El Abolicionismo
El Abolicionismo
El Abolicionismo
Una de las críticas más celebradas contra las propuestas abolicionistas es que la
pretensión de abolición del derecho penal, y no sólo de la cárcel, es discutible
porque implicaría la desaparición de los límites de la intervención punitiva del
Estado.
Sin embargo, la discusión entre abolicionismo y garantismo corre el riesgo de
agotarse: en primer lugar porque la falta de garantías siempre puede ser esgrimida
contra cualquier propuesta descriminalizadora. En efecto, incluso frente a las
propuestas de descriminalización a través de sanciones administrativas, se
esgrime a modo de objeción las menores garantías del derecho administrativo, sin
cerciorarse antes no sólo de qué garantías se pierden en concreto, sino además
de lo que se gana: una mayor efectividad que impide el recurso a una mayor
severidad (Cid, 1996a:135-150; 1996b:25).
Por ello, frente a cualquier propuesta alternativa a la intervención del derecho
penal no basta, en mi opinión, hacer una referencia abstracta a la ‘ausencia de
garantías’, sino que debería mostrarse en concreto cuáles son las garantías a las
que se renuncia y cuáles son las ventajas que soluciones alternativas aportan a
cambio de esta disminución de garantías.
la discusión entre ‘garantistas’ y ‘abolicionistas’ deviene confusa es por la
ambigüedad y dificultad de ambos discursos. A la imprecisión del slogan ‘Abolición
del sistema penal’ (¿qué se quiere abolir exactamente?) se le añade la dificultad
de entender exactamente qué está justificando (¿el derecho, la pena, o la
prisión?).
“Mientras se mantenga intacta la idea de castigo como una forma razonable de
reaccionar al delito no se puede esperar nada bueno de una mera reforma del
sistema. En resumen, necesitamos un nuevo sistema alternativo de control del
delito que no se base en un modelo punitivo sino en otros principios legales y
éticos de forma tal que la prisión u otro tipo de represión física devenga
fundamentalmente innecesaria”.
En consecuencia parece claro que, para los autores abolicionistas, la propuesta de
abolición de la prisión es insuficiente, porque no reta la idea de que el castigo sea
una forma idónea de reaccionar frente a muchos fenómenos que denominamos
delito y sin embargo amagan problemas sociales.
Por ello se empieza a hablar de resolución de ‘problemas sociales’ (Hulsman,
1986:66-70), para indicar que si uno se aproxima a los eventos criminalizados y
los trata como problemas sociales, ello le permite ampliar el abanico de posibles
respuestas, no limitándose a la respuesta punitiva.
Ello podría ser compartido, como pienso lo es, por los partidarios del derecho
penal mínimo. Sin embargo, si este partidario fuese insistente nos confrontaría con
la siguiente pregunta: ¿queda algún espacio para el castigo? Dicho de forma
coloquial, imaginemos que los problemas sociales se resuelven por medio de una
política social o bien por otras iniciativas políticas o legislativas que no implican un
recurso al castigo, aun así ¿queda algún ámbito para expresar repulsa?. Pienso
que sí.
Sin embargo, en mi opinión, ello no implica renunciar a la propuesta abolicionista,
porque frente a un comportamiento respecto del cual queremos mostrar repulsa
también podemos argüir que esta ‘repulsa’ ha de adoptar una forma
fundamentalmente reparadora por ejemplo, ha de vetar determinados castigos por
inhumanos como la prisión, y ha de constituirse en una justicia más democrática y
participativa para con los afectados.