Resumen: Walter Del Rio - Del No-Evento Al Genocidio

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Resumen Segundo Parcial

Historia

Delrio, Walter
Del No-Evento al Genocidio. Pueblos Originarios y Políticas de Estado en Argentina

Algunos consideran que técnicamente habría que hablar de Etnocidio y no Genocidio, porque se apuntó a
destruir las costumbres indígenas y no a los indígenas. Es decir, se los quería “educar”, “civilizar” pero no
matar. Con lo cual también es un error conceptual: porque el término Genocidio implica, incluso, ´´toda
acción destinada a la pérdida de identidad´´. Por ejemplo, cortar la relación de madre con hijo. El secuestro
de niños es considerado como un Genocidio. Y esto fue lo que ocurrió, No solo a través de las matanzas
se ha operado intencionalmente hacia la destrucción de los pueblos originarios, desde el traslado de niños
hasta el acoso a territorios y asalto a recursos que afectan a su supervivencia se ha querido llegar a cierta
destrucción o extinción.
Traslados masivos de los aborígenes hacia los campos de concentración (Valcheta) con alambres de púas
de tres metros de alto, con gente muriendo de hambre por no tener qué comer y en los que estos sufrían
trastornos mentales mediante técnicas de tortura u otras, también se trasladaban hacia las ciudades para
su adquisición como mano de obra, en largas caminatas que duraba varios días y se era muy difícil
sobrevivir en esas condiciones de traslado (a pie, descalzos). A las señoras que no pudieran seguir
caminando le cortaban las tetas y a los hombres el garrón y los dejaban tirados hasta que murieran
desangrados , a las embarazadas cuando iban teniendo familia le iban a cortar el cogote del chico y la
mujer que tenía familia quedaba tirada y las mataban.
Los hijos eran separados de sus madres y eran entregados a familias criollas, apropiándose de ellos y
borrándoles su identidad. También la matanza de prisioneros, la violación sistemática como arma de
guerra. La prostitución forzada como botín de guerra de los soldados era algo fomentado desde los
mandos.
Entonces Del Rio considero a lo ocurrido con la población originaria un genocidio, porque aunque no se
eliminó o extermino a toda la población indígena, no es una cuestión de resultados, si no que hubo el
proyecto e intencionalidad de hacerlo y no solo físicamente, si no que hubo intento hasta de eliminar la
cultura aborigen.
Walter Del Rio construye esta afirmación sobre el genocidio indígena, incorporando documentación que no
era tenida en cuenta para describir hechos, además de la memoria oral, de las personas que vivieron los
hechos que se transmitieron por generaciones. También en las experiencias de los viajeros Galeses y sus
relatos sobre los campos de concentración, sumándole a todo esto la información ya conocida.

No hace mucho tiempo, una de las premisas que se manejaba entre quienes investigaban el proceso de
relación entre sociedad hispano-criolla y pueblos originarios con posterioridad a las “campañas al desierto”
era la que postulaba la inexistencia de una política de estado hacia la población originaria luego de dicho
evento. Así, las medidas gubernamentales tomadas en relación a dicha población se suponía que
constituirían medidas puntuales para casos puntuales. En su mayor parte, aunque en un número global
reducido, estas medidas comprendían la entrega de tierras a caciques y sus familias. Esto producía un
efe'o “empate” ya que es bien sabido que las campañas también implicaron entregas de tierra tanto a los
militares participantes como para quienes habían adquirido bonos para el financiamiento de las campañas.
En diferentes comunidades a lo largo de la Pampa y la Patagonia, las contadas sobre el tiempo de los
“abuelos” refieren tanto a desplazamientos y pérdidas inmateriales y materiales (posesiones, personas,
lugares sagrados, paz, tranquilidad, etc.) produ'o de la persecución de los “expedicionarios”, como a
lugares específicos y reconocibles de matanzas (“el corral donde los mataban a todos”), de concentración
como “Valcheta” o “Choele Choel”, entre otros. A estas concentraciones les continúa la deportación a
lugares lejanos donde se dividieron a las familias –”el cuartel del Retiro”, la isla Martín García–, la huida de
aquellos centros de detención y la nueva marcha sin rumbo hasta la localización en los nuevos espacios
de la a'ual comunidad. Las matanzas cometidas durante y posteriormente a la realización de las campañas
de conquista han sido frecuentemente invisibilizadas. En algunos casos fueron descriptas por la
documentación oficial como acciones de guerra, tal el caso del supuesto combate en el Genoa, Chubut, en
o'ubre 1884.10 Esta masacre, por ejemplo, dio por terminada la negociación iniciada por el lonko Foyel
para acordar la presentación de las familias que representaba. Luego de estos “enfrentamientos”,
sometidos y presentados, eran trasladados a lugares de concentración o de exterminio. La condición de
estos prisioneros era de excepción de cualquier derecho como persona.
Los centros de detención y concentración a menudo fueron desestimados por la historiografía al ser
asimilados con la existencia de la fi- gura de los “indios amigos”, que formaban parte de las tropas
auxiliares tanto en el momento previo a las campañas de conquista (1878-1885) como durante las mismas.
De hecho, algunos grupos sometidos o presentados en su desarrollo fueron incorporados como tales, en
calidad de baquianos, guías y tropa.15 Estos, junto con sus familias, residían próximos a los fuertes y
fortines. No obstante, lo que es recordado en los ngtram es otro tipo de concentración también próxima a
los asentamientos militares, porque en efe'o estaban bajo su vigilancia.
Con respecto a Valcheta, tanto la memoria social como la documentación de archivo permiten suponerlo
como el centro más importante.
El hecho que algunos de estos campos de concentración eran visitados por los salesianos en sus misiones
volantes y que, en efe'o, existió una diversidad de casos y condiciones en las cuales la población originaria
fue en algunas oportunidades incorporada a las mismas fuerzas militares, no debería volver invisible el que
muchos de estos lugares de concentración fueron, en efe'o, campos de muerte. No por sus condiciones de
hacinamiento sino porque el destino de los mismos no era otro que la ejecución de los concentrados.
El contexto social descripto en los ngtram da cuenta de la pérdida de vínculos. Una pérdida cara'erizada
principalmente por la separación de los niños de sus familias. Es el momento en el que nuevos lazos se
crean al adoptar huérfanos, pedir niños cautivados o rescatarlos de las manos de los soldados.
La memoria social en diferentes comunidades del área pampeana y patagónica reproduce esta descripción
de marchas a pie, donde quienes iban cayendo eran abandonados o simplemente sacrificados por los
soldados.29 Los traslados fueron hacia distintos puntos del país –en particular Buenos Aires fue escala
intermedia hacia otras provincias– para la utilización de los prisioneros como fuerza de trabajo.
Hemos coincidido en la fa'ibilidad de la utilización del concepto de genocidio como herramienta para el
abordaje del proceso de sometimiento estatal de los pueblos originarios. Consideramos que es posible
aplicar este término jurídico de acuerdo a la descripción de dicho proceso basada en el corpus documental
conformado por la memoria social y los archivos históricos. Aún habría un potencial mayor en la
competencia del término en la medida en que exploremos la relación entre ambos tipos de memoria a lo
largo del tiempo, desde el momento “epitomizado” de la conquista hasta el presente.

MECANISMOS DE INVISIBILIDAD Y LA CONSTRUCCION DEL NO EVENTO

Del valle sostenía explicitamente plícitamente que se había esclavizado al indígena y que cada campaña
convertía a las mujeres y los niños en botín de guerra. El senador, no obstante, acusaba de ello no sólo al
gobierno sino a la opinión pública por su complicidad: “Hemos reproducido las escenas bárbaras, –no
tienen otro nombre– de que ha sido teatro el mundo, mientras ha existido el comercio civil de los esclavos.
Hemos tomado familias de los indios salvajes, las hemos traído a este centro de civilización, donde todos
los derechos parece que debieran encontrar garantías, y no hemos respetado en estas familias ninguno de
los derechos que pertenecen, no ya al hombre civilizado, sino al ser humano: al hombre lo hemos
esclavizado, a la mujer la hemos prostituido; al niño lo hemos arrancado del seno de la madre, al anciano
lo hemos llevado a servir como esclavo a cualquier parte; en una palabra, hemos desconocido y hemos
violado todas las leyes que gobiernan las acciones morales del hombre”.38 La calificación como “crimen
de lesa humanidad” de las distintas medidas tomadas por el gobierno y la sociedad civil hacia la población
originaria sometida formaba parte de los discursos del mismo contexto de 38. Citado en Lenton, 1994, p.
99. las campañas de 1878-1885.
EL PASADO A SER CONTROLADO

La construcción de los campos disciplinares (la Historia Natural y la Antropología para el pasado de los
indígenas y la Historia para la matriz estado-nación-territorio) constituye de forma general los principales
campos de visión. Así, lo indígena ha quedado no sólo en las vitrinas en las que se muestra el pasado
natural sino también en la cartografía, como parte de la toponimia pero también en nombres de algunas
calles o plazas. Una presencia fantasmal46 que como tal se convierte en insumo o recurso también en la
construcción de identificaciones nacionales en relación con un territorio (véase el trabajo de Escolar 2007
sobre el caso de lo huarpe en Cuyo). En esta dirección encontramos casi como una rareza la no utilización
de palabras en lengua indígena para nombrar hosterías, clubes de veraneo, casasquinta, establecimientos
gastronó- micos en regiones como la patagónica. En muchos casos, todas estas utilizaciones giran en
torno a la construcción de un valor afe'ivo hacia un territorio y un pasado, no obstante en todos ellos se
refuerza la idea de que lo indígena sólo puede ser considerado en tanto pasado, como un “patrimonio
común” a todos los argentinos.
El aspecto de estas personas ha cambiado, señala Barbará: “Hoy –han perdido hasta la fisonomía salvaje.
La reacción se ha operado en el físico de los indios: las mujeres visten a la usanza del país: van calzadas
y limpias. Los niños –han dejado su chamal o chiripá y visten pantalón, saco y gorra. ¡Honor al Gobierno y
al pueblo Argentino por esta hermosa conquista de la humanidad y civilización”
Esto habilitaba que las personas fuesen consideradas tan sólo como “descendientes” y las comunidades
como “restos de tribus.” En Patagonia por ejemplo, la supuesta extinción inmediata de los “tehuelches”
empezó a ser anunciada en 1884, y hacia 1914 el gobierno sostenía que ya no existían indígenas en
aquellos territorios al haberse “fusionado” con la población criolla.62 El elemento central para invisibilizar a
la población originaria era la consideración de que aquellos sobrevivientes y descendientes se
encontraban ya incorporados en las relaciones laborales, como peones rurales y servicio doméstico.63
Esta mirada contribuyó no sólo a reforzar el avance de las relaciones capitalistas, sino también el proceso
de cosificación de la cultura como algo escindible, reconocible y registrable por fuera de las personas y los
grupos sociales. Así, las “culturas indígenas” devienen en parte del patrimonio cultural de un territorio
nacional, en consecuencia, algo digno de ser preservado para las siguientes generaciones de argentinos.
Así, como puede observarse en los ejemplos utilizados, se destaca que no sólo se utilizan a los prisioneros
como mano de obra para construir el museo, sino que hay un estado que administra sistemáticamente a
dicha fuerza de trabajo; que el manual de lengua es para el uso, no solo de los militares en sus
expediciones o religiosos en su evangelización, sino de todas aquellas familias que se benefician con los
indígenas traí- dos en vagones y repartidos en la ciudad; y, finalmente, que las tierras fueron expropiadas
y las tumbas levantadas para la instalación del latifundio y del miedo necesarios para su mantenimiento y
reproducción. Los ngtram suelen identificar a los expedicionarios de aquellas persecuciones, masacres,
concentraciones, deportaciones y fragmentaciones no sólo con soldados sino más específicamente con los
terratenientes que finalmente se apropiaron del territorio de los antepasados. Reconocen así la existencia
de una agencia hegemónica articulada y coherente, ponen en evidencia la funcionalidad recíproca de los
intereses económicos de la época y las instituciones políticas.
En tanto analistas, podemos describir que no sólo a través de las matanzas se ha operado
intencionalmente hacia la desestru'uración de los pueblos originarios, desde el traslado de niños hasta el
acoso a territorios y asalto a recursos que afe'an a su supervivencia. No obstante, como señala Clavero, el
concepto de genocidio ha sido en los hechos neutrali- 80. Clavero, 2008, p. 24. zado como norma
internacional, al imponerse la noción de “intención específica”81 y limitando en consecuencia la idea de
genocidio a la de matanza, y la de lesión mental sólo al “daño permanente de las facultades mentales
mediante drogas, tortura o técnicas similares”,82 quedando así excluida definitivamente la idea de
“genocidio cultural”. Al respecto, coincido con Clavero en cuanto que a nada nos conduciría preguntarnos
sobre el número necesario de muertes intencionadas para que una matanza se convierta en delito de
genocidio para dejar de ser solamente “asesinatos en serie”.

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