Ideas Utilitarismo
Ideas Utilitarismo
Ideas Utilitarismo
Indica nobleza el ser capaz de renunciar por completo a la parte de felicidad que a uno le
corresponde, o las posibilidades de la misma, pero, después de todo, esta auto-inmolación
debe tener algún fin. Ella misma no constituye su propio fin. Y si se nos dice que su fin no
es la felicidad sino la virtud,
Merecen toda suerte de alabanzas los que son capaces de sacrificar el goce personal de la
vida, cuando mediante tal renuncia contribuyen meritoriamente al incremento de la suma de
la felicidad del mundo. ¿Lo realizarían el héroe o el mártir si pensaran que la renuncia a su
felicidad no producirá ningún fruto para ninguno de sus semejantes, sino que contribuirá a
que la suerte de los demás sea semejante a la suya
Aunque sólo en un estado muy imperfecto de la organización social uno puede servir mejor
a la felicidad de los demás mediante el sacrificio total de la suya propia, en tanto en cuanto
la sociedad continúe en este imperfecto estado, admito por completo que la disposición a
realizar tal sacrificio es la mayor virtud que puede encontrarse en un hombre.
La moral utilitarista reconoce en los seres humanos la capacidad de sacrificar su propio
mayor bien por el bien de los demás. Sólo se niega a admitir que el sacrificio sea en sí
mismo un bien. La única auto-renuncia que se aplaude es el amor a la felicidad.
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en primer término, que las leyes y organizaciones sociales armonicen en lo posible la
felicidad o (como en términos prácticos podría denominarse) los intereses de cada
individuo con los intereses del conjunto. En segundo lugar, que la educación y la opinión
pública, que tienen un poder tan grande en la formación humana, utilicen de tal modo ese
poder que establezcan en la mente de todo individuo una asociación indisoluble entre su
propia felicidad y el bien del conjunto. de tal modo que no sólo no pueda concebir la felicidad
propia en la conducta que se oponga al bien general, el bien general se convierta en uno de los
motivos habituales de la acción y que los sentimientos que se conecten con este impulso
ocupen un lugar importante y destacado en la experiencia sentiente de todo ser humano.
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Afirman que es una exigencia excesiva el pedir que la gente actúe siempre inducida por la
promoción del interés general de la sociedad. Pero no estamos obligados a hacerlo ya que la
moral nos indica un patrón de cómo podríamos actuar y no de como deberíamos actuar
precisamente los moralistas utilitaristas han ido más allá que casi todos los demás al afirmar
que el motivo no tiene nada que ver con la moralidad de la acción, aunque sí mucho con el
mérito del agente. Quien salva a un semejante de ser ahogado hace lo que es moralmente
correcto, ya sea su motivo el deber o la esperanza de que le recompensen por su esfuerzo.
Quien traiciona al amigo que confía en él es culpable de un crimen, aun cuando su objetivo
sea servir a otro amigo con quien tiene todavía mayores obligaciones.
Pero si nos limitamos a hablar de acciones realizadas por motivos de deber y en obediencia
inmediata a principios, es interpretar erróneamente el pensamiento utilitarista el imaginar
que implica que la gente debe fijar su mente en algo tan general como el mundo o la
sociedad en su conjunto.
La gran mayoría de las acciones están pensadas para beneficio individual, y muchas veces
con ellas se logra el bien social desde que estas no violen los derechos de sus semejantes
El grado de consideración del interés público implícito en este reconocimiento no es mayor
que el que exigen todos los sistemas morales ya que todos aconsejan abstenerse de aquello
que es manifiestamente pernicioso para la sociedad
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Si esta afirmación significa que no permiten que sus juicios concernientes a la corrección
o incorrección de una acción se vean influidos por las cualidades de la persona que la
realiza se trata de una queja que no afecta sólo al utilitarismo, sino a cualquier criterio de
moralidad en absoluto, ya que, ciertamente, ningún criterio ético conocido decide que una
acción sea buena o mala porque sea realizada por un hombre bueno o malo, y menos
todavía porque sea realizada por un hombre amable, valeroso, benevolente, o todo lo
contrario.
También son conscientes de que una acción correcta no indica generalmente una persona
virtuosa, y de que acciones que son condenables proceden con frecuencia de cualidades que
merecen elogio.
Puedo asegurar que, no obstante, consideran que, a la larga, la mejor prueba de que se
posee un buen carácter es realizar buenas acciones, y que se niegan por completo a
considerar buena ninguna disposición mental cuya tendencia predominante sea la de
producir una mala conducta.
Sin embargo, en conjunto, cualquier doctrina que destaque de forma prominente hasta qué
punto interesa a la humanidad reprimir y evitar las conductas que violen la ley moral
posiblemente no esté en peores condiciones que otra que haga lo mismo, en lo que se
refiere a conseguir que la opinión pública sancione negativamente tales violaciones
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De ser necesario salir al paso de algún modo a tan simple presupuesto, podemos afirmar
que la cuestión depende de la idea que nos hayamos formado del carácter moral de la
divinidad. Si es verdad la creencia de que Dios desea, por encima de todo, la felicidad de
sus criaturas, y que éste fue su propósito cuando las creó, el utilitarismo no sólo no es una
doctrina atea sino que es más profundamente religiosa que otra alguna.
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También se repudia a menudo la doctrina de la utilidad como doctrina inmoral dándole el
nombre de doctrina de la “conveniencia”, aprovechándose del uso popular del término que
la opone a los principios morales. Pero lo conveniente, en el sentido en que se opone a lo
correcto, generalmente significa lo que es conveniente para los intereses particulares del
propio agente, como cuando un ministro sacrifica los intereses de su país para mantenerse
en su puesto
significa lo que es conveniente para algún objetivo inmediato, algún propósito pasajero,
pero que viola una regla cuya observancia es conveniente en un grado muy superior. Lo
conveniente, en este sentido, en vez de ser lo mismo que lo útil es una rama de lo dañino.
De este modo, a menudo puede ser conveniente decir una mentira con objeto de superar
alguna situación incómoda del momento, o lograr algún objetivo inmediatamente útil para
nosotros u otros. Mas, el cultivar en nosotros mismos un desarrollo de la sensibilidad
respecto al tema de la verdad es una de las cosas más útiles, y su debilitamiento una de las
más dañinas.
Por otra parte, cualquier desviación de la verdad, aun no intencionada, contribuye en gran
medida al debilitamiento de la confianza en las afirmaciones hechas a los seres humanos, lo
cual no solamente constituye el principal sostén de todo el bienestar social actual, sino que
cuando es insuficiente, contribuye más que cualquier otra cosa al deterioro de la
civilización, la virtud y todo de lo que depende la felicidad humana en gran escala. con
relación a aquello para lo que nuestra conducta puede servir
Por ello consideramos que la violación, por una ventaja actual, de una regla de tal
trascendental conveniencia, no es conveniente y que quien, por motivos de conveniencia
suya o de algún otro individuo, contribuye por su parte a privar a la humanidad del bien, e
infligirle el mal, implícitos en la mayor o menor confianza que pueda depositarse en la
palabra de los demás, representa el papel del peor de los enemigos del género humano
Y si el principio de la utilidad sirve para algo, debe servir para comparar estas utilidades en
conflicto y señalar ámbito dentro del cual cada una de ellas predomina.
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. Esto es exactamente igual a afirmar que es imposible guiar nuestra conducta de acuerdo
con los principios cristianos por no disponer de tiempo en todas las ocasiones en las que ha
de llevarse algo a cabo, para leer en su totalidad el Viejo y el Nuevo Testamento.
Durante todo ese tiempo, la humanidad ha estado aprendiendo por experiencia las
tendencias de las acciones, experiencia de la que depende tanto toda la prudencia como
toda la moralidad de nuestra vida. Se habla como si hasta el momento este curso de la
experiencia no hubiese comenzado y como si, en el instante en que un hombre se sintiese
tentado a interferir en la propiedad o la vida de otro tuviera que empezar a considerar por
primera vez si el asesinato y el robo son perjudiciales para la felicidad humana.
Los corolarios del principio de la utilidad, al igual que los preceptos de todas las artes
prácticas, son susceptibles de mejoras sin límite, y en un estado de progreso de la mente
humana su mejora continua indefinidamente.
principio. Es algo extraño el que se pueda considerar que el reconocimiento de un primer
principio no es compatible con la admisión de principios secundarios. El informar a un
viajero con relación al lugar de su destino final no significa prohibirle el que se guíe por
señales o letreros en su camino
Nadie argumenta que el arte de la navegación no esté fundado en la astronomía porque los
marineros no puedan esperar a calcular por sí mismos la carta de navegación. Siendo
criaturas racionales salen a la mar con ésta ya calculada. Del mismo modo, todas las
criaturas racionales se hacen a la mar de la vida con decisiones ya tomadas respecto a las
cuestiones comunes de corrección e incorrección moral, así como con relación a muchas de
las cuestiones mucho más difíciles relativas a lo que constituye la sabiduría y la necedad.
Por lo demás, argumentar seriamente como si no fuese posible disponer de tales principios
secundarios, como si la humanidad hubiera permanecido hasta ahora, y hubiera de
permanecer por siempre, sin derivar conclusiones generales de la experiencia de la vida
humana, es el absurdo mayor al que jamás se pudiera llegar en las disputas filosóficas.
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Se nos dice que el utilitarismo será capaz de hacer de su propio caso una excepción a la
regla moral y que, cuando sucumba a la tentación, verá mayor utilidad en la violación de la
norma que en su observancia. Pero, ¿es el utilitarismo el único credo que nos permite
presentar excusas para obrar mal y engañar a nuestra propia conciencia? Estas excusas son
suministradas abundantemente por todas las doctrinas que reconocen como un hecho dentro
de la moral el que existan consideraciones en conflicto, cosa que reconocen todas las
doctrinas que han sido aceptadas por personas cabales.
No hay sistema moral alguno dentro del cual no se originen casos de obligaciones
conflictivas. Éstas son las dificultades reales, los puntos dificultosos, tanto en la teoría ética
como en la guía consciente de la conducta personal. Puntos que son superados, en la
práctica, con más o menos éxito, conforme a la inteligencia y virtud del individuo. Pero es
difícil pretender que alguien pueda estar peor cualificado para superarlos por poseer un
criterio último al que puedan referirse los derechos y deberes en conflicto.
Debemos recordar que sólo en estos casos en que aparecen principios secundarios en
conflicto es necesario recurrir a los primeros principios. No existe ninguna obligación
moral que implique algún principio secundario. Cuando se trata de uno solo pocas veces
puede haber dudas verdaderas acerca de cuál es, en la mente de las personas que reconocen
el principio en cuestión.