Charles Peirce - Signo

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 18

35

La semiótica de Charles Peirce


El pragmatismo y la perspectiva semiótica de
Charles Peirce
María Cecilia Pereira

Charles Peirce (1839-1914) fue un lógico, un epistemólogo y un gran divulgador de las


teorías científicas de su época. Numerosos investigadores lo ubican como uno de los padres del
pragmatismo norteamericano por sus aportes a la teoría del conocimiento, a la lógica y por su
teoría del significado.
Para el pragmatismo, el conocimiento se vincula con la experiencia. Ahora bien, la experien-
cia que esta perspectiva considera es más una apertura hacia el futuro que algo del pasado. Por
eso, el análisis de la experiencia no implica el cotejo con el inventario del patrimonio acumulado,
sino la previsión o anticipación de los desarrollos o la utilización posible de ese patrimonio. La pre-
visión de ese uso y la determinación de sus límites son las que definen el significado y, en última
instancia, la verdad misma, para el pragmatismo. En consecuencia, la verdad no es tal por ser cote -
jable con los datos de la experiencia pasada, sino por ser susceptible de un uso cualquiera en la ex -
periencia futura (Abbagnano, 1982:517). Así, una hipótesis científica –el descubrimiento del litio,
por ejemplo– accede al estatuto de un saber y, por lo tanto, de signo, sobre la base del conocimiento
de lo que serían los efectos de ese saber –las particularidades y las propiedades físicas y químicas
del litio– que permitirían reconocerlo y utilizarlo.
Como veremos en las reflexiones de sus cartas a Lady Welby, la experiencia humana
se organiza para Peirce en tres niveles que denomina: (a) “primeridad”, (b) “segundidad” y
(c) “terceridad”, y que corresponden, grosso modo, (a) a las cualidades sentidas, (b) a la
experiencia del esfuerzo, cuando una cosa actúa sobre otra y (c) a los signos (Ducrot y To-
dorov, 1972:114-16). Como la experiencia implica siempre una apertura hacia el futuro,
un postulado central de esta corriente de pensamiento es que el signo es una acción, el lu-
gar de una actividad de producción de nuevas significaciones. La posición pragmática so-
bre los signos podría ser pensada en un sentido amplio del modo siguiente: una idea emiti-
da o representada, algo percibido accede al estatuto de signo solo si su comprensión inclu-
ye todo lo que esa idea pueda devenir en la vida semiótica posterior. Desde las miradas ac-
tuales provenientes del campo cultural, que es el que nos interesa especialmente, conocer
un texto, una pintura, o cualquier otra cosa consistiría en estimar lo que serían potencial-
mente sus prolongaciones: sus lecturas, sus interpretaciones, su relación con otras pinturas,
con la música o con otros textos (Fisette, 1996: 36-37).
36

Para diferenciarse de otras corrientes del pragmatismo (la de James Schiller, por
ejemplo), Peirce prefirió designar a su filosofía como “pragmaticismo”. Como hemos se-
ñalado, Peirce era un científico y se interesaba por explicar el modo en que conocemos y
actuamos. De ahí que cualquier cosa, si comunica algo para alguien, es un signo: una pala-
bra, un texto, una imagen, un artefacto del mundo, una idea, incluso el hombre mismo es
un signo. Como veremos, un signo desencadena un proceso que implica una relación entre
tres elementos vinculados con los niveles de experiencia, tal como la concibe Peirce: el
“representamen” (algo que está presente) remite a un “objeto” (lo presenta de algún modo)
para alguien. El representamen es un “primero” que remite a un “segundo”, su objeto, pero
además desencadena otros signos equivalentes o más desarrollados (“tercero”). Ese tercer
elemento del signo, el “interpretante”, construye una representación de ese representamen
(Fisette, 1996:56-57). La naturaleza triádica del signo tal como lo concibe Peirce busca es-
pecialmente dar cuenta del conocimiento humano, no solo del conocimiento científico,
sino también del que proviene del sentido común, de las manifestaciones estéticas u otras,
y busca dar cuenta de las complejas relaciones que los signos establecen con lo real (Ma-
rafioti, 1998: 35).
Analizaremos su reflexión sobre los signos a partir de las lecturas de Roberto Marafioti,
de Victorino Zacceto y de fragmentos del propio Peirce. Luego incluimos una reflexión sobre
los íconos de Martine Joly que retoma la perspectiva de Peirce.

Bibliografía de referencia
ABBAGNANO, Nicolás (1982):“Pragmatismo y pragmaticismo”, Historia de la filosofía, vol
III, Barcelona, Hora.
DELLADALLE, Gérard (1990): Leer a Peirce hoy, Barcelona: Gedisa.
DUCROT, Osvald y Tzvtan TODOROV (1979): “Sémiotique”, Dictionnaire encyclopédique
des sciences du langage, París, Seuil.
FISETTE, Jean (1996): Pour une pragmatique de la signification, Québec, XYZ éditeur.
MARAFIOTI, Roberto (1998): “Charles Sanders Peirce ( 1839-1914): el signo y sus tricoto-
mías”, Recorridos semiológicos, Buenos Aires, EUDEBA.
ZECCHETTO, Victorino (2012): “Charles Sanders Peirce 1939/1914”, Seis semiólogos en
busca de un lector, Buenos Aires, La Crujía.
37

Charles Sanders Peirce (1839-1914):


el signo y sus tricotomías
Roberto Marafioti (comp.)
Recorridos semiológicos. Signos, enunciación y argumentación,
Buenos Aires, Eudeba, 1998 (fragmento)

“Siempre que llegamos a conocer un hecho es porque se nos resiste.”

Dos datos pueden extraerse de esta afirmación de Peirce: el primero es que le interesa
reflexionar sobre el conocimiento; el segundo es que afirma, por la existencia misma del cono-
cimiento, la prioridad de lo real. Enigma, problema u obstáculo, la realidad es aquello con que
los seres humanos se enfrentan. Aquello (“hecho”) que aparece como obstáculo. Sería la segun -
didad, o experiencia del mundo lo que hace que se deba responder, a su vez, con la propia re-
sistencia. Si, por ejemplo, nos tropezamos con una piedra, ese tropezarse, ese encontrarse con
un hecho, segundidad en tanto encuentro, nos hará reconocer su dureza, primeridad, en tanto
cualidad específica de ese obstáculo (que puede formar parte, no obstante, de lo específico de
otros objetos). Pero tanto el reconocimiento de la cualidad o primeridad del objeto (hecho que
vivimos como resistencia) o segundidad, por el encuentro, sólo pueden conocerse una vez esta-
blecida la relación (entre el obstáculo y su cualidad que lo hace resistente-dureza en este caso).
La relación es la terceridad. Cualidad, hecho, ley son las primeras denominaciones de la semio -
sis o relación sígnica inherente a todo tipo de conocimiento (no sólo científico y racional sino
vulgar) que le preocupaba a Peirce.
El Diccionario... de Ducrot y Todorov ubica históricamente el término semiótica y sinteti-
za los aportes fundamentales de Peirce en la constitución contemporánea de una ciencia de los
signos.

La semiótica. Historia
La semiótica (o semiología) es la ciencia de los signos. Como los signos verbales siempre
representaron un papel muy importante, la reflexión sobre los signos se confundió durante
mucho tiempo con la reflexión sobre el lenguaje. Hay una teoría semiótica implícita en las es-
peculaciones lingüísticas que la Antigüedad nos ha legado: tanto en China como en la India, en
Grecia como en Roma. Los modistas de la Edad Media también formulan ideas sobre el lenguaje
que tienen un alcance semiótico. Pero sólo con Locke surgirá el nombre mismo de “semiótica”.
Durante todo este primer período, la semiótica no se distingue de la teoría general –o de la filo-
sofía– del lenguaje.
La semiótica llega a ser una disciplina independiente con la obra del filósofo norteameri -
cano Charles Sanders Peirce (1839-1914). Para él, es un marco de referencia que incluye todo
otro estudio: “Nunca me ha sido posible emprender un estudio –sea cual fuere su ámbito: las
matemáticas, la moral, la metafísica, la gravitación, la termodinámica, la óptica, la química, la
anatomía comparada, la astronomía, los hombres y las mujeres, el whist, la psicología, la fonéti-
38

ca, la economía, la historia de las ciencias, el vino, la metrología– sin concebirlo como un estu-
dio semiótico”. De allí que los textos semióticos de Peirce sean tan variados como los objetos
enumerados.
Nunca dejó una obra coherente que resumiera las grandes líneas de su doctrina. Esto ha
provocado durante mucho tiempo y aún hoy cierto desconocimiento de sus doctrinas, tanto
más difíciles de captar puesto que cambiaron de año en año.
La primera originalidad del sistema de Peirce consiste en su definición del signo. He aquí
una de sus formulaciones:

“Un Signo o Representamen, es un Primero que mantiene con un Segundo, llamado su Objeto,
tan verdadera relación triádica que es capaz de determinar un Tercero, llamado su Inter-
pretante, para que éste asuma la misma relación triádica con respecto al llamado Objeto que
la existente entre el Signo y el Objeto" .

Para comprender esta definición debe recordarse que toda la experiencia humana se or-
ganiza, para Peirce, en tres niveles que él llama la primeridad, la segundidad y la terceridad y
que corresponden, en líneas muy generales, a las cualidades sentidas, a la experiencia del es -
fuerzo y a los signos. A su vez, el signo es una de esas relaciones de tres términos: lo que provo-
ca el proceso de eslabonamiento, su objeto y el efecto que el signo produce, es decir, el inter -
pretante. En una acepción vasta, el interpretante es pues el sentido del signo: en una acepción
más estrecha, es la relación paradigmática entre un signo y otro; así, el interpretante es siempre
un signo que tendrá su interpretante, hasta el infinito en el caso de los signos “perfectos”.
Podríamos ilustrar este proceso de conversión entre el signo y el interpretante mediante
las relaciones que mantiene una palabra con los términos, que en el diccionario podrá formu-
larse, pero que siempre estará compuesta de palabras. “El signo no es un signo si no puede tra-
ducirse en otro signo en el cual se desarrolla con mayor plenitud.”
Es preciso subrayar que esta concepción es ajena a todo psicologismo: la conversión del
signo en interpretante(s) se produce en el sistema de signos no en el espíritu de los usuarios
(por consiguiente, no deben tomarse en cuenta algunas fórmulas de Peirce, como él mismo lo
sugiere, por lo demás: “He agregado ‘sobre una persona’ como para echarle un hueso al perro,
porque desespero de hacer entender mi propia concepción, que es más vasta”).
El segundo aspecto notable de la actividad semiótica de Peirce es su clasificación de las
variedades de signos. Ya hemos advertido que la cifra tres representa aquí un papel fundamen-
tal (como el dos en Saussure); el número total de variedades que Peirce distingue es de sesenta
y seis. Algunas de sus distinciones son hoy corrientes, como, por ejemplo, la de signo-tipo y
signo-ocurrencia (type y token, o legisign y sinsing).
Otra distinción conocida; pero con frecuencia mal interpretada, es la de ícono, índice y
símbolo. Esos tres niveles del signo todavía corresponden a la gradación primeridad, segundi-
dad, terceridad, y se definen de la siguiente manera: “Defino un ícono como un signo determi-
nado por su objeto dinámico en virtud de su naturaleza interna. Defino un índice como un signo
determinado por su objeto dinámico en virtud de la relación real que mantiene con él. Defino
un símbolo como un signo determinado por su objeto dinámico solamente en el sentido en que
será interpretado”. El símbolo se refiere a algo por la fuerza de una ley: es, por ejemplo, el caso
de las palabras de la lengua. El índice es un signo que se encuentra en contigüidad con el objeto
denotado, por ejemplo, la aparición de un síntoma de enfermedad, el descenso del barómetro,
la veleta que indica la dirección del viento, el ademán de señalar. En la lengua, todo lo que pro -
viene de la deixis es un índice, palabras tales como yo, tú, aquí, ahora, etc. (son, pues, “símbo -
los indiciales”). Por fin, el ícono es lo que exhibe la misma cualidad, o la misma configuración
39

de cualidades, que el objeto denotado, por ejemplo, una mancha negra por el color negro; las
onomatopeyas; los diagramas que reproducen relaciones entre propiedades. Peirce esboza una
subdivisión de los íconos en imágenes, diagramas y metáforas. Pero es fácil ver que en ningún
caso pueda asimilarse (como suele hacerse, erróneamente) la relación de ícono a la de parecido
entre dos significados (en términos retóricos, el ícono es una sinécdoque, más que una metáfo -
ra: ¿puede decirse que la mancha negra se parece al color negro?). Es menos posible aun identi-
ficar la relación de índice con la contigüidad entre dos significados (en el índice, la contigüidad
existe entre el signo y el referente, no entre dos entidades de la misma naturaleza). Por lo de -
más, Peirce llama la atención contra tales identificaciones.
La primera publicación sistemática, en inglés, de los textos de Peirce se realizó recién en
1958. En castellano comenzó a conocérselo en 1974. Dada su fragmentariedad y el hecho de que
en diferentes etapas de su reflexión cambió la terminología, todavía se esté discutiendo y rein-
terpretando su sistema que denominó Gramática Especulativa, Lógica o Semiótica, según los
textos. A veces lo más claro, sin embargo, consiste en citar al mismo Peirce.
40

El signo según Peirce


Victorino Zecchetto (coord.)
Seis semiólogos en busca del lector.
Saussure/Peirce/Barthes/Greimas/Eco/Verón,
Buenos Aires, La Crujía, 2012 (fragmento)

Uno de los puntos más destacados de la semiótica de Peirce es su peculiar concepción del
signo. Las reflexiones que hace al respecto son bastante complejas, de modo que, para facilitar
su comprensión, nosotros nos esforzaremos en presentarlas de manera simplificada, pero sin
quitarles lo esencial.
Peirce aplica al signo la triada lógica que ya había utilizado para indagar el resto de la
realidad.

a. Los tres componentes del signo

La función del signo –afirma Peirce– consiste en ser “algo que está en lugar de otra cosa
bajo algún aspecto o capacidad. El signo es una representación por la cual alguien puede men-
talmente remitirse a un objeto. En este proceso se hacen presentes tres elementos formales de
la triada a modo de soportes y relacionados entre sí: el primero es el “representamen”, relacio-
nado con su “objeto” (lo segundo) y el tercero, que es el “interpretante”.
- El representamen es la representación de algo; o sea, es el signo como elemento inicial de
toda semiosis.
Siendo el representamen la expresión que muestra alguna cosa (la que aparece como sig-
no), casi siempre es fruto del artificio o de la arbitrariedad de quienes lo crean, como sucede
con las lenguas. Según Peirce, el representamen se dirige a alguien en forma de estímulo, como
lo que está “en lugar de otra cosa” para la formación de otro signo equivalente que será el in-
terpretante.
A veces, las propiedades expresivas del representamen son ambiguas y originan sentidos
e interpretaciones diversas.
En resumen, el representamen es simplemente el signo en sí mismo, tomado formalmente
en un proceso concreto de semiosis, pero no debemos considerarlo un objeto, sino una realidad
teórica y mental.
- El interpretante es lo que produce el representamen en la mente de la persona. En el fon-
do, es la idea del representamen, o sea, del signo mismo. Peirce dice que “un signo es un repre -
sentamen que tiene un interpretante mental”.1
Esto significa que el interpretante es la captación del significado en relación con su signifi-
cante; en definitiva, el interpretante es siempre otro signo y, por lo tanto, algo le agrega al ob-
jeto del primero. Y como dentro del modelo triádico la gestación semiósica es continua, el “in-
terpretante” puede estar constituido por un desarrollo de uno o más signos. Peirce distingue el

1 Col. Papers 2.274, ES 148; de Semiótica, Ed. Einaudi, op. cit.


41

“interpretante inmediato” del “interpretante dinámico”, según la función que desempeña en


el proceso de la semiosis.
El “interpretante inmediato” es aquel que corresponde al significado del signo, a lo que
él representa; mientras que el “interpretante dinámico” es el efecto que el interpretante pro-
duce en la mente del sujeto, es la cadena de repercusiones en la mente del sujeto. Pongamos
este ejemplo: si le digo a un amigo: “Gané la lotería”, el interpretante inmediato es la idea que
él se hace en ese instante de la expresión “ganar la lotería”; en cambio, el interpretante diná-
mico es el efecto que produce la frase que escucha. Ese efecto son otras ideas o signos, tales
como “¡Qué suerte la tuya!”, “Yo nunca me saco nada”, “¿No estará mintiendo?”.
No hay que imaginar al interpretante como una persona que lee el signo, sino que se tra -
ta únicamente de la repercusión de dicho signo en la mente. La noción de interpretante, según
Peirce, encuadra perfectamente con la actividad mental del ser humano, donde todo pensa-
miento no es sino la representación de otro: “El significado de una representación no puede ser
sino otra representación”.
- El objeto es aquello a lo que alude el representamen y –dice Peirce–: “Este signo está en
lugar de algo: su objeto”. Debemos entonces, entender por objeto la denotación formal del sig-
no en relación con los otros componentes del mismo. A este objeto, Peirce lo denomina “objeto
inmediato” porque está dentro de la semiosis: debe distinguirse del “objeto dinámico” o “de -
signatum”, que está fuera del signo y es el que sostiene el contenido del representamen: “Debe -
mos distinguir el Objeto Inmediato, que es el Objeto tal como es representado por el signo mis -
mo, y cuyo Ser es, entonces, dependiente de la Representación de él en el Signo; y, por otra
parte, el Objeto Dinámico, que es la Realidad que, por algún medio, arbitra la forma de deter -
minar el Signo a su Representación”.
Esta “realidad que arbitra” no forzosamente debe ser sólo el referente al estilo saussu -
reano, sino que puede incluir otros significantes conocidos por nuestra mente y que ya forman
parte del bagaje cognoscitivo, engrosando de esta manera el espesor del “objeto”.
Sin embargo, no debemos pensar que el Objeto Dinámico sea fuente de conocimiento. No
puede serlo, porque la realidad en cuanto tal no dice nada a nuestra mente si ésta no posee ya
algunos otros signos de donde recabar otros conocimientos.
La tríada del signo se puede graficar con un triángulo:

Objeto

Representamen Interpretante

Pongamos un ejemplo: tomemos el signo de un caballo (figura o palabra): el representa-


men corresponde a ese primer signo percibido por alguien; el objeto es el animal aludido; el in-
terpretante es la relación mental que establece el sujeto entre el representamen y su objeto, o
sea, otra idea del signo.
Un conocido texto de Peirce describe la tríada de la siguiente manera:
“Un representamen es el sujeto de una relación triádica con un segundo llamado
su objeto, para un tercero llamado su interpretante. Esta relación triádica es tal
que el representamen determina a su interpretante a establecer la misma relación
triádica con el mismo objeto para algún interpretante.
42

Un signo, o representamen, es cualquier cosa que existe para alguien en lugar de


otra cosa, sea cual fuere su acepción o ámbito. El signo va dirigido a alguien y crea
en la mente de esta persona otro signo equivalente, o quizás más desarrollado. El
signo que se crea lo llamamos interpretante del primer signo. Este signo existe por
alguna razón, el propio objeto. Tiene sentido por ese objeto, no en todas sus acep-
ciones, sino enfocado a una clase de idea particular a la que alguna vez me he refe-
rido como el terreno de la representación.” 2

Recordemos que, para Peirce, los tres elementos de la tríada del signo no son entes inde -
pendientes, sino que se trata de relaciones o funciones para explicar la realidad viva de cada se-
miosis. Esto tiene sus consecuencias en toda la cadena semiótica. En efecto, la función de inter-
pretante en un determinado signo puede cambiar de valencia y convertirse en representamen de
otro signo en otra semiosis. Puede suceder que a un signo, por ejemplo, la foto de un deportis-
ta, se le cambie de valor sígnico con la intención de usarla para denotar otra cosa.
Notemos, además, que estos tres aspectos son “lógicos o formales”; solo existen en la
mente del sujeto en el momento concreto de percibir el signo. La distinción o separación de
cada momento es meramente mental, porque en la práctica la tríada no se puede separar:
constituye un mismo proceso.
Podemos darnos cuenta, entonces, que el signo –según Peirce– es ante todo una catego-
ría mental, es decir, una idea mediante la cual evocamos un objeto, con la finalidad de
aprehender el mundo o de comunicarnos. En este juego se produce la “semiosis”, que es un
proceso de inferencia propio de cualquier persona. La semiótica es la teoría de la práctica se -
miótica; de allí que el “signo” constituya el núcleo de ese estudio teórico.
Para concluir, digamos que de esta idea de signo se desprende también el concepto de se-
miosis infinita. En efecto, según Peirce, el interpretante de un signo refleja siempre los hábitos
mentales de la persona que entra en contacto con el representamen o, dicho de otra forma, tra-
duce las reacciones del individuo ante la provocación y el estímulo del signo, denotando sus
comportamientos y experiencias. Se alude aquí a la necesaria relación que existe entre la re -
cepción del signo y los hábitos culturales de los perceptores, sus experiencias previas de los ob-
jetos y de las cosas del mundo. Los individuos, en el momento de leer un signo, lo interpretan a
partir de lo que ya tienen formado en su mente, es decir, las ideas, las valoraciones sociales, las
visiones de la realidad y los prejuicios que, por cultura, costumbres o tradición poseen de ante -
mano. A partir de allí se van generando nuevas configuraciones. Es este proceso el que da lugar
a una “semiosis infinita", es decir, a una continua sucesión de producción de signos mediante
la cual los sujetos van pensando la verdad de las cosas y del mundo. La acción del conocimiento
humano, cuya base es la actividad sígnica, nos coloca dentro de una cadena sin fin de mediacio-
nes que nos remiten de signo en signo, entrelazando un lenguaje con otro, arrastrándonos en
la corriente de una semiosis tumultuosa en el río llamado “cultura”. Como afirma un estudioso:

“Puesto que tanto el objeto como el interpretante de cualquier signo son forzosa-
mente también signos, no es de sorprender que Peirce afirmara que todo este uni-
verso esté sembrado de signos, y se pegunta si no estará compuesto exclusivamen-
te de signos”.3
Es a partir de aquí que se genera la semiosis infinita. Leamos estas citas de Peirce:

2 lbidem, n° 228.
3 Sebeok, Thomas, en AA.VV.: El signo de los tres, Ed. Lumen, Barcelona, España. 1989, p. 29.
43

La semiótica

“La lógica, en sentido general, es sólo otro nombre de la semiótica (semiotiké), la


doctrina cuasi-necesaria, o formal, de los signos. Al describir la doctrina como
‘cuasi-necesaria’ o formal, quiero decir que observamos los caracteres de los sig-
nos y a partir de tal observación, por un proceso que no objetaré sea llamado Abs -
tracción, somos llevados a aseveraciones, en extremo falibles, y por ende en cierto
sentido innecesarias, concernientes a lo que deben ser los caracteres de todos los
signos usados por una inteligencia científica, es decir por una inteligencia capaz de
aprender a través de la experiencia.” (227)

Representamen, interpretante, objeto

“Un signo, o representamen, es algo que, para alguien, representa o se refiere a


algo en algún aspecto o carácter. Se dirige a alguien, esto es, crea en la mente de
esa persona un signo equivalente, o tal vez, un signo aún más desarrollado. Este
signo creado es lo que yo llamo el interpretante del primer signo. El signo está en
lugar de algo, su objeto. Está en lugar de ese objeto no en todos los aspectos, sino
sólo con referencia a una suerte de idea, que a veces he llamado el fundamento del
representamen. (…)
La palabra Signo será usada para denotar un Objeto perceptible, o solamente ima-
ginable, o aun inimaginable en un cierto sentido. (…) Un signo puede tener más de
un Objeto.” (228)

“Para que algo sea un signo, debe “representar’, como solemos decir, a otra cosa,
llamada su Objeto, aunque la condición de que el Signo debe ser distinto de su Ob -
jeto es, tal vez, arbitraria.” (230)

“El Signo puede solamente representar al Objeto y aludir a él. No puede dar cono-
cimiento o reconocimiento del Objeto. Esto es lo que se intenta definir en este tra -
bajo por Objeto de un Signo, vale decir: Objeto es aquello acerca de lo cual el signo
presupone un conocimiento para que sea posible proveer alguna información adi-
cional sobre el mismo.” (231).4

b. La clasificación del signo


En la tríada del signo es posible ver también el reflejo de la división triádica fundamental
que citamos arriba: el representamen, siendo el punto de arranque de la semiosis, remite a la
primeridad; el objeto a la segundidad y el interpretante a la terceridad. Desde aquí y enlazando
estas categorías con cada elemento del signo, es posible obtener su división según la siguiente
expresión triádica:

4 Peirce, Charles S., La Ciencia... op. cit.


44

Primeridad Secundidad Terceridad


Representamen Cualisigno Sinsigno Legisigno
Objeto Ícono Índice Símbolo
Interpretante Rema Dicisigno Argumento

Se trata de una división del signo que toma en cuenta su triple relación: consigo mismo,
con el objeto al cual alude y con el interpretante.

División del signo en relación con sí mismo, es decir, con el Representamen


- Cualisigno: es el signo en su aspecto de cualidad (por ej., el “color” del caballo, el tono de
voz de un discurso o poesía, el estilo de un grafismo, etc.). Es lo general del signo, pero que le
permite subsistir en cuanto tal, sin ser todavía la totalidad del signo.
- Sinsigno: es la presencia concreta del signo (por ej., la presencia del color del caballo en
este signo L concreto). Es lo particular del signo.
- Legisigno: es la norma o modelo sobre el cual se construye un sinsigno (por ej., lo que es -
tablece el diccionario para la definición semántica de la palabra “caballo").
U. Eco explica con un ejemplo esta división:

“Un billete de banco es un sinsigno cuyo legisigno establece su equivalencia con


una cantidad exacta de oro: pero a partir del momento en que la réplica se estudia
como provista de características cualisígnicas (la filigrana, la numeración), tam-
bién en un cualisigno y, por lo tanto, irreproducible como tal. Se objetará que el
oro es cualisigno a causa de su rareza, y en cambio el billete se ha convencionaliza-
do como dotado de valor, por arbitrio legisígnico; pero es que también el billete es
cualisigno a causa de su rareza, y también el oro se ha convencionalizado como pa-
rámetro de valor de una manera arbitraria (podría llegar a ser abandonado como
patrón, y sustituido por el uranio).” 5

División del signo en relación con su Objeto


Esta es una de las clasificaciones más conocidas de Peirce y que ha suscitado también no
pocos debates teóricos. Según el objeto al cual se dirige, Peirce distingue tres clases de signos:
- Ícono: es el signo que se relaciona con su objeto por razones de semejanza: “... relación
de razón entre el signo y la cosa significada”. Para Peirce, el ícono es una imagen mental, o sea,
de un representamen que representa su objeto, al cual se le parece. El ícono de la palabra “frío”
es la imagen que se forma en nuestra mente y que se asemeja a nuestra experiencia del frío.
Pero también es un ícono un cuadro de paisaje, una fotografía o un diagrama.
- Índice: es el signo que conecta directamente con su objeto: las huellas de un caballo so-
bre el camino, o bien, el pronombre “tú” para indicar la persona con la que se habla. El índice
es, pues, indicativo, y remite a alguna cosa para señalarla, como sucede con el mercurio de
un termómetro, que esté para señalar la temperatura o el humo para indicar la presencia del
fuego.
- Símbolo: es el signo simplemente arbitrario, como las palabras: ellas, en efecto, tienen
significado por una ley de convención arbitrariamente establecida.
La dificultad para comprender esta clasificación se disipa si recordamos una vez más
que, para Peirce, el signo es una entidad triádica y, por lo tanto, el icono, el índice y el símbolo
no son sino representámenes (signos con algún soporte) que se relacionan con el objeto desde
5 Eco, Umberto. Signo, Ed. Labor, Barcelona, España, 1994, p. 56.
45

diferentes puntos de vista. En cambio, en otra vertiente de problemas, es sobre todo el tema
del iconismo el que sigue provocando polémicas, ya que el pensamiento de Peirce no es del todo
claro al respecto.
Peirce dice que “el único modo de comunicar directamente una idea es por medio de un
ícono”, lo cual equivale a afirmar que todo ícono es una imagen mental, o sea, algo que existe en
el interior de la persona, a manera de imágenes, de esquemas, de formas y colores de las cosas. El
conocimiento humano –según Peirce– se genera siempre mediante una relación de signos, de
modo que también un ícono es un producto mental, construido mediante la relación de percep-
ciones sígnicas y operando con ellas. Es lógico, entonces, que él considere ícono no sólo una foto-
grafía, sino también una onomatopeya o un diagrama. Los diagramas son íconos, porque repre-
sentan una equivalencia proporcional, un espacio lógico, precisamente aquel que se forma en la
mente acerca del diagrama mismo. Como vemos, su concepción de iconismo es muy particular y
parece que, en el fondo, Peirce maneja dos conceptos de iconismo. El primero es el que se carac-
teriza por ser una percepción mental común a cualquier elaboración sígnica durante el proceso
de conocimiento humano: entonces, en rigor de lógica, según Peirce, el cuadro de un caballo no
es un ícono sino un índice que atrae nuestra atención sobre el animal allí representado, pero por
comodidad –afirma él– se suele extender también a la cosa representada.
Otro concepto más específico de ícono tiene que ver con aquel signo que genera en el in -
dividuo una imagen semejante a las cosas representadas. Sin embargo, lo que produce seme-
janza no es el objeto, sino la construcción sígnica convencional. Así, por ejemplo, el caballo del
cuadro se relaciona con su objeto no por una semejanza física entre la imagen y el animal, sino
por una “homología proporcional”, es decir, debido a la similitud de proporciones, en donde
cada punto de la figura está colocado en el mismo orden que corresponde al objeto representa-
do y cuya convención semiótica aceptamos.
46

Carta a Lady Welby


Charles Sanders Peirce
Traducción castellana de Ignacio Redondo, 2006 (fragmentos)

Milford, Pennsylvannia
12 de octubre de 1904
Mi querida Lady Welby:
No ha pasado un solo día desde que recibí su última carta en el que no haya lamentado
las circunstancias que me impidieron escribir ese mismo día la carta que estaba intentando es -
cribirle, no sin haberme prometido a mí mismo que eso debería estar hecho pronto. […]
Pero quería escribirle acerca de los signos, que en su opinión y en la mía son cuestio-
nes de gran consideración. Creo que más en mi caso que en el suyo. Puesto que en mi caso,
el más alto grado de realidad sólo se alcanza por medio de signos, esto es, mediante ideas
tales como las de Verdad, Justicia y el resto. Suena paradójico, pero cuando le haya expli-
cado mi teoría de los signos en su totalidad lo parecerá menos. Creo que hoy le explicaré
los esbozos de mi clasificación de los signos.
Usted sabe que apruebo especialmente la invención de palabras nuevas para nuevas
ideas. No sé si el estudio que llamo Ideoscopia puede considerarse una idea nueva, pero la
palabra Fenomenología se usa en un sentido muy diferente. La Ideoscopia consiste en la
descripción y clasificación de las ideas que pertenecen a la experiencia ordinaria, o que
surgen de modo natural en conexión con la vida ordinaria, sin considerar su validez o inva-
lidez o su psicología. En la búsqueda de este estudio, después de tan sólo tres o cuatro años
de investigación, fui conducido tiempo atrás (1867), a clasificar todas las ideas en las tres
clases de Primeridad, Segundidad y Terceridad. Esta especie de clasificación es tan des-
agradable para mí como lo es para cualquiera, y durante años me esforcé por menospre-
ciarla y refutarla; pero hace tiempo que me ha conquistado por completo. Tan desagradable
como es atribuir tal significado a los números, y sobre todo, a una tríada, es no obstante tan
desagradable como verdadero. Las ideas de Primeridad, Segundidad y Terceridad son sufi-
cientemente simples. Dando al ser el más amplio sentido posible como para incluir tanto
ideas como cosas, e ideas que imaginamos tener así como ideas que realmente tenemos,
definiría la Primeridad, la Segundidad y la Terceridad como sigue:
La Primeridad es el modo de ser de aquello que es como es, positivamente y sin referen -
cia a ninguna otra cosa.
La Segundidad es el modo de ser de aquello que es como es, con respecto a una segunda
cosa pero con independencia de toda tercera.
La Terceridad es el modo de ser de aquello que es como es, en la medida en que pone en
mutua relación a una segunda cosa con una tercera.
[…] Las ideas típicas de primeridad son cualidades de sentimiento, o meras aparien-
cias. El color escarlata de sus libreas reales, la cualidad misma, independientemente de que
sea percibida o recordada, es un ejemplo; con lo que no quiero decir que usted deba imagi-
47

nar que no la percibe o la recuerde, sino que debe discriminar aquello con que la cualidad
puede estar conectada en la percepción o en el recuerdo, pero que no pertenece a la cuali-
dad misma. Por ejemplo, cuando usted la recuerda, se dice que su idea es borrosa, y cuan-
do está ante sus ojos, que es vívida. Pero la oscuridad o la vivacidad no pertenecen a su
idea de la cualidad. Podrían hacerlo, sin duda, si las consideráramos simplemente como un
sentimiento; pero cuando usted piensa en la vivacidad no la considera desde ese punto de
vista. Piensa en ella como un grado de perturbación de su conciencia. La cualidad de rojo
no es pensada como perteneciente a usted, o como vinculada a los uniformes. Es simple-
mente una posibilidad cualitativa peculiar con independencia de cualquier otra cosa. Si us-
ted pregunta a un minerólogo qué es la dureza, le dirá que es lo que se predica de un cuer-
po que no se puede rayar con un cuchillo. Pero una persona simple pensará en la dureza
como una posibilidad positiva simple cuya realización hace que un cuerpo sea como un pe-
dernal. Esa idea de dureza es una idea de Primeridad. La impresión total sin analizar que
produce cualquier complejo, no pensado como hecho efectivo, sino simplemente como
cualidad, como una posibilidad de aparición positiva simple, es una idea de Primeridad.
[…]
El tipo de una idea de Segundidad es la experiencia del esfuerzo, prescindida de la
idea de un propósito. Se puede decir que no hay tal experiencia, que siempre hay un propó-
sito a la vista en cuanto se piensa en un esfuerzo. Esto puede estar sujeto a duda, pues en el
esfuerzo continuado enseguida apartamos la atención del propósito. Sin embargo, me abs-
tengo de la psicología, que nada tiene que ver con la ideoscopia. […] La experiencia del
esfuerzo no existe sin la experiencia de la resistencia. El esfuerzo sólo es esfuerzo en virtud
de su oponerse a otra cosa; y no se introduce ningún tercer elemento. Advierta que hablo
de la experiencia, no del sentimiento, del esfuerzo. Imagínese a sí misma, sentada sola en
la noche sobre la cesta de un globo, muy lejos del suelo y disfrutando de la calma absoluta
y el sosiego. De pronto, el punzante alarido de un silbato humeante le golpea, y continúa
durante un buen tiempo. La impresión de la quietud era una idea de Primeridad, una cuali-
dad de sentimiento. El penetrante silbido no le permite pensar o hacer otra cosa que sufrir.
Así que eso también es absolutamente simple. Otra Primeridad. Pero la ruptura del silencio
por el ruido fue una experiencia. La persona, en su inactividad, se identifica a sí misma con
el estado de sentimiento precedente, y el nuevo sentimiento que viene a su pesar es el no-
ego. Tiene una consciencia de dos caras, de un ego y un no-ego. Esa consciencia de la ac-
ción de un nuevo sentimiento al aniquilar el antiguo sentimiento es lo que yo llamo una ex-
periencia. Generalmente, la experiencia es lo que el decurso de los acontecimientos me ha
obligado a pensar.[…] De manera general, se puede decir que la segundidad genuina con-
siste en una cosa que actúa sobre otra -acción bruta. Digo bruta, porque en cuanto aparece
la idea de una ley o razón, aparece la idea de Terceridad. Cuando una piedra cae al suelo, la
ley de la gravitación no actúa haciéndola caer. La ley de la gravitación es el juez que, sobre
el banquillo, puede dictaminar la ley hasta el Día del Juicio; pero a menos que el brazo
fuerte de la ley, el brutal alguacil, haga la ley efectiva, no sirve para nada. La caída efectiva
de la piedra es puramente el darse la piedra y la tierra a un mismo tiempo. Se trata de un
caso de reacción. Y por tanto, de existencia, que es el modo de ser de lo que reacciona con
otras cosas. Pero hay también acción sin reacción. Tal es la acción del antecedente sobre el
48

consecuente. Es una cuestión difícil si la idea de esta determinación unilateral es una pura
idea de segundidad o si implica terceridad. […]
Llego ahora a la Terceridad. Para mí, que he considerado durante cuarenta años la
cuestión desde todos los puntos de vista que pude encontrar, la inadecuación de la Segundi-
dad para cubrir todo lo que hay en nuestras mentes es tan evidente que apenas sé cómo co-
menzar a persuadir de ello a cualquier persona que no esté ya de antemano convencida. Sin
embargo, veo un gran número de pensadores que están intentando construir un sistema sin
colocar en él ninguna terceridad. Entre ellos se encuentran algunos de mis mejores amigos,
quienes se confiesan en deuda conmigo por sus ideas aunque nunca aprendieron la lección
principal. Muy bien. Es altamente conveniente que la Segundidad deba buscarse en su fon-
do auténtico. Sólo así se puede comprender la necesidad e irreductibilidad de la terceridad,
aunque para aquel que posea el entendimiento capaz de comprenderlo es suficiente decir
que no se obtiene una ramificación de una línea de colocar una línea al final de otra. […]
En su forma genuina, la Terceridad es la relación triádica existente entre un signo, su obje-
to y el pensamiento interpretante –él mismo un signo– considerado como lo que constituye
su modo de ser un signo. Un signo [o representamen] media entre el signo interpretante y
su objeto. Tomando el signo en su sentido más amplio, su interpretante no es necesaria-
mente un signo. Cualquier concepto es un signo, por supuesto. Ockham, Hobbes y Leibniz
ya lo han dicho suficientemente. Pero podemos tomar un signo en un sentido tan amplio
que su interpretante no sea un pensamiento, sino una acción o experiencia, o podemos in-
cluso extender el significado de signo de tal manera que su interpretante sea una mera cua-
lidad de sentimiento. Un Tercero es algo que pone a un Primero en relación con un Segun-
do. Un signo es un tipo de Tercero. ¿Cómo lo caracterizaremos? ¿Diremos que un Signo
pone a un Segundo, su Objeto, en una relación cognitiva con un Tercero? ¿Que un Signo
pone a un Segundo en la misma relación con un primero en la que él mismo está con res-
pecto a ese Primero? Si insistimos en la conciencia, debemos decir lo que queremos decir
con conciencia de un objeto. ¿Diremos que nos referimos al Sentimiento? ¿Diremos que
queremos decir asociación, o Hábito? Estas son, en su superficie, distinciones psicológicas
que particularmente evitaré. ¿Cuál es la diferencia esencial entre un signo que se comunica
a una mente y uno que no se comunica de ese modo? Si el problema fuese simplemente lo
que entendemos realmente por signo ésta se resolvería pronto. Pero esa no es la cuestión.
Estamos en la misma situación de un zoólogo que quiere saber cuál debería ser el significa-
do de “pez” para hacer de los peces una de las grandes clases de vertebrados. Me parece
que la función esencial de un signo es hacer eficientes relaciones ineficientes –no para po-
nerlas en acción, sino para establecer un hábito o regla general por medio de la cual actua-
rán cuando sea oportuno–. De acuerdo a la doctrina física, nunca pasa nada excepto las
continuas velocidades rectilíneas con las aceleraciones que acompañan a las diferentes po-
siciones relativas de las partículas. Todas las demás relaciones, de las que conocemos tan-
tas, son ineficientes. De algún modo, el conocimiento las hace eficientes; y un signo es
algo por lo que conocemos algo más. Con la excepción del conocimiento, en el instante
presente, de los contenidos de conciencia en ese instante (la existencia de cuyo conoci-
miento está abierta a duda), todo nuestro pensamiento y conocimiento se da en signos. Por
consiguiente un signo [o representamen] es un objeto que por un lado está en relación con
su objeto y por el otro con un interpretante, de tal modo que pone al interpretante en una
49

relación con el objeto que se corresponde con su propia relación con el objeto. Podría decir
"similar a la suya propia", ya que una correspondencia consiste en una similitud; pero tal
vez correspondencia es más adecuado.
Ahora estoy preparado para ofrecer mi división de los signos, tan pronto como haya se-
ñalado que un signo tiene dos objetos, su objeto tal y como está representado [objeto inmedia-
to], y su objeto en sí mismo [objeto dinámico]. […] Ahora, los signos se pueden dividir en fun-
ción de su propia naturaleza material, en función de sus relaciones con sus objetos y en fun -
ción de la relación con sus interpretantes. […]
Con respecto a las relaciones con sus objetos dinámicos, divido los signos en Iconos, Índi -
ces y Símbolos (una división que di en 1867). Defino un Ícono como un signo que está determi -
nado por su objeto dinámico en virtud de su propia naturaleza interna. […] Una visión, ―o el
sentimiento que despierta una pieza de música considerada como aquello que representa lo
que pretendía el compositor. Puede ser […] un diagrama individual; pongamos, una curva de
distribución de errores. Defino un Índice como un signo determinado por su objeto dinámico
en virtud de su estar en una relación real con éste. Por ejemplo, un nombre propio; tal es la
aparición de un síntoma de una enfermedad. […] Defino el Símbolo como un signo que está de-
terminado por su objeto dinámico sólo en virtud de que será interpretado de esa manera. Por
lo tanto, depende, o bien de una convención, o bien de un hábito, o bien de una disposición na -
tural de su interpretante, o del campo de su interpretante (aquel del cual el interpretante es
una determinación).
50

La ciencia de la semiótica
Charles Sanders Peirce
Buenos Aires, Nueva visión, 1974 (fragmentos)

228. Un signo, o representamen, es algo que, para alguien, representa o se refiere a algo
en algún aspecto o carácter. Se dirige a alguien, esto es, crea en la mente de esa persona un sig-
no equivalente, o, tal vez, un signo aún más desarrollado. Este signo creado es lo que yo llamo
el interpretante del primer signo. El signo está en lugar de algo, su objeto. Está en lugar de ese
objeto, no en todos los aspectos, sino sólo con referencia a una suerte de idea, que a veces he
llamado el fundamento del representamen. "Idea" debe entenderse aquí en cierto sentido pla -
tónico, muy familiar en el habla cotidiana; quiero decir, en el mismo sentido en que decimos
que un hombre capta la idea de otro hombre, en que decimos que cuando un hombre recuerda
lo que estaba pensando anteriormente, recuerda la misma idea, y en que, cuando el hombre
continúa pensando en algo, aun cuando sea por un décimo de segundo, en la medida en que el
pensamiento concuerda consigo mismo durante ese lapso, o sea, continúa teniendo un conteni-
do similar, es "la misma idea", y no es, en cada instante del intervalo, una idea nueva.
229. Como consecuencia del hecho de estar cada representamen relacionado con tres co-
sas, el fundamento, el objeto y el interpretante, la ciencia de la semiótica tiene tres ramas. La
primera es […] la gramática pura. Tiene por cometido determinar qué es lo que debe ser cierto
del representamen usado por toda inteligencia científica para que pueda encarnar algún signi-
ficado. La segunda rama es la lógica propiamente dicha. Es la ciencia de lo que es cuasi-neces-
ariamente verdadero de los representámenes de cualquier inteligencia científica para que pue-
dan ser válidos para algún objeto, esto es, para que puedan ser ciertos. […] La tercera rama, la
llamaré retórica pura, imitando la modalidad de Kant de conservar viejas asociaciones de pala -
bras al buscar la nomenclatura para las concepciones nuevas. Su cometido consiste en determi-
nar las leyes mediante las cuales, en cualquier inteligencia científica, un signo da nacimiento a
otro signo y, especialmente, un pensamiento da nacimiento a otro pensamiento.

Una tricotomía de los signos


243. Los signos son divisibles según tres tricotomías: primero, según que el signo en sí
mismo sea una mera cualidad, un existente real o una ley general; segundo, según que la rela-
ción del signo con su objeto consista en que el signo tenga algún carácter en sí mismo, o en al -
guna relación existencia con ese objeto o en su relación con un interpretante; y tercero, según
que su Interpretante lo represente como un signo de posibilidad, como un signo de hecho o
como un signo de razón.

Una segunda tricotomía de los signos


247. Conforme con la segunda tricotomía, un Signo puede ser llamado ícono, índice o
símbolo.
Un Ícono es un signo que se refiere al Objeto al que denota meramente en virtud de ca-
racteres que le son propios, y que posee igualmente exista o no exista tal Objeto. Es verdad que,
a menos que haya realmente un Objeto tal, el ícono no actúa como signo; pero esto no guarda
51

relación alguna con su carácter como signo. Cualquier cosa, sea lo que fuere, cualidad, indivi -
duo existente o ley, es un ícono de alguna otra cosa, en la medida en que es como esa cosa y en
que es usada como signo de ella.
248. Un índice es un signo que se refiere al Objeto que denota en virtud de ser realmente
afectado por aquel Objeto. […] En la medida en que el índice es afectado por el Objeto, tiene,
necesariamente, alguna Cualidad en común con el Objeto, y es en relación con ella como se re-
fiere al Objeto. En consecuencia, un índice implica alguna suerte de Ícono, aunque un ícono
muy especial; y no es el mero parecido con su Objeto, aun en aquellos aspectos que lo convier -
ten en signo, sino que se trata de la efectiva modificación del signo por el Objeto.
249. Un Símbolo es un signo que se refiere al Objeto que denota en virtud de una ley,
usualmente una asociación de ideas generales que operan de modo tal que son la causa de que
el Símbolo se interprete como referido a dicho Objeto. En consecuencia, el Símbolo es, en sí
mismo, un tipo general o ley. […] En carácter de tal, actúa a través de una Réplica. No sólo es
general en sí mismo; también el Objeto al que se refiere es de naturaleza general. Ahora bien,
aquello que es general tiene su ser en las instancias que habrá de determinar. En consecuencia,
debe necesariamente haber instancias existentes de lo que el Símbolo denota, aunque acá ha-
bremos de entender por "existente", existente en el universo posiblemente imaginario al cual
el Símbolo se refiere. […]

Representar
273. Estar en lugar de otro, es decir, estar en tal relación con otro que, para ciertos pro-
pósitos, se sea tratado por ciertas mentes como si se fuera ese otro. Consecuentemente, un vo-
cero, un diputado, un apoderado, un agente, un vicario, un diagrama, un síntoma, un tablero,
una descripción, un concepto, una premisa, un testimonio, todos representan alguna otra cosa,
de diversas maneras, para mentes que así los consideran. Cuando se desea distinguir entre
aquello que representa y el acto o relación de representar, lo primero puede ser llamado el "re -
presentamen" y lo segundo la "representación". […]

Signo
303. Cualquier cosa que determina a otra cosa (su interpretante) a referirse a un objeto al
cual ella también se refiere (su objeto) de la misma manera, deviniendo el interpretante a su
vez un signo, y así sucesivamente ad infinitum.
304. Un signo es o bien un ícono, o un índice, o un símbolo. Un ícono es un signo que po -
seería el carácter que lo vuelve significativo, aun cuando su objeto no tuviera existencia; tal
como un trazo de lápiz en un papel que representa una línea geométrica. Un índice es un signo
que perdería al instante el carácter que hace de él un signo si su objeto fuera suprimido, pero
que no perdería tal carácter si no hubiera interpretante. Tal es, por ejemplo, un pedazo de tie-
rra que muestra el agujero de una bala como signo de un disparo; porque sin el disparo no ha-
bría habido agujero; pero hay un agujero ahí, independientemente de que a alguien se le ocu-
rra o no atribuirlo a un disparo. Un símbolo es un signo que perdería el carácter que lo con -
vierte en un signo si no hubiera interpretante. Es tal cualquier emisión de habla que significa
lo que significa sólo en virtud de poder ser entendida como poseedora de esa determinada sig -
nificación. […]

Índice
305. Un signo, o representación, que se refiere a su objeto no tanto a causa de cualquier
similitud o analogía con él, ni porque esté asociado con los caracteres generales que dicho ob-
jeto pueda tener, como porque está en conexión dinámica (incluyendo la conexión espacial]
52

con el objeto individual, por una parte, y con los sentidos o la memoria de la persona para
quien sirve como signo, por la otra. Ninguna aseveración fáctica puede hacerse sin recurrir a
algún signo que sirva como índice. Si A le dice a B "Hay un incendio", B preguntará "¿Dónde?",
como consecuencia de lo cual A deberá forzosamente recurrir a un índice, aun cuando sólo
quiera referirse a algún lugar no definido del universo real, pasado y futuro. De lo contrario,
s61o habrá expresado que hay una idea tal como la de incendio, la cual no daría ninguna infor -
mación, porque, salvo que ya fuera conocida, la palabra "incendio" sería ininteligible. Si A se-
ñala con su dedo el fuego, el dedo se conecta dinámicamente con el incendio, tanto como si una
alarma de incendio automática lo hubiera dirigido indicando dicha dirección; y, al mismo tiem-
po, promueve que los ojos de B se vuelvan a esa dirección, que su atención se concentre en el
incendio y que su entendimiento reconozca que se ha dado respuesta a su pregunta. Si, en cam-
bio, la respuesta de A hubiera sido "A mil metros de acá, más o menos", la palabra "acá" es un
índice, dado que tiene exactamente la misma fuerza que si hubiera señalado un punto preciso
del terreno entre A y E. Más aún: la palabra "metros", aunque representa a un objeto de clase
general, es indirectamente indicial, dado que las varas métricas en sí mismas son signos de una
norma oficial […]. Las letras de uso común en álgebra que no presentan peculiaridades son
índices. También lo son las letras A, B, C, etcétera, asignadas a una figura geométrica. Los
abogados y otros profesionales que se ven en la necesidad de expresar algún asunto compli -
cado con total precisión, recurren a letras para distinguir a los entes individuales. Las letras,
cuando son usadas así, no son sino versiones mejoradas de los pronombres relativos. Mien -
tras que los pronombres demostrativos y personales son, tal como se los usa generalmente,
"índices genuinos", los pronombres relativos son "índices degenerados", dado que, aunque
en forma accidental e indirecta puedan referirse a cosas existentes, ellos en realidad se refie -
ren en forma directa, y sólo necesitan referirse a las imágenes mentales que las palabras pre -
cedentes hayan creado.
306. Los índices pueden ser distinguidos de otros signos, o representaciones, por tres ras-
gos característicos: primero, que carecen de todo parecido significativo con su objeto; segundo,
que se refieren a entes individuales, unidades individuales, conjuntos unitarios de unidades o
continuidades individuales; tercero, que dirigen la atención a sus objetos por una compulsión
ciega. Pero sería harto difícil, si no imposible, mencionar un índice que fuera absolutamente
puro, o hallar algún signo absolutamente desprovisto de cualidad indicial. Desde el punto de
vista psicológico, la acción de los índices depende de asociaciones por contigüidad, y no de aso -
ciaciones por parecido o de operaciones intelectuales.

Símbolo
307. Un Signo (como se vio) que está constituido como signo mera o fundamentalmente
por el hecho de que es usado y entendido como tal, sea por el hábito natural o nacido por con -
vención, y con prescindencia de los motivos que originalmente llevaron a su selección.

También podría gustarte

pFad - Phonifier reborn

Pfad - The Proxy pFad of © 2024 Garber Painting. All rights reserved.

Note: This service is not intended for secure transactions such as banking, social media, email, or purchasing. Use at your own risk. We assume no liability whatsoever for broken pages.


Alternative Proxies:

Alternative Proxy

pFad Proxy

pFad v3 Proxy

pFad v4 Proxy