se suponía que sería yo, ― escupió enfadado, pero se retractó


rápidamente. ―No él, Alexa. Se suponía que seríamos nosotros.

Hay mucho más en su trágica historia de amor.

Una camarera diferente vino a nuestra mesa y arregló los platos.


―¿Algo más?

Negamos con la cabeza al unísono.

La hamburguesa de Josh es enorme, con doble carne, montones de


patatas fritas y aros de cebolla.

¿Se comerá todo lo que tiene en el plato?

Celosa, miré mi pan medio horneado y jugueteé con una patata frita.

―¿Quieres probar un poco de lo mío? ― bromeó a medias, señalando


su comida. ―Tus ojos no se apartan de mi plato.
―No, es tuyo. Pediré eso la próxima vez. ― Bebí un sorbo de café y
luego mordí el panini. Está sorprendentemente bueno. ―Entonces, Josh.
¿Cuánto tiempo has trabajado en el club?

―Uh, creo que unos seis años. ― Embarró la hamburguesa con


ketchup antes de hundir los dientes en la jugosa delicia.

Sí. Todavía estoy celosa.

Josh no está cerca de los hombres de traje ni de Liam, lo que significa


que podría proporcionar información sobre Kathy si hago las preguntas
correctas. ―¿Puedo preguntarte algo?

Lamiendo la salsa de sus labios, levantó la vista del plato.

―¿Recuerdas a una mujer llamada Kathy? Trabajó en el club el año


pasado, creo. ― Mantén la calma y no te delates, Alexa. ―Era bastante
alta, de cabello oscuro y con buen busto.

―¿Por qué? ― Se metió unas cinco patatas fritas en la boca. ―¿Sois


familia o algo?

Mi sangre se heló. ―No.

―Había una chica llamada Kathy Pearl. ― Sus ojos interrogantes


hicieron que mi estómago se hundiera. ―¿Pero porqué te importaría a ti?
―Oí rumores una noche. ― Alexa, necesitas respirar. ―¿Ustedes
salían o algo así?

―No. ― Su cara se retorció de desprecio. ―Kathy Pearl era una perra


manipuladora. No me relaciono con basura como ella.

Basura así, parodié mentalmente.

Mordí mi lengua para evitar arrastrarlo por la mesa.

―Kathy estaba follando con Warren. Bueno, todas las mujeres lo


hacen... ― Se detuvo, y capté la acusación en su tono vacilante. ―En algún
momento...

―No me estoy acostando con él si es lo que piensas. ― No sé de


dónde vino la defensiva. Cualquiera con dos ojos puede ver que estoy loca
por mi jefe.

―Mierda. Lo siento. ― Se frotó una mano sobre la barba oscura. ―No


quería insinuar que eras una de ellas.

Josh había considerado que podría estar acostándome con Liam. Suerte
para él que me cae lo suficientemente bien como para dejar el tema y
continuar con el almuerzo. ―No soy una de ellas.

El silencio se alargó entre nosotros. ―De todos modos, ¿por qué estás
tan interesada en Kathy? ― Ingerió su batido. ―¿La conoces o algo?
―No la conozco personalmente. Escuché a Natalie decirle a una de las
bailarinas que Kathy se fugó o algo así, por lo que me dio curiosidad.

―No puedo hablar por Warren, pero entre los rangos inferiores,
ninguno de nosotros entendió por qué Kathy simplemente se fue. ― Se secó
la boca con una servilleta. ―Le encantaba trabajar en el club, así que el
hecho de que no volviera, pues sí, fue un poco raro.

―¿Estás seguro de que simplemente se fue? ― insistí, jugueteando con


el cubierto. ―¿Nadie piensa que le sucedió algo malo?

―¿En serio? ― Luchó con mi pregunta. ―No creo que a nadie le


importara lo suficiente, Alexa. Como dije, era una perra vengativa. A nadie
le gustaba. Digamos que el trabajo ha sido pacífico desde que se largó.

Estoy impresionada por su lenguaje despectivo. ¿Cómo podría alguien


pensar que Kathy es una perra vengativa? Sí, mi hermana era audaz, brusca
y tenía un poco de mal genio. Vale, eso es un eufemismo. Kathy tendía a ser
una víbora, pero sólo cuando estaba justificado. Pero también era un alma
amorosa y compasiva. La conozco mejor que nadie, y no tiene un hueso
dañino en su cuerpo.

No estoy en una posición que me permita desafiar la opinión de Josh.


Eso no significa que le crea, sin embargo. ―Natalie dijo que era amable. ―
Me encogí de hombros, mintiendo. ―Creo que la extraña.

Josh se atragantó con el batido, tosiendo y salpicando. Golpeando su


pecho con un puño cerrado, inhaló una profunda bocanada de aire para
despejar su obstruida tráquea. ―¿Hablas en serio? ― jadeó. ―Esas
mujeres se odiaban. Quiero decir, todos odiaban a Kathy Pearl. No se
llevaba bien con nadie aparte del jefe. Incluso Brad la odiaba—eso debería
decirte algo, considerando que Brad se folla a cualquier cosa con un par de
tetas. Pero Kathy irritaba a la gente. Creía que el mundo y sus habitantes le
debían algo. Además, se creía mejor que las otras mujeres cuando no era
más que una escoria. Todavía no puedo entender por qué Warren siquiera la
contrató.

Sus palabras fueron como una bofetada en la cara.

Josh tomó otro bocado de la hamburguesa. ―Me sorprende que Natalie


dijera que extrañaba a Kathy. Esas dos eran feroces juntas. La cantidad de
peleas que tuvieron no es asunto de nadie.

―Tal vez lo oí mal, ― susurré, tratando de conceptualizar su difuso


discurso. ―Hay demasiados cotilleos en ese lugar. Es difícil mantenerse al
día.

―Tienes razón en eso. ― Me sonrió cálidamente. ―¿Por qué crees


que me he aferrado a ti? Eres lo más real que el jefe ha contratado en años.

No me gusta particularmente que se refiera a mí como una ―cosa ―,


pero me complace escuchar que me aprueba. ―Entonces, nadie entendió
por qué Kathy se fue. Ella amaba trabajar allí—

―Sí, estaba amasando dinero, ― enfatizó cada sílaba. ―Estoy


hablando de grandes cantidades de dinero.

―¿Qué quieres decir con 'amasando dinero'? ¿Estaba teniendo sexo por
dinero? ― Por favor, dime que no has insinuado eso. ―¿Era una chica de
noche también?
―Claro que sí, ― exageró con un tono agudo. ―Las bailarinas sólo
atienden a un cliente por noche. ¿Kathy? No tenía límites.

Estoy perpleja. Ni una sola vez durante nuestras charlas matutinas


Kathy mencionó que hacía más que bailar .

Por supuesto, Kathy traía a casa mucho dinero. Nunca cuestioné su


dinero ganado con esfuerzo. ¿Por qué lo haría? Disculpad la ignorancia,
pero no sé cuánto dinero ganan las strippers.

Nunca en un millón de años pensé que Kathy vendiera su cuerpo a


clientes. La idea me puso enferma. Después de todo lo que habíamos
pasado, ¿cómo podía permitir que los hombres la usaran por dinero? ¿Y
para qué propósito? Claro, no teníamos mucho, pero vivíamos conforme a
nuestras necesidades. Pensé que estábamos bien, , satisfechas y contentas.

Totalmente confundida, me hundí en el asiento.

Observando a Josh comer su almuerzo, un ácido bilis subió por mi


garganta. Kathy me había mentido. ―¿Cuánto pagan los clientes por
encuentros privados?

Josh silbó. ―Entre tres y seis mil libras. Más si es un cliente habitual
con favoritas.

Dejé escapar un pequeño suspiro de incredulidad.

―Sí, Kathy tenía un buen salario en el Club 11, pero no recuerdo


haberla visto vaciar miles de dólares sobre la mesa. Si entretenía a los
clientes, ¿dónde estaba todo ese dinero ganado con tanto esfuerzo? ¿Por qué
me había ocultado esta información?

―Entre tú y yo ―, dijo Josh con cautela, ―creo que Warren prefería a


Kathy.

Eran amantes, así que no era una sorpresa. ―Claro.

―Me refiero a que Kathy entregaba mucho dinero al final de la noche


―, chismeó. ―¿Es de extrañar? Warren no podía permitirse dejarla ir,
incluso si todos los demás la odiaban.

Me sentía demasiado enferma para escuchar más. ―¿Crees que es


posible que Liam tenga algo que ver con la desaparición de Kathy?

Lamenté las palabras en cuanto salieron de mi boca.

―¿Desaparición? ― Toda la diversión se desvaneció. Sus ojos, fríos y


mortales, me atravesaron. ―¿Por qué asumes que ella desapareció? Pensé
que Natalie decía que Kathy se había fugado.

Mi lengua lamía el techo de mi boca. ―No lo sé.

―Alexa ―, susurró, y sostuve su mirada de preocupación. ―Nunca


hagas preguntas como esa, especialmente en el club, ¿entendido?

Me concentré en él. ―¿Puedo preguntar por qué?


―Preguntas como esa... ― La nuez de Adán de Josh subía y bajaba.
―Nos matarán a los dos.

Sentí una punzada de aprensión. ―Entendido.

Indiferente a nuestra conversación escalofriante, Josh continuó


demoliendo calorías en silencio.

Sentí que alguien nos observaba con interés y desvié mi atención hacia
la amiga de Josh, Perri. Estaba ocupada limpiando mesas cuando miré al
otro lado de la habitación, pero sus ojos nunca dejaban a Josh.

Tuve una idea genial.

Rodeé la mesa mientras mis uñas arrastraban el mantel de tartán.

Josh no se dio cuenta hasta que puse una mano en su hombro. ―¿Qué
pasa? ― Frunció el ceño, ajeno a la maldad de mi plan. ―Alexa?

No puedes retroceder ahora, Alexa.

Conteniendo la respiración, me bajé sobre su regazo y estrangulé sus


muslos. Tensionándose bajo mí, se convirtió en una pared de músculo
sólido, rígido y sorprendido. ―Sólo sigue el juego ―, murmuré en su oído,
enroscando mis brazos alrededor de su cuello. ―Tenemos audiencia.

―Maldita sea, Alexa ―, murmuró con voz ronca, mientras sus manos
agarraban mis caderas. ―Eres impredecible.
Nuestros labios se rozaron, suaves y tiernos, pero inseguros.

Haciendo cosquillas en la parte trasera de su cuello con mi uña, cubrí


sus labios llenos y hinchados con los míos. Un beso inocente, si se quiere,
pero suficiente para agitar el ambiente.

Alguien se aclaró la garganta, y escondí mi sonrisa victoriosa en el


hueco de su cuello.

Perri decidió unirse a nosotros. ―¿Os gustaría que retirara los platos?
― Preguntó, y la miré de reojo. ―¿Otra bebida? ― Dios, está al borde de
las lágrimas. ―¿Bueno?

―Sí, está bien ―, dije rudamente, sin dejar que Josh entretuviera sus
lágrimas de cocodrilo. Volví mi atención a él, besándole la comisura de la
boca. ―Josh ―, suspiré, escuchando cómo los platos tintineaban detrás de
nosotros. ―Hueles tan bien ―.

Los platos apilados resonaron con un fuerte ruido.

―¿Hueles bien? ― Estaba todo sonrisas, con la punta de su nariz


rozando la mía. ―Tú no hueles tan mal tampoco, Alexa.

Perri se alejó discretamente.

Una vez fuera de peligro, el pecho de Josh vibró con risas pesadas.

―¿Qué? ― Pregunté, retrocediendo un poco para mirarlo.


―Hueles tan bien, ― Me imitó, moviendo las cejas. ―Tu charla sexy
es pésima.

Le di un golpecito en el pecho juguetonamente. ―Diez de diez por el


esfuerzo, Alexa.

Moviendolos ojos, me ayudó a ponerme de pie. ―Me siento mal.

―Tal vez, verte con otra persona era el empujón en el trasero que
necesitaba, Josh. Ella está casada y está jugando con tus emociones ―. Me
abroché la chaqueta y me dirigí a la salida. ―Tarde o temprano tenía que
tomar una decisión, ¿verdad?

―Supongo ―. Josh me siguió hacia afuera. ―Entonces, si quieres


hacerlo de nuevo...

―¿Qué? ― Empezamos a caminar de vuelta al club. ―Eso fue para


molestar a tu amiga. No me interesa salir con alguien. ― No me atrevía a
decirle que tengo un mega-crush con nuestro jefe, así que la idea de otro
hombre no me atrae. ―Sin ofender.

―Si tu pequeño truco funcionó ― Puso un brazo sobre mis hombros.


―Te compraré la cena.

―Idiota. ― Me burlé. ―Me comprarás la cena por el esfuerzo.


CAPÍTULO DIEZ

Alexa

No había oído nada de Josh desde nuestra agitada cita de almuerzo de


esta tarde. Él es el jefe de bartenders, pero rara vez se mantiene en esa
posición detrás de la barra con nosotras, las conquistadoras damas. El
hombre ha dominado el arte de parecer ocupado sin hacer nada. Patrullaba
el club recogiendo vasos vacíos o desplegaba amabilidades para lograr
números de teléfono de mujeres.

―Me encantan las pelirrojas. ― Josh agitó una servilleta manchada de


lápiz labial en mi cara. ―Dan las mejores mamadas.

Gracias por esa información, Josh. No habría dormido sin ella esta
noche.

No es que no disfrutara trabajar detrás de la barra. Me gustaba


interactuar con los clientes mientras ellos voluntariamente expelían
historias absurdas y borrachas. Sin embargo, aparte de Josh, la barra es
predominantemente territorio de Natalie. Mantenerme en la misma
proximidad con la aparente enemiga a menudo hacía que el lugar de trabajo
fuera insoportable. Si tenía que escuchar a la bruja llamarme ―trabajadora
inútil ― o ―chica nueva ― una vez más, es probable que su cabeza
acabase en el generador de hielo.
La causticidad de Natalie es agotadora. Si tuviera razones válidas para
odiarme, soportaría su comportamiento malicioso. Pero su grado
inexplicable de schadenfreude sólo por autogratificación va más allá de la
crueldad. No puedes abominar, apuntar, vilipendiar o hacer que el lugar de
trabajo de alguien sea insoportable basándote en especulaciones irracionales
o, en su caso, en un desagrado sin razón.

Pensé en discutir el asunto con Liam. La malevolencia y los insultos de


Natalie son una forma de acoso. Delatarme al gran jefe podría no ser
prudente, sin embargo. Todos somos adultos aquí, así que debo aprender a
manejar dilemas complicados.

Además, por mucho que me duela admitirlo, Liam y Natalie son


cercanos. No en el sentido literal. Pero estoy un noventa y nueve por ciento
segura de que ella es una de las muchas conquistas de Liam, ya que
frecuentemente se unía a él en la oficina. Cada visita duraba
aproximadamente treinta minutos. Si no se estaban acostando seis veces el
domingo, entonces ¿cuál es la razón detrás de las reuniones a puerta
cerrada? Con esto en mente, dudo mucho que Liam tomara las quejas en
serio, no a costo de fastidiar su ligue.

―Alguien te llama al teléfono , chica nueva. ― Natalie


intencionalmente chocó su hombro contra mí mientras pasaba. ―Así que
muévete.

Ignorando la acrimonia en su voz, fui al fondo de la barra, me senté en


el lavavajillas de vidrio y puse el teléfono multitarea en mi oído. ―Brad, si
me envías en otra búsqueda inútil, que sepas que te voy a desafiar ―,
advertí, luchando contra la necesidad de reírme. ―El último trabajo que me
diste estaba demasiado lejos. ― Cuando Brad se aburre, me convierto en su
pasatiempo. ―Todavía estoy traumatizada por ese trabajo en el baño. ―
Me ordenó limpiar los baños accesibles sabiendo que una pareja frenética
los ocupaba con sus gemidos fuertes y caderas apisonadoras. Todavía veo
su perturbadora exhibición cada vez que trato de dormir. ―¿Comprendes?

―Señorita Haines, ― dijo Liam bruscamente, y casi me desmayé. ―A


mi oficina. Ahora.

La línea telefónica se cortó al mismo tiempo que mi frecuencia


cardíaca.

Natalie apareció en la puerta. ―¿Qué quería? ― Su cara estaba roja y


con pecas. Si pudiera salir impune de un asesinato, ya estaría seis pies bajo
tierra. ―Te hice una pregunta, chica nueva.

Soltando un suspiro agitado, coloqué el teléfono. ―Me convocó a su


oficina ―.

―Él nunca te llama a la oficina. ― La voz acusatoria de Natalie se


deslizó sobre mí. ―¿Qué te dijo por teléfono? ― Su ansiedad era hilarante.
―¿Mencionó algo sobre mí?

¿Por qué Liam me haría preguntas sobre Natalie? Estoy bastante segura
de que si quiere hablar con la desquiciada, la contactaría directamente.

Abrí la puerta, y la música rugiente entró en la habitación. ―Volveré


en un momento.

―Si lo tocas ― Agarró mi codo, y una amenaza inconfundible brillaba


en sus ojos bien abiertos. ―Haré que tu vida sea un infierno.
―Adelante. ― Le aparté la mano. ―Estoy cansada de tus tonterías,
Natalie. No estoy aquí para recibir órdenes tuyas.

Furiosa, sus fosas nasales temblaron. ―Liam es mío.

―Esto es una locura ―, discutí, y ella frunció el ceño estrechamente.


―Natalie, me niego a participar en esta tontería por más tiempo. No te he
hecho nada, entonces, ¿Por qué todo ese odio?

Su labio inferior tartamudeaba. ―¿Estás durmiendo con él?

¿Por qué todos en el Club 11 cruzan los límites?

¿Es normal que la gente exija información personal?

Crucé mis brazos. ―No.

―¡Me estás mintiendo! ―, chilló, y mis ojos se agrandaron. ―Si no te


está usando, ¿por qué me está rechazando?

Liam rechaza a Natalie. Bueno, eso es nuevo para mí. ―No lo sé. ¿Por
qué no le haces estas preguntas directamente?

―Tú sabes que no puedo hacer eso. ― El sudor brillaba en su frente


arrugada. ―No estoy autorizada a preguntarle nada, chica nueva. Por eso
trato de ponerme a tu nivel.
―Soy la última persona con la que deseas nivelarte ―, dije, un poco
enfadada por sus métodos manipuladores. ―Dejaste bastante claro tu
aversión desde que me contrataron, así que no finjas lo contrario.

Antes de que nuestra discusión pudiera escalar, me deslicé al salón de


baile, luché a través de los clientes enérgicos y me dirigí a la oficina de
Liam.

Me tomé un momento para recuperarme, procrastinando en el pasillo,


pasando junto a los hombres de traje inalcanzables y posicionados. Liam
rara vez solicitaba mi presencia en su oficina. Recapacité sobre las últimas
semanas para asegurarme de que no había hecho nada malo ni cuestionable.

Mi cita almuerzo con Josh me golpeó como un tsunami tumultuoso.

¿Qué pasa si Josh informó a Liam sobre mi indagación?

―Oh, mierda ―, susurré, masajeándome el súbito dolor en las sienes.

Sacudí mis manos a los lados para generar flujo sanguíneo y golpeé con
los nudillos en la puerta de Liam. Ocho hombres de traje custodian el piso
del jefe y, aunque están reservados y serenos, siento sus ojos curiosos
perforándome. ―Hace frío, ¿verdad? ― Le pregunté al alto, frotándome los
brazos para quitarme el frío. ―¿Siempre es así? Mis vellos están erizados.

Erguido como un palo y sin parpadear, me lanzó una mirada de reojo,


desprovista de emoción.

Sonreí con desgana. ―¿Soy sólo yo, entonces?


―Entra, ― respondió Liam, con su voz ronca haciéndome estremecer.

Tomando una respiración profunda, abrí la puerta y asomé la cabeza en


su oficina. ―¿Querías verme?.

Con sus ojos en los monitores que abarrotaban el escritorio, Liam


tecleaba en el ordenador, sin molestarse en mirarme cuando dijo:
―Siéntate.

No creo ni siquiera haber sentido el suelo bajo mis talones. Respirando


más inestable de lo que me gustaría, me senté directamente frente al
escritorio de Liam. Mi corazón latía violentamente dentro de mi pecho.
Todavía no me ha mirado, pero lo observo cruzar la habitación para
prepararse una bebida y, para mi sorpresa, regresa sosteniendo entre sus
dedos dos vasos con hielo, . ―Ven al Sofá.

Asintiendo vigorosamente, me levanté de la silla frenéticamente y me


reubiqué en el sofá según las instrucciones. Liam me entregó el vaso de
whisky, y susurré con gratitud. Manteniendo una distancia segura entre
nosotros, se unió a mí en el cuero, separando sus muslos para ponerse
cómodo.

Está inquietantemente silencioso. Bebí de un trago la bebida de sabor


amargo para dar un heroico empujón al sistema y, deseando que se
apresurara y fuera al grano, coloqué el vaso vacío sobre la mesa de café de
alto brillo y entrelacé mis dedos para evitar temblores inoportunos.

—¿Sabes por qué te llamé aquí? —Él dio un sorbo a un trago de


whisky, y un suspiro de satisfacción escapó de sus labios—. ¿Alexa?
Disfrazando mis aprensiones, hundí mis mejillas. —No.

Con sus ojos fijos en mí, estiró un brazo a lo largo del respaldo del
sofá. —Fuiste a comer hoy.

Dios mío. Josh me vendió por completo.

¿Cómo pudo traicionar nuestra confianza? Especialmente después de


que lo ayudé con esa estúpida camarera. Quiero decir, investigué un poco,
pero delatarme al gran jefe era completamente innecesario.

—Sí, fui —dije insegura, mientras la sangre subía a mis mejillas—.


Almorcé.

—Señorita Haines, no me importa que haya ido a almorzar. Tiene


permitido comer —su voz tranquila no logró calmarme—. Sin embargo,
nuestra política de fraternización establece pautas sobre las relaciones
personales entre empleados. No deseo que el club tenga que imponer
restricciones sobre el tema de las citas, ya que reconozco que la libertad de
elegir pareja es un derecho individual. Sin embargo, las relaciones entre
colegas a menudo resultan en rupturas caóticas, dejándome a mí para
recoger los pedazos.

Mi mandíbula cayó al suelo.

Estoy demasiado atónita para responder.

—Su relación con Josh debe terminar, o me veré obligado a despedir a


uno de ustedes —sus fríos ojos azules se levantaron hacia los míos—. Dado
que Josh ha trabajado conmigo más tiempo, serás tú.

Me complace que Josh no haya corrido a contarle cuentos a Liam.


Aunque no sabe que mentalmente lo estaba recriminando, estoy inclinada a
salir de la oficina y disculparme.

Por otro lado, estoy bastante enfadada con mi jefe.

¿Cómo se atreve a lanzarme en la cara una política de citas inexistente?

—No estoy saliendo con Josh. Somos amigos—amigos que tenían


hambre, así que almorzaron juntos —incapaz de contener el desdén, levanté
una ceja sarcástica—. Además, no estaba al tanto de estas políticas, dado el
hecho de que todo el mundo parece acostarse con todos los demás.
Incluyéndote.

Sus ojos intolerables sostuvieron los míos, llenos de ira. —A quién


decido tirarme, señorita Haines, francamente, no es de su incumbencia. Por
lo que sé, este es mi edificio. Mi personal. Mi club. Puedo hacer y decir lo
que me dé la gana.

No era mentira de ninguna manera, así que decidí no premiarlo con una
réplica.

—Escuche, mientras su relación con Josh sea estrictamente platónica,


no tengo más objeciones.

Respiré ligeramente.
—Brad mencionó que cubrió un turno doble —exhaló una nube de
humo de cigarrillo, y yo asentí—. Ahora está todo en calma, así que podrías
irte temprano —levantándose, recogió los vasos vacíos y fue a la barra para
rellenarlos—. ¿Querrías otra bebida?

Crucé una pierna sobre la otra. —Sí. —Su comportamiento es tanto


desconcertante como emocionante. Nunca paso tiempo con el jefe—.
Gracias.

Liam me pasó otra bebida llena de ámbar. Su dedo tocó el mío, y una
descarga eléctrica aguda recorrió mi cuerpo, aunque aparentemente él no
sintió nada. Se sentó más cerca esta vez, con su muslo presionándose contra
el mío. Su contacto inocuo hizo que mi columna se enderezara. A menudo
me pregunto si esos roces inocentes son intencionales. No es la primera vez
que hace toques sutiles. Recibió la misma respuesta de mi parte en cada
ocasión, mejillas sonrojadas, postura incómoda y respiración entrecortada.

Cuando conocí a Liam por primera vez, encontré su atractivo


completamente enigmático, pero nunca en un millón de años pensé que me
sentiría tan atraída por él.

Y esa admisión me petrificó.

Siempre lo busco con la mirada mientras debería estar trabajando,


esperando capturar un vistazo de él. A veces también lo encuentro
observándome, y esos ojos penetrantes desatan mariposas en mi pecho.
Pero momentos después, una de las bailarinas roba su atención, y la
tormenta infernal apaga mi espíritu. Es un recordatorio doloroso de que
Liam Warren no sólo es un exitoso criminal de carrera y magnate de los
negocios, sino también un seductor empedernido. Al hombre le encantan las
mujeres, por lo que estos sentimientos intensos, abrumadores e inéditos que
albergo son un corazón roto previsible.
—¿Qué opinas de trabajar para mí? —Su brazo volvió a visitar el
respaldo del sofá, en un gestoelegante y galante—. ¿El dinero extra supera
tus expectativas? Imagino que el día de pago te tomó por sorpresa.

Sí, estaba tan asombrada que no retiré fondos del cajero automático.
Me conformé con veinte libras y sólo compré un litro de leche. —Me
encanta trabajar aquí —admití, omitiendo a Natalie y a Cherry porque las
odio con una pasión ardiente—. Los chicos son geniales. He aprendido los
nombres de los habituales. Brad está comenzando a caerme bien.

Cuando conocí a Brad Jones por primera vez, pensé que era un
engreído y arrogante. No es tan malo, sin embargo. Tiene una confianza
equivocada, es hermosamente egocéntrico. No me gusta cómo descarta a las
mujeres, pero prefiero mantenerme al margen de donde no pertenecen mi
nariz ni mis asuntos.

Liam giró su mirada hacia mí. —¿Y el dinero?

Apenas he tocado el sueldo de este mes, ya que estoy acostumbrada a


gastar frugalmente. —Ha hecho la vida más fácil.

Su dedo giró el anillo de oro en su pulgar, y los diamantes incrustados


brillaron. —¿Y yo?

No estaba preparada para la pregunta. —¿Tú?

Una leve sonrisa curvó su boca. —¿Te gusta trabajar para mí?

—Sí. —Mi mirada se desvió al suelo—. Quiero decir, no te veo a


menudo, pero me agradas. —¿En serio, Alexa?— Eres una mujer dócil—.
Vaya. Me gusta trabajar contigo.
¿Por qué no proclamas tu obsesión eterna mientras estás en ello?

Liam dejó el vaso vacío sobre la mesa de café, y cuando cruzó sus
musculosos brazos sobre su pecho, pude oler la fragancia masculina de su
colonia. Me dio una sonrisa divertida pero complacida, la química
gravitacional con este hombre me robaba el aliento. —Eres modesta —dijo
tan silenciosamente que casi no lo escuché—. ¿Cómo te llevas con las
chicas?

Ahora sería una excelente oportunidad para discutir mi problema con


Natalie. —Parecen agradables —mentí, decidiendo seguir adelante un poco
más—. Me llevo mejor con los hombres, sin embargo.

—Lo imagino. —Sus cejas se fruncieron en una oscura expresión—.


¿Y estás contenta con el trabajo?

La verdad es que, aunque todavía estoy nerviosa por lo desconocido,


me encantaba trabajar en el Club 11. Todo comenzó porque estaba
buscando a mi hermana, pero cuanto más tiempo me quedaba aquí, más
cómodamente me adaptaba a la rutina.

Antes de conseguir un puesto en el Club 11, la vida era relativamente


monótona. Claro, tenía una relación estable con Chloe y Kathy, pero la vida
era aburrida, sin ambición. No fui a la universidad. Apenas tenía una razón
lo suficientemente buena para levantarme de la cama por la mañana. Comía
demasiado helado, sigo haciéndolo, de hecho, y veía demasiada televisión
para embotar el cerebro. Bebía mi peso en cerveza barata y vodka y
limpiaba el piso hasta el punto en que los vapores de lejía mermaban mis
sentidos.

Básicamente, dependía de mi hermana. Su ausencia me obligó a dejar


la concha protectora, a dejar de ser una flor de muro.
No he trabajado aquí mucho tiempo, pero ya me he adaptado y crecido.
Si tuviera que marcharme, estaría devastada, posiblemente con el corazón
roto. Por primera vez en mi vida sin valor, tenía una razón para abrir los
ojos por la mañana.

—¿Dónde te fuiste? —preguntó con una voz áspera, inclinando su


cabeza para mirarme—. ¿Por qué haces eso?

—Me pierdo en mis pensamientos. —Estoy sorprendida de que lo haya


notado—. Para responder a tu pregunta original: me encanta trabajar
contigo—para ti. —Santo cielo, Alexa. Eres una tontuela analfabeta—. Me
gusta trabajar contigo.

Rascándose una picazón sobre su ceja arqueada, rió estruendosamente.


—Alexa, relájate. Me alegra que te guste trabajar para mí.

Creo que es la primera vez que me llama Alexa en lugar de señorita


Haines. Sonreí. Prefiero al Liam amigable y relajado.

La risa de Liam pronto desapareció. —Eres una chica agradable. —Su


expresión inescrutable resurgió—. Me alegra haberte contratado.

Un incómodo silencio se filtró entre nosotros. Ninguno rompió el


contacto visual. Debería mirar hacia otro lado, probablemente irme. Pero no
lo hice. Sostengo su mirada penetrante, sintiendo la intensidad hasta el
fondo.

Una parte de mí se preguntaba si interés era la razón por la cual Liam


me había llamado a la oficina. Usaba su tiempo libre con mujeres.
No, Liam no está interesado en mí. Me llamó aquí para hablar de Josh.
Sin embargo, ha habido muchas ocasiones a lo largo de las semanas donde
Liam estuvo cerca, sus nudillos rozando mis brazos, o cuando hablaba,
sentía su cálido aliento en mi mejilla. Y, por supuesto, estuvo esa extraña
entrevista y la bizarra experiencia del cuarto de la limpieza. Nada sucedió
entre nosotros, más allá de cuánto anhelaba su toque o deseaba sus labios.

Me atreví a mirar hacia arriba, y mi boca se abrió ligeramente.

¿Acaso me moví más cerca, o fue él?

Su rostro estaba más cerca ahora, con nuestras narices casi tocándose.

—¿En qué estás pensando? —preguntó, y mis hombros se levantaron


imperceptiblemente—. Te doy permiso para preguntar, Alexa.

Luché por respirar. —¿Preguntar qué?

Él nunca se contuvo. —La misma pregunta.

La sangre palpitaba en mis oídos. —Dudo que pudiera soportar tus


pensamientos y sentimientos más íntimos, señor Warren.

La sonrisa de Liam era baja y sexy. Sus ojos pesados capturaron los
míos, y luego, las yemas de sus dedos fríos trazaron cautelosamente la línea
protuberante de mi clavícula. Sus caricias exploratorias se detuvieron, y un
desafío provocativo brillaba en sus fríos ojos. Al menos, creo que me estaba
desafiando, pero no puedo estar muy segura. Mi mirada se dirigió a sus
labios llenos mientras él tiraba del inferior entre los dientes. Todo mi ser
gritaba ser atrevida, poner una mano en su pecho e iniciar algo, incitarlo a
venir más cerca o tentarlo a besarme. No un beso robado que me hiciera
querer vomitar. Un beso que robara el aire de mis pulmones como los de las
películas. Un momento que me robara el aliento.

No eres especial, Alexa, mi mente subconsciente se burlaba. Estaba con


Natalie hace unas horas, ¿recuerdas?

Cuando percibió mis dudas y inseguridades no expresadas, su brazo se


retiró, y su mano se cerró alrededor del respaldo del sofá, y la intensidad de
su agarre blanqueó sus nudillos.

—Debo irme —susurré, tambaleándome al levantarme.

Pasé mis dedos por mi cabello, miré hacia abajo y lo encontré


mirándome descaradamente. Su mirada perezosa recorrió mi cuerpo desde
el esmalte rojo en mis dedos de los pies, el brillo corporal en mis piernas,
hasta mis pechos inexistentes, antes de llegar a mis ojos, todo mientras
sorbía whisky, sin la menor preocupación, tan fresco como una lechuga.

Levantó una ceja, desafiándome a reprenderlo. En su lugar, estallé en


una carcajada. Mis ojos se llenaron de lágrimas de diversión, aliviando la
turbulencia nerviosa en mi estómago.

Liam me miró perplejo. —¿Por qué te ríes?

—Realmente no tengo idea —mentí, demasiado insegura para decirle


cómo me sentía en realidad.
CAPÍTULO ONCE

Liam

Aparqué el Bentley en una calle lateral tranquila frente al edificio de


pisos de Alexa. Ella estará trabajando en el club durante otra hora, así que
ahora es la oportunidad perfecta para entrar y explorar. No estoy seguro de
qué espero encontrar o descubrir, pero para disipar dudas, tuve que escuchar
a este sentimiento persistente y agobiante en mi intestino.

A medida que me dirigía hacia el destartalado edificio de concreto, vi a


un grupo de jóvenes problemáticos con gorras snapback, chándales de
nailon y zapatillas altas, dispersos entre bicicletas tiradas y botellas de
cerveza desechadas. Los vapores de marihuana nublaban la reunión. Risas
estruendosas y lenguaje ofensivo resonaban.

Alexa vivía en el lado equivocado de la ciudad, y los tumultos


improvisados eran probablemente algo habitual, pero cuando llegaba a casa
del trabajo, cansada y lista para acostarse, no debería tener que esquivar a
estos insolentes y problemáticos gamberros.

Salí con un engañoso aire de calma. ―¿No es hora de que estéis en la


cama?

Mi arrogancia ofendió al líder del grupo. Era un arrogante imbécil con


complejo de inferioridad, que bebía una bebida energética barata. Sus dedos
abollaban la lata aplastable. ―¿Y a ti qué te importa? ― Se mofó.
―Lárgate.

―¿Lárgate? ―, dije en un tono susurrante, entreteniéndome con su


obvia falta de respeto. ―Impresionante. ― El sarcasmo impregnaba mi
voz. ―Nunca había conocido a aspirantes a gángsters antes.

―¿Oye, no es ese Liam Warren? ― murmuró otro detrás de su mano.

―En efecto. ― Mis ojos nunca dejaron de observar al impertinente


listillo. ―Id a buscar otro sitio. Aquí no sois bienvenidos.

El vulgar escupió chicle en el suelo justo al lado del cuero italiano de


mis zapatos. ―No necesito escucharte a ti—

Mi mano se cerró alrededor de su garganta antes de que terminara la


frase. Su única opción era encogerse bajo mi fulminante mirada.
―Necesitáis buscar otro sitio, ― gruñí, mientras mis dedos se clavaban en
la suave cavidad de su cuello. ―Si vuelvo a pillar a alguno de vosotros
holgazaneando fuera de este edificio, os cortaré esos pequeños pitos que os
atrevéis a llamar pollas con un cuchillo de carnicero desafilado y os haré
atragantaros con ellos. ― Gimoteó, mientras sus amigos ya desaparecían en
las sombras con sus bicicletas. ―¿He sido lo suficientemente claro?

Asintió vigorosamente.

―Bien. ― Lo arrojé a un lado como si fuera basura. ―Lárgate de aquí.


Tropezó con el bastidor rústico de la bicicleta al intentar huir de mí. Ni
siquiera me volví para observar cómo se marchaba. Abrí la puerta de metal,
apenas colgada en la valla perimetral, y avancé por el jardín comunitario.
Todo lo que veía era un puto desastre . Se parecía mucho a un vertedero:
basura y ropa mojada esparcidas por la hierba crecida, muebles raídos,
bolsas de reciclaje repletas y botellas vacías de alcohol. Había una
jeringuilla usada en el camino de concreto. La pateé hacia un lado, con la
sangre hirviendo en mis venas. Slang de colores brillantes y graffiti vulgar
decoraban la pared de ladrillo gris junto a la entrada principal. Mientras
esquivaba los cardos desordenados y los arbustos espinosos que invadían el
sendero, algo se aplastó bajo la suela de mi zapato.

Mi cara se encendió de asco.

Un condón lleno se pegó a mi zapato Ferragamo negro.

Desencajando la mandíbula, arrastré mi pie por la hierba para quitarlo y


seguí adelante.

Revisando la dirección de Alexa en mi móvil, entré al vestíbulo


húmedo y maloliente y subí las escaleras hasta el último piso, complacido al
ver cierta distancia entre su hogar y las calles. Su puerta principal apareció
a la vista. Mis dedos se enfundaron en unos guantes de cuero viejos.
Sacando la horquilla de mi bolsillo del abrigo, forcé la cerradura.

No puedo ver nada en el pasillo oscuro, pero olía agradable.


Ambientador de limón y ropa seca se esparcían por todo el ambiente. Usé la
función de linterna del móvil y eché un vistazo al baño: horrorosos azulejos
verdes policromáticos y tablones de suelo desiguales. Al abrir el gabinete
montado en la pared sobre el lavabo desconchado, revisé cosméticos en
botella, enjuague bucal, dentífrico. Un medicamento: mirtazapina.
Alumbré el paquete vencido y abierto. Debido a la etiqueta descolorida, no
pude leer la información del paciente.

Metí el paquete en mi bolsillo. Estaba en camino a encontrar la cocina


cuando la compañera de cuarto de Alexa apareció en la sala de estar con
pijamas de corazones, un tazón de cereal seco en una mano y un vaso alto
de leche en la otra.

Me deslicé hacia la primera habitación a mi izquierda, cerré la puerta


detrás de mí y usé el móvil para iluminar. Raso rojo y coloridos cojines
decoraban la cama doble. Muebles de caoba oscura se alineaban contra las
paredes sin papel.

Di un paso y el suelo crujió. Me detuve, inhalé, exhalé. Tenía que evitar


a su compañera de cuarto.

Abriendo las puertas del armario, busqué entre perchas de metal,


encontré jerséis gastados y sudaderas horribles y luego cogí el vestido negro
que una vez usó en el club. No había mucho más en la diminuta habitación:
ropa mínima y maquillaje de precio reducido, perfume en el tocador de
madera y dos cajones llenos de más basura y artículos diversos en lugar de
ropa interior.

¿Qué se me estaba pasando?

¿Por qué una chica de diecinueve años está prácticamente sola y sin un
céntimo?
Sus padres murieron, pero ¿por qué vive con una amiga y no con su
familia? Un tío o tía, tal vez.

No voy a la universidad. Comparto un piso con mi mejor amiga. Y mis


padres están muertos. Puedo ser joven, pero vivo en el mundo real. Las
facturas necesitan pagarse. La vida sigue adelante. Dar la vuelta a
hamburguesas por el salario mínimo no mantendrá un techo sobre mi
cabeza.

Tengo un pasado innombrable.

Prefiero que la gente me juzgue por lo que aparento.

Sus palabras resonaban en mi cabeza.

La aprensión ardiente se amplificó. No soy un imbécil. Soy un hombre


perspicaz cuyo instinto nunca le ha fallado, y la situación peculiar de Alexa
Haines está empezando a consumirme.

Estaba metiendo la mano en el cajón de la mesa de noche cuando la


puerta del dormitorio se abrió de golpe. Me escondí detrás de la cortina
antes de que se encendiera la luz, pero mientras me quedaba allí, con la
respiración atrapada en la garganta, la habitación permaneció oscura.
Guardando el móvil en el bolsillo de mis pantalones para apagar la linterna,
miré a través del material dividido de la cortina y la humedad de la
habitación se condensó.

No era la compañera de cuarto.


¿Qué demonios hace Alexa en casa?

Se supone que debería estar en el trabajo... por otra hora, para ser
exactos.

No tengo reparos en explicar mis razones para estar aquí. Sin embargo,
preferiría evitar esa conversación si puedo.

¿Qué diría?

Invadí tu privacidad porque creo que me estás ocultando algo.

Los dedos de Alexa se aferraron a la toalla blanca y mullida alrededor


de su cuerpo mientras buscaba algo para ponerse. Encontró lo que buscaba
en la silla de peluche y la toalla cayó a sus pies.

La inquietud quedó en un segundo plano. De repente, me di cuenta de


esos mechones oscuros y mojados que caían por su espalda y la esbeltez de
su cintura. Su cuerpo, desnudo ante mí, era demasiado para soportar, y
aunque mi polla apreciaba la vista de su trasero, estaba en territorio
desconocido. Sí, soy un macho de sangre caliente, pero la lascividad está
por debajo de mí cuando la mujer no tiene conocimiento.

Encaje negro adornaba su perfecto trasero. Miré hacia otro lado cuando
se giró, no queriendo una imagen permanente de sus pechos en mi mente.
La tentación de mirar estaba allí, sin embargo. La inmensa necesidad de
admirarla podía superar fácilmente la contención. No robaré su belleza, sin
embargo. Es inmoral, estar aquí es inmoral, pero la perversión es algo
completamente diferente.
―Alexa, ¿has comido? ― gritó su amiga desde el pasillo. ―Hay
sobras en el frigorífico.

―Ya comí. ― Alexa se puso una camiseta ancha por la cabeza.


―Gracias, Chloe.

Una pausa silenciosa. ―¿Por qué estás en casa temprano?

―Brad. ― Alexa se movió hacia la puerta, su hombro contra la pared.


―Dijo que podía irme antes porque todo estaba tranquilo.

El bastardo se va a llevar una bofetada.

―¿Alguna novedad? ― preguntó Chloe, y agucé el oído.

―Nada, ― Alexa se mordisqueó las uñas. ―Estoy teniendo


dificultades, Chloe.

―¿Qué pasó? ― La preocupación impregnaba la voz de su amiga.


―¿Esa perra te está dando problemas otra vez?

Con las cejas fruncidas, escuché atentamente.

―Puedo manejar a Natalie, ― respondió Alexa, y decidí estar atento a


esta situación.

―¿Y a Warren?
La pregunta de Chloe captó toda mi atención.

―Liam se fue temprano, ― dijo Alexa con un suspiro entrecortado, y


una pequeña sonrisa cruzó mis labios. ―Honestamente, me alegra. Es como
un latigazo cada vez que lo veo.

Mi sonrisa se convirtió en un ceño fruncido.

―Pero está bueno, ¿verdad?

Alexa soltó un gruñido. ―Puede que esté bueno, Chloe. Pero ese
hombre es un mujeriego infame. Francamente, su comportamiento de
mujeriego me repugna.

Luché contra su merecido reproche. Sí, me gustan las mujeres. Sin


embargo, no soy un mujeriego. ¿Y le repugno? No era lo que esperaba.
Quedó debidamente anotado.

―De todas formas, te veré por la mañana, ― Alexa bostezó, sus brazos
estirados sobre su cabeza. ―Estoy agotada.

La puerta del dormitorio se cerró.

Alexa se arrastró hacia la cama, acomodándose en la almohada.

Esperé a que su respiración se regulara.


Después de cinco minutos, estaba listo para escabullirme y huir cuando,
con un aparente estallido de energía, se giró de espaldas y se quedó mirando
el techo.

Hostia puta .

¿Por qué pensé que venir aquí era una buena idea?

Alexa se apoyó en los codos y miró hacia la cortina.

Pegado a la ventana, pensé que había sentido una presencia no deseada.

Separando los muslos, levantó la camiseta, colocando el fino material


sobre su cintura, exponiendo su estómago esbelto, y luego, con una lentitud
casi tortuosa , se quitó las bragas y las arrojó a un lado. Cayendo de
espaldas, suavizó una mano sobre su pecho y bajó hasta el ápice de su
muslo—cerré los ojos y me reprendí internamente, mientras mi ritmo
cardíaco se volvía dolorosamente errático. Nunca había deseado que una
mujer detuviera sus avances sexuales. No puedo presenciar su deseo de
masturbarse. Su placer me trastornará. No podré mirarla de nuevo sin
recordar el sonido de sus gemidos eróticos.

Un gemido suave escapó de sus labios.

Reprimiendo el gruñido que quería salir de mi garganta, me mordí los


nudillos y forcé mi mente a concentrarse en otra cosa.

Otro gemido entrecortado salió de esos hermosos labios.


Mi polla se endureció, empujó contra mis pantalones, deseando
liberarse. Puedo escuchar su humedad mientras sus dedos estimulaban ese
punto tierno mientras se daba placer. Su respiración pesada indicaba que
estaba cerca—Su móvil sonó, y agradecí a mis estrellas de la suerte.

Alexa recuperó el aliento. ―Hola, ― respondió al interlocutor. ―No.

Mis ojos se abrieron.

―No lo hago. ― Su defensiva se transformó en vergüenza. ―Josh,


estaba dormida. Deja de ser un imbécil.

Joshua Fitzpatrick.

El jefe de bar del Club 11.

Advertí a Alexa que no se involucrara con él.

―Tú me llamaste.

Mi polla se suavizó.

―Oye, ― le reprendió a medias. ―Dejé muffins en tu taquilla. No, no


los horneé yo. Los compré para ti antes. ¿Por qué? Porque dijiste que los
muffins de arándanos eran tus favoritos. ― Se burló de lo que él dijo. ―Me
comí uno. Todavía te quedan tres.
Mis dedos se retorcieron contra los guantes de cuero.

―Claro, ― dijo con un bostezo cansado. ―No, vayamos a otro lugar


la próxima vez. Creo que Perri podría atacarme por la espalda si vuelvo allí
otra vez. ― Las murmuraciones de Josh se prolongaron. ―Está bien.
Buenas noches.

Alexa terminó la llamada y arrojó el móvil en algún lugar del suelo.


Habiendo perdido su excitación, arregló la camiseta levantada, se acurrucó
de lado y se acomodó en la almohada.

Todo quedó en una oscuridad silenciosa. Pareció que pasaron horas


antes de que fuera seguro para mí salir de detrás de la cortina. Me detuve
junto a la puerta. Alexa yacía de lado sobre el edredón. Debería irme, pero
me encontré agachándome para observarla de cerca. Es hermosa—
demasiado joven para mí, pero hermosa. Su mejilla invitaba a ser tocada.
Mis nudillos acariciaron su mandíbula. ―¿Qué es lo que tienes? ― susurré,
estudiando sus labios entreabiertos mientras respiraba silenciosamente.
Tratando de entender esta gravitación inconmensurable entre nosotros,
alcancé la bata al pie de la cama y cubrí su cuerpo con la gruesa tela polar.
―Hermosa.

Los delicados rasgos de Alexa se contrajeron, y sus labios se pusieron


en pucheros. Está soñando, pensé, enrollando un mechón oscuro de su
cabello detrás de su oreja.

Antes de hacer algo estúpido, salí sigilosamente de su dormitorio, cerré


la puerta principal y metí las llaves por el buzón.

***
El viaje en coche hacia el club terminó demasiado pronto. Aún estaba
mentalmente alterado cuando volví a la oficina. Coloqué la medicación de
Mirtazapina en el escritorio, me serví un Jameson puro y, apoyando el
hombro en la pared de vidrio unidireccional, observé lo que estaba
ocurriendo esta noche abajo.

Brad se unió a mí segundos después. Nunca llama para entrar.


Prácticamente inventó sus propias reglas. Pretendo que su informalidad me
molesta cuando, en realidad, me gusta mucho su rebeldía. Si no fuera por
otra cosa, me mantiene alerta.

Le enfrenté. ―¿Dónde está Nate?

―Está haciendo la limpieza con los hombres. ― Se sirvió un Jameson


en el minibar. ―¿Dónde fuiste esta noche?

Ignoré su pregunta. ―Enviaste a Alexa a casa temprano.

Sus rasgos se agudizaron. ―Estábamos tranquilos.

Con la yema del dedo alisé el borde del vaso de whisky. ―Nunca
estamos tranquilos.

―Alexa está exhausta. ― Encogió los hombros con indiferencia.


―¿Has notado que apenas tiene tiempo libre?

Lo había notado, pero aún no he hecho preguntas. Estoy en el club siete


días a la semana, y cuando Alexa está aquí, me da algo decente para mirar.
―Es una chica mayor. ― Le observé sutilmente. ―No hay necesidad de
pelear por ella.

―Es cierto. ― Me entregó una carpeta. ―Tenemos un envío que llega


mañana. Necesito revisar la entrega contigo antes de que los hombres
recojan.

―Me parece bien. ― Con interés entusiasta, revisé los detalles y arrojé
las notas sobre mi escritorio. ―Dale luz verde a los hombres.

―¿Me estoy perdiendo de algo? ― Se metió un palillo entre los labios.


―¿Dónde tienes la cabeza últimamente? ¿Estás enfermo o algo así?

Evitando sus ojos inquisitivos, respondí , ―Nunca estoy enfermo.

―Entonces, ¿por qué estás tan estresado? ― Su boca se curvó en una


sonrisa lobuna. ―¿Nuestra amiga te está dando una mala noche?

Brad es observador. Su vigilancia es un requisito para nuestro peligroso


trabajo. A veces, sin embargo, es un rasgo molesto, especialmente cuando
dirige su escrutinio hacia mí. ―Vuelve al trabajo, Brad.

Parpadeó una vez, dos veces, y luego sus cejas se alzaron hasta la línea
del cabello. ―Hostia. Te gusta la chica nueva.

―Cállate, Brad. ― Sí, me atrae Alexa. Sin embargo, no estoy


interesado. ―¿Qué es esa mirada en tu cara?
―Eh, ya dijiste que ella estaba fuera de los límites. ― Saboreó mi
incomodidad. ―¿Quieres hablarlo?

Su mente se adelanta a sí misma. ―No hay nada que discutir.

―Si no es nada, ¿por qué la prohibición? Verás, pensé que tal vez
querías probarla tú primero... ― Sus ojos se entrecerraron. ―Necesitas
follártela para sacártela del sistema.

―No necesito hacer nada. Soy bastante capaz de rechazar a las


mujeres, especialmente a las jóvenes, tímidas y poco seguras mujeres que
no pueden diferenciar entre el cariño y la afecto.

Brad se sentó en el escritorio para liar un blunt. ―Pero lo has pensado.

―Obviamente, lo he pensado. ― Oculté la frustración. ―Alexa es una


tentación. Si fuera mayor, podría haberla perseguido ya. No voy a hacerlo,
sin embargo.

―No finjas esa superioridad moral conmigo, ― habló


conversacionalmente. ―No es como si no hubiéramos follado con chicas
más jóvenes antes. ¿Por qué Alexa diferente?

Reflexioné sobre la pregunta. ―Alexa es frágil.

―¿Frágil? ― dijo sin expresión. ―En serio, Jefe.


―Preguntaste, y respondí. ― Mi molestia se inflamó. ―No debería
haber contratado a Alexa Haines. Ella no pertenece aquí. Lo sabes. Yo lo sé.

Sus piernas, estiradas, se cruzaron por los tobillos. ―Sin embargo, está
aquí.

De nuevo, ignoré su curiosidad. ―Supongamos que Alexa es mayor,


segura y emocionalmente desapegada. No cambiaría lo que siento. ― Le
ofrecí las drogas recetadas, y, con el blunt encendido aparcado en la esquina
de su boca, trató de leer la etiqueta descolorida. ―Puede haber alguna
atracción sexual entre nosotros, pero no confío en Alexa. Su verificación de
antecedentes insuficiente intensificó mi escepticismo. Era un archivo limpio
—demasiado limpio, lo que significa que alguien destruyó sus detalles de la
base de datos de Registros Nacionales.

Brad golpeó el paquete contra su palma. ―Déjame escribir su nombre


en línea.

―Lo hice, ― dije, aceptando el blunt encendido de él. ―No encontré


nada.

No se inmutó. ―¿Redes sociales?

Sacudí la cabeza.

El humo rodó debajo de su lengua. ―¿Le has preguntado?

―Sí. Alexa es genuina o una excelente mentirosa.


―Haines. ― Su uña raspó la etiqueta. ―Sin embargo, el primer
nombre es ilegible. ¿Qué hace una chica de diecinueve años con
Mirtazapina?

Alexa sufrió un ataque de pánico la primera vez que nos conocimos.


―Creo que tiene algún tipo de trastorno de ansiedad.

―Estas no sirven, caducaron hace dos años. ― Tiró el paquete sobre


el escritorio. ―Creo que Cherry está abajo. Voy a ver si necesita algo.

Cuando Brad dice ―necesitar algo ―, se refiere sólo a sus necesidades


sexuales. A las mujeres aquí les encantan su buena apariencia y arrogancia.
Nunca ha tenido problemas para conseguir sexo y, a menudo, está liado con
múltiples mujeres. Cherry, sin embargo, es una de sus favoritas. Estoy
seguro de que su piercing en la lengua cerró el trato. La mujer da una
mamada decente.

―¿Quieres que mande a alguien? ― bromeó. ―El turno de Natalie


termina en diez minutos.

No, no estoy de humor para tratar con la rubia esta noche. ―Otra vez.

En soledad tranquila, merodeé cerca del minibar y rellené el vaso de


whisky. El calor rodó por mi garganta. Me lamí el malta de los labios, dejé
el vaso vacío y me dirigí a la sala del personal al final del pasillo.

Esperando encontrar comida en el frigorífico, entré en la sala y clavé


los ojos en Josh. Está en el sofá de cuero en forma de U, comiendo algo
recalentado de microondas en la mesa de café. Sus ojos se alzaron. ―¿Qué
pasa, jefe? ― Llenó su boca de arroz con un tenedor. ―Tengo bastante si
quieres compartir.

Opté por agua embotellada en su lugar. ―No te está permitido salir con
compañeras de trabajo.

―¿Qué? ― Su espalda se enderezó. ―No estoy saliendo con nadie.

No muestres debilidad, Warren.

―¿No? ― El agua fría apagó la sed repentina. ―¿A quién estás


mensajeando?

Josh me miró atónito. ―A mi abuela.

Me mostré imperturbable. ―¿Tú y Alexa Haines están involucrados en


relaciones sexuales en el lugar de trabajo?

―Alexa es una buena amiga. ― Se rascó la parte trasera del cuello.


―Es decir, sí, creo que es atractiva, pero me gusta tener una chica sin
muchas demandas a mi lado. Follar con compañeras de trabajo hace que el
ambiente de trabajo sea incómodo. ― Su mirada crítica me inmovilizó.
―¿Verdad?

Me reí sin alegría. ―¿Eso fue una acusación?

―No, jefe. ― Dejó el plato a un lado, ya sin apetito. ―Sólo que no


estaba al tanto de ninguna política de fraternización, eso es todo.
―No te está permitido salir con Alexa Haines. ― Fui a la yugular.
―No me hagas un enemigo, Josh.

Su tez palideció. ―Por supuesto, jefe.


CAPÍTULO DOCE

Alexa

Inhalando el olor de la hierba recién cortada, cerré los ojos y dejé caer
la cabeza hacia atrás mientras la brisa cálida fluía a través de mi cabello.

Empujo mis pies hacia adelante.

Empujo mis pies hacia atrás.

De un lado a otro.

De un lado a otro.

Sosteniendo las cuerdas deshilachadas, extendí mis piernas, oscilando


bajo los calientes rayos del sol, y me pregunté qué pasaría si me soltara
mientras me balanceaba.

Si apunto mis dedos, ¿eso me hará subir más alto?

Si estiro mis piernas lo suficiente, ¿aterrizaría de pie o rodaría por el


césped?
Supongo que sólo hay una forma de averiguarlo.

Soltando el apretado agarre a las cuerdas, me lancé hacia adelante, con


los pies casi cediendo bajo el repentino choque al suelo, y luego, girando
para ver qué tan lejos había llegado, miré hacia el columpio mientras se
balanceaba. Evalué la distancia.

Mis hombros cayeron.

No llegué mucho más lejos que la última vez.

No importa.

Agarrando la tela de mi vestido de verano blanco, giré y bailé,


admirando los patrones florales en mis calcetines fruncidos. Mamá siempre
me ponía un vestido, especialmente cuando el sol brillaba. Es bonito, me
decía.

Odiaba las coletas, sin embargo.

Recuerdo cuando mamá combinaba nuestros atuendos, el de Kathy y el


mío. Si yo llevaba rosa, ella tenía que llevar rosa. Y si yo llevaba pantalones
cortos limón y una blusa con borde de encaje blanco, ella tenía que llevar
pantalones cortos limón y una blusa con borde de encaje blanco.

Oh, cómo odiaba Kathy cualquier cosa remotamente femenina.


Protestaba cada vez. No más tonos pasteles, mamá, se quejaba. No somos
gemelas. Alexa es más joven que yo. Quiero llevar vaqueros. Y me gustan
las chaquetas de cuero y las botas hasta el tobillo.
Mamá peleaba a menudo con Kathy sobre su vestuario, pero al final, se
rindió y se concentró en mí en su lugar, aunque murmuraba lo poco
femenina que vestía Kathy.

Me gustaba lo que llevaba Kathy. A sus amigos parece gustarles el


negro también, así que no la culpo por querer encajar.

Cuando crezca, quiero ser como mi hermana.

Mis yemas rozaron los altos gladiolos que salpicaban nuestro jardín, los
bonitos colores, amarillo, rojo y naranja, recordándome un arco iris.
Corriendo a través de flores hasta la cintura, viendo pétalos caer mientras
apartaba los tallos altos, llegué a la cima de la colina, la que mamá me hizo
prometer no subir, para supervisar el bosque encantado adelante. Es nuestro
lugar favorito, el de Kathy y el mío. Nos gusta escondernos detrás de los
árboles misteriosos y la vegetación interminable cuando, estando en casa,
escuchando a mamá llorar, se vuelve demasiado difícil de soportar.

Me dejé caer de espaldas, con el sol extra brillante ardiendo arriba en el


cielo sin nubes. Arranqué un gladiolo blanco del suelo, olí los delicados
pétalos, y después, dejándome caer hacia atrás con un puchero, lancé la flor
a un lado, preguntándome qué hacer conmigo misma. Estoy aburrida. Muy
aburrida.

Kathy se fue al amanecer para visitar la playa con amigos. Cuando seas
mayor, prometo llevarte con nosotras, me dijo. Oye, incluso podemos hacer
castillos de arena, continuó, sólo pórtate bien con mamá mientras estoy
fuera, Alexa. Ella no se siente bien.
Sí, mamá estaba triste esta mañana. Le hice un sándwich de
mantequilla de maní, y ni siquiera me dio las gracias. No es propio de
mamá no comer un sándwich de mantequilla de maní, así que
definitivamente está enferma.

Ojalá fuera mayor como Kathy. Quería ir a la playa, dar vueltas en la


oxidada camioneta de su amigo, y comer helado hasta vomitar. Bueno,
siempre vomita cuando vuelve de pasear con los amigos. Demasiado
algodón de azúcar, Kathy balbucea en el baño. Demasiado helado.
Ignórame, Alexa. Vuelve a la cama.

Me perdí toda la diversión.

Papá nunca está en casa.

Kathy nunca está en casa.

Mamá siempre está en la cocina.

Me encanta pasar tiempo con Mamá, pero ella está ocupada limpiando,
horneando o descansando, y me siento tan sola. No hay niños por aquí con
los que pueda jugar. Nuestros vecinos son viejos y gruñones y apenas
escuchan una palabra de lo que digo.

Apoyada sobre mi costado, miré colina abajo y me pregunté qué


pasaría si rodara. Podría caer en el rosal. Podría adentrarme en el bosque.
Sola. Eso no es divertido. Podría estar encantado, pero sin Kathy aquí para
sostener mi mano, no confío en las sombras.
No es tan empinada.

No pienso en ello.

Lo hago.

Empujándome de mi costado, rodé colina abajo, la hierba larga


haciéndome cosquillas en la cara y la nariz, y, riendo como una loca, rodé
sobre hojas caídas a pocos centímetros del área prohibida del bosque.

Vale, eso fue muy divertido. Tengo que hacerlo otra vez.

―Alexa, ― Me llama Mamá, y me tapo la cara con ambas manos.


―¿Dónde te has metido? ¡Espero que no estés colina abajo!

―No, ― grité, levantándome y sacudiendo la hierba de mis rodillas.


―Espera, Mamá.

¿Cómo subiré la colina sin que ella me vea?

Genial. Estoy en problemas.

Mamá estaba en la puerta trasera, con su expresión de saberlo todo-,


vigilante y juzgadora. ―Cariño, ― dijo con una voz calmada en la que
sabía que no debía creer. ―¿A dónde fuiste?
―Lo siento, Mamá. ― Mis pestañas revolotearon. ―Me quedé
dormida. ― Señalé el árbol enorme al lado de nuestra casa, el que tiene
ramas sin hojas y aterradoras que golpean mi ventana por la noche. ―¡Allí!

―¿En serio? ― La sorpresa pintó su rostro. ―Revisé el árbol primero,


cariño. ― Sus ojos se entrecerraron incrédulos. ―No te vi.

―Eso es porque soy mágica, Mamá. ― Mis manos se colocaron en mis


caderas en señal de protesta. ―Sólo me verás si quiero que me veas.

―Bueno, está bien. Te creeré esta vez. Ahora entra. ― Mamá volvió a
entrar en la casa por la puerta chirriante. ―Te hice el almuerzo.

Dentro del porche revestido de madera, me quité las sandalias y las


coloqué en el zapatero junto a las botas enormes de Papá, y luego,
pisoteando por el largo pasillo, fui a la cocina de agradable aroma para ver
golosinas recién horneadas en el mesón. Mamá se sentó en la silla. ―Aquí
tienes, cariño. ― Esperó a que me sentara, y luego deslizó un sándwich en
un plato a través de la mesa redonda. ―Disfruta.

Saltando a la silla frente a ella, cogí el sándwich, di un gran mordisco y


me lamí la mermelada de los labios.

―¿Te gustan las plumas, cariño?

Mamá hace muchos atrapasueños y los cuelga por toda la casa. Dijo
que me protegerían de las pesadillas. ―Me gusta todo lo que haces, Mamá.
― Cuando no respondió, levanté la vista y la encontré observándome. Sus
ojos estaban terriblemente abiertos. Sus labios pintados de rojo, estaban
apretados e inmóviles. ―¿Estás bien, Mamá?

Mamá no dijo nada. Pero sus ojos sin parpadear, cada vez más abiertos,
oscuros, como charcos de alquitrán, se clavaron en mí hasta que los
escalofríos me pusieron la piel de gallina en los brazos.

Bajé el sándwich a medio comer al plato, ignorando la mermelada


pegajosa en mis dedos. ―Mamá, ¿por qué me estás asustando?

―Está bien. ― Su cuerpo se mecía en la silla. ―No le dejaré hacerte


daño. Nunca te hará daño. Te lo prometo, cariño. Mamá nunca rompe su
promesa.

De un lado a otro.

Una y otra vez.

De un lado a otro.

Una y otra vez.

Su balanceo se intensificó, y la silla crujió y gimió bajo su peso. ―No


dejaré que haga daño a mis bebés. No dejaré que haga daño a mis bebés. ―
Su tono robótico parloteaba. ―Mis bebés. Mis bebés.

Me sentí enferma. ―Mamá, ¿qué te pasa?


Mamá dejó de balancearse.

Sus ojos encontraron los míos de nuevo.

La habitación estaba demasiado silenciosa.

Odiaba el silencio.

Su voz rugió. ―¡Por favor, no lastimes a mis bebés!

Mis ojos se abrieron de golpe.

Lanzándome hacia adelante en la cama, jadeé con una profunda


inhalación y me llevé una mano al pecho para calmar los latidos erráticos
del corazón. El pelo se me pegaba al cuello y el sudor cubría mi piel.
Exhalé un aliento inestable en un intento de contener el pánico. ―Alexa,
cálmate. Sólo es un sueño, ― dije en un susurro. ―Sólo es un sueño.

Cerrando mis párpados, caí en la almohada exhausta. Hace tiempo que


no tengo una pesadilla, pero cuando las tengo, suelen involucrar a mi
madre.

Los sueños siempre empiezan bien.

Recuerdos que atesoro.

Sin embargo, las reminiscencias pronto se vuelven amargas.


Quizás es mi subconsciente destacando preguntas enterradas. Es algo
que considero a menudo ya que no conozco la verdad detrás del asesinato
de mi madre.

¿Sabía que iba a pasar?

¿Estaba asustada?

¿Le dolió?

¿Lo conocía?

¿Fue sin dolor o doloroso?

El pensamiento me aplasta. Quiero olvidar la oscuridad dentro de mi


cabeza y no revivirla cada vez que cierro los ojos.

¿Alguna vez terminará?

La puerta de mi habitación se abrió de golpe. Chloe entró con una


toalla envuelta alrededor de su cuerpo. Otra toalla rodeaba su cabeza.
―¿No es hora de que te levantes? Son casi las seis.

Seis de la tarde. Dios, dormí todo el día.

―Bueno, estoy exhausta por trabajar hasta tarde todo el tiempo.


Además, es mi día libre. Me lo he ganado.
Me di cuenta tarde de la bata que estaba sobre mis piernas y fruncí el
ceño.

¿Cuándo me cubrí?

Tal vez tenía frío anoche.

Sacudiendo las telarañas mentales, me puse la bata sobre la cara para


esconderme. ―Déjame dormir, Chloe. Estoy cansada.

Intentar esconderse era inútil. Chloe me quitó la bata y la arrojó por la


habitación. ―Levántate. ― Una toalla limpia cayó sobre mi cara. ―Vamos
a salir, Alexa. Estoy muy aburrida.

―No quiero salir. ― Mis manos se aferraron al colchón. ―¡Déjame


descansar!

―Por favor, ― suplicó con labios fruncidos. ―Quiero bailar, nena. Tu


chica necesita ponerse un vestido y divertirse. Haré cualquier cosa.
Cualquier cosa si aceptas salir esta noche.

Estaba a punto de ceder. ―¿Cualquier cosa?

―Bueno, no cualquier cosa.

Mi sonrisa se amplió.
―¿Sabes qué? No te estoy suplicando. Vas a salir. Insisto. ― Sus
brazos se cruzaron. ―No me opongo a la tortura, nena. No me hagas
derramar un cubo de agua fría sobre tu cabeza.

―Está bien, ― me rendí. ―Me debes una.

―¿De verdad? Aceptaste. Quiero decir, sí. Te debo una. ― Ocultando


su sorpresa, usó su cadera para volver a abrir la puerta, dejando huellas de
espuma en el suelo. ―En serio. Gracias. Tuve un día horrible en el trabajo.
¿Quieres que te haga el maquillaje?

Bostezando, me estiré. ―No, yo me encargo.

―Vale, ― canturreó. ―El taxi llega en una hora.

―¿Una hora? ― Repetí incrédula. ―Chloe, necesito más de una hora


para arreglarme.

―Una hora. ― Su voz resonó desde la habitación de al lado.


―Muévete, Alexa.

Sí, mamá.

Salté de la cama y me dirigí directamente a la ducha.

Dormir está sobrevalorado de todos modos.


***

Estoy de pie en el bar de cristal en el Club 11. Gente borracha a mi


izquierda. Gente borracha a mi derecha. Las bailarinas eróticas trabajan en
las jaulas arriba. La música reverbera por todo el lugar. Amo mi trabajo,
pero prácticamente vivo aquí. Preferiría estar en algún lugar diferente para
nuestra noche de chicas. Lejos de las peleas. Lejos de la testosterona
masculina.

―De todos los clubes que podrías haber elegido, tenemos que venir a
este― murmuré para mis adentros, bebiendo el trago que Chloe me forzó a
coger. Era verde. Era asqueroso. No tomaré más tragos por el resto de la
noche. ―Estoy harta de este lugar.

―Nena, la última vez que vinimos aquí, había bombones por todas
partes. Quiero disfrutarlos. ― Chloe se tomó un trago azul, y su cara se
arrugó. ―Además, tienes beneficios de empleada. Puedes conseguirnos
alcohol con descuento.

Puse mi espalda contra el bar, balanceándome distraídamente al ritmo


de la música trance estridente cuando Brad apareció a través de la multitud
enérgica. Casi pasó de largo, pero luego, con pasos vacilantes, su mirada se
dirigió hacia mí. ―Alexa, ¿qué haces aquí? ― Llevaba un moño
desordenado y un traje de diseñador de tres piezas. ―Pensé que era tu
noche libre.

―Chloe, ― señalé a mi mejor amiga, ―quería venir aquí y disfrutar de


todos los chicos guapos.

Ella se atragantó y tosió a mitad de trago.


No pudo evitarlo.

Brad levantó una ceja curiosa. Le dirigió una mirada descarada de


arriba a abajo. ―Bueno, hay un hombre guapo justo delante de ti. ― Se
señaló a sí mismo —demasiado engreído. ―Disfruten. ― Su atención
volvió a mí cuando dijo, ―Tomemos una bebida juntos.

Sí, mejor no. ―En realidad, estábamos a punto de encontrar una mesa.
― Cogí la mano de Chloe. ―¿Tal vez después?

―No se sienten aquí con todos los idiotas. ― Sus dedos se curvaron
alrededor de mi codo. ―Vengan. ― Nos arrastró entre la multitud de gente.
―Pueden tener una de las suites VIP.

Protestar es inútil. Primero, pelear con Brad no es una opción. Ganará.


Segundo, nunca he visto las suites VIP antes, así que tengo curiosidad por
ver de qué se trata todo el alboroto.

Seguimos los pasos de Brad. Con pasos seguros y poderosos, caminó


con confianza y pasó el control de seguridad sin un sólo tropiezo en su
imagen segura de sí mismo. Nos dirigimos hacia arriba al piso privado.
Desbloqueó la puerta negra y cromada y, apartándose para que entráramos
primero, atenuó la luz brillante. Mis tacones resonaron alternativamente
contra las baldosas negras brillantes mientras avanzaba hacia los asientos de
cuero rojo. Mientras Brad estaba distraído en el bar de la esquina, llamando
a alguien para que reabasteciera y entregara alcohol, usé la oportunidad
para mirar alrededor. Es decir, la habitación ofrece privacidad, elección de
música y asientos en primera fila para ver a las strippers desde el balcón de
cristal. Prefiero la animación de abajo. Sin embargo, las pantallas de
televisión montadas en la pared despertaron mi interés.
―Puedes ver el bar, ― señaló Chloe a la pantalla, y sonreí, viendo a
Josh preparar cócteles para los clientes con una destreza vanidosa. ―Oh, es
guapísimo.

―Sí, ― coincidí.

En otra pantalla, las mujeres hacen cola abajo para usar los baños. La
pista de baile está repleta de clientes embriagados, bajo luces
estroboscópicas intermitentes.

En la siguiente pantalla, veo a Natalie salir de la oficina de Liam,


arreglando su cabello liso y acomodando sus pantalones cortos. Una
punzada de celos me oprimió el corazón. Deja de torturarte, Alexa. No estás
con el hombre. No te debe absolutamente nada. No tienes derecho a estar
celosa.

No controlo mis emociones, sin embargo. La relación de Natalie con


nuestro jefe es más que sexo. Cualquier persona con un par de ojos puede
ver que está loca por él. Quizás ahí es donde anidó la animosidad.
Raramente veo o hablo con Liam. Sin embargo, cuando me solicita en su
oficina, Natalie toma nota. En múltiples ocasiones, me advirtió que me
mantuviera alejada de él. Sus amenazas infundadas son cómicas.

Sinceramente, no entiendo qué cualidades especiales ve Liam en


Natalie. La mujer es una bruja. Pero también es guapísima, tiene un físico
perfecto y claro, pechosllamativos.

Pero carece por completo en el departamento de personalidad.


Puse los ojos en blanco.

Su personalidad es irrelevante, Alexa.

Natalia tiene una vagina.

¿Por qué no la encontraría Liam atractiva?

Y ahora debo dejar de referirme a mí misma en tercera persona.

Me fijé en otra pantalla. Mis ojos se abrieron como platos. En medio de


un apartado tranquilo, un hombre está sentado con los brazos extendidos en
el respaldo del asiento, y una mujer tiene la cabeza entre sus muslos.

―Quédate con la boca cerrada. ― Brad me dio un golpecito en la


barbilla mientras se desplomaba en el sofá a mi lado. ―A menos que
esperes atrapar algo. En ese caso, afloja más la mandíbula.

―Eh, Brad... ― Ignoré su insinuación sexual. ―¿Sabías que hay


pornografía en vivo aquí?

Él miró la pantalla. ―Sucede todo el tiempo.

Mi boca quedó abierta por un momento. ―Está bien.

Vestidas sólo con tangas de encaje y tacones de quince centímetros, dos


bailarinas colocaban cubos de hielo en la mesa con botellas de champán
caro, seguidos de whisky, vodka, ginebra y más de esa asquerosa bebida
verde.

―No creo que seamos suficientes para acabar con todo eso.

Sirviendo bebidas a todos, Chloe admiró la exhibición de los pechos


femeninos. ―Cariño, acepto el desafío.

Brad me lanzó un guiño travieso. ―¿Estáis listas para emborracharos?

***

Cinco horas después, tal y como predijo Brad. ―¡Borrachas!

Estoy tan contenta de que Chloe me convenciera de salir esta noche.


No me reía así desde hace mucho tiempo. A Brad, creo que lo amo. No es
sólo el mujeriego coqueto que alguna vez dije. Es encantador.
Divertidísimo.

Me dolía la mandíbula de tanto sonreír. Me dolía el estómago de


contener las carcajadas. Si no estuviera tan enamorada de Liam Warren,
podría interesarme Brad. Bueno, a Alexa borracha definitivamente le
gustaba Brad.

Algunas bailarinas se unieron a nuestra pequeña reunión durante toda la


noche. Me encantó conocerlas. Usualmente, están ocupadas con los
clientes, así que ha sido entretenido, y dudo que vuelva a valorar una noche
de fiesta sin este grupo.
Unas dos horas después de haber comenzado la velada, entraron los
hombres de traje, con Nate incluido. El hombre es enorme—una pared
impenetrable de puro músculo. Estoy fascinada por sus ojos verde bosque y
sus brazos musculosos. Es un hombre apuesto, pero intimidantemente
aterrador. Y antisocial. Es su actitud, la forma en que se porta. Tiene esa
mirada que me hace enderezar la espalda y tensar el abdomen.

Nate no es ruidoso ni molesto como los otros hombres de traje,


especialmente Brad. Es más reservado, distante y observador, y debe darse
cuenta de que lo estoy observando porque sus ojos me encuentran al otro
lado de la habitación. Nos mantenemos mirándonos por un momento.
Aparté la mirada de su intenso semblante y me enfoqué en la bailarina que
estaba bailando sobre el podio de cristal.

No quiero meterme con Nate.

Debo manejarlo con precaución.

Has sido advertida.

―Vamos, Alexa. ― Brad me sirvió otra bebida. ―Un trago más. No


puedo creer que hayas perdido de nuevo.

No puedo jugar a este juego. Mi ebriedad lo confirma.

S y P. Suena fácil, ¿verdad? En orden circular, todos participan con una


respuesta que no esté asociada con las letras mencionadas.
Muy inmaduro, lo sé. Pero funciona. Todos estamos demasiado
borrachos para nuestro propio bien.

Como dije, lo hacen sonar fácil—¡mentiras!

―Madera, ― dijo alguien.

―¡Pino! ― grité.

Otro trago.

―Baño, ― dijo alguien.

―¡Caca! ― murmuré.

Más tragos.

―Pene, ― dijo alguien.

―¡Sexo! ― canté.

¡Shot!

Es el peor juego inventado por la humanidad.


Mis ojos enrojecidos y mi estupor de ebria estaban de acuerdo.

Habiendo perdido de nuevo, me tomé otro shot, y luego, con el dorso


de mi mano presioné mi boca para evitar vomitar, tragué licor fuerte y me
retorcí en mi asiento.

He bebido demasiados shots para que mi estómago los aguante.

―Oh, Dios. Brad, si bebo más, voy a vomitar. ― Usé el dorso de mi


mano para limpiarme la boca. ―Pero no puedo decirte que no, ― balbuceé,
señalándolo con el dedo. ―Tienes un rostro lindo y una boca dulce. ¿Es eso
lo que haces para llevar a las chicas a la cama?

Brad se inclinó, su aliento caliente me hacía cosquillas en la oreja.


―Eres tan adorable cuando estás borracha, Alexa. No necesito emborrachar
a una mujer para llevarla a la cama. Vienen a mí voluntariamente cuando
ven el tamaño de mi polla.

Me enderecé. No lo hagas, Alexa. No se te ocurra mirar. Lo hago. Con


el rabillo del ojo, miré el glorioso bulto en sus pantalones.

―No es necesario que te pongas pervertida. ― Brad se echó a reír.


―Si quieres ver mi polla, sólo tienes que pedirlo. Te la mostraré sin
problema.

Mátenme, por favor.

Reí. Sólo puedo reír para ocultar la mortificación. ―Necesito un


descanso para ir al baño.
Con pasos tambaleantes, me levanté y me excusé de la animada
habitación. Con una mano en el pelo, salí al pasillo y, desprevenida para el
tráfico que entraba, choqué contra alguien. ―Lo siento mucho... ― Liam
me agarró por los codos. ―Señor Warren. Hola.

―Señorita Haines. ― Sus manos se metieron en los bolsillos de sus


pantalones. ―¿Qué haces aquí?

Liam se veía increíblemente sexy en su traje gris acero hecho a medida.


En serio, ¿Alexa? Muy sexy. ¿Qué tan borracha estás? El hombre es apuesto
—muy apuesto. Mi vista se posó en su camisa desabrochada, el material
estirándose para acomodar su pecho musculoso. ―Yo... ― Mi mano golpeó
la pared para mantener el equilibrio. ―Estoy fuera con amigos. Amigo. Un
amigo. ¿Plural...No plural?

Su boca se contrajo. ―Estás borracha.

―¿Lo estoy? Me siento sobria. ― Hice una mueca. ―Está bien.


Quizás estoy un poco borracha.

La mirada de Liam recorrió lentamente mis piernas. Se acercó más, y


contuve la respiración. ―Esto está bonito, ― susurró mientras sus dedos
pellizcaban el dobladillo de mi vestido. ―Te queda bien.

No te pongas en evidencia, Alexa.

―Gracias, ― dije, y su admiración se quedó en mi inexistente pecho.


―Ahora, si me disculpas. Hay un baño en algún lugar con mi nombre.
―Espera, ― me llamó, y dejé de caminar. ―No uses el baño de abajo.
Hay una suite privada en este piso.

―Oh. ― Me alejé de la escalera. ―Bueno, ojalá lo hubiera sabido


antes. He estado subiendo y bajando esas escaleras como una gallina sin
cabeza.

Lo seguí hasta el final del pasillo, mientras la luz disminuía con cada
paso. Se detuvo en la puerta y deslizó la tarjeta de llave por el candado.
―Adelante.

No puedo orinar mientras él está en el pasillo. ―En realidad, creo que


ya no necesito ir.

―¿En serio? ― Su voz ronca hizo algo en mí. ―Así de rápido.

―Así de rápido, ― repetí.

Liam no tenía prisa por irse. Su hombro descansaba en la puerta


cerrada, y luego, rozando la parte inferior de mi brazo con las yemas de los
dedos, me acercó más, dejando un espacio mínimo entre nosotros.
―Realmente me gusta el vestido.

Pertenecía a Kathy. ―Gracias.

―Avellana. ― Expiró un largo y cansado suspiro. ―Tus ojos. Otras


veces me parecían de un color más indistinguible. Pero ahora, ― susurró,
―puedo verlo claramente.
¿Por qué se había preguntado Liam sobre mis ojos?

―Sí, ― dije, y su mirada se fijó en mi boca. ―¿Debería volver a la


suite?

Su mandíbula se tensó. ―¿Quieres volver a la suite?

No, quería quedarme. ―No lo sé.

―La indecisión es poco atractiva, ― dijo, y me sentí insultada. ―La


decisión es deseable. Resulta que admiro a una mujer que sabe lo que
quiere.

Me costaba respirar en su proximidad. ―Eres tan críptico. Lo odio.

Sus cejas se levantaron un poco. ―Siéntete libre de explayarte.

―Bueno, si supongo, me considerarías presuntuosa. ¿Cómo se supone


que debo saber si deseas conversar o no?

―Estoy probando el terreno, ― dijo, su tono coqueto enviando mi


cerebro a una descarga eléctrica. ―Demándame.

Reí nerviosamente.

Él miraba imperturbable. ―¿Y bien?


¿Qué quiere decir?

―Ven aquí. ― El brazo de Liam se deslizó alrededor de mi cuerpo


inferior. Dejé de respirar. ―Respira. ― Su tono susurrado calentó mi
mejilla. ―Podría besarte.

Mi respiración se detuvo. ―¿Por qué?

―¿Por qué? ― Reprimió la risa. ―¿Qué, necesitas una explicación


científica de por qué besar es instintivo?

Nunca he besado voluntariamente a un chico antes. No tengo


experiencia. ―Estoy segura de que hay chicas mucho mejores en el pasillo.

―Sin embargo, ― susurró contra mis labios, ―estoy aquí contigo. Y


tú, señorita Haines, te ves demasiado tentadora para ignorarte.

Casi podía saborear el whisky en su lengua.

―Tú decides, ― susurró, y las mariposas se desenjaularon en mi


pecho.

Me incliné y besé la comisura de su boca, un suave roce, uno que me


debilitó las rodillas. ―Yo... ― Mi corazón amenazaba con detonar. ―No...
― No sé qué hacer, pensé.

Las cejas de Liam se fruncieron en una dura línea. Agarró mi


mandíbula y leyó el pánico en mis ojos. ―Me dijiste que no eras virgen.
―No lo soy, ― reafirmé, lo que acentuó su desconcierto. ―Yo...

―Sin embargo, nunca te han besado, ― dijo con certeza, y la


vergüenza me hizo sonrojar. ―¿Cómo es posible?

Me inventé una respuesta falsa en el momento. ―No todos los hombres


se preocupan por ser románticos, señor Warren. Supongo que la primera vez
que tuve sexo, me tocó la pajita más corta.

―Un sólo chico no es suficiente comparación.

Le di una sonrisa plana. ―Supongo.

―¿Alexa? ― Chloe gritó desde la suite, y salté del susto. ―Si se va


sin mí, la golpearé con un palo.

El pulgar de Liam presionó mi garganta. ―Si es romanticismo lo que


buscas, no soy el mejor candidato. Sin embargo, te diré que quiero probar
estos labios. ― Su pulgar se deslizó sobre mi boca. ―Si estás inclinada a
permitírmelo. ― Cuando dudé, su mano bajó y se echó para atrás. ―Ve con
tu amiga, señorita Haines.

Vi a Liam irse y me arrepentí de no haberlo besado durante todo el


camino en el taxi de regreso a casa.
CAPÍTULO TRECE

Alexa

Esta noche estaba de servicio para una despedida de soltero. Hombres


guapos de mediana edad ocupaban el reservado en una de las muchas
plataformas del Club 11. Los salvajes solteros celebraban la última noche
de libertad del novio, y la demanda de alcohol caro era muchísimo más alta
de lo habitual. Las empleadas se quejaban del comportamiento escandaloso
y lascivo de los chicos, mientras que yo los encontraba bastante
entretenidos. Sí, ocasionalmente, lanzaban comentarios inapropiados, pero
su jocosidad ebria era inofensiva.

―Vamos, chica. ― Un tipo me dio una palmada en el muslo. ―Un


baile travieso.

―No es mi área de especialización, me temo. ― Sonreí, organizando


sus vasos de chupito en la mesa redonda. ―¿Puedo enviar a alguien más si
lo desean?

El padrino sonrió. ―Sí, sólo estoy bromeando, chica. ― Extrayendo un


billete de cincuenta libras de su cartera de cuero, me lo metió en la mano.
―Por ser una camarera tan divertida.

Le agradecí, metí el billete en mi sujetador y me dirigí de nuevo a la


barra. Me acerqué al barman de cara agria. ―¿Josh?
Él alzó la vista del móvil. ―¿Sí?

―¿Alguna suerte con tu amiga especial? ― Esperaba que la pequeña


estratagema que hice en el café lo ayudara a conseguir un compromiso. Los
celos son un factor de peso para forzar la mano de alguien. Muy bien que
ella estuviese en una relación, pero tener a Josh en vilo era injusto, así que
no me arrepentía de nada. ―¿Y bien?

Él hizo una mueca, metiendo el móvil en el bolsillo de su pantalón.


―No estamos hablando.

Me desmoroné en el acto. ―¿No estaba celosa?

―Oh, Perri estaba celosa, sin duda. ― Sus labios se fruncieron. ―Y


terminó conmigo. Como no puede comprometerse con nada más que con el
sexo, me deseó lo mejor en mi nueva relación.

Me quedé sin palabras. ―Lo siento mucho.

―No lo sientas. ― Me sonrió sin ganas. ―Tenía que terminar,


eventualmente. Sólo aceleraste el proceso.

Me siento como una mierda. No quería que perdiera a la chica.

―Oh, se me olvidó decirte. ― Su voz bajó a un susurro. ―El jefe me


interrogó sobre ti.
―¿Sobre mí? ― Mi estómago hizo ese pequeño nudo otra vez. ―¿Por
qué?

―Me dijo que debía mantenerme alejado de ti ―. Esperó a que Nate


pasara de largo antes de añadir: ―En todos los años que he trabajado para
Warren, nunca me ha dado una bronca. Estaba cagado de miedo ―. La risa
nerviosa le vibró en el pecho. ―Le dije que no había nada entre nosotros.
Creo que me creyó, pero estaba bastante sorprendido ―.

―¿Por qué te sorprendiste? A Liam no le gusta que sus empleados


salgan entre ellos ―. Puse los ojos en blanco. ―Excepto cuando se trata de
él, claro ―.

Él me lanzó una mirada fulminante. ―Eso es una puta mierda. He


estado revolcándome con Natalie durante años. A Warren no le importa ―.

―¿Estás durmiendo con Natalie? ― Mi cabeza cayó sobre su pecho.


―Puedes hacerlo mucho mejor, Josh ―.

―Sólo es sexo, Alexa, así que no me importa. De todas formas, me


pareció una locura que no quisiera que me acercara a ti ―. Sus labios se
convirtieron en una línea delgada. ―Creo que el jefe siente algo por ti ―.

Oh, no me des falsas esperanzas. ―No, no es así ―.

Josh se encogió de hombros. ―Niégalo todo lo que quieras, pero me


das pena ―.

Mi gozo en un pozo. ―¿Por qué?


―Estamos hablando de Liam Warren ―. De nuevo, esperó a que Nate
pasara de largo. ―Sólo ten cuidado con él, Alexa ―.

Asiento, sin disfrutar particularmente hacia donde se dirige la


conversación.

Josh me dio un empujón con la cadera. ―¿Quieres jugar un juego? ―.

Después de lo que pasó anoche, ya estoy exhausta de juegos. ―¿Un


juego? ― Pregunté con cautela. ―¿Qué tipo de juego? ―.

―Se llama: ¿me follarías? Sí. No ―.

¿Es esta la manera de Josh de preguntar si quiero acostarme con él?

Me rasqué la nuca. ―¿Qué exactamente me estás preguntando, Josh?


―.

―Elijo a un pretendiente adecuado ―. Señaló a las personas al azar


alrededor del club. ―Y tú respondes con un follable o no follable ―.
Sonrió con picardía. ―Bastante sencillo ―.

Lo miré con los ojos muy abiertos. ―Josh, te das cuenta de que este
tipo de juego se juega con tus amigos hombres, ¿verdad? ―.

―Sí, lo sé. No te preocupes ―. Señaló a un tipo calvo que parecía


tener unos cincuenta años. ―¿Él? ―.
De acuerdo, volvemos a ser jóvenes. ―No follable ―. Observé la sala
y escogí a la rubia linda que llevaba un ajustado vestido negro. ―¿Ella? ―.

Él aprobó. ―Follable ―.

Ignoré su mirada llena de lujuria y esperé a que señalara mi próximo


desafío.

Josh indicó al tipo que llevaba una gorra de visera, girando un silbato
alrededor de su dedo. ―¿Él? ―.

―¡En serio, Josh! ― Reí, llevándome una mano a la frente. ―No


follable ―. Señalé a la morena que se metía una cereza en la boca. ―¿Ella?
―.

Gimió como si estuviera sufriendo. ―Follaaable ―.

Mis cejas se fruncen. ―¿Qué? ―.

Josh asintió aprobadoramente, y no hay duda de que está excitado sólo


mirándola. Eso, si nos guiamos por su cara de deseo. ―Definitivamente
folla. Y hasta hace mamadas. Y un poco de...

―¡De acuerdo! ― Levanté la mano, deteniendo su absurdo antes de


que escalara. ―Ya entiendo la idea ―.

Su codo descansó sobre mi hombro mientras buscaba prospectos.


―¿Él?
―Josh ―. El tipo debe estar al final de los cuarenta. Es calvo, pero
tiene la barba más tupida conocida por el hombre. ―¿Estás eligiendo feos
deliberadamente? ― Mi ceja arqueada en acusación. ―No follable ―. Una
mujer de cabello rosa pagó por una bebida en el bar. ―¿Esa? ―.

Él se estremeció físicamente. ―No follable ―.

Me reí a carcajadas.

Este juego es ridículamente absurdo.

―¿Qué hay de mí? ― La pregunta vino de un cliente. Llevaba un traje


de tres piezas negro, con gafas de montura dorada en el puente de la nariz.
Supongo que es abogado. Es lindo. Aun así, no lo miraría dos veces. No
porque no sea guapo, sino por el simple hecho de que no es mi tipo.

Cuando no respondí de inmediato, él se burló. ―Seguramente, no soy


tan malo ―. La arruga entre sus cejas se profundizó. ―¿Lo soy? ―.

―Follable ―, mentí.

Josh soltó una carcajada a mi lado.

Lo quería matar.

―Ves, no cuesta nada ser amable, ¿verdad? ― el cliente ladró un poco


demasiado groseramente para mi gusto y se marchó sin su bebida.
¿Qué mierda acababa de pasar?

Josh dejó caer su cabeza sobre el mostrador, tratando sin éxito de


contener la risa incontrolable.

Le di un codazo en las costillas. ―¡Tienes la culpa por eso!

―¡Ugh! ¡Guarda ese dedo flacucho para ti misma! ― Su risa alcanzó


un crescendo. ―Ese tipo era jodidamente espeluznante, ¿verdad?

―Sólo un poco. ¿Viste lo disgustado que se puso cuando no respondí


de inmediato? Estaba lleno de sí mismo ―.

Mi ceño se transformó en una gran y exagerada sonrisa cuando noté


que la mujer de cabello rosa volvía al bar.

El karma es una mierda.

―¡Oye, tú! ― llamé, y ella miró inmediatamente en nuestra dirección.

Josh se irguió. ―¿Qué demonios estás haciendo?

―Mi amigo aquí te ha estado mirando toda la noche. Es demasiado


tímido para invitarte a salir ―. Apreté su mejilla roja. ―¿Qué dices?

Sus ojos se dirigieron a Josh, y ella aprobó, lamiéndose


deliberadamente los labios como si quisiera devorarlo. ―Me daré una
vuelta contigo en cualquier momento del día, chico guapo ―. Su cadera se
ladeó. ―¿Qué tal te viene mañana ?

―Está libre al mediodía ―, respondí antes de que él rechazara su


oferta. ―En la entrada ―. Recité el punto de encuentro. ―Te estará
esperando impacientemente ―.

―Es una cita ―. Dijo pagándole a Natalie por la bebida, le lanzó un


beso al aire sobre su hombro. ―¡Nos vemos mañana, guapo! ―.

―¿¡Qué demonios, Alexa?! ¡No pienso salir con ella! ― Sus ojos
prácticamente se salieron de sus órbitas. ―¿Estás loca? ¡No! ― Señaló el
suelo. ―No pienso moverme en lo absoluto ―.

―Oh no, señorito. No te vas a escapar de esta. Eso es el karma por


alentar a ese imbécil a que me molestara ―. Mis mejillas dolían de tanto
reír. ―Necesito ir al baño. Vuelvo enseguida ―.

Me alejé del bar para escapar de la furia de Josh. Abriéndome paso


hacia las instalaciones, pegué las dos palmas en la entrada del baño de
mujeres cuando de repente alguien me agarró del brazo, impidiéndome
avanzar más. ―¿A dónde vas, lindura? ― Su aliento caliente, cerveza
rancia y cigarrillos, me llegó a la nariz. ―Quiero disculparme ―.

Genial, es el tipo extraño del bar. ―Está bien ―.

―Te detuviste ―, dijo, moviendo sus manos peligrosamente cerca de


mi trasero. ―Me ofendí ―.
―Está bien, bueno, me disculpo por haberte molestado ―. Traté de
liberar sus dedos de mi trasero, pero fue implacable. ―Suéltame, por favor
―. Sus labios se deslizaron sobre mi boca, y parpadeé en asombro.
―Disculpa. Dije—

―Vamos ―, gimió, mientras sus repugnantes manos magreaban mis


pechos dolorosamente. ―Sé que lo deseas. Mírate, bailoteando con esos
pantalones cortos ajustados. Pedías atención ―.

Respira, Alexa. No entres en pánico. Respira. ―¡Quita tus manos


sucias de mí, imbécil!

Su boca húmeda chupó mi mejilla. ―¿Cuál es el problema? Hace cinco


minutos decías que me follarías, no se lo diré a nadie ―.

―¡Brad! ― Mi espalda chocó contra los azulejos de la pared, y cuando


grité, él presionó una mano sobre mi boca para ahogar los gritos. ―¡Brad!

Seguramente, la vida no puede ser tan cruel. Ya he sufrido a manos de


un monstruo. No podría sobrevivir esto de nuevo.

Luchaba con su cinturón y cremallera. ―Grita, y te haré daño ―.

Me faltaba el oxígeno. Busqué algo, cualquier cosa que pudiera usar


como arma— ―Suéltame ―.

Con fuerza sorprendente, el hombre me inmovilizó contra los lavabos,


separó mis piernas bruscamente y metió sus caderas entre ellas. Agarré su
cabeza por la parte posterior y clavé mis dientes en su mejilla, perforando
su carne.

―¡Ah! ― Se echó hacia atrás, sorprendido. ―Zorra ―. Me dio tal


bofetada en la cara, que me dejó inconsciente como una bombilla.

―Ponte este hoy, dulce Lexi ―, dijo, sosteniendo un vestido blanco


largo. ―Es bonito ―.

―Me gusta el que llevo puesto ―. Mantuve mis brazos bloqueados


alrededor de mis rodillas. Es una mentira. Odio mi camisón. Está rasgado,
sucio y cubierto de vómito. Es dos tallas más pequeño, pero no quiero
aceptar sus regalos.

Sus ojos se crisparon. ―Ponte de pie ―.

Obedecí.

Su dedo acarició mis labios. ―Quiero que te cambies ahora ―.

Mis manos temblaban mientras me levantaba la bata sobre la cabeza.


Avergonzada, aparté la mirada al estar ahí, sin nada puesto.

―Qué belleza ―. Me besó la mejilla. ―Me gustas de blanco. Es puro.


Angelical ―.

La nueva bata sepultó mi delgado cuerpo.


―Ahora quiero besarte ―.

―No quiero—

Sus dedos sucios me agarraron del cabello. ―¿Qué has dicho?

―Nada ―, gemí. ―Lo siento. Me siento mal hoy ―.

―Lexi ―, susurró, su boca demasiado cerca de la mía. ―Tan dulce ―.

Sé que mi nombre es Alexa.

Lágrimas se agolparon en la parte posterior de mis ojos.

―Buena chica ―. Sus manos alisaron mi cabello. ―¿A qué jugamos


hoy?

―Estoy enferma ―, repetí, pero él es demasiado egoísta para escuchar.


―Por favor ―.

Su mano acarició el abultamiento de mi trasero. ―Estás empezando a


desarrollarte ―.

Tragué el vómito en mi garganta. ―Por favor ―, susurré, mientras una


lágrima solitaria rodaba por mi mejilla. ―Por favor, déjame ir a casa. No
contaré a nadie sobre ti. Pero extraño a mi mamá ―. Las lágrimas brotaron
de mis ojos. ―La extraño tanto ―.
―Pero está muerta ―, dijo, pero me negué a creerlo. ―No tienes
hogar al que volver, Lexi. Tu hogar es conmigo ahora ―.

Mi boca se torció de disgusto. ―No te pertenezco ―.

Me dio un revés, brutal, afilado, el golpe giró mi cabeza hacia un lado.


―¿Qué te he dicho sobre esa mierda? Zorra ―.

Mi mandíbula vibró. La sangre se acumuló bajo mi lengua. Toqué mi


mandíbula adolorida con la punta de los dedos. ―Lo siento ―. Él levantó
la mano para castigarme de nuevo— ―Por favor no me golpees ―, rogué,
agarrando su camisa desabotonada. ―Haré lo que digas. Prometo ser buena
―.

―Eso es lo que me gusta escuchar ―. Se quitó su cinturón y bajó la


cremallera, el crujido de la hebilla, hizo que se me revolviera el estómago.
Tomándose el sexo en un puño apretado, se apresuró a excitarse. Aparté la
mirada, asqueada. ―Ahora sé buena, Lexi. Sabes cómo hacerme feliz ―.

Ahogándome en un suspiro entrecortado, volví al presente. El dolor


ardía en mi mandíbula. Temiendo si el hombre me había violado o no, me
giré sobre mi espalda, examiné mi vientre descubierto y los pantalones
cortos aflojados cuando gritos ahogados convirtieron mi cuerpo tembloroso
en hielo. Golpes duros, gritos agonizantes y diatribas furiosas siguieron. Y
como tres ángeles oscuros, Liam, Brad y Nate, inclinándose sobre un
cuerpo ensangrentado, se alternaban para golpear al hombre acobardado en
el suelo.

Brad pateó al tipo en la cara. La sangre salpicó los azulejos de la pared.


Debo haber hecho algún ruido porque los ojos verdes de Nate se
dirigieron hacia mí. Se limpió los nudillos agrietados con un pañuelo y se
agachó para abrochar los botones de mis pantalones cortos. No salió una
palabra de sus labios cuando me ayudó a ponerme en pie. Su espalda se
convirtió en un escudo, bloqueando el tumulto.

Apretando la parte trasera de su camisa negra, eché un vistazo por


encima de su hombro para ver a Liam dando golpe tras golpe, patada tras
patada. ―Señor Warren, por favor. No sabía—

―¿No sabías qué, imbécil? ― Enfurecido por la falta de respeto del


hombre, Liam ajustó los nudillos afilados en su mano y asestó otro golpe
doloroso, mientras la brutalidad laceró el rostro irreconocible del hombre.
―No le pones las manos a una de mis jodidas mujeres ―. El último
puñetazo dejó al tipo inconsciente. ―Llévenselo ―, jadeó, limpiándose la
sangre de la cara, ―¡fuera de mi club! ―.

Nate se apresuró a actuar y perdí el equilibrio, agarrándome al lavabo.


Cerré los ojos, regañándome interiormente. Aguanta, Alexa. Has pasado por
cosas mucho peores y has sobrevivido.

Oí a los hombres de traje llevar el cuerpo sin vida del hombre fuera del
baño, y sentí la cercanía de Liam antes de abrir los ojos. Atrapé su reflejo
ensangrentado en el espejo. Su mano rozó delicadamente mi espalda baja.
―¿Alexa?

Sacudí la cabeza. Soy inquebrantable, pero si él me consuela, me


romperé.

Exhalando un suspiro pesado, me envolvió en sus brazos y me levantó


estilo nupcial. No quise procesar su gesto cuidadoso. Me aferré a él, sin
inmutarme por la sangre en su camisa. Su familiar colonia suavizó el dolor
en mi pecho.

Momentos después, Liam salió al callejón oscuro, y agradecí esos


vientos fríos en mi rostro. Desbloqueó el Bentley estacionado, me bajó al
asiento del pasajero y luego se desplomó detrás del volante poco después.

Normalmente, los ataques de pánico, las ansiedades y las pesadillas me


devuelven al agujero oscuro del que arduamente salí, pero no estoy
preparada para volver allí. Esta noche tuve una escapada afortunada, pero
necesito estar más vigilante en el futuro.

Liam arrancó el motor, los neumáticos chillaron cuando su pie golpeó


el acelerador.

Mis manos golpearon el tablero, recordándome abrocharme el cinturón.


Conduce como un loco, tomando curvas cerradas, rompiendo el límite de
velocidad. Estudié sus nudillos divididos mientras el volante se enhebraba
entre sus manos. Su mirada era firme, sin apartarse de la carretera, los
músculos de su mandíbula tensándose con cada segundo que pasaba.

Daría cualquier cosa por acurrucarme en su regazo con sus brazos


envueltos protectores alrededor de mí. Por muy loco que parezca,
desarrollar sentimientos por mi jefe no es un paso en la dirección correcta.

No es una situación ideal. Es un notorio capo del crimen y un barón de


la droga y su acto de bondad esta noche no significa nada—para él, de todos
modos. Para mí, sin embargo, significa todo. Liam es el primer hombre en
despertarme y iluminar la oscuridad.
Liam me miró, y mi corazón palpitó. Me toqué el pecho, el movimiento
errático me emocionaba, manteniéndome viva.

―¿Qué? ― Torció el coche hacia mi calle; no me sorprende que sepa


dónde vivo.

―Nada, ― mentí, cayendo más profundamente. ―Es el edificio aquí a


la izquierda.

Se subió a la acera y apagó el motor. Sus ojos desaprobadores


recorrieron las paredes grafitiadas, el césped crecido y el viejo refrigerador
equilibrado en un colchón sucio.

―Gracias por esta noche. ― Desabrochando el cinturón de seguridad,


salí y dudé, pero Liam no respondió, así que me alejé.

Entré al edificio, pateé el correo esparcido mientras rodeaba la escalera.


Fumando con las llaves, me detuve junto al viejo tapete de bienvenida, puse
mi frente contra la puerta principal y volví a cerrar los ojos. Estoy luchando
contra el shock y la adrenalina cuando su colonia se deslizó entre nosotros.
―No quiero llorar, ― admití, y él suspiró con fuerza detrás de mí. ―He
llorado suficiente en la vida.

Liam relajó su hombro contra la pared. ―Eres más fuerte de lo que


crees, Alexa.

Mantuve mi frente contra la puerta cuando lo miré. ―No me conoce,


Sr. Warren.
Su mirada era penetrante. ―Eres una mujer joven endurecida. El dolor
hace eso a las personas.

Sollozando, hice sonar las llaves y desbloqueé la puerta principal.

¿Debería invitarlo a entrar? ¿Era eso inapropiado?

Mi lugar está limpio pero anticuado. No tengo mucho. Ya es bastante


humillante que sepa que vivo en un bloque de viviendas del protección
oficial. ―¿Quieres entrar? ― le pregunté , y él enderezó la postura. “No
tengo nada de esas bebidas caras que tomas en el club, sin embargo.
Tendrás que conformarte con cerveza barata.

El hombro de Liam rozó el mío mientras entraba. Contuve la


respiración, cerré la puerta principal y lo seguí a la sala de estar, donde miró
alrededor, inventariando la porquería que llamo muebles.

Fui a la cocina a buscar dos cervezas del frigorífico. ―Ten. ― Le pasé


una, y luego di un largo trago de la mía. ―En serio, gracias por lo de esta
noche. Por traerme a casa y controlar a ese tipo.

Su rostro se arrugó. ―No me gustó donde estaban sus manos. ― Se


sentó en la mesa de centro. ―Nadie toca lo que es mío.

Me mordí el labio. ¿Liam me llamó suya?

―Perteneces al club, Alexa. ― Bebió un trago de la botella de


cerveza. ―Nunca lo toleraría.
Bueno, eso responde mi pregunta.

Sentí una desmoralización aún mayor, regresé a la cocina para buscar


el botiquín de primeros auxilios de debajo del fregadero.

Liam estaba a millones de kilómetros cuando regresé. Su cabeza, estaba


enterrada en sus manos, y sus codos en sus rodillas. Se sobresaltó cuando
me arrodillé frente a él. ―¿Qué estás haciendo?

Tomé la crema antiséptica y las gasas estériles de la caja y con cautela


alcancé su puño cerrado. Sus rígidos dedos se relajaron cuando limpié
suavemente sus nudillos.

El pulgar de Liam acarició el interior de mi muñeca. ―¿Quieres hablar


sobre lo que pasó esta noche?

Ligeramente extendí sus nudillos con crema. ―No realmente. ―


Sonreí débilmente. ―No estoy segura de querer saber qué pasó después de
que me desmayé. La ignorancia es mejor para mi cordura.

―No te tocó. No así. ― Retiró su mano de la mía. ―Si eso es lo que te


preocupa.

Guardé el equipo médico en la caja. ―Eso fue lo primero que


comprobé cuando abrí los ojos, que mi ropa siguiera intacta.

Sorprendentemente me agarró la mandíbula para ponernos al nivel de


los ojos. ―Estuve en ese baño en el momento que caíste.
―Gracias, ― susurré. ―Lo aprecio, Sr. Warren.

Su mano bajó de mi rostro. ―No dejaría que nadie te lastime, Alexa.

Quería creerle. ―Necesito usar el baño.

Dejando a Liam pensando en sus propios asuntos, cerré la puerta del


baño detrás de mí y me agarré al lavabo mientras cavilaba sobre lo
ocurrido esta noche. Hago algunos ejercicios de respiración para controlar
los pensamientos deprimentes.

Estoy en casa. Estoy a salvo. Estoy viva.

Pero mi jefe está en la otra habitación.

Me salpiqué agua fría en la cara y regresé a una sala de estar vacía.


―¿Sr. Warren? ― Ya no está sentado en la mesa de centro. ―¿Señor?

¿Se fue sin decirme?

Liam reapareció de la cocina, y el destello asesino en sus ojos me


inundó de preguntas. Dio un paso adelante y yo retrocedí hasta que mi
espalda chocó con la pared. ―Me mentiste. ― Me sometió con su
presencia. ―¡Me mentiste!

―¿Qué? ― El miedo se apoderó de mi corazón. ―No te mentí.


Su mano me agarró la garganta, y mis ojos se agrandaron. ―Sr.
Warren, por favor. ― Mis uñas rasgaron su muñeca entre pesadas pulseras.
―Me estás lastimando.

―Será mejor que empieces a hablar, perra, ― gruñó entre dientes.


―¡Ahora!

Liam estaba enfadado antes, pero esto es mucho peor. Sus ojos
desquiciados me desafiaban a mentirle. Su implacable agarre en mi
garganta me estaba asfixiando. ―¡Alexa!

―Yo no sé de qué estás hablando— ― Me arrojó a un lado con tanta


fuerza que me lancé sobre la alfombra. ―Por favor. ― Me escabullí hacia
atrás para alejarme de él. ―Ayúdame a entender.

―La foto en tu frigorífico. ― Su postura se cernía sobre mí. ―No te lo


preguntaré de nuevo. ― Agarró mi pelo por la raíz, arrancando un quejido
de mí, y descendió a una rodilla. ―Empieza a hablar.

La desgarradora realidad de lo que quería decir me golpeó como un


tren de carga. Parpadeé para alejar las lágrimas e intenté girar mi rostro,
incapaz de soportar la decepción en sus ojos fríos. ―No es lo que piensas.

¿Qué debería decir?

¿Cómo le cuento?

Si Liam es el hombre responsable de la desaparición de Kathy, de todos


modos estoy muerta.
Me derrumbé, llenando el piso de enormes sollozos. Años de angustia y
pesar me drenaban el cuerpo.

―Lo siento, ― lloré mientras la hiperventilación aumentaba el dolor


en mi pecho. Y luego, detrás del hermoso y preocupado rostro de Liam, vi
una sombra, un alma irreal y desencarnada determinada a mantenerme en
los pozos ardientes del infierno. ―Kathy es mi hermana.

Su mirada se estrechó.

―¡No! ― Mis uñas rasgaron mis brazos desnudos, desgarrando la


carne, rascando y eliminando la suciedad repugnante.

Sus palabras extranjeras martillaban en mi cabeza.

Sacudí la cabeza violentamente para disipar los horrendos flashbacks.

Mis dedos se enredaron en mi cabello. Tiré, jalé y causé dolor en mi


cuero cabelludo para mantener mis ojos abiertos.

Esperé pacientemente durante meses y ahora había arruinado todo en


diez descuidados minutos. Liam pensará que tenía una agenda oculta,
relacionada con él, pero fue por culpa de Él. El monstruo me destruyó,
arruinó a mi hermana. Si no fuera por él, Kathy todavía estaría aquí.

―No hagas esa mierda. ― Liam me sacudió por los brazos. ―Respira.

Lloré de agonía, sofocándome, ardiendo.


¿Por qué todo se siente tan sofocante?

Sordidez, suciedad, vergüenza y humillación se deslizaron en mis venas


como ácido. Incapaz de recuperar la respiración, losflashbacks se
proyectaron detrás de mis ojos, burlándose, ridiculizándome.

Pensé que había desaparecido.

¿Por qué no se va?

Cuando escuché esos murmullos familiares y enfermizos repitiéndose


dentro de mi cabeza, grité, ―¿Qué me está pasando?

Liam usó la fuerza para desenredar mis dedos. Me aferré a él, mis
manos en sus antebrazos, mis uñas pinchando su piel. ―Respira, Alexa, ―
dijo, pero todo lo que escuché fue a Él.

―Lentamente. Adentro y afuera. ― Sus ojos se enfocaron en los míos,


sin romper el contacto. ―Respira profundo.

―Pequeña Lexi dulce.

Oscuridad.

―Recuéstate para mí.

Dolor.
―Buena niña.

Trauma.

―Tócame.

Maldad.

―Tócame.

―Vuélvete, Alexa. ― Liam sujetó mi mandíbula con una mano, sus


ojos fríos azul hielo ardiendo en mí. ―No te permitas ir allí.

―Sé una buena niña, Lexi.

Oscuridad.

Oscuridad.

Oscuridad.

―Sólo tú y yo. ― Su agarre en mi cabello causó un agudo escozor en


mi cuero cabelludo sensible. ―Tú y yo.

―Tu...y...yo. ― Mi voz se quebró. ―Tú...y yo.


―Así es. ― Asintió, inhalando y exhalando. ―Sólo nosotros.

―Sólo nosotros. ― Mi corazón aún latía frenéticamente. Miré detrás


de su cabeza para ver si la sombra todavía estaba allí. ―Tú y yo.

―No es real, ― dijo Liam como si leyera mi mente. ―Lo que sea que
esté pasando por tu cabeza ahora, no es real.

Mis brazos cayeron lentamente a mis costados, solté un suspiro


tembloroso.

El alivio destelló en las esforzadas facciones de Liam. ―¿Alexa? ―


susurró ronco, y encontré su mirada. ―Estás aquí.

La humillación se posó en mis hombros. Mortificada por lo que Liam


había presenciado, rompí el contacto visual.

Se levantó de un salto. ―Límpiate y luego podemos hablar.

La ansiedad me impulsó a actuar. Dejé la sala de estar para encerrarme


en el baño. Una chica irreconocible me devolvió la mirada en el espejo. Sus
ojos cansados y enrojecidos me juzgaban. Su cabello enmarañado y sus
mejillas manchadas de rímel se burlaban de mí.

¿Qué ves, Alexa?

―Veo un desastre, ― dije a la nada.


La abolición de una persona que necesita poner en orden su cabeza.

Eliminé la ropa empapada de sudor de mi cuerpo, encendí la ducha


para dejar que el vapor llenara la pequeña habitación y me metí bajo el
grifo. Me enjaboné el cabello largo, vigilando la puerta mientras la espuma
cálida goteaba por mi espalda.

Liam sabe sobre mi hermana. Su exasperación me desconcertó. Quiero


decir, especulé que el amor entre ellos no era correspondido, pero tanto
odio, ira y resentimiento hicieron sonar mis alarmas . ―Mierda, Kathy.

Su reacción de esta noche confirmó las dudas. Mi hermana es un tema


tabú. Fue correcto pedir primero un trabajo, manteniendo a Kathy en
secreto y protegiéndome de sus despiadadas capacidades.

La verdad ha salido a la luz. Ya no albergo culpa ni mentiras. Todo lo


que puedo hacer es esperar que Liam sea indulgente y comprenda que mi
engaño inofensivo se basó en emociones. No pretendía causar ningún daño.

Primera opción: podría intentar huir, aunque probablemente me


atrapará en cinco minutos y luego me matará.

Segunda opción: puedo salir y enfrentarlo, esperando que me escuche.

De cualquier manera, mi vida está en manos de Liam Warren.


CAPÍTULO CATORCE

Liam

Kathy Pearl.

Recordaba el encuentro como si hubiese ocurrido ayer. Era plena noche


cuando Kathy entró en la oficina. Brad la envió en la dirección correcta
para conseguir un trabajo después de hostigar al portero durante tres horas.
En un momento, aprobaba a Kathy. La estatuesca, curvilínea y morena era
audaz, descarada y seductora. Su atractivo sexual es lo que los clientes
buscaban cuando arrojaban dinero duramente ganado en el Club 11.

Yo también soy culpable de haber caído en su embrujo malvado.

Verán, Kathy era una sirena vengativa. Su deseabilidad y seducción


atrajeron a hombres incautos e insospechados hacia su oscura red de
pecado. Una vez que caes en un agujero escandaloso con una mujer
sedienta de sangre, es difícil salir. No estás atrapado ni dejas de estar
atrapado. Puedes ir y venir a tu antojo porque a Kathy, a diferencia de la
mayoría de las mujeres expectantes, no le importaba el romanticismo ni el
compromiso. Si pones su notoria promiscuidad en perspectiva, realmente es
la encarnación de la perfección para hombres que buscan parejas casuales.

Kathy se sentó en la silla de cuero frente a mí, tamborileando sus uñas


negras en los reposabrazos de madera, con su voluptuoso pecho subiendo
en respiraciones calmadas, y aplicó para las suites privadas donde bailaría
eróticamente para hombres.

Como ya se mencionó, Kathy era audazmente desvergonzada. La


mayoría de las mujeres recién contratadas pedían las jaulas o los podios de
vidrio en la sala principal. No Kathy. Ella exigió el gran trabajo, el trabajo
mejor pagado, el acto depravado de venderse por fondos ilimitados y,
apreciando su audacia, yo le cumplí.

No. Caí en su mentira, anzuelo, línea y plomada.

Antes de ponernos en marcha, Kathy me informó que no tenía ningún


lastre. Ni ex-novios obsesivos. Ni padres reconocidos. Ni hermanos no
deseados.

Soy una loba solitaria, me dijo. No corro con nadie.

Kathy luego procedió a arrodillarse ante mí. Nunca pedí gratificación


sexual, pero ella quiso cerrar el trato con su boca envuelta alrededor de mi
miembro.

Aspiramos cocaína y tuvimos sexo esa misma noche. Brad, no


queriendo perderse de la acción, se unió a la fiesta ilícita. No era la primera
vez que compartíamos una mujer, pero su disposición, su entusiasmo, nos
tomó a ambos por sorpresa.

La lujuria de Kathy fue inesperada.

Me odio por haber tocado a esa mujer.


No fue mi mejor momento.

Sin embargo, el sexo se convirtió en una ocurrencia regular. No tenía


sentimientos románticos por Kathy, pero soy un macho caliente, así que
nunca rechacé sus avances. Tomé de ella mientras ella tomaba de mí.

Nuestra relación era un acuerdo tácito sin ataduras.

Funcionó.

Bueno, funcionó hasta que me engañó.

Kathy Pearl era una serpiente mentirosa y manipuladora que me la


jugó. Confié en ella para estar sola en la oficina una noche, y la perra asaltó
la caja fuerte, robó cincuenta mil y se largó a medianoche.

Kathy lleva meses con una recompensa sobre su cabeza. Si algún


miembro del sindicato localiza el paradero de la mujer, tienen órdenes de
matar al verla.

Sí, Pearl es una puta perra muerta caminando.

Colapsando en la silla de cuero detrás del escritorio, me pasé una mano


por la cara y, con la cabeza reclinada hacia atrás, miré al techo.

Alexa Haines y Kathy Pearl.


Ahora lo veo.

Alexa se parecía a su hermana mayor.

Son sus ojos.

Cuando Alexa chocó conmigo en la cafetería, no pude sacudirme la


sensación de que ya nos habíamos visto antes. Me fui bajo una nube
nebulosa, el misterio en mi mente permaneció durante el resto del día, y
luego la vida siguió adelante, y el breve encuentro se convirtió en un
recuerdo olvidado, al menos, fue un pensamiento adjunto hasta que la chica,
que parecía irresistiblemente pecaminosa, reapareció en el Club 11.

He estado cegado desde entonces.

A pesar de sus características similares, no me atrae Kathy, pero eso no


significa que la mujer no fuese atractiva. Sin embargo, no vi cualidades
únicas más allá del sexo. Su malicia y lengua amarga hacia los compañeros
de trabajo a menudo causaba molestias en el lugar de trabajo.

Alexa, sin embargo, es una historia diferente. Puede que ignore el


creciente cariño que siento por la chica, pero en el fondo me atrae. Su
amabilidad y educación diferenciaron sus personalidades. Kathy provocaba
intencionalmente la defensiva con las mujeres del club, mientras Alexa
intentaba mantener la cabeza baja para evitar las mezquindades.

Sin embargo, Alexa mintió por omisión. Su engaño cambió todo.


A Kathy nunca le importó el trabajo. No, sus manos picaban por robar
el libro de clientes de la caja fuerte y el dinero lavado, y tuvo éxito.

¿Es esa la razón por la que Alexa vino aquí? ¿Planeaba continuar donde
lo dejó su hermana?

Me sentí traicionado, decepcionado.

Nate golpeó la puerta de la oficina. ―¿Podemos hablar?

Miré la carpeta en su mano. Sangre seca cubría sus nudillos tatuados.


―¿Qué pasó?

Se quitó la chaqueta del traje, quedándose en una camisa negra hecha a


medida, y se relajó en el sofá de cuero. ―Un cliente revoltoso.

Contraté a muchos hombres antes de que Nate y Brad se unieran al


grupo, pero trascendieron los rangos y se convirtieron en la élite casi
instantáneamente por alguna razón incomprensible. Brad, en particular, se
ganó su posición de mano derecha la noche que juró lealtad hacia mí. Nate,
sin embargo, requirió entrenamiento adicional previamente, que duró no
más de dos meses.

Nate fue un descubrimiento afortunado. Lo encontré vagando por las


calles de Hackney una noche, su piel marrón manchada de barro y salpicada
de sangre. Tenía los ojos húmedos y el alma destruida. Caminó justo al lado
de mí, pasó junto a los hombres trajeados, y se dejó caer en un banco de
madera para mirar el cielo estrellado.
Por supuesto, me intrigó. No es frecuente que me tropiece con hombres
aparentemente desquiciados. Me senté en el banco a su lado. No se inmutó,
pero el cuchillo de cocina ensangrentado en su mano sugería que alguien
había sufrido su brutalidad bárbara.

Nathaniel Alzaim.

Sus ojos abatidos miraban al espacio cuando se dirigió a mí: No quiero


vender mi alma.

Tu alma es irredimible.

Nate mató a su madre, la apuñaló innumerables veces en el pecho


después de que había castrado a su amante. Su madre, la inútil yonki ,
defendía al cabrón con el que estaba. El mismo cabrón que había abusado
de su hermanita.

Nate reaccionó. Se convirtió en un asesino salvaje y despiadado.

Decidí mantener a Nate cerca. Ordené a los hombres limpiar su


desorden, las partes del cuerpo amputadas que intentó enterrar en su jardín
trasero, y llamé al Superintendente Jefe Reginald Burton, un viejo y leal
amigo en el departamento de policía metropolitana. Reginald cerró el caso
como de personas desaparecidas antes de que se publicara. Según los
registros policiales, la madre de Nate y su padrastro abandonaron a sus
hijos. Su hermanita se mudó a Francia para vivir con su tía, y él ha estado
conmigo desde entonces.
―Nate, ¿dónde carajo está Brad cuando lo necesito? Tu mierda puede
esperar. ― Mis niveles de estrés estaban por las nubes. ―Haz que venga a
la oficina.

―Tranquilízate, jefe. ― Brad, desaliñado por su último encuentro


femenino, entró en la oficina. ―Vine en cuanto volviste. Entonces, ¿cómo
estuvo ella? ― Seleccionó la botella de Jameson en el mini bar, tomó un
sorbo rápido y se desplomó en el sofá frente a Nate. ―Asumo que
finalmente te la chupó.

―Brad, si alguna perra chupó o no mi polla no es asunto tuyo. ―


Ambos hombres mostraban las mismas expresiones sombrías. ―Necesito
una verificación de antecedentes mejorada. ― Extrayendo el expediente de
Alexa del cajón, lo arrojé sobre el escritorio. ―Esta noche descubrí que
Alexa Haines es la hermana de Kathy Pearl. Quiero saber todo sobre ellas.
Y lo quiero en mi escritorio por la mañana.

Nate y Brad intercambiaron miradas asombradas.

―Descargué el expediente de Alexa de los Archivos Nacionales, ―


dijo Nate, perplejo. ―¿Por qué no aparece su relación con Pearl en los
registros?

Torciendo el papel de rizla entre los dedos apretados, lamí la costura y


coloqué una bocana en el extremo. ―Lucho con la misma pregunta.

Brad se acarició la barbilla. ―Deberías llamar a Reginald.


Encendí el porro, inhalé una larga calada y marqué el número de
Reginald. Contestó al tercer timbre. ―Warren, ¿qué puedo hacer por ti?

―¿Es posible que alguien en los Archivos Nacionales elimine registros


públicos?

No perdió el ritmo. ―Sí, sucede de vez en cuando.

―Vale, ― dije con tensión. ―Aquí va mi próxima pregunta. ¿Es


posible despublicar artículos de internet?

―Sí, ― explicó. ―Si contactas directamente con el editor en línea y


solicitas la eliminación, todo es posible.

Aspiré humo hacia el techo. ―¿Conoces los nombres Kathy Pearl y


Alexa Haines?

―¿Pearl? ― Su apellido lo dejó perplejo. ―¿Qué interés tienes en las


hermanas Haines?

Las hermanas Haines.

―Entonces, las conoces, ― dije, y él maldijo al receptor. ―No me


gusta repetirme.

―Las fuerzas del orden tienen la jurisdicción para proteger la


privacidad de las víctimas. Yo personalmente emití un recurso para que se
eliminaran artículos de internet para proteger su identidad. En cuanto a los
Archivos Nacionales, no tuve participación, así que alguien más intervino.
― Hizo una pausa para respirar. ―Kathy y Alexa Haines fueron
secuestradas de su hogar familiar en Newquay, Cornwall, en 1996.
Reaparecieron en Londres en 2003, casi siete años después.

Cubrí el teléfono con la mano. ―¿Algún registro de Kathy?

―Nada inusual. ― Nate ajustó sus gafas de marco negro. ―Puedo


volver a descargar su verificación de identidad, pero si ella mintió, o si
alguien en los Archivos descartó su documento original, es inútil.

Aclaré mi garganta. ―Reginald, ¿tienes acceso a su expediente no


divulgado?

―Sí, los estoy viendo en el ordenador mientras hablamos. ― Se oían


sus dedos tecleando de fondo. ―¿Te gustaría que te los enviara por correo
electrónico?

Encendí el portátil. ―Sí.

Terminé la llamada, dejé el móvil a un lado y, girando el porro a lo


largo del canal de la cenicera para reducir las cenizas, di tres caladas.
―Opiniones.

Los dedos llenos de anillos de Brad se curvaron alrededor del cuello de


la botella. ―Pearl mintió para entrar en el club y robar información
confidencial. Que estuviese aquí no tenía nada que ver con el dinero. La
perra tomó el dinero para exacerbar la traición.
―¿Y la implicación de Alexa? ― Nate reflexionó sobre su alianza.
―¿Cuál es su agenda oculta? ¿Vino a terminar el trabajo?

―No. ― Brad llevaba una expresión de ceño fruncido permanente.


―Creo que vino aquí por una razón diferente.

Una notificación sonó en el portátil. Abrí el correo de Reginald, hice


clic en el archivo adjunto y lo envié directamente a la impresora. Nate se
puso en acción. Organizó las hojas impresas sobre el escritorio en orden
cronológico. ―Señor, todavía necesito discutir algo con usted. Darren
llamó desde Gateway. Dijo que alguien ya recogió las importaciones.
Quinientas pistolas Glock contrabandeadas desde Francia y alrededor de
doscientas mil rondas de munición. ― Colocó la última hoja sobre el
escritorio. ―Eso es un golpe de novecientas mil libras.

Me froté el pliegue entre las cejas con los dedos pinzados. Traté de
mantener la calma. No sirve de nada, sin embargo. Lancé la botella de
Jameson contra la pared. Se fragmentó en pedazos, el líquido marrón
goteando por la pared.

Me ha tomado doce meses conseguir esas Glock.

―Alguien está jugando conmigo ―, escupí, y los hombres se unieron,


trasladándose al frente del escritorio. ―¿Quién declaró la guerra? Primero
fue The Grape and Vine, ahora es Gateway ―. Mi mano golpeó la pila de
impresos. ―Quizás la chica Haines pueda dar respuestas. Consideremos los
hechos. Alexa se presentó y ocurrieron incidentes inexplicables. ¿Está
trabajando con alguien? ¿Está ayudándoles a fastidiarme? ― Despotriqué
con rabia. ―Exijo respuestas ―.
Brad se apoyó en el borde del escritorio. ―Bueno, llevaste a Alexa a
casa antes. ¿Qué pasó? ¿Admitió alguna culpa? ¿Cómo te enteraste de
Kathy?

Los llantos de Alexa se convirtieron en desgarradora desesperación.


Sus gritos perforaron mis oídos. Su dolor, su miedo, lo vi en sus ojos. ―Vi
una fotografía de Alexa y Kathy clavada en la nevera ―, les dije.
―Naturalmente, confronté a Alexa. Ella comenzó a hiperventilar, llorando
y gritando. Sus uñas ―, añadí, ―vi cómo se rasgaba la piel en un estado
abrumador de frustración y devastación. Al principio pensé que yo le había
causado esa perturbación. Pero era casi como si hubiera alguien más en la
habitación con nosotros ―.

―Vale, Alexa parece una mujer poseída ―, Brad abrió los ojos de par
en par. ―Y yo que pensaba que era inofensiva. Creo que deberíamos
llevarla a la cámara, atarla a una silla y invocar a Cristo para que la exorcice
―.

Nate se rió detrás de su puño cerrado. ―Quiero decir, nunca lo he


hecho antes, pero no estoy por encima de un exorcismo ―.

No me divertía su faceta sarcástica. ―Alexa no estaba poseída ―, dije


con irritación. ―Brad, tú más que nadie deberías entender que los estímulos
psicológicos desencadenan experiencias traumáticas previas ―.

―Maldita sea. Está bien ―. La indignación tensó su mandíbula. ―Mi


pasado no es el pasado de Alexa. No puedes comparar nuestras situaciones
―.
―Puedo hacer lo que se me dé la gana ―, repliqué. ―Ventajas de ser
el jefe ―.

Brad se metió un palillo entre los labios. ―Entonces Alexa está


luchando con algunos demonios ―. Se encogió de hombros. ―¿Cómo se
correlaciona su pasado con las traiciones recientes, entonces?

Mis dedos recorrieron la fuente tipográfica en el documento impreso.

Caso Haines.

―Bueno, hay una sola manera de averiguarlo ―. Brad metió una


botella sin abrir de Macallan bajo el brazo, tomó el documento del
escritorio y, volviendo a la zona de asientos de cuero, puso la primera
página del expediente del caso sobre la mesa de café de alto brillo.
―¿Sabes qué? Creo recordar haber oído sobre este caso ―.

―¿Sí? ― Nate alargó las palabras. ―¿Qué tienes para nosotros?

―Fue noticia de última hora ―, nos informó mientras vertía whisky en


dos vasos de cristal. ―'Funcionarios de la policía encuentran a las niñas
desaparecidas siete años después de su desaparición' ―.

Me uní a él en el sofá mientras Nate llamaba al restaurante chino local


para pedir comida para llevar.

―Registros médicos ―. Brad dividió el expediente del caso. ―Dios,


no puedo mirar esta mierda ―.
Seleccioné una vieja imagen fotocopiada de las chicas antes de su
secuestro. Kathy es mucho mayor, mucho más alta que su hermana menor.
―¿Cuál es la diferencia de edad?

Brad volvió a revisar los detalles. ―Nueve años ―.

La sonrisa de Alexa iluminaba la imagen monocromática. Sus rizos


oscuros, salvajes y desatados prácticamente ocultaban la alegría en sus ojos.
Feliz, pensé, notando el rubor de sus mejillas y la pose exagerada.

―La comida está en camino ―. Nate se dirigió a la puerta. ―Volveré


en un momento ―.

Brad estaba absorto, leyendo las notas policiales. ―Extraño ―, dijo,


mordisqueándose el labio inferior. ―Kathy no mostró signos de trauma
emocional, psicológico o físico, mientras que Alexa sufrió todo lo anterior
―. Dio vuelta a la página. ―Ambas chicas se sometieron a la retirada del
Nexplanon por un médico especialmente capacitado ―. Frunció el ceño.
―¿Qué es Nexplanon?

Dejé la imagen fotocopiada sobre la mesa boca abajo.


―Anticonceptivo ―.

Él me miró de reojo. ―Sin embargo, ambas chicas negaron haber


sufrido abuso sexual ―.

Lo caprichoso de Alexa comenzó a tener sentido lógico. Es una


persona indecisa, lo cual, con toda honestidad, me frustraba enormemente.
Dos veces, casi la besé, y ambas veces, el deseo parecía recíproco, pero ella
me rechazó.

No estaba en el estado mental adecuado para leer más. ―Cierra el


expediente ―.

Brad fue al escritorio por una nueva carpeta de clasificación primero.


Deslizó todo dentro de los separadores y adjuntó pestañas etiquetadas para
prepararlo para el archivador. ―¿Cómo manejaste la noticia?

Entendí la pregunta. ―Envié a Alexa al baño y me fui. De lo contrario,


podría haber actuado impulsivamente ―.

―Entonces, de aquí en adelante ―. Quitándose la chaqueta del traje,


desabrochó los botones de las mangas de su camisa y las enrolló hasta
quedar casualmente en los codos. ―¿Cuál es la orden?

―Si Alexa tiene algún sentido común, correrá ―, dije al vaso mientras
bebía whisky. ―Sin embargo, la perseguiré de todas maneras. Quiero
respuestas. Exijo respuestas ―.

―Lo que no entiendo es que Kathy se quedó un corto tiempo, vació la


caja fuerte y luego huyó. No se quedó el tiempo suficiente para hacerse
amiga de nadie. Alexa está comprometida. Su relación con Josh es genuina.
Confía en mí, los he visto interactuar, y ella está embelesada con el tonto.
Tampoco he notado nada indebido o comportamiento traicionero. Mi
pregunta es si vino aquí para continuar en nombre de Kathy, ¿cuándo,
dónde y cómo? Si hay un motivo oculto, ¿planeaba atacar la próxima
semana? ¿El próximo mes? ¿El próximo año? ― Brad seguía hablando
mientras escuchaba. ―Me inclino a decir que no tiene mucho sentido
pensar en una traición ―.

El alegre silbido de Nate resonó en el pasillo. Entró con las cajas de


comida para llevar, cruzó el umbral y, entregando a Brad tres platos,
dispuso los contenedores sobre la mesa baja. ―¿Alguna suerte con el
expediente?

―Sí ―. Abriendo la caja de ternera con champiñones, metí los fideos


en mi boca y los mastiqué. ―Si Alexa no vuelve a trabajar, quiero que la
rastrees y la traigas para interrogarla ―.

Nate vació la caja de patatas fritas con sal y pimienta en el plato. ―No
hay problema ―.

―Mientras tanto, ¿podemos contratar a algunas chicas nuevas? ―


Brad tomó los mini rollitos de primavera, untándolos en una salsa agridulce.
―Cherry me aburre a morir y, sin ofender, pero el rostro indeseable, poco
atractivo e inapropiado de Natalie—

―Brad, ya entendí el punto ―, gruñí, y Nate, siempre dispuesto a


fomentar al bromista, se rió en voz baja. ―Piensas que Natalie es poco
atractiva. Anotado ―.

―Tienes que admitirlo. Sus orejas de ratón distraen mucho ―. La


masa crujiente crujía bajo sus dientes. ―Entonces, ¿qué pasa contigo y
ella?

Siempre hay un método en la locura de Brad. No está interesado en


nuevos empleados. Quería saber por qué no he interactuado con las mujeres
del club últimamente. ―¿Importa?

―No ―. Frunció los labios. ―Sí ―.

No sentí nada, ni una pizca de excitación cuando la mujer en cuestión


irradiaba seducción. ―Natalie se ha vuelto muy pegajosa últimamente ―.

Brad se rió a carcajadas. ―Natalie se eligió a sí misma como tu


alfombra personal hace años, así que, ¿qué hay de nuevo?

Nate devoró galletas de gambas. ―Quiero decir, ¿cuántas veces te ha


pillado con otra mujer? Aún así, vuelve a ti al día siguiente ―.

―Cierto ―, Brad habló con despreocupación. ―Cherry me pilla con


una chica, y amenaza con asesinato, aunque yo no estoy en venta ―,
bromeó, y yo esbocé una sonrisa leve. ―Sobre Gateway. ¿Cuál es la orden?

Utilicé una servilleta de papel para secarme los labios. ―Quiero


grabaciones de vigilancia para ver quién se atrevió a robarme ―.

Nate atacó el pollo frito con arroz en el plato. ―Temo que hay una rata
entre nuestros hombres ―.

Sí, concuerdo. ―Entonces, lo sacaremos a la luz ―.


CAPÍTULO QUINCE

Alexa

Tomaba una taza de té caliente, pero el azúcar adicional no lograba


calmar mi nerviosismo, y observaba a Chloe, quien estaba en una misión
para convencerme de huir de Londres, revolviendo el dormitorio. De hecho,
es de lo único que ha estado hablando desde que abrí los ojos esta mañana.

―Luego sales de la ducha, y eso es todo. Liam se ha ido. Alexa, estoy


aterrorizada. No deberías ir a trabajar esta noche. Necesitamos empacar y
dejar Londres. Tal vez podamos tomar un tren, ir a Gales y conseguir un
trabajo en una granja o algo así. Podemos ordeñar vacas ―. Chloe abrió de
golpe las puertas del armario, agarró montones de ropa y los arrojó en una
maleta sobrecargada. ―¿Qué piensas?

Cuando salí del baño anoche, me cambié a ropa cómoda. Preparada


para la severa reprimenda de Liam, volví a la sala de estar para enfrentar las
consecuencias. Sin embargo, al entrar en la habitación, no encontré a nadie
esperándome. Él había abandonado el edificio, dejando la puerta principal
abierta y todo en desorden.

Asustada o no, él y yo teníamos asuntos pendientes.

Chloe percibió el conflicto en mis ojos, y sus rasgos furiosos se


suavizaron. ―Liam es un lunático enfadado, Alexa. Si no fuera tan
cobarde, lo mataría yo misma ―.
Sorbiendo el té tibio, me hundí en la silla abrazada, viendo cómo ella
arrastraba ropa en una maleta o bolsa de viaje disponible. ―Chloe, por
favor, detente. Significa todo para mí saber que dejarías tu vida atrás para
huir conmigo. Pero nunca esperaría que empezaras de nuevo por el lío que
creé ―.

―Alexa ―. Se dejó caer derrotada en la cama. ―Tengo miedo. Estás


asumiendo demasiado con Warren. Va a matarte. No puedo perderte, amiga
―.

―Eso no va a pasar ―, afirmé con una pizca de inseguridad. ―Si


Liam quisiera que estuviera muerta, ya estaría en una tumba sin nombre con
animales salvajes devorando mi carne podrida ―. Al menos, eso es lo que
me sigo diciendo. ―Huir no es la respuesta. Además, si Liam quisiera
hacerme daño, me perseguiría hasta el infierno para hacerlo ―.

En un silencio miserable, Chloe luchó con la vieja bufanda de Kathy.

Levanté las cejas para añadir un poco de humor a la situación tan grave.
―De todos modos, ¿realmente quieres sentarte en el suelo a ordeñar vacas?

―No ―. Su labio inferior se asomó. ―Pero preferiría ordeñar vacas a


perderte ―.

―¿Chloe? ― Dejando la taza en el alféizar, me senté en la cama a su


lado. ―No voy a ir a ninguna parte ―. Nuestros hombros se rozaron. ―No
puedes deshacerte de mí tan fácilmente ―.
―¿A Liam le gustas, verdad? ― preguntó, con su voz colmada de
esperanza. ―Tal vez pueda pasar por alto la pequeña, minúscula, no muy
mala mentirijilla ―.

Sonreí ante sus esfuerzos. ―Tal vez ―.

―Necesito aclarar esto ―. Se masajeó las sienes con las puntas de los
dedos en un gesto terapéutico. ―Liam tuvo una oportunidad perfecta para
reaccionar anoche. Si la muerte es el castigo, ¿por qué no te mató ahí
mismo? ¿Cuál es la razón exacta de su enfado? ― Sus preguntas
aumentaron. ―¿Le dijiste que Kathy desapareció? ¿Le dijiste que sólo
fuiste al Club 11 para encontrar respuestas? ¿Al menos le explicaste la
razón de mantener en secreto lo de Kathy?

―Respira ―, la apacigüé, entrelazando nuestros dedos. ―Liam estaba


normal. Bueno, no normal. Más calmado de lo usual. Pero luego encontró la
foto y se volvió loco. Sus ojos ―, susurré, reviviendo el momento en que su
beligerancia me dejó horrorizada, pero su tristeza me agarró el corazón.
―Liam estaba herido—se notaba traicionado. Creo que esperaba más de
mí, y lo decepcioné ―.

El pulgar de Chloe acarició mis nudillos.

―Estoy tan confundida ―, admití con desánimo. ―Creo que Kathy


malinterpretó su relación ―.

Se mordió el pulgar. ―Nada de esto tiene sentido ―.

―Quizás Kathy pensó que lo que tenían era real ―, añadí con un gesto
triste. ―Ella no está aquí, así que no puedo preguntarle ―. Una lágrima
rodó por mi mejilla. La limpié. ―Dios, la extraño ―, lloré en el dorso de
mi mano. ―La extraño tanto ―.

―Oye ―, Chloe murmuró cariñosamente, abrazándome. ―Por favor


no llores, Alexa. Vamos a superarlo. Te lo prometo ―.

―Lo siento. Sólo quiero que vuelva a casa. Me siento vacía sin ella. ―
Pasé demasiado tiempo separada de mi hermana. ―Hicimos una promesa.
― Éramos nosotras contra el mundo. ―Ella y yo. Para siempre.

Tal vez Chloe tiene razón. Dejar Londres podría ser lo mejor.

―No puedo rendirme, no hasta encontrarla. ― Kathy sigue ahí afuera.


Me negué a creer lo contrario. ―Voy a regresar al club esta noche. Debo
enfrentarlo.

―Su aversión por Kathy podría jugar a tu favor.

La lluvia salpicaba contra la ventana. ―¿Cómo?

―Te pareces a ella, pero vuestras personalidades chocan. Tú piensas


que Liam odiaba a Kathy. Yo creo que le gustas tú...

Digerí sus palabras. ―¿No crees que somos parecidas?

Chloe me miró sutilmente. ―Ni un poquito.


―Casi nada, ― dijo en un tono monótono, desviando nuestra
deprimente conversación. ―Casi nada.

―Lo que quieres. Cariño, lo tengo. Lo que necesitas. ― Sus dos dedos
me señalaron. ―¿Sabes que lo tengo?

Frotando las lágrimas de mis mejillas, me levanté y reboté en el


colchón. ―R.E.S.P.E.C.T.

Chloe utilizó el cepillo de pelo como micrófono. ―Find out what it is


to me—oh,—oh, ― saltó en la cama, ―sock it to me, sock it to me, sock it
to me, sock it to me. ― Su cadera chocó contra mi muslo. ―A little
respect. Oh, yeah.

―¡Chloe! ― Desmoronándome en un ataque de risa, caí al suelo en un


montón. ―Dios, te quiero tanto. ¿Lo sabes, verdad?

Ella cayó en la cama, girando sobre su estómago para mirarme desde


arriba. ―Las hermanas lo están haciendo por sí mismas.

Agarré la almohada volcada del suelo y se la golpeé en la cabeza.


―Oh, vete a la mierda.

―Yo también te quiero. ― Se metió la almohada bajo el pecho, con


sus piernas pateando en el aire detrás de ella. ―Ahora, ¿cuál es tu siguiente
movimiento?

―Seré honesta con él. ― Le respondí con mis pies apoyados en la


pared. ―No hay manera de ocultarse de esto, Chloe. Necesito ser real con
él.

***

Llegué treinta minutos tarde al trabajo esta noche. En lugar de llegar a


la hora acordada, hice una parada en el café local, que permanecía abierto
hasta tarde, y tomé una comida ligera para asentar el estómago. Tuve una
sensación persistente de nauseas todo el día y pensé que la comida podría
ayudar.

Cuando finalmente tuve valor para entrar al club, debería haber ido a la
oficina de Liam, pero el miedo me dominó. Fui directamente al bar y atendí
a los clientes en su lugar.

Unas tres horas después de la noche, avisté a Josh, pálido y sin espíritu,
dirigiéndose hacia el bar.

Entregando los dos vasos de chupito al cliente, le ofrecí a Josh una leve
sonrisa. ―Llegas tarde.

―Estoy, formalmente, dejando de ser tu amigo, ― bromeó a medias,


usando su llavero para iniciar sesión en la caja registradora digital. ―¿Kat?

Me puse de espaldas al enfriador de vinos. ―Necesitas ser un poco


más específico.

―Recuerdas. ― Se miró en el espejo largo encima del mostrador de


licores. ―La dama del pelo rosa. ― Parpadeé rápidamente. ―Esa a la que
amablemente ofreciste mis servicios.
―¿Oh? ― No creía que Josh realmente fuera a ir a esa cita. ―Vale,
¿cuál es el problema? ― Chasqueé los dientes superiores para contener la
diversión.

―Alexa, la llevé a almorzar, ¿vale? Sorprendentemente, lo pasé bien.


Kat parecía bastante agradable. De todos modos, me sugirió que fuera a su
casa antes de empezar a trabajar. Estaba intrigado, así que ¿por qué no, eh?
Tiene una bonita sonrisa. Pensé en hacerlo por el equipo. ― Sus labios se
aplanaron en una línea tensa mientras sus pestañas se cerraban. ―Era
perversa.

Estallé de risa. ―¿Qué hay de malo en ser perversa? Pensé que a los
hombres les gustaba que las mujeres fueran seguras en la cama.

Los ojos llenos de horror de Josh se abrieron de golpe. ―Hay una


diferencia entre perversa y perversa, si me entiendes.

Lo miré sin palabras. Mi experiencia en la cama es prácticamente nula,


así que no sabría la diferencia.

―Me ató, Alexa. Luego me amordazó. ¿Cuándo diablos di la


impresión de que quería que alguna aspirante a dominatrix me metiera un
mordaza en la boca? Para colmo, me azotó, y duro. ― Señalando su trasero,
soltó una risa ahogada. ―Mi culo está en carne viva. Realmente en carne
viva. Azotar es el rol del hombre, no de la mujer—y a esa diabla le gustaba
llamarme papi.

―Eso es tan sexista, Josh. ― Le golpeé el brazo con el dorso de mi


mano. ―¿Quién dijo que las mujeres no podían ser dominadoras?
―Lo digo yo. ― Se frotó el trasero. ―No quiero un cinturón en mi
trasero.

Realmente adoro a este tipo. ―Entonces, supongo que otra cita con Kat
está descartada.

―Demasiado jodidamente cierto. ― Puntuó cada sílaba. ―Creo que


me quedaré con mi mano de ahora en adelante. ― Sus ojos se fijaron en
Natalie mientras pasaba frente al bar. ―Pero bueno, por ahora, , ella
servirá.

Mis labios se torcieron en expresión de asco.

Estaba a punto de servir a un cliente masculino cuando Brad apareció


en mi campo visual. ―¿Alexa? ― Sus palmas se presionaban en el
mostrador. ―¿Tienes un minuto?

Josh miró entre nosotros.

―Hola, ― dije tímidamente. ―¿Qué pasa?

Brad tenía el rostro de piedra. ―El jefe quiere verte.

Oh, Dios. De vuelta a la realidad.

No te desmayes, Alexa.
Al menos Josh me mantuvo ocupada por un rato. Me ayudó a olvidar.
Ahora es tiempo de hacer frente a la tormenta.

Los ojos preocupados de Josh me recorrieron el rostro. ―¿Estás bien?

Mis manos sudorosas se alisaron en la parte trasera de mis pantalones


cortos. ―Estoy bien.

―Estás visiblemente temblando. ― Me atrajo hacia él. ―¿Estás en


problemas con Warren?

―No. Tengo un poco de frío, ― procedí a mentir, sin querer arrastrar a


Josh a este lío. ―Debo irme. Ya sabes lo impaciente que puede ser Liam.

Josh me soltó con gran reticencia.

Mi corazón palpitante era más fuerte que la música vibrante. Me abrí


camino entre los clientes bulliciosos y fui hacia la temida puerta de la
oficina. Miré al hombre de traje alto y de anchos hombros. ―¿Noche
divertida?

Me lanzó una mirada de reojo sin decir una palabra.

Conté hasta cinco, inhalé una profunda y calmante respiración y golpeé


la puerta.

Dos segundos después. ―Adelante.


Dejando las preocupaciones en el fondo de mi mente, abrí la puerta y
asomé la cabeza. ―¿Querías verme?

Liam está sentado detrás del escritorio. ―Toma asiento.

Dejando las inquietudes en la puerta, crucé la amplia habitación y me


senté en el sofá de cuero.

Después de diez minutos de silencio inquietante, la tensión en el aire


era abrumadoramente sofocante. Mi jefe todavía está revisando papeles en
el escritorio. ―Liam, por favor, déjame explicarte.

Me chasqueó. ―Regla número uno, señorita Haines. No me llames


informalmente. Eres una empleada. No estás por encima de mí. Yo soy tu
jefe. ― Sus fríos ojos se encontraron con los míos desde el otro extremo de
la habitación. ―Me llamarás señor Warren. ¿Queda absolutamente claro?

Bueno, su arrogancia ciertamente me silenció.

Liam caminó hacia mí, arrojó un sobre marrón en mi regazo y luego se


dirigió a la barra para prepararse una bebida. Me dio la espalda cuando dijo,
―Todo lo que necesito saber sobre ti está en esa carpeta, señorita Haines.
Siéntete libre de revisarla.

Sin demora, abrí la carpeta y pasé las páginas. Liam tenía razón. Todo
sobre mi vida está allí: artículos de periódico, informes policiales pasados,
copias de certificados de nacimiento.

¿Cómo obtuvo todo esto?


Una foto de mi antigua casa familiar cayó en mi mano. Evocando
recuerdos agradables, pasé un dedo sobre la imagen. Teníamos una gran
casa, casi como una cabaña: exterior encalado, terraza de madera alrededor
de la casa y un columpio improvisado colgando del gigantesco sauce.

Empujé mis pies hacia adelante.

Empujé mis pies hacia atrás.

Adelante y atrás.

Adelante y atrás.

―¡Puedes hacerlo, Alexa! ― La mano de Kathy empujó mi espalda


para lanzarme hacia el cielo. ―¡Sé que puedes!

Mi cabeza cayó hacia atrás. Con los dedos aferrados a las cuerdas
desgastadas, sentí el viento soplar a través de mi cabello. ―¡No quiero
caerme!

―Si te caes, ― ella corrió frente a mí, extendiendo los brazos, ―te
atraparé.

El pelo se barrió por mi cara. ―¿Lo prometes?

―Lo prometo, ― susurré cuando la imagen osciló hacia el suelo.


Forzando las lágrimas al fondo de mis ojos, pasé páginas y la náusea se
apoderó de mi estómago.

· Desnutrida.

· Infecciones.

· Huesos rotos.

· Mentalmente inestable.

· Dispositivo de anticoncepción.

Mis cejas se juntaron en el centro. Examiné la ligera y casi


imperceptible cicatriz en la parte inferior de mi brazo. ―Los escuché
hablar, ― dije en voz alta, recordando al médico y al detective en la sala
médica. ―En ese momento, me pregunté por qué el médico me dejó llena
de moretones. Me dio una inyección para adormecer la piel, hizo una
pequeña incisión y extrajo algo delgado y flexible. Lo había olvidado.

Sentí los ojos de Liam sobre mí todo el tiempo.

Mi mirada volvió al documento.

El detective había puesto víctima de violación y abuso infantil en el


reporte policial.
Me etiquetó como una víctima.

Resurgieron odiosos flashbacks que trajeron lágrimas a mis ojos. Le


mentí a todos. Me avergonzaba demasiado admitir lo que realmente pasó.
Sin embargo, el detective no me creyó.

Estudié la copia impresa en blanco y negro. Acerqué la imagen—y


arrojé lejos la evidencia como si me hubiera quemado. Inmediatamente
busqué la pintura del Skyline de Londres en la pared. Kathy sacó ese lienzo
para revelar la caja fuerte. Metió carpetas y dinero en efectivo en su bolso.

Mi hermana robó a Liam Warren.

¿Qué estaba pensando?

Todo el tiempo se escuchaban gritos dolorosos. A menudo miraba al


techo para escuchar a los niños corretear por el piso, llorando por sus
madres, llorando por sus padres. Solía creer que era la única hasta que
aparecieron otros en el sótano. Principalmente niñas, pero a veces, me
despertaba para ver niños también.

Sin embargo, nunca permanecían más de dos noches.

¿A dónde iban?

La niña lloraba mientras un hombre enmascarado la arrastraba por las


escaleras de concreto. Ordenándole que se quedara quieta, la colocó en la
esquina y, con botas pesadas ascendiendo los escalones, cerró con llave la
puerta del sótano al irse.
Me levanté del colchón y me arrastré hacia la niña. Era muy bonita, con
el pelo negro cortado a la altura de las orejas y ojos azules. Levanté mi
mano hacia su cara, y ella se estremeció, tomando un respiro entrecortado.
Me detuve, luego le aparté algo de cabello suelto detrás de su oreja. ―No te
haré daño.

―¿Cuánto tiempo llevas viviendo aquí? ― susurró, mirando la puerta


del sótano. ―Quiero irme.

Jugueteé con mis dedos. ―Ya no recuerdo mucho.

Con la cabeza enterrada en sus manos sucias, sollozó. ―Quiero ir a


casa.

Mis ojos se llenaron de lágrimas. No puedo decirle a mi nueva amiga


que el hogar ya no existe. Poniendo una cara valiente y una sonrisa, la
consolé, ―Estarás en casa muy pronto.

Mirándome entre sus dedos sucios, preguntó, ―¿Cómo lo sabes?

―Bueno, tenemos que ir a casa a veces, supongo.

Se frotó la nariz. ―No me gustan esos hombres.

A mí tampoco. Uno en particular. ―¿Quieres dormir en mi cama?

Echó un vistazo a los edredones y las almohadas sin lavar y decidió que
el colchón era mejor que el suelo frío.
La ayudé a cruzar la habitación, y nos acostamos juntas, mirando el
techo agrietado. ―¿Cómo llegaste aquí?

He aceptado la realidad. El monstruo asesinó a mi madre y nos robó a


mi hermana y a mí para hacer cosas malas con nosotras. Sé que está mal
porque me siento sucia cuando me toca.

Si fuera normal, ¿por qué me escondía del resto del mundo?

Contemplé contarle la verdad a mi nueva amiga, pero estaba tan


asustada. ―Me escapé.

―¿Te escapaste de tu mamá? ― preguntó conmocionada. ―¿El


hombre malo te llevó? ¿Nos va a hacer daño?

―No es tan malo ―, mentí, tragando bilis ácida. ―Te acostumbras a


este lugar.

―No quiero estar aquí. ― Sus labios magullados temblaban. ―Quiero


ir a casa.

No hablamos mucho después de eso. En vez de eso, nos dormimos


tomadas de la mano.

Cuando desperté la mañana siguiente, mi amiga se había ido, y supe


que no volvería.

¿Por qué no me llevó arriba como a las demás?


¿Por qué no puedo salir del sótano?

¿Por qué no me mata?

Oyendo gritos arriba, cubrí mis oídos y canté la canción de mi madre.


―Somewhere over the rainbow, way up high, there's a land that I heard of,
once in a lullaby..

La puerta del sótano se desbloqueó.

Sus botas descendieron las escaleras.

Me escondí detrás de mis manos.

Tal vez si no puedo verle, él no me verá.

―Lexi, ― susurró.

Yo sé que mi nombre es Alexa.

―Ven a mí.

Su voz me asustaba.

No me gusta su voz.
¡La odio! ¡La odio! ¡La odio!

―Somewhere over the rainbow, skies are blue, ― canté. ―And the
dreams that you dare to dream really do come true.

―Deja de cantar. ― Una punzada aguda atravesó mi cabeza cuando


me agarró del pelo. ―¿Cuántas veces tengo que decírtelo? Maldita
desobediente. ― Me arrancó del colchón, pateando y gritando, y me arrojó
sobre el frío concreto. ―Aprenderás a obedecerme, Lexi.

―Por favor. ― Girándome sobre mi estómago, gateé con las manos y


rodillas para alejarme de él. ―Por favor, no me hagas daño.

¿Por qué corro?

Él siempre me persigue.

―No, no nos vamos, dulce Lexi. ― Sus manos agarraron mis caderas,
y me puse rígida por completo. ―Tu miedo sólo me excita más, pequeña.

―¡No voy contigo! ― Pateándolo en la espinilla, retrocedí hasta que


mi espalda chocó con la pared de ladrillo. ―Por favor. ― Su sombra oscura
se acercaba hacia mí. ―La última vez dolió.

―Alexa, concéntrate en mí. ― La voz de barítono de Liam me


devolvió al presente. ―Recuerda respirar.

Mis ojos se abrieron.


Lágrimas calientes empapaban mis mejillas.

Luché por respirar.

Dolía. ¿Por qué siempre duele?

―Alexa, respira, ― me instruyó, e inhalé, aguanté y exhalé. ―Buena


niña. ― Sus manos frotaban mis brazos superiores. Sólo entonces me di
cuenta de que él estaba arrodillado delante de mí. ―Y otra vez.

Exhalé otro aliento. ―Lo siento, ― me disculpé en nombre de Kathy.


―No sé por qué vació la caja fuerte, pero debe haber una explicación
razonable. ― Su impasibilidad me desconcertó. ―¿Dónde está ella? Lo
hiciste, ¿verdad? ― Nos pusimos de pie juntos lentamente. ―¿Qué le
hiciste a mi hermana? Maldito hijo de puta.

Levanté la mano para golpear su cara. Él atrapó mi muñeca.


―Golpéame, ― me desafió con una voz tan fría. ―Y te devolveré el favor.

―¿Qué pasó con ella? ― Las lágrimas saturaban mis ojos. ―Por
favor, dime. Necesito saber qué le hiciste a mi hermana.

Liam me miró estrechamente. ―No lo sabías.

―¿Saber qué? ― Intenté recuperar mi brazo, pero su agarre se


fortaleció. ―Me estás haciendo daño.
Él agarró mi mandíbula y miró profundamente en mis ojos. ―¿Por qué
vino Kathy a verme?

Mi respiración se hizo pesada. ―Kathy quería que nos ayudaras a


encontrar a nuestro captor de la infancia.

―¿En serio? ― Mostró una sonrisa sardónica. ―No recuerdo tales


conversaciones.

―Bueno, tenía que esperar la oportunidad adecuada. ― Mis dientes


castañeaban. ―Su afecto por ti se interponía.

―¿Afecto? ― Soltó una risa cáustica. ―Kathy Pearl no tenía ni un


sólo hueso afectuoso en su cuerpo. Follábamos. ― Su brusquedad me hizo
enrojecer. ―Follábamos duro. Sin embargo, no había afecto.

―Pero se compraban regalos y se hospedaban en hoteles... ― Sus cejas


se elevaron lentamente. ―Ella estaba enamorada de ti.

Quedando sin palabras, Liam se sentó en la mesa de café y, sólo con


sus ojos, me indicó que me sentara. ―Estabas mal informada. Nunca pasé
la noche con Kathy. Ciertamente no le hice regalos.

Enjugando las lágrimas de mis ojos, bajé mis manos a mis muslos.
―Entonces, ¿por qué me mintió? ― Estaba demasiado destrozada para
mirarlo cuando pregunté, ―¿Está muerta?

Un largo silencio se extendió entre nosotros. ―No que yo sepa.


¿Es completamente absurdo que le creyera?

―Kathy no tenía derecho a robarte. No tenía idea. Pensé... ― ¿Tú que


pensaste, Alexa? ―Mi hermana desapareció. Seré honesta, señor Warren.
Usted es un hombre muy temido y odiado en Londres. Basándome en la
investigación, mentí para conseguir un trabajo porque no confiaba... ― Mi
garganta se tensó. ―Pensé, ¿Y si lastimó a Kathy? ¿Y si le pregunto y me
miente? Quería una forma de entrar para poder verlo por mí misma.

Él resopló. ―¿Encontraste algo digno de mención?

―¿Aparte de que usó un nombre falso y a nadie le gustaba? ― musité


tristemente. ―No, no realmente.

El pulgar de Liam rodeó el borde de su vaso de whisky. ―Quizás no


conocías a Pearl en absoluto.

Me sentí insultada por su comentario insensible. ―Kathy es mi


hermana. La conozco mejor que nadie.

―Entonces, ¿dónde está? ― preguntó, sabiendo que no tenía respuesta.


―Eres incomprensible, señorita Haines. ¿Debo creer tus lágrimas? ¿Es todo
un acto? ¿Cómo sé que ustedes dos no están trabajando juntas?

―No. ― Un timbre constante golpeaba en mis oídos. ―¿Por qué sería


tan tonta como para traicionar a un hombre como tú?

Él desdeñó los zapatos de segunda mano en mis pies. ―Por dinero.


Me reí de su descortesía. ―Tengo cuarenta y ocho mil libras en el
banco.

―¿De verdad? ― Su sarcástica altanería empezó a irritar mis nervios.


―Y sin embargo, vives, mueres y resucitas con la misma ropa.

―Tengo una compensación por años de abuso sexual, ― vomité las


palabras, y su sonrisa se desintegró. ―Lo estoy guardando para un día
lluvioso.

―¿Eso es lo que querías decir? ― Se movió al sofá, su brazo derecho


deslizándose por el respaldo de cuero tras mi cabeza. ―Sobre los hombres
que se aprovechaban de ti.

Me atreví a mirarle a los ojos. ―No volveré allí. Si alguien me


inmoviliza, lucharé esta vez.

Liam acabó el resto del whisky, dejó el vaso sobre la mesa de café y se
acercó más. ―Mírame, ― ordenó, y obedecí. ―¿Fuiste al Club 11 bajo
falsos pretextos?

―Sí, ― respondí honestamente. ―No necesitaba un trabajo. Sólo


quería respuestas.

Él me estudió detenidamente en caso de que la mentira apareciera en


mis ojos o se reflejara en mi tono de voz. ―Te creo. ― Su dedo rozó la
nuca, y me estremecí. ―Es un caso abierto, ¿correcto?

Mis pensamientos se arremolinaban. ―¿Qué?


Inclinándose para recoger los documentos dispersos en el suelo, deslizó
las pruebas históricas en la carpeta. ―La ley nunca atrapó al bastardo que
te secuestró.

Negué con la cabeza.

―Merece pagar por lo que te hizo, ― dijo con una voz baja e irritada.
―Pídemelo.

―¿Qué pido?

―Pídeme que lo rastree y lo mate.

Mis labios se separaron en shock. ―Kathy no creía que tu generosidad


llegara tan lejos.

―Tenía razón.

Fruncí el ceño ante eso. ―Entonces, ¿por qué tu servicio está


disponible para mí?

Sus ojos se oscurecieron mientras hablaba. ―Tú no eres ella.

―Pero te mentí... ― Mi estómago se hundió. ―En verdad, no me


importa lo suficiente. No puedo cambiar el pasado. Pasó. Estoy aprendiendo
a vivir con eso.
Liam pareció desconcertado por el rechazo. ―Entonces, ¿qué más
necesitas de mí, señorita Haines?

Su pregunta sonaba como un inminente despido. ―Nada.

―Debes volver al trabajo. ― Miró su reloj incrustado de diamantes.


―Te quedan cinco horas.

Le lancé una segunda mirada. ―¿Todavía tengo mi trabajo?

Sus mejillas se hundieron de frustración. ―¿Quieres el trabajo?

No había considerado continuar aquí. Supongo que me gustaría


quedarme si a Liam le parecía bien. Claro, no me llevo bien con las
trabajadoras, pero amo a los hombres de traje. Además, el Club 11 me da
una razón para levantarme por las mañanas. ―Me encantaría quedarme.

La cabeza de Liam descansó contra el cuero, mientras sus dedos


colocaron un mechón de pelo detrás de mi oreja. Fue un gesto inofensivo,
pero lo sentí en los huesos. ―Entonces quédate.

Estoy destrozada. Amo y adoro a mi hermosa hermana, y aunque no


comprendía las sombras de su insensatez, sólo puedo esperar que tuviera
razones válidas para hacer de Liam un enemigo.

Y él, Liam Warren, el hombre que me mira en este momento, espero


que pueda encontrar en su corazón la manera de perdonarla. Ha demostrado
una y otra vez que puede perdonar la traición.
―Todo se siente tan definitivo, ― susurré devastada. ―Kathy no está
desaparecida. Kathy eligió escapar de la realidad.

Mi hermana se fue y nunca miró atrás.

Se olvidó de mí.

Rompió nuestra promesa.

Su traición duele más de lo que ella nunca sabrá.


CAPÍTULO DIECISÉIS

Liam

Estaba firmando documentos en la oficina cuando alguien golpeó la


puerta. Mirando el monitor de vigilancia en el escritorio, vi a Natalie parada
fuera de la puerta, preocupada por su apariencia. No estaba de humor para
sus tonterías esta noche. Últimamente, la rubia de pechos generosos estaba
resultando problemática. La he rechazado en cada esquina, pero continuaba
molestándome.

Vertiendo whisky puro en un vaso, me relajé en la silla de cuero.


―Adelante.

Natalie abrió la puerta. ―Señor Warren. ― Incluso su sonrisa inocente


me irritaba. ―¿Podemos hablar?

Hice un gesto hacia la silla frente al escritorio.

Se sentó. ―Sobre nosotros.

Chasqueé la lengua. ―Natalie. Deberías pensarlo mejor.

―¿Hice algo mal? ― Sus mejillas se sonrojaron. ―Es sólo que, bueno,
no has solicitado mi tiempo... ― Cuando permanecí en silencio, buscó las
palabras correctas. ―¿Hay alguien más?

Su pregunta me enfureció. ―No te voy a responder.

―Entonces, ¿qué hice? ― argumentó, mientras su voz se aceleró a un


ritmo febril. ―Ni siquiera puedo recordar la última vez que dormimos
juntos.

―Nuestra historia no es relevante. ― Derribando un trago de whisky,


dejé el vaso vacío en el escritorio. ―¿Estás sexualmente excitada, Natalie?

Poniendo pucheros, ronroneó, ―Sí.

―Entonces estoy seguro de que alguno de los hombres puede asistirte,


― Le ofrecí, y su lujuria se diluyó en ira. ―Cierra la puerta al salir.

Mi móvil vibró con un mensaje de texto.

Brad: Te necesito abajo.

―No los quiero a ellos, ― replicó Natalie, recordándome que aún


estaba allí. ―Te quiero a ti.

―Verás, aquí es donde trazo la línea. ― Construyendo un porro en el


escritorio, molí marihuana y distribuí los cogollos en el papel. ―No estoy
disponible. Tú lo sabes. Yo lo sé. Sin embargo, exiges más.
―Me favoreciste sobre las demás, ― señaló con una sonrisa arrogante.
―No ha pasado desapercibido, señor Warren. Todos saben que soy
intocable.

La miré incrédulo. ―Sal.

―¿Qué? ― Se estremeció. ―Pero señor Warren—

―Dije, sal, ― gruñí, y se levantó tambaleante. ―No eres intocable,


Natalie. Todo el sindicato puede follarte, por lo que a mí respecta. Has
violado los términos y condiciones de nuestro acuerdo. ― Rodeando el
escritorio, agarré su codo y la empujé hacia la salida. ―Moléstame una vez
más. ― Abriendo de golpe la puerta, la forcé a cruzar el umbral. ―No
vivirás para oír el final.

Sus labios se curvaron en una mueca. ―Que te jodan, Warren.

Empujándola contra la pared, casi le doy un revés cuando mi codo


chocó con alguien en la cara. Dejando caer parte de las ganancias de esta
noche en el suelo, Alexa, jadeando de sorpresa, se cubrió la nariz con las
manos.

Natalie seguía acurrucada.

―Vuelve al bar ―, ordené, y la joven rubia se apresuró a alejarse de


mí. ―Alexa ―. Sin hacer caso a los guardias alineados en el pasillo, tomé
la mano de la mujer y, al examinar su rostro, maldije al ver la sangre que
brotaba de sus fosas nasales. ―Mierda. Entra ―. Cuando se agachó para
recoger el dinero del suelo, la agarré por la muñeca. ―Déjalo ―.
Avergonzada por su hemorragia nasal, se cubrió la nariz con la palma y
se dirigió hacia la oficina.

Sólo con una mirada le dije a seguridad que recogiera el dinero y cerré
la puerta. ―Fue un accidente ―, dije, y ella asintió. ―Déjame ver ―.
Agarrando la nuca, pellizqué el puente de su nariz y le incliné la cabeza
hacia atrás. ―No está rota ―.

Alexa hizo una mueca. ―Entonces, ¿por qué duele? ― Sus manos se
abanicaban el rostro en un intento de enfriarse, y sus ojos estaban vidriosos
debido a los nervios golpeados. ―No quería interrumpir ―.

Es bueno que interrumpiera porque estaba a segundos de romperle el


cuello a Natalie. ―Sujeta tu nariz ―, le instruí, y sus dedos reemplazaron a
los míos mientras buscaba un pañuelo del baño. ―Siéntate ―.

Ella se sentó en el sofá.

Poniéndole un pañuelo hecho bola en las fosas nasales, me senté a su


lado para detener la sangre. ―Probablemente necesitarás un trago fuerte
después de esto ―.

Alexa sonrió. ―Probablemente ―.

El silencio incómodo se prolongó entre nosotros.

Mi mirada bajó a sus piernas sedosas. No pude evitarlo. La mujer tenía


unas piernas increíblemente largas y delgadas. ―¿Hay mucha gente abajo?
¿Por qué hice una pregunta tan ridícula?

El Club 11 siempre está abarrotado.

―Sí ―, dijo, parpadeando para apartar las lágrimas de sus ojos. ―Por
eso Josh me envió con el dinero. Estaba atascando las cajas registradoras
―.

Retiré el pañuelo para evaluar el daño. El sangrado había cesado. Con


un pañuelo limpio, limpié los restos de su labio superior y tiré el desorden.
Vertí whisky destilado en el vaso de cristal. ―Toma ―. Le ofrecí, y ella
aceptó. ―Te lo ganaste ―.

Alexa tomó un sorbo. ―Gracias ―.

Mi móvil vibró en el escritorio.

Verifiqué el mensaje.

Brad: ¿Necesito enviar una partida de búsqueda?

Brad: Cualquier momento esta noche sería apreciado, Jefe.

Con un trago, Alexa dejó el vaso vacío en la mesa de centro y se


levantó. ―Te dejaré seguir con lo tuyo ―.

―Tengo reunión ―, dije al salir al pasillo. ―Te acompañaré abajo ―.


Frotándose los brazos desnudos por el frío, caminó a mi lado,
silenciosa y reservada.

La miré de reojo. ―Estás muy callada esta noche ―.

Ella se frotaba las sienes. ―Estoy un poco mareada ―.

―¿Qué? ― Dejé de caminar. ―¿Por el golpe?

―Las paredes parecen girar a mi alrededor ―, dijo, frotándose los


ojos. ―Está bien. Estaré bien ―.

Llamé a uno de los guardias. ―Agua embotellada ―.

―Honestamente, estoy bien ―. Su espalda se apoyó en la pared.


―Imagínate estar en el extremo receptor de tu puño ―, bromeó. ―Tu codo
fue bastante malo ―.

Me reprendí internamente. ―No quise hacerte daño ―.

―Lo sé ―. Su frente se arrugó. ―Puede ir a la reunión, señor Warren.


Esto ―, hizo un gesto hacia su rostro, ―será normal en unos segundos ―.

―Tú no eres doctora ―. Recibiendo el agua embotellada del guardia,


abrí la tapa. ―Toma ―.
Dándose golpecitos en la frente sudorosa, bebió agua hasta saciarse.
―Gracias ―.

―¿Cuál es la parte más agotadora de ser bartender?

―Los clientes ―.

―¿Y la más agradable?

Se detuvo a pensar. ―Reponer los frigoríficos ―.

―Entonces, quiero que reabastezcas el resto de la noche ―, la


autoricé, y su espíritu se iluminó. ―Deja que los demás se ocupen de las
demandas de los clientes. O, ¿preferirías un turno corto? Puedes irte
temprano ―.

―No ―, aseguró. ―Estoy feliz con el turno más tranquilo. Además,


ya me siento mejor ―.

―Bien ―, dije, apartando la mirada de sus ojos. ―Siga, señorita


Haines ―.

Alexa pasó junto a mí.

Por alguna razón desconocida, la observé alejarse.


Me uní a los hombres en la cámara subterránea del Club 11. En el
centro de la habitación, atado y encadenado a una silla de madera, estaba un
hombre desnudo, cuya identidad se ocultaba detrás de un saco negro,
murmurando súplicas indistintas. Con las manos en los bolsillos de mis
pantalones, me detuve a su lado, esquivando el charco de orina alrededor de
sus pies descalzos y sucios, y evalué el abultamiento de su prominente
vientre.

Abrochándose la chaqueta del traje, Brad se levantó de la silla de metal.


―Descubrimos qué pasó con las Glocks ―.

Nate, arreglaba herramientas y armas en el banco de trabajo de acero,


afilaba cuchillos y un machete, mientras silbaba uno de sus muchos temas
favoritos de Motown.

―¿En serio? ― Arqueando una ceja, aparté la ropa del hombre.


―Ilumíname ―.

Brad arrancó bruscamente el forro de la cabeza del tipo, revelando a


Darren drogado. Su rostro magullado y golpeado se balanceaba mientras
luchaba por mantener la semi-consciencia. Saliva ensangrentada colgaba de
sus labios rotos. Sus brazos, que estaban atados a la espalda, parecían
dolorosamente dislocados.

―¿Por qué está Darren atado a esta silla? ― Mi mirada recorrió a los
hombres trajeados de pie en la habitación. ―¿Alguien quiere decirme qué
coño está pasando?

―Cuando Darren llamó y dijo que el cargamento había desaparecido,


supe que algo no estaba bien, así que seguí mi instinto e hice una pequeña
investigación. ― Brad me entregó una carpeta. ―El jodido traidor se
largó. Te vendió a este tipo ―. Señaló una imagen. ―Flamur Bajramovic
―.

Inquieto por la información, examiné las pruebas reunidas. En una foto,


Darren aparece pasando documentos al hombre en cuestión. Flamur
Bajramovic. Ojeé las imágenes. Flamur claramente tiene dinero: trajes de
tres piezas, calzado de diseñador, vehículos de alta gama y joyas de oro
macizo. ―¿Quién es este Bajramovic? Nunca antes había visto a este
hombre en mi vida ―.

―Flamur es el jefe de una mafia albanesa. Nate desenterró ese


interesante detalle ―. Brad dio vuelta la página para mostrarme otra
imagen de Darren y Flamur asistiendo a lo que parecía ser una reunión
clandestina. Ambos hombres llevaban gafas de sol y sombreros fedora para
enmascarar sus identidades. ―Ha tenido ciudadanía en Londres los últimos
quince años ―.

Dejé caer la carpeta al suelo. ―¿A qué se dedica?

―Por todos los informes, Bajramovic es un ciudadano ejemplar y una


figura pública respetada. Está profundamente involucrado en obras de
caridad y eventos de recaudación de fondos ―. Brad colocó otro sobre en
mi mano. ―También está casado con su novia de la escuela secundaria,
Zamira Bajramovic ―. Su esposa es una belleza de pelo azabache con
gusto por las marcas de diseñador. ―Bajramovic lleva dos vidas. Puede
predicar la paz mundial, pero al caer la noche, es un juego completamente
diferente ―.

Me sentí repugnado por las pruebas. Revisé interminables imágenes de


niñas, algunas tan jóvenes como de cinco años, algunas con uniformes
escolares, encontradas muertas en zonas rurales después de meses de
cautiverio. ―¿Qué es esto?

―Las encontré en el ordenador de Darren ―. Nate cruzó los brazos.


―Y una cadena de correos electrónicos perturbadores entre él y
Bajramovic. También descubrí a Pamela Leigh en su baño ―.

Notando mi confusión, Brad añadió, ―Desapareció el mes pasado ―.

Miré furioso a Darren. ―¿Qué hay de la chica, Pamela Leigh?

―Muerta ―, cortó Nate. ―La dejé allí para las autoridades. Planeo
informar a Reginald una vez que tratemos con ese bastardo ―.

―Tráfico de personas ―. Brad mordisqueó un palillo de dientes en la


comisura de sus labios. ―No es algo que defendamos, pero es parte del
mundo subterráneo ―.

Soy famoso en el mundo subterráneo, pero no tengo interés en el


tráfico de personas o la esclavitud sexual.

―Darren no ha soltado prenda ―. Nate golpeó a Darren en la parte


trasera de la cabeza, y él gimió lamiendo sangre de sus labios. ―Llegamos
a conclusiones, ¿verdad, Darren?

Darren murmuró, ―Para ―.


―Maldito pervertido ―. Brad agarró la garganta del hombre. ―Tiene
una inclinación por las niñitas ―.

―No ―, gimió Darren. ―No es lo que piensas ―.

―Cállate ―, le reprendí, y los labios del hombre se sellaron. ―Así


que Darren es un pedófilo ―. Mi mirada regresó a Brad. ―Eso no explica
completamente su conexión con Bajramovic, sin embargo ―.

Brad dirigió una mirada especulativa a Darren. ―Bajramovic y Darren


formaron una alianza por su afición a las niñas. Mientras tanto, Darren se
abrió sobre su estilo de vida ―. Se encogió de hombros. ―Habló sobre el
sindicato, y Bajramovic mostró un gran interés ―.

―Estoy de acuerdo ―, murmuró Nate. ―Después de mucho alcohol,


Darren se quejó del trato injusto en el trabajo, y Bajramovic le hizo una
oferta ―.

Miré a Darren. Ya me estaba mirando. ―¿Trato injusto?

Brad sonrió con autocomplacencia. ―Darren es el primer hombre que


contrataste, sin embargo, es incapaz de alcanzar privilegios de alto rango
―.

Sí, contraté a Darren antes que a Brad y Nate, pero él es mayor,


perezoso y sin ambiciones. Nunca ha demostrado ser más que un guardia
confiable.
Nate mostró los estados financieros de Darren. ―Bajramovic transfirió
tres pagos generosos este mes ―.

Empecé a sentirme furioso.

―Dejó que Bajramovic se llevara las Glocks ―, continuó Brad.


―Básicamente, te vendió por dinero ―.

―Dinero ―, dije aburridamente. ―Como si no le pagara lo suficiente


―.

La sonrisa de Nate era apagada. ―Con los albaneses, era respetado ―.


Acercando su boca al oído de Darren, susurró, ―Te sientes inútil aquí,
¿verdad?

Brad, el maestro de los juegos mentales, se unió a la diversión. ―Es


inútil. Nunca he respetado al vago ―. Con las manos apoyadas en las
rodillas, habló directamente al traidor. ―Admítelo, Darren ―. Fingió
simpatía. ―No eres lo suficientemente bueno para ser uno de nosotros ―.

―¿Cómo lograron esto sin nuestro conocimiento?

―Flamur, o sus aliados, se acercaron a nuestros hombres mientras


transportaban carga desde Gateway a la M4 ―, explicó Brad.
―Condujeron las furgonetas fuera de la carretera, causaron una colisión y
luego dispararon a ocho soldados: dos conductores, cuatro cargadores y dos
chicos de recados. Presumiblemente, Darren filtró información, lo que le
dio a Flamur una ventaja para atacar y llevarse la mercancía ―.
―¿Qué pasa con el cargamento de cocaína?

―Se apoderaron de contenedores de carga ―. La mandíbula de Nate se


tensó. ―Cinco toneladas. Con un valor en la calle de casi mil millones ―.

―Valgo miles de millones ―, dije, corta y bruscamente. ―Mi capital


es irrelevante, sin embargo. No soy caritativo. Su acto de traición y codicia
por el robo me costó dinero ―. Bajando la cabeza, ordené silenciosamente
a Nate que continuara la tortura del hombre. ―Arriba ―.

Nate ajustó las esposas metálicas a las muñecas de Darren, las cuales,
por medio de cadenas de alta resistencia, lo conectaban al techo. Tirando de
la cadena hacia atrás, Nate elevó a Darren fuera de la silla hasta que su
única fuente de equilibrio fueron los dedos de los pies, y luego aseguró la
posición erguida del traidor para que yo pudiera interrogarlo.

Darren es demasiado débil para protestar o luchar. Con los brazos


estirados sobre su cabeza, lloró, y los hombres, disgustados por su traición,
se hicieron a un lado y observaron.

Brad se enfundó nudilleras afiladas en los dedos. Lo apuñaló,


perforando su hinchado estómago. Su tortura fue prolongada. Soportó
golpes brutales y dolorosos en el pecho y la cara hasta que se volvió
demasiado insoportable para llorar o suplicar.

Encendí un cigarrillo. ―Más ―.

Brad y Nate alternaron golpes poderosos a su espalda y costillas.


Respirando humo, ordené, ―Otra vez ―.

Los gritos de dolor de Darren resonaban por toda la bodega. La sangre


brotaba de las laceraciones, goteando por su pálido cuerpo.

Parpadeé indiferentemente. ―Bájenlo ―.

Nate activó el motor, y el cuerpo de Darren se estrelló contra el suelo,


las cadenas pesadas chocando contra el concreto a su alrededor. Mientras
Nate desenrollaba una hoja de plástico en el suelo, Brad dejó caer a Darren
en la silla y ató sus brazos detrás de la espalda.

Quitándome la chaqueta, me arremangué la camisa hasta los codos y


acepté un cuchillo de Nate. ―Me vendiste a un albanés de mierda. ―
Agarrando al hombre por la garganta, le clavé la hoja en el estómago, y él
jadeó. ―Eso no me gusta nada.

Los ojos vidriosos de Darren me miraban. ―Warren...

Retorciendo el mango del cuchillo, saqué la hoja, y su carne desgarrada


hizo un ruido húmedo. ―Vamos, Darren. ― Le di una bofetada con la
palma abierta en la cara. ―Te estás avergonzando.

―Jefe—joder, ― sollozó, con la sangre obstruyendo su tráquea.


―Puedo explicarlo.

―¿Explicar qué? ¿Que me traicionaste? ¿Acaso no fui bueno contigo?


¿No te pagué bien? ― Una rabia imposible se encendió. Le golpeé la
mandíbula. ―¡Respóndeme!
Su cabeza se giró con el impacto. Escupió sangre en el suelo. ―Por
favor. ― La culpa y la vergüenza flameaban en sus cansados ojos. ―Te lo
suplico.

―Eres el Judas en mi mesa. Esto me duele, ― susurré, arrancando la


cadena militar indigna de su cuello. ―Tú y yo sabemos cómo trato a los
traidores. ― Tirando la hoja ensangrentada al suelo, seleccioné el machete
del banco de trabajo. ―Regla número dieciocho, Darren. ― Sus hombros
se encorvaron en derrota. ―No lo repetiré.

―No mantenemos a nuestros enemigos cerca. ― La sangre fluía de sus


fosas nasales. ―Los enterramos.

―No mantengo a mis enemigos cerca. ― Lo apuñalé en el estómago y,


en un movimiento grácil, arrastré el cuchillo hacia arriba, cortando carne
gruesa y órganos. ―Yo los entierro.

Los ojos de Darren, sorprendidos, se clavaron en los míos hasta que fui
testigo desu alma.

Extraje la hoja, metí mi mano en su estómago serrado y realicé un acto


brutal de desventramiento. El tejido aterciopelado de sus intestinos se
deslizó entre mis dedos. Los arrojé al suelo. ―Qué lástima.

Impregnando el cuello de Darren con pura velocidad, desgarré la piel


delicada alrededor de su cuello. Sus huesos crujieron. No era un intento de
decapitación. Era una decapitación inevitable. ―Asegúrate de que el
albanés reciba mi mensaje. ― Su cabeza cayó en mis manos. No tenía
consideración por su vida, ni por el cuerpo sin cabeza sentado en la silla.
No significaba nada. ―Nate, quiero que dejes su cuerpo en el
Támesis. ―Brad,― le entregué los bienes. ―Encárgate de la cabeza.

Brad tomó la cabeza de Darren. Sus labios se fruncieron mientras le


arrancaba los ojos. ―Nunca me gustó.

Nate se inclinó hacia mí y me volvió a encender el cigarrillo. ―Nunca


lo hubiera adivinado, ― murmuré sarcásticamente. ―Apenas lo tolerabas.

Mis hombres se alinearon. Envolvieron el cuerpo de Darren en la


lámina de plástico y, en una charla alegre, aseguraron ambos extremos con
cadenas.

Borrando la sangre de mi rostro, dispuse las pruebas en el banco de


trabajo. Miré la variedad de chicas jóvenes en las fotos, preguntándome
cuántas otras sufrían en este momento.

Marqué el número de Reginald.

Respondió al primer timbre. ―Warren.

―Eso fue rápido, ― dije tensamente, y él suspiró. ―Tengo un dilema.

―¿No lo tienes siempre? ― bromeó. ―¿Qué puedo hacer por ti?

―Pamela Leigh. Supongo que sus padres presentaron un informe de


persona desaparecida.
―Un momento. ― Tecleó en un teclado. ―Pamela Leigh, ― dijo
pensativo. ―Sí, tengo su expediente. ¿Qué sabes?

―Darren es responsable de su desaparición, ― le informé, y él exhaló


con exasperación. ―No te preocupes. Me encargué de él.

Reginald consideró opciones. ―¿Está muerta?

Brad asintió.

―Sí, ― confirmé, y Reginald soltó una serie de palabrotas. ―Su


cuerpo está en su piso. De ahí el dilema. No necesito que la policía toque a
mi puerta, buscándolo.

―¿Qué harás?

―La organización se deshará de su cuerpo.

―¿Puedes ser discreto?

―No lo puedo prometer.

La lengua de Reginald chasqueó en el receptor. ―Yo me encargaré de


todo.

―Bien. ― Terminando la llamada, pensé en los estados bancarios de


Darren. ―Quiero que sus fondos se transfieran. Es lo mínimo que puede
hacer por joderme.

Brad asintió en acuerdo.

―¿Sr. Warren? ― llamó Alexa, y los músculos de mi cuerpo se


tensaron. ―¿Quería verme? ― Abrió la puerta,, y cuando sus ojos
aterrizaron en mi perfil macabro, su boca se redondeó en una aguda
inspiración. ―Yo...

Por el amor de Dios.


CAPÍTULO DIECISIETE

Alexa

Club 11 retumbaba desde las vigas esta noche. Los porteros


abarrotaban el edificio, lo cual dejaba muy poco espacio para que los
clientes se moviesen. La música de discoteca martilleaba una disonancia
cacofónica por todas partes, y las bailarinas eróticas luchaban por ser
seductoras debido a los músculos sobrecargados y el sudor inducido. No es
frecuente que mujeres semidesnudas se estrellen contra podios de vidrio por
agotamiento.

Llevé una bandeja de vasos llenos de hielo a la parte trasera del bar,
donde numerosas mujeres, ataviadas con trajes de pedrería, maquillaje
exorbitante y zapatos de tacón alto , se inclinaban para un merecido
descanso. ―Aquí. ― Coloqué detergente líquido en el lavavajillas.
―Hacedme saber si necesitáis algo más.

Por supuesto, nadie expresó gratitud, pero he aprendido a pasar por alto
la aparente antipatía de todos.

Regresé a las demandas interminables detrás del bar.

―Pásame la ginebra, ― gritó Josh por encima de la música de baile


mientras metía bloques de hielo en jarras de vidrio. ―Y zumo de arándano
y naranja. ― Según lo indicado, abrí el frigorífico y busqué los productos.
―Coge el vodka también.
―Josh. ― Jugaba con los cartones de zumo. ―¿Por qué no preparo los
cócteles ?

―No seas gruñona. ― Agarró los ingredientes y terminó el variopinto


pedido de los clientes con rodajas de fruta cítrica. ―Es un aspecto feo en ti
—siguiente, ― gritó, lanzando billetes de veinte libras en la caja. ―Oye,
nunca dijiste por qué el jefe te llamó a la oficina.

Espolvoreé agua tónica en tres vasos altos. ―Un poco de positividad y


valoración por trabajar largas horas este mes.

―¿Qué? ― chilló con una risa aguda. ―Bueno, eso apesta. Apenas
salgo del edificio, y no he recibido ningún jodido reconocimiento ni
valoración.

―No seas celoso. ― Entregué mezclas de vodka y tónica al cliente que


esperaba. ―Es un aspecto feo en ti—siguiente, ―Lo parodié, y él me miró
inexpresivamente con ojos entornados. ―¿Qué?

―Eres molesta. ― Me pellizcó la nariz, echó una toalla de té sobre su


hombro y, con las manos sobre el mostrador, se inclinó sobre la caja
registradora para escuchar el pedido del cliente. ―No vendemos impurezas
aquí, amor, ― dijo con una voz ronca y baja, y la cara de la mujer se
sonrojó. ―Calidad, no cantidad. Pero puedo ofrecerte Goose o Cîroc.

La vergüenza se apegaba a las mejillas de la mujer en múltiples tonos


de rojo. Reconociendo la vacilación en sus ojos, y la falta de monedas en su
bolso, intervine. ―Toma. ― Colocando dos vasos en la barra, destapé
Cîroc, y vertí doble vodka y limonada. ―Es por cuenta de la casa.
Me acerqué al siguiente cliente antes de que Josh me reprendiera.

―Alexa. ― Su dedo me pinchó en el hombro. ―¿Qué te pasa? Warren


puede ver todo desde su oficina.

―No fue un regalo, Josh. ― Robándole su toalla de té, me sequé la


cerveza derramada de los dedos. ―Yo cubriré la cuenta. Sácala de mis
propinas.

―Eres demasiado buena para tu propio bien. ― Se enjugó el sudor de


la frente con el dorso de la mano. ―Voy a recoger vasos vacíos mientras se
calma todo.

Miré la hora en mi móvil, aliviada de ver que quedaba sólo media hora
en el reloj. Mientras Josh estaba ocupado en algún lugar y las demandas de
los clientes disminuían, limpié el bar, reaprovisioné los frigoríficos y
comencé a drenar los generadores de hielo. Técnicamente, estaba autorizada
para tomar un turno más fácil desde que Liam decidió darme un codazo en
la cara. Sin embargo, hice lo contrario. Es difícil quedarse quieto y no hacer
nada cuando el personal sobrecargado necesita manos extras.

―¿Cómo va todo, Alannah? ― Con un disfraz tipo burlesque, Cherry


caminó detrás del bar, llevando en la mano una botella de Gordon's. ―Te
ves un poco cansada. ¿No duermes lo suficiente?

Una manera descortés de decir que me veo horrible. ―Estoy bien,


gracias, ― respondí con gran reticencia, arrastrando las tapas de las botellas
en el suelo a la esquina para desecharlas.
La pelirroja descuidada cayó en una conversación tranquila con
Natalie. Si me importara su chisme, husmearía, pero ya no ansiaba su
aprobación ni amistad. ―Él me mata, ― susurró la rubia, y retiré todo lo
que acabo de decir. ―Apenas puedo caminar, Cher. ― Los muslos de
Natalie se apretaron mientras gesticulaba de manera teatral. ―Me encanta,
sin embargo.

Mis oídos se animaron.

Levanté la caja sobre el mostrador y deslicé vasos en los estantes bajo


el mostrador.

―No lo sabría. ― Cherry bebía un vaso de ginebra. ―No lo hacemos


así.

―¿Qué hay de ti, chica nueva? ― preguntó Natalie, mientras se


ajustaba los pantalones cortos. ―¿Estás tan dolorida después de que él te
jode?

Odio que mis mejillas estén rojas.

Además, odio que el hecho de que Liam toque a Natalie me moleste.

―No sé de qué hablas. ― El aburrimiento fingido se volvió necesario.


―A diferencia de las demás en este lugar, no abro las piernas a su mandato.

Cherry se atragantó con su bebida, rociando ginebra por todas partes.


―Mierda.
―Estás sólo celosa. ― La cara de Natalie se volvió de un tono púrpura
asesino. ―El jefe prácticamente se acuesta con cualquiera, y sin embargo,
no te ha prestado atención. ¿Eso no te molesta?

Soplé el flequillo fuera de mi cara. ―Bueno, ciertamente dice mucho


sobre las mujeres con las que elige acostarse.

Sus ojos se entrecerraron. ―¿Qué se supone que significa eso?

―Significa que eres mediocre. ― Mi sonrisa era traviesa. ―Ser una de


muchas conquistas no es nada de lo que presumir, Natalie.

Estaba sobre mí en un santiamén. ―Voy a darte una paliza.

Me enfrenté a ella. ―Adelante—

―Whoa. ― Josh se deslizó en la hostilidad. ―¿Qué está pasando,


señoras? Dejo el bar por diez minutos, y comienzan una guerra.

La mano de Natalie estuvo peligrosamente cerca de mi cara. ―Esa


perra—

Él le agarró la muñeca. ―Basta de eso, ― dijo en voz de


desaprobación. ―Alexa es una amiga, Nat. No estaré aquí parado sin hacer
nada si muerdes. ― Miró de reojo a la pelirroja. ―Lo mismo para ti, Cher.
Somos viejos amigos, pero no me gustan los matones.

El piercing de la lengua de Cherry brillaba. ―No es mi pelea.


Josh mantuvo su espalda hacia mí mientras las dos se retiraban. ―¿Qué
me perdí? ― Se giró hacia mí entonces, la preocupación en sus ojos
marrones profundos aumentando. ―¿Alexa?

―Natalie me odia, ― dije en conversación, no con malicia. ―Siempre


es así entre nosotras. Intento ignorarlo.

Se rascó el trozo de pecho revelado por la abertura de su camiseta


negra. ―Nat es una víbora, ― dijo como si yo no estuviera ya al tanto.
―Si su comportamiento es demasiado para ti, ve con el jefe. Él lo
solucionará.

Sí, Liam podría intervenir para mantener a Natalie alejada de mí, pero
no quería causar más problemas. Tengo que trabajar junto a estas mujeres
rencorosas. ―Quizás.

Terminé los trabajos rutinarios durante los siguientes quince minutos,


preparando todo para el personal de la mañana. Tomando un paño de
limpieza, limpié los derrames pegajosos de alcohol de los mostradores y
añadí otra ronda de vasos sucios en el lavavajillas. El DJ cortó las barras de
sonido vibrantes y los efectos de luz al despejarse los clientes, y aunque
estaba a punto de terminar su turno, dejó música melodiosa para los
compañeros de trabajo.

Natalie estaba afuera, hablando con alguien con el móvil en la mano.


―¿Chica nueva? ― gritó, con el móvil en su oreja. ―El jefe quiere verte
abajo antes de que el club cierre. ― Casi tiró el móvil. ―Necesitas
aprender a cambiar barriles.
La miré con escepticismo. Formar a los empleados es el punto fuerte de
Nate, y no ha mencionado nada sobre barriles. ―¿De verdad? ― pregunté
con incredulidad. ―Después de tu última indicación, Natalie, estoy
inclinada a consultar con Liam primero.

―Adelante. ― Cojeando para dramatizar el dolor entre sus muslos,


lanzó su llavero sobre la caja registradora y vació la recaudación de esta
noche. ―Está abajo, en la bodega, así que habla con él y haz el tonto.

Ella es una maldita tonta, pensé, dejando la grúa en el suelo.

El estrecho pasillo trasero no ofrecía más que paredes blanquecinas,


iluminación tenue y un equipo de limpieza olvidado. Odio estar aquí abajo.
Es húmedo y fantasmal. Esquivando toallas de papel esparcidas, llegué a la
puerta entreabierta y puse un oído en el acero frío para comprobar si había
algún sonido. Las bisagras se quejaron mientras la abría suavemente y me
recibió una oscuridad polvorienta y un silencio espeluznante. Descendiendo
la pendiente empinada de las escaleras, pasé una mano por la pared de
mampostería como apoyo y, en las profundidades del subsuelo del Club 11,
avancé a través de cajas sucias y polvorientas hacia la luz velada que se
filtraba debajo de la puerta al fondo. ―¿Señor Warren?

Los instintos sugerían que era otra broma.

―Perra. ― Me giré para irme cuando quejas reprimidas se hicieron


plenamente audibles.

Mis sentidos se agudizaron.


Me acerqué a la puerta.

―¿Señor Warren? ― Su voz amortiguada resonó. Exhalé un suspiro de


alivio. ―Querías verme.

Golpeando en la puerta, agarré el pomo y, de manera irracional e


intrusiva, pude ver una espeluznante y escalofriante escena que robaba el
aliento. La escena se desarrollaba en cámara lenta. Mi jefe y los hombres de
traje se enderezaron hasta alcanzar sus alturas intimidantes. Liam, en un
movimiento casi imperceptible, dio un paso cauteloso hacia adelante. Su
boca se movía, pero no escuché palabras mientras hablaba con calma. Sin
embargo, sentía la sangre retumbar en mis oídos y la frenética velocidad de
mi corazón.

Por primera vez desde que conocí a Liam Warren, veo al monstruoso
asesino que todos temían. Era cierto el mal que prometían sus engañosos
ojos azules. Y la sangre. Sus rasgos pálidos y hermosos, empapados en
grotesca sangre.

Mis horrorizados ojos bajaron hacia el cuerpo sin vida lanzado


torpemente sobre una lámina de plástico. Sus órganos destripados y
mutilados proyectados por el suelo. El trauma surgió. Vomité,
tambaleándome hacia atrás con piernas inestables, y derribé la caja de vino.
Botellas caras se dispersaron, rompiéndose en fragmentos verdes y charcos
de líquido rojo oscuro por el suelo.

Es la cabeza decapitada de Darren. Sus ojos redondos y sin alma y su


rostro hinchado y golpeado hablaron a la cobarde en mí.

Liam mató a uno de los suyos en un acto inhumano de crueldad.


―¿Por qué estás aquí abajo? ― La voz fría y furiosa de Liam se filtró
a través de mi sordera temporal. ―¿Alexa?

Mierda.

Impulsada por un pánico estomacal, exhalé un aliento tranquilizador y


luego corrí por mi vida. Los hombres me llamaron, pero nunca miré hacia
atrás. Ni una sola vez. Subí corriendo las escaleras, directo a la sala
principal, sin estar segura de si pasé junto a Josh o Natalie, y me dirigí hacia
la salida. Ni siquiera creo que respiré hasta llegar al portero principal, quien
no parpadeó mientras yo huía del edificio.

Vientos fríos azotaban mi rostro. Un taxi inminente me llamó. Crucé


corriendo la calle concurrida, abrí la puerta y me arrojé en los asientos
traseros. ―¡Conduce! ¡Ahora! ― Mi palma golpeó contra el reposacabezas
del conductor justo cuando los hombres de Liam salían del club hacia la
calle. ―¡Rápido!

Alarmado, el conductor encendió el motor, pisó el acelerador y aceleró


pasando por el Club 11 mientras yo me agachaba para esconderme.

Me estoy alejando de ese hombre.

***

Me escondí dentro de unos arbustos crecidos frente al edificio de pisos.


Vi a los hombres de Liam romper la cerradura del piso desde el refugio
seguro de ramas desarregladas y hojas heladas. Volcaron muebles,
rompieron armarios y saquearon mi dormitorio. Cada habitación
representaba Blackpool, la luz brillante dentro de esas cuatro paredes
iluminaba la calle.

Los hombres de Liam continuaban rodeando los perímetros. Vehículos


Bentley se montaban en la acera. Hombres armados y de traje se
acumulaban cerca de la entrada. Invadieron el complejo como un grupo de
seguridad especializado. Mis vecinos debían de estar horrorizados.

Me estaba mordiendo las uñas cuando Brad, el último miembro, salió


del edificio. Felicitó a los hombres, aunque se notaba innegablemente
frustrado. Al detenerse cerca del coche negro, habló con alguien por
teléfono, escupió en el suelo y luego se dejó caer en el asiento del pasajero.
Colectivamente, esos faros brillantes iluminaron la calle mientras los
coches vibraban al arrancar y se marchaban.

Aun así, esperé otros veinte minutos para asegurarme de que los
hombres no regresaran.

Con discreción, desechando hojas secas y tierra de mi cuerpo, salí de


los arbustos. La niebla se formaba al calentar mi aliento la helada de la
noche. Fui hacia el edificio usando manos y rodillas, esquivando basura
dispersa y ropa empapada que los residentes habían arrojado anteriormente
por las ventanas.

Una vez más, miré por sobre un hombro para asegurarme de que el
camino estaba despejado y abrí la puerta principal parcialmente para evitar
ser detectada. Me derrumbé en el vestíbulo con olor a moho. Sé que los
hombres se han ido, pero sigo demasiado asustada para subir y evaluar los
daños o incluso contemplar hacer una maleta.
Dando la vuelta a la escalera en un estado caótico, me tropecé con la
puerta principal, la desbloqueé, entré, y cerré con llave. Me detuve para
mirar la madera raspada, la pintura desconchada y la cerradura manipulada.

Estaba lánguida y un poco mareada al entrar en el dormitorio. La


oscuridad envolvía el desorden. Me escabullí entre el colchón volcado, las
sábanas revueltas en un montón, y abrí el armario. ―Mierda. ― Recogí la
ropa tirada en el suelo y la metí en la maleta a medio empacar de Chloe
junto con lo esencial.

Apunto a un nuevo comienzo. Encontraré un nuevo hogar y empezaré


de nuevo. Liam me exoneró antes, pero no puedo sobrevivir otro día
después de lo que vi esta noche. Incluso si pudiera pasar por alto el
asesinato de Darren, ¿hará Liam concesiones por haber invadido su
privacidad? No, no puedo arriesgarme. Me matará. Vi demasiado. No tengo
otra opción más que irme.

¿Y Chloe?

Dejarla atrás es una opción. Tiene una vida aquí. Un trabajo. No la


mejor familia, pero aún así, familia. No puedo esperar que ella se vaya
conmigo. Es egoísta.

¿Qué pasa si Liam viene por ella para llegar a mí?

¿Y si la usa como palanca?

Abrí bruscamente el cajón de la cómoda, rebuscando entre la ropa


interior—
―Necesitamos dejar de hacer esto. ― La voz grave de Liam me
recorrió la piel como un escalofrío. ―Señorita Haines.

Mi cabeza se sacudió imperceptiblemente. No, Liam no entró con los


hombres de traje. Lo habría visto.

Me giré tan rápido que la lámpara cayó de la cómoda y se rompió en


pedazos.

Un corrientazode miedo me traspasó. Miré por la habitación oscura,


buscando su forma. Y entonces, él estaba allí y se quedó junto a la ventana
por un largo momento antes de correr ligeramente la cortina, permitiendo
que la luz de la farola de afuera atenuara la habitación.

―Tres strikes y fuera, ¿eh? ― Medio bromeé. No era cosa de risa, sin
embargo. ―¿Cómo entraste? ― No hay manera de que no lo haya visto
entrar a este edificio. ―Los hombres—

―Irrelevante, ― dijo cortante, y mis labios se cerraron. ―¿Por qué


sentiste que era tu asunto estar en la bodega esta noche?

―Natalie dijo que me necesitabas, ― la lancé directamente a los lobos


sin remordimientos. ―Supuestamente era para mostrarme cómo cambiar
los barriles. ― Agarré el borde de la cómoda para detener el temblor de mis
manos. ―Lo siento.

Liam se quedó junto a la ventana, enfocándose en el cielo sin estrellas.


Sus ojos azules brillaban como zafiros raros. Estaba recién duchado y
vestido con un traje impecable de dos piezas. ―¿Por qué huiste?

Para evadir las consecuencias. ―Estaba asustada.

Satisfecho con la respuesta, me dio un asentimiento rápido. ―¿Qué


viste, Alexa? ― No me di cuenta de que se acercaba hasta que se cernía
sobre mí. Me acobardé ante la intensidad de su mirada. Su dedo levantó mi
barbilla, obligándome a mirarlo a los ojos. ―¿Alexa?

―No vi nada. ― Recé para que fuera lo que necesitaba escuchar.


―Nada que me importe discutir.

―Pensé que te dije que no tomaras órdenes de otros.

Por supuesto, aún sigo siendo culpable por el error de Natalie. ―Me
disculpo. ― Me agarró del codo antes de que pudiera escapar. ―Señor
Warren, yo no tengo la culpa aquí.

―Lo sé, ― dijo con un tono áspero, y algo en la forma en que me


miraba hizo que mi estómago se contrajera. ―Alexa, lo sé. ― Su
proximidad invadía mi espacio personal. ―No estoy aquí para hacerte
daño.

Mi respiración se cortó. ―¿No?

Sacudió la cabeza.
Lo miré, larga y detenidamente hasta que sus manos se deslizaron
alrededor de mi cuello y mis pestañas amenazaron con cerrarse. ―¿Me
rechazarás? ― Susurró su pregunta contra mi mejilla. ―Tal vez a la tercera
va la vencida. ― había una grave ligereza en su tono mientras sus labios,
suaves pero vacilantes, besaban la esquina de mi boca. ―Señorita Haines.

―Yo... ― Su pulgar entró en mi boca y presionó mi lengua. Mi cuello


se volvió en timidez. Frustrado por la supuesta negativa, retiró sus brazos,
pero agarré sus muñecas con pulseras doradas, manteniéndolo cerca, y
acerqué su pecho musculoso al mío. Temblaba de nerviosismo. ―No te
rechazaré.

Liam inclinó su cabeza para robar un beso. Sus labios, firmes contra los
míos, buscaban permiso para alcanzar mi lengua. Una inhalación vacía se
atascó en mi garganta, y él aprovechó la oportunidad para acariciar
perezosamente nuestras lenguas juntas, mientras su boca se movía con
firmeza, , más hambrienta, dominando y buscando más.

Era mi primer beso real, pero todo en lo que podía pensar era en las
mariposas en mi pecho.

Seguí su liderazgo. Mis manos se levantaron, aferrándome a su cuello,


inclinando la cabeza, permitiéndole profundizar nuestro beso, para mover
su lengua en mi boca en una pelea sensual por el dominio . Aflojó el ritmo,
y su respiración era superficial mientras nuestras frentes se tocaban, y luego
volvió para devorarme. Su mano atrapó mi mandíbula. ―Alexa, ― gimió
mi nombre, y destellos vibraron en mi pecho. Su brazo barrió todo de la
cómoda antes de levantarme abruptamente sobre la madera fría, mientras
sus caderas estaban encajadas entre mis muslos.
Mis ojos se cerraron en éxtasis. Sus labios viajaron por la columna de
mi cuello, besando, mordiendo, chupando. Apretando el cabello en la nuca,
tiró de mi cabeza hacia atrás para exponer y saborear mi garganta, dejando
marcas dolorosas en su camino. Tomó lo que quería de mí, y se lo permití.
―Oh, Dios, ― gemí, la fricción de su longitud dura contra mi sexo caliente
me hacía desearlo más.

Liam sólo levantó su cabeza para arrancar mi camiseta, romper mi


sujetador y lanzar ambos a un lado. Su gruñido cayó en mi boca mientras
sus manos cubrían mis pechos. ―Hostia puta.

Con las mejillas ardiendo por la inseguridad, aparté sus manos y traté
de cubrirme.

―Para, ― dijo con voz ronca, desenrollando mis dedos para


reemplazarlos con los suyos. ―Quiero verte.

Las mujeres del club tienen pechos perfectos. Los míos son más bien
pequeños. No expresé mis preocupaciones, pero él percibió la vergüenza en
mis ojos abiertos y asustados.

Su lengua lamió la concha de mi oído mientras frotaba mis pezones


tensos. ―Son jodidamente perfectos. ― Me cogió en sus brazos y me llevó
a la cama. Caí sobre el colchón. Él se cernió sobre mí, agarrando ambas
muñecas en una mano, y me inmovilizó los brazos a ambos lados de mi
cabeza. ―Bésame. ― Su aliento cálido cosquilleaba mis labios. ―Bésame
y hazlo de verdad.

Acerqué mis labios a los suyos, lentamente lamí su lengua, y la


succioné en mi boca.
Su gemido de aprobación sonrojó mis mejillas.

Liam soltó su agarre sobre mí para deslizar los pantalones cortos y la


ropa interior por mis piernas. Me dejó desnuda ante él. Estaba vulnerable.
Abrió mis muslos, los apartó a su gusto y acomodó sus caderas entre ellos.
Quitándose la chaqueta del traje de manera desordenada, hundió sus dientes
en mi cuello y, alisando sus manos sobre mis muslos, descendió más abajo.

Observé a través de mis ojos dilatados mientras su cabeza desaparecía a


lo largo de mi cuerpo extendido. Intenté responder. Metiendo las manos
bajo su camisa arrugada, rasgué su columna vertebral con mis uñas.

La espalda de Liam se arqueó con un gruñido de aprobación. ―Mierda.


― Su boca volvió a la mía para un largo y apasionado beso, mientras la
palma de su mano presionaba mi centro mientras introducía dos dedos
dentro de mí. ―Cariño.

Un gemido salió de mis labios, y nuestras miradas se alinearon.


―Liam. ― Aferrándome a sus anchos hombros con los dedos,
instintivamente empujé mis caderas y me hundí sobre sus nudillos. ―Joder.

Su pulgar rodeaba mi clítoris, torturándome allí mientras me penetraba


con sus dedos, y, ansiosa por más, cabalgaba sobre la ola de placer que se
construía profundamente.

―Necesito follarte. ― Retiró su mano, chupando de sus dedos mi


excitación brillante. ―Necesito esa concha alrededor de mi polla.
Antes de que tuviera la oportunidad de responder, su boca se inclinó
sobre la mía. Se peleaba con su cinturón, la hebilla tintineando, y empujó
sus pantalones y calzoncillos hasta la mitad del muslo. Su miembro se
pesaba entre nosotros.

Nunca he deseado tanto a un hombre en mi vida. Liam, sin embargo,


tenía prisa. Su ropa estaba desaliñada pero aún puesta. No se mencionó un
condón. Gracias a esos laboriosos hombres de traje , el colchón sin sábanas
ni cubrecamas no ofrecía el ambiente más romántico.

Técnicamente, esta no era mi primera vez con un hombre, pero


hablando realmente , era la primera vez que lo deseaba.

Los labios de Liam rendían homenaje a mi mandíbula. Apretó su


miembro y, dándose una pasada, introdujo la corona hinchada en mi entrada
mojada. Alcancé su muñeca y la agarré, impidiéndole ir más lejos.

―Alexa, ― susurró en mi oído. ―¿Qué pasa?

Rechazar a Liam no tenía nada que ver con mi pasado. Si fuera otro
hombre encima de mí, esos oscuros demonios y recuerdos angustiosos
podrían arruinar el momento.

Era diferente con Liam.

Él siempre me traía de vuelta.

Él siempre me hacía olvidar.


―Liam, no tengo experiencia. ― Sólo había estado involucrada con
un sólo hombre. Y apenas podría llamarlo experiencia, ya que fue él quien
tomó de mí.

Sus manos se reposicionaron en el colchón mientras se sostenía sobre


mí, y la cadena de plata colgaba de su cuello entre nosotros. Algo
indistinguible parpadeó en sus ojos, y maldijo, cayendo de espaldas junto a
mí. ―Joder. ― Se frotó las manos en la cara. ―Eso estuvo mal de mi parte.
Me dejé llevar.

―No hiciste nada mal. Soy yo. ― Estoy más que lista para eliminar
malos recuerdos y reemplazarlos con buenos. Y no podría pensar en nadie
mejor que Liam para superar el miedo que tengo con respecto a que los
hombres me toquen, pero su experiencia con mujeres me preocupaba. ―No
es el momento adecuado.

¿Qué pasa si no soy lo suficientemente buena?

Liam sabe lo que está haciendo.

Incluso su beso era absorbente, demandante y fascinante.

No quiero decepcionarlo.

No. Tengo miedo de decepcionarlo.

Liam se vistió , ajustando su cinturón y subiendo su cremallera.


Sintiéndome como un cebo sexual decepcionante y lascivo, me bajé de
la cama para tomar aire.

Él se recostó en un codo y siguió mis movimientos. ―Eres hermosa, ―


dijo con el ceño fruncido, y me detuve, agarrando la camiseta firmemente
contra mi pecho.

Me llamó hermosa. A mí. Alexa Haines. ―¿Piensas que soy atractiva?

―Ahora me pones palabras en la boca. ― Se levantó de la cama.


―Eso no es lo que dije. ― Mientras ajustaba su traje, lo miré, sin parpadear
y sin vacilar. ―Deja de pensar tanto. ― Me arrancó la camiseta de la mano
y me la puso sobre la cabeza. ―Olvídalo.

Me quedé sin palabras, lo cual era inusual. Nunca me quedo sin


palabras.

―No puedes quedarte aquí esta noche. ― Agitando las llaves del
coche en su bolsillo, miró la desordenada habitación. ―Los hombres
desordenaron el lugar. Puedes venir a la oficina y esperar hasta la mañana.
CAPÍTULO DIECIOCHO

Liam

Alexa se encerró en el baño para cambiarse a ropa cómoda. En su


ausencia, arreglé que fueran a limpiar el desastre en su piso, los muebles
volcados y los armarios saqueados. Reemplazaré los daños antes de que
vuelva a casa.

Me senté detrás del escritorio, con la botella de whisky y el papel Rizla


listos. Monté una baraja, distribuí un equilibrio uniforme de kush sobre el
papel y el filtro. Pellizcándolo entre mis pulgares y dedos, lo enrollé de
medio a extremo.

La puerta del baño se abrió.

Con pantalones holgados grises y una camiseta negra suelta, que


revelaba una parte de piel de su abdomen plano, Alexa se dirigió al asiento
de cuero en forma de U y, metiendo pertenencias en su bolso negro, se
sentó a leer un mensaje en su móvil. Su cabello estaba desordenado en la
parte superior de su cabeza. Me gustaba la imagen. Exponía su mandíbula
besable, la curva femenina de sus clavículas y la pequeña mancha de un
moretón en su cuello.

Lamíel borde del Rizla. ―Me tomé la libertad de pedirte comida.


Ella levantó la vista del móvil. ―Vale. No tengo mucha hambre.

―Yo sí, ― murmuré, con el porro enrollado balanceándose en mi labio


inferior. ―¿Qué piensas del pesto?

Sus labios se estiraron. ―¿Todavía están los restaurantes entregando a


esta hora de la madrugada?

―Sí. ― Encendí una llama, prendí el extremo del porro e inhalé dos
profundas caladas. ―Ventajas de vivir en la ciudad.

―El pesto parece poco apetitoso.

―Un gusto adquirido, ― dije, y ella asintió en acuerdo. ―Viene con


refuerzo.

Una diversión brilló en sus ojos. ―¿Sí?

―Bruschetta, ― confirmé, y ella rió ligeramente. ―Seguramente, el


pan a la parrilla y los tomates son lo suficientemente apetitosos como para
tentarte.

Se frotó el estómago para propósitos teatrales, y no pude evitar


maravillarme con las prominentes líneas de los huesos de las caderas. ―Te
lo compró, ― gimió de placer. ―Comeré todo lo que esté a la vista. ― Sus
ojos se detuvieron en mí por un momento y luego se agrandaron un poco.
―Oh, mierda. Eso sonó un poco mal.
Fingí no entender. ―¿Qué?

Sus mejillas se enrojecieron. ―Se me ha enredado la lengua.

Mantuve la imperturbabilidad.

―Es decir, no quise decir que te comería—a ti o eso, ― tartamudeó, y


me costó todo lo posible no comentar o reír. ―Por favor, borra todo lo que
acabo de decir.

Su nerviosismo sólo intensificó mis ganas de ir más allá. ―¿Te sientes


así de incómoda respecto a los hombres en general, o es sólo conmigo?

Alexa gimió detrás de dos manos. ―¿Estás abierto a la interpretación?

Asentí.

―Tengo una relación de amor-odio con los hombres. Puedo apreciarlos


desde lejos, pero me cuesta dejar que se acerquen demasiado. Si permito su
cercanía, siempre digo algo estúpido. ― Permanecimos pensativos mientras
hablaba. ―Por alguna extraña razón, puedo manejar estar cerca de ti.
Tampoco lo entiendo, ― agregó, notando mi confusión. ―Eres la última
persona con la que debería sentirme segura. Sin embargo, tengo menos
miedo cuando estás cerca.

No es la primera vez que abordamos este tema. Es menos críptico, sin


embargo. ―¿Y la vergüenza?
Sus cejas se fruncieron. ―Atracción.

Al menos es honesta. ―¿Por qué?

―¿Por qué? ― Me dio una mirada de entendimiento. ―Eres difícil de


ignorar, Sr. Warren.

Exhalé humo. ―No soy ningún príncipe azul, Alexa.

Su sonrisa se suavizó. ―Lo sé.

Seguridad llamó a la puerta.

Aclaré mi garganta. ―Sí.

Asomando la cabeza por la puerta, levantó una caja de tamaño


mediano. ―Entrega.

―Ponlo sobre la mesa.

Escuchó las órdenes y luego regresó a su puesto en el pasillo.

Dejé el porro a consumirse en el cenicero de cerámica, agarré la botella


de whisky y me uní a Alexa en el sofá. ―No necesitas esperar mi permiso,
― dije, y ella comenzó a desempacar los contenedores de comida para
llevar. ―¿Han traído los cubiertos desechables?
Alexa colocó servilletas y tenedores de plástico en la mesa.

Abriendo los contenedores claros, enrosqué un tenedor en los


espaguetis y tragué un bocado. El delicioso pesto envolvió mis papilas
gustativas. Tragué la comida como si fuera la última comida de mi vida.

Alexa se sumergió directamente en la bruschetta, chupando el glaseado


balsámico de su pulgar.

―Sobre Darren. ― Vertiendo Jameson en dos vasos de cristal,


recoloqué la botella. ―Era un miembro fundador del sindicato hasta que
me vendió al enemigo. ― Su cabeza permaneció baja mientras escuchaba.
―No tolero a los traidores. Todos los que trabajan aquí entienden cómo
opero. Tú eres nueva. Lo entiendo. Si no puedes manejar lo que ocurre a
puerta cerrada, entonces puede que tenga que dejarte ir. ― No es lo que
quiero, sin embargo. ―Es tu decisión.

Alexa me miró.

Mi pecho se apretó.

Una pregunta colgaba en su lengua. ―¿Qué hizo?

Sacudí la cabeza.

―Lo siento, ― susurró, dejando a un lado el aperitivo. ―Estoy aquí


para trabajar. No estoy aquí para husmear o investigar. En lo que a mí
respecta, lo que pasó esta noche ya es un recuerdo olvidado. ― Sus dedos
sujetaban el vaso de whisky aferrado en sus manos. ―Fue bastante
traumatizante, sin embargo. Sus ojos todavía estaban abiertos.

La entendía. ―Como dije, no tolero a los traidores.

―Realmente me gustaría quedarme, ― dijo en voz baja. ―Pero parece


que me paso de la raya demasiado para que lo ignores. No quiero ser el
próximo Darren, Sr. Warren.

No estoy en contra de matar a mujeres que lo merezcan, pero no tenía


ningún deseo de tocar un cabello en la cabeza de Alexa Haines. Me costaría
hacerle daño a menos que hiciera algo sumamente imperdonable. Tenía una
peligrosa debilidad por la chica. Sentía un impulso inexplicable y posesivo
de protegerla, de tomarla bajo mi ala. ―Cuando los hermanos se unieron al
sindicato, les ofrecí una tarjeta de salvavidas. Como fiadores, ya sea un
amigo, familiar o pareja, pueden avalar la inmunidad de alguien. Sólo una
persona.

Ella escuchaba atentamente. ―¿Eximieron inmediatamente a las


personas?

―No, ― dije mientras ella me observaba. ―Supongo que quieren


salvar las cartas de poder hacerlo en el futuros. ― Mi corazón comenzó a
latir con fuerza. ―Pregúntame.

Sus dedos se engancharon entre sí. ―¿Qué estoy preguntando?

Tragué con fuerza. ―Para disipar tus dudas.


―¿Por qué desperdiciarías inmunidad en alguien como yo? ― susurró,
con su suave mirada recorriendo mi rostro.

No tenía una respuesta lógica. ―Tu miedo me molesta. Literalmente lo


odio.

Ella lucía sorprendida. ―Deberías guardar las excepciones para


alguien que aún no ha aparecido, Sr. Warren. Al igual que tus hombres.

―Imposible. Nunca me estableceré. ― La estudié con las cejas


levantadas. ―Además, soy el jefe. Puedo eximir a todos y a cualquiera, si
así lo elijo.

Alexa sonrió ampliamente. ―Bueno, casi fui una excepción.

―Te concedo inmunidad en el sindicato, ― dije seriamente, y su


expresión se endureció. ―No vivirás en estado de miedo. No temerás a los
hombres ni a sus capacidades. No entrarás en pánico cuando me acerque a ti
para algo tan inofensivo como conversar. Ahora, espero más sonrisas y
menos vergüenza cuando pase cerca de ti en los pasillos. ¿Entendido?

Alexa no sería Alexa si no hiciera preguntas. ―¿Qué pasa si no puedo


evitar la vergüenza?

Cuando extendí mi mano sobre la mesa, sentí el leve temblor en sus


dedos. ―No creo haber tenido nunca tanto efecto en una mujer. ― Sus
mejillas se sonrojaron. ―Es intrigante.
Ella se pilló el puente de la nariz. ―Me alegra que mi nerviosismo te
divierta.

Su pequeña mano delgada yacía plana en mi palma. ―Quise decir lo


que dije. No soy ningún príncipe azul. La mayoría de las mujeres me
consideran sobrevalorado.

Sus dedos se entrelazaron con los míos. ―¿Por qué?

Tengo problemas de compromiso. ―Soy egoísta.

―Tu arrogancia es un poco abrumadora.

Puedo vivir con eso. ―Mi riqueza compensa la altivez.

―Bueno, no me atrae el balance bancario de un hombre ―, dijo, y yo


le creí. ―Puedo ver más allá del dinero.

―¿En serio? ― Era una conversación al azar, pero disfrutaba hablar


con ella. ―¿Qué ves?

―Son tus ojos ―, susurró mientras nuestras miradas se encontraban.


―Me pierdo en ellos.

¿Por qué se acelera mi pulso cuando ella me mira?

Ella bostezó en señal de disculpa. ―Lo siento, estoy tan cansada.


―Deberías dormir. ― Con un suspiro, solté su mano y me llevé un
bocado de espaguetis a la boca. ―Hay cepillos de dientes nuevos en el
mueble del baño.

Alexa fue al baño de la suite a cepillarse los dientes. Me alegra la


distancia temporal. Pierdo todo sentido de racionalidad cuando ella está
cerca. Es poco característico de mí. No me preocupan las mujeres. Sin
embargo, no puedo pensar con claridad cuando la veo.

Todavía estaba comiendo cuando Alexa regresó a la oficina. Aunque


sutilmente, la observé desatar la coleta en su cabello y desordenar la masa
de mechones rebeldes sobre su cabeza.

Colocando el cojín de ante bajo su cuello para mayor comodidad, se


recostó en el sofá y se quedó mirando al techo sin expresión. Sus párpados
se cerraron segundos después.

Ya no tenía hambre. Guardéla comida no consumida y le pedí al


miembro del sindicato en el pasillo que se deshiciera de las sobras.

Desabotonando mi chaqueta del traje, me agaché junto al sofá y la


cubrí con ella. Debía estar exhausta. Ni siquiera se inmutó cuando acaricié
su mejilla con el pulgar.

Tenía que ocuparme de negocios.

Al salir de la oficina, cerré la puerta y me dirigí a los hombres. ―Nadie


entra en esa habitación hasta que yo regrese.
―Ok Jefe, ― dijeron al unísono.

Natalie está detrás de la barra, sirviendo a clientes animados. Sus ojos


se iluminaron cuando llegué. Sus mejillas se sonrojaron.

Cherry llenaba el lavavajillas con vasos de pinta sucios. ―¿Necesita


algo, señor?

Metí las manos en mis bolsillos. ―No.

―Pareces enfadado. ― Destapó una botella de detergente. ―¿Quieres


que alguien te calme?

―¿Por qué? ― Frené mi diversión. ―¿Te estás ofreciendo?

Su risa era esperada. ―No me has tocado desde nuestros años más
jóvenes.

Quizás es porque Brad robó toda su atención en cuanto entró al


edificio. A él podría no importarle demasiado la mujer, pero ella está
locamente enamorada de él.

―Señor Warren. ― Natalie dejó a Josh y a otros para atender las


demandas de los clientes y salió a escondidas por la parte trasera. ―¿Está
todo bien?

Le di una bofetada dura en la mejilla.


Cherry inhaló agudamente. Natalie, sin embargo, cayó de espaldas y,
sosteniendo su mandíbula inflamada, se arrastró hacia la pared. Di un paso
adelante, me erguí sobre ella. ―Te atreves a mentir en mi ausencia, ― dije
en un tono bajo y amenazante mientras me agachaba frente a ella. ―Será
mejor que empieces a hablar.

Sus ojos abiertos y llenos de lágrimas estaban fijos en mí. ―Estaba


celosa.

Alexa no merece el desprecio de esta mujer. Yo soy el problema, no


ella. ―No te pertenezco, ― le recordé cruelmente. ―No estás en posición
de ahuyentar a otras mujeres. Si decidiera perseguir a la señorita Haines, no
tendrías nada que decir al respecto. ― Mi dedo apartó su cabello rubio
detrás de su oreja. ―¿Entendido?

Natalie asintió.

―No confundas sexo con afecto, ― susurré y ella gimoteó. ―Odiaría


hacer de ti un ejemplo.

―Señor, ― sollozó.

Me puse de pie. ―Vuelve al trabajo.

Natalie se levantó apresuradamente.

―No toleraré el acoso o la intimidación en el lugar de trabajo. ― Miré


a Cherry. ―De nadie. Eres reemplazable. Recuerda eso la próxima vez que
apuntes a tus compañeros de trabajo.
Limpiándose las lágrimas de las mejillas, Natalie ocultó su angustia y
volvió a la barra.

Cherry fingía indiferencia bastante bien.

Mi móvil vibró.

Revisé el mensaje.

Reginald: Estoy afuera.

Le envié un mensaje al portero principal para que le dejara entrar.

***

El Superintendente Jefe Reginald Burton entró a la oficina. Golpeó un


archivo sobre el escritorio, encendió un cigarro y se sirvió un bourbon en el
minibar. Rara vez expreso gratitud, pero apreciaba su lealtad. Cruzó la línea
del deber por mí en numerosas ocasiones. La corrupción real existía en el
departamento de policía metropolitana. Si beneficiara financieramente a los
policías corruptos, no habría nada que no hicieran por los criminales de
carrera.

Verás, conocí a Reginald cuando apenas tenía quince años (una historia
para otro momento), y él estaba a días de perderlo todo: esposa, casa,
trabajo. Tenía un sueño. Quería ser policía. Yo tenía fondos robados por ahí
y los invertí en su futuro. Supongo que puedo atribuirme el mérito de su
devoción. Después de todo, le di una nueva oportunidad de vida. Es justo
que devolviera el favor.
―Warren, tengo cuerpos muertos flotando en el maldito Támesis, con
collares de perro que te pertenecen. ― Echó una bocanada de humo de
cigarro. ―Sin mencionar la cabeza que han encontrado en el maldito
centro de Londres Bridge. ― El hombre es como un maldito cerdo. Está
rojo como un tomate y prácticamente tosiendo sus pulmones. Su corto
paseo hasta la oficina fue demasiado laborioso. ―¿Por qué me haces la vida
tan difícil? ― Su pregunta fue para Brad. ―¿Cómo puedo mantener la
mierda alejada de tu puerta cuando te empeñas en exponerte?

―¿A quién le importa? ― Brad encendió un porro pre-enrollado y se


desplomó en el sofá. ―Los polis saben hacer mejores cosas que tocar
nuestra puerta.

Despertándose por las voces elevadas, Alexa se giró sobre su espalda y


entrecerró los ojos hacia Brad.

Él le sonrió maliciosamente. ―¿Qué pasa, nena?

Su mirada buscó brevemente la mía. ―Estás aplastando mi pie, ― se


quejó, y él elevó sus caderas para que pudiera sentarse. ―¿Qué hora es?

Brad miró su reloj de pulsera. ―Las cinco de la mañana, ― dijo, y ella


se frotó los ojos. ―Probablemente deberías dormir. Todavía estoy enfadado
contigo por el trabajo extra de anoche.

Ella buscó su bolso en el suelo. ―Bueno, yo estoy enfadada contigo


por destrozar mi piso, así que supongo que estamos a mano.
Reginald tenía una expresión indescifrable mientras observaba la
interacción de la pareja. Se calmó un poco. ―¿Cómo puedo protegerte si no
mantienes el control? Hay demasiada evidencia para que pueda hacerla
desaparecer.

Miré fijamente a mi hombre de confianza. ―Pusiste su cabeza en el


maldito London Bridge.

―Genial, ¿no? ― intervino Brad. ―La foto del buen Darren estará en
todas las noticias en unas horas. Nuestros amigos albaneses habrán recibido
tu mensaje. ― Su sonrisa prácticamente tocaba sus orejas. ―Alto y claro.

A veces, creo que él es casi tan siniestro como yo.

Casi.

―Debería haber sabido que fue obra tuya, Jones. ― Reginald saboreó
su vaso de bourbon. ―Siempre tan travieso.

―Bueno, soy genial en eso, ― Brad se felicitó. ―¿Qué sentido tiene


cortar esquinas, Burton?

Todos se callaron cuando Alexa se levantó y se disculpó para ir al baño.

―Se ha convertido en una joven espléndida, ― dijo Reginald en voz


baja. ―No creo que me haya reconocido.

Estoy de acuerdo.
Reginald se acercó al escritorio y bajó la voz. ―¿Cuáles son tus
intenciones?

Fruncí el ceño. ―¿Cuál es la pregunta?

―Alexa Haines. ― Su voz amortiguada me hizo cosquillas en el oído.


―Es una historia oscura, Warren. Odiaría verla sufrir más de lo que ya ha
sufrido.

―Estoy al tanto, ― contesté con brusquedad. ―No temas, Reginald.


No tengo malas intenciones.

―Puedo ver que te gusta la chica. ― Su tono se mantuvo bajo. ―¿Es


genuino?

Mi sangre comenzó a hervir. ―No te debo respuestas.

―Las ayudé, ― siseó desde la nostalgia. ―No olvidas casos como el


de ellas, Warren. Por supuesto, quiero el mejor resultado posible para ella.

Lo miré fijamente sin expresión.

―¿Tuviste cuidado? ― le preguntó a Brad. ―¿El homicidio no


encontrará evidencia que te involucre, verdad?

Brad reventó una burbuja de chicle rosa. ―No.


―Bien. ― Reginald cedió. ―Está bien, Warren. Debo ir a la estación.
Te llamaré si es necesario.

Me quedé callado hasta que él salió de la oficina. ―Está envejeciendo


rápido.

―Su trasero necesita ir al gimnasio. ― Brad sonrió cuando Nate llegó.


―¿Qué pasa, cabrón? ¿Qué hay en la caja?

―Desayuno. ― Nate dejó comida para llevar en la mesa de café.


―¿Quieres un poco, señor?

No hay nada como un desayuno inglés tradicional. He abusado de la


cocina italiana, sin embargo. ―Lo dejaré pasar.

Brad miró sus anillos de oro. ―Entonces, ¿saqueamos el piso de Alexa


para nada, eh?

Sonreí.

―El jefe se ablandó, ― le dijo Brad a Nate. ―Ella está en el baño.

Nate me lanzó una mirada de interrogación.

―No le debo respuestas a nadie, ― dije, y él frunció los labios.


―¿Qué hay en el sobre?
―Tengo información sobre nuestro hombre. ― Nate lanzó un sobre
sobre el escritorio. ―Flamur Bajramovic. Él y su esposa asistirán a una
cena de gala esta noche para un evento benéfico en el Royal Hotel. ―
Bebió zumo de naranja directamente del cartón. ―Logré tirar de algunos
hilos y poner tu nombre en la lista.

―Iré a hacerle una visita amistosa. ― Me moría de ganas de arrancarle


el corazón aún latiendo. ―Haz los arreglos necesarios. ― Alexa salió del
baño de la suite y Nate la observó caminar por la habitación con las cejas
levantadas. ―No atacaremos, sin embargo. Quiero reunirme con él para ver
a qué me enfrento.

Nate dejó dos invitaciones sobre el escritorio. ―Necesitas una


acompañante, señor.

Consideré posibles citas.

―¿Qué tal Alexa? ― sugirió Brad mientras ella se sentaba con las
piernas cruzadas en el sofá. ―¿Está bien?

Anticipé su respuesta.

―¿Qué? ― Alexa se frotó los ojos cansados. ―No confío en ti para


enviarme a ningún lado, Brad.

Él le dio una sonrisa ladeada. ―No soy tan malo.

―Sí, ― estuve de acuerdo, y tres pares de ojos variados se volvieron


en mi dirección. ―¿Estás disponible, señorita Haines?
Los dedos de Alexa se retorcieron. ―¿A qué me estoy apuntando?

―A una cena de caridad. ― Volví a encender el porro a medio fumar.


―Lo único que tienes que hacer es aparecer con un vestido bonito.

―Claro, ― dijo con vacilación. ―Quiero decir, no tengo nada elegante


para usar. ¿Está bien un vestido sencillo para la ocasión?

Honestamente, podría usar una bolsa negra y lucir hermosa. ―¿Cuál es


tu color favorito?

Respondió instantáneamente, ―Rojo.

Exhalé aros de humo. ―Entonces usa algo rojo.

―Está bien. ― Su móvil vibró. ―Sabes, probablemente debería irme a


casa. Chloe está asustada porque el piso está hecho un desastre, y hay
hombres reemplazando los muebles.

Brad me miró de reojo. ―¿Reemplazando los muebles, eh?

Ella se encogió de hombros.

―Brad te llevará a casa, ― dije, y el fiel hombre se levantó, con las


llaves del coche en la mano. ―No olvides tu bolso.

Alexa sonrió tímidamente. ―Te veré más tarde.


Cuando ella salió de la oficina, me hundí en la silla de cuero. ―¿Qué?

Nate se rascó la barbilla. ―Pareces distraído.

Estoy más que distraído.


CAPÍTULO DIECINUEVE

Alexa

Liam solicitó que lo acompañara a un evento de caridad esta noche.


Nunca me ha pedido que asista a nada con él fuera del trabajo, y no puedo
negar mi creciente emoción. Más temprano, pasé demasiado tiempo
rebuscando en los armarios, buscando algo sofisticado pero sexy para
ponerme. Quiero causar una buena impresión; quiero que Liam me mire y
me apruebe.

Apoyando el paño contra el marco de la puerta de la cocina, me dirigí a


mi dormitorio y lo limpié antes de mi cita no oficial. Desvestí la cama, puse
una funda nueva, reorganicé cajones, doblé ropa y aspiré por todas partes.

Me dejé caer sobre la cama con un suspiro.

El tiempo no parece avanzar. Me estoy quedando sin lugares para


limpiar.

Mis pensamientos volvían a Liam. Dios, ese hombre. Las cosas que me
hace. El plan nunca fue apegarme emocionalmente a él, pero ¿cómo podía
no hacerlo? Es, sin duda, uno de los hombres más atractivos con los que he
tenido el placer de compartir compañía. Y sus ojos. Hace que el trabajo sea
un ambiente extremadamente desafiante.
Mientras estoy en mi tarea de desinfectar-todo-lo-que-veo, me dirijo al
dormitorio de Chloe para ordenar sus armarios y cajones. Cambié la colcha
blanca por una fucsia, recogí el maquillaje esparcido por el suelo, lo
organicé en el contenedor del tocador, y tiré la planta muerta.

Satisfecha con lo ordenada que quedó su habitación, me senté al borde


de la cama y miré la parte superior del armario, donde cajas llenas de
pertenencias de Kathy acumulaban polvo.

Me puse de puntillas para agarrar una de las cajas. La llevé a la cama,


quité la tapa y aparté mis ojos llorosos, necesitando un momento. Tomé la
fotografía enmarcada y pasé el pulgar por la cara de Kathy. Estaba sentada a
su lado, llevando un horrible conjunto de peto que me obligó a usar. En la
imagen, su mano descansaba en mi rodilla, y su genuina sonrisa calentaba
mi pecho.

Extrañándola, dejé la fotografía enmarcada y empecé a mirar el álbum


de fotos y me estremecí ante la horrible pintura naranja que Kathy había
utilizado previamente para pintar nuestro piso. ―No extraño el naranja ―,
dije con una ligera risa, enredando su bufanda de animal print entre mis
dedos. Llevando la tela de gasa a mi nariz, inhalé su dulce perfume desde
las suaves fibras.

Productos de belleza, CDs y cintas de cassette. Unas cuantas novelas de


romance. Ni siquiera sabía que a Kathy le gustaba leer. Estoy a punto de
volver a colocar la tapa cuando un libro negro raído despertó mi interés.
Limpié la capa de polvo del cuero desgastado. ―El diario de Kathy ―. Mi
frente se arrugó de perplejidad. ―Extraño.

Está casi completo. Debe haber al menos quinientas entradas.


Deslizándome al suelo, descansé mi espalda en el pie de la cama.
Encontré algo muy personal de mi hermana, y eso me abrumó. Estaba mal
invadir su privacidad, pero lo abrí y comencé a leer.

Querido Diario,

Ha pasado demasiado tiempo aquí, demasiado. No sé cómo me siento


acerca de mi vida ya. Extraño mi hogar familiar. Bueno, no al donante de
esperma. Quiero decir, ¿por qué lo extrañaría? No era un padre. Era el
diablo—un hombre cruel y sin valor a quien detestaba más que al que nos
llevó.

Sin embargo, extraño a mi madre. Nos amaba tanto. Nunca supe si


sobrevivió o no, pero soy lo suficientemente mayor para comprender. Creo
que estaba muerta antes de que siquiera saliéramos ese día.

Alexa llora por nuestra madre. Una vez me preguntó si la veríamos de


nuevo. No quería alterarla, así que mentí a mi hermana pequeña, queriendo
protegerla.

Desafortunadamente, como está prohibido, rara vez paso tiempo con


Alexa. A veces, él me permite bajar para que pueda pasar la tarde con ella.
A Alexa le encanta cuando la visito. Hacemos manualidades juntas y
creamos pinturas coloridas para colgar en su pared, añadiendo un poco de
sol a la oscuridad.

A menudo nos contamos historias y, de vez en cuando, cantamos


juntas.

Me siento triste cuando me voy de su lado.


Alexa siempre ha tenido miedo a la oscuridad, y ese pensamiento me
impide dormir por la noche.

Sé que ella está triste.

Sé que está asustada.

Lo siento, Alexa.

Desearía poder protegerte.

Kathy.

Cuando le preguntaba a Kathy sobre nuestro padre, cortaba de golpe la


conversación. Aparentemente, no recordaba nada. No sé por qué tenía tanto
resentimiento hacia él; ojalá lo supiera.

Sus pensamientos eran correctos. Estaba asustada en aquel entonces.


Odiaba dormir sola en ese húmedo sótano; sin embargo, se equivocaba al
creer que la oscuridad me asustaba. Daba la bienvenida a la oscuridad
mientras él no me visitaba.

Querido Diario,

Es hermoso estar aquí, no todo es malo. La casa no es como la de


nuestra madre, pero los colores cálidos y las habitaciones espaciosas son
como un laberinto divertido de investigar. Cuando sale el sol, me siento en
los escalones traseros para escribir, sentir los cálidos rayos en mi cara y
tomar el sol después del desayuno.

Ayer hice un bizcocho. El resultado final fue espantoso, pero me di a


mí misma un pulgar arriba por el esfuerzo. Además, sabía mejor de lo que
parecía.

Durante mucho tiempo, pedí ver a mi hermana, y él me reprendió. La


extrañaba y quería asegurarme de que estaba bien. Después de unas
semanas, sin embargo, el dolor se calmó, y ya no sentía la necesidad de
visitar a Alexa.

¿Está mal que la tortura que una vez sentí por nuestra separación ya no
me duela?

Lo escuché hablar recientemente, diciéndole a su amigo que Alexa no


se portaba bien. Negué con la cabeza. Si tan sólo Alexa fuera más
obediente. Si tan sólo cediera y escuchara, entonces podría tener más
libertad—como yo.

Ya no siento pena por mi hermana. Su comportamiento problemático


me preocupa.

Me temo que no hay mucho más que pueda hacer por ella.

Lo siento, Alexa.

Kathy.
¿Por qué querría Kathy que me comportara bien? Ese hombre nos llevó
—nos robó de nuestra madre. Además, yo era una niña aterrorizada. No
tenía el sentido ni la madurez para jugar con esos hombres repugnantes su
propio juego. Apenas reunía la fuerza suficiente para terminar esas comidas
desagradables que rara vez me tiraban.

Querido Diario,

Alexa sigue llorando. Los sollozos me irritan. Estoy parada fuera de su


puerta con mis dedos en el picaporte. Contemplé saltarme las reglas y
visitarla o alejarme.

Alexa llamó mi nombre.

Alexa llamó su nombre.

Luego cantó esa canción. La que nuestra madre cantaba cuando éramos
pequeñas. Por un segundo fugaz, tocó un nervio, pero me encogí de
hombros y me negué a dejarme engañar.

Solté el picaporte.

No quería meterme en problemas.

Si Alexa no puede aprender a controlar su temperamento, entonces


tendrá que enfrentar las consecuencias.

Ya no lo siento, Alexa.
Kathy.

Seguí leyendo, conmocionada y enferma. Sus entradas de adolescente


me inquietaban. Si mi hermana me odiaba tanto, ¿por qué fingió durante
tanto tiempo? Las palabras de Kathy sugerían satisfacción. Estaba contenta
con su nuevo estilo de vida. Mientras yo estaba abajo, temiendo por mi
vida, Kathy tomaba el sol y horneaba bizcochos.

Querido Diario,

Soy feliz. Solía extrañar a mi madre. Solía extrañar a mis amigos. Ya


no extraño a esas personas. Amo este lugar. Me siento tan adulta aquí, como
si tuviera mi propia casa. Limpié la casa, hice la colada, ¡y hasta aprendí a
cocinar! Empecé con lo básico, usando el microondas para chamuscar
bacon, luego huevos revueltos. Anoche hice curry. Vale, puede que haya
hecho trampa, usando un frasco... Aun así, piqué los ingredientes, los
mezclé y después los cociné.

Hoy salimos fuera del bosque. Sólo al lago cercano, para que
pudiéramos usar el bote de remos para nuestra aventura.

Diario, creo que estoy enamorada.

Estoy casi segura de que él también me ama. Me lo dijo anoche cuando


vimos las estrellas brillar. Me sostuvo la mano, besó y acarició mi
mandíbula, y me prometió el mundo.

Pero él también la ama a ella. ¿Por qué complica las cosas, Diario? ¿La
dejará en paz? Necesita entender que él es mío.
No te preocupes, Diario, tengo un plan, y ella no está en él.

Estoy esperando mi futuro con ansias.

Estoy avanzando.

Kathy.

Torciendo una mueca de desdén, cerré el diario con tanta fuerza que
salieron partículas de polvo y lo arrojé al otro lado de la habitación.

Kathy dijo que recordaba mal el infierno. Pero todo lo que me había
dicho era una mentira. La dejó salir afuera, así que ¿por qué me engañó
durante tanto tiempo?

La noche que escapamos no fue la primera vez que Kathy visitó el lago.

Me sentí enferma.

¿Qué demonios estaba leyendo?

No entiendo.

¿Por qué escribió cosas tan dolorosas sobre mí?


Mi estómago se retorció. La náusea subió a mi garganta. A segundos de
perder el control, inhalé profundamente y contuve el aliento.

―Hola, cariño. ¿Por qué estás sentada en el suelo?

Me estremecí al escuchar la voz preocupada de Chloe. Está parada en


la puerta, con bolsas de compras en las manos.

Desorientada y confundida, mis ojos volvieron al Diario. Pensé en mi


conversación con Josh. No hablaba bien de mi hermana.

Amaba profundamente a Kathy.

Mi hermana.

Mi guardiana.

Mi protectora.

Pero ¿por qué empiezo a tener la impresión de que no la conocía en


absoluto? ¿Es posible no conocer a la persona con la que creciste? Tu
propia carne y sangre.

―Chloe, esto te parecerá un poco raro, pero ¿Qué opinabas de mi


hermana?
Dejando caer las bolsas de compras al suelo, Chloe se sentó en la cama.
―No lo sé, cariño. Ella era agradable... ― Me respondió con cierta
incomodidad. ―Supongo.

Chloe sabe cuánto amo a mi hermana, así que está seleccionando sus
palabras con cautela. ―No tienes que mentirme. Tienes derecho a tu
opinión, incluso si piensas que me hará daño.

Pensativa, continuó observándome. ―No quiero que esto afecte mi


relación contigo, Alexa. Si piensas que lo hará, entonces prefiero guardar
mis opiniones para mí misma.

―Chloe, nada puede afectar nuestra amistad. Ni ahora, ni nunca.

―Está bien, entonces honestamente, no soporto a Kathy, cariño.


Entiendo que es tu hermana, y la amas, pero pensaba que era una perra. ―
Esperó mi reacción. ―Detestaba que me quedara aquí. Nunca te lo había
comentado antes, pero me acorralaba y me decía que no era bienvenida.

―¿Por qué haría eso? Kathy apenas estaba en casa. Pensarías que le
alegraría que yo te tuviera.

―Lo que yo creo es que... ― Chloe chupó su labio superior. ―No


estoy muy segura de si el sentimiento era mutuo entre ustedes dos. Kathy
nunca estaba aquí, y cuando sí estaba, sólo hacía lo necesario en lo que
respecta a ti. Siempre la sorprendía mirándote. Su rostroera de desprecio,
Alexa. Como si le irritaras.

Escuchar la evaluación de Chloe sobre Kathy no me había molestado.


Después de lo que había leído, nada me sorprendía. ―Chloe, ¿realmente
piensas que Kathy se sentía así? ― Es una pregunta injusta ya que Kathy es
la única persona que la puede responder.

Chloe asintió.

―Estoy empezando a cuestionar si alguna vez conocí a mi hermana.


Todos en el Club 11 aborrecían a Kathy. ― Tragué un doloroso nudo.
―Josh es genial. A él le gusta todo el mundo, pero despreciaba a Kathy.

―¿Josh? ― Jugó con sus pulseras. ―¿Es el chico guapo de pelo


castaño?

―Sí. Josh es el chico que nos sirvió la primera noche que nos colamos
en el club de Liam.

―Dios, qué suerte tienes. Tienes a todos estos bombones a tu


alrededor. ― Se abanicó dramáticamente. ―Entonces, Josh es uno de los
buenos, ¿eh?

Sonreí con cariño. ―No puedo imaginarme a nadie teniendo un


problema con él. El chico es genial, y trabajar junto a él es un placer, pero
no le gustaba nada Kathy. Me dijo que no era más que una perra. También
mencionó que Kathy dormía con clientes por dinero.

―Kathy era una prostituta. ― Los ojos de Chloe se abrieron de par en


par. ―¿Cómo no lo sabíamos?

―Bueno, a Liam no le gustaría que llamara a las bailarinas prostitutas,


pero eso es lo que esencialmente son. Llevan a hombres que pagan a
habitaciones privadas para hacer bailes privados y duermen con esos
hombres por dinero.

Chloe arqueó una ceja. ―Todo en privado, ¿eh?

―Vale, parece que hoy me gusta esa palabra. ¿Podemos no burlarnos


de mí y continuar?

―Vale, independientemente de que me gustara Kathy o no, de que a la


gente del club le gustara o no, ella seguía siendo tu hermana. ― Sus labios
se fruncieron. ―¿A dónde va esta conversación, de todos modos?

Le entregué el diario a Chloe. ―Es de Kathy. Lo encontré en la caja


encima de tu armario. Lee algunas de las cosas que escribió.

Chloe escaneó las páginas. ―Alexa, ¿has leído todo esto?

Me levanté y me senté a su lado. ―No, sólo leí algunas entradas.


Honestamente, no estoy segura de que me guste a dónde lleva esto.

―Querido diario, ― leyó Chloe, ―lamento no haberte abierto en un


tiempo. He estado abrumada. Finalmente le pregunté sobre Alexa, y se
enfureció hasta que le hice ver la razón. Debo sacarla de aquí. Es una carga
demasiado grande. Si me dejara llevármela, podríamos continuar nuestra
relación sin que ella sea parte de ella—

―¿Qué coño? ― Mi disgusto aumentó. ―La noche que escapamos,


Kathy vino a mí y dijo que era nuestra única oportunidad de huir. Ni una
sola vez mencionó que él la había autorizado, ― tartamudeé. ―Chloe, no
entiendo.

Chloe tocó mi hombro. ―¿Quieres que pare?

Solté un suspiro cansado. ―No.

―¿Por qué la mantiene? Me duele, diario. Le he dado todo, entonces,


¿por qué debe ir a ella? No debería amarlo. Después de todo, ese hombre
nos alejó de nuestra madre. Pero no puedo evitarlo. Lo amo mucho. A
veces, aunque cruelmente, considero deshacerme de Alexa yo misma, pero
él se enfadaría conmigo. Y no puedo manejar que él esté enfadado
conmigo. ¿Cuándo se dará cuenta de cuánto lo amo? Lo sé. La llevaré por
la mañana. Ella puede empezar de nuevo. Y luego volveré con él. Si ella no
puede cumplir, haré lo que tenga que hacer—

―Oh, Dios. ― Me levanté de un salto. ―Mi hermana quería matarme


—estaba enamorada de nuestro monstruo. ― El shock me estremeció.
―Pero decía que amaba a Liam, entonces, ¿cómo podía amar a los dos? Por
favor, ayúdame a entender. Es demasiado, ― lloré, pasándome una mano
por el cabello. ―Ojalá no hubiera encontrado ese estúpido diario.

―Alexa—

―Todo este tiempo, ― empecé a caminar por el dormitorio, ―temía


por mi hermana. Estaba aterrorizada de que le hubiera pasado algo malo.

Todo el tiempo que Kathy me cuidó, me odiaba. Pensé que estaba a


salvo, protegida. He pasado años temiendo que los demonios de mi pasado
volvieran por mí, sin darme cuenta de que estaba viviendo con un monstruo
todo el tiempo.
―Alexa, estoy tan sorprendida como tú.

Voy a vomitar.

Poniendo una mano sobre mi boca, corrí al baño y caí al suelo a tiempo
para vomitar el almuerzo en el inodoro , en arcadas violentas, mientras oíaa
Chloe abrir el grifo de agua fría.

Satisfecha de que no quedara nada, tiré de la cadena y me quedé


sentada en el suelo. Chloe usó un paño húmedo para limpiar el vómito de
mi barbilla. ―Creo que está celosa de ti.

―¿Celosa de qué? ― pregunté, atrapando el parloteo apagado de


Chloe. ―¿Y por qué a Kathy le molestaría que nuestro captor viniera a mí?
Sabía cuánto lo detestaba. Si eso era lo que ella quería, ¿a él? Pues, bien por
ella. Podrían haber sido unos enfermos juntos por lo que a mí respecta, pero
yo no quería ser parte de eso. ― Agarrándome a la barra de toallas, me
levanté del suelo. ―¿Cómo podía tener esos sentimientos por él? Ni
siquiera era una persona, Chloe. Era un monstruo—un monstruo
abominablemente cruel, perverso.

―Tal vez Kathy tenía ese síndrome, ¿cómo le llaman cuando alguien
desarrolla sentimientos por la persona que lo mantiene en contra de su
voluntad?

Hice un sonido de duda.

Sentándose en el suelo frente a mí, blandió el diario. ―¿Quieres que


lea otro?
―¿Puedes saltarte el principio? ― Me rasqué la nuca. ―Tal vez leer
algo de la parte de atrás.

Chloe abrió el diario. ―Hay algo sobre Liam.

Naturalmente, sentí curiosidad. ―Sólo lee una parte.

―Querido diario. Han pasado siete semanas desde que empecé a


trabajar para Liam Warren. Supuse que sería imposible conseguir un trabajo
en el Club 11, pero me equivoqué. Ese hombre prácticamente comía de la
palma de mi mano la primera noche que entré en su oficina. No tiene afecto
hacia mí, sin embargo, no creo que sea capaz de amar así, pero tiene un lado
suave cuando se trata de mí. Tal vez sea porque doy mamadas increíbles.
Tal vez porque las otras bailarinas no pueden igualar mis ingresos
nocturnos. ¿Quién sabe? De cualquier modo, no importa.

Pasó la página. ―Me podría haber enamorado de Liam si lo hubiera


conocido antes, pero es imposible amar a dos personas a la vez, ¿verdad?
Le dije a Alexa sobre él. Tenía que hacerlo, en realidad. Esa chica es más
avispada de lo que imaginaba. Me iré pronto. Y él se dará cuenta de lo que
he hecho. Podría encontrar a Alexa y usarla en mi contra. Pero Liam puede
jugar sus juegos. No ganará. Puede llevarse a mi hermana. No me importa

―No puedo escuchar más, ― la silencié con una mano levantada.


―Sus entradas son crípticas y sin sentido. Además, tengo que asistir a una
cena de beneficencia con Liam esta noche.

Podría estar todo el día en pijama, excederme con la crema y


lamentarme, pero quiero fingir que las últimas horas nunca ocurrieron y
prepararme para la gala de esta noche.
Por primera vez en mucho tiempo, quiero ponerme a mí misma en
primer lugar. No dejaré que los pensamientos sobre Kathy me agoten.

Chloe me lanzó una mirada sabiendo. ―Eso suena como una cita.

Supongo que es una cita. ―¿Te gustaría ayudarme a prepararme?

Sus manos aplaudieron de alegría. ―Pensé que nunca me lo pedirías.


CAPÍTULO VEINTE

Alexa

Sintiendo una incomodidad palpable, me quedé al lado del gran


escritorio de caoba en la oficina de Liam y observé a las mujeres
exuberantes bailando en los podios de cristal y en las jaulas elevadas a
través de la ventana de piso a techo. Sosteniendo el pisapapeles de oro
macizo para ocupar mi mente y destensar la ansiedad, moví los labios al
compás de la música. El escritorio de Liam estaba impecable, los artículos
organizados en orden sistemático. En realidad, toda la oficina estaba
inmaculada. Olía a algo limpio, fresco y bastante masculino. Quizás era su
colonia que persistía en el aire. No puedo imaginarlo limpiando o haciendo
algo tan mundanamente normal como pasar la aspiradora y pulir las
estanterías de madera. Dudo que haya autorizado a las limpiadoras a entrar
aquí, porque nadie entraba en la oficina sin Liam o Brad presente, ya que
está expresamente prohibido.

El pensamiento me hizo esbozar una sonrisa complacida. Brad me dejó


sin supervisión, lo que significaba que Liam confiaba en mí, o eso creí
ingenuamente por un nanosegundo hasta que la cámara rotó sobre el
escritorio. Así es como capturaron la traición de Kathy.

¿Qué si Liam me está poniendo a prueba?

Casi lancé el pisapapeles con desagrado. No tenía ninguna intención


maliciosa ni un plan villano, así que esta innegable prueba de mi carácter
era incomprensiblemente indigerible. No soy Kathy. No soy una oportunista
ladrona.

Suprimiendo la irritación sombría, volví a colocar el pisapapeles en el


escritorio y me maravillé con el cuadro del Puente de la Torre para ver por
qué era tan único y sentimental para Liam. Investigué más, contorneando la
gruesa pintura con las yemas de mis dedos. Arrodillado en el embarrado
terraplén, estaba un niño pequeño.

¿Por qué no lo había notado antes?

El niño escuchaba la música melodiosa del guitarrista mientras


estudiaban la constelación de estrellas arriba. Es una imagen triste pero
pintoresca. Una vez dije que el hombre estaba solo, y Liam desafió mis
palabras. Ahora, sin embargo, es notablemente coherente. Sabía que el niño
pequeño estaba allí y le resultaba incomprensible que yo no lo viera.

Más que nunca, me encantaría conocer la historia detrás del lienzo.

Supongo que seguirá siendo un misterio ya que el hombre no es el más


comunicativo de los humanos.

Pasaron veinte minutos y aun no veía señal de Liam. Mientras esperaba


al impuntual hombre, fui al baño de la suite para refrescarme. Era un baño
hermoso construido de mármol ondulado con una espaciosa cabina de
ducha de vidrio y dos lavamanos.

Me paré ante el tocador de piedra y revisé mi reflejo en el espejo.


Trasteando con el bolso de mano, pasé una capa de rímel sobre mis
pestañas. Su colección de colonias y la caja de relojes estaban abiertas en el
mostrador: Rolex, Roger Dubuis, Breguet, Jaeger-LeCoultre y F.P. Journe.

La exposición de relojes de Liam era otra prueba.

Cerré la tapa.

Chloe me había embellecido y arreglado hasta que estuve lo


suficientemente presentable como para acompañar a Liam a la gala esa
noche. Me peinó el pelo largo en una cola de caballo apretada y aplicó la
cantidad justa de maquillaje a mi rostro. Finalmente, arranqué la etiqueta
del vestido rojo que compré el día que fuimos de compras. No era nada
espectacular—un vestido body con con tirantes finos y una abertura en un
lateral; sin embargo, la tela de satén moldeaba mi figura, y el sujetador con
relleno creaba un excelente escote, lo cual funcionaba de maravillas para
alguien que carecía de amplios atributos.

Retoqué mi labial y parpadeé unas cuantas veces para eliminar a la


mujer que me observaba. Me parecía a Kathy, y siempre me había
encantado eso de nosotras. Qué parecidas éramos. Ahora, nuestro parecido
me hacía sentir nauseabunda. No quería parecerme a mi hermana ni que la
gente me asociara con ella, no después de todo lo que había hecho.

Vi movimiento detrás de mí y levanté la mirada en el espejo. Liam se


apoyaba con un hombro en el marco de la puerta. Se veía impresionante,
vestido elegantemente con su traje negro y una corbata de satén. Unos
gemelos dorados complementaban sus siempre presentes cadenas y pulseras
de eslabón cubano. Debía haber visitado al barbero anteriormente por el
corte de pelo degradado.

Como era de esperarse, Liam miró la caja de relojes.


―La cerré, ― solté defensivamente.

Liam se acercó al tocador, con su mano flotando por encima de sus


preciosas joyas, mientras el reloj de acero con diamantes pavé brillaba en
su muñeca bajo las luces del techo. Casi reflejamente, tocó la tapa cerrada
con un dedo apuntado, y luego, como si nada importara, ni el oro ni los
diamantes exorbitantes, envolvió un brazo fuerte alrededor de mi cintura y
me pegó a su musculoso pecho.

Mi estómago se hundió.

―Leí una cita una vez. ― Su boca dejó besos a lo largo de mi cuello.
―Dale a una mujer el lápiz labial correcto y podrá conquistar el mundo. ―
Sus ojos azules encontraron los míos en el espejo. ―Te ves hermosa. ―
Girándome en sus brazos, me levantó sobre el mostrador y se paró entre mis
muslos. ―¿Qué hacías aquí?

Sabía que me había dejado sin vigilancia como prueba.

Ocultar la frustración era inútil. ―No soy ella.

Su mirada se mantuvo. ―¿Quién?

―Kathy, ― estoy ansiosa por aclarar. ―No soy Kathy. No me


importan las trivialidades, Sr. Warren. ― No reconocí la ferocidad en mi
tono. ―Siento decepcionarlo.

Sus manos recorrieron mis muslos. ―Encuentro tus habilidades de


empatía bastante divertidas.
—No me trates con condescendencia —dije mientras no podía pensar
claramente con sus ásperas palmas pegadas a mis caderas—. Sé
perfectamente lo que está haciendo, señor Warren. Le diste instrucciones a
Brad para que me dejara desatendida porque pensaste que iba a robarte o
vaciar tu estúpida caja fuerte como lo hizo mi estúpida hermana.

Su boca se posó sobre la mía, poniendo fin a mi conferencia


admonitoria. Al principio, vacilé, con los labios irresolutos y el cuerpo
rígido. Y luego, irracionalmente cautivada por él, abrí los labios y recibí su
lengua en mi boca y sus manos errantes en mi cuerpo.

Instintivamente, mis piernas rodearon su cintura. Con una mano agarré


su cuello, acercando su cuerpo al mío. Su boca me dominaba, abusiva,
mientras bebía de mis labios los suaves gemidos. La devoraba como un
hombre hambriento. No era rival para su lascivia.

—Alexa —susurró contra mis labios con besos fervientes—. Joder. —


Su lengua acarició la mía—. Quiero follarte.

Y eso fue todo lo que necesitó para sacarme de mi ensueño.

Sin aliento, me aparté bruscamente.

Él estaba excitado. Sus ojos estaban dilatados y llenos de un deseo


voraz. —¿Y si no quiero eso? —mentí; no quería nada más—. Tal vez no
esté interesada en el sexo, señor Warren.

—Quieres que te folle, Alexa —dijo el arrogante imbécil, presionando


su pulgar contra mi garganta—. No entiendo por qué peleas contra esta
atracción entre nosotros. Sucederá tarde o temprano.
—No necesariamente —respondí, y él me dio una sonrisa juvenil—.
¿Qué?

—Gírate para mí —ordenó, y obedientemente me deslicé del mostrador


y me giré según su mandato.

Nuestros ojos se encontraron en el espejo mientras él me agarraba la


nuca. Desabrochó los pendientes baratos de mis orejas, los tiró a la basura
y los reemplazó con unos perfectos pendientes de diamantes en forma de
lágrima.

—Señor Warren. No puedo aceptar esto.

—Tonterías. —Colocó el corte simétrico en el lóbulo opuesto—.


Diamantes resplandecientes completan a la perfección tu atuendo.

Toqué la claridad impecable de los diamantes. —Es demasiado.

Arrastrando mi coleta por un hombro, besó la línea de mi hombro. —


Agradéceme, Alexa.

—Gracias —dije con humilde gratitud—. Señor Warren.

—Ven. —Hizo un gesto hacia la puerta—. El coche nos espera.

Lo seguí fuera de la oficina.

¿Qué estás haciendo, Alexa?

Estoy jugando con fuego.


Una mujer nunca debería enamorarse de un hombre como Liam
Warren.

No, las mujeres deberían evitarlo como a la peste.

¿Qué pasa si me rompe el corazón?

¿Y si vale la pena el riesgo?

Esta va a ser una larga noche.

Pasé al lado de la seguridad hacia la entrada trasera de Club 11 y salí al


callejón. Los vientos fríos soplaban bajo la cola de mi vestido. Esperé
mientras Liam conversaba con sus hombres armados. Sintiendo la
curiosidad de los hombres de traje, me froté los brazos para calentarme.
Nunca cuestionarían a su jefe, pero eso no evitaba sus juicios obvios. Miré
al más cercano. Observaba la mano de Liam en mi espalda con perplejidad.
Sus cejas tupidas se fruncían en una profunda mueca. Sus labios se unían en
desaprobación.

Mis mejillas se sonrojaron.

Una limusina negra se subió a la acera, no podía reconocer al conductor


, pero noté a Brad y Nate, ambos elegantemente vestidos, subiendo al
Bentley.

Liam levantó las cejas al conductor en un saludo silencioso. Abrió la


puerta de la limusina para que subiera primero. Me deslicé por el asiento de
cuero más cercano a la ventana tintada y, sin permiso, alcancé la botella de
champán.

Estoy demasiado nerviosa para sentarme en silencio.

—¿Sedienta? —Liam se sentó a mi lado—. ¿Te gustaría una copa?

Destapé el corcho. Las burbujas se deslizaron por mis dedos. —Por


favor.

Liam presionó un botón en el reposabrazos, y el compartimento reveló


dos flautas.

—¿Quieres una? —pregunté, llenando el vaso.

Negó con la cabeza.

La limusina vibró al arrancar, el conductor giró en el callejón, se


incorporó a la carretera principal y nos dirigimos al lugar del evento. La
música sonaba suavemente. Tenía vibraciones eróticas y sensuales, lo que
no pasó desapercibido para ninguno de los dos. Liam ajustó su corbata. Su
mandíbula afilada reflejaba una meditación profunda. —¿Hay algo que te
gustaría expresar, señorita Haines?

Genial. Notó que lo observaba. —No realmente.

Su mano se posó en mi rodilla, mientras su pulgar hacía círculos


lentamente allí. —Me gusta el vestido.
Mi respiración se entrecortó. —Gracias, señor Warren.

No pasó otra palabra entre nosotros hasta que el coche llegó a nuestro
destino. El conductor abrió la puerta. Liam salió primero. Extendí una
pierna, el tacón conectando con la alfombra roja desenrollada, y me sumergí
en la vivacidad. Muchas personas merodeaban cerca de la gran entrada del
lugar, elegantemente vestidos o modelando exquisitos vestidos de cóctel de
diseñador.

Liam llegó a las puertas principales, aunque todavía sin poder pasar. De
nuevo, me quedé atrás, insegura de qué hacer conmigo misma o si era
descortés ignorar la oportunidad de conocer a personas adineradas en los
negocios.

—Señor Warren. —Una rubia escultural extendió su mano hacia Liam.


Su ajustado vestido delineaba su figura impecable como una segunda piel
—. Espero que esté bien.

—Sin duda —dijo Liam, apretando su mano—. ¿Vienes acompañada?

—Por supuesto —dijo ella santurronamente, señalando al caballero


mayor que estaba enfrascado en una conversación con otro hombre trajeado
—. Pero no es que importe. —Su sonrisa lasciva liberó una entidad
demoníaca dentro de mí—. ¿Dónde estás sentado?

—Conmigo. Irritada por mi necesidad incontrolable de reclamarlo,


agarré su mano—. Ahora, si nos disculpas. Recé para que Liam no me
ridiculizara por la rudeza. Sin embargo, lo miré con ojos desafiantes.

Inhumanamente impávido, Liam ignoró mi insolencia inesperada y me


llevó hacia adentro.
Rodeada de imponentes columnas de mármol y deslumbrante art déco,
asombrosas arañas de cristal, paredes ornamentadas, majestuosos espejos y
una elegancia inigualable, dudé en el vestíbulo cavernoso para catalogar
semejante magnificencia.

—¿Alexa? —me llamó Liam desde el vestíbulo—. Vamos a llegar


tarde.

Sin palabras, regresé a su lado y, con la cabeza inclinada hacia atrás,


admiré el techo pintado a mano, donde querubines alados colgaban de las
nubes y apuntaban sus arcos y flechas dorados.

—Deja de jugar con tu vestido. —Agarró mi codo—. Relájate.

—Señor Warren, estoy nerviosa. —Hice un gesto hacia la multitud de


personas, riendo y bebiendo champán—. Nunca he asistido a ninguno de
estos... eventos.

Nos abrimos paso entre la configuración de la cena y el espléndido


banquete: manteles blancos, centros de mesa florales, porcelana fina y
copas de cristal.

Vestidos formalmente de negro, los camareros entregaban aperitivos y


champán, los sommeliers ofrecían vino espumoso, y los instrumentistas
entretenían a los invitados con su melodiosa música de jazz y sus eufónicas
voces bajo las luces del escenario.

No pertenezco a este mundo.


Los labios de mi jefe rozaron mi oreja. —Llámame Liam.

Contuve un parpadeo nervioso.

Me electriza su cercanía.

Llámame Liam.

Llámame señor Warren.

Liam aceptó dos flautas de la camarera. Sorbió de una mientras


deslizaba la otra delicada copa en mi mano.

Apuré el champán de un trago y le devolví la copa.

Él arqueó una ceja, riendo por lo bajo. —Alexa, es cena y baile.

Es muy fácil para ti decirlo, pensé.

Liam está acostumbrado a la extravagancia inagotable.

—Señor Warren. —La emoción brilló en los ojos almendrados de la


mujer. Su cabello castaño rojizo estaba peinado hacia atrás—. Qué gusto
verlo aquí. —Zapatos de tacón bajo apretaban sus dedos—. ¿Será dadivoso
esta noche?
—Por supuesto. —Liam llamó al barman para pedir whisky—.
Hospital Great Ormond Street y Fundación Starlight Children's.

—Eres demasiado amable. —Su mano tocó su hombro—. Yo, por mi


parte, firmaré un cheque bastante generoso para The Royal Marsden Cancer
Charity. Proporcionan una gran cantidad de atención y tratamiento a los
pacientes.

Apuré otra copa de champán.

—Señor Warren. —Otra mujer capturó su atención apenas quince


minutos después—. Quizás pueda convencerlo de bailar conmigo en algún
momento.

Me estudié las uñas.

—No bailo —rechazó Liam—. Aunque, he oído que hay muchos


hombres disponibles sentados en la mesa parlamentaria.

—Oh, no —rechazó ella de manera poco agraciada—. Prefiero ver


secarse la pintura a bailar con esos ignorantes pretenciosos.

Liam pidió otro whisky.

Yo, sin embargo, observé a las majestuosas parejas moverse en el salón


de baile.

La alta y definida morena se rió. —Warren es demasiado modesto —


dijo a la diosa de cabello negro—. O meticuloso.
—Meticuloso —coqueteó su amiga—. ¿Asistirá al evento de
recaudación de fondos en diciembre, señor Warren?

—Sí —dijo, pero no le creí ni una palabra.

Esta noche no es lo que esperaba.

Por enésima vez esta noche, me quedo escuchando mientras él


conversa con un grupo de conocidos desagradecidos. Bueno, su ingratitud
no se extiende a Liam. La gente se desvive por ganar su atención y
aprobación. Sin embargo, conmigo, la gente no se molesta en presentarse ni
en ser educados.

Metiendo el bolso de mano bajo mi brazo, me alejé del bar, atravesé


hordas de personas y desaparecí en el baño. Fui directamente al lavabo, abrí
el grifo de agua fría y me eché agua en el cuello para disipar el calor.
Mirando mi reflejo en el espejo iluminado, apliqué de nuevo lápiz labial
rojo.

—Hola, querida —dijo la mujer saliendo del cubículo—. ¿También


escapaste? Hace un calor terrible en esa habitación.

—Un respiro rápido.

—Zamira —se presentó, lavándose las manos con agua jabonosa.

Sonreí cortésmente.

Zamira secó sus manos y se mudó de su reflejo. —Odio el rímel —


gimió, usando un pañuelo arrugado para borrar las marcas negras debajo de
sus ojos—. No importa lo que haga. Siempre se corre.

—Probablemente sea el delineador negro. Bueno, eso es lo que me dijo


Kathy. —Yo suelo inclinarme más hacia el marrón.

Se cepilló su cabello negro hasta los hombros. —Sí, puede que tengas
razón. —Sonrió hasta los ojos, donde ligeras arrugas creaban finas líneas—.
No me dijiste tu nombre.

—Oh, Alexa. Nos dimos la mano y su pulgar presionó mi nudillo—.


Alexa Haines. Es un placer conocerte.

Zamira guardó silencio por un momento. —Alexa —dijo en un susurro


—. Un hermoso nombre para una joven hermosa. Debo preguntar. ¿Siempre
has vivido en Londres? —Sus cejas arqueadas se encogieron—. Siento que
nos hemos conocido antes.

Estudié sus rasgos no identificables. —No, no lo creo.

Su mirada vacía se mantuvo, y luego, parpadeando con sus pestañas


cargadas de rímel, y maquillaje excesivo manchando sus mejillas rosadas,
recogió su bolso. —Ignórame. Bebí demasiado vino.

Zamira salió del baño.

Di un vistazo final al espejo y me fui poco después.

Me detuve junto a la cortina de suelo a techo de color merlot en la sala


de eventos real y escuché al vocalista masculino cantar canciones de Frank
Sinatra en el imponente escenario. No me importaba el paradero de Liam.
No quería ver cómo las mujeres lo adulaban toda la noche, especialmente
mientras me quedaba ahí como un repuesto.

—Pareces perdida —dijo una voz melosa—. ¿Las subastas en vivo y


las actuaciones musicales no te interesan?

Jugué con la pulsera barata en mi muñeca. —Es magnífico.

Su hombro rozó el mío mientras se apoyaba contra la pared. —


Entonces, ¿por qué la cara larga?

Es un hombre atractivo, de pecho ancho, mandíbula angular y cabello


rubio peinado hacia un lado. Su esmoquin lucía desorganizado y
desordenado, casi como si hubiera tenido que apresurarse para llegar aquí.
—No soy socialmente compatible.

—Sí —coincidió con una ligera risa—. Yo tampoco.

Sonreí ante eso. —¿Tu cita también te abandonó?

—No del todo —señaló al hombre que daba un discurso grandilocuente


en el escenario—. Mi padre.

—Oh. —Formé una 'O' con la boca—. Te obligó a asistir.

Bebió champán. —Sí.

Suspiré. —Bueno, eso apesta.

Su padre dijo algo que hizo que la audiencia aplaudiera. Pasó el


micrófono al cantante y descendió del escenario mientras ―Strangers in the
Night ― comenzaba a sonar.

El hombre a mi derecha me tocó el hombro. —¿Te gustaría bailar?

―Está conmigo. ― Liam besó mi hombro. ―Alexa.

Lanzándole al hombre una sonrisa apologética, tomé la mano de Liam.


Me condujo a través de las mesas dispersas. Cuando pasó de largo el bar, el
cúmulo de mujeres pretenciosas, fruncí el ceño. ―¿A dónde vamos?

Liam entró en el salón de baile elaboradamente decorado. En la


yuxtaposición de hombres elegantes y mujeres a la moda, su mano se posó
en la parte baja de mi espalda y, pecho contra pecho, me giró en sus brazos.

Mis ojos se bajaron al suelo.

Su dedo inclinó mi barbilla, animándome a mantener el contacto visual.


Encerrados en la intensa mirada del otro, nos giramos al sonido menguante
de la suave voz barítona del vocalista. Todo en el fondo se desvanecía, las
parejas girando, los instrumentistas y los atentos camareros.

Sólo lo veía a él.

―Hay muchas mujeres aquí esta noche. ― Su barbilla descansaba


sobre mi cabeza. ―Sin embargo, mis ojos sólo se fijan en ti. ― Nuestras
miradas se alinearon. ―Eres hermosa.

Contuve el aliento.
Cuando me hizo girar fuera de sus brazos, me asusté, imaginando un
temido tropezón contra el suelo de madera, pero me recuperó tan rápido
como me soltó. Mis palmas chocaron contra su pecho, y una risa brillante
salió de mis labios. Su mano volvió a mi espalda. Me hizo girar, el tren de
satén de mi vestido siguiendo segundos después. La felicidad irradiaba en
nuestra cercanía. El salón de baile nos cubría como una cúpula. Los suelos
pulidos elevaban nuestros pies, y la música asistía nuestros movimientos.
Avanzaba con suavidad, elegancia, formalidad y gracia depredadora.

La canción continuó. Sin embargo, Liam se detuvo a mirarme. Su mano


se deslizó hacia la parte trasera de mi cabeza. Anticipé sus labios cuando
sus dedos se enredaron en mi cabello. Se inclinó, besó la comisura de mi
boca y susurró algo indetectable. ―Alexa.... ― Algo, o alguien, captó su
atención, y fui testigo del destello feroz oscurecer sus ojos. ―Regresemos a
nuestra mesa.
CAPÍTULO VEINTIUNO

Alexa

Liam sacó una silla decorada, el marco dorado envuelto en vides


artificiales, cintas de terciopelo y orquídeas dendrobium blancas, y me hizo
un gesto para que tomara asiento. Coloqué la copa de champán sobre la
mesa redonda, cubierta de blanco, de doce asientos y charlé brevemente con
el hombre mayor a mi izquierda antes de que una docena de camareros
elegantemente vestidos aparecieran para comenzar el servicio de cinco
platos con cubertería de plata: una mezcla de melón suave de temporada
variado y coulis de frambuesa.

Encontré la presentación de los cubiertos indescifrable.

Liam deslizó el tenedor correcto en mi mano. Sostuvo una larga


conversación con el hombre a su derecha mientras yo escuchaba a la pareja
enfrente. Fue cuando la mujer se rió que levanté la mirada. ―Hola, ― dije,
y Zamira levantó la cabeza. ―Nos seguimos encontrando.

Aunque Liam estaba en una seria discusión, notó nuestro amigable


intercambio.

―Alexa. ― Zamira mordisqueó melón en rodajas. ―¿Cómo están tus


pies? Los míos están bastante adoloridos después de tanto baile.
Mis pies estaban bien. ―Estoy segura de que sobreviviré.

―Nos conocimos en el baño, ― informó Zamira a la mesa de esposas


glamorosas. ―Mujeres legisladoras de ocio. ― Se refería a ella y a las
demás. ―¿A qué te dedicas, Alexa?

Soy una insignificancia comparada con estas mujeres. ―Trabajo de


bartender.

―Adecuado, ― dijo el hombre de sienes grises a mi izquierda. ―Lo


que sea que pague las cuentas.

―En efecto, ― coincidió Zamira. ―¿Cuáles son tus metas de


desarrollo profesional? ¿Hay espacio para progresar?

―Mixóloga o representante de ventas de marcas.

―El trabajo de bar no es precisamente una carrera.

―¿Has considerado la educación superior?

―Eres prácticamente inempleable sin credenciales académicas.

Mis ojos rebotaron de mujer en mujer.

Apenas había tocado el primer plato cuando los camareros


reaparecieron para retirar los platos de todos.
―Warren. ― El hombre de cabello entrecano pidió que le rellenaran el
vino blanco. ―¿Cuáles son las posibilidades de obtener un champán de
cortesía en mi próxima visita?

Liam declinó más vino pero señaló mi copa vacía. ―Es una pobre
posibilidad si no te inclinas a comprar la membresía de oro.

Agradecí al camarero por rellenar mi copa de alcohol.

―Tacaño, ― bromeó el hombre, y los invitados a la mesa estallaron en


una risa sin sentido. ―Bien. Renovaré mi membresía la próxima semana.

―¿Por qué necesitarías una membresía para un club nocturno? ―


Preguntó su pretenciosa esposa. ―No puede ser tan emocionante.

Su marido mostró una sonrisa llena de dientes. ―Es un espacio


tranquilo para relajarse.

Me abstuve de resoplar.

No hay nada tranquilo en las vivaces bailarinas.

Sopa de puerro y patata con picatostes aterrizó en la mesa.

Evalué las dos cucharas.

Una vez más, Liam me pasó la herramienta correcta para comer.


―Me encanta el pan con mantequilla con la sopa, ― dijo otro hombre
arrastrando las palabras, untando un panecillo con mantequilla espesa.
―No hay nada mejor.

―No lo sabría. ― El labio superior de la mujer pelirroja se curvó en la


esquina. ―Evito los carbohidratos.

Mis cejas se fruncieron. ―Pero hay patatas en la sopa.

Se detuvo con la cuchara cerca de sus labios. ―Bueno, entonces evito


el pan.

Sorbí un poco del líquido en el pequeño cuenco. Olía poco apetecible,


pero logré tres bocados antes de que los camareros retiraran la vajilla de
nuevo.

Un hombre mayor con el cabello rubio y desgreñado hasta los hombros


se sentó directamente enfrente de mí. Creo que era el marido de Zamira.
Barba de dos días cubría su mandíbula angulosa. Anchos hombros llenaban
su atemporal chaqueta de traje, y los clásicos tirantes con textura caían en
líneas rectas sobre su camisa blanca. Escuchaba a su esposa hablar sobre
vacaciones al sol mientras sus profundos ojos marrones miraban al vacío.
Eché un vistazo sobre mi hombro para encontrar la fuente de su interés.
Supongo que la camarera bonita era llamativa.

Pollo salteado vestido con jamón magro curado en seco acompañado de


arroz basmati hervido y vegetales verdes mixtos.

Mi estómago gruñó con ganas.


Vertí una muy adictiva salsa agridulce sobre el plato principal. Liam
furtivamente colocó los cubiertos en mis manos antes de deslizar su brazo
por detrás de mi silla.

―¿No tienes hambre? ― Pregunté, cortando el brócoli de tallo largo.

―Me estoy reservando para el postre, ― susurró sugestivamente en mi


oído.

Me sonrojé ante su insinuación sexual. ―¿Trufa de chocolate blanco,


verdad?

―No. ― Besó mi hombro. ―Es algo mucho más tentador.

El marido de Zamira carraspeó. ―Warren, ― dijo con un fuerte acento.


―No vi tu nombre en la lista de invitados.

―Bajramovic, ― dijo Liam con esa voz ruda y dictatorial que erizaba
mi piel con escalofríos de atracción. ―Estoy en todas las listas de
invitados. ― Exudaba imperiosidad. ―Además, nunca me perdería un
evento tan grandioso.

―¿No vas a presentarme a tu cita? ― Bajramovic comenzó a comer el


pollo. ―Aunque debo admitirlo. Ella no es como las mujeres que
usualmente veo en tu brazo.

El dedo de Liam que acariciaba mi cuello se detuvo. ―Parece que


tengo un admirador.
Bajramovic se rió en su copa de vino. ―Soy observador.

Los pads de los dedos diligentes de Liam amasaban la piel en mi nuca.


―Alexa, ― dijo, ―Flamur Bajramovic.

Me limpié las manos con la servilleta de seda y extendí un brazo sobre


la mesa. ―Es un placer conocerte.

Flamur se sentó más recto, lo que dio importancia a su altura. Su mano


se curvó alrededor de la mía, firme y significativa. Tatuajes desvaídos
teñían sus nudillos. Anillos de hielo dorado decoraban sus dedos. ―Es
extraordinaria. ― Hablaba como si yo no estuviera presente. ―¿Cuál
dijiste que era tu nombre de nuevo?

―Alexa, ― dije con una sonrisa amistosa. ―Alexa Haines.

Su pulgar barrió mis nudillos.

Tosí para despejar la picazón en mi garganta.

Flamur soltó su apretón sobre mis dedos y, por alguna razón extraña,
cuando retiré mi brazo, posé una mano sobre la rodilla de Liam debajo de la
mesa. Su muslo se tensó bajo mi toque inocente. Casi retiré la mano cuando
entrelazó nuestros dedos.

Los camareros despejaron el plato principal. El imitador de Frank


Sinatra cantaba ―My Way ―, y Liam, apreciando la música de esta noche,
observaba el espectáculo desde lejos.
Demasiado pronto, las trufas de chocolate llegaron. Había comido
demasiado para hacer espacio para más. En su lugar, pedí un relleno de vino
blanco, dejé el plato de postre a un lado y con descaro me acerqué más a mi
jefe. ―Te ves muy guapo esta noche, ― Le susurré, y él se giró en la silla
para mirarme completamente, mientras sus dedos dibujaban patrones
imaginarios en mi espalda. ―Nunca usas corbatas.

Tomó un sorbo del whisky destilado que había pedido recientemente


del vaso rauk norlan. ―Sólo en ocasiones especiales. ― Su pulgar recorrió
mi columna vertebral, y los vellos en mi nuca se erizaron. ―¿Tienes alguna
palabra de emergencia?

Fue una pregunta inocua. ―No.

Liam casi hizo otra pregunta.

―Conocí a una chica como tú una vez, ― interrumpió Flamur, y quise


darle una patada bajo la mesa por arruinar el momento. ―No tan hermosa.
Son tus ojos, ― murmuró con la boca llena de comida. ―Como órbitas.

Flamur masticaba como un cerdo glotón.

―Genial. ― ¿Cómo más respondía una a él hablando sobre conocer a


alguien como yo y órbitas? ―Supongo.

―No del todo verdes, ― dijo, y suspiré audiblemente. ―No del todo
marrones—

―Avellana, ― le ayudé. ―Y no son nada espectacular.


―Tendría que estar en desacuerdo, ― continuó. ―Los ojos color
avellana son poco comunes. Pensándolo bien. Los tuyos son más
llamativos, mucho más verdes. Los de ella eran más marrones.

Sé que suena horrible. Pero realmente no me interesaba esta


conversación.

La mirada lasciva de Flamur bajó a mi pecho. Su lengua salió para


lamerse el labio inferior mientras me miraba abiertamente.

Empecé a sentirme claustrofóbica a su alrededor. Parecía un caballero


amable y sociable, pero su mirada liberada y de lobo me sacudía con
incomodidad.

Los dedos de Zamira palmeaban el antebrazo de Flamur. Se apartó para


atender sus demandas.

Me sentí aliviada.

Tomando un sorbo de vino, me hundí en la silla justo a tiempo para ver


a Brad abrirse paso entre la multitud. Inicialmente, pensé que algo estaba
mal. Quiero decir, ¿por qué más estaría aquí si no fuese para transmitir
información a su jefe? Sólo que Brad desapareció en una esquina oscura.

Mi ceño se endureció.

Recorrí la habitación ocupada para descubrir más de los hombres de


Liam dispersos por todo el lugar. La gente no está al tanto de los soldados
armados, pero yo trabajo junto a estos hombres. Sé cómo operan.
Si esta es una cena benéfica sin más, ¿por qué están presentes los
hombres de traje?

¿Qué me estoy perdiendo aquí?

Mi mirada en blanco se posó en el postre intacto de Liam.

No estamos aquí para entretenimiento.

No, esto son negocios.

Soy su acompañante por la noche.

―No debería cuestionarte, Sr. Warren, ― dije, irritada por la


revelación. ―Pero no accedí a ser tu jodida prostituta personal esta noche.

Liam escuchaba al caballero a su derecha; sin embargo, su ojo se


contrajo con molestia. ―No ahora, Alexa.

Me enfurecí. Liam puede irse a la mierda. Si estoy aquí en un posible


intercambio de negocios, que reconozco no irá según lo planeado, me
embriagaré.

Llamé al camarero y pedí una botella de vino. Todos en la mesa


desaprobaron, pero ignoré sus juicios y me mentalicé para una noche
salvaje.
Los dedos de Zamira pellizcaron las perlas en capas alrededor de su
cuello. ―¿Cuánto donarás, Alexa?

Liam se dirigió a ella antes de que yo pudiera responder. ―Haré una


donación en nombre de Alexa.

Agradecí al camarero por la botella de vino y vertí una cantidad


peligrosa en la copa.

―Alexa. ― Flamur se recostó en la silla. ―Una mujer pequeña como


tú debería tener precaución.

―Con todo respeto, Flamur. No pedí tu opinión.

Las mujeres en nuestra mesa jadearon horrorizadas.

Puse los ojos en blanco.

Liam agarró mi cabello en la nuca. ―Alexa, ― susurró en mi oído.


―Debería ponerte sobre mis rodillas.

Reprimí una mueca. ―Adelante. ― Afortunadamente, nadie escuchó


nuestra discusión. ―Estoy aquí a tu servicio, Sr. Warren.

Él se rió secamente. ―Claramente no puedes manejar el alcohol.


De algún modo me merecía su sarcasmo. ―Todo lo que tenías que
hacer era preguntar.

Los músculos de su mandíbula palpitaban. ―¿Preguntar qué?

―Si pudiera ser tu cita falsa por cualquier asunto grave que pueda o
no ocurrir esta noche.

Los dedos de Liam se ablandaron en mi cabello. ―Compórtate.

Enfurecida, me serví más vino en la copa.

Todos charlaban entre ellos. Flamur, sin embargo, procedió a


estudiarme con atención. ―No eres de Londres.

Jugueteé con un nuevo tenedor. ―Vivo en Londres. Por lo tanto, soy


londinense.

―Warren. ― La cabeza de Flamur se alzó inquisitiva. ―¿Cómo se


conocieron?

Liam me lanzó una mirada rápida antes de responder, ―De manera


fortuita.

Flamur expresó su descontento con un gruñido.

―Oh. ― Zamira murmuró maravillada. ―¿Fue amor a primera vista?


Mi jefe emanaba una compostura imperturbable, aunque percibí que su
línea de preguntas lo irritaba.

―Sí, ― respondí en su nombre. ―Literalmente le dejé sin aliento. ―


Los hombres estallaron en carcajadas mientras las mujeres soltaron suspiros
celestiales. ―Me enamoré en cuanto lo vi. Pero, ay, él no me notó de
inmediato. Así que tomé medidas drásticas. ― Miré al hombre con las cejas
levantadas. ―¿No es cierto, Liam?

La expresión inescrutable de Liam me miró fijamente durante un largo


minuto. ―Sí, ― carraspeó, luego tosió detrás de un puño cerrado. ―Las
medidas introductorias de Alexa consistieron en café hirviendo y un traje
arruinado.

―Emotivo. ― Flamur me miró de través. ―Sin embargo, me inclino a


preguntarle a Warren. Si te importa tanto la chica, ¿por qué miras a la
camarera que sirve vino en la mesa de al lado?

Eché un vistazo a la otra mesa. He aquí, una camarera rubia atendía a


los invitados.

Liam no se perturbó por la antagonización del hombre. ―Sólo tengo


ojos para una mujer.

Me mantuve modesta.

Algunos de los invitados a la cena se excusaron para bailar. Flamur se


secó los labios con una servilleta. ―¿Por qué no vamos al grano, Warren?
Quieres algo de mí. ¿Estoy en lo cierto?
Los antebrazos de Liam descansaron sobre el mantel. Sus dedos
estaban entrelazados. ―Me quitaste algo.

Zamira miró confundida sujetando su móvil. ―¿De qué demonios está


hablando?

―Silencio. ― Flamur la silenció con una mano levantada. ―Fuiste


mal informado.

―Voy a aclararlo. Francia envió quinientas pistolas Glock y munición


a Gateway. Tú, ― señaló, ―ordenaste a alguien que se llevara la mercancía
directamente de debajo de mis narices. Tu insensatez me costó mucho.

La expresión pálida de Zamira reflejaba la mía.

―Tengo ojos sobre ti, ― continuó Liam, y Flamur, repentinamente


consciente de la proximidad del sindicato, inspeccionó los puntos ciegos de
la habitación. ―Todo lo que tengo que hacer es decir la palabra. ― Sus
dedos chasquearon. ―Y conocerás tu destino.

―Oh, ― murmuró Zamira angustiada. ―No seamos groseros, señor


Warren. Estoy segura de que es algo que podemos resolver amigablemente.

El rostro de Flamur estaba púrpura de ira. ―Londres es lo


suficientemente grande para los dos.

―No. ― El ceño de Liam es feroz. ―La ciudad del vicio me


pertenece.
El hombre a mi izquierda roncaba suavemente.

―Tienes tres días para devolver los envíos importados. ― El


semblante fiero de Liam traicionaba su calma. ―Quizás te perdone por
cumplir.

―Debes pensar que nací ayer. ― Flamur se recreaba en su desacuerdo


público. ―Planeas matarme con o sin el contrabando.

Liam y Flamur se levantaron de sus sillas al unísono, y, por supuesto,


Brad y Nate resurgieron de las sombras para formar una alianza. Flamur
también tenía hombres emergiendo alrededor hasta que hombres trajeados
y con rostros de piedra rodearon la mesa.

Estaba en medio de gánsteres en guerra.

Inextinguiblemente sedienta, bebí vino directamente de la botella y me


levanté. El jazz seguía sonando en el fondo, pero los invitados a la fiesta
se quedaron callados para escuchar lo que iba a ocurrir.

Veo al gerente acercándose.

―Zamira, ― Flamur ayudó a su esposa a levantarse. ―Creo que es


hora de que nos vayamos. ― Caminaba pausadamente, luego se acercó a
Liam. ―Tu eminencia en Londres no significa nada para mí. Puedes ser
dueño de las calles, pero no eres dueño de mí. Y seguirá siendo así.

Liam le lanzó una mirada altiva de desdén. ―No quieres joder a un


hombre como yo.
Sentí su amenaza falta de sutileza hasta los huesos.

―¿Tú y yo? ― Los dedos anillados de Flamur se agitaron entre ellos.


―Estamos cortados de la misma tela.

―Caballeros. ― El elegante gerente se forzó entre ellos. ―Sepárense,


o no tendré más remedio que llamar a seguridad.

―Eres un aficionado como mucho, ― ridiculizó Liam a Flamur,


ignorando al pacificador. ―Tres días.

Zamira tiró de la manga de la camisa de su esposo. ―Flamur.

Flamur mantuvo la mirada de Liam por un rato más. Tomando el codo


de su esposa, chasqueó los dedos, ordenando en silencio a sus hombres que
avanzaran primero y pasó junto al sindicato con la cabeza en alto.

Dándome ánimos para respirar, solté un suspiro entrecortado.

Flamur dudó en despedirse. ―Bukuria ime, ― susurró mientras sus


nudillos acariciaban mi mandíbula. ―Me mungon, Lexi.

Sé que mi nombre es Alexa.

Una oscuridad crepitante encerró la habitación de techo alto. No veía


nada excepto a él mientras los gritos desmembrados de almas atormentadas
rebotaban arriba.
El tiempo se detuvo.

Me quedé inmóvil.

Inmovilizada.

Con el corazón roto.

Hace frío en el sótano.

¿Por qué se llevaron mis calcetines?

Mis pies están fríos.

Mamá dijo que debo usar calcetines o de lo contrario Jack Frost se


llevará mis dedos de los pies.

Me pregunto cómo se verá Jack Frost. Dibujé en el suelo con tiza.


Tiene el cabello azul, piel blanca y labios brillantes. Jugaba en la nieve, así
que hice copos de nieve.

Partículas de polvo cayeron desde arriba y se posaron sobre mi cabeza.

Mirando hacia el techo de tablas con ansiedad, susurré, ―¿Kathy? ―


Apresurándome a ponerme de pie, corrí por los escalones de concreto y,
arrodillada en el piso frío, puse mi oído contra la puerta de acero.
―¿Kathy? ― Toqué dos veces y esperé. ―¿Eres tú?
―Alexa, ― dijo, y la emoción burbujeó en mi estómago. ―¿Puedes
escucharme?

―Sí. ― Mis palmas sucias se pegaron a la puerta. ―Puedo escucharte.

Kathy dejó escapar un suspiro audible. ―¿Estás bien ahí adentro?

Odiaba la oscuridad. ―Ahora sí.

―¿De verdad? ― Sonaba esperanzada. ―¿Por qué?

―Por ti, tonta.

Su dedo tocó la puerta. ―¿Comiste?

―Sí. ― Comí hace unos días. ―¿Y tú?

―Estoy bien, ― susurró. ―¿Alexa?

Apoyé la cabeza en la puerta. ―Sí, Kathy.

―Extraño a mamá.

Las lágrimas se agolparon en mis pestañas inferiores. ―Yo también,


Kathy.
Ella sollozó. ―Es su cumpleaños.

Parpadeé rápidamente. ―¿Por qué no le cantamos?

―No puede escucharnos, Alexa.

―Eso no es cierto, ― protesté. ―La escucho todo el tiempo.

―Bueno, ― dijo, ―¿qué deberíamos cantar?

Teníamos que cantar la canción favorita de mamá. ―Somewhere over


the rainbow, way up high, ― dije suavemente. ―There's a land that I heard
of once in a lullaby. ― Presioné mi oído a la puerta para escuchar.
―Kathy?

―Someday, I'll wish upon a star. And wake up where the clouds are
right behind me, ― croó, y una lágrima solitaria rodó por mi mejilla.
―Where troubles melt like lemon drops. Away above the chimney tops.

―That's where you'll find me, ― susurramos al unísono. ―If happy


little bluebirds fly beyond the rainbow, why can't I?

Un silencio de corazón latiente se prolongó entre nosotras.

Mi hermana mayor gimoteó, ―Feliz cumpleaños, mamá.


―Está bien, Kathy. ― Las yemas de mis dedos dibujaron imágenes
imaginarias en la puerta. ―Todavía nos tenemos la una a la otra, ¿verdad?

Sus nudillos golpearon la puerta. ―Somosnosotras contra el mundo.

Sonreí tristemente. ―¿Para siempre?

―Para siempre, ― dijo con una risita angustiada. ―¿Qué fue eso? ―
Mis oídos se aguzaron. ―Alexa, alguien viene. Aléjate de la puerta.

―No, Kathy, ― me quejé, escuchando sus pasos alejarse a la distancia.


―Por favor, vuelve.

Escuché llaves tintineando.

Mi espalda se soldó a la pared en pánico absoluto.

Desbloqueó la puerta, y las luces brillantes cegaron mis ojos.

Me escondí detrás de mis manos tratando de no verlo.

―Bukuria ime. ― Se agachó frente a mí. ―No quería dejarte tanto


tiempo. Tuve que viajar al extranjero por negocios. Lo entiendes. ¿Verdad,
Lexi?

Sé que mi nombre es Alexa.


Mirándolo a través de mis dedos mugrientos, hice un puchero. ―Me
mantuvieron en la oscuridad.

―¿De verdad? ― Su mano alisó mi cabeza. ―Los castigaré


severamente.

Me sentí culpable por sus amigos malos. ―No quiero que castigues a
la gente. Eso no es muy agradable.

Desenvolvió un paquete. ―Te compré un regalo.

Miré el libro. Tenía cientos de ellos apilados junto a la caldera.


―Gracias.

―De pie, ― ordenó.

Me levanté como se me había indicado.

Él inclinó ligeramente el cuello para mirarme. ―¿Me extrañaste, Lexi?


― Sus ojos marrones ardían en una excitación fundida. ―Tanto como yo te
extrañé.

No, no lo extrañé en absoluto. ―Sí.

Sonrió con aprecio. ―Te llevaré a darte una ducha, ― dijo, y mi


estómago se retorció. ―Si te portas bien, te dejaré ver una película esta
noche.
―¿En serio? ― Hacía tanto tiempo que no veía la televisión. ―¿Kathy
se unirá a nosotras?

Su sonrisa, antes complacida, se transformó en una mueca dura. ―No


viste a Kathy mientras yo estaba fuera, ¿verdad?

Negué con la cabeza.

―Está prohibido, ― me recordó, y asentí en acuerdo. ―Tu hermana


no es buena para ti, Lexi.

No le creí. ―Lo sé.

Mechones rubios caían sobre sus cejas fruncidas. ―Me miras a los ojos
y mientes.

Mis manos empezaron a sentirse sudorosas. ―No estoy mintiendo—

Me abofeteó en la mejilla.

Choqué contra la pared mientras manchas mareantes danzaban detrás


de mis ojos cerrados. ―No, ― solloce, frotando mi mejilla dolorida. ―Por
favor, no me lastimes. Me hace sentir triste.

―¡Bukuria ime! ― Gritó. ―Estoy triste. Me mientes cuando hago


cosas buenas por ti. ― Su mano se levantó una vez más, y me encogí en un
montón protector en el suelo. ―¿Cuáles son las reglas, Lexi?
No tengo permitido hablar con mi hermana.

La copa de champán se hizo añicos en mi mano.

Acabo de volver a mi pesadilla.


CAPÍTULO VEINTIDÓS

Liam

La copa de champán estalló en la mano de Alexa. Fragmentos de vidrio


manchados de sangre cayeron al suelo en gotas carmesí. Su rostro pálido se
deslució mientras Flamur y su esposa, Zamira, abandonaban el edificio con
sus leales súbditos preservando su escudo penetrable.

Miré el vino disperso que manchaba de carmesí el suelo y me


pregunté si la torpeza de Alexa era el resultado de otro ataque de ansiedad.

―Deberías irte, ― dijo el gerente escuálido, y lo miré de reojo. ―Es lo


mejor, señor Warren. Odio tener que tomar medidas preventivas. ― La
condensación empañaba sus gafas. ―¿Aún donará, verdad?

El palillo de Brad estaba apretado entre dientes. ―Echas al jefe por la


puerta y luego exiges donaciones.

Sus cejas descuidadas se alzaron. ―Es para la caridad.

―Dale los cheques, ― ordené, y Brad extrajo dos sobres blancos de la


chaqueta de su traje. ―No es necesario ser dramático. ― Mi hombro
golpeó al gerente al pasar a su lado. ―Ya me iba.
Alexa percibió la sangre en sus manos con retraso. Sus pulgares
recorrieron los cortes superficiales en sus palmas. Frunciendo el ceño ante
el vidrio roto en el suelo, intentó entender lo inexplicable.

Me acerqué a su lado. ―¿Qué sucedió?

Sus ojos parecían más claros.

―¿Alexa? ― Mi mano cayó en su parte inferior de la espalda, y se


apartó como si el contacto la repulsara. ―Tus manos. ― Le sujeté las
muñecas y la sacudí para traerla de vuelta a la realidad. ―Respira.

Con una exhalación aguda, entrecerró los ojos.

Busqué en sus ojos. ―¿Dónde te fuiste?

Su rostro pálido expresaba agotamiento mientras se apoyaba en la


columna romana.

―Nate, ― dije, y el hombre se colocó a mi lado. ―Trae el Bentley. Te


esperaré afuera para que puedas examinarle las manos.

La cabeza de Nate se inclinó. ―Señor.

―¿Está teniendo otro episodio? ― La pregunta de Brad fue


descaradamente insensible. ―Quizás demasiadas copas de vino.
―No tengo idea. ― Recogí el pequeño bolso de Alexa que estaba en la
mesa, la tomé del codo y me dirigí hacia la calle. Lloviznaba y la niebla
cubría las calles de Londres. Me quité la chaqueta del traje y la coloqué
sobre sus hombros mientras caminábamos sobre la alfombra roja hacia el
Bentley aparcado.

Nate se levantó del lado del conductor. ―¿Estás bien, Alexa?

Alexa estaba absorta en sus pensamientos.

Me llevé un cigarrillo a la esquina de la boca. ―¿Se ha hecho mucho


daño?

―No es tan grave. ― Nate limpiaba minuciosamente sus manos con


toallitas estériles, inspeccionaba los cortes menores, destapaba adhesivopara
piel con los dientes y cerraba la herida en la parte inferior de su pulgar.
―Esta noche las envolveré con vendas.

Brad revolvía el botiquín de primeros auxilios que estaba abierto en el


asiento del pasajero. ―¿No se pegará la venda al adhesivo?

Los ojos de Nate se dirigieron al cielo. ―Obviamente, esperaré a que el


adhesivo se seque, Brad. ― Desempaquetó unas pinzas y extrajo
fragmentos incrustados de la superficie interna de los dedos de ella. ―Esto
debería doler, ― me dijo, percibiendo la falta de respuesta de la mujer.
―Bueno, ven aquí y ayuda.

Brad desenrolló dos rollos de gasa de algodón y le pasó uno a Nate.


Trabajaron en equipo para apretar el torniquete alrededor de sus palmas
mientras discutían sobre trivialidades—comida para llevar a altas horas de
la noche. A pesar de pelear como perros y gatos y de menudo estar en
desacuerdo, forjaron un vínculo inquebrantable al unirse al sindicato. Son
los miembros fundadores de La Hermandad. Ningún número de disputas
romperá su duradera amistad.

―Quiero comida china, ― se quejó Brad.

―No, ― discutió Nate. ―Tailandesa.

Brad frunció la nariz. ―A la mierda lo tailandés. Fideos.

―Está bien, ― aceptó Nate por una vida tranquila. ―Pero mañana, yo
compro comida tailandesa.

Observando a Alexa disimuladamente, encendí el cigarrillo. Dejé que


el humo recorriera mi garganta y lo exhalé. ―Pueden regresar al club, ―
les dije a los hombres mientras terminaban de vendarla con nudos
desordenados. ―Yo llevaré a Alexa a casa.

Brad arrojó el botiquín de primeros auxilios al maletero del Bentley de


Nate. ―¿Qué pasa con la limusina?

Sólo utilizaba el Mulsanne para asistir a eventos. ―Condúcela al


subterráneo. ― Guardamos los vehículos del sindicato en el aparcamiento
subterráneo del Club 11. ―Los alcanzaré más tarde.

Nate me ofreció las llaves del Bentley antes de que se fuera con Brad a
recoger la limusina.
Desbloqueé el coche.

Alexa subió al asiento del pasajero, con el rostro sonrojado y


avergonzado, se abrochó el cinturón.

Relajándome detrás del volante, cerré la puerta del conductor, encendí


el motor y, comprobando el espejo lateral para ver si venían vehículos,
aceleré lejos del lugar.

Abrí ligeramente la ventana para disminuir el humo del cigarrillo.


―¿Quieres hablar sobre ello?

Alexa se frotó las sienes. ―No hay nada que decir.

―¿Adónde fuiste? ― Pregunté, y me ignoró. ―No estás presente


cuando mentalmente te atacan. Lo veo en tus ojos.

―Liam, ― suspiró. ―Realmente no quiero discutirlo.

Reduje la velocidad para detenerme en el semáforo rojo. Tenía dos


opciones. Podía llevarla a casa o al ático.

Mi mano descansaba en la palanca de cambios. ―Puedes venir a mi


piso.

***
Aparqué el Bentley en el parking subterráneo del edificio residencial de
lujo. Abriendo la puerta del conductor, me bajé al vasto aparcamiento junto
con Alexa, aseguré el vehículo y me dirigí a la puerta que conduce al
edificio.

Esta noche es la primera vez que invito a una mujer al ático. Sí, me he
acostado con muchas mujeres a lo largo de los años, pero nunca les di
falsas esperanzas. Las aventuras sexuales se quedan en la oficina. En
algunas raras ocasiones, podría dejar que intereses femeninos me sedujeran
para ir a sus pisos para una noche de sexo casual, pero me iba luego de
terminar.

Y sin embargo, ahora estoy sosteniendo la mano de una mujer y


preguntándome cómo sería el mañana.

Alexa me siguió por el largo pasillo hasta el gran vestíbulo, donde los
residentes merodeaban cerca de la recepción de mármol para discutir
asuntos con la recepcionista vivaz.

La llevé al ascensor y entramos justo a tiempo para que las puertas se


cerraran.

Nuestros ojos se reencontraron en el espejo.

Mi garganta se tensó.

Alexa es una obra de arte. A los ojos de cualquier observador, es la


personificación de la perfección. Su delgadez y figura de pechos pequeños
contradicen la predilección que tengo por mujeres curvilíneas de grandes
pechos, pero ella es diferente a cualquier mujer que haya conocido. Me
atrae en más de una manera. Si no fuera por su inquebrantable belleza,
entonces sería por su entrañable modestia.

Me pican los dedos por tocar sus piernas eternas. La he imaginado


debajo de mí más veces de las que quisiera admitir, lo cual es mentalmente
tortuoso. Soy casi diez años mayor que ella. No se supone que debería
sentirme tan atraído por una chica de diecinueve años, y aunque la he
traído al ático sin expectativas, no pude evitar preguntarme si me dejaría
probar esos labios de nuevo.

Alexa notó a los hombres del sindicato vigilando el último piso.


Hombres armados vigilan las veinticuatro horas para prevenir la incursión
de enemigos oportunistas.

Desbloqueé la puerta principal y entré en la sala de mármol adyacente a


la cocina. El sofá de cuero en forma de U ornado con cojines de piel
sintética dominaba la sala. Lancé el pequeño bolso de Alexa sobre la mesa
de café, me quité los gemelos dorados y los coloqué en la cómoda junto al
reloj.

Mientras la mujer admiraba los muebles caros, me serví un Jameson


puro en la cocina, abrí las puertas dobles del balcón y me apoyé en la
barandilla para sentir el aire frío en mi rostro, mientras admiraba las vistas
panorámicas de Londres. Es una de las razones por las que compré el ático.
Amaba la pintoresca ciudad de noche.

―Es hermoso aquí fuera, ¿verdad? ― Los tacones de Alexa resonaron


mientras caminaba hacia la barandilla. ―Se puede ver el río Támesis . ―
Sus ojos brillaron cuando un barco privado navegó por el río. ―Nunca he
hecho un crucero por la ciudad. Apuesto a que es romántico por la noche.
Dudo que hablara con tanto entusiasmo si supiera cuántos cuerpos
flotan con los peces. ―Está sobrevalorado.

Alexa sonrió, pero con tristeza. ―No puedo imaginarte cenando


finamente bajo las estrellas con alguien.

―De igual manera, ― asentí, y ella sonrió más. ―Sin embargo, una
vez reservé una flota única de barcos privados para el cumpleaños de Brad.

Su sonrisa se amplió. ―¿Fue magnífico?

―Para nada, ― dije con diversión, recordando la noche como si


hubiera ocurrido ayer. ―Te contaré un secreto. Brad le tiene miedo al agua.
― Sus ojos se agrandaron. ―Pasó toda la noche en el baño, abrazado al
inodoro.

Alexa rió suavemente. ―¿Por qué abrazaba el inodoro?

―Náuseas, ― expliqué. ―Si hubiese sabido que Brad tenía fobia al


agua, lo habría arrojado al río años atrás.

Ella negó con la cabeza. ―Eso es cruel.

Me encogí de hombros. ―Hay que enfrentar los miedos para


superarlos.

Alexa reflexionó sobre la indirecta. ―Supongo que tienes razón.


Apurando el resto del whisky, dejé el vaso en la mesa del bistró. ―¿Por
qué fuiste allí?

Mechones sueltos de su cabello soplaban suavemente en su rostro. ―A


veces, revisito el pasado. ― Su voz se quebró. ―No sé por qué sucede,
pero cuando tengo miedo, me encuentro de nuevo en la oscuridad.

La escuchaba atentamente. ―¿Fue mi culpa? ¿Te hice sentir mal?

―No, ― dijo con firmeza. ―No se trata de ti, Liam.

―Entonces, ¿qué pasó? ― He revisado el evento una y otra vez.


―Alexa?

Su respiración salió entrecortada. ―No quiero hablar de eso.

Me hervía la frustración. ―Nunca vencerás las voces en tu cabeza si no


las enfrentas.

Alexa se ofendió por la insensibilidad en mi tono elevado. ―Lo he


intentado, ― argumentó. ―Es más fácil decirlo que hacerlo, Liam.

―Quiero entender.

―Bueno, no quiero compartir la parte más humillante de mi vida con


alguien como tú.
Cuando Alexa me respondió, furiosa, insistí. ―¿Qué se supone que
significa eso? ― Se sirvió la botella de vodka debajo del mostrador de la
isla de piedra. ―¡Alexa!

―¿Qué? ― Su voz se ensordeció. ―¿Qué, Liam?

Sentí su dolor. ―Estoy tratando de ayudarte.

―¿De verdad? ― Me lanzó una mirada incrédula. ―No finjas


preocuparte por mí, Liam. Sé cuál es mi lugar en el esquema de las cosas.
Joder, ni siquiera era tu verdadera cita esta noche. Me usaste.

El calor me hervía debajo de la piel. Comencé a desabotonar mi


camisa. ―Si necesitara una acompañante, habría contratado a Cherry. ―
Sus labios se curvaron con una ligera mueca. ―Te lo pedí a ti porque quería
que estuvieras a mi lado.

Su mandíbula se tensó. ―Debería irme.

Déjala ir, Warren.

―Espera. ― Mi mano apretó el lado de su vestido. ―No me


disculparé por el hombre que soy, ― dije con ronquera, y ella levantó la
vista hacia mí. ―Puede que no estés de acuerdo con cómo manejo las
situaciones, pero puedo asegurarte que la franqueza es más efectiva que la
atención.

Su mirada llorosa se dirigió al suelo.


―¿Crees que no tengo sombras, Alexa? ― Pregunté. ―Viví en la
oscuridad. Escuché voces. La diferencia entre tú y yo es que luché cada
maldita vez porque me niego a ceder.

Su muro de protección comenzó a fracturarse.

―Fuiste abusada sexualmente, ― dije, habiendo leído la mayoría de


sus expedientes médicos. ―¿Por qué lo negaste?

El labio inferior de Alexa temblaba.

―Dame algo con qué trabajar, ― gruñí mientras ella se limpiaba una
única lágrima que caía por su mejilla. ―Ayúdame a entender.

―Es una pregunta muy difícil.

―Es una pregunta directa.

Incapaz de enfrentarme mientras hablaba, Alexa me dio la espalda y,


abrazándose, estudió la pintura de Muhammad Ali en la sala de estar.
―Estaba avergonzada, ― susurró, y controlé mi lengua. ―Quizás si lo
negaba lo suficiente, sería un perturbador producto de mi imaginación en
lugar de la realidad. Dejé de luchar. ― Su voz era apenas un susurro. ―Al
final, me quedé allí y dejé que sucediera. ¿Por qué no luché, Liam?

―Alexa. ― Mis manos le sujetaron los hombros desde atrás. ―Eras


una niña.
―Es lo que veo, ― admitió. ―Cada vez que entro en pánico, lo veo
parado sobre mí. Y lo odio. ― Su cuerpo temblaba mientras las lágrimas
caían por sus mejillas. ―¿Cuándo terminará?

Tenía que ser fiel a mí mismo, y eso significaba ser brutalmente


honesto. ―Cuando lo enfrentes.

―Bueno, no quiero enfrentarlo, ― dijo amargamente. ―Quiero


olvidar que alguna vez sucedió.

―No puedes borrar cicatrices indelebles, ― susurré, y ella respiró


entrecortadamente. ―Tienes que aprender a vivir con ellas.

El rostro de Alexa estaba devastado. ―¿Por qué debería tener que


hacerlo?

―La vida es cruel, ― susurré, y ella escuchó cada una de mis palabras.
―Sobrevivir a la atrocidad de la infancia es un milagro.

Sus lágrimas se acumulaban en sus mejillas manchadas. ―Tú crees


eso.

―Sí, en la mayoría de los casos, ― dije, habiendo tenido una vida


difícil yo mismo. ―Viviste para contar tu historia. ¿Podremos decir lo
mismo de los que aún están desaparecidos?

―Mi hermana tenía la misma actitud. ― Sonrió tristemente. ―Kathy


siempre fue la hermana más fuerte.
―¿Cómo puedes decir eso? ― Mis ojos se entrecerraron. ―¿Quién es
la fuerza a tener en cuenta, Alexa? La que huyó para evadir las
consecuencias de sus actos, o la que los afrontó y se defendió. ― Aún
tenemos que discutir qué provocó su ansiedad esta noche. ―Si no te alarmé
yo, ¿quién lo hizo?

―Fue el vino, ― mintió ella, y luché por no reprenderla. ―Bebí


demasiado. ― Me dijo mientras las lágrimas mojaban obstinadamente sus
mejillas. ―Lo siento por molestarte, Liam. ― Sus ojos sostuvieron mi
mirada, y algo inexplicable surgió entre nosotros. ―No volverá a suceder.

Sujeté sus mejillas con mis dos manos a la vez. ―¿Me vas a rechazar?

―¿Cómo podrías quererme después de esta noche? ― Alexa parecía


confundida por la pregunta. ―Soy muy mayor .

―¿Has visto quien soy? ― Mi boca se crispo. ―Cariño, soy el peor de


los nuestros. ― Pasé un pulgar por sus labios, y ellos se entreabrieron.
―No te presionaré, Alexa. Pasará lo que tú decidas.

Quise decir un beso, pero cuando Alexa se llevó las manos a la espalda
para desabrocharse el vestido, no tuve quejas. Sus dedos temblaban
mientras deslizaba las finas tiras del vestido por sus brazos, revelando sus
pequeños senos. Sus pezones, del color de un suave rosa, estaban tensos y
tentadores.

Mis manos se deslizaban por sus delgados hombros, y luego, apretando


el material reunido en su cintura, me agaché frente a ella y arrastré el
vestido por sus piernas. Se formó una pila alrededor de sus pies con
tacones. Me incliné, besando su expuesta vulva. ―No hay encaje, ― dije
con voz ronca, casi probándola en mi lengua.

Su piel se llenó de escalofríos a medida que mis palmas recorrían el


ápice de sus muslos. Me levanté en una desesperación apresurada y,
agarrando su nuca, robé un largo y ardiente beso. Su boca se entreabrió por
instinto para que nuestras lenguas danzaran.

―Liam, ― gimió en mi boca, y la tomé en mis brazos. Sus piernas se


enrollaron alrededor de mi cintura. ―Oh, Dios.

Sostuve su trasero con ambas manos, apretando su carne tonificada.


―Dime lo que quieres, ― gruñí entre besos insaciables. ―Voy a
romperme, Alexa.

Sus dedos se aferraron a la raíz de mi cabello. ―Haz lo que quieras,


Liam.

―Podría tomarte aquí. ― Mis dientes tiraron de su lóbulo. ―Pero


necesito verte desmoronarte mientras te follo.

Llevé a Alexa por el pasillo. Su boca devoraba la mía mientras


desbloqueaba la puerta del dormitorio principal. Tropezamos hasta la cama
tamaño king. Sin querer aplastarla, amortigüé la caída, mientras mis manos
aseguraban cada lado de su cabeza. Desaté cuidadosamente su liga para
liberar su cabello lustroso. ―Me gusta, ― susurré, y sus cejas se
fruncieron. ―Tu cabello. Generalmente es tan salvaje.

Su labio inferior rodó entre sus dientes. ―¿Cuál prefieres?


Ambos, pensé mientras mis dedos peinaban sus sedosos mechones para
verlos extendidos sobre la almohada. ―No busco una relación, ― dije
antes de continuar. ―¿Es un problema?

Alexa alcanzó mi cinturón. ―No.

Me quité los zapatos y los calcetines mientras ella me ayudaba a


desvestirme. La hebilla del cinturón sonó entre nosotros. Perdí los
pantalones y, me quité la camisa desabotonada del cuerpo.

Alexa se sentó erguida, sus ojos entornados fijos en mi pecho. Sus


tacones cayeron al suelo, y aunque parecía confiada en la cocina, su
nerviosismo sugería lo contrario.

Le atrapé los tobillos y la arrastré por la cama, lo que me ganó una risa
nerviosa. ―Mejor estar aquí, ― medio bromeé, poniéndome de pie para
descartar los calzoncillos. Mi pene completamente erecto se liberó de la
restricción, y sus muslos se apretaron con inquietud. Me acaricié desde la
base hasta la punta. La pre-eyaculación se filtraba por la corona hinchada.
Mi pulgar extendió la excitación por la cabeza mientras ponía una rodilla en
la cama. ―Coge un condón de mi billetera.

Alexa se dio la vuelta, alcanzó los pantalones en el suelo y recuperó mi


billetera. Desabrochando el compartimento lateral, seleccionó un envoltorio
de condón y me lo entregó. Mis dientes rasgaron el envoltorio.
Desenrollando el látex sobre mi pene, me di un apretón firme y me arrastré
sobre su cuerpo extendido. Su nerviosismo aumentó. Después de todo, soy
el primer hombre a quien daba la bienvenida en su cama. ―Ábrete para mí,
― susurré contra sus labios, y sus muslos se relajaron. ―Buena chica.
―Mierda, ― tartamudeó cuando mis dedos se deslizaron entre sus
suaves pliegues.

Mi lengua se aplastó a lo largo de su garganta. Sintiéndome


extrañamente posesivo, besé con fuerza la piel tierna de su cuello. Sé que
no era virgen, pero tenía que asegurarme de que estaba lista para mí.

Sus jugos empaparon mis dedos. Introduje uno en su mojada vulva y,


localizando su punto G, y la acaricié allí. Su cabeza se hundió en la
almohada en éxtasis. Haciendo círculos con mi pulgar en su clítoris
palpitante, añadí otro dedo y, hasta los nudillos, y acaricié sus paredes
internas. Sus caderas rebotaron en el colchón. Coloqué una palma en su
abdomen inferior, inmovilizándola en su lugar, bombeando mis dedos
dentro y fuera con maestría.

―Liam. ― Sus manos atraparon las sábanas. ―Oh, Dios. No creo que
me guste esto.

Sabiendo que lo amaría, reprimí la risa. ―Relájate. ― Mis dientes


mordisquearon su mandíbula. ―Siéntelo.

Las respiraciones de Alexa se volvieron agitadas y rápidas. Empapada


en sudor, meneó sus caderas y cabalgó contra mis dedos, tomando lo que
quería de mí. Mi pene anhelaba estar dentro de ella. Era casi insoportable
verla desmoronarse. Acaricié sus paredes, sintiéndola pulsar con deseo. La
empujé con un ritmo constante, sintiendo su cercanía, y ella llegó al clímax,
pero lo que es más, sus uñas se clavaron en la parte posterior de mi cuello
mientras gemía mi nombre. Liberé mis dedos para rasguear su clítoris
hinchado, prolongando su orgasmo, y ella se retorció, empapando la sábana
debajo de nosotros.
Sus mejillas se sonrojaron. ―¿Qué mierda? ― maldijo detrás de su
mano. ―No quería que terminara.

Mis dedos recubrieron sus labios con excitación brillante. Besé sus
labios suaves, saboreando su sensualidad mientras un gemido erótico caía
de su boca a la mía. Con una mano apoyada sobre su cabeza, me acomodé
entre sus muslos y, con un empuje áspero, me enterré hasta el fondo. Sus
uñas rasparon mi columna vertebral, y me estremecí. ―Cuidado, ―
advertí, lamiendo el borde de su oreja con mi lengua. ―No podrías
manejarme en mi peor momento.

Un desafío brilló en sus ojos llorosos. ―¿Sí? ― Sus piernas se


engancharon alrededor de mi cintura y su vulva apretó deliberadamente mi
pene. ―Creo que puedo soportarte.

Le di un momento para ajustarse a mi longitud. Era increíblemente


estrecha e inadecuada. Su delicado cuerpo era demasiado pequeño para ser
enterrado debajo de mí. Sin embargo, me moví, entrando y saliendo, lento y
sin prisas para que se ajustara.

―No soy frágil, ― respiró en mi oído. ―Quiero lo que sea que le das
a las demás.

No, soy cruel y egoísta. Follo a las mujeres con violencia hasta que
termino y las desecho como descartes inútiles. Alexa no quería ni merecía
tal falta de respeto.

Puede que no sea su objetivo final, pero haré que esta noche sea
memorable para ella.
Sus ojos se percataron tardíamente del espejo en el techo, y observó
fascinada mientras la penetraba. Susurré en su oído, ―¿Te gusta lo que ves?

El cuello de Alexa giró, y nuestras miradas se alinearon. Apreté una


mano alrededor de su garganta, aplicando la cantidad justa de presión, y
lamí el borde de sus labios, incitándola a probarme. Y lo hizo. Su lengua
acarició la mía en un lento y sensual baile.

Sus labios dominaban los míos. Moví mis caderas, enterré mis gemidos
en su hombro y reposicioné mis brazos sobre su cabeza. Sus pechos se
sacudían con cada embestida, provocándome. ―Alexa, ― gruñí,
penetrando su anhelante vulva. Su beso consumador me incendió. ―Hostia
puta.

Deslicé un brazo bajo su columna vertebral, rodé sobre mi espalda y la


monté encima de mí. Sus rodillas se posicionaron sobre el colchón, sus
manos en mi pecho, y movió sus caderas. Su boca se abrió tartamudeando a
medida que la llenaba. ―Liam.

Admirando la hermosa vista con ojos aturdidos, sostuve su cintura.


Estaba completamente a su merced.

Su trasero chocaba contra mis muslos cada vez que bajaba. Gimiendo
sin aliento, inclinó su cabeza hacia mi hombro. Con ella en el fervor de mis
brazos, moví mis rodillas hacia la parte trasera de sus muslos y me levanté,
embistiendo dentro y fuera. Sus gritos guturales enviaban escalofríos por mi
cuerpo.

―Bésame, ― gemí, agarrando su cabello. ―Maldita sea. ― Su boca


se inclinó sobre la mía. Pasé mi lengua por sus labios, saboreando cada
segundo. ―Me estás matando.

Nuestras miradas se bloquearon, y de alguna manera afectuosamente,


ella tomó mi mandíbula y me observó observándola.

La conexión era demasiado.

―Más fuerte, ― gemí, mientras la sensación placentera iba en


aumento. ―Más rápido.

Alexa se alzó, recorriendo mis manos por su pecho. ―Estoy cerca.

Con su trasero rebotando en mis manos, silbé entre dientes apretados.

Su columna se ancló mientras su cabeza caía hacia atrás. Vi el


momento en que se deshizo. Su trasero se tensó, así que la atraje hasta la
raíz de mi pene y demasiado perdido en su belleza hipnotizante, estallé en
tres calidas oleadas. ―Maldita sea. ― Mis ojos se apretaron mientras las
ondas orgásmicas entumecían los músculos sobrecargados en mi cuerpo.
―Alexa. Maldita sea.

Su cabeza se apoyó en mi pecho. ―No sabía que podría sentirse así.

Mis dedos tocaban el piano por su columna vertebral. ―¿Estás


adolorida?

―Un poco, ― dijo, así que me retiré de ella.


―Necesito desechar el condón.

Alexa se derrumbó en la cama exhausta.

Fui al baño y tiré el condón. Cuando regresé, ella estaba acurrucada de


lado, procesando en silencio lo sucedido. De repente sentí culpa.

¿Estuve mal al follarla esta noche?

¿Estaba ella siquiera lista para reemplazar malos recuerdos con


buenos?

Tenía una toalla húmeda en la mano.

Estirándome sobre la cama junto a ella, deslicé una mano entre sus
muslos y comprimí su sexo hinchado.

La sangre manchaba la toalla.

Reprimí una maldición. ―No quería hacerte daño.

―No me hiciste daño, ― aseguró ella, pero no estaba convencido.


―Eres grande, eso sí.

Estoy bien dotado. Sin embargo, no suelo tener problemas.


Sus ojos me miraron de cerca. ―¿Qué?

―Nada. ― Maldición. Me sentí como un imbécil. ―Debería


ducharme.

Necesitaba un respiro para pensar.


CAPÍTULO VEINTITRÉS

Liam

Estaba en el proceso de responder correos electrónicos en la oficina


cuando el lenguaje corporal agresivo en el monitor de vigilancia me hizo
levantar una ceja. Mejorando el ángulo de la cámara, amplié el pasillo
flanqueado por suites privadas, donde el cliente masculino enfadado
gesticulaba furiosamente a Cherry, quien estaba medio vestida con liguero
de encaje con patrón de rosas y plataformas adornadas con joyas.

Apurando la última gota de whisky, dejé el vaso en el escritorio y bajé


las escaleras para ver de qué se trataba el alboroto. Para cuando doblé la
esquina, Brad había llegado y trataba de razonar con el hombre de mediana
edad. ―Bien. ― Mi mano derecha levantó las cejas en reconocimiento
silencioso. ―Aprecia eso.

―¿De verdad? ― Las mejillas del cliente ardían en un rojo brillante.


―Eso es una tontería, Jones. ― Sus pantalones sueltos colgaban bajos en
sus caderas, y su camisa arrugada y desabotonada revelaba una barriga
excedente. ―No veo por qué debería pagar la cuenta si estoy decepcionado.
No tuve un orgasmo. Es insatisfactorio.

Me uní a la conmoción. ―¿Qué me he perdido?

―Sr. Warren. ― El tipo lanzó un pulgar hacia Cherry. ―Con todo el


respeto, pago una fortuna por sus servicios.
―Contrató una sala privada y me pidió que lo acompañara. ― El
pecho expuesto de Cherry se alzó en una profunda inhalación. ―Pasé más
de una hora en su erección. ― Su mirada despectiva aterrizó en su bragueta
de mezclilla. ―Ese oportunista tomó algún Viagra o algo así. Ningún
hombre puede soportar sexo oral por tanto tiempo sin liberarse.

―No hay un límite de tiempo detallado para la copulación con los


clientes, ― recapitula las directrices del contrato. ―Tarifa fija por
experiencia coital y placer garantizado. No cumpliste, Cherry. ¿Por qué
debería pagar?

Los ojos azules de Cherry brillaban con irritación. ―Aún así tuve que
poner mi boca ahí abajo.

―Pagé por una oleada de placer libidinoso, ― sibiló él. ―No me iré
insatisfecho.

―Te puedes ir al diablo. ― Su temperamento chispeó. ―Vete a casa


con tu esposa. Que ella te lo haga porque yo he terminado.

―Incumplimiento de contrato. ― Mantuvo frustrado. ―No está


permitido mencionar al cónyuge del cliente cuando se participa en una
actividad sexual.

Su lengua con piercing asomó. ―Bueno, menos mal que no estoy


participando en una fornicación lamentablemente, ¿verdad?

Brad estaba demasiado desconcertado para decir algo.


Alexa y Josh salieron de los vestuarios de empleados al final del
pasillo. Estoy confuso y enfadado con la mujer.

Anoche la dejé sola en el dormitorio para ducharme y volví para


encontrar la cama vacía treinta minutos después.

Según seguridad, huyó del ático con gran prisa y saltó directamente a
un taxi.

Si no fuera por las marcas en carne viva en mi espalda, habría pensado


que todo había sido un sueño muy vívido.

―Estoy en mi derecho de un reembolso completo. Y nunca volveré a


pagar por una actitud reacia. ― Atisbó a la mujer de cabello oscuro al final
del pasillo y sonrió maliciosamente. ―La quiero a ella la próxima vez.

Alexa no tenía idea del altercado.

―¿A ella? ― Cherry bufó. ―Buena suerte con esa frígida.

Sentí un oleada de protección. ―Cuida tus palabras.

Cherry puso los ojos en blanco.

―Cherry no es responsable por la eyaculación deficiente, ― dije con


un tono algo cansado. ―Pagarás la factura y pedirás otra mujer la próxima
vez.
―Doscientos extra. ― Brad agarró el dinero de la billetera del hombre.
―Por hacernos perder el tiempo.

Nate apareció por la esquina, deteniéndose para hablar con Josh y


Alexa. Con las manos en las caderas, ella alzó el cuello para mirar su
imponente figura y lo reprendió juguetonamente por algo.

Mis ojos recorrieron su cuerpo. Sus largas y delgadas piernas evocaron


recuerdos agradables. Alexa puede que sea inexperta, pero satisfizo mis
anhelos de más formas que ninguna otra.

Normalmente, después de acostarme con una mujer, tengo ansias de


escapar.

Sin embargo, con Alexa, estaba dispuesto a dejarla quedarse la noche.

La mano de Brad me agitó en la cara. ―¿Todavía estás conmigo, Jefe?

Cherry y el cliente desaparecieron en direcciones diferentes.

―¿Le pagamos a Cherry por esta noche? ― preguntó, y negué con la


cabeza. ―Aquí. ― Golpeó el dinero confiscado en mi palma. ―Voy a
conducir a Gateway con Nate para recoger las grúas. ¿Necesitas algo antes
de que nos vayamos?

―No, ― dije mientras Alexa y Josh bajaban las escaleras para empezar
su turno. ―Ven a la oficina más tarde.
Brad me saludó con dos dedos.

Me quedé en el pasillo mucho después de que todos se hubieran ido.

Fui a la oficina y bebí alcohol durante horas para olvidar.

No importa cuánto intente resistirme. Necesitaba hablar con Alexa.


Necesito saber qué pasó anoche.

La música fuerte del club se reiteraba por la sala cavernosa junto con el
humo húmedo y las luces estroboscópicas parpadeantes. Cuerpos ebrios
llenaban el espacio. Abrí camino entre la multitud y me dirigí al bullicioso
bar. Al empujar la puerta, pasé por delante de los lavavajillas en
funcionamiento en la parte trasera y me quedé en el umbral para observar a
los empleados enérgicos atender la demanda de los clientes.

Alexa no estaba a la vista.

Fui a la caja registradora más cercana, abrí el cajón y deduje la


recaudación de esta noche.

―Señor Warren. ― Natalie usó un paño de cocina para limpiar el


derrame de alcohol en sus dedos. ―¿Necesitaba algo?

Mi mirada recorrió la sala. ―¿Dónde está Josh? ― pregunté, sabiendo


muy bien que estaba entretenido con mujeres maduras.
―Um... ― miró por encima de las cabezas de los clientes. ―No lo sé,
en realidad. Estuvo aquí hace un minuto.

Alexa reapareció detrás del bar. Zigzagueando entre compañeros de


trabajo, colocó la grúa de vasos al vapor en el mostrador y reabasteció las
estanterías.

Natalie murmuró indistintamente.

La miré. ―¿Qué?

Sus cejas claras se encontraron en el medio. ―Pregunté si quería que


fuera a buscarlo.

―Sí. ― Guardando billetes de cincuenta libras en el bolsillo del


pantalón, cerré el cajón de la caja y me acerqué a la mujer decidida a
evitarme.

Alexa reabasteció el licor montado en la pared. Mi pecho se presionó


contra su espalda mientras alcanzaba una botella de Jameson por encima de
su hombro. Noté la leve interrupción de su respiración por encima de la
música alta. ―Me estás evitando.

Mechones sueltos de cabello oscuro enmarcaban su rostro. ―No.

Me puse a su lado para servir una bebida. ―¿Por qué huiste anoche?
Roció desinfectante sobre el derrame de alcohol. ―Sería arrogante
suponer que tenía una invitación para pasar la noche, Señor Warren.

―Touché. ― Su actitud de rechazo me irritaba. ―Podrías haber dejado


que te llevara a casa, sin embargo.

Tirando un paño en el mostrador, mantuvo sus manos ocupadas


limpiando.

Mis mandíbulas estaban tensas. ―Presuntamente, te molesté.

Sus ojos se movieron hacia arriba.

―¿Sí? ― profundicé, viendo sus mejillas hundidas. ―Explícate.

Alexa suspiró exasperada. ―Tuve una noche encantadora, Señor


Warren.

Aun así, apenas puede mirarme. Nunca entenderé a las mujeres.

―Además, estaba cansada. ― Sus mejillas estaban a menudo rosadas


cuando estaba demasiado cerca. ―Me metí directamente en la cama.

Disimulé mi fastidio. ―Tu evaluación de rendimiento está por


vencerse. ¿Podrías pasar por la oficina cuando termines tu turno?
―Es tarde. ― Revisó la hora en su reloj de muñeca. ―¿Podemos
hacerlo mañana? Vendré media hora antes.

―Claro, ― dije con indiferencia. ―¿Cómo vas a llegar a casa esta


noche?

Descuidando el equipo de limpieza, cruzó los brazos, y sus ojos


perspicaces me miraron hacia arriba. ―¿Por qué?

―No hay necesidad de ser sarcástica. ― Le dirigí una mirada severa.


―Iba a ofrecerte un viaje a casa.

Respondió tras una leve pausa. ―¿Por qué?

Exhalé gravemente. ―¿Por qué, qué?

Sus ojos se entrecerraron. ―¿Por qué me ofreces llevarme a casa?

―No lo sé. ― Mis cejas se juntaron. ―Para ser amable, supongo. ―


Se rió, y mi fruncimiento se intensificó. ―¿Por qué coño te ríes?

La sonrisa contagiosa de Alexa me revolvió el estómago.


―Simplemente lo hago, Liam.

Pensativo, miré fijamente.


―Señor Warren. ― Natalie se interpuso prácticamente entre nosotros.
―Encontré a Josh. Está en camino. ― Su mano tocó mi hombro.
―¿Debería ir a la oficina más tarde?

Alexa se contuvo de mirarla.

―Vuelve al trabajo, ― ordené, y Alexa casi se alejó. ―No tú. ―


Ignorando la mirada desdeñosa de Natalie, agarré el codo de Alexa y, con
una coerción no agresiva, la arrastré fuera del bar.

Los pies de Alexa luchaban por igualar mis largas zancadas. ―¿A
dónde vamos?

Permanecí en silencio hasta que llegamos a la oficina. Tecleando el


código de la puerta, entré en el espacio tranquilo, me senté detrás del
escritorio y cerré sesión en los servidores. ―Te llevaré a casa.

―¿Qué? ― Las manos de Alexa se deslizaron a sus caderas. ―No


necesito un viaje.

Tomé el papeleo que Brad dejó en el escritorio para que firmara.


Haciendo clic en la tapa de un bolígrafo, equilibré un cigarro sin encender
en mi labio inferior y garabateé firmas en las líneas punteadas.

―¿Señor Warren? ― La impaciencia de Alexa aumentó. ―Todavía me


quedan cuatro horas para terminar.

Levanté la vista del escritorio. ―Ve a recoger tus cosas.


Sus mejillas estaban rosadas. ―Bien.

Escuchando sus pasos desvanecerse por el pasillo, arrojé las ganancias


de esta noche sobre el escritorio, saqué las llaves del coche del bolsillo y
cerré la puerta de la oficina detrás de mí.

Cuando llegué al vestuario de empleados, llamé a la puerta para alertar


a Alexa. Esperé otros quince minutos antes de que la mujer volviera a
mostrarse.

Alexa parecía disgustada.

Yo no sentía ningún remordimiento.

Bentleys aparcados llenaban el callejón del Club 11. Desbloqueé el


Continental GT y me senté detrás del volante. Para evitar el silencio
incómodo, encendí la radio y me fumé el cigarro.

Alexa se puso el cinturón de seguridad. ―Natalie te acusará de trato


preferencial.

Agarrando el reposacabezas, miré por encima de un hombro y retrocedí


del callejón. ―Natalie no está en posición de cuestionar mi autoridad.

―¿Ella lo sabe?

Conduciendo con una mano, retrocedí el vehículo hacia la carretera


principal. ―¿Tienes algo que desees desahogar, Alexa?
Cruzó los brazos. ―Ella me odia por tu culpa.

Aceleré lejos del club. ―No eres culpable por el interés de otra
persona.

Alexa mordió el interior de su mejilla pero no dijo nada.

―No estoy acostándome con ella, ― sentí la necesidad de aclarar.

Observaba mi mano trabajando la palanca de cambios. ―No tienes que


explicarte conmigo.

Estoy de acuerdo.

Treinta minutos después, aparqué el Bentley frente al edificio de pisos


de Alexa. No esperé una invitación. Salí del vehículo y, con las manos
metidas en los bolsillos del pantalón, la seguí adentro.

Alexa desbloqueó la puerta principal. ―Chloe podría estar en casa, ―


dijo desde el pasillo estrecho. ―Pero puedes entrar si quieres.

Crucé el umbral, cerrando la puerta detrás de nosotros.

Desapareciendo por el pasillo, Alexa entró en la cocina oscura. ―¿Te


gustaría una cerveza? ― Botellas de vidrio tintineaban. ―Es barata,
recuerda. Pero hace su trabajo.
Jugueteé con cambio suelto en mi bolsillo. ―Claro.

Con dos botellas destapadas en la mano, Alexa emergió de la


oscuridad, se quitó los tacones y abrió la puerta de su habitación con la
cadera. ―Chloe dejó una nota en el frigorífico. ― Una luz brillante
iluminaba su pequeña habitación incómoda. ―Salió a un club con amigos
del trabajo. Ves, eso es lo que más odio de trabajar turnos de noche. Me
pierdo toda la diversión.

Su habitación estaba impecable, excepto por el maquillaje esparcido en


la cómoda. ―Sobre anoche. ― Abriendo el botón de mi chaqueta, me senté
en el pie de la cama doble. ―Tenía buenas intenciones.

Alexa sonrió levemente. ―¿Esperas que crea que el sexo nunca se te


pasó por la mente?

―Por supuesto que se me ocurrió. ― La miré desde debajo de las cejas


fruncidas. ―Sin embargo, no tenía una segunda intención al consolarte.

Me pasó una botella de cerveza mientras sorbía la suya. ―Lo sé.

Mi pulgar despegaba la etiqueta de la botella. ―Entonces, ¿por qué


huiste?

Alexa parecía avergonzada por la pregunta. ―Parecías arrepentido, ―


dijo con una voz baja y tímida. ―Un poco como te ves ahora, en realidad.

―Cometo errores y aprendo de ellos, pero no tengo arrepentimientos.


― Mi ceño se mantuvo. ―Tú no fuiste un error, Alexa. Te hice el amor
porque quería.

―Te duchaste casi instantáneamente.

Su sentido de juicio era incomprensible. ―¿Y?

―No podías esperar para lavarme de ti.

Mis cejas se elevaron hasta la línea del cabello. Dejé la botella de


cerveza en el suelo y me levanté a toda mi altura. ―No pretenderé entender.
Me duché. Volví. Te habías ido. Ahora soy culpable de insensibilidad
ofensiva. ― Sus labios se comprimieron en una línea plana. ―Explícamelo,
Alexa.

―Pensaba que era tu intento de lavar sentimientos no deseados, ― dijo


ella angustiada. ―Lo siento si no fue así. Te dije que soy inexperta, Liam.
No puedo leer entre líneas. Todo es ininteligible. ― Congelada en su lugar,
susurró, ―Asocio las duchas con escalofríos.

Maldije internamente mientras recordaba su pasado. ―Alexa. ―


Quitándole la botella de los dedos rígidos, la coloqué en el alfeizar de la
ventana y, aplicando sus mejillas con las palmas, la miré directamente a los
ojos. ―No me arrepiento de lo que sucedió anoche.

Las manos de Alexa se agarraron a mis muñecas. ―Debes pensar que


soy una tonta.'

Mis pulgares trazaban círculos en sus mejillas. ―Tienes mucho que


aprender, ― dije, y su garganta subió y bajó. ―Deseo hablar libremente. ―
Pasé una mano por mi rostro y di un paso atrás para que pudiera respirar.
―Pienso en ti.

Su cabeza se inclinó.

Entrelazando los dedos, hice crujir mis nudillos. ―Aunque poco


profesional de mi parte, tengo una propuesta para ti.

Levantó una ceja definida. ―¿Debo firmar un contrato?

―No. ― Pasé por alto su extraño sentido del humor. ―¿Qué opinas
sobre las relaciones casuales?

Si el concepto le ofendía, no lo mostró. ―¿Qué, como amigos con


beneficios?

―Un arreglo sin complicaciones si eres lo suficientemente madura


emocionalmente.

―¿Qué implican las relaciones casuales?

―Debemos compartir las mismas expectativas, por eso necesitamos ser


claros en nuestras intenciones.

―¿Cuáles son tus expectativas?

―Disfrutamos nuestro tiempo juntos y nos separamos amigablemente.


―¿Habrá respeto y compromiso?

Me senté de nuevo en la cama. ―Estoy abierto a la negociación.

―Nada de comportamiento posesivo.

Tragué saliva con fuerza. ―La posesividad es innata en un hombre


como yo.

―Yo no comparto, ― dijo ferozmente.

―Igualmente. ― Una sonrisa se dibujó en la esquina de mi boca. ―No


hacemos planes a futuro.

―Discreción, ― mencionó, y yo escuché. ―Trabajo junto a mujeres


despreciables. Si Natalie se entera de nuestro posible acuerdo, vendrá aquí a
asesinarme mientras duermo.

―Le das demasiado crédito. ― Giré el anillo de mi pulgar. ―Nada de


muestras afectivas o románticas en público.

―¿Hay algún otro límite?

―Probablemente sea mejor evitar las pijamadas, ― medio bromeé


mientras ella daba un sorbo de la botella. ―¿Qué dices?
―Tengo una pregunta más. ― Sus labios se fruncieron. ―¿Por qué
yo?

Sonreí con suficiencia. ―¿Buscas cumplidos?

Arrugó la nariz. ―No.

―Me atraes una barbaridad, ― admití, y su expresión se volvió seria.


―Anoche fue demasiado increíble. Necesito más.

―¿Esperarás sexo esta noche si acepto?

―Eso fueron dos preguntas, ― señalé. ―Recuerda las expectativas


mínimas.

―¿Qué pasa si me enamoro?

―No quieres enamorarte de mí, Alexa, ― dije con severidad. ―Te


romperé el corazón.

Sus ojos se abrieron de par en par. ―Salvaje.

La miré fieramente. ―La honestidad es la mejor política.

―De acuerdo, ― consintió, y mi corazón se aceleró. ―Quiero


intentarlo, entonces, ¿qué sigue?
Me recosté sobre los codos. ―Ven aquí.

Alexa bajó del tocador. ―¿Dónde me quieres?

Miré mis muslos.

Percibiendo la orden silenciosa, se quitó el coletero del cabello y se


sentó a horcajadas sobre mi cintura. Sus manos abrazaron mis hombros.

Mis nudillos rozaron su mejilla. ―No necesitas entrar en pánico, ―


susurré. ―Sólo quería un beso.

Sus labios presionaron los míos, suaves y vacilantes.

Agarrando la nuca, abrí mi boca y la guié lentamente. Su asentimiento


vibró contra mis labios. Profundicé el beso, saboreando la cerveza en su
lengua, la distracción de sus lentos movimientos de cadera me ponían
dolorosamente duro.

Mi móvil vibró. Lo ignoré.

Palpé su trasero bajo los pantalones cortos y lo apreté. ―Quítatelos.

Respirando con dificultad, se incorporó para desabrocharlos y los dejó


caer al suelo.
Mi mano rodeó su garganta con la misma rapidez para robar otro beso.
Rasgué el delicado tanga que ocultaba su área más íntima. Su vulva
goteante, su encaje empapado, cubrían mis yemas. ―Eres muy receptiva,
― murmuré mientras mi pulgar trazaba círculos en su hinchado botoncito.
―¿Quieres correrte?

Alexa asintió desvalidamente.

Mi móvil vibró de nuevo.

Dos dedos se deslizaron entre su caliente hendidura y entraron en su


apretado agujero. La estiré a mi gusto. Sus paredes se cerraban con
desesperación. Comencé despacio, dentro y fuera, el pulgar en su clítoris,
estimulando su cúmulo de nervios. Sus caderas se movían sin vergüenza
mientras cabalgaba mis dedos, su excitación empapaba mis nudillos. Estaba
intensamente enfocado en ella, en sus suaves y exóticos gemidos, en la
vacuidad de sus ojos entornados y en los escalofríos en su piel.

―Mírame, ― rugí, y sus pestañas se abrieron. ―Sólo tú y yo,


¿recuerdas?

Alexa explotó en mis brazos. La sostuve mientras caía, con el fuerte


chorro de su excitación empapando mi muslo cuando retiré mis dedos de su
sexo palpitante. ―Joder. ― Su cuerpo se estremeció en la ráfaga posterior.
―Dime que fue tan bueno como parecía.

Sonrió contra mis labios. ―Soy un maestro del preámbulo.


Solté una carcajada por lo ridículo. ―Debería volver a la oficina. ―
Dándole un casto beso, me levanté de la cama y, agarrando las toallitas
faciales del tocador, limpié las marcas de mis pantalones. ―¿A qué hora
empieza tu turno mañana?

Alexa se tendió boca abajo, dándome la vista perfecta de su trasero.


―A las nueve de la noche.

Tiré las toallitas a la papelera. ―¿Quieres que cierre con llave?

―Sí. ― Bostezó en la almohada. ―Gracias, Liam.

Cerré la puerta principal con llave, metí las llaves por el buzón. Al girar
para volver al coche, me detuve abruptamente. Un hombre con un gorro
raído fumaba un cigarrillo mentolado junto a la ventana entreabierta en el
vestíbulo. Lo miré cercade la puerta de los vecinos, enfrente del piso de
Alexa. ―¿Vives aquí?

Sopló aros de humo. ―Sí.

―¿Sí? ― Metí las manos en los bolsillos de mis pantalones. ―¿En qué
piso?

Su boca dejó ver unos dientes manchados. ―Planta baja.

―Entonces, ¿por qué estás aquí arriba? ― pregunté, y sus cejas


peludas se fruncieron. ―No eres bienvenido en este piso. Muévete.
―Joder, ― maldijo mientras lo seguía escaleras abajo. ―Sólo estaba
fumando en paz, hombre.

Esperé hasta que entró en su piso y luego envié un mensaje a Brad.

Yo: Quiero instalar vigilancia en el edificio de pisos de Alexa.

Tres puntos danzaban en la pantalla.

Brad: Me encanta cómo ignoras mis llamadas y luego haces demandas.

Yo: Brad...

Brad: No hay problema, Jefe. Iré mañana mientras ella esté en el


trabajo.
CAPÍTULO VEINTICUATRO

Alexa

Son las seis de la mañana y Josh está ingiriendo una bazofia maloliente
que compró en un lugar abierto las veinticuatro horas como alternativa a la
fruta cortada y el café. No sé cómo puede soportar la cantidad de porquerías
que come o dónde las pone. Su cuerpo está esculpido de manera insana con
un esfuerzo mínimo.

―¿Quieres algo? ― Me metió una bandeja de curry, queso y patatas


fritas en la cara. ―Es tan bueno.

Hice una mueca de asco.

Él puso cara de disgusto. ―Eres muy dramática.

―Tú eres un dramático. ― Masticaba una rodaja de piña. ―¿Cómo lo


quemas?

Enroscando el queso pegajoso en su lengua, lamió la salsa de su labio


superior. ―¿Cuál es la pregunta?

―¿Cómo se derrite la grasa corporal?


Se rió. ―Uno debe hacer ejercicio.

―Tú nunca comes comida saludable. ― Volví a comprobar que no se


acercaran vehículos y crucé la calle. ―Adicto al gimnasio.

―Soy de metabolismo rápido, ― dijo sin ninguna validación médica


mientras descendíamos al metro de Londres. ―Hago ejercicio, aunque sea.
Después de meterme este plato en la cara, iré al gimnasio antes de ir a casa
a descansar. Si consideras nuestro patrón de sueño disfuncional, no como
mucho, después de todo, no la cantidad requerida.

Supongo que tenía razón. Sería un buen día si consumiera dos comidas.

―Añade sexo a la mezcla. ― Sus cejas danzaban sugestivamente.


―Sí, quemo calorías de sobra cuando clavo chicas. Son todos esos
movimientos de cadera. ― Se paseó entre los pasajeros mientras movía las
caderas, con la bandeja de comida insalubre elevada por encima de su
cabeza. ―¿Viste lo que hice?

―Josh, ― dije, tratando de no reír. ―Parecías estreñido.

―¿En serio, Alexa? ― Replicó serio. ―¿Estreñido?

―Le echo la culpa a tu trasero apretado.

―Bueno, tenía que apretar el trasero para demostrar la embestida


íntima.
Me reí detrás de mis manos. ―¿Qué hay de íntimo en frotarse en el
aire?

―Lo que sea. ― Tiró las patatas grasientas, habiendo perdido el


apetito. ―Lo importante es que me veo bien porque entreno duro. Oye,
siempre puedes unirte a mí. Estoy a la caza de compañeros de gimnasio.

No se me ocurre nada peor que trotar en una cinta y levantar pesas.


―Quizá.

―Así se habla.

―Ve y toma el tren. ― Tiré las frutas sobrantes al basurero. ―El mío
llega en cualquier momento.

―¿Estás segura? ― Bebió Lucozade. ―No me importa esperar.

Debatimos esto después de cada turno. A mitad de camino, discutimos


sobre procedimientos de seguridad y nos separamos, no sin que Josh me
ofreciera ser mi guardaespaldas. ―Estaré bien. ― Me alejé de él. ―Y no
llegues tarde esta noche. Odio trabajar cuando no estás conmigo.

Josh se golpeó el pecho con una mano. ―Oh, nunca podría dejarte
sufrir tan malvadamente.

Le sonreí. ―Prométeme que nunca me dejarás.


Extendió los brazos, golpeando accidentalmente a alguien en la cara,
murmurando una disculpa insincera. ―Te prometo que nunca te dejaré, ―
gritó, su voz estentórea captando la atención de los demás. ―Siempre y
cuando sigas tragando.

La mayoría de los pasajeros me miraron con ojos críticos.

Se me cayó la mandíbula. ―¡Te pasas, Josh!

―No lo suficiente, ― replicó groseramente, echándose la bolsa de


gimnasio al hombro. ―De cualquier forma, ve a casa. Y duerme un poco,
― agregó. ―Te ves fatal.

Esperé hasta que Josh desapareciera entre la multitud y busqué en mi


bolso la tarjeta Oyster. ―Mierda. ― Agitando las monedas, me di una
palmada en la frente. ―Idiota.

¿Cómo pude olvidar la tarjeta de transporte?

Consideré pedir a alguien unas monedas, pero el orgullo no me lo


permitió.

Caminar a casa parecía imposible después de una larga noche de


trabajo.

¿Qué opción tengo?

Colgué la correa del bolso en un hombro y subí la escalera de concreto.


Si hubiera sabido que había perdido la única forma de llegar a casa de
manera segura, habría omitido el café.

Afortunadamente, las temperaturas cálidas y el sol resplandeciente


eclipsaron la neblina del amanecer, así que una luz suave besaba las calles
de Londres. Desbloqueé el móvil, navegué por la tienda de apps y consideré
las redes sociales. Descargué Instagram y creé un perfil para ocupar la
mente: una cuenta en blanco, aburrida, sin imágenes.

Con el móvil entre las dos manos, extendí los brazos, tomé una selfie y
subí la imagen despeinada en línea. No tengo amigos. Nadie le dará me
gusta a la foto o comentará, pero es un comienzo en la dirección correcta.

Hice clic en safari para ser recibida por Google. Mi pulgar sobrevoló la
barra de búsqueda mientras pensaba en a quién acosar, y por supuesto, el
rostro de Liam apareció en mi mente. Escribí su nombre, hojeando sitios
web no oficiales. Me pareció raro que no hubiera mala publicidad
considerando su reputación. Hay muchos artículos en foros de chismes
donde los columnistas lo elogian por modelar trajes atemporales y conducir
vehículos de alta gama.

Mis pies empezaban a doler.

Cuando llegué al trabajo anoche, Liam puso su número en mi móvil.

Podría enviarle un mensaje.

No, no puedo.
Es una relación casual, Alexa.

Le pregunté a Google.

¿Pueden los amigos con derecho a roce enviar mensajes de texto?

Sólo para futuras sesiones de sexo.

Bueno, eso es desalentador.

Yo: Vamos a organizar una cita.

Mensaje entregado.

Mensaje leído.

¿Por qué hice eso?

Mi corazón se aceleró.

Está respondiendo.

Liam: Eres insaciable, señorita Haines.

―¿Yo? ― Hablé en voz alta. ―Ojalá.


Yo: Ayúdame, Liam.

Yo: Recuerda que soy nueva en esto.

Liam: ¿Qué necesitas?

Yo: Digamos que estoy en el trabajo. ¿Está en contra de las reglas pasar
por la oficina en mi descanso?

Liam: No.

Yo: ¿Cómo funciona el arreglo fuera del Club 11?

Liam: Iré a verte.

Le envié el emoji de guiño.

Yo: Entiendo lo que dijiste.

Tres minutos después, respondió con un signo de interrogación.

Yo: ―Iré a verte ―.

Liam: No estoy seguro de entender.


Resoplé.

Yo: ¿Estás tomándome el pelo?

Liam: Tal vez.

Gire la esquina bruscamente y me topé de frente con el pecho de


alguien. ―¡Lo siento mucho! ― exclamé, dejando caer el móvil de mi
mano, que resbaló por el suelo. ―No te vi...

Estaba sola.

La calle parecía un pueblo fantasma. No había señales de vida, ni


siquiera un pájaro volando por encima o vehículos en movimiento a lo
lejos.

Agarrando la correa del bolso, me adentré en la desolada carretera y


miré de un extremo a otro de la calle. ―Hola.

¿Había imaginado la colisión?

No, había sido demasiado realista.

Sentí el golpe en el pecho.

Un corredor matutino con ropa de estar por casa fluorescente emergió


del estrecho callejón a poca distancia. Su labrador retriever lo seguía cerca.
Recogiendo el móvil del pavimento, caminé rápidamente. En mi delirio
distorsionado, sentí los ojos de alguien más.

El terror se acercaba. Caminé hacia atrás, agarrando el móvil con


fuerza, y crucé la carretera cojeando. Giré la cabeza de un lado a otro
buscando posibles amenazas en la calle cuando una figura fantasmagórica
emergió de repente tras un coche aparcado. El miedo que provocaba la
horrorosa visión me erizó la piel y me puso la carne de gallina. Cerré y abrí
los ojos para disipar lo que consideraba alucinaciones, pero la persona cuya
identidad se ocultaba bajo la visera de una gorra aún seguía allí.

El miedo me oprimía el pecho.

Corrí a una velocidad vertiginosa mientras sus frenéticos pasos


resonaban detrás de mí.

Al girar la esquina de la calle, me atreví a mirar hacia atrás, y mi vida


pasó ante mis ojos como un tren de carga. Merodeaba en las sombras, con
un destello afilado en su mano que constituía una amenaza mortal.
―¡Ayúdenme! ― grité al vacío. ―¡Alguien!

Con la respiración entrecortada, crucé la calle con pies nerviosos. Mis


rodillas chocaron contra el capó de un coche aparcado, y un dolor subió por
mi pierna. Con el inesperado golpe, casi me caí al suelo cuando— ―¡Vaya!
Tranquila, tigre. ― Dos fuertes manos amortiguaron mi caída. ―Alexa,
¿qué sucedió?

Mi cabeza se echó hacia atrás con un shock absoluto.

Brad se alzaba sobre mí.


―Oh, Dios. ― Exhalando un suspiro de alivio, me derretí en sus
brazos. ―Me estaba persiguiendo. ― Gesticulé animadamente, pero
cuando miré por encima de mi hombro, nadie estaba allí. ―Y tenía un
cuchillo. Lo vi. Creo... no sé qué pensar. Definitivamente tenía un cuchillo,
sin embargo. Quería matarme. Al menos, creo que quería matarme, ―
gimoteé. ―¿Qué hice?

―¿Quién te persiguió? ― Su mirada enfurecida se deslizó por encima


de mi cabeza. ―¿Sabes en qué dirección corrió?

Observé las hojas de color naranja quemado rodar por el pavimento.


―Vi a alguien. ― Mi corazón latía dolorosamente contra el esternón.
―Vino detrás de mí y... y tenía un cuchillo en la mano...

―Alexa. ― Sus dedos se hundieron en mis brazos. ―¿Dijo algo?


¿Oíste su voz?

―No dijo nada. Y no pude ver su cara porque llevaba su capucha bien
abajo... quiero decir, creo que llevaba sudadera con capucha... ― Repasé la
calle vacía y me rasqué la cabeza, donde el cabello sudoroso se juntaba en
la nuca. ―¿Qué haces aquí? ― pregunté sospechosamente. ―Estás
bastante lejos del club, Brad.

Brad señaló el Bentley detenido frente al edificio de apartamentos de


piedra marrón donde vivo. ―¿Caminaste hasta casa?

―Perdí mi tarjeta Oyster... ― Lo miré con amplitud. ―En serio, Brad.


Agradezco que hayas aparecido, pero eso no explica por qué estás aquí.
―Dejaste esto en la sala del personal. ― Una tarjeta Oyster se deslizó
de su billetera de cuero. ―La necesitarás para el trabajo más tarde. Como
estaba de paso por Croydon, pensé que sería un buen caballero y la traería.

―Gracias. ― Mis dedos se cerraron alrededor de la tarjeta. ―Te lo


agradezco, Brad.

Me acompañó hasta las puertas comunales mientras escribía un


mensaje en su móvil. ―No tienes enemigos de los que deba preocuparme,
¿verdad? ― bromeó, pero sé que mi respuesta causará estragos. ―¿Ningún
exnovio psicótico o asesino en serie en la familia?

―No, ― aseguré al verdadero asesino en serie. ―Nunca he salido con


nadie.

Se balanceó sobre los talones de sus zapatos. ―Entonces, ¿qué pasa


entre tú y Warren?

Mi lengua se pegó al paladar. ―Nada.

La sonrisa de Brad, que lo sabía todo, mostró hoyuelos. ―Es mi


trabajo saber todo, ― dijo con orgullo. ―Dudo que haya venido aquí sólo
por diversión anoche.

Me sentí increíblemente acalorada. ―Si es parte de tu trabajo conocer


hasta los entresijos de un gato, ¿por qué no preguntas directamente a Liam?

―Liam, ― susurró, y quise patearme por el error informal. ―¿Te


tuteas con él?
Nate se levantó del Bentley. Sus brazos cruzados descansaban sobre el
techo del coche mientras miraba.

Mis ojos se dirigieron a Brad. ―¿Nate también?

Brad sonrió con desgana. ―Vino por el paseo.

Tarareé con escepticismo.

Extendió la mano detrás de mí para abrir la verja. ―Entra, Alexa.

Arrastrando los pies dentro, rodeé el vestíbulo de concreto y subí las


escaleras al ruido del Bentley rugiendo al salir de la calle.

Sacando las llaves de mi bolso, abrí la puerta principal y me dirigí al


dormitorio para caer de cara contra el colchón cómodo.

Estoy demasiado aceleradapara dormir, a pesar de que estoy exhausta.

Rodando sobre mi espalda, toqué la tarjeta Oyster con las uñas y me


percaté de un detalle importante. Enderezándome como una flecha, corrí a
la ventana para ver si los hombres de traje aún estaban afuera.

Brad me mintió. Dijo que dejé la tarjeta en el trabajo, pero esta expiró
hace dos años. No me pertenece.

¿Por qué encontré a Brad merodeando fuera del edificio de pisos?


Más confundida que nunca, me quité los pantalones cortos, me deshice
de la camiseta y me desplomé en el borde de la cama.

Arrojé la tarjeta Oyster en la papelera.

Una foto enmarcada de Kathy estaba sobre la mesita de noche.

Parpadeé con asombro.

―¿Qué diablos haces fuera de la caja? ― Agarré el marco, abrí la


puerta y me dirigí directamente a la habitación de mi amiga. ―¿Chloe?

Chloe estaba estirada como una estrella de mar en la cama. Su boca


estaba abierta y una máscara de dormir con dibujo de sandía le cubría los
ojos. Pulseras que brillaban en la oscuridad alineaban su muñeca. Su falda
rosa y su bralette de encaje casi desviaban la atención de las uñas de los
pies multicolores.

Empujando su pierna, susurré, ―¿Chloe?

Tirando de la máscara para los ojos hacia su frente, se lamió los labios
secos y me entrecerró los ojos. ―¿Qué? ― El lápiz labial fucsia estaba
manchado en su mejilla. ―¿Eres tú, Alexa?

―¿Quién más sería? ― Sentándome con las piernas cruzadas en la


cama, levanté el tanga de encaje descartado. ―¿Alguien estuvo aquí?
Su cabello rubio se erizaba en múltiples direcciones. ―¿Por qué
preguntas?

Sacudí la prenda obvia.

―Oh, ― resopló. ―Me masturbé antes de que llegaras a casa.

Tiré el tanga a un lado. ―Tuve una noche rara.

―¿Esta noche rara puede esperar? ― Mirándome debajo de la


almohada, gruñó somnolienta. ―Necesito dormir.

Asentí, extendiéndome a su lado. ―¿Te importa si duermo contigo?

―Me encanta tener una compañera de abrazos. ― Su pierna se apoyó


sobre mi cadera. ―¿Por qué Kathy me está mirando?

―¿Qué? ― Salté, y me quitó el marco de las manos. ―Oh, Kathy.


Vine aquí para preguntarte lo mismo.

Sus labios se fruncieron. ―¿Eh?

Coloqué el marco en el suelo. ―Probablemente intentabas hacerme


sentir mejor, pero Kathy es la última persona que quiero ver después del
fiasco del diario.
Tiró la máscara para los ojos sobre mis ojos. ―No sé de qué estás
hablando.

La seda negra impedía la visión. ―¿No la dejaste allí?

―No. ― Se acurrucó en mi espalda. ―Probablemente la dejaste fuera


cuando ordenabas el piso la semana pasada.

Sentí náuseas. ―¿Crees en fantasmas?

―¿Qué? ― Su risa histérica atravesó el aire espeso y húmedo.


―¿Estás drogada? ¿Esos guapos te hicieron fumar algo, eh?

―No, hablo en serio. ― Levanté la máscara para encontrarse con su


mirada. ―Alguien me persiguió esta noche—o eso pensé... ― Estoy
perdiendo la cabeza. ―Y entonces apareció Brad.

―¿Brad? ― El rímel manchaba sus mejillas. ―¿Él vino aquí?

―Bueno, no hasta el piso, ― juro que esta chica tiene un


enamoramiento secreto con él. ―Afuera—

―¿Nuestro piso? ― Sus ojos cansados se iluminaron. ―¿Por qué?

―Fui al metro y me di cuenta de que había perdido mi tarjeta Oyster,


¿vale?

Chloe asintió, absorta en la conversación.


―No tenía fondos suficientes, así que decidí caminar a casa. Estaba en
lo mío cuando alguien se estrelló contra mí. ― Mi cabeza comenzó a doler.
―Cuando me giré para disculparme, no había nadie.

―¿Eh? ― Su nariz se frunció. ―¿Te chocaste con alguien...

―Tenía la cabeza gacha porque estaba enviando un mensaje en el


teléfono.

Se rascó el pliegue entre sus cejas. ―¿Y qué más?

Le mostré la pantalla del móvil agrietada. ―Pensé que me lo había


imaginado, pero sentí que alguien me observaba. Miré al otro lado de la
calle y vi a alguien parado allí. Me estaba mirando fijamente. Creo que
anticipó mi miedo. ― Mis ojos se vidriaron. ―Chloe, literalmente corrí por
mi vida. Tenía un cuchillo. Lo vi... Y luego desapareció.

―Desapareció, ― susurró. ―¿Qué quieres decir? ¿A dónde fue?

―No lo sé. Estoy tan confusa. ¿Estoy perdiendo la cabeza? ¿Realmente


sucedió?

―Cariño, ― susurró. ―No me gusta esto.

―Fue entonces cuando apareció Brad.

Su cuerpo se tensó. ―No crees que fuera él, ¿verdad?


―No, me topé con Brad cuando el otro tipo estaba justo detrás de mí.
Es imposible que se teletransportara. ― Mi mirada recorrió su rostro. ―No
puse esa foto en la mesita de noche, Chloe.

Su expresión preocupada se congeló. ―Entonces, ¿quién lo hizo?

Me encogí de hombros con desánimo.

―Creo que deberíamos llamar a la policía, ― sugirió, pero había


perdido la fe en el departamento de policía metropolitano hace mucho
tiempo. ―¿Y si alguien se mete aquí?

―No involucraré a la policía, ― dije con severidad. ―Sin embargo,


hablaré con Liam.

―¿Liam? ― Su rostro se crispó. ―¿Por qué? Dudo que sea de mucha


ayuda.

Acaricié el edredón adornado con joyas. ―Tengo algo que decirte.

Su peso se apoyó en un codo. ―Te escucho.

―Me acosté con mi jefe, ― admití, y sus ojos se abrieron. ―Después


de la cena benéfica, fui a su ático y, bueno, acepté salir casualmente con él.

Su mandíbula cayó al suelo. ―Oh, no.


Hice una mueca. ―¿Qué?

―Nunca debes aceptar salir casualmente cuando estás emocionalmente


involucrada.

Desestimé sus preocupaciones. ―Está bien. No me atrae tanto. ― Su


ceja se frunció. ―Bueno, me gusta. Pero no me involucraré, te lo prometo.

Emitió un sonido escéptico en la garganta.

―De todos modos, hablaré con él más tarde—si Brad no lo ha hecho


ya.

―Aún no me has dicho por qué estaba Brad aquí.

―Brad dijo que dejé la tarjeta Oyster en el trabajo.

―¿La trajo?

Asentí.

―Oh, eso es amable.

―No es mía, ― le dije. ―Mintió. Expiró hace dos años, lo que


significa que estaba aquí por una razón diferente.
Su cara palideció. ―¿Qué está pasando ahora mismo?

―No tengo idea.

―¿Cómo es que no estás volviéndote loca, cariño?

―Estoy demasiado cansada, supongo.

―Algo está muy mal. ― Sus pies se hundieron en la alfombra mientras


se levantaba. ―Tengo demasiada resaca para pensar. ― Levantando la
cortina ligeramente, miró hacia el jardín comunal. ―Me siento insegura.

Me levanté de la cama para pararme junto a ella.

―No imaginaste nada, Alexa.

Aprecié sus esfuerzos por tranquilizarme.

Su mirada aterrada lentamente se dirigió hacia mí. ―Mira junto a los


contenedores de basura.

Frunciendo el ceño, miré desde detrás de la cortina. Vi al hombre con la


sudadera con capucha. Miraba la ventana como si supiera que yo vivía aquí.
No es posible que pueda verme, pero observaba como si esperara que
alguien notara su presencia. ―Chloe ―, susurré, pero ella estaba
demasiado desorientada para responder. ―Puedes verlo, ¿verdad?
Ella respiraba con dificultad. ―Sí.

Él inclinó la cabeza hacia un lado y, muy lentamente, saludó con la


mano.

Solté la cortina como si su gruesa tela me quemara las yemas de los


dedos. ―Cierra todas las ventanas y revisa la puerta. ― Desbloqueé mi
móvil y lo puse en mi oído. ―Chloe, reacciona.

Ella se puso en acción de inmediato.

Un operador respondió la llamada. ―¿Qué servicio requiere?

Me agarré el cabello sobre la cabeza. ―Policía.

Continuará...

Gracias por leer mi libro, significa mucho para mí. Por favor, considera
dejar una reseña en Amazon, realmente espero que lo hayas disfrutado. El
segundo libro estará disponible en unos días; tal vez, para cuando leas esto,
ya esté publicado. Consulta la página de Amazon. ¡Gracias¡

Suscríbete a mi lista de correo! ¡Recibirás noticias sobre mis próximos


lanzamientos y promociones especiales!
subscribepage.io/nataliaes

También podría gustarte

pFad - Phonifier reborn

Pfad - The Proxy pFad of © 2024 Garber Painting. All rights reserved.

Note: This service is not intended for secure transactions such as banking, social media, email, or purchasing. Use at your own risk. We assume no liability whatsoever for broken pages.


Alternative Proxies:

Alternative Proxy

pFad Proxy

pFad v3 Proxy

pFad v4 Proxy