Material de Lectura
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Licenciatura en Publicidad
1º CUATRIMESTRE DE 2023
ÍNDICE
PRÁCTICAS DE LECTURA…………………………………………………………………………………………………………….3
La noción de paratexto……………………………………………………………………………………………………………………4
El caso de la bibliografía final y las referencias bibliográficas…………………………………………………..5
La noción de contexto……………………………………………………………………………………………………………………..6
PROCESO DE ESCRITURA…………………………………………………………………………………………………………….7
La puesta en texto y la revisión: sobre la adecuación, la cohesión y la coherencia…………………9
Conectores y organizadores del discurso. Tipos y funciones…………………………………………………..10
PRÁCTICAS DE ESCRITURA………………………………………………………………………………………………………12
La identificación del género discursivo……………………………………..………………………………………………..12
Género académico…………………………………………………………………………………………………………………………13
La puesta en escena discursiva…………….……………………………………………………………………………………..14
El enunciador y el enunciatario……………………………………………………………………………………………………15
Enunciado y enunciación………………………………………………………………………………………………………………16
La identificación de secuencias textuales. Los textos académicos:
entre la exposición y la argumentación………………………………………..…………………………………………….17
La explicación y la argumentación: dos polos de un continuum……………………………………………..18
El enunciador en la explicación…………………………………………………………………………………………………..20
El enunciador en la argumentación…………………………………………………………………………………………….21
La actitud de locución. Sobre Estructura y función de los tiempos en el lenguaje……………….22
Estructura y función de los tiempos en el lenguaje………………………………………………………………….24
ESCRITURA TRANSMEDIA
El translector. Lectura y narrativas transmedia en la nueva ecología de la comunicación.
Carlos Scolari
Del periodismo multimedia al periodismo transmedia. Guiones para pensar nuevas
narrativas
Anahí Lovato
Los capítulos seleccionados para prácticas de lectura y escritura se han tomado de la edición:
* Narvaja de Arnoux, Elvira; Mariana di Stefano y María Cecilia Pereira, La lectura y la escritura en la universidad, Buenos
Aires, EUDEBA, 2002
* Narvaja de Arnoux, Elvira y María Cecilia Pereira, Cuadernillo de Semiología “Lingüística de la enunciación y perspectiva
sociosemiótica en los estudios del lenguaje”, 2016.
Diversas disciplinas se han preguntado qué es leer y han intentado describir algunas de sus
características.
Los estudios cognitivos han destacado el carácter procesual de la lectura: leer es, desde
esta óptica, un proceso cognitivo que involucra una serie de subprocesos que el lector o la
lectora va realizando a medida que avanza en el texto. Entre ellos, la recuperación de
información previa sobre el tema, la formulación de hipótesis acerca de lo que va a leer, la
jerarquización de información, el procesamiento de los nuevos datos y su puesta en relación
con los ya almacenados. Desde esta óptica, leer ha sido definido como una actividad de
formulación y verificación de hipótesis: antes de comenzar a leer y a medida que la lectura
comienza, quien lee va formulando hipótesis acerca del texto; por otro lado, avanza en la
lectura por la necesidad o el deseo de obtener información nueva. De modo que, a medida
que va incorporando la información nueva que el texto le brinda, va confirmando o
desechando las hipótesis iniciales. En esta dinámica, los conocimientos previos –que el
lector y lectora tienen almacenados en su memoria– brindan los esquemas para dar sentido
a lo nuevo, en el que se ha realizado una jerarquización ya que no es posible retenerlo todo.
El semiólogo italiano Umberto Eco pensó la lectura, en términos semióticos, como un
proceso de comunicación entre el texto y el lector. En esa comunicación, según Eco, el
texto adopta la actitud de un “mecanismo perezoso”, no dice todo acerca de sí mismo, deja
muchas cosas sin explicitar, lo que exige a quien lee asumir un rol sumamente activo. Su
tarea consistiría fundamentalmente en hacer inferencias, en reponer o completar lo que el
texto no dice pero da a entender.
Eco denominó “cooperación interpretativa” a los movimientos que debe realizar el lector o la
lectora para dar sentido a un texto, entre las que destacó –además de realizar inferencias–
el otorgar un significado a las expresiones, y establecer relaciones entre esas expresiones y
las circunstancias de enunciación. La referencia a la situación enunciativa requiere
contemplar al enunciador, el lugar, el tiempo y el destinatario de un texto. El
establecimiento de estas relaciones implica también construir hipótesis sobre el género
discursivo que se está leyendo e identificar el mundo de referencia (real o posible) del texto.
En este proceso, desde esta óptica, el lector o la lectora apelan a sus conocimientos
enciclopédicos y a sus sistemas de valores para completar el sentido de lo que lee. Por eso,
completando la definición inicial, para Eco la lectura es un proceso comunicacional en el que
a partir de la interacción lector-a/texto se produce sentido.
Creemos entonces, a partir de los aportes de las distintas disciplinas acerca de lo que es
leer, que el alumno y la alumna universitaria desarrollará su capacidad interpretativa en la
medida en que aprenda a controlar su propio proceso cognitivo involucrado en la lectura; en
la medida en que adquiera conocimientos sobre las características de los textos a leer y en
general sobre el lenguaje, para que pueda llevar a cabo su “cooperación” con el texto; y en
la medida en que tenga claro su rol como lector y lectora, cómo y para qué se espera que
lea.
Entonces, ¿qué es leer?
Leer es una actividad que se caracteriza por la intensa libertad que puede ejercer el lector al
interpretar los textos. Es tan difícil controlar la comprensión de los que leen que suele
comparársela con el agua que se escurre huidiza entre los dedos cuando se intenta
capturarla con las manos. Sin embargo, hay que reconocer que los modos de leer y esa
libertad interpretativa se despliega regulada en gran medida por los tipos de textos y las
prácticas sociales en las que esos textos circulan: la Biblia debe leerse con fe en ámbitos
religiosos, con racionalidad si es objeto de análisis literario en una universidad. En otras
palabras, en muchas prácticas sociales (las académicas por caso) la libertad interpretativa
se ejerce en el marco de ciertos deberes que los lectores hábiles saben cumplir con
rigurosidad. Entre esos deberes está el de atender con mucho cuidado a lo que
efectivamente los textos dicen para no atribuirles sentidos que ellos no conllevan. Otro
deber está en la necesidad de tener en cuenta el paratexto que rodea a cada texto y guía su
lectura: el lector podrá seguir esa orientación paratextual o desobedecerla por diferentes
motivos, pero nunca ignorarla.
La noción de paratexto
G. Genette define el paratexto como “todo aquello que permite que el texto se transforme
en libro y se proponga como tal a sus lectores y al público en general”. Etimológicamente
significa todo lo que está junto a o alrededor del texto (del griego, para=junto, al lado de).
Para Genette son elementos paratextuales la tapa, la contratapa, las solapas, las
ilustraciones de un libro, diario o revista; los prefacios, notas al pie al final, epígrafes,
dedicatorias, índices, apéndices, bibliografía, además de los elemento tipográficos y de
diseño gráfico, y hasta el formato y el tipo de papel de la edición. Por ello, considera al
paratexto como un aparato montado en función de la recepción, el “umbral” del texto, el
primer contacto del lector con el material impreso.
Maite Alvarado, profesora e investigadora de la UBA, señala la función del paratexto como
disparador de las operaciones de anticipación, búsqueda en la memoria, selección y puesta
en relación de la información, propias de los procesos de lectura, que permiten al lector
elaborar hipótesis sobre el texto, que irá testeando en el transcurso de la lectura. Una
lectura atenta del paratexto permite hacer deducciones sobre aspectos temáticos y
formales del texto (el tema que trata, pero también el género al que pertenece), e incluso
las valoraciones del autor respecto del tema tratado.
El paratexto brinda mucha información sobre el contexto histórico-social en que fue
producido el texto, y de ahí su importancia. No solo informa sobre el autor sino que además
provee datos sobre fecha, lugar de edición y sello editorial, que de algún modo revelan la
lectura que el campo cultural ha realizado sobre el texto: no es lo mismo un libro de
poemas, por ejemplo, que sale al mercado en una edición del autor, que el que es publicado
por una editorial de peso en el mundo de habla hispana. Una y otra edición no están
relacionadas con la calidad del texto, pero sí con el espacio que se le dio, ganó o se le negó
en el mundo libresco.
Si bien cada género discursivo organiza de manera particular su paratexto, la función de
estos elementos paratextuales es la de orientar la lectura. De este modo, desarrollar la
habilidad lectora de los elementos paratextuales favorece el desarrollo general de la
competencia lectora: en la medida en que podemos interpretar, asignar un sentido a cada
elemento del paratexto estamos en mejores condiciones de comprender las relaciones
entre un texto y su contexto, lo cual es indispensable para acceder al tipo de lectura crítica
requerida en la vida académica. Por otro lado, hacer una lectura en profundidad del
paratexto permite al lector convertirse en lector de sus materiales de lectura.
Una bibliografía es una lista de publicaciones que se inserta al final de un artículo, un libro,
una tesis, etc., para conocimiento del lector. En el caso específico de una tesis, la bibliografía
comprende todos los documentos que fueron consultados, no sólo los citados en el cuerpo
del texto. Es decir, sintetiza para el lector el trabajo de lecturas que ha hecho el autor del
escrito que está leyendo. Esta bibliografía puede orientarlo en otras lecturas que se podrían
hacer para profundizar los conocimientos, por ejemplo.
La presentación de la bibliografía varía de acuerdo con la intención del autor, la orientación
de su trabajo o, incluso, las normas establecidas por la institución ante la que se presenta la
tesis. La más habitual es la que ordena los datos a partir del apellido del autor y
organizando estos en un orden alfabético general. También se la puede dividir en una
bibliografía general y bibliografías específicas, referidas a los temas tratados o las
disciplinas que orientaron la investigación. En todos los casos, la organización interna de
cada sección será también alfabética y, dentro de cada autor, cronológica.
No hay que confundir la bibliografía final de un trabajo con la referencia bibliográfica
particular de cada cita textual, que puede colocarse como una nota a pie de página, al final
del documento o en el mismo cuerpo del texto. La referencia bibliográfica generalmente
marca un punto preciso en un texto que se cita, por eso incluye el dato de la página, como
por ejemplo:
Del mismo modo que -como ya vimos- los y las estudiantes en la universidad necesitan
desarrollar habilidades específicas para encarar sus prácticas lectoras universitarias,
también será útil que reflexionen y se entrenen en las peculiaridades que adquieren los
escritos en este ámbito.
Los géneros que predominan en las prácticas de escritura académica se caracterizan porque
-en su gran mayoría- solo se producen en ese espacio institucional, por lo que muchos de
los conocimientos y de la experiencia previa en escritura con los que lxs alumnxs llegan a
sus estudios superiores suelen requerir una adecuación a las nuevas exigencias. Algunos
géneros escolares guardan una relación importante con los géneros académicos
(respuestas de exámenes escritos, informes, monografías). Pero en la universidad esos
mismos géneros adquieren ya rasgos particulares, que los complejizan.
A partir de nuestras investigaciones hemos comprobado que los géneros académicos
resultan extraños y ajenos a gran parte del alumnado del primer ciclo universitario, lo cual
se convierte en un problema si tenemos en cuenta que, en gran parte de su carrera, va a ser
evaluado justamente a partir de los escritos que produzca, y cuyas pautas de escritura
desconoce. Uno de los problemas recurrentes que se manifiesta en sus escritos es la
indefinición acerca del rol que debe asumir como enunciador y enunciadora. Cómo
construirse como enunciadores de esos géneros, es uno de los obstáculos más importantes
a atender.
Convertirse en un escritor y escritora hábiles de textos académicos requiere -como
veremos- un control de las normas ortográficas y gramaticales de la lengua, pero además
un conocimiento de las pautas genéricas de los escritos a producir, y un control del propio
proceso de escritura. Por eso, en primer lugar, consideramos útil plantearse la pregunta:
¿qué es escribir?
Desde la Psicología Cognitiva se sostiene que la escritura es un proceso cognitivo a través
del cual el escritor va realizando distintas operaciones intelectuales orientadas hacia su fin.
Los investigadores estadounidenses John Hayes y Linda Flower (1996) identifican tres
momentos en el proceso de redacción: la planificación del escrito, el momento que
llamaron “traducción” o puesta en texto, y la revisión. Ellos destacan que estos tres
momentos no tienen por qué darse en ese orden, ya que escritores expertos con mucho
entrenamiento en la escritura de un tipo de texto, la planificación y la puesta en texto puede
ocurrir casi en forma simultánea. Un ejemplo de este caso puede ser el redactor de un diario
o de una agencia noticiosa que todos los días debe escribir con cierta rapidez textos del
mismo género: crónica periodística, en el primer caso, y cables, en el segundo.
En la planificación, el escritor va construyendo una representación del escrito que debe
producir. Por un lado, recupera información de su memoria sobre los rasgos que
caracterizan al género que debe escribir y sobre tópicos del tema en cuestión, y, por otro
lado, despliega una serie de actividades: busca información, va ordenando sus ideas, toma
decisiones en cuanto al orden en que va a exponerlas y en cuanto al modo en que va a
presentar su escrito. Los escritores con cierta experiencia, en esta etapa, leen otros textos
del mismo género para observar cómo están escritos y también toman decisiones en cuanto
a las citas o referencias que han de intercalar en sus trabajos. Algunos escritores planifican
sus escritos tomando notas y realizando esquemas en los que van estableciendo relaciones
entre ideas y entre partes del texto. Otros se toman tiempo para pensar y hacerse de los
materiales con los que deben contar (citas, fechas, referencias, por ejemplo) y encaran
redacciones, fragmentarias o completas, que consideran borradores o primeras versiones.
Lo más frecuente es que quien escribe produzca uno o varios textos previos al definitivo.
El momento de la traducción o puesta en texto es el proceso a través del cual se va
concretando la redacción del escrito, contemplando ya su adecuación al género y a las
normas sintácticas y ortográficas requeridas. Es una etapa en la que el escritor debe tomar
decisiones en la elección del léxico que considera más apropiado para expresar una idea y
más adecuado al estilo que busca para su escrito; es también el momento en que se arman
las oraciones, se define la separación en párrafos, en partes y sub partes, y por lo tanto,
títulos y subtítulos, entre otros. Es decir, es un momento en que el escritor atiende a una
serie de cuestiones formales de la resolución de su escrito tanto locales (sintaxis, léxico,
ortografía, puntuación, por ejemplo) como globales (orden expositivo, control de que no
haya contradicciones internas ni referencias confusas, entre otros).
El proceso de revisión es aquel en el que el escritor vuelve sobre su escrito para observar
hasta qué punto se adecua a la situación comunicativa en la que está previsto que participe.
Es el momento en que se revisan y corrigen, también, cuestiones locales y globales, por lo
que, muchas veces, da pie a un nuevo proceso de escritura.
Para algunos, tanto los momentos de puesta en texto -sobre todo cuando la planificación se
ha volcado directamente en una primera versión redactada- como la revisión son procesos
en los que el escritor prioriza como objetivo “trabajar” la prosa: cambiar una palabra por
otra que estima más adecuada; eliminar palabras, oraciones o hasta párrafos completos que
en un principio se pensó que podían estar; se puede decidir alterar el orden de exposición;
ampliar un párrafo para desplegar una idea; se revisan concordancias verbales
pronominales, entre otras.
El conocimiento de estos sus procesos involucrados en el proceso de redacción nos permite
trabajar en forma más consciente cada uno de ellos, de modo de tener herramientas y
ejercer cierto control en cuanto a cómo llevar adelante una tarea de escritura.
De este modo, a medida que escribe y se plantea cómo escribir, también se va
reflexionando sobre la lengua, las funciones y usos de las palabras, de las expresiones, de
los géneros (reflexión que orienta la revisión y la reescritura), y además sobre el contenido
de ese texto, sobre el tema que está desarrollando, lo que enriquece su conocimiento del
mismo. Una de las funciones de la escritura es ampliar o transformar el conocimiento que el
o la escritora tienen del tema que desarrolla y de la lengua que usa.
Hay formas de escritura “precarias”, vinculadas con la vida cotidiana como armar una lista
con las compras que se deben hacer, dejar una nota a un familiar indicando dónde hemos
ido, organizar el presupuesto doméstico, anotar en una agenda los encuentros previstos o
las tareas que debemos realizar. Otras son más formales y estables como llenar formularios
administrativos o completar un cheque.
El caso de la escritura en los ámbitos académicos está destinada fundamentalmente a
poner en circulación nuevos y viejos saberes. En esta cursada vamos a centrarnos en los
géneros que deben escribir a lo largo de su vida universitaria, y a partir de los cuales -en la
mayoría de los casos- son evaluados y evaluadas (parciales, monografías, trabajos
prácticos, entre otros).
Ser un o una escritora eficiente de este tipo de textos implica en primer lugar ser buenos y
buenas lectoras de textos académicos, ya que en este ámbito, la mayor parte de los escritos
se apoya en lecturas previas, de las que será necesario dar cuenta. Esas lecturas darán a el
o la estudiante el dominio sobre el tema a tratar. Pero además, para lograr esa eficiencia
deberá contemplar los rasgos genéricos de sus escritos, sobre todo el modo en que estos
se estructuran y el registro adecuado; y deberá entrenarse en la construcción del tipo de
enunciador que estos escritos requieren.
Por otro lado, deberá revisar sus ideas acerca de lo que es escribir en la universidad, sus
ideas sobre esta institución, sobre los fines de los escritos en este ámbito, y por lo tanto
sobre las exigencias formales que es necesario contemplar.
En otros casos, sirven para jerarquizar la información que introducen como más importante
para la argumentación general que la precedente: al fin y al cabo, después de todo, en
definitiva, etc.
PRÁCTICAS DE ESCRITURA
El uso del lenguaje no es absolutamente libre ni arbitrario. Tal como plantea Mijaíl Bajtín
(1977), existen formas relativamente estables y reguladas por la esfera social y la actividad
humana que esté realizando el hablante. Es decir, cada práctica social, esto es, actividad
humana, genera modos de comunicación lingüística que le son propios. Por ejemplo, en la
esfera académica las actividades educativas generan monografías, parciales, ensayos,
ponencias; en la esfera o ámbito periodístico, se generan crónicas, artículos de opinión,
noticias, reportajes; en el ámbito publicitario, avisos, propagandas, etc.
En este sentido, Bajtín sostiene que las prácticas de escritura se articulan con prácticas
sociales. Para él, las distintas esferas de la actividad humana producen enunciados
relativamente estables, a los que denomina géneros discursivos.
Uno de los aspectos que el lector identifica al leer es el género discursivo al que pertenece
el texto. La pertenencia a un género es lo que explica casi todo lo que ocurre en un texto: el
modo de plantear el comienzo y el cierre, el tema a tratar, los modos de incluir la palabra de
otros, el registro más o menos formal, y hasta la sintaxis y el léxico empleados, entre otros.
La noción de género discursivo, tal como fue definida por M. Bajtin, identifica una
regularidad en el uso del lenguaje: este no es azaroso ni está librado a la voluntad del
hablante, y por lo tanto no es imprevisible, sino que por el contrario está pautado por la
esfera de la actividad humana que éste esté desplegando.
Los géneros son infinitos -existen tantos como esferas de la actividad humana- e históricos
-existen, se transforman o dejan de existir de acuerdo a las transformaciones de la práctica
social en que se sustentan. Son ejemplos de géneros discursivos la crónica periodística, el
ensayo, la demanda judicial, la publicidad gráfica, la exposición oral didáctica, la nota de
divulgación científica, la novela, etc.
Los elementos constitutivos de los géneros son el tema, la estructura y el estilo, por lo que
el uso de un género determinado impone al hablante restricciones temáticas, estilísticas y
composicionales, a las que debe adecuarse para lograr un uso eficaz del lenguaje.
¿Cómo y cuándo aprende el hablante las características propias de cada género? Las
aprende en la medida en que se enfrenta con ellos y necesita leerlos y producirlos. Pero
mientras hay una gran cantidad de géneros que frecuentamos desde nuestra infancia, que
aprendemos espontáneamente a medida que aprendemos a hablar (como la conversación
familiar, por ejemplo), hay otros que -o bien por su grado de complejidad, o bien por la falta
de conocimiento y entrenamiento que tenemos en ellos- requieren de una reflexión y de un
aprendizaje guiado. Es el caso de los denominados géneros académicos, que son las
producciones discursivas propias del ámbito universitario (ensayos, artículos científicos de
especialización, ponencias a congresos, parciales, monografías, informes, entre muchos
otros).
El conocimiento de las características propias de los géneros académicos es muy útil para
encarar con mayor preparación las prácticas de lectura y escritura universitarias.
Resumiendo…
Llamamos géneros discursivos, entonces, a los enunciados, orales o escritos, producto de la
actividad desarrollada en un determinado ámbito social. Así, las noticias, las crónicas
policiales, las notas de opinión o las cartas de lectores son géneros discursivos que han
surgido en el ámbito periodístico; en cambio, los artículos de investigación, los diccionarios
especializados, las monografías y los manuales son géneros propios del ámbito académico.
Dado que son el producto de muy diversas actividades desarrolladas en una sociedad, los
géneros discursivos presentan dos características fundamentales: en primer lugar, son tan
innumerables como las actividades que llevan a cabo los individuos en la sociedad; en
segundo lugar, están sujetos a transformaciones más o menos constantes, tanto como esas
mismas actividades de las que son producto. Por esta razón, los géneros discursivos
cambian históricamente y de acuerdo con las características específicas del ámbito social en
el que se producen.
Un género discursivo está constituido por tres elementos fundamentales: el tema, la
estructura y el estilo.
En cuanto al tema, existe una gama de asuntos posibles que puede abordar un género; por
ejemplo, un capítulo de manual de introducción al conocimiento de la sociedad y el Estado
puede abordar una gran variedad de temas vinculados con la sociología, la ciencia política y
la historia, pero difícilmente tratará un hecho político ocurrido en los últimos días o una
problemática propia de las ciencias exactas.
La estructura consiste en la organización típica de las partes de un texto; por ejemplo, una
noticia suele presentar los contenidos fundamentales en la titulación (título, volanta y
copete) y en el primer párrafo del texto, mientras que un capítulo de manual presenta
paulatinamente los contenidos de acuerdo con un ordenamiento didáctico, en el que no
necesariamente lo fundamental estará ubicado al comienzo del texto.
Finalmente, el estilo está constituido por la selección de ciertos elementos lingüísticos
propios de un género tales como el vocabulario, las personas de verbos y pronombres o los
recursos retóricos, entre otros elementos; es así como un texto perteneciente a un género
del ámbito jurídico evita el uso de la primera persona y abunda en tiempos verbales poco
utilizados en textos de otros ámbitos sociales, como el futuro del subjuntivo (tuviere,hubiere
tenido).
Género académico
Siempre que producimos un enunciado, sea oral o escrito, asumimos una posición
determinada. A veces nos comprometemos de manera clara con aquello que escribimos o
decimos; otras veces debemos optar por suprimir de un enunciado las marcas que indiquen
un compromiso afectivo o valorativo demasiado evidente.
Estos distintos posicionamientos que toma el enunciador, es decir, el sujeto que produce un
enunciado, suelen estar regulados por los géneros discursivos: no es la misma posición la
que un hablante asume al redactar un examen parcial, al dictar una conferencia o al escribir
un tweet o un mail. Es decir, el enunciador adopta una serie de rasgos de acuerdo a la
situación en que se encuentre: informado, formal, con autoridad académica en un tema, o
bien informal y cómplice, dubitativo o autoritario y distante. En fin, las posibilidades son
muchas. Lo mismo sucede con el destinatario -o enunciatario- de un texto, al que se puede
construir con rasgos diversos: informado, responsable, o bien ignorante, manipulable, de
menor jerarquía que el enunciador, etc.
Lo dicho implica que hay que distinguir entre lo que se denomina “emisor empírico”, el
sujeto de carne y hueso que tiene una serie de características físicas y psicológicas, y la
representación del emisor que todo enunciado plantea, a la que denominamos
“enunciador”. Asimismo, debemos distinguir entre el receptor empírico, real (el o los sujetos
concretos que leen o escuchan un enunciado), por un lado, y lo que denominamos
“enunciatario” (o destinatario), es decir, la presentación que el enunciado plantea del
receptor, por el otro. En el caso de la conferencia, por ejemplo, los receptores empíricos son
cada uno de los sujetos que están presentes en el momento en que el conferencista
produce su enunciado. El enunciatario, en cambio, es una instancia más abstracta que puede
pensarse como una idea de un individuo medio con ciertos intereses particulares por los
aspectos que el conferencista aborda. Un manual de una determinada disciplina, por
ejemplo un manual de historia Argentina de quinto año, se planteará seguramente como
enunciatario la representación de un estudiante argentino medio en el último año de sus
estudios secundarios, que posee ya un determinado bagaje de información, ciertas
costumbres, ciertos intereses e inquietudes. En cambio, cada uno de los lectores del
manual, tenga las características que tenga, será, en el momento que lo lea, el receptor del
mismo.
El enunciador y el enunciatario
Tanto los estudiosos de la lengua como los que han puesto énfasis en el análisis del
discurso se han interrogado sobre el sujeto que produce los enunciados. Su reflexión sobre
el lenguaje ha evidenciado la no unicidad del sujeto hablante, desde una perspectiva
diferente de la que ha encarado la psicología o la sociología.
En efecto, el lingüista francés Osvald Ducrot ha objetado la creencia generalizada de que
detrás de cada enunciado hay uno y solo un sujeto que habla. Para él, esta idea de un sujeto
hablante -que parece evidente- remite, en realidad, a varias instancias diferentes. En primer
lugar, remite al sujeto empírico, que es el autor efectivo, el productor de un enunciado. Este
sujeto a veces es fácilmente identificable, pero en otros casos no es sencillo establecer de
quién se trata. Como señala Ducrot (1988)1, en una circular administrativa, por ejemplo, es
difícil determinar si el productor del enunciado es la secretaría administrativa, el funcionario
que dictó la circular, o su superior que tomó la decisión. En una enciclopedia se produce una
situación similar, por lo que se suele considerar al sujeto empírico como una “cadena” de
productores: el director de la enciclopedia, los especialistas consultados, el jefe de
redacción, los redactores, para nombrar solo algunos de los integrantes de esta instancia.
En el estudio del sujeto empírico, el análisis del discurso comparte su objeto con la
sociología y con la psicología, entre otras disciplinas. Cuando uno se interroga sobre esta
instancia, busca identificar al productor real, lo ubica en su contexto y en el campo cultural,
político, científico en el que se inserta para procurar explicarse por qué dijo lo que dijo. En
otras palabras, indaga sobre las condiciones de producción de los enunciados.
Ahora bien, al estudioso del lenguaje -y a todo lector que encare una interpretación crítica-
le interesa, además, lo que el enunciado dice. Para comprender el enunciado es necesario
detenerse en la figura que lleva adelante el discurso, el que se erige como responsable del
decir del punto de vista desarrollado. Se trata de un sujeto que está implícito en el
enunciado mismo, que está moldeado en el propio enunciado y que existe solo en el
enunciado. Ese “sujeto de papel”, esa voz, adquiere su presencia en la escena enunciativa de
1
Osvald Ducrot (1988): Polifonía y argumentación.Cali: Universidad del Valle, p. 66.
diferentes formas: a través de los deícticos de primera persona, a través de empleo de
distintas modalidades, a través de una perspectiva o un foco presente tanto en los
discursos en primera como en tercera persona. Esa instancia puede mostrarse como una
figura sensible y emotiva o como portadora de una mirada científica; puede reflejar la
perspectiva de los hechos de algún participante o de un grupo o procurar una visión
“neutra” de los asuntos que aborda. Se denomina “enunciador” a esa figura que el
enunciado construye como responsable del punto de vista que manifiesta. La Teoría literaria
se ha diferenciado así en los discursos narrativos del autor y narrador.
Además, en un mismo enunciado puede intervenir más de un enunciador. Estos otros
enunciadores tampoco son personas, sino que son los orígenes de otras palabras o de otras
perspectivas que se presentan en el enunciado. Cuando se quiere marcar el carácter
dominante de un enunciador frente a otros, se habla de “enunciador básico”.
La investigadora argentina Isabel Filinich se refiere del siguiente modo a la instancia que
aquí denominamos “enunciador básico”2:
El sujeto de la enunciación, reiteramos, es una instancia lingüística presente en el discurso,en
toda actualización de la lengua, como una representación de la relación dialógica que,en los
casos más transparentes, aparece como un yo responsable del decir y el tú previsto por el
enunciador. Además de los pronombres de primera y segunda persona, la presencia de
ambas figuras se puede reconocer por todos aquellos indicios que dan cuenta de una
perspectiva (visual y valorativa) desde la cual se presentan los hechos y de una captación
que se espera obtener.
Los estudiosos, además de observar el lenguaje como un modo de acción y la estructura
dialógica de la enunciación, aportan una contribución fundamental: la enunciación no solo es
la actualización de la lengua. Ella misma como sistema integra en su interior sus condiciones
de uso; hay una virtualidad contenida en el lenguaje por la cual ciertos elementos"engarzan"
con el contexto de enunciación: son formas generales y "vacías" (pronombres personales/
deícticos en general/ temporalidad) que ofrece la lengua para su actualización en el discurso.
Estos elementos serían los que determinan sus coordenadas espaciales, temporales y
actuariales.
Enunciado y enunciación
Por lo general, en los trabajos sobre enunciación, se ha privilegiado el estudio de las marcas
del enunciador (Kerbrat-Orecchioni, 1986). Pero es necesario considerar que el enunciador
no sólo se constituye a sí mismo, sino que construye una imagen de enunciatario y las
huellas de su presencia son múltiples. Veamos los siguientes ejemplos:
• "...Mi cara es rara, mi nariz imperfecta, pero llegué igual. Conmigo se abrió el campo de la
perspectiva de la belleza. Conmigo la modelo dejó de ser ‘la linda'[ ...] Soy sexy y muy sensual y
utilizo esas herramientas para mi trabajo. Esto me viene desde muy adentro. No es algo fingido. Soy
2
Filinich, M. Enunciación. Bs. As. Eudeba, Enciclopedia Semiológica, 1998.
un ser profundamente sexual, pero a veces lo que impera son otras facetas mías. [...] Sí: soy a toda
hora una persona apasionada, creo que se nota, ¿no?...”
• "Hubo una época en que todo era más fácil. Tu mamá decidía qué ropa te ponías. Te peinaba. Te
cuidaba. Y cuando tenías hambre sólo llorabas. Ibas a ser abogado o tal vez ingeniero. Pero un día,
sin que te dieras cuenta, creciste. Y aprendiste a decir que no. No te conformaste. Y sentiste que
querías cometer tus propios errores. Entonces tomaste el camino más difícil. Te dedicaste a lo que
realmente querías. Te animaste a ser distinto. Y por primera vez sentiste que podías. Era tu lucha, tu
convicción. Y sin dudar arriesgaste todo lo que tenías. Porque en el fondo, sabías que había algo
mucho peor que fracasar. No haberlo intentado. JUST DO IT."
El primer texto está, evidentemente, más marcado por la presencia del enunciador (mi,
conmigo, desinencias verbales), que se constituye de determinada manera ("modelo","ser
profundamente sexual", "persona apasionada", "sexy", "muy sensual", etc.), y el
enunciatario es llamado a corroborar la construcción de esa imagen del yo ("Creo que se
nota, ¿no?").
En cuanto al segundo ejemplo, no es extraño que este género publicidad de una marca de
zapatillas esté cargado de expresiones explícitas acerca del enunciatario previsto. La
utilización de la segunda persona (tu, te, desinencias verbales), el grado de saberes, deseos,
presupuestos o sospechados en el virtual lector del texto, la determinación de sus
necesidades, son todos rasgos que configuran la imagen del enunciatario. A su vez, la
imagen que se construye del enunciador,aunque implícita, sugiere un argumentador que
sabe, conoce, estimula esa necesidad supuesta de "ser distinto", de independencia,
autonomía, y que incita al enunciatario: "Just do it”.Lo que interesa para el análisis de la
significación es esta imagen del enunciador y del enunciatario que aparece en el texto, no el
productor real ni los receptores reales del mismo.Enunciador y enunciatario son, entonces,
dos papeles configurados por el enunciado.
Los textos son objetos complejos. Poseen una dimensión enunciativa, por la cual, en función
de la situación comunicativa para la que fueron previstos, presentan un modo particular de
construcción del enunciador, del referente y del enunciatario y responden a características
genéricas vinculadas con prácticas discursivas histórica y socialmente determinadas.
Pero además, y también a raíz de la finalidad que poseen, los textos presentan
características composicionales que remiten a formas prototípicas de organización. Se trata
de las llamadas secuencias textuales, que son: la narrativa, la descriptiva, la
expositivo-explicativa, la dialogal, la argumentativa y la instruccional.
En los géneros académicos hay un notable predominio de las secuencias
expositivo-explicativas y de la argumentativa. Como veremos, la explicación y la
argumentación son dos polos de un mismo continuum discursivo.
Pero, ¿qué son las secuencias textuales?
Según el lingüista francés contemporáneo J.M. Adam, tanto al leer como al producir textos,
los sujetos actualizan o recrean modos de encadenamiento prototípico de proposiciones.
Ese encadenamiento prototípico da como resultado una secuencia, que será
predominantemente narrativa, descriptiva, argumentativa, explicativa o dialogal.
Por ejemplo, cada secuencia reconocida como descriptiva es, a su modo, original. Pero
comparte, a su vez, con las otras secuencias descriptivas un cierto número de características
lingüísticas de conjunto, un aire de familia que lleva al lector a identificarla como “secuencia
descriptiva más o menos típica, más o menos canónica”. Así, Adam define la noción de
secuencia como una estructura dotada de una organización interna que le es propia, y con
una autonomía relativa, en tanto establece relaciones de dependencia/independencia con el
conjunto más vasto del que forma parte.
Como señala Adam, es difícil encontrar textos “puros”, es decir textos compuestos por un
solo tipo de secuencia. En general, en un mismo texto coexisten diversas secuencias,
aunque siempre hay una que predomina por sobre el resto. Esas secuencias diferentes
guardan entre sí, dentro del texto, relaciones que pueden ser de inserción (una secuencia
está inserta en otra, que la contiene) y/o de dominancia (hay una secuencia que predomina
por sobre las demás).
Si tomamos como ejemplo el caso del relato biográfico, por más variadas que resulten sus
formas de construcción, hay siempre una secuencia narrativa dominante: se presenta una
sucesión de acciones encadenadas sobre un eje temporal que permite ubicar una situación
inicial y una final, y una serie de transformaciones entre la primera y la segunda. Pero
además, esta secuencia narrativa puede integrar secuencias descriptivas, dialogales,
explicativas, etc. La secuencia narrativa sería el modo de organización típico al que se apela
para producir/leer biografías.
Los géneros discursivos se reconocen no sólo por su relación con determinadas prácticas
sociales, su carácter oral o escrito, su formato o su “paratexto”, sino también por el
predominio que en cada uno de ellos tiene una u otra secuencia.
Por ejemplo, en géneros como la entrada de enciclopedia o en los manuales escolares,
predominan las secuencias descriptivas y explicativas. En cambio, en la nota de opinión
periodística o en el ensayo, las secuencias argumentativas son predominantes. Las demás
secuencias que aparecen en estos géneros dependen o están dominadas por las anteriores:
puede incluirse una narración en el desarrollo de la explicación de un hecho o una
descripción en una argumentación.
Muchos de los géneros discursivos que circulan en el medio educativo se integran en el
primer tipo, el expositivo-explicativo: clases, exposiciones orales, manuales de diferentes
ciencias, informes de experiencia, etc. En cambio, en el ámbito periodístico, jurídico y político
hay presencia masiva de textos argumentativos: discursos ante el parlamento,
intervenciones en debates, discursos conmemorativos, notas editoriales, acusación o
defensa en un juicio, ensayos. Es así como suelen explicarse las propiedades de la luz o la
intensidad de un sismo, mientras que las diferentes tesis sobre la legalización del aborto o
sobre los rumbos que ha de tomar una política económica son generalmente objeto de
discursos argumentativos.
1. Lo expositivo-explicativo
Aunque algunos de estos textos puedan estar escritos en primera persona del singular,
todos tienden a borrar las huellas del sujeto enunciador (las marcas valorativas, afectivas
o apreciativas) e instaurar una distancia que genere el efecto de objetividad. Es por ello
que quien enuncia se construye desde la 3era persona o desde un “se impersonal”.
Ejemplo:
“La posesión del lenguaje se entiende primero, como la simple existencia efectiva de imágenes
verbales…”
“Silvia Federici sostiene que lo que plantean amor se llama trabajo no pago”
2. Lo argumentativo
El enunciador en la explicación
Desde el punto de vista cognitivo, la explicación no crea un nuevo conocimiento sino que se
apoya en un conocimiento ya legitimado. En este sentido, el enunciador de la explicación
actúa como traductor, ya que “adapta” esa información a la nueva situación comunicativa
(reproduce el conocimiento aceptado ya como válido para un enunciatario particular y en un
contexto particular).
Por esta razón, el sujeto de la enunciación de la explicación debe presentarse como alguien
legitimado para explicar y, por lo tanto, confiable para el enunciatario. Esta legitimación
surge, generalmente, de la asimetría de saberes antes mencionada; en otros casos, cuando
la explicación se da en un marco institucional, se trata de una legitimación social (la de un
médico a un paciente o la de un docente a los alumnos). Esta legitimación se apoya,
además, en la explicitación de las fuentes de la explicación (el espacio de conocimiento de
donde se toma la información). Es por eso que el texto explicativo suele delimitar con
claridad la polifonía a través del discurso referido directo e indirecto y evita otras formas de
contaminación de voces.
Por otra parte, como el enunciador no interviene en la elaboración del conocimiento de la
explicación, sino que es más bien un “testigo privilegiado” de ese conocimiento, intenta
borrar sus huellas en el discurso (uso de la primera persona, valoraciones, opinión) para
generar una distancia que produzca una pretensión de objetividad. Esta apariencia de
objetividad (uso de la tercera persona y de formas impersonales, selección de formas
“neutras” por sobre otras más cargadas valorativamente) tiene como fin que la información
resulte confiable para el enunciatario.
En el ámbito académico-científico, los géneros discursivos que presentan la explicación
como secuencia dominante son las preguntas de parcial que indagan acerca de conceptos,
fenómenos, causas o consecuencias de un hecho; las entradas de enciclopedia o diccionario
especializado; los manuales escolares; los artículos de divulgación científica, etc.
El enunciador en la argumentación
Es distinto decir, por ejemplo “Melina es bolichera y vaga”, que “Melina es una luchadora” o
“Melina es una víctima de femicidio”. Así, la combinación de diferentes adjetivos y
sustantivos permite construir diferentes efectos de sentido sobre el objeto designado, en
este caso, la adolescente.
Los elementos léxicos que pueden considerarse subjetivos cargan con un rasgo peyorativo
(desvalorizadores), elogioso (valoralizadores).
Estos rasgos puede estar representados mediante sufijos como -acho (comunacho), -ete
(vejete), -ucho (pueblucho), como así también a partir del tono, contexto, etc. Por ejemplo:
“La casa de José es una tapera”.
“Tapera” tiene, casi siempre, el rasgo peyorativo, lo que no impide que alguien muestre su
casa y diga: “¿Te gustó la tapera?”, donde el rasgo puede ser elogioso mediante la ironía.
Por lo general, en todas las lenguas los sustantivos relacionados con lo escatológico o lo
sexual tienen un rasgo peyorativo, aunque puede variar en ciertos contextos.
Por otro lado, el sujeto de la enunciación se hace presente en el discurso a partir de los
deícticos. El término deixis proviene de una palabra griega que significa “mostrar” o
“indicar” y se utiliza en lingüística para referirse a la función de los pronombre personales y
demostrativos y otros elementos de la lengua que vinculan los enunciados con las
coordenadas espacio-temporales (aquí-ahora) del acto de enunciación.
Los deícticos son las unidades lingüísticas cuyo funcionamiento permite observar el papel,
los roles que desempeñan los actantes del enunciado en el proceso de la enunciación y la
situación espacio-temporal del locutor y el alocutario.
Los pronombres personales y los posesivos son los más evidentes y mejor conocidos de los
deícticos. En efecto, para recibir un contenido referencial preciso, los pronombres
personales exigen del receptor que tome en cuenta la situación de comunicación.
Harald Weinrich, filólogo alemán nacido en 1927, dedica este estudio al análisis de los
tiempos verbales y la manera en que la manifestación temporal –que la teoría de la
enunciación ha denominado como “deixis de tiempo”– organiza el mundo que gira en torno
del hablante o sujeto enunciador, de ese “Yo”, ego o centro del acto enunciativo que Émile
Benveniste (1966) señala en su artículo “De la subjetividad en el lenguaje”.
En Estructura y función de los tiempos en el lenguaje Weinrich profundiza en el paradigma
verbal –es decir, en la “gama” de tiempos verbales que cada lengua ofrece a los hablantes–
y establece una relación entre tiempos verbales, situación comunicativa, géneros
discursivos y “actitud” que se genera en el alocutario, según los tiempos verbales que
predominen en el texto que lee.
Weinrich propone que es posible identificar dos grandes grupos temporales:
1. Los tiempos del mundo comentado o verbos comentativos.
2. Los tiempos del mundo narrado o verbos narrativos.
En el primer grupo –mundo comentado- el tiempo eje o base es el Presente. Éste
predomina y se organiza en función de Pretérito Perfecto y del Futuro.
Leí- Leo- Leeré
Un ejemplo en donde predominan los tiempos verbales del mundo comentado:
-No, yo lo que te quería decir... A ver, esperá, no sé cómo decírtelo, lo estoy pensando ahora, ¿eh? A
ver, no, eso. Bueno, nada, que el otro día me quedé pensando. ¿Viste cuando me preguntaste lo del
ascensor?
-Sí.
-No, esperá, eso no fue, ¿qué era lo que me habías dicho antes, esa palabra que me moles - tó, cuál
era?
-¿Guachita?
-No. ¿Eso me dijiste?
-Sí.
-No, no era eso, era otra cosa peor.
-No, era guachita.
-¿En serio? ¿Y yo me enoje por eso? No puede ser. Bueno, no importa, la cosa es que me quedé
pensando y la verdad que no sé si sirve de algo que te lo diga, pero igual te lo quería decir, que nada,
que estuve pensando y que viste que la última vez que nos vimos yo estaba un poco rara, bah, como
que me fui poniendo rara, porque estaba todo bien, pero en un momento me puse a pensar y como
que me colgué…3
En el segundo grupo –mundo narrado– el tiempo eje o base es el Pretérito Perfecto, que
establece relación con el Pretérito Pluscuamperfecto y con el Condicional.
Había leído-Leí-Leerí
Un ejemplo en donde predominan los tiempos verbales del mundo narrado:
El arzobispo de Arcángel navegaba hacia el monasterio de Solovski. Iban en el buque varios
peregrinos que se dirigían al mismo lugar para adorar las sagradas reliquias que allí se custodian. El
viento era favorable, el tiempo magnífico, y el barco se deslizaba serenamente. Algunos peregrinos
se habían recostado, otros comían; otros, sentados, conversaban en pequeños grupos. El arzobispo
subió al puente y comenzó a pasearse. Al acercarse a la proa vio un grupito de pasajeros, y en el
centro un mujik que hablaba señalando un punto en el horizonte. Los demás lo escuchaban con
atención.4
Weinrich propone, a continuación, que el predominio de los tiempos verbales de uno u otro
grupo o mundo se corresponde con ciertos géneros discursivos y situaciones comunicativas.
Por ejemplo: los géneros típicos de la constelación verbal del grupo 1 o mundo comentado
son: diálogo, carta, crítica literaria, comentario, boceto, guión, informe científico, titulares de
diario; mientras que los géneros asociados al grupo 2 o mundo narrado son: cuento, novela,
crónica. Los adverbios de tiempo como ahora, hoy y mañana acompañan, en consecuencia,
al grupo 1; entonces, en aquel tiempo y al día siguiente, al grupo 2.
3
Romina Paula, “¿Vos me querés a mí?”
4
Tolstoi, Léon, “Los tres staretzi”, en: Walsh, Rodolfo, Antología del cuento extraño (1), Buenos Aires, El cuenco
de plata, 2014
Explica que hay situaciones y géneros discursivos en los que prevalece una voluntad
narrativa y otros en los que predomina una voluntad comentativa: o bien narramos,
evocamos y reconstruimos una historia pasada o bien comentamos acerca de un hecho. El
planteo central de este autor es que el predominio de lo comentativo o lo narrativo en un
texto permite al enunciador (locutor) influir y moldear la actitud del enunciatario (alocutario)
en la recepción del enunciado. De este modo, los verbos del primer grupo –comentario–
generan una actitud tensa en el locutor y el alocutorio, ya que el enununciador se
compromete con su comentario y del enunciatario se espera una respuesta inmediata. Los
verbos del segundo grupo –narración– generan una actitud relajada y laxa en el alocutorio,
quien puede evadirse, por un momento, de la situación comunicativa presente. Weinrich
señala cómo esto ocurre, especialmente, en los cuentos infantiles.
A continuación presentamos algunos fragmentos del artículo original del Weinrich, en
donde desarrolla y ejemplifica lo que hemos resumido anteriormente.
5
El mundo ha comenzado
6
El mundo tendrá un fin
7
El mundo había comenzado
8
El mundo tendría un fin
comunicativas se reparten claramente en dos grupos según el grupo temporal que en ellas
predomine. El grupo II predomina en la novela, en la novela corta, y en todo tipo de
narración oral o escrita, excepto en las partes dialogadas intercaladas. Por el contrario,
predomina el grupo I en la lírica, el drama, el diálogo en general, el periodismo, el ensayo
literario y la exposición científica. Podemos ampliar esta enumeración más allá de las
estadísticas a partir de la experiencia del vivir cotidiano en contacto con el lenguaje y los
tiempos. El grupo de los tiempos I predomina también en deliberaciones, monólogos,
descripciones, cartas, comentarios, sermones, discusiones, indicaciones escénicas,
conferencias… y precisamente en este libro.
Comentar y narrar
En el grupo de tiempos II es relativamente fácil señalar qué tienen de común las situaciones
comunicativas en que dominan estos tiempos: son evidentemente situaciones
comunicativas en las que narramos. Acaso sea la descripción de un pequeño
acontecimiento, la información de un periódico sobre el curso de una conferencia política, la
reproducción de una aventura de caza, un cuento inventado, una leyenda piadosa, una
novelita artística, una obra histórica o una novela. […]
Miremos, sin embargo, más allá de las fronteras de la literatura sin perder de vista la
totalidad del lenguaje. También se narra fuera de la literatura. El narrar es un
comportamiento característico del hombre. Podemos comportarnos frente al mundo
narrándolo. […] Empleamos en particular los tiempos del relato. Su función en el lenguaje
consiste en informar al que escucha una comunicación que esta comunicación es un relato.
Ya que absolutamente todo, en el mundo entero, verdadero o no verdadero, puede ser
objeto de un relato, vamos a llamar a los tiempos del grupo II tiempos del mundo narrado o,
abreviadamente, tiempos de la narración.
“Mundo” no significa aquí otra cosa que posible contenido de una comunicación lingüística.
Así pues hay que entender los tiempos del mundo relatado como señales lingüísticas según
las cuales el contenido de la comunicación lingüística que lleva consigo ha de ser entendida
como relato. En tanto formen parte del grupo temporal II de la lengua francesa tienen solo
ésta y ninguna otra función. En otras situaciones comunicativas empelamos otros tiempos, a
saber, los tiempos del grupo temporal I […] Mas ¿cómo hablamos cuando no relatamos?
Ahora no se trata tanto de hallar un término adecuado para el caso sino describir qué
diferencia el tipo de estas situaciones comunicativas del tipo de las situaciones
comunicativas narrativas.
Lo mejor será aclarar la diferencia apelando a situaciones extremas de narración y de “no
narración” y presentar de forma muy concreta al narrador y al “no narrador”. El prototipo del
narrador tal como siempre nos lo presenta la literatura en los relatos estereotipados es el
narrador de las historias. Tenemos de él una imagen determinada: es más bien viejo; en los
cuentos infantiles es un viejo o una vieja, o la abuela. Está sentado –no de pie– en un sillón
o en un sofá o junto a la chimenea. Es al anochecer, después de la jornada. El viejo
interrumpe placenteramente su relato para dar una chupada a la pipa o al cigarro. Se mueve
lentamente; se toma el tiempo necesario para contemplar uno por uno a sus oyentes o hace
memoria con la mirada puesta en el techo. Sus gestos son escasos y la expresión del rostro
es más serena que agitada. Está totalmente relajado. […]:
9
Guy de Mapassant: Contes et Nouvelles. 2 tomos. París, 1956-7. [Trad. de E. Lerner]