Baron Biza. Datos Actualizados

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argentina/

Una familia maldita: a 20 años de la última gran novela argentina


Considerado uno de los grandes libros escritos en español de los últimos tiempos, “El desierto y su
semilla”, de Jorge Barón Biza, es un texto exquisito basado en su trágica historia personal, marcada por
la escena en la que su padre atacó con ácido a su madre y luego se suicidó. Un repaso a la trayectoria
de una obra excepcional

Por Luciano Sáliche


11 de febrero de 2018
lsaliche@infobae.com
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Los Barón Biza: cultura, educación, política y tragedia


Un drama familiar. Una desgracia. No, más que eso: una tragedia espantosa como un agujero negro que
se agrieta y se ensancha y se vuelve enorme hasta que, de pronto, alguien lo tapa. "Tarde o temprano
yo también seré sólo un texto", escribió Jorge Barón Biza en El desierto y su semilla, quizás sabiendo
que una vez que algo se convierte literatura, ya es eterno.
Publicada en 1998, la novela basada en hechos autobiográficos comienza narrando el suceso del 16 de
agosto de 1964, una reunión entre abogados y whiskys donde sus padres le ponen punto final a su
conflictivo matrimonio. Van a firmar por fin la separación legal. Estaban en la Capital, en un
departamento sobre la calle Esmeralda. Afuera hacía frío y las ventanas estaban cerradas. Entonces la
violencia, la calamidad: Raúl Barón Biza —escritor, provocador, terrateniente, millonario— le arroja
ácido sulfúrico en la cara a Clotilde Sabattini —dirigente radical, pedagoga, hija del Gobernador de
Córdoba Amadeo Sabattini—. A la noche, atormentado por lo que acaba de hacer, regresa al
departamento, se apoya un 38 en la cabeza y dispara.
Jorge Barón Biza es el hijo de ambos. En la novela es Mario y sus padres, Arón y Eligia. El desierto y
su semilla narra esa tragedia familiar que deviene en un siniestro tour por Europa en el que él
acompaña a su madre en busca de cirujanos que reconstruyan su rostro desfigurado. Mientras los
doctores operan, ponen injertos y colgajos, él sale a emborracharse, a recorrer ciudades llenas de arte,
a charlar con extraños, a relacionarse con prostitutas, a volcar su angustia retenida sobre situaciones
viscerales. Vuelve al hospital, la cuida unos días y se vuelve a ir; así durante un largo tiempo.

“El desierto y su semilla” de Jorge Barón Biza, edición de Eterna Cadencia de 2013
La novela es, sin dudas, una verdadera joya literaria —escrita con mucha sensibilidad, pero sin caer en
la sensiblería— pero claro, sobresale el borde de esa historia real que continuó latiendo. Clotilde
Sabattini va a acabar con su vida en el año 1978, a sus 59. El escenario será el mismo departamento
de la calle Esmeralda. Abre una ventana y se deja caer. María Cristina, su hija, se suicida con una
sobredosis de barbitúricos en 1988. Y el mismo Jorge, completando el círculo que inició su padre, siguió
su madre y continuó su hermana: un 9 de septiembre de 2001, y sin que nadie lo percibiera, en el
barrio de Nueva Córdoba, piso doce, salta y muere.
¿Qué hay detrás de toda esta historia? ¿Cuál es el verdadero valor de la novela? Los que conocieron a
Jorge Barón Biza y los que lo leyeron echan algo de luz sobre esta oscuridad reinante, la cobertura de
un tema tabú que, a medida que se resquebraja, se vuelve más inquietante.
Mi padre, mi enemigo
Jorge Barón Biza nació en Córdoba pero en seguida partió de viaje, obligado por el exilio y la
persecución política de los regímenes dictatoriales contra su familia radical. Al volver, el peronismo
detiene a Clotilde y la envía a la cárcel de mujeres del Buen Pastor y allí también estará él, con sus
hermanos, pero poco tiempo, porque al año se exilian todos en Montevideo.
La influencia de su madre en la política fue mucho mayor que la de su padre —fue impulsora de
reformas educativas de vanguardia; él, un financista, un pseudorevolucionario, un conspirador—, pero
Raúl Barón Biza era un provocador, y eso, quizás, lo vuelve ineludible.
Escribió varios libros inscriptos en la tradición del Marqués de Sade y uno de ellos, El derecho de
matar (1933), lo envió al Vaticano recubierto de plata y alpaca, con una carta dirigida a Pío XI que
expresaba el motivo: "para que sea una nota relevante de brillo en el salón entristecido de tu biblioteca
oscura".
La influencia de su padre, le cuenta a Infobae Cultura Candelaria de la Sota, autora de la biografía El
escritor maldito: Raúl Barón Biza, fue "de mucha tirantez, de mucho conflicto; debe haber sido un
lugar común entre todos sus hijos. Barón Biza imponía reglas muy contundentes y tenía un ego enorme.
Cuentan que cuando estaba de muy mal humor se vestía de negro, así que si lo cruzabas en la calle de
negro, mejor que ni te le acercaras a hablar."

“El derecho de matar” (1933) de Raúl Barón Biza

"A Jorge lo conocí muy tangencialmente porque daba clases en la Universidad, donde yo estudié, y a
todo el mundo le encantaba. Se lo notaba una persona triste. Editaba la revista farandulera La revista y
ahí, de repente, en algún momento, puso fotos de las fiestas que su padre hacía. Raúl se emborrachaba
y se sacaba fotos tras las rejas, burlándose de la ley", cuenta y narra otro recuerdo: "Iliana, hermana de
Clotilde, fue convencional constituyente en la reforma de la Constitución de Córdoba y militaba en el
radicalismo. Ella vivía en el mismo edificio donde vivía yo cuando estudiaba, en el barrio Nueva
Córdoba. Me lo he cruzado cuando la iba a visitar. Iliana era una señora grande que vivía con un montón
de gatos. Él la quería mucho", cuenta De la Sota.
"Raúl Barón Biza quedó como un personaje tabú del que nadie quiere hablar —comenta De la
Sota—. La tragedia final, el ataque contra Clotilde, el suicidio y todo lo que pasa después… es como que
Barón Biza es algo karmático. No debe haber sido fácil para Jorge ser hijo de Raúl Barón Biza en
términos de mirada social, de la mirada de los otros. Tener un padre que escribía las cosas que escribía,
cuestiones muy provocadoras, pero además la relación tan conflictiva entre su padre y su madre, eso
seguro lo ha marcado. No olvidemos que es él quien acompaña a su madre en todo el peregrinar por
Europa para reconstruir su rostro."

Raúl Barón Biza


El ensayista y docente universitario Christian Ferrer fue amigo de Jorge Barón Biza y, por una especie
de pedido implícito, terminó escribiendo la biografía de su padre. Barón Biza, el inmoralista es el título.
"La relación no era mala, según me comentó —le dice Ferrer a Infobae Cultura—, pero sin duda
muchas actitudes del padre le resultaban desconcertantes. Pero, ¿es que acaso existe alguien que
entienda verdaderamente a sus padres, o bien los padres a sus hijos? No le tocó una familia fácil, pero
ninguna lo es. Por lo demás, yo no detecto influencia estilística entre ambos y, sin duda, Jorge Barón
escribía mejor que Raúl Barón Biza."
Cuando ocurrió el episodio del ácido, Jorge Barón Biza tenía 22 años y desde ese momento, pese a la
relación complicada que tenían sus padres, supo que su vida seguiría siendo (todavía más) un elemento
secundario en la trama, la ayuda permanente de un cuerpo querido que debía rebautizarse. Pero
además, y más allá del conflicto, la relación con su padre se terminó. Sin demasiadas respuestas, tuvo
que seguir adelante, encarar ese momento, resistir la locura de querer entenderlo. De hecho, en El
desierto y su semilla, escscribe: "Mi fracaso por comprenderlo me ata a él".

Mi celosa intimidad
Fernanda Juárez y Jorge Barón Biza siempre se trataban de usted. Se conocieron en la Universidad
Nacional de Córdoba. Él era profesor agregado en la cátedra de Movimientos estéticos en la licenciatura
de Comunicación —su paso por la academia fue breve ya que no tenía título universitario— y ella, su
alumna. Sin embargo, su relación comenzó en el diario La Voz del Interior. Jorge escribía crónicas y
críticas de arte, y Fernanda, que era pasante, se convirtió en su asistente. aunque con el tiempo tejieron
una amistad que excedió lo profesional.
"Cuando lo conozco estaba en el trámite de publicar El desierto y su semilla, de hecho yo leí algunos
de sus originales porque él lo distribuyó entre alguna gente —le dice Juárez a Infobae Cultura del otro
lado del teléfono—. Él tenía la intención de que saliera en Buenos Aires, lo presentó en un concurso que
hacía Planeta (ese año lo ganó Ricardo Piglia con Plata quemada) y él ni siquiera queda entre los
finalistas, por eso se decepciona bastante. Era una época muy difícil, él estaba recluido en Córdoba.
Entonces decide pagar la publicación de su bolsillo. En su momento, tiene un auge lo vuelve a conectar
con Buenos Aires: lo leen varios críticos, Fogwill por ejemplo. Pero él no tuvo la paciencia y ahí nomás
quedó. Creo que tenía muchas expectativas."
En Córdoba, las familias de alta alcurnia todavía hoy se tratan de usted. Jorge Barón Biza heredó esa
costumbre de su familia terrateniente. "Un día me llamó sólo para eso: para decirme que por qué lo
trataba de usted. Yo le dije que lo hacía porque él me trataba de usted. Y seguimos así", recuerda
Fernanda Juárez, dando una de esas pinceladas claves, detallistas, sobre el retrato de Barón Biza.

http://www.alvearya.com.ar/mitos-urbanos-la-otra-historia-de-clotilde-sabbattini-de-baron-biza/
Jorge Barón Biza (Gentileza: Fernanda Juárez)
Christian Ferrer lo acompañó en el período de escritura de El desierto y su semilla y también cuando
entregó el original al Premio Planeta. "Lo ganó Piglia en medio de un escandalete literario —recuerda—,
y la novela de Jorge no fue elegida por el jurado ni siquiera entre las diez primeras. Dado que obtuvo
reconocimiento posterior, en pocos años más, no estoy seguro si los criterios de selección de los
premios literarios hacen que las obras valiosas pasen inadvertidas o si es que los estilos autorales del
momento (temas, énfasis, actualidad) predeterminan aquello que es seleccionable y lo que
inevitablemente será descartado, al menos hasta que los lectores decidan por sí mismos. En todo caso,
Jorge tuvo que publicarla por su cuenta."
¿Cómo lo recuerda? ¿Cómo era? "Una persona amable, culta, lo que es decir autodidacta —confiesa—,
alguien que se había formado a sí mismo. En la conversación se notaba su erudición, pero como al
pasar. Lo recuerdo como a una persona que había luchado por sacar de sí mismo toda violencia pero
evidentemente era alguien afectado por las tragedias familiares. Como periodista, escribió algunas de
las mejores notas sobre arte y cultura popular. Creo que se acercaba a obras de creación y a
acontecimientos sin mucho preconcepto: él iba a aprender."

“El desierto y su semilla”, de Jorge Barón Biza, en su edición original de 1998


Marcelo Scelso es primo de Barón Biza, aunque no de sangre. Es hijo del primer matrimonio de María
Luisa Pando —a quien Jorge Barón Biza le dedica su novela: "a mi tía con nombre de tía"— quien luego
se casa con Alberto "Tucho" Sabattini, hermano de Clotilde, la madre de Jorge. "Tucho" es conocido
por, entre otras, cosas una anécdota que ocurrió el 29 de octubre de 1950: se batió a duelo con Raúl
Barón Biza y, tras unos cuantos disparos, lo dejó rengo para siempre. Sin embargo, a diferencia de sus
padres, Marcelo y Jorge tuvieron una muy buena relación.
"Tuve el lujo de que Jorge me mostrara Buenos Aires —le dice Marcelo Scelso a Infobae Cultura—. A
los 14 y 15 anduve mucho con él, en el periódico, en el Colón, en la vida cultural porteña. En ese
momento vivía en la calle Esmeralda, en el departamento de las tragedias. Jorge lo había
transformado: le había pintado todas las paredes de negro y le puso cortinas moradas".
"El problema real de la familia fue Raúl Barón Biza", dice Scelso mientras sonríe, y vuelve a conversar
sobre la depresión de Jorge: "Los depresivos no son gente triste. Sino absolutamente alegres, sólo que
tienen ese problema que de cuando en cuando van en picada. Jorge era un excelente tipo, un hombre
sabio, que es más que instruido. Era la persona más culta que conocí. Nada que ver la idea que se tiene
ahora, era un tipo divertido, buena persona y tenía una relación especial con mis hijos. Pero tenía
encima una condena… y la cumplió", comenta y luego, tras un silencio breve, toma aire y agrega:
"Él decía que cuando abría la ventana sentía ganas de tirarse".
Mi depresión, mi suicidio
Fernanda Juárez lo recuerda siempre; tuvieron una gran amistad, hasta que ocurrió el desenlace fatal en
2001, dos meses antes de que explotara la Argentina.
"Un año y medio antes —cuenta—, Jorge se había internado en una clínica porque estaba con
muchísima depresión. Para mí fue una sorpresa porque él decía que había dejado el alcohol. No
participaba en reuniones justamente para preservarse. Se iba a mudar, estaba con ganas, después de
esa mudanza tiene una crisis. Yo lo voy a ver a la clínica, la de Sylvia Bermann —a la otra persona que
le dedica el libro—, la psiquiatra que había atendido a la familia. Después de verlo en esa situación
pensé que se iba a morir."
¿Cómo estaba? "Muy afectado, muy delgado, deteriorado, no era la persona que yo conocía. Pero
cuando salió se puso muy bien, aunque a veces lo notaba bastante apagado. Y después él se suicidó,
fue el 9 de septiembre, me acuerdo que era domingo. El viernes me llamó y me dijo que se iba de viaje a
Rosario. Viajaba mucho, daba clases. Me llamó porque estábamos siempre en contacto, pero para mí
fue una despedida más, como cualquier otra. Nos saludamos, quedamos que nos veíamos a la semana
siguiente. Yo tenía cosas que llevarle, papeles."

Firma de Jorge Barón Biza: usaba sólo el primer apellido


Ese domingo, un llamado de Susana Fiorito, esposa de Andrés Rivera, fundadores de la Biblioteca
Popular Bella Vista donde Fernanda trabajaba, le dio la noticia. Jorge Barón Biza estaba
muerto. "Fueron años de no poder ni siquiera pensar. Fui al velorio el lunes un ratito. Fue a cajón
cerrado en una casa velatoria en Córdoba", recuerda y más tarde, en un extenso y sensible diálogo
con Infobae Cultura, dice: "Si lo hubieras conocido… ¡la vitalidad que tenía! De hecho, nunca hablaba
de la familia, era como un pasado remoto. No estaba todo el tiempo volviendo a eso. Lo que siempre
relataba era el episodio del alcoholismo. Era un hombre curioso. Si lo tratabas, no parecía una persona
depresiva, ni abandonada, ni en su aspecto; siempre quería hacer cosas."
Por mail, en un archivo adjunto, Fernanda muestra una tarjeta que Jorge Barón Biza le mandó, como
solía hacer, luego de que ella lo visitara en la clínica. De un lado, la pintura de Fernando Fader, La
visita; y del otro, un texto breve y lleno de gratitud, escrito con birome azul que dice "usted (¿vos?) has
sido una ayuda insustituible y no puedo menos que expresarle la gran amistad que siento a pesar de las
décadas que nos separan", y también: "Estoy solo y mi proyecto de cueva ha salido mal".

Jorge Barón Biza (archivo Marcela Marbián)


"En esa cueva —agrega Fernanda—, como él llamaba a ese departamento, no podía dormir por el ruido.
Se fastidiaba. Buscaba alternativas para que el sonido de la calle no se filtrara por la ventana".
Mi novela, mi trascendencia
Leonora Djament es la editora de Eterna Cadencia, editorial que rescató en 2013 esta novela, quince
años después, con prólogo a cargo de Nora Avaro. "Todos en la editorial éramos fans de El desierto y
su semilla —le dice a Infobae Cultura— y nos dimos cuenta de que estaba agotada hacía mucho
tiempo. Así que empezamos una pequeña investigación para dar con los herederos. No fue fácil, pero
gracias a la ayuda de algunos amigos y cómplices dimos con ellos y les propusimos reeditarla. Una
novela que, por cierto, nos tiene muy contentos porque no solo se lee en castellano sino en varios
idiomas, gracias a editoriales extranjeras que estuvieron interesadas en traducir el libro."
La primera edición de El desierto y su semilla apareció en 1998 editada por el sello Simurg —en la
tapa, una pintura de Giuseppe Arcimboldo, elegida por él mismo— y se reeditó al año siguiente. Fue
aclamada y leída, pero al ser tan visceral la historia, tan verídica, la vergüenza de una sociedad que
prefería olvidar pudo más. Un tiempo después cruzó el Atlántico. Primero llegó a Italia, en el 2005, y
luego a España en 2007. Francia la editó en 2011, Holanda el año pasado y en abril próximo saldrá en
Inglaterra. Babelia, la revista del diario español El País, lo colocó dentro del ranking de los mejores
25 libros en español de lo últimos 25 años.
Para Djament se trata de "una de las novelas más interesantes y singulares que se escribieron en la
última mitad del siglo XX. Cuando la palabra 'autoficción' no asomaba todavía en la escena literaria local,
cuando los femicidios todavía no tenían nombre, Baron Biza escribió una novela única utilizando como
material su propia historia familiar, para llegar a los límites de la literatura y de la lengua."
"Por otro lado, El desierto… no deja de anudar la novela familiar a la historia de nuestro país: el cuerpo
de Evita embalsamada y el rostro de la madre reconstruido arman un contrapunto en sordina. Se
trata de una novela hecha de harapos, de tejidos, de sangre, de injertos, de horror, que no se regodea,
pero tampoco busca una feliz redención literaria", concluye la editora.

Clotilde Sabattini, cuando era presidenta del Consejo Nacional de Educación, en 1958
Christian Ferrer reflexiona y concluye que "es difícil decir qué lugar ocupa esta novela en la historia de
las letras argentinas, porque no ocupa ninguno, lo que ya es decir algo. Es decir, es autónoma, no tiene
parientes claros, no se parece a otras. Jorge Barón no estaba enredado en el sistema literario local ni
era autor conocido fuera de Córdoba. Tampoco tenía libros publicados y ya había superado los
cincuenta años. Sin embargo la novela fue leída por gente evidentemente más joven, una vez que él se
fue de este mundo. Una novela que ha sido traducida a seis idiomas europeos, y sin ningún tipo de
ayuda oficial, ya dice algo."
"Por otra parte, es un libro casi insoportable, doloroso —continúa Ferrer—, impele al lector a sentir
horrorizada empatía por el desconcierto y la desesperación del protagonista, por el 'dolor de la carne'".
Raúl Barón Biza
Marcelo Scelso, que además de ser su primo es licenciado en Letras, cuenta que en su momento le
llegó un manuscrito. "Esta novela yo la corregí. Es una especie de confesión, además del contenido
literario, porque tiene un contenido vivencial. Cuando la leí, traté de objetivar mi opinión, pero la verdad
es que la novela es preciosa, está escrita maravillosamente bien. Es raro que sea escrita en Córdoba,
en ese momento no había tantos novelistas. El desierto y su semilla tiene la develación de la intimidad
y por otra parte el valor literario, que era inmenso. Sacando el tema, que algún día va a olvidarse, la
novela va a seguir viviendo. De hecho en otros países, que no se quedan tanto en lo que pasó, la están
leyendo mucho."
Para Fernanda Juárez, la novela también "es un gran homenaje a su madre. El escritor de la familia, la
persona vinculada a las letras, aún en lo trágico, era su padre. Él sentía que faltaba contar algo más de
su madre. Tenía la idea, de hecho me lo comentaba, de mostrar lo que fue su madre, la primera mujer
que accedió al cargo de Secretaria de Educación, sancionó leyes importantes y ayudó a las
cooperativas, a las escuelas pilotos, ideas pioneras y revolucionarias en el campo de la educación. Todo
eso quedó tapado por la tragedia. Jorge creía que se había desdibujado".
"Además, la familia no recibió con tanta alegría esa novela, porque quería dejar ese episodio en el
pasado —continúa Juárez—. Hay una dificultad con los derechos de autor, sobre todo porque él no tuvo
hijos, herederos, pero por suerte hace unos años se destrabó. La novela empezó a tomar vuelo en
Europa. Acá tengo ediciones, la de Francia es preciosa", dice, mientras se oye, del otro lado del tubo, el
sonido de las hojas, tapas que se abren y se cierran.
Mi vida, después
Hay un libro que reunió los mejores textos críticos y ensayísticos de Jorge Barón Biza y que vio la luz
recién en 2010: se llamó Por dentro todo está permitido y fue por un subrayado que él hizo a su
edición de Viaje al fin de la noche, la novela de Céline. Ahora, Fernanda Juárez está trabajando en el
próximo libro de Barón Biza, una segunda recopilación que, asegura, saldrá este año por la
editorial Caballo negro. "Es una búsqueda más profunda y más abarcadora de su obra. Y un poco la
idea es rescatar el gran periodista cultural y crítico de arte que fue. Él, más que escritor, se reconocía de
esa forma", comenta.
Hace veinte años, El desierto y su semilla veía la luz. Jorge Barón Biza se convertía finalmente en
escritor, pero de una manera poco convencional, narrando desde su punto de vista y envolviendo en el
ropaje de la ficción una tragedia familiar calamitosa. A uno le gustaría creer que ese exorcismo literario
lleno de intimidad debería haber ahuyentando los fantasmas, al menos a algunos, los más terribles.
Tres años después y con algunas decepciones a cuestas, durante una madrugada fresca de septiembre,
saltó al vacío. ¿Se habrá sentido satisfecho por su breve pero imponente tarea literaria? Tal vez sí, pero
eso ya no importaba, porque ahora ya es, como escribió, "sólo un texto". Y eso es un montón.

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Mitos urbanos: La otra historia de Clotilde


Sabbattini de Barón Biza.
Suele suceder con esas historias que llaman la atención por lo impresionante, lo imposible o
incomprensible, cuando vemos que la locura supera la razón, la desazón a la esperanza, la rutina a la
ilusión, el odio al amor… Y en todo, la realidad y las múltiples interpretaciones que la gente hace de
cada hecho, de cada vida o de cada historia.
En General Alvear, muchos conocen la historia del Barón Biza. Raúl Barón Biza fue un hombre de una
vida novelesca, casi una leyenda, un mito. Había nacido en 1899, hijo de los millonarios Wilfrid Barón y
Catalina Biza. No tenía un título nobiliario, así era su apellido, pero él se divertía cuando lo llamaban
Barón. Hasta en eso se demostraba su vida perturbada. Estanciero, rico y escritor, su vida transcurrió
entre la realidad y el desatino. Sus libros publicados son muy controvertidos y tienen como eje central la
muerte, el derecho a matar, la pornografía y el sexo. Se casó en primeras nupcias con Myriam Stefford,
una aviadora austríaca que falleció al estrellarse su avión en Córdoba. Él, en su homenaje hizo construir
un panteón monumento en Alta Gracia que sorprende por su excentricidad, ribetes y detalles de locura.
A los cuatro años de enviudar, contrajo matrimonio en 1935 con Clotilde Sabbattini de 17 años, veinte
años menor que él, hija de su amigo, prestigioso médico y político radical de Córdoba Amando
Sabbattini. De ese matrimonio nacieron tres hijos: Carlos, Jorge y Cristina. Los sucesos violentos se
repetían en la vida de Barón Biza sumiendo en la desesperación a su familia. Finalmente, Clotilde
solicita a su marido el divorcio y para ello se reúnen en su departamento junto a sus abogados. Delante
de ellos, Barón Biza tira en la cara de su esposa una copa de ácido. A pesar de los esfuerzos médicos el
ácido deforma manos, cara, brazos y pecho de Clotilde. Mientras ella es atendida en el Hospital, él
regresa a su departamento y se suicida. Era 1964, Clotilde tenía 44 años.
Tratando de escapar de ese horror y conseguir la paz, Clotilde llega con sus hijos a General Alvear en
1970 y se instalan en “La Porfiada”, un campo de unas 300 hectáreas que compran cerca de Micheo. Allí
poco a poco, y entre numerosos viajes por costosos tratamientos médicos, acompañada por la Familia
de Atilio Bajo, pasa muy buenos momentos. La dura rutina cotidiana, esa soledad del campo que
desespera a muchos, apaciguó su alma.
Y por eso escribo esta historia, no por el amarillismo mediático que atrae en estos días, sino para
intentar salir de esas etiquetas y pensar que muchas cosas se pueden lograr con tenacidad y empeño.
Cosas para los demás si no es para uno mismo, como así lo demostró Clotilde Sabbattini en su estancia
en General Alvear. Casi por casualidad, me entero que Atilio Bajo y su familia fueron los encargados de
cuidar y acompañar a la señora durante los últimos doce años de su vida en “La Porfiada”. Así lo cuenta
Atilio: “Nosotros fuimos a trabajar con la Sra. Clotilde en 1973. Fue el mejor tiempo de mi vida. La familia
Barón Biza era mi familia. Todos decían que la Sra. era loca; me decían que más de dos meses no iba a
durar trabajando con ella pero estuvimos 12 años ahí; hasta que murió. Sus hijos eran igual que ella,
muy buenos. Un lujo. Además del buen trato, podíamos tener animales propios, buen sueldo, porcentaje
sobre ventas…
Ella llegó ya viuda con sus hijos. Era mujer muy rica con propiedades en Córdoba. Pero viajaba
constantemente al exterior para hacerse tratamientos a fin de curar y disimular las heridas y perdió casi
toda su fortuna. Estaba meses internada. Tenía trasplantes por todos lados: la boca, las manos, los
brazos, el pecho”.

Docente de vocación, durante el gobierno de Frondizi, Clotilde Sabbattini fue Presidente del Consejo
Nacional de Educación. Olga Bajo cuenta: “La Sra. Clotilde era muy buena. Ella me llevaba con las tres
nenas a Buenos Aires para ayudarme con los tratamientos médicos que necesitaban las mellizas.
Recuerdo que cuando llegamos, me entregó la llave del departamento y me dijo que me sintiera como
en mi casa. Y era así, el departamento de Esmeralda 1252, era mi casa. Ella me decía: Ud. prepárese el
equipo de mate, llévese masitas, lo que quiera y salga. Así que yo iba con mis hijas a la Plaza San
Martín que estaba a dos cuadras y las nenas jugaban. Era pleno centro y en ese momento no se
molestaba a nadie. Ella tenía unas galerías en la calle Santa Fé y Corrientes y el Sr. Peirano era el
encargado. Un día dijo: -Hoy el auto de Peirano está a su disposición para que la lleve junto con las
nenas a pasear por Buenos Aires. Así ellas conocieron la cancha de Boca, la cancha de River, el
zoológico, el aeródromo, los parques… Una vez me dijo: -Dios me dará vida para cuando las melli
cumplan los Quince Años; la Fiesta será en “La Porfiada” y habrá una persona atendiendo en la
tranquera para que no pase cualquiera. Así era ella de buena con nosotros”.
Los esposos Bajo hablan con entusiasmo sobre su vida en La Porfiada, bajo la mirada atenta de Claudia
que corrobora todo lo que sus padres relatan: “Tenemos unos recuerdos hermosos de Clotilde. De ella y
de sus hijos, no importa lo que la gente diga. Todos eran muy buenos. No eran patrones, eran
compañeros, de la familia. Ella cumplía años el 25 de Octubre, así que venía y lo festejaba con nosotros
y después se quedaba para la yerra del 29. Estaba toda desfigurada por el ácido y tenía temor de que se
burlaran de ella porque debía tomar mate con una bombilla de costadito.
Era muy agradecida de todo. Venía a pasar su cumpleaños y todas las Navidades con nosotros en el
campo junto con toda su familia. Venía el hijo, la nuera, las nietas Cristina y Carolina. Era una
patronaza”.
Cuentan que Clotilde era muy porfiada, por eso el campo tenía ese nombre: “Cuando se le ponía una
cosa no entraba en razones. Todos los días había que copiar en un cuaderno lo que se hacía y
presentar los papeles a fin de semana o cuando ella llegara. Había que ser muy cuidadoso y detallista.
Al principio, ella mandaba mucho y tuvimos varias agarradas, pero después siempre nos arreglábamos.
Un día me mandó a ver el molino que estaba en el fondo del campo. Cuando volví me mandó de vuelta
al mismo lugar pero para arreglar un alambre. Ésa fue mi primera agarrada. Así que le dije que me
hiciera una lista y que me dejara organizarme porque así no iba a andar. -O es así o me voy, dije. Y dijo
que sí y así fue. Trabajamos con ella más de doce años”.
Fueron muchos almuerzos, fiestas, aniversarios y cumpleaños que fueron compartidos con cordialidad y
respeto. Olga afirma: “Sí, todo con mucho respeto. Al principio yo cocinaba en mi casita y después le
alcanzaba la viandita y ella comía sola en su chalet. Yo quería invitarla pero no me animaba. Un 29, yo
estaba haciendo ñoquis y la invité a comer en casa. Ella aceptó encantada y desde ese día nunca más
comió sola. Siempre con nosotros. Y llevaba a las nenas a todos lados en un Renault 9 bordó que tenía”.

Es difícil imaginarse a Clotilde Sabattini, hija de millonarios, con gran fortuna, Presidente del Consejo
Gral.de Educación, en General Alvear… Olga Capra de Bajo recuerda: “Clotilde en el campo trabajaba a
la par de mi marido: andaba a caballo, en la manga, con las vacas, sacaba cardos con el fierro, ayudaba
con los chancos, también con los corderos con las botas llenas de bosta… Ella andaba todo el tiempo.
Ahora, ¡yo quisiera que vos la hubieras visto cuando estaba en Buenos Aires!. Era una reina. Se ponía
una capelina negra para ir al Ministerio de Educación donde trabajaba. Muy linda, siempre con esos
sombreros… Y ella me decía: -Y ahora Olga, ¿Qué me dice? Era una Señora muy muy buena y
elegante”.
Clotilde era una mujer de mundo, rica y de gran educación. Una mujer real y sensible. La Familia Bajo
no describe a una mujer de leyenda sino a una persona cariñosa, emprendedora, porfiada sí, pero
pendiente del bienestar de los demás. Con una enfermedad terminal, desfigurada para siempre a pesar
de las intervenciones quirúrgicas, después de una larga lucha contra la depresión y los malos recuerdos,
Clotilde Sabbattini se suicidó en 1978.
Los hechos de horror y sangre tienen prensa y pasan a la historia pero como dice Jorge Barón Biza, uno
de sus hijos, “quedan entre líneas los días de amor y sin historia”; esos días felices con su esposo, esos
días en el campo “La Porfiada”, a caballo, con el viento que lleva los oscuros pensamientos y las
tristezas hacia momentos cálidos y en paz.
En la foto: Clotilde Sabbattini con Marcela, Claudia y Atilio Bajo en “La Porfiada”, 1975.

http://www.elregionalvm.com.ar/?p=12057
Raúl Barón Biza- Clotilde Sabattini, amores
demenciales
8 abril, 2018Contenidos El RegionalNotas

Los primeros años de la década del 50, fueron para el Barón Biza, tiempos duros, de conflictos
permanentes, como el que tuvo por escenario a nuestra ciudad de Villa María, al enfrentar el 29 de
octubre de 1950, al doctor Alberto (Tucho)Sabattini y a su cuñado en una disputa que terminó cuando
Barón Biza, sacó su arma y disparó sobre la humanidad del Tucho, hiriéndolo de gravedad. Sería
ahora la Cárcel de Villa María, la que alojaría al exaltado estanciero.

Escribe: Miguel Andreis

(Los datos extraídos pertenecen a una investigación que realizara el profesor Daniel Baysre a quien le
agradecemos la disposición de entregarnos su trabajo)

Muchos comentarios se han tejido sobre este suceso, por ello me detendré en este tema, narrando el
enfrentamiento y la reacción posterior de Clotilde, apelando para ello a documentos judiciales y periodísticos.
El primer documento judicial expresa que el Juez de Instrucción doctor Raúl Casas Pardiñas y su Secretario
autorizante, se constituyeron en el Sanatorio Mayo donde se encontraba internado y detenido Alberto
Amadeo Sabattini, de 30 años de edad. Sabattini declara con la asistencia de su abogado el doctor Raúl
Fernández quien se constituye en abogado defensor de Sabattini. Este declara: “Que a raíz de una
desavenencia entre su hermana Clotilde y el esposo de la misma de nombre Raúl Barón Biza, la primera
llegó a la casa del declarante hace unos cinco o seis días, al parecer enviada por su esposo a raíz de la
situación referida, que luego de esto el declarante y su hermana, recibieron telegrama, suscripto por Barón
Biza, en donde les reclamaba algunos efectos. Que el día de ayer el declarante, le envió un telegrama a
Barón Biza, en donde le decía que hablara por teléfono para conversar respecto a lo que reclamaba. Que en
el día de la fecha y en horas de la mañana, recibieron una comunicación telefónica, en la cual la mucama de
Barón Biza decía que por encargo de su patrón, les decía que lo que reclamaba Barón Biza eran unos
documentos y el automóvil. Que en el día de la mañana de hoy y posteriormente a esa comunicación
telefónica, recibieron otra de la misma índole ignorando el declarante quien lo hacía, en donde le decían que
Barón Biza se dirigía a Villa María, en un automóvil de alquiler desde La Falda y con un arma de fuego. Que
ante esto su hermana le pidió al declarante que se quedara a acompañarla, lo que así hizo, a pesar de que
tenía que viajar a Córdoba. Que serían aproximadamente las 13,45 horas, que llegó a la casa Barón Biza, en
circunstancia que el declarante, su hermana y su padre se encontraban en la pieza de este último. Que al
saber su hermana que Barón Biza había llegado no quiso estar presente y se retiró a su pieza. Que Barón
Biza fue atendido en la pieza de su padre, en donde conversaron amigablemente unos momentos y luego en
términos violentos, debido al carácter de Barón Biza. Que durante la conversación, su padre le dijo a Barón
Biza, que se le iba a devolver todo lo que reclamaba. Que luego de esto salió el declarante con Barón Biza a
los efectos de devolverle los documentos reclamados y en cuya circunstancia le manifestó Barón Biza, su
deseo de ver a su hermana, contestándole que sería mejor que no lo hiciera y ante un descuido de él, Barón
Biza se dirigió a la pieza donde estaba su hermana, donde penetró y cerró la puerta con llave. Que ante esta
actitud el declarante, temiendo que le pasara algo a su hermana, golpeó la puerta pidiendo que le abrieran, lo
que así hizo el propio Barón Biza. Que luego de entrar en la pieza el declarante, Barón Biza le dijo:
Lo fue a buscar

“-Así que vos estás dispuesto a ayudar a tu hermana-“, contestándole el declarante que sí, entonces Barón
Biza que se encontraba cerca de la puerta, sacó un arma entre sus ropas, que el declarante no pudo
distinguir si era un revólver o pistola, con la que efectuó un disparo en dirección donde el declarante se
encontraba, como así también su hermana, sin poder precisar en contra de quien fue dirigido. Que entonces
el declarante, inmediatamente se dirigió a Barón Biza, tomándole con una mano del hombro y con la otra del
revólver luchando en esa forma por la posesión del arma con la cual Barón Biza seguía haciendo disparos en
distintas direcciones, sintiendo el declarante en una oportunidad un golpe en la pierna izquierda,
comprobando después que estaba herido. Que Barón Biza accionó algunas veces más el arma en falso,
hasta que cayeron y luchando en el piso consiguió despojarlo de la pistola que empuñaba, la que el
declarante tomó por el caño y sintiéndose debilitado por la herida, golpeó con ella en la cabeza de Barón
Biza, no pudiendo precisar en cuantas oportunidades por el estado que se encontraba. Que al no darle más
la fuerza al declarante y viendo reducido a Barón Biza, se incorporó pero cayó de espalda sobre una cama
perdiendo el conocimiento. Que esto es todo lo que sabe. A preguntas que se hicieron dijo: Que él en ningún
momento accionó el arma y que recién se ha enterado de que Barón Biza se encuentra herido en la pierna,
presumiendo que tal lesión se haya producido con el mismo proyectil, con que fue herido el declarante o
algún otro durante el forcejeo. En este estado manifiesta que no se encuentra en condiciones de poder
continuar respondiendo al interrogatorio, por lo que y de acuerdo con lo dictaminado por los médicos de
cabecera que lo asisten, doctores Juan F. Grúa y Ávila Fernández, se dé por terminado el acto.

Acomodando las declaraciones

El 2 de noviembre, los mismos funcionarios judiciales, le toman declaración en el Sanatorio Americano Cruz
Verde a Barón Biza, de 50 años de edad, manifestando que es de profesión escritor y que además de
Argentina, ha residido en Suiza, Francia, España, Estados Unidos y Uruguay. Su abogado defensor, presente
en el acto es el doctor Leopoldo Garroq. Barón Biza dice que ha prestado declaración en sede policial, se lee
la declaración y el imputado la reconoce como suya al igual que la firma estampada al pie de la misma. No
obstante responde algunas preguntas generales, manifestando “-Que dado el concepto de vida que tiene y
que lo ha expresado públicamente en sus libros, ya que en otra oportunidad por razones sentimentales
intentó quitarse la vida en la ciudad de Buenos Aires, entre los años 1917 y 1918, exhibiendo una herida de
bala que tiene en la clavícula izquierda. Que no recuerda la posición en que se encontraba en momentos de
producirse el hecho. Que ha contraído matrimonio en la ciudad de Montevideo hace 15 años. Que no
desearía responder a otros interrogatorios porque lo llevaría al terreno de su vida privada y la de sus
familiares, con los cuales vive en perfecta armonía y a los que profesa gran afecto, especialmente al doctor
Alberto Sabattini, a quien quiere como a un hermano y con el cual nunca ha tenido cuestiones públicas o
privadas. Que además la situación política y social que ocupan sus familiares lo obliga a eso”-. Y termina
diciendo “-Que lo único que quiere agregar, es que una tentativa de suicidio frustrada le ha llevado a esta
lamentable situación, lamentando el daño que ha sufrido el doctor Alberto Sabattini, gracias al cual en este
momento está con vida-“
En la declaración policial a la cual hacemos referencia, Barón Biza manifestó que su propósito era suicidarse
por una grave afección que le afectaba el corazón, la que no pudo llevar a cabo por la intervención de Alberto
Sabattini, que intentó desarmarlo y golpeó repetidamente su cabeza con el mismo propósito.

Otra repercusión la tuvo Villa María, en la primera plana del diario “El Heraldo” del 31 de octubre de 1950,
quien da cuenta del hecho manifestando que el arma era una pistola Colt calibre 45 y que ambos
contendientes habían terminado heridos e internados, siendo operado con éxito el doctor Sabattini en el
Hospital Español de la ciudad de Córdoba. Dos meses más tarde por Resolución de la Cámara en lo Criminal
y Correccional de Villa María, que el 29 de diciembre de 1950 resuelve procesar a Raúl Carlos Barón Biza,
como autor de lesiones graves, e imponerle la prisión preventiva, interpretando como falsas las
manifestaciones de Barón Biza, en el sentido de que había intentado suicidarse, puesto que la supuesta
enfermedad al corazón, si bien existía, según los médicos que lo trataron, no era tan grave, como para que
tomara semejante resolución.

Lecho de amor entre las rejas

Barón Biza, tiene por destino a la Cárcel de Villa María. Pasaría allí casi un año entre las paredes del
presidio. Odel Sponer, que a la sazón era administrativo de la cárcel, recuerda que por aquellos días tenía
veinte años de edad. Había ingresado al Servicio Penitenciario tres años antes, al mismo tiempo que
estudiaba en el Colegio Nacional. Recuerda el día en que “-La ciudad se sintió conmocionada por la noticia
del enfrentamiento armado de dos apellidos ilustres en la ciudad, los comentarios se escuchaban en todos
los rincones de la ciudad. Cuando llegué a mi trabajo, el director de la Cárcel era don Modesto Barbero, me
envió hasta el Sanatorio Cruz Verde, que quedaba en calle Buenos Aires al 1350, de los doctores Rufino
Abaroa, Rafael Furque Sarmiento y Lizarralde, allí estaba internado Barón Biza, a fin de tomarle las fichas
dactiloscópicas, encomendándome encarecidamente que lo hiciera con mucho cuidado y deferencia, pues se
trataba de un gran personaje. Cuando ingresé a la habitación de Barón Biza lo encontré enyesado en las
piernas y los brazos, no podía alimentarse por sí mismo, estaba como si lo hubiera chocado un camión. Yo
me presenté, y le dije que iba en una misión técnica, a tomarle las huellas digitales. Barón Biza, quien me
impresionó como una persona de mundo y con muy buenos modales, se prestó amablemente a mi
requisitoria.

Mientras estuvo detenido en la Clínica, sucedió un hecho risueño, el detenido, tenía dos efectivos
uniformados de la cárcel que lo cuidaban permanentemente y eran reemplazados por otros dos al día
siguiente. Tres o cuatro días después, el director de la Cárcel de Encausados me dice:
“-Sabés Odel, que me ha llamado la atención que cuando todas las mañanas a las 8 cuando se produce el
reemplazo de la guardia, los efectivos que pasaron la noche con él, están eufóricos y contentos-“. Sucedía
que Barón Biza tenía en su habitación whisky importado de la mejor calidad, y allí los invitaba a beber a
discreción. Por supuesto que los muchachos acostumbrados a los vinos “berretas” a los que llegaban
nuestros magros presupuestos, aceptaban gustosos la invitación, para hacer más amena la larga vigilia
nocturna.

Cuando le dan el alta y es trasladado a la cárcel, había una gran expectativa en el penal por conocer al
legendario personaje. No vino en el celular que trasladaba a los presos comunes, sino en un taxi.
Observamos desde una ventana su llegada, vestía como un “dandy”, con pantalón y campera de cordero y
color negro al igual que las botas que calzaba. Penetró a la Unidad Carcelaria, saludó a todo el personal que
allí estaba, estrechando sus manos uno por uno, llenó los papeles de ingreso y allí se le informó en que sería
alojado en un lugar, en que no tendría contacto con los otros presos. Pero a los dos o tres días ya tenía cinco
o seis presos a disposición personal y exclusiva, uno para lavar el piso y asear la habitación en que estaba
instalado, otro para lavar y planchar su ropa, otro para servirle los alimentos, pero todos con una misión,
hacer más llevadera la obligada estancia de don Raúl. Su alojamiento era amplio, soleado, tenía un jardín en
que él acostumbraba sentarse a leer.

Hasta allí no tenía relación conmigo, pero un día el director me informa que llegaría a visitar a Barón Biza, su
esposa Clotilde Sabattini y que si yo lo consentía, ocuparían mi despacho que tenía dos camas, para que
Clotilde pudiera descansar y sentirse cómoda. Yo respondí que por supuesto, en primer lugar porque la
oficina no era mía y porque en tres años solo había ocupado la cama una vez. Claro que eso era una orden,
vestida elegantemente a pedido del director. Lo cierto es que llegó Clotilde a visitar a Barón Biza, la recuerdo
como una mujer hermosa, simpática muy parecida en sus rasgos al “Tucho” Sabattini. Barón Biza, cuando su
esposa venía a visitarlo lo trasladaban a la secretaría donde yo trabajaba y donde estaba la Dirección y la
casa de familia del director en el segundo piso. Allí había comodidades como un escritorio, sillones y al final
mi dormitorio.

Un día de aquellos Barón Biza le dice a Clotilde:

“-Este muchacho Odel ha tenido la deferencia de cedernos su despacho y dormitorio, para que tu puedas
descansar, la verdad es que no sé cómo pagar tanta generosidad, así que la próxima vez que vengas trae
uno de mis libros para obsequiarle-“

Así lo hizo Clotilde con la cordialidad que la caracterizaba y en su próxima visita me trajo el libro “El derecho
de matar” que Barón Biza me dedicó de puño y letra. Teniendo en cuenta mi formación cristiana, los temas
que trataba la obra, la calificación escandalosa que había por los años 50 hacia esas obras pornográficas, al
hecho de que yo vivía con mi madre y mis hermanitas, todo confluyó para que el libro con dedicatoria y todo
fuera a parar al tacho de la basura-“.

Es en una de estas visitas que Barón Biza y Clotilde Sabattini, engendra a la que sería la tercera hija del
matrimonio, Como afirma entre sonrisas Odel Sponer “-Yo les presté mi cama para que cumplieran con el
mandato divino: ¡Creced y multiplicaos!-“

El 11 de octubre de 1951, a casi un año de estar preso en la Cárcel de Encausados, la misma Cámara
resuelve hacer lugar al pedido de excarcelación de Barón Biza, efectuado por su abogado, el doctor Leopoldo
Garroq, imponiéndole una fianza de cinco mil pesos nacionales, fijar domicilio dentro del territorio de la
república y comparecer cuando fuese citado.

CENA DE LUJO EN VILLA MARIA


En misma noche de su liberación, Barón Biza ordena una cena de lujo en el Palace Hotel, con la mejor
comida y el más fino champagne, a la que asisten entre otros, el Presidente de la Cámara del Crimen, doctor
Suesh, el administrador del Palace Hotel señor Blanco y otros conspicuos personajes, según me informa
Odel Sponer. Allí se brindó por la feliz resolución del caso Barón Biza.

El 23 de diciembre de 1957, lo sobreseen sin sentencia, por prescripción de la acción penal.

Clotilde: Persecución y Cárcel

Ese mismo año, cuenta Jorge, su segundo hijo, que heredó de su padre sus dotes de escritor, a los 10 años
de edad, intentó partir con su madre y su hermanita que aún no caminaba, hacia Montevideo, para reunirse,
en una de las tantas reconciliaciones, con Raúl Barón Biza, exiliado en el país oriental. No lo pudo concretar,
la policía política de Perón irrumpió en la nave cuando ésta ya partía. Clotilde se negó a desembarcar
alegando que a bordo gozaba de extraterritorialidad. No hubo razones que valieran, la arrastraron de un
brazo, Jorge recuerda que en el otro llevaba a su hermanita y tuvo que descender entre gritos y reproches.
Llevaron a los tres a una cárcel de mujeres y los alojaron en un pabellón general. Después la policía llevó a
los niños a un hotel y avisaron por teléfono a doña Rosa Saibene de Sabattini, abuela de los menores.
Clotilde estuvo en la cárcel varios meses detenida, mientras Barón Biza permanecía exiliado en Montevideo.
Por fin pudieron viajar al Uruguay clandestinamente. Años después el Barón le desfigurará con ácido el rostro
de la bella mujer y él se quitaría la vida de un balazo en la cabeza.

https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-7867-2013-02-22.html

La desfigurada
Rosa Clotilde Sabattini
(1918-1978)

Por Malena Rey

Ni su padre ni su esposo, dos hombres con personalidades fuertes, interfirieron en el desarrollo de su profesión,
pero de alguna forma moldearon indefectiblemente su destino: Clotilde Sabattini no supo conjugar su vocación con
las necesidades de su familia y terminó siendo víctima de su propio entorno.

Esta rosarina, hija de Amadeo Sabattini, líder legendario del radicalismo afincado en Villa María, llevaba el nombre
de su madre y de su abuela paterna.

Luego de graduarse de maestra normal, viajó a Buenos Aires, donde se licenció en historia en la UBA.

A los 17 años se casó en secreto con Raúl Baron Biza, viudo, millonario y excéntrico terrateniente cordobés 20
años mayor, íntimo amigo de su padre y también radical, lo que significó el fin de esa amistad.

Becada para profundizar sus estudios en pedagogía, la joven Clotilde viajó a Suiza y otros países de Europa. A su
regreso, siguió creciendo en su profesión: participó del Primer Congreso Nacional de la Mujer Radical y asistió a la
creación del Liceo de estudios secundarios de La Plata, donde dictó cursos de historia y literatura. También tuvo
tres hijos con Raúl: Carlos, Jorge y María Cristina.

Pero los vaivenes políticos y sociales con Perón al poder hicieron optar por el exilio a este matrimonio
marcadamente antiperonista, primero a Montevideo y luego a Europa, de donde regresaron recién en 1948. Las
crisis de la pareja no tardaron en aparecer y sacudieron la tranquilidad doméstica con un episodio violento y
confuso entre Baron Biza y su suegro, con balaceras y arrestos incluidos. Desde el ’48 al ’55 Clotilde y Raúl fueron
y vinieron, con encuentros y desencuentros, hasta que ella, apoyando a Frondizi, recibió el cargo de presidenta del
Consejo Nacional de Educación y se dedicó de lleno a su profesión, convirtiéndose en una referente fuerte en ese
campo y promoviendo políticas pedagógicas (redactó, por ejemplo, el primer Estatuto Docente).

1964 fue un año bisagra para Clotilde, ese que transformaría su vida para siempre. La relación con Raúl había
llegado a un punto sin retorno. La última carta que él le escribió lo demuestra: “Coty: Cada día que pasa
continuamos arrancándonos un pedazo de carne. Es increíble confirmar que seres que se han amado como
nosotros, puedan llegar a odiarse tanto”. La referencia a la carne da escalofríos si la leemos retrospectivamente,
porque los hechos sucedieron así: el 16 de agosto de 1964, en el departamento que la pareja tenía en Buenos
Aires, se dieron cita Raúl y Clotilde junto a sus abogados para definir el acuerdo económico del divorcio. Luego de
acaloradas discusiones, Raúl sirvió unos vasos de whisky. Pero en el momento de entregarle el suyo a la que
todavía era su mujer, en una maniobra maestra, la sorprendió echándole el contenido en la cara. No era whisky lo
que contenía sino ácido muriático: el rostro de Clotilde comenzó a descomponerse y entre gritos desgarradores fue
llevada de urgencia al hospital. Lo que sigue es una historia macabra para la familia. Raúl fue encontrado muerto
con un disparo en la sien y Clotilde nunca se repuso de la depresión causada por su rostro monstruoso, al que
intentó reconstruir sin éxito con muchas operaciones en el extranjero. Desesperada y desfigurada, se suicidó en
1978 arrojándose por la ventana del mismo departamento del ataque. Su hijo Jorge escribió una excelente novela
sobre su familia, El desierto y su semilla, que comienza cuando las primeras gotas de ácido tocaron el rostro de su
madre. En vez de Clotilde y Raúl, los llamó Eligia y Arón, y la primera página dice así: “La cara ingenuamente
sensual de Eligia empezó a despedirse de sus formas y colores. Por debajo de los rasgos originarios se generaba
una nueva sustancia: no una cara sin sexo, como hubiera querido Arón, sino una nueva realidad, apartada del
mandato de parecerse a una cara”.

Clotilde Sabattini

Rosa Clotilde Sabattini estudió en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, donde
se tituló como profesora de historia. Por sus excelentes notas le fue concedida una beca en Suiza para
realizar estudios sobre los métodos educativos y pedagógicos europeos.
Mientras estudiaba en el viejo continente recorrió varios países para perfeccionar su método de aplicación
pedagógica. Estando en Europa contrae matrimonio con 17 años con el poeta y estanciero Raúl Barón
Biza con el que tiene una controvertida relación siendo ella 20 años menor. Junto a Barón Biza tuvo tres hijos:
Carlos, Jorge y Marisa Cristina. En 1940 regresa al país, es detenida por orden del gobierno militar y
encarcelada en una prisión de mujeres. Luego de ser liberada se exilió junto a su marido en Montevideo.
En 1949 presidió el Primer Congreso Nacional de Mujeres Radicales, por lo que es nuevamente perseguida,
esta vez por el gobierno de Juan D. Perón, mostrando un claro desafío en contra de Evita.
En 1950 contribuyó con la creación del Liceo de Estudios Secundarios de la ciudad de La Plata, del cual fue
profesora de historia y literatura. La persecución en su contra no cesaba y en 1953 vuelve a huir a
Montevideo, en donde colaboró con diversas publicaciones hasta llegar a dirigir el periódico Semana Radical.
De regreso a la Argentina, el presidente Arturo Frondizi la designa, en 1958, presidenta del Consejo Nacional
de Educación.
El 16 de agosto de 1964 su esposo, en medio de una discusión sobre el divorcio, le arrojó un vaso de ácido
sulfúrico en el rostro provocándole daños irreparables en la nariz, los pómulos, un párpado y un ojo,
alcanzándole además el pecho, los brazos, las manos y el cuello. La vida de esta mujer fue, desde ese
ataque, un tormento físico y psicológico. Los médicos de Argentina y Europa, adonde viajaba con sus hijos,
no pudieron ayudarla. Durante los siguientes 14 años, hasta su muerte, desarrolló una gran misión como
educadora y periodista.
En 1978, a los 59 años, desde el mismo departamento de la calle Esmeralda donde había sufrido el ataque
con ácido, se tiró por una ventana.

https://www.clarin.com/ediciones-anteriores/gran-tragedia-rostro-perdido_0_HkGNHywJ0Fx.html

La gran tragedia del rostro perdido


10/11/2005 - 0:00 Clarín.com Home
A la entrada, sobre una mesa, había un saco de mujer, negro pero quemado. En el living, dos botellas y
cuatro vasos. Cerca, un sillón con el paño chamuscado. Eran rastros del drama ocurrido en el
departamento 33 del 8º piso de Esmeralda 1256, el domingo 16 de agosto de 1964.

Raúl Barón Biza había citado allí a su mujer, Rosa Clotilde Sabattini, para hablar del divorcio. También a
los abogados.

Rául nació en Córdoba en 1899. Era hijo de los millonarios Wilfrid Barón y Catalina Biza, establecidos en
Alta Gracia. Fue militante yrigoyenista, playboy, duelista, escritor y hombre de mundo. En 1928 conoció
en Venecia a Rosa Martha Rossi Hoffmann, una novel actriz austríaca que usaba el apodo de Myriam
Stefford. En la basílica San Marcos de esa ciudad se casaron en 1930 pero se radicaron en Córdoba.

En 1931, antes de terminar su curso de piloto de avión y dos días antes del primer aniversario de
casados, ella se mató con su pequeño biplaza alemán bautizado Chingolo II, en San Juan.

Fue sepultada en el camino que une Alta Gracia con la ciudad de Córdoba. La tumba no pasa
inadvertida pues Raúl, en su memoria, hizo levantar un obelisco de granito y mármol de 82 metros de
alto. Se dice que allí también están sepultadas todas las joyas de Myriam, hasta el famoso diamante
Cruz del Sur de 45 kilates.

La literatura es un capítulo central en la vida de Barón Biza. Su obra le valió desprecio social y religioso,
el mote de pornógrafo y procesos por obscenidad, uno por su novela "El Derecho de Matar", de 1933,
cuyos 5.000 ejemplares fueron secuestrados de la imprenta sin orden judicial.

A los 36 años se casó en secreto con Rosa Clotilde Sabattini, de 17 años, hija del fuerte dirigente radical
Amadeo Sabattini, que dejó de ser su amigo en ese momento. La pareja tuvo tres hijos: Carlos, Jorge y
Marisa Cristina.

Cuando Arturto Frondizi fue presidente, designó a Rosa al frente del Consejo Nacional de Educación.
Pero ya en esa época el matrimonio estaba quebrado.
Los detalles de la separación se iban a discutir en el departamento de la calle Esmeralda ese domingo
de 1964, a las 20.

Enseguida el anfitrión ofreció whisky. Su mujer no quiso. Raúl se quedó con un vaso. Se acercó a Rosa
y le tiró el líquido en la cara. Era ácido muriático. Rosa gritó desesperada. Los abogados quisieron
asistirla y Raúl se encerró en otra habitación. El rostro de ella se desfiguraba. Tenía quemaduras
profundas. El ácido había destruido la nariz, los pómulos, un párpado y dañado el ojo. Alcanzó además
el pecho, los brazos, las manos y el cuello.

A las 12 del 17 de agosto Raúl fue hallado en el departamento, tendido en su cama. Se había pegado un
tiro en la sien derecha.

La vida de Rosa no fue vida sino un tormento físico y psicológico desde el ataque. Los médicos, de aquí
y de Europa, donde viajó con su hijo Jorge, no pudieron ayudarla. En 1978, en el departamento de la
calle Esmeralda, se tiró por la ventana.

Jorge, que fue un escritor talentoso, autor del libro "El desierto y la semilla" donde cuenta la
desgarradora búsqueda europea de la cara perdida de su mamá, también se mató, en 2001.

El rostro somos nosotros. Nos identificamos por la cara. Define el sexo, hasta la edad. Demuestra
sentimientos, estados de ánimo. Con ella hay comunicación pues se aleja o atrae a los otros; se emiten
y reciben mensajes y de ahí la importancia del rostro materno en el desarrollo humano.

Los antiguos latinos no hablaban de persona como propietario de derechos. Hablaban de "cabeza"
(rostro), ya que "es por la cabeza, de la que se hace la imagen, que se es conocido".

La cara se cuida, se embellece.

Dañarla multiplica las heridas pues se suman las sociales y las psíquicas, que son profundas y a veces
irreversibles. Perder la cara es lesión grave para la ley nacional, y el autor puede recibir hasta 6 años de
prisión.

La ley italiana de 1889 tenía dos tipos de lesiones: "Lo sfregio permanente del viso", como grave, y la
"deformazione permanente del viso", como gravísima. "Sfregio", en español, es corte, tajo, cicatriz.
"Viso", es rostro.

Los italianos entendían que la deformación supone una modificación en la cara que la torna repugnante
o desagradable.

La ley argentina agrupa como lesión grave tanto el tajo como la deformación, y no es necesario que ésta
cause repulsión.

¿Qué se entiende por cara? Anatómica o plásticamente es el espacio delimitado por el nacimiento del
pelo, la barbilla y ambas orejas. Pero como las razones de este delito son estéticas y sociales, también
se extiende el concepto a las orejas, al cuello y hasta a los daños en el hueso frontal y temporal.

Se ha dicho que no es lo mismo una cicatriz en el rostro de un hombre que en la de una mujer. Pero en
verdad no es así: para el derecho penal es igual la cicatriz en el labio de un "bigotudo" que en el de una
actriz. Lo que pasa es que para la reparación económica del daño provocado, las realidades sociales e
individuales toman otra dimensión.
https://www.ecured.cu/Rosa_Clotilde_Sabattini

Síntesis biográfica
Era hija del líder radical y gobernador de la provincia de Córdoba Amadeo Sabattini y exesposa del
escritor Raúl Barón Biza.

Estudios
Cursó sus estudios primarios y secundarios en Rosario, graduándose de maestra normal. Luego se
mudó a Buenos Aires (300 km al sur), donde fue pupila en el Colegio de las Mercedarias. Cuando
estaba en cuarto año de la secundaria, el 1 de marzo de 1936, el multimillonario terrateniente argentino
Raúl Barón Biza la raptó ―con el consentimiento de ella― del colegio de monjas. Cruzaron el Río de la
Plata y se casaron en la localidad uruguaya de Toledo (departamento de Canelones) el 5 de marzo de
1936.[1] Al regresar a Buenos Aires, Sabattini terminó la escuela secundaria e ingresó en la Facultad de
Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Se tituló como profesora de Historia. Por sus
excelentes notas le fue concedida una beca en Suiza para realizar estudios sobre los métodos
educativos y pedagógicos europeos.

Mientras estudiaba en el viejo continente recorrió varios países para perfeccionar su método de
aplicación pedagógica. Junto a Barón Biza tuvo tres hijos: Carlos, Jorge y Marisa Cristina.

Política
En 1940, regresa al país y fue detenida por orden del gobierno militar, y encarcelada en la prisión de
mujeres. Luego de ser liberada, se exilió junto a su marido en Montevideo.

En 1949 presidió el Primer Congreso Nacional de Mujeres Radicales por lo que es nuevamente
perseguida, pero esta vez por el Gobierno de Juan Domingo Perón, tomando un claro desafío en contra
de líder popular Evita Perón (que dos años antes había logrado la sanción de la ley del voto femenino).

En 1950, Evita Perón creó el Liceo de Estudios Secundarios de la ciudad de La Plata (a 60 km al sureste
de Buenos Aires), y contrató a Sabattini ―entre otras― como profesora de historia y literatura.

El 29 de octubre de 1950, estando ella refugiada en la casa de su padre en Villa María (provincia de
Córdoba), su esposo trató de matarla a balazos, pero ella fue defendida por uno de sus hermanos. Tanto
Barón Biza (de 50 años) como el hermano resultaron heridos de bala.[1]

En 1953 Sabattini volvió a autoexiliarse a Montevideo, en donde colaboró con las publicaciones hasta
llegar a dirigir el periódico Semana Radical.

Como pedagoga
De regreso a la Argentina, el presidente Arturo Frondizi ―quien se había hecho del poder mediante la
proscripción del pueblo peronista (la mitad del país)― la designó, en 1958, presidenta del Consejo
Nacional de Educación. Durante dos décadas, desarrolló una gran misión como educadora y periodista
hasta su muerte.

El 16 de agosto de 1964 su esposo ―el millonario argentino Raúl Barón Biza―, en medio de una
discusión sobre el divorcio, le arrojó un vaso de ácido sulfúrico en el rostro, provocándole daños
irreparables en la nariz, los pómulos, un párpado y un ojo, alcanzándole además el pecho, los brazos,
las manos y el cuello. Al día siguiente Barón Biza se suicidó. Desde ese ataque, la vida de Sabattini fue
un tormento físico y psicológico. Los médicos argentinos y de Europa, donde viajaba con sus hijos, no
pudieron ayudarla.

Sin embargo, en los 14 años siguientes, desarrolló una gran misión como educadora y periodista.

Muerte
El 25 de octubre de 1978, en el departamento de la calle Esmeralda (en Buenos Aires) donde había
sufrido el ataque, se suicidó tirándose por una ventana.

Fuentes
 Ferrer, Christian (2007): Barón Biza, el inmoralista. Buenos Aires: Penguin-Random House,
2007.
 «Rosa Clotilde Sabattini», artículo de agosto de 2008 en el sitio web Damas al Frente.
Consultado el 14 de abril de 2016.
 «Clotilde Sabattini», artículo del 22 de febrero de 2013 en el diario Página/12 (Buenos Aires).
Consultado el 14 de abril de 2016.

https://www.lavoz.com.ar/ciudadanos/raul-baron-biza-clotilde-sabattini-historia-loco-amor

a apasionada relación de Clotilde Sabattini y Raúl Barón Biza nació en 1935 con todos los
condimentos de un amor inadmisible para la sociedad de aquella época (volver al
canal Amores Nuestros).

Ella tenía 16 años y era hija del gobernador electo de la provincia de Córdoba, Don Amadeo
Sabattini.
Él tenía 35, era el millonario amigo de Amadeo y financista de su campaña política. Para seguir al
hombre que amaba Clotilde escapó del internado del colegio de Las Mercedarias, esta elección la llevó a
estar lejos de su padre por largos períodos de tiempo. Sabattini sufría, callaba y veía de lejos la riesgosa
vida que su hija había elegido al lado de un hombre voraz.

http://archivo.lavoz.com.ar/07/12/14/secciones/cultura/nota.asp?nota_id=143871

Viernes 14 de diciembre de 2007


Edición impresa | Cultura | Nota
Biografía
Barón Biza, el nombre de una maldición
Candelaria de la Sota presenta "El escritor maldito", un libro que escarba en las profundidades
biográficas de Raúl Barón Biza.
Mara Balestrini
De nuestra Redacción
mbalestrini@lavozdelinterior.com.ar

De las historias que componen el anecdotario cordobés, la de Raúl Barón Biza, y por propiedad
transitiva la de quienes formaron su circuito íntimo, parece ser la más extravagante. Como el mausoleo
que el escritor construyó en 1935 para su primer amor, la aviadora Myriam Stefford –esa ala de avión
incrustada en la llanura en el camino hacia Alta Gracia– su vida fue una parábola vertiginosa, un periplo
que serpenteó entre los placeres y el padecimiento, el amor y el odio, la razón y los impulsos.

De esa historia plagada de cicatrices y excesos, habla Candelaria de la Sota en su primer libro, El
escritor maldito (Vergara, 2007). Se trata de una investigación periodística que nació hace más de 15
años mientras la autora ayudaba a un profesor (Christian Ferrer, quien publicó también una biografía de
Raúl Barón Biza en marzo de este año) a buscar las publicaciones del escritor: “Los libros eran difíciles
de conseguir, por ser ediciones del propio autor que no habían sido reeditadas. Me pareció curioso, ya
que al menos tres de sus obras (El derecho de matar, Punto final y Todo estaba sucio) se habían
vendido muy bien. Descubrí entonces que la figura de Barón Biza estaba rodeada de un aura de misterio
y me propuse investigarla”, explica De la Sota en diálogo con La Voz del Interior.

Extrañas coincidencias

Un dato llevó a otro y, hurgando en el pasado, la periodista se vio envuelta en una cadena de
casualidades que ligaban su historia familiar con la de su objeto de estudio: “Encontré anécdotas que
relacionaban a mi familia con Barón Biza y Clotilde Sabattini –segunda mujer del escritor–, quien militó
en la Ucri y en el MID, junto a mi abuelo Arturo Zanichelli, que fue gobernador de Córdoba durante la
presidencia de Arturo Frondizi, período en el cual Clotilde fue presidenta del Consejo Nacional de
Educación. Desde ese momento, me volví una apasionada por Raúl Barón Biza y su historia”, explica la
autora.

–¿Cómo fue el proceso de investigación y la selección de las fuentes?

–Comencé buscando los libros de Raúl Barón Biza en ferias, librerías y en bibliotecas de viejos y
conocidos que tenían guardados ejemplares en sus casas. Paralelamente, busqué reconstruir su vida:
conseguí datos en diarios y revistas. Luego, obtuve su partida de nacimiento y finalmente, el expediente
judicial que se abrió a raíz de la agresión que cometió Barón Biza contra Clotilde Sabattini y el posterior
suicidio del escritor. También recurrí al libro El desierto y su semilla, de Jorge Barón Biza –hijo del
escritor –. En cuanto a las fuentes personales, fueron una tarea más compleja: de la familia de Barón
Biza, sólo Andrea Sabattini (sobrina de Clotilde) accedió a hablar conmigo. Carlos, el hijo mayor del
escritor no quiso saber nada del tema. Encontré en cambio mucha colaboración de gente de Alta Gracia,
militantes del MID que recordaban el paso de Barón Biza por el radicalismo y hasta los comerciantes de
las galerías subterráneas que él tenía debajo del Obelisco. Además, colegas apasionados por Barón
Biza me ayudaron en la investigación: Pablo Cozzani, Pepe Frattini, Cristian Moreschi, por ejemplo.

La semilla en el desierto

En El escritor maldito, Barón Biza aparece como un excéntrico, un provocador, un sujeto acaso abyecto
y separado de su contexto. Sin embargo, su sed de provocación y propensión al escándalo están en
sintonía con una tendencia vanguardista vigente en la década de 1930, que involucraba a otros autores
del panorama intelectual argentino. El libro de De La Sota, no obstante, hace foco en el marco político y
social en el que se desarrolló la vida del autor.

–¿Por qué dejar de lado esos datos del contexto que, de alguna manera, podrían resignificar
parte de la obra de Barón Biza?
–Resulta imposible tratar de incluir a Barón Biza entre los movimientos intelectuales y los grupos
culturales de las distintas épocas en las que vivió, porque él no tenía ningún vínculo con ellos, incluso
los despreciaba. Barón Biza nunca tuvo preocupación por pertenecer a la elite cultural e intelectual. Para
él, sus libros no eran más que una herramienta para provocar a sus pares, a sus compañeros de clase.
No buscaba con la escritura insertarse en ningún movimiento estético o intelectual de su época. Y de
hecho, eso no ocurrió.

–En marzo de este año se publicó “Barón Biza”, un libro de Christian Ferrer que también aborda
la vida de Raúl, y el mes pasado se editó en España “El desierto y su semilla”, la novela de Jorge
Barón. ¿A qué creés que responde este interés por los Barón Biza?

–Cuando me enteré de que había salido el libro de Ferrer, me alegré mucho. Hacía años que yo sabía
que Christian Ferrer tenía intenciones de escribir sobre Barón Biza, pero como en los últimos tiempos
perdí el contacto con él, no sabía si finalmente había desistido o no. Creo que en algún momento la
figura de Barón Biza debía ser rescatada del olvido, un olvido injustificado porque se trata de alguien que
despertó grandes polémicas y produjo éxitos editoriales, independientemente de cómo se evalúe su obra
literaria. Por otro lado, la reedición de El desierto y su semilla me parece lógica, es un libro apasionante,
muy bien escrito, que se había agotado. De todas maneras, no sé si se puede establecer una relación
directa entre el rescate de Raúl Barón Biza y la reedición de la obra de Jorge.

–Más allá de su excentricidad y del morbo que esta historia sea capaz de suscitar, ¿la vida de
Raúl Barón Biza, una persona íntimamente ligada a los sectores de poder, puede servir como hilo
conductor para entender las peripecias del devenir político y social del país?

–Una figura como Barón Biza, que transitó tantos caminos en distintos momentos políticos del país, nos
permite mirar desde un ángulo diferente cómo evolucionaron los acontecimientos en los últimos 100
años. Su mirada sobre la sociedad era muy particular y creo que una recorrida sobre su vida puede
servir para alumbrar una perspectiva particular sobre los distintos hechos políticos de la Argentina del
siglo 20. De todas maneras, ese no es el objetivo principal de mi libro, sino más bien un efecto colateral.

http://viajes.elpais.com.uy/2016/11/05/amor-misterio-y-maldicion-en-la-otra-orilla-1932/
Amor, misterio y maldición en la otra orilla
(1932)

En el colmo de la extravagancia, invitaban pordioseros a fiestas con la alta aristocracia, al final de las cuales
todo terminaba en una orgía sin distinción de clases. Lo recriminable no era la orgía, sino la promiscuidad con
gente pobre. ¡Qué asco!
Si uno lee las novelas policiales de comienzos del siglo XX, estas cosas podían ocurrir en Londres, en París, en Niza,
pero jamás en Buenos Aires. Ni siquiera en Nueva York, ese borbollón de nuevos ricos sin clase. Pero nuestro
corresponsal nos trae un caso que dejaría chiquita a la más frondosa imaginación de aquellas literatas.
Por Alberto Moroy
La historia de hoy parece sacada de una ficción de Agatha Christie pero no, es real y transcurrió en la otra orilla
(Argentina), alrededor del año 1930. Los protagonistas Myriam Stefford y Raúl Barón Biza. El, además de súper
millonario, era escritor y bien conocido por sus libros escandalosos. Por el quinto libro (“El derecho de matar”, que le
dedicó al Papa 1933-1935), se lo tildó de pornógrafo y la edición fue secuestrada. Por “Punto final” (1942), fue a la
cárcel por un par de semanas. Su obra comprende cinco libros más entre ellos uno “Por qué me hice revolucionario
(1932) publicado en Montevideo. Para los que le interese el “entre líneas” abajo jugosas afirmaciones de gente del lugar,
quienes por algún motivo tienen más datos de los conocidos

Ver datos ¡interesante!

http://peinatequevienegente.com/blog/2006/09/baron-biza/
Algunos de sus libros

De Barón Biza se dijo que era: Macabro, misógino, satánico, pornográfico, provinciano delirante, escandaloso y
pervertido Ella era una actriz en ascenso, se llamaba Myriam Stefford (Rosa Margarita Rossi Hoffman), protagonista de
dos películas, y gran escaladora social. En la portada los vemos juntos, luciendo ella en su mano derecha el brillante
“Cruz del Sur” de 45 quilates regalo de su consorte, abajo otra donde pulseras y brazaletes le llegan “casi al codo.” Tras
una agitada vida privada y pública, se suicidó tras arrojar un vaso de ácido sulfúrico al rostro de su segunda esposa. Del
accidente aéreo de la prometida (Myriam Stefford) todavía hay dudas.
Unos años antes en Europa
En agosto de 1926, Raúl Barón Biza se embarca hacia Europa donde lleva una vida licenciosa plagada de excesos.
Permanece varios meses en París frecuentando los círculos bohemios de Montmartre para posteriormente recalar en
Venecia. Allí conoce a Myriam Stefford, comenzando así una relación idílica que lo acompañará hasta el último momento
de su vida. En 1928 la pareja viaja a Buenos Aires, sembrando la envidia entre sus amistades, Myriam se pasea por las
calles porteñas llevando de la mano un leopardo amaestrado al que había apodado Gaucho.

El 28 de agosto de 1930 se casan en la Basílica de San Marcos, en Venecia, en el 31 vuelven a Buenos Aires y se
radican en una exclusiva mansión de la Avenida Quintana, en ella organizan suntuosas y surreales fiestas, las que llegan
a su punto máximo de escándalo cuando invitan a encumbrados miembros de la sociedad capitalina con la condición que
vinieran disfrazados de pordioseros y a su vez recorren el puerto y distintos barrios bajos de Buenos Aires buscando
mendigos auténticos para invitarlos a la fiesta. Se sirve fainá, tortas fritas y vino a granel, luego sobrevendrá una orgía de
proporciones, en donde mujeres de rancio abolengo se acuestan en las lujosas habitaciones con pordioseros
creyéndolos ricos terratenientes. Barón Biza habría declarado luego, había tenido el todopoderoso gesto de hacer
resurgir en ellos el espíritu de sus ancestrales, todo el origen de la formación de nuestra pobre y mentida aristocracia.
(Fuente http://caminandolapampa.blogspot.com.ar/)
Myriam Stefford (Rosa Margarita Rossi Hoffman)
Basílica San Maros (Venecia)

Ella
Fue una “starlet”, estrella de la pantalla y algunos escenarios europeos. Su verdadero nombre era Rosa Margarita Rossi
Hoffman. Era hija de padres italianos y nació en Berna, Suiza, en el año 1905. Su padre trabajaba en una fábrica de
chocolates y su madre era ama de casa. Cuando tenía quince años Rosa Margarita escapó de la tranquilidad de su casa
y comenzó a recorrer las calles de Viena y Budapest. Así, llegó al teatro y empezó a desenvolverse como actriz, “sin más
talento que su belleza”. Desde entonces comenzó a usar el nombre artístico “Myriam Stefford”. Subió a los escenarios de
Viena y actuó en las películas alemanas “Póquer de ases”, “Moulin Rouge” y “La duquesa de Chicago”.

Él
Myriam Stefford /Raúl Barón Biza

Cordobés de Villa María, había nacido en 1899. Su padre, Wilfrid, había amasado una fortuna con el comercio de
cereales a fines del siglo XIX, y había sido uno de los colonizadores de La Pampa, donde un busto lo recuerda todavía
en uno de los pueblos que fundó: Colonia Barón. Catalina Biza, la esposa de Vilfrid, era una tucumana hija de españoles
que había puesto su fortuna al servicio de la ayuda social, y tenía raíces en una familia tradicional y católica de la alta
burguesía. Por privilegios de cuna, además de méritos propios, había recibido la Orden Franciscana, la Cruz Pontificia y
la nominación de Comendador del Santo Sepulcro.

Raúl Barón Biza, millonario, joven y exitoso. Nació en Córdoba en 1899, de acomodada posición era hijo de los
millonarios Wilfrid Barón y Catalina Biza, poseedores de grandes latifundios en la provincia de Córdoba. Desde joven
había incursionado en la política, la literatura y los negocios. Así, apoyó al líder radical Hipólito Yrigoyen, una posición
extremadamente inusual en las clases más acomodadas; en 1924 publicó Risas, lágrimas y sedas. En el orden de los
negocios, introdujo el cultivo sistemático del olivo en Argentina, y organizó la explotación de minas de wolframio y
bismuto en el noroeste del país. El Barón Biza era un rebelde, de carácter y actitudes imprevisibles. Actuaba sometido a
los extremos, todo negro o blanco, nada de medias tintas. Esta personalidad “bipolar” se materializó en todos los actos
de su vida…
La historia
Cuando llegaron a Buenos Aires en el verano de 1931, Stefford ya se había olvidado del cine. Vivían en una casona
frente a Plaza Francia, en Recoleta, y asistían a las galas del Colón, donde Myriam lucía pieles, brazaletes de Cartier y
un anillo con un diamante de cuarenta y cinco quilates, llamado Cruz del Sur. Para entonces, Myriam había empezado a
cultivar una pasión que la devoraría: volar. En dos meses había conseguido el brevet de piloto civil y había elegido como
instructor a Ludwing Fuchs, un alemán veterano de la Primera Guerra que había sido parte de la troupe del Barón Rojo.

“Quiero iniciar un vuelo de largo aliento y llegar con mi avión donde nunca llegó otra mujer”, decía. Barón Biza le había
regalado un monoplano biplaza construido en madera de pino, y en ese avión, al que habían bautizado Chingolo,
comenzaría el raid que la llevaría a la muerte.

Al principio, Stefford había planeado un vuelo a Río de Janeiro, como parte de un proyecto más ambicioso que la
convertiría en la primera mujer que uniera en avión Argentina y los Estados Unidos, pero Fuchs la había convencido de
intentar un itinerario más modesto que uniera las entonces catorce capitales de provincia.

El 18 de agosto de 1931 el viaje comenzó en el aeródromo de Morón, y la primera etapa acabó esa tarde al llegar a
Corrientes. Al día siguiente volaron a Santiago del Estero y luego a Jujuy, donde al aterrizar chocaron contra un
alambrado. El 26 de agosto de 1931, cuando estaban en camino hacia San Juan, el motor de la aeronave se paró sobre
los campos de Marayes y se incendió al caer. Ludwing Fuchs y Myriam Stefford murieron en el acto. Ella tenía 26 años.

Con Lwdwin Fuchs despegando de Castelar (B.A.)


Caras y Myriam Stefford con su avión Chingolo y en Venecia (Caretas y Caretas)

Su muerte
El 26 de agosto, cuando viajaban a San Juan, sobre la localidad de Marayes, el monoplano sufrió un desperfecto. La
rotura de la avioneta terminaría con la vida de Myriam Stefford y la de su instructor. La historia del accidente de Myriam
está teñida de mitos e hipótesis. Una sostiene que Barón Biza sospechaba que existiera un romance entre su mujer y
Luis Fuch. Por eso, poseído por sus celos, habría limado la chaveta del motor del avión para provocar la caída. Sin
embargo, las pericias policiales nunca pudieron comprobar esto.

¡¡Myriam Stefford no falleció en un accidente aéreo, sino que fue asesinada!!


EL Mausoleo
Monumento a Myriam Stefford en Córdoba 31°33’59.66″S 64°19’59.13″O

Para recordarla siempre, Raúl Barón Biza le encargó al ingeniero Fausto Newton la construcción de un gigantesco
mausoleo. Cerca de cien obreros polacos trabajaron en el mismo y en el año 1935 lo inauguró colocando el féretro de su
amada en la cripta de ese monumento. El mismo es de hormigón armado, granito y mármol, posteriormente se le puso
una puerta blindada con acerco de una chapa del Graf Spee Aún hoy se alza al costado de la ruta provincial 5, en el
Paraje Los Cerrillos, entre las localidades de Alta Gracia y Córdoba, con una altura de 82 m y 15 m de cimentación ¡Mas
alto que el obelisco de Buenos Aires (67,5 mts).
“Maldito sea el que ose profanar esta tumba”
En su interior, a seis metros de profundidad, se depositó el cuerpo de Myriam Stefford. Contra los rumores de una
profanación, Gustavo Liebau, abogado del nieto de Raúl Barón Biza (quien mandó construirlo), aseveró que una
inspección con peritos judiciales, años atrás, constató que los restos de la mujer siguen allí. También los de Barón Biza
están en otro sitio, del mismo predio.

¡Puerta construida con chapa del Admiral Graf Spee! / Mausoleo, vista Google Earth

El día de la inauguración
Llegó el momento de la inauguración el 30 de agosto de 1936, y una nueva fiesta popular al pomposo estilo de Barón
Biza. Asado criollo para todos los humildes que venían de Córdoba en ómnibus pagados por el anfitrión y un encendido
discurso de su amigo, el abogado Néstor Aparicio. Luego quedó inaugurado el campo de aterrizaje y local del club
deportivo “Myriam Stefford” con una competencia de aviones.

En 1946, apenas llegado el peronismo al poder, Raúl Barón Biza vendió su estancia de Alta Gracia a Otto Bemberg, pero
se quedó con el predio donde se levantaba el monumento funerario, al que mandaría a sellar con dos chapas de grueso
acero naval sacadas del acorazado alemán Graf Spee Antiperonista, el viudo se exiliaría en Montevideo y casi no
volvería a la tumba de su mujer. El mausoleo quedaría cerrado hasta septiembre de 1955, cuando fuera ocupado por una
columna militar leal al presidente Perón, que lo utilizó como observatorio estratégico durante el alzamiento en Córdoba
del general Lonardi.

La otra mujer
A los 36 años se casó en secreto con Rosa Clotilde Sabattini, de 17 años, hija del fuerte dirigente radical Amadeo
Sabattini, que dejó de ser su amigo en ese momento. La pareja tuvo tres hijos: Carlos, Jorge y Marisa Cristina. Cuando
Arturo Frondizi fue presidente, designó a Rosa al frente del Consejo Nacional de Educación. Pero ya en esa época el
matrimonio estaba quebrado. Los detalles de la separación se iban a discutir en el departamento de la calle Esmeralda
ese domingo de 1964, a las 20. Enseguida el anfitrión ofreció whisky. Su mujer no quiso. Raúl se quedó con un vaso. Se
acercó a Rosa y le tiró el líquido en la cara. Era ácido muriático. Rosa gritó desesperada. Los abogados quisieron
asistirla y Raúl se encerró en otra habitación. El rostro de ella se desfiguraba. Tenía quemaduras profundas. El ácido
había destruido la nariz, los pómulos, un párpado y dañado el ojo. Alcanzó además el pecho, los brazos, las manos y el
cuello. A las 12 del 17 de agosto Raúl fue hallado en el departamento, tendido en su cama. Se había pegado un tiro en la
sien derecha .La vida de Rosa no fue vida sino un tormento físico y psicológico desde el ataque. Los médicos, de aquí y
de Europa, donde viajó con su hijo Jorge, no pudieron ayudarla. En 1978, en el departamento de la calle Esmeralda, se
tiró por la ventana.

Rosa Clotilde Sabattini

Rosa Sabattini (Rosario, 1918 Buenos Aires, 25 de octubre de 1978) fue hija del líder radical y gobernador de la
Provincia de Córdoba don Amadeo Sabattini y ex-esposa del escritor Raúl Barón Biza. Biografía Rosa estudió en la
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, donde se tituló como profesora de historia. Por sus
excelentes notas le fue concedida una beca en Suiza para realizar estudios sobre los métodos educativos y pedagógicos
europeos.

Mientras estudiaba en el viejo continente recorrió varios países para perfeccionar su método de aplicación pedagógica.
Estando en Europa contrae matrimonio con 17 años con el poeta y estanciero Raúl Barón Biza con el que tiene una
controvertida relación siendo ella 20 años menor. Junto a Barón Biza tuvo tres hijos: Carlos, Jorge y Marisa Cristina. En
1940 regresa al país, es detenida por orden del gobierno militar y encarcelado en una prisión de mujeres. Luego de ser
liberada se exilió junto a su marido en Montevideo.

En 1949 presidió el Primer Congreso Nacional de Mujeres Radicales, por lo que es nuevamente perseguida, esta vez por
el gobierno de Juan D. Perón, mostrando un claro desafío en contra de Evita. En 1950 contribuyó con la creación del
Liceo de Estudios Secundarios de la ciudad de La Plata, del cual fue profesora de historia y literatura. La persecución en
su contra no cesaba y en 1953 vuelve a huir a Montevideo, en donde colaboró con diversas publicaciones hasta llegar a
dirigir el periódico Semana Radical.

De regreso a la Argentina, el presidente Arturo Frondizi la designa, en 1958, presidenta del Consejo Nacional de
Educación. Durante dos décadas, hasta su muerte, desarrolló una gran misión como educadora y periodista.

El vaso con ácido nítrico en el rostro de Clotilde


El 16 de agosto de 1964 su esposo, en medio de una discusión sobre el divorcio, le arrojó un vaso de ácido en el rostro
provocándole daños irreparables en la nariz, los pómulos, un párpado y un ojo, alcanzándole además el pecho, los
brazos, las manos y el cuello. La vida de esta mujer fue, desde ese ataque, un tormento físico y psicológico. Los médicos
de Argentina y Europa, adonde viajaba con sus hijos, no pudieron ayudarla. En 1978, desde el mismo departamento de
la calle Esmeralda donde había sufrido el ataque, se tiró por la ventana. (Raúl Barón Biza – Secretos de Familia –
Magdalena Ruiz Guiñazu)
Su vida signada por una especie de maldición se extendió a su familia. Clotilde, que llegó a ser una importante
funcionaria del gobierno de Arturo Frondizi, dedicó buena parte de su vida a tratar de recomponer su rostro desfigurado,
sometiéndose a cirugías reconstructivas, la mayoría de ellas en Italia. Pero finalmente también optó por el suicidio. Y lo
mismo sucedió con dos de los tres hijos que había tenido con Barón Biza, María Cristina y Jorge, quienes se quitaron la
vida en años posteriores .Antes de saltar desde el piso 12 de un edificio de Nueva Córdoba, Jorge (su hijo) desarrolló
una intensa vida dedicada a la literatura y al periodismo. Entre otras cosas, escribió una novela memorable, “El desierto y
su semilla”, en la que narra la historia familiar marcada por aquel vaso de ácido.

Reseña: El desierto y su semilla, de Jorge Baron Biza

http://www.losinrocks.com/libros/resena-el-desierto-y-su-semilla-de-jorge-baron-biza#.V0w4hTXhBnI

http://canalettiweb.com/tag/clotilde-sabattini/

La tragedia del rostro perdido (a propósito del caso Baron Biza)


Por Ricardo Canaletti - 18 abril, 2016 713 0
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Myriam Sttanfford y Baron Biza


A la entrada, sobre una mesa, había un saco de mujer, negro pero quemado. En el living, dos botellas y
cuatro vasos. Cerca, un sillón con el paño chamuscado. Eran rastros del drama ocurrido en el
departamento 33 del 8° piso de Esmeralda 1256, el domingo 16 de agosto de 1964.

Raúl Barón Biza había citado allí a su mujer, Rosa Clotilde Sabattini, para hablar del divor- cio. También
a los abogados.

Rául nació en Córdoba en 1899. Era hijo de los millonarios Wilfrid Barón y Catalina Biza, establecidos en
Alta Gracia. Fue militante yrigoyenista, playboy, duelista, escritor y hombre de mundo. Era de esos
típicos personajes argentinos de la décadas de los años 20 y 30 del siglo XX que iba a Europa a tirar
manteca al techo. En 1928 conoció en Venecia a Rosa Martha Rossi Hoffmann, una novel actriz
austríaca que usaba el apodo de Myriam Stefford. Entre ellos todo fue tan desmedido como fastuoso. En
la basílica San Marcos de esa ciudad se casaron en 1930 pero se radicaron en Córdoba.
En 1931, antes de terminar su curso de piloto de avión y dos días antes del primer aniversario de
casados, ella se mató con su pequeño biplaza alemán bautizado Chingolo II, en San Juan.

Fue sepultada en el camino que une Alta Gracia con la ciudad de Córdoba. La tumba no pasa inad-
vertida pues Raúl, en su memo- ria, hizo levantar un obelisco de granito y mármol de 82 metros de alto.
Se dice que allí también están sepultadas todas las joyas de Myriam, hasta el famoso diamante Cruz del
Sur de 45 kilates. La literatura es un capítulo central en la vida de Barón Biza. Su obra le valió desprecio
social y religioso, el mote de pornógrafo y procesos por obscenidad, uno por su novela “El Derecho de
Matar”, de 1933, prohibida por el gobierno de Agustìn O. Justo (a quien Barón Biza había llamado
grotesco y fofo tiranuelo), y cuyos 5.000 ejemplares fueron secuestrados de la imprenta sin orden
judicial. La persecusión lo incentivo, acaso, para enviarla un ejemplar al Papa… La novela tiene
consideraciones de tono filosófico, escenas de erotismo y, en general, es bastante irregular. Lo cierto es
que no fue condenado y eso le permitió editar una edición en rùstica, en su portada hay una calavera y
una hoz.

220px-El_Derecho_de_MatarA los 36 años se casó en secreto con Rosa Clotilde Sabattini, de 17 años,
hija del fuerte dirigente radical Amadeo Sabattini, que dejó de ser su amigo en ese momento. El caudillo
estaba indignado; a quien consideraba su amigo no era más que un patán, disoluto y falsario que había
seducido nada menos que a su hija menor de edad. La oposición de Sabattini no frenó a la pareja.
Luego de una estancia en Europa, volvieron pero fueron perseguidos por el régimen peronista y se
establecieron en Uruguay, donde nacieron sus tres hijos: Carlos, Jorge y Marisa Cristina.

Cuando Arturto Frondizi fue presidente, designó a Rosa al frente del Consejo Nacional de Educación.
Pero ya en esa época el matrimonio estaba quebrado. La verdad era que venga quebrado desde 1953 y
que los desarreglos de Barón Biza hasta llevaron al hermano de Clotilde a desafiarlo a un duelo con
pistolas. Ese duelo se realizó y ambos sufrieron heridas de pocas consideración.

L;os hijos ya no vivan con su padre y la separación era una larga, tediosa, lacerante negociación que
dure años. Años después, por fin, los detalles de la separación se discutirían en el departamento de la
calle Esmeralda ese domingo de 1964, a las 20.

barón-biza-historias-de-amor-juan-carlos-boveri
Barón Biza
Enseguida el anfitrión, es decir Baròn Biza, ofreció whisky. Su mujer no quiso. Raúl sirvió a los abogados
pero se quedó con un vaso. Vertió un líquido y se acercó a Rosa. Era whisky. No. Le tiró el líquido en la
cara. Era ácido muriático. Rosa gritó desesperada. Los abogados quisieron asistirla y Raúl salir
corriendo hacia su habitación y se encerró en ella. El rostro de Clotilde se desfiguraba. Tenía
quemaduras profundas. El ácido había destruido la nariz, los pómulos, un párpado y dañado el ojo.
Alcanzó además el pecho, los brazos, las manos y el cuello.

A las 12 del 17 de agosto Raúl fue hallado en el departamento, tendido en su cama. Se había pegado un
tiro en la sien derecha.

La vida de Rosa no fue vida sino un tormento físico y psicológico desde el ataque. Los médicos, de aquí
y de Europa, donde viajó con su hijo Jorge, no pudieron ayudarla. En 1978, en el departamento de la
calle Esmeralda, el mismo en el cual habpìa sufrido la agresión, se tiró por la ventana.

Clotilde_Sabattini
Cllotilde Sabattini
Jorge, que fue un escritor talentoso, autor del libro “El desierto y la semilla” donde cuenta la
desgarradora búsqueda europea de la cara perdida de su mamá, también se mató, en 2001.

Desfigurar el rostro

El rostro somos nosotros. Nos identificamos por la cara. Define el sexo, hasta la edad. Demuestra
sentimientos, estados de ánimo. Con ella hay comunicación pues se aleja o atrae a los otros; se emiten
y reciben mensajes y de ahí la importancia del rostro materno en el desarrollo humano. Los antiguos
latinos no hablaban de persona como propietario de derechos. Hablaban de “cabeza” (rostro), ya que “es
por la cabeza, de la que se hace la imagen, que se es conocido”.

La cara se cuida, se embellece. Dañarla multiplica las heridas

pues se suman las sociales y las psíquicas, que son profundas y a veces irreversibles. Perder la cara es
lesión grave para la ley nacional, y el autor puede recibir hasta 6 años de prisión.

La ley italiana de 1889 tenía dos tipos de lesiones: “Lo sfregio permanente del viso”, como grave, y la
“deformazione permanente del viso”, como gravísima. “Sfregio”, en español, es corte, tajo, cicatriz.
“Viso”, es rostro.

Los italianos entendían que la deformación supone una modificación en la cara que la torna repugnante
o desagradable.

La ley argentina agrupa como lesión grave tanto el tajo como la deformación, y no es necesario que ésta
cause repulsión.

¿Qué se entiende por cara? Anatómica o plásticamente es el espacio delimitado por el na- cimiento del
pelo, la barbilla y ambas orejas. Pero como las razones de este delito son estéticas y sociales, también
se extiende el concepto a las orejas, al cuello y hasta a los daños en el hueso frontal y temporal.

Se ha dicho que no es lo mismo una cicatriz en el rostro de un hombre que en la de una mujer. Pero en
verdad no es así: para el derecho penal es igual la cicatriz en el labio de un “bigotudo” que en el de una
actriz. Lo que pasa es que para la reparación económica del daño provocado, las realidades sociales e
individuales toman otra dimensión.

http://continuidaddeloslibros.com/baron-biza-semillas-una-escritura/
Barón Biza, semillas de una escritura
Autor: Fernanda Juarez
Dos días antes de que se produjera el atentado a las torres gemelas en Nueva York, Jorge
Baron Biza se arrojó desde el doceavo piso de su departamento ubicado en el centro de
la ciudad de Córdoba. El escritor y crítico de arte no hubiera imaginado en ese momento que
su única novela, El desierto y su semilla –publicada en 1998 en una edición que él mismo pagó
de su bolsillo- iba a ser elegida por la revista española Babelia, en 2016, como uno de los libros
más destacados de la literatura de habla hispana de los últimos tiempos, además de ser
traducido al francés, italiano, holandés e inglés, un privilegio del que gozan apenas un puñado
de escritores latinoamericanos. El salto al vacío vino a confirmar algo que muchos daban por
descontado. El eco de su apellido y la pregnancia de una serie de episodios trágicos suscitados
en el seno familiar signaron la obra de Jorge Baron Biza, quien nunca pudo escapar a la
creciente sombra de una cruz heredada que selló su propio destino. “Una gran corriente de
consuelos afluyó hacia mí cuando se produjo el primer suicidio en la familia. Cuando se
desencadenó el segundo, la corriente se convirtió en un océano vacilante y sin horizontes.
Después del tercero, las personas corren a cerrar la ventana cada vez que entro en una
habitación que está a más de tres pisos. En secuencias como ésta quedó atrapada mi soledad”.
Esas líneas consignadas como un conjuro en la solapa de su libro finalmente se transformaron
en una profecía y Baron Biza murió sin saber que su obra, con el paso del tiempo, iba a cobrar
una dimensión insospechada.
Un escritor excéntrico
¿En qué tradición literaria podemos inscribir la figura de Jorge Baron Biza? Como señala Martín
Albornoz, “disponerlo en la ristra de los suicidados y marginales ha sido en cierto modo la
reacción más obvia y a la vez más perezosa” de la crítica. Pero además de la sentencia de
habitante de los márgenes y miembro selecto del club de escritores de novela única y sin
descendencia, Baron Biza cosechó otro calificativo que lo define mejor: el de escritor
excéntrico, una definición que responde tanto al carácter original de su obra como a su
ubicación fuera del centro o, en todo caso, a la creación de un centro propio en cuyo núcleo late
la pulsión estética y la búsqueda de la belleza como elementos constitutivos de su escritura.
En cierto modo, Baron Biza era consciente de las marcas que había dejado en su producción
esa condición errante que aparecía encriptada en una diversidad de lugares a un lado y
otro del océano, sin conexión aparente: Buenos Aires, Friburgo, Rosario, Villa María, La Falda,
Montevideo, Milán, Nueva York. Marcas de una existencia signada por incesantes traslados
producto tanto de la turbulenta relación de sus padres como de los avatares políticos del país
que lo habían llevado a rebotar de ciudad en ciudad durante gran parte de su vida. “Siento que
escribo desde la mitad del Atlántico. Estoy con un pie en Europa y otro en América”,
confesó en 1998. Los chispazos de esas tensiones entre centro y periferia parecieron
intensificarse a partir de su mudanza definitiva a la ciudad de Córdoba. La buena recepción que
tuvo El desierto y su semilla por parte de la crítica porteña le permitió, al menos inicialmente,
acortar la distancia entre Córdoba y Buenos Aires, aunque la aparente disminución de esa
brecha insalvable no bastó para torcer el rumbo de un final anunciado. Córdoba era una caja
de resonancia de las tragedias familiares de los Baron Biza y cuando eligió ese lugar para
radicarse definitivamente también eligió enfrentar los fantasmas del pasado y aproximarse al ojo
de un torbellino amenazante que podía arrastrarlo.
Un monumento en forma de obelisco, emplazado a pocos
kilómetros de la ciudad de Córdoba y mandado a construir en 1936 por su padre, el millonario
Raúl Baron Biza, para honrar la memoria de quien fuera su primera esposa –la actriz y
aviadora Myriam Stefford fallecida en un accidente aéreo– atraía como una aguja imantada
las limaduras y filosos recortes de una historia extravagante. La magnífica tumba de ochenta y
dos metros de altura –erigida sobre los restos de la joven aviadora y donde supuestamente
también habían sido enterradas sus joyas- alimentaba todo tipo de fantasías y especulaciones
entre el público cordobés. En el imaginario popular se fueron fusionando los nombres de esa
saga familiar y se confundieron acontecimientos, protagonistas y momentos históricos, hasta
quedar todo perfectamente engarzado por el hilo de la tragedia y la locura.
El nombre en disputa
Jorge Baron Biza era hijo de Raúl Baron Biza y de su segunda esposa, Clotilde Sabattini,
militante política y feminista. Su padre es autor de una obra literaria apenas recordada que se
publicó con gran repercusión entre las décadas de 1930 y 60 en nuestro país. Porque me hice
revolucionario (1932), El derecho de matar (1933), Punto final (1942) y Todo estaba
sucio (1963) fueron algunos de los títulos con los que este extraño personaje se ganó un lugar
en las páginas negras de las letras vernáculas y el mote de “escritor maldito”. La separación y
diferenciación de esas dos figuras – la del padre y la del hijo- que persistían en estado de
espectral simbiosis y unidas por el halo siniestro ceñido sobre ese apellido, constituían para
Jorge Baron Biza una materia pendiente. “Empecé a escribir muy tarde. Tal vez porque temía
que me confundieran con mi padre, él mismo un escritor notable. Ahora tengo un cierto apuro.
Tengo 57 años y no gozo de buena salud”, decía en 1999 en una entrevista publicada tras la
aparición de su novela.
Rosa Clotilde Sabattini, madre de Jorge Baron Biza,
alcanzó notoriedad pública por su desempeño en el ámbito político y educativo a mediados del
siglo pasado. Hija del líder radical y gobernador de la provincia de Córdoba, Amadeo Sabattini,
Clotilde participó desde muy joven en las filas femeninas del radicalismo. Con la llegada
del peronismo al poder, conoció la cárcel y el exilio. El punto cúlmine de su carrera se produjo
durante la presidencia de Arturo Frondizi, cuando fue designada presidenta del Consejo
Nacional de Educación (1958-1962), un cargo al que nunca antes había llegado una mujer.
Pero la estrella de Clotilde comenzó a apagarse el 16 de agosto de 1964 cuando, tras
incontables idas y vueltas, pactó reunirse –en presencia de sus abogados- con Raúl Baron Biza
para acordar los términos del divorcio sin sospechar que el encuentro era, en realidad, una
emboscada. Baron Biza había preparado la escena: una botella cargada con ácido, previa
determinación de lanzar ese líquido corrosivo sobre el rostro de quien hasta entonces
había sido su esposa. Clotilde tenía cuarenta y cinco años y ese episodio marcó, además del
comienzo de un infructuoso periplo para reconstruir su propia imagen tras recibir la agresión
sobre su rostro -narrado con minuciosidad y delicadeza por su hijo en El desierto y su semilla-,
el inicio del desmoronamiento familiar. A ese acto infame, le siguió -en horas- el suicidio de
Raúl Barón Biza, años más tarde –en 1978- el suicidio de Clotilde, luego el de Cristina –la
hija menor del matrimonio-. El ácido no sólo borró las líneas armónicas que definían el perfil
de una atractiva mujer, también esfumó los demás acontecimientos de su vida. Los diferentes
momentos en los que se escalonaba la biografía de Clotilde Sabattini quedaron finalmente
subsumidos en ese fatídico suceso.

En busca de la belleza perdida


A lo largo de su carrera, Jorge Baron Biza publicó en los principales medios gráficos del país,
así como en revistas especializadas, suplementos culturales, catálogos y apuntes de cátedra.
En el terreno periodístico, ningún género escapó a su pluma: crónicas, entrevistas, ensayos,
comentarios y la reseña –donde alcanzó notas altísimas- son muestras de un espíritu
preocupado por las más variadas aristas del quehacer cultural.
Según consta en su currículum, Baron Biza se inició –a
comienzos de la década de 1970- en tareas de corrección y edición en la editorial Abril, una
de las más importantes de la Argentina de aquel entonces; luego trabajó para otras
editoriales donde también cumplió funciones como traductor, prologuista y recopilador. En
ámbitos periodísticos, fue jefe de redacción y subdirector de La Revista y Arte al Día, y colaboró
en First, Nueva, Clarín, Página/12, Tres Puntos, La Voz del Interior, entre otros medios gráficos
del país. Además de la novela mencionada, fue el primero en traducir El Indiferente de Marcel
Proust al castellano y es autor del ensayo que acompaña al mismo texto (editorial Rita-
Rosemberg, 1987). En 1992 incursionó en la docencia con el dictado de cursos sobre
“periodismo de revistas” y, a partir de 1995, impartió clases en las carreras de Comunicación y
de Letras en la Universidad Nacional de Córdoba y también en Catamarca, pero la ausencia de
un título de grado y la burocracia universitaria le cerraron con doble vuelta de llave las puertas
de los claustros académicos. “Me formé en colegios, bares, redacciones, manicomios y
museos […] Todavía me quedó tiempo para leer a Mann, traducir a Proust y trabajar treinta
años como corrector, negro, traductor, editing man de unos trescientos libros, redactor y
periodista, en una amplia gama de revistas que incluyó desde revistas pornográficas y house-
organs de sanatorios psiquiátricos, hasta la escritura de horóscopos fundados sobre versos de
grandes poetas y la subdirección de una revista de alta sociedad, pasando –por supuesto- por
importantes obras culturales y varios años como reseñador de arte”.
El escritor en lo alto
Numerosos críticos y escritores de renombre se ocuparon en los últimos tiempos de la obra de
Jorge Baron Biza. En nuestro país, Christian Ferrer, Alan Pauls, Daniel Link, Sylvia Saítta y
María Moreno, son algunos de los intelectuales que repararon en el tinte prodigioso de su
escritura. Además de celebrar su novela, siguieron su estela hasta los confines de los
suplementos dominicales y las revistas culturales donde Baron Biza dejó, con sus exquisitas
notas, un cielo centellante de agudas observaciones y las más variadas citas de la cultura
universal en forma de retratos, reseñas y crónicas. En 1999, Baron Biza había logrado
concretar la publicación de Los cordobeses en el fin de milenio (Ediciones del
Boulevard), un libro que recopilaba una veintena de artículos periodísticos publicados en el
matutino La Voz del Interior. Esos escritos rebosantes de detalles y referencias del mundo
urbano se lucen en la voz de un narrador exquisito, capaz de combinar la sencillez de un relato
callejero con pinceladas de notable erudición. Según Christian Ferrer, el oficio de crítico de arte
y la redacción de crónicas urbanas era una combinación posible en la escritura de este autor
“porque Jorge Baron era culto podía prescindir de la jerga académica y porque era libre se
interesaba por la cultura popular”.

El abanico de temas abordados por Baron Biza nos habla de un escritor autodidacta con una
sólida formación –especialmente en áreas como filosofía, historia del arte, literatura, estética y
teoría de la cultura- y siempre abierto a la exploración y el planteamiento de nuevos enfoques
para el análisis cultural y la crítica periodística. Tanto en su faceta de escritor –además de El
desierto y su semilla, algunas investigaciones dan cuenta de la existencia de una novela inédita
titulada La mujer en lo alto– y como resultado de una profusa labor en el campo de la crítica de
arte y el periodismo, Jorge Baron Biza dejó una vasta obra escrita, también reseñada en 2010
por Martín Albornoz en el libro Por dentro todo está permitido (Caja Negra). La reciente
reedición de El desierto y su semilla en Argentina por el sello Eterna Cadencia, además de
revalorizar la figura de este singular escritor, allanó el terreno para que el público local pudiera
asomarse a un autor que brilló con luz propia y cuya producción se inscribe en la mejor tradición
del periodismo y la prosa literaria argentina.

http://www.nuevospapeles.com/nota/1663-raul-baron-bizza

Raúl Barón Bizza


La historia maldita de un crimen del siglo XX

Autor: Rogelio Alaniz

“Que mi tumba no tenga nombre, ni flores ni cruz” escribió en Todo estaba sucio. No sé si es un final
digno, pero sin duda es un final coherente.
Publicado en www.rogelioalaniz.com.ar el 18 de agosto de 2016

El domingo 16 de agosto de 1964, el señor Raúl Barón Biza le arrojó ácido muriático en la cara a su
esposa, Clotilde Sabattini, hija del caudillo radical. Después se encerró en su cuarto, tomó estricnina y,
para asegurarse, se disparó un tiro con su revólver calibre 38. Los hechos ocurrieron en su
departamento de la ciudad de Buenos Aires, sito en Esmeralda 1256, octavo piso. Los testigos del
episodio fueron los abogados Aníbal Martínez Sosa, Pedro Cinqualbre, Alberto Vera Barón, el publicista
Federico Vidal Carrillo y el hijo, Jorge Barón Biza.
El motivo de la reunión era formalizar el divorcio de Barón Biza y Clotilde Sabattini. Hubo una reunión a
la mañana, pero las discusiones de la pareja obligaron a los abogados a suspenderla y continuarla a la
tarde, con la esperanza de que se calmaran los ánimos. Jorge, el hijo, había reclamado que en la
reunión hubiera testigos porque temía alguna reacción violenta de su padre.
A la tarde todo pareció funcionar a las mil maravillas. Hasta el momento en que Barón Biza propuso un
brindis para celebrar civilizadamente el acuerdo. Fue en ese momento en que le ofreció a ella una copa
que supuestamente contenía champagne y, ante la sorpresa de todos, le arrojó el ácido muriático a la
cara.
Casi treinta y cinco años después Jorge, testigo del drama de ver a su madre con el rostro devastado
por el ácido, escribió una excelente novela El desierto y su semilla referida a ese episodio. En 2004,
Jorge se suicidó en Córdoba. Unos años antes se había suicidado su hermana Cristina y, en 1978, en el
mismo departamento de Esmeralda 1256, Clotilde Sabattini, se había arrojado al vacío desde el octavo
piso.
Una saga trágica para vidas trágicas, cuyo rasgo distintivo fue la pertenencia de todos los personajes a
familias mimadas por la fortuna y el prestigio político. El protagonista central de aquella tragedia fue Raúl
Barón Biza, millonario, play boy, bon vivant, revolucionario radical, escritor pornográfico, duelista y, como
para que nada le faltara a una biografía signada por el escándalo y los contrastes, pariente, por el lado
de su hermana, de Ernesto Guevara, más conocido como el Che.
Oí hablar por primera vez de Barón Biza en mi adolescencia. Mi padre comentaba con sus amigos sus
novelas escandalosas. A los chicos, lo prohibido siempre nos seduce. Por lo menos, eso era lo que a mí
me pasaba. Mi padre había comprado su última novela: Todo estaba sucio. Al libro lo había escondido
en su ropero para que yo no lo leyera. Como suele pasar con los padres aprensivos, sin proponérselo
hizo todo lo necesario para que yo removiera cielo y tierra hasta dar con el libro. Fue lo que pasó. Di con
el libro y lo leí en dos noches. Me encantó. A través de Barón Biza descubrí un mundo de estancieros
millonarios y viciosos que despilfarraban sus fortunas en París acompañados por hermosas mujeres con
las que compartían fiestas y sexo todas las noches del año.
Las anécdotas eran interesantes, pero mucho más interesantes eran las reflexiones amargas y cínicas
de los personajes. Machistas, melancólicos, fanfarrones, decadentes… en definitiva, encantadores,
encantadores para un adolescente criado en un pueblo, amigo de las lecturas y de dejar volar su
imaginación en aventuras de espadachines, piratas y calaveras millonarios que parecían encarnar un
modelo masculino modelado en los excesos y el escándalo.
Después, muchos años después, supe que esa literatura no era ni original ni rebelde. Todo lo contrario.
Los textos de Barón Biza estaban influidos por lo peor de Vargas Vila, y su filosofía era una versión
anacrónica y vulgar de Nietzsche y Schopenhauer, con arrebatos verbales al estilo Almafuerte. Las
proclamas de Barón Biza se parecían más a los caprichos de un estanciero neurótico y malcriado que a
la rebeldía.
Mi padre debe de haber sospechado de mis lecturas clandestinas, porque el libro desapareció y nunca
más supe de él. Intenté encontrar sus anteriores novelas: El derecho de matar y Punto final, pero fue
imposible. Esos libros que en su momento se habían vendido como pan caliente y, en el caso de El
derecho de matar, se había representado en el teatro con la participación estelar de Luis Sandrini,
habían desaparecido de todos los lugares públicos, empezando por las bibliotecas.
Por lo tanto, cuando ese martes 18 de agosto, salió en todos los diarios la noticia de que Barón Biza se
había suicidado después de haber destrozado el rostro de su mujer, el desenlace no me llamó
demasiado la atención. Como ocurre en la actualidad, durante una semana los diarios y revistas se
dedicaron a comentar el episodio. Allí se hablaba del escritor, el estanciero multimillonario, el hombre
que en su momento había estado casado con la célebre Myriam Stefford, la misma a la que, cuando se
mató en San Juan piloteando un avión, le levantó en su homenaje un obelisco a pocos kilómetros de la
ciudad cordobesa de Alta Gracia.
También se hablaba de su estancia Los Cerrillos. En ese casco, durante más de quince años, se
celebraron ruidosas fiestas, a las que asistía la crema de la sociedad porteña y cordobesa. La misma
estancia que había sido en los años treinta una suerte de aguantadero de revolucionarios yrigoyenistas
que conspiraban contra el régimen conservador. No terminaban allí las noticias. Una leyenda aseguraba
que cuando Hipólito Yrigoyen murió, en 1933, Barón Biza pagó de su bolsillo un tren para que los
radicales de Córdoba pudieran viajar a Buenos Aires a despedir al jefe de la UCR. El tren llevaba en la
trompa de la locomotora un retrato de Yrigoyen. Lujos que se dan los millonarios.
No sólo trenes pagaba Barón Biza. También financiaba revoluciones. El precio a pagar por sus
obsesiones o lealtades fue el del exilio y la cárcel. En esas patriadas conoció a Jauretche, a los
hermanos Kennedy, Pomar, Cattáneo y, por supuesto, a quien luego sería su suegro: Amadeo Sabattini.
La amistad entre estos dos hombres debe haber sido sólida porque la campaña electoral de 1935 fue
financiada con las vacas y los patacones de Barón Biza, sin que por ello “don Raúl” pidiera nada a
cambio,
También se habló de la tormentosa relación con Clotilde. Es que Barón Biza no podía hacer nada sin
incorporar una cuota de escándalo. En este caso procedió a secuestrar a la niña quinceañera, quien –
dicho sea de paso– participó alegremente del operativo. La pareja se escapó a Uruguay y luego de las
consabidas idas y venidas, se casaron con la autorización resignada de la familia.
Se dice que don Amadeo no perdonó nunca ese atropello a su querida hijita. Pero no concluyeron allí los
perjuicios para el caudillo radical. Como consecuencia de ese escándalo, su esposa se fue a vivir a
Buenos Aires con sus hijos y él se quedó solo en Villa María, ejerciendo su profesión de médico y sus
dotes de dirigente político, el más importante después de Yrigoyen, según sus biógrafos.
En los años del peronismo, los Barón Biza fueron opositores sistemáticos y enconados. Para esa época,
de don Raúl no se sabía con certeza si los procesos abiertos eran por sus conspiraciones políticas o por
su literatura pornográfica. Ella, mientras tanto, había crecido y era una mujer hermosa e inteligente. En
esos años se había recibido de maestra en la escuela Alejandro Carbó de Córdoba a la que asistía a
clases en un auto lujoso manejado por un chófer, atención de su marido.
Con su título de maestra Clotilde se especializó en temas educativos, pero a los efectos de este relato,
lo que importa saber es que así como en esos años Evita fue el símbolo femenino del peronismo, para
los antiperonistas el símbolo fue “la Barón Biza”. Y lo era por su apellido, su belleza, sus encendidas
arengas contra el tirano, sus detenciones y sus exilios en Montevideo.
Después de 1955, y como para darle el último dolor de cabeza al padre, su hija del alma se fue con la
UCRI, liderada por Arturo Frondizi. Cuando la UCRI llegó al poder en 1958, ella fue designada
presidente del Consejo Nacional de Educación. Las conquistas más importantes del magisterio en la
segunda mitad del siglo veinte pertenecen a ese período. Don Raúl fue designado embajador, lo que dio
lugar a que circularan rumores acerca de una relación sentimental entre Clotilde y Frondizi.
Esos rumores nunca se confirmaron, pero tampoco se desmintieron. De todos modos, a un machista
impenitente como Barón Biza, le debe de haber causado poca gracia que su mujer adquiriera brillo
intelectual y político propio. La pareja, a decir verdad, nunca anduvo bien. Como los personajes de los
boleros o los culebrones tropicales, se amaban y se odiaban. Estuvieron más de treinta años juntos.
Tuvieron tres hijos, él intentó suicidarse por lo menos dos veces, amenazaron divorciarse en infinidad de
ocasiones y, finalmente, cuando estaban a punto de consumarlo, él eligió una salida trágica, muy en su
estilo, muy en ese estilo macabro que había anticipado en sus novelas.
Raul Carlos Barón Biza nació en la ciudad de Buenos Aires el 4 de noviembre de 1899. Ese año nació
Jorge Luis Borges, pero en este punto empiezan y concluyen las coincidencias. También para esa época
nació Roberto Arlt, al que más de un crítico intentó compararlo. Barón Biza nunca tuvo el talento literario
de Arlt, pero muy bien podría decirse –como se dijo– que su vida se parece a la de un personaje salido
de una novela de Arlt.
Su padre fue Wilfred Barón y su madre, Catalina Biza. Barón hizo su fortuna en la especulación y el
comercio. Era de ascendencia francesa y se dice que sus antepasados habían sido dueños de un
castillo en Gageac, donde nació su padre, Víctor Barón en 1835. Gageac será muchos años después el
nombre que uno de sus bisnietos, Jorge, recuperará en su libro, El desierto y la semilla, una de las
grandes novelas de la Argentina.
Por su parte, los Biza pertenecían al patriciado tucumano. Raúl siempre recordaba que don Jerónimo
Biza fue maestro de Julio Roca. Catalina Biza fue católica de misa diaria. A su iniciativa pertenece la
construcción del colegio “Wilfred Barón de los Santos Angeles” en Ramos Mejía. No fue un proyecto
menor. Los costos de la edificación levanatada en homenaje a la memoria de su marido, superaron el
millón de pesos. El edificio sumaba más de seis mil metros cuadrados cubiertos. Según el escritor
Christian Ferrer, allí cursaron los escritores David Viñas y Abelardo Castillo.
Unos años después Barón Biza le enviará una carta al Papa recordándole que “dos millones de francos
fueron donados en respeto a la memoria de un ser para mi sagrado”, para luego reprocharle que en esa
institución se cometían “crímenes de desviación espiritual”. Su carrera anticlerical empezaba a cobrar
forma. La carta luego presidirá su primera novela: El derecho de matar.
El matrimonio tuvo siete hijos, pero los que vivieron fueron cinco. El único que trascendió a la fama fue
Raúl. La pareja se casó en 1890. Ella tenía diecisiete años y él veintiséis. Wilfred murió en 1925 y ella en
1929. La fortuna de los Barón Biza incluyó campos, viviendas y depósitos bancarios, además de joyas,
piedras preciosas y una bóveda en el cementerio porteño de La Recoleta. Las revistas dedicadas a
estos chismorreos aseguraban que su fortuna superaba los veinticinco millones de pesos, en un tiempo
en que un millonario, como la palabra lo sugería, era titular de un millón de pesos a lo sumo.
“Yo no soy culpable de mi riqueza –escribió Raúl– no hice más que heredarla”. Tampoco tuvo culpas en
gastarla. Gastarla espléndidamente en mujeres, viajes, caprichos y revoluciones derrotadas. Nunca dejó
de pertenecer a las clases altas, pero siempre despotricó contra ellas. Fue su francotirador, su marginal
maldito. No fue marxista, pero renegaba de la sociedad establecida. Nunca fue marxista, pero a su
padre le dio más de un dolor de cabeza soliviantando a los peones de las estancias en su contra. En un
manifiesto escrito para explicar su filiación política escribe: “Nací revolucionario como otros nacieron
proxenetas o cornudos”. En esa frase ya está prefigurado su estilo.
Su versión personal de la lucha de clases no era entre proletarios y burgueses, sino entre lobos y
corderos. En esa lucha no había otra salida que el exterminio de unos y otros. ¿De que lado estaba él?
Nunca lo dijo. No era ese su interés. Porque más allá de la retórica, su rebeldía nunca fue más allá de su
feroz individualismo y su acerada inteligencia. Hablaba como un guapo y se portaba como un guapo.
Como se dice en estos casos, “el hombre se las aguantaba”. Una de sus grandes satisfacciones se
produjo cuando se enteró de que uno de los peones de la estancia comentó en una pulpería: “Es macho
el patrón”. Y los otros asintieron en silencio.
Raúl tenía cuatro años cuando su padre compró la estancia “Los Cerrillos”, ubicada a pocos kilómetros
de la ciudad de Alta Gracia. Wilfred Barón, muy al estilo de los grandes señores de su tiempo, enviará a
sus hijos a estudiar al extranjero. Raúl viajó a Estados Unidos y estudió en un colegio que dependía de
la universidad de Harvard. Sus biógrafos aseguran que entre 1914 y 1931 el hombre vivió en el
extranjero. En Europa y Estados Unidos. Allí disfrutó de los exquisitos placeres de los “niños bien”
argentinos. “Desde el año 1913… hasta 1931, en muy pocas ocasiones regresé a mi patria. Sólo me
guiaba en esos viajes el deseo de abrazar a mi madre”.
El amor a la madre. Se dice que doña Catalina fue la única mujer que quiso en serio. Es lo que se dice.
Machista y misógino, el amor a la madre fue un previsible artefacto retórico para ajustar cuentas con su
tortuosa relación con las mujeres. “La madre es santidad, la mujer delito. La madre es espíritu, la mujer
es materia. La madre es virtud, la mujer es pecado”. Infinitas letras de tango abundan en las mismas
consideraciones. El lugar común es previsible, pero lo que no es previsible es que a semejantes
cursilerías algunos la consideren literatura.
Sin embargo, la literatura para Barón Biza no fue un hobby o un entretenimiento de niño rico. Creyó en
ella y se esforzó en escribir páginas que consideró revolucionarias y trascendentes. Le gustaba
escandalizar y asustar burgueses con sus arrebatos verbales. No era un farsante. Creía en lo que hacía
y se jugaba el cuero en sus empeños. Así lo hizo hasta el último momento de su vida. Sus tres grandes
novelas: El derecho de matar, Punto final y Todo estaba sucio fueron publicadas en 1933, 1943 y 1963.
En ellas ya está definido –para bien y para mal– su estilo literario.
En la década del veinte ya había incursionado en la literatura con otros títulos como Del ensueño, Alma
y carne de mujer y Risas lágrimas y sedas. Son sus libros iniciales. Hoy es imposible encontrarlos, pero
en su momento merecieron algunos comentarios en los diarios porteños. El estilo y los temas no están
definidos, pero se insinúan. Su retórica después será una marca en el orillo: “Arreglóse la cofia que
aprisionaban sus blondos bucles”. Hay otro párrafo mucho más grave: “Sus cabellos de ébano,
destrenzados y esparcidos, velaban, a modo de público cendal, las morbideces tentadoras de sus
senos”. ¿Adefesios verbales de la época? Puede ser. ¿Letras de tango? Tal vez, pero no de los
mejores. A Barón Biza algunos lo compararon con Discépolo, pero una cosa es contar una historia en
tres minutos y otra muy diferente es hacerlo en 300 páginas. En estos casos la brevedad provoca
efectos literarios. O disimula defectos. Además, Barón Biza carecía de atributos que en Discépolo eran
distintivos: el sentido del humor y la compasión.
En esos años fundó una revista de literatura que título con el sugestivo nombre de Charleston. El
semanario editó tres números. La publicación se suspendió cuando su director se subió a un barco de
millonarios decidido a recorrer el mundo, porque los viajes en trasatlánticos lujosos fueron otra de sus
aficiones. El más célebre fue el que realizó en el Cap Polonio en julio de 1926. Duró ochenta días.
Alrededor de 350 viajeros, distinguidos por sus apellidos y sus chequeras emprendieron la gira por las
principales ciudades de Europa. La excursión incluyó la URSS. En San Petersburgo y en Moscú llamaba
la atención esa comitiva de multimillonarios elegantes que apreciaban con mirada recelosa y crítica las
virtudes del comunismo soviético. Entre los viajeros estaba Luis Luchia Puig, el ministro de Alvear,
Tomas Le Bretón y un joven a quien su padre lo llevaba como acompañante para que el chico conociera
el mundo y el estilo de vida de los ricos. Ese joven se llamaba Rodolfo Puiggrós y todavía no se había
afiliado al Partido Comunista y, mucho menos, imaginaba un destino político en la izquierda peronista.
Barón Biza, el dandy porteño, no se iba a privar de escandalizar a su clase apoyando al comunismo.
“Tengo fe en la Rusia del porvenir” escribe. Sus adhesión al comunismo no era ideológica sino afectiva.
Barón Biza estaba a favor de todo lo que pudiera asustar a su clase. En esa línea de ideas se explica su
anticlericalismo militante. Ello le valió la excomunión y la imputación de pornógrafo y degenerado. El
asumirá esas acusaciones con orgullo. También se jactaba de su capacidad para seducir a las mujeres,
sobre todo si eran casadas. Su relación con ellas era cínica y en algún punto resentida. “A una mujer
hermosa no se la debe socorrer nunca. Ella puede venderse y nosotros comprarla” escribe en Punto
Final.
En 1920 se afilió por primera vez a la Unión Cívica Radical, pero recién en los años treinta despertará
con fuerza su vocación política. Como muchos yrigoyenistas, creía que el radicalismo era un partido
revolucionario nacional y popular. “No soy político, soy revolucionario”, le dice un día a quien luego iba a
ser su suegro: Amadeo Sabattini.
De Barón Biza se ha dicho que fue un machista incorregible, un misógino agresivo, un déspota con las
mujeres y hasta un mujeriego pervertido, sin embargo corresponde decir en su favor que sus dos
esposas fueron mujeres independientes y audaces, capaces de pensar por cuenta propia y que entre
otras cosas lo amaron con todos sus defectos y virtudes. A ninguna de las dos les fue bien en el
matrimonio. Una murió en un accidente de avión y la otra concluyó con el rostro desfigurado por el ácido
muriático. Una se llamaba Myriam Stefford; la otra Clotilde Sabattini.
A Myriam Stefford la conoció en Europa. Como no podía ser de otra manera, a la mujer se la
presentaron en el hotel Des Bains del Lido, el mismo que Visconti eligió para filmar la película “Muerte
en Venecia”. A la presentación la hizo la condesa de Rotschild.
Dicen que fue un amor a primera vista. Myriam Stefford se llamaba en realidad Rosa Martha Rossi
Hofman. Tenía entonces veinte años, había nacido en Lugano, Suiza, quería ser actriz y frecuentaba los
ambientes de las clases altas.
Las fechas del encuentro son imprecisas, pero podemos convenir que estos acontecimientos ocurrieron
en octubre de 1926. Barón Biza tenía entonces 27 años, era buen mozo, culto y millonario. Reunía todas
las condiciones del ganador, pero sus amigos recordaban que unos años antes, en Buenos Aires, había
intentado suicidarse en el cabaret Armenonville.
Myriam Stefford fue la gran pasión de Barón Biza. A Coty Sabattini la quiso mucho, pero antes estuvo
Myriam. Tan leal fue a ese amor, que se dice que ella fue la única mujer a la que Raúl no engañó, una
verdadera proeza amorosa en un hombre cuya debilidad por el sexo opuesto era escandaloso. La pareja
vivió una hermosa historia de amor en los mejores hoteles y centros turísticos de Europa. Esquiaban en
los Alpes, viajaban en lujosos cruceros por el Mediterráneo, se alojaban en los hoteles más caros de
Venecia, París o Londres.
Cuando Barón Biza estaba enamorado era espléndido, magnífico, desbordante. Myriam fue agasajada
como una reina. Estolas de visón, piedras preciosas, joyas de Cartier, agasajos en los palacios de la
nobleza, paseos en voiture por la Costa Azul. Un mundo feliz para una pareja feliz.
Llegaron a Buenos Aires en 1928. “Quiero bailar tangos, tomar mates y comer asado en una estancia”,
dijo ella para una revista de la farándula de la época. Ochenta años después, las turistas que llegan a
Buenos Aires dicen más o menos lo mismo. La pareja tenía dónde alojarse. Barón Biza había hecho
construir una mansión en avenida Quintana con ventanales a Plaza Francia. Allí siguieron disfrutando de
la buena vida. Paseos por Palermo, funciones de gala en el Colón, cenas en el Hotel Plaza, bailes de
disfraces organizados en su mansión, a los que asistía lo más selecto de la clase alta porteña.
Cuando se aburrían se recluían en la estancia Los Cerrillos, a cuyo casco Raúl lo había acondicionado
para alojar a su reina. Se dice que hizo cambiar todo el piso y que cada baldosa nueva llevaba inscripta
la sigla de ella: MS. En el inmenso living, había un enorme espejo y un cuadro que reproducía su rostro.
Más allá había un bargueño atendido exclusivamente por un sirviente negro.
A esta historia de hadas y príncipes encantados solo le faltaba el casamiento. Barón Biza no la iba a
privar a la mujer de sus sueños de esa pequeña felicidad. Y lo hizo a su estilo, es decir, a lo grande, sin
reparar en gastos y derrochando buen gusto. La boda se celebró en la basílica de San Marcos, en
Venecia. Ese fue el principio. La ceremonia civil se realizó en el Palacio Danieli, y la fiesta en el Hotel
Excelsior. Según dice uno de los cronistas de la época: había más aristócratas que gente. El diario La
Prensa de la Argentina cubrió la ceremonia en cada uno de sus detalles. La crónica asegura que esa
noche estuvieron presentes el príncipe Marcelo del Orago, la princesa Lucinge de Faucigny, la baronesa
Nelly Rothschild, la duquesa Di Sangro, la condesa Dada Albrizzi, el barón y la baronesa Blixen Feniche,
el marqués Santini Pacinelli, el príncipe Rúspoli, el conde Buccino, el conde Luigi de Castelbarco, la
condesa Volpi y el conde Valmarano. Músicos, pintores, políticos e intelectuales también se hicieron
presentes a la fiesta dado por “el argentino”.
Antes del casamiento, los novios y los invitados pasearon en góndola por los canales de Venecia. Se
dice que él alquiló todas las góndolas de la ciudad para que a esa hora no hubiera otra nave en el agua
que no fuera la de los novios y sus amigos. Raúl sabía hacer las cosas a lo grande. Tenía talento, gusto
y clase. Además, plata, mucha plata, que la gastaba como si fuera un rey de Las mil y una noches.
En febrero de 1931 la pareja llegó a Buenos Aires. La vida fastuosa continuó en la mansión de avenida
Quintana y en el casco de la estancia de Alta Gracia que dejó de llamarse “Los Cerrillos” para llamarse
“Myriam Stefford”. Una de las promesas de ella a Raúl fue renunciar a su carrera de actriz. Como
contrapartida se dedicaría a tomar lecciones de vuelo en avión. Su maestro de vuelo fue el piloto Luis
Fuchs. En agosto de 1931 Myriam recibió su carnet y el marido le regaló un avión al que bautizó con el
nombre de “Chingolo”. La pareja hizo un viaje en ese avión desde Buenos Aires hasta Alta Gracia, pero
ella aspiraba a algo más que a un viaje de rutina.
Su objetivo será tan grande como su fantasía: pretenderá recorrer todo el país. Lo hará acompañada de
Luis Fuchs. El avión podía volar a mil metros de altura, su autonomía de vuelo era de siete horas y su
velocidad máxima de 160 km/h. El operativo era riesgoso, pero Myriam no era mujer de asustarse por
esas nimiedades. El avión salió de Morón el 18 de agosto de 1931. Fatídica fecha. Treinta y tres años
después, él sería enterrado en el cementerio de la Chacarita.
El “Chingolo” llegó a Corrientes sin novedades, pero a partir de allí comenzaron los inconvenientes.
Primero, el avión se estrelló contra un alambrado de un campo de Santiago del Estero y quedó fuera de
circulación. Ella estaba desconsolada. Raúl movió relaciones y logró alquilarle un avión a Mauricio
Debussy que se llamará “Chingolo II”. Continuó la peripecia aérea. Sé que el avión estuvo en La Rioja
porque mi padre –entonces un niño– se acordaba que sus mayores lo habían llevado a ver a la primera
mujer piloto de avión.
Después, pasó lo que pasó. El 26 de agosto, entre las nueve y las diez de la mañana, el avión se cayó
en la localidad de Marayes, en la provincia de San Juan. Ella y el piloto murieron en el acto. A Barón
Biza la noticia lo destruyó. Antes de salir de Morón le había dicho a Fuchs: “Cuídela mucho, es el único
tesoro que no quiero perder”. Unos días antes, había recibido una llamada anónima en la que una voz
de mujer le decía: “Ojalá que tengas que ir a buscar a tu mujer y la traigas en un cajón con todos los
huesos rotos”.
Es lo que hizo. Los cuerpos llegaron a Buenos Aires y cinco mil personas acompañaron la carroza
fúnebre tirada por ocho caballos que marchaba rumbo a la Recoleta. Mientras el cortejo se desplazaba
por avenida Callao, aviones privados y militares volaban en círculos y arrojaban ramos de flores a la
multitud. Raúl había sido magnífico en las horas de gloria y ahora lo era en las horas de dolor.
Barón Biza no se privó de rendirle homenajes a su mujer que murió cuando tenía 26 años y fue
enterrada en el primer aniversario de su casamiento. En Marayes, hizo levantar un monolito de diez
metros de altura con este epitafio: “Un bel morire tutta la vita honra”. En la otra cara del monumento se
lee: “Viajero, detén tu marcha y rinde el homenaje de tu emoción a la mujer que se cubrió de gloria
queriendo eclipsar a las águilas”.
Un mes después ordenó celebrar un responso en la catedral. Envió a la ceremonia una palmera de
orquídeas con una tarjeta que decía: “A Myriam, Raúl”. Conmueve el laconismo de la frase, sobre todo
en un hombre que nunca se distinguió por la austeridad del lenguaje.
Cuatro años después el intendente de Buenos Aires ordenó levantar un obelisco. Fue inaugurado el 23
de mayo de 1936 y tiene sesenta y siete metros de altura. Los porteños celebraron la hazaña, pero es
probable que muy pocos entonces hayan sabido que nueve meses antes, en Alta Gracia, Barón Biza
iniciaba la construcción de un obelisco de ochenta y dos metros de altura en homenaje a su amor. La
obra fue inaugurada en agosto de 1936. Asistieron a la ceremonia aviadores de todo el país y
empinados políticos de la UCR, entre ellos el flamante gobernador de la provincia de Córdoba, don
Amadeo Sabattini. El obelisco fue diseñado por el arquitecto Fausto Newton y allí descansan los restos
de Myriam Stefford con el amenazante epitafio: “Maldito sea el que profane esta tumba”.
Raúl Barón Biza se afilió tres veces al radicalismo. La última vez fue en 1946 y lo hizo para integrarse a
la corriente interna de Intransigencia. Tres afiliaciones en tres décadas permiten decir que,
efectivamente, si alguna pasión política tenía este hombre, esa pasión se llamaba radicalismo. Barón
Biza siempre se sintió radical pero, como correspondía a su estilo, su identidad la vivía y practicaba a su
manera.
En la década del treinta se jugó y financió a revoluciones radicales. Lo hizo con la generosidad y el
coraje de siempre. Pero también con la arbitrariedad que en su persona ya era una marca registrada.
Nunca admitió ser un político; siempre se concibió revolucionario. Un revolucionario muy singular, un
revolucionario que, como dijera su hijo, gastó la plata en revoluciones y en putas. Y se enorgullecía de
estar procesado por revolucionario y pornógrafo.
Su oposición al régimen conservador de Justo fue manifiesta y frontal. Con motivo del golpe de Estado
de Uriburu escribió: “El 6 de septiembre una clase repudiada por el pueblo, los descendientes directos
de aquellos asaltantes de caminos, la misma clase que importaba esclavos de África, explotaba al indio
y aniquilaba a la raza originaria, los mismos descendientes de aquellos comisarios de campaña que
hicieron que más de un gaucho se alzara, se habían adueñado, por un cuartelazo, del poder”.
Barón Biza no perdía el tiempo. Regresó de Europa en agosto de 1932 y en seguida se unió al
movimiento armado del teniente coronel Atilio Cattáneo. La rebelión fracasó. La policía allanó su casa de
la avenida Quintana. Huyó a Córdoba. Allí habían allanado su casa de Alta Gracia. Decidó entregarse a
la policía. El 23 de diciembre lo liberaron y casi al filo del fin de año se fue a Montevideo.
Perseguido por la Justicia o exiliado Barón Biza nunca abandonó su tren de vida. Hoteles caros, casinos,
mujeres hermosas, whisky de marca, ropa de primera calidad. Una noche de febrero de 1933 estaba
jugando en el casino del Hotel Carrasco. Lo hacía con el aburrimiento y la indiferencia de un millonario.
Pero dejemos que sea él quien describa ese momento, porque, bueno es saberlo, Barón Biza escribía
muy bien. Sobre todo cuando narraba episodios personales y se liberaba de la prisión de un estilo
literario rebuscado y escatológico.
El texto en cuestión se inicia así: “La terraza del Carrasco iluminada a giorno. Noche de luna espléndida,
en donde el ruido de las bolas se mezcla con la nota sentimental del bandoneón y la risa de las
mujeres”. La presentación es perfecta; sobria, precisa. Después se inicia la acción: “Unos señores fuera
del hotel deseaban hablarme y no querían dar su nombre. En las sombras de la arboleda la blanca
pechera de mi frac contrastaba más con la vestimenta modesta y hasta de aspecto sospechoso de las
personas que me habían solicitado. Mi mano dentro del bolsillo del pantalón tanteaba impaciente una
pequeña pistola”.
Conviene detenerse en este texto, porque Barón Biza se representa con excelentes imágenes. Él estaba
en un casino. Jugando y disfrutando de la noche. Los que lo iban a ver eran personas modestas o no
lucían el brillo que exhibía la pechera blanca de su frac. Los miró con cierto recelo mientras acariciaba la
pistola que llevaba en el bolsillo. Barón Biza siempre iba armado. En el casino, en la calle o en las
reuniones políticas.
¿Quiénes eran los hombres que habían pedido hablar con él? Uno era el teniente coronel Sabino Adalid.
El otro era el doctor Amadeo Sabattini. Ambos eran revolucionarios radicales en el exilio que lo
convocaban para conspirar contra el régimen de Justo. Barón Biza los escuchó con atención y respondió
con una sola palabra: “Presente!”. La anécdota es verdadera, pero la escritura de Barón Biza le otorga
belleza, dramatismo, la transforma en una pieza con pretensiones literarias.
El hombre tenía dominio del lenguaje. En sus ensayos y manifiestos hay riqueza verbal, claridad
expresiva, ritmo. Algunos párrafos son excelentes. En El derecho de matar, los momentos de inspiración
son visibles: “Era bonita como un pecado de amor. Tenía ese rictus embustero, delicioso y un poco
canalla de las bocas nacidas para mentir y besar”.
Sin embargo, El derecho de matar fracasa –a mi criterio– como novela. La trama es débil, mal
estructurada, previsible, desmesurada sin justificaciones y cursi, muy cursi. El libro se vendió en su
momento como pan caliente. También las novelas de Hugo Wast se vendían como pan caliente. Hoy,
casi ochenta años después, esas lecturas no resisten el paso del tiempo. Los libros de Wast y Barón
Biza en ese punto se parecen. Hay otra coincidencia: el antisemitismo de ambos. Más marcado y
grosero en Hugo Wast, pero evidente y lastimoso en Barón Biza.
Barón Biza financió con su bolsillo revoluciones radicales, impresión de periódicos, campañas
electorales. Por ello padeció prisiones y exilios. Luchaba a su manera y con su estilo. Huelgas de
hambre y duelos. También manifiestos: “Debemos darles a nuestros hijos más libertad de la que
recibimos”. El texto puede leerse hoy porque mantiene rigurosa actualidad. Cuando escribió estas
palabras estaba en Europa. En Londres, para ser más preciso.
Regresó a la Argentina en agosto de 1935 y se metió de lleno en la campaña electoral de Amadeo
Sabattini en la provincia de Córdoba. A esa campaña Barón Biza se la tomó en serio, pero mucho más
en serio se tomó la relación que acababa de iniciar con la hija de Sabattini, Clotilde, una adolescente
casi veinte años menor que él. El encuentro, decisivo en su vida, se produjo en un baile celebrado en un
hotel frente a la estación de Villa María. Allí se conocieron el joven millonario y calavera y la única hija
del político más importante de Córdoba.
Sabattini ganó las elecciones en noviembre de 1935. En la fiesta estaban todos los radicales, pero la
ausencia de Barón Biza fue evidente. Los rumores que circulaban decían que la pareja con Clotilde ya
se había formado y que Sabattini había manifestado su total oposición. El desenlace no tardará en
producirse. En febrero de 1936 Barón Biza secuestró a Clotilde –que se dejó secuestrar alegremente– y
ambos se escaparon a Uruguay. El escándalo ganó la calle. La hija del gobernador había sido raptada
de un colegio de monjas por el escritor pornógrafo y maldito unas semanas antes de que asumiera el
cargo. El escándalo estaba en la calle y en la familia de Sabattini. Según se cuenta, la mujer de don
Amadeo se fue a vivir con sus hijos a Rosario y el caudillo radical se quedó solo en su casa.
Don Amadeo prometió no perdonar lo que consideraba una traición y un papelón político. Después
habrá algunas reconciliaciones, pero la relación nunca más volverá a ser la misma. Mientras tanto, el 5
de marzo de 1936 la parejita se casó en la localidad uruguaya de Toledo. Nueve meses después nacía
Carlos, el primer hijo. No todas eran flores en esa relación. En agosto de ese año habían estado a punto
de separarse. Sería el primer intento, pero no el último Durante casi treinta años la historia de Clotilde y
Raúl podría escribirse como la historia de sus diferentes intentos de separación, muchos de ellos
acompañados de escándalos. Hasta el último, en agosto de 1964, que concluyó con el suicidio de él y el
rostro de ella devastado por el ácido.
Sabattini asumió la gobernación y ese año su principal opositor parecía ser su yerno, el mismo que le
había financiado la campaña electoral y que ahora le escribía cartas como estas: “Vino usted a
solicitarme apoyo moral, físico y financiero. Moral, cuando necesitó un periódico valiente de profunda
austeridad cívica La Víspera cuyos artículos me llevaron a la cárcel. Físico, cuando en la lejana frontera
del litoral luchaba con un grupo de valientes por una patria más grande y mejor. Financiero, cuando
Vuestra Excelencia me aseguró que era necesario el dinero para conquistar una provincia en ‘la que se
pudiera hacer pie’. El tiempo me ha probado que lo único que ha deseado Vuestra Excelencia es un
cómodo y bien rentado asiento de gobernador. Mi radicalismo, radicalismo de pueblo, no es su
radicalismo, señor gobernador, un radicalismo servil, tibio, genuflexo”.
Sabattini caminaba por las paredes. En dos ocasiones Barón Biza fue arrestado. La causa: su Rolls
Royce estaba mal estacionado. Barón Biza escribió otro texto donde sugiere que alguna vez desafió a
su suegro a duelo y que éste se limitó a dar amplias satisfacciones. Concluye el yerno: “Le queda como
último recurso la ayuda de algún matoncito, de aquellos que llevan el retrato de Su Excelencia en el ojal
del saco”. Cuando sus amigos le adviertieron que tuviera cuidado porque Sabattini se iba a cobrar esas
ofensas, él respondió sin vacilar: “El señor gobernador sabe que no puede intimidarme, lo conozco moral
y físicamente en paños menores”.
Si en la década del treinta, Raúl Barón Biza se destacó por su enfrentamiento frontal contra el régimen
conservador de Agustín Justo, en la década siguiente manifestó la misma energía crítica contra el
peronismo. Ni amenazas, ni cárcel, ni persecuciones pusieron límites a su rechazo a un régimen al que
calificó con los peores términos. Si en los años treinta desafió a duelo al coronel Patricio Sorondo –de
reconocida militancia fascista– y en un bar enfrentó a golpes de puños a una patota de la Legión Cívica,
en los cuarenta citó a duelo al jefe de la policía peronista, general Ernesto Bertollo, desafío que concluyó
con una temporada en la cárcel.
En esta militancia antiperonista fue muy bien acompañado por su mujer, Clotilde Sabattini, quien se
constituyó en esos años en la referente y el símbolo femenino de la oposición, la mujer que según la
perspectiva de la enconada oposición de aquellos años reunía los méritos intelectuales, estéticos y
morales exactamente opuestos a los de Eva Duarte.
Barón Biza se afilió nuevamente al radicalismo en 1946. Unos meses antes –la fecha merece
recordarse: 11 de octubre de 1945, una semana antes del 17 de octubre, “el día del candombe y la
mazorca”, como va a escribir– en su mansión de calle Quintana se habían reunido Arturo Jauretche y
Amadeo Sabattini para decidir si el caudillo cordobés aceptaba la propuesta del general Avalos de
asumir la presidencia de la Nación. Como muy bien lo explican Félix Luna en su libro El 45 y el propio
Jauretche en sus ensayos, Sabattini luego de idas y venidas, rechazó esa propuesta que podría haber
cambiado la historia argentina.
La militancia radical de Barón Biza en esos meses fue intensa. Para esa época dirigía el periódico La
semana radical. Sus opiniones sobre Juan Domingo Perón merecen destacarse: “Añoraba el aullido de
las masas que había escuchado en la Plaza de Venecia y los estadios germanos. En el cuartel había
aprendido que los hombres marchan a la voz de orden. Había contemplado en la Italia del Duce cómo se
enloquecían las muchedumbres, cómo se las llevaba al hambre y a la guerra con sólo presentarse con
un disfraz o una camisa negra. Con alma de cortesano fue organizando la trama que lo llevaría al poder.
Buscó para dirigentes los tránsfugas, los resentidos de los partidos políticos, los trepadores con alma de
valet… Les tiró sidra y pan dulce… El pueblo, la masa, creyó en la profecía. Pero el profeta era falso y la
virgen no era virgen”.
La victoria del peronismo en 1946 coincidió con una invitación a Clotilde Sabattini para dar un curso en
Milán acerca de “Las escuelas hogares en los países de gran extensión”. La pareja viajó a Europa y allí
se quedó alrededor de dos años. Regresaron en 1948 y en 1949 se celebró el Congreso Nacional
Femenino de la UCR. Clotilde fue elegida presidente a los treinta años.
Ya para ese época se perfilaba como la mujer más importante de la oposición. Era la hija de Amadeo
Sabattini y la esposa de Raúl Barón Biza, pero por sobre todas las cosas, era ella misma. En agosto de
1950 las mujeres radicales realizaron un acto en homenaje a Remedios de Escalada en el cementerio
de la Recoleta. La policía peronista organizó una redada y la principal oradora, es decir Clotilde, terminó
en la cárcel. Las presiones políticas para exigir su libertad se maniferstaron con fuerza. En cierto
momento Perón le concedió “la gracia de la libertad”. Clotilde rechazó la oferta: “La libertad es un
derecho y no puede otorgárseme como dádiva”, dijo.
Mientras tanto, Barón Biza salió en defensa de su esposa y desafió a duelo al general Arturo Bertollo,
jefe de la Policía Federal. Sus padrinos fueron los radicales Luis Dellepiane y Oscar López Serrot. Pero
Bertollo resolvió el trámite de manera expeditiva: ordenó la detención de Barón Biza por desacato. El
duelista fue a dar con sus huesos a Villa Devoto durante dos meses. Los jefes de la policía peronista no
corrían riesgos innecesarios. Los tiempos del honor y los duelos habían pasado.
A partir de 1951, Barón Biza se exiliará en Montevideo. La Revolución Libertadora encontró a la pareja
en Uruguay. Los escritos de Clotilde son interesantes, sobre todo porque dieciocho años después
apoyará la candidatura de Cámpora. Dirá entonces al enterarse de la rebelión de Lonardi: “Córdoba, hoy
la heroica, la que tomó la delantera de la rebelión, la que resistió, la que vio teñirse de púrpura generosa
las blancas serranías”.
Pero para Barón Biza los años cuarenta y cincuenta no se redujeron a la militancia política. En 1940
vendió su estancia Myriam Stefford a la firma Otto Bemberg. En 1942 nació su hijo Jorge, el autor de ese
extraño libro que se llama El desierto y la semilla. Para esa época publicó su segunda novela. Punto
final con los previsibles escándalos del caso.
La relación amor-odio con Clotilde, estalló en octubre de 1950. Para esa época la pareja vivía en un
chalet de La Falda. En algún momento ella abandonó el hogar y se marchó a Villa María. Unos días
después él se hizo presente en la casa de su suegro. No iba armado hasta los dientes, como dirán
después los diarios, pero llevaba una pistola y tres cargadores.
En la casa de Sabattini la escena fue digna de un culebrón centroamericano. Clotilde escapó por la
ventana de su cuarto y Raúl y su cuñado se trenzaron a trompadas. Hubo tiros y heridos. Nada cuesta
imaginarse cómo habrá impactado el escándalo en una ciudad como Villa María. Sobre todo un
escándalo que tuvo como protagonista a la familia más famosa de la ciudad.
Lo cierto es que como consecuencia de lo sucedido el que terminó entre rejas fue Barón Biza y allí se
quedará casi un año. Los relatos acerca de cómo sucedieron los hechos son contradictorios. Nunca
quedará del todo claro si Barón Biza viajó a Villa María para cometer un crimen o para suicidarse. Es
probable que tampoco él lo haya sabido. Lo seguro es que viajó armado y que llevaba balas como para
enfrentar a una patrulla. Finalmente, Clotilde se reconciliará con su marido y poco tiempo después
nacerá Cristina.
Los motivos por los cuales una pareja se odia y se ama son difíciles de develar. Se dice que a él cada
vez le costaba más soportar que el protagonismo social lo tuviera su mujer; que ella fuera la famosa, la
inteligente y que su rol quedara reducido al de escritor maldito. Algo de verdad puede haber en esta
hipótesis. Pero solo algo. Barón Biza siempre apoyó a su mujer, alentó sus estudios, lo enorgullecía su
inteligencia.
Cuando ella fue designada por el gobierno de Arturo Frondizi presidente del Consejo Nacional de
Educación, esas desavenencias se profundizaron. A mediados de 1959 él intentó suicidarse por tercera
vez. Al protagonismo de su mujer se sumaron los rumores acerca de una relación de ella con Frondizi.
La situación no se suavizó por el hecho de que Clotilde hiciera diligencias para que a él le otorgaran la
concesión de las gallerías subterráneas que pasan por debajo del Obelisco. De todos modos, no dejaba
de ser una inquietante casualidad que el subsuelo del obelisco porteño fuera administrado por el hombre
que en Alta Gracia había construido el obelisco más alto del país
En 1963 publicó su última novela Todo estaba sucio. La ilustración de la portada es una pintura del
artista boliviano Benjamín Mendoza Amor. Barón Biza nunca se enteraría porque ya estaba muerto, pero
en 1970 este hombre intentará asesinar al Papa Pablo VI en Manila. Hasta después de muerto, Barón
Biza seguía llamando la atención.
Lo demás es historia conocida. Barón Biza se suicidó el 18 de agosto de 1964 en su departamento
porteño de calle Esmeralda, luego de haberle destrozado el rostro a su mujer con vitriolo. Para referirse
a ese hecho, su hijo Jorge escribirá luego: “Yo era el único que sabía que este final era inevitable.
Mientras moraba con él sentí rechazos por sus violencias cada día mayores y sus novelas que yo
consideraba cursis… pero también sentía de manera inevitable cierta admiración por su coraje en la
pelea, su disposición a jugarse entero, hasta la vida. Todos hablaban con respeto de su proverbial
temeridad, incluso los que habían sufrido sus furias. Cuando me dijeron que se había suicidado tuve un
gesto equivalente al de la reverencia por el guerrero caído en su ley, aunque estaba horrorizado por la
agresión contra la mujer que amaba y la mujer que lo amó”.
“Que mi tumba no tenga nombre, ni flores ni cruz” escribió en Todo estaba sucio. No sé si es un final
digno, pero sin duda es un final coherente. Sus cenizas están enterradas debajo de un olivo, al lado del
gigantesco monumento que levantó en homenaje a su primer amor.

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