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Tema 1.

Lógica y argumentación

La palabra argumento procede del latín arguare, que significa «sacar a la luz», «dejar
claro». Cuando argumentamos, defendemos una idea que es discutible (tesis o conclusión)
con otras ideas que no deberían serlo (premisas o razones). Una de las condiciones que
debe cumplir un buen argumento es apoyarse sólo en razones y evidencias. Por eso,
cuando discutas con alguien, debes exigirle que en todo momento se ciña a darte razones
para que cambies de opinión y que deje a un lado sus emociones, sentimientos, creencias o
prejuicios. Pongamos un ejemplo hipotético: imagina que estás discutiendo con tu madre y
ella usa contra ti un chantaje emocional como éste: «¡Cómo me puedes hablar así! ¡Con lo
que yo sufrí para darte a luz!».
Otra de las condiciones que debe cumplir un argumento válido es la de que exista una
relación lógica entre la tesis y las premisas. En un buen argumento, si estas últimas son
verdaderas, la conclusión necesariamente ha de serlo también. Existen argumentos que
están mal construidos y que muchos aceptan como válidos. El truco está en que, aunque el
argumento contiene premisas que son verdaderas, si analizas su estructura lógica te
percatarás de que la verdad de las premisas no asegura la certeza de la conclusión. En este
tipo de pseudoargumentos, aunque las razones o las evidencias que se aportan sean
verdaderas, la tesis que se defiende puede llegar a ser falsa. Observa el siguiente ejemplo:
«Estudié mucho para este examen. No es justo que haya suspendido».
Analicemos su estructura lógica:
• Premisa: he estudiado mucho.
• Tesis: no debería haber recibido un suspenso.
En este argumento salta a la vista que la verdad de la premisa no garantiza la de la
tesis: puede que te equivocases en el examen, que estudiases mucho pero no lo suficiente,
que tengas problemas de aprendizaje, etcétera. Observa ahora este ejemplo de
argumento bien construido:
• Premisa 1: en los criterios de calificación recogidos en la programación de aula de la
asignatura puede leerse que «para la nota de la evaluación se realizará un redondeo si la
décima es igual o superior a 5».
• Premisa 2: mi nota media de la evaluación es de 4,65.
• Conclusión: no debería haber suspendido.
Si las premisas de este argumento son ciertas, la tesis es irrefutable. Cómo decía Isaac
Asimov: «La fuerza es el último recurso del incompetente».
Los presupuestos
A veces, cuando argumentamos, no enunciamos todas las premisas de manera
explícita. Hay información que se omite y que es imprescindible para que podamos
aceptar el argumento como válido. Los presupuestos no suelen ser evidentes y eso hace
que a veces los aceptamos sin examinarlos con detenimiento. Cuando alguien defienda
algo con lo que no estás de acuerdo, antes de lanzarte a cuestionar su tesis, pregúntate:
«¿Qué es lo que está dando por supuesto?». Cuando hayas descubierto los presupuestos,
es el momento de sacarlos a la luz e interrogarle acerca de las pruebas de las que dispone
para que sean aceptados como válidos.

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Imagina que, en un debate sobre el aborto, tu oponente afirma:
«Debemos decir claramente qué es el aborto: es el asesinato directo de un ser humano
inocente. Una medida de una sociedad verdaderamente civilizada es cómo se trata a los
más vulnerables e indefensos. Y el feto en el útero se encuentra entre los más vulnerables e
indefensos de todos».
Antes de lanzarte a rebatirle, anota su argumento en un papel y pregúntate qué es lo
que está dando por supuesto. Si lo haces, caerás en la cuenta de que se apoya en dos
premisas cuya verdad no demostrará tu interlocutor, a no ser que se lo exijas:
• Presupuesto 1: un feto es un ser humano.
• Presupuesto 2: matar a un ser humano es siempre un asesinato.
Acto seguido, toma la palabra y exígele que aporte evidencias que prueben estos dos
supuestos; si no las tiene, recuérdale que no estás obligado a aceptar ese argumento como
válido. Reformula sus presupuestos como preguntas. Si interrogas a tu oponente, te
ahorrarás la engorrosa tarea de tener que probar que tu tesis es cierta, será él quien estará
obligado a aportar datos; si no los tiene, quedará inmediatamente fuera de la discusión.
Aquí tienes un ejemplo de preguntas que podrías realizar para refutar el argumento que
estamos analizando:
• Tu argumentación se basa en el supuesto de que un feto es un ser humano, pero
¿podrías precisarme en qué momento exacto comienza la vida humana y en qué te basas
para saberlo?
• Tu argumento también presupone que siempre que se mata a una persona se está
cometiendo un asesinato. ¿Podrías justificar esa afirmación? ¿Matar en defensa propia es
asesinar? ¿Un soldado que mata en el contexto de una guerra es un asesino?
Lo más prudente en un debate es escuchar más que hablar, ser paciente, analizar
atentamente los argumentos de nuestro oponente y formular buenas preguntas. Recuerda
que puedes hacer más daño con una buena pregunta que con una afirmación. En un
conocido programa de radio, la periodista supo desmontar el discurso de una diputada a
la que estaba entrevistando con una simple pregunta:
—Me parece tan horrible decir que no hay violencia machista [...] como decir que
todos los hombres son maltratadores —afirmó la política.
—¿Quién lo dice? ¿Quién dice que todos los hombres son maltratadores? —preguntó
la periodista.
—Bueno, hay diferentes discursos en los que parece que...
—¿De quiénes en concreto?
La política no acertó a precisar quién y su argumentación quedó en evidencia.

Las trampas en la argumentación


Una falacia (del latín fallacia, «engaño») es un argumento que parece válido pero no
lo es; contiene fallos, aunque están ocultos. Las falacias simulan ser una forma correcta de
argumentación, pero en realidad contienen errores. Así, un buen argumento es aquel que
no contiene falacias.
A veces se cometen por ignorancia, porque la persona que argumenta no sabe cómo
hacerlo; pero, en el caso de la publicidad o de algunos discursos políticos, se hacen con

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toda la intención, para persuadirte o manipularte, y dando por sentado que eres imbécil.
Sea porque estás ante un inepto o porque te encuentras ante alguien que se cree
demasiado listo, en ninguno de los dos casos deberías permitir que usen trampas para
convencerte de algo.
Pensar bien es una condición necesaria para que podamos ejercer y disfrutar la
democracia. Pensar bien implica desarrollar un pensamiento crítico, pero eso no significa
que tengas que llevarle la contraria a todo el mundo, sino que seas exigente con tu forma
de argumentar y con la de los demás. Por último, pensar bien supone de igual manera que
seas humilde y analices tu propio pensamiento, abrirte a la posibilidad de que puedes ser
tú el que esté equivocado. El 21 de julio de 2004, el científico británico Stephen Hawking
admitió frente a una audiencia de 800 físicos de 50 países que se había equivocado en una
de las afirmaciones de su teoría sobre los agujeros negros. Sólo una mente brillante puede
amar más la verdad que a su ego.

La falacia del falso dilema


Este tipo de argumentaciones te presentan dos alternativas y te obligan a elegir una de
ellas. Imagina que unos padres, después de descubrir que a su amado hijo le han quedado
seis asignaturas, le dicen: «Si no terminas el bachillerato, vas a acabar pidiendo limosna en
la puerta de una supermercado». El dilema es falso porque no le presentan todas las
alternativas posibles. Otras opciones pueden ser: cambiar de modalidad de bachillerato,
cambiar de centro educativo, tomarte un año sabático, estudiar un grado de formación
profesional, comenzar a trabajar, etcétera. En un falso dilema se presenta la opción que nos
quieren obligar a elegir junto a otra que sería indeseable. Los falsos dilemas se utilizan a
menudo en política para justificar una medida impopular. Algunos gobernantes intentan
eludir la responsabilidad de sus decisiones con discursos que se resumen en lo siguiente:
«o hacíamos esto, o el caos». Para destruir esta falacia lo que debes hacer es ir enumerando
las otras opciones que se han omitido y preguntar a tu oponente por qué no las ha tenido
en cuenta.

Argumento ad hominem
Una periodista debatió una vez en televisión con el científico José Miguel Mulet sobre
la pseudodieta propuesta en el libro La enzima prodigiosa. El señor Mulet argumentó que lo
que se afirma en esa obra no sólo carece de base científica, sino que directamente es falso.
La respuesta de la periodista fue: «Lo primero que te digo es que te leas el libro y
adelgaces porque estás gordo. Lo digo porque tu cintura es peligrosa para el corazón». La
respuesta de la periodista es una falacia conocida como ataque personal o ad hominem,
que consiste en atacar a la persona que habla en vez de a sus argumentos.
Este tipo de descalificaciones son en realidad una estratagema para no tener que
responder a los argumentos o las evidencias que se presentan. En un debate, lo que
importa son las razones y los datos, y es irrelevante quién o cómo es la persona que está
hablando. Para zafarse de esta falacia, lo más importante es no perder la calma y no caer
en la tentación de contestar a un ad hominem con otro ataque personal Si te ocurre algo
parecido, recuerda el sabio consejo del escritor Mark Twain:

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«Nunca discutas con un ignorante: te hará descender a su nivel y ahí te vencerá por
experiencia».
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Falacia de la apelación a la autoridad (ad verecundiam)
Según nos cuenta el filósofo romano Cicerón, los seguidores de Pitágoras utilizaban la
fórmula ipse dixit («él lo dijo») para aceptar como verdadera cualquier tesis que hubiese
proclamado su venerable maestro. Si Pitágoras lo había dicho, te podías ahorrar la
engorrosa tarea de tener que probar que esa tesis era cierta. ¿Por qué es un error razonar
así? Porque la verdad de una afirmación no depende de quien la realiza, sino de las
pruebas o los argumentos que se presentan. Es completamente irrelevante si la persona
que intenta convencerte de algo lo leyó en la Wikipedia, se lo dijo su profesor o lo vio en
un documental; porque si no es capaz de reproducir los argumentos o no dispone de los
datos para probar lo que afirma, no tienes que aceptarlo como válido.

Falacia de la falsa autoridad


Los anuncios que usan una cara famosa para vender un producto, es un ejemplo de la
falacia de la falsa autoridad. Ésta consiste en apelar a una autoridad que carece de valor
porque, o no es imparcial, o no es competente en el campo del que se está hablando.

Falacia ad populum o apelación a la mayoría


La falacia populista hace uso del apoyo que una idea recibe de la mayoría de la gente
para justificar que ésta sea verdadera o justa. La falacia consiste en pensar que la verdad
de una afirmación depende del número de personas que la defiendan: cuanta más gente
piense lo mismo, más verdadero es. Pero debes saber que el mero hecho de que una
creencia esté muy extendida no la hace necesariamente correcta o verdadera. Si una
opinión individual puede ser errónea, también puede llegar a serlo una opinión colectiva.
La verdad o falsedad de una afirmación es independiente del número de personas que
creen en ella.
A veces, la argumentación es doblemente tramposa porque afirma que la mayoría de
la gente está de acuerdo con algo, sin disponer de ninguna estadística o encuesta que lo
pruebe.
Falacia de la inversión de la carga de la prueba
La carga de la prueba es una expresión con la que nombramos un principio básico del
debate racional que determina quién es el que está obligado a probar su opinión: Un viejo
aforismo del derecho romano expresa que «a quien afirma incumbe la prueba». No vale
que alguien afirme algo y que, encima, te exija a ti que demuestres que no es cierto.

Argumento basado en la ignorancia o falacia ad ignorantiam


Te vas a encontrar con gente que intentará demostrar que algo es verdad aludiendo al
hecho de que hasta ahora nadie ha podido probar que sea falso. Cuando esto ocurra, debes
tener presente que esta forma de argumentar es una falacia, puesto que no se te han dado
razones ni evidencias de que lo que se está afirmando sea cierto. Recuerda que le
corresponde la carga de la prueba al que afirma.

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Falacia de la pregunta compleja o plurium interrogationum
Este tipo de preguntas son falaces porque llevan implícitas afirmaciones que no han
sido probadas. Se usan para descalificar impunemente al adversario con la excusa de que
se está formulando una pregunt Esta falacia trata «sutilmente» de colar un prejuicio en la
conversación y obligarnos a asumir premisas que de otra manera no aceptaríamos. No
todas las preguntas que contienen suposiciones son falaces, sólo aquellas que contienen
suposiciones no demostradas.

Petición de principio (petitio principii)


Esta falacia consiste en usar en un argumento una tesis que no ha sido demostrada.
Dentro de un discurso elaborado, la tesis puede sonar coherente, pero no está acompañada
de ninguna prueba.

Círculo vicioso
Esta falacia incluye en un mismo argumento dos premisas ydemuestra la primera con
la segunda y la segunda con la primera. También es una falacia explicar una causa por su
efecto y ese mismo efecto por la causa, de tal manera que ambos se provocan mutuamente,
pero no se aporta ninguna prueba de ello.

Argumento ad baculum
Este tipo de argumentación se caracteriza por recurrir a la fuerza, el miedo o a la
amenaza para obligarnos a aceptar una idea. Este tipo de falacias se denominan ad
baculum, que significa «al bastón» y se refiere al que se utilizaba en la Antigüedad para
marcar el poder que un amo tenía sobre su esclavo y que, además, se usaba para golpear al
siervo cuando se creía necesario darle un escarmiento.

La falsa causa
Muchas argumentaciones se basan en relaciones de causalidad entre dos fenómenos,
pero se convierten en falaces cuando equivocan la causa. La gran mayoría de las campañas
publicitarias hacen uso de este tipo de argumentaciones para engañarte y hacerte creer que
el producto que venden tiene unas propiedades que lo convierten en deseable. Las
campañas agresivas de marketing abusan de este tipo de falacias.
Una de las variaciones más usadas tiende a confundirnos y hacernos pensar que existe
una única causa para que se produzca un determinado efecto, cuando en realidad éste es
la combinación de varias causas; incluso puede no ser necesaria la causa propuesta para
desencadenar dicho efecto.

Falacia del hombre de paja


Un «hombre de paja» era una especie de muñeco que utilizaban los caballeros
medievales para entrenarse con las armas, es decir, algo fácil de derribar que servía para
practicar antes de la batalla. Esta imagen se utiliza para nombrar un tipo de falacia que
consiste en tergiversar los argumentos de alguien, exagerando o cambiando el significado

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de sus palabras para facilitar el posterior ataque.

Generalizaciones excesivas
Existe una manera correcta de argumentar que consiste en extraer consecuencias
generales a partir del análisis de casos concretos, pero para que estas generalizaciones sean
válidas tienen que cumplir los siguientes requisitos.

Argumentos válidos
1) Argumento deductivo. En este tipo de argumentos, la conclusión se sigue
necesariamente de las premisas. La matemática es un saber que se basa en este tipo de
razonamientos. Pongamos el siguiente ejemplo de argumento deductivo:
• Premisa 1: si la suma de los ángulos interiores de un triángulo siempre es 180°.
• Premisa 2: y en un determinado triángulo, el ángulo A mide 90° y el B 30°.
• Conclusión: el ángulo C mide 60°.
Observa que, al estar el argumento bien construido, sería absurdo suponer
simultáneamente la verdad de las premisas y la falsedad de la conclusión. Por eso, cuando
intentes refutar un argumento de este tipo deberás demostrar que está mal construido
(que la conclusión no se sigue necesariamente de las premisas) o que alguna de las
premisas es falsa.
2) Argumento inductivo
El razonamiento inductivo es el proceso de observar datos, reconocer patrones y hacer
generalizaciones basándonos en estos últimos. Son inducciones las generalizaciones que
hacemos a partir del análisis de casos concretos. Aunque esta forma de argumentar es
válida, debes tener en cuenta que las conclusiones a las que llegamos nunca son ciertas,
tan sólo probables.
Una manera habitual de defender una idea es apoyarla con una serie de ejemplos,
pero para que tu inducción llegue a ser un argumento fuerte se deben cumplir los
siguientes requisitos:
• Cantidad: si hablamos sobre un pequeño número de casos, el mejor argumento es
examinarlos todos. Si lo hacemos sobre un conjunto grande, necesitaremos seleccionar una
muestra que sea representativa.
• Representatividad: debemos evitar muestras sesgadas o poco representativas.
• Fuentes fiables: debemos comprobar la fiabilidad de los datos que manejamos;
para ello puedes usar la norma que siguen muchos periodistas de consultar al menos tres
fuentes diferentes.
• Que no existan contraejemplos. Una buena manera de refutar este tipo de
argumentaciones es aportar un contraejemplo.

3) Reducción al absurdo
La reducción al absurdo es una manera de refutar el argumento de tu oponente. Lo
que debes hacer es tomar la idea que defiende, o alguna de las premisas en las que se
apoya, y demostrar que conducen hacia un absurdo, una contradicción, una ilegalidad,
una inmoralidad o algo que choca con lo que la ciencia ha establecido como verdadero.

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Cómo exponer tu pensamiento: la disertación
En filosofía existe un procedimiento para exponer de manera ordenada y razonada
nuestro pensamiento sobre un determinado problema: la disertación.
1) Delimitar el problema: Lo primero que debes hacer es restringir y explicar el
problema del que vas a hablar; para ello puedes elaborar una serie de preguntas que te
permitan organizarlo y detallarlo. Por ejemplo, imagina que abordas el clásico problema
de la libertad; las preguntas que podrías formular podrían ser éstas: ¿es libre el ser
humano? Es decir, ¿posee realmente esa «capacidad de actuar según su propia voluntad a
lo largo de su vida»? ¿Son nuestras elecciones un ejercicio libre o nuestra voluntad ha sido
previamente «programada» para escoger de una determinada manera? Si fuese así, ¿qué o
quién programa nuestras elecciones? También te ayudará definir los conceptos que se
encuentran en la pregunta (recuerda que la mayoría de las palabras tienen varios
significados, por tanto, debes delimitar su sentido). Siguiendo con el ejemplo anterior,
deberías definir libertad, voluntad, elección, etcétera.
2) Tesis En esta parte debes ir exponiendo y explicando los argumentos a favor de una
de las posturas. Para pasar de un argumento a otro puedes formular una pregunta, de
manera que la argumentación sea su respuesta.
Puedes acompañar tus argumentos con ejemplos y pruebas. Estas últimas respaldan
tus argumentos: un dato estadístico, una noticia, la opinión de alguna autoridad en la
materia, un hecho histórico, una investigación científica, etcétera. Usamos las pruebas para
que nuestro interlocutor tenga que aceptar nuestro argumento, es decir, para que termine
diciendo «pues es verdad». Un ejemplo es una ilustración, una comparación o una
referencia a un caso similar que le sea más familiar a la persona con la que estás
debatiendo. Los ejemplos hacen que tu argumento quede más claro en la mente de los
demás. Aunque éstos suelen ayudar, recuerda que puedes hacer una perfecta
argumentación sin recurrir a ellos y que exponer simplemente un catálogo de ejemplos no
es argumentar.
3) Antítesis
Ahora toca exponer y explicar los argumentos de la opción contraria.
4) Síntesis
Éste es el momento en el que debes tomar partido por una de las dos opciones para,
posteriormente, dar las razones de tu elección. No olvides refutar los argumentos de la
otra parte; para ello puedes usar pruebas y contraejemplos. Puede darse el caso de que tu
conclusión opte por una postura conciliadora entre la tesis y la antítesis, haciendo ver que
ambas no son contradictorias, sino que en realidad se complementan.
5) Conclusión
En este último paso debes exponer los resultados obtenidos en el curso de tu
ejercicio: haz un breve y claro resumen del recorrido general del trabajo y de las certezas a
las que has llegado. Recuerda solucionar el problema y responder claramente a la
pregunta planteada.
6) Escribir la entrada o introducción
En la introducción debes: explicar el problema del que vas a hablar, enunciar
brevemente las posturas y captar la atención con algún recurso retórico.

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