Outlaw (The Midnight Seven 1) - A.G. Wilde
Outlaw (The Midnight Seven 1) - A.G. Wilde
Outlaw (The Midnight Seven 1) - A.G. Wilde
Elsie
Elsie
El Forajido
***
Elsie
El Forajido
Hay tres cosas que no me esperaba cuando vi a esta hembra por primera vez.
Primero: que sacara un arma y nada menos que contra un Ulturion. El bruto
guardará rencor. No contra mí. Sería un tonto. ¿Pero contra ella? Ahora tiene una
diana en la espalda. El idiota ha sido avergonzado delante de sus hombres, y tal
vez eso es culpa mía.
Fek. Aquí viene ese sentido del deber.
Si no hubiera intervenido, la habrían robado y utilizado a su antojo, pero
entonces habría sido libre de arrastrarse de vuelta a cualquier pobre puesto de
avanzada del que haya salido. Lejos de este lugar, estoy seguro, o habría visto a los
de su clase antes. Su orgullo y posiblemente su ser físico habrían salido heridos de
esta prueba. Pero sería libre.
Ahora, no tanto.
Y luego está lo segundo. No esperaba que fuera tan hipnotizante de cerca.
Esta... criatura no se parece a ningún otro residente de Ivuria 10 que haya
visto antes y, por un momento, me pregunto si será de una de las colonias de
Ivuria 11. Los planetas que rodean la estrella oscura Ivuria son conocidos por ser el
hogar de especies vagabundas y sin hogar. Es la razón por la que es tan anárquico.
La razón por la que seres como yo podemos sobrevivir.
Pero ella... no se parece en nada a las hembras que he visto aquí en la ciudad.
No está curtida por la arena del desierto de Ivuria 10. Al menos, no todavía. Si es
de aquí, su asentamiento es nuevo. Y cuanto más la miro, más creo que es cierto.
No es una viajera. Ella es de una colonia. Una nueva.
Los viajeros no empiezan peleas con tontos al azar a menos que tengan algo
por lo que luchar. Y ya puedo decir que ella tiene algo que necesita proteger. ¿A sí
misma?
No... más que eso.
Su piel es tan pálida que casi puedo ver los hilos de sangre bombeando por
sus venas. Verla hace que me arda la punta de los colmillos y ahora, tan cerca, me
llega a la nariz un aroma único a aceite de xilema y... humo. Por primera vez en
mucho tiempo, me pregunto a qué sabría. Qué sentiría al atravesar su suave cuello
con mis colmillos y probar su verdadera esencia.
Su olor y este impulso repentino son una combinación que me pone rígido, mi
polla se endurece en mi pantalón mientras ella se balancea sobre mi pierna.
Su cuerpo es tan suave que casi me aprieta demasiado. Y ese gritito de
sorpresa que muere en su garganta, el sonido apenas perceptible de esa voz
melodiosa... Quiero decirle que grite solo para volver a oírla.
No planeé esto. Nada de esto.
Mi ayahl se estira casi por instinto, buscando de nuevo la suya, pero sin
encontrar nada. Ella no es Zamari. Eso lo sé. Así que estos impulsos tampoco
deberían estar ahí.
Sus grandes ojos azules me miran como los mares de la costa de Calanta
Oriental. El calor de su cuerpo suave bajo las capas de ropa casi me atrae. Y eso
me lleva a una tercera cosa que no esperaba.
Justo donde se sienta en mi rodilla, el punto arde casi como si hubiera un
horno entre sus piernas. Es otro tipo de calor, uno que me recorre el pantalón
mientras la subo más por mi pierna. Mi polla se endurece un poco más. ¿Qué haría
si supiera que puedo sentir cómo se contraen los músculos de su vientre al
tensarse? ¿Qué haría si supiera que me está volviendo loco?
El bar desaparece de nuestro alrededor mientras miro fijamente a los ojos de
este extraño ser. Busco... ojalá supiera qué. Desde luego, no está insistencia
palpitante que crece en mi ayahl.
Sus latidos se aceleran y sólo entonces reconozco el blaster que me ha
clavado en el centro del pecho.
—Si estás apuntando a mi órgano sanguíneo, estás apuntando al lugar
equivocado.
Sus ojos se abren sólo un poco más antes de escudriñar sus facciones.
—Estoy segura de que, si aprieto el gatillo ahora, todavía te mataría.
Una sonrisa de oreja a oreja me tuerce los labios. Está claro que no sabe quién
soy.
—¿Qué quieres de mí? No tengo nada que hacer contigo —su garganta se
mueve mientras habla antes de cambiar la mirada, observando la habitación
rápidamente antes de volver a centrar toda su atención en mí. Tiene una fina línea
de sudor en la frente y casi levanto el pulgar hacia ella. El deseo de saborearla, de
probar alguna parte de ella, es casi irrefrenable.
Su garganta se mueve de nuevo y me doy cuenta de que es una señal. A pesar
de que la pistola está firme en su mano. A pesar de que se mantiene tan rígida, sin
perder la concentración, está nerviosa. Asustada. Ese latido creciente de su pulso,
tan fuerte que puedo sentirlo vibrar a través del calor de su centro hasta mi
pierna, es consecuencia directa de su miedo.
Levanto una mano y ella se tensa. El blaster me aprieta con más fuerza en el
pecho. No tengo que mirarla para saber que es un modelo antiguo. Casi una
antigüedad. No dispara rápido. El retroceso es un kinchi. Y la recarga es un dolor
en los colmillos. No la elegiría a menos que no hubiera otra opción. Pero la
sostiene bien. Lo suficiente como para saber que la ha usado antes... y no tiene
miedo de usarla de nuevo.
Observo el suave movimiento de su garganta mientras desvía la mirada hacia
mi mano y mira cómo le hago un gesto al camarero antes de apoyar la palma
sobre la mesa. Mi otra mano sigue en su cintura, pero la mantengo tan quieta que
debe de haber olvidado que está ahí.
Mi mirada se desplaza hacia su arma.
—Es una zona libre de armas. Estás rompiendo las reglas.
Se queda con la boca abierta antes de cerrarla de golpe. —Sabes muy bien
que cada pedazo de mierda en este lugar tiene un arma escondida en alguna
parte. Incluido tú. Libre de armas mi culo.
Hacía tiempo que nadie hablaba tan libremente conmigo. Siempre está el
fantasma del miedo y la desconfianza. El elemento de conexión cero.
Un fantasma de sonrisa amenaza de nuevo mis labios mientras inclino
ligeramente la cabeza hacia atrás, observando más de su rostro y permitiéndole
ver más del mío.
Veo el momento en que se le acelera el pulso. Ese ligero movimiento bajo su
piel cuando me mira.
—Tal vez —concedo. —Pero eres la única lo bastante descarada como para
apoyarme un cañón en el pecho a la vista de todos —hago una pausa y miro hacia
abajo. —Aunque no puedo decir que me moleste demasiado la posición.
A su piel le ocurre algo muy extraño. Sus mejillas se llenan de sangre como un
imán que atrae mi atención. De nuevo, hay un insistente dolor en la punta de mis
colmillos. ¿Cuándo fue la última vez que bebí directamente de una fuente? No lo
recuerdo. Hace tiempo que me perdí esos placeres. No he tenido apetito para ello.
Aparto la mirada de aquel extraño espectáculo justo cuando sus labios se
aplanan en una fina línea. La pistola se clava más en mi pecho.
—No soy una muñeca de placer con la que puedas jugar.
Esta vez mis labios se tuercen. Se atreve a insultarme, aunque sabe que aquí
no tiene ningún poder.
—Crees que uso muñecas del placer...
—Realmente no podría importarme menos —su arma me aprieta más,
aunque puedo ver ese leve latido de miedo bajo su pulso. Ella tiene un arma en mi
pecho y no estoy respondiendo a ella. Podría fingir que me importa, darle algo de
confianza en que podría derribarme de un disparo, pero algo me dice que en
cuanto mienta lo sabrá.
De nuevo, extiendo mi ayahl, pero no siento nada dentro de ella.
—¿Qué esperas ganar ayudándome? —su mirada azul busca la mía. Hay
frialdad en ella. Miedo. Y.… dolor. Vuelvo a inhalar, aspirando ese toque de humo
mezclado con el aceite de xilema de su piel.
Sólo las colonias de la región exterior tienen fácil acceso al aceite de xilema.
Probablemente sea de allí. Pero el olor a humo... no puedo decir de dónde viene o
qué lo ha causado.
Cuando no respondo a su pregunta, se mueve, lista para levantarse, pero no
estoy dispuesto a dejarla marchar. Todavía no. En ese breve instante, cuando su
redondo trasero se despega de mi pierna y el calor de su coño desaparece, casi
gruño.
Gruñí.
Veo el asombro en sus ojos y percibo las miradas de los clientes que fingen
ignorarnos.
Aprieto mi mano en su cintura y la acomodo de nuevo.
—Guarda tu blaster. No voy a hacerte daño.
Su garganta vuelve a moverse y mi ceja se tuerce, los ojos se desvían hacia los
suyos mientras echa un vistazo a la sala. Es el mismo momento en que llega el
camarero con dos jarras de bebida sujetas con sus tentáculos. Me mira
brevemente antes de bajarlas sin decir palabra. La boca de la mujer se abre en el
momento en que él la mira, casi como si estuviera a punto de pedirle ayuda. Pero
él aparta la mirada inmediatamente y se aleja a toda prisa.
—Eso no ayuda, Chispa de Fuego. Te dije que no voy a hacerte daño.
Pero esta flor del desierto no se convence tan fácilmente.
Bien. No soy un hombre de confianza de todos modos.
Capítulo 6
Elsie
Elsie
El Forajido
Sólo los dioses saben por qué me entretengo con esta mujer. Un último
trabajo... y este es el que elijo. Este es el que marcará el final de mi maldita
carrera.
Me digo que es sólo otro contrato. Protección a cambio de créditos. Nada que
no haya hecho innumerables veces antes.
Pero, ¿por qué ella?
Si algo sé desde que estuve tanto tiempo sin base, es que los seres como ella,
que atraen los problemas como un imán, son seres de los que hay que mantenerse
alejado. Mi vida ya ha sido más caótica que la mayoría. No necesito más
problemas.
Pero hay una chispa en sus ojos, una luz que no apareció hasta el momento en
que acepté ayudarla. He visto esa mirada antes. Es esperanza. Tan familiar en sus
extraños ojos como si mirara a los ojos de una hembra de mi propia especie. Y
quiero decirle que mirar a un macho como yo con ojos esperanzados es lo último
que debería hacer.
Los machos como yo somos peligrosos. Nos atraen las pequeñas cosas puras y
no damos nada bueno a cambio.
Entrecierro ligeramente los ojos al ver cómo crece la chispa en sus ojos. Casi
se anima mientras se dirige a su moto cohete. Podría degollar degenerados sin
dudarlo un instante. ¿Pero la idea de arrancarle la esperanza? Yo... no puedo.
Así que la veo apresurarse hacia su nave. La veo respirar hondo, con el pecho
hinchado por la expectación y los ojos azules brillando con la misma esperanza
mientras sube a la nave.
Pensaba que su bláster era anticuado y no apto para el uso, pero su nave es
peor. Apoyado en mi moto-cohete, veo cómo se pone el casco, la visera
deslizándose hacia abajo para proteger sus ojos de las arenas de Ivuria 10. Y
entonces abre el compartimento de almacenamiento y saca un saco tejido. Saca
una botella de lo que supongo que es agua y echa la cabeza hacia atrás,
exponiendo su fino y elegante cuello a la luz de la luna de Ivuria.
Debería apartarme, pero no puedo. Su cuello es delgado, se recorta contra la
luz de la luna y, por una fracción de segundo, olvido dónde estoy. Me duelen de
nuevo los colmillos y me obligo a concentrarme.
—¿… un poco? —sus cejas se levantan mientras mira hacia mí y sólo puedo
parpadear al verla. No es habitual que mi entorno se desvanezca en el fondo. Una
tontería así ya habría hecho que me mataran.
—¿Quieres un poco? —repite.
Niego con la cabeza y se encoge de hombros. Guarda el agua en el saco y
luego lo devuelve al compartimento, se baja la visera y pone en marcha el
encendido de su moto. Hacen falta varios intentos antes de que el sistema se
ponga en marcha e incluso entonces, el pobre chisporrotea como si estuviera vivo
y tuviera la enfermedad.
Debo haberme equivocado. No pudo haber venido de lejos. No en esa cosa.
Mueve la cabeza hacia la salida y comprendo que es su forma de preguntarme
si estoy listo. Probablemente piense que no la oiré si habla por encima del ruido
del motor.
Imito su movimiento y subo a mi moto, con el calor de la mochila que me
había dado en la palma de la mano. Aquí no hay créditos suficientes para pagar a
ningún cazador que se precie. Con esta cantidad, sólo atraería a degolladores
hambrientos de un trabajo rápido o, con suerte, a un novato que no haría el
trabajo. Tras sopesar la bolsa en la palma de la mano, vacilo antes de guardármela
en el pantalón y vuelvo a mirar a la mujer mientras guía su moto hacia atrás y se
acerca a la salida.
—¡Intenta mantener el ritmo! —grita por encima del hombro antes de pisar a
fondo el acelerador.
La veo desaparecer por las puertas del aparcamiento, una nube de polvo
suave que brilla en el aire nocturno, y en el silencio que queda tras ella, hay un
momento de claridad. ¿Realmente voy a hacerlo? Cuando aprieto el puño de la
moto y los sistemas se ponen en marcha, la bestia que tengo debajo se acelera
con la potencia a la que ya me he acostumbrado.
Cuando atraviesa las puertas, salgo disparado tras la hembra.
Supongo que estoy haciendo esto.
Avanzamos a toda velocidad por las estrechas calles de Calanta hacia el oeste
de la ciudad. La mujer va delante y yo detrás. Con la velocidad, los habitantes de
este lugar se convierten en formas borrosas. Pronto los edificios se reducen y nos
encontramos con otros viajeros como nosotros, algunos dirigiéndose hacia dentro
y otros como nosotros, hacia fuera. En un camino como éste, no somos más que
seres que intentan sobrevivir en este páramo, y las cegadoras luces de los
aerodeslizadores apenas nos diferencian.
A medida que subimos, los apretados edificios del subsuelo Calantan
empiezan a reducirse, dando paso pronto a bulliciosos puestos de mercado en
cuanto alcanzamos la superficie. La hembra también pasa a toda velocidad,
inundando su motor con tanta energía que volaría si la nave tuviera alas. Le sigo el
ritmo, sin apenas darme cuenta de que el número de puestos de mercado
disminuye y de que el camino sólo está salpicado de escasas estructuras en las
afueras de la ciudad. El ruido y el caos de Calanta se desvanecen a nuestras
espaldas, sustituidos por polvorientas carreteras apenas visibles bajo la arena
marrón suelta.
Montamos durante varios minutos. De vez en cuando, la hembra mira por
encima del hombro, sus ojos azules me encuentran antes de volver a mirar hacia la
carretera y continuar. Ahora, sólo algunas casuchas salpican las áridas llanuras,
que se extienden hacia el horizonte. El árido viento del desierto de Ivuria 10 silba a
nuestro alrededor, lanzando polvo y arena en nubes que se arremolinan,
impidiendo casi por completo la visibilidad. Mis ojos se ajustan, la membrana
protectora se desliza sobre ellos para mantener a raya las partículas mientras me
permite mantener los ojos bien abiertos. Puedo ver bien, pero está claro que la
mujer que tengo delante no.
Su paso se ralentiza y su cabeza se inclina contra el viento, incluso con la
visera puesta. Pero sigue adelante, mirando detrás de ella cada pocos minutos
para comprobar si sigo allí antes de continuar. Pronto, los últimos signos de la
llamada civilización desaparecen por completo detrás de nosotros.
Avanzo despacio, aumentando la velocidad hasta que mi moto se mantiene a
un ritmo constante junto a la suya en esta inmensidad infinita. Me doy cuenta de
que acelera a fondo y luego afloja antes de que la moto se ahogue: un delicado
equilibrio casi indetectable. Una danza entre ella y la máquina, en la que cada
aceleración fluye a la perfección para mantener el motor al máximo sin que se
pare. De lo contrario, la máquina ya se habría rendido. Su sutil manipulación es
probablemente la única razón por la que aún no ha muerto. Cuando gira la cabeza
y nuestras miradas se encuentran, espero que aparte la vista, pero no lo hace. Se
encuentra con mi mirada, todo pasa detrás de nosotros como un borrón, la única
constante es la firmeza de nuestros ojos.
Me pregunto qué estará pensando.
Me lleva a mí, un extraño, a su asentamiento. Y, por lo que parece, no es
tonta. ¿Qué clase de problema puede tener su gente que ha recurrido a un
extraño para resolverlo? Nada que me preocupe normalmente, eso es seguro.
Mientras la observo, con las preguntas ardiendo en mi cabeza, finalmente
aparta su mirada de la mía y dirige su atención hacia delante. Pero incluso
entonces, me doy cuenta de que sabe que mi atención no ha disminuido. No
puedo apartar los ojos del espectáculo que es ella. Esa extraña mujer que ha
entrado en un bar lleno de escoria con una sola pistola bláster y un alijo de
créditos atado a sus muslos.
Me pregunto si habrá otros como ella... pero sé que no puede ser verdad.
Porque si su gente fuera como ella, no habría necesitado arrastrarse hasta Calanta
para pedir ayuda. Algo no está bien en todo esto y no necesito que mi ayahl me lo
indique. Pronto lo averiguaré.
Pasan leguas, la carretera se extiende bajo nuestro aerodeslizador mientras
nos adentramos en lo desconocido, y decide no mirarme. Hay algo en la forma en
que pone los labios. La forma en que mira fijamente hacia delante, sin mover la
mirada, como si la estuviera dirigiendo hacia allí a la fuerza. Cuando sus ojos
empiezan a desviarse en mi dirección, su mirada se endurece y su barbilla apunta
hacia delante por debajo de la visera.
Entrañable.
Puede mirarme si quiere. La oscuridad es total en la llanura. Sólo la luz de los
cohetes perfora esta oscuridad. Eso y la luminiscencia de mis ojos. No me he
camuflado a propósito desde el momento en que me conoció hasta ahora. Si no
fuera por ella, mis ojos ya se habrían atenuado, el leve brillo de mis escamas se
habría calmado y mi nave estaría en modo sigiloso. Sin luces y, desde luego, sin
sonido.
Bueno, eso no es del todo exacto. Sus luces no permanecen encendidas
mucho tiempo, se encienden y apagan a intervalos aleatorios. Pero ella no los ha
matado por completo. Y su moto, es ruidosa.
Salir aquí sin esos ajustes básicos me dice dos cosas. Es nueva en Ivuria 10. Y
no puede ver en la oscuridad. Aquí afuera, sus luces son como un faro llamando a
todo tipo de escoria. Es sorprendente que haya llegado hasta Calanta de una
pieza.
Montamos durante unas horas. Suficientes para que ahora sepa con certeza
que, de dondequiera que viniera, no era cerca de Calanta. Porque nos dirigimos a
las llanuras. No hay nada ahí fuera. De nuevo, mi ayahl se estira hacia ella.
Buscando. Pero no hay respuesta. La fuente de la hembra es completamente
silenciosa. Al igual que la mayoría de las otras especies no Zamari. Pero con ella,
no sé si eso es impresionante o jodidamente aterrador.
Cuando su moto emite un extraño chirrido y de repente pierde velocidad, me
pregunto si es el final de nuestro viaje. Pero ella sigue insistiendo. Le habla. Le
ruega. Como si creyera que es sensible. Entrecierra los ojos intentando ver el
camino mientras sus luces se encienden y apagan en rápida sucesión antes de
apagarse por completo. La máquina será la siguiente.
La sombra de una pequeña hilera de grandes rocas huecas aparece unas dos
leguas más adelante, y ella aminora aún más la marcha. Son lo bastante grandes
como para ocultar a un grupo de unos cinco seres, pero con una rápida extensión
de mi ayahl sé que el lugar está vacío. Reducimos la velocidad hasta arrastrarnos y
llegamos a las rocas justo cuando su motor tiene hipo y emite un gorgoteo
impropio de una máquina. Tal vez me equivoque y la cosa esté realmente viva y
tenga la enfermedad.
Me bajo de la moto mientras la suya se detiene y se quita la visera de la cara.
Con un poco de esfuerzo, se baja de la moto y la guía hasta el lado de una de las
rocas.
—Descansaremos aquí esta noche —se queda sin aliento mientras apoya las
manos en las caderas y me mira. —Salí de Calanta con prisas porque... —aprieta
los labios y suelta un suspiro. —Bueno, ya sabes por qué.
Miro las rocas.
Es un lugar obvio para esconderse. Uno en el que escoria como ese tonto de
Calanta buscaría viajeros desprevenidos. No podemos quedarnos aquí mucho
tiempo, y aunque la hembra aparta la vista para centrarse en su nave, la tensión
de sus hombros me dice que lo sabe.
Apoyado en mi moto, la veo pasarse las manos por los brazos antes de que
suelte otro suspiro. Con los hombros rígidos, observa la oscuridad antes de abrir el
compartimento de la moto. Lo que saca es una multiherramienta y una pequeña
linterna. Coloca la linterna entre los dientes, se agacha junto al panel de control de
la moto y lo desenrosca. Entrecierro ligeramente los ojos mientras la observo por
debajo del ala de mi sombrero.
Se lía con los cables, ajustando algunos, quitando otros y volviéndolos a
instalar en otros sitios. Ella está desviando la energía de las luces de nuevo al
motor.
Planea esperar a que pase la oscuridad aquí.
Desviando la mirada hacia el horizonte, puedo decir que nos quedan tres, tal
vez cuatro horas hasta el amanecer.
Cuatro horas parado como un blanco en un solo lugar. No me gusta.
—¿Y bien? —pregunta de repente.
Como no contesto, me mira por encima del hombro.
—¿No vas a preguntarme qué tipo de trabajo es o qué quiero que hagas?
Su pregunta atraviesa mi conciencia, pues lo único que oigo es el sonido de su
voz.
¿Sabe que es la primera mujer en lo que parecen eones que ha captado mi
atención de algún modo? Incluso ahora, mientras habla, la luz de la luna capta los
finos pelos que se erizan en ese trozo de piel expuesto en su hombro. Sus mejillas
están enrojecidas por el frío, y el colorete se extiende hasta sus orejas, su sangre
vital en tentadora exhibición.
—¿O no te importa? —su mirada me escruta, cambiando de un ojo a otro
mientras intenta mantenerme en el punto de mira.
Aparto mi atención del rubor de su piel que me distrae. —No me importan los
detalles del trabajo.
Frunce el ceño y me mira entrecerrando los ojos antes de volver a la consola y
manipular algunos cables más. Finalmente, satisfecha, cierra la consola y guarda la
multiherramienta y la luz.
Vuelve a mirarme, abre y cierra la boca como si quisiera decir algo más pero
no supiera cómo.
—Mi ciudad... —dice finalmente. —Nuestra colonia...
Se aparta de donde me apoyo, deja de hablar y se pone rígida mientras la
rodeo por detrás, atraído como por la gravedad. Su cuerpo se pone rígido, pero no
se aleja, y recuerdo lo cerca que había estado, sentada en mi pierna en aquel bar.
Del calor de su cuerpo en mi muslo. Un calor glorioso que nunca esperé.
De cerca, ese aroma a aceite de xilema me provoca incluso a través del aire
estéril de la noche. Las delicadas venas de su cuello palpitan y me inclino un poco
más hacia ella. Una vez más, la idea de cómo sabría flota en mi cerebro y mi ayahl
se eleva ante la perspectiva, mi polla endureciéndose al compás.
Con esfuerzo, me detengo justo antes del contacto.
¿Qué podría tentar a una dulce hembra como ella a enfrentarse sola a estas
tierras salvajes? ¿Viajar sola con un macho como yo? Lo que está haciendo es muy
peligroso. Sólo la desesperación podría haberla tentado a esto.
—Mantenlo en secreto, Chispa de Fuego. Tu pequeña colonia no me importa.
Cuanto menos sepa, mejor.
Inclina la cabeza para mirarme, con los ojos endurecidos. —¿Entonces sólo
matas por deporte?
Muestro los dientes en una leve sonrisa y veo el momento en que su mirada
se posa en mis colmillos. —No.
Sus ojos se abren de par en par mientras los mira fijamente y puedo leer sus
pensamientos como un guion grabado. El peligro que ve. El miedo. Y luego,
cuando sus labios se afinan, esos pensamientos se borran casi por completo.
Su garganta traga saliva y de repente siento el impulso de sumergir mis labios
en ella. Saborear su piel. Perforar su cuello con mis colmillos. Beber su sangre. Ver
si sigue siendo tan valiente con mis colmillos dentro de ella.
Y entonces, la idea de perforarla me trae otras imágenes. Imágenes de tal vez
perforarla también en otra parte. Un suave gruñido, casi como un ronroneo,
retumba en mi pecho y lo dejo retumbar. Nunca me he resistido a mis más bajos
deseos.
—Entonces, ¿por qué? —susurra, y la recorre un escalofrío que no tiene nada
que ver con el frío. Se estremece porque parece que, por primera vez, se da
cuenta de algo que antes no se le había pasado por la cabeza.
Está sola. Aquí en el desierto, no hay nadie más que yo.
Y aunque sea de los que cazan en estas tierras... ella no es más que una presa.
—¿Por qué lo haces? —repite, empeñada en mantener la conversación. Como
si eso fuera a salvarla de alguna manera.
Me encojo de hombros y entrecierro ligeramente los ojos mientras mi ayahl
vuelve a buscarla. Como una nube invisible, se extiende desde mí y la envuelve,
buscando una respuesta. Una pareja. Pequeños puntos aparecen en su piel al
contacto, aunque no puede ver ni sentir realmente la esencia de mi ser. Pero es
una respuesta. La misma respuesta que vi aquella vez en la taberna.
Puede que no sea capaz de sentirlo, pero en algún nivel, lo siente. Siente que
la llamo.
—Cazo porque está en mi sangre dar caza —me inclino más cerca. —Soy
Zamari, pequeño humano. Acorralamos a las cosas asustadas. Y las despedazamos.
Un visible escalofrío recorre su delgada figura al oír mis palabras. Pero, aun
así, no se acobarda. Esta hembra es muy valiente o muy estúpida. A juzgar por los
acontecimientos de esta noche, aún no puedo decidirme y me intriga descubrir
cuál de las dos cosas es.
Vuelve a hacerse el silencio entre nosotros, pero sus ojos muy abiertos me lo
dicen todo. Mis palabras la han sacudido. La delicada piel de su cuello se mueve
una vez más antes de alejarse de mí. Se ciñe la gran capa que cubre su cuerpo y
aparta la mirada.
—Está bien. Voy a descansar allí —ella hace un gesto hacia el agujero abierto
de la roca más grande. —Si hay problemas...
—No habrá problemas —ella no tiene que preocuparse por eso. No mientras
esté aquí.
Esta será probablemente la noche más segura que pasará en estas llanuras.
Asiente con la cabeza y se lleva la barbilla al pecho dos veces antes de
envolverse en la tela y sentarse en la roca. Mete las piernas bajo la capa,
protegiéndose del frío todo lo que puede, y en cuanto se acomoda, se hace el
silencio absoluto. El aire nocturno está tan quieto como los inmóviles granos de
arena bajo nuestros pies.
Silencio. Hasta que oigo un suave murmullo.
—¿Qué clase de cazador no se preocupa por lo que caza?
Su susurro es silencioso, pero lo oigo de todos modos. Me llega directamente
a través de la quietud. Esos penetrantes ojos azules me miran fijamente y por
primera vez sonrío.
¿Qué clase de cazador no se preocupa por lo que caza?
Sólo del tipo que sólo se preocupa por la emoción de la persecución.
Capítulo 9
Elsie
***
No sé cuándo me duermo. Sólo sé que algo cambia en el aire y, cuando abro
los ojos, unos orbes verdes luminiscentes, que brillan tanto que parecen blancos,
están justo encima de mí. Me sobresalto justo cuando el desconocido me presiona
con un dedo en los labios.
—Chispa de Fuego... no hagas ruido.
Me quedo paralizada, con la respiración entrecortada, y el pánico me hace
abrir mucho los ojos mientras miro fijamente al desconocido.
Me quedé dormida. Joder.
Me invade un sentimiento de decepción. Le sigue la inquietud. ¿Qué hace tan
cerca?
Intento moverme, poner distancia entre nosotros, pero es inútil. Me aprieta
tan fuerte que no puedo moverme. Me entra más pánico. Levanto el brazo para
empujarlo y poder moverme, pero él se mueve más rápido que yo. Mi brazo se
detiene en el aire, su puño se cierra alrededor de mi muñeca y me agarra la mano
sin siquiera mirarme.
Su dedo aprieta con más fuerza mis labios, haciéndome callar mientras su
extraña mirada se clava en la mía. —Cuidado, Chispa de Fuego —me dice en un
murmullo bajo que sólo yo puedo oír. —Golpearme la mandíbula con tu bonito
puño te hará más daño a ti que a mí.
Maldito bastardo arrogante. No estaba apuntando a su mandíbula. Tal vez
debería haberlo hecho.
Me agarroto, el corazón me late con fuerza mientras la incertidumbre se
mezcla con el pánico que me he esforzado por ignorar. Estoy sola en la selva con
un mercenario. Siempre ha sido un riesgo y he imaginado situaciones similares
miles de veces.
Espero a que haga su siguiente movimiento. Espero a que haga algo para
poder responder. No puedo ver una mierda, pero si intenta algo, la punta de mi
blaster debería apuntar directamente a su polla. A los mercenarios como él les
gustan las cosas preciosas. Estoy seguro de que esas joyas no valdrán mucho una
vez rotas.
Pero no dice nada. No intenta avanzar sobre mí. No suelta mi muñeca.
Tampoco levanta su dedo de mis labios.
Me mira fijamente, pero entonces su cabeza se inclina ligeramente y me doy
cuenta... de que está escuchando algo. Detrás de los rápidos latidos de mi pulso en
los oídos, encuentro la suficiente claridad para que mis orejas se agudicen. Tardo
unos instantes en oír lo que debe estar escuchando. Es un sonido bajo. Lejano.
Pero envía vibraciones a través del aire que aumentan cada segundo que estoy
concentrada en él.
Vuelvo a ponerme rígida y mi ritmo cardíaco aumenta.
Conozco ese sonido. Lo conozco, simplemente porque no puede ser otra cosa.
Es el zumbido creciente de un motor. Algo grande. Mucho más grande que
cualquier moto cohete o aerodeslizador regular.
Una aeronave.
A veces vemos aeronaves en el horizonte de Comodre. El combustible que las
impulsa es escaso y suele comprarse fuera del mundo. Sólo dos especies que
conozca usan aeronaves en esta parte de Ivuria 10. Una especie con cuernos y
pezuñas llamada Beh'ni'nites y la plaga que no deja en paz a mi pueblo, los Nirzoik.
Ambos antipáticos.
Ambos escoria.
El corazón me golpea las costillas cuando el sonido se hace cada vez más
fuerte. Se está acercando. Miro fijamente al desconocido, inmóvil. No pretendía
aprovecharse de mí. Ha venido a avisarme de que se acerca la nave.
—Raspadores de arena —retumba por lo bajo.
Trago debajo de su dedo. ¿Raspadores?
—Grandes naves de poca altura dirigidas por los Beh'ni'nites —a pesar de que
está explicando todo esto, hay poca o ninguna reacción en sus ojos. Como si
simplemente estuviera exponiendo los hechos desde el fondo de su mente y no
hablando de una de las especies más temibles que deambulan por este planeta. Es
tan extraño que mantiene mi atención, alejando el pánico, la ira y el nuevo temor
de que los Nirzoik nos hayan encontrado.
No les tiene miedo. Ni siquiera un poco.
—Los Beh'ni'nites raspan el suelo del desierto, buscando restos —su cabeza
se inclina un poco más y sé que está escuchando el sonido de ahí fuera. —Sus
redes han atrapado a más de un vagabundo descuidado.
Como yo. Me quedé dormida y se me acercó sigilosamente sin que me diera
cuenta. Al pensarlo, me doy cuenta de lo fácil que le habría resultado degollarme
si hubiera querido.
Trago saliva y me relamo los labios, abriendo un poco más los ojos cuando mi
lengua roza su dedo. Su piel es tan áspera que parpadeo antes de darme cuenta
de lo que acabo de hacer.
Me congelo y siento el momento en que él también lo hace. ¿Pensé que antes
estaba quieto? ¿Inmóvil? ¿Alerta mientras escuchaba cómo se acercaba la
aeronave? Me equivoqué. Se queda rígido, como si ya no respirara.
Que. Joder. ¿Acabo de hacer?
El aire crepita entre nosotros y me pregunto si es sólo un efecto de la
aeronave acercándose y no una extensión de mi corazón palpitante. No me atrevo
a moverme cuando su mirada se desliza hasta mis labios, su atención solo hace
que sea más consciente de ellos, y se me seca la boca por razones que no debería
pensar. El instinto de volver a lamerme los labios es tan contradictorio con mi
situación y, al mismo tiempo, casi abrumador. De algún modo, me mantengo
quieta, observando cómo vuelve a clavar su mirada en la mía.
Tengo los ojos muy abiertos mientras me mira fijamente y, a pesar del
estruendo que se aproxima, no puedo decir ni una palabra. No puedo leer su
expresión. Ni siquiera puedo verle la cara. No sé si está disgustado o molesto.
Enfadado o sorprendido. Porque esos ojos, aunque iluminados, no me dicen nada.
Entonces me doy cuenta de que hay una gran diferencia entre nosotros dos.
Este desconocido... puede verme la cara, toda. Así de cerca, su mirada se mueve
sobre mi piel como una máquina tomando nota de cada detalle.
A diferencia de mí, él está hecho para atravesar la noche. Este desierto oscuro
y sin alma es su dominio. Mientras tanto, apenas sobrevivo en él. Tan pronto
como lleguemos a Comodre, tengo que sentarlo con Estella. Tener una reunión.
Tal vez sólo dos días más en las motos...
—¡Las motos! —el pensamiento me viene a la cabeza y se desliza por mis
labios, rozándolos de nuevo bajo su dedo. Su mirada sigue el movimiento, los ojos
se detienen en mi boca una vez más.
Esta vez, su pecho retumba antes de que hable. Lo siento en la boca del
estómago. Algo se aprieta entre mis piernas, una respuesta casi involuntaria, y me
obligo a no concentrarme en ello. O en mí misma. Porque debo de estar
volviéndome loca para tener algún tipo de reacción.
—¿Las motos? —finalmente pregunta. —Seguras.
Asiento con la cabeza, con el pecho ardiendo por haber aguantado la
respiración sin querer. Mi mirada se desplaza hacia donde está su dedo y otro
estruendo se mueve en su pecho. Vibra por todo mi centro, recorriendo mi
sección media hasta que las vibraciones terminan en mi cuello. Solo entonces me
doy cuenta de que este enorme macho está a horcajadas sobre mí, con sus muslos
a ambos lados de mi cuerpo mientras se inclina sobre mí. Noto los duros músculos
de sus piernas, que me aprietan de una forma que no debería ser nada
reconfortante.
—Si las motos están a salvo —mi voz sale como un susurro ronco que espero
no traicione la dirección de mis pensamientos. —¿Por qué has entrado aquí?
Hay un brillo en sus ojos.
Por un momento, no dice nada. Y entonces... —Hay escáneres en la parte
inferior de esa nave que captan hasta el más mínimo movimiento —su cabeza se
inclina un poco mientras su mirada se desliza por el lateral de mi cara, siguiendo la
línea de mi mandíbula hasta mi barbilla. Luego hacia los labios. Mi nariz. Como si
siguiera un lento camino invisible. —Si nos ven, descenderán, y no estoy de humor
para matar a un Beh'ni'nite —hace una pausa, ese brillo vuelve cuando su mirada
se fija en la mía. —A menos que quieras que lo haga.
Sacudo la cabeza demasiado deprisa y, tan cerca de él, siento el rumor de una
risa silenciosa en su pecho. Me suelta la muñeca y apoya la palma de la mano en el
suelo, a mi lado, mientras se levanta.
Fuera, el sonido del motor se acerca y, con él, el de algo que sacude el suelo a
nuestro alrededor. La roca en la que estamos vibra con tanta fuerza que caen
trozos de piedra y polvo a nuestro alrededor, y por mi mente pasa la idea de que
todo podría derrumbarse. Es suficiente para que me concentre y apoye las palmas
de las manos en el suelo áspero. Cae más polvo y el sonido se hace más fuerte.
Como enormes piezas de metal golpeándose y raspándose entre sí. Me pone los
dientes de punta y me duelen los tímpanos. El suelo tiembla, el sonido se hace
cada vez más fuerte hasta que lo siento vibrar en mi cráneo.
Encima de mí, el desconocido retira lentamente el dedo de mis labios. Percibo
su atención, esos ojos que me observan con un interés que no logro adivinar. Pero
a medida que las luces parpadeantes del rascacielos rompen la oscuridad que nos
rodea y el sonido exterior se hace más fuerte, no puedo concentrarme en él. En su
lugar, otra cosa capta mi atención. Me la roba. El sonido a mi alrededor es tan
fuerte que me lleva de vuelta a ese lugar al que no quiero volver. Un lugar que
sólo permanece en mis pesadillas.
Aprieto los dientes, sabiendo exactamente lo que está ocurriendo y rezando al
mismo tiempo para que no ocurra.
Mierda. Mierda. Ahora no. ¡Ahora no!
Tiemblo y rasco con los dedos la dura roca que tengo debajo mientras intento
recuperar el control. Apretando los dientes, lucho contra mi propia mente. Que
Dios me ayude. Creía que ya lo había superado. Hacía tiempo que no tenía un
ataque de pánico en público. He aprendido a esconderme de mis miedos. ¿Por qué
ahora? ¿Por qué aquí?
Pero sé por qué está sucediendo de nuevo. Precisamente ahora. Hay un
martilleo en mi cabeza. Una guerra entre mi voluntad y esa parte de mi mente que
se hace añicos.
Esos bebedores. Esos matones. Y por lo que pasó después también. Casi
muero. Dos veces. En poco tiempo, he tenido que enfrentarme a mi mortalidad.
Otra vez. Y parece que, en este mundo, Ivuria 10, tener que enfrentarse
constantemente a la propia mortalidad tiene un gran efecto secundario. Para mí,
son las pesadillas. Vívidos terrores reviviendo aquellos momentos que llevaron a
mi gente a este planeta.
Sólo que ahora no estoy dormida. Esto nunca me había pasado estando
despierta.
A medida que aumenta el estruendo, el suelo tiembla bajo mis pies, las luces
intermitentes de la nave que se aproxima se funden en un recuerdo de otras luces
intermitentes. Las imágenes se agolpan en mi mente y me impiden ver el
presente. Lucho contra ellas, sabiendo que ninguna es real. Pero fracaso.
De repente me siento ingrávida. El desierto de Ivuria 10, el extraño, el
rascacielos, todo ha desaparecido. Las paredes familiares de la nave nodriza en la
que pasé mis dos primeras décadas de vida me rodean.
Las luces de advertencia de nuestra nave parpadean en una secuencia
repetitiva, las alarmas suenan mientras toda la nave se sacude. Grito cuando la
ingravidez cesa de repente y me golpeo contra el suelo, sólo para que el control de
gravedad vuelva a activarse y mi cuerpo flote, ingrávido una vez más. A mi
alrededor, cuelgan del aire objetos que no deberían estar allí. Objetos pesados.
Objetos ligeros. Grandes. Pequeños. Los clips magnéticos que los sujetaban han
fallado. Todo el sistema de la nave no funciona.
Delante de mí, un reguero de sangre flota en pequeños glóbulos y, como a
cámara lenta, me llevo la mano a la nariz ensangrentada.
Es entonces cuando las luces empiezan a parpadear con una urgencia
cegadora mientras estalla el caos. La nave se estremece, el metal gime como si
estuviera siendo retorcido por una gran fuerza. Gritos ahogados y alarmas
resuenan en todas direcciones.
Otro impacto que me rompe los huesos me golpea contra el techo antes de
que el sistema de gravedad, que está fallando, me haga girar ingrávida de nuevo.
Capto destellos del pasillo: escombros que vuelan, cables que chisporrotean,
máscaras de oxígeno que cuelgan inútiles de las paredes. El hedor a plasmold
quemado ahoga el aire.
Por encima del pandemónium lo oigo, el auge distinto y el silbido único a sólo
una cosa. Una explosión.
Hemos sido violados.
Oigo una voz que no coincide con mi memoria. Una voz que intenta sacarme
del terror de mi propio dolor.
—¿Chispa de Fuego?
El desconocido. Me está diciendo algo, pero, aunque intento aferrarme a su
voz, como si fuera una pista que me guiara de vuelta al presente, el sonido que
nos rodea me hunde aún más.
Me ahogo en el dolor mientras nuestra nave se sale de órbita, cayendo en la
atmósfera de Ivuria 10 sin ningún control que nos detenga. Aprieto los ojos y
siento los dedos mojados cuando los levanto del suelo rocoso y presiono las
manos contra los oídos, intentando desesperadamente detener el sonido y con él
los recuerdos a los que no quiero enfrentarme. Aquí no. Ahora no.
No puedo derrumbarme delante de un completo desconocido. No puedo
mostrar lo vulnerable que soy.
Incluso tapándome los oídos, puedo oír que el estruendo del exterior se
intensifica. Grandes nubes de polvo y arena vuelan hacia el pequeño agujero,
reduciendo la visibilidad, ahogando mi aire, y me acurruco sobre mí misma. O, al
menos, lo intento; pero no puedo. No con el cuerpo del desconocido apoyado
sobre el mío. Todo su cuerpo me obliga a reconocer su presencia. Me impide
acurrucarme y esconderme de todo esto.
Y de repente, todo se ralentiza. El sonido del barco rascador disminuye. Los
recuerdos que ha resucitado se desvanecen lentamente. Y el calor de dos grandes
manos que presionan con fuerza sobre las mías me hace retroceder.
Entrecierro los ojos a través del polvo y la arena que se arremolinan en el aire,
y al abrirlos me doy cuenta de que tengo las manos del desconocido sobre las
mías. Presionando mis oídos. Bloqueando el sonido. Le miro fijamente, sin
entender por qué me está ayudando. No me creo que lo esté haciendo y que no
sea un truco de mi mente. Pero entonces, entre las luces parpadeantes, vislumbro
su cara. Esos ojos brillantes me miran con un conocimiento que me tiene
paralizada.
Sabe lo que me pasa.
Su cara está a centímetros de la mía, tan cerca que sólo puedo verle a él. No
tengo más remedio que encontrarme con su mirada. Concentrarme en él y sólo en
él. Encontrarme con esa mirada profunda y cómplice, con sus ojos clavados en los
míos. No habla, sólo mantiene mi atención fija en él, bloqueando el mundo
exterior con sus manos apretadas sobre las mías.
Este extraño varón sin nombre me mantiene concentrada en él. Compasión
que nunca hubiera esperado de un ser tan anárquico. Uno tan letal que ni siquiera
debería tener corazón.
Se hace más fuerte ahí fuera, el sonido aumenta tanto que atraviesa la
barrera de las manos de ambos. Bajo la barbilla y se me escapa un gemido antes
de que pueda contenerme.
Hay un estruendo de respuesta.
Se inclina más cerca, presionando contra mis piernas. Presionándome. Mi
frente choca contra su pecho mientras él se inclina, recibiendo la peor parte de las
partículas voladoras y permitiéndome respirar un momento. Acurrucada contra él,
parte del miedo que invade mis recuerdos se disipa. Tengo un momento para
pensar, para alejar los pensamientos que amenazan con tragarme entera. Tengo
un momento para estar presente, incluso cuando el sonido exterior es cada vez
más fuerte.
La nave y la red que arrastra tardan un rato en pasar y, en todo momento, me
siento cerca de él como si fuéramos algo más que meros extraños reunidos a
través de una ofrenda de créditos y la posibilidad de un derramamiento de sangre.
Me pongo rígida en el momento en que el sonido del barco empieza a
apagarse, esperando a que se aleje y, sin embargo, deseando, sólo un poco, que
no lo haga. Porque si lo hace, verá el terror que aún persiste como un espectro
tras mis ojos. Verá que soy más débil de lo que pretendo ser. Sabrá que soy
vulnerable. Y aquí, los vulnerables son usados. Abusados. Asesinados.
Descartados.
Pasa un minuto después de que el sonido de la nave se apague por completo,
y otro antes de que el desconocido me suelte por fin. No puedo mirarle. No tengo
fuerzas para levantar la mirada.
Nuestra nave nodriza se estrelló en Ivuria 10 hace toda una década. Ya
debería haberlo superado. Las pesadillas. El trauma.
Mantengo la mirada apartada mientras el desconocido me suelta del todo y,
por primera vez, agradezco de verdad que no hable mucho. No tengo que
explicarle qué demonios acaba de pasar y me alegro de que él tampoco pregunte.
Porque no estoy segura de poder explicárselo, aunque lo hiciera. Ni siquiera
Estella sabe lo de las pesadillas. Nunca he dejado que nadie más me vea
derrumbarme así.
Estoy, francamente, avergonzada.
El desconocido se mueve y se levanta, sale de la pequeña cueva y desaparece
en la oscuridad. Por un momento, me quedo tumbada mirando la noche.
Todo el suelo de la pequeña cueva de roca está ahora lleno de una gruesa y
fresca capa de arena. Está en mi pelo, incrustada en mi ropa. Aún hay partículas
incluso en mi lengua. Y, sin embargo, no puedo moverme. El tiempo pasa mientras
permanezco allí en la oscuridad, dejando que me trague un poco. Dejando que la
oscuridad dentro de mí se filtre en ella.
Cuando no oigo nada fuera y el desconocido no regresa, me levanto sobre
piernas temblorosas, tirando del poncho con fuerza mientras salgo del pequeño
refugio.
No le veo, no veo nada, pero al moverme casi tropiezo con un terreno
irregular. Me detengo y palpo el suelo con la punta de la bota. Hay surcos, líneas
profundas excavadas en la arena a unos cinco centímetros de distancia. Antes no
estaban ahí y supongo que se deben a la nave. Me alejo un poco más, contando
con los pies, y me detengo al llegar a diez, pues no quiero alejarme demasiado de
las rocas. Incluso entonces, me doy cuenta de que hay más.
Si mi moto hubiera estado donde la dejé, la habrían arrastrado y metido en
esa nave. Sólo con ese pensamiento, giro la cabeza hacia donde estaba aparcada.
Lentamente, me dirijo hacia allí y, efectivamente, la moto ha desaparecido.
Dijo que lo movería, pero ¿dónde? ¿Y dónde demonios está?
—¿Zamari? —susurro, usando la mano para tantear la roca. Hace tanto frío
aquí que tiemblo incluso con el poncho.
—¿Zamari? —vuelvo a llamar y casi me sobresalto cuando una mano pesada
se cierra sobre mi hombro.
Giro para enfrentarme a... la oscuridad, y un grito burbujea en mi garganta
justo antes de que dos ojos se iluminen de repente justo delante de mí.
Sus ojos.
Las palabras se detienen en mi garganta cuando la piel de su cuello y sus
brazos brilla un instante antes de volver a oscurecerse.
—¿Las motos? —me aclaro la garganta. Me cuesta mirarle a la cara después
de chuparle el dedo y perder la cabeza delante de él.
—Por aquí —su voz es tranquila, sin afectación, y vuelvo a reñirme. ¿Quién
soy para él? Probablemente ni siquiera le importe.
Debe de darse cuenta de que no veo una mierda, porque se agacha y me coge
el codo, con un tacto mucho más suave de lo que debería, mientras me lleva
lentamente a un lado de las grandes rocas. Allí, en una cueva más pequeña, las
motos están una al lado de la otra.
Se acerca a la suya y juguetea con algo en el compartimento y lo miro con
palabras en la lengua que no sé cómo decir. Al final opto por lo obvio.
—Gracias.
Lo que sea que esté haciendo, se detiene. Su mirada me encuentra y creo que
va a decir algo que me desconcierte como suele hacer. Pero no dice nada. Termina
de coger lo que sea con lo que estaba jugueteando y vuelve a cogerme del brazo.
—Está bien, puedo encontrar el camino de vuelta.
—Esto es más rápido.
Abro la boca para discutir, pero tiene razón, así que aprieto los labios y dejo
que me lleve de vuelta a la pequeña cueva en la que estaba descansando. Entro y
espero que haga lo mismo que antes: desaparecer de nuevo. Pero esta vez me
sigue.
De repente, la luz atraviesa la oscuridad y entrecierro los ojos ante el pequeño
disco hexagonal iluminado que él deposita en el suelo. El resplandor es suficiente
para iluminar el pequeño espacio que nos separa y mi respiración se entrecorta
cuando veo su rostro. No hay sombras. No hay oscuridad tras la que esconderse.
Me quedo muda cuando la luz revela sus rasgos por primera vez.
Las escamas que parecen cubrir su cuerpo se desvanecen justo a la mitad de
su cuello, desapareciendo en un bronce suave que parece mezclado con polvo de
estrellas de colores. Es bronce y, sin embargo, veo tonos púrpura y rosa mezclados
en su piel dependiendo de cómo le dé la luz. Y luego están los pómulos altos, la
mandíbula fuerte y los labios carnosos que se unen a la luz como si hubiera sido
creado por un gran artista.
Mis ojos se mueven sobre las elegantes puntas de sus orejas, el fuerte bloque
de su cuello... Es absolutamente hermoso de una manera de otro mundo.
Sus músculos se ondulan sutilmente bajo su ropa mientras se mueve y, de
repente, soy hiperconsciente de su presencia física en el pequeño espacio. De
pronto soy consciente de que no hacía mucho que me había estado apretando con
ese mismo cuerpo. Se me calientan las mejillas y bajo la mirada. Qué extraño.
Pensaba que yo era muchas cosas. Que me afectara fácilmente la mera apariencia
física de un hombre no era una de ellas.
Arriesgo otra mirada furtiva y se me corta la respiración cuando esos ojos
verdes se cruzan con los míos. En sus profundidades parpadea la diversión, como
si percibiera mi incomodidad.
—¿Qué pasa, Chispa de Fuego?
¿Chispa de Fuego? ¿Por qué me llama así?
Su voz profunda acaricia mis sentidos de un modo que no debería. —¿Me
encuentras tan horrible en la luz?
—No —respondo demasiado rápido y quiero morderme la lengua por
traicionar mi torpeza. —No eres horrible en absoluto —eres un hermoso
espécimen masculino que hace que incluso los machos de mi especie se acobarden
en comparación. Pero, por supuesto, no puedo decir eso. Ni siquiera debería
pensarlo.
El más mínimo atisbo de sonrisa se dibuja en sus labios y al instante sé que
está jugando conmigo. Se acerca y me quedo paralizada, con el pulso acelerado.
—Siéntate.
Me agarro al dobladillo del poncho y le miro fijamente. Es sólo la segunda vez
que me ordena que me siente y me doy cuenta de que se está convirtiendo en una
costumbre. Al menos, esta vez no me exige que me siente sobre él, y sólo por eso
obedezco. Desciendo hasta el suelo y me siento sobre él, con la capa de arena
fresca amortiguando la superficie fría y rocosa.
—¿No deberías apagar esa luz? —pregunto, desviando la mirada hacia el
hexágono que hay entre nosotros. —¿No llamará la atención?
Seguramente con esa nave rascacielos no muy lejos, podrían ver la luz en la
distancia. Aunque, no sé hasta dónde se extiende la luz, o si realmente serían
capaces de verla tan lejos. Lo último que quiero es que den la vuelta y regresen
por este camino para investigar. Y ciertamente no quiero que mi propio cerebro
me traicione de nuevo y me haga gemir en los brazos de este extraño.
Se mueve, sacándome de mis pensamientos mientras se arrodilla para que
estemos a la altura de sus ojos, y al mismo tiempo se me hace un nudo en la
garganta. Aparto la mirada, porque si le miro a los ojos es como si pudiera leer
cada pensamiento que pasa por mi cabeza. Y los pensamientos que allí se
forman...
Joder. Nunca consideré esto antes de dejar Comodre. No había sido algo a
considerar. ¿Pero cuánto tiempo ha pasado? ¿Cuánto tiempo ha pasado desde
que... me di placer a mí misma?
Demasiado tiempo para que reaccione así.
—La atención es fácil de manejar —me dice, y esas cuatro palabras me
recuerdan que le he hecho una pregunta. Con esa simple frase, elimina mis
temores. ¿La atención es fácil de manejar?
En otras palabras. Quienquiera que venga él puede ocuparse fácilmente de
ellos. Palabras confiadas que no deberían aumentar mi comodidad. Está hablando
de posiblemente matar a cualquier intruso. Pero eso es exactamente para lo que
le estoy pagando.
Flexiona el brazo y deja lo que llevaba en la mano todo el tiempo. Algo de lo
que me acabo de dar cuenta porque he estado tan fascinada por su existencia. Un
pequeño baúl. Más grande que su mano. De metal. Me quedo mirándolo,
esperando a que lo abra para ver lo que esconde.
—Será mejor para ti si puedes ver lo que voy a hacer.
Frunzo ligeramente el ceño, con una pregunta en los ojos. ¿Qué está a punto
de hacer?
Cuando abre el baúl, aparecen varias jarras pequeñas con etiquetas que no
puedo leer. Y gasas. Muchas gasas.
Enarco las cejas cuando apoya el codo en una rodilla, estira el brazo hacia mí
con la palma hacia arriba y espera. Solo puedo mirarle, confusa.
—Tus manos —dice. Baja la cabeza lo suficiente como para que su mirada me
atraviese desde justo debajo del ala de su sombrero, haciendo que mi corazón lata
a un ritmo que no debería. Me hace sentir como si esa mirada me desnudara.
Como si tuviera que coger mi poncho para asegurarme de que sigue ahí.
Envolverme en él para ocultar cada parte vulnerable de mí.
—¿Mi mano? —tartamudeo, levantando la mano de donde aún agarro el
poncho. Sólo entonces veo la mancha roja. Solo entonces veo que tengo las yemas
de los dedos raspadas y ensangrentadas.
Parpadeo al ver la sangre, sin conciliar inmediatamente lo que veo con la
realidad. ¿Estoy... sangrando?
Mi mirada se desplaza de nuevo hacia el desconocido a tiempo para ver cómo
se le encienden las fosas nasales. Aprieta las mandíbulas y siente un rugido en el
pecho que se interrumpe en cuanto le miro. Durante un tiempo que parece muy
largo, ambos nos quedamos inmóviles. Con lo que parece ser un gran esfuerzo,
aparta su mirada de las yemas de mis dedos y trago saliva cuando veo algo que
debería hacerme gritar y salir corriendo. Algo que debería activar mis instintos. La
necesidad de preservarme ante todo lo demás. Y, sin embargo, permanezco
inmóvil. Apenas respiro mientras miro a ese ser que tengo delante y que parece
más una criatura peligrosa que otra cosa.
Su hermosa mirada verde se ha vuelto completamente oscura. Negra. Todo lo
consume. Como el vacío que nos rodea.
Espero a que haga algo. Que me gruña. Que se abalance. Que me ataque
como sé que le dice la sed de sangre de sus ojos.
Pero... no lo hace.
Sigue estando rígido.
Entre nosotros no hay palabras y, sin embargo, parece como si se dijeran mil
cosas. ¿Qué criatura peligrosa se arrodilla ante lo que está a punto de desgarrar?
¿Qué criatura peligrosa no se mueve ni un milímetro, como si esperara mi permiso
para reaccionar?
Me hago otro nudo en la garganta al mirar esos ojos extrañamente oscuros.
Espero sentir la frigidez de esa mirada. Sentir un miedo crudo e incontrolable. Lo
único que siento es asombro.
—Te has hecho daño —dice por fin. Su voz ha bajado una octava, casi gutural
ahora, como si le costara hablar, y mi mirada vuelve a la sangre de mis dedos.
—Me los dañé en la roca cuando pasaron los Beh'ni'nites.
Parpadeo ante mis dedos. No sé qué decir. Yo... no sentí el dolor. Sigo sin
sentirlo. Mi cerebro quiere concentrarse en otras cosas. Como la forma en que
puedo ver la huella de sus colmillos detrás de sus labios mientras aprieta las
mandíbulas con fuerza.
Siento la respiración como un bloque duro en el pecho que no puedo empujar
por las vías respiratorias.
Tiene escamas. Colmillos. Orejas puntiagudas. No tiene cola. Garras, aunque
no están extendidas en este momento. Puede ver en la oscuridad. También oye
bastante bien. Y sus ojos sangran a negro.
No se parece en nada a los Nirzoik, Beh'ni'nites, o cualquiera de las otras
especies de la pirámide de este planeta. Estaba en lo cierto. Sea lo que sea, no es
de aquí.
Sea lo que sea, es peligroso.
Y quizá esa sea la clave para que esta misión tenga éxito.
—Toma —me coge la mano con la misma suavidad con la que antes me había
cogido el brazo. Demasiado suave. Como si tuviera miedo de tocarme. Es todo tan
extraño que, al contacto de su piel con la mía, se me pone la carne de gallina
desde la punta de los dedos hasta la punta de las orejas. Me obligo a no moverme
mientras él coge uno de los frasquitos y abre la tapa, humedece una gasa y limpia
la yema del primer dedo.
De nuevo, sus fosas nasales se agitan y exhala con tanta fuerza que puedo
oírlo. ¿Puede oler mi sangre? ¿O es el antiséptico? No llego a reflexionar sobre las
diferentes reacciones porque, un instante después, el dolor del antiséptico me
atraviesa el dedo.
Me escuece y se me escapa un silbido entre los dientes. Mi mano se sacude
en la suya, el reflejo de apartarla es demasiado fuerte. Pero él me sujeta con más
fuerza y una suave ráfaga de aire frío sopla sobre la herida, enfriando el calor del
dolor. Esos ojos oscuros se dirigen a los míos y, de nuevo, me quedo sin habla.
Intento no reaccionar cuando acerca mi mano a sus labios y vuelve a hacerlo. Una
ráfaga de aire frío sale de sus labios mientras nuestras miradas se cruzan. Con su
aliento, ahuyenta el dolor.
—¿Mejor?
El nudo en la garganta se me hace diez veces más grande y lo único que
consigo es asentir en silencio.
Uno a uno, se ocupa de los demás dedos, soplando en cada uno mientras me
clava la mirada, y pronto todos los dedos están limpios y vendados con una gasa
fina.
En cuanto termina, me suelta y se levanta. Se mueve tan deprisa que ni
siquiera llego a hablar. Alcanza el pequeño baúl, lo cierra con premura, y un
momento después, la luz se apaga al desactivar el disco hexagonal. Abro la boca
para agradecerle lo que ha hecho. Pero no puedo. En un momento está
recogiendo. Al siguiente, se ha ido. La oscuridad desciende y vuelvo a estar sola.
Suelto un suspiro tembloroso y vuelvo a mirar fijamente hacia la oscuridad
desconocida que tengo ante mí, el calor de mis mejillas probablemente sea
suficiente para calentar todo el desierto mientras escucho sus pasos retirarse.
¿Qué demonios acaba de pasar?
No puedo entenderlo, pero hay algo que sí comprendo. El aleteo en mi pecho.
El latido inestable de mi corazón. Cosas que tal vez no pueda seguir ignorando.
Suelto otro suspiro tembloroso mientras me apoyo en la áspera roca, con la
mente en blanco.
Se va un rato y me quedo en silencio hasta que los ojos vuelven a pesarme.
Cuando le oigo volver, sigo mirando al cielo nocturno con los ojos apenas abiertos.
Sólo un leve movimiento y la mínima visibilidad me hacen ver su silueta cuando se
apoya en una de las rocas cercanas.
Permanece allí, en la oscuridad. Sin interrumpir el silencio entre nosotros. Sin
decir una palabra.
—¿Zamari? —susurro.
No creo que me oiga, pero unos segundos después, sus ojos se iluminan y
descubro que me ha estado mirando todo el tiempo. Joder. Creo que nunca me
acostumbraré a eso.
—Gracias —le digo. —Por ayudarme. Otra vez.
Sólo pasa un momento antes de que responda, con esa voz profunda que
vibra en el aire y llega hasta mí como si quisiera acariciarme la piel.
—Me lo debes, Chispa de Fuego.
Asiento con la cabeza, con las mejillas encendidas. —Claro. Claro que sí. Sí, ya
lo sé.
Pago triple. Le debo más de la mitad de lo que ya he pagado. Por supuesto, él
se asegurará de que viva, así le pago. Y, sin embargo, una parte tonta de mí
aprecia su ayuda como si esta relación que tenemos de repente fuera más que
eso.
Tonta, tonta.
Le miro fijamente a través de la oscuridad, dejando que mi mente divague.
Es despiadado. Le he visto matar a más de diez machos sin pensárselo dos
veces ni mostrar arrepentimiento. Sin embargo, me trata con una dulzura que
contrasta con el macho que se supone que es. Es una contradicción. Una que me
hace preguntarme quién es realmente.
—Yo... no te entiendo —admito finalmente.
Mis palabras caen en el silencio sepulcral de la oscuridad y no espero que
responda.
—¿Es necesario?
Una leve sonrisa asoma a mis labios. Tiene razón, por supuesto. ¿Lo es?
La respuesta es no. No, no lo es.
Me estoy adelantando. Esta... relación, si es que puedo llamarla así, es simple.
Ambos jugamos nuestro papel y al final tomamos caminos separados. Nada más
que eso.
—¿Puedes decirme al menos una cosa? —sopesando si debo continuar,
decido ¿por qué no? —¿Cómo te llamas?
Más silencio.
—Sólo unos pocos tienen el placer de conocer mi nombre —dice al cabo de
unos instantes.
Asiento con la cabeza. —Por supuesto —mi mirada se desplaza de nuevo al
cielo nocturno. —Aquellos en los que confías —susurro. —Aquellos a los que
amas.
Espero, pero su nombre nunca llega.
—Supongo que te llamaré 'Zamari' entonces.
—Tú, Chispa de Fuego, puedes llamarme como quieras.
No sé por qué sus palabras me hacen sonreír cuando no deberían. No hay
nada por lo que sonreír. De vuelta en Comodre, la gente depende de mí. Mi vida,
la de Kiana y la de Estella dependen de este viaje.
—Soy Elsie —le digo unos instantes después, con la cabeza echada hacia atrás
y la mirada fija en el cielo estrellado. Pasan unos instantes entre nosotros, un
silencio confortable mientras contemplo esos mundos lejanos.
—Miras las estrellas... —dice al cabo de un rato. —Como si quisieras subir allí
y no volver a casa.
Sus palabras hacen que una especie de sonrisa triste se dibuje en mis labios.
—Allá arriba... está el único hogar que conozco... —susurro, apartando la
mirada de la vista antes de que mis recuerdos me ahoguen de nuevo. —Pero eso
fue antes de caer en este lugar maldito.
He compartido una parte de mí que no pretendía. Demasiado para mantener
esto estrictamente profesional. Pero veo que a ninguna parte de mí le importa que
haya revelado tanto.
Probablemente porque me ha visto en mi momento más vulnerable.
Probablemente porque es un extraño que no sabe nada de mí. Es fácil abrirse a él,
porque cuando esto termine, me olvidaré de él, y él se olvidará de mí.
El silencio entre nosotros se alarga y me acomodo contra la áspera pared de la
cueva, envolviéndome en el poncho.
Planeo permanecer despierta, pero la noche es larga y pronto los párpados se
me hacen más pesados. Me desplomo aún más contra la roca, el sueño me
arrastra hacia abajo, el peso de permanecer consciente es demasiado. Cada vez
que me sobresalto al despertar, esos ojos luminosos se posan en mí y, finalmente,
permito que mis párpados se cierren. Porque, por primera vez desde que aterricé
en esta roca abandonada, siento algo dentro de mí que casi había olvidado. Algo
que fue ahuyentado hace mucho, mucho tiempo.
Me siento... segura.
Capítulo 10
Elsie
Me despierto sobresaltada.
Una luz brillante brilla dentro de la pequeña cueva, haciéndome entrecerrar
los ojos. Ivuria ya se ha levantado, asomando por el horizonte con su habitual
poder abrasador. La línea resplandeciente que rodea al oscuro sol brilla en el cielo
despejado y sin nubes. Es un espectáculo para la vista. Probablemente lo más
extraño y hermoso de este planeta. A lo lejos, en el vacío, puedo ver las tenues
formas de los tres planetas más cercanos de este sistema estelar. Dicen que son
tan áridos como el número diez. Algunos incluso peor.
Mi mirada se dirige inmediatamente al lugar donde estaba el forajido cuando
me dormí, pero ya no está allí. En lo más profundo de mi pecho, siento algo
parecido a una decepción.
Algo debe andar mal conmigo.
Me levanto, me estiro, apartando el sueño de mis doloridos huesos mientras
me levanto y me quito toda la arena que puedo de la ropa. Doy dos pasos fuera de
la cueva y me detengo en seco. Ante mí, hileras e hileras de surcos se abren en la
arena.
Anoche había contado diez. Ahora que es de día, me doy cuenta de lo lejos
que estaba. Debe haber cientos. ¿Qué tan grande era esa nave? Si el Zamari no
hubiera estado aquí conmigo anoche... o peor... si esos raspadores me hubieran
pasado de camino a Calanta, puede que ni siquiera hubiera llegado a la ciudad.
Tiemblo a pesar de que el aire se está calentando y me rodeo con los brazos.
Mis dedos rozan el poncho y la extraña sensación me hace fijarme en las yemas de
los dedos. La gasa es negra, envuelta cuidadosamente alrededor de la punta de
cada dedo con una precisión casi robótica. Parece más un accesorio que algo que
proteja mis heridas. Es un tipo extraño de gasa que nunca había visto antes.
Bloquea todo rastro y visión de mi sangre.
Probablemente sea lo mejor.
Mi mirada se desplaza por encima del hombro mientras busco al Zamari, pero
sigue sin aparecer.
La forma en que me había mirado anoche. La forma en que sus ojos se
volvieron completamente oscuros. El recuerdo me hace estremecer de nuevo,
pero esta vez por otros motivos ajenos a la temperatura.
Hay movimiento en mi periferia y me sobresalto, con la atención puesta en
esa dirección.
Está ahí de pie, tan glorioso como anoche, cuando la luz lo iluminó. Sólo que
ahora lleva el sombrero bajo y apenas puedo ver sus rasgos. Entonces, ¿cómo
puedo sentir su mirada recorriéndome, moviéndose sobre mi piel, aunque esté
vestida?
Me aclaro la garganta. —Te has levantado temprano.
Hoy su mirada es verde, pero no por ello menos intensa. Esos ojos no se
apartan de mí cuando levanta una mano y se inclina suavemente el sombrero. Ni
siquiera es sexual. ¿Por qué es tan atractiva esa acción?
Mis mejillas se calientan. —Sólo necesito... uh...
Miro hacia las rocas y estoy segura de que lo entiende. Mis mejillas arden un
poco más mientras me apresuro a salir de su campo de visión para aliviar mi vejiga
dolorida. No hay nada como estar agachada sobre una arena tan caliente que sale
vapor cuando orinas en ella. Me digo a mí misma que ese chorro de vapor es la
razón por la que ese pequeño nódulo entre mis piernas se hincha y palpita, y que
no tiene nada que ver con el Zamari.
Cuando me arreglo la ropa y salgo de detrás de la roca, él sigue de pie en el
mismo sitio.
Vuelvo a aclararme la garganta y me bajo la falda. —¿Listo?
Sólo hay un ligero movimiento de sus labios. El fantasma de una sonrisa.
—Guía el camino, Chispa de Fuego.
Ese apodo otra vez. Suena demasiado íntimo. Como si me conociera desde
hace años. Intento fingir que no me afecta.
Levanto la barbilla y asiento con la cabeza antes de caminar hacia el otro lado
de las rocas, adonde me había llevado la noche anterior. Ya ha preparado las
motos para partir. Abro el compartimento de la mía y bebo un poco de agua antes
de mirar hacia él. Pero el Zamari ya está subido en su moto, con la mirada oteando
el horizonte. Me encojo de hombros y subo a la mía. No sé si ha dormido esta
noche. No le he visto comer y, desde luego, tampoco parece tener ganas de beber.
—Vámonos —me sacudo la barbilla y arranco el motor. Lucha, se ahoga un
par de veces, el motor arranca y se apaga poco después. Lo intento de nuevo, pero
ni siquiera se mueve la segunda vez. Lo intento una vez más y mi mirada se
desplaza hacia el Zamari, que me observa con un ceño tan fruncido que casi no lo
tiene.
—No te preocupes, esto... —al menos, rezo para que así sea. ¿Cómo voy a
volver a Comodre sin ella? Le dedico una sonrisa tensa, la vergüenza tiñendo mis
mejillas mientras intento poner la moto en línea. Debe de estar preguntándose
cómo demonios voy a pagarle si ni siquiera tengo una nave que se mueva.
—Joder —estoy a punto de bajarme y abrir el panel de control cuando la
moto resopla y vuelve a la vida. El alivio me enciende el alma y le miro triunfante,
con una sonrisa en los labios. —¡Ves!
Juro que veo un resoplido de risa salir de su nariz.
Le echamos el jugo justo para animar el motor y nos pusimos en marcha.
Por leguas, viajamos. Yo delante, el Zamari detrás, y cuanto más nos
acercamos a Comodre, más juego con los escenarios en mi cabeza. Le estoy
pidiendo que arriesgue su vida para protegernos a mí y a Kiana, y ni siquiera
conoce los detalles de todo aún. ¿Y si cambia de opinión cuando llegue? ¿Y si es
demasiado para él afrontarlo solo?
Los Nirzoik son aterradores. He visto a muchos de nuestros colonos morir a
sus manos por la más mínima falta de respeto.
La preocupación me invade. Tanto que no me doy cuenta inmediatamente
cuando la moto del Zamari se acerca a la mía hasta que rodamos al mismo ritmo
codo con codo.
Le miro, preguntándome por qué se ha parado a mi lado cuando ha viajado
todo el tiempo detrás. Pero su mirada está fija hacia delante, sin dar señales.
Me subo la visera para poder gritar lo bastante alto como para que me oiga
sin que la velocidad arrastre mis palabras al viento. —¿Qué pasa?
Me mira con una dureza en los ojos que ya había visto antes, cuando mató a
esos hombres en el aparcamiento. —Hay una tormenta —dice finalmente. —A
varias leguas.
—¿Una tormenta?
Parpadeo, momentáneamente confusa, antes de volver la mirada hacia
delante. No veo nada en el horizonte. Todo parece tan muerto y sin vida como
siempre en esta llanura infinita.
—Reduce la velocidad —me dice, y, por alguna razón, lo obedezco
automáticamente como si fuera algo natural, y suelto el acelerador tan
bruscamente que la moto da un respingo y casi se para.
—¡Mierda! —consigo pararlo antes de que lo haga. No estoy segura de que
vuelva a arrancar si se apaga el motor.
Su moto reduce la velocidad en sincronía con la mía, frenando a gatas antes
de detenerse.
Me subo la visera y entrecierro los ojos para ver el cielo despejado. No hay
nada. Al menos, nada fuera de lo normal. A lo lejos, unas finas nubes rosas flotan
sin rumbo. Todo parece normal.
—Ya está —mueve la barbilla hacia delante y vuelvo a entrecerrar los ojos. No
hay nada.
Mi mirada se dirige hacia él, pero la seriedad absoluta de su mirada, el
endurecimiento de sus facciones, es lo único que me dice que no está bromeando.
Se baja de la moto, abre el compartimento de almacenamiento y saca una botella
que no reconozco. Se dirige a la parte trasera de la nave, donde están los cohetes,
abre la botella y salpica un poco del líquido en su interior, cubriendo la cámara.
Es un olor extraño que flota en el aire. Uno que he olido antes. En el Nirzoik.
Miro la botella, con un malestar en la garganta.
—Líquido Zyka —dice, sin mirarme mientras se acerca a mi moto y hace lo
mismo. —No inflamable. Protegerá cualquier cosa de una llama. Pero también
evitará que tus cohetes se obstruyan con arena.
Fluido Zyka. He oído hablar de él antes. Un mercader de paso intentó
vendérnoslo en Comodre, diciendo que protegería nuestras cabañas de la ira de
los Nirzoik. ¿Su precio? Un año de gemas de las minas. No hace falta decir que
este fluido mágico no ha recubierto ninguna cabaña de nuestra colonia.
Mis ojos se abren de par en par al ver al Zamari salpicar el líquido con tanta
generosidad que podría atragantarme. Es como ver cómo las gemas que he
desangrado para desenterrar de las implacables rocas son arrojadas sin cuidado.
Frunzo el ceño mientras lo observo. Ya hay un mecanismo para evitar que la arena
atasque los cohetes. Estas cosas se hicieron para las llanuras. Es casi como si se
estuviera preparando para una catástrofe.
Vuelvo la vista hacia nosotros, entrecierro los ojos y me concentro. Sigo sin
ver nada y estoy a punto de decirle lo mismo cuando una fina ráfaga de brisa me
roza ligeramente la piel descubierta.
Hago una pausa, levantando el brazo mientras observo cómo las finas fibras
que recorren el poncho se mueven con la ligera brisa.
¿Viento? ¿Aquí fuera?
Mi mirada vuelve a la vista y se me hace un nudo en la garganta cuando el
forajido guarda el líquido zyka y sube de nuevo a su nave.
Entonces lo veo. Tan pequeño que parece una delgada pared que se funde
con el suelo que se encuentra con el horizonte por delante. —Eso es una mierda.
La línea se agranda cuanto más la miro, al tiempo que otra suave ráfaga de
viento fluye sobre mí.
—Diablo de arena —susurro. Mi mirada vuelve a la suya. —Es el séptimo mes.
No suelen formarse hasta el primero, en año nuevo —al menos, no después de
que pase la temporada de lluvias y las llanuras vuelvan a secarse. Y aún no hemos
tenido temporada de lluvias.
Su mirada se endurece un poco, la mandíbula tintinea mientras aprieta los
dientes.
Tengo razón, por supuesto. No es temporada para esas tormentas. Es una de
las razones por las que me arriesgué a hacer este viaje ahora. Se supone que ahora
es el momento más seguro para atravesar las llanuras. Cuando las llanuras están
en calma. Antes de que lleguen las lluvias.
—Parece que éste llegará pronto.
Joder.
Trago saliva y me vuelvo hacia la cosa que se acerca. Está tan lejos que no la
habría visto hasta estar mucho más cerca, pero incluso en los pocos segundos que
he tardado en darme cuenta de su presencia, esa línea se ha hecho más gruesa.
Más grande.
Se mueve rápido.
Mi corazón golpea con fuerza contra mis costillas mientras mi mirada se dirige
a ambos lados de nosotros. Necesitamos protección. Refugio.
Los diablos de arena son el único fenómeno en el que no quiero que me
sorprendan sin cobertura. Enormes tormentas de arena que arrastran no sólo
granos de arena que se mueven tan rápido que parecen balas en miniatura, sino
pequeños trozos de metal afilado arrancados de la superficie suelta. Es una
sentencia de muerte enfrentarse a algo así de frente.
Mientras respiro con más dificultad, miro detrás de nosotros. Nuestra apuesta
más segura es retroceder, ir en la dirección opuesta. Encontrar las rocas en las que
nos refugiamos la noche anterior. Espero que lleguemos antes de que nos alcance
la tormenta.
El zumbido bajo mi trasero me hace susurrar una oración silenciosa,
agradeciendo a los dioses que mi moto aún no se haya apagado. Podemos dar la
vuelta.
—No servirá, Chispa de Fuego —sus palabras me hacen detenerme. Me mira
como si me hubiera leído el pensamiento. —Esa cosa es demasiado grande para
refugiarnos en simples rocas. Te cortaría en rodajas —luego su mirada se dirige a
mi cuello. —No podemos dejar que eso ocurra.
Trago saliva con dificultad mientras acelera el motor. —Sígueme.
Se desvía de nuestro rumbo, adentrándose en un territorio que desconozco y,
por un momento, me quedo sentada viéndolo marchar. Vuelve a soplar más
viento a mi alrededor, esta vez trayendo consigo trozos de arena, y vuelvo la
mirada hacia la tormenta que se aproxima. Esa línea es aún más grande ahora,
surgiendo del horizonte como un sólido muro marrón que se extiende hasta
donde alcanza mi vista. Y si ya puedo verla, significa que es un monstruo.
Con el corazón martilleando a un ritmo inestable, enciendo el motor y la moto
petardea antes de que consiga salir disparada tras la estela del mercenario. No va
rápido, pero sí lo bastante lento como para que le alcance en medio minuto.
—¡Este no es el camino correcto! —grito por encima del viento. Es decir,
tengo mi localizador, pero desviarse del camino trae más preocupaciones que
simplemente perderse. Ivuria 10 no es el más indulgente de los lugares.
—Tienes que cambiar de rumbo. O eso, o... —levanta una ceja y capto la
insinuación. O eso o arriesgarme a morir en una tormenta de demonios surgida de
la nada.
—Pero, ¡¿dónde vamos?!
Se encoge de hombros. —Territorio de huesos. Donde los vagabundos van a
morir.
Juro que mis ojos se desorbitan tanto que siento la presión en el cráneo.
—¡¿Quizás deberíamos ir por el otro lado?!
—Peor.
¿Qué coño puede ser peor que el lugar al que vas a morir? ¿Quizá deberíamos
enfrentarnos a la tormenta, ya que de todas formas existe la posibilidad de que
muramos? Pero sólo de pensarlo me duele algo en el centro del pecho.
Tengo que volver a Comodre de una pieza. La gente me necesita allí.
—Si nos perdemos por ahí, ¿puedes encontrar el camino de vuelta?
No responde durante unos instantes, pero va cada vez más rápido porque
tengo que bombear cada vez más energía en mi motor para mantener el ritmo. El
pánico se apodera de mí mientras rezo para que la vieja máquina no me falle
ahora. Echo un vistazo a mi izquierda y veo la tormenta tan clara como el día; no
hace falta entrecerrar los ojos. Está intentando escapar. El corazón me late con
más fuerza. Intenta escapar, pero ese muro marrón parece no tener fin. No veo el
final.
—Si pasa algo —digo, volviendo la mirada hacia el forajido que está a mi lado.
—Dirígete a un lugar llamado Comodre. Busca a una mujer llamada Estella. Ella te
pagará el resto... después de que hagas lo que necesitamos que hagas.
Ha estado mirando al frente, pero de repente su mirada se desplaza hacia mí.
—¿Qué estás haciendo, Chispa de Fuego?
Trago saliva, el viento se levanta a nuestro alrededor y no tiene nada que ver
con la velocidad a la que vamos. —Por si acaso —digo. No es alto. Probablemente
ni siquiera un susurro. Pero él oye de todos modos.
—No te preocupes. No dejaré que te pase nada.
Sus palabras hacen que mi corazón se estremezca con un dolor inesperado y
lo miro fijamente, incapaz de apartar la vista. Su mirada se desvía hacia algo que
hay detrás de mí y sé que está observando la tormenta. Sigo sin entender cómo
supo que se avecinaba y lo apunto en el fondo de mi mente como algo más que
tendré que agradecerle.
—Más rápido —gruñe, con la voz más grave que antes.
Enciendo mis propulsores, el fuego se enciende en mis cohetes y salgo
disparado hacia delante, casi demasiado rápido para ver al forajido que me sigue
el paso. Por un momento, miro hacia él y nuestras miradas se encuentran. Vamos
demasiado rápido. Un error y estamos muertos.
Los trozos de arena golpean contra mi visera con tanta fuerza que puedo
oírlos y el viento empieza a azotar a nuestro alrededor. Agarrada a la moto cohete,
intento mantenerla nivelada porque se balancea, inclinándose hacia un lado con el
empuje del viento mientras balanceo mi cuerpo en la dirección opuesta. Me
sorprende que mantenga la velocidad, pero al mismo tiempo doy gracias a los
dioses. La aprieto entre mis muslos, aferrándola con todas mis fuerzas mientras
pongo toda mi fe en la vieja máquina.
—¡Tenemos que encontrar refugio! —mi grito se apaga en el viento, justo
cuando el cielo se oscurece sobre nosotros, remolinos de arena en el aire
bloqueando el sol. Tan espesos, que la visibilidad cae en picado.
Mierda, incluso yendo tan rápido, no podemos escapar. Igual vamos a
terminar dentro de la maldita cosa y nos va a golpear duro si no encontramos un
lugar donde escondernos pronto.
—¡Allí! —le oigo gritar, pero ahora apenas puedo ver delante de mí. Reduzco
los propulsores, aminorando la marcha en contra de mi buen juicio. Una cosa es ir
tan rápido que todo a tu alrededor se vuelve borroso. Otra es hacerlo cuando no
puedes ver nada delante de ti.
—¡¿Dónde?! —grito.
Aparece y desaparece en las ráfagas arremolinadas, su figura parpadea y se
pierde de vista delante de mí, un fantasma en la vorágine arremolinada. Oigo
llegar el viento. Ya siento las partículas de arena golpeando mi casco y mi ropa.
¿Pensé que esta tormenta era un monstruo? Es un maldito 1behemoth.
Ahora entiendo por qué usó ese líquido zyka.
De repente, un brazo vestido de oscuro sale disparado de entre las ráfagas y
agarra uno de los manillares de mi moto. Se tambalea y casi me lanza hacia un
lado, pero el Zamari la estabiliza.
Ojos como grandes discos detrás de mi visera, el choque me tiene asfixiada
mientras controla mi moto y la suya, con una mano cada uno. Aparece y
desaparece de mi vista un segundo después y agacho la cabeza contra el viento.
—¡Ven! —la voz del Zamari suena cerca de mi oído mientras me guía hacia el
refugio que haya encontrado. Cuando las motos se detienen, él se baja de la suya
y yo me apresuro a hacer lo mismo.
En medio de las nubes marrones que se arremolinan ante mí, veo trozos de
blanco. Claros contra la arena que nos rodea.
—¡Entra tú primero!
Asiento con la cabeza, subiéndome las faldas mientras corro hacia la cosa
blanca. El viento me golpea, como una cosa física que lucha con todo mi cuerpo.
Empujo y me esfuerzo contra él, mis botas se hunden en la arena suelta mientras
pongo un pie delante del otro, presionando hacia la seguridad. Estoy a sólo unos
metros cuando la arena se disipa y veo hacia dónde me dirijo. Casi me vencen las
ráfagas con lo repentinamente que dejo de moverme.
1
Behemoth: es una bestia mencionada en Job 40:10-19.1. Metafóricamente, su nombre ha llegado a ser usado para connotar algo
extremadamente grande o poderoso.
Una enorme jaula blanca se alza ante mí. Costillas. La mitad de ellas
enterradas en la arena. Una espina dorsal como un techo delgado y estrecho las
mantiene unidas en el aire. Son enormes, me empequeñecen y, por un momento,
me quedo mirando horrorizada antes de que la tormenta vuelva a cortarme la
vista.
—Malas noticias, Chispa de Fuego —el forajido está de repente a mi lado, lo
suficientemente cerca como para que su cuerpo se apriete contra mi costado, su
boca cerca de mi casco para que pueda oír. —Vamos a tener que dejar una.
Trago saliva. —¡¿Una de qué?!
—La tuya... o la mía —hace un gesto hacia donde están las motos.
—Preferiblemente la tuya. La mía nos llevará a tu pueblecito. La tuya no.
Joder. No. No puedo perder la moto cohete. Es una de las cosas que pensaba
vender para poder pagarle lo que le debo.
Pero no hay tiempo para deliberar. Se acerca la tormenta y hay cosas peores
que quedarse tirado. Apenas le hago un gesto con la cabeza y vuelve a
desaparecer.
—¡Hacia la calavera! —su voz me encuentra a través del viento y me agarro
con más fuerza a las faldas. Marchando hacia las costillas gigantes, el forajido
aparece detrás de mí un segundo después, con las manos en el manillar de su
moto mientras la guía. El viento se levanta, cegándome de nuevo, y alargo una
mano, tratando de encontrar la enorme cárcel de huesos que sé que tengo ante
mí.
Pero no puedo. Me siento como si aún estuviera a miles de kilómetros,
aunque sé que está ahí, en algún lugar, delante de mí.
Me tambaleo, me estiro, susurro una oración silenciosa mientras fuerzo un
pie antes que el otro, el viento arremolinado empieza ahora a gritar a mi
alrededor.
—¡Aquí! —aparece de nuevo, esta vez agarrándome del brazo y tirando de mí
hacia él. Siento la fuerza de su agarre y, por un instante, de repente no estoy sola.
Hay alguien aquí conmigo. No tengo que ser fuerte sola.
Relajo el brazo y dejo que me guíe mientras nos acercamos a la jaula de
huesos. No veo nada delante de mí. Sólo sé que estamos cerca de donde tenemos
que estar. A mi lado, el forajido sigue avanzando, pero ahora también tiene la
cabeza agachada, protegiéndose del viento, y su sombrero es la única protección
contra los remolinos de arena. No sé ni cómo puede ver. Llevo un casco que me
protege los ojos, la boca, incluso las orejas y la nariz de toda esta arena, y sigo
luchando. Aun así, seguimos adelante; confiando en que él sabe adónde va.
Confiando en que sabe lo que hace.
Pero no es la primera vez que tengo que confiar en él, ¿verdad?
El viento amaina por un momento cuando llegamos a un parche de aire
muerto y veo los huesos no muy lejos delante de nosotros. Me acerca más a él,
guiando la moto a nuestra espalda mientras nos adentramos en la huesuda jaula.
—Por aquí —no sé cómo oigo su voz por encima del grito del viento que se
levanta de nuevo. Pero lo hago y sigo su orden, girando con él mientras nos guía a
través de lo que una vez fue la cavidad torácica de alguna criatura. A continuación,
veo las paredes blancas. Una caverna oscura con paredes blancas y lisas de las que
pronto me doy cuenta que en realidad son huesos blanqueados por el sol. La
cabeza de la enorme criatura que fuera.
Se eleva sobre nosotros, la arena centellea y se curva a su alrededor mientras
nos adentramos en sus profundidades. La fuerza del viento se reduce a la mitad
cuando entramos.
Grandes y afilados dientes decoran una poderosa mandíbula que ahora yace
cerrada, con la mitad del cráneo enterrado en la arena, dejando sólo una pequeña
abertura por la que podemos colarnos, donde habría estado el cuello.
El Zamari me guía hacia el interior. Me giro cuando se levanta otra ráfaga de
viento, justo a tiempo para verlo desaparecer una vez más.
Mierda.
El viento grita ahora, la tormenta se acerca aún más. Ya casi está aquí. Lo sé
por los trozos de metal que oigo golpear el exterior del cráneo, rozándolo como si
una criatura con mil garras intentara entrar.
Aprieto la falda con el puño mientras entrecierro los ojos desde donde estoy,
esperando con el corazón en la garganta. La situación está empeorando, tanto que
trozos de arena y metal vuelan hacia el pequeño refugio. Debería meterme más
adentro, lo más lejos posible de la abertura, pero algo me impide salir corriendo y
esconderme de todo esto.
Él.
Está ahí fuera. Y no puedo moverme. No hasta que entre.
Más arena. Más metal. El viento chilla ahora como una banshee y vuelvo a la
boca de la cueva de la calavera. Dejó su moto allí, justo dentro del cuello de la
cueva, y me abalanzo sobre ella.
Ha estado fuera demasiado tiempo.
El corazón me martillea en el pecho mientras espero. Cada segundo parece un
minuto. Cada minuto parece una hora.
Mientras la tormenta grita más fuerte, cada vez más cerca, sé que no puedo
esperar más. Respiro hondo para tranquilizarme y retrocedo hasta la pasarela
acanalada. La arena se arremolina inmediatamente a mi alrededor, bloqueando mi
visión y sonando como un millón de pequeños proyectiles golpeando mi casco a la
vez. Avanzo y extiendo una mano para guiarme cuando un dolor repentino y
punzante me atraviesa la palma de la mano. Retiro la mano por puro reflejo, pero
no antes de que otro dolor agudo la atraviese. Siento correr la sangre sin poder
verla. Siseo por el ardor de la herida y me agarro la muñeca, haciendo una mueca
de dolor mientras lucho por ver a través del remolino.
Es demasiado peligroso. El metal vuela demasiado rápido. Si salgo, me
arriesgo a que me corten más. Y eso sólo puede significar una cosa. Fue a buscar
mi moto, y eso significa que lo van a matar. Rebanado y sangrando. ¿Cómo puedo
quedarme aquí impotente mientras eso sucede?
Mientras retrocedo hasta la entrada de la pequeña cueva, algo se retuerce en
mis entrañas. La misma sensación que tuve cuando los Nirzoik derribaron la casa
de Estella mientras permanecía allí, sin poder hacer nada.
Es un sentimiento que me amarga las entrañas. Un sentimiento que destroza
toda la confianza que he construido, y que sólo me devuelve a aquellos tiempos
en los que nunca podía hacer nada.
Cuando la nave nodriza cayó...
Cuando los Nirzoik llegaron...
Y aquí ahora, con el Zamari ahí fuera en la tormenta.
Pero a la mierda con eso.
Vuelvo a respirar hondo para calmarme, envuelvo la mano sangrante en mi
falda, sin molestarme en comprobar la profundidad de los cortes, y salgo de
nuevo. Sólo he dado unos pasos cuando, esta vez, un trozo de metal afilado pasa
volando por encima de mi visera. Es una fracción de segundo, apenas un borrón,
pero el sonido que hace el plasfilm al ser cortado es como un chirrido
ensordecedor en mis oídos. Mis ojos se abren de par en par al ver el profundo
surco que se ha abierto de repente en la visera, deteniéndome en seco. Sigo el
surco con una especie de incredulidad llena de pánico mientras lo miro atónita. Un
largo trozo de metal sobresale en el borde de la delgada línea. Una especie de
cuchilla en otra vida. Un extremo afilado incrustado en el plasfilm y sobresaliendo
peligrosamente. Si el visor no estuviera ahí... estaría...
Joder.
Estoy tan aturdida que, por un segundo, la arena arremolinada y todos sus
peligros se me olvidan porque no puedo moverme. Pero entonces lo hago. De
repente me agarran, un brazo musculoso me rodea la cintura y me hacen
retroceder con un movimiento rápido hacia la caverna del cráneo.
Se me agita el pecho cuando me agarro al brazo del Zamari, y mi mirada se
vuelve al verle tan cerca de mí.
Resopla, arrastrando algo tras de sí, y oigo cuando se desploma. Mi moto.
Hace un ruido sordo bajo el chirrido del viento. La veo brevemente antes de que
una lluvia de arena se la lleve.
La tormenta arrecia, sopla dentro de la cueva y oigo un gruñido mientras me
llevan más atrás, lejos del pequeño agujero que es nuestra única salida, más
adentro, donde es seguro.
Mi espalda choca contra una dura pendiente de arena cuando dos ojos
luminosos se posan sobre mí y, por primera vez, veo en ellos una emoción real.
Furia.
Su mirada se desvía hacia el trozo de metal que sobresale de mi visera y otro
gruñido sale de su pecho.
—¿En qué estabas pensando, humano?
Está vivo. Mis ojos se cierran por un momento mientras dejo que ese hecho se
asiente en mi cabeza. Está vivo. Dejo escapar un suspiro de alivio que se
interrumpe rápidamente cuando me agarran por los hombros y me sacuden con
no demasiada suavidad. Abro los ojos y veo los suyos ardientes.
—¿En qué... estabas pensando?
Parpadeo. No sé qué quiere decir. O tal vez me he perdido parte de su
pregunta, porque la tormenta chilla tan fuerte que quiero taparme los oídos y
acurrucarme sobre mí misma.
Ese pensamiento hace que otro tipo de pánico palpite en mi pecho y me
muerdo con fuerza el labio inferior, obligándome a concentrarme. No puedo
volver a derrumbarme delante de él. Otra vez no.
Jadeo cuando me arranca la mano de donde aún la tengo agarrada a la falda.
La levanta entre los dos y la sangre me gotea de la palma. Retira los labios con
tanta violencia que un profundo gruñido sale de su garganta. Sus colmillos
descienden con un movimiento suave y rápido, y me quedo helada mientras los
contemplo. Tan afilados que las puntas brillan en la penumbra.
Afuera se oye un chirrido tremendo. La tormenta se cierne sobre nosotros,
oscureciendo el cielo y bloqueando la luz, pero sólo puedo concentrarme en el
fuego de los ojos de Zamari.
Mi mirada se desliza hacia mi mano y veo por qué está tan enfurecido. Los
cortes que me ha hecho el metal son dos profundos surcos de los que mana mi
sangre. Parece peor de lo que parece. O tal vez es sólo el shock de todo esto.
El Zamari me suelta de repente, con un leve silbido en los labios mientras
retrocede y se aparta de mí. Incluso con la escasa luz, puedo ver cómo le tiemblan
los hombros. Abro la boca para decir algo, pero me faltan las palabras. Pero
entonces se mueve. Se levanta y recorre la corta distancia que le separa de su
moto. Allí, aparta la arena que ya la está enterrando mientras tantea con algo.
Oigo cómo la golpean los trozos afilados de metal y los guijarros que se han colado
dentro, y no puedo imaginar lo que le pasa a mi moto, que está aún más lejos,
fuera del agujero. Ajustándome en la pendiente arenosa, vuelvo a quedarme
helada cuando el forajido gira y se dirige de nuevo hacia mí.
Esta vez, no hay nada lento ni vacilante en la forma en que me agarra la
mano. El hexágono ilumina la pequeña cueva cuando lo deja caer sobre la arena a
nuestro lado y coloca la palma de mi mano sobre su rodilla. Sin mediar palabra,
coge el material de primeros auxilios que ha dejado a su lado. Pero su cara lo dice
todo. Puede que no tenga expresión, ni siquiera un leve fruncimiento de cejas,
pero esos ojos me lo dicen todo. Cuando levanta la vista hacia mí, veo que su
mirada se ha vuelto negra otra vez.
No se parece en nada a la primera vez que lo vi. Entonces, me quedé helada,
mirando algo tan irreal. Ahora, todo es diferente. Ahora hay una intensidad que
me aprieta la garganta mientras espero.
Me duele la palma de la mano, rezuma más sangre de los cortes y sus fosas
nasales se agitan al verlo. Entonces, no me lo estaba imaginando anoche. No fue el
antiséptico. Puede oler mi sangre.
No estoy segura de lo que debo hacer con esa información. Si debo tener
miedo, o precaución, o intriga. Acepto que algo me pasa, porque no hay miedo en
absoluto cuando claramente debería haberlo.
En silencio, saca una gasa y un frasquito de lo que sólo puede ser un
antiséptico. Moja la gasa, empapando la arena que hay bajo ella, antes de guardar
el frasco.
—No tienes que hacer esto —susurro. —Estoy lo suficientemente bien como
para vendármelo yo misma.
—No tienes provisiones.
Mi boca se abre y se cierra mientras le miro. ¿Cómo lo ha sabido?
Sólo hay un problema en Comodre. Con la presencia de los Nirzoik, estamos
bloqueados y dependemos de lo que nos permiten. Los pocos comerciantes que
entran lo hacen sólo porque les dejan y la mayoría no podemos permitirnos gastar
créditos en cosas como gasas y artículos de primeros auxilios de lujo.
Mis labios se afinan. Los llamo de lujo, pero son básicos. Ni siquiera podemos
permitirnos artículos básicos de primeros auxilios. Es por eso que tengo que tener
éxito en esto.
Siseo mientras me presiona la gasa en la palma de la mano. Me quema como
un demonio y me hace llorar. Me cuesta un esfuerzo mantener la mano firme, y él
debe de darse cuenta, porque cierra el puño en torno a mi muñeca y me mantiene
sobre su rodilla. Se inclina hacia mí y, como antes, su aliento frío ahuyenta el
dolor. Aprieto los dientes mientras le veo soplarme en la palma de la mano,
intentando situar al macho que parece más peligroso que nadie que haya
conocido con el macho que me está atendiendo.
—No vuelvas a hacerlo —su voz ha adquirido un tono que no puedo distinguir.
Es una advertencia, pero es una que no puedo seguir exactamente.
—¿Nunca hacer qué? ¿Desobedecerte?
Su mirada oscura se desvía hacia mí y vuelvo a quedarme sin habla. Siento
que estoy poniendo a prueba al destino cuando en realidad no debería hacerlo. Es
como si su mirada me tragara entera. ¿Tiene idea de lo aterrador que parece con
los ojos así de negros? ¿Y no debería tenerle más miedo sólo por eso?
—No vuelvas a perseguirme así.
Su respuesta hace que algo parecido al desafío se apriete en mi pecho.
—Saliste a la tormenta a por mi moto. No podía... pensé...
—¿Que qué? ¡¿Podrías salvarme?! —me ladra. El cambio de tono es tan
repentino que me sobresalto por la sorpresa. Hay una mirada inmediata en sus
ojos, una que no puedo leer antes de que agache la cabeza y se centre de nuevo
en mi mano herida.
Siento un nudo en la garganta, las palabras no me salen con facilidad mientras
pienso en cómo responder.
—Intentaba ayudarte.
—No lo hagas —un gruñido. Una orden. Una reprimenda.
Intento apartar la mano, pero él la mantiene firme, casi obligándome a que
me cure las heridas. Cuando me doy cuenta de que no me suelta, dejo que mi
brazo cuelgue inerte de su mano con una fuerte exhalación.
—Sólo estaba preocupada... —empiezo y esa mirada oscura y tintada vuelve a
clavarse en la mía. Pero sus reacciones, sus palabras, hacen que cualquier
explicación que tuviera se seque como las áridas arenas que se arremolinan a
nuestro alrededor.
—Ese no es tu lugar. Una hembra como tú... hembras como tú...
Aprieto la mandíbula y él vuelve a dirigir su oscura mirada hacia mi palma.
Coge una herramienta metálica de su baúl y pasa los siguientes largos minutos
sacando granos de arena, uno a uno, de mis heridas. Es lento, meticuloso, y la
tensión entre nosotros crece con cada minúsculo grano que retira.
El silencio que reina entre nosotros es más fuerte que el chirrido del viento en
el exterior. Cada minuto que pasa mientras me atiende la mano, limpiándola y
luego vendándola con esa extraña gasa negra, siento como si un gran peso pesara
cada vez más sobre mis hombros.
Cuando por fin termina, se arrodilla y se acerca a mí. Me pongo rígida y el
movimiento, o la falta de movimiento, es evidente. Hace un tic con la mandíbula
mientras acorta la distancia y utiliza su herramienta para desprender el trozo de
metal que seguía clavado en mi visera. Su mandíbula sigue temblando mientras la
observa fijamente, con una mirada cada vez más fría y asesina. Se da la vuelta,
mete la herramienta y el trozo de metal en el maletero, cierra la cajita y desactiva
el hexágono mientras se levanta y se dirige a su moto en silencio.
Pero no puedo ignorar lo que dijo.
Hace que algo dentro de mí se endurezca. Me hace hervir la sangre.
Paso los dedos por la venda que acaba de hacerse, preguntándome cómo
puede ser una mezcla de contradicciones.
—¿Hembras como yo? —pregunto finalmente, con la mirada clavada en él
como esos fragmentos que cortan el aire. Puedo sentir la decepción en mi mirada.
El fuego que chisporrotea en su interior. Me quito el casco y le miro con el ceño
fruncido. —¿Qué se supone que significa eso?
Todavía de espaldas a mí, se pone rígido brevemente. Y luego me mira por
encima del hombro.
—No lo vuelvas a hacer —sus palabras son un rechazo que duele más de lo
que debería. Y le devuelvo el fuego.
—Tú me ayudaste. Pensé que también podría ayudarte.
Se mueve rápido. Demasiado rápido para que reaccione y de repente está
sobre mí. Mi espalda presiona la arena mientras él se inclina sobre mí.
Enjaulándome.
No puedo ver sus pupilas. No puedo ver ninguna forma de emociones
humanas en esos ojos que me digan lo que está a punto de hacer. Y cuando se
inclina, con los colmillos desnudos, se acerca. Lo suficiente para que pueda oler su
almizcle. Lo suficiente para que la punta de su nariz toque la mía.
—Nunca... vuelvas a hacer eso —gruñe. —Nunca vengas a por mí. Nunca te
angusties por mí. Nunca te preocupes.
Trago saliva y me hago un nudo en la garganta. Tiene razón, por supuesto.
Esto es sólo un acuerdo de negocios. No debería importarme más que eso. Pero
algo en su forma de hablar me hace pensar que no se refiere sólo a negocios. Y no
puedo contenerme. No puedo detener el fuego que chisporrotea dentro de mí
hacia él, hacia la situación, hacia el puto estado de mi vida.
—¿Por qué? —le respondo con un gruñido. —¿Porque las 'hembras como yo'
no son lo suficientemente buenas para ser útiles?
Las palabras me saben amargas, pero las pronuncio a la fuerza.
—No —gruñe, acercándose cada vez más. Sus labios rozan los míos y me
olvido de cómo respirar. —Porque las hembras como tú son demasiado buenas
para preocuparse por brutos como yo.
Capítulo 11
El Forajido
No debería hacerlo. Y, sin embargo, el suave roce de sus labios con los míos es
como una especie de llamada de los mismísimos dioses.
Elsie.
Me dijo su nombre, aunque todavía no sabe el mío.
Un nombre tiene poder. Puede mandar. Desgarrarte hasta lo más profundo de
ti mismo. Pronunciarlo puede conjurar la esencia misma de una persona. El
recipiente que contiene su identidad. La llave de su alma.
Compartirlo es un acto de confianza. Una oferta de vulnerabilidad.
Y me ha confiado el suyo. Elsie. Hago rodar las sílabas en mi mente,
saboreándolas.
Hay algo en esta hembra, de la especie “humana”. Es la primera de su especie
que encuentro y, posiblemente, esa sea la razón de esta extraña llamada. Este...
magnetismo.
Tal vez sea el olor de su sangre, cómo casi puedo saborearla, sentir su poder.
El poder dentro de ella. Una probada, y puede que no quiera parar. Una probada,
y podría beberla hasta dejarla seca.
Ahora puedo oírlo. Su pulso martilleando por sus venas. Siente su órgano vital
presionando contra su pecho. Sólo tiene uno. Sólo una oportunidad de vivir. Y aun
así, el martilleo es tan fuerte, que me pregunto si sabe que podría cazarla sólo con
ese sonido.
Sólo un órgano vital... y ella lo arriesgó por mí.
Quiero alejarme. Sé que debería hacerlo. Este es un trabajo que nunca
debería haber aceptado y, sin embargo, no puedo hacer lo más básico que me sale
de forma natural. Irme.
La vida solitaria de un Zamari no debe verse agravada por complejidades.
Problemas. Y todo acerca de esta hembra deletrea precisamente eso.
Su pecho se agita mientras ambos nos quedamos inmóviles, solo su
respiración hace que su cuerpo suba y baje contra el mío, y me muevo, separando
sus piernas en un solo movimiento. Me acomodo entre ellas como si estuviera
hecho para caber allí, y un jadeo hace que el aire pase por sus labios, rozando los
míos, acercándome al borde de esta locura.
Debería moverme. Alejarme de ella. Poner espacio entre nosotros. Pero al
igual que la primera vez que la llamé, la obligué a sentarse en mi pierna, sentí su
pequeño centro ardiente quemándome el pantalón, me abstengo de hacer lo que
sé que debería hacer.
Aquí hay algo más que pura necesidad.
Ella es exactamente como la llamo. Una Chispa de Fuego. Encendiendo algo
dentro de mí que no debería atreverse a ver la luz en primer lugar. Algo que he
mantenido enterrado durante mucho, mucho tiempo.
He visto su fuego. He visto su miedo. He visto su valentía. He visto cómo se
atreve.
Esta hembra sin ayahl. Esta hembra sin nada más para protegerla que su
propio ingenio y fuerza.
¿Sabe siquiera lo ridícula que es su misión? Una mujer solitaria sin defensas
atravesando las llanuras para contratar a un forajido. Lo que sea que la atrajo a
esto debe valer su vida, porque ella es increíble en su esperanza.
Y estoy loco.
—¿Y si quiero? —susurra, rozando mis labios con cada palabra. Su voz me
hace retroceder ante las garras que se cierran lentamente a mi alrededor.
No contengo mi gruñido. Su atrevimiento me provoca un profundo respeto
por su valentía. Pero al mismo tiempo, también me toca algo más.
Tenía razón cuando dije que una mujer como ella no debería preocuparse por
un bruto como yo. Para ella no soy más que un arma de alquiler. Qué tonta fue al
considerarme como algo más. Preocuparse. Arriesgar su vida por un extraño
indigno como yo.
Sé que mi mirada se ha oscurecido. No puedo evitarlo. Y, sin embargo, ella
sigue aquí. No huye. No tiene ni idea de lo que significa esta oscuridad que me
invade lentamente. No tiene ni idea de que es una señal de que debería huir.
Alejarse de mí. Que soy una bestia que quiere consumirla.
Su ser. Su esencia. Su todo.
Debajo de mí, brilla como una brasa. El calor de su cuerpo se enciende ante mi
mirada como un faro que delinea su forma. Es una presa en la oscuridad que me
consume. Y debo poner distancia entre nosotros. Por su bien.
Es ella la que se mueve primero.
Mientras lucho con mis sentidos, sus suaves labios se mueven bajo los míos,
tan tentativos y a la vez tan atrevidos que me quedo rígido. No está claro qué
hace. El movimiento se repite y me pregunto si es algún tipo de exploración que
hacen los de su especie. ¿O si es algún tipo de saludo? Si ese es el caso, estamos
muy lejos de las presentaciones. Pero cuando sus labios rozan los míos una vez
más, la sensación envía una oleada de necesidad directa a mi polla. Se retuerce
bajo la firme tela de mi pantalón y tengo que apretar los dientes. Duro.
Sus movimientos bucales continúan, esos suaves labios suyos rozando los
míos en una danza que estoy aprendiendo rápidamente. Permanezco rígido
mientras sigue enseñándome este saludo, luchando por comprender exactamente
cómo debo responder.
Los Zamari hacemos algo parecido, aunque no con los labios. Pero frotar la
nariz contra el delicado cuello de la pareja sólo ocurre durante el apareamiento. Y
tiene un significado profundo. Es un símbolo de intención. De necesidad. Y de
aceptación. Ese simple acto puede volver loco a un Zamari. El olor de su pareja. Su
delicado cuello a pocos centímetros de sus colmillos. Pero esto... Esto que este
humano está haciendo...
Es diferente y, sin embargo, genera la misma respuesta en mi ser. Mi polla se
endurece casi dolorosamente, arqueándose contra mi pantalón como si fuera a
clavármela. Su presencia es una clara advertencia de que esto debe parar, una
advertencia que ella debe sentir, pero sus labios se mueven de nuevo, rodando
contra los míos. Probando. Sintiendo. Investigando.
Otro suave aliento sale de su boca y, con ese único roce de aire, mi ayahl se
vuelve feroz. Intento contenerme, pero gruño de todos modos y solo consigo
retirar los colmillos a tiempo antes de que mis labios choquen contra los suyos.
Este roce de la boca es extraño. Pero es embriagador. Una danza de nuestros
labios en un espacio suspendido en el tiempo. Sus labios giran contra los míos, su
boca se abre para tomar mi labio inferior entre los suyos mientras succiona
suavemente y mi control de la realidad se desvanece por un momento. La
sensación me hace rugir la sangre en los oídos más fuerte que la tormenta.
Me suelta el labio y echa la cabeza hacia atrás, con un jadeo que me roza
cuando su pequeña lengua rosada roza la unión de nuestros labios. Y entonces
vuelve a jadear, su cuerpo se estremece como si un relámpago la hubiera
atravesado.
Fek.
Mi polla se pone tan tiesa que mi pantalón se convierte en una prisión. Mi
ayahl se distorsiona en los bordes como una nube espesa, oscura y tintada a mi
alrededor cuando esa única sensación de su pequeña lengua húmeda me
atraviesa.
Pierdo el control y mi lengua se sumerge en su boca al mismo tiempo que mi
ayahl se precipita hacia ella, rodeándola, buscando la suya, buscando pareja. Y
aunque no puede interactuar con ella, se estremece en mis garras, un ligero
temblor recorre su cuerpo mientras abre sus labios a los míos.
Me uno a su extraño baile, aunque los pasos no están claros. De todos modos,
me balanceo a su ritmo. El mero hecho de saborearla así es tan inesperadamente
placentero que la aprieto más contra el suelo arenoso. Se estremece contra mí,
sus muslos se tensan mientras me atrae hacia sí. Su mano no herida encuentra mi
mandíbula, las puntas de sus dedos me agarran con fuerza mientras nuestras
lenguas chocan y juegan. Y cuando sus dedos encuentran el ala de mi sombrero,
clavándose en los filamentos de mi cabeza, me aprieta aún más contra ella.
Insaciable; es como si una bestia estuviera latente en su interior, lista para
salir a la luz. Sus muslos aprietan con más fuerza, como si quisiera consumirme, y
me deleito con su sabor, con su tacto, con ese aspecto de hembra que jamás
habría visto venir.
El aroma del aceite dulce de xilema en su piel, su calor atrayente...
Yo... la quiero.
Un pequeño gemido se escapa de sus labios, muriendo contra los míos
mientras sus muslos se tensan aún más, clavándose en mi costado mientras
presiona su pelvis contra la mía. Rechinando su calor contra mí como si buscara
algo que no puede alcanzar. Joder. Vuelvo a gruñir, pero entonces se queda
inmóvil. Por los dioses, se detiene.
De mala gana, separo mis labios de los suyos, con la respiración entrecortada
mientras retrocedo y la miro. El creciente horror en sus ojos no es algo que
deseara ver, pero debería haberlo esperado.
Porque esto no puede ser real.
Se ha dado cuenta de lo que hace, de lo que estaba a punto de hacer, y por fin
ha entrado en razón. Quiero decirle que no se preocupe. Que me habría detenido
antes de que hiciera algo de lo que se arrepentiría, pero estoy demasiado ido por
lo que acaba de pasar entre nosotros. Algo ha surgido en mí que ya puedo decir
que será muy difícil de domar.
Pero debería saber que esta chispa de fuego a menudo hace lo inesperado.
Esa mirada de horror crece a medida que levanta el brazo que sujeta mi
cráneo, tan lentamente que veo los ligeros temblores que lo recorren. Cuando su
mirada se desplaza hacia él y se hace más grande, el horror casi palpable, su mano
tiembla con tanta fuerza que desplazo mi mirada hacia su palma solo para ver qué
le ha hecho mirar su propia mano de esa manera.
Una sangre espesa y oscura cubre toda su mano. Mi sangre vital.
Dioses. Resisto el impulso de gemir. Se suponía que me ocuparía de eso más
tarde, cuando se durmiera.
—Es sangre. Estás sangrando —su expresión la hace temblar, su mirada se
desplaza hacia donde había estado sosteniendo mi cabeza antes de que sus ojos
se abran con aún más horror. —Estás herido. Te has hecho daño.
Su mirada se desplaza hacia abajo y me doy cuenta de que me está
examinando en busca de más heridas. No puedo más que arrodillarme,
observando cómo me mira como si fuera alguien que debiera importarle. Y, sin
embargo, aunque no lo soy, aunque no merezco nada de esto, no puedo
apartarme. No puedo negar la atención. No puedo negar que... me gusta.
¿Quiero?
Pobre, tonto, Zamari.
¿Qué coño me pasa?
Respira con tanta fuerza que su pecho se agita, su mirada vuela alrededor
mientras parpadea. El sonido de la tormenta, dónde estamos, todo vuelve a su
foco.
Al menos no fui el único que se perdió allí por un momento. Consumido por la
necesidad y el deseo. Trae poco consuelo.
Se echa hacia atrás, poniendo espacio entre nosotros antes de levantarse, casi
tropezando mientras camina sobre piernas inseguras de vuelta a hasta mi moto.
Sus manos febriles y delicadas apartan la arena mientras ella se resguarda del
viento que entra por el pequeño agujero.
—¿Dónde está? ¿Cómo se abre el compartimento de almacenamiento? —las
palabras flotan por encima de su hombro, llegando bien a mis oídos. Se
estremecen con el sonido, pero esa es toda la reacción que recibe de mí. Todo lo
que consigo. Ya ha quitado la arena de mi moto y ha abierto el compartimento de
almacenamiento, sacando mis provisiones del interior antes de volver a cerrarlo
de golpe.
Trastabillando, con los pies hundidos en la arena, se vuelve hacia mí, con una
extraña determinación en los ojos.
Mi mirada se desplaza hacia el baúl de suministros y luego de nuevo a ella.
—Puedo arreglarlo yo mismo.
—Claro que sí —suelta, y eso me hace levantar ligeramente la ceja.
¿Está... enfadada?
Momentos antes, era cualquier cosa menos eso. La misma hembra que gemía,
con los párpados entrecerrados mientras su lengua se arremolinaba con la mía,
me mira ahora con los puños cerrados, la boca en una fina línea y fuego en los
ojos.
Vuelve al lugar donde estaba sentada, donde la apreté contra la arena y la
abrí de par en par, y se ajusta la larga falda que lleva sobre las piernas. Con las
cejas fruncidas y el mismo fuego en los ojos, se acaricia una rodilla.
—Abajo.
Levanto las cejas, mi ayahl se arremolina a su alrededor, tratando de entender
qué coño está pasando. Quiere aparearse. Esta no es la dirección que pretendía.
Me está dando órdenes como si fuera una criatura servil. —No soy una bestia…
—Baja la cabeza —corto. Conciso. Sin espacio para argumentos.
No sé por qué obedezco. Por qué le doy la espalda antes de inclinarme para
apoyar la cabeza en su muslo.
Mala decisión.
Mi cabeza descansa cerca de su cadera. Un ligero movimiento y un giro y mi
nariz estará enterrada en su centro. Inhalo, su aroma llena mis sentidos. Sí. Mala,
mala idea. Y sigo allí. Ni siquiera ajusto la tienda de campaña de mi pantalón.
Pero mi sombrero se mueve, esas delicadas manos en el ala mientras ella tira
y atrapo su muñeca.
Sus ojos ya no son ardientes cuando dirijo mi mirada a los suyos.
—Necesito quitártelo —susurra.
Me quedo mirándola unos instantes. Nadie me quita el sombrero. Forma
parte de mí tanto como mi ayahl... y, sin embargo, mi agarre a su muñeca se
suaviza. Noto cómo mueve el pecho cuando suelta un suspiro y sus ojos azules
miran el sombrero mientras lo levanta lentamente y lo deja sobre mi pecho.
Por un momento, no hace nada, sólo se queda mirándome.
No hace ningún comentario mientras abre el botiquín a su lado. No dice ni
una palabra mientras me gira ligeramente la cabeza, inclinando mi nariz en la
dirección exacta de la que debería mantenerme alejado.
—¿Cuál de estos es el antiséptico?
—Cada uno de ellos —incluso para mis oídos, mi voz se ha vuelto gutural.
Controlarme. Necesito controlarme.
—Esto va a doler.
Gruño.
Oigo cuando destapa uno de los frascos antes de que sus tímidos dedos rocen
la herida de mi nuca. Su respiración se entrecorta y un suave sonido sale de su
pecho, pero no dice nada. Es casi como un gemido. Como si esta cosita tan pura
lamentara verme herido.
Noto el temblor de sus dedos cuando utiliza el recogedor para quitar los
granos de arena que se han quedado pegados. Uno a uno, como hice yo por ella.
Es algo extraño. Una que me tiene rígido, incapaz, o sin ganas, de moverme
para no romper el hechizo.
Me está atendiendo. Un calor inesperado burbujea en mi pecho,
extendiéndose por mi ayahl que la envuelve como un manto invisible.
Como no nos apareamos, se ha conformado con esto. Y quizá yo también. Es
casi como entrar en un territorio que aún no he explorado. Uno que estoy
descubriendo que no odio.
Se estremece ligeramente cuando mi ayahl se retuerce a su alrededor en una
ola tranquilizadora. No es consciente de ello, pero su cuerpo responde. La
observo, sabiendo perfectamente lo que eso significa. Que, de algún modo, he
tropezado con una compañera potencial. Que mi ayahl cree que puedo anudar a
esta humana y crear crías viables. No va a suceder. Como todas las otras veces,
rechazaré este impulso.
Puede que no tenga corazón, pero no soy egoísta. Una mujer como esta no
necesita los problemas que trae un hombre como yo.
Lleva un tiempo, pero al final me relajo.
El viento chirría fuera y poco a poco nos bloquean el paso, la arena se levanta
en la entrada. Pero aquí estoy, con la cabeza sobre el suave muslo de una hembra
de dulce aroma. El último lugar en el que habría imaginado encontrarme después
de entrar en aquella taberna. Aún no sé por qué fui allí... o quizá ahora sí. Un
suave gruñido retumba en mi pecho mientras me permito este momento. Para
olvidar quién soy. Olvidar lo que soy. Y simplemente sentir.
Sólo un poco.
No perderé el control.
Inclinándome hacia ella, aprieto la nariz contra las faldas en su centro y otro
gruñido desvergonzado retumba en mi pecho. Puedo oler su almizcle a través de
las fibras.
Deja de moverse y oigo cómo traga saliva. Pero sigo donde estoy. Aquí, en
este lugar, donde puedo oler su esencia. Un aroma que se imprime lentamente en
mi mente mientras me cuida como si mereciera sus cuidados.
Me muevo, rodeando su cintura con los brazos en un abrazo que me aprieta
aún más contra ella, y ella deja de moverse de nuevo. Se congela. Inmediatamente
pienso que me va a apartar. Me dirá que me cuide como el tonto descarado que
soy. ¿Qué demonios estoy haciendo? No me abrazo, y mucho menos me relajo en
el regazo de mujeres extrañas.
Pero ella no hace nada. No me empuja. No dice ni una palabra. La tensión
entre nosotros aumenta cuando sus dedos se mueven de nuevo, curándome la
herida, antes de que un suspiro la estremezca.
Me atiende, me cura la herida y puede que también una pequeña parte de mi
interior. Todo esto se parece tanto a un sueño que me pregunto si debería
enseñarle las otras laceraciones que tengo en la espalda y los costados. ¿Se
ocuparía también de ellas? ¿Pasaría sus delicados dedos por mi piel, manchada
con mi sangre, mientras me cuida como hace tiempo que no lo hago?
Ninguna mujer Zamari haría esto. Mis heridas serían mías para curarlas y sólo
mías. Cualquier debilidad, y sería eliminado como un compañero potencial. O tal
vez, eso es todo. El humano no me ve como un compañero potencial.
Y sin embargo...
El aroma de su calor dice algo diferente.
Sin querer romper el hechizo, mi mirada se desplaza hacia su rostro casi a
regañadientes. Pero ella no me ve. Está concentrada en limpiar la herida.
No hay burla torciendo sus labios. Chispa de Fuego era... auténtica.
Vuelvo a bajar la mirada antes de que nuestros ojos se encuentren. Ella no
sabe que este momento vale el triple de créditos que me ha ofrecido. Este único
momento es uno que un hombre como yo está destinado a no tener nunca. Que
los dioses me concedan esto, aunque sea por poco tiempo, es como una tortura y
un dulce placer al mismo tiempo.
Porque una hembra así nunca podrá ser mía.
Y por eso, tal vez soy egoísta. Porque aceptaré su compasión y sus cuidados...
aunque al final, tendré que marcharme antes de romperla.
Capítulo 12
Elsie
El Forajido
Un último trabajo.
Supongo que elegí uno bueno.
Nunca me han gustado los Nirzoik, pero oyendo a la humana... oyendo la
historia de Elsie, tengo una nueva razón para despreciarlos. Ivuria 10 está
infestada de escoria. Los Nirzoik son sólo un grupo que estaría feliz de acabar.
Quitando toda la arena que puedo de la moto, encuentro el compartimento
que busco. Hay arañazos por todo el metal, algunos con surcos profundos a los
que tendré que prestar atención más tarde. Incluso metiendo la moto todo lo que
pude, seguía sin poder protegerla. Sólo puedo imaginar que la suya está en un
estado mucho peor. Pero nos ocuparemos de eso más tarde.
Saco el cuadrado plano de frah tejido de donde está perfectamente doblado
en su compartimento, lo aprieto en el puño antes de detenerme, desviando la
mirada hacia donde está enterrada su motocicleta bajo la arena. Ahora no puedo
verla con la pesada capa que la cubre, pero sé dónde está. La entrada no era lo
suficientemente grande como para meter las dos motos y la suya sigue estando
donde el viento y todo el peligro que conlleva pueden llegar. Tan cerca de la
tormenta, corro el riesgo de cortarme con algún fragmento de metal si me
aventuro demasiado cerca.
Aun así, me acerco a su moto.
Con el viento y las partículas voladoras, tardo algún tiempo en destapar la
vasija y luego algo más en encontrar el compartimento donde escondió su
recipiente de agua. Agarro el frasco en cuanto mis puños se cierran en torno a él y
doy un paso atrás, las heridas recién rebanadas que me han infligido en la piel
arden con el movimiento.
Gruño un poco, pero es un pequeño precio a pagar. No la he visto comer nada
y, aunque su larga vestimenta oculta gran parte de su cuerpo, me doy cuenta de
que no ha comido lo suficiente. Las hembras necesitan comida. Un nido cálido.
Cero estrés.
Parece que no ha tenido nada de eso. Al menos, no desde que su especie cayó
aquí.
Su historia sobre su colonia, Comodre, no hace más que confirmar mis
sospechas. Algo la desesperó lo suficiente como para emprender un viaje así. No
importa el trabajo, siempre se reduce a una cosa: la supervivencia.
Me doy la vuelta y vuelvo hacia ella. Sus ojos se agrandan mientras los abre,
posiblemente para verme mejor, y yo activo y dejo caer el disco luminoso cerca de
ella. Ilumina el espacio y esos ojos azules entrecierran los ojos antes de adaptarse
al resplandor.
Extiendo el frah hacia ella con una mano, su agua con la otra, y sus cejas se
alzan mientras mira fijamente los dos objetos. La observo parpadear, con sus
largas y pálidas pestañas agitándose mientras sus ojos se llenan de pensamientos
tan claros como las llamaradas solares que escapan de Ivuria.
—¿Para mí? —susurra, como si no pudiera creer, no, como si no pudiera
comprender la amabilidad.
Toma primero el agua, bebiendo un trago mientras el color sube a sus mejillas
cuanto más mira al frah. Con un ligero temblor en los dedos y las mejillas cada vez
más rojas, toma también el frah.
Sólo puedo mirarla. El creciente enrojecimiento de su piel es preocupante.
No está enferma. Al menos, no lo creo. ¿Enfadada? Pero mientras se mueve y
tira del frah sobre ella, me doy cuenta de que no es ninguna de esas cosas.
Se niega a mirarme. Tiene las mejillas enrojecidas... ¿por vergüenza?
¿Pero por qué?
Intento no pensar en ello. De hecho, me obligo a alejarme unos pasos de ella,
poniendo distancia entre nosotros. Por su bien.
Me tomé demasiadas libertades mientras atendía mi herida y eso me persigue
ahora.
Todavía puedo sentir la sombra de sus labios, la sensación de su lengua, mi
ayahl sigue inquieto, y mi polla...
Fek, no puedo pensar en mi polla.
Sentado en la arena inclinada, me reclino hacia atrás, intentando ignorar a la
hembra que, aunque silenciosa, acapara toda mi atención.
Sus labios... su lengua. No fue un simple saludo. La forma en que sus caderas
se movían y empujaban contra mí. Fek. Sólo pensarlo y quiero hacerlo de nuevo.
Era un ritual de apareamiento. Tenía que serlo. Y los dioses muertos de Kelon
4 me vigilan, no puedo dejar que vuelva a pasar.
—Entonces, ¿cuál es el plan? —su susurro me encuentra e intento no mirar
hacia ella. Porque sé que, si mis ojos se posan en ella, abandonaré mi posición y
toda pretensión de resistencia caerá en el olvido.
—¿Plan?
—Sí... —hace una pausa. —¿Para los Nirzoik? —hace otra pausa antes de
apresurarse. —Sé que es mucho pedir. Pero sólo quiero que los asustes. Quédate
un rato en Comodre. Hazles creer que tenemos protección. Yo... yo quería
contratar más mercenarios, pero hasta que no podamos conservar la mayor parte
de lo que extraemos y pueda permitirme...
Desvío entonces la mirada hacia ella, al mismo tiempo que el disco de luz se
desvanece y la caverna se oscurece antes de volver a iluminarse.
—Hay que cargarlo —respondo a la preocupación de sus ojos.
Ella asiente. Pero no le preocupa la luz. Hasta un tonto lo sabría. Está
preocupada por su gente.
Para un macho que nunca se ha preocupado realmente por los de su especie,
es una sensación extraña verla mirar fijamente la luz, ver los horrores pasar por su
memoria.
Los humanos son comunales, está claro. Los Zamari no lo son.
Pero eso no significa que no entienda su dolor. Porque a pesar de que los de
mi especie nunca se asientan en un lugar durante demasiado tiempo, siempre
existe esa necesidad... esa necesidad acuciante que impulsa a todos los Zamari a
lanzarse a las estrellas, en busca de algo.
Buscando... algo.
Sólo que no sé qué coño estoy buscando.
—¿Y bien? —susurra al cabo de unos instantes. Esos ojos se vuelven hacia mí,
preocupación y esperanza combinadas en sus profundidades, y me pregunto si
tenía elección en primer lugar. Cuando la vi por primera vez en aquella taberna,
¿la llevó allí el destino?
¿Cómo puedo decir que no a un ser así?
Esa mirada en sus ojos, y todo lo que quiero decirle es que haré que todo
desaparezca.
Pero no puedo.
No debería.
No puedo involucrarme. Al menos, no más que esto.
—¿Estás preocupada? —pregunto, sin traicionar que obviamente conozco la
respuesta.
Sonríe, pero con tristeza. —Un poco. Tengo gente que me necesita.
Una familia entonces. ¿Un compañero?
Aprieto los dientes con un fastidio que no debería sentir.
—Estoy ofendido —por primera vez, le sonrío y sus ojos se clavan en mis
labios. Pensamientos inmediatos de corrupción y libertinaje pasan por mi mente.
No soy mejor que los Krykrill, que prosperan con fuentes de perversión. —No hay
necesidad de preocuparse, Chispa de Fuego. Ya estoy aquí.
El disco de luz parpadea de nuevo antes de que la luz se atenúe a menos de la
mitad del resplandor habitual. De repente, la caverna se ensombrece y veo que la
hembra sigue mirándome, con los ojos clavados en mí como si utilizara la última
luz que le queda para verme.
Luego sonríe, agarra el frah y se envuelve en él antes de acomodarse en la
arena. Fuera, el viento chilla mientras el disco de luz se apaga.
—Gracias por la manta —susurra y supongo que se refiere a la frah.
No hay necesidad de responder.
Oscurezco mis ojos para que ella no pueda ver su brillo y mantengo la mirada
fija en ella, mi atención pegada a su rostro mientras la observo fijamente en la
oscuridad sobre nosotros, con una montaña de pensamientos en su mente. La
observo descaradamente, sabiendo que no puede verme y, sin embargo, esta
violación de su intimidad no pesa en mi conciencia. Porque no puedo apartar la
mirada.
Ni por su extraño y fascinante rostro, ni por la miríada de pensamientos que
pasaban por sus ojos.
Observo cómo se duerme lentamente, un bostezo estira sus bonitos labios
antes de que sus párpados empiecen a caer. Y en el momento final, justo antes de
dormirse, sus ojos se posan en mí y lo veo claramente.
¿Esa preocupación? Desapareció.
Ahora mira hacia mí y veo esperanza.
Capítulo 14
Elsie
El Forajido
Dulce misericordia es el momento en que Ivuria se esconde tras una nube que
no es una mera brizna en el cielo.
La sombra que se proyecta sobre nosotros alivia un poco la presión del calor y
me permite respirar.
Llevamos horas viajando en la dirección equivocada, pero no tengo el valor de
decírselo a la hembra. Está exhausta, medio muerta de hambre y de sed. Lo había
visto mientras dormía. Que sólo de su voluntad sobrevivía. Pero ahora, después de
esa pelea con ese gusano de arena, la última de sus energías se ha gastado.
Aunque sus brazos me rodean, se aflojan a medida que las leguas pasan por
debajo de nosotros. Su cabeza se apoya en mi espalda y sé que intenta mantener
la compostura. Para no dejarme saber que está luchando en el calor sin agua ni
comida. Su único objetivo es volver a su colonia y las provisiones que tenía le iban
a durar hasta entonces. Pero ahora no tiene provisiones y no puedo llevarla de
vuelta así.
Sería como caer en una trampa que nosotros mismos nos hemos tendido.
Así que sigo mi ayahl. Dejo que me guíe y, a medida que las nubes se hacen
más densas, sé que me lleva por el buen camino. El terreno cambia lentamente de
llanura arenosa a escarpados afloramientos rocosos que se elevan hacia el cielo.
Inhalo, llevando el aire caliente a mis pulmones. El agua. Está cerca. Puedo
saborearla en mi lengua. Y no podemos llegar a ella lo suficientemente pronto. La
saliva seca del gusano de arena se ha vuelto escamosa en mis escamas, un
recordatorio constante de lo que acabamos de soportar.
Cuando me lancé hacia aquella cosa, me invadió una especie de emoción que
no debería haber existido. Me enfrentaba a la muerte. Mi existencia finita. Y sin
embargo... nunca me había sentido tan vivo. Pero había algo más. Algo que
también me espoleó a dar ese paso insensato para matar a la bestia. Frunzo
ligeramente el ceño, observando cómo mi moto devora la distancia que nos
separa de nuestro destino.
Esto está por encima de cobrar por un trabajo. No me metí en la boca de esa
bestia por lealtad a mi tarea o por la promesa de créditos.
Lo hice porque si no mataba a esa cosa, habría ido a por ella después.
Fek.
El calor a mi espalda me devuelve a la hembra, y con él viene otra serie de
emociones que no me permito sentir.
Volvió a por mí.
Le dije que se fuera. No tiene ninguna deuda de lealtad conmigo. Podría
haberse llevado mi moto. Escapar con ella. Venderla por más créditos de lo que
ella cree que vale. Podría haberme dejado morir en esa bestia. Pero regresó.
Este desconocido que no me necesita más que el servicio que puedo
prestarle, mi protección, volvió a por mí.
O está más desesperada por mi ayuda de lo que pensaba, o...
Aprieto las mandíbulas, negándome a continuar con esa línea de
pensamiento. En lugar de eso, empujo la moto para que siga adelante. Para
llevarnos a donde tenemos que ir.
—Ya casi estamos, Chispa de Fuego —susurro por encima del hombro, en el
mismo momento en que me giro para ver exactamente lo que estoy buscando.
Una cueva oculta en la roca. Una cueva difícil de localizar, encajada entre una
serie de grandes afloramientos. Guío la moto hacia ella, cuidando de que
quepamos.
—¿Dónde está esto?
Puedo sentir cuando levanta la cabeza, mira a su alrededor. Siento cuando se
pone rígida contra mí.
—Agua —es toda la explicación que necesita, y siento el momento en que se
anima un poco. Ahora, realmente puedo saborearlo en mi lengua y sigo mi ayahl,
dejando que me lleve a la fuente.
En cuanto entramos en la cueva, sé que hemos encontrado un trocito de
paraíso.
Es un lugar fresco, que contrasta con el calor abrasador del exterior. El agua
reposa tranquilamente en un pequeño estanque de roca, sobre cuya superficie
brillan rayos de luz procedentes de un agujero natural en la roca, justo encima.
Hay un pequeño estanque que desemboca en el grande y, sobre él, crecen bayas
en un arbusto que sobresale de la roca. Con sólo verlo, me quedo paralizado.
Nada crece en Ivuria 10.
Se oye un murmullo cuando la hembra se mueve detrás de mí y levanta la
cabeza. Sus ojos se abren de par en par y de repente está más alerta.
—¿Dónde estamos? Este lugar es...
Paro la moto, la estabilizo y ella se baja, dando unos pasos hacia delante, con
los ojos muy abiertos en el agua de la piscina, no muy lejos de nosotros.
—¿Cómo encontraste esto?
Apoyo la moto contra la pared rocosa, apagando el motor, antes de volverme
hacia ella. ¿Cómo puedo decirle que es porque puedo oler el agua? Saborearla.
Que mi ayahl me condujo a este lugar como si hubiera un faro llamándome a él.
Que la razón por la que no me ha visto almacenar agua y recursos, la misma razón
por la que apenas bebo o como, es porque no he tenido hambre en muchos
soles... y peor aún, mi bebida preferida es la misma que corre por sus venas.
Mi mirada se desliza ahora hacia su cuello, hacia su suave piel y hacia la vena
que palpita tan tentadora. Su garganta se mueve, captando mi atención, y
necesito todo mi ser para volver a mirarla a los ojos.
—Suerte —digo finalmente.
Ella sonríe. —Pareces ser un macho muy afortunado.
No tiene ni idea.
No puedo apartar los ojos cuando se acerca a la piscina. No hay peligro. Mi
ayahl no me ha alertado de nada peligroso, así que la dejo ir. Observo cómo se
agacha en el borde, rozando la superficie con la punta de los dedos antes de hacer
un gesto de dolor y retirar la mano.
Está herida.
Doy un paso adelante antes de detenerme.
Esto no es asunto mío. Ella no es mía para cuidarla. Nunca lo será. Son cosas
como esta las que hacen que las líneas se desdibujen. Así que planto mis pies en el
suelo. Aprieto los dientes. Obligo a mi ayahl a cerrar la boca.
Me mira por encima del hombro y piso con más fuerza el suelo arenoso. La luz
que entra por el agujero del techo juega con los mechones de su pelo, haciéndolos
brillar como el oro... como si fuera una diosa descendiente de la misma estrella.
¿La he soñado? ¿Algo de esto es real?
—¿Crees que es seguro para beber? —sus mejillas se colorean como si su
pregunta justificara la vergüenza. —Es que... se me ha acabado el agua y...
Levanto la barbilla hacia la piscina más pequeña. —Bebe de esa. Puedes
bañarte en esta —señalo la más grande. Sus mejillas vuelven a colorearse.
Dioses... tengo que irme. Necesito distancia. —Yo vigilaré.
Me asiente con la cabeza, esos ojos tan abiertos me siguen mientras salgo del
agujero a tomar el aire. Que me jodan. ¿Qué demonios está pasando?
Salgo de la cueva y observo los afloramientos. Es tan silencioso y quieto aquí
que puedo oír cada sonido que la hembra hace dentro de la cueva. El arrastre casi
silencioso de sus botas contra la arena. La sigo cuando se mueve, incluso sin mirar
dentro para verla. Sé que ha dado unos pasos alrededor de la piscina de roca.
Estoy seguro del momento en que contiene la respiración, un leve movimiento de
la arena me dice que se ha arrodillado y está mirando al agua. Y luego otro
movimiento cuando se levanta. Cuando suelta el aliento, oigo el crujido de las
telas al quitarse la ropa.
Aprieto los dientes y me alejo, apoyando la espalda contra la pared rugosa
mientras miro al cielo. Y, aun así, no puedo apartar la imagen que se dibuja en mi
mente.
¿También está pálida? ¿Tiene escamas debajo de esa ropa? ¿Una cola?
¿Dientes a lo largo de la columna vertebral? ¿Pelo? Tiene montículos en el pecho.
Los sentí apretados contra mí mientras montábamos. Por mucho que lo intento,
no puedo evitar pensar que ahora está completamente desnuda. Incluso
concentrándome en el cielo muerto sobre mí, mi polla se endurece una vez más
en mi pantalón y la agitación en mi ayahl crece.
Planto mis botas con más fuerza en la arena. Me quedaré aquí. Lo haré. No.
Entraré.
Cumplo mi promesa, cojo mi pistola bláster y le doy vueltas alrededor de una
garra. Una máquina preciosa. Pero mis pensamientos vuelven a la hembra. Oigo el
momento en que se zambulle en la piscina, el suave jadeo y luego el gemido que
sale de su garganta, y vuelvo a apretar los dientes. Vuelvo a meter la pistola en la
funda y permanezco rígido contra la roca. No puedo moverme porque estoy
seguro de que haré algo que sería una locura.
Sólo llevo media hora fuera cuando oigo un grito. Se me caen los órganos
vitales.
Me muevo más rápido que un rayo y vuelvo al interior de la cueva, donde mi
mirada se torna negra en cuanto entro. Detecto dos señales de vida
inmediatamente. Su calor brillando en el centro de la piscina y una cosa más
pequeña abajo en el agua.
No pienso, sólo me muevo, usando mi ayahl para guiarme mientras me
sumerjo.
El agua es lo suficientemente fría como para golpear mis escamas, que se
ondulan y parpadean antes de volver a bajar. La alcanzo al instante. Se revuelve
intentando salir del agua y, cuando la rodeo con los brazos, grita y sigue
revolviéndose. Una patada certera me da en las tripas y gruño sorprendido.
—Soy yo, Chispa de Fuego —la atraigo contra mí, pisando el agua mientras mi
mirada se ilumina, escudriñando las profundidades en busca de lo que sea de lo
que intenta huir. Siento el momento en que se calma, ya no lucha por alejarse de
mí cuando se da cuenta de que no soy un monstruo que ha venido a consumirla.
Ha. A ella no le gustaría esa experiencia. Ser tragado por cualquier criatura no
es una que recomendaría. Pero aun así debería tener cuidado. Porque puedo
consumirla. De otras maneras. Formas que la harían retorcerse y gritar en éxtasis.
Por los dioses, sólo un hilo de control me impide hacerlo. Casi podría reírme a
carcajadas, pero todo sentido y decoro abandonan mi mente cuando sus brazos
me rodean el cuello.
Con los ojos muy abiertos, se aprieta contra mí y de repente soy consciente de
todo. Sus piernas rodeando mi torso. La suavidad de todo su ser.
El calor me recorre por dentro al encenderme contra el calor de su cuerpo.
Está desnuda. Total, y completamente desnuda. Y ese cuerpo suave y pálido
está pegado al mío.
—Hay algo en el agua —jadea, y por fin le veo la cara.
De su pelo mojado caen riachuelos. Ya sin trenza, le cuelga por los hombros.
Sus labios rosados están hinchados por el frío del agua. Su piel está limpia de
suciedad, arena y sangre. Ahora veo los puntitos que decoran la piel de su nariz
como un marcador incorporado en el que nunca me había fijado.
—Tenemos que salir —echa un vistazo a la superficie, con las piernas
apretadas a mi alrededor, y mi cerebro se nubla. Esto no me había pasado nunca.
Ninguna mujer me había tocado nunca y me había hecho ir directamente al
instinto básico. Tengo que concentrarme.
No se da cuenta de lo que hace. Demasiado atrapada en el miedo que se ha
apoderado de ella. Sus ojos se abren de par en par antes de que sus piernas
vuelvan a tensarse de repente, atrayéndome contra su centro mientras chilla y se
retuerce contra mí.
—¡Está ahí! —señala detrás de mí, con las piernas agitadas a pesar de estar
atada a mí. —¡Me ha tocado! Lo he sentido.
Me giro en el agua lentamente, con los ojos pegados a su cara, aunque ella no
se dé cuenta.
A mi ayahl no le preocupa lo que sea que la esté asustando. Todo lo que le
preocupa es llegar a ella. Eso sólo significa que lo que la ha asustado es inofensivo.
Ahora la envuelve y vuelve a temblar.
Está tan concentrada en lo que sea que haya en el agua con nosotros, que su
miedo le hace ignorar la dura vara que presiona contra su centro a través de mi
ropa.
No puedo apartar los ojos de ella. No puedo concentrarme en nada salvo en
ese suave calor que me presiona.
La quiero.
Se sacude de nuevo, con los ojos muy abiertos. —¡Allí!
Cuando me giro, veo la cosa flotando justo debajo de la superficie.
Nos hago descender en una breve zambullida y ella grita de nuevo,
envolviéndome con más fuerza. Un estruendo me recorre el pecho, la sensación es
tan placentera que soy incapaz de contenerme ante lo que ocurre a continuación.
Una mano serpentea hacia abajo, agarrando su culo desnudo, y otro gruñido
me recorre. Es suave. Agarrable. Las hembras Zamari no son así. ¿Está completa
suavidad en todo su cuerpo? Las hembras humanas son increíblemente delicadas.
¿Es malo que me guste?
Gruño, con un estruendo en el pecho, mientras agarro a la pequeña criatura y
la llevo de vuelta a la superficie con nosotros.
Nunca había cuestionado mi moral. Nunca hubo necesidad de hacerlo. Mi
ayahl nunca me ha llevado por mal camino. Es un perfecto juez del carácter,
guiándome desde mi nacimiento. ¿Por qué me traicionaría ahora?
Pero con esta mujer...
La mantengo en equilibrio con una mano, sosteniéndola mientras ella inspira
profundamente, intentando no disfrutar de la sensación de su piel caliente contra
mi palma ni de la redondez de su trasero en mis manos. Llevo la otra mano
alrededor y levanto el brazo para que ambos podamos ver.
La criatura que tengo en la mano se contonea y se agita igual que la hembra
que tengo en mis brazos, con sus grandes ojos abiertos de terror mientras lucha
por escapar. Unos delgados tentáculos me rodean la muñeca, enviando diminutas
ondas de choque a través de mi piel mientras intenta hacerme daño. Casi me da la
risa.
—¿Esto? —retumbo.
Sus ojos muy abiertos miran fijamente la cosa. —¿Eso es lo que era? —los
labios rosados se mueven mientras habla, amenazando con acaparar toda mi
atención y no puedo evitar preguntarme a qué sabe ahora, con el agua fría en los
labios, su aliento caliente justo debajo. El contraste debe de ser divino.
—Es un octo... —frunce las cejas. —Mi abuela me dijo cómo solían llamar a
esas cosas en la Tierra. ¿Un pulpo? ¿Octopooze? —sacude la cabeza. —No
importa. Pensé que era otra cosa. Parecía... más grande.
Sus mejillas se colorean lentamente y de repente se queda inmóvil. Sus
grandes ojos se vuelven hacia mí antes de deslizarse desde mis ojos, pasando por
mi nariz, mis labios, mi barbilla... Su mirada viaja a mi mandíbula, baja por mi
garganta, mi pecho, hasta encontrarse con esos deliciosos montículos redondos de
su pecho. Otra cosa que las hembras Zamari no tienen. Se aplastan contra mí de la
forma más deliciosa, y sus ojos se abren aún más al verlos.
—¡Oh dioses! —sus grandes ojos vuelan hacia los míos. —Lo siento mucho.
Yo…
Se separa, suelta los brazos que me rodeaban el cuello y las piernas que me
envolvían, y gruño una advertencia, apretándole la mano en la grupa.
Se queda quieta.
Dejo que mi mirada recorra su rostro mientras elevo a la pequeña criatura en
el aire. —¿Qué quieres que haga con esto?
Me parpadea. —No lo mates, si eso es lo que me pides. Esta es
probablemente su piscina y nadé en ella. Probablemente estaba tratando de
defender su territorio, eso es todo.
—¿Algo que admiras?
Se lleva el labio inferior a la boca y desvía la mirada. No contesta durante unos
instantes, pero su mirada se desplaza hacia mis brazos cuando suelto a la
torturadora criaturita, aún ocupada en intentar sorprenderme con todas sus
fuerzas. Lo ve nadar hacia las profundidades de la piscina, alejándose rápidamente
de nosotros.
—Admiro muchas cosas —sus pestañas se hunden mientras me mira a través
de ellas, y mi polla palpita con fuerza en mi pantalón.
Me mantengo en el agua unos instantes, sin estar seguro de querer romper la
tensión entre nosotros, pero sabiendo que el momento llegará demasiado pronto.
—¿Has terminado de lavarte?
Ella asiente y la rodeo un poco más con el brazo. Cuando me acerco al borde
de la piscina, ella se agarra a mi hombro y me rodea con las piernas, pero no
vuelve a mirarme a los ojos. Salgo con ella aún agarrada y la tensión aumenta
entre nosotros. Me acerco a la moto, la agarro y la sacudo antes de dejarla en el
suelo. Cuando me arrodillo y se zafa de mi agarre, veo cómo sus mejillas se
enrojecen de nuevo mientras una mano se eleva para cubrir los montículos de su
pecho y la otra se posa en el vértice de sus muslos, como si el resto de sus partes
no fueran visibles. Como si no fuera hipnotizante.
Desnuda en todos los sentidos. Sin pelaje. Sin escamas. Sin crestas. Sólo piel
suave y pálida.
—Yo... lavé mi ropa —dice. —Así que tengo que esperar. No tenías que mojar
la manta. Se secarán pronto.
Mis cejas se levantan. Impresionado. Sólo había estado fuera media hora.
Levantándome, pongo distancia entre nosotros, dejándole espacio para
respirar. No, en serio, estoy poniendo algo de espacio entre ella y el depredador
que hay en medio. Tal vez un chapuzón me calme los nervios, pero su mirada se
clava en la mía cuando suelto el chaleco.
—Um, ¿qué estás haciendo?
Me encojo de hombros. —También necesito lavarme.
Sus mejillas se colorean de nuevo. —Vale. Te... daré algo de intimidad
—enrolla la frah alrededor de su cuerpo y comienza a levantarse. Pero ya me estoy
moviendo hacia el agua, con mi túnica en la mano.
Me desabrocho el pantalón y lo dejo caer sobre mis caderas al llegar a la
piscina. Agarro el sombrero y lo dejo caer al borde de la piscina, justo cuando oigo
un grito ahogado detrás de mí que me hace mover los labios. Me zambullo en la
piscina, sólo necesito ver sus ojos desorbitados.
Me está mirando... como si no pudiera quitarle los ojos de encima. Y de
repente, eso es todo lo que necesito.
Capítulo 16
Elsie
Está demasiado tiempo bajo el agua antes de que su cabeza salga de repente
a la superficie.
Me sobresalto, la respiración me entra bruscamente por la nariz.
No sé cómo lo hace. Cómo su mirada encuentra inmediatamente la mía a cada
instante. Como si sus sentidos se fijaran sólo en mí cada vez que estoy cerca. Un
reflejo automático.
No es que sea su casa o algo así, o que tenga algún derecho sobre su macho.
Me muerdo el labio, intentando poner los pies en la tierra. Me estoy
adelantando a los acontecimientos. Pero lo peor es que su mirada hace que algo
dentro de mí responda. Mi corazón late un poco más rápido. Se me acelera el
pulso. Se me seca la garganta. Y cada terminación nerviosa de mi piel se siente
activada y alerta.
Me observa con sólo media cabeza por encima de la superficie, el agua
flotando justo debajo de sus ojos. Parece algo peligroso esperando a que cometa
algún error para abalanzarse sobre mí. ¿Por qué no me asusta? ¿Por qué, en
cambio, hace que hilos de electricidad recorran mi espina dorsal?
¿Puede respirar bajo el agua? Ni siquiera lo sé. Ni siquiera puedo preguntar
porque tengo la lengua atascada en la garganta.
Debería apartar la mirada. Tal vez en la cultura Zamari, mirar fijamente no
tiene implicaciones sociales. Mira fijamente a un humano demasiado tiempo y se
pone incómodo. Mira fijamente a un macho humano demasiado tiempo y piensa
que quieres follártelo. ¿Es eso lo que el Zamari piensa que le estoy diciendo
ahora? ¿Qué quiero cogérmelo? ¿Lo quiero?
La pregunta me hace tragar saliva, como si quisiera enfriar mis entrañas, que
se han incendiado de repente. Y, aun así, no puedo apartar la mirada.
Nos besamos. Bueno, yo lo besé, y él respondió. Él respondió, y me sentí tan
bien. Pero incluso en la neblina del momento, la parte racional de mí sabe que
esta ardiente atracción que se enciende entre nosotros sólo traerá problemas. Él
es un forajido y yo... sólo soy una chica de Comodre. Y aunque no parezca el
hombre peligroso que he contratado, no puedo olvidar que eso es exactamente lo
que es.
Lo repito en mi cabeza como un mantra, aunque mi cuerpo siga
traicionándome. No puedo apartar los ojos cuando sumerge la cabeza bajo el agua
antes de volver a subir. Lo hace tan fácilmente que ni siquiera parece que esté
pisando el agua. Se pasa una mano por el pelo resbaladizo y sus ojos vuelven a
encontrarme. Esta vez puedo verle toda la cara. Los riachuelos de agua que bajan
desde su pelo hasta su mandíbula. La forma en que se mueven por el contorno de
sus pómulos y su mandíbula.
Repito el mantra con más fuerza, apretando los labios para no lamérmelos.
Para no mostrar tan obviamente mi sed de carne.
Pero los dioses saben...
Me quedo paralizada como si me hubieran pillado haciendo algo ilegal
cuando, de repente, sale de la piscina. Todos mis sentidos se desvanecen y me
quedo allí sentada, mirándole fijamente.
El agua se desliza por sus escamas de una forma que hace que cada gota
parezca una cosa deseosa y sensible que acaricia su piel, que no quiere soltarla
sino aferrarse para siempre. Ahora, en este cálido resplandor procedente del
agujero en la parte superior de la cueva, sus escamas cambian de color ante mis
ojos. Como una ola de polvo de estrellas púrpura y rosa deslizándose por su piel,
sus escamas liberan el agua antes de volverse de nuevo bronce y, de repente, está
seco. Debería apartar la mirada.
Ojalá. No tengo autocontrol. No puedo apartar la mirada porque hay algo aún
más interesante que el cambio de color de sus escamas. Algo que sigue reteniendo
mi atención.
Se da la vuelta y camina hacia un lado de la cueva, metiendo la mano en el
estanque más pequeño. Con las manos juntas, recoge un poco de agua y se vuelve
hacia mí.
Sus músculos ondulantes se mueven y se desplazan a mi paso, su pecho
parece tallado por un ser superior, la fuerza de sus muslos me hace pensar en
cosas más oscuras, y la vara que cuelga entre ellos...
Se me secan los labios. Mi garganta. La boca. Mi lengua sale humedeciendo
mis labios mientras lucho por apartar mi mirada del monstruo que cuelga entre
sus piernas.
Nunca había visto una polla así. Nunca había visto algo tan jodidamente
grande, incluso flácida. Es como un grueso tronco de bronce que se eleva cuanto
más la miro, hasta que me mira fijamente a la cara y me doy cuenta de que está
delante de mí.
¿Por qué no le digo que vaya a vestirse?
Trago saliva, incapaz de dirigirle la mirada.
La punta de su polla es lisa y ligeramente curvada y desciende hasta una
ancha cresta. Se estrecha ligeramente antes de volverse cada vez más gruesa. Hay
un conjunto de músculos que puedo ver bajo su piel, envolviendo todo el tronco
para producir una banda ligeramente ensanchada antes de que el tronco se
engrose un poco más, ensanchándose hacia otro conjunto de músculos, otra
banda bajo su piel. Las crestas de que recorren la parte inferior de esas secciones
más gruesas parecen tallas incrustadas en el propio músculo, y no puedo evitar
preguntarme cuál es su propósito. No puedo evitar preguntarme cómo se sienten.
Respiro hondo, me atrevo a levantar la mirada hacia la suya e
inmediatamente me pregunto si había sido la decisión más sabia. Su mirada se ha
desangrado y recuerdo inmediatamente que no eran negras en el agua. Ahora hay
una mirada extraña en esas fosas oscuras que me incendia el alma.
Se arrodilla ante mí, avanza con las manos entrelazadas y me doy cuenta de
que el agua que había recogido sigue en sus manos. Me las acerca a los labios,
despacio y con tanto cuidado que, en cuanto sus dedos rozan mis labios, una
descarga de electricidad me recorre desde el lugar hasta el fondo.
Inclino la cabeza, acepto el agua, siento su frescor mientras me alivia la
sequedad de boca y garganta, saciando parte de mi sed, pero incapaz de tocar el
fuego que arde en mi interior. Cuando termino, retira las manos, pero no se
mueve. El aire crepita entre nosotros mientras veo mi reflejo en esos ojos
oscurecidos. El poder de este macho me inunda, aunque él no se ha movido ni un
milímetro.
Soy una tonta por hacer esto. Por dejar que la manta se deslice de mis
hombros. Por volver a lamerme los labios como si pudiera saborear la tensión que
nos rodea.
No se mueve, sólo se pone rígido mientras su polla se sacude en mi visión
periférica. Los segundos que pasan parecen intrascendentes. Como si lo único que
importara fuera lo que está ocurriendo aquí y ahora. No hay palabras entre
nosotros, pero la conversación bulle en mi cabeza.
¿Él quiere esto? ¿Lo quiero yo? ¿Debería hacerlo? ¿Es prudente? ¿Soy tonta
por dejar que mis impulsos básicos nublen mi juicio?
Pero... sí quiero esto. Aunque me lo niegue a mí misma. Aunque sepa que no
me llevará a nada.
Trago saliva mientras él me observa, sin dejar de mirarme mientras me apoyo
en los codos. Al igual que en la cueva cuando le conté la historia de mi vida, me
deja tomar la decisión. Sin coacciones. El poder es todo mío. Y me doy cuenta de
que deseo este momento más que nada, aunque sé que no debería tenerlo.
No puedo respirar cuando por fin se mueve y se acerca. Coloca las palmas de
las manos sobre la manta y se inclina sobre mí, arrastrándose como si fuera una
presa. Lo único que puedo hacer es quedarme completamente quieta, demasiado
asustada para moverme, porque esto me emociona y me aterroriza a la vez, pero
también deseando ver qué pasará si me quedo.
—Chispa de Fuego —el mismo tono áspero y gutural. El mismo que he oído
antes. El que hace que suene como si intentara controlar algún instinto suyo.
—¿Sí? —susurro.
Sólo hace falta ese momento. Ese sonido antes de que se zambulla,
deteniéndose justo antes de que sus labios choquen contra los míos.
Subo las manos y las yemas de los dedos rozan su pelo resbaladizo y húmedo,
mientras su nariz roza la mía. Su pelo es tan jodidamente suave. Se parece más a
pequeñas plumas suaves que a otra cosa, y un escalofrío me recorre cuando
vuelvo a rozarlo con los dedos. Su pecho se agita mientras jadea y espera, como si
luchara contra los mismos impulsos que yo. Como si también se dijera a sí mismo
que esto no está bien, pero no pudiera liberarse de esta tormenta eléctrica que se
desata entre nosotros.
Cuando creo que está a punto de alejarse, se acerca y roza mis labios. Lo
espero, todo mi ser lo anticipa, pero lo único que hace es rozar de nuevo sus labios
con los míos.
—Ese... saludo —retumba.
—¿Saludo? —jadeo.
—El de tus labios.
Me doy cuenta. —¿Quieres decir... cuando te besé?
Hay otro estruendo en su pecho. —Hazlo otra vez.
Su orden me hace palpitar entre los muslos mientras subo ligeramente la
barbilla, lo justo para rozar mis labios con los suyos. Suena un gemido profundo
antes de que una gran mano me acune el cráneo y me apriete contra él.
Su beso es brutal. Como si quisiera extraer todo lo que puedo dar y tomarlo
para sí. Sus labios chocan contra los míos, un gruñido y un estruendo vibran en su
lengua mientras se desliza en mi boca, arremolinándose con la mía, bailando.
Gimo ante la fuerza de su beso. La sensación de su necesidad desesperada y
mis piernas se abren entre nosotros. Se acomoda allí, su enorme cuerpo separa
mis muslos mientras empuja contra mí, extendiéndome sobre la manta mientras
su beso me consume.
Gimo en su boca, una cascada de sentimientos que no sabía que retenía se
desata como si los liberara un tsunami. Cada centímetro de mi cuerpo que aprieta
contra el suyo desnudo envía chispas eléctricas a todo mi ser. Tiemblo contra él y
le rodeo el cuello con los brazos, atrayéndolo aún más.
Algo grueso y caliente se desliza contra mí, recorriendo el valle que hay en el
centro de mis muslos y encendiendo sensaciones en mi interior. Me estremezco y
jadeo contra sus labios mientras él se congela. Sus ojos oscuros encuentran los
míos cuando gruñe en mi boca y me derrito. La fuerza de ese sonido, las
vibraciones que bajan por mi garganta y se propagan a través de mí. Mi coño se
aprieta, la necesidad moja mi interior.
Se desliza hacia atrás, antes de apartarse lo suficiente para que pueda mirar
entre nosotros, para que pueda ver lo que está haciendo. Y entonces vuelve a
deslizarse hacia delante, pasando su gruesa vara por mis pliegues una vez más. Mi
espalda se arquea al sentir su dureza contra mi clítoris. Se oye un estruendo, pero
no puedo ver. Mis párpados se agitan cuando él retrocede y lo vuelve a hacer, una
y otra vez, hasta que me siento como si me estuviera machacando sobre él y no al
revés.
Me siento tan jodidamente bien que en cuestión de instantes estoy
temblando, incapaz de controlar los fuegos artificiales que estallan en mi ser, sólo
capaz de agarrarlo con fuerza, las yemas de mis dedos clavándose en su hombro
mientras él vuelve a levantar su mirada hacia la mía.
Antes me parecía que estaba loco. Me equivocaba. Ahora la mirada de esos
ojos oscuros es francamente depredadora. Sus labios chocan contra los míos una
vez más mientras clava su polla entre mis pliegues, la punta alcanza mi ombligo
antes de que se eche hacia atrás y lo haga de nuevo, y de nuevo, y de nuevo. Esas
gruesas bandas son como crestas texturizadas que ruedan por mi calor. Está
húmedo y caliente. Una deliciosa combinación de su presemen lubricando mis
pliegues mientras él me aprieta.
No sé si sabe lo que hace. Si sabe que está estimulando ese capullo entre mis
pliegues y que me está volviendo loca. Pero cuando le miro, veo esos ojos clavados
en mí. Asimilándolo todo. Sus caderas se inclinan y se ajustan como si
reaccionaran a cada gemido.
El deseo me consume y llego a un punto álgido que no esperaba. Mis piernas
se agarrotan y ahogo un grito en su hombro. Los temblores me sacuden mientras
mi cuerpo experimenta un subidón tan intenso que toda mi energía se escurre
hasta los dedos de los pies.
Es entonces cuando por fin se frena. Levanta la cabeza y me observa con una
intensidad que me hace estremecer aún más. Me mira como si estuviera
documentando cada segundo de esto.
Cuando por fin se me pasa la onda expansiva y vuelvo a tranquilizarme, le
miro con ojos borrosos. Siento un cosquilleo en el vientre y mi mirada se desliza
sola hacia abajo. Su polla se sacude en el momento en que mis ojos se posan en
ella, entre nosotros. Su prepucio es de un fino blanco lechoso que gotea de su
punta, pero eso no es lo que llama mi atención.
La primera banda ensanchada de su polla parece más oscura ahora, como si
hubiera mucha presión concentrada allí.
—Que... ¿Qué pasa?
Aparta su mirada de mí, mirando también entre nosotros.
—¿Los machos humanos no tienen esto?
Sacudo la cabeza y, cuando aparto la mirada de la banda, descubro que sigue
estudiándome.
—No sabes lo que significa entonces...
Vuelvo a sacudir la cabeza.
El momento se rompe y él se inclina, enseñando los colmillos justo delante de
mí. Es casi aterrador. Casi. Porque lo que siento no es miedo. Sólo necesidad. Una
necesidad temblorosa que recorre mi columna vertebral como miel caliente antes
de explotar en cada terminación nerviosa como un fuego artificial.
—Significa —retumba, rozando mis labios mientras habla. —Que estoy
deseando llenarte con mi semilla —hace una pausa y aprieta las manos contra la
manta como si quisiera estabilizarse. —Que mi polla quiere formar un nudo muy
dentro de ti... No quiero asustarte, Chispa de Fuego... pero si no paro ahora...
Me recorre otro temblor, mi cuerpo reacciona a sus palabras. Levanto la mano
y le agarro por detrás de la cabeza, acercándome lo suficiente como para que solo
nos separe un suspiro. Deslizo la lengua entre sus labios y lamo lentamente uno de
sus colmillos.
El gemido que emite es tan masculino que mi coño palpita.
—¿Quién ha dicho nada de parar?
Hay un momento entre nosotros en el que veo que su mirada se intensifica
antes de gruñir.
Se desliza hacia atrás y su vara caliente vuelve a deslizarse por el centro de
mis sensibles pliegues mientras mis dedos se clavan en su nuca. Me preparo,
cierro los ojos, sabiendo que esto va a ser doloroso incluso antes de que empiece
a ser bueno, pero cuando siento la primera presión de su cabeza contra mi
entrada, no hay dolor.
Levanto la vista y lo encuentro concentrado en mí, y no puedo apartar la
mirada.
Se toma su tiempo, presionando la cabeza con una fuerza constante que me
va abriendo poco a poco. Mi respiración se acelera, mi pecho se agita mientras
nuestras miradas permanecen fijas y su polla sigue empujándome. Estoy tan
mojada y, sin embargo, siento que es demasiado grande para penetrarme.
Veo que aprieta los dientes y la mandíbula mientras se inclina, apoyándose en
sus brazos sobre mí, antes de detenerse.
—Esto te hará daño si continúo —su voz es gruesa, llena de la misma
necesidad que me recorre. Y al oír sus palabras, me invade una pizca de pánico.
Sacudo la cabeza, meneando las caderas mientras me muerdo el labio.
—Quiero esto. No pares ahora.
Otro gruñido, pero, aunque ha dejado de moverse, no se echa atrás. Vuelvo a
mover las caderas, presionando contra ese delicioso ardor, y él gruñe, un temblor
recorre sus brazos antes de apretarme. Una pizca de dolor es ahuyentada por un
placer indescriptible cuando atraviesa mi entrada y, cuando la cabeza entra, un
profundo gemido retumba en mis oídos.
No estoy segura de si es él o yo quien ha emitido el sonido, sólo de que se
congela de nuevo.
Estamos unidos. La sensación de que me estire solo con la cabeza de su polla
gigante no debería ser tan agradable. Mi coño llora, pidiendo más, pero él se
retira, su mirada oscura se desplaza sobre mí mientras me penetra, mirando hacia
abajo entre nosotros para ver dónde estamos unidos.
—Fek —gruñe, y me quedo paralizada. Nadie me ha mirado nunca como él
me mira ahora. Su mirada me abrasa con un hambre cruda que me roba el aliento
y me detiene el corazón.
Me agarra la mandíbula con las dos manos antes de deslizarlas hacia abajo,
recorriéndome los hombros y deteniéndose en mis pechos. Me los agarra, me
pasa los dedos por los pezones y yo jadeo, con el coño apretándose contra su
gruesa cabeza. Vuelve a retumbar en su pecho mientras me amasa los pechos y no
puedo evitar mover las caderas. Me aprieto contra él, absorbiéndolo un poco más,
rodeando la vara que me está empalando, moviendo las caderas para poder
absorberlo un poco más.
Otro estruendo y enseña los colmillos mientras se le tensan los músculos del
cuello.
Intenta no moverse. Para permitirme tomar el control y acostumbrarme a él.
Y sólo verlo así, al final de su restricción, sólo me hace desear esto más.
Tiro de mis caderas hacia atrás, deslizándome sobre su punta, solo para
posarme en ella una vez más, esta vez cogiendo más de él que antes. Dejo que las
sensaciones se asienten un momento antes de repetirlo una y otra vez, hasta que
sus manos me agarran por el torso y me sujeta mientras me follo con su polla.
No dura mucho. Pronto me empuja contra la manta y vuelve a inclinarse
sobre mí.
—Eres tan pequeña, Chispa de Fuego. No quepo —su aliento me calienta los
labios e inclina la cabeza, apoyando la frente en la mía. No tengo más remedio que
mirar a los ojos de este ser tan diferente de mí. Incluso con esta simple unión, a
pesar de que apenas se mueve, puedo sentir el poder en su cuerpo. Sé que podría
destrozarme si quisiera.
Y eso despierta en mí una especie de extraño deseo.
—Si te duele... —continúa.
Inclino la cabeza, haciéndole callar con los labios. —No es suficiente, forajido.
No es suficiente.
Gruñe contra mí y, cuando aprieto más las caderas contra él, noto cómo
pierde el control. Me sujeta la cintura con una mano antes de retroceder y
lanzarse hacia delante. Mi canal se estira, tratando de acomodarse a él, y veo las
estrellas.
No es nada como cuando dirigía los movimientos, deslizándome sobre él. Es
completamente distinto cuando es él quien manda. Pongo los ojos en blanco ante
la fuerza de su empuje y siento que me abro a él mientras avanza. Hay un
estiramiento. Un estiramiento casi insoportable, pero lleno de placer, mientras
intento acomodarme a la primera banda ensanchada de su pene.
—Dime si es demasiado —gruñe cerca de mi oído. —Dime si no puedes
soportarlo —su voz suena tensa, como si aún estuviera conteniendo demasiado, y
me aprieto a su alrededor, exigiendo más.
—No pares —susurro.
Se me nubla la vista cuando se echa hacia atrás y empieza a follarme. Su polla,
como una barra caliente, se desliza dentro y fuera de mí mezclada con nuestros
jugos. Pongo los ojos en blanco y, por primera vez en cuántas órbitas, dejo de
preocuparme y me limito a sentir.
Es intenso. Cuando empieza a atizarme, con su polla entrando y saliendo a un
ritmo que hace que todo mi cuerpo se estremezca, siento que entro en un estado
de éxtasis total. Mis manos se aplastan, agarrando la manta y la arena bajo
nosotros mientras abro mi cuerpo a él, permitiéndole que me tome.
Completamente.
Gruñe, la presión se intensifica cuanto más profundiza, hasta que se detiene a
mitad de embestida y concentra esa presión. Pongo los ojos en blanco cuando la
primera franja gruesa de su polla me abre de par en par antes de deslizarse dentro
de mi calor. Mi coño se estira para adaptarse al cambio de anchura y gimo, con los
ojos en blanco y la cabeza inclinada hacia atrás.
Se detiene allí. Jadea. Noto cómo su polla se sacude dentro de mí y, cuando
abro los ojos, vuelve a tomar mis labios, inclinándose hacia delante para besarme
tan lenta y tiernamente que me hace gemir de nuevo. Su pelvis se balancea a un
ritmo tortuoso mientras me penetra, y yo gimo dentro de su boca, con el cuerpo
rígido una vez más mientras alcanzo otro clímax.
Sus labios se tragan mi grito y soy vagamente consciente de que sólo he
tomado la mitad de su polla. Pero estoy llena, increíblemente llena. Y quiero más.
Quiero que él también alcance su clímax.
Siento que pierdo la lucidez al mover las caderas, pero su mano me aprieta la
cintura y me mantiene quieta mientras gruñe con fuerza. Empujones lentos y
profundos y vuelvo a perderme. Mi cuerpo tiembla sin que lo controle y pierdo el
control de lo que me rodea mientras él gruñe profundamente contra mis labios.
—Tan jodidamente perfecta —murmura, retrocediendo tan despacio que
siento cómo mi coño se adapta a cada centímetro de su longitud antes de que
vuelva a deslizarse hacia delante. —Me estás agarrando muy fuerte, Chispa de
Fuego.
Y entonces él también tiembla. Su polla se sacude, tirando de la suave carne
que rodea mi entrada, haciéndome apretar y palpitar a su alrededor. Vuelve a
gemir antes de agarrarme con más fuerza las caderas y empezar a moverse de
nuevo. Estoy en todas partes y en ninguna. Soy el sol, las lunas y las estrellas
mientras sus caderas retroceden y avanzan. Su ritmo es agotador, cada músculo
de sus brazos y su pecho está tenso. Esos ojos oscuros me miran fijamente al alma
mientras me penetra, y veo mundos lejanos, aunque en este lugar sólo estemos
nosotros. Él y yo. Él estirándome y yo recibiendo cada centímetro que él puede
darme.
Gruñe, bajo y profundo, mientras retrocede y empuja con fuerza, y mis manos
se clavan en la manta que hay debajo de nosotros. Un dolor que apenas siento. El
Zamari aprieta su frente contra la mía mientras gime, un líquido caliente me llena
por dentro y gimo al sentir su liberación.
Los pechos se agitan al unísono y respiramos profundamente juntos.
—Esto no está bien, Chispa de Fuego —creo oír. —Si no te hiciera daño,
estaría tentado de hacerte mía.
Sus palabras susurran en el espacio que nos separa, enredadas en nuestras
respiraciones agitadas y en el aroma de nuestro placer. Y por un momento, todo
está bien en el mundo.
Hasta que su voz cambia, algo en su tono hace que recupere la conciencia.
Algo salvaje. Algo peligroso.
—Chispa de fuego —gruñe.
Parpadeo, una especie de claridad me llega a través de la bruma. —¿Qué es?
Sus fosas nasales se agitan. Todo su ser se pone rígido.
—Estás sangrando.
Parpadeo. —¿Qué?
Capítulo 17
El Forajido
Elsie
Montamos.
Durante horas y horas atravesamos el mar de arena, con el estruendo de su
moto como única constante. Pero no le digo que pare. No le digo que reduzca la
velocidad. Pierdo la noción del sol poniente y naciente mientras viajamos sobre
dunas centelleantes.
Sólo nos detenemos una vez cuando es necesario: un rápido estiramiento
mientras él reposta su moto con chips solares. Sin palabras, eficientes, y de nuevo
en marcha hacia la infinita extensión.
Mi cuerpo se agarrota, me duele y luego se entumece ante el ritmo
implacable. Aun así, no le pido que pare. No puedo, cuando siento los corazones
de los que cuentan conmigo con cada ráfaga de viento que me azota el pelo.
Pasamos junto a pequeños puestos comerciales casi enterrados en la arena.
Estaciones de paso abandonadas donde las vigas metálicas crujen tristemente al
viento del desierto. Extrañas formaciones rocosas puntiagudas e imponentes
montañas de arena que desaparecen a nuestro paso.
A veces, la pesadez de mis párpados me convence para que descanse. Me
quedo dormida y me despierto sobresaltada cuando un golpe especialmente
fuerte me devuelve a la consciencia. No puedo relajarme del todo, los sueños
ansiosos me impiden descansar de verdad. En esos momentos en los que mi
corazón se estremece, latiendo un poco más fuerte por algún miedo que aún me
atormenta, la fuerza del hombre en el que me apoyo es como una presencia
calmante y tranquilizadora que hace que todo se desvanezca.
Me pierdo observando las bandas rosas y doradas que se extienden por el
cielo. La nube ocasional de polvo centelleante levantada por una dalmata errante.
El pulso rítmico de la moto debajo de mí.
La preocupación me invade durante todo el trayecto. Que no lleguemos a
tiempo. Que no quede nada que salvar cuando regresemos. Incluso me preocupa
que podamos encontrarnos con otra tormenta. O, peor aún, otro de esos gusanos
de arena. Pero la marcha es firme. Segura.
En cuanto nos acercamos a Comodre, mis sentidos se agudizan. Está oscuro, la
noche se acerca, pero incluso sin la luz del sol, empiezo a reconocer cosas.
Pequeños trozos del horizonte que siempre me resultaron familiares desde mi
vista en la ciudad, sólo que ahora cambian al acercarnos desde la dirección
opuesta.
Pasamos junto a uno de los puestos avanzados de Nirzoik y mis hombros
están rígidos por la conciencia. Pero éste está vacío. Quienquiera que debiera
montar guardia probablemente se ha marchado, ya que en Comodre nunca pasa
nada. Somos serviles. Dóciles. Así que, cuando no hay sonido ni alarma, me obligo
a calmarme. A no asustarme a medida que nos acercamos. Pero los latidos de mi
corazón se vuelven más erráticos cuanto más nos acercamos, sabiendo que esto
está realmente a punto de ocurrir. Por primera vez, estoy a punto de contraatacar
a los Nirzoik con el tipo de resistencia que les llegará. Y aunque sé que es mi mejor
apuesta, nuestra mejor apuesta hacia la libertad, no puedo evitar la incertidumbre
que aún me inunda.
A medida que nos acercamos a la colonia, vigilo que no haya ningún Nirzoik.
No está previsto que vuelvan por las cuotas, al menos, todavía no. Pero el terror
de entrar en la colonia y encontrarlos allí, antes de que hayamos tenido tiempo de
prepararnos, me pone los nervios de punta.
El Zamari no dice una palabra, pero el endurecimiento de su mandíbula me lo
dice todo. Y con ojos nuevos, puedo verlo desde su perspectiva. Comodre parece
más un vertedero que un bullicioso asentamiento lleno de esperanza en el futuro.
Las pocas cabañas que quedan en pie en las afueras han sido calcinadas o
abandonadas hace tiempo. Cuando los Nirzoik llegaron, fueron esas casas las que
se llevaron la peor parte.
Parece más un cementerio que otra cosa, y cuando el Zamari pasa junto a
ellos, entrando por fin en Comodre, un dolor se aprieta en mi pecho al descubrirse
más de la colonia.
Ráfagas de viento atraviesan chabolas abandonadas con puertas que cuelgan
de bisagras rotas. Las fachadas de las tiendas están destrozadas y sus mercancías
saqueadas. La taberna donde los colonos nos reuníamos para charlar y divertirnos
resuena ahora con la inquietante llamada del viento que fluye entre sus vigas.
Más adentro, muchas de las casas que quedan presentan marcas de
quemaduras en sus endebles paredes de madera. Han desaparecido tejados
enteros. Apenas queda un edificio intacto. Los que aún están habitados se
encuentran solos entre los escombros de sus vecinos. La tenue luz de cera tras las
polvorientas ventanas apenas mantiene a raya la oscuridad.
La gente que se atreve a sentarse fuera en sus terrazas abre mucho los ojos
cuando pasamos volando. Algunos se levantan para volver a entrar a toda prisa,
pensando que podríamos ser los Nirzoik. Otros se quedan helados de miedo. Y
algunos no pueden hacer nada, ya que el Zamari ni siquiera aminora la marcha
para reconocer su presencia. Nos ven y me duele que su primer pensamiento sea
correr para ponerse a salvo.
Cuando empezamos a construir aquí y llegaron los Nirzoik, los recibimos con
los brazos abiertos y de fiesta, sin darnos cuenta de que pronto se convertirían en
nuestro fin. Ahora, no hay saludo para el Zamari en absoluto. Sólo miedo. Mi
pueblo ya no está acostumbrado a nada más que a esos ladrones. Sus espíritus
rotos se reflejan en los míos y me recuerdan por qué tengo que hacer esto. Por
qué no puedo rendirme. Me niego a dejar que todos muramos. Porque ese es el
final de todo esto. Los Nirzoik no se detendrán hasta que nos desangren. O
recuperamos nuestra frontera de la plaga... o nos convertimos en polvo junto con
ella.
Aparto la mirada de los deprimentes edificios y miro hacia delante mientras el
Zamari sigue adelante. Sólo entonces me doy cuenta de que va en la dirección
correcta. Como si supiera exactamente dónde vivo. Algo revolotea en mi pecho
cuando rodea el árbol endolo situado en el centro de la colonia y gira bruscamente
a la izquierda, en dirección a mi calle.
—¿Cómo sabes qué camino tomar? ¿Cómo sabes el camino? —grito por
encima del viento.
Suena un gruñido en su pecho y de repente me retrotraigo a aquella cueva, a
cómo me flaquearon las rodillas cuando emitió un sonido similar en su garganta
mientras sus labios se aprisionaban entre mis piernas.
—Yo no —responde, y sin embargo hay una ligera sensación que me recorre.
Subiendo por los suaves pelos de mis brazos, explotando en mi pecho.
Haciéndome temblar. —Sólo sigo mi ayahl.
Su ayahl. Ya lo ha mencionado antes. Y cuando vuelve a mencionarlo, hay algo
parecido a una ola de fina seda que me roza la piel al oírlo.
No se detiene, no aminora la marcha hasta que llegamos a la cáscara de lo
que una vez fue la cabaña de Estella. Al ver los restos de su casa, salgo de mis
cavilaciones y vuelvo a sentir una opresión en el pecho. La moto se detiene y me
balanceo al bajarme; mis músculos no están acostumbrados al movimiento
después de tanto tiempo sentada en ella. Una mano grande sostiene la mía -la del
forajido- y le miro mientras me ayuda a levantarme.
La realidad me golpea como un ladrillo.
Estamos aquí. Lo traje a Comodre. Esto ya no es un sueño. Realmente estoy
impulsando este plan.
Mientras las palabras laten en mi cabeza, no tengo tiempo de dejar que los
pensamientos se asienten. La puerta de mi cabaña se abre de golpe, una antorcha
ahuyenta la oscuridad y Estella sale.
—¡Elsie! Tú... —se detiene en seco, la mirada vuela inmediatamente al
forajido a mi lado. Veo el momento en que se detiene. La forma en que sus
hombros se enderezan. Cómo su mirada se desplaza hacia la mano que me
sostiene. La forma en que un brazo ha desaparecido detrás de ella, y sé que tiene
la mano en su blaster. —Has llegado —termina, añadiendo una sonrisa de saludo
que obviamente es falsa.
Sus ojos no se apartan del forajido y, cuando le echo un vistazo, me doy
cuenta de que debe de parecer bastante misterioso. Peligroso. Un desconocido a
mi lado en la oscuridad.
Su sombrero está como cuando lo conocí. Tan bajo que ni siquiera puede
verle los ojos. Pero él no la mira a ella. Su mirada está clavada en mí, sus ojos
iluminados mientras me ayuda a mantener el equilibrio hasta que la sangre vuelve
a correr por mis piernas y el hormigueo dentro de ellas se detiene.
—¿Elsie? —la voz de Estella me saca del vacío creado al mirarle a los ojos.
—¡Oh! Estella, esto es...
—¿Mamá? —la vocecita detrás de Estella es tan suave, pero rompe el aire, lo
corta al llegar a mí y golpea la puerta que guarda mi corazón.
No sé por qué se me llenan los ojos de lágrimas cuando Kiana sale de detrás
de Estella. Esos grandes ojos marrones me miran y puedo ver el miedo que hay en
ellos. Había tenido a Estella, pero la había dejado durante días. Es el mayor tiempo
que hemos estado separadas y ahora me doy cuenta de que, aunque mi viaje de
ida y vuelta a Calanta me había mantenido ocupada, ella había estado aquí
esperándome todo el tiempo.
Había estado por ahí machacando la polla de un forajido mientras ella estaba
aquí pensando que no iba a volver.
Inmediatamente, me siento como una mierda.
Kiana da un paso adelante y Estella la detiene con una mano, con las cejas
fruncidas mientras mira fijamente al forajido. No sabe quién demonios es. No
confía en él. Tiene derecho a no hacerlo. Y me doy cuenta de que una parte tonta
de mí ha abandonado todas mis reservas con respecto a este macho.
Confío en él. Con mi vida.
—¿Mamá? —la voz de Kiana se quiebra de nuevo, el miedo impregna la suave
expresión cuando su mirada se desplaza hacia el Zamari y recuerdo
inmediatamente la escena que había presenciado el día que decidí marcharme. De
los Nirzoik, de lo que hicieron en la casa de Estella y de cómo nos trataron delante
de ella. Toda su vida he intentado protegerla, pero sé que en el fondo ha
aprendido que hay que temer a los extraños. Y ahora puedo ver ese miedo en sus
ojos.
Suelto la mano del forajido y caigo de rodillas, tendiéndole la mano. Con un
gesto de seguridad a Estella, le hago señas a la niña para que se acerque a mí.
—No pasa nada, Kiana —parpadeo para que no se me caigan las lágrimas.
Quiero que se sienta segura. Que no hay nada que temer y que llorando no la
ayudaré. —Ya estoy aquí.
Es todo lo que necesitaba oír. En cuanto Estella mueve la mano, Kiana corre
hacia mí. Camina entrecortadamente, más lenta de lo que debería a su edad, pero
aun así viene hacia mí. En cuanto está cerca, la estrecho entre mis brazos y la
colmo de besos hasta que se ríe a carcajadas.
—¡Te he echado tanto de menos! —le doy un apretón antes de que mis ojos
encuentren a Estella. Me sonríe, esta vez de verdad, y cierro los ojos un momento,
disfrutando de la sensación de estar en casa. Por eso me pongo en peligro. Por
esto. Kiana se merece mucho más de lo que la vida le ha dado. Se merece todo lo
que nos prometieron en la nave nodriza,
Me levanto con ella en brazos y miro al forajido. Está de pie, sin ninguna
expresión legible en la cara. No sé lo que piensa, pero hay algo en la forma en que
me mira.
—Tienes una joven —dice finalmente, con los ojos fijos en Kiana y luego en
mí.
Hay algo que me falta. Algo que no puedo identificar. Y entonces me acuerdo.
La hemorragia. Cómo había pensado que quería decir que sangraba por ahí y
había intentado explicarle la causa... y cómo me había limpiado tan a fondo con su
lengua después.
Mi corazón palpita y su mirada se posa inmediatamente en mi pelvis, como si
pudiera ver a través de las fibras de mi falda. Necesito todo lo que llevo dentro
para no retorcerme.
—Sí —respondo. Es todo lo que puedo responder por ahora. Si quiere
escucharme, puede que le cuente la historia. Pero dudo que lo haga. A pesar de lo
que nos pasó en las llanuras, se irá cuando termine este trabajo. Se irá cuando le
paguen.
Y por alguna razón eso me rechina, haciéndome apretar los dientes para
contener una repentina oleada de emociones a las que soy demasiado cobarde
para enfrentarme ahora mismo.
—Pasa —me doy la vuelta, dirigiéndome hacia la puerta. —Hay mucho que
discutir.
Su mandíbula vuelve a vibrar y me pregunto si me seguirá dentro, pero
mantengo la cabeza hacia delante, intentando no mirar el hecho de que James, el
macho humano que vive cerca de nosotros, ha salido por su puerta y nos está
observando. Pero el Zamari también debe darse cuenta. Su mirada se desplaza
ligeramente antes de apagar el motor de su moto y seguirme hacia dentro. Estella
permanece junto a la puerta, con los ojos fijos en él, mientras le deja entrar antes
que ella. Su mirada se clava en su espalda mientras cierra la puerta tras ellos, y
cuando la puerta está cerrada, cuando el mundo exterior está bloqueado y
estamos aquí, en mi espacio, mi pequeño refugio personal, me giro para mirarle.
El hombre que ha entrado en mi vida y me hace cuestionarme cosas. El varón
que ha entrado en mi casa y su presencia parece llenar el lugar. No asfixiante. No
intrusiva. Sino algo más.
Con él aquí, siento que le he abierto otra parte de mí. Su mirada lo recorre
todo, igual que yo he visto a esos mismos ojos escrutar cada detalle de mi cara.
Sentada con Kiana sobre mi regazo en el catre que hay a un lado, suelto un suspiro
y saco la única silla de la mesa antes de empujarla suavemente hacia él.
Su mirada se desvía hacia ella, pero no se mueve. Mientras tanto, a su
espalda, Estella permanece apoyada en la puerta como si estuviera lista para
entrar en acción en cualquier momento.
La tensión en la habitación es tan densa que puedo sentirla. Me pregunto qué
pensará de mi casa. Qué pensará de Comodre.
Esos ojos suyos me iluminan como si estuviera bajo los reflectores. Como si
cada uno de mis pensamientos estuviera bajo escrutinio. Hay algo en su mirada
que se endurece y cuando abre la boca, todo queda claro.
—¿Dónde... está tu compañero?
Capítulo 19
El Forajido
Elsie
***
El Forajido
Elsie
Es extraño oír todos los ruidos de los trabajos que se realizan en la cabaña y
no ser uno mismo quien los lleva a cabo.
Por primera vez en lo que parecen muchas órbitas, estoy sentada en la silla de
la cubierta, Kiana envuelta en una manta en mis brazos, Ivuria brillando sobre
nosotros, y hay una sensación de... paz.
Los golpes y estruendos que sacudían la cabaña ya se han calmado. El tejado
está terminado. Las paredes de la habitación trasera se están uniendo. De
repente, mi cabaña es más grande. Y no puedo creer nada de esto.
Envolviendo a Kiana con más fuerza entre mis brazos, permito que algunos de
los rayos de Ivuria incidan sobre su piel mientras la acuno lentamente.
Es extraño, este sentimiento.
Llevo mucho tiempo trabajando, dejando pasar cada día con un apretado
nudo de ansiedad e incertidumbre que rodea cada uno de mis movimientos.
Sentarme unos momentos en paz me parece casi criminal. Casi perjudicial para mi
supervivencia. Como si, en cualquier momento, mi mundo fuera a derrumbarse
por culpa de este lapsus de vigilancia.
—Una de nosotras debería haber ido hoy a las minas —dice Estella desde
donde está sentada en la propia cubierta, con la espalda apoyada en la pared. Su
mirada está clavada en los restos carbonizados de su cabaña, inmóvil, como si
pasaran ante sus ojos imágenes que no puedo ver.
—Lo sé —susurro al cabo de unos instantes.
—¿Entonces por qué no hemos ido ninguna de las dos?
Miro fijamente a lo lejos, sin estar segura de la respuesta, y nos sumimos en el
cómodo silencio en el que hemos estado sumidas desde que vinimos a sentarnos
en la terraza.
—Es por él, ¿verdad? —Estella finalmente retira su atención de los restos de
su cabaña para mirarme. —Después de lo que hizo con Marcus, entiendo por qué
lo contrataste —echa la cabeza hacia atrás y mira al cielo. —Me sentí jodidamente
bien viéndole poner a ese gilipollas en su sitio.
—Estella...
—No. Es verdad. Se lo merecía —hace una pausa, su dedo golpea la madera
debajo de ella. —Especialmente después de lo que dijo de Viv.
Aparto la mirada de ella y siento que se me tensa la mandíbula. No puedo
decir nada en contra. Tiene razón, por supuesto.
—Las cosas van a cambiar por aquí —susurra. —Ya puedo sentirlo.
Con la mirada fija en la tenue silueta de Ivuria 11 en el cielo, un suspiro se
estremece en mi interior mientras dejo que sus palabras se asienten en mi mente.
Espero que tenga razón.
Los sonidos sordos procedentes de la parte trasera de la casa me hacen
retroceder y mis pensamientos se dirigen una vez más al Zamari. Le llevo agua y le
ofrezco un poco de la poca comida que tengo. Sólo aceptó el agua. Intenté
ayudarle también con las tablas, pero se negó.
Durante la mayor parte de la mañana, le he observado trabajar. Incapaz de
apartar la mirada de los músculos que ondulan en su espalda o de la forma en que
sus muslos se contraen mientras manipula los grandes y pesados tablones como si
no pesaran nada. Es como una máquina, haciendo el trabajo de cinco hombres él
solo, e incluso mientras arma mi cabaña, siento como si estuviera haciendo mucho
más que eso. Es como si también estuviera recomponiendo algo muy dentro de mí
que estaba destrozado.
Me muevo con Kiana, la miro y vuelvo a preguntarme si estoy tomando las
decisiones correctas. Sus pequeños labios están sonrosados por el calor y el efecto
de la medicina que le di. Medicina que casi no nos queda.
Es tan pequeña. No se merece nada de esto.
Sé que el Zamari debe estar preguntándose por qué he tomado el lugar de su
madre. Por qué estoy tan apegada a una niña que no di a luz. Y a veces, me
pregunto si Kiana crecerá y me mirará y pensará lo mismo.
Tal vez sea porque sé lo que es perder a mis dos padres. Tal vez sea porque no
quiero que ella sienta nada de eso. Era tan pequeña cuando murió su madre, sólo
un bebé. No la recuerda en absoluto. Como muchos otros, la enfermedad se llevó
a la mujer que la dio a luz. La extraña enfermedad que arrasó nuestra colonia y se
quedó.
Nadie sabe de dónde viene la enfermedad, ni siquiera qué es en realidad.
Algunos parecen caer presa de ella, mientras que otros no. Soy una de los
afortunados. Y, sin embargo, cambiaría de lugar con tal de no verla sufrir.
Cada día, viendo a Kiana luchar contra los intensos dolores musculares y
articulares, viendo cómo se esfuerza por comer y retener la comida... no se lo
deseo a nadie. Se consumirá sin medicinas ni ayuda, y para eso, necesito que los
Nirzoik se vayan. Lleva minar casi sesenta días reunir suficientes gemas de Sansa
para siquiera permitirse una dosis de la medicina que necesita, y con el impuesto
de los Nirzoik, ese tiempo se extiende aún más.
Un fuerte suspiro me recorre mientras la veo dormir. No mentí cuando me
enfrenté a Marcus. Le dije la verdad. Me cansé de vivir así.
Algo se mueve en mi periferia y alzo la vista para ver una figura que avanza a
trompicones por el camino de arena. Con un gran saco colgado del hombro, Viv se
tambalea. Veo el cansancio impreso en su cuerpo como si estuviera planchado.
—Ha estado fuera desde que te fuiste —dice Estella. —Durmió en las minas.
Exhalo otro suspiro agitado. Una especie de dolor al que estoy acostumbrada
se extiende por mi pecho mientras veo a mi amiga casi desplomarse sobre su
cubierta.
Entonces levanta la cabeza, la gira hacia nosotros y veo el momento en que su
mirada se posa en nosotros. Veo cómo se anima un poco. Levanta una mano y me
saluda, y le correspondo con el mismo movimiento.
—¿Sobria? —pregunto, las palabras sólo destinadas a los oídos de Estella.
—Sí —responde Estella. Afloja los brazos antes de levantarse y estirarse.
—Pero no por mucho tiempo. Va a necesitar compañía.
Como si Kiana percibiera el movimiento de Estella, abre los ojos y entrecierra
los ojos. Esboza una pequeña sonrisa cuando me descubre mirándola antes de
mirar hacia la cabaña de Viv. —¿Tía Viv?
Le sonrío. —Así es, la tía Viv ha vuelto.
Una sonrisa se dibuja en su rostro mientras intenta relajarse lo suficiente para
poder ver.
—Dámela —Estella coge a la niña antes de balancearla en sus brazos.
—Vamos a pasar la noche en casa de Viv —sonríe. —Eso te gustaría, ¿verdad, mi
pequeño cristal cagri?
Kiana suelta una risita. —¡No soy un cristal cagri!
—¡Sí, lo eres! Por eso quiero engullirte —mientras Estella me guiña un ojo y se
dirige a casa de Viv, no puedo evitar sonreír al verlas marchar. Vuelvo a saludar a
Viv y ella asiente con la cabeza, pero incluso desde aquí puedo ver el dolor en sus
ojos. La tensión. La presión.
Y, aun así, consigue sonreír mientras Kiana se retuerce intentando llegar hasta
ella.
Permanezco allí, observándolas durante unos instantes más antes de que mi
mirada caiga sobre mis manos. Siento que debería estar haciendo algo. Nunca me
he permitido el lujo de tener tiempo. Al menos, no desde el accidente.
Levantándome, entro en la cabaña y me dirijo a la parte trasera, donde ahora
hay una puerta al lado de la cocina. Mis ojos se abren de par en par, aunque ya he
visto antes los progresos que ha hecho. Aun así, la realidad de todo el trabajo que
ha hecho es increíble. El techo ha cubierto por completo la nueva habitación en la
que entro. Las paredes están terminadas, el suelo también. Me doy la vuelta
lentamente, observando el nuevo espacio y preguntándome si estoy soñando.
Es muy posible. He rozado la muerte tantas veces en los últimos días que es
totalmente plausible que me haya muerto y todo esto no sean más que las
cavilaciones de una mente moribunda.
La idea no me asusta tanto como debería.
Cuando un sonido capta mi oído y mi mirada vuela al suelo a mis pies, frunzo
un poco el ceño. Lo vuelvo a oír y me muevo, girando lentamente en círculo.
—¿Vas a entrar, Chispa de Fuego? ¿O tengo que ir a buscarte?
Su voz me produce algo que no debería. Hace que un profundo cosquilleo me
recorra desde la punta de los dedos de las manos hasta los de los pies y que mis
pulmones olviden cómo respirar.
—¿Dónde estás?
Tengo que entrecerrar los ojos, pero pronto lo veo. Una sección del suelo que
no es tan plana como el resto. Y es que está ligeramente levantada. Una puerta
secreta. Mis ojos se abren un poco más cuando emerge primero su sombrero y
luego puedo ver su cara. Aquí, donde apenas llega la luz del exterior, sus ojos me
atraen como una polilla a la llama. Iluminan la oscuridad mientras me atraviesan y
me desnudan.
—Hiciste un agujero escondido.
Sus cejas se mueven ligeramente ante mis palabras antes de que la misma
sonrisa apenas esbozada curve sus labios. —Para ti y tu kiv —dice. —Necesitarás
un escondite adecuado cuando me haya ido.
Y así como así, el fondo de mi vientre se abre y siento que mi estómago cuelga
sobre un pozo sin fondo. Porque se va después de todo esto. Qué tonta he sido al
olvidarlo.
Me fuerzo a sonreír y asiento con la cabeza. —¿Puedo verlo?
No contesta, sólo esos ojos que me estudian un momento antes de
desaparecer en el agujero. Y eso es un sí. Es curioso cómo le entiendo cuando ni
siquiera habla. Con una mano mantiene abierta la trampilla y con la otra me
sostiene en un corto tramo de escaleras mientras desciendo a la oscuridad.
Esperaba que fuera pequeño, sólo un semisótano, así que cuando piso el
suelo y soy capaz de mantenerme erguida sin que mi cabeza toque el techo, emito
un pequeño sonido de sorpresa.
El espacio es tan grande como la habitación de arriba. Está forrado de tablas y
es muy adecuado para almacenar grano -si lo tuviera- y para esconderse. Tal como
dijo. Giro en un lento círculo mientras la luz se apaga lentamente al cerrar él la
puerta.
—Es...
—Perfecto si vienen y no puedes luchar. Coge el kiv. Coge a tu camarada.
Escóndete aquí —su voz me encuentra en la oscuridad, haciendo que me quede
quieta. Está hablando del peor de los casos. —Sólo quedaba suficiente zyka para
recubrir los tablones que rodean esta habitación. Estarás a salvo si esos tontos
deciden jugar con un cubo de fuego y quemarte hasta los cimientos —su voz
decae, como si se diera la vuelta. —Hay una cerradura aquí dentro. Úsala.
Enciérrate. No intentes luchar contra los Nirzoik. No salgas hasta que se hayan ido.
El nudo que aparece en mi garganta se hace más grande con cada palabra que
dice. —¿Crees que llegaremos a eso?
Se hace el silencio entre nosotros y entonces su voz aparece junto a mi oído.
El calor de su cuerpo calienta mi espina dorsal. —Siempre lo hace.
Empujo hacia abajo el bulto, deseando que cunda ese pánico que siempre
amenaza con surgir cada vez que pienso en perder mi hogar a manos de esos
brutos. —Hablas como si los conocieras. Me refiero a los Nirzoik.
—Sé lo que son —su aliento roza mi piel, la punta de su nariz es como una
tenue sombra que recorre mi cuello. Me transporto de vuelta a esa cueva. A lo
que me hizo. A lo que compartimos. —Si te escondes aquí, no podrán darse
cuenta. Les falta oído y el zyka bloqueará tu olor.
Él... pensó en todo.
—Usaste tu zyka... —obligo a mis palabras a sonar lo más calmadas que
puedo, aunque soy cualquier cosa menos eso. —¿No es caro? ¿Cómo voy a...?
—Puedo conseguir más.
Siento una presión en el pecho por lo mucho que ha pensado poner en esto.
Todo esto. Cuando ni siquiera se lo pedí. Este... extraño. Realmente ha hecho más
por mí en el poco tiempo que lo he conocido que la misma gente con la que he
vivido desde que me estrellé aquí en Ivuria 10.
Todo se me viene encima con una ola tan grande que no puedo bloquearla. La
preocupación. La tensión. La gratitud. El dolor. Mi pecho se hunde en una
profunda inhalación que parece crear un vórtice en mi alma mientras me ahogo en
mis propias emociones.
No quiero volver a hacerlo. Ser tan vulnerable delante de él, llevar mis
emociones en la manga. Pero antes de que pueda intentar ocultarlo, unos fuertes
brazos me rodean y su tacto hace que el torrente se agite como si quisiera
destruirme.
Toda la fuerza con la que he estado cabalgando, forzándome a ver cada día de
vigilia, empujando a través, aunque en el fondo me estoy rompiendo por dentro;
todo viene a estrellarse contra mí como una tormenta furiosa que hace que mis
rodillas se doblen.
Y cae conmigo. Llevándome al suelo con sus brazos aun envolviéndome. Sin
decir una palabra. Permitiendo que mis lágrimas caigan, aunque intente
contenerlas. No me juzga por mi debilidad. No me pregunta por qué me derrumbo
así.
Me giro en sus brazos, desesperada por ver su cara en la oscuridad. Para ver la
decepción. Para ver el asco. Pero todo lo que veo son sus ojos brillantes y el hecho
de que, incluso en esa mirada, no hay nada que me vilipendie.
No dice ni una palabra, y aun así es como si lo entendiera todo.
Esta habitación. La esperanza que trae. La esperanza que él trae. Nunca supe
cuánto la necesitaba hasta ahora.
Me apoyo en él mientras su mano se levanta y me coge la cabeza de una
forma que nunca habría esperado de un forajido. Y, sin embargo, lo hace igual. Me
sujeta. En silencio. Su fuerza es todo lo que necesito, aunque no debería tomar
nada de ella. Aunque sé que pronto se irá y tendré que volver a depender de mí
misma.
Pero, por este momento, sólo por este momento, quiero ser sólo una chica.
Sólo una chica sin todas las responsabilidades. Sólo una chica sin todo el peso
sobre sus hombros. Una niña que pueda jugar en la arena y disfrutar de la luz de
las estrellas. Que pueda irse a dormir bajo las luces parpadeantes que salpican su
cielo nocturno y no sentir el miedo que la persigue en cada momento en que está
despierta.
Sólo una chica.
Y así me estremezco en su abrazo. Por primera vez, me permito llorar algo
que no podría haber cambiado. Permitiéndome llorar el sueño que todos los
colonos tenían cuando se embarcaron en la Voyager Génesis 311. Permitiéndome
llorar el hecho de que este paraíso es cualquier cosa menos eso.
Algo se desarrolla debajo de mi oreja que está apretada contra su pecho. Un
sonido. Como un ronroneo profundo que vibra en su garganta. Me estremezco y
todo mi cuerpo se sacude en un sollozo sin lágrimas cuando ese ronroneo se filtra
en mis huesos como agua caliente que afloja mis doloridos músculos.
Me derrumbo contra él, sólo su fuerza me sostiene mientras sigue
abrazándome con fuerza. Permitiéndome sentir. Permitiéndome simplemente ser.
No sé cuánto tiempo me abraza así. Cuánto tiempo nos quedamos allí en la
oscuridad viviendo este momento, pero cuando de repente se pone rígido es el
momento en que sé que algo va mal.
—Están aquí.
Dos palabras.
Dos palabras que me dan escalofríos.
—¿Quién? —aparto todos los sentimientos que se agitan en mi pecho para
mirarle, temiendo su respuesta. Pero no contesta. Veo la respuesta en sus ojos.
—Los Nirzoik.
Me levanta mientras se levanta, se gira y se dirige hacia la trampilla.
—Espera... —estiro una mano hacia él. —Algo va mal. No llegarán hasta
dentro de unos días.
Me doy cuenta de que esa sonrisa apenas esbozada cruza sus labios, sólo por
su forma de hablar. —Menos mal que me has traído aquí pronto, entonces.
Y luego se va. No puedo detenerlo. No puedo preguntarle cuál es su plan.
Porque sólo hay un plan. Ahuyentarlos... por cualquier medio posible.
Esta era la idea desde el principio. Y, sin embargo, de repente el corazón me
late demasiado fuerte en el pecho. ¿Y si fracasamos?
¿Y si se lesiona?
La idea me hace sentir otro extraño dolor en el pecho y camino lentamente en
círculos en la oscuridad, mordiéndome las uñas mientras espero.
Pero no puedo esperar aquí en la oscuridad. Tengo que saber lo que está
pasando ahí fuera.
El Nirzoik realmente no debería haber llegado todavía. Esto no es normal. Y
siempre que la rutina se rompe, hay uno de nosotros que paga el precio.
Subiendo las escaleras, empujo contra la trampilla.
Es pesado. Es más pesado de lo que parece, y contengo un gruñido mientras
salgo del espacio. Una vez de pie, me arrastro hacia la puerta principal, con los
oídos atentos a cualquier sonido.
No los oigo. No oigo nada. Y cuanto más me acerco a la ventana, con la cortina
tapándome la vista, más fuerte me golpea el corazón contra las costillas.
Estoy junto a la ventana, con la espalda pegada a la pared, escuchando el
menor ruido cuando por fin oigo algo.
Motos cohete llegando fuera de mi cabaña. No sé cuántas. Mi garganta se
estremece mientras contengo la respiración, esperando.
Unas pesadas pisadas golpean el suelo y se hacen más fuertes al pisar mi
terraza. La madera gime bajo su peso, crujiendo a cada paso, antes de que un
fuerte puñetazo golpee la puerta principal, casi arrancándome el alma de un susto.
—¡Abre kinchi!
Trago saliva con fuerza y clavo los dedos en la madera mientras presiono las
palmas contra la pared para mantenerme firme. Ni siquiera siento el dolor que
brota de las heridas. Ni siquiera noto cómo me tiembla la mano contra los
tablones.
En la garganta del bruto resuena un rugido de fastidio y su puño cae dos veces
más.
—¿Estás seguro de que es el correcto? —gruñe el Nirzoik.
—Aquí es donde dicen que se esconde —responde otro.
Otro gruñido.
—Estás albergando a alguien que no pertenece, kinchi... y todo residente
debe pagar una cuota.
¿Las cuotas? ¿Regresaron hasta aquí sólo por las cuotas de una persona? Lo
dudo.
Cuando el puño vuelve a golpear mi puerta, con tanta fuerza que la pared
vibra a mi espalda, apenas puedo respirar.
—Quémenlo.
Esas tres palabras y mis ojos se abren de par en par. Tres palabras y todo lo
que temía que ocurriera se desarrolla ante mis ojos. Sólo que aún no he intentado
defenderme. Ni siquiera he...
—Ustedes los Nirzoik siempre han sido tan... precipitados —la voz del Zamari
corta los pesados pasos de los Nirzoik cuando salen de mi cubierta. Los silencia.
Como si hubieran dejado de caminar, momentáneamente sorprendidos por su
aparición, y me pregunto por un segundo dónde se escondía para que no lo
vieran. Pero todo eso no importa en el momento en que oigo su voz. En el
momento en que me invade una intensa sensación de alivio.
Por un momento, nadie habla y me acerco a la ventana, con los dedos
temblorosos, para apartar un poco la cortina y poder echar un vistazo. Los veo
inmediatamente, tan anchos que sólo puedo verles la espalda. Pero entonces se
separan, casi como si estuvieran cubriendo más terreno, extendiéndose para
hacer frente a la amenaza que de repente se cierne sobre ellos.
Cuatro Nirzoik. Cuatro brutos sin corazón.
Y entonces lo veo y me doy cuenta de lo que están haciendo.
El Zamari está de pie en la carretera, con los brazos colgando sin armas a los
lados y el sombrero bajo, de modo que apenas se le ve la cara. Pero percibo el
momento en que me ve. Un leve movimiento de sus ojos y nuestras miradas se
cruzan. Y en ese momento, sé que es consciente de todo lo que ocurre a su
alrededor. Me doy cuenta de que las cosas están a punto de volverse letales. Que
debo huir. Esconderme como él me dijo. Y, sin embargo, no puedo moverme.
Han creado un círculo a su alrededor y ese charco de pánico en mis entrañas
aumenta. Está rodeado. Uno contra cuatro y ni siquiera ha cogido su blaster.
—¡¿Quién coño eres?! —uno de los Nirzoik dice. Inhala fuerte, lo suficiente
para que le oiga. Hace girar un cubo de fuego en su mano, el brillo como una copia
de la puesta de sol distante. Un movimiento de esa cosa y podría hacer que todo
mi mundo se viniera abajo.
—He dicho... —el Nirzoik da un paso hacia delante, con los hombros
encorvados de forma que parece más grande. —¿Quién... coño... eres tú?
El Zamari desvía su mirada de la mía, encontrándose con la mirada del Nirzoik.
—Una advertencia.
Sus palabras caen en un pesado silencio antes de que uno de los Nirzoik se ría.
Con la cabeza echada hacia atrás, sus hombros tiemblan de alegría mientras mira a
sus colegas. —Los exploradores no mentían cuando dijeron que habían visto llegar
a un extraño —detiene la risa tan repentinamente que me doy cuenta de que en
realidad no se estaba riendo. —Un Zamari —gruñe.
—¿Qué haría un Zamari en un lugar como este?
Cuando el Zamari no responde, el Nirzoik se acerca un paso más. Son listos.
Acortan la distancia para amenazarle, pero sin acercarse lo suficiente como para
que pueda alcanzarles.
Mi pulso es un latido constante en mis oídos cuando noto movimiento en la
ventana de la cabaña al final de la carretera. La casa de James. Está espiando igual
que yo. Sin duda, Estella y Viv también. Todos estamos expectantes, esperando a
ver qué pasa. Esperando a ver si nuestro plan funciona.
—Silencio, ¿eh, Zamari? ¿Sin palabras? —la mirada del Nirzoik se desliza hacia
el camarada de su derecha, y todo mi cuerpo se prepara como si fuera el que se
enfrenta a ellos ahí fuera. Porque, incluso yo puedo decir que están a punto de
hacer un movimiento. —¡Quizás hables después de esto!
El Nirzoik se mueve. Rápidamente, demasiado rápido para que mi cerebro se
dé cuenta de lo que ha hecho, el Nirzoik blande un blaster en la palma de su mano
y dispara. Un grito se apaga en mi garganta ante el innegable sonido del disparo, y
el tiempo se ralentiza cuando veo el láser rojo atravesar el aire.
Pero con la misma rapidez, el tiempo retrocede y es el Nirzoik el que cae. El
espeso aroma a carne chamuscada llega a mi nariz mientras una suave brisa
recorre el pequeño claro, levantando arena y polvo mientras miro atónita.
El Nirzoik está en el suelo, un disparo limpio en el centro del cráneo. Y el
Zamari...
Mis ojos se abren de par en par cuando se posan en él. Blaster en mano,
todavía apuntando en dirección al Nirzoik abatido. Mi cerebro no tarda en ponerse
al día.
¿Cómo... cuándo consiguió su arma?
Los otros tres Nirzoik están momentáneamente tan aturdidos como yo,
porque tardan demasiado en moverse. Y luego cargan. Los tres a la vez. Rugidos
en sus labios, espadas sacadas de sus correas.
El forajido no espera. Se agacha, haciendo que dos choquen antes de lanzar
una patada baja que derriba al tercero. Se mueve como el aire, deslizándose
mientras se endereza y presiona con un pie el cráneo del Nirzoik que se agita en el
suelo. Está de espaldas a los demás y me dan ganas de gritarle que se dé la vuelta
justo cuando se giran para mirarle, con los ojos más llenos de rabia que nunca
antes había visto en ellos.
—¡Atrápenlo! —uno grita.
Olvido que se supone que me estoy escondiendo. Me pongo de pie,
apartando la cortina mientras observo con una especie de incredulidad que me
tiene atónita.
Incluso de espaldas, el Zamari se mueve como si pudiera ver a los dos brutos
que se le acercan por detrás. Su bláster gira en una mano, completando un giro de
360º antes de apuntar con el cañón por encima del hombro y disparar.
La explosión es tan poderosa, que el Nirzoik que golpea es empujado hacia
atrás. Su cuerpo se queda inerte. Una herida abrasadora en el centro del cráneo.
Mi mano vuela sobre mi boca, sofocando lo que podría haber sido un grito
ahogado si mi garganta pudiera funcionar.
Al ver que su camarada era derribado con tanta facilidad y con el Zamari de
espaldas a él, el otro Nirzoik vacila antes de que una furia desbordante ilumine sus
ojos desalmados. Se lanza al aire, empuñando el mango de su espada con ambas
manos mientras apunta al cuello del Zamari.
Es sólo una ligera inclinación del arma, pero eso es todo lo que hace. Sólo esa
ligera inclinación antes de que el bláster se dispare de nuevo, encontrando su
objetivo como un misil buscador.
Cuando el Nirzoik cae al suelo, se oye un fuerte golpe y luego el estruendo de
su espada cuando sus dedos sin vida la sueltan.
Todo mi cuerpo tiembla por el esfuerzo que me supone medir mi respiración,
respirar entre la ansiedad y el pánico, la adrenalina de lo que acabo de presenciar
ante mis ojos.
El que se retuerce en el suelo, sin duda sofocado por la arena en la que aún
tiene la cara aplastada, se agacha, intentando coger su arma de donde la lleva
enfundada en la cintura. Demasiado tarde. El blaster del Zamari se dispara una vez
más. El objetivo: la mano del tonto. El blaster del Nirzoik sale disparado de su
funda y se oye un aullido ahogado de dolor cuando el Nirzoik le arrebata la mano.
Con el pulso aun latiéndome tan fuerte que tengo que concentrarme para oír lo
que se dice, veo cómo el Zamari se inclina, agachándose para que el bruto pueda
oírle.
—Ahora, la advertencia...
Hay más ruidos apagados. Maldiciones. Indignación.
—Dile a tu jefe que Comodre está fuera de los límites.
Espera unos segundos más, dejando que el Nirzoik se retuerza un poco más.
Cuando por fin levanta la bota de la cabeza del Nirzoik y da un paso atrás, deja que
el bruto se levante. Con fuertes resoplidos, los labios echados hacia atrás para
mostrar unos afilados dientes, el Nirzoik se pone en pie, desviando la mirada hacia
sus compañeros abatidos antes de volver hacia el Zamari.
—Deberías irte mientras tus piernas aún funcionan —dice el Zamari. —Y no
volver nunca... —desliza su blaster de nuevo en su funda como si ya no lo
necesitara. —O puede que no sea tan generoso la próxima vez.
—¿Generoso? —el Nirzoik escupe. —Mataste a mis hermanos.
Todo el semblante del Zamari es ilegible. —Bien. Lo has entendido.
Con eso, da un paso alrededor del Nirzoik antes de detenerse. —No me
gustaría darme la vuelta y seguir viéndote ahí —sus dedos se mueven, como si le
picara el blaster y veo el momento en que el Nirzoik capta el mismo movimiento.
—Tal vez su jefe reciba el mensaje si ninguno de ustedes regresa.
Empieza a darse la vuelta cuando los ojos del Nirzoik se abren de par en par y
se apresura hacia su moto aparcada. Una última mirada de odio por encima del
hombro y se sube a ella, alcanzando otra de las aparcadas.
El Zamari hace un sonido en su garganta. —Esas son mías ahora —hace una
pausa. —Por las molestias.
El Nirzoik gruñe, enseñando los dientes, antes de girar, encender el motor y
salir disparado carretera abajo. Veo cómo le sigue la nube de polvo hasta que se
desvanece en la oscuridad del crepúsculo, sin creerme lo que acaba de ocurrir.
Cuando vuelvo a mirar al Zamari, me está mirando directamente.
No puedo... no puedo saber lo que está pensando, pero sé el pensamiento
que está gritando ahora mismo en mi cabeza.
¡Lo ha conseguido! ¡Asustó al bruto!
Es mucho, mucho mejor de lo que pensaba... en todo. Y de repente me doy
cuenta de un hecho evidente. No vale los créditos que prometí darle. Vale mucho,
mucho más.
De verdad, no puedo permitírmelo.
Capítulo 22
Elsie
Elsie
Me estiro. Mis ojos se abren de golpe ante otra mañana, otro nuevo día en el
que el corazón no se me sube inmediatamente a la garganta por miedo a lo que
me espera.
Hay una especie de satisfacción, de pereza por haber dormido demasiado
bien. Suelto un pequeño gruñido de agradecimiento mientras me retuerzo en el
catre y me giro hacia la luz que se cuela por las cortinas de mi ventana.
La sombra del calor me rodea y me recuerda que, por primera vez desde que
tengo memoria, he estado abrazada toda la noche. Acurrucada contra el pecho del
Zamari. No recuerdo cuándo dejamos la bañera y pasamos a la cama. Pero esa
sensación absoluta de seguridad permanece.
Hoy siento que por fin empiezo a vivir.
Me muevo, me envuelvo en la manta y me siento, con los pies descalzos
tocando el suelo y la mirada fija en la ventana. Huele a él. La manta. Ese espeso
aroma masculino que hace que partes de mí se estremezcan. Respiro hondo,
absorbiéndolo, disfrutando del momento mientras dura. Porque pronto se habrá
ido. Pronto su olor se desvanecerá. La sombra de sus brazos abrazándome será
solo un recuerdo.
Inclino la cabeza para verme el hombro y veo los dos puntos redondos de
color rosa. Ya se están desvaneciendo y, cuando los rozo con un dedo, no siento
dolor. Pronto desaparecerán también y solo serán un recuerdo lejano.
Suspiro, con los hombros caídos.
Estuvo duro toda la noche. Su polla presionando en mi vientre como una
barra caliente. Y aun así, me mantuvo cerca. Nunca se movió. No exigió nada. Sólo
me abrazó como si eso fuera todo lo que quería.
Algo así como un dolor me recorre el corazón al pensarlo.
Me levanto, me encojo de hombros y me pongo la túnica sobre los
pantalones. Vestida, abro la puerta principal y salgo a la luz del sol.
La visión que tengo ante mí me hace detenerme con un pie fuera de la puerta.
Apoyado en su moto, con los brazos cruzados y el sombrero bajo, es el centro
de todos mis pensamientos. El Zamari parece relajado, casi aburrido, y me lo
habría creído si Estella no estuviera a medio metro de él, de pie, sujetando con las
dos manos su blaster y apuntándole con la punta. A su lado, James estaba
haciendo lo mismo. De la misma altura que Estella, no es un hombre corpulento,
pero nunca había visto en su rostro una expresión tan feroz. Casi parece
amenazador. Como si estuviera listo para matar.
Mis ojos se abren de par en par, el corazón me late con fuerza contra las
costillas mientras mi mirada se dirige de nuevo al Zamari.
—¿Qué demonios está pasando aquí? —la puerta se cierra tras de mí y doy un
paso adelante, casi chocando con Viv. Está sentada en el borde de mi terraza, con
Kiana en el regazo y una rara sonrisa en su rostro pecoso.
La confusión hace que mis ojos se abran aún más. —¿Viv?
—Hey nena.
Sólo su saludo relajado calma lo que parece una situación que debería
preocuparme.
—¡Mamá! —Kiana se mueve, me sonríe y me agacho para frotarle las mejillas,
mientras mi mirada de desconcierto se dirige de nuevo a Viv. Ella sonríe aún más,
con el pelo rojo al viento.
—¿Qué demonios está pasando? —mi susurro sisea más allá de mis labios
mientras intento desesperadamente calibrar la situación.
—Tu novio nos está enseñando a pelear —la sonrisa de Viv se ensancha. —Ya
era hora de que alguien lo hiciera —se ríe y resopla, y tengo que mirarla con
asombro.
Viv no se ríe. Ya no. No desde...
—Chispa de Fuego —su voz hace que mi espina dorsal se ponga rígida de
repente. Hace que todo lo que compartimos la noche anterior vuelva a mi mente a
la velocidad del rayo. —Atrapa.
Me giro justo cuando me lanzan algo y lo cojo por instinto. Un blaster. Mis
ojos aún abiertos se mueven hacia el Zamari y su mirada verde me atraviesa desde
justo debajo de su sombrero.
—Ven. Tenemos poco tiempo.
Le guiño un ojo.
—Ooh —la voz de Viv es un susurro bajo. —Chispa de Fuego, huh.
Mis mejillas se calientan mientras me enderezo y me vuelvo hacia el Zamari.
—¿No tienes tiempo para qué?
Con la barbilla, señala hacia Estella. —Ve. Quédate ahí —me muevo casi como
una máquina, sin pensar. Tan pronto como estoy en posición, continúa. —He
calibrado ese blaster para que dispare a matar.
Se me abren ligeramente los ojos. Eso está prohibido. Sólo los funcionarios del
Consejo Ivuriano saben cómo hacerlo. Le miró fijamente, con los pensamientos
pasando por mi mente como fuego rápido. Parece serio. Joder, claro que sabe
calibrar armas para hacer eso. Le he visto matar seres de un solo golpe.
Supongo que no debería sorprenderme. No le contraté porque fuera legal.
—A partir de ahora, cada vez que te entregue un arma y aprietes el gatillo,
prepárate para que muera quien esté al otro lado.
Sigo mirándole, preguntándome a dónde quiere llegar. Miro a Viv y se encoge
de hombros.
—Ahora... dispárame.
Parpadeo mil veces. —Discúlpame. ¿Qué?
Sus ojos se clavaron en mí. Fríos. Tan, tan fríos. Como si fuera una persona
diferente a la que me folló como si nunca quisiera dejarme ir. Como si no fuera el
que me abrazó toda la noche.
—Dispara.
Le miro como si se hubiera vuelto loco. ¿Quiere que le dispare? ¿Con un
blaster que está preparado para matar? ¿Qué demonios es...?
Antes de que pueda pensar, mi mano chasquea tan fuerte que el dolor
instantáneo hace que mis dedos suelten el blaster. Vuela y aterriza en la arena, a
unos treinta centímetros de mí. Me quedo mirándola con los ojos desorbitados,
sin saber qué ha pasado, hasta que alzo la vista y veo que el proyectil del Zamari
me está apuntando.
Me quedo helada mientras miro fijamente el cañón de esa pistola.
Levanto la mirada lentamente, probablemente conmocionada, mientras
vuelvo a mirarle a los ojos. Me... me ha disparado. Bueno, a mí. Me quitó la pistola
de las manos incluso antes de darme cuenta de lo que había hecho. Ni siquiera le
vi moverse. Nunca le vi coger su arma.
El dolor de mi mano escuece y sólo puedo mirarle fijamente, incapaz de
entender qué coño está haciendo. Y todo mientras sé que, si hubiera querido
matarme, podría haberlo hecho en lugar de dispararme el blaster de la mano. Ya
le he visto hacerlo bastante.
—Recógelo —tres palabras. Dicho tan fríamente, es como si nunca
hubiéramos compartido calor. Como si lo de anoche no hubiera pasado.
Chica tonta, tonta. Siento que me endurezco, apartando cualquier herida o
dolor que empieza a crecer. Esto son negocios. Sólo negocios. Está aquí por un
trabajo y lo sé.
¡Lo sé, joder!
Es que no... No quiero...
¡Aagh! Podría gritarme a mí misma.
Aprieto las mandíbulas, mis manos caen a los lados mientras aprieto y aflojo
los puños. Sin dejar de mirarme, sin perder la concentración, el Zamari dispara el
cañón de su pistola bláster contra Estella y James. Ambos saltan y el arma de
James se dispara, golpeando la arena a un lado de la moto del Zamari. Él lo ignora
como si el disparo del blaster fuera una mera molestia.
—Ustedes dos —dice. —Practiquen por allá.
James mira a Estella, con las mejillas enrojecidas por su error, pero ambos se
mueven sin mediar palabra, dirigiéndose a la parcela de Estella para apuntar a las
delgadas cuerdas de madera que aún quedan en pie.
En los segundos que pasan entre nosotros, los ojos del Zamari parecen
volverse aún más fríos. No dice ni una palabra más, simplemente espera a que dé
un paso adelante y coja el bláster, y cuando mis dedos se cierran en torno a él y
vuelvo a ponerme en pie, esa misma mirada fría me sigue todavía.
Se forman pequeños cristales de hielo a lo largo de mi columna vertebral.
La pistola no la había visto antes y me pregunto de dónde la habrá sacado. Es
más ligero que el que tenía. Más nuevo también.
—Fuego —ordena, y vuelvo a empuñar el arma. No sé por qué me tiemblan
los dedos al levantarla y apuntar. Quizá porque no quiero dispararle.
—Hazlo —dice, como si pudiera leerme la mente.
Me hago un nudo en la garganta mientras alzo el arma, mirando por la mirilla
y directamente hacia él. Él no espera que yo... ¡JODER!
El blaster sale volando de mi mano y el dolor me recorre de arriba a abajo
cuando vuelve a caer al suelo, a unos metros de mí.
—¡¿Qué coño?! —le fulmino con la mirada.
—Otra vez —gruñe, ignorando por completo lo que he dicho.
Me enfurezco, sin dejar de mirarle mientras vuelvo a coger la pistola.
Me duele la mano por el retroceso que me ha provocado el disparo de un
blaster dos veces. Y me hace hervir.
Esta vez levanto el bláster con las dos manos y le apunto con el ceño fruncido
y los dientes apretados. Es tan frío. ¿En qué estaba pensando ayer? ¿Por qué
imaginé siquiera que había una posibilidad de que...?
—Por eso necesitabas que te protegiera —sus palabras caen como ladrillos.
—Tu colonia. Perderás todo.
Por un segundo, sus palabras golpearon el núcleo mismo de lo que soy,
desvelando todas mis inseguridades. Sí, necesitamos su ayuda. Sí, no hemos sido
capaces de defendernos. Sí, toda nuestra vida depende de él.
Pero cuando miro fijamente esos fríos ojos verdes, esa rebeldía que siempre
he guardado en el fondo asoma la cabeza.
Puede que todo eso sea cierto, pero se equivoca en una cosa. La única cosa
que no ha dicho, pero sé que está pensando de todos modos.
—No soy débil.
Esta vez veo que mueve el dedo. El más mínimo movimiento y, por instinto, el
mío también. Aprieto el gatillo. Por un momento, el miedo se apodera de mí al ver
salir la blaster por el cañón. Le he disparado.
Mis ojos se abren de par en par y me quedo con la boca abierta de horror,
pero, como ya le he visto hacer antes, esquiva la explosión como si supiera que iba
a llegar.
Después, me quedo congelada en la realidad de lo que acabo de hacer,
mirándole fijamente, y me doy cuenta de que todo el mundo me está mirando
también.
—Maldita sea —murmura Estella a un lado.
Por el rabillo del ojo, veo a Viv sacudiendo la cabeza con una suave carcajada.
—Sólo intenta enseñarte —dice. —De acuerdo, sus métodos son poco
convencionales y muy traumatizantes.
La mandíbula del Zamari hace un tic y, antes de que me dé cuenta, mi mano
chasquea mientras mi blaster vuela por los aires y aterriza de nuevo a unos metros
de mí.
¡JODER!
—Otra vez —dice.
Enderezo los hombros y me dirijo hacia el arma. La agarro del suelo y no dejo
de caminar hasta que estoy justo delante del apuesto bruto que lentamente me
robó el corazón mientras, al parecer, aún tiene el poder de hacerme desfallecer.
Levanto el bláster y se lo pongo bajo la barbilla. —Vuelve a hacer eso y te
dispararé de verdad —susurro.
Ya está. Lo vi. Ese ligero giro de sus labios. Esa leve sonrisa.
—Ahí estás —un destello se mueve a través de los ojos del Zamari. —Chispa
de Fuego —me mira fijamente durante unos instantes y no sé qué hacer. Mi ira
disminuye y se desvanece, sólo para ser reemplazada por la confusión y el calor en
mis entrañas.
—Lo necesitarás —dice por fin, sin apartar la mirada de la mía, tragándome
entera, obligándome a centrarme en él y sólo en él. —Ese fuego. Cuando vengan
—parpadeo varias veces, bajando el bláster mientras busco su mirada. —Lo que
pasó en la última rotación es sólo el principio. Volverán.
El hielo se forma a lo largo de mi columna antes de fundirse en una avalancha
de nieve helada. De repente oigo mi propia respiración. De repente siento ese
nudo de ansiedad que ha sido mi compañero constante durante demasiado
tiempo.
El Zamari se baja de la moto.
—Y cuando vengan, debes estar preparada.
Me quedo helada cuando se vuelve y se dirige a James como si se conocieran
desde hace años. Le dice que reúna al menos a tres hombres más que estén
dispuestos a acompañarle. ¿Adónde? No tengo ni idea.
—¿Acompañarte adónde? —miro de James al Zamari antes de que James
asienta levemente con la cabeza antes de apresurarse a salir a pie.
El Zamari se vuelve hacia mí. —Suministros.
Parpadeo cuando se dirige a Estella y le dice que recoja todas las armas que
pueda. Ella asiente antes de mirarme. Se encoge de hombros y sale corriendo
antes de que pueda decir nada.
Girándome lentamente, vuelvo a mirar al Zamari.
—¿Qué es todo esto? —pero sé lo que va a decir. Sólo que no quiero oírlo.
—No van a renunciar a su pequeña colonia. No tan fácilmente. Volverán. Y
esta vez, estarán preparados —se acerca. —Tú también tienes que estar
preparada, Chispa de Fuego.
Siento el aliento caliente en el pecho mientras busco su mirada. —Pero
mataste a tres de ellos. Nunca... nunca habíamos conseguido matar a ninguno de
ellos. Pensé...
—Que acabaría ahí. Que se asustarían y te dejarían sola —se acerca. —Hay
mucho más en esto que no sabes, Chispa de Fuego.
Sus palabras provocan terror y confusión, ambas emociones luchan por
prevalecer y ninguna gana. Me hacen pasar de una ansiedad aplastante a la
esperanza, luego al miedo y viceversa.
—¿Qué quieres decir?
Se queda quieto, sólo se mueve el aire a su alrededor, y de repente tengo una
sensación extraña en toda la piel. Un poco como cuando se me eriza el vello, solo
que no tengo frío. Gira la cabeza en dirección a Viv al mismo tiempo que la oigo
inspirar profundamente.
—¿Elsie? —su voz tiembla mientras se levanta lentamente, con los ojos muy
abiertos mientras mira fijamente a Kiana, con una mano en el pecho de la niña.
—¡Elsie! —puro pánico desgarra su garganta mientras sacude a Kiana. —¡No
respira!
Capítulo 24
El Forajido
Lo percibo en el momento exacto en que los pulmones del kiv dejan de subir y
bajar. En el momento en que su pequeño cuerpo se pone inerte abruptamente. Mi
ayahl se enciende salvajemente, estalla a mi alrededor, alrededor de Chispa de
Fuego, mientras la hembra llamada Viv se levanta con el kiv sin vida entre sus
brazos.
—¡Elsie! ¡No respira!
Las palabras parecen calmar el aire mientras veo a Chispa de Fuego
precipitarse hacia delante. Unos ojos llenos de horror buscan el rostro del kiv
como si quisieran que esto desaparezca. Como si lo repentino de esto significara
que no es real.
Espero que llore. Que cayera de rodillas de impotencia. Pero hay
concentración en sus movimientos, una cierta rigidez en su columna vertebral que
me dice que está conteniendo el pánico que amenaza los límites de su conciencia.
Sólo porque se niega a creer.
Chispa de Fuego agarra al kiv, que ahora respira entrecortadamente. Con la
mirada como un láser, presiona con la palma de la mano en el pecho inmóvil del
kiv y luego acerca la mejilla al hocico del kiv, esforzándose por respirar. Al no
encontrarlo, presiona con sus dedos temblorosos el cuello del kiv y luego busca
con las muñecas el latido de la vida.
El aire se vuelve pesado, estancado, como si la arena contuviera su propia
respiración. Mis músculos se enroscan, dispuestos a intervenir, pero indecisos
ante su desesperación.
Vamos, pequeña, le insto en silencio. Debes luchar. La Chispa de Fuego te
necesita.
—Oh dioses —la que se llama Viv se pasa las manos por el pelo, con los dedos
en garra mientras se agarra el cráneo. —Estaba bien hace un segundo. Estaba
sonriendo y luego pensé que estaba durmiendo y... no... no sé... —le tiemblan las
manos cuando se las aparta del pelo. Alarga la mano hacia Chispa de Fuego,
impotente. Demasiado conmocionada para saber qué hacer.
Chispa de Fuego coloca al kiv en el suelo arenoso, le echa la cabeza hacia
atrás, le abre la boca e inspira. Con la palma de la mano apoyada en el pecho del
kiv, bombea la mano una, dos, tres veces, antes de volver a respirar en la boca del
kiv.
Intenta reanimar al kiv, pero he visto cómo esta enfermedad se cobra
demasiadas vidas. Conozco la velocidad despiadada con la que roba el aliento
incluso de las almas más delicadas.
Es una batalla que no está en manos de Chispa de Fuego, por mucho que
luche contra lo inevitable. Luchando contra lo que le está quitando ahora. Su kiv.
Su corazón.
Veo cómo sus ojos vidriosos consiguen contener las lágrimas mientras trabaja
en el kiv, implacable, sin rendirse, sin plantearse siquiera que el kiv pueda haber
desaparecido realmente.
Mi ayahl sigue gritando a mi alrededor, tratando de rodearla, y percibo su
dolor, lo siento como si fuera mío, y la escena que tengo ante mí se incrusta en mi
mente. Por eso nunca podré estar con ella. Nunca permitirme caer en esta intensa
atracción que me hace querer tenerla acurrucada entre mis brazos. Porque este
dolor, este dolor punzante de pérdida que amenaza con destrozarla... nunca
quiero que esté de rodillas, con mi cuerpo sin vida bajo ella, mientras siente lo
mismo, intentando recuperarme porque el destino me ha alejado.
No puedo permitirlo. Me niego a causarle tanto dolor. Que se desgarre así por
mi culpa... no puedo permitirlo. Pero puedo ayudarla ahora. Puedo ayudarla aquí.
Me muevo automáticamente, como si algo me llamara al lado de mi
compañera para aliviar su dolor. Cojo el kiv y Chispa de Fuego la suelta casi como
aturdida. Veo el temblor de su cuerpo al sacudirse, esa mirada inquietante en sus
ojos cuando las palabras se detienen en su garganta. Me ve avanzar hacia la
cabaña y casi estoy dentro de ella cuando su mundo parece volver a su sitio y se
apresura a seguirme.
Mientras tumbo a la kiv en el catre en el que hemos pasado las últimas horas
juntos, apoyo su cabecita mientras miro a Chispa de Fuego por encima del
hombro.
—Tu cuchillo.
Traga saliva, su cuerpo sigue temblando, asiente con la cabeza y se dirige
hacia donde prepara la comida. La hoja cae al suelo antes de volver a cogerla y
apresurarse hacia mí.
Podría haber usado la mía. Podría haberla desenvainado y haber hecho esto
solo, pero sé que Chispa de Fuego necesita esto. Necesita ayudar. Necesita ser
parte de esto tanto como yo lo hubiera hecho si este kiv fuera mío.
Tiene esa mirada en los ojos, la misma que vi en la taberna cuando por fin
decidió que tenía que confiar en mí. Me entrega el cuchillo y me remango la
camisa. Viv entra en la habitación detrás de nosotros con pasos pesados y los ojos
muy abiertos, que se agrandan aún más al ver el cuchillo. En el momento en que
rasgo la túnica de la kiv y coloco el cuchillo en el centro de su pecho, Viv emite una
extraña especie de grito desgarrador.
Se abalanza sobre mí y permito que me agarre el brazo, los dedos como garras
clavándose en mi piel mientras agarra la hoja con la otra mano. —¡No! ¡¿Qué
estás haciendo?!
Hago una pausa. Cada segundo que perdamos hará que esto sea más difícil.
Pero es Chispa de Fuego la siguiente en hablar. Es Chispa de Fuego quien estrecha
la mano sobre la de su amiga. Sus miradas se encuentran y algo que no entiendo
pasa entre ellas. Algún intercambio humano tácito, cuyo significado se pierde para
un Zamari como yo.
—Está bien —dice Chispa de Fuego. —Confío en él.
Su confianza. No la merezco.
La mano de su amiga tiembla sobre la mía, antes de que finalmente se
levante.
—Hazlo —las mismas palabras que dijo en la cueva cuando revelé mi deseo
por su sangre. Cuando me permitió limpiar sus heridas. La misma confianza.
Asiento con la cabeza y clavo la hoja en el pecho de la niña. Se oye un grito
ahogado, la llamada Viv se da la vuelta y Chispa de Fuego se tapa la boca con una
mano; las lágrimas que tanto se había esforzado por contener rebosan en sus ojos
al derramarse la sangre del kiv.
Mis ojos se desangran antes de que pueda intentar detenerlos. Durante unos
instantes, permanezco inmóvil mientras mi pecho se agita, el olor de la sangre
fresca como una llamada a lo más primitivo que llevo dentro.
—Puedes hacerlo —es un susurro. Un susurro siempre suave cerca de mi oído
y me doy cuenta de que es Chispa de Fuego. —Eres más fuerte que esto —dice.
—Por favor, haz lo que puedas para devolvérmela.
Aprieto las mandíbulas mientras mis colmillos se alargan y me duelen. Tengo
que inclinarme hacia el sonido de su voz, hacia su tacto cuando me aprieta el
hombro.
Tanta confianza.
Antes de que mi primal pueda surgir, me corto el brazo, un líquido oscuro
rebosa de mi piel. El dolor es insignificante. Ni siquiera lo siento. Pero aun así
lucho. Lucho porque vuelvo a estar al borde del control.
Necesito beber. Necesito beber pronto.
Inclinado sobre la herida que hice en el pecho de la niña, dejé gotear mi
sangre vital. Mis células se mezclan con las suyas, sangre vital con sangre vital.
Cubre la herida de la kiv, filtrándose bajo su piel, entrando en sus vasos, directa a
su órgano vital. Lo suficiente para que toda su herida esté cubierta con más sangre
de mi vida que de la suya. Sólo entonces me alejo, rasgando una parte de mi
túnica para envolver mi brazo.
Cuando miro hacia atrás, los ojos de Viv son grandes charcos, con las dos
manos tapándole la nariz y la boca, la espalda apoyada contra la pared mientras
mira horrorizada al kiv.
Recuerdo por qué los Zamari nunca hacemos esto fuera de intentar salvar a
los nuestros. Es demasiado para que otros lo entiendan. Ya puedo sentir mi herida
cosiéndose de nuevo en mi brazo. Ya sé que mis células están haciendo lo mismo a
la kiv, obligando a su cuerpo a responder.
Y luego está el hecho de que, al abrir a otro ser, el olor a sangre vital es
demasiado fuerte. ¿De qué sirve si acabas matando a lo que intentas salvar?
—¿Y ahora qué? —la voz de Chispa de Fuego resopla en las sombras tirando
de mi mente.
—Necesito... poner presión. Continuar con su... soporte vital.
Me tambaleo hacia atrás y mi mirada se desplaza hacia la suya. Ya no puedo
ver los detalles de su rostro, sólo el mapa de calor de su forma. Mi mirada se
desplaza hacia el kiv y luego hacia Viv y ocurre lo mismo. Existe esa necesidad de
cazar. De reclamar.
Para beber.
Estoy perdiendo... el control.
No puedo estar aquí cuando lo haga.
Mis pasos son inseguros mientras sacudo la cabeza, intentando aclararme.
Alargo los colmillos mientras pongo distancia entre nosotros, tambaleándome por
la habitación hasta la zona de preparación de alimentos de Chispa de Fuego. Allí
cojo un recipiente. Con un gruñido, dejo que mis colmillos sangren veneno en el
recipiente, aliviando parte del dolor, pero no lo suficiente.
Nunca es suficiente.
Esto es malo. No me había sentido tan afectado por el impulso desde que
llegué a la edad adulta. Y mientras dejo el recipiente, mi mirada vuelve a encontrar
a Chispa de Fuego. Sé que es por ella. Por ese deseo de tenerla. Y porque probé su
sangre.
—Lo que acabas de hacer... —hay un temblor en su voz. Sus manos están en
el pecho del kiv. Sus dedos cubiertos de mi sangre mezclada con la del kiv
mientras presiona la herida. —¿Qué pasará ahora?
—Atrofia —mis palabras son estranguladas. —La enfermedad. Alcanzado su
órgano vital. Mi sangre vital ayudará. Las células... lo curarán.
—Continúa con las compresiones torácicas —continúo. —Y cuando respire,
dale la medicina que tienes.
Chispa de Fuego mira a Viv y la otra mujer asiente temblorosa antes de subir
corriendo al desván. Mientras Chispa de Fuego sigue respirando en la boca del kiv
y golpea su pecho con la palma de la mano, Viv regresa con el frasquito de
medicina. Me tambaleo un poco más y, cuando mi mirada vuelve a encontrarse
con la de Chispa de Fuego. Lo veo en sus ojos. Lo sabe.
Ella lo entiende.
—Vete —dice.
Es como si necesitara ese permiso para irme. Y mientras salgo
tambaleándome de su cabaña, con mi ayahl casi desgarrado, su gemido de dolor
es lo último que oigo antes de que mi moto se adentre en las llanuras.
Elsie
***
El Forajido
Elsie
Es un dolor agudo; uno que siento como si dos finas uñas se hundieran
instantáneamente en la curva de mi cuello. Siento el veneno, como un líquido
espeso y caliente que me inunda las venas.
El Zamari se estremece y gime, y luego se queda increíblemente quieto. Mi
pecho se agita, la fuerza de su polla separándome y su proximidad chocan con su
mordisco. Un gemido sale de mis labios mientras le aprieto con más fuerza, las
manos agarrando sus hombros justo antes de que ocurra lo inesperado.
Sabía que dolería. Me había preparado para el dolor. Pero en el momento en
que vuelve a estremecerse y una nueva sensación recorre mis venas, sé que nada
podría haberme preparado para esto.
Siento que mi sangre se mueve como un líquido que sube por una pajita. Es
una sensación extraña, pero que hace que mis rodillas se debiliten rápidamente.
Me mareo cuando el Zamari inhala y empieza a succionarme.
Gruñe. Un sonido impío cuando sus caderas retroceden y penetra más
profundamente en mi estrecho canal. Un gemido burbujea entre mis labios
mientras un placer indescriptible se dispara a través de mí. Como alimentado por
los mismos colmillos enterrados en mi piel, el placer se dispara por mi interior
como un grueso y cálido hilo de azúcar puro.
Me agarra de las caderas con un brazo, me sujeta y retrocede antes de
enterrarse hasta el fondo. Y luego otra vez. Otra vez. Hasta que ya no puedo
contar. Mi coño se calienta y llora mientras él empuja cada vez más fuerte sin
soltarme, con los labios pegados a mi cuello mientras bebe.
Bebidas de mi parte.
Pongo los ojos en blanco y la cabeza se me cae mientras mi cuerpo se debilita.
Siento que mi energía disminuye. Siento que mi fuerza vital disminuye con cada
trago que me da. Con cada fuerte embestida. Con cada segundo que pasamos
juntos. Me estremezco contra él; lo único que puedo hacer es aguantar mientras
me penetra hasta el fondo.
Veo las estrellas sobre nosotros, un grito insonoro de felicidad sale de mis
labios mientras mi cuerpo se estremece bajo su asalto. Tan agotada, el orgasmo
que me invade hace que mi cuerpo se sacuda por la sorpresa. Siento que mi coño
se ahoga, los músculos se tensan, se liberan, luego se lo tragan un poco más y el
Zamari vuelve a retumbar, sus implacables embestidas no cesan.
No lo suelto. Esclava del placer que me recorre, ya no sé si tengo los ojos
abiertos o cerrados. Si la oscuridad que me rodea es fruto de la consciencia o si el
éxtasis me ha dejado inconsciente.
El Zamari gruñe y se estremece, un gemido profundo contra mi cuello
mientras se echa hacia atrás y da una última y fuerte embestida, tirando de mí
hacia abajo sobre su polla hasta enterrarla por completo.
Al principio no lo siento, pero luego es todo lo que puedo sentir. El oleaje. La
sensación de su polla cada vez más gruesa, imposiblemente más gruesa,
uniéndonos. La presión es tanta, la cerradura tan apretada, que jadeo, todo mi
cuerpo se pone rígido mientras inhalo a través del estiramiento.
El Zamari gruñe, sus colmillos resbalan de mi cuello mientras su lengua lame
la herida con lánguidas caricias.
—No te resistas, Chispa de Fuego. No te haré daño —su gruñido es primitivo,
como si fuera un macho diferente al que he estado viajando. —Deja que tu dulce
coño me acoja.
Contengo la respiración, luchando por hacer lo que me pide, pero el
estiramiento es casi demasiado. —¿Qué-qué está pasando?
Vuelve a gruñir y me sube por el cuello hasta la oreja, donde me lame el
lóbulo.
—Son mis nudos —vuelve a gruñir. —Intenté no hacerlo. Lo siento, Chispa de
Fuego. He tomado más de lo que me has ofrecido.
¿Sus nudos?
Así que eso es lo que esos...
Pongo los ojos en blanco cuando siento su mano entre mis piernas, sus dedos
rozando mis pliegues hasta encontrar mi centro. Su dedo recorre la costura que
nos une, un gruñido posesivo retumba en su garganta, antes de subir ese mismo
dedo, buscando entre mis pliegues. Jadeo cuando roza mi clítoris y se detiene ahí.
Se echa hacia atrás para mirarme, con los ojos negros como el carbón mientras me
acaricia el clítoris.
Estoy perdida.
Sentada sobre su polla hinchada, todo mi cuerpo tiembla mientras él trabaja
mi clítoris, empujándome hacia otro pico.
—No puedo —suspiro. Las fuerzas que tengo son las justas para mantenerme
despierta, pero él responde con otro gruñido y vuelve a bajar la cabeza hasta mi
cuello, donde me besa con la lengua lamiendo la herida mientras sigue
estremeciéndome el clítoris.
Me levanto y vuelvo a chocar, el placer me atraviesa.
Este ser... me ha llevado a lugares donde nunca había estado.
Las estrellas sobre mí son lo último que veo.
El Forajido
Acuno a Chispa de Fuego entre mis brazos, cojo la gruesa prenda que ha
desechado y la envuelvo mientras la arropo con fuerza.
Su respiración es constante, su órgano vital late ininterrumpidamente en su
pecho, pero sus ojos están cerrados. Agotados por la intensidad de mi sed de
sangre.
Mi polla se tensa, palpitando en lo más profundo de su canal, donde aún
estamos unidos, y aprieto los dientes contra las oleadas de placer que aún me
recorren.
Levanto una mano y aparto un mechón de sus pálidos cabellos para verle la
cara.
Parece tan tranquila ahora. Tan... relajada. No hay preocupación en sus ojos.
Completamente tranquila.
Me muevo, llevándomela conmigo, mientras me recuesto contra el banco de
arena, capaz, por primera vez desde que me alejé de Comodre, de pensar con
claridad.
Un ronroneo de satisfacción se eleva en mi pecho mientras me chupo los
labios, con el sabor de su sangre aún en la lengua. Paso un dedo por las marcas de
su cuello, trazando los dos puntos. He intentado no tomar demasiado. Espero no
haberlo hecho.
Es difícil determinar cuánto puede soportar su cuerpo en una primera toma.
La aprieto más contra mí, su coño palpita alrededor de mi polla y vuelvo a
apretar la mandíbula. Será mejor que me quede quieto.
Me inclino y aprieto la cara contra sus filamentos, deleitándome con su aroma
puro. Pasar los dedos por ellos mientras nos lavábamos juntos había sido una de
las cosas más íntimas que había hecho con ninguna hembra. Con Chispa de Fuego,
era algo natural.
Su cuerpo se estremece, el frío creciente de las arenas oscuras se desliza por
su piel.
No podemos quedarnos aquí mucho tiempo.
Instándome a calmarme, me obligo a pensar en otras cosas. Como en el
posible grupo de Nirzoik que descenderá sobre su pequeño asentamiento muy
pronto. Pero mi polla tiene otras ideas. Palpita dentro de ella, deleitándose con su
estrechez. Disfrutando de su calor.
Vuelve a estremecerse, un leve gemido sale de sus labios mientras se mueve,
con los dedos curvándose y clavándose en mis brazos antes de que sus ojos se
abran de golpe.
—Hola, preciosa.
No sé por qué contengo la respiración. Como si ahora, después del hecho, se
arrepintiera de lo que acabamos de hacer. Se arrepentirá de haberme dejado
alimentar. Peor aún, que despreciará que mi polla siga hinchada dentro de ella. Ya
puedo decir que los machos de su especie no hacen tal cosa. Ella se sorprendió.
Incluso asustó.
Se mueve y levanta el cuerpo antes de ponerse rígida e inspirar
profundamente, para soltar el aire con un gemido. Su mirada pasa de la repentina
confusión de haber recuperado la conciencia al placer más puro.
—Joder —murmura, moviendo las caderas de una forma que me hace sisear.
—Estás realmente atascado ahí —su mirada se eleva a la mía, una mano se mueve
para trazar una línea a través de mi frente y luego se curva alrededor de mi
mandíbula. —Un nudo.
—No debería doler... —siseo de nuevo cuando sus caderas se mueven una vez
más y veo un brillo pasar por sus ojos. ¿Le... gusta?
—Entonces, ¿te quedas conmigo? —hace un leve gesto con los labios que se
convierte en una sonrisa de oreja a oreja antes de inclinarse hacia mí, susurrando
contra mis labios mientras presiona su pelvis contra la mía. —Eres tan
jodidamente grande. Se siente como... —emite un gemido tan delicioso que, en
lugar de aflojarse mis nudos, se hinchan más. —Siento como si me estiraras más
allá de mi límite —vuelve a gemir antes de tomar mis labios inferiores entre sus
dientes, mordiéndolos suavemente. —¿Es malo que no quiera que pare?
Ahora es mi turno de gruñir, mi polla palpitando ante sus palabras. —No
deberías decir esas cosas.
Chispa de Fuego suelta una risita y me chupa el labio antes de soltarlo. —¿Por
qué?
—Porque —gruño. —Sólo me dan más ganas de montarte.
Sonríe y suelta una carcajada complacida por la nariz antes de inclinarse y
apoyar la cabeza en mi hombro. Con una mano se acaricia la herida del cuello.
—¿Te duele? —me tenso, esperando su respuesta.
Ella sacude la cabeza. —No puedo sentirlo.
—Bien.
Con una sonrisa, se acomoda contra mí y, una vez más, me pregunto por qué
el universo me tienta tanto. Nos quedamos sentados, envueltos en silencio; Chispa
de Fuego traza un patrón invisible donde sus dedos descansan sobre mi pecho, y
una suave brisa fresca del desierto nos roza.
—¿Cómo está el kiv?
Inhala profundamente y sus ojos se desenfocan mientras mira al vacío.
—Gracias —dice al cabo de unos instantes. —No sabes cuánto significa para mí lo
que has hecho —un profundo suspiro se levanta y cae de sus hombros. —Creo que
Kiana estará bien. Por ahora.
Permanezco en silencio, pasando un dedo por sus mechones. Me da las
gracias como si lo que hice no fuera lo honorable. Lo correcto. La kiv necesitaba mi
ayuda. Pero, ¿quién soy para hablar de honor?
—Sabes... —dice después de unos momentos. —Esto es bonito.
Miro fijamente las estrellas sobre nosotros, absorto en la extensión del
universo. De ella.
Tiene razón. Es bonito. No hay otro lugar donde preferiría estar que aquí, en
este preciso momento.
—No son muchas las veces que puedo... disfrutar así de Ivuria 10 —susurra.
—Aquí fuera, contigo, el mundo casi parece... correcto.
Mi mirada baja con sus palabras, mi atención cae en la nada. Porque en eso
también tiene razón. Con ella en mis brazos... nada más parece importante.
Y por eso tengo que protegerla.
Desde hace un tiempo, no se trata de completar mi misión final. Ha sido sobre
ella.
—Chispa de Fuego...
Se pone rígida. Con la cabeza apoyada en mi pecho, siento su cálido aliento en
mi piel mientras habla. —Lo sé...
Más silencio cae entre nosotros. Del tipo que es pesado con palabras no
dichas.
—¿Cuándo crees que vendrán? —pregunta.
—Pronto.
Ella asiente de nuevo. —¿Crees que estaremos listos?
Mis brazos la rodean con fuerza mientras miro a lo lejos. Porque solo hay una
respuesta adecuada a esa pregunta.
—Sí.
Me aseguraré de ello.
Capítulo 27
Elsie
***
Elsie
Elsie
Elsie
Elsie
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El agua caliente resbala por el pecho de Vy'syn antes de que escurra el trozo
de lino en el pequeño cuenco que tengo colocado cerca del catre. Me vuelvo hacia
él y continúo secándole la piel. La oscilante luz de la cera da a la habitación un
cálido resplandor mientras nos rodea el sonido de los truenos y la lluvia.
Permanecemos en silencio, sólo el sonido de mis caricias rompe el aire entre
nosotros.
Limpio toda la sangre que puedo y me alegra ver que ya se está coagulando.
—Te curas rápido.
Gruñe y, cuando le miro, el aire que me entra por la nariz parece una larga
prolongación. Está tan concentrado en mí. Mirándome atentamente mientras le
atiendo. Y sus ojos se han vuelto negros otra vez.
Lleva mirándome así desde que le obligué a tumbarse. Incluso mientras me
apresuraba por la cabaña, tratando de encontrar todo lo que necesitaba, que no
era mucho, su atención nunca decayó. Herví la raíz que suelo darle de beber a
Kiana para el dolor, la empapé en el agua tibia que estoy usando para limpiar la
herida. Puse una almohada extra debajo de su cabeza. Intenté ser suave con cada
toque.
No sé si está ayudando, pero no se queja. Solo me mira con esa intensidad
que hace que el corazón se me agite en el pecho.
—¿Por qué haces eso? —susurro.
—¿Mm?
Mi mirada se desvía hacia la suya, sólo para que mis mejillas se calienten un
poco más. Inhalo, mi pecho se eleva con un cálido suspiro mientras me giro para
sumergir, enjuagar y escurrir de nuevo el trozo de lino.
—Como si fuera la primera vez que me ves —lo miro una vez más, pero su
mirada no cambia. No se mueve.
La luz de la cera juega con los contornos de su cara, haciendo difícil apartar la
mirada. Este lugar es acogedor, como si siempre hubiera estado destinado a él.
—Eso es sencillo, Chispa de Fuego —su voz es ese timbre profundo y sedoso
que envía pequeñas vibraciones sin previo aviso a través de mi piel. —Eres el
tesoro más hermoso en el que he puesto mis ojos.
—¿Tesoro? —suelto una pequeña carcajada, aunque sus palabras me
calientan por dentro.
—Tesoro —repite.
Vuelve a hacerse el silencio entre nosotros mientras sigo curándole. Me tomo
mi tiempo, asegurándome de recoger cada grano de arena que ha caído en la
herida. Me aseguro de curarlo lo mejor que puedo para que se recupere.
—No estabas bromeando, ¿verdad? —susurro. —Cuando dijiste que te
quedarías. No era el parloteo de un moribundo. ¿No estabas delirando?
No sé por qué contengo la respiración, esperando a que responda.
—Me quedo, Chispa de Fuego.
Finalmente respiro y le dirijo una tímida mirada antes de seguir trabajando.
—¿Crees que lo hicimos? ¿Crees que liberamos a Comodre?
Durante unos segundos, no responde. —No.
Me muerdo el labio, una parte de mí se hunde antes de asentir, alejando los
pensamientos. Porque, por primera vez, no tengo miedo de que vengan. Hoy nos
hemos enfrentado a lo peor, y espero que los demás también se den cuenta.
—Llamé a un... amigo... —dice después de unos momentos, esos ojos oscuros
no se mueven mientras lo miro. —En un momento de debilidad. Me preocupaba
no poder protegerte. Es... bueno que no haya venido.
Me concentro en curarle la herida mientras reflexiono sobre sus palabras.
¿Había llamado a alguien para que nos ayudara? Antes de que me diera cuenta, se
había comprometido a asegurarse de que saliéramos vivos de esta.
Nunca se había tratado de los créditos. Siempre se había tratado de nosotros.
—¿Y eso por qué? —vuelvo a mirarle y, por primera vez desde que descansa
aquí, su mirada pasa de la mía al tejado.
—Krynn no es... tan gentil como yo.
Casi me atraganto al soltar una risita. —No creo que 'suave' sea lo que la
gente te llamaría.
Tiene un ronroneo en la garganta y sus ojos oscuros vuelven a posarse en mí.
—Intento ser amable contigo.
Mis mejillas se calientan.
—Puedo ser más suave la próxima vez...
La próxima vez...
Me aclaro la garganta y resisto el impulso de lamerme los labios.
Tardo más de una hora en terminar y me levanto con una sonrisa, sintiendo su
mirada en mi espalda mientras levanto la palangana y el trozo de lino y los llevo al
lavabo. Cuando vuelvo, me dirijo al desván para coger una falda nueva de donde
tengo la ropa guardada.
Me mira rasgar las capas en gruesos y largos jirones antes de que los extienda
sobre su regazo.
—¿Puedes sentarte?
Asiente con la cabeza y hace lo que le pido sin mediar palabra. Y mientras me
inclino hacia él, envolviéndole la espalda con cada capa de tela y rodeándole la
parte delantera con un apretado vendaje, noto su atención, lo siento tan, tan
cerca de mí. Tan cerca que cada aliento que tomo y cada aliento que suelto es aire
que ambos compartimos. Cuando por fin termino, no puedo moverme. Algo me
tiene congelada mientras le miro. Una fuerza invisible que exige que me quede
cerca.
—Chispa de Fuego —murmura antes de que de repente me tire contra él.
—No deberías haber intentado ayudarme.
—Estabas solo. Luchando en una guerra de la que ni siquiera deberías formar
parte.
—Estaba luchando por ti.
—Y no podría soportar verte hacer eso y morir. No podría...
Sus labios chocan contra los míos con una intensidad que me deja sin aliento.
Cuando me levanta para que me siente a horcajadas sobre el catre, apenas
consigo protestar antes de que me gruña en los labios.
—Dulce Elsie...
—No deberíamos hacer esto. Te duele...
—No lo suficiente —me susurra.
Pequeños escalofríos me recorren mientras me arranca lo que queda de
túnica, los truenos y relámpagos que estallan fuera en armonía con el latido
estrepitoso de mi corazón. Nos desnudamos, destrozando la ropa como si las
prendas quemaran, y cuando por fin estamos desnudos, piel con piel, es como si
todo mi ser se iluminara.
Vy'syn me besa como si fuera a quedarse sin aliento si mis labios no están
sobre los suyos. Sus manos recorren mi espina dorsal, agarran mis caderas, mi
culo, me tocan por todas partes mientras me empuja contra él, deslizando mi
húmedo centro sobre su grueso pene.
Un suspiro nos estremece a los dos al contacto. Como un chispazo de
electricidad que me atraviesa cuando su cabeza se inclina y se lleva un pezón a la
boca.
Mi espalda se arquea, mis caderas se balancean automáticamente mientras él
se inclina hacia atrás, llevándome hacia abajo con él, obligándome a apretarme
contra él mientras mi núcleo se calienta y palpita, suplicando ser llenado.
—Sé que lo necesitas —susurro mientras me inclino hacia él y le pellizco el
borde de la oreja. La punta se agita al oír mis palabras y paso la lengua por ella.
—Sé que necesitas beber.
Gruñe contra mí, me agarra las caderas con las dos manos y me empuja
contra su pene, luego me obliga a bajar, deslizando su pene por mis pliegues,
obligando a ese pequeño capullo a rechinar contra él.
Gimo en su oído, incapaz de controlar las palabras que brotan de mis labios.
—Por favor —susurro. —Quiero tu polla. Te quiero dentro de mí mientras
bebes hasta saciarte —mi coño salta y luego se aprieta cuando mis propias
palabras me humedecen hasta lo imposible.
Vy'syn gruñe de nuevo.
—Te anudaré de nuevo, Chispa de Fuego. Mi control es débil. ¿Estás segura...?
—Sí —es mi turno de gruñir. —Lo dices como si me incomodara —jadeo.
—Quiero tus nudos todo el tiempo. Todo el tiempo. Hazme nudos mientras me
follas duro. Lo necesito, Vy'syn. Te necesito.
No me importa parecer desesperada. No me importa el hecho de que ahora
me estoy estrujando contra él, esparciendo mis jugos por todo su pene como si lo
estuviera marcando como mío. Pensar en él hinchándose dentro de mí,
uniéndonos, sólo me hace palpitar y apretar con más fuerza. Maldita sea la
paciencia.
Suena otro gruñido estremecedor en su pecho antes de que me agarre por las
caderas y me levante lo suficiente para que su polla se balancee debajo de mí.
Alargo la mano hacia él, deslizándola sobre su suave cabeza, y él se estremece al
contacto, con un profundo gemido vibrando en su interior.
Lo alineo con mi entrada y desciendo, abriendo las piernas y apoyándome en
las rodillas. Mis caderas giran mientras las levanto antes de deslizarme de nuevo
sobre él, las sensaciones son demasiado indescriptibles para ser reales.
Tomo todo lo que puedo y me inclino hacia delante, dejándole que guíe mis
caderas mientras me folla. Su ritmo es implacable, me agarra con fuerza y me folla
con fuerza. Siento que el cerebro me vibra en la nuca y pongo los ojos en blanco,
perdida en el deseo, mientras me derrumbo sobre él, cediéndole todo el control
mientras le desnudo el cuello.
Gruñe tan fuerte que me hace bajar con fuerza, deslizando esa primera
sección hinchada hacia dentro. El gemido que me recorre rivaliza con el sonido de
los truenos. El estirón me hace gemir en un idioma que no existe mientras él se
echa hacia atrás y sigue empujando con movimientos largos y profundos,
trabajándome centímetro a centímetro mientras su polla se ensancha más y más
hasta que noto dónde estará el segundo nudo.
Por favor, Vy'syn, lo quiero más que nada.
Debo de gemir esas mismas palabras, porque vuelve a gruñir antes de que
sienta cómo mi coño se estira para acogerlo. Entonces me lame el cuello, su
lengua como un paño de textura cálida, la única advertencia antes de que sienta el
agudo pinchazo de sus colmillos.
Grito al chocar las dos sensaciones enfrentadas. El estiramiento. El dolor de
sus colmillos. Y luego la explosión de azúcar puro en mis venas. El dolor de mi
cuello desaparece, dejando sólo pura bondad. La sensación de él bebiendo, de su
nudo abriéndome de par en par... es demasiado. Grito con la presión del orgasmo
que me atraviesa.
Me estremezco, incapaz de controlar la fuerza de las sensaciones que provoca
en mí, y él me agarra con más fuerza, desplazando su agarre hacia las curvas de mi
culo mientras un gemido retumba en su interior.
Me corro demasiado rápido. Un clímax intenso que me hace volverme
mantecosa en sus garras. Mi coño se aferra a su gruesa polla, apretando con
fuerza mientras grito por el torrente de placer que me invade. Su orgasmo es tan
intenso como el mío porque él también se estremece, su polla palpita, retrocede y
avanza mientras se vacía dentro de mí, hasta que ya no puede moverse más, sus
nudos se hinchan tanto, se ajustan tanto a mí que sus caderas tienen que
detenerse.
Los colmillos de Vy'syn se retraen, se deslizan por mi cuello y, con los ojos
nublados, capto cuando se lame una gota de sangre de los labios. Vuelve a
inclinarse hacia mí y me pasa la lengua por la herida, haciendo que unos dulces
temblores recorran mis hombros.
—No puedes huir, Chispa de Fuego —gruñe. —Ahora estás atrapada conmigo.
Exhalo una carcajada antes de acomodarme contra él, contenta con el
estiramiento dentro de mi núcleo, sabiendo que estamos atados hasta que nos
libere.
—No me atrevería a correr —susurro. —Seguro que me atraparías.
Otro gruñido. —Lo haría.
Sonrío cuando él se mueve y coge la manta antes de ponérmela sobre el
cuerpo. Me acurruco en su calor y cierro los ojos lentamente al oír la lluvia.
—Pero ya sabes —murmuro. —Soy un paquete. Está Kiana y...
—Y ahora también es mía.
Levanto la cabeza, con la respiración entrecortada. —Vy'syn, no tienes que...
—Chispa de Fuego —me detiene justo ahí. —No lo querría de otra manera.
Epílogo
Vy'syn
Tras la lucha con los Nirzoik, gran parte de Comodre quedó destruida. Varios
humanos se han quedado sin hogar y los veo buscar a alguien a quien culpar.
Espero a que culpen a mi Chispa de Fuego de traerme aquí, de provocar este
cambio en sus vidas. Pero ninguno lo hace.
Tal vez porque me ven mirando. Tal vez porque tienen miedo.
Pero ha habido un cambio en algunos. Los que inclinan la cabeza en señal de
respeto cada vez que estamos cerca. Los que me miran con asombro en los ojos.
Algunos me llaman su libertador.
¿Seguirían pensando lo mismo si supieran que sólo lo hice por una razón?
¿Por ella?
¿Pensarán lo mismo cuando se den cuenta de que aún no ha terminado?
Los Nirzoik estaban aquí por una razón. El hecho de que volvieran para la
guerra me dice más de lo que estos humanos creen. Su pequeña colonia no fue
sólo un desafortunado receptor de la atención de esos matones. Hay algo más...
sólo que no sé qué. Todavía no.
Tendré que esperar y ver. Hasta entonces, me quedaré aquí. Haré todo lo que
esté en mi poder para protegerla. Protegerlos.
Los dos seres que hacen cantar mi ayahl.
En la reunión del pueblo con el asqueroso al que llaman Marcus, los
residentes restantes de esta pequeña colonia tomaron la palabra. Por primera vez,
vi una pequeña luz del rayo de mi Chispa de Fuego en sus ojos. Vi que lo que sea
que la empuja a luchar por esta pequeña civilización finalmente los ha infectado a
ellos también.
Algunos perdieron familia. Amigos. Las bajas humanas fueron pocas, pero de
todos modos les afectó mucho. Se preguntan dónde irán a partir de ahora. Qué les
pasará ahora, y me pregunto si Chispa de Fuego odia que les diga la verdad. Que
no les dé esperanzas. Pero cuando mi mirada se vuelve hacia ella, siempre hace
ese gesto de apoyo con la barbilla. Chispa de Fuego confía en mí. Confía en mi
palabra. Confía en que guiaré a su pueblo en la dirección correcta.
Así que les digo que tendrán que luchar si quieren sobrevivir. Que los Nirzoik
volverán. Que, si quieren una vida, cualquier vida, deben prepararse para morir
por ella. Para hacer más de lo que hicieron la última vez o deben renunciar a este
lugar y tratar de hacer una vida en otro lugar en las llanuras.
Y les digo que también lucharé. Por Elsie. Por nuestra Kiv, Kiana.
Mi mirada se desplaza hacia ellos y Chispa de Fuego levanta la vista de donde
está sentada remendando ropa para la kiv. Casi al mismo tiempo, la kiv hace lo
mismo.
Ambas sonríen y mi ayahl se calienta.
Desvío la mirada y observo los cambios que ya se han hecho en la cabaña. Un
catre más grande se ha trasladado a la habitación de atrás que ahora es nuestra
habitación privada. Nuestra. Una palabra que nunca pensé que usaría en relación
con una mujer. Sin embargo, aquí estoy.
Los juguetes de Kiana están apilados en una caja, algunos esparcidos por el
suelo. Las hierbas medicinales de Chispa de Fuego cuelgan para secarse,
impregnando las habitaciones de aromas terrosos y mezclándose con el frescor de
la lluvia que entra por la ventana.
Sigue siendo duro, pero se siente... bien. Chispa de Fuego hace que se sienta
bien, y me encuentro deseando contribuir algo más a este espacio que
compartiremos. Quiero aportar algo más que defensas físicas aquí.
Cuando se da cuenta de que sigo concentrado en ellas, Kiana se baja del catre
y se acerca a mí cojeando. Mi mirada se dirige automáticamente a los frascos de
medicinas frescas apilados sobre la mesa. Viajé bajo las lluvias hasta Calanta para
conseguirlos. Un viaje peligroso, pero la sonrisa de la pequeña kiv hace que
merezca la pena. El alivio de Chispa de Fuego lo hizo necesario. La kiv ya tenía su
dosis diaria, pero este día parece ser malo para ella. Uno en el que lucha más de lo
habitual.
—¿Papá? —dice, y mi ayahl vuelve a calentarse de inmediato. La palabra
humana para progenitor. Un título precioso que ella ha otorgado a un bruto como
yo. Me agacho y la subo a mi regazo. —¿Puedes contarme una de tus historias?
Historias de mundos que he visto. Historias de seres que he conocido. Este kiv
es insaciable. E incluso cuando intento omitir los detalles, su pequeña mente se
llena de preguntas. Es una cosita inteligente. Con un sentido de la justicia que
rivaliza con muchos.
—Mm —tarareo en mi pecho. —¿De qué debería hablarte esta vez?
—¡La de la valiente reina que luchó contra el gusano de arena para salvar al
rey!
Sonrío, enseñando los colmillos, pero mi pequeña e intrépida kiv solo me
devuelve la sonrisa, enseñándome sus dientes romos. Un rugido de aprobación
vibra en mi pecho.
—Ese es tu favorito.
—¡Eso es! ¡Un día, quiero luchar contra un gusano de arena!
Una profunda carcajada brota de mis labios. —¡Estoy seguro de que se
estremecería de miedo con tu aterrador rugido!
Kiana echa la cabeza hacia atrás, creando garras con sus manitas mientras
ruge, y más risas surgen dentro de mí.
Felicidad. Paz.
Nunca he anhelado esto. Sólo porque nunca pude imaginarlo para un hombre
como yo. Pero ahora que lo tengo, sé que nunca podré dejarlo ir.
Levanto la mirada a tiempo para captar una mirada extraña en los ojos de
Chispa de Fuego antes de que sonría y mire hacia otro lado. Lo veo cada vez que
estoy con la kiv; cómo nos observa cuando cree que no me doy cuenta. Hay pura
alegría en sus ojos y sus rasgos se suavizan. Mi Chispa de Fuego es feliz. Contenta.
¿Es esto lo que mi pueblo ha olvidado? ¿Es por esto por lo que viajamos por
las estrellas, buscando algo, buscando esa única cosa que hará que todo lo demás
tenga sentido?
Supongo que soy uno de los afortunados.
Un Zamari que por fin está contento.
Porque he encontrado lo que tantos buscan.
Epílogo 2
Elsie
Fin