La Argumentación
La Argumentación
La Argumentación
Antes de comenzar, lean las siguientes entrevistas. ¿Le parece que pueden ser
consideradas como argumentaciones? ¿Por qué?
1 En REALE, Analía (coord.) (2010): El taller de lectura y escritura en el inicio de los estudios
superiores, Buenos Aires, Proyecto Editorial.
1
Luego viene el trabajo de conseguir la ropa, de confeccionarla y ajustarte a un
presupuesto que siempre es menos de lo que necesitas. Cuando ves la ropa puesta parece
que ha salido de la nada, pero aunque sea algo muy sencillo lo tienes que hacer. Hay ropas
que parecen muy normales, pero como no están de moda no están en las tiendas y las tienes
que conseguir. Si es ropa de época la tienes que diseñar y confeccionar. También hay que
tener en cuenta los dobles o triples vestuarios, considerar el envejecimiento, el daño que
sufre la ropa y cómo se rueda por el raccord, porque a lo mejor el final de la película se
rueda al principio, y en los últimos días del rodaje la ropa tiene que estar nueva.
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estaban de última moda desde tres o cuatro años antes de la filmación: no relojes digitales,
no zapatilla tenis de ciertas marcas, no color negro, porque era un momento en que todos los
chicos jóvenes se vestían muchísimo de negro. Que no aparecieran cortes punks o cortes que
se usaran. Todo lo que estaba de última moda: no. Y luego nada de lo que estaba
puntualmente de moda en el 76. La idea era que el vestuario no se viera. Para mí fue un
trabajo que dio buen resultado porque se trabajó de esa manera durante la preproducción y
se cuidaron todos los detalles. En otros casos, como en Almodóvar, el diseño de vestuario y
de arte se tiene que ver porque se juega algo que es parte de todo un discurso.
2 Perelman, Ch.; El imperio retórico. Retórica y argumentación, Bogotá, Norma, 1997, p. 24.
3
respuestas que se despliegan desde puntos de vista manifiestamente subjetivos. (“Yo creo que
el teatro y el cine…”).
El cuestionamiento de la proposición, que –como vimos, está en el origen del
intercambio argumentativo– puede producirse porque se la rechaza o porque se la considera
como una hipótesis, es decir, como una afirmación no probada. El enunciador se ve obligado
entonces a argumentar, a desarrollar un discurso que justifique la proposición que éste
sostiene (en el caso de la entrevista a María Julia Bertotto, se apela a comparaciones –el
diseño de arte es como la arquitectura, el diseñador es como un músico– y a un ejemplo –la
filmación de La noche de los lápices– para convencer al lector de que la proposición “el
diseño de vestuario es un arte” es verosímil). En tanto hay un desacuerdo, toda
argumentación abre la posibilidad de que se sostengan dos posiciones o puntos de vista
enfrentados (una que afirma la proposición y otra que la niega), es decir que hay (explícita o
implícitamente) una confrontación entre un discurso y un contradiscurso.
La situación argumentativa
El enunciador construye su discurso en función de las representaciones que tiene de su
auditorio adaptándolo a la situación concreta en que lo produce3. De la misma manera, el
enunciador debe construir su propia imagen en el discurso para ubicarse en una posición de
autoridad puesto que es necesario tener cierta cualidad, que varía según las circunstancias,
para tomar la palabra y ser escuchado. Pero hay funciones que, en ciertos casos o ante ciertos
auditorios, autorizan la palabra por sí solas (un juez en un tribunal, un profesor en una clase,
un parlamentario en su banca).
La retórica clásica distingue tres modos de “probar”, o validar una opinión, por medio de
la palabra: el logos (el llamado a la razón por medio de argumentos), el ethos (la imagen que
construye de sí mismo el orador en su discurso para contribuir a la eficacia de las palabras) y
el pathos (la apelación a emociones por medio de las que se manipula al auditorio).
La argumentación es un discurso dialógico que exhibe los lugares de la enunciación. Se
puede reconocer en los textos argumentativos una fuerte presencia de la primera y la segunda
persona. La primera persona se hace explícita por el uso de pronombres como “yo” o
“nosotros”, pero también por la recurrencia de términos axiológicos (adjetivos o adverbios
que expresen juicios de valor, uso de sufijos que traducen una evaluación –no es lo mismo un
“autazo” que un “autito”) o modalizadores lógicos (seguramente, indudablemente,
probablemente, es cierto/verdadero/falso) que caracterizan el objeto del enunciado como
posible, imposible, necesario, verdadero.
La interpelación a la segunda persona, por su parte, se puede realizar por medio de
pronombres, de vocativos, del modo imperativo del verbo. Las interrogaciones retóricas
también son una forma de interpelar a la segunda persona, que la compromete, por medio de
4
la complicidad, a adoptar el modo de argumentación propuesto por el enunciador (“¿alguien
puede decir que Rubinstein o Gelber no son artistas?”).
También se puede reconocer la orientación de la argumentación (el punto de vista
adoptado en el texto) por la selección léxica –en la entrevista de María Julia Bertotto se pasa
de “arte” en la pregunta a “bellas artes” en la respuesta, denominación que incluye al diseño
de vestuario en una tradición prestigiosa–.
Trama polifónica
En tanto discurso dialógico, se reconocen en la argumentación distintas voces que pueden
materializarse en el enunciado por medio de procedimientos como la negación polifónica (“El
diseñador de vestuario no es un técnico, es un intérprete, un artista.”), la concesión (“Aunque
es cierto que toda película tiene un director, la obra cinematográfica es una creación
colectiva”), la ironía y la parodia o bien, simplemente, a través de la inserción de fragmentos
provenientes de otros discursos (como discurso indirecto o como cita textual). Un caso
particular de cita, la de autoridad, constituye una técnica frecuente en la argumentación,
particularmente en el discurso científico4. Esta clase de cita funciona como un argumento de
confirmación que apela a la persona, el autor, como respaldo de lo que se afirma. La
autoridad puede ser tanto un experto de un área específica, como la “sabiduría popular” o la
“Ciencia”.
Estas otras voces pueden cumplir distintas funciones en el discurso desde la reproducción
de un enunciado para refutarlo o para justificar la tesis (como sucede con los testimonios, por
ejemplo, en un tribunal) hasta la desvalorización del discurso del adversario polémico
mediante técnicas de agresión verbal como la parodia y la ironía, que simulan reproducir la
voz del oponente deformada y subvertida.
ACTIVIDADES
1. Lean el siguiente texto argumentativo para resolver las consignas que se plantean a
continuación.
Mucha gente que no es de Estados Unidos cree que Barack Obama representa el sueño
americano de que cualquiera que tenga talento puede llegar a ser presidente (o rico, o culto, o
famoso), pero la realidad no está a la altura de dicho ideal. Sin unos padres motivados, el
acceso privilegiado a universidades de elite y el patrocinio político por parte de uno de los
dos partidos principales (y el dinero para la campaña que esto conlleva), ese objetivo está
fuera del alcance de casi todos los estadounidenses.
4. Una característica de la argumentación en este tipo de discurso es la presentación de ésta como una
operación del pensamiento, una cuestión exclusivamente de lógica.
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Para suscribirse al mito de la igualdad de oportunidades Obama/Estados Unidos,
primero hay que aceptar la idea de que Obama no viene de la nada. Pero para cualquiera que
conozca la política estadounidense, especialmente la que se practica en Chicago, semejante
idea resulta absurda.
Sin embargo, el color de piel de Obama y su poco común herencia africana musulmana son
vistos por muchos como prueba de que un plebeyo –incluso alguien que pertenece a una
minoría desfavorecida– tiene tantas posibilidades de lograrlo en Estados Unidos como
alguien perteneciente a, digamos, las dinastías Bush, Rockefeller o Kennedy.
Ciertamente, llamarse Bush ayuda a impulsar una carrera en la política estadounidense.
Pero en Chicago es más importante relacionarse con la máquina política fundada hace casi
seis décadas por Richard J. Daley y actualmente dirigida por su hijo, el alcalde Richard M.
Daley, y por un Ayuntamiento en el que 49 de sus 50 miembros son demócratas.
Chicago fue el campo de entrenamiento político de Obama, y es justo suponer que se
trasladó allí después de la universidad con una carrera política en mente. Hay diferentes
opiniones sobre hasta qué punto la máquina de Chicago ha utilizado a Obama y hasta qué
punto Obama ha utilizado a la máquina.
Una cosa es cierta: los disidentes no son bienvenidos en el Ayuntamiento de Chicago, y
Obama, que nunca ha sido de los que buscan problemas, no podría haber llegado donde está
hoy en día sin someterse a un aparato político que controla Chicago, domina Illinois y ejerce
un inmenso poder sobre el partido demócrata a escala nacional. En la tierra de Lincoln,
“quién te envía” todavía cuenta más que “cuáles son tus planes para enfrentarte a la recesión
y al terrorismo”.
Pero aún así, dirán ustedes, Obama logró llegar a la Casa Blanca por la fuerza de su
extraordinaria retórica e inteligencia.
En realidad, las estadísticas muestran que viniendo “de la nada”, la movilidad social en
Estados Unidos es bastante limitada. Y cada vez más, la distancia entre clases en Estados
Unidos se ve reforzada por una aristocracia educativa de la que Obama es el principal
beneficiario. Una educación de calidad y el dinero van de la mano en Estados Unidos, y
aquellos que poseen ambos suelen vivir en barrios donde hay mejores escuelas públicas o
pueden permitirse enviar a sus hijos a colegios privados y religiosos.
La modestia de Obama no deja traslucir la riqueza educativa de sus padres. El doctorado
en Filosofía de su madre blanca tuvo mucho que ver con su asistencia a la universidad
privada más elitista de Hawai. Si Obama hubiese ido al Instituto Harper del sur de Chicago
en lugar de al Punahou de Honolulú –por no mencionar las universidades de Harvard y
Columbia– no habría llegado a ser presidente. Y usted tampoco.
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La estructura del texto argumentativo
1- “Se necesita un cerco que proteja a los vecinos que deben convivir con la pobreza
y después, para salir o entrar, tienen que pagar peaje.”
2- “No tenemos otra intención más que cuidar a nuestra gente y debemos cumplir
con nuestro deber que es estar al lado del vecino.”
¿Es necesario construir un muro que separe a los vecinos de San Isidro del distrito
pobre de San Fernando?
Premisa: Conclusión:
Los vecinos de San Isidro Es necesario un muro que
los necesitan protección de la pobreza. separe del distrito pobre.
Figura 1
¿Y entonces?
¿Qué tiene que ver la construcción de un muro con la protección de los vecinos?
No podemos responder estas preguntas con nuevos datos porque los cuestionamientos se
presentarían nuevamente. Entonces, el pasaje de las premisas a la conclusión se legitima a
través de una ley de pasaje, una regla o principio general que autoriza la inferencia. En tanto
y en cuanto las premisas son sostenidas por la ley de pasaje, adquieren el estatuto de
argumentos que sostienen la conclusión. En otras palabras, la ley de pasaje aporta a la
premisa el sentido argumentativo que no tenía antes.
Premisa: Conclusión:
Los vecinos de San Isidro Es necesario un muro que los
necesitan protección de la pobreza. separe del distrito pobre.
Ley de pasaje:
La seguridad se consigue mediante el
aislamiento de los sectores peligrosos.
Figura 2
La ley de pasaje expresa una verdad general que puede ser atribuida a un enunciador
colectivo (el sentido común): “Se sabe que la seguridad se consigue aislando a los sectores
peligrosos”. La argumentación se apoya en estos principios convencionales, que gozan de un
consenso generalizado en la comunidad. Estas premisas o bases de acuerdo de la
argumentación, que la antigua retórica denominaba topoi o lugares comunes¸ suelen estar
implícitas en el discurso.
El esquema argumentativo prevé también un espacio para la refutación de la conclusión.
Este componente, llamado “restricción”, pone en cuestión la propia ley de pasaje puesto que
plantea una objeción al alcance del principio sobre el que se asienta. La restricción, a su vez,
es contrarrestada mediante otro enunciado que sostiene y respalda la ley de pasaje. Este
componente funciona como la garantía última sobre la que reposa la operación
argumentativa (ver Figura 3).
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Premisa: Conclusión:
Los vecinos de San Isidro Es necesario un muro que
necesitan protección separe del distrito pobre.
de la pobreza.
Ley de pasaje:
La seguridad se consigue mediante
el aislamiento de los sectores peligrosos.
Restricción:
Existen otras medidas para
revertir la inseguridad.
Garantía:
El 67% de los argentinos encuestados afirmó haber instalado en su propiedad rejas, puertas
blindadas y alarmas. (Encuesta 2008, Poliarquía Consultores)
Figura 3
ACTIVIDADES
La venta de prejuicios
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está para el baile del caño, es una probable receptora del mensaje. El canal quiere definir su
público y lo hace con un mensaje que excluye a la señora y a todas las que un día seremos
como ella. Es un caso extremo: un canal para hombres (heterosexuales) que, aunque lo
haga a los gritos, les habla solamente a ellos. Pero este aviso abre la puerta a otros.
La humanidad: el hombre
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Lo que el lenguaje esconde
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a. Describan la situación argumentativa que plantea este texto: cuál es el problema
argumentativo, qué finalidad persigue el discurso, cuál es la tesis que sostiene el
enunciador y cuál es el destinatario.
b. Reconocer las distintas voces que aparecen en el texto. Indicar cuál es su función.
La retórica es una técnica (con este sentido debe entenderse aquí el término “arte”) que
comprende cinco momentos u operaciones principales que se articulan progresivamente para
componer el discurso:
Las tres primeras operaciones son las más importantes para nosotros porque trabajaremos
la comprensión y producción de discursos argumentativos escritos. La actuación y la
memoria versan sólo sobre los discursos orales y ponen en juego factores cognitivos de
memorización y técnicas del cuerpo, la gestualidad y la voz en el momento de la actuación
del discurso.
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La invención
se pueden construir los entimemas el hombre es mortal, luego Sócrates es mortal; Sócrates es
mortal porque los hombres lo son; Sócrates es un hombre, luego es mortal, etc.
Según Aristóteles, ejemplos y entimemas son las únicas vías de persuasión con las que
cuenta el orador. Mientras el ejemplo opera por comparación y conlleva un efecto más suave,
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la persuasión del entimema es poderosa ya que se basa en la fuerza de lo implícito y en la
eficacia demostrativa del silogismo.
Svampa, Maristella;
“Los muros de la exclusión”
en Revista Ñ, 18 de abril de 2009.
Bien lo puede comprobar cualquier viajero lanzado a pasear por el ancho mundo, el entero
mundo que debería ser su casa pero no lo es. Ahora hay otro tipo de fronteras que tienen
un matiz político y social, pero también un fuerte ingrediente psicológico. Va ese viajero a
un país como EE.UU. y le revisan no sólo los zapatos sino hasta los testículos, como le
pasó literalmente a un notable médico amigo al que tuvieron retenido dos horas en el
aeropuerto de Dallas porque detectaron semillas radiactivas en las zonas pudendas, un
tratamiento usual en enfermedades de la próstata. Va un caminante de los países en
desarrollo a Europa y comprobará que, de un tiempo a esta parte, los europeos han
abandonado la amabilidad, especialmente con los jóvenes sudacas y ya no hablemos de los
africanos o de cualquier pasajero que tiene el corte genético de Bin Laden.
Bedoain, Juan;
“Fronteras”,
en Clarín, Suplemento “Viajes”, 22 de marzo de 2009.
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El caso particular también puede proponer una conducta como imitable. En este caso
hablamos de un modelo que indica qué forma de comportamiento se deberá seguir. Se imita a
quienes se admira, a aquellos con autoridad o prestigio social. El modelo proyecta sus valores
positivos y dignos de admiración sobre aquellos con los que se lo asocie en la argumentación.
Reafirmamos aquí, en este salón, nuestra infinita fe en el hombre, hoy sediento de paz y de
justicia para sobrevivir como especie. Simón Bolívar, padre de nuestra Patria y guía de
nuestra Revolución, juró no dar descanso a su brazo, ni reposo a su alma, hasta ver a la
América libre. No demos nosotros descanso a nuestros brazos ni reposo a nuestras almas
hasta salvar a la humanidad.
Chávez, Hugo;
Asamblea General de las Naciones Unidas,
15 de septiembre de 2005
Por otra parte, lo que no debe imitarse también se puede proponer como argumento. El
antimodelo representa todo aquello que una cultura identifica como reprobable. Es suficiente
atribuir una conducta a un antimodelo para que intentemos tomar distancia de ella.
Analogía y metáfora
La analogía establece una semejanza de relaciones entre dos estructuras. Si bien se apoya en
similitudes preexistentes, al producir paralelos que ponen en evidencia ciertos aspectos en la
descripción de un fenómeno, la analogía motiva una nueva visión de las cosas. Su estructura
es: A es a B como C es a D.
Y quiero también, señor Presidente, amigos, esta noche, decirles que lo que también una
escucha por crítica, que la vocación de hegemonía, que su autoritarismo... y con receta nos
quieren convencer de que eso es un libreto Peronista. Cuando a alguien se le imponen
escollos institucionales para que no gobierne, eso no es libreto Peronista. Eso es guión y
dirección de Francis Ford Coppola, y el resultado no es Manual de Conducción Política,
sino es El Padrino.
Fernández, Cristina;
Acto de lanzamiento a Senadora por la provincia de Buenos Aires.
La Plata, julio de 2005
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La metáfora, por su parte, es una analogía condensada. A partir de la analogía “A es a B
como C es a D”, la metáfora tendrá la forma “A de D”, “C de B”, “A es C”. Si consideramos
la analogía “la vejez es a la vida lo que la noche es al día”, se pueden derivar las siguientes
metáforas: “la vejez del día”, “la noche de la vida”, “la vejez es una noche”.
El entimema
La retórica como arte de persuadir subraya la función de la opinión común, los puntos de
acuerdo, los saberes compartidos, como fundamento de toda argumentación. El orador puede
extraer las premisas de ciertos lugares en los que se apoya para consolidar su punto de vista:
el concepto aristotélico de topoi hace referencia a esas estructuras formales, sin contenido,
que permiten organizar los enunciados. Los lugares comunes son esquemas vacíos, generales,
comunes a todos los temas, que admiten diferentes actualizaciones. El lugar del más/menos,
por ejemplo, puede concretizarse en diferentes enunciados. En un discurso puede presentarse
el siguiente argumento: “Si le podés dedicar tanto tiempo a los vecinos, con más razón podés
dedicarle tiempo a tu propia familia.”
Entre los lugares comunes propuestos por Aristóteles en el libro II de la Retórica,
mencionaremos los tres principales: el de lo posible/imposible aplicable a las relaciones de
contrariedad (si es posible que algo empiece, es posible que termine); el de lo
existente/inexistente (o real/no real: si algo poco probable sucede, algo más probable sucedió
realmente); el del más/menos cuyo recurso es el “con más razón” (es muy probable que X
haya golpeado a su colega puesto que ha golpeado efectivamente a su propio padre).
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La utilización de un tipo u otro de topos da cuenta de los valores y las formas de pensar
de una época. Así, por ejemplo, mientras en la época clásica prima el lugar de la cantidad
(“una cosa vale más que otra por razones cuantitativas”), el espíritu romántico se identifica
con el lugar de la cualidad que exalta lo único como incomparable.
ACTIVIDADES
a.
El terrorismo, sin embargo, a pesar de que las experiencias históricas no lo aconsejan, seguirá
existiendo, ya que no hay razón para contar con que las injusticias y los grandes acopios de odio
tengan que desaparecer. Ciertamente, es mejor negociar que disparar, pero a menudo los tiranos se
resisten a la negociación, por lo que no queda más remedio que tomar las armas.
Kolakowski, Leszek;
“Sobre el terrorismo”
en Gazeta Wyborcza, octubre 2001.
b.
Son secretas las matanzas de la miseria en América Latina; cada año estallan, silenciosamente, sin
estrépito alguno, tres bombas de Hiroshima sobre estos pueblos que tienen la costumbre de sufrir con
los dientes apretados. Esta violencia sistemática, no aparente pero real, va en aumento.
Galeano, Eduardo;
Las venas abiertas de América Latina,
Buenos Aires, Catálogos, 1983
c.
Hay razones más sólidas para incluirlo [a Darwin] en una colección dedicada a filósofos. Su
obra en sí misma reclama un análisis filosófico y tiene que ver con temas filosóficos. Gracias
a Darwin, sabemos ahora que los organismos no fueron creados en seis días por un milagro
sino que son el producto de un larguísimo y lento proceso de cambios naturales que ningún
piloto guiaba: la evolución. Es necesario analizar esta teoría conceptualmente para ver cómo
está estructurada y qué reivindica. Además, puesto que esa teoría abarca a la humanidad –no
somos hijos de una ráfaga creadora que se produjo al final de una semana de actividad
divina–, también debe indagarse el pensamiento de Darwin por sus implicaciones para
algunas cuestiones filosóficas importantes, como la teoría del conocimiento (epistemología)
y la teoría de la moral (ética).
Ruse, Michael;
Charles Darwin,
Buenos Aires, Katz, 2008
17
d.
e.
Al decir, aún, una palabra acerca de la teoría de cómo debe ser el mundo, la filosofía, por lo demás,
llega siempre demasiado tarde. Como pensar del mundo surge por primera vez en el tiempo después
de que la realidad ha cumplido su proceso de formación y está realizada. (…) Cuando la filosofía
pinta el claroscuro, ya un aspecto de la vida ha envejecido y en la penumbra no se le puede
rejuvenecer, sino sólo reconocer: el búho de Minerva inicia su vuelo al caer el crepúsculo.
f.
Diana Maffia;
“Universal y singular”,
Revista Ñ, sábado 23 de junio de 2007.
18
g.
La indiscutible relevancia de la elección de Barack Obama está del todo relacionada con la
superación de los límites implícitamente impuestos a los logros de la población negra en
USAmérica; ha inspirado, inspirará y emocionará a la juventud negra; al mismo tiempo,
precipitará un cambio en la autodefinición del país.
Judith Butler;
“Uncritical Exuberance?”,
traducción de Atenea Acevedo,
en www.indybay.org (consultado el 27 de mayo de 2009).
Nosotros
Pasar del yo al nosotros es algo que pasa en el yo, que le pasa al yo. No produce otro
sujeto: cambia la forma de asumirse del mismo. Esto puede ser visto, metafóricamente,
como la aparición de un sujeto distinto, pero no hay que olvidar que se trata de una
metáfora. El uso de una computadora puede verse como una interacción y hasta como un
diálogo, pero se trata de una metáfora animista: la idea prehistórica de que las cosas tienen
alma, de que no son cosas, sino sujetos de otro tipo, que responden a la invocación. Así
también la metáfora orgánica permite invocar un sujeto colectivo, personificarlo, sentir
que la familia, el pueblo y todo posible nosotros, hablan, responden, exigen, como si
fueran organismos personales. Pero se trata de metáforas.
En la eterna lucha del bien contra el mal (es decir: de nosotros contra los otros),
siempre es un yo el que reprueba (somete, manda, domina) en nombre del nosotros. Un yo
no simplemente dominante y convenenciero, sino arrastrado por metáforas milenarias,
equívocas, poderosas, en parte insuperables, que también arrastran al interlocutor, y dentro
de las cuales éste se asume como réprobo o compungido, sumiso o rebelde. Sin esta
cooperación, el juego sería imposible. En este sentido, la vida amorosa, familiar, de
trabajo, política, patriótica, religiosa, suele ser una especie de mala literatura, donde los
papeles, como en el teatro, la novela, el mito, se apoderan de la persona del actor, del
espectador, del lector, del autor; donde los actos de los protagonistas irreales se apoderan
de las personas físicas reales.
Pero la buena literatura se hace en el mismo idioma que la mala. No es imposible que
las personas maduren y se reconozcan libres, solitarias y solidarias. No es imposible la
solidaridad, a pesar de sus equívocos; a sabiendas de que los sujetos colectivos no existen
más que en la forma de asumirse los sujetos reales. Para ser responsables y solidarios, no
19
hace falta creer que personificamos un sujeto irreal. En la práctica, es difícil. Las
metáforas nos arrastran. No eres tú, no soy yo. Eres una odiosa Capuleto que quiere
someter a un Montesco. Eres el imperialista que nos robó el Soconusco y ahora quiere
quedarse con Belice. Eres imbécil, como todos los tenedores de libros. Eres argentino: con
eso está dicho todo. Eres jesuita, militar, burócrata. La otra parte puede hacer el juego,
revirando estos maniqueísmos (eres un vil Montesco) o asumiéndolos como una
exaltación, en la orgullosa afirmación de ostentarse como argentino, jesuita, militar, con el
riesgo de que la camiseta se apodere de su persona, reducida a representar un papel
personificado.
No está mal que las personas físicas se sientan parte de personas morales, mientras les
sirva para madurar. La arrogancia individual es tan reprobable, tan angustiosa, tan
insegura, que arrogarse un nosotros le sirve de apoyo, aunque el sujeto colectivo no exista,
aunque asumirlo sea una forma de perderse, de enajenarse, de volverse loco en compañía.
Pero también es cierto que este apoyo ilusorio puede ser un apoyo, transitoriamente. El
nosotros familiar puede ayudar a que el ego salga de su mónada y se vuelva consciente del
yo en el descubrimiento del tú. (También puede volverse loco à deux.) El nosotros del clan
puede ayudar a superar el egoísmo del núcleo familiar. (También puede arrastrar a la
vendetta y el genocidio.) Ser ante todo mexicano es una pequeñez nacionalista frente a la
especie, pero una madurez frente a los patriotismos regionales (a su vez respetables, según
como se miren). La familia, el alma mater, el grupo, el amor loco, el apellido, el
nacionalismo, el feminismo, pueden servir como andaderas, como círculos de apoyo,
mientras se llega a andar de pie. También pueden servir para impedirlo.
Para sostener esta “realidad”, en toda comunidad hay recámaras que la decencia no
permite explorar bajo la reprobación de pequeñez, mal gusto, peligrosa concesión al
enemigo. Se supone que los pequeños egoísmos deben sujetarse al interés supremo del
nosotros, ese sujeto que no puede ser egoísta, y que cobija, resuelve, sintetiza, las
pequeñas contradicciones en algo superior, aunque de hecho cada uno jale la cobija del
nosotros para encubrir los intereses de su ego, no necesariamente cínicos o siquiera
conscientes; con frecuencia, irreales.
Esto pone a los sujetos reales en conflictos difícilmente superables. No sólo entre mi
libertad y la tuya, mi prosperidad y la tuya, que pueden tener solución (que mi libertad
prospere a pesar de la tuya no tiene que querer decir: a costa de la tuya); sino entre mis
ilusiones y las tuyas, conflicto que puede no tener solución, mientras persistan nuestras
ilusiones. Y a veces persisten de la peor manera posible, reforzándose mutuamente: tú y
yo, locos de amor y solos contra el mundo egoísta y absurdo; tú bien sabes, compadre,
que, en esta larga lucha, los únicos que no hemos claudicado somos tú y yo; recibo este
premio, no como una exaltación de mi modesta persona, sino como un reconocimiento al
desarrollo científico de San Blas; es necesario que yo tenga ese puesto para que la
endodoncia aporte su progreso al desarrollo del país, para que haya mujeres en los altos
puestos, para que tengan voz los que no tienen voz, para impedir que los malvados se
apoderen de esa trinchera. Afortunadamente, en muchos casos, el yo queda desnudo de la
cobija del nosotros ante sus propios ojos. Así puede asumirse como persona libre, solitaria
y solidaria. O hacerse nuevas ilusiones.
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También sucede en el feminismo. Si por feminismo se entiende tratarte como un
sujeto real, no como un objeto, tu libertad no prospera a costa de la mía: la favorece. Me
ayuda a liberarme de papeles falsos, de ilusiones solípticas, de cursilerías machistas. Pero
si dejas que un nosotras impersonal se apodere de ti y me satanice (en vez de
exorcizarme), como objeto de odio, como parte de un nosotros enemigo, vete al demonio.
Mejor aún: mandemos al demonio a las personas impersonales que se apoderan de
nosotros; despachemos a carcajadas las cursilerías machistas y feministas, las ilusiones de
Montescos y Capuletos. Hay quienes creen que es fácil superar las metáforas, desmitologar
los discursos, dejar atrás las ilusiones. Se trata de una ilusión, de un discurso mítico, de
una metáfora milenaria (la purificación, la vuelta a los orígenes): mala literatura crítica de
una mala literatura anterior. El arrastre de las metáforas no se supera con otras metáforas
que nos arrastren a creer que éstas sí son las buenas: la mismísima realidad. Se supera
aceptándolas, críticamente, como metáforas. Fuera del lenguaje, no hay exorcismo posible
contra el lenguaje. Lo que se puede hacer contra la mala literatura es buena literatura.
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La organización del discurso (disposición)5
DISPOSICIÓN
convencer
emocionar
seducción
del auditorio
Figura 4
5 La exposición que sigue, al igual que la del apartado “La puesta en palabras (elocutio)”, reproduce
parcialmente los capítulos 5 y 6 de REALE, A. y A. VITALE, La argumentación, una aproximación
retórico discursiva, “Cuadernos de lectura”, Buenos Aires, Ars Editorial, 1995.
22
etapa carecía de una estructura fija, en general se recomendaba empezar por la presentación
de pruebas fuertes, continuar por las más débiles y concluir con las más contundentes. Por
último, la discusión (altercatio) es una especie de diálogo en el que el orador se enfrentaba al
adversario.
El epílogo, la clausura del discurso, presentaba un resumen de la causa expuesta y
apelaba a los sentimientos del auditorio.
Este orden codificado por la retórica no es ni universal ni necesario. Ya Aristóteles había
observado que no hay más que dos partes indispensables en el discurso argumentativo: la
enunciación de la tesis que se ha de defender y los argumentos para probarla. Sin embargo, el
orden de los argumentos es fundamental para construir las condiciones de recepción más
favorables para la aceptación de la tesis. En todos los casos, la organización del discurso
argumentativo debe tener en cuenta el contexto en el que se desarrolla: el destinatario al que
se dirige, el objeto del discurso, la posición del enunciador, deben ser considerados en el
momento de la elección y presentación de los argumentos.
ACTIVIDADES
1. Lean el siguiente texto para resolver las consignas que se plantean a continuación.
Divididos en marcha
Una cosa que está fuera del alcance incluso de los más experimentados y lúcidos maestros
del arte de la elección es la sociedad en la cual se nace; por eso, nos guste o no, todos
estamos de viaje. Además, nadie nos ha preguntado sobre nuestras preferencias.
Arrojados a un mar vasto sin cartas de navegación y con todas las boyas hundidas y
apenas visibles, nos quedan apenas dos opciones: podemos sentir júbilo ante la imponente
vista de nuevos descubrimientos... o podemos temblar de miedo de ahogarnos. Una opción
nada realista es buscar refugio en un puerto seguro; se puede afirmar, sin temor a
equivocarse, que el refugio de hoy no tardará en convertirse en un moderno parque de
diversiones o un populoso club náutico. Descartada la tercera opción, la elección entre las
otras dos –o la aceptación de la que a uno le toque en suerte– dependerá en buena medida de
la calidad del barco y las destrezas náuticas de los marineros. Cuanto más fuerte es la nave,
menor es el temor a las mareas y tempestades. Sin embargo, no todos los barcos están en
condiciones de navegar. Y cuanto mayor es la extensión de navegación libre, más se polariza
la suerte de los marineros y mayor es el abismo entre los polos. Una travesía placentera para
un yate bien equipado puede ser una trampa peligrosa para un bote remendado. En última
instancia, la diferencia entre ambos es la que existe entre la vida y la muerte.
Tal vez a todos les asignen el papel de consumidor; tal vez todos quieran ser
consumidores y disfrutar de las oportunidades que brinda ese estilo de vida. Pero no todos
pueden ser consumidores. No basta desear; para que el deseo sea realmente deseable, una
auténtica fuente de placer, es necesario tener la esperanza razonable de acercarse al objeto
23
deseado. Esta esperanza razonable para algunos, es fútil para muchos. Todos estamos
condenados a elegir durante toda la vida, pero no todos tenemos los medios para hacerlo.
La posmoderna, de consumo, es una sociedad estratificada, como todas las que se
conocen. Pero se puede distinguir una sociedad de otra por la escala de estratificación. La
escala que ocupan “los de arriba” y “los de abajo” en la sociedad de consumo es la del grado
de movilidad, de libertad para elegir el lugar que ocupan.
Una diferencia entre “los de arriba” y “los de abajo” es que los primeros pueden alejarse
de los segundos, pero no a la inversa. En las ciudades contemporáneas se produce un
apartheid à rebours: los que tienen medios suficientes abandonan los distritos sucios y
sórdidos a los que están atados, a aquellos que carecen de esos medios. Ya sucedió en
Washington D.C. y está a punto de ocurrir en Chicago, Cleveland y Baltimore. En
Washington, el mercado inmobiliario no aplica la discriminación, sin embargo, existe una
frontera invisible a lo largo de la calle 16 en el oeste y el río Potomac en el noroeste, y
aquellos que quedaron del otro lado harán bien en no franquearla. La mayoría de los
adolescentes detrás de la frontera invisible, pero no por ello menos tangible, no conocen el
centro de Washington con su esplendor, su ostentosa elegancia, sus placeres refinados. Ese
centro no existe en sus vidas. No se puede conversar por encima de la frontera. Sus
experiencias vitales son tan radicalmente distintas que no está claro sobre qué podrían hablar
los residentes de uno y otro lado si se conocieran y se detuvieran a conversar. Como observó
Ludwig Wittgenstein, “si los leones pudieran hablar, no los entenderíamos”.
Hay otra diferencia: “los de arriba” tienen la satisfacción de andar por la vida a
voluntad, de elegir sus destinos de acuerdo con los placeres que ofrecen. En cambio, a “los
de abajo” les sucede que los echan una y otra vez del lugar que quisieran ocupar. (En 1975,
la Alta Comisión de la ONU a cargo de los emigrantes por la fuerza –los refugiados– tenía
bajo su cuidado a dos millones de personas. En 1995, la cifra había trepado a 27 millones.)
Si no se mueven, a veces les quitan el piso de bajo los pies, lo cual es otra forma de estar en
movimiento. Si se lanzan a la ruta, en la mayoría de los casos su destino es elegido por otros;
rara vez es agradable, y el placer no es uno de los criterios de elección. Tal vez ocupen un
lugar muy desagradable que abandonarían con gusto, si no fuera porque no tienen dónde ir y
difícilmente los recibirán de buen grado allí donde decidan instalar campamento.
Por todo el globo proliferan las visas de ingreso; no así el control de pasaportes. Este último
es necesario acaso más que nunca, para aclarar la confusión que pudiera haber creado la
abolición de la visa: separar a aquellos para cuya conveniencia y facilidad de traslado se
abolió la visa, de quienes deberían quedarse en su lugar, ya que están excluidos de los viajes.
La combinación actual de la anulación de visas de ingreso y el refuerzo de los controles de
inmigración tiene un profundo significado simbólico; podría considerarse la metáfora de una
nueva estratificación emergente. Pone al desnudo el hecho de que el “acceso a la movilidad
global” se ha convertido en el más elevado de todos los factores de estratificación.
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También revela la dimensión global del privilegio y la privación, por locales que fuesen.
Algunos gozamos de la libertad de movimiento sans papiers. A otros no se les permite
quedarse en un lugar por la misma razón.
Todos pueden ser viajeros, de hecho o por premonición, pero existe un abismo difícil de
franquear entre las vivencias respectivas en lo alto y lo bajo de la escala de libertad. El
término de moda “nómada”, aplicado indiscriminadamente a todos los contemporáneos de la
era posmoderna, es sumamente engañoso, ya que pasa por alto las profundas diferencias
existentes entre las dos clases de vivencias y torna formal y superficial cualquier similitud
entre ellas.
En realidad, entre los mundos sedimentados en ambos polos, en lo alto y en lo bajo de la
jerarquía emergente de la movilidad, existen diferencias enormes; al mismo tiempo, crece la
incomunicación entre ambos. Para el primer mundo, el de los globalmente móviles, el
espacio ha perdido sus cualidades restrictivas y se atraviesa fácilmente en sus dos versiones,
la “real” y la “virtual”. Para el segundo, el de los “localmente sujetos”, los que están
impedidos de desplazarse y por ello deben soportar los cambios que sufra la localidad a la
cual están atados, el espacio real se cierra a pasos agigantados. Esta clase de privación se
vuelve aún más ingrata ante la exhibición ostentosa, a través de los medios de comunicación,
de la conquista del espacio y la “accesibilidad virtual” de las distancias que siguen siendo
inalcanzables en la realidad no virtual.
La reducción del espacio entraña la abolición del paso del tiempo. Los habitantes del
primer mundo viven en un presente perpetuo, atraviesan una sucesión de episodios
higiénicamente aislados, tanto del pasado como del futuro. Están constantemente ocupados y
siempre “escasos de tiempo”, porque cada momento es inextensible, una experiencia idéntica
a la del tiempo “colmado hasta el borde”. Las personas atascadas en el mundo opuesto están
aplastadas bajo el peso de un tiempo abundante, innecesario e inútil, en el cual no tienen
nada que hacer. En su tiempo “no pasa nada”. No lo “controlan”, pero tampoco son
controlados por él, a diferencia de sus antepasados, que marcaban sus entradas y salidas,
sujetos al ritmo impersonal del tiempo fabril. Sólo pueden matar el tiempo a la vez que éste
los mata lentamente.
Los residentes del primer mundo viven en el tiempo; el espacio no rige para ellos, ya que
cualquier distancia se recorre instantáneamente. Es la experiencia de vida que Jean
Baudrillard expresó en su imagen de “hiperrealidad” donde lo real y lo virtual son
inseparables ya que ambos adquieren o pierden en la misma medida la “objetividad”, la
“externalidad” y el “poder punitivo” que para Emile Durkheim constituyen los síntomas de
toda realidad. Por su parte, los residentes del segundo mundo viven en el espacio: pesado,
resistente, intocable, que ata el tiempo y lo mantiene fuera de su control. Su tiempo es vacuo;
en él, “nunca pasa nada”. Sólo el tiempo virtual de la televisión tiene una estructura, un
“horario”, el resto pasa monótono, va y viene, no exige nada y aparentemente no deja rastros.
Sus sedimentos aparecen de improviso, sin ser anunciados ni invitados. Este tiempo
inmaterial, liviano, efímero, carente de cualquier cosa que le dé sentido y por ende gravedad,
no tiene el menor poder sobre ese espacio verdaderamente real donde están confinados los
residentes del segundo mundo.
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Para el habitante del primer mundo –ese mundo cada vez más cosmopolita y
extraterritorial de los empresarios, los administradores de cultura y los intelectuales
globales–, se desmantelan las fronteras nacionales tal como sucedió para las mercancías, el
capital y las finanzas mundiales. Para el habitante del segundo, los muros de controles
migratorios, leyes de residencia, políticas de “calles limpias” y “aniquilación del delito” se
vuelven cada vez más altos; los fosos que los separan de los lugares deseados y la redención
soñada se vuelven más anchos y los puentes, al primer intento de cruzarlos, resultan ser
levadizos. Los primeros viajan a voluntad, se divierten mucho (sobre todo, si viajan en
primera clase o en aviones privados), se les seduce o soborna para que viajen, se les
recibe con sonrisas y brazos abiertos.
Los segundos lo hacen subrepticia y a veces ilegalmente; en ocasiones pagan más por la
superpoblada tercera clase de un bote pestilente y derrengado que otros por los lujos dorados
de la business class; se les recibe con el entrecejo fruncido, y si tienen mala suerte los
detienen y deportan apenas llegan.
Baumann, Zygmunt;
La globalización: consecuencias humanas,
FCE, Buenos Aires, 1999, pp. 103-133.
Todo viaje supone traspasar fronteras y las hay de todo tipo: políticas, sociales,
culturales, lingüísticas. En las últimas décadas del siglo XX, los viajeros sabíamos
que esas fronteras no eran porosas y soñábamos para el Tercer Milenio con un
mundo en el que esas rígidas barreras serían arrojadas al olvido, diluidas por los
pliegues de la historia, como sucedió con el Muro de Berlín. (…) Pero no.
Bedoain, Juan;
“Fronteras”,
en Clarín, Suplemento “Viajes”, 22 de marzo de 2009
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2. Lean el siguiente texto para resolver las consignas que se plantean a continuación n.
Ser mujer en Norteamérica a fines del siglo XX: ¡qué buena suerte! Han caído las barreras,
nos aseguran los políticos. La lucha de las mujeres por la igualdad “en gran medida se ha
ganado”, anuncia la revista Times.
Detrás de esta celebración de la victoria de la mujer norteamericana, fulgura otro
mensaje. Pueden ser libres e iguales ahora, les dice a las mujeres, pero nunca han sido más
infelices. Las mujeres profesionales están padeciendo “agotamiento” y sucumbiendo a una
“epidemia de infertilidad”. Newsweek dice: las mujeres solteras están “histéricas” y se
derrumban bajo una “profunda crisis de confianza”.
¿Cómo puede ser que las mujeres norteamericanas tengan tantos problemas en un
momento en que se supone que son tan felices? Si la condición de la mujer nunca ha sido
más alta, ¿por qué está tan bajo su estado emocional?
La sabiduría predominante de la década pasada ha dado pie a una y sólo una respuesta
a este enigma: debe ser toda esa igualdad lo que está causando ese dolor. Las mujeres son
infelices precisamente porque son libres. El movimiento femenino, nos dicen reiteradas
veces, ha demostrado ser el peor enemigo de las mujeres.
Si las mujeres “han triunfado”, ¿por qué, entonces, casi el 80% de las que trabajan aún
siguen cautivas en puestos “femeninos”, como secretarias, trabajadoras de “apoyo”
administrativas y “vendedoras”? Y, a la inversa, ¿por qué son menos del 8% de todos los
jueces federales y estatales, menos del 6% de todos los socios legales y menos de la mitad
del 1% de los principales directivos de corporaciones?
Vista contra ese trasfondo, la muy exagerada afirmación de que el feminismo es
responsable de hacer desgraciadas a las mujeres se torna absurda e irrelevante.
Las propias mujeres no señalan al movimiento femenino como fuente de su desgracia.
Por lo contrario, en las encuestas nacionales, del 75% al 95% de las mujeres le acreditan a
la campaña feminista el mejoramiento de su vida.
En la década del 80, como los otros colaboradores de la cultura de la reacción, los
comerciantes de moda tomaron la idea de que las mujeres contemporáneas debían estar
sufriendo por un exceso de igualdad que las había despojado de su feminidad. En términos
de moda, el argumento de la reacción pasó a ser: la liberación ha negado a las mujeres el
“derecho” a la vestimenta femenina; los conjuntos para el trabajo profesional de la década
del 70 esposaron el espíritu femenino.
En su desesperación, la industria empezó a contradecir sus antiguas convenciones. Los
promotores de la moda por largo tiempo han rapsodiado que la feminidad es “eterna”, que
está enraizada en la naturaleza misma de las mujeres; pero al mismo tiempo, les estaban
diciendo a las mujeres que el simple hecho de lucir el conjunto de ropas equivocado podían
anular esa esencia femenina eterna. “Estábamos usando espigados, ¡ya no sabíamos cuál
era nuestra identidad!”, exclamó Karen Bromley, vocera del Consejo de la Vestimenta
Íntima.
27
Pero la única “crisis de identidad” que enfrentaban las mujeres cuando miraban en sus
armarios era la que había fabricado la industria de la moda en la década del 80. Los
fabricantes de ropas tenían buenos motivos para tratar de inducir esa ansiedad: la
inseguridad personal es el gran motivador para comprar. Wells Rich Greene, que realizó
uno de los mayores estudios de los hábitos de compra de moda por parte de las mujeres a
comienzos de la década del 90, descubrió que cuanto más seguras e independientes se
volvían, menos les agradaba comprar; y que cuanto más les gustaba su trabajo, menos se
preocupaban por la ropa.
Durante la década del 80, la industria de la belleza promovió un “retorno a la
feminidad” como si se tratara de un renacimiento de la feminidad natural, un florecimiento
de todas esas cualidades femeninas innatas supuestamente suprimidas en la década
feminista del 70. Pero las características “femeninas” que más celebraba la industria eran
groseramente antinaturales, logradas con medidas crecientemente duras, punitivas y poco
saludables.
La industria de la belleza, claro, nunca ha sido una propulsora de las aspiraciones
feministas. Esto no quiere decir que sus promotores tengan un programa político consciente
contra los derechos de las mujeres, sino sólo un mandato comercial para mejorar el
resultado. Y la fórmula con que ha contado la industria por muchos años –agravar la
autoestima de las mujeres y su gran ansiedad por un aspecto “femenino”– siempre le ha
servido bien.
En la década del 80 la industria de la belleza pertenecía al rizo cultural que
realimentaba la reacción. Inevitablemente, los propagandistas de las compañías de belleza
recogían las señales de advertencia que circulaban acerca de lo que exigía la igualdad de las
mujeres, amplificándolas para sus propios fines.
“¿Está pagando su rostro el precio del éxito?”, se preocupaba un aviso de crema Nivea
de 1988, en el que una mujer con traje sastre y portafolios se apresura con un niño al
cuidado diurno, captando una vislumbre de su piel estropeada por la carrera en el
escaparate de un comercio. En un aviso tras otro, la industria de la belleza insistía con su
versión de la tesis de la reacción: el progreso profesional de la mujer había degradado su
apariencia; la igualdad había creado arrugas de preocupación y celulitis.
Los comerciantes en belleza incitaban al temor acerca del costo del éxito ocupacional
de las mujeres en gran medida porque temían, correctamente, que ese éxito les hubiera
costado a ellos en términos de ganancias. La industria apuntó a recuperar su propia salud
económica persuadiendo a las mujeres de que eran ellas las pacientes enfermas, y de que el
profesionalismo era su enfermedad. La belleza se hizo médica mientras su ejército de
promotores con batas de laboratorio, y los médicos reales, prescribían pociones avaladas
por profesionales, inyecciones para la piel, “tratamientos” químicos para el pelo, cirugía
plástica prácticamente para cada centímetro del rostro. Siguiendo las órdenes de la belleza
de la década del 80, los médicos literalmente enfermaron a muchas mujeres. Los
procedimientos con ácido para el cutis les quemaron la piel. Las inyecciones de siliconas
dejaron dolorosas deformidades. La liposucción “cosmética” causó graves complicaciones,
infecciones e incluso la muerte. Internalizados, los dictados de la belleza de la década
tuvieron su parte en cuanto a exacerbar una epidemia de problemas alimenticios. Y la
28
industria de la belleza ayudó a agudizar el aislamiento psíquico que sentían tantas mujeres
en la década del 80, reforzando la representación de los problemas de las mujeres como
enfermedades puramente personales, no relacionados con las presiones sociales y sólo
curables en la medida en que la mujer individual lograra adecuarse a la pauta universal,
cambiándose físicamente.
Faludi, Susan;
Reacción,
Buenos Aires, Planeta, 1992.
29
La puesta en palabras (elocutio)
Una vez encontrados los argumentos y repartidos en las partes del discurso queda la tarea de
“ponerles palabras”, función que en la retórica clásica correspondía a la elocución. Este es,
quizás, el terreno de mayor controversia en los estudios del discurso argumentativo. Su
evolución a lo largo de los siglos ha sido bastante azarosa y su expansión alcanzó un grado tal
que condujo finalmente a su identificación lisa y llana con el conjunto de los estudios
retóricos, reducidos a la mera catalogación de “figuras”. Aquí nos limitaremos a repertoriar
una serie –incompleta y arbitraria– de procedimientos de gran productividad en el discurso
argumentativo.
1. Figuras de la aserción
Preterición
Es la figura por la cual se atrae la atención sobre un objeto, simulando que no se le otorga
mayor importancia:
El otro día leí una nota […] que decía lo siguiente “El 50 % de las mujeres pierde el interés
sexual entre los 42 y los 52 años, pero muchas otras ven rejuvenecer su deseo y buscan
aventuras”. Dejaré aparte la rara construcción de la frase, que podría dar a entender que en
la vida de las mujeres hay una década nefasta entre los 42 y los 52 años, en donde de
repente, por razones ignotas, se pierde momentáneamente el deseo sexual […].
Montero, Rosa;
“Disfrutando de los muchachos en flor”,
Revista Ñ, sábado 23 de junio de 2007.
Amplificación, acumulación
Se puede reforzar la aserción de una tesis por el simple hecho de repetir los datos por
acumulación o amplificación:
Hasta que las palabras y los conceptos en cuya creación no hemos participado incorporen
nuestras voces de mujeres, hasta que el imaginario de las vidas que no hemos diseñado
dibuje nuevos mapas con nuestros desencuentros y amores, hasta que el lenguaje se diga
en mujer y alcance nuestros cuerpos y nombres singulares […] haremos en todas partes
revoluciones profundas y pacíficas que distribuyan la alegría del reconocimiento.
Diana Maffia;
“Universal y singular”,
Revista Ñ, sábado 23 de junio de 2007.
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Pregunta retórica
El carácter dialógico de la interrogación retórica, que obliga al destinatario a asumir la
respuesta implícita en la pregunta formulada por el orador, opera como un notable refuerzo
de la aserción.
¿Cómo puede ser que las mujeres norteamericanas tengan tantos problemas en un
momento en que se supone que son tan felices?
Faludi, Susan;
Reacción,
Buenos Aires, Planeta, 1992.
Hipérbole
Funciona sobre la exageración, ya sea por exceso o por defecto: “más astuto que un zorro”,
“más lento que una tortuga”.
2. Contraste y paradoja
Oxímoron
Es un procedimiento que se funda en la conjunción de opuestos, fusión de términos contrarios
(que se excluyen mutuamente) en una misma unidad gramatical y de sentido: “feminidad
masculina”, “frialdad ardiente”.
Paradoja
La paradoja no es, en rigor, una figura; es una proposición que contradice una opinión
general. A nivel superficial, el pensamiento paradójico se manifiesta a través de un contraste
cuya finalidad es producir un escándalo lógico.
Siguiendo las órdenes de la belleza de la década del 80, los médicos literalmente
enfermaron a muchas mujeres.
Faludi, Susan;
Reacción,
Buenos Aires, Planeta, 1992.
3. Figuras de la agresión
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Concesión retórica
Se trata de una pura ficción discursiva en la que el polemista simula estar de acuerdo con su
adversario sobre algunos puntos para proceder luego a su refutación. Es una forma de
agresión diferida.
Ser mujer en Norteamérica a fines del siglo XX: ¡qué buena suerte! Han caído las barreras,
nos aseguran los políticos. La lucha de las mujeres por la igualdad “en gran medida se ha
ganado”, anuncia la revista Times.
Detrás de esta celebración de la victoria de la mujer norteamericana, fulgura otro
mensaje.
Faludi, Susan;
Reacción,
Buenos Aires. Planeta, 1992.
Ironía
Expresión en tono de burla de una significación contraria (o diferente) a la del enunciado, que
se pone de manifiesto por el contexto o la pronunciación, el gesto, etc.
Para terminar, una joyita: “Cuando les duele a ellas nos duele a todos”, dice un aviso en el
que los hombres salen magullados como consecuencia del accionar de las hormonas
femeninas.
Kolesnikov, Patricia;
“La venta de prejuicios”,
Revista Ñ, sábado 23 de junio de 2007.
Sarcasmo
Clase de ironía que se caracteriza por la intención cruel, hostil o maliciosa que expresa. En el
sarcasmo se disimula la agresión detrás de una actitud aparentemente benévola.
Si uno creyera en Elle, que hace poco congregó en una misma fotografía a setenta mujeres
novelistas, la escritora constituye una especie zoológica notable: da a luz, mezclados,
novelas y niños. Se anuncia, por ejemplo: Jacqueline Lenoir (dos hijas, una novela);
Marina Grey (un hijo, una novela); Nicole Dutreil (dos hijos, cuatro novelas), etcétera.
Barthes, Roland,
Mitologías,
México, Siglo XXI, 1999.
4. Técnicas de la refutación
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Ejemplo en contrario
La refutación se produce al oponer a una tesis fundada sobre un topos probable, un ejemplo
concreto que la invalida.
La sabiduría predominante de la década pasada ha dado pie a una y sólo una respuesta a este
enigma: debe ser toda esa igualdad lo que está causando ese dolor. Las mujeres son infelices
precisamente porque son libres. […] Las propias mujeres no señalan al movimiento femenino
como fuente de su desgracia. Por lo contrario, en las encuestas nacionales, del 75% al 95% de
las mujeres le acreditan a la campaña feminista el mejoramiento de su vida.
Faludi, Susan;
Reacción,
Buenos Aires, Planeta, 1992.
Argumentación ad hominem
Esta técnica consiste en señalar una contradicción entre lo que el adversario sostiene y lo que
ha dicho o hecho anteriormente. En rigor, no se trata de una refutación, sino de un
procedimiento de puesta en duda de las palabras del otro.
Los promotores de la moda por largo tiempo han rapsodiado que la feminidad es “eterna”, que
está enraizada en la naturaleza misma de las mujeres; pero al mismo tiempo, les estaban
diciendo a las mujeres que el simple hecho de lucir el conjunto de ropas equivocado podían
anular esa esencia femenina eterna.
Faludi, Susan;
Reacción,
Buenos Aires, Planeta, 1992.
Retorsión
El polemista se instala en el terreno de su adversario y utiliza los mismos datos, axiomas y
conceptos que éste emplea en su razonamiento, para demostrar que en estas condiciones es
posible destruir su posición con los mismos elementos. La retorsión, al igual que el
argumento ad hominem, hace caer al antagonista en una contradicción manifiesta.
Autofagia
Modo de refutación por el que se demuestra que la generalización o la extensión de una tesis
la vuelve impracticable o absurda. Se trata de un procedimiento que a menudo recurre a la
ironía: el polemista simula profundizar el razonamiento de su adversario, llegar hasta las
últimas consecuencias para descubrir hasta qué punto esta línea de pensamiento conduce al
escándalo de la razón.
Amen, trabajen, escriban, sean mujeres de negocios o de letras, pero recuerden siempre
que el hombre existe y que ustedes no están hechas como él. El orden de ustedes es libre a
condición de que dependa del suyo; la libertad de ustedes es un lujo, sólo es posible si de
antemano reconocen las obligaciones que les impone su naturaleza. Escriban, si quieren, y
todas nos sentiremos orgullosas de ello; pero no por eso olviden de hacer niños, pues
corresponde al destino de ustedes.
Barthes, Roland,
Mitologías,
México, Siglo XXI, 1999.
Desmitificación
La desmitificación supone una transgresión de las reglas de “cortesía”. Esta técnica consiste
en señalar “detrás” del discurso del adversario, los verdaderos móviles ocultos y, se entiende,
poco honestos. El razonamiento del antagonista no es atacado formalmente, ni sus datos son
cuestionados. Se trata de un ataque global que subvierte su legitimidad. El develamiento
desmitificador presupone el axioma según el cual no hay efecto sin causa y, más
particularmente, que no hay toma de posición que no responda a un interés del que la
enuncia.
Pero la única “crisis de identidad” que enfrentaban las mujeres cuando miraban en sus
armarios era la que había fabricado la industria de la moda en la década del 80. Los
fabricantes de ropas tenían buenos motivos para tratar de inducir esa ansiedad: la
inseguridad personal es el gran motivador para comprar.
Faludi, Susan;
Reacción,
Buenos Aires, Planeta, 1992.
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ACTIVIDADES
En el texto del ensayo se deberá incluir por lo menos una cita textual –extraída de los
textos del cuadernillo– en el desarrollo de la argumentación.
Invención
b. Definan el auditorio al que va dirigido el ensayo que van a producir. ¿Con qué
creencias, valores y principios ideológicos se identifican? Traten de caracterizarlo
con la mayor precisión posible.
d. Busquen información acerca del género “ensayo breve”. Identifiquen sus rasgos de
estilo.
Disposición
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Elocución
f. Definan el “tono” del ensayo teniendo en cuenta el destinatario al que se dirige: cuál
será su estilo (cercano al coloquial con un léxico sencillo propio del discurso
periodístico, o bien formal, con términos técnicos, adecuados a un enfoque más
académico).
BIBLIOGRAFÍA
BARTHES, Roland.; “La retórica antigua”, en La aventura semiológica, Buenos Aires, Paidós,
1990.
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