Academia.eduAcademia.edu

Jean-Luc Nancy, "Lo común menos común" (traducción)

Disenso. Revista de pensamiento político, 5, enero 2023, pp. 132-137.

LO COMÚN MENOS COMÚN Jean-Luc Nancy Traducción de Daniel Alvaro Una primera versión de este ensayo fue publicada en la revista Actuel Marx, 48 (2), 2010, pp. 55-59. C O M U N I D A D, COMÚN, COMUNISMO 1 Nada es más común que lo común. Esta perogrullada, de hecho, da lugar a un vértigo: lo común es tan común que no se lo ve, que no se habla de eso. Se lo teme un poco, ya sea porque es común-vulgar, o porque es común-comunitario. Corre el riesgo de degradar o de asfixiar. O de ambas cosas. Sin embargo, desde luego, lo común es común; es nuestra suerte común estar en común. Pero todo sucede como si las culturas –las políticas, las morales, las antropologías– no cesaran de oscilar entre lo Común dominante, englobante –el clan, la tribu, la comunidad, la familia, el linaje, el grupo, el orden, la clase, el poblado, la asociación…– y lo común banal, el profanum vulgus (no sagrado…) o el vulgum pecus (el rebaño…), el pueblo, la gente, la muchedumbre, todo el mundo (el inenarrable “Señor Todo-el-mundo”). O bien es el todo englobando la parte, o bien es la humildad de la condición ordinaria. En la idea de comunismo, una gran parte de Europa vio la adición de los dos: a la vez la Colectividad forzosa y la mediocridad niveladora. De hecho, el comunismo llamado “real” combinó la nivelación de las condiciones con el control de la autoridad que se suponía colectiva. Una forma de igualdad –forma restringida, gris, no obstante efectiva– combinada con un dirigismo brutal: los dos factores permitían que se exceptuaran de esta condición a la vez los dirigentes y un aparato militar y técnico. El resultado fue una sociedad dual de la que se podría decir que su razón de ser –más allá del acaparamiento del poder y de la riqueza que de una manera u otra corresponden a todas las sociedades– era superponer una hipertrofia del Estado a una condición humana decididamente limitada a su mantenimiento mecánico –casi a la reproducción de la especie, esta última reducida por un tiempo a la población del imperio socialista soviético. Este comunismo “real” que tanto ha desrealizado las relaciones de las personas entre sí y con el mundo (sin impedir que vivan secreta pero intensamente el rechazo, la protesta, el hombre rebelde) no reunió por azar esos dos grandes caracteres de lo común: el Todo y lo Bajo. Reunió lo que quedaba de lo común perdido. Había habido comunas de todo tipo. Hay que referirse a Marx, por supuesto, y a su análisis de las diversas formas comunes anteriores al mundo moderno, pero no solamente a él: los modos de la existencia común son lo que caracteriza, en modos ciertamente muy diversos, todas las civilizaciones que preceden a aquella donde lo social remplazó lo común. La “sociedad” es la asociación, es decir la combinación, la composición a partir de elementos distintos (individuos, intereses, fuerzas). La “comuna” –aquí voy a evitar decir la “comunidad”, que refiere demasiado rápido a una comunión espiritual o 133 natural–, es lo que no presupone la exterioridad de los individuos, de los intereses y de las fuerzas: ella no los niega, los integra a priori. Tiene en sí misma los medios para regular sus efectos: estos medios son la afirmación primordial de una pertenencia y una proveniencia comunes. Digamos, para ser breves, que la comuna en este sentido implica el tótem, su tótem (entiéndase su mito, su reconocimiento de sí misma, su sentimiento de existencia y de protección). 2 No es cuestión de analizar ni la naturaleza fantasmática del tótem, ni sus funciones opresivas o coercitivas. No podemos hablar de eso, estamos demasiado lejos. Lo que señalo con la palabra “tótem” –la comuna totémica– no es más que eso en lo que no tenemos parte, nosotros, los recién llegados de la civilización que hoy por hoy está modelando la humanidad. Pero lo que llamamos “común” se nos presenta de entrada partido en dos: por un lado, la posibilidad de la comuna, por otro lado, la reducción a la suerte común. Nos representamos que la comuna, cualquiera que haya sido, asumía de alguna manera la suerte común, no dejaba a cada cual en el extravío, pasmado frente a la existencia aislada, difícil, conflictiva y privada de sentido. Es una representación, no sabemos nada de ella y no podemos saber gran cosa de lo que vivieron o viven los individuos de las comunas –aunque parece imposible negar que ellos también son individuos, en todo caso seres singulares cuya singulari134 dad no se encuentra enteramente disuelta en el seno de la obediencia del tótem. Pero es nuestra representación ya que, por nuestra parte, no sabemos más que asociarnos: hacemos “lazo”, “relación”, “contrato social”, “ciudad”, “cosa pública”, “bien común”, todas nociones o entidades que presuponen encuentro, reunión, convención, discusión y participación. Aristóteles dice que el hombre es el “viviente político” porque debate sobre lo justo y lo injusto: la posición inicial es la de cada viviente de tal forma conducido a debatir, a intercambiar para evaluar en el mejor de los casos lo que puede ser el “vivir bien” de todos y cada uno. Pero “todos y cada uno” es la fórmula que oculta el problema que dice regular. Puesto que, cuando se parte de cada uno, no se llega a todos más que de un modo siempre más o menos disjunto. Por cierto, en Aristóteles el concepto de lo común, de la koinonía, juega un rol tan importante que algunos “comunitaristas” pudieron recurrir a él. Pero no quiero estudiar Aristóteles: señalo solamente que ya en él lo común procede del cada uno, de la comunicación –por el logos– entre los cada uno. Es lo que lo separa muy profundamente de Platón, quien en cambio intentaba recrear –sí, casi literalmente a partir de nada– un común que preexistiera a los vivientes logikoi y que fuera para ellos, no el logos de la comunicación, sino el Logos de la arquitectura que todos habitarían. En suma, Platón inventaba un sustituto del tótem. Hoy sabemos que no es sustituto, sino temible, del tótem, por muy dotado de logos que se quiera, y que, por otra parte, la comunicación de los logikoi no es suficiente para C O M U N I D A D, COMÚN, COMUNISMO Silvia A nd rade No-lugar - La int eligenc de las f lores, 2021 - Mosca ia Abyecta 135 hacer otra cosa más que sociedad –y aun así, cuando el famoso “lazo” social no se afloja demasiado. Lo que lo afloja es el no-lazo o el lazo en forma de engranaje de la relación que reposa sobre la equivalencia general y cuyo logos común es el dinero. La equivalencia es aquella de lo que Marx denomina mercancía, pero también es la de los sujetos de una comunicación general que tendencialmente puede coincidir con el intercambio de los valores mercantiles: lo simbólico reducido a la señalización “virtual”, como se dice hoy, pero que siempre fue el fondo de la naturaleza del dinero. O aún, un simbólico que no sería más que símbolo de lo simbólico, incluso su alegoría: el intercambio de la moneda que vale por el intercambio en cuanto compartición. La humanidad tratada según los “recursos humanos”. 3 He aquí como, por un lado, lo común solo nos aparece según la rotura entre el Todo y lo Bajo, y como, por otro lado, la idea comunista todavía no pudo darse una forma verdaderamente nítida. El Todo, en efecto, no está en ninguna parte –salvo en la circulación, en la comunicación colectiva que solo tiende a comunicar lo negociable– y el resto, es decir, la existencia de la gente, no puede aparecer más que como trivialidad común. Se sabe incluso que el dinero no hace feliz. Eso no impide a los ricos de siempre enriquecerse, sin perjuicio de sufrir y morir como los otros (incluso, ¿quién sabe?, de desesperar como ellos…). 136 Pero eso mismo aún denuncia la trampa: “feliz” es una categoría que las comunas sin duda no poseen. Es una categoría más o menos mercantil, ya que hay algo de la felicidad que se puede comprar. No es en todo caso ni la alegría, ni el encanto o el embeleso, ni la exaltación o el entusiasmo, ni la pasión o la beatitud. Tal vez ni siquiera sea el placer –al menos ese placer del que el deseo hace lo vivo. El comunismo real no dejaba de procurar una cierta felicidad –una cierta aprobación, confort, una suficiencia ciertamente limitada, parcamente medida, pero ajustada a pesar de todo a una idea de “suficiencia”, justamente. Un bienestar adecuado puede jugar el rol de felicidad aceptable, tan pronto como la condición humana no es más que lo que es. Se ha visto, pues, el cara a cara de la equivalencia mercantil, a la que nada le alcanza jamás, y de la equivalencia de suficiencia, donde viene a adormecerse el deseo. La idea comunista ha sido, desde que surgió –y surgió cuando lo común comenzó a sentirse y saberse roto, o bien no legítimo–, la idea de lo que no es ni Todo, ni Bajo, ni colectivo, ni social, ni equivalente –ni suficiente, pero que nos daría a todos juntos la posibilidad de estar juntos ya que lo estamos. Ya que lo común no solamente nos es dado sino que está él mismo en el don de la existencia y que nada, ningún ente, es dado sin él. Pero “él” no es nada para nosotros: ni tótem, ni colectivo, ni intercambio, ni comunicación. Porque se volvía nada, porque se volvía cada vez más irreconocible, desprovisto de tótem y de dignidad, reducido a la vulgaridad y a la sujeción, lo común reclamó lo suyo. Eso se llamó “comunismo”. Que C O M U N I D A D, COMÚN, COMUNISMO este haya sido arrastrado a una empresa en donde la modernización política, técnica y económica se ha entendido como una especie de nivelación de todos los fines de la existencia común y no común, reducidos a la finalidad inmanente de una máquina de dominación pura (y eso en versión soviética o en versión nacionalsocialista), es a la vez un terrible accidente de la historia y es sin duda la lección de lo siguiente: que el comunismo no podía ni debía ser puesto en forma de institución, de gobierno, de doctrina. Ni siquiera debía dar lugar a una filosofía. Solo fue política, economía y filosofía sobre el fondo de un desprecio total. Era un llamado, un impulso, un empuje, no era la puesta a disposición de una construcción, sea cual sea. Las instituciones que se identificaron con su idea no lograron más que exacerbar la distorsión de lo común entre el todo y lo bajo, entre lo colectivo como supuesto tótem de la dominación y la igualdad como igualación mediante una norma. 4 Entre tanto, la democratización y la socialización de las sociedades industriales en las cuales –para decepción de Marx– la revolución comunista no tenía lugar desarrollaba lo que hasta hace poco se llamaba clases medias y que tendencialmente se convierte en lo homogéneo de una sociedad donde la mayoría se ocupa de no atender demasiado ni a la miseria que ella cava en ella misma ni a la confiscación de riqueza que a ella le corresponde. Demasiado poco, bastante, demasiado –dinero, saber, poder, derecho, salud–, bastante, solo lo suficiente, sufi- cientemente… pero ni siquiera se sabe a qué medida refiere, sino a la medida media que pasa entre la miseria y la opulencia. Lo común como totalidad mediocre. El valor más comúnmente admitido de lo común. Pero del estar juntos, no hay noticias. Salvo esta: hemos aprendido que la idea comunista había cargado eso mismo, la verdad del estar juntos, contra todas las formas de dominación, de individualización, de socialización. Ella cargó el conjunto o el con como una condición a la vez ontológica y práxica todavía inaudita en un mundo que se percibía oscuramente como la pérdida de toda comuna. Es posible que todas las comunas desaparecidas hayan sido Todos opresivos. Es posible que nada común haya tenido lugar sin que la banalidad amenazara. Es posible que lo común jamás pueda recibir figura identificable. Esto no quita que la idea comunista –y todos los roles que ella pudo jugar, innobles o sublimes– haya sido cargada por este con (este cum, com) que define nuestra existencia –lenguaje, deseo, mundo– antes y después de todo desapego de algún “individuo”. ¿No son los individuos, acaso, los más comúnmente comunes? La pregunta debe ser entendida tanto en el mejor como en el peor sentido de “común”. La idea comunista –ya sea que deba o pueda todavía conservar este nombre– designa lo menos común de lo común, su excepción, su sorpresa. Ninguna totalidad, ninguna mediocridad, sino lo que hace, por ejemplo, que aquí pueda escribirles a todos y todas, a cada una y cada uno, y sin saber exactamente cómo es que nosotros compartimos un poco de esta idea. Nosotrxs. 137
pFad - Phonifier reborn

Pfad - The Proxy pFad of © 2024 Garber Painting. All rights reserved.

Note: This service is not intended for secure transactions such as banking, social media, email, or purchasing. Use at your own risk. We assume no liability whatsoever for broken pages.


Alternative Proxies:

Alternative Proxy

pFad Proxy

pFad v3 Proxy

pFad v4 Proxy