Al Sur de La Modernidad
Al Sur de La Modernidad
Al Sur de La Modernidad
Jess Martn-Barbero
informados de la condicin respectiva de los dems y del sistema
como un todo. 1 Autorregulacin es equilibrio y retroaccin,
circulacin constante. Autorregulada ser entonces una sociedad
de relaciones complejas y mviles que harn de cada uno un nudo
en el circuito de la comunicacin incesante. La transparencia, por
su parte, alude a la transformacin de los saberes. Estaramos ante
una sociedad dotada de UN lenguaje al que seran traducibles todas
las hablas y todos los discursos. Con lo cual es la naturaleza misma
del saber la trastornada, pues no ser tenido por tal sino aquel saber
que sea traducible al lenguaje numrico de la informacin.
Transparente ser entonces una sociedad en la que ser y saber
se correspondan hasta el punto de que lo que es coincide con la
informacin que posee acerca de s misma.
La comunicacin se ha vuelto paradjicamente tambin crucial
en un sentido opuesto al de su positivacin en el modelo
informacional. Habermas ha ligado expresamente la praxis
comunicativa a la bsqueda y defensa de una racionalidad otra que
la instrumental, que es aqulla en la que se hallan an vivas las
dimensiones liberadoras de la modernidad, sas que nos permiten
cuestionar la reduccin del proyecto moderno a sus aspectos
puramente tcnicos y econmicos. La razn comunicativa aparece
as en el centro de la reflexin social llenando el vaco, la orfandad
epistemolgica producida por la crisis de los paradigmas de la
produccin y la representacin, 2 y proveyendo a la sociedad de un
potencial de resistencia y orientacin moral del que se alimentan los
nuevos movimientos sociales, desde los tnicos y ecolgicos hasta
los feministas. Desde la perspectiva abierta por Habermas, ms all
de las crticas a su idealizacin de la razn y la accin comunicativa
por su radical exclusin de las dimensiones instrumentales, lo que
parece insoslayable es la relevancia que cobra la comunicacin en
la renovacin de los modelos de anlisis de la accin social, en la
renovacin de la agenda de investigacin, y en la reformulacin
epistemolgica y poltica de la teora crtica.
10
al sur de la modernidad
En la otra vertiente, la de la crisis como anuncio e inicio de la
tardomodernidad, tambin la comunicacin cobra relevancia. De un
lado, el relevamiento de la estructura comunicativa de la sociedad
posindustrial: lejos de ser un mero instrumento o modalidad de la
accin, la comunicacin habra pasado a ser, segn Lyotard3 y
va nuevas relaciones entre ciencia y tecnologa elemento
constitutivo de las nuevas condiciones del saber. All es donde se
est produciendo el cambio de fondo en el sentido del cambio de
poca: en un saber que no pertenece ya a aquella razn moderna
ambiciosa de unidad sino por el contrario a una razn que se mueve
entre la apertura de un horizonte ilimitado de exploracin y la
conciencia del carcter limitado de toda forma de conocimiento, del
irreductible carcter local de todos los discursos. En esa misma
direccin, pero despojada aun del austero optimismo que practica
Lyotard, la sociedad de la comunicacin que ausculta Vattimo es
aquella en que emerge el debilitamiento de lo real4 que experimenta
el habitante urbano en la constante mediacin que ejercen las
tecnologas, el incesante entrecruce de informaciones,
interpretaciones e imgenes que producen las ciencias y los medios
de comunicacin.
La otra clave que conecta las lecturas de la crisis con el mbito
de la comunicacin es el desafo a la hostilidad modernista hacia la
cultura de masas: la lnea firme que separaba al modernismo clsico
de la cultura de masa no es relevante para la sensibilidad crtica y
artstica postmoderna (37), afirma Andreas Huyssen. Y Fredric
Jameson lo corrobora afirmando que esa erosin de la vieja distincin
entre cultura superior y la llamada cultura popular o de masas (...) es
quizs el aspecto ms perturbador desde el punto de vista acadmico
(116). Deshecha esa distincin en lo que tiene de separacin, se
abre la tarea del reconocimiento del campo de tensiones entre
tradicin e innovacin, entre arte culto y culturas del pueblo y de las
masas. Ese campo no puede ser ya captado, ni expresado en las
categoras centrales de la modernidad tradicin/innovacin,
progreso/reaccin, vanguardia/ k i t s c h pues son categoras
despotenciadas en y por una sensibilidad que, en lugar de completar
3
11
Jess Martn-Barbero
la modernidad, abre la cuestin de las tradiciones culturales como
cuestin esttica y poltica. Es la cuestin del otro poniendo al
descubierto lo que la modernidad ha tenido de imperialismo interno
y externo. Ahora desafiado desde la nueva percepcin del espesor
cultural y poltico de las diferencias tnicas, de gnero, las culturas
subregionales, los modos de vida alternativos y los nuevos
movimientos sociales. Desafiado desde una resistencia no definible
en los trminos de la negatividad pues no habla slo de la oposicin
a la afirmacin, que es como la modernidad entendi la crtica, sino
desde formas afirmativas de resistencia y formas resistentes de
afirmacin (Huyssen, x).
El debate modernidad/comunicacin se va a desarrrollar cada
da ms ligado a los movimientos de la globalizacin econmica,
hecha posible en gran medida por la revolucin tecnolgica de la
informacin. Pero no deberamos olvidar que fue con la cada del
muro de Berln que pas al primer plano la globalizacin, y que ha
sido en su entrecruzamiento donde se produce el desdibujamiento
del lugar de las utopas, la aceleracin de la crisis que sufre la
representacin poltica y la des-ubicacin del intelectual. A nombre
de quin hablan hoy en un tiempo en que el sujeto social pueblo o
nacin estallan los intelectuales y los investigadores sociales?,
para quin hablan?, quines los escuchan? Al desbordar el orden
de la explicacin especializada en que se mueven, aun
mayoritariamente, las ciencias sociales, esas preguntas reclaman
su reubicacin en otro rgimen del pensar, el de la comprensin5
que es en el nico en donde adquiere sentido la pregunta: de qu
hablamos hoy cuando invocamos un pensar crtico? O dicho de otro
modo: cmo repensar las tradiciones de pensamiento desde las
que pensamos? desde el mundo de la estrategia o desde el de la
tctica? Me refiero a la diferenciacin elaborada por Michel de
Certeau (19 y ss.), segn la cual estrategia sera el modo de lucha
del que tiene un lugar propio al que se puede retirar para planear el
ataque, y tctica sera el modo de lucha de aquellos que, no teniendo
un lugar propio al que retirarse, luchan siempre desde el terreno del
adversario. Caracterizacin que tiene una fecunda coincidencia con
5
12
al sur de la modernidad
el pensamiento de otro historiador, E. P. Thompson, cuando al
estudiar los motines populares del siglo XVIII (La formacin histrica
de la clase obrera) afirma que las clases populares se forman en la
experiencia de una lucha para la que no pueden escoger ni el tiempo
ni el lugar, lo que ha generado en ellas un peculiar sentido del
desciframiento de las ocasiones. Sentido que de Certeau, por su
parte, ha llamado lgica de la coyuntura. No ser que con el
desdibujamiento de las ideologas y utopas de la izquierda, el
pensamiento crtico ha ido perdiendo su territorio propio, y se
encuentra hoy luchando desde el campo que ha construido y domina
el adversario? Un adversario que, al diluirse el territorio de las
izquierdas, tambin se desdibuja, tornndose borrosos los rasgos
que lo identificaban y lo hacan vulnerable. Exiliado de su espacio, y
en cierta manera de su tiempo, de su pasado, el pensamiento crtico
slo puede otear el futuro volvindose nmada, aceptando el camino
de la dispora.
Necesitamos de un serio esfuerzo de dis-locacin (Laclau 121 y
ss.) para romper con un pensamiento lineal y maniqueo que nos
impide comprender la envergadura de las mutaciones que atraviesa
la cultura en el des-centramiento del libro y la secreta complicidad
que, en Amrica Latina, se teje entre la oralidad cultural de las
mayoras y las narrativas de la visualidad electrnica. Habitamos
una modernidad des-centrada, en dispora ella misma. Uso la
palabra dispora por su obligada referencia a la diseminacin
hebrea, porque nombra al mismo tiempo la irrenunciable bsqueda
de una tierra propia y la desterritorializacin interna que nos exilia
permanentemente de ella. A ese propsito nada ms significativo
que Heidegger acusando a los judos de cosmopolitas y viendo en
ello la ms profunda razn de su exterminio (Lyotard, Heidegger et
les juifs). Si en algo se intersectan el movimiento de la globalizacin
con el de la reinvencin de la ciudadana es en la dispora que
moviliza al saber en red: la comunicacin abandonando el modelo
conductista de la informacin que circula entre un emisor activo y un
receptor meramente reactivo, para abrirse como espacio de trnsitos
(Serres 30 y ss.): multiplicidad de sentidos direcciones y
significados y de figuras, interfaz, intervalo, pliegue.
El descentramiento de la modernidad nos cambia el mapa de los
linderos displinarios, y tambin los de las preguntas y las posiciones.
Hasta hace relativamente pocos aos disponamos de un mapa claro
13
Jess Martn-Barbero
y sin arrugas: la antropologa tena a su cargo las culturas primitivas
y la sociologa se encargaba de las modernas. Lo que implicaba dos
opuestas ideas de cultura: para los antroplogos cultura es todo,
pues en el magma primordial que habitan los primitivos. Tal cultura
es el hacha como el mito, la maloca como las relaciones de
parentesco, el repertorio de las plantas medicinales o de las danzas
rituales; mientras para los socilogos cultura es slo un especializado
tipo de actividades y de objetos, de prcticas y productos
pertenecientes al canon de las artes y las letras. En la
tardomodernidad que ahora habitamos la separacin que instauraba
aquella doble idea de cultura se ve emborronada, de una parte, por
el movimiento creciente de especializacin comunicativa de lo cultural,
organizado en un sistema de mquinas productoras de bienes
simblicos ajustados a sus pblicos consumidores. Es lo que hoy
hace la escuela con sus alumnos, la televisin con sus audiencias,
la iglesia con sus fieles o la prensa con sus lectores. Y de otra parte,
es la vida social toda la que, antropologizada, deviene cultura. Como
si la imparable mquina de la racionalizacin modernizadora que
separa y especializa estuviera girando, patinando, en crculo, la
cultura escapa a toda compartimentalizacin irrigando la vida social
entera. Hoy son sujeto/objeto de cultura tanto el arte como la salud,
el trabajo o la violencia; y hay tambin cultura poltica, del narcotrfico,
cultura organizacional, urbana, juvenil, de gnero, cultura cientfica,
audiovisual, tecnolgica, etc.
Entonces, ms que objetos de polticas, la comunicacin y la
cultura constituyen hoy un campo primordial de batalla poltica: el
estratgico escenario que le exige a la poltica recuperar su dimensin
simblica su capacidad de representar el vnculo entre los
ciudadanos, el sentimiento de pertenencia a una comunidad para
enfrentar la erosin del orden colectivo. Y es lo que no puede hacer
el mercado por ms eficaz que sea su simulacro (Brunner 90). El
mercado no puede sedimentar tradiciones ya que todo lo que produce
se evapora en el aire dada su tendencia estructural a una
obsolescencia acelerada y generalizada no slo de las cosas sino
tambin de las formas y las instituciones. El mercado no puede
crear vnculos societales, esto es entre sujetos, pues estos se
constituyen en procesos de comunicacin de sentido, y el mercado
opera annimamente mediante lgicas de valor que implican
intercambios puramente formales, asociaciones y promesas
14
al sur de la modernidad
evanescentes que slo engendran satisfacciones o frustraciones pero
nunca sentido. El mercado no puede engendrar innovacin social
pues sta presupone diferencias y solidaridades no funcionales,
resistencias y disidencias, mientras el mercado trabaja nicamente
con rentabilidades.
Pero a lo que nos enfrentamos es a la creciente combinacin del
optimismo tecnolgico con el ms radical pesimismo poltico
legitimando, tras el exaltado poder de los medios, la omnipresencia
mediadora del mercado. Pervirtiendo el sentido de las demandas
polticas y culturales que encuentran de algn modo expresin en
los medios, se deslegitima cualquier cuestionamiento de un orden
social al que slo el mercado y las tecnologas permitiran darse
forma. Es este ltimo proyecto el que es hegemnico, y nos sumerge
en una creciente oleada de fatalismo tecnolgico, frente al cual resulta
ms necesario que nunca mantener la epistemolgica y polticamente
estratgica tensin entre las mediaciones histricas que dotan de
sentido y alcance social a los medios y el papel de mediadores que
ellos puedan estar jugando hoy. Sin ese mnimo de distancia o
negatividad como diran los de Frankfurt nos es imposible el
pensamiento crtico. Cmo asumir entonces el espesor social y
perceptivo que hoy revisten las tecnologas comunicacionales, sus
modos transversales de presencia en la cotidianidad desde el trabajo
al juego, sus espesas formas de mediacin tanto del conocimiento
como de la poltica, sin ceder al realismo de lo inevitable que produce
la fascinacin tecnolgica, y sin dejarse atrapar en la complicidad
discursiva de la modernizacin neoliberal racionalizadora del
mercado como nico principio organizador de la sociedad en su
conjunto con el saber tecno-lgico segn el cual, agotado el motor
de la lucha de clases, la historia habra encontrado su recambio en
los avatares de la informacin y la comunicacin? Adems, la
centralidad indudable que hoy ocupan los medios resulta
desproporcionada y paradjica en pases con necesidades bsicas
insatisfechas en el orden de la educacin o la salud como los nuestros,
y en los que el crecimiento de la desigualdad atomiza nuestras
sociedades deteriorando los dispositivos de comunicacin, esto es
de cohesin poltica y cultural. Y, desgastadas las representaciones
simblicas, no logramos hacernos una imagen del pas que
queremos, y por ende, la poltica no logra fijar el rumbo de los cambios
en marcha (Lechner 124).
15
Jess Martn-Barbero
Lo que hoy necesitamos pensar desde la comunicacin es un
doble proceso. Primero, aquel que pone en juego ya no la
desublimacin del arte simulando, en la figura de la industria cultural,
su reconciliacin con la vida, como pensaban los de Frankfurt, sino
la emergencia de una razn comunicacional cuyos dispositivos la
fragmentacin que disloca y descentra, el flujo que globaliza y
comprime, la conexin que desmaterializa e hibridiza agencian el
devenir mercado de la sociedad. Frente al consenso dialogal en que
Habermas ve emerger la razn comunicativa descargada de la
opacidad discursiva y la ambigedad poltica que introducen la
mediacin tecnolgica y mercantil lo que estamos intentando
pensar es la hegemona comunicacional del mercado en la sociedad:
la comunicacin convertida en el ms eficaz motor del desenganche
e insercin de las culturas tnicas, nacionales o locales en el
espacio/tiempo del mercado y las tecnologas globales. Y segundo,
el paso al primer plano de la dimensin y la dinmica comunicativa
de la cultura, de todas las culturas. Al exponer cada cultura a las
otras, tanto del mismo pas como del resto del mundo, los actuales
procesos de comunicacin aceleran e intensifican el intercambio y la
interaccin entre culturas como nunca antes en la historia. Y si es
verdad que esa comunicacin se constituye en una seria amenaza a
la supervivencia de la diversidad cultural, tambin lo es que la
comunicacin posibilita el desocultamiento de la subvaloracin y la
exclusin que encubran la folclorizacin y el exotismo de lo diferente.
Poner a comunicar las culturas deja entonces de significar la puesta
en marcha de movimientos de propagacin o divulgacin para entrar
a significar la activacin de la experiencia creativa y la competencia
comunicativa de cada cultura. La comunicacin en el campo de la
cultura deja de ser un movimiento exterior a los procesos culturales
mismos como cuando la tecnologa era excluida del mundo de lo
cultural y tenida por algo meramente instrumental para convertirse
en un movimiento entre culturas: movimiento de apertura y acceso
a las otras culturas, que implicar siempre la transformacin/
recreacin de la propia. Pues la comunicacin cultural en la era de
la informacin nombra ante todo la experimentacin, es decir la
experiencia creativa de invencin y reapropiacin.
Necesitamos entonces reconocer que los medios constituyen
hoy espacios claves de condensacin e interseccin de mltiples
redes de poder y de produccin cultural, pero tambin alertar contra
16
al sur de la modernidad
el pensamiento nico que legitima la idea de que la tecnologa es
hoy el gran mediador entre los pueblos y el mundo, cuando lo que
la tecnologa media hoy ms intensa y aceleradamente es la
transformacin de la sociedad en mercado, y de ste en principal
agenciador de la mundializacin (en sus muy contrapuestos sentidos).
La lucha contra el pensamiento nico halla as un lugar estratgico
no slo en el politesmo nmada y descentrador que moviliza la
reflexin e investigacin sobre las mediaciones histricas del
comunicar, sino tambin en las transformaciones que atraviesan los
mediadores socioculturales, tanto en sus figuras institucionales y
tradicionales la escuela, la familia, la iglesia, el barrio como en
el surgimiento de nuevos actores y movimientos sociales que, como
las organizaciones ecolgicas o de derechos humanos, los
movimientos tnicos o de gnero, introducen nuevos sentidos de lo
social y nuevos usos sociales de los medios. Sentidos y usos que,
en sus tanteos y tensiones remiten, de una parte, a la dificultad de
superar la concepcin y las prcticas puramente instrumentales para
asumir el desafo poltico, tcnico y expresivo, que conlleva el
reconocimiento en la prctica del espesor cultural que hoy contienen
los procesos y los medios de comunicacin; pero de otra parte remiten
tambin al lento alumbramiento de nuevas esferas de lo pblico y
formas nuevas de la imaginacin y la creatividad social.
Este libro recoge textos de los ltimos aos, en su mayora de
los noventa, dispersos en revistas y libros colectivos, muchos son
reescritos y todos son reinscritos en el campo de fuerzas, de tensiones
polticas y estticas en que se han constituido los Estudios Culturales.
En esa operacin de reinscripcin algunos textos pisan
inevitablemente los bordes de otros retomando una misma idea ya
sea para esclarecerla o desplegarla.
17