Dolor y Política Marta Lamas

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Sentir, pensar y hablar desde el feminismo

Marta Lamas

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DOLOR Y POLÍTICA
Sentir, pensar y hablar desde el feminismo

© 2020, Marta Lamas

D.R. © 2021, Editorial Océano de México, S.A. de C.V.


Guillermo Barroso 17-5, Col. Industrial Las Armas
Tlalnepantla de Baz, 54080, Estado de México
info@oceano.com.mx

Diseño de portada: Cristóbal Henestrosa


Fotografía de la autora

Primera edición: 2021

ISBN: 978-607-557-291-8

Todos los derechos reservados. Quedan rigurosamente prohibidas,


sin la autorización escrita del editor, bajo las sanciones establecidas
en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier
medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento
informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante
alquiler o préstamo público. ¿Necesitas reproducir una parte
de esta obra? Solicita el permiso en info@cempro.org.mx

Impreso en México / Printed in Mexico

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A Lili y a Jesu,
a quienes quiero y, además, admiro
por su forma creativa de hacer política

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Índice

1. Introducción: sentir, pensar y hablar, 11

2. Pensar la época, 21
Los mandatos de género y el postfeminismo, 25
La Cuarta Ola, 28
El feminismo antisistema, 34
Las marchas, las protestas y las huelgas, 39
La diamantina y los destrozos, 43
La multitudinaria marcha de 2020, 49

3. Dolor y rabia, 55
Satanización o exaltación de las jóvenes, 58
El dolor en la rabia, 64
No es la primera vez, 72
Separatismo y resistencia, 77
La discusión en torno a la rabia, 80
La rabia, ¿“apropiada” o “contraproducente”?, 82

4. Las identidades a la hora de hacer política, 89


¿Política identitaria o política antiesencialista?, 91
Las fronteras identitarias, 101
Otras formas de ser feminista, 111

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5. De emociones, ideología y política, 121


Las guerras en torno a la sexualidad, 123
Una rancia disputa feminista, 126
¿Convicción o responsabilidad?, 132
Mis incidentes, 138
Juicios previos y prejuicios, 142

6. Epílogo: ¿qué significa hablar?, 149


La política de la no-violencia, 152
Herejes sin riesgo, 158
La “temporalidad afectiva” de dolor y rabia, 163
El feminismo crítico y el malestar sobrante, 166

Notas, 173

Bibliografía, 191

Anexos
A. Determinación de las prácticas sociales individuales
según Pierre Bourdieu, 213
B. Movilización Nacional contra las Violencias Machistas, 214
C. Carta de las francesas, 220
D. Acciones inmediatas unam, 223
E. Cien gritos y consigas (Reforma), 224
F. Yo no soy Ayotzinapa, 228
G. Poema de María Teresa Priego, 230
H. Del amor a la necesidad, 235
I. Manifiesto desde los feminismos mexicanos sobre el acoso sexual
y otras formas de violencia contra las mujeres, 241
J. Declaración de Cambridge sobre la Conciencia, 247
K. Declaración de Toulon, 249

Índice analítico, 251

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1
Introducción: sentir, pensar y hablar

E n estas páginas siento, pienso y hablo acerca de temas y acontecimien-


tos que considero importantes para el proyecto feminista de eman-
cipación. Mi propósito es aclarar mi postura, analizar ciertas prácticas y
plantear algunas preguntas. Para ello reflexiono sobre lo que ha estado
ocurriendo con algunas protestas feministas y también hablo acerca de
incidentes que he vivido. Desarrollo mi reflexión apoyándome en el pen-
samiento de otras autoras; en especial, recurro a las teóricas feministas
Wendy Brown, Judith Butler y Chantal Mouffe, pues la reflexión teórico-
política que hacen es radicalmente crítica. Uso el término radical en un
sentido positivo, con su connotación de ir a la raíz y no con el sentido pe-
yorativo de “extremista” con el que se suele usar. Sus reflexiones abren un
horizonte analítico riquísimo que me esforzaré por poner en juego con
lo que está ocurriendo entre nosotres,* pues analizan un buen número de
cuestiones políticas de nuestra época y que, en especial, afectan al femi-
nismo. Hablo de feminismo, en singular, consciente de sus varias y diver-
sas tendencias, de la misma forma que se habla de la izquierda, con sus
también múltiples vertientes. Retomo a Mouffe, pues plantea que el plu-
ralismo acarrea conflictos para los cuales no hay una solución a la que se
pueda acceder desde el plano de lo exclusivamente racional, y eso ocurre
también con los conflictos derivados de la pluralidad de visiones dentro
del feminismo. Ante la lucha que existe por la tensión inherente a las múl-
tiples diferencias presentes en las disputas, ella apuesta por “encontrar

*
Mantenemos el uso que hace la autora de lenguaje inclusivo en este y otros pasajes. (N. del e.)

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modos de abordar los conflictos con el fin de minimizar la posibilidad de


que adopten una forma antagónica” (2014:40), y lo hace reconociendo
que lo político es un espacio de poder y conflicto, un ámbito intersubjeti-
vo que está estructurado tanto por las reglas del debate público como por
las tensiones agonistas.1
Por su parte Brown, quien señala que muchos de los peligros po-
líticos que hoy enfrentamos han sido potenciados “por una compren-
sión inadecuada de las formas de poder específicamente posmodernas”
(1995:33), indaga acerca de por qué el discurso moralizador se ha vuelto
tan intenso entre les activistes de izquierda. Seguiré algunas de sus pre-
guntas para explorar “la relación de los discursos moralizadores con la
posibilidad política democrática” (2001:22).2 También Mouffe critica la
tendencia a moralizar: “podríamos decir que la distinción entre derecha
e izquierda ha sido reemplazada por otra entre bien y mal” (2014:140), y
encuentra que cada vez más la distinción entre “nosotras” y “ellas” se es-
tablece con un vocabulario moral. De Butler (2020) retomo su perspec-
tiva de que la reunión pública de los cuerpos es una forma de resistencia
en el campo contemporáneo del poder, y que es esencial comprender el
papel que tiene esa congregación de cuerpos, llámese asamblea o mani-
festación, para una política de la no-violencia. La no-violencia supone un
desafío para el feminismo, en especial para las activistas que argumentan
ciertas prácticas violentas como autodefensa. Juntas estas tres autoras fe-
ministas me ofrecen herramientas para pensar lo que está pasando y, tam-
bién, para aclararme lo que siento.
A lo largo de estas páginas mi interés político por el análisis de
la relación entre teoría y práctica entrelaza cuestiones de orden teórico
y preocupaciones pragmáticas acerca de la necesidad de construir espa-
cios de diálogo y deliberación. Aunque hay, sin duda, grupos y personas
feministas con una visión política de izquierda3 que ven con claridad las
cuestiones socioeconómicas estructurales que subordinan tanto a muje-
res como a hombres y a personas con identidades consideradas fuera de la
norma, me inquieta el deslizamiento de sentido acerca de lo que es el fe-
minismo, que aparece en los medios de comunicación y en ciertos produc-
tos culturales. Dado que concibo al feminismo, con todas sus diferencias

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Introducción: sentir, pensar y hablar

internas, como una propuesta de emancipación, con frecuencia encuen-


tro en los discursos mediáticos o de mera difusión un sesgo que denota
falta de sentido crítico y mucho de mercantilización.
Mouffe dice que “resulta imposible comprender la política demo-
crática sin reconocer a las ‘pasiones’ como la fuerza motriz en el ámbi-
to político” (2014:25). Para analizar cómo se entretejen ciertos afectos y
emociones en las narrativas feministas, en especial las relativas a la polí-
tica identitaria, recuerdo la reflexión de Benjamín Arditi (2002) quien
discute críticamente sobre las posturas esencialistas en los movimientos
sociales. Las consecuencias de dichas posturas son muchas, y aquí tam-
bién recupero los señalamientos que hizo Haydée Birgin en relación con
la construcción que hacen las feministas de “fronteras identitarias”, tan
cargadas de emociones y tan poco políticas. Traigo a cuento algunos de
los debates que dimos las feministas latinoamericanas durante ciertos en-
cuentros feministas así como la original reflexión que hizo el grupo de fe-
ministas italianas de la Librería de las Mujeres de Milán. Repaso la crítica
que le dirige Amia Srinivasan (2018) a Martha Nussbaum (2016) en rela-
ción a cómo encauzar la rabia políticamente, y si mostrarla puede ser con-
traproducente o productivo. La rabia que recientemente han expresado las
activistas feministas se suele analizar desde lo coyuntural, y no como un
síntoma de algo más grave que está ocurriendo en nuestro territorio, con
las complejas relaciones entre violencia social y violencia política. Si bien
me emociona la politización de miles de jóvenes que han desplegado,
como nunca antes, sus anhelos y denuncias con dolor y rabia, me inquieta
que sus expresiones sean criminalizadas sin ningún intento de compren-
derlas y me preocupa que estas protestas legítimas y dolidas pierdan efi-
cacia política, que puedan resultar contraproducentes o que no logren
articularse ni generar alianzas que las fortalezcan.
Parte de lo que trato en estas páginas tiene que ver con las movi-
lizaciones que, en los últimos años, han sacado a miles de mujeres, en su
gran mayoría jóvenes (incluso muchas adolescentes), a las calles a denun-
ciar las duras condiciones de opresión, discriminación y violencias que vi-
ven. Aquí no hago un recuento de lo publicado acerca de estas protestas
masivas que, en México y en otros países de América Latina, han cobrado

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visibilidad en años recientes (pero en la nota siguiente menciono a algu-


nas académicas y escritoras que han analizado ese fenómeno en nuestra
región, así como en otras partes del mundo).4 En estas páginas exploro,
en cambio, la “temporalidad afectiva” del fenómeno calificado de Cuarta
Ola feminista (Chamberlain 2017). A principios del siglo xxi se empezó
a hablar de dicha Ola, aunque de esos años iniciales apenas hay escasas
referencias por escrito.5 Pero ya en la segunda década del siglo apare-
cen publicadas reflexiones acerca de los activismos jóvenes feministas en
América Latina que los nombran explícitamente como una Cuarta Ola;6
incluso se habla de un tsunami.7
Es común analizar los tiempos de auge o de repliegue del activis-
mo feminista con la metáfora de “las olas”, y varias autoras, entre ellas la
historiadora mexicana Gabriela Cano (2018), han señalado que, por un
lado, con dicha metáfora no se da cuenta de la complejidad, los traslapes
y las coincidencias que ocurren a lo largo del tiempo y, por el otro, se in-
terpretan los conflictos entre feministas como una cuestión generacional.
Cano señala que la imagen de la ola:

[…] resulta problemática a medida que se hace más complejo y profun-


do el conocimiento histórico de las expresiones del feminismo —tanto
el de sus movilizaciones como el de su pensamiento—, pues hay demasia-
dos acontecimientos que no corresponden a la cresta de la ola (2018:18).

Con la periodización en “olas” se favorece la creencia de que los desacuer-


dos internos en el feminismo son producto de los momentos históricos y
no se ve que continúan vigentes y entretejidas en el activismo actual teo-
rías y prácticas de supuestas olas anteriores. Dado que las feministas están
insertas en diferentes momentos históricos, es indudable que hay cuestio-
nes generacionales en las formas y estilos de intervención, así como en la
recepción social de sus demandas, indiscutiblemente distinta de la que
había antes. Sin embargo, como el movimiento está cruzado por diferen-
cias de clase social, pertenencia étnica y factores geopolíticos, hay tantas
variaciones y perspectivas ideológicas opuestas que resulta reductivo creer
que lo que moviliza son exclusivamente confrontaciones generacionales.

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Introducción: sentir, pensar y hablar

Varias autoras discuten acerca de cómo definir el momento políti-


co actual del feminismo, sin embargo aquí no entro en esa discusión.8 Re-
tomo la caracterización que se hace de este momento como la Cuarta Ola
feminista, por su definición como un nuevo impulso de movilización que
tiene cuatro elementos distintivos: un interés mayor en la lucha contra la
violencia sexual, el manejo del internet, el sentido del humor y la pers-
pectiva interseccional (Cochrane 2013). Ahora bien, cuando las mujeres
europeas y norteamericanas hablan de “violencia sexual” se refieren al
acoso y la violación, pero no a los feminicidios, puesto que en sus contex-
tos esos crímenes son excepcionales. En cambio, en los países latinoame-
ricanos esas tragedias pavorosas suceden con una frecuencia alarmante,
así que, aunque los cuatro elementos mencionados también están presen-
tes en las protestas de nuestras activistas, aquí destaca el reclamo “Ni una
más”. También hay que sumar en nuestra región la lucha por la legaliza-
ción del aborto y en defensa de la cultura originaria y del territorio. De
ahí que, pese a cierta sincronía mundial de las movilizaciones feministas,
no hay que olvidar que la Cuarta Ola tiene características distintas en lo
que se conoce como el “Primer Mundo” y el “Tercer Mundo”,9 y vale la
pena tenerlas en mente para no generalizar procesos que tienen especifi-
cidades diferenciadas.
Para explorar los interrogantes que voy a compartir con ustedes
asumo el peso que tiene el contexto de violencias generalizadas en mi
país, y en específico, me centro en lo ocurrido en la Ciudad de México. El
desborde de violencias que alimenta las protestas feministas tiene causas
económicas y políticas, y la pesadilla que viven muchas de las activistas se
expresa en sus consignas, en las palabras que han publicado en volantes
o que han registrado la prensa y las publicaciones académicas, y también
lo que queda plasmado en las pintas. Ciertos aspectos de las protestas re-
cientes exhiben emociones que no se suelen admitir en las mujeres, como
la rabia, que resulta crucial en el momento de hacer política. La dimen-
sión subjetiva de la política resulta eficaz, según Byung Chul Han (2014),
porque opera desde dentro de los sujetos, y desde la perspectiva que da
un lugar clave a las emociones y al afecto me propongo pensar acerca de
la energía afectiva que mueve a las activistas. Y aunque se podría criticar la

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narrativa de las olas desde una postura decolonial,10 cuestionando que


esa cronología occidental sea el marco utilizado para el análisis, coincido
con otras feministas latinoamericanas que retoman la metáfora de la ola
para ubicar el momento actual de los feminismos. En América Latina la
Cuarta Ola ha cobrado gran fuerza y visibilidad por las masivas moviliza-
ciones en contra de la violencia hacia las mujeres y por la legalización del
aborto; también por los paros mundiales que, desde 2016, han llevado a
mujeres de distintas latitudes a dejar de realizar sus labores por un día,
para poner en evidencia el valor de su trabajo, en especial invisibilizado
cuando es en el hogar; y desde 2017, por la explosión de denuncias sobre
el acoso sexual desatadas con el estallido del #MeToo. Todo esto ha pro-
ducido una “temporalidad afectiva” que, en palabras de Prudence Cham-
berlain, habla acerca de que “la ola feminista está abierta al afecto de su
tiempo y lista para tomar la forma que le dé el momentum del sentimiento
público” (2017:41). Tal momentum es uno de indignación, dolor y rabia.
Al registrar el vínculo entre las emociones y la política,11 coincido
con Sara Ahmed (2015) quien, desde una mirada decolonial y queer, plan-
tea que no hay que comprender las emociones solamente como estados
psicológicos, sino también como prácticas sociales y culturales que inciden
en la vida pública. Ahmed habla de “la política cultural de las emociones”
para nombrar la forma en que éstas se reproducen y circulan, o sea, habla
de una economía de los afectos. No resulta fácil precisar las motivaciones
individuales de las activistas (Ahmed señala que sería reduccionista), pero
es posible detectar ciertos encadenamientos afectivos. Acerca de la impor-
tancia de comprender la economía emocional ya habló hace años Nor-
bert Lechner (1986; 1988) y señaló que las emociones tienen resonancias
políticas, lo que también cobra importancia en los procesos de avance de-
mocrático. Mientras que Lechner destacó el vínculo entre la sociabilidad
cotidiana, los arreglos afectivos y la política, Ahmed lo hace con el vínculo
entre emoción y acción, y habla de las emociones como acción.
Estas páginas comienzan con una breve relación de las protestas
feministas en la Ciudad de México; retomo palabras y actos significativos,
que son la materia prima, el engranaje y el producto de su quehacer polí-
tico. Al enfocarme en la forma en que las activistas feministas hacen política

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Introducción: sentir, pensar y hablar

al salir a la calle, desplegando en el espacio público sus cuerpos, sus emo-


ciones y sus palabras para que su dolor y rabia sean escuchados y vistos,
dejo fuera lo que ocurre con multitud de iniciativas y acontecimientos fe-
ministas, muchos de los cuales se llevan a cabo en distintas entidades del
país, con movimientos locales muy destacados. Además, las feministas es-
tán desarrollando cantidad de expresiones políticas creativas y esperanza-
doras; en especial, son notables sus manifestaciones artísticas, sus formas
de solidaridad interna y sus espacios de encuentro y disfrute. Sin embar-
go, en este texto no abordo la contribución que han hecho —y siguen ha-
ciendo— muchas de ellas con sus prácticas artísticas y culturales que,
como señala Mouffe, son fundamentales para la revitalización del proyecto
emancipador de la política democrática radical. La contribución de las
prácticas artísticas y culturales a la ruptura de las representaciones tradi-
cionales de la feminidad merece una reflexión aparte, que en estas pági-
nas no puedo realizar.12 No sólo en México, sino también en otros países
de América Latina, muchas activistas despliegan una variedad de acciones y
reflexiones desde una forma distinta de organización: las constelaciones
(Borzacchiello 2018; Gago et al. 2018) y las artistas no son una excepción.13
En estas páginas relato principalmente lo que he escuchado de un sector
muy específico de universitarias de la unam14 y, en menor medida, del
itam (pues tengo vínculos con alumnas y exalumnas de esas instituciones
con las que hablo y discuto).
Al analizar el entramado, afectivo y cultural que da sustento a los
actos solidarios y transgresores de estas jóvenes activistas me confronto
con mi propia subjetividad. Como académica y activista feminista soy, a la
vez, observadora y parte de lo que observo, y enfrento la difícil tarea de asu-
mir la autorreflexión, cuestión que el psicoanalista y antropólogo George
Devereux (1977) plantea como indispensable. En su obra clásica sobre el
método en las ciencias sociales, Devereux insiste en la necesidad de explo-
rar no sólo la estrategia de investigación, las “decisiones” acerca de lo que
se investiga, sino también las angustias y las maniobras defensivas de quien
investiga. Según Devereux, es imprescindible el estudio del interés afectivo
personal del científico por su material y, por fortuna, según él los llamados
trastornos o perturbaciones creados por la existencia y las actividades de la

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persona observadora son, debidamente aprovechados, las piedras angula-


res de una verdadera ciencia del comportamiento y no —como suele
creerse— contratiempos deplorables. Devereux, que expresa con ironía
sus dudas sobre la neutralidad y objetividad de quien investiga, concluye
con sencillez diciendo que siempre ayuda descubrir exactamente qué es
lo que una en realidad está haciendo.
Entonces ¿qué estoy haciendo? Además del entusiasmo y preocu-
pación políticos que me suscitan las protestas feministas, en estas páginas
también hablo de las emociones que me produjeron varios incidentes en
los que ciertas feministas me adjudicaron motivos o perspectivas que no
corresponden a mi postura política ni ideológica. No puedo soslayar que
me he sentido afectada por la rabia que algunas feministas dirigen a mi
persona, pero aquí elaboro mis emociones, las pongo en palabras y las
relaciono con reflexiones teóricas, y eso me permite poner un ejemplo
actual y cercano de uno de los mayores obstáculos políticos que enfrenta-
mos las feministas: la dificultad para debatir entre personas con posturas
adversarias. Siguiendo el dictum de Alain Badiou (2005), que insiste en
que lo que no tiene palabras no se puede pensar, y que lo que no se pue-
de pensar no se puede cambiar, creo que debemos hablar incluso hasta de
las violencias entre nosotras. Eso sí, Brown nos sugiere a las feministas que
seamos precavidas, pues corremos el riesgo de desfigurar nuestro discurso
político con “recriminaciones paralizantes y resentimientos tóxicos que se
presentan como crítica radical” (1995:xi).
Un libro es una forma de entrar al debate, de abrirse a la crítica.
Para los feminismos es especialmente importante pensar el problema de
la política, y la clásica pregunta ¿qué hacer? se ha mantenido vigente a lo
largo de todas las crisis y las inflexiones de nuestro orden político. La pre-
gunta forma parte de los dilemas que enfrentamos día con día y una de
mis maneras de asumir ese dilema ha sido el de compartir mi trabajo in-
telectual con compañeras y alumnes. Por eso, aunque pretendo que éste
no sea un libro académico, sí contiene muchas citas de textos que me
han hecho pensar lo que aquí expongo, así como notas para aclarar cier-
tos puntos. Por eso también incluye un conjunto de documentos anexos,
pues algo muy útil para el debate es conocer la historia pasada. Desde la

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Introducción: sentir, pensar y hablar

necesidad de recuperar la memoria aquí los reproduzco como insumos


para que los aprovechen quienes se interesen por ir alimentado su praxis.
Quiero subrayar que, en esta reflexión, se encuentran los aprendizajes
que he tenido a partir de la riqueza que ha significado el trabajo grupal
durante la creación de la revista debate feminista, el Grupo de Información
en Reproducción Elegida (gire), la asociación Equidad de Género: Ciu-
dadanía, Trabajo y Familia y el Instituto de Liderazgo Simone de Beau-
voir, así como mi añeja colaboración con Semillas (Sociedad Mexicana
Pro Derechos de la Mujer). Sin ese trabajo grupal con distintas compañe-
ras feministas no sería quien soy ahora.
A lo largo de estas páginas he tratado de mostrar que las subjetivi-
dades ofrecen muchas de las motivaciones que alimentan la política y que
dado que los sentimientos, emociones y afectos tienen efectos políticos,
es útil entender la “temporalidad afectiva” que atraviesa hoy al activismo
feminista. No sabría decir cuál es esa política que se supone que las femi-
nistas deberíamos estar haciendo, pero sí sé que resulta necesario discu-
tir acerca de la no-violencia no sólo en el espacio público, físico y virtual,
sino también en relación a las dinámicas intersubjetivas que se dan entre
nosotras. Wendy Brown, quien aborda la complejidad política del con-
texto contemporáneo, plantea que es necesario “revitalizar la política de
izquierda desarrollando genealogías enriquecedoras, análisis institucio-
nales perspicaces y visiones políticas apremiantes” (2001:44). Sí, tenemos
mucho trabajo por hacer. Ojalá que el peso de algunas ideologías, por un
lado y, por el otro, la rabia y el dolor no impidan las prácticas deliberati-
vas entre las feministas.
Estoy muy agradecida con mis amigas, colegas y estudiantes, con
quienes he debatido algunos aspectos acerca de lo que van a leer. En es-
pecial, con el grupo Feminismo Crítico: Alethia Fernández de la Regue-
ra, Chris Mendoza, Friné Salguero, Gabriela Sofía Gómez, Hanna Ortega,
Isabel Gil, Laura García Coudurier, Mariana Palumbo, Marta Ferreyra,
Mónica Maccise, Mónica Meltis, Rebeca Ramos, Regina Larrea, Regina
Tamés, Stephanie Brewster, Soren García Ascot, Tania Turner, Valentina
Zendejas y Ximena Andión. Sus críticas e intervenciones siempre me ayu-
dan a pensar.

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Y también agradezco a quienes leyeron antes el manuscrito y lo


mejoraron con sus comentarios, aunque algunos no los incluí, así que asu-
mo la responsabilidad de lo escrito. Muchas gracias a Amneris Chaparro,
Ana Luisa Liguori, Diana Fuentes, Fabio Vélez, Iván Pedroza, María Tere-
sa Priego, Mariana Palumbo, Marta Acevedo, Marta Ferreyra, Natalia Ga-
bayet, Patricia Mercado, Sara Sefchovich y Stephanie Brewster. Agradezco
los atinados señalamientos de Ana Sofía Rodríguez Everaert, que me ayu-
daron a precisar el enfoque. Merece un agradecimiento especial Leticia
Cufré, quien me acompañó horas revisando y debatiendo muchos de mis
postulados. También reconozco el trabajo de Alba Jiménez del Centro
de Investigaciones y Estudios de Género de la unam, que me consiguió,
a una velocidad inaudita, todos los artículos que le solicité. Y, finalmente,
doy las gracias a Pablo Martínez Lozada por su respetuoso trabajo como
editor.
Como siempre, no hubiera podido escribir una línea sin el cuida-
do cariñoso de Francisca Miguel, Ofelia Sánchez Felipe, Vicenta Sánchez
Felipe y el apoyo solidario de Patricia Ramos Saavedra. La paciencia de
Diego, Pablo y Leonard mientras estuve en el proceso de escritura tam-
bién merece todo mi reconocimiento.

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2
Pensar la época

E sbozar una interpretación, inevitablemente parcial y discutible, acer-


ca de lo que ha pasado —y está pasando— con las recientes expresio-
nes feministas en la Ciudad de México requiere ubicar mínimamente el
momento político que estamos viviendo en el país. Ya es un lugar común
señalar que nuestra época se caracteriza por el capitalismo en su etapa
neoliberal, y aunque en estas páginas hablaré de neoliberalismo, comparto
lo que señala Stuart Hall, a quien el término no le resulta satisfactorio,
ya que:

Su referencia a la influencia modeladora del capitalismo en la vida mo-


derna suena anacrónica a oídos contemporáneos. Los críticos intelectua-
les dicen que el término junta demasiadas cosas para tener una identidad
única; es reductivo, y sacrifica la atención a las complejidades internas y
las especificidades geo-políticas (2011:706).

Pese a ello, Hall considera que el término neoliberalismo remite a sufi-


cientes rasgos comunes de esta etapa como para otorgarle una identidad
conceptual provisional, siempre y cuando se entienda como una primera
aproximación. Coincido con él, y con varios autores que sostienen que el
modelo de gobernanza neoliberal, con sus aspiraciones y objetivos, no se
limita a la esfera económica ni a las políticas públicas estatales, sino que
produce sujetos, regula conductas y genera nuevas formas de organización
social. Según Wendy Brown el neoliberalismo, que es “una forma pecu-
liar de razón que configura todos los aspectos de la existencia en términos

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económicos” (2015:17), está desmontando los elementos básicos de la de-


mocracia. De ahí que esta politóloga considere el neoliberalismo como la
revolución furtiva que está deshaciendo el demos: “deshace vocabularios,
principios de justicia, culturas políticas, hábitos de la ciudadanía, prácti-
cas de la ley y, sobre todo, imaginarios democráticos” (2015:17). Precisa-
mente la complejidad del proceso de elaboración psíquica que cada ser
humano realiza al internalizar la racionalidad neoliberal consiste en lo
que León Rozitchner calificó hace años como la determinación histórica
en el psiquismo. Este filósofo planteó que el aparato psíquico es “el últi-
mo extremo de la proyección e interiorización de la estructura social en
lo subjetivo” (1982:15).
Son muchas, y muy atinadas, las críticas feministas al neoliberalis-
mo, y aquí no voy a dar cuenta de ellas. Remito en especial a Nancy Fra-
ser, una filósofa política que de manera constante ha analizado la relación
del feminismo con el capitalismo. Sus trabajos en esta línea vienen desde
finales del siglo xx y, en Fortunas del feminismo, ella encuentra en el femi-
nismo eso que Boltanski y Chiapello (2002) calificaron de “el nuevo espí-
ritu del capitalismo” (2013a:217). Fraser no es la única, ni la primera, en
analizar el vínculo entre el neoliberalismo y cierto feminismo como un fe-
nómeno característico de la época, pero es quien se ha propuesto llegar a
audiencias más amplias que la meramente académica.1 Su brevísimo texto
“Manifiesto de un feminismo para el 99%” (2019), escrito en colaboración
con Cinzia Arruzza y Tithi Bhattacharya, contiene una clara crítica al fe-
minismo hegemónico y sus resignificaciones neoliberales, y está hecho en
un formato muy accesible para el público general. Mucho del debate fe-
minista respecto al neoliberalismo destaca cómo el enfoque individualista
resulta muy útil a los intereses de los grandes capitales, y cómo el objetivo
del “empoderamiento” ha sido central para alentar actitudes neolibera-
les.2 La popularización de lo que se llama empoderamiento ha opacado la
emancipación, que es una aspiración más amplia, que reclama, más que
tener poder, liberarse de cualquier clase de subordinación, tutela o depen-
dencia, como proponen los feminismos anticapitalistas desde los setenta.
Las consignas y pintas de las activistas feministas expresan la indig-
nación, el dolor y la rabia por el conjunto de violencias en que vivimos.

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Pensar la época

Recurro a las palabras de otres autores para recordar brevemente nuestro


contexto de feroz machismo y espeluznante violencia. Como dice Alfredo
Guerrero, investigador de la Facultad de Psicología de la unam:

la violencia que vivimos ahora en México, que se ha propagado a lo largo


y ancho del territorio, no es la violencia revolucionaria de 1910-1917, ni
la de 1810. Es una violencia que se nutre de la perversidad abyecta que
ha hecho erupción desde lo más profundo de los procesos de degrada-
ción tanto del Estado como de sus instituciones y se ha propagado por
todos los poros de la sociedad hasta los fragmentos más pequeños de la
vida cotidiana, invadiendo incluso los espacios más recónditos de la inti-
midad (2017:243-244).

Sayak Valencia, una investigadora de El Colegio de la Frontera Norte, cali-


fica de gore al ominoso proceso de esta producción biopolítica del capitalis-
mo tardío, de donde han emergido las nefastas prácticas que se sustentan
“en la violencia sobregirada y la crueldad ultra especializada que se implan-
tan como formas de vida cotidiana en ciertas localizaciones geopolíticas a
fin de obtener reconocimiento y legitimidad económica” (2016:26). Ella
analiza cómo la violencia, el (narco)tráfico y el necropoder construyen cier-
to tipo de sujetos y de prácticas, con extremos de crueldad y despojo, que
imponen nuevas violencias sobre los cuerpos y las subjetividades. Dentro
del marco de las violencias de las estructuras económicas capitalistas, cuyo
paradigma es la explotación, varias autoras feministas3 investigan una va-
riedad enorme de formas de vulneración, agresión y crueldad hacia las
mujeres, y critican la impunidad que existe ante esas formas, en especial,
ante los feminicidios. Remito a sus sólidos trabajos para una explicación
más detallada, pues mi objetivo en estas páginas no es analizar las violen-
cias existentes, sino repensar aspectos de una narrativa cultural dirigida a
las mujeres y ver cómo atraviesa —si es que lo hace— las protestas y movi-
lizaciones de los grupos de activistas feministas.
Nuestro contexto, donde surgen múltiples expresiones de violen-
cias, está inserto en una época en la que los intereses y deseos de un
gran número de seres humanos giran en torno a la imagen y al consumo.

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Dolor y política

Nuestra época, que Guy Debord perfiló tempranamente como la de “la so-
ciedad del espectáculo” (1999), ha desarrollado “la cultura del narcisismo”
(Lasch 1979) y se ha convertido en “la era del vacío” (Lipovetsky 1983).
Los valores individualistas han derivado en una preocupación excesiva
por el Yo, y ha aparecido “la condición posmoderna” (Lyotard 1979). Más
recientemente Byung-Chul Han habla de La sociedad del cansancio (2012) y
de La agonía del Eros (2014), y reflexiona acerca de cómo se ha producido
una nueva subjetividad, tanto en lo individual como en lo social. En estas
páginas me interesa revisar aspectos de la subjetividad.
¿A qué me refiero con “subjetividad”? Las psicoanalistas Lucila
Edelman y Diana Kordon señalan:

La producción de subjetividad hace al modo en el cual las sociedades y las


culturas (las condiciones materiales de existencia, las relaciones sociales,
las prácticas colectivas, los discursos hegemónicos y contrahegemónicos, el
arte, la tecnología, las comunicaciones) determinan las formas con las
cuales se constituyen sujetos plausibles de integrarse a sistemas que les
otorgan un lugar que les garantiza la pertenencia. Cada periodo histó-
rico promueve modelos y contenidos específicos, así como determina el
carácter de las instituciones. Por lo tanto, la subjetividad tiene un carác-
ter histórico-social (2018a:70).

Las crisis contemporáneas (y me refiero no sólo a los conflictos políticos,


los productos culturales y los avances tecnológicos, sino también al cam-
bio del papel de las mujeres y al surgimiento de nuevas identidades) son
elementos fundamentales en eso que Edelman y Kordon llaman las pro-
ducciones actuales de subjetividad (2018b:96). Estas psicoanalistas hablan de
la “existencia de una crisis sostenida de las grandes matrices de simboli-
zación, de las referencias de significaciones y sentidos, que afectan a los
procesos de socialización y replantean las identidades individuales y co-
lectivas” (2018b:95). Ellas destacan ciertas producciones del capitalismo,
como las guerras y las migraciones, aunque también habría que consi-
derar anteriormente el efecto de la entrada masiva de las mujeres al tra-
bajo asalariado y a la educación superior. De ahí que ciertas creencias y

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Pensar la época

mitos estén profundamente convulsionados, y que el impacto de estos


procesos y de las crisis en las relaciones de pareja y en la familia produz-
ca efectos psicosociales, generando determinadas transformaciones en la
subjetividad.

Los mandatos de género y el postfeminismo

Los mandatos de género, que establecen simbólicamente lo “propio” de


las mujeres y “lo propio” de los hombres, la feminidad y la masculinidad,
son un conjunto de representaciones, simbolizaciones y habitus,4 interna-
lizados individualmente y compartidos socialmente, que instauran prohi-
biciones y prescripciones y conectan las dimensiones psicosexuales de la
identidad al amplio rango de los imperativos sociopolíticos y económicos.
Los mandatos de género son producto de la socialización, o sea, de la incor-
poración de la cultura y la resultante estructuración psíquica. Su eficacia
reside en que estos mandatos socialmente se ofrecen como modelos iden-
tificatorios cuya cercanía o distancia a ellos opera para personas y grupos
como una medida de la propia valía. La idea que nos hacemos de qué es
“ser mujer” o qué es “ser hombre” está filtrada por todo el sistema de re-
presentaciones culturales que nos rodea, y se nos inculca desde la crianza
con las prácticas, no siempre de manera consciente, y también con el len-
guaje y los afectos. Nuestra identidad se va armando a partir de la incorpo-
ración y el aprendizaje de formas de percepción, significación y acción, que
se organizan como procesos psíquicos y se constituyen en modalidades de
acción internalizadas, todo ello mediado por instituciones sociales cuya
función principal, casi nunca transparente, es el mantenimiento del statu
quo. Además, esto ocurre en contextos particulares, de manera tal que la
pertenencia étnica, la “raza”5 y el color de la piel, la clase social y la orien-
tación sexual también inciden en el proceso de asunción del género, o
sea, en asumirse como “mujer” o como “hombre”. Para analizar cualquier
conducta humana es imprescindible, además de visualizar las tendencias
sociohistóricas generales, tener una perspectiva que tome en cuenta esos
otros elementos que intersectan con el género.6 No hay un sujeto unívoco

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Dolor y política

o neutro, sino mujeres, hombres, cis 7 y trans, así como personas con iden-
tidades no binarias, disidentes y queer que, a su vez, tienen edades y perte-
nencias étnicas diferentes, ocupan posiciones distintas (clase social) en
zonas geopolíticas diferentes y, además, las diferencias derivadas de sus
capitales sociales, económicos y culturales introducen fuertes distinciones
entre ellas (Bourdieu 1998). Desde esta perspectiva “interseccional” se
analiza cómo cada uno de dichos elementos impacta, y cómo se combi-
nan y entrelazan (intersectan) con los demás. Aunque existen cuestiones
que las jóvenes comparten generacionalmente, cada una encarna las mar-
cas de su clase social y su pertenencia étnica, y no viven lo mismo las de
bachillerato que las que ya trabajan como tampoco las que no estudian.
Las jóvenes urbanas a quienes el acceso a la educación superior junto con
la libertad sexual de los métodos anticonceptivos les abrieron un horizon-
te de potencialidades personales han sido las principales destinatarias del
fenómeno cultural que se expresa en una subjetividad que ha recibido el
nombre de postfeminista. Subrayo el término destinatarias porque hace ya
muchos años han sido el público objetivo de la mercadotecnia de las in-
dustrias culturales, y las de la moda y la belleza.8
El término postfeminismo transmite simultáneamente una idea de
superación del feminismo, pero también de que el feminismo ya llegó a
su fin, incluso que falló. Es ambiguo, pues denota tanto el agotamiento de
la política feminista como una expresión más avanzada del feminismo, y
se suele interpretar de distinta manera en la academia que en los medios
de comunicación (Genz y Brabon 2009).9 A finales de los años ochenta se
empieza a hablar de postfeminismo en los medios de comunicación de al-
gunos países europeos, Estados Unidos, Canadá y Australia, y su uso cobra
fuerza en los noventa. Varias autoras analizan el postfeminismo, y retomo la
interpretación de Angela McRobbie (2009), quien plantea que el repudio
al feminismo fue alentado por los medios masivos de comunicación, las
revistas femeninas, los programas de televisión y la literatura “chick lit”.10
Se calificaron de postfeministas las actitudes de muchas jóvenes que asu-
mían una imagen de feminidad sexy y se comportaban de manera aserti-
va, con frecuencia diciendo: “Yo no soy feminista”, aunque en la práctica
asumieran planteamientos feministas.

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Pensar la época

Así, a finales del siglo xx el término postfeminismo adquirió una


connotación simultáneamente liberadora y despreciativa, y la subjetividad
postfeminista se volvió una tendencia generacional entre muchísimas jóve-
nes de clase media de las urbes en los países desarrollados. Este proceso,
que ocurre en esta etapa del capitalismo tardío en la que las transforma-
ciones socioeconómicas y culturales del neoliberalismo han generado
cambios en las maneras de sentirse “mujer” y sentirse “hombre”, a su vez
impulsó una nueva dinámica relacional junto con una mayor visibilización
de identidades no normativas (trans y queers). Surgieron nuevos códigos de
conducta sexual y de apariencia física, que incidieron en la producción
de un psiquismo distinto, y aparecieron nuevas personalidades. El ethos
hedonista del neoliberalismo, tejido en torno a pautas de consumo y com-
petencia alentadas mediáticamente, atravesó por igual tanto a mujeres jóve-
nes como a hombres jóvenes, y les ciudadanes pasaron a ser consumidores
vueltos sobre su propia imagen. En este contexto de individualismo con-
sumista ciertos reclamos feministas —como el derecho a decidir sobre el
propio cuerpo— empataron con un nuevo régimen de significados sexua-
les, y el discurso mediático dirigido a las jóvenes les ofreció una forma de
igualdad, concentrada en la educación y el empleo, pero inserta en la cul-
tura del consumo (Gill 2016). En los medios de comunicación masiva, las
mujeres cis jóvenes empezaron a ser representadas como alivianadas, se-
xys y asertivas, proyectando imágenes de chicas sonrientes y “echadas para
adelante” con sus escotes, tacones y uñas decoradas. El entramado de la
visibilidad mediática de jóvenes atractivas y sexualizadas se llevó a cabo
con el apoyo de la industria de la belleza y la moda. Las jóvenes postfemi-
nistas anhelaron ser autosuficientes, ganar dinero para consumir y, tam-
bién, gustar y ser deseadas. Entre los modelos de feminidad postfeminista
que ofrecieron los medios, Madonna encarnó la imagen paradigmática
de “empoderamiento”, disfrute y orgullo de ser mujer, con su éxito eco-
nómico, su confianza en sí misma y su hipersexualización.11 En México
Gloria Trevi intentó representar algo similar, con nefastas consecuencias.
El fenómeno postfeminista, muy de clase media urbana en países
de Europa y en Estados Unidos, se difunde en clases medias y altas en
otras regiones del mundo. En México, me tocó vivirlo a finales de los años

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Dolor y política

noventa, cuando empecé a dar clases en el itam. En ese entonces, un am-


plio grupo de universitarias de clase media y alta asumía que el feminis-
mo era algo del pasado, aunque disfrutaban de sus “triunfos” (la libertad
sexual y el derecho a ser económicamente independientes); las más po-
litizadas hablaban de “empoderamiento” y veían con buenos ojos las ac-
ciones afirmativas (como las cuotas en puestos políticos). Incluso entre
quienes tomaban mi clase (Género y política) muy pocas se asumían fe-
ministas. En ese entonces lamenté, junto con otras colegas, que las jóve-
nes no se interesaran en el feminismo. Sin embargo, en 2013 me llevé una
sorpresa. Una docena de jóvenes (algunas habían sido mis alumnas y se-
guían estudiando en el itam) me propusieron hacer un grupo de lectura
en mi casa para analizar La mística de la feminidad de Betty Friedan, que
cumplía ya medio siglo. ¡Qué extraño su interés por leer a la pionera de
la Segunda Ola, y además hacerlo por fuera de la currícula académica! En
ese momento, incluso en ese sector privilegiado de estudiantes, la postura
calificada de postfeminismo era la generalizada y esas chicas eran una rare-
za. Ellas no se identificaban a sí mismas como postfeministas, sino como fe-
ministas, y crearon un grupo feminista en el itam al que nombraron “La
Cuarta Ola”. Posteriormente escribirían acerca de su proceso (Meltis et
al. 2014), y en ese texto se describen como jóvenes de entre 20 y 25 años,
de clase media y alta, estudiantes de relaciones internacionales y ciencia
política, provenientes de varios estados de la república y distintos entor-
nos académicos y sociales. Pese a las diferencias por haber estudiado en
escuelas católicas o laicas, compartían un común denominador: “el pri-
vilegio de una educación privada” (2014:119). Ellas mismas preguntan:
“¿Por qué jóvenes formarían un grupo feminista? Parece algo del pasado”
(2014:119).

La Cuarta Ola

Sin embargo, ya había un cambio en el aire, y sería precisamente con el


epíteto “Cuarta Ola” que en distintas partes del mundo se empezaría a
hablar de lo que parecía un resurgimiento feminista. Ya señalé que, en

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Pensar la época

lugar de enmarcar el movimiento feminista a partir de generaciones, la


perspectiva de Chamberlain acerca de la temporalidad afectiva da cabida
a las cambiantes condiciones de los feminismos, que producen “una coli-
sión de temporalidades que moldean impulsos intensos de acción políti-
ca” (2017:52). Esto coincide con lo que señalan Goodwin, Jasper y Polleta
(2007) en relación con el fenómeno de cómo en los movimientos socia-
les se dan convergencias de emociones, que sirven para unir voluntades
e impulsan el activismo. Un indicio muy citado como inicio de la Cuarta
Ola es la “Marcha de las Putas” (Slut Walk) que se llevó a cabo en varios
países en 2011. A pesar del nombre, no se trata de una marcha de traba-
jadoras sexuales sino de todo tipo de mujeres para protestar que se justifi-
que la violencia sexual con el pretexto de la apariencia provocadora de las
víctimas. El comentario escandaloso de un policía —“Las mujeres deben
evitar vestirse como putas para no ser víctimas de la violencia sexual”—
encendió en Toronto la indignación de las universitarias y más de tres mil
mujeres salieron a la calle en abril de 2011 vestidas como “putas” para ex-
presar que no importa la vestimenta que se use, nada justifica la violencia
sexual. Además, se burlaron de la idea de que hay hombres a los que esos
atuendos excitan al grado de perder el control. El mensaje fue claro: las
agresiones sexuales son responsabilidad de quienes las llevan a cabo y no
de las víctimas.12 Así, la Marcha de las Putas se diseminó a otras ciudades:
Montreal, Londres, Matagalpa, Melbourne, Seattle, Los Ángeles, Teguci-
galpa, etcétera. En la Ciudad de México se llevó a cabo el domingo 12 de
junio de 2011.13 Apropiarse del término estigmatizante de puta es una ac-
titud desafiante y liberadora, que marcó un cambio generacional en todo
el mundo
Sería en torno a 2014 que la popularización del feminismo cobraría
un ímpetu mediático inaudito, y en muchas partes del mundo “ser feminis-
ta” se convertiría en algo valorado entre las chicas más jóvenes. En ese año
la onu lanzó, con la joven actriz Emma Watson, su campaña “HeForShe”.
Esta campaña, que logró el apoyo de grandes empresas, gobiernos y uni-
versidades públicas y privadas, ha sido cuestionada por muchas feministas
por alentar a los varones a “apoyar” las demandas feministas de las mujeres,
en lugar de plantear la necesidad de que ellos se hagan una autocrítica y

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Dolor y política

cuestionen sus privilegios masculinos. El libro We Should All Be Feminists,


que surgió de la charla ted que Chimamanda Ngozi Adichie, una joven
escritora nigeriana, dio en diciembre de 2012, se publicó en 2014 y se vol-
vió un bestseller mundial. El mensaje Todas las personas deberíamos ser feministas
fue velozmente difundido, y así como el modelo inspirador de Chima-
manda impulsó a muchas jóvenes a asumirse como feministas, también
alentó a Maria Grazia Chiuri, la primera mujer directora artística de la
casa Christian Dior, a incluir en la colección de 2015 una camiseta blanca
con la frase de la autora: We Should All Be Feminists. A continuación, la in-
dustria de la moda imprimió el término feminista o feminismo en distintas
prendas de ropa, a precios mucho más accesibles que los 550 euros de la
camiseta de Dior. Posteriormente la propia Chimamanda dio una entre-
vista respecto a tal comercialización de su título, donde señaló que: “El
feminismo todavía es muy polémico y controvertido, y todavía está muy
cargado de estereotipos negativos. Una camiseta no va a cambiar el mun-
do, pero pienso que el cambio ocurre cuando diseminamos ideas” (Bird
2019). Sí, pero como diría Wendy Brown, el capitalismo reconfigura to-
dos los aspectos de la vida, incluso los mensajes feministas, en términos
económicos.
Entre 2014 y 2017 un fenómeno inunda los medios de comunica-
ción: celebridades del mundo del entretenimiento y personajes del arte, la
cultura y la política proclaman orgullosamente sus identidades feministas.
Un caso muy publicitado fue el de Beyoncé14 por su aparición en el esce-
nario frente a un letrero con letras gigantes iluminadas que decía “femi-
nist”. Al mismo tiempo, algunos libros feministas se vuelven bestsellers y las
tradicionales revistas femeninas (moda y belleza) incluyen entrevistas con
temas de feminismo. No sólo las mujeres “están de moda” y sus problemas
son noticias de primera importancia (la prensa publica reportajes acerca
de la desigualdad salarial o el abuso sexual que antes hubieran rechazado),
sino que además el feminismo se vuelve cool 15 (atractivo) y, por todas par-
tes, personajes públicos se declaran “feministas”. Rosalind Gill16 y Shani
Orgad (2017) analizan este fenómeno y plantean que ha ocurrido una es-
pecie de reformulación (remaking) del feminismo a través de la construc-
ción de una cultura de la seguridad en una misma (confidence) que no sólo

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Pensar la época

exhorta a las chicas y las mujeres a modelarse ellas mismas, sino que tam-
bién reconfigura las preocupaciones feministas.
Una versión anterior de esta “seguridad en una misma” fue el “em-
poderamiento”. Desde los años ochenta empezó a circular el mensaje de
que si las mujeres nos empoderábamos podríamos cambiar el mundo, en
especial, que podríamos convencer a los hombres de transformar las in-
justas y desiguales relaciones en que todes estamos inmerses. Pronto, la
problematización crítica que varias feministas hicieron al término lo resituó
dentro de la tendencia empresarial/liberal del feminismo.17 Las críticas se
centraron en si es posible que todas las mujeres (incluyendo a las indíge-
nas, las campesinas, las viejas, las que tienen una discapacidad, etcétera)
se “empoderen” o si para lograr tal “empoderamiento” se debe trabajar
para una emancipación colectiva. Las conferencias de corte empresarial
hablaban de empoderamiento de las mujeres para referirse a la promo-
ción de éstas en altos puestos de trabajo asalariado, de representación po-
lítica y de gestión pública y, sobre todo, como las nuevas consumidoras.
Obvio que tal empoderamiento político y económico de algunas mujeres
no llega a la inmensa mayoría que sigue inmersa en desigualdades sus-
tanciales, asociadas a su clase, sus orígenes étnicos y demás características
sociales. Y, aun en el caso de las privilegiadas que supuestamente estaban
“empoderadas”, muy pocas lograron emanciparse del mandato cultural
de la feminidad. Sí, de lo que incluso esas mujeres privilegiadas no se han
emancipado aún es de las prescripciones culturales que han internaliza-
do: ser buenas, obedientes, recatadas y hacerse cargo, “por amor”, del cui-
dado de los demás.
Mientras que en el Tercer Mundo el término empoderamiento se uti-
lizó por los grupos feministas para fortalecer a las mujeres que enfrenta-
ban distintas formas de opresión machista, en el Primer Mundo adquirió
una connotación negativa para ciertos sectores críticos del feminismo,
como algunos de izquierda, que lo analizaron desde lo que ahora se de-
nominan tecnologías del yo, siguiendo a Foucault.18 Las tecnologías del yo o
técnicas de sí mismo son mecanismos que permiten a los sujetos hacer, con
sus propios medios o con ayuda de otras personas, un cierto número de
operaciones sobre sus cuerpos y pensamientos, conducta y formas de ser,

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Dolor y política

para transformarse mientras buscan lograr un estado de felicidad o sabi-


duría. Y como señala la teórica feminista Teresa de Lauretis (1987), tam-
bién hay tecnologías de género. Tenemos pues que, así como antes la cultura
mediática fue instrumental en inculcar aspiraciones respecto a una femi-
nidad tradicional, ahora promueve una especie de feminismo light en esa
formación discursiva contemporánea, a la que Gill y Orgad nombran con-
fidence culture. Ésta implica:

una reformulación del yo, y funciona como una tecnología de género


para producir un nuevo tipo de sujeto: una mujer responsable de sí mis-
ma volcada hacia dentro de sí misma, que con trabajo personal y autogo-
bierno, mejora y fortalece su seguridad y su ambición (2017:27).

Desde el poder cultural de los medios masivos de comunicación apare-


cen anuncios comerciales en la televisión y en revistas femeninas llaman-
do a las mujeres a que tengan confianza en sí mismas, con mensajes de
“empoderamiento” del tipo: “Sólo tú te puedes ayudar a ti misma” o “La
seguridad en ti misma es sexy”. Imágenes muy sexualizadas de mujeres
emprendedoras transmiten la idea de que es posible ser sujeto y objeto
de deseo. Estas imágenes, clasistas y racistas en su mayoría, ofrecen un
mismo mensaje para todas las mujeres, sin distinguir diferencias y sin te-
ner la menor interseccionalidad. Un eje principal de los mensajes es: la
inseguridad femenina es aborrecible y la asertividad es sexy. Esto es par-
te de esos procesos sociales que generan una reformulación casi terapéu-
tica de los malestares individuales mediante lo que Nikolas Rose (1998,
1999) califica como “el gobierno del alma” y “el modelamiento del yo”.
En esta tendencia se inscribe la confidence culture, que se ha desplegado
desde principios del siglo xxi, y que habla muy poco de las desigualdades
estructurales, o de cómo el poder patriarcal se ha inscrito en la subjetivi-
dad de las mujeres mediante exigencias respecto al cuerpo, fomentadas
por la industria de la belleza y la moda. Cuando desde esta perspectiva se
reconocen algunos agravios y daños que viven las mujeres se enfatiza que
su solución depende de ella mismas, pero “no de una acción colectiva
sino de un programa intensivo de reprogramación cognitiva, conductual,

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Pensar la época

corporal, neurolingüística, que logrará sacar a la luz un Yo nuevo y seguro


de sí mismo” (Gill y Orgad 2017).
La intensificación y extensión de las formas de supervisión y vigi-
lancia que monitorean y disciplinan los cuerpos femeninos es muy evi-
dente en síntomas como la anorexia y la bulimia. Hace varios años, en
2003, el jugo gástrico de los vómitos por bulimia de las alumnas en la Uni-
versidad Iberoamericana dañó las cañerías de acero galvanizado en uno
de los baños de mujeres.19 El artista visual Yoshua Okón recuperó algunos
tubos dañados para hacer una obra de denuncia de los estándares de be-
lleza que exponen a cientos de jóvenes a graves desórdenes alimenticios
como la anorexia y la bulimia. No hay que pensar que este tipo de enfer-
medades son privativas de una clase social ni hay que despreciar el sufri-
miento de quienes las padecen.20
La exigencia cultural que viven las mujeres en relación con su apa-
riencia corporal ha sido tema de interés de varias autoras feministas que
investigan los procesos de imposición y normalización del imperativo cul-
tural occidental de belleza, que enaltece la delgadez y repudia la gordura.21
Un aspecto del poder que tiene dicho imperativo se deriva, en gran me-
dida, de lo que Bourdieu (2000) califica de violencia simbólica, o sea, la
manera en que las personas internalizan los mandatos culturales al pun-
to de creer que ellas mismas están eligiendo la vigilancia sobre su aspecto
y el disciplinamiento del cuerpo. En ese mismo sentido va la propuesta
del “makeover”.22 Esta operación de conseguir un nuevo aspecto también
implica una reformulación valorativa de la propia subjetividad. En Mé-
xico, Martha Debayle, quien encarna de forma paradigmática esa figura
postfeminista y segura de sí misma, ha asumido la propuesta del makeover,
y realiza en su programa de radio un concurso para elegir a la persona
“afortunada” que va a tener su cambio total de apariencia, con cirugía es-
tética incluida. Las mujeres que no tuvieron la “fortuna” de ganar, si quie-
ren lograr esa imagen deberán pagar altas sumas para conseguir acercarse
al modelo racista y clasista.

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Dolor y política

El feminismo antisistema

Mientras las llamadas feministas neoliberales buscan cómo realizar ajustes,


incluso en su apariencia física y su conducta, que les permitan un avan-
ce individual (Fraser 2013; Rottenberg 2018), la mayoría de las feministas
latinoamericanas cuestionan esos elementos clave del modelo hegemóni-
co. Ésta es una característica de los nuevos feminismos en América Lati-
na, atravesados la mayoría de ellos por un impulso antisistema, que ven a
esas otras feministas como cómplices del capitalismo. Las reflexiones fe-
ministas latinoamericanas abordan los efectos del neoliberalismo en el
continente, y en especial suelen enfocar su análisis en el racismo y en
la vigencia del modelo colonial en las subjetividades, al mismo tiempo
que difunden las reivindicaciones de poblaciones indígenas, afrodescen-
dientes y marginadas. Sin embargo, también en nuestra región circula esa
poderosa difusión cultural y mercantilizada del término feminismo, y coin-
cide con el estallido de las movilizaciones de jóvenes anticapitalistas, anti-
rracistas y antipatriarcales. Aunque el carácter de las luchas feministas en
América Latina es distinto de las que se desarrollan en el Primer Mundo,
también aquí hay grupos de mujeres, especialmente jóvenes, que compar-
ten la cultura de la confidence.
¿Hasta dónde un giro local de la confidence culture es precisamente
la asertividad que se ve en las nuevas movilizaciones feministas, que inclu-
so raya en temeridad? Lucía Álvarez Enríquez cataloga las movilizaciones
de mujeres en México que han ido in crescendo como “un movimiento álgi-
do y novedoso, que en muchos sentidos puede catalogarse como de ‘nue-
vo tipo’” (2020:149). Esta socióloga mexicana señala que el movimiento
tiene: “un lenguaje muy ‘propio’, directo y confrontativo” (2020:149) y
también plantea que

la irrupción y/o expansión del movimiento feminista en México en el


2019 es claramente un fenómeno “diferente” que poco se parece a la tra-
dición que conocemos en nuestro país bajo ese nombre —movimiento fe-
minista. Con esto quiero decir que es un proceso de acción colectiva que
ha emergido, se ha mostrado y se ha sostenido a través de modalidades

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Pensar la época

que no habían sido las usuales en el movimiento feminista desarrollado


en México durante las cinco décadas anteriores, desde los años 70 cuan-
do se generaron las primeras manifestaciones en torno a la problemática
de género (2020:156).

También para Álvarez Enríquez ha sido la violencia contra las mujeres lo


central en las protestas, y ella señala que el movimiento:

Se ha caracterizado desde el inicio por fuertes exabruptos y explosiones


de rabia contra los hombres, las instituciones, los medios y las complici-
dades silenciosas; de aquí también los mecanismos radicales y disruptivos
que las protagonistas han implementado; el tono de exigencias sin corta-
pisas, la intolerancia, desesperación y hartazgo ante la falta de respuesta
de las instituciones y el uso incluso de la violencia como medio para sa-
cudir y llamar la atención (2020:158)

Desde hace varias décadas, las manifestaciones públicas en contra de la


violencia hacia las mujeres han estado vinculadas a la fecha emblemática
del 25 de noviembre (Día de Lucha contra la Violencia hacia las Mujeres).23
A partir de 2015 se nota un cambio, pues las tecnologías de la informa-
ción y la comunicación (tic) convocan y acompañan las protestas, y posi-
bilitan que la movilización no se dé únicamente en las calles, sino que
también se manifieste virtualmente. Las tic han sido una herramienta re-
novadora del feminismo: lo que se exige en un lugar llega casi simultánea-
mente hasta otros países, e incluso a los confines del mundo. Plataformas
como Facebook y Twitter han facilitado las convocatorias extendiendo cam-
pañas de denuncia impulsadas por mujeres jóvenes, como #MiPrimerAco-
so, #NoTeDaVergüenza, #NoTeCalles, #NiUnaMenos, #MujeresEnHuelga,
#NosotrasParamos y finalmente, los variados #MeToo. Eso ocurrió con la
convocatoria a la megamarcha en Argentina en junio de 2015 que, con el
lema Ni una más, movilizó a cientos de miles (Accossatto y Sendra 2018;
Pisettta 2019). Esa frase ya había sido usada antes, supuestamente desde
1995 en relación con los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez, y la mo-
vilización en Argentina la viralizó en todo el continente. Evidentemente

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Dolor y política

hay una relación intrínseca entre el medio, el instrumento y el contenido


de los mensajes convocantes, que luego inciden en las modalidades de or-
ganización resultante, y ése es un tema a investigar más.
En México, desde hace tiempo la conmemoración del Día Inter-
nacional de la Mujer había conservando su matiz laboral, y en las tradi-
cionales marchas del 8 de marzo los contingentes de sindicatos y partidos
ocupaban un amplio espacio, incluso en la descubierta (la primera línea
de una marcha). Pero en 2016 fue diferente. El 8 de marzo, en la Ciudad
de México, el Ángel de la Independencia se llenó de jóvenes vestidas de
morado para marchar hasta el Zócalo. Esa vez, además de las consignas
que aludían a cuestiones laborales (¡Basta ya, basta ya, de violencia laboral!,
¡Mujeres contra el despido, contra el charrismo sindical, mujeres organizadas lu-
chando contra la patronal!), aparecieron jóvenes que bailaban y coreaban
consignas feministas contra la violencia machista, como Se va a caer, se va
a caer, el patriarcado se va a caer. Mes y medio después, el domingo 24 de
abril de 2016, se llevó a cabo la Movilización Nacional contra las Violen-
cias Machistas en más de cuarenta ciudades de México. Ésta fue la mayor
marcha hasta ese momento, ni siquiera las movilizaciones tradicionales,
que conmemoran fechas emblemáticas (8 de marzo, 28 de septiembre y
25 de noviembre), fueron tan nutridas y combativas como ésa. Yo quisie-
ra creer que la fecha también conmemoraba que se cumplían nueve años
desde que la Asamblea Legislativa del entonces Distrito Federal aprobó
las reformas para la interrupción legal del embarazo en la Ciudad de Mé-
xico, pero esa coincidencia no fue tema de debate.24 El llamado se planteó
principalmente como una movilización en contra de la violencia. El even-
to, al que se nombró la Primavera Violeta, surgió de “colectivas” indepen-
dientes que la convocaron gritando ¡Vivas nos queremos! En conferencia de
prensa Minerva Valenzuela, Cynthia Híjar, Mar Cruz y Lulú Barrera, todas
ellas activistas feministas, enfatizaron que el movimiento era apartidista y
autónomo:

Saldremos a defender la alegría, el habitar espacios públicos que es un


derecho que nos ha sido despojado con la cotidianidad violenta, desde
lo más micro hasta lo político.

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Pensar la época

La convocatoria especificó que toda persona podría asistir a título perso-


nal, o de colectivos feministas, pero que no se aceptaría la representación
de partidos políticos. La marcha salió de Ecatepec, en el Estado de México,
una de las entidades con mayor número de feminicidios del país, y reunió
en la Columna de la Independencia a miles de mujeres indignadas y espe-
ranzadas que expresaron su repudio y su hartazgo ante la violencia machis-
ta. Participaron mujeres de distintos estratos sociales, variadas ocupaciones
y diferentes edades, algunas que se autonombran feministas anarquistas
junto con jovencitas de secundaria y prepa, y una gran cantidad portaba
el pañuelo verde que simboliza la lucha por la legalización del aborto.
También cientos de hombres las acompañaron en su protesta, algunos
ubicados en un segundo plano, respetando el protagonismo de quienes
pensaron y organizaron esta movilización, otros contemplándola, descon-
certados o también agresivos. Hubo un Pronunciamiento25 en el cual se
reflejaban la amplitud y diversidad de quienes protestaban:

Hoy mujeres obreras, campesinas, indígenas, mestizas, estudiantas, mili-


tantes, maestras, activistas, trabajadoras sexuales y trabajadoras del hogar,
artistas, cocineras, lesbianas, bisexuales, heterosexuales, mujeres trans,
disidentas sexogenéricas, mujeres de todas las corporalidades, mujeres
con discapacidades, mujeres de todas las clases, profesionistas, analfabe-
tas, encarceladas, guerrilleras, presas políticas, parteras, chamanas, mu-
jeres en situación de calle…, tenemos un propósito común: manifestar
nuestro absoluto hartazgo, nuestra rabia acumulada en contra de la vio-
lencia estructural, cultural e institucional que crecientemente provoca
cifras alarmantes de feminicidios, el extremo más grave de estas violen-
cias, que convierten las desapariciones forzadas y asesinatos de mujeres
en manifestaciones brutales de odio y amarillismo.

Desde algunas de las lecturas posibles a este manifiesto me resulta valio-


sa la conexión/confrontación que allí se menciona entre lo macrosocial
(Estado) y lo que se considera micro (colectivas, grupos, subjetividades).
También se puede leer como un llamado a la unidad en la diversidad,
que hace un análisis que amerita difundirse y discutirse. Al denunciar las

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Dolor y política

variadas formas de violencia y al exigir al Estado hacerse cargo, lo hacen


detallando cada horror que viven, en especial señalan que:

La violencia es cotidiana en los acosos y agresiones sexuales en la calle y


los transportes públicos, a pesar de medidas fallidas como los vagones y
espacios para mujeres.

Ellas formularon una crítica directa al Gobierno de la Ciudad de México:

La Ciudad de México, contra lo que pueda pensarse o quieren hacernos


creer sus autoridades, es un espacio geográfico, socioeconómico, cultu-
ral, administrativo y político donde las violencias machistas las vivimos
diariamente las diversas mujeres que allí habitamos, o que transitamos
por sus calles y espacios públicos, usamos sus transportes y asistimos a sus
instituciones de salud, educación o a sus centros laborales.

Su protesta acerca del acoso en la calle condujo a la campaña #NoEsDe­


Hombres,26 dirigida a prevenir y reducir “el acoso sexual y otras formas de
violencia sexual en el transporte público de la Ciudad de México”. De la
manifestación, en abril de 2016, al lanzamiento de la campaña, en marzo
de 2017, pasó casi un año en el diseño de la campaña, y no es casualidad
que quienes concertaron sus energías para hacerla y lanzarla fueran fun-
cionarias feministas (la directora del Instituto de la Mujer de la Ciudad
de México, Teresa Incháustegui, con el apoyo de la secretaria de Gobier-
no de la Ciudad de México, Patricia Mercado, y la representante de onu
Mujeres en México, Ana Güezmes). En el lanzamiento de la campaña es-
tuvieron, además de las tres autoridades feministas, figuras públicas mas-
culinas, como actores, el director técnico del equipo de futbol Pumas y
la activista Tamara de Anda, también conocida como Plaqueta. Ella es la
joven que protagonizó, unos días antes de la campaña que se lanzó el 21
de marzo, un incidente con un chofer que la llamó “guapa” y al que ella
denunció por acoso.27
En el Pronunciamiento de la Primavera Violeta (2016) se expre-
saron el dolor y la rabia de miles de mujeres. Y no es de sorprender que

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Pensar la época

en noviembre de ese mismo año ocurriera un fuerte paro feminista en


la unam, con estudiantes que tomaron las instalaciones rumbo a la orga-
nización y participación de la marcha por el Día Internacional de la Eli-
minación de la Violencia contra la Mujer. Se retomaron consignas de la
Primavera Violeta, se hizo un tendedero de denuncias anónimas, hubo
asambleas feministas y circuló la consigna “Si tocan a una, respondemos
todas”.

Las marchas, las protestas y las huelgas

El 8 de marzo de 2017 las feministas en México se volvieron a sumar al


Paro Mundial que se llevó a cabo en cincuenta y cinco países alrededor
del mundo. La feminista argentina Verónica Gago señala que: “Con la
huelga, nos hacemos cargo de un mapa global que no nos queda para
nada lejos ni ajeno y que consiste en politizar las violencias contra las mujeres”
(2018:11). En México la convocatoria fue no ir a trabajar, pero sí salir a
protestar. Así, mientras miles de mujeres pararon sus actividades y no asis-
tieron a sus trabajos asalariados, muchas otras salieron en la tarde a ma-
nifestarse. Activistas feministas, trabajadoras sindicalizadas, académicas y
estudiantes universitarias, artistas, militantes de partidos y jefas de hogar,
junto con madres de personas desaparecidas, marcharon con pancartas
que, además de denunciar múltiples afrentas, reivindicaban el derecho a
decidir, los derechos laborales y salarios igualitarios. La marcha concluyó
enfrente del Hemiciclo a Juárez, donde las madres de víctimas de femini-
cidio gritaron: “¡Ya basta de tanta asesinada!”.
En mayo de 2017 el caso de Lesvy Berlín Osorio, una estudiante
que apareció estrangulada con el cable de una caseta de teléfono en Ciu-
dad Universitaria, desató una fuerte movilización feminista luego de la
declaración de la Procuraduría de Justicia de la Ciudad de México de que
se trataba de un suicidio. El caso de Lesvy se complicó, pues en la graba-
ción del video faltaban los segundos correspondientes al estrangulamien-
to, y se interpretó que habían sido eliminados deliberadamente, ya que
el novio acusado era hijo de un integrante del sindicato de la unam. Las

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estudiantes crearon el hashtag #SiMeMatan y el caso de Lesvy se volvió una


de sus banderas de lucha, con el ya citado lema “Si tocan a una, respon-
demos todas”. Dos años después, la condena de cuarenta y cinco años al
novio amainó las protestas, pero la figura de Lesvy sigue presente en las
luchas hasta la fecha y su madre se ha convertido en una activista contra
los feminicidios: recorre universidades hablando del caso de su hija, par-
ticipa en las manifestaciones y ha desarrollado vínculos políticos con algu-
nas de las feministas de la Facultad de Filosofía y Letras (ffyl) de la unam.
En octubre de 2017 explotó en Hollywood el movimiento #MeToo
en redes sociales, y como reguero de pólvora estallaron también denun-
cias en muchos países. Así, el problema del acoso sexual, que se visibilizó
mundialmente, junto con la huelga mundial de mujeres, convirtió al año
2018 en “el momento de inflexión de la Cuarta Ola” (Varela 2019:144).
En México, el 8 de marzo de 2018 se repitió el Paro Mundial en varias ciu-
dades, y en la Ciudad de México la marcha llegó hasta Palacio Nacional,
con consignas que mezclaban tres temas: violencia, aborto y desigualdad
laboral. La manifestación tuvo un carácter lúdico, e incluso hubo niñas
con rostros pintados, cargando sus mochilas de la escuela, jóvenes con los
senos al aire y varias encapuchadas vestidas de negro que, con aerosoles,
iban pintando consignas como “Verga violadora, ¡a la licuadora!”. Días
después, las estudiantes organizadas de la Facultad de Filosofía y Letras
(ffyl) llamaban a la Primera Asamblea Interuniversitaria de Mujeres en
la unam debido a “el acoso y la violencia sexual que se viven dentro y
fuera de la máxima casa de estudios”. Esta asamblea se llevó a cabo el 22
de marzo de 2018 en el auditorio Ho Chi Minh de la Facultad de Econo-
mía. El medio digital Terceravía.mx registró cinco características de la
Asamblea Interuniversitaria de Mujeres: 1) es separatista; 2) es apartidis-
ta; 3) busca promover la creación y consolidación de una red de mujeres
para combatir el machismo; 4) busca hacer grupos de acompañamiento;
5) plantea que hay que encapucharse para proteger la identidad y evitar
futuras represalias. La mamá de Lesvy se presentó en la asamblea en don-
de agradeció el apoyo que le han dado las universitarias. El 3 de mayo,
en el aniversario luctuoso de Lesvy, las estudiantes y algunas maestras de
la Facultad de Filosofía y Letras (moffyl) organizaron una “marcha inter-

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Pensar la época

na” en la unam. El cartel, con la foto de Lesvy, dice: “Lesvy no ha muerto,


Lesvy somos todas”. A lo largo de 2018, distintos conflictos llevaron en
diferentes universidades públicas y privadas a protestas en “tendederos”
con denuncias de acoso por maestros y compañeros, y en general contra
la violencia hacia las mujeres. La comunidad estudiantil de la máxima
casa de estudios se dividió con el tema de hacer un paro, pues un amplio
sector propugnó realizar un “paro activo”, que les permitiera seguir es-
tudiando.
El 8 de marzo de 2019 la consigna fue “paramos, marchamos y nos
organizamos”, y el orden de enunciación fue ya una toma de posición polí-
tica con una lógica en acto. Aunque el llamado fue a hacer huelga de traba-
jo, cuidado y consumo, el #VivasNosQueremos siguió presente en primera
línea. Las organizadoras establecieron el orden de los contingentes: en la
descubierta, dos compañeras por cada organización convocante del 8M;
luego familiares de víctimas, de feminicidios o desaparecidas; después
mujeres, colectivas feministas y al final organizaciones sindicales seguidas
de organizaciones populares para cerrar con organizaciones políticas. Se
marchó para exigir un alto a la violencia y la desigualdad, dando el lugar
prioritario a familiares de víctimas; y como había un nuevo gobierno, tam-
bién se protestó por las decisiones de amlo respecto a la Guardia Nacio-
nal, y por el cierre de los refugios para mujeres y las estancias infantiles. La
marcha mostró que el movimiento feminista no es una masa homogénea
sino que hay grupos e ideas diversas, lo que exige renunciar a la tentación
de una representación unívoca.
Semanas después, a finales de marzo de 2019, en México estallarían
varios #MeToo locales contra escritores, músicos, académicos, periodistas,
etcétera. Si bien era sabido que en México existen variadas formas de abu-
so y acoso sexual en espacios domésticos y públicos, en ambientes labora-
les28 y estudiantiles, y que hay una gran impunidad ante ellos, los 424,867
tuits escritos entre el 21 de marzo y el 4 de abril por 230,578 personas (casi
en su totalidad mujeres)29 pusieron en evidencia la trascendencia que tie-
ne ese problema en nuestro país. Las denuncias ofrecieron un panorama
desolador: desde violaciones hasta manoseos, desde amenazas de despido
hasta condicionamiento de la permanencia en el trabajo a cambio de

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Dolor y política

“favores sexuales”. Dejando de lado algunos tuits que hacían referencia al


adulterio, al desamor o a la indiferencia de la pareja, las denuncias de los
#MeToo mexicanos fueron un potente indicador del sufrimiento, la in-
dignación y el hartazgo de muchísimas mujeres por los episodios de hos-
tigamiento laboral, abuso, agresión, incluso violación, que han padecido.
Además, junto a la rabia por los abusos de poder llevados a cabo por jefes,
y por las insinuaciones groseras y los toqueteos de colegas, también fue
notorio el miedo a perder el empleo. Y para muchas denunciantes sus pa-
labras tuvieron un costo personal, pues hubo represalias tanto en el plano
individual como en el social: desde el hostigamiento mediático hasta ame-
nazas telefónicas, además del quiebre de algunas amistades.
Aunque en México hay un consenso social velado acerca de que es
verdad que existen esos horrores, el activismo de las denunciantes exhibió
la magnitud y gravedad de lo que ha estado ocurriendo, y eso que quienes
se expresaron pertenecen básicamente a un sector urbano de clase media:
faltarían todavía #MeToo de obreras, campesinas e indígenas. Este sesgo
de clase ha sido una de las mayores críticas que han recibido los #MeToo a
nivel mundial. Las denunciantes suelen ser mujeres de clase media urba-
na, con una presencia mediática mayor de mujeres blancas y famosas. Las
denuncias mexicanas se insertaron en el amplio reclamo contra la violen-
cia hacia las mujeres, pero también se consideraron “acoso” expresiones
sexualizadas, como miradas de deseo o palabras de admiración que pue-
den incomodar a quien las recibe, pero que no necesariamente implican
violencia, ofensa o agravio. Hay, pues, una resignificación semántica, en la
que el término acoso es utilizado para nombrar actos machistas. El rechazo
de muchas mujeres a expresiones sexualizadas que no son necesariamen-
te dañinas, pero a las que se les otorga una connotación negativa (como
los “piropos”), obliga a revisar cómo llegamos a pensar lo que hoy pen-
samos, no sólo del acoso, sino más ampliamente acerca de las relaciones
de coqueteo, cortejo y seducción entre mujeres y hombres.30 Aclaro que
lo que estoy relatando tiene que ver con mujeres que habitan en grandes
ciudades; aunque hay feministas que acompañan las luchas de las mujeres
de medios suburbanos y rurales, la información acerca de lo que les ocu-
rre a ellas no trasciende igual.

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Pensar la época

Analizar procesos culturales no significa justificarlos. Es un ejercicio


intelectual que nos facilita encontrar las herramientas y las vías para cam-
biar lo que nos hiere, y no solamente reprobarlo. Entretejidas en la cultu-
ra están creencias y prácticas que, aunque se vivan hoy como impropias,
no son del mismo orden que ciertos comportamientos agresivos. Esto es
lo que planteó el grupo de francesas que en enero de 2018 cuestionó al-
gunas de las denuncias del #MeToo, y señaló que reconocer diferencias y
matices lleva a ejercer formas de discrepancia tolerante en lugar de bus-
car castigos tajantes, que fortalecen al punitivismo o la censura.31 Si bien
hay que frenar todo comportamiento reprobable, ¿será posible desentra-
ñar los deslizamientos de sentido que están surgiendo en torno al acoso
y que amenazan con distorsionar las denuncias? Existen innumerables
ejemplos de cómo en el capitalismo se manipulan y distorsionan ideas
que luego se utilizan con otros objetivos. Eso nos compromete a ser cui-
dadosas en la distinción de términos. Habría que preguntarnos a quién
le sirve la fusión conceptual que revuelve y condensa en el término acoso,
actos e intenciones, tocamientos y miradas, agresiones y torpezas. ¿A qué
proyecto político le sirven las reacciones desmedidas ante conductas que
no son estrictamente abusivas ni acosadoras, aunque sean molestas? ¿No
será que los conflictos que indudablemente padecen las mujeres son utili-
zados por los grupos de derecha para fortalecer una visión conservadora y
puritana? Las mujeres que protestan no son puritanas, pero una perspec-
tiva muy frecuente con la cual se pretende combatir esas expresiones sí lo
es. Foucault resumió el triple decreto del puritanismo moderno respecto
al sexo en “prohibición, inexistencia y mutismo” (1991:11). Este purita-
nismo se debe a resabios de la doble moral sexual,32 que hace que ciertas
alusiones sexualizadas se vivan o se interpreten como “ofensivas” o como
“proposiciones indecorosas”.

La diamantina y los destrozos

La sensación de riesgo que muchas jóvenes viven cotidianamente cuando


andan en la calle explotó en agosto de 2019 con la denuncia de violación

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por parte de cuatro policías a una jovencita que regresaba a su casa de


madrugada. La filtración a la prensa de la denuncia desató una manifes-
tación de proporciones mayores. La furia de las jóvenes el viernes 16 de
agosto de 2019 inauguró una reacción inédita y, hasta cierto punto, lú-
dica: le esparcieron al jefe de policía polvo rosa de diamantina (glitter).
Además, las jóvenes activistas rompieron una puerta de vidrio en la ofici-
na de la policía e hicieron otros destrozos en la calle. Fue a partir de esa
acción, muy publicitada, que los medios empezaron a hablar de la exis-
tencia de las feministas “anarcas”, no en el sentido del anarquismo de una
figura como Emma Goldman, sino más vinculadas al fenómeno del “anar-
quismo insurreccional” que analiza Carlos Illades como “la irrupción de
jóvenes encapuchados, vestidos de negro, que rayan las paredes, utilizan
sopletes y destruyen los símbolos del capital global y del Estado” (2019).
Las figuras políticas e intelectuales que se expresan en los medios de co-
municación se manifestaron en dos sentidos: por un lado, en apoyo a
las jóvenes manifestantes y, por otro, repudiando lo que se calificó como
“vandalismo”.33 Al comparar las reacciones ante lo ocurrido el viernes 16
de agosto con la desatención o falta de interés que hubo respecto a las an-
teriores movilizaciones, da la impresión de que se “requieren” esos “actos
vandálicos” para que los medios de comunicación, y los editorialistas e in-
telectuales, no ignoren las protestas. Eso lo precisó también una joven en-
trevistada por Elena Poniatowska (2020), que dijo: “Si no somos violentas,
nadie nos hace caso”. En efecto, a partir de la marcha de la diamantina y
los destrozos varios analistas políticos que no se habían interesado antes
por el tema empezaron a hacerlo. Hubo muchos editoriales en la pren-
sa nacional, y la concatenación de otras protestas mantuvo el tema en el
debate público. Una reflexión de corte académico la hizo la teórica polí-
tica Amneris Chaparro (2020a y b), que interpreta que la marcha del 16
de agosto representa también una “ruptura epistemológica” pues: “es una
apertura para darle significado y resignificar el lugar que tienen las per-
sonas en condiciones de subordinación”. Ella señala que dicha ruptura
tiene varios aspectos, entre los que incluye “desafiar formas de feminidad
tradicional y la apropiación de las mujeres del espacio público mediante
intervenciones simbólicas y/o violentas”.

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Pensar la época

En el reclamo que se ha dado en distintas partes del país en rela-


ción con la violencia sexual y el acoso, un sector social fundamental en
las denuncias han sido las universitarias.34 Ellas cuestionan el nexo entre
lo que se califica de “vandalismo” y sus condiciones de vida, y encuen-
tran una contradicción social muy grande entre el discurso oficial de las
autoridades universitarias y la desigualdad y violencia cotidiana que pa-
decen. Aunque las protestas se han dado en instituciones públicas y pri-
vadas de todo el país, tengo más información de lo que ha pasado en la
unam por ser mi lugar de trabajo. En la unam el feminismo se ha con-
vertido en un tema importante, y la Revista de la Universidad de México, en
su número 854 correspondiente a noviembre de 2019, estuvo totalmente
dedicada a los feminismos. La imagen de la portada es obra de Sonia Pu-
lido, titulada Las poderosas, y consiste en seis figuras de mujeres, paradas
con los brazos en jarras, en una actitud contestataria y desafiante. Con la
aparición de ese número tan atractivo se inició un mes cargado de tensio-
nes. En distintas Facultades y Escuelas las universitarias se organizaron
en protesta por el acoso de maestros y compañeros, y una de las acciones
más significativas y visibles fue la que surgió en la Facultad de Filosofía y
Letras. Luego de casi tres años de debatir en asambleas autoconvocadas
y de realizar paros, el 4 de noviembre de 2019 el colectivo Mujeres Or-
ganizadas de la Facultad de Filosofía y Letras (moffyl) tomó las instala-
ciones de esa facultad. Cintia Martínez, profesora de la ffyl, declaró en
entrevista que las Mujeres Organizadas de la ffyl tuvieron la necesidad
de subir el tono del movimiento porque no eran escuchadas (San Martín
2020). Además de las denuncias sobre acoso, dos cuestiones escalaron el
conflicto con las autoridades y lo llevaron hasta el paro: la negativa del
director Jorge Linares a atender a los familiares de la alumna Mariela Va-
nessa Díaz Valverde, desaparecida desde el 27 de abril de 2018, y la or-
den de borrar uno de los murales elaborados en los paros anteriores, que
representaba a la Victoria alada (también llamada Ángel de la Indepen-
dencia) y a Atenea (que es la figura en el escudo de la ffyl) portando el
pañuelo verde de la legalización del aborto y besándose. Borrar ese mu-
ral fue considerado un acto de lesbofobia. Mediante el paro de labores
—y de clases—, el colectivo moffyl exigía la reapertura de algunos casos

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Dolor y política

de violencia de género cuya resolución fue insatisfactoria para las vícti-


mas. Además proponía establecer una Comisión Tripartita y una Unidad
de Atención a la Violencia de Género, junto con una modificación de la
currícula para que se incorporen talleres con perspectiva de género y fe-
minismos, y cursos de género en los planes de estudio para todas las li-
cenciaturas.
A cuatro días de iniciado el paro, el 8 de noviembre fue reelecto
Enrique Graue por la Junta de Gobierno de la unam para un segundo pe-
riodo como rector. El 14 de noviembre un grupo de estudiantes marchó
pacíficamente para exigir medidas contra el acoso, y cuando ya habían
terminado su movilización, aparecieron grupos de encapuchados que
atentaron contra las instalaciones universitarias, destruyeron vidrieras,
vulneraron el emblemático mural de Siqueiros (Patrimonio de la Huma-
nidad), saquearon y destrozaron la librería Henrique González Casano-
va, robaron pertenencias de los trabajadores y amenazaron al rector de
la Universidad (Gaceta 5098). Se dijo que los encapuchados eran provoca-
dores, pero ¿pagados a cuenta de quién? ¿A quién beneficiaron y a quién
perjudicaron? Más bien parecían integrantes del “bloque negro” que ocu-
pa el Auditorio Justo Sierra/Che Guevara de la Facultad de Filosofía y
Letras.35 A esas situaciones de violencia colectiva, donde no se visualiza
lo que está encubierto, pues hay una mezcla de intereses que producen
una confusión que dificulta comprender quién es quién y qué motivos los
mueve, Javier Auyero (2002) las llama la zona gris:36 un espacio que se pro-
duce en eventos de violencia colectiva, donde interactúan diversos actores
sociales que tienen también intereses diversos.
Los miembros de la comunidad universitaria, las directoras y di-
rectores de las entidades académicas, publicaron el 17 de noviembre un
mensaje titulado “Defender la unam”, y dos días después el rector Graue,
en el discurso de su toma de posesión el 19 de noviembre, abordó de ma-
nera directa el tema de la violencia y el acoso:

Si hay algún tipo de violencia que no podemos aceptar es el que las uni-
versitarias sean acosadas o violentadas en su integridad. Con el Protoco-
lo para la Atención de Casos de Violencia de Género hemos avanzado; la

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Pensar la época

realidad se ha hecho visible y se han impuesto sanciones y expulsado o


rescindido a agresores.
Pero para muchas de ellas no ha sido suficiente.
Entiendo su indignación ante la vejación histórica de la que han
sido víctimas y que ya no están dispuestas a tolerar.
Necesitamos personal cada vez con más experiencia para atender
estos casos;
Un mayor número de unidades de denuncia y atención especializada;
Modificar las acciones que sean necesarias en el protocolo de
atención;
Actuar conforme a nuestra legislación y contratos colectivos y ace-
lerar tiempos de protección y respuesta.
En las semanas siguientes estaré enviando a la comisión de legisla-
ción universitaria, la propuesta para la creación de un órgano indepen-
diente de la administración central que:
Fortalezca el respeto a la diversidad;
Promueva mayor seguridad para ellas;
Implemente nuevas y mejores estrategias, y genere políticas de
equidad de género en toda la Universidad.
La igualdad debe ser una política transversal en nuestras acciones y
la unam debe ser ejemplo para toda la sociedad.
Las voces de todos los estudiantes deben ser escuchadas (Gaceta 21
noviembre 2019).

Lo siguiente fue dar a conocer el 28 de noviembre en la Gaceta las “Ac-


ciones contra la violencia de género”, entre las que está la creación de
un “tutorial sobre violencia de género” de ocho minutos, la instalación
de Unidades para la Atención de las Denuncias (unad) en las cinco fa-
cultades de Estudios Superiores, en las direcciones generales de la Es-
cuela Nacional Preparatoria y del Colegio de Ciencias y Humanidades, y
una más itinerante que dará atención en las Escuelas Nacionales de Estu-
dios Superiores de otros estados. También la unam hizo un llamado junto
con la Unesco y la Alianza Global de Medios y Género para que los me-
dios de comunicación y las plataformas digitales firmaran un Pacto por la

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Dolor y política

Eliminación de la Violencia contra las Mujeres y las Niñas (Gaceta 5101). Y


aunque la portada de la Gaceta del 5 diciembre reprodujo la atractiva por-
tada feminismos de la Revista de la Universidad que se presentaría en la Fe-
ria Internacional del Libro, junto con una entrevista a Guadalupe Nettel,
su directora, y un fragmento del artículo “Feminismos desde Abya Yala”,
de una de las feministas decoloniales más importantes, Francesca Garga-
llo (Gaceta 5103), de nada sirvieron esas señales de apertura al feminismo.
El año 2019 terminó con la Facultad de Filosofía y Letras en paro.
Sin duda la protesta estudiantil empezó a tener efectos. El 16 de
enero de 2020 la portada de la Gaceta anunciaba: “El protocolo da resulta-
dos. Todas y todos contra la violencia de género” y ponía los números en
relación con los alumnos suspendidos o expulsados (108);37 los académi-
cos sancionados (159)38 y los trabajadores (99).39 Al buscar en las páginas
interiores más información, lo único que se encuentra es un breve artícu-
lo titulado “Hay diversas propuestas teóricas del movimiento feminista.
Concibe el poder diferente al patriarcado”. Ninguna explicación acerca
de cuánto dura la suspensión o qué implica una amonestación. Luego ven-
dría otro gesto simbólico, éste de mayor peso: en la sesión del 12 de febre-
ro de 2020, el pleno del Consejo Universitario de la unam resolvió que la
violencia de género “es causa grave de responsabilidad” y modificó la es-
tructura del Tribunal Universitario para “garantizar la equidad de géne-
ro en su integración” (Gaceta 5117). Así se equiparó la violencia de género
como una falta especialmente grave a las que ya lo eran, como la hostili-
dad por razones de ideología o portar armas en los recintos universitarios
(Fuentes 2020). En relación con el aumento del número de vocales en la
composición del Tribunal, principal órgano disciplinario de la Universi-
dad, Diana Fuentes (2020), profesora de la ffyl subraya que:

es importante señalar que se dejó intacto el inciso donde se estipula que


su Presidente será la persona de mayor antigüedad de entre los profeso-
res del Consejo Técnico de la Facultad de Derecho, es decir, su decano.
La propuesta alternativa, presentada por el Consejo Técnico de Filoso-
fía y Letras, contemplaba por su parte la posibilidad de reformular este
apartado, de modo que ese cargo se ocupara por un miembro de la co-

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Pensar la época

munidad sin que necesariamente perteneciera a la Facultad de Derecho,


así como la necesaria evaluación de la probidad de su trayectoria. Esta
propuesta, sin embargo, no se incluyó en la modificación aprobada.

Según esta profesora:

las reformas son un logro de las Mujeres Organizadas en la unam, quie-


nes, haciendo eco del descontento gestado desde hace unos años, han
puesto las condiciones para su transformación (Fuentes 2020).

Se avecinaba marzo, y dado que en 2020 el Día Internacional de la Mu-


jer era domingo, y no tendría sentido un “paro de labores”, las colectivas
feministas decidieron que el lunes 9 sería la fecha para realizar la huelga
(el paro) mundial de mujeres. En la Gaceta del 24 de febrero la unam avi-
só que se sumaba a “Un día sin nosotras” y apoyaba a “todas las mujeres
universitarias que decidan no acudir a dar clases o a sus labores académi-
cas o administrativas, sin que ello se vea reflejado como inasistencia o des-
cuentos salariales.” Concluía su mensaje señalando que la unam seguiría
“empeñada en realizar todas las acciones que contribuyan a combatir las
desigualdades y la violencia de género, y a cambiar la cultura institucional
que las impulsa o las permite” (Gaceta 5119). Días después la unam creó
la Coordinación para la Igualdad de Género, con ocho acciones inmedia-
tas40 (Gaceta 5120 del 2 de marzo).

La multitudinaria marcha de 2020

En paralelo, las feministas convocaron a manifestarse en contra de la vio-


lencia hacia las mujeres el domingo 8 de marzo. Hay dudas acerca de
quiénes plantearon tal alternativa, pues algunas organizaciones la reivin-
dican como iniciativa propia, pero tal parece que inicialmente fue la co-
lectiva Las Brujas del Mar de Veracruz. “Haya sido como haya sido”, en la
manifestación del domingo se estableció que, al igual que en las últimas
marchas, en el primer contingente irían madres y familiares de mujeres

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Dolor y política

desparecidas o asesinadas. Luego irían las mujeres con criaturas peque-


ñas o con alguna discapacidad, después las organizaciones feministas y
hasta atrás los grupos con hombres. Fue una marcha multitudinaria, con
mujeres de todo tipo, edad y clase social, que salieron a demostrar su so-
lidaridad con la lucha contra la violencia. Hubo pancartas rudimentarias
hechas a mano, y también pancartas muy bien impresas. Mujeres en cami-
setas con diseño; algunas “uniformadas” con unos sombreros morados. Al
principio, cuando unos chicos se acercaron a ver, unas jóvenes les grita-
ron: Hombres ¡afuera! e inmediatamente otras dijeron: Hombres ¡atrás!, mar-
cándoles el lugar acordado. Cerca de donde yo estaba parada había un
muchacho con un cartel que decía: Por mi madre, por mis hermanas, por mi
novia. También vi dos o tres pancartas que decían: Feminismo no es contra
los hombres, es contra el machismo.
Hubo consignas nuevas, que me sorprendieron: Si nosotras somos
las nazis, ¿por qué somos las que morimos?, Nacer en una familia machista me
hizo feminista, Me prefiero violenta que muerta y Me vestí de pared para que aho-
ra sí te indignes si me pasa algo. Como era de esperarse, hubo protestas con-
tra el gobierno: El Estado opresor es un macho violador y también aludiendo
a amlo: Sr. Presidente, disculpe las molestias, nos están matando. La mezcla
era alucinante: dolor, rabia, entusiasmo, alegría, indignación, curiosidad.
Grupos de jóvenes cantaban: Ahora que estamos juntas, ahora que sí nos ven,
abajo el patriarcado, se va a caer, se va a caer. La ola violeta estuvo salpicada
de pañuelos verdes, incluso hubo un contingente de la Marea Verde: Que
no haya aborto legal, también es violencia patriarcal; Aborto sí, aborto no, eso lo
decido yo; Ni puta por coger, ni madre por deber, ni presa por abortar, ni muerta
por intentar.
Esta movilización se distinguió no sólo por el número enorme de
contingentes organizados, una verdadera ola violeta, sino que logró que
se escuchara lo que Jesús Silva-Herzog Márquez (2020) calificó “El es-
truendo de las ausentes”. Las pancartas41 hechas a mano por las mujeres re-
petían Ni una más. Ya no tenemos miedo. No estás sola. Una somos todas, pero
también había algunas desgarradoras, que recordaban con sus nombres
a las mujeres asesinadas y desaparecidas: Me falta mi hermana Valeria, ¿Dón-
de está Maribel? También leí: Marcho con mis hijas para no marchar por ellas,

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Pensar la época

Nunca tendrán la comodidad de nuestro silencio y Me cuidan mis amigas, no la


policía. Con el estallido lúdico, miles de jóvenes, mujeres y niñas, con los
tradicionales pañuelos morados y verdes, coreaban: El que no brinque, es
macho y Alerta, alerta, alerta que camina, la lucha feminista por América Lati-
na. El espectacular tono combativo se mezclaba con lo lúdico: Defender la
alegría y organizar la rabia. Había grupos de mujeres que nunca antes ha-
bían salido a protestar a las calles, y que miraban azoradas a su alrededor.
Otros grupos llevaron su propia causa, desde el apoyo a los niños con cán-
cer hasta quienes lo hicieron para defender poder fumar mariguana sin
ser molestadas.42
Durante la larga marcha noté la presencia de grupos de jóvenes
vestidas de negro, encapuchadas y cargando aerosoles y mazos. Parada en
la esquina de Bucareli y Avenida Juárez, vi a un grupo de estas jóvenes ac-
tuar en rapidísima y concertada acción. Primero pintaron con aerosoles
las cortinas metálicas de Banorte, para después rociar con gasolina unos
trapos y prenderles fuego. El espectáculo era, al mismo tiempo, fascinante
y amenazante. Yo estaba cerca, y a mi lado una mujer de unos sesenta
años, pobremente vestida, empezó a mascullar con coraje una especie de
letanía: “Que lo rompan todo, que lo quemen todo, que lo rompan todo,
que lo quemen todo” durante largos minutos. Su rabia me estremeció.
Más adelante otros grupos rompieron cristales e incluso atacaron a una
mujer policía. Su organizado accionar en pequeños grupos, veloces y bien
coordinados, provocó gritos de: “No violencia, no violencia” entre mu-
chas de las asistentes. Hubo manifestantes que a su vez respondían: “No es
violencia, es resistencia”. También algunas decían: “Fuimos todas”. ¿Qué
significa que esas jóvenes de negro que se asumen feministas, igual que lo
hacen las universitarias que han parado las clases en la unam, hayan elegi-
do acciones agresivas, muy simbólicas (como prender fuego frente a las
puertas de un banco) para expresar su protesta? ¿La declaración de su an-
ticapitalismo y antipatriarcalismo requiere ser enfatizada con destrozos?
Aunque ha habido antecedentes de este tipo de acciones, todavía resultan
sorprendentes.
El lunes 9 de marzo se llevó a cabo el paro de labores, sin el impac-
to mediático que tuvo la marcha del día anterior. Sin embargo, al menos

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Dolor y política

en la Ciudad de México, quedó clara la contribución del trabajo de las


mujeres, pues muchos lugares tuvieron que suspender las actividades.
Como bien señaló Lucía Melgar, el #8M y #9M fueron “un paso más por
la justicia y la igualdad” (2020:16). Cinco días después de la marcha, el
13 de marzo el gobierno empezaría a alertar sobre el peligro de la covid
y a insistir en su recomendación “Quédense en casa”. La pandemia forzó
a las paristas de moffyl a terminar con la toma de las instalaciones de la
Facultad, y el 14 de abril levantaron el paro y se retiraron, por considerar
en riesgo su salud. Marisa Belausteguigoitia, profesora investigadora de la
Facultad de Filosofía y Letras de la unam relata:

Se fueron rumbo al Auditorio Che Guevara cantando “Somos malas y po-


demos ser peores y al que no le guste, se jode, se jode”, “Se va a caer”, “Ni
de la Iglesia ni del Estado ni del marido ni del patrón, mi cuerpo es mío
y sólo mío y sólo mía la decisión”. Enfundadas en negro, dejaban caer la
cortina que cubrió la entrada de la Facultad por cinco meses y diez días.
Suben a las redes un video que muestra los tres niveles de la Facultad “in-
tacta”, en una toma móvil de los pasillos centrales. No muestran el esta-
do de las coordinaciones, despojadas de todas las computadoras, con los
anaqueles rotos y arrancados, las puertas hechas añicos por lo que parece
ser un hacha. Añicos: trozos muy pequeños en los que se divide un obje-
to al romperse. No sabemos quién nos hizo añicos y quién nos despojó,
pero sabemos que sucedió durante la toma. En todo caso, no denuncia-
ron los robos, ni el despojo. Tampoco mencionaron el trabajo arduo de
las autoridades, funcionarios y comunidad para responder a sus 11 de-
mandas vinculadas a la erradicación de la violencia de género.
Dejaron sus pertenencias en uno de los salones más amplios de la
Facultad. Exigen que se las cuiden y que ese espacio se les adjudique. Lo
pueden todo. Romper y hacer creer en lo intacto; recibir respuestas y tra-
bajo y convertirlo en límites a los que nunca se llega. Lanzar fuego, decla-
rarlo en las paredes y esconder la mano. Dicen que todo arderá, y arde
con fuego que sus simpatizantes intentan preservar atacando con pedra-
das a los bomberos como sucedió en Azcapotzalco. No creo que de las
cenizas salga nada renovado. No comulgo con la violencia. No creo que

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Pensar la época

el castigo, la radicalidad ciega y la falta de palabra nos lleven a un cam-


bio profundo y sostenido. No creo que así se vaya a caer algo tan sofistica-
do, complejo y estructural como el patriarcado (Belausteguigoitia 2020).

¿Cómo se llegó a este punto? Belausteguigoitia señala que las consignas


pintadas en las paredes, como la de Vivas nos queremos, “dan cuenta de un
dolor y una rabia monumentales” y reconoce que esas jóvenes heridas tie-
nen toda su “empatía y apoyo”. Pero también registra frases e imágenes de
odio a la unam (Muera el orgullo unam, unam Feminicida). Estas pintas han
generado incomodidad y preocupación entre quienes valoran el estatuto
de universidad pública de la unam, y temen que la derecha las aproveche
para desprestigiar el proyecto de una universidad pública. Belausteguigoi-
tia, quien además de ser profesora en la ffyl es feminista, reconoce que
la unam se ha comprometido con esta lucha, una lucha inmensa, difícil,
y piensa que: “la debilidad de los protocolos, y la de algunos directores y
profesores que defienden a sus colegas sumen en el desconcierto y el do-
lor a las mujeres vulneradas”. El panorama a futuro se avizora complejo,
y no sólo por la covid.
Este rápido sobrevuelo a las recientes movilizaciones en la Ciudad
de México, que inevitablemente deja otras marchas y protestas fuera, me
lleva a pensar de qué son síntoma. Tomo síntoma en la segunda acepción
de la Real Academia: “Señal, indicio de una cosa que está sucediendo o va
a suceder” (rae 1992:1337). El hecho de que jóvenes feministas le espar-
zan polvo de diamantina rosa (glitter) al jefe de policía o que estudiantes
de una universidad pública ocupen las instalaciones, destrocen anaque-
les y rompan computadoras, ¿de qué es síntoma? Obvio que el fenómeno
de las protestas de jóvenes feministas se desarrolla junto con otros proce-
sos políticos que están ocurriendo en nuestra región. Las jóvenes femi-
nistas mexicanas hacen “feminismo” de muchas formas, pero su esfera
de acción más conocida es la calle, donde desarrollan prácticas que inte-
rrumpen y cuestionan la transmisión de valores patriarcales, capitalistas y
racistas. Como es de esperarse, ciertas de sus actividades y protestas polí-
ticas (como los escraches o ciertos destrozos callejeros) no son comparti-
dos por otras tendencias feministas. Cantidad de compañeras feministas

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Dolor y política

discuten y disienten acerca de los límites de la protesta: ¿el fin justifica los
medios? Aunque no están en disputa los hechos, el marco interpretativo
varía. Unas consideran que con violencia no se combate a la violencia,
que existen otros cauces para vehicular el descontento, que los destro-
zos no sientan un precedente precisamente ejemplar para “dar la batalla”
en futuras causas. Sin embargo, otras recuerdan que para defender la li-
bertad, para luchar contra opresiones de todo tipo, para defenderse de
agresiones y para combatir por lo que se cree justo, ha sido indispensable
utilizar la violencia. A mí también me preocupa lo que dice Wendy Brown
respecto a no comprender adecuadamente lo que está pasando. Ella se-
ñala que nuestra época afronta un buen número de peligros políticos,
muchos de los cuales han sido potenciados “por una comprensión inade-
cuada de las formas de poder específicamente posmodernas” (1995:33).
Y claro, dudo y me pregunto si es adecuada la comprensión que tenemos
acerca de estas nuevas configuraciones políticas.

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Dolor, rabia y violencia

L a aparición de las feministas “anarcas”,1 vestidas de negro, encapu-


chadas y haciendo destrozos es uno de los aspectos más novedosos y
espectaculares de las manifestaciones feministas recientes, y a estas accio-
nes se las ha empezado a calificar de “violencia feminista”. Para revisar si
estas expresiones de dolor e indignación, que diversos sectores de jóvenes
justifican como una forma de resistencia al patriarcado, deben calificarse
como “violencia”, quiero antes recordar las dificultades que entraña una
definición de “violencia”. Con el objetivo de mostrar la inmensa variedad
semántica del concepto, la investigadora Elsa Blair Trujillo analiza las dis-
tintas concepciones que manejan diferentes autores:

Desde las aproximaciones a la violencia asociada a la política y al poder,


trabajada por politólogos y polemólogos, a la violencia como mito del ori-
gen, trabajada por antropólogos en las fuentes de la antropología políti-
ca, pasando por corrientes psicológicas sobre las teorías de la agresión y
por la criminología e incluso teorías psicoanalíticas, y hasta por la agre-
sión animal, los autores no llegaban a dar una definición precisa o a po-
nerse de acuerdo sobre el concepto (2009:9).

Blair cita a Jacques Sémelin, quien señala que no existe una teoría capaz
de explicar todas las formas de la violencia, pues sus numerosas caras son
fruto de distintos procesos. En su búsqueda de una aproximación teóri-
ca al concepto, Blair encuentra una dimensión política (que remite al

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Dolor y política

problema del Estado y los conflictos en las vidas de los seres humanos) y
una dimensión social, donde “el análisis de la violencia se hace más com-
plejo y es más difícil encontrar aproximaciones comunes sobre sus oríge-
nes, causas, manifestaciones y ‘soluciones’ y es más difícil, también, lograr
una conceptualización de la violencia” (2009:11). Ella recuerda que Jean-
Claude Chesnais sostiene que “la única violencia medible e incontesta-
ble es la violencia física” (Blair 2009:13), y de ahí desprende que “el más
pequeño denominador común a la medida global de violencia, a través
del tiempo y el espacio es, pues, la muerte violenta, que puede provenir
de tres fuentes: el crimen, el suicidio o el accidente” (2009:13). Chesnais
considera que hay “abuso del lenguaje al hablar de violencia contra los
bienes” (2009:13), y el otro autor, Sémelin, distingue las formas de violen-
cia y plantea distinguir:

la violencia de la sangre (la de los muertos) de aquella que Galtung lla-


maba la violencia estructural, contenida en situaciones de miseria y opre-
sión; de la violencia cotidiana, integrada en nuestra forma de vida, y de
la violencia espectáculo, que atrae la mirada y, a la vez, la desaprobación,
y que caracteriza buena parte de la ambivalencia de la violencia que por
un lado asusta, pero por otro fascina (2009:14).

Lo que voy a tratar en este capítulo cabe en los conceptos de violencia es-
tructural, violencia cotidiana y violencia espectáculo. Blair también cita a
Otto Klineberg quien, desde una perspectiva psicosociológica, recuerda
“la necesidad de la mirada histórica antes de pronunciarse sobre la violen-
cia en la época contemporánea” (2009:14). Cuando Blair analiza lo plan-
teado en relación con el vínculo entre violencia y agresividad, señala que
una de las mejores aproximaciones a la violencia y a su historia es apor-
tada por quienes hacen antropología, ya que por su perspectiva “insisten
en el carácter de los ritos, normas y símbolos que hacen posible la vida so-
cial, ‘domesticando’ la violencia” (2009:17). No es casualidad, pues, que
una de las interpretaciones más agudas acerca del horrorífico fenómeno
de “las muertas de Juárez” lo haya realizado la antropóloga argentina Rita
Laura Segato.2

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Dolor, rabia y violencia

A medida que Blair revisa una diversidad de aproximaciones teó-


ricas al concepto de violencia coincide en encontrarle una condición de
“comodín”, que sirve para nombrar todo y no dice nada (2009:19). Ella
retoma a Thomas Platt quien, interrogándose por el uso tan amplio de
violencia, dice: “a medida que el término se hace más extenso, su inten-
sidad disminuye. O, en otras palabras, a medida que aumenta la gama de
significados de un término, su fuerza descriptiva se contrae” (2009:19).
Blair señala que parecería que la dificultad de su conceptualización es
“consustancial” al término mismo, y cita a Stathis Kalyvas, respecto a que,
en relación con la violencia, “es más fácil describirla que explicarla o teo-
rizar sobre ella” (2009:20). Este investigador griego estudia el efecto de
las confrontaciones o guerras civiles en las poblaciones que están “en el
mismo bando”. Si bien el trabajo de Blair se dirige a construir una con-
ceptualización para analizar la violencia armada en Colombia, su revisión
de autores me resultó muy útil para contar con una mejor base concep-
tual para enmarcar lo que voy a narrar. Además, ella habla de la necesi-
dad de hacer una reconceptualización del análisis cultural (2009:29), y esto es
precisamente lo que Stuart Hall desarrolla, con el sentido que propone
Blair: “politizar” la cultura.
Hall es una referencia indispensable de análisis cultural, y en con-
creto retomo su trabajo en el Centre for Contemporary Culture Studies
(cccs) de la Universidad de Birmingham que publicó Resistance through
Rituals (Hall y Jefferson 2006), donde varios autores investigaron y re-
flexionaron acerca de los jóvenes en la Inglaterra de posguerra en 1975.3
Su investigación de las subculturas juveniles se distinguió por su enfoque
sobre los aspectos simbólicos, en especial por analizar sus prácticas estilís-
ticas (sus estilos de vestir, de hablar, etcétera) como prácticas significantes
que tienen una relación con formaciones sociales más amplias. En el cccs
hubo mucha dificultad para teorizar la situación de las chicas jóvenes,
no obstante que los artículos de McRobbie y Garber (2006) y de Powell y
Clarke (2006) abordaron ciertos aspectos. En una nueva edición4 de ese
libro se hace una puesta al día de cómo, con el avance de una perspec-
tiva feminista, empezaron a aparecer investigaciones que daban cuenta
de manera más integral y rigurosa de los procesos de las jóvenes. Angela

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Dolor y política

McRobbie, integrante del cccs, ha seguido investigando a las chicas, am-


pliando y profundizando su análisis hasta incluir el ethos individualista
de la cultura popular contemporánea, con los tres elementos que resul-
tan una fuente de opresión para ellas: el romance, la moda y la belleza
(2006:xviii).
En el campo de estudio de las subculturas juveniles ya es común
tomar en cuenta la dinámica interna de los grupos de chicas, y sus distin-
tas formas de resistencia o de inclusión. Las pandillas callejeras surgen en
las condiciones precarias de barrios urbanos y al principio las chicas/mu-
jeres ocupaban un lugar secundario, marcado por su rol de género como
“objetos sexuales” o “madres nutricias” (Campbell 1984, Miller 2001).
Aunque el estudio del agrupamiento de chicas jóvenes en bandas o pan-
dillas se inició en el campo de la criminología, asociado al tratamiento de
la delincuencia, desde el principio se puso en evidencia el diferente com-
ponente emocional en sus formas de transgresión. La aparición social de
bandas de chicas se registró vinculada a la transformación del contexto
social que el feminismo provocó a partir de los años setenta.5 En especial,
durante los años ochenta, se difunde una perspectiva reivindicativa que
interpreta ciertos actos de violencia como expresiones de autodetermi-
nación o de agencia, y muchas jóvenes los enuncian usando el término
empoderamiento. Las investigaciones hablan de las pandillas como refugios,
pero al mismo tiempo dan cuenta de las duras relaciones de competen-
cia y agresión entre las chicas. Las dinámicas de solidaridad se combinan
con pruebas y castigos nutridos de una violencia asimilada y aprendida
(Núñez y Oliver 2018). De entonces para acá el tema de las bandas o pan-
dillas femeninas ha sido explorado por investigadores de varias ciencias
sociales, en especial de la psicología social, que investiga la construcción
de la identidad en momentos clave como la adolescencia.

Satanización o exaltación de las jóvenes

En México, Rossana Reguillo, una de las principales investigadoras de las


culturas juveniles, ha tratado el fenómeno de formación de pandillas de

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chicas jóvenes. La investigadora jalisciense reconoce que en los estudios


acerca de los jóvenes ocurre una “generalización que invisibiliza la diferen-
cia de género” (2012:71). En su investigación etnográfica, que se publicó
en 2012, bastante antes del reciente estallido feminista en México, ella
se centra en ciertas formas de adscripción identitaria juvenil: los anarco-
punks, los taggers, los raztecas y los ravers, donde las jóvenes siguen siendo
marginales. Las bandas que estudió Reguillo no expresan el claro sentido
antipatriarcal y antisistémico de los grupos feministas que presenciamos
en las movilizaciones actuales.
En una sección titulada “Ellas están hartas y ellos… entienden”
Reguillo señala:

Pese a que la banda generó espacios de participación horizontal muy


importantes, apoyándose en complicados mecanismos de distribución y
ejercicio del poder, hacia su interior reprodujo estructuras de domina-
ción y valores sexistas (2012:85).

Ella registra que la participación femenina es muy baja, pues como “los
jóvenes adscritos a estos grupos encuentran en el patriarcado y el machis-
mo el principal mecanismo de dominación del sistema” (2012:85), lo re-
producen en sus relaciones con las chicas. Reguillo señala que las bandas
mixtas no duraban mucho pues llevaban internamente una lucha por el
derecho a “la posesión de las mejores chavas” (2012:85). También dice
que, en términos generales, para esas jóvenes (las artistas de la pared, las
escritoras, las grafiteras, las cantantes de rock o simplemente aquellas que
han buscado alternativas de identificación en el grupo de pares) no ha
habido demasiadas opciones: “o se resignaban a ser las mujeres de los ma-
chines o formaban sus propios grupos” (2012:85). La transgresión empie-
za cuando la conducta social no se corresponde a las expectativas sociales
(el mandato de la feminidad) que implica tener un cuerpo de mujer. Y
Reguillo relata un aspecto de lo que ocurrió con la formación de pandi-
llas exclusivamente de mujeres:

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Dolor y política

Es verdad que muchas jóvenes se reunieron en agrupaciones todavía más


duras que las masculinas, en la medida en que su caso denunciaba una
triple opresión: la condición socioeconómica, la de ser joven en un mun-
do de adultos y la femenina (2012:85).

En su investigación, Reguillo encuentra dos narrativas respecto a los jó-


venes, la satanización o la exaltación, y me parece que ambas están hoy
presentes al hablar de las encapuchadas y las paristas: hay quienes las cali-
fican de “vándalas” y quienes las ven como “heroínas”.
El asombro que provocan las jóvenes encapuchadas, que prenden
fuego o rompen vidrios, tiene que ver con el quiebre de “lo femenino”.
En un estudio sobre las mujeres en las pandillas salvadoreñas, María San-
tacruz Giralt (2019) señala que la escasa centralidad que se otorga a las
pandillas de mujeres se debe a la forma en que se aborda el vínculo entre
mujeres, transgresión y violencia, pues se considera que las mujeres son
más vulnerables y tienen menos agencia. Por su lado, Reguillo dice que
escasean categorías y conceptos para analizar y pensar los espacios en los
que las jóvenes (muchas y diversas) despliegan estrategias, producen dis-
cursos, experimentan la exclusión y generan opciones, y acierta al señalar
una cierta percepción de peligrosidad ante los grupos de jóvenes:

Los jóvenes son peligrosos porque en sus manifestaciones gregarias


crean nuevos lenguajes. A través de esos cuerpos colectivos, mediante la
risa, el humor, la ironía, desacralizan y, a veces, logran abolir estrategias
coercitivas (2012:73).

Sin embargo, hoy parecería que se incrementa su “peligrosidad” porque


ciertas prácticas “vandálicas” se acompañan de un discurso político radi-
cal. Y aunque un disparador para participar es el rechazo a la violencia
que viven como mujeres jóvenes, el vocabulario que utilizan en sus con-
signas y proclamas produce “espirales de significación”.
El concepto de espiral de significación lo introdujo ese grupo de in-
vestigadores del cccs.6 El Mugging Group del cccs explica que se produce
una “espiral de significación” cuando dos o más actividades se reúnen en

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Dolor, rabia y violencia

el proceso de significación de modo tal que implícita o explícitamente se


genera una amplificación, no de los eventos reales que se describen, sino
de “su amenaza potencial para la sociedad” (2006:62). Así, al vincular un
tema específico con problemas de una magnitud mayor, la “espiral de sig-
nificación” aumenta el potencial percibido de amenaza que puede tener,
pues le confiere la sensación de que está escalando. Las “espirales de sig-
nificación” promueven reacciones desmedidas e inapropiadas. En Méxi-
co, por ejemplo, se genera una “espiral de significación” cuando se fusiona
conceptualmente el trabajo sexual con la trata al plantear que toda forma
de intercambio instrumental de sexo implica violencia (abundaré sobre
este punto más adelante). También se establece una espiral de significa-
ción cuando se coloca un problema como el acoso al mismo nivel que la
violación sexual o, incluso, que el feminicidio. Una característica de la
“espiral de significación” es que produce una narrativa extremista.
Kenneth Thompson señala que: “Una espiral de significación no
existe en el vacío. Sólo puede funcionar si los lazos conectores están estable-
cidos de manera simple sobre elaboraciones ideológicas o formaciones dis-
cursivas preexistentes” (1998:20). Eso ha ocurrido con una formación
discursiva de gran influencia: la de las feministas de la dominación (domi-
nance feminists) sobre la violencia sexual. La abogada feminista Janet Ha-
lley (2006) señala que esa narrativa está armada con base en una “tríada”
conceptual que le da consistencia: femenine innocence/femenine injury/mascu-
line immunity. Esas tres creencias —la inocencia de las mujeres, el daño
que sufren y la inmunidad de los hombres— anidan en la subjetividad de
muchas feministas y, como bien apunta Halley, sostienen la perspectiva in-
terpretativa hegemónica acerca de la violencia hacia las mujeres y de las
formas de enfrentarla. Esta narrativa, que deriva de su poder retórico de
representar a las mujeres como seres siempre vulnerables por su condi-
ción sexual, ha tenido una extraordinaria acogida en un contexto como
el nuestro, donde las violencias son una realidad cotidiana. Su hegemonía
se debe a lo que Bolívar Echeverría (2008) definió como la “americaniza-
ción de la modernidad”, que consiste en que la tendencia principal de
desarrollo en el conjunto de la vida económica, social y política es la que
ha impuesto Estados Unidos a lo largo del siglo xx. Echeverría califica de

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Dolor y política

“americanización” a la hegemonía estadunidense, y ésta también se ha


dado en el campo feminista: los debates principales giran en torno a teorías
y debates de las feministas de Estados Unidos. Y aunque en América Latina
las feministas decoloniales han abierto un campo de debate propio, recu-
perando a autoras nacionales y con gran participación de indígenas y
afrodescendientes, en el tema de la lucha contra la violencia a las mujeres
la narrativa de la abogada Catharine MacKinnon tiene el mayor peso. El
rotundo papel que han tenido las teorizaciones y el activismo de esta au-
tora ha incidido de forma determinante en muchas otras latitudes pero,
por razones geopolíticas, especialmente en nuestro país.
La obra de MacKinnon ha sido el eje teórico de la hegemonía de
las dominance feminists, y su influencia se basa en el postulado de que la
construcción de lo femenino es el proceso por el cual la posición vulnera-
ble de la mujer y su posibilidad de ser violada constituyen la feminidad.
Esta abogada desarrolla una analogía entre el marxismo y el feminismo,
que consiste en plantear que la sexualidad es al feminismo lo que el trabajo
es al marxismo.7 Según MacKinnon los varones explotan la sexualidad fe-
menina como el capital explota a los trabajadores, y lo logran mediante la
violencia y la erotización de la dominación. Ella plantea que el feminismo
es la teoría acerca de cómo la subordinación sexual crea el género. De
esta forma, para MacKinnon toda injusticia y todo daño sufrido por las mu-
jeres tiene que ver con el uso sexual que los hombres hacen de ellas. Al
pensar la construcción de la feminidad a partir de una condición sexual
que implica la posibilidad de ser violada, esta abogada va estableciendo
una “espiral de significación” entre la disponibilidad sexual femenina, el
acoso, la prostitución y la violación, y mezcla todos esos elementos como
constitutivos de lo que ella considera la perpetua condición de vulnerabi-
lidad ante la violencia sexual en la que viven todas las mujeres. Así Mac-
Kinnon dota al feminismo de un único principio explicativo: la dominación
sexual de los hombres.
La politóloga Wendy Brown reconoce que la teoría de MacKinnon
tiene gran poder retórico, y que ha logrado generar un potente marco de
“verdad” (1995:77). Brown desenmascara la brillantez y la habilidad de sus
argumentos supuestamente radicales y muestra cómo la abogada repite

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Dolor, rabia y violencia

ideas transculturales y transhistóricas de los conservadores acerca del or-


den sexual. Brown cuestiona la postura política de MacKinnon, a la que
califica de “radicalismo conservador y esencialista” (1995:78), y va más le-
jos que solamente “identificar ese cuerpo conservador bajo una indumen-
taria radical” (1995:78). Ella desmenuza paso a paso las premisas del
trabajo de MacKinnon,8 al que califica de ingenioso pero fracasado empe-
ño de apropiarse de la teoría de Marx. Ante la analogía que MacKinnon
pretende establecer con la teoría marxista, afirmando que la sexualidad
es al género lo que el trabajo a la clase, Brown apunta que, entonces, “lo
que se necesita es una teoría de la sexualidad y no una adaptación de la
teoría del trabajo a la sexualidad” (1995:82). Con una mirada interseccio-
nal, Brown critica la explicación reductiva de MacKinnon, ya que la sexua-
lidad no se limita a una única relación social, sino que es un complejo
sistema de discursos y economías, “constitutivos no sólo de la semiótica
del género sino también de la raza y las formaciones de clase” (1995:83).
La teoría que desarrolla MacKinnon se basa en ver la sexualidad como una
expresión totalizadora del dominio masculino, que no visualiza otros es-
pacios de producción de género, ni tampoco reconoce la transformación
que ha sufrido la sexualidad a finales del siglo xx, con una proliferación
de identidades y orientaciones. El esquema de MacKinnon es de un bina-
rismo heterosexual absoluto: hay mujeres y hay hombres, y los hombres
se “cogen”9 a las mujeres, sea por la erotización de la dominación o sea
por la violación. Brown es contundente: “El análisis de MacKinnon obtie-
ne buena parte de su poder a partir de la resonancia social que tiene
aquello que ataca, de la excitación libidinal que suscita, de la culpabilidad
pornográfica10 que pule y reelabora, todo ello vestido de crítica radical”
(1995:91). Sin embargo, no hay que olvidar algo muy importante: las pala-
bras de MacKinnon resuenan en muchas mujeres que han padecido distin-
tas formas de violencia sexual. ¿Qué mujer no ha vivido o conocido alguna
de las conductas masculinas que ella enumera? Justo por esas vivencias la
manera en que se expresa MacKinnon facilita una identificación básica.
La retórica extremista con la cual ella nombra esas barbaridades es una
efectiva espiral de significación que le llega a muchísimas mujeres. Brown
encuentra que en muchos casos el discurso de MacKinnon produce una

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Dolor y política

resonancia que salvaguarda, a la vez, “el placer de lo conocido y el de lo


prohibido, el que provoca moralizar contra lo prohibido y el confort del
pensamiento conservador” (1995:91). Y esa mezcla es muy potente.
En México la perspectiva de MacKinnon y de las feministas de la
dominación aparece en muchas de las consignas y proclamas feministas
de la Ciudad de México. Son considerables las feministas que piensan que
los hombres, en concreto la sexualidad masculina en sí misma, son la cau-
sa del problema de la violencia hacia las mujeres. Desde ahí se construye
una espiral de significación donde todas las mujeres aparecen como po-
tencialmente víctimas de la violencia sexual masculina. Atravesadas por
esa narrativa, las subjetividades individuales se expresan de acuerdo con
sus condiciones concretas —la pertenencia étnica, la clase social, la edad,
la orientación sexual y demás características—, pero al mismo tiempo en-
cuentran un terreno común de identificación como víctimas de la amena-
za de violencia sexual. La genial consigna “Verga violadora, ¡a la licuadora!”
es de gran eficacia simbólica pues resume heridas y las articula en una fra-
se impregnada de rabia lúdica.

El dolor en la rabia

Hartas de la impunidad que rodea las agresiones que desde hace mu-
cho tiempo viven las mujeres en un contexto de precarizaciones múltiples
(económicas, culturales, afectivas) y junto con las noticias de los atroces
feminicidios que no cesan, las activistas sienten dolor y sienten rabia, y
exigen un cambio político, no sólo de las autoridades sino también de la
sociedad. Como dijo Lucía Melgar en un breve y contundente artículo:
“Amplios sectores sociales reproducen la misoginia, la cosificación de las
mujeres, la sexualización de las niñas, en un afán de dominación que no
respeta edades, ni parentescos, ni lealtades de ningún tipo. Las historias
de acoso y abuso sexual, en casas y calles, desde los 3, 5, 6 años, forman
parte de obscuros secretos de familia, de hondos traumas personales”
(2016). Esta académica y activista feminista concluye: “Sí, algo está podri-
do en México y no sólo el Estado” (2016).

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Dolor, rabia y violencia

La relación del feminismo con el Estado es un tema de suma im-


portancia, pero excede el objetivo de este texto, y remito a las reflexiones
que Brown (1995, 2001) y Mouffe (2014) desarrollan al respecto. Sin em-
bargo, aquí quiero destacar que en México, el primer documento que en-
cuentro donde una estudiante feminista expresa su rabia en relación con
la violencia contra las mujeres y la responsabilidad de Estado es “Yo no soy
Ayotzinapa”.11 Este conmovedor texto apareció luego de que el 26 de sep-
tiembre de 2015 se llevara a cabo una multitudinaria marcha en recuerdo
de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. Firmado sencillamente por Dahlia,
inicia modificando la consigna que se coreaba en la marcha “Yo soy Ayo-
tzinapa”, por “Yo no soy Ayotzinapa”:

No soy Ayotzinapa porque no soy pobre, no soy indígena ni campesina y


tampoco soy hombre. Soy una estudiante mestiza, pasante de una carre-
ra burguesa, de una universidad privada y diagnosticada como mujer al
nacer con todas las implicaciones culturales, políticas y sociales que eso
conlleva.

El tono va en aumento y reclama que jamás ha habido una marcha simi-


lar para las mujeres:

No soy Ayotzinapa porque si mañana me secuestran, me violan y me ase-


sinan a la salida del trabajo no habrá multitudes marchando para exigir
justicia.

Luego enumera varios casos:

Yo soy la indígena asesinada en un crimen racista. Yo soy la mujer violada


y desmembrada a la salida de la maquila. Yo soy la estudiante secuestrada
por las redes de trata. Yo soy la mujer golpeada hasta la muerte por un
hijo sano del patriarcado. Pero nosotras no somos Ayotzinapa. ¿Y por eso
ustedes no nos lloran?

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Dolor y política

El texto finaliza:

Nosotras no somos Ayotzinapa. Nosotras somos Juárez, Estado de Méxi-


co, Chiapas y Guanajuato.
No todos somos Ayotzi. Ayotzinapa son ellos. Yo no soy Ayotzina-
pa. Nosotras no somos Ayotzinapa y no creo que sea necesario univer-
salizar desde nuestra lógica inclusiva para compartir la rabia y el clamor
de justicia.

La autora de este texto escrito con mucha rabia es Dahlia de la Cerda, una
joven escritora feminista que se autocalifica de “feminazi enferma de ra-
bia”, y supongo que lo hace para “curarse en salud”, ya que el término fe-
minazi se usa contra las feministas que protestan.
Es ahora, recientemente, que las feministas asumen públicamen-
te su rabia. El primer documento colectivo que he encontrado, donde las
mujeres hablan de su rabia es el Pronunciamiento de la Ciudad de Méxi-
co de la Movilización Nacional contra las Violencias Machistas,12 esa que
se llevó a cabo el 24 de abril de 2016, y se llamó la Primavera Violeta. Vuel-
vo a citar este pasaje:

tenemos un propósito común: manifestar, nuestro absoluto hartazgo,


nuestra rabia acumulada en contra de la violencia estructural, cultural e
institucional que crecientemente provoca cifras alarmantes de feminici-
dios, el extremo más grave de estas violencias, que convierten las desapa-
riciones forzadas y asesinatos de mujeres en manifestaciones brutales de
odio y amarillismo.

La rabia, en sí misma, puede ser muy sana, incluso creativa, pero está tan
fuera de lugar dentro del modelo de feminidad, con su estereotipo de
dulzura, que hay que esconderla detrás de una máscara (Crowley Jack
2001). Hoy en día, en lugar de preocuparse por ser calificadas de poco fe-
meninas, las jóvenes feministas transgreden el mandato de la feminidad
de maneras nuevas. En el cierre del XIV Encuentro Feminista Latinoame-
ricano y del Caribe (2017), al final del 8M (2020), saliendo del paro en

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Dolor, rabia y violencia

Facultad de Filosofía y Letras (ffyl), las jóvenes corean: “¡Somos malas y


podemos ser peores, y al que no le guste, se jode, se jode!”. Es de celebrar
ese quiebre gozoso del mandato tradicional de la feminidad.
Para estas mujeres jóvenes, la rabia ha resultado ser una válvula de
escape de sentimientos de dolor e indignación. No cuesta mucho traba-
jo detectar qué está generando la rabia, e incluso otras personas compar-
ten el sentimiento de indignación; sin embargo, las acciones de protesta
“violentas” generan rechazo, asombro y miedo. Mucha de la sorpresa y el
disgusto han sido provocados por actos considerados “vandálicos”, o sea,
con un “espíritu de destrucción que no respeta cosa alguna, sagrada ni
profana” (rae 1983). Pero ¿esparcir diamantina rosa al jefe de policía o
pintarrajear paredes es “vandálico”? María Teresa Priego, feminista y es-
critora, lo expresa en un texto, del cual extraigo sólo una parte (comple-
to en el Anexo G):

¿De veras van a perseguir a las compañeras que rompieron unos vidrios?
En este país de mujeres rotas. Cuerpos rotos. Corazones rotos.
¿De veras?
Entonces, vengan por nosotras y somos muchísimas.
Yo también “vandalicé” los muros con consignas.
No eran sólo ellas, las 300 mujeres que acudieron a la marcha.
Somos miles y miles y miles.
Nueve niñas, adolescentes y mujeres asesinadas cada día.
Tras abuso sexual y tortura.
Yo también usé esa arma tan dañina y tan mortífera: la diamantina rosa.
Yo también me siento herida, furiosa, indignada.
Yo también siento miedo, sobre todo por las niñas y las mujeres muy
jóvenes.
Las mujeres muy jóvenes son —sobre todo— las víctimas de la violencia
misógina y feminicida.
“No nos cuidan, nos violan”.
La diamantina rosa como símbolo de la denuncia ante el horror.
Y de la impotencia.
Y del “Ni una menos”. (Priego 2019)

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Dolor y política

Las jóvenes feministas desarrollan formas artísticas que expresan su rabia,


y recientemente unas chilenas han logrado un impacto sustantivo en todo
el mundo. Me refiero al performance “Un violador en tu camino”, crea-
do por Dafne Valdés, Paula Cometa, Sibila Sotomayor y Lea Cáceres. Este
performance es una práctica significante que tiene una decidida relación
con la formación social latinoamericana. Sus creadoras, cuatro mujeres
de 31 años, oriundas de Valparaíso, Chile, llamaron LasTesis a su grupo,
pues el sentido de su trabajo es el de retomar tesis de teóricas feminis-
tas para hacer puestas en escena y así difundir sus análisis. En el caso de
“Un violador en tu camino” se inspiraron en textos de la antropóloga y
feminista Rita Laura Segato, cuya reflexión acerca de la relación entre la
violencia política y la violación tiene inmensa influencia en América La-
tina (2006, 2018). A diferencia de la narrativa de MacKinnon, la de Sega-
to, que ubica su análisis en América Latina, es mucho más cuidadosa en
relación con el papel de los varones, pues reconoce el peso que tiene la
masculinidad y es mucho más crítica con el sistema al subrayar que no se
puede pensar la violencia hacia las mujeres por fuera de las estructuras
económicas capitalistas “de rapiña”.
LasTesis declaran que a ellas no les interesaba hablar sobre la vio-
lación como un problema personal, o considerarla únicamente como una
patología del hombre que viola, sino que retoman la crítica política de Se-
gato para plantearla como un asunto social. La coreografía, con decenas
de jóvenes con los ojos tapados por una venda negra, acentuó la fuerza de
un texto que repitió una dura denuncia política:

El patriarcado es un juez
que nos juzga por nacer,
y nuestro castigo
es la violencia que no ves.
El patriarcado es un juez
que nos juzga por nacer,
y nuestro castigo
es la violencia que ya ves.
Es femicidio.

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Dolor, rabia y violencia

Impunidad para mi asesino.


Es la desaparición.
Es la violación.
Y la culpa no era mía, ni dónde estaba ni cómo vestía.
Y la culpa no era mía, ni dónde estaba ni cómo vestía.
Y la culpa no era mía, ni dónde estaba ni cómo vestía.
Y la culpa no era mía, ni dónde estaba ni cómo vestía.
El violador eras tú.
El violador eres tú.
Son los pacos [policías]
los jueces,
el Estado,
el presidente.
El Estado opresor es un macho violador.
El Estado opresor es un macho violador.
El violador eras tú.
El violador eres tú.
Duerme tranquila, niña inocente,
sin preocuparte del bandolero,
que por tu sueño dulce y sonriente
vela tu amante carabinero.
El violador eres tú.
El violador eres tú.
El violador eres tú.

Ninguna otra intervención pública feminista ha tenido el impacto de esta


breve representación, que se repitió en varias ciudades del mundo. En la
Ciudad de México se llevó a cabo en el Zócalo, con una participación de
miles de mujeres. Hoy, en Chile, LasTesis enfrentan una demanda judicial
interpuesta por los carabineros (los pacos, los policías), que se ofendieron
por que una estrofa del himno de la agrupación fuera citada irónicamente.
En México, poco después, Vivir Quintana, una joven norteña,
compuso una canción que tituló “Canción sin miedo”, donde insiste en el
reclamo hacia el Estado y las fuerzas judiciales y policiales; reformula un

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Dolor y política

verso del himno nacional y retoma la consigna “Si tocan a una, responde-
mos todas”:

Que tiemble el Estado, los cielos, las calles


Que tiemblen los jueces y los judiciales
Hoy a las mujeres nos quitan la calma
Nos sembraron miedo, nos crecieron alas

A cada minuto de cada semana


Nos roban amigas, nos matan hermanas
Destrozan sus cuerpos, los desaparecen
¡No olvide sus nombres, Señor Presidente!

Por todas las compas marchando en Reforma


Por todas las morras peleando en Sonora
Por las comandantas luchando por Chiapas
Por todas las madres buscando en Tijuana

Cantamos sin miedo, pedimos justicia


Gritamos por cada desaparecida
Que resuene fuerte: ¡Nos queremos vivas!
Que caiga con fuerza el feminicida

Yo todo lo incendio, yo todo lo rompo


Si un día algún fulano te apaga los ojos
Ya nada me calla, ya todo me sobra
Si tocan a una, respondemos todas

Soy Claudia, soy Esther y soy Teresa


Soy Ingrid, soy Fabiola y soy Valeria
Soy la niña que subiste por la fuerza
Soy la madre que ahora llora por sus muertas
Y soy esta que te hará pagar las cuentas
(¡Justicia! ¡Justicia! ¡Justicia!)

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Dolor, rabia y violencia

Por todas las compas marchando en Reforma


Por todas las morras peleando en Sonora
Por las comandantas luchando por Chiapas
Por todas las madres buscando en Tijuana

Cantamos sin miedo, pedimos justicia


Gritamos por cada desaparecida
Que resuene fuerte: ¡Nos queremos vivas!
Que caiga con fuerza el feminicida
Que caiga con fuerza el feminicida

Y retiemble en sus centros la tierra


Al sororo rugir del amor
Y retiemble en sus centros la tierra
Al sororo rugir del amor.

La presencia de la rabia va de la mano del dolor. Marcela Turati (2016) es-


tablece muy bien el vínculo entre la violencia y la rabia en su artículo “La
guerra me volvió feminista”, publicado en una compilación de artículos
sobre La ira de México. De igual forma la violencia ha convertido a muchas
mujeres al feminismo.
Una de las activistas de la ffyl entrevistadas por Araceli Mingo lo
expresa con claridad:

Fue un dolor el que nos movió y nos puso con toda la rabia […] esta
sensación de “¡cómo que la violaron!”, ¿no? Es una rabia milenaria…
entonces es también la sumatoria, la sumatoria de las rabias que crean
procesos políticos; o sea, la rabia es un impulsador increíble ¿no?, un
motor de la vida que yo apenas experimento hace poco sin tanta restric-
ción (2020:13).

Me llamó la atención que aunque las propias estudiantes hablan de “ra-


bia”, la investigadora, al hacer su análisis, habla de “enojo”. ¿A qué debe
ese matiz, a la brecha generacional y de clase social que hay entre ellas?

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Dolor y política

No es la primera vez

Una discusión fundamental para las distintas feministas es si la respuesta


a la violencia debe ser la violencia; para unas, resulta contraproducente,
mientras que otras la ven como una forma de autodefensa. Entre las estu-
diantes de la unam son muchas las que justifican las conductas extremas,
algunas de ellas agresivas y vandálicas, que han ocurrido durante las ma-
nifestaciones y también en el paro de la Facultad de Filosofía y Letras.
Muchas repiten que es la única manera de ser escuchadas ante lo que se
vive como indiferencia frente a formas más brutales de violencia, como
las desapariciones y los feminicidios. Varias plantean que el uso de la vio-
lencia de algunos grupos en las manifestaciones está justificado por la
impotencia ante un “Estado feminicida”. Algunas colegas me han comen-
tado que las expresiones violentas de los grupos feministas radicales no
generan rechazo entre la comunidad estudiantil, que cantidad de jóvenes
estudiantes las ven como una reacción legítima, no sólo como autodefen-
sa sino incluso como una respuesta antisistema: “destrúyelo todo”. Ni si-
quiera estudiantes de escasos recursos, que han vivido los conflictos en la
unam y para quienes perder el semestre implica perder una beca, se opo-
nen a esa forma de protesta. Diana Fuentes (2020) lo dice claramente:

Si bien los paros no han logrado propagarse o sostenerse por toda la


Universidad Nacional hasta convertirse en un movimiento generalizado
—poco probable también para el futuro—, en más de una ocasión ha
quedado claro que gozan de la aceptación tácita de una buena parte de
las y los universitarios, incluso en los casos en los que se cuestiona si las
tomas intermitentes o indefinidas son o no la mejor forma de concretar
en lo inmediato las demandas planteadas (Fuentes 2020).

Es indudable que las feministas mexicanas no son las primeras, ni serán


las últimas, en recurrir a acciones que se consideran violentas: hagamos
memoria de las sufragistas. Sorprende la escasa importancia que algunos
famosos historiadores le han otorgado a la rabia feminista y sus expresio-
nes de violencia contra los representantes del Estado. Así ocurre con tra-

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Dolor, rabia y violencia

bajos tan sólidos como la Historia de las mujeres, coordinada por Georges
Duby y Michelle Perrot, donde sólo en el tomo 4, dedicado al siglo xix,
Anne-Marie Käppeli alude de pasada a que: “Algunas sufragistas ingle-
sas practican la violencia física, el incendio voluntario y la destrucción,
formas extremas de militancia que su líder, Emmeline Pankhurst, debe
haber aprendido del movimiento nacionalista irlandés”13 (2000:546). Sin
embargo, la historiadora Karen Offen sí registra en su monumental inves-
tigación acerca de los feminismos europeos la forma impactante en que
un sector del feminismo británico decidió pasar “de las palabras, a los ac-
tos”. Guardando toda proporción con lo que ha pasado en México, vale la
pena recordarlo pues hay ciertas coincidencias interesantes.
Offen señala que en 1867: “Todo el mundo occidental fue testigo
del primer debate parlamentario sustancial sobre el sufragio femenino,
iniciado por John Stuart Mill y numerosas mujeres activistas…” (2015:218).
Mill, además, propuso un cambio en el vocabulario: cambiar la palabra
hombre por persona, o sea, justo lo que hoy se llama usar “lenguaje incluyen-
te”. Su propuesta acerca del sufragio femenino se retomó parcialmente, y
en 1869 el Parlamento inglés aprobó el derecho al voto de mujeres adultas
solteras en las elecciones municipales y escolares, para enseguida ser can-
celado en 1892 por el primer ministro Gladstone. Esto impulsó a Emme-
line Pankhurst y un grupo de feministas a fundar la Women’s Social and
Political Union (wspu) en 1903, que inició una lucha de forma pacífica y
tradicional por el voto femenino. Será en la medida en que persista la ce-
rrazón patriarcal que algunas sufragistas empezarán a recurrir a lo que se
consideraron “acciones violentas”, que ellas calificaron de autodefensa. Pa-
saron sesenta años de lucha entre el primer debate en 1867 y 1928, para que
finalmente las sufragistas inglesas lograsen el voto para todas las mujeres.
Un sector del movimiento sufragista inglés se caracterizó por su
posicionamiento teórico-político al desafiar una ley que consideraba in-
justa, y su campaña generó gran escándalo por el uso fuera de lo común
de la violencia por parte de mujeres. Esto se debió principalmente a la
decisión de Emmeline Pankhurst de abandonar la conducta femenina co-
rrecta o apropiada (proper) y alentar tácticas violentas, como el sabotaje,
pintarrajear paredes, encadenarse a las rejas de ciertos edificios, romper

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Dolor y política

vidrios, incendiar establecimientos públicos y agredir físicamente a cier-


tos miembros del gobierno y el Parlamento, así como atentar contra sus
casas y otras propiedades. En 1912 Pankhurst da un discurso, calificado de
incendiario, que luego recogerá en su autobiografía publicada en 1914, y
será reproducido varias veces. Ella declara:

Cuando los miembros antisufragistas del Gobierno critican a las mili-


tantes, es como cuando los animales de presa reprochan a los animales
inofensivos el hecho de que se defiendan desesperadamente en el mo-
mento de la muerte (Pankhurst citada por Martín Gamero, 1975:176).

Ante las críticas sobre las acciones violentas durante la lucha por conse-
guir el derecho a votar y ser votadas que usó su grupo sufragista (y que llevó
a varias a la cárcel), Pankhurst alega que ellas nunca pusieron en peligro
la vida de ninguna persona, lo que sí hacen los gobiernos con las guerras.
Señala que como a los gobiernos les importan mucho más las propiedades
que las vidas humanas, ellas han optado llevar a cabo su lucha atacando
las propiedades del gobierno y de algunos funcionarios y políticos. Enton-
ces esta líder feminista hace una provocadora declaración, que las demás
mujeres que la siguen van a suscribir:

Nos tienen sin cuidado vuestras leyes, caballeros, nosotras situamos la li-
bertad y la dignidad de la mujer por encima de todas esas consideracio-
nes y vamos a continuar esa guerra como lo hicimos en el pasado; pero
no seremos responsables de la propiedad que sacrifiquemos o del per-
juicio que la propiedad sufra como resultado. De todo ello será culpable
el gobierno que, a pesar de admitir que nuestras peticiones son justas,
se niega a satisfacerlas (Pankhurst citada por Martín Gamero 1975: 177).

Offen señala que “la campaña por el voto de las mujeres británicas se
considera como el acontecimiento mediático más extraordinario del mo-
vimiento feminista y las medidas represivas iniciadas por el gobierno bri-
tánico contra las suffragettes despertó la indignación de mujeres y hombres
de todo el mundo” (2015:319). Un aspecto muy divertido fue la hábil

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Dolor, rabia y violencia

manera que tenían las sufragistas de atacar a la policía: llevaban tijeras a


las marchas y les cortaban los tirantes que detenían el pantalón, lo cual no
sólo los desconcertaba sino que los obligaba a usar sus manos para sujetár-
selos y no ofrecer a la vista sus paños menores. Hoy las jóvenes se divier-
ten ante el desconcierto que provocan con su lanzamiento de diamantina.
La filósofa feminista Elsa Dorlin (2019), en una investigación donde
trata el significado político de la violencia defensiva, habla de un aspecto
poco conocido de la campaña sufragista inglesa. En su libro, titulado Auto-
defensa. Una filosofía política de la violencia, revisa la experiencia de distin-
tos colectivos y movimientos de liberación que, en diferentes momentos
históricos, han retomado la violencia como una forma de autodefensa:
negros, indígenas, judíos y mujeres. Ella enmarca su análisis de la auto-
defensa dentro de una política de la rabia, y en el caso de las sufragistas
inglesas señala que, en 1909, Emmeline Pankhurst invitó a Edith Garrud,
una experta en el arte de la autodefensa,14 para capacitar a las sufragistas
(y a las mujeres que quisieran) en técnicas para enfrentar las violencias
multidimensionales que vivían las mujeres al encontrarse a solas con un
agresor. Garrud abrió, a fin de ese mismo año, el Suffragettes Self Defen-
se Club en el barrio de Kensington; y además implementó un servicio de
guardaespaldas para las sufragistas: una treintena de mujeres entrenadas
para protegerlas durante los mítines. Al efecto de estupefacción social
que provocaban estas “amazonas” se sumó también la transmisión de una
imagen nueva de mujeres fuertes y aguerridas.
Para Dorlin, el pasaje a las acciones violentas ocurre luego de:

la constatación de que la exigencia de igualdad civil y cívica no se puede


dirigir al Estado pacíficamente, puesto que él es el principal instigador
de las desigualdades. Por lo tanto, es vano demandarle justicia porque es
precisamente el Estado la instancia primera que institucionaliza la injus-
ticia social; es ilusorio entonces colocarse bajo su protección puesto que
produce o sostiene los mismos dispositivos que producen la vulnerabili-
dad, incluso es insensato remitirse a él para defendernos, puesto que pre-
cisamente es él quien da armas a quienes nos golpean (2019:106-107).

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Dolor y política

Esta justificación de la violencia como autodefensa resuena en las palabras


de ciertas activistas de hoy, en especial de algunas universitarias organiza-
das. Para Dorlin, la historia de la autodefensa que se propuso documentar
resultó “una aventura polarizada” al:

oponer dos expresiones antagónicas de la defensa de “unx mismx”: la


tradición jurídico-política dominante de la legítima defensa, por un
lado, articulada con una miríada de prácticas de poder bajo diversas mo-
dalidades de la brutalidad que se tratará aquí de sacar a la luz, y la histo-
ria sepultada de las “éticas marciales de unx mismx”, por otra parte, que
han atravesado los movimientos políticos y las contraconductas contem-
poráneas encarnando, con una asombrosa continuidad, una resistencia
defensiva que constituyó su fuerza (2019:29).

Parecería que las feministas encapuchadas y de negro que se autonom-


bran “anarcas” han desarrollado un entrenamiento similar a esa “ética
marcial”. Quienes estudian eso que se califica como la violencia de las jó-
venes en bandas o pandillas no emplean la cuidadosa distinción que hace
Dorlin y recurren a un señalamiento más general, que plantea que el en-
torno social y la cultura explican la violencia juvenil (Miller 2001). Desde
esa perspectiva, de corte criminológico y de psicología social, se dice que
los factores que impulsan a la organización juvenil son compartidos igual-
mente por muchachas que por muchachos. Sin embargo, puesto que la
sociedad está impregnada del modelo de la dominación masculina, no es
raro que las jóvenes se expresen con las características patriarcales de la
sociedad, como el uso de la fuerza por encima de la palabra. Las inves-
tigaciones que revisé señalan que es común que las muchachas desarro-
llen una forma de agresividad igualitaria en los recintos escolares, pues
son espacios donde supuestamente existe una cierta igualdad con los va-
rones. Esta violencia femenina, reactiva a la de los muchachos, llevó al di-
rector del Observatorio Europeo de la Violencia Escolar, Eric Debarbieux
(2008) a declarar que el “machismo” femenino es sin duda alguna uno de
los modos de resistir la dominación masculina. Para México no encontré
datos comparativos, sin embargo la investigación de Reguillo (2012) es

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Dolor, rabia y violencia

muy clara al respecto y subraya, junto con José Manuel Valenzuela (2012),
que al poner atención en la llamada violencia juvenil una fuente primor-
dial que la engendra es la violencia social y cultural.
Lo que analiza Dorlin, con una atinada mirada teórica y política, va
más lejos que solamente recordar un evento histórico donde ciertas mu-
jeres politizaron sus cuerpos con la autodefensa. Esta filósofa escudriña el
vínculo que tiene la violencia con el ámbito íntimo, y captura en la trama
de esas acciones violentas aquello que tradicionalmente se piensa como
fuera del ámbito político: las emociones que están encerradas en la sole-
dad de violencias que se reciben continua y silenciosamente, y que “con-
ciernen a las experiencias de dominación vividas en la intimidad de una
habitación, a la vuelta de una entrada del metro, detrás de la aparente tran-
quilidad de una reunión familiar…” (2019:30). Estas violencias cotidianas
que ocurren en espacios domésticos o familiares gestan la depresión o la
rabia y, también, producen la politización de la subjetividad. Si es correcta
esta interpretación que plantean Dorlin y otras autoras como Lucía Mel-
gar, ¿cuál es la comprensión política que debemos desarrollar ante esas jó-
venes cuyas heridas estallan en el espacio público como violencia política?

Separatismo y resistencia

En el contexto actual, donde el sentido común neoliberal es el que do-


mina las interpretaciones, resulta indispensable repensar críticamente
los referentes simbólicos que usan las chicas. Al interpretar la aparición
de las feministas calificadas de “anarcas” en este momento rebosante de
machismo y necropolítica15 es posible pensar que, con sus acciones, es-
tas jóvenes plantean su rabia ante el carácter simulador de una narrativa
política supuestamente “democrática” e igualitarista. Al analizar su “esti-
lo” como una práctica significante, es posible encontrar una relación con
otras formaciones antisistémicas como el zapatismo y con lo que ellas con-
sideran que es el anarquismo. Su vocabulario expresa también una coin-
cidencia con esa tendencia de las feministas mal llamadas radicales, por su
postura separatista.

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Dolor y política

Destaco aquí otro espléndido texto16 de la escritora Dahlia de la


Cerda (2020) respecto a qué es el separatismo, en el que hace una agu-
da reflexión política, mezcla teoría y testimonio personal, y aborda va-
rias aristas del feminismo. Ella señala, por ejemplo, que consignas como
“¡Convocamos marcha separatista!”, “¡Éste es el contingente separatista,
no se aceptan hombres!” o “Espacia separatista y libre de violencia” se de-
finen mejor con el concepto de espacio no mixto. “El separatismo es una
apuesta política y una praxis que va más allá de no permitir varones en es-
pacias feministas.”
De la Cerda expone y critica las ideas del feminismo separatista:

Si metes todas estas ideas en una licuadora, concluyes que las mujeres so-
mos oprimidas con base en nuestro sexo, que ese cuerpo sexuado produ-
ce una ontología (o un análisis existencial concreto) y que somos criadas
bajo ese yugo llamado género. En el lado antagónico están los varones,
quienes son socializados en la masculinidad —que siempre es tóxica—,
cuya toxicidad deviene en una construcción ontológica que los hace in-
capaces de no ser violentos: son educados desde el poder para cometer
abusos de poder y que, por más buena voluntad que tengan en decons-
truirse como antipatriarcales, siguen siendo beneficiarios del sistema
porque los privilegios no se tratan de cómo te beneficias de ellos sino
cómo el sistema te beneficia a ti.
Basándonos en este marco teórico, mantener cualquier tipo de re-
lación con ellos es seguir perpetuando sus privilegios y exponerse, o ex-
poner a otras, a sus violencias.
Entonces el separatismo es: con los varones NADA. El separatismo
significa apostar en la medida de lo posible, pero siempre como postura
política, por otras mujeres.

El verdadero separatismo implica desde no salir con hombres ni tener re-


laciones sexuales con ellos, hasta no leer libros escritos por varones. Al
igual que relata Andrea Long Chu (2019) en su trepidante ensayo “The
Impossibility of Feminism”, hay una contradicción entre ir a una marcha
no mixta, reivindicando la sororidad, para luego regresar a casa a servirle

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la cena a tu novio o marido. Long Chu hace una aguda crítica acerca de
ciertos dilemas de las feministas de la segunda ola, pero prefiero el aná-
lisis de De la Cerda, que mezcla una crítica al “feminismo blanco” (de
ahí el provocador título de su ensayo; “Separatismo: la mayonesa feminis-
ta”) con una valiente autocrítica.17 Esta joven escritora argumenta que ni
la Colectiva del Río Combahee, la aldea africana Umoja ni los encuentros
para mujeres convocados por las compañeras zapatistas18 son ejemplo de
separatismo, sino que se trata de ciertos momentos de lucha que requie-
ren espacios no mixtos.
Desde una crítica del determinismo biológico como una base pe-
ligrosa y reaccionaria para construir una política feminista, De la Cerda
distingue la estrategia de tener reuniones exclusivamente de mujeres de
lo que sería de una política separatista. Ella da en el clavo cuando señala
la carga de las emociones en quienes siguen pensando que el separatismo
es la cúspide de la emancipación:

Porque apela a nuestra emoción inmediata, en lugar de al análisis pro-


fundo: es tentador pensar en un mundo donde podamos salir solas de
noche, sin miedo a que algún varón nos haga daño, pero, ¿en serio se-
ría así?

De la Cerda señala que el separatismo es una praxis y una postura deri-


vada de las corrientes feministas hegemónicas, y que sirve, “pero no para
todas”. Comparto su explicación acerca de la importancia de los espacios
no-mixtos o de autonomía entre mujeres pues son fundamentales para
compartir experiencias en común, como espacios seguros de goce y afec-
to. Ése fue el objetivo original de los pequeños grupos de autoconciencia
que surgieron con el feminismo de la segunda ola, y que han demostra-
do ser indispensables también para grupos de mujeres negras, indígenas,
trans y no binarias. La práctica política de los grupos de autoconcien-
cia, que las feministas italianas reivindican como una práctica “sencilla y
genial” (Librería de Mujeres de Milán 1991:33), se desplazó a todos los
rincones del mundo, y contribuyó a convertir al feminismo en un movi-
miento social.

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De la Cerda dice que es importante no llamar separatismo a espa-


cios no mixtos para no despolitizar la lucha de las lesbofeministas y de las
mujeres que apuestan por esa estrategia, pero al mismo tiempo plantea
que es necesario reconocer que el separatismo es la mayonesa (por blanca)
del feminismo, y que ningún movimiento que asuma la interseccionali-
dad de “raza” y pertenencia étnica puede ser separatista. El separatismo,
que es un intento por “salvaguardar” al feminismo de las contaminacio-
nes de una política en la que participen los hombres, “se opone a lo que
debería ser el intento de dialogar con ellos acerca de nuestra condición
compartida (como seres humanos vulnerables) y acerca del futuro más li-
bre y justo que deseamos construir” (De la Cerda 2020). Por eso termina
rechazando las formas tradicionales de participación política.

La discusión en torno a la rabia

Recientemente, en distintas partes del mundo, la rabia de las mujeres ha


cobrado visibilidad por acciones de feministas indignadas. Pankaj Mishra
(2017) dice que vivimos en la era de la rabia. ¿O será de la ira? ¿Son lo
mismo la rabia y la ira? Víctor Altamirano, traductor de Anger and Forgive-
ness de Martha Nussbaum, explica que traduce anger como ira, “no en un
sentido bíblico, sino como un concepto genérico y neutral que engloba
las subcategorías de rabia, cólera, enfado y furia” (2018:17). Percibo una
connotación distinta, más legitimada, de la ira en lugar de la rabia: se habla
de “la ira de Dios”, no de la “rabia de Dios”. En cambio, se habla de la rabia
las feministas. Si bien en la academia el tema de la rabia (la ira, la furia)
lleva tiempo siendo tratado, tanto en la filosofía como en antropología,
recientemente se ha puesto la atención en la rabia de las mujeres. Martha
Nussbaum (2016) reconoce que la ira se ha analizado escasamente en tex-
tos filosóficos recientes, y ella abreva en su profundo conocimiento de los
clásicos griegos para nutrir su reflexión. En el segundo capítulo de su li-
bro Anger and Forgiveness19 esta filósofa establece la doble reputación de la
rabia como “una herramienta valiosa y peligrosa para la vida ética, por su
propensión al exceso y al error” (2016:15). Nussbaum recorre varias defi-

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niciones de rabia donde el desquite, la revancha (payback) o la venganza


son parte constitutiva de tal emoción. La rabia suele ser provocada tanto
por algún daño importante como por un acto perjudicial a la víctima; sin
embargo, la filósofa la considera una emoción compleja que alberga si-
multáneamente dolor y placer. Hay rabias meramente expresivas y otras
instrumentales, cuyo objetivo es el de hacer sufrir a quien lastimó u ofen-
dió como una manera de compensar o aminorar el daño que se recibió.
Nussbaum lo dice así:

La intensidad de la emoción y quizá también la fantasía mágica de retri-


bución son parte de lo que mueve a las personas, cuando de otra forma
por lo menos algunas personas podrían simplemente no actuar o, sin la
señal de la rabia, ni siquiera se darían cuenta de la injusticia o su magni-
tud (2016:39).

La estrategia analítica de la autora consiste en alimentar su re-


flexión no sólo repasando los textos griegos y de algunos filósofos con-
temporáneos, sino también poniendo ejemplos con casos que muestran
una variedad de reacciones que podrían darse ante injusticias, por ejem-
plo, las posibles reacciones de una mujer ante la violación sexual que su-
fre una amiga. Ella recuerda que las emociones de rabia suelen sentirse
de forma visceral, pero que indudablemente existe un repertorio emocio-
nal diferenciado por el género. Esta filósofa señala un cambio que ha ha-
bido: en Grecia y Roma no se valoraba que los hombres fueran iracundos,
y se veía a las mujeres como adictas a la ira. Nussbaum dice que: “cuan-
do hay una rabia desmedida, suele ser que está tapando la impotencia”
(2016:45). La figura trágica de Medea es su paradigma de la impotencia
con rabia. En el apartado viii, que se titula precisamente “Rabia y géne-
ro”, Nussbaum revisa el cambio que ha ocurrido ahora, pues los mandatos
culturales favorecen que los varones expresen su rabia, sin perder mascu-
linidad, mientras que inhiben que las mujeres hagan lo mismo, pues pier-
den feminidad.
Desde hace tiempo existe investigación en ciencias sociales acer-
ca del “moldeamiento cultural” de las emociones. Los procesos culturales

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organizan los procesos emocionales y la experiencia emocional, y tam-


bién los procesos emocionales y la experiencia emocional alientan e in-
tensifican los procesos socioculturales (Markus y Kitayama 1994). Las
causas por las cuales muchas mujeres ocultan su enojo y lo manejan de
manera indirecta son básicamente tres: la socialización familiar, las expec-
tativas culturales de la feminidad y el enfrentamiento con un poder frente
al cual se hallan en una situación de subordinación. El comportamiento
pasivo-agresivo, que mantiene la rabia controlada y rechaza la confronta-
ción, es un mecanismo de defensa para evitar un conflicto mayor. Ésta es
una estrategia de sobrevivencia femenina que a la larga puede convertirse
en una forma de relación. Rosario Castellanos calificó esa estrategia como
hipocresía y reconoció:

Se ha acusado a las mujeres de hipócritas y la acusación no es infunda-


da. Pero la hipocresía es la respuesta que a sus opresores da el oprimido,
que a los fuertes contestan los débiles, que los subordinados devuelven
al amo. La hipocresía es la consecuencia de una situación, es un reflejo
condicionado de defensa —como el cambio de color en el camaleón—
cuando los peligros son muchos y las opciones son pocas (1973:25).

La rabia, ¿“apropiada” o “contraproducente”?

Expresar la rabia ha tenido un alto costo para las mujeres, incluso cuando
se trata de figuras famosas. Eso le ocurrió a Virginia Woolf con Tres guineas
(1938), el largo ensayo donde denuncia la exclusión y discriminación de
las mujeres. A diferencia de Una habitación propia (1929), este otro ensayo
feminista ha tenido muchísimo menos éxito, supuestamente porque tras-
luce la rabia de Woolf. Aunque ella lo llamó “mi panfleto contra la gue-
rra”, se trata de una durísima crítica a las tenaces formas de sexismo que
veía cotidianamente. De manera irónica y erudita, Woolf da rienda suelta
a su indignación por la situación de sus contemporáneas en un mundo
dominado por los varones. Para documentar con detalle el sexismo, re-
úne en notas a pie de página una increíble cantidad de ejemplos que ha

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estado juntando a lo largo de los siete años que le tomó escribirlo. Citar
así de abundantemente fue su estrategia para legitimar una información
tan brutal que podría parecer provenir de la mente calenturienta de una
feminista rabiosa, y no de los dichos y hechos que ella quería mostrar.
Al exhibir el vínculo entre el machismo y la guerra, Woolf hace una
analogía entre el régimen patriarcal y el fascismo, y dice que lo que Hitler
encarna también está presente en Inglaterra en esas actitudes que ella ca-
lifica de “hitlerismo inconsciente”. Reivindica a las sufragistas y les dice a
los varones que ahora ellos sienten en sus propias personas lo que sintie-
ron sus madres cuando se las encerraba y se las hacía callar, por ser muje-
res. “Ahora a ustedes se les encierra y se les hace callar porque son judíos,
porque son demócratas, por su raza, por su religión.” Además, ella pone
en evidencia los aspectos abominables y ridículos de la masculinidad, en
especial el narcisismo grotesco de los hombres en el poder, para lo cual
reproduce cinco fotos de los atuendos fastuosos y absurdos del infantilis-
mo megalómano de los patriarcas: las capas de armiño y las pelucas posti-
zas de los jueces, los trajes púrpura de seda y los crucifijos enjoyados de los
obispos, los uniformes con charreteras, medallas y plumas de los milita-
res. También hace comparaciones que escandalizan, como la que estable-
ce entre san Pablo y Hitler. Critica duramente a la religión, en concreto
al cristianismo, al que caracteriza como un agente de la represión. Si to-
davía hoy en día es mal visto burlarse de la Iglesia y el ejército, en el am-
biente de preguerra de los años treinta lo fue aún más. No es extraña, pues,
la mala acogida que recibió Tres guineas; pocos críticos lo comentaron y la
prensa se centró con amarillismo en criticar lo que calificó de la ferocidad
de Woolf al denostar los ropajes de curas y militares. También hubo quien
dijo que Tres guineas era como el Manifiesto comunista de las feministas.20
Pero las críticas negativas no vinieron solamente de los conservadores; a
la mayoría de sus amigos no les gustó, en especial les molestó la rabia que
manifestaba.21 Sus lectoras entusiastas fueron las feministas del momento,
algunas escritoras y directoras de escuelas para jovencitas.
Tres guineas no es un panfleto político típico. No convoca a las mu-
jeres a juntarse para hacer la revolución, sino que las insta a hacerlo perma-
neciendo al margen, como lo que Woolf dice que son: outsiders (excluidas),

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las de afuera, en la traducción argentina de Sudamericana, y las extrañas,


en la traducción española de Lumen. Hace un llamado a bailar como bru-
jas frente a una hoguera, y a quemar un papel donde está escrita, ¡ho-
rror!, la palabra feminismo. Su mordacidad no se entendió. Tampoco gustó
que dijera que los varones se aprovechan del trabajo doméstico de las mu-
jeres, por lo cual las amas de casa y las madres deberían recibir un salario,
ni agradó que, al hacer su analogía entre la tiranía del Estado patriarcal y
la tiranía del Estado fascista, dijera que no hay tiranía sin complicidad de
las mujeres, denunciando la colaboración de muchas de ellas en la pro-
moción de los sentimientos nacionalistas y bélicos. Algo muy destacado
fue que, al interpretar la situación de las mujeres como outsiders, ella formu-
ló un conmovedor alegato antinacionalista, al subrayar que las mujeres no
pueden ser patriotas en un país que las excluye y discrimina: Como mujer,
no tengo país. Como mujer no deseo tener país. Como mujer mi país es el mundo
entero. Ante las exclusiones de hoy a migrantes, personas no binarias y
otros seres humanos con identidades disidentes de la norma habría que
retomar el espíritu internacionalista de Virginia Woolf y plantear: “Como
ser humano, no tengo país. Como ser humano, no quiero país. Como ser
humano, el mundo entero es mi país”.
Será mucho después, en los años ochenta y noventa, y en un cam-
po lejano al de la literatura, que varias académicas feministas se interesen
por investigar las dificultades de las mujeres para expresar la agresión o la
rabia.22 Poco a poco la rabia femenina se interpretará no como algo des-
tructivo o irracional, sino como un catalizador en procesos que son posi-
tivos para toda la sociedad.23 Las académicas que analizan las expresiones
culturales en los medios de comunicación, luego de revisar las maneras
diferentes en que se califica la rabia en función de quien la expresa, mu-
jer u hombre, dan cuenta de casos sobre cómo se caricaturiza y deslegiti-
ma la rabia femenina. Estos artículos documentan las complejas maneras
en que las mujeres expresan su rabia y el tipo de mediaciones que llevan
a cabo (Boyce Kay 2019).
Las expresiones actuales de rabia femenina, que ejemplifican el gran
cambio cultural que está ocurriendo, hoy se documentan en bestsellers recien-
temente publicados. Entre 2018 y 2019 dos de estos libros estadunidenses

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les proponen a las mujeres “reinterpretar” su furia y usar ese poder para
generar un cambio “positivo”. Velozmente traducidos al español, resulta lla-
mativo que ambos traten de “matizar” la rabia: el de Rebecca Traister (2018)
Good and Mad se tradujo como Buenas y enfadadas. El poder revolucionario de
la ira de las mujeres. “Mad” es mucho más que “enojada”, y además, aunque
se enojen, las mujeres siguen siendo buenas, con lo cual el mandato de la
feminidad sale ileso de la explosión de rabia. El de Soraya Chemaly, Rage
Becomes Her. The Power of Women’s Anger (2019) primero se tradujo como
Enfurecidas. Reivindicar el poder de la ira femenina (Planeta) y un año después
apareció como Rabia somos todas. El poder del enojo femenino para cambiar el
mundo (Océano). El matiz es significativo, pues en la segunda versión la
emoción es altruista y cumple con el mandato femenino.
Casi simultáneamente a la publicación de los bestsellers, han surgi-
do análisis académicos en el campo de la filosofía política y la psicología
moral que abordan aspectos poco debatidos acerca de qué otorga o qui-
ta legitimidad a la rabia.24 La filósofa Amia Srinivasan (2018) reflexiona
sobre cómo la rabia puede ser una emoción “apropiada”25 e introduce el
concepto de injusticia afectiva.26 Este tipo de injusticia lo viven las perso-
nas forzadas a decidir si responden con rabia “apropiada” con el riesgo
de que empeoren sus propias condiciones de vida. Srinivasan opone lo
contraproducente que puede ser la rabia frente a la postura que consi-
dera útil y necesario expresarla. Ella retoma una larga tradición política
de pensamiento negro y feminista, y pone como ejemplo paradigmático
a la poeta negra Audre Lorde (1997), quien argumenta los usos de la ra-
bia de las mujeres en la lucha contra el racismo, y la considera una “fuen-
te de energía” y “de clarificación”. En ese texto, que es parte del canon
feminista,27 Lorde habla de “un arsenal bien provisto de rabia potencial-
mente útil contra esas opresiones, personales e institucionales, que la pro-
vocaron” (1997:280).
Srinivasan le debate a Nussbaum varias cuestiones, pues ésta coin-
cide en gran medida con los estoicos respecto a que la rabia involucra
constitutivamente un deseo de venganza y requiere ser contenida por ci-
vilidad. Nussbaum dice que hay muchas formas en que la rabia se puede
equivocar, pero que en otras puede resultar correcta: cuando ocurrió una

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injusticia o hubo mala fe y se produjo un daño deliberado. Ella se rehúsa a


hablar de “rabia justificada” pues implica el deseo de retribución/vengan-
za, lo cual le parece problemático por muchas razones, y en su lugar intro-
duce el concepto de rabia de transición, para nombrar un caso límite de
rabia racional y normativamente apropiada. La emoción que Nussbaum
califica de “rabia de transición” se acerca a la indignación, pero es distin-
ta. Ella la encuentra cuando las personas se enojan ante la violación de un
principio importante o un sistema injusto (2016:36). Me parece que ésa
es la rabia que muchas feministas sienten.
En el debate entre quienes defienden la rabia como una respuesta
adecuada a un mundo injusto y entre quienes la critican por contrapro-
ducente, Srinivasan destaca que aunque la rabia sea “apropiada”, puede
no ser productiva (2018:126). Al conflicto que las víctimas de la opresión
viven cuando deben elegir entre expresar una rabia apropiada o actuar
prudentemente, Srinivasan lo califica de “injusticia afectiva” y lo conside-
ra una injusticia de segundo orden, pues resulta “una suerte de impuesto
psíquico que se aplica a las víctimas de opresión” (2018:135). Son varias
las precisiones que Srinivasan hace en torno a la rabia: distingue la dife-
rencia notable que hay cuando se discute la rabia en contextos políticos y
en situaciones mundanas; revisa las razones intrínsecas en contraposición
de las razones instrumentales; y aborda la rabia de las mujeres.
Ella señala: “Desde hace tiempo a las mujeres se les ha dicho que
el progreso del feminismo sería más rápido si solamente fueran menos es-
tridentes” (2018:125). Precisamente la manera como se expresa la propia
rabia y el contexto en el que se hace pueden, según Srinivasan, resultar
“contraproducentes”, y es una razón por la cual las mujeres tratan de no ex-
presar su rabia. Esta filósofa califica ciertas maneras de hablar de la rabia
como opresivas, como cuando el misógino desecha la rabia de una mujer
al calificarla de chillona, agria o destemplada, o cuando explica la rabia
femenina como producto de un carácter inferior. También ocurre que
un hombre, sin entender lo que causa el estallido de rabia, diga: “¿Y por
qué te enojas tanto?”. Las mujeres que expresan su rabia suelen ser vistas
como histéricas, amargadas o aguafiestas.28 También Srinivasan alude al
conflicto de decirles de manera insensible a las mujeres: “no te enojes, así

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empeoras las cosas”, pues ese tipo de frase sugiere que la mayor responsa-
bilidad para corregir el problema radica en la víctima y no en quien perpe-
tró el acto injusto o agresivo. Ella hace una analogía con los consejos que
se les da a las mujeres para que no las violen (abstente de beber alcohol,
de usar ropa sexy, de salir de noche, etcétera), consejos que sugieren que
la responsabilidad de minimizar las violaciones radica en las mujeres, en
lugar de ver las violaciones como una “contingencia por la cual los hom-
bres tienen una responsabilidad moral” (2018:133).
La lectura de las reflexiones de Nussbaum y de Srinivasan deja
planteadas varias preguntas acuciantes: ¿existe la rabia sin deseo de ven-
ganza? ¿Se puede sentir rabia sin que lo que la causa tenga una conexión
personal “apropiada”? ¿Deben las víctimas de una injusticia controlar su
rabia? ¿Qué hacer si expresar la rabia conduce a afectar a otras personas,
sean de la propia familia o comunidad? Si la rabia puede ser contraprodu-
cente, poniendo a la persona rabiosa en una situación peor de la que está
y exacerbando lo que la hizo rabiar, ¿no sería mejor que se aguantara la
rabia y expresara su reclamo de otra forma? ¿Existe una razón moral para
no expresar la rabia? Ése es en parte el sentido de la crítica de Nussbaum,
que plantea la importancia de la civilidad con las demás personas. ¿Cuál
es una respuesta de rabia “apropiada”? Para Srinivasan la rabia también es
una forma de comunicación, una manera de marcar públicamente una
falta de valor o una injusticia. ¿Nuestra rabia requiere reconocimiento pú-
blico, o lo mejor que nos puede pasar es deshacernos de la rabia? ¿Cómo
encauzar políticamente la rabia?
La narrativa de que la rabia es contraproducente le parece a Sri-
nivasan más un intento de control social que una manifestación de preo-
cupación legítima (2018:134). En México hay una larga tradición cultural
que plantea que no hay que enojarse porque es contraproducente: “el que
se enoja, pierde”. Sin embargo se olvida que, en ocasiones, expresar la
rabia conduce a mejorar la situación. La movilización de las estudiantes
de la unam, que culminó con el paro de cinco meses encabezado por las
moffyl, llevó a un cambio de actitud de muchas autoridades universita-
rias, a la inclusión de la violencia de género en el Estatuto general de la
unam como una conducta grave y a la creación de la Coordinación para

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la Igualdad de Género. No sé qué es más sorprendente: que nunca antes


se hubiera incluido la violencia como falta grave, o que las protestas im-
pulsaran su inclusión. ¿Qué significa que en una universidad de la impor-
tancia y dimensión de la unam apenas en 2020, por los conflictos, se haya
creado la Coordinación para la Igualdad de Género?
Cada cultura modela la forma en que las personas expresan las
emociones. Ese modelaje cultural, que está diferenciado por género, tro-
quela las conductas y afecta profundamente las relaciones. En México, ya
lo dije, nuestra tradición cultural plantea que no hay que enojarse porque
es contraproducente: “es mejor un mal arreglo que un buen pleito”. ¿Será
también por cuestiones culturales que incomodan las expresiones de ra-
bia “apropiada” de las jóvenes feministas? En este contexto de estabiliza-
ción del sentido común neoliberal hay que revisar y repensar críticamente
los referentes y posiciones de aquello que se ha venido presentando como
“violencia feminista”, pues resulta inquietante la simplificación discursiva
que olvida el dolor y la impotencia que expresa esa rabia. Sobre todo, hay
gran resistencia a hablar acerca de qué causa esos sufrimientos. ¿Qué re-
querimos las feministas, con toda la heterogeneidad existente de posturas
y visiones, para defender la legitimidad de ciertos reclamos aun cuando
generen destrozos y lleven a cabo actos considerados violentos? ¿Cómo
responder a las críticas? No basta plantear que con esas acciones se de-
sea transitar hacia relaciones de género menos desiguales, irrespetuosas
y violentas. Hay que reflexionar y debatir no sólo sobre cómo ubicar las
acciones violentas en una perspectiva feminista, sino también acerca de
los llamados daños colaterales que resultan de las acciones violentas. Sobre
todo no hay que olvidar, como bien señala Leticia Cufré, que lo primero
que hace la violencia es que no te permite pensar, que la violencia se con-
vierte en un “chaleco de fuerza” para no pensar.

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4
Las identidades a la hora de hacer política

H acer política es algo necesario, aunque decepcionante.1 En la política


hay discrepancia y antagonismo, y también negociación y acuerdos.
A la conflictividad que es inherente a la pluralidad de posiciones feminis-
tas se suman las emociones, que no sólo perturban las relaciones, sino que
también obstaculizan el desarrollo de una acción política compartida con
otros grupos y sectores sociales. ¿Por qué a las feministas nos cuesta tanto
debatir nuestras posiciones encontradas? Beatrice Hanssen se pregunta:
“¿En qué momento el debate y la discusión se convierten en una pelea, en
una querelle, y cuándo una disputatio se vuelve una disputa? ¿En qué punto
el argumento y la argumentación se transforman en antagonismos enco-
nados?” (2000:1). ¿Qué pasa en el movimiento feminista que no podemos
debatir entre nosotras? La respuesta es complicada, pues entre los femi-
nismos hay varios desacuerdos, tanto conceptuales como metodológicos,
sobre principios y premisas fundamentales. Pero también hay un cierto
tipo de desacuerdo sobre el que no se habla dentro de nuestro movimien-
to, y es el que ocurre, según Jacques Rancière, cuando “uno de los inter-
locutores entiende y a la vez no entiende lo que dice el otro” (1996:8).
Según este filósofo, dicho desacuerdo no es el conflicto entre quien dice
blanco y quien dice negro, sino el existente entre quien dice blanco y
quien también dice blanco pero no entiende lo mismo con el nombre
de la blancura. Rancière señala que este desacuerdo no es producto de
desconocimiento ni tampoco de un malentendido, es decir, no se refiere
sólo a las palabras: se refiere a la situación misma de quienes hablan, a la
producción de sentidos y significados. Ese desacuerdo concierne menos a

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Dolor y política

la argumentación que a la presencia o a la ausencia de un objeto común


entre una persona y otra, y la situación extrema del desacuerdo es aquella
en que una persona no ve el objeto común que le presenta la otra. Para
Rancière, esta situación extrema concierne fundamentalmente a la políti-
ca. ¿Qué puede hacer alguien que se sirve de la palabra para discutir, pero
que le otorga a la palabra ciertos sentidos o inflexiones, y supone que la
otra persona lo comprende? La desavenencia política significa diversidad
de metas y métodos, pero también implica este tipo de desacuerdo. ¿Has-
ta dónde se nutre de ese tipo de desacuerdos mucha de la polarización
política que es el signo de estos tiempos?
Traigo a cuenta el pensamiento de Rancière como ejemplo de la
utilidad política de la teoría para esclarecer este tipo de conflictos. No nos
debe extrañar que si no somos capaces de verbalizar la naturaleza de las
querellas entre nosotras, internalicemos antagonismos que concebimos
cada quien a su manera. La teoría sirve para alimentar nuestra praxis,
nos ayuda a interpretar los procesos, a enriquecer nuestro vocabulario, y
a mejorar la manera de hacer política. La lucha que existe por la tensión
inherente a las múltiples diferencias presentes, eso que Mouffe califica
de agonismo, es distinta del antagonismo. Esperar que en política se den
consensos sin conflictos es un desacierto que también deriva de nuestro
posicionamiento teórico. Una meta podría ser la de llegar a puntos de
acuerdo, avanzando en coaliciones puntuales, sin que eso signifique bo-
rrar nuestras particularidades y diferencias, y eso implica impulsar otra ló-
gica política para instaurar nuevas prácticas de debate y argumentación.
La posibilidad de construir algunas alianzas está estrechamente vinculada
a la posibilidad de debatir y ello también obliga a fundamentar nuestros
posicionamientos.
Wendy Brown (1995) nos dice a las feministas que debemos ser
precavidas pues nuestro proyecto político, por muy bienintencionado
que sea, puede volver a trazar, sin darnos cuenta, las mismas configuracio-
nes y efectos de poder que pretendemos derrotar. Entre las precauciones
que señala está la de comprender que no es posible una comunicación no
distorsionada y no contaminada por el poder; es más, ella ni siquiera cree
en la posibilidad de un “lenguaje común”. Por ello nos insta a reconocer

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Las identidades a la hora de hacer política

como una condición política permanente “una parcialidad en la compren-


sión y en la expresión, que produce unos abismos culturales cuya naturale-
za puede ser identificada con atención, pero que rara vez es solucionable”
(1995:50). Esta “parcialidad” juega en muchos de los desacuerdos y en-
contronazos que tenemos. Brown insiste en que es realmente muy impor-
tante crear espacios en donde debatir análisis políticos y definir las reglas
propias de esas políticas. Hay que desarrollar procesos democráticos que
nos permitan formular juicios colectivos que “nos exigen aprender a tener
conversaciones públicas con otros, a razonar a partir de un entendimien-
to de lo común (‘lo que quiero para nosotres’) y no a partir de la identi-
dad (‘quien soy’), sino con normas explícitamente planteadas y valores
potencialmente comunes, y no de un esencialismo falso o de retrógrados
intereses privados” (1995:51). Según esta politóloga, los argumentos pú-
blicos e impersonales tienen más potencial para lograr una rendición de
cuentas deliberativa que los que se basan en la identidad. Brown critica las
políticas de la identidad y señala que las posiciones y conversaciones polí-
ticas posidentitarias pueden reemplazar más productivamente a las políti-
cas de la identidad.

¿Política identitaria o política anti-esencialista?

La reflexión acerca de las políticas identitarias es fundamental, pues la pro-


testa feminista por la exclusión socio-política-económica de las mujeres y
su acción colectiva como movimiento social se desarrolla en ese eje. Ben-
jamín Arditi (2010) explora esas formas de pensar y hacer política en los
bordes del liberalismo, y su reflexión ilumina muchos de los tropezones
y bloqueos que hoy en día padecen los grupos feministas, tan inmersos
en la política de la identidad y tan ubicados en los márgenes de la políti-
ca institucional. La política feminista es un caso típico de política identi-
taria, que nació como respuesta a la exclusión política de las mujeres; su
demanda de un trato no discriminatorio e igualitario se ha desarrollado
en el filo de un razonamiento autorreferencial: el mujerismo. De un recla-
mo legítimo acerca de la desigual situación de las mujeres, en especial de

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Dolor y política

la ausencia de ciertos derechos y oportunidades vitales, ciertas tendencias


feministas han pasado a reivindicar una diferencia esencial con los hom-
bres, que incluso algunas formulan con exaltación esencialista “las muje-
res somos más sensibles, menos corruptas”, etcétera. Quiero aclarar que
el hecho de que las feministas se organicen entre mujeres y que elijan tra-
bajar políticamente con otros grupos de mujeres no es mujerismo. Repito:
encauzar los afanes políticos a las mujeres no es, en sí misma, una postura
mujerista. El planteamiento feminista de la necesidad de realizar un tra-
bajo político específico con las mujeres es correcto y hay que deslindarlo
del mujerismo. La perspectiva que llamo mujerismo considera que las muje-
res tienen una esencia que las hace distintas de los hombres. Una cosa es
reconocer que existe una sexuación distinta y otra es pensar que ciertas
características de conducta o de personalidad se derivan en automático
de los cromosomas, sin visualizar los factores culturales y psíquicos que
inciden en la conformación de la identidad. El mujerismo es una forma de
esencialismo.
Arditi reconoce como algo muy positivo que los grupos de la po-
lítica de la identidad lograran que la diferencia pasara a formar parte
de la agenda pública y se plasmara en las llamadas acciones afirmativas.
Este politólogo cuestiona el simplismo conservador de quienes descalifi-
can al movimiento indigenista, al feminismo, al altermundismo y al popu-
lismo como monstruos producidos por el atraso de la cultura política, la
ausencia de reglas e incluso como reacciones premodernas. Igualmente
desarticula el argumento conservador que intenta reducir al absurdo el
particularismo de estas corrientes y sus demandas (como las acciones afir-
mativas). Por el contrario, señala que la comunicación y las nuevas for-
mas de socialización política pueden contribuir a formar seres humanos
multidimensionales, y reconoce que la hibridez2 reina por todas partes.
Él registra el activismo transfronterizo de quienes se vuelven una especie
de nómadas, que mediante modos alternativos de vida se alejan del orden
existente. Reconociendo la hibridez y su complejidad, Arditi desarrolla la
noción de “periferia interna”, donde este nomadismo surge como la resis-
tencia de sujetos y grupos a ser sobrecodificados por el orden dominante,
aunque sigan dentro de sus límites.

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Las identidades a la hora de hacer política

En los linderos del liberalismo estas subjetividades periféricas de­


sempeñan una función dinámica. Sin embargo, Arditi también encuentra
que, si bien la atención sobre la diferencia nos hizo más sensibles a la mi-
cropolítica, al derecho a ser diferentes, también ha tenido consecuencias
negativas pues los movimientos que han reivindicado la diferencia, desde
el feminismo hasta el indigenismo, han provocado lo que él califica como
un reverso: el “esencialismo de la diferencia”. Arditi plantea reflexiones
importantes para cualquiera de las posturas reivindicatorias hechas desde
los grupos excluidos, subraya los riesgos de la victimización, la autorrefe-
rencia y el relativismo, y despliega una mirada política incluyente. Un
punto central en su argumentación es cómo llevar a cabo la definición de
nuevas pautas de diferencias aceptables, y advierte que la “cacofonía de gru-
pos intransigentes”, o sea, la disonancia de una combinación inarmónica
de voces, puede hacer que los grupos marginales pugnen por “endurecer
las fronteras” de la identidad, lo que puede desembocar en la imposibili-
dad de encontrar un espacio de articulación política. Su análisis empata
con lo que plantea Wendy Brown, quien señala que “para evitar el descon-
cierto existencial, los habitantes de la posmodernidad recurren —cómo
un débil sustituto de un análisis político más amplio— a intensas afirma-
ciones de ‘identidades’ a fin de saber y de inventar quiénes y qué son y
dónde se encuentran” (1995:35). De ahí que las políticas de la identidad
proporcionen una sensación de ubicación —y a menudo de pertenencia
o de comunidad— “sin que se requiera una comprensión profunda del
mundo en que una se encuentra situada” (1995:35). Para Brown las polí-
ticas de la identidad parecen ser “un síntoma de las rupturas y los efectos
desorientadores de la posmodernidad, y no una respuesta radical a ella”
(1995:35) y, por lo tanto, las políticas de la identidad pueden ser interpre-
tadas a la vez como una expresión de cierta impotencia y también como
un intento por repararla.
Dentro del movimiento feminista hay tendencias fuertemente
arraigadas en políticas identitarias, así como también hay posturas que cri-
tican el esencialismo que cree que la biología determina formas de pen-
sar y sentir. Creer en esencias dificulta pensar políticamente y articular
estrategias. La vigencia del pensamiento esencialista entre los feminismos

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Dolor y política

también se expresa en algunas posturas mujeristas. Mujer es un concepto


que se usa para distinguir entre hembras y machos biológicos, pero que
también encubre las múltiples diferencias que existen entre las mujeres.
Ésa es, justamente, la denuncia que hicieron desde los años ochenta y a
lo largo de los noventa las feministas llamadas de color y las de los países
del Tercer Mundo. ¿Por qué hablar de “las mujeres”, como si todas tuvie-
ran los mismos problemas, intereses y necesidades? Desde el mujerismo
se habla en nombre de las mujeres como si éstas tuvieran una posición
uniforme en la sociedad, lo cual favorece un discurso político ideológico
cercano al esencialismo: las mujeres somos, las mujeres queremos, etcé-
tera. Este discurso facilita un enganche identificatorio, pero dificulta una
práctica política radical democrática.
Hoy en día se sigue distinguiendo entre sexo (biología) y género
(cultura y psiquismo), como si no estuvieran muy intrincadas. Hay cierta
confusión conceptual entre subjetividad y psiquismo,3 y no es casual, ya
que existen traslapes entre ambos conceptos. En estas páginas hablo de
sujeto, subjetividad y psiquismo, y como éstos son conceptos que se usan
desde distintos campos del saber (psicoanálisis, filosofía, antropología y
otras ciencias sociales) creo necesario precisar a qué me refiero. Llamar
sujeto al ser humano implica aceptar que está “sujetado” y que su Yo ha
sido constituido de manera compleja, pues interviene su inconsciente,
que se identifica con, resiste o transforma las posiciones de sujeto disponi-
bles en un determinado contexto cultural, político y socioeconómico. Mi-
guel Kolteniuk (1999), psicoanalista mexicano, plantea que Freud nunca
se ocupó explícitamente del sujeto, sino que con la “nueva ciencia” del
psicoanálisis (a inicios del siglo xx) trató de demostrar que “todo acto
humano tiene un sentido” que no resulta evidente a quien lo observa, y
en ocasiones tampoco a quien lo vive. Para poder descifrar dicho senti-
do, Freud produjo un concepto, el de aparato psíquico, que remite a cier-
ta organización o estructura y a ciertas acciones (amar y odiar, imaginar,
pensar). El concepto de aparato psíquico cobra sentido si pensamos que
el actuar, incluso el afecto que es la energía que impulsa y permea ese ac-
tuar, tiene como sustrato una o varias significaciones o sentidos, a veces
coherentes entre sí y a veces no, independientemente de que la persona

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esté o no consciente de ello. Freud encuentra un sentido que puede pro-


venir de fuentes diversas: de la conciencia, del inconsciente, de la “reali-
dad psíquica” o de la “realidad exterior”, o sea del medio, de la sociedad y
de la cultura en la que nacimos o nos tocó vivir. Si bien todavía hoy resul-
ta bastante excepcional y hasta escandalosa la propuesta de que se puede
acceder a esos sentidos, incluso modificarlos, mediante la palabra, ¡imagí-
nense lo que fue en 1900!
Freud estableció, desde los inicios del psicoanálisis, una línea de
pensamiento inclinada a lo social, pues creía firmemente en la utilidad
de su teoría para analizar varios aspectos de la cultura. Él instaura el vínculo
entre antropología4 y psicoanálisis al abordar el estudio de mitos, relatos y
leyendas, convencido de que el psicoanálisis era pertinente para explicar
las instituciones culturales del orden social: la exogamia, la construcción
del Estado, la ley, el arte, la moral y la religión.5 En 1913 publica El interés
por el psicoanálisis cuyo segundo apartado trata sobre “El interés del psi-
coanálisis para las ciencias no psicológicas” y consta de ocho incisos.6 Sin
embargo, poco a poco, esa veta fue subvaluada al considerarse como “psi-
coanálisis aplicado”, y así la rica discusión sobre la inscripción de lo social
en el psiquismo fue perdiendo terreno.7 En años recientes algunos antro-
pólogos han buscado a psicoanalistas para colaborar juntos, convencidos
de la utilidad de comprender lo psíquico para la antropología.8 También
entre psicoanalistas se empieza a tomar en consideración lo antropológi-
co, en especial, en relación con el debate sobre la diferencia sexual. Han
pasado muchos años y muchos cambios sociales hasta que se logró com-
prender que en nuestra cultura la oferta social de modelos identificato-
rios se reducía a dos posiciones de sujeto valoradas y permitidas para un
ser humano: la de “mujer” y la de “hombre”. Y aunque siempre existieron
múltiples representaciones que rebasaban tal binarismo, fueron, y lo si-
guen siendo, sistemáticamente discriminadas. Hoy en día se visualiza la
fuerza de la causalidad psíquica junto con la causalidad cultural y la bio-
lógica. Las tres concurren para dar forma a las conductas humanas. Así,
biología, cultura y psiquismo se funden en la condición humana.
Hacer análisis de la cultura usando elementos de la teoría psicoa-
nalítica permite entender mejor ciertas acciones políticas, en especial al-

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Dolor y política

gunas narrativas donde las emociones y la imaginación se desbordan en


el quehacer político. En su reflexión acerca del psicoanálisis, el filósofo y
psicoanalista Castoriadis señala que, además de la realidad biológica, exis-
te una realidad psíquica, y dice que pensar la pregunta por el sujeto nos
enfrenta a una nebulosa: “estamos siempre frente a una realidad humana
en la cual la realidad social (la dimensión social de esta realidad) recubre
casi totalmente la realidad psíquica” (1990:119). Castoriadis otorga suma
importancia a la imaginación y señala que lo psíquico humano es la auto-
nomía de la imaginación. Ya lo argumentó en La institución imaginaria de
la sociedad, y lo vuelve a repetir: la imaginación radical no es la “capacidad
de ver las imágenes (o de verse) en un espejo, sino la capacidad de formu-
lar lo que no está, de ver en cualquier cosa lo que no está allí” (1990:130).
Castoriadis es contundente: “el ser humano es imaginación (imaginación
no funcional) que puede plantear como una entidad algo que no lo es: su
propio proceso de pensamiento” (1990:140). Ésa es la fuerza del psiquis-
mo. De ahí que el psicoanalista André Green, que escribe sobre la “cau-
salidad psíquica”, señale que “aunque pensáramos que la cultura modela
al individuo, no podría fundarse con independencia de la estructura psí-
quica de cada humano” (Green 1995:236). Lo que Green postula es que
aun nutriéndose de la cultura “lo psíquico procede a crearse a sí mismo”
(1995:283). Así, aunque los procesos de socialización y de aprendizaje tie-
nen un papel crucial en la constitución del sujeto, como bien señala la
antropología, el proceso de dicha constitución es mucho más complicado
porque el deseo, la fantasía y el inconsciente interaccionan para consti-
tuir (hacer) al Yo y sostenerlo. Todo esto remite a los modelos identifica-
torios que los seres humanos internalizamos.
La psicoanalista Silvia Bleichmar considera que subjetividad no es
un concepto psicoanalítico sino sociológico, y dice: “La producción de
subjetividad hace al modo en el cual las sociedades determinan las formas
con la cual se constituyen sujetos plausibles de integrarse a sistemas que le
otorgan un lugar” (Bleichmar 2003). Tanto el psiquismo individual como
la subjetividad social sufren transformaciones debido a los procesos socia-
les, pero sus tiempos de modificación son sustancialmente diferentes.
Además, muchos cambios en el psiquismo no implican cambios en la sub-

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Las identidades a la hora de hacer política

jetividad, y viceversa. Uno de los cambios más espectaculares en los suje-


tos contemporáneos es precisamente la manera en que están asumiendo
públicamente identidades disidentes del modelo binario: macho = hom-
bre y hembra = mujer. Sentirse “mujer” u “hombre” no depende automá-
ticamente de lo que la biología llama ser “hembra” o ser “macho”, sino
que lo determinante para asumir cierta posición de sujeto tiene que ver
con procesos psíquicos. La diferente sexuación de los cuerpos, la anatomía
diferenciada, tiene un papel en la psique individual como en los procesos
simbólicos colectivos. Existen resistencias para analizar cómo las creen-
cias simbólicas en torno a la diferente sexuación guían la manera como
las personas construyen su identidad. En la actualidad, al diferenciar a la
“mujer” de lo que la biología califica de “hembra” es posible considerar
“mujeres” a personas con un determinado aspecto, entre las que se encuen-
tran, junto a una inmensa mayoría de hembras que se asumen como mu-
jeres cis, un grupo de machos biológicos que se asumen “mujeres” y que
hoy reciben el apelativo de “mujer trans”.9 También ocurre que no todas
las “hembras” humanas (biológicas) se sienten “mujeres”, sino que algu-
nas asumen su identidad como “hombres”.
Estas nuevas identidades provocan en ciertos sectores sociales con-
fusión o rechazo, y generan una tensión política entre quienes aceptan la
teoría de la construcción social y psíquica del género, y quienes se aferran
a la determinación biológica para alegar que existe una identidad “na-
tural”. La perspectiva mujerista está repartida en varias tendencias del fe-
minismo y no todas comparten la postura extrema de las llamadas terf,
cuyas siglas corresponden a trans-exclusionary radical feminist. El concepto,
que se empieza a usar desde 2008, califica a un feminismo que se auto-
nombra radical y que excluye a las mujeres transexuales, pues mezcla el
hecho de nacer hembra con el de asumirse como mujer, haciendo total
abstracción de los procesos psíquicos y culturales que estructuran la iden-
tidad. Resulta complicado hacer política desde el punto de vista de la bio-
logía, y aferrarse a un dato biológico sin tomar en cuenta lo psíquico y lo
cultural ha conducido a múltiples prácticas discriminatorias. Esto lamen-
tablemente se comprueba, no sólo en los rechazos y exclusiones de mu-
jeres trans en algunos espacios feministas, sino en la transfobia social que

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Dolor y política

impulsa a ciertos hombres a esos crímenes de odio: a los asesinatos de las


mujeres trans.
Esta discusión remite a la pregunta clásica: ¿qué es una mujer? De-
nise Riley (1988) hace una atinada reflexión acerca de cómo la categoría
“mujer” ha sido construida histórica y discursivamente, y cómo siempre
es relativa. Las teóricas feministas discrepan acerca de si apelar a un suje-
to político universal —las mujeres— es un llamado esencialista. Las res-
puestas varían, pero el debate ha llevado a establecer que es importante
tanto el contexto como la manera de plantearlo: no es lo mismo un esen-
cialismo sustancialista que un esencialismo estratégico, como lo sugiere
Gayatri Chakravorty Spivak. Ella avaló “el uso estratégico de un esencia-
lismo positivista en un interés político escrupulosamente visible”,10 y eso
se interpretó de la siguiente manera: es válido que, para movilizar políti-
camente a un sector de mujeres, las convoquemos a hacer política “como
mujeres”. Ante tal postulado, se desató el debate: ¿cómo diferenciar en-
tre un esencialismo estratégico y uno sustancialista? La respuesta de Spi-
vak fue, por un lado, señalar que para que verdaderamente se trate de un
manejo estratégico, el uso político de la palabra mujer debe estar acom-
pañado de una crítica persistente, pues si no hay crítica entonces la estra-
tegia se congela en una posición esencialista y, por el otro, subrayar que
no da igual quién emplea la palabra mujer: no es lo mismo una académica
que una mujer de barrio diciendo “yo, como mujer”. Hay una diferencia
entre una mujer que se atreve a decir “yo, como mujer” en el despertar
de su conciencia ante los poderes establecidos, y una política feminista,
con años de lecturas y discusiones. El punto a dilucidar es dónde están
situadas las personas que hablan y para qué usan el concepto. El quién
y el cómo cuentan. También cuenta si quien habla asume “desde dón-
de habla”. Cuando Spivak distingue entre el esencialismo como estrate-
gia, como un recurso situacional, y el esencialismo como teoría, se está
refiriendo a una teoría encarnada, no elitista. Por eso dirigir la acción
política a las mujeres como grupo no implica, en sí misma, una visión mu-
jerista, siempre y cuando no conciba que tienen una esencia, sino que se
vea que están en un lugar social, con unas condiciones históricas determi-
nadas y con una sexuación particular.

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Las identidades a la hora de hacer política

Pese a todos los debates, todavía hoy gran parte de la política femi-
nista se construye haciendo un llamado a las mujeres en tanto mujeres. En
el mejor de los casos significa un llamado a la unidad de las mujeres. Pero
¿qué implica hablar de las mujeres como unidad política, con los mismos
problemas, intereses y deseos? En su análisis de las formas en que las muje-
res legitiman su lenguaje público, la crítica literaria e historiadora Cathe-
rine Gallagher nos recuerda que lo que sacó a las mujeres a las calles, lo
que las empujó a las distintas manifestaciones de la lucha feminista, des-
de las huelgas de hambre de las sufragistas hasta los enfrentamientos con
la policía, fue “su sentimiento de lealtad hacia una comunidad de com-
pañeras en el sufrimiento: en otras palabras, la solidaridad con un sujeto
colectivo” (1999:55). Ahora bien, admitir que se requiere de un supuesto
estratégico del cual partir, del tipo “todas las mujeres estamos oprimidas”,
para facilitar procesos de apertura y comunicación, no es lo mismo que
creer en una esencia compartida. En política se necesita una idealización
mínima para mover subjetividades y lograr cambios. De ahí que la utilidad
estratégica de promover llamados a una toma de conciencia con frecuen-
cia vista ropajes esencialistas, como la frase “tú, como mujer”. Pero pasado
ese primer momento, se requiere de un trabajo respecto al complejo dile-
ma de afirmar la importancia de la diferente sexuación sin esencializarla.
Esto se ha enriquecido con la perspectiva interseccional, que plantea que
una mujer no habla sólo como “mujer” sino también habla marcada por
una cultura, una clase social, una pertenencia étnica o “racial”, cierta se-
xualidad, una religión, en fin, una historia o posición determinada (Cren-
shaw 1995; Grabham et al. 2009; McCall 2005).
Una diferenciación muy provocadora e inteligente es la que con-
trapone “ser mujer” con “estar mujer”. Esto tiene que ver con esa “tempo-
ralidad afectiva” que en la actualidad asume la condición inacabada e
híbrida de todas las personas, que estamos troqueladas culturalmente hasta
lo más íntimo de nuestro psiquismo. Las palabras con las que expresamos
nuestros sentimientos y pensamientos son las de nuestra cultura, nuestra
clase social, nuestra pertenencia étnica, nuestro género, nuestra edad,
nuestra nacionalidad, etcétera. Indiscutiblemente el vocabulario tiene un
gran poder y el término mujer alude claramente a un sujeto colectivo. Ha-

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Dolor y política

blar desde un cuerpo de mujer permite reclamar “Nos están matando” o


“Si tocan a una, respondemos todas”. Sin embargo, el uso acrítico de mujer
conlleva un riesgo para la acción política. Por ejemplo, al estimular la idea
de que sólo una mujer puede saber realmente qué le ocurre a otra mujer,
o la exigencia de que si una mujer denuncia algo, hay que creerle porque
es mujer; dichas suposiciones son equivocadas porque plantean la posibi-
lidad del conocimiento o de la verdad en la identidad. Obvio que hay que
tomar muy en serio las denuncias que hacen las mujeres, pero no hay
que creer que “porque son mujeres” siempre dicen la verdad. Las mujeres
somos seres humanos y, como tales, cargamos los vicios y las virtudes hu-
manas en nuestra inacabada condición humana. Es fundamental la forma
en que nos expresamos: no es lo mismo hablar “como mujer” que hablar
“desde un cuerpo de mujer”. Esta tenue distinción, plena de significado,
es crucial para la forma en que se hace política. Creer que las mujeres cis,
o sea, las hembras biológicas que se asumen mujeres, son las únicas “ver-
daderas” mujeres es una vertiente más del esencialismo, que no distingue
la identidad “mujer” del equipamiento biológico de “hembra”. Y tal creen-
cia es una fuente de discriminaciones y agresiones que hay que frenar.
Para ello es importante comprender la identidad desde una pers-
pectiva no esencialista. Bolívar Echeverría hace una atinada y compleja
definición de la identidad, que vale la pena revisar. Hablando del proceso
de constitución de la cultura, este filósofo señala:

La identidad no reside, pues, en la vigencia de ningún núcleo substan-


cial, prístino y auténtico, de rasgos y características, de “usos y costum-
bres” que sea sólo externa o accidentalmente alterable por el cambio de
las circunstancias, ni tampoco, por lo tanto, en ninguna particulariza-
ción cristalizada del código de lo humano que permanezca inafectada
en lo esencial por la prueba a la que es sometida en su uso o habla. La
identidad reside, por el contrario, en una coherencia interna puramen-
te formal y siempre transitoria de un sujeto histórico de consistencia eva-
nescente; una coherencia que se afirma mientras dura el juego dialéctico
de la consolidación y el cuestionamiento, de la cristalización y la disolu-
ción de sí misma (2001:149).

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Las identidades a la hora de hacer política

Las fronteras identitarias

Cuando Brown critica “la fuerza retórica, la incoherencia teórica y los efec-
tos políticamente dañinos de la teoría social de género de MacKinnon”
(1995:xii), está criticando también su esencialismo y su mujerismo. Mac-
Kinnon sugiere —y muchas feministas coinciden con ella— que las mu-
jeres tienen mayor necesidad de igualdad social y de protección política
que de libertad. De ahí que proliferen los reclamos proteccionistas, así
como los que exigen sanciones legales. Esta postura se nutre, y vuelvo a
subrayarlo, de la tríada que señaló Halley (2006): inocencia de las muje-
res, daño a las mujeres e inmunidad de los hombres. La estrechez de mi-
ras que no visualiza las variedades humanas que existen, ni reconoce las
diferentes intersecciones que hay con la clase social, la condición étnica,
la edad, la orientación sexual y demás, reduce la complejidad y generaliza
al plantear que todas las mujeres viven el mismo daño/agravio. Así pro-
voca lo que señala Brown: “La protección legal de determinadas identida-
des consolida de manera vaga la misma conexión identidad-agravio que
denuncia” (1995:80).
Muchas feministas que hablan de “empoderamiento” lo plantean
como un objetivo a alcanzar vía la resistencia. Brown señala que “empo-
deramiento” es un “sustituto contemporáneo para hablar de libertad”
(1995:22), pero su uso tiene complicaciones pues “expresa la posibilidad
de generar las propias capacidades, la propia autoestima, el curso de vida
propio sin capitular a los constreñimientos de los regímenes de poder
particulares” (1995:22). Según esta politóloga, “los discursos contempo-
ráneos acerca del empoderamiento tienen una relación extrañamente
adaptativa y armoniosa con la dominación en la medida en que ubican
el sentimiento de valor y capacidad de una persona en el registro de sus
emociones individuales...” (1995:22). Los discursos sobre empoderamien-
to se arriesgan a crear una gran separación entre la experiencia del em-
poderamiento y una capacidad real de dar forma a los términos de la vida
política, social o económica. De hecho, la posibilidad de que alguien pue-
da “sentirse empoderada” sin estarlo conforma un importante elemen-
to de legitimidad para las dimensiones antidemocráticas del liberalismo

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Dolor y política

(1995:23). La agudización de los problemas, las tragedias personales y las


contradicciones del mundo contemporáneo producen enormes sufrimien-
tos. Pienso en todo lo que ha provocado la covid, y lo que desconocemos
que implicará, así como otros problemas cada vez más acuciantes, como
el cambio climático generado por la devastadora acción humana. Todo
ello nos confronta con crisis y desgarramientos que exceden ampliamen-
te las posibilidades de nuestro “empoderamiento” y nuestra “resistencia”,
pero no de nuestra reflexión. Ante el desamparo y el deterioro social en
los que nos encontramos, y cuando una serie de políticas equivocadas,
indiferentes o incluso de talante antifeminista, erosionan las relaciones,
¿cuál es la tarea política de las feministas interesadas en mantener los es-
pacios de reflexión y libertad que necesita el movimiento? ¿Y cómo unir
a otros grupos que también quieren una transformación social? La mayo-
ría de las personas desconocen los postulados generales del feminismo
como movimiento político e intelectual que busca la transformación de
las relaciones de poder y subordinación entre hombres y mujeres. ¿Cómo
transmitirlos y cómo lograr que compartan esa visión y se movilicen para
la transformación?
La sabiduría popular cuestiona a quienes “son farol de la calle
y oscuridad de su casa”. Muchas feministas parecen más interesadas en
transformar a las personas de fuera de su grupo que lograr un cambio in-
terno. Y sin ese trabajo interno va a ser difícil incidir en la sociedad. Es
más fácil pelearse que sentarse a hablar para llegar a algunos acuerdos, y
tal vez sería productivo recordar la propuesta del affidamento. Esta palabra
en italiano, mezcla de tener fe y depositar la confianza, la usó el grupo
de feministas de la Librería de Mujeres de Milán para plantear una idea
radical: las relaciones entre mujeres no deben ser de amor, sino de nece-
sidad. La lógica amorosa —“todas nos queremos, todas somos iguales”—
no nos permite aceptar los conflictos y las diferencias entre nosotras. Para
desmontar el sistema de pactos entre hombres que aseguran su dominio
sobre el conjunto de las mujeres es indispensable la necesidad de alian-
zas entre las mujeres. Las mujeres debemos pactar puntualmente, aun-
que luego podamos discrepar políticamente. La preocupación política
por construir nuevas relaciones entre mujeres nos hace pensar que sólo

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Las identidades a la hora de hacer política

un proceso de reconocimiento simbólico y de apoyo logrará modificar


pautas sociales y culturales muy arraigadas. Esto exige revalorar las relacio-
nes entre mujeres, lo cual es difícil pues culturalmente, por el mandato de
la feminidad, las mujeres tienen dificultades para aceptar jerarquías míni-
mamente sanas entre iguales. Es importante recordar que es posible tener
relaciones igualitarias reconociendo diferencias. La horizontalidad demo-
crática en los procesos de deliberación acerca de hacia dónde queremos
encaminar nuestra vida colectiva no impide reconocer y aprovechar polí-
ticamente las distintas características y habilidades entre nosotras.
Esas feministas italianas dicen que es evidente que muchas dispa-
ridades existentes entre las mujeres se determinan por una distribución
desigual de los bienes y las oportunidades sociales. Pero critican que este
hecho se convierta para muchas mujeres en una demanda constante de
reparación:

Ya hemos visto que la petición de reparación también puede convertirse


en una especie de política femenina; en esta versión, las mujeres, que se
suponen todas igualmente víctimas de la sociedad masculina, se dirigen
a ésta en busca de reparación. La respuesta suele ser positiva; la sociedad
no tiene mayor dificultad para reconocer que las mujeres son víctimas de
un daño, si bien se reserva luego el derecho de decidir según sus propios
criterios el modo de reparación, con lo cual el juego puede prolongarse
hasta el infinito. Por nuestras relaciones, sabemos muy bien que la pe-
tición es tan indeterminada, el sentimiento de daño tan profundo, que
no puede haber satisfacción posible, a no ser que consista precisamente
en tener derecho a la permanente recriminación (Librería de Mujeres
1991:167).

Además, ante el sentimiento de víctimas, las mujeres desarrollan:

vínculos de una complicidad aglutinadora que las defiende del odio


masculino y también evita que se odien entre sí. La defensa funciona a
condición de que ninguna intente distinguirse de las demás (Librería de
Mujeres 1991:177).

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Dolor y política

La falta de una relación valorizada, la ausencia de crítica, la carencia de


autoridad lleva a las mujeres a una incondicionalidad complaciente. Es-
tas feministas italianas critican “la actitud mental que lleva a muchas a es-
perar o pretender una aceptación incondicional por parte de sus iguales”
(1991:192), y señalan que la aceptación indiscriminada no se experimen-
ta nunca como valorizante, ni siquiera por parte de quien la necesita:

Esta manera de ayudarse, eliminando el contrato sin significar el inter-


cambio, sirve para la supervivencia y nada más, y en esta limitación está
la causa de la debilidad social del sexo femenino (1991:182).

Para desmontar este entretejido de autocomplacencia y de mirarnos en


espejos que distorsionan es preciso reconocer nuestras diferencias y dar-
nos apoyo, fuerza y autoridad, en una relación de necesidad. El affidamen-
to propone a las mujeres rechazar la seguridad aparente que da sentirnos
todas iguales y sostiene la importancia de asumir el deseo de hacer cosas:
el deseo de crear. Se trata, pues, de que las mujeres encuentren su fuerza
en la relación con el deseo, en el querer hacer de las otras. También plan-
tea una crítica profunda al discurso victimista. Y así como es importante
el reconocimiento entre mujeres, también lo es la crítica y exponernos al
juicio de las demás. De ahí que el affidamento implique simultáneamente
reconocimiento y exigencia crítica. Las feministas requerimos pasar del
apoyo que nos prestamos a una alianza política en la que haya lugar para
la diversidad y el disenso.
Por eso es tan significativa la cuestión del pacto, que perfila una
forma distinta de representación de sexo: la política feminista no se dirige
sólo hacia las mujeres, sino que quiere hacer visible la diferencia sexual.
No se trata de hablar en nombre de las mujeres. Alessandra Bocchetti
(1990) ha señalado con mucho tino esa incongruencia: “Las mujeres son
muchas, sobre todo son distintas entre sí, no son una categoría ni una clase.
No es posible la delegación. No es posible la representación” (1990:224).
¿En qué debe consistir la práctica política feminista si no podemos, ni de-
bemos, pretender representar a las mujeres? Bocchetti es muy clara: en
pensar y actuar como mujeres, o sea, en “volvernos reconocibles las unas

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Las identidades a la hora de hacer política

respecto a las otras donde quiera que nos podamos encontrar, en cualquier
ocasión que sea posible. No doy poder, pero espero que la mujer que se
encuentra en situación de elegir, en una situación decisiva y significativa, en
un lugar en el que la diferencia sexual no habla, se norme según su pro-
pia experiencia. Esto es, interrogue a fondo su vida y decida” (1990:224).
Bocchetti afirma: “Un cuerpo de mujer no garantiza un pensamiento de mujer”, e
inmediatamente aclara: “Un pensamiento de mujer puede nacer solamen-
te de la conciencia de la necesidad de las otras mujeres. Este pensamiento
es producto de relaciones. Si se alcanza a comprender esto, todo el resto es
estrategia, también la pertenencia a un partido político” (1990:222).
Si bien la diversificación y proliferación de posiciones distintas
dentro del movimiento feminista vuelven imperativo hablar de muchos
feminismos, ¿acaso no existe la posibilidad de encontrar coincidencias
puntuales y avanzar en ciertas acciones comunes? ¿Qué es lo que obstacu-
liza la construcción de acuerdos? Hace tiempo Haydée Birgin, una femi-
nista argen-mex,11 reflexionó sobre los avances y tropiezos del movimiento
feminista en América Latina, exploró las causas que impiden una mayor y
mejor articulación de los distintos grupos que lo configuran y formuló va-
liosos señalamientos relativos a sus dinámicas internas. La gran preocupa-
ción de esta abogada fue la ausencia de debate político entre las diversas
feministas latinoamericanas, generalmente debido a fuertes emociones.
Los Encuentros Feministas Latinoamericanos y del Caribe son un paradig-
ma de lo que Boaventura de Sousa Santos (1998) denomina la globaliza-
ción contrahegemónica, que nombra el proceso de organización transnacional
surgido desde la base de grupos en defensa de sus intereses comunes. Los
Encuentros, que han venido celebrándose desde 1981 cada dos o tres
años, en diferentes países de la región, son un espacio al que asisten femi-
nistas de todos colores y sabores, y sus debates internos han propiciado
desde pactos políticos hasta violentas rupturas. En un ensayo titulado
“Vivencias del Encuentro de Chile: lo personal y lo político”, Birgin anali-
zó la polarización suscitada durante el VII Encuentro que se realizó en la
ciudad chilena de Cartagena, entre el 23 y el 26 de noviembre de 1996,
donde se produjo un “corte” respecto a la dinámica de los Encuentros an-
teriores. Ella lo atribuyó a la mecánica de funcionamiento impuesta por

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Dolor y política

las organizadoras: invitar a feministas de diversas corrientes para exponer,


pero sin una verdadera posibilidad de discutir entre ellas. La imposibili-
dad de debatir fue quizá la causa principal para que se produjera el
quiebre.
Según Birgin, el mayor desafío que enfrentaban los grupos integran-
tes del movimiento feminista en la región era el de debatir políticamente.
Además, ella sostenía que la política es una actividad que se enriquece si
quienes se dedican a ella aprenden a tomar en cuenta la subjetividad, y le
sorprendía la “neura” de quienes se negaban simplemente a dialogar para
abordar los conflictos que surgen en la práctica política. En su artículo
(1997) relata que, en Argentina, la revista Feminaria organizó una reunión
para discutir lo ocurrido en el Encuentro de Chile; en aquella oportuni-
dad, algunas compañeras optaron por enviar su participación por escrito,
y se abstuvieron de acudir, para no debatir cara a cara con las adversarias.
En ese entonces yo interpreté que a muchas feministas les afecta el cruce
subterráneo de vinculaciones o agravios íntimos, y esas emociones en la
marginalidad política intensifican reacciones apolíticas. Haydée enriqueció
mi interpretación con su mezcla sui generis de formación jurídica, militan-
cia política de izquierda y experiencia psicoanalítica, y señaló que en los
Encuentros las diversas posiciones no sólo confrontan sus distintos para-
digmas políticos, sino que también ocurre que muchas activistas muestran
su propensión al acting out. Con este término se nombra en psicoanálisis
una forma de conducta, la mayoría de las veces inconsciente, que se ofre-
ce como una actuación para que otra persona la descifre. Y esa forma de
actuar es una manera de evitar la reflexión y la implicación. Ojo, digo im-
plicación y no “compromiso”. Para Birgin muchas de las “actuaciones”
feministas ponen en escena cuestiones no asumidas racionalmente, y re-
cordó que durante el VII Encuentro en Chile una disputa medular se cen-
tró en quién era más feminista, actitud que ya había sido denunciada —y
supuestamente descartada— antes, en el IV Encuentro que transcurrió
en Taxco.
En ese Encuentro en México (1987) un grupo de feministas de
varios países, que llevábamos más de quince años de activismo, nos reu­
nimos en un taller para reflexionar sobre los obstáculos externos y las

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Las identidades a la hora de hacer política

trabas internas de la práctica política del movimiento feminista latinoa-


mericano. Hicimos un documento titulado “Del amor a la necesidad”,
donde planteamos que en el movimiento habíamos desarrollado una ló-
gica amorosa que nos defendía de tener que reconocer los conflictos y
las diferencias. Desde entonces señalamos que, para desmontar este en-
tretejido, era necesario operativizar o instrumentar a nuestra manera la
propuesta de las feministas italianas: pasar a una relación de necesidad y
aceptar la crítica; además, en el documento analizamos los diez “mitos”
que circulaban entre nosotras.12 En ese Encuentro también se denunció
la existencia de un “feministómetro”, que pretendía distinguir entre las
“verdaderas” feministas y las que no lo son tanto, y que alentó las inauditas
explosiones de intolerancia y sectarismo que desembocaron en actos de
violencia. Y aunque muchas compañeras se desmarcaron de esa dinámica
bajo el epíteto “ni las unas ni las otras”, el saldo final reafirmó la polari-
zación entre dos grandes tendencias. A Birgin le intrigó que la rivalidad
entre las feministas hubiese llegado a extremos que rayaban en el absur-
do y sospechó que había algo más que diferencias políticas. Aunque en
la densidad emocional de la disputa veía condicionamientos ideológicos
polarizados o excluyentes, ella intuía algo inasible que desempeñaba un
papel fundamental en la disrupción. Alegando la defensa de una supues-
ta esencia feminista, un buen número de concurrentes al Encuentro se
ensañó con sus pares, en lo que parecía una actitud antipolítica más que
una toma de posición política. Ante esa situación decepcionante, Birgin
concluyó que cuando existe tal abismo entre lo que se dice que se pien-
sa y lo que verdaderamente se piensa, y que impregna lo que se hace, re-
sultaba más productivo dejar de rastrear una racionalidad política en el
contenido de las posturas, pues la explicación se debía buscar en las sub-
jetividades. A los escollos políticos ya existentes se suman los consabidos
conflictos provocados por la vivencia religiosa de la política, con sus po-
siciones mesiánicas, sus cismas y sus sacerdotisas que, junto a la multipli-
cidad de concepciones y niveles de conciencia, obstaculizan debatir las
visiones opuestas. Si a esta problemática le añadimos los típicos proble-
mas de rivalidad entre mujeres, con las envidias y el narcisismo de las pe-
queñas diferencias, no es extraño que se imposibilitara la preservación

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Dolor y política

del Encuentro como un espacio de diálogo. Desde su anhelo de que el


movimiento feminista desarrollase procesos más abiertos, y también más
eficaces, cobra hoy notoria relevancia el señalamiento de Birgin de que
había que pensar psicoanalíticamente para actuar políticamente. En otras
palabras, cuando las políticas excluyen los problemas de las subjetividades
acaban excluyendo a las personas.
A pesar de lo frustrantes que habían sido los últimos Encuentros
Feministas Latinoamericanos, Birgin siguió aferrada a tratar de lograr
una dinámica democrática: “lo único importante es preservar los espacios
y aceptar las diferencias” (1997:341) y consideró que esas prácticas exclu-
yentes e intolerantes eran el resultado de un proceso de reproducción de
“fronteras identitarias”.13 Las diferentes posiciones de las feministas, que
reflejan visiones políticas con objetivos distintos, también expresan emo-
ciones que cobran relevancia en el espacio político del movimiento. Por
la carga emocional es que cuesta tanto trabajo resolver las diferencias po-
líticas. Birgin concluyó que si la interacción en las fronteras es lo especí-
fico del conflicto entre las activistas feministas, en la tarea de analizar las
estrategias y transacciones personalizadas de los grupos feministas habría
que explorar la forma en que se construyen y mantienen las fronteras
identitarias entre las personas y los grupos. En el movimiento feminista
frecuentemente las integrantes se alinean a determinadas figuras con las
que se identifican emocionalmente y así definen sus pertenencias gru-
pales. En ese proceso se arraigan filias y fobias personales y, por ende, la
comunalidad grupal se sostiene más por un mantenimiento de esas fron-
teras identitarias que por definiciones políticas o teóricas. Esta dinámica
identitaria confronta a algunas compañeras que pueden tener múltiples
coincidencias políticas, solamente porque pertenecen a grupos distintos.
El antagonismo político es urdido por las emociones de las personas que
interactúan, y no necesariamente por una distinta postura ideológico-po-
lítica. En esos procesos identitarios tan personalizados, muchas activistas
quedan atrapadas en rivalidades que no se pueden sostener con argumen-
tos sólidos. En las interacciones se reproducen diferencias que no son sig-
nificativas, sino que constituyen un mero reflejo de fronteras identitarias
ya existentes, que condicionan la toma de partido. Y aunque los grupos

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Las identidades a la hora de hacer política

argumentan la existencia de perspectivas políticas distintas, lo que verda-


deramente dificulta establecer un debate político en el interior del movi-
miento son precisamente esas fronteras que convierten cualquier intento
de deliberación en una estéril confrontación que impide lograr acuerdos
mínimos.
La persistencia de estas fronteras identitarias por encima de las di-
ferencias políticas explicaría por qué se mantienen las enemistades, pese
al flujo constante de activistas y a los cambios y aprendizajes durante el
proceso. La identidad es una vía de dos sentidos: involucra al mismo tiem-
po al nosotras y al ellas. Encerrarse en determinada identidad produce for-
mas de exclusión, y el énfasis en el nosotras produce situaciones donde se
confunde la postura feminista con la pertenencia a un grupo. La iden-
tidad tiene tal potencia movilizadora porque es la constitución —en la
práctica— de la diferencia y la similitud humanas, entremezcladas e in-
separables. Al pertenecer a un grupo, la integrante acepta el juicio de las
demás, y anhela ser aceptada y valorada por las otras. Todas las personas
requieren determinado reconocimiento por su práctica política, y de ma-
nera similar las feministas necesitan, más o menos, una reafirmación de
pertenencia grupal. La renuncia a la propia postura política surge cuando
las demás la califican ostensiblemente como equivocada, o cuando coinci-
de en demasía con la identidad de “las otras”. Esta problemática es parte de
“la política de la identidad”, que favorece que en los grupos se encaucen
inquietudes políticas y vitales sin la necesaria separación entre el hacer y
el ser (Bondi, 1996). Atrincherarse en las fronteras de la identidad pro-
duce falsas oposiciones y confrontaciones personalizadas, además de que
obstaculiza el desarrollo de una práctica política más amplia, necesaria
para avanzar en espacios y demandas. Según las formas organizativas que
se den, un grupo puede convertirse también en una limitación del creci-
miento personal dentro de ese grupo. En algunos grupos feministas cues-
ta mucho discrepar y la autocomplacencia frena la crítica y el desarrollo
político. No se trata de negar la legitimidad de dilucidar políticamente las
diferencias, pero si realmente se desea participar en la construcción de
lo común, también hay que reconocer las diferencias en lo que tienen de
riqueza. En esa tarea es imprescindible tomar en consideración el papel

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Dolor y política

determinante de la subjetividad humana, en especial de las emociones, en


el quehacer político, pues no siempre es manejable.
Las “fronteras identitarias” son un aspecto fundamental de la di-
námica de todos los grupos y es muy importante evitar que se vuelvan un
obstáculo para la aspiración de construir un espacio de articulación polí-
tica. El hecho de formar parte del movimiento feminista no implica por sí
mismo la aceptación de la pluralidad existente y el potencial emancipa-
dor del feminismo, que se fortalece con la distinción de las diferencias, se
debilita cuando entramos en el narcisismo de las pequeñas diferencias
(Freud 1910), con la hiperradicalización de su particularismo. Por eso,
como bien señala Arditi, aunque la política de la identidad nos ha hecho
más sensibles a la micropolítica y nos ha fortalecido en nuestro derecho a
ser diferentes, también ha desencadenado consecuencias negativas. Entre
las limitaciones de una política arraigada en la identidad está el riesgo de
que las activistas solamente inviertan sus energías “dentro” de su grupo,
desinteresadas en articularse con otros grupos y construir un proyecto co-
mún. Así, la dinámica interna se convierte en un fin en sí misma, hacien-
do de lado objetivos compartidos de lucha. Además, la excesiva radicalidad
de las “revolucionarias” que, como suele también ocurrir, contiene elemen-
tos de una necesidad psíquica independiente de la lógica política, frena la
disposición a construir acuerdos mínimos. Esta inquietante conducta ha
surgido una y otra vez en los espacios feministas. Siempre hay activistas
que se intoxican con su propio radicalismo y, embriagadas por la “identi-
dad”, acaban por no tener gran interés en construir avances en la vida pú-
blica del país. La ideología mujerista, con su visceralidad identitaria y sus
dinámicas de encapsulamiento produce grupos de “cómplices” que grati-
fican mucho en el plano personal, pero corren el riesgo de convertirse en
ghettos, donde se produce la doble vertiente de ensimismamiento identita-
rio: victimista y narcisista. Esto ha ocurrido entre quienes, desde un discur-
so que ensalza “la autonomía” del grupo, arremeten contra otras opciones
o las desacreditan, como ha pasado con las feministas que han buscado
una mayor presencia y representación política de las mujeres en las insti-
tuciones. Y un tema espinoso es el de cómo, en ocasiones, cuando una
compañera llega a ocupar un lugar en alguna institución gubernamental,

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se genera respecto a ella cierta desconfianza política, como si el mero he-


cho de ocupar un lugar institucional la desposeyera de su compromiso o
trayectoria. Incluso cuando ha sido votada para ser nuestra representante,
al salir del grupo y cambiar de lugar, muchas compañeras ya sólo la ven
como parte del partido o del gobierno.

Otras formas de ser feminista

A lo largo de estos años se ha dado una profesionalización de la interven-


ción feminista en la vida pública: algunas feministas ocuparon espacios
destacados en los partidos políticos y en el gobierno, mientras que otras se
integraron a comisiones gubernamentales de trabajo o a consultorías
para los partidos políticos y las dependencias gubernamentales; unas más
establecieron alianzas con partidos y llegaron al Congreso. Estas “feminis-
tas de la gobernanza”,14 insertadas en estructuras de gobierno y en los par-
tidos, participan en procesos locales y mundiales, como los Foros de la
onu, interesadas en influir en coyunturas electorales e impulsar una agen-
da común. Así, desarrollando sus intervenciones feministas en la realpolitik
han creado espacios plurales, como Avancemos un trecho y Mujeres en Plural,
donde feministas de distintas orientaciones junto con mujeres de los par-
tidos políticos han llegado a acuerdos puntuales, y han logrado instalar
las acciones afirmativas y la paridad en puestos políticos y gubernamenta-
les.15 Indudablemente estos procesos no han estado exentos del oportu-
nismo político de unas cuantas que, con la bandera de “soy mujer”, han
aprovechado las acciones afirmativas o la paridad para la autopromoción,
sin asumir las causas del feminismo o, incluso, con posturas antifeminis-
tas. Sin embargo, son innegables ciertos avances puntuales debidos a una
red feminista de mujeres políticas y funcionarias, capaces de incidir en las
políticas públicas y en las decisiones legislativas. Pero en lugar de visuali-
zar a estas feministas “institucionalizadas” como aliadas, distinguiendo a
las verdaderamente comprometidas de las arribistas, en un sector del mo-
vimiento se ha producido un descrédito de lo que implica la participación
en la política institucional. Incluso en esa crítica se incluye a las feministas

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Dolor y política

que deciden participar en asociaciones ciudadanas constituidas jurídica-


mente (llamadas también organizaciones no gubernamentales, ong).16 Al
contar con un salario y dedicarse totalmente a su militancia comprome-
tida, constituirse como asociaciones ciudadanas no sólo les permitió a
muchas activistas hacer compatible su sostenimiento económico con sus
convicciones políticas, sino que además configuró un estilo de trabajo
que favoreció el crecimiento de las bases del movimiento amplio de mu-
jeres. Muchas de estas asociaciones impulsaron procesos de educación y
capacitación a grupos de mujeres indígenas y de sectores populares, ade-
más de que colaboraron en la formación de redes de apoyo con diversos
grupos de mujeres a lo largo y ancho del territorio nacional. Con el tiempo
algunas de estas ong desaparecieron o se transformaron, y sus integrantes
se incluyeron en otros proyectos desde donde siguieron colaborando con
sus causas. Este modelo de intervención, que no implica en sí mismo una
renuncia a los ideales, permitió avances que beneficiaron considerable-
mente a las mujeres. Hoy en día varias ong dan acompañamientos de
distinto tipo a mujeres que viven violencias, e incluso litigan jurídicamen-
te sus casos, y muchas otras persisten en la lucha por legalizar el aborto
en las treinta entidades donde no existe la Interrupción Legal del Emba-
razo (ile).
Cuando Chantal Mouffe analiza las minorías activas en democra-
cia, encuentra que hay un conjunto de ellas que “no aspiran a transformar-
se en una mayoría y que desarrollan un poder que se niega a convertirse
en gobierno” (2014:81). Ella contrapone esa postura crítica, que hace un
“éxodo” de las instituciones, con otra, que se involucra de manera ago-
nista en ellas. La perspectiva que Mouffe tiene sobre la política radical
es la de que es indispensable provocar una profunda transformación de
las instituciones a través de “una combinación de luchas parlamentarias
y extraparlamentarias, con el fin de convertirlas en un vehículo para la
expresión de la diversidad de demandas democráticas” (2014:85). Desde
su convencimiento de que hay que transformar las instituciones para que
cumplimenten las demandas que la ciudadanía exige en una democra-
cia, ella respalda el “involucramiento crítico agonista con las institucio-
nes” (2014:85).

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Las identidades a la hora de hacer política

Stuart Hall también alude al involucramiento crítico cuando rela-


ta el conflicto que las personas de izquierda tienen ante la institucionaliza-
ción, y lo hace primero refiriéndose al campo de los Estudios Culturales:

La institucionalización es inevitable y riesgosa a la vez, y es imposible


oponerle resistencia, pues si deseamos participar en la lucha por definir
las herramientas conceptuales y los recursos que la gente tendrá a su dis-
posición para comprender el mundo, forzosamente querremos ejercer
cierta influencia institucional (2011:20).

Más adelante, Hall hace una precisión más dirigida al campo de la política:

Sin embargo, en el momento en que te abres a la institucionalización re-


sulta evidente que el riesgo de que seas cooptado es enorme. Te dicen:
“De acuerdo, puedes venir con nosotros, pero obviamente debes pagar
un precio”. En mi juventud, cuando yo era un militante radical cercano
a la New Left, siempre decíamos: “¡Dentro del Estado y en contra de él!
¡Debes estar dentro porque sólo puede lucharse desde dentro! Pero de-
bes moverte constantemente, y jamás aceptar algún tipo de encierro!”
(2011:20).

La “institucionalización” no conlleva a traicionar principios, aunque es in-


dudable que, como todo en la vida, hay de ong a ong. Una cosa es crear
una organización como una manera de recibir un financiamiento, y otra
es tener una causa y para alcanzar cierta meta usar esa estructura de par-
ticipación ciudadana. Cuando se quiere cambiar el mundo no se puede
hacer todo al mismo tiempo; hay que elegir un componente y tomar una
vía. Muchas feministas que empezamos en los setenta queriendo “hacer la
revolución” para principios de los años noventa nos concentramos en lo-
grar ciertas reformas fundamentales mientras llegaba la gran transforma-
ción. En el proceso de conseguir cambios concretos también influyó eso
que José Aricó (1991) llamó la dimensión proyectual del ser humano. Para
Aricó existe un mundo de fantasía y de sueños, y otro de necesidades; so-
bre este último —el mundo de las necesidades— se monta una dimensión

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Dolor y política

proyectual que es siempre limitada. Aricó decía que el exceso de discurso


utópico liquida la posibilidad de amar lo posible, y sin algo de adhesión a
lo posible, de búsqueda de lo posible, no podemos hacer de la política
una dimensión humana. Desde tal visión, varias feministas se reunieron
con el propósito de producir algunas transformaciones importantes en
las vidas de las mujeres, y algunas lo lograron, con mucho trabajo, por
cierto. Sí, hacer política desde la institucionalización de una ong y de
cara al mundo de las necesidades requiere muchas horas diseñando pro-
yectos, asistiendo a innumerables reuniones, haciendo cabildeo, presio-
nando a partidos y a dependencias gubernamentales, convocando actos
para respaldar la participación ciudadana y, algo muy desgastante, consi-
guiendo financiamiento para sostener un activismo comprometido y au-
tónomo de los partidos y el gobierno.
En América Latina también surgió esa contraposición que señala
Mouffe entre quienes apuestan por el “éxodo” de las instituciones y quie-
nes lo hacen por el “involucramiento crítico” en ellas, pero aquí se formuló
en otros términos. En el VI Encuentro Feminista en El Salvador, en 1993,
es donde una distinción entre “autónomas” versus “institucionales” cobró
fuerza y derivó lamentablemente en un antagonismo que se mezcló con ri-
validades personales. Las autónomas decían desconfiar de la relación con
las instituciones debido a que ello podía acabar en cooptación, y como se
temía la pérdida de la pureza principista, las exigencias también deriva-
ron en purgas internas.17 Muchas de las calificadas de “institucionales” ni
siquiera estaban dentro de instituciones gubernamentales o partidarias,
sino que eran activistas que se organizaron en asociaciones ciudadanas
para incidir en temas puntuales. Cuando algunas empezaron a recibir
apoyo de la cooperación internacional, surgió un nuevo conflicto: el fi-
nanciamiento de esa forma de trabajo.18 A pesar de que también muchas
autónomas recibieron financiamiento para sus proyectos, un leitmotiv que
usaron contra las “institucionales” fue se “vendían”. ¿Qué no todas las per-
sonas vendemos nuestra fuerza de trabajo?
Pese al potencial emancipador de la sociedad civil cuando se or-
ganiza, ha sido desalentadora esta contraposición entre “autónomas” e
“institucionales”, y eso que surgió una tercera postura: “ni las unas ni las

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Las identidades a la hora de hacer política

otras”.19 ¿Hasta dónde es factible que los grupos y las colectivas anticapi-
talistas, antipatriarcales y antirracistas desatoren los obstáculos que siem-
bran de piedritas —y piedrotas— el camino hacia una transformación
democrática radical? Creo que un elemento indispensable para construir
una mirada crítica es el uso de la teoría feminista. Cuando digo “teoría
feminista” aludo, centralmente, a un cambio de paradigma que propone
una lectura nueva sobre la condición humana, pero obvio que hay mu-
chas teorías feministas. Sin duda debatir entre distintas posiciones a partir
de las propias experiencias representa algo muy atractivo, pero también
puede ser muy enriquecedor hacerlo tomando en consideración ciertos
debates teóricos que las feministas dan en las ciencias sociales, en la filo-
sofía política, en el psicoanálisis y en otras disciplinas. Si bien la teoría en
sí misma es valiosa, para quienes estamos en un movimiento político se
vuelve un recurso fundamental. La teoría no es un lujo, es una necesidad,
pues permite comprender asuntos que están en el ambiente, nombrar
cuestiones que están en el aire y articularlas políticamente. La capacidad
para percibir se potencia cuando hay una mirada teórica. Sin embargo,
hay feministas que rechazan la teoría, convencidas de que es elitista o irri-
tadas por cómo escriben algunas académicas. Además, valorar la teoría no
supone devaluar la práctica: necesitamos las dos. Así como es necesario
aprender de activistas cuyo criterio y agudeza política no se desprenden
de lecturas sino de su práctica, también lo es compartir un piso teórico
que vaya más allá que un intercambio de ideas. Con frecuencia las urgen-
cias políticas han relegado a un segundo plano la discusión de las teorías
que sostienen esas prácticas. También situarse en el extenso terreno del
debate teórico genera cierto rechazo a algunas feministas, pues temen
que el feminismo aparezca como algo subsumido, secundario o condicio-
nado por el pensamiento patriarcal. Pero contar con teoría para hacer
política es fundamental, pues si entramos a la arena del debate desarma-
das teóricamente, no será extraño que lo que primen sean los argumen-
tos personalizados.
Las feministas aliadas, que compartimos el proyecto de radicaliza-
ción de la democracia y las que aportamos desde diversas posiciones a las
metas del movimiento, en general tenemos que mejorar nuestra posición

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Dolor y política

en el orden político existente, al mismo tiempo que pretendemos trans-


formar ese orden. Ante la naturaleza inherentemente conflictiva (agonis-
ta) de las interacciones políticas con otros grupos, resulta muy útil abordar
planteamientos centrales del pensamiento político contemporáneo y, si-
multáneamente, interpretaciones puntuales de las teorías y estudios de la
subjetividad. Reconceptualizar nuestra práctica política tomando la iden-
tidad no como una esencia irreductible, sino como una posición que se
asume con elementos conscientes e inconscientes, facilita enfocarse en el
lugar que se ocupa, lo cual permite ver a las otras personas que están alre-
dedor. Poner el énfasis en el “dónde” —en la posición— permite pensar
de manera distinta cuestiones sobre la identidad (Bondi 1996). Y al cam-
biar la pregunta sobre la identidad por una pregunta acerca del lugar o la
posición se favorece una preocupación sobre las relaciones entre diversos
tipos de identidades y, por lo tanto, sobre la posibilidad de desarrollar una
política de alianzas, basada en afinidades y el desarrollo de coaliciones.
Pero para generar coaliciones y articularnos por metas concretas,
habría que erradicar de nuestras intervenciones algunas actitudes arbitra-
rias que circulan en los distintos grupos y colectivas del movimiento. En
nuestro funcionamiento relacional aparece con frecuencia lo que Carlos
Pereda (1999) califica de la “razón arrogante”. Este filósofo uruguayo ana-
liza la arrogancia como una característica de la identidad que se constru-
ye a partir de ciertas estructuras culturales y de un modelo de actuación
que se autoafirma al discriminar lo que no entiende o desconoce. Pereda
caracteriza la arrogancia como un mecanismo para separarse y separar,
para defender jerarquías que se consideran indiscutibles, y ubica buena
parte del conflicto que produce la arrogancia en la dificultad del reco-
nocimiento del otro. Como expresión del pensamiento cerrado, como
desprecio por la razón de las demás personas, la arrogancia conduce al
prejuicio. “Por eso en la arrogancia se conforma uno de los dispositivos
más eficaces de inmunización en contra de las reales o posibles interpela-
ciones del otro. Porque la o el arrogante se considera por encima de quie-
nes lo cuestionan para vacilar y ponerse a discutir, a dar razones, a ofrecer
argumentos” (Pereda, 1999:13). Según él, la “razón arrogante” es una for-
ma del espíritu sectario, que no acepta más que cómplices. Las sectas

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tienen lo que Pereda denomina sus blindajes teóricos, y él plantea que la re-
gla del sectarismo es: Siempre es bueno más de lo mismo (1999:14). Este filó-
sofo también advierte: “No olvides que cualquier tipo de querencia posee
un techo, un límite: más allá de él habita la aridez o la locura; en ambos
casos, poco a poco o de súbito, comienza el sinsentido” (Pereda 1999:17).
El mensaje es claro: persistir ciegamente en cualquier idea o “querencia”,
sin abrirse a otras, conduce a la infecundidad o al agotamiento. Sin em-
bargo, lo alentador es que esta actitud se puede modificar con autocrítica
e interlocución. Por eso el desafío feminista demanda algo que cada una
de nosotras puede hacer desde hoy, y sin mayores requerimientos que una
voluntad distinta: despojarnos de la “razón arrogante” que ha nutrido du-
rante ya demasiados años muchos de los encontronazos y desaires entre
feministas.
Todas las tendencias del feminismo hemos hecho demasiadas co-
sas buenas como para no poder dialogar y articularnos entre nosotras.
Desde nuestras organizaciones y redes hemos transformado la cultura y la
política, y hemos modificado el orden doméstico al introducir una nueva
perspectiva sobre las distintas relaciones entre los seres humanos. Hemos
cambiado leyes y establecido acciones antidiscriminatorias. Sin embargo,
con frecuencia permanecemos troqueladas por habitus que nos atan a for-
mas rudimentarias de rivalidad e, incluso, de agresión entre nosotras. En
este panorama, no hay que olvidar que una de las fortalezas más impre-
sionantes que genera el feminismo es el encuentro comprometido que
se logra establecer entre mujeres. Como dice Clare Hemmings, el afecto
“produce una cohesión comunitaria interna y externa que es difícil de re-
sistir” (2011:21). La capacidad de desarrollar relaciones de apoyo y víncu-
los de afecto transforma las vidas, las subjetividades y genera procesos de
politización. Eso lo encuentra la psicóloga social Araceli Mingo (2020),
que entrevistó a estudiantes de ffyl que hablan de cómo cambió su vida
por la presencia comprometida de sus compañeras. En una entrevista a
una joven apoyada por la Red No Estás Sola (rednes), la investigadora
consigna cómo la marcó la experiencia con el grupo de activistas:

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Dolor y política

[Era] como saber de pronto que podía tener un respaldo con alguien si
me volvía a pasar algo. Era como eso, como justo eso, ¡no sentirse sola!,
¡no estar sola! Y eso fue… [Ellas] me dan fuerza… A veces [cuando las
busco] no sé qué decirles, pero… simplemente estar ahí… Creo que eso
es lo más importante que me han dado y que no se documentan más que
las protestas, pero… esa experiencia… y los vínculos (Mingo 2020:16).

Sí, la experiencia afectiva y solidaria de los “pequeños grupos”20 es una


gran riqueza que hay que preservar. Pero, al mismo tiempo, no hay que
mistificarla y creer que en ellos no surgen dinámicas que llegan a lastimar
a sus integrantes. Hay mucho escrito acerca de las dinámicas grupales,21
incluso hay una vertiente inquietante de la dinámica grupal que Freud
analizó como la actuación que se da en masa. En su artículo “Psicología
de las masas y análisis del yo” (1921), el padre del psicoanálisis ofrece una
explicación acerca de cómo un ser humano actúa de manera enteramen-
te diferente de la que se esperaba cuando se encuentra en una colectivi-
dad que ha adquirido la propiedad de una “masa psicológica” (1984:69).
Freud interpreta esta forma de acción colectiva no como perteneciente
al campo de lo patológico, sino como algo integral a la trama de nuestra
cultura, que opera con los mecanismos psíquicos de identificación e idea-
lización propios de cada ser humano. La manera en que muchas feminis-
tas se atreven en grupo a hacer y decir lo que no harían ni dirían sin la
presencia del grupo es un ejemplo típico de tal dinámica. Pero si bien hay
que estar atentas a ese fenómeno grupal, no hay que pensar que todas las
activistas que protestan en el espacio público actúan así. En concreto, las
movilizaciones que estamos presenciando hoy en México son otra cosa.
Las manifestaciones feministas de dolor e indignación por las múl-
tiples violencias que no paran son una expresión pública de hartazgo, por
los altos niveles de impunidad que existe, y también son fruto de una gran
decepción política. Que en la Ciudad de México las activistas tuvieran que
hacer una acción mediática, como la de esparcir diamantina a la figura de
una autoridad y hacer destrozos para finalmente ser vistas y escuchadas
por los medios de comunicación; que en la unam las universitarias tuvie-
ran que hacer una huelga de más de cinco meses para que las autoridades

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consideraran la violencia de género una falta grave, nos habla del nivel de
descomposición social y política que existe, y de lo acuciante que resulta
fortalecer una política feminista.
Si algo me queda claro es que así como los medios de comunica-
ción y las autoridades deberían hacerse una autocrítica por su ceguera y
sordera, también la izquierda y nosotras, las feministas, la tendríamos que
hacer. Y un punto que dejo planteado es el de hasta dónde la ardua la-
bor de construir estrategias feministas de intervención política requiere ir
más allá de la reivindicación identitaria. Wendy Brown argumenta que el
objetivo de un feminismo de izquierda es ir más lejos que la mera denun-
cia de las injusticias contingentes, y destaca especialmente la importancia
de asumir “posiciones limitadas temporalmente y plenamente refutables
sobre quiénes somos y cómo debemos vivir” (1995: 48). Dado que las emo-
ciones vinculadas a la identidad inciden con fuerza en la forma de hacer
política y en la dinámica de los grupos feministas, pues la identidad tiene
que ver con eso que se denomina subjetivación (o sea, con el proceso por el
cual las personas se convierten en sujetos de procesos sociales y, al mismo
tiempo, están sujetos a sus efectos), un desafío autocrítico sería el de dar-
le una pensada en serio a eso que Brown califica como “asumir posiciones
plenamente refutables sobre quiénes somos”.

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5
De emociones, ideología y política

E n el entramado de explotación, discriminación y opresión, donde la-


mentablemente también circulan la indiferencia y el secreto, y abun-
da la alienación, los feminismos han librado con relativo éxito luchas en
contra del sometimiento de la subjetividad, por la liberación de la sexua-
lidad y por el reconocimiento de todas las identidades. Pese a la terri-
ble incertidumbre actual y la gran precarización, cada vez más feministas
se proponen impulsar un proyecto emancipatorio, anticapitalista, anti-
patriarcal y antirracista, capaz de reparar los desgarros y horrores que
vivimos. Un desafío que he venido sugiriendo es el de construir articu-
laciones que sumen, pues además de las dificultades inherentes a las di-
versas modalidades de las subjetividades feministas hay que enfrentar los
obstáculos ideológicos que abren grietas entre nosotras.
Un buen ejemplo de cómo la ideología se mezcla con las emocio-
nes, y abre esas grietas que afectan políticamente al feminismo es el de las
distintas valoraciones feministas ante los intercambios sexuales que se ha-
cen por dinero, nombrados como trabajo sexual o “prostitución”.1 El asun-
to ha generado varios conflictos dentro y fuera del movimiento feminista, y
es materia de un desacuerdo antagonista. Empiezo por precisar mi posi-
ción al respecto. Parto de la idea de que en nuestra sociedad existen dos
tipos de intercambio sexual, uno que se puede categorizar como expresivo
cuando se involucra la erotización, y otro llamado instrumental, cuando se
realiza el acto sexual para conseguir algo de otro orden. En este segundo
caso suele darse una situación de desigualdad y, en ocasiones, incluso una
forma de ejercicio de poder que implique coerción. Estas dos formas de

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intercambio sexual están presentes en nuestra sociedad y están moldea-


das por la doble moral sexual vigente en los mandatos culturales: el de la
feminidad, que valora la castidad, el recato y la fidelidad, y el de la mascu-
linidad, que aprecia las “proezas sexuales” y la variedad de parejas o parte-
naires. En nuestra cultura esta dualidad se ha “naturalizado” y, en distintos
sectores de la sociedad, circula la creencia de que el sexo es una necesi-
dad de los hombres que las mujeres satisfacen.2 Si dejamos de lado todas
las alianzas económicas y políticas que fundan la elección de pareja, es muy
común que las mujeres lleven a cabo intercambios instrumentales de
sexo. Obvio que también hay mujeres que establecen intercambios sexua-
les expresivos pese a que no les resulta fácil asumir su deseo en una socie-
dad que condena la sexualidad femenina que se lleva por fuera de una
relación estable, y que divide a las mujeres en “decentes” y “putas”. El es-
tigma de “puta” tiene una potencia negativa inmensa, y no hay denomina-
ción equivalente para descalificar y estigmatizar la conducta heterosexual
de los varones.3 Hay mujeres que cobran abiertamente por los intercam-
bios instrumentales de sexo y otras que entran en un amplio conjunto de
“arreglos” que van desde recibir regalos a obtener promociones laborales.
Indudablemente no todos los intercambios instrumentales son iguales, y
muchos son abusivos. No es lo mismo la actriz que se acuesta con el direc-
tor o el productor, que una mujer refugiada a quien una autoridad le exi-
ge “favores sexuales” para darle “protección” o comida, como tampoco
lo es la situación de la obrera que busca conservar el puesto de trabajo o
la empleada que consigue así un aumento de salario. También hay inter-
cambios de tipo instrumental en relaciones de pareja, incluso dentro del
matrimonio. Esa sexualidad instrumental (“tengo sexo contigo para con-
seguir algo”), distinta de la sexualidad expresiva (“tengo sexo contigo
porque te deseo”), es parte de los usos y costumbres de siempre. Hoy
también se habla de sexo transaccional para nombrar el intercambio instru-
mental.
Tradicionalmente las mujeres han usado —y lo siguen haciendo—
su capital erótico (Hakim 2010) para obtener seguridad, ascenso laboral,
riqueza o, incluso, para sobrevivir. ¿Hay que acabar con esas transaccio-
nes, esos intercambios instrumentales? No lo sé. Sin duda sería genial que

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De emociones, ideología y política

todos los intercambios sexuales fueran “expresivos”, que todas las relacio-
nes sexuales siempre fueran por deseo. Pero eso es una utopía o, al me-
nos, es imposible de realizarse a corto plazo por varias razones, entre la
que destaca la situación económica. Para erradicar las transacciones de
servicios sexuales por dinero habría que lograr que la propuesta de un
“ingreso mínimo vital” fuera una realidad o, si no, que al menos viviéra-
mos en un sistema social que garantizase a todo ser humano acceso a lo
que la Organización Internacional del Trabajo (oit) califica de empleos
“decentes”, término que no tiene nada que ver con el moralismo sino con
condiciones dignas de trabajo, seguridad social, horarios y vacaciones. Tal
vez esto reduciría la cantidad de personas que viven del trabajo sexual,
aunque seguramente habría otras que lo seguirían realizando no por ra-
zones de orden económico, sino como una decisión de otro orden.

Las guerras en torno a la sexualidad

El trabajo sexual es una actividad que llevan a cabo todo tipo de seres
humanos, con orientaciones heterosexuales, homosexuales y bisexuales,
y desde identidades de género cis, trans y disidentes. Desde finales de la
década de 1960 e inicios de la de 1970, la libertad sexual de las mujeres
fue una reivindicación sustantiva de las feministas, y desde muy temprano
surgieron en países del Primer Mundo profundas diferencias en la con-
ceptualización de la llamada prostitución: de un lado, unas feministas de-
nunciaban la brutal comercialización de los cuerpos de mujeres por el
patriarcado capitalista, mientras que otras denunciaban la hipocresía y
el puritanismo, y defendían los derechos de las trabajadoras sexuales.4 Ha
pasado medio siglo y ambas posturas se siguen confrontando en el marco
de lo que se llaman las guerras en torno a la sexualidad (Sex Wars),5 sin que se
hayan podido eliminar totalmente los claroscuros y ambigüedades de los
argumentos expuestos hasta ahora. En esta disputa feminista, que se lleva
a cabo en todo el mundo, se juegan concepciones ideológicas en el mar-
co de una política transnacional a cargo de un grupo de feministas de la
gobernanza (Halley et al. 2018) que comparten la visión de las dominance

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Dolor y política

feminists y que, desde sus puestos de influencia como la onu y ciertos go-
biernos, intentan eliminar el comercio sexual. Un recurso utilizado en tal
política ha sido la fusión discursiva que se establece entre el trabajo sexual
y la trata, respaldada por una narrativa victimizante, como la de Kathleen
Barry6 y Catharine MacKinnon. Barry, fundadora de la Coalition Against
Trafficking in Women (catw), construyó una espiral de significación al
sostener que con el término comercio sexual se oculta la esclavitud sexual de
las “prostitutas”. MacKinnon dará sustento a este deslizamiento de senti-
do usando una retórica impactante: “las mujeres son prostituidas preci-
samente para ser degradadas y sometidas a un tratamiento cruel y brutal
sin límites humanos; eso es lo que se intercambia cuando las mujeres son
vendidas y compradas para tener sexo” (1993:13). Ella equipara la prosti-
tución con una “violación repetida” (repeated rape), y afirma: “Ninguna ins-
titución social la excede [a la prostitución] en violencia física” (1993:25).
De entonces a la fecha MacKinnon y sus seguidoras han ido desarrollan-
do una argumentación que asocia la “prostitución” con la violación y la
desigualdad social, y que ha sido retomada en todo el mundo por muchas
activistas que luchan contra la violencia hacia las mujeres. Esta perspecti-
va se califica de neoabolicionista pues originalmente el abolicionismo res-
pecto al comercio sexual significó la lucha contra el involucramiento del
Estado en el otorgamiento de permisos e inspección de las trabajadoras
sexuales (Day 2010).7
Las feministas neoabolicionistas han colaborado, sabiéndolo o no,
en el ascenso de las políticas de mano dura del proyecto económico del
capitalismo neoliberal, que avanza despiadadamente con un giro puniti-
vo y carcelario hacia la erosión de las libertades individuales y los dere-
chos laborales. Se han realizado investigaciones académicas que exploran
cómo el discurso incendiario de las neoabolicionistas es también parte de
una política xenófoba de “seguridad nacional” contra migrantes.8 Si bien
las neoabolicionistas manifiestan como objetivo el acabar con la violen-
cia hacia las mujeres, su proyecto de rescatar a las víctimas y castigar a los
hombres prostituyentes que “consumen” cuerpos de mujeres ha quedado
atrapado en el paradigma de la gobernanza neoliberal: castigar a los pobres
(Wacquant 2010). Esto es evidente en la forma en que, al criminalizar el

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De emociones, ideología y política

consumo de servicios sexuales, se acaba con el sustento de las trabajado-


ras sexuales pobres, sin ofrecerles una alternativa económica equiparable.
Por otra parte, las protagonistas de esta polémica, las trabajadoras
sexuales, desde hace años defienden su modo de subsistencia como traba-
jo, y combaten la discriminación y el estigma. En América Latina el proce-
so de organización de las trabajadoras sexuales empezó desde mediados
de la década de 1980,9 y coincidió con el fin de algunas dictaduras milita-
res en la región. A esta situación se sumó que, desde finales del siglo xx,
una gran cantidad de seres humanos buscaron redes organizadas de tráfi-
co de personas para salir de sus países y encontrar mejores condiciones de
vida, y con frecuencia las mujeres migrantes recurrieron al trabajo sexual.
El fenómeno migratorio ha generado reacciones defensivas en varios Es-
tados-nación, y el clima de miedo a la inmigración ha sido el telón de fon-
do de muchas de las políticas en contra del comercio sexual. Ha habido
más interés mediático por las formas de engaño y confinamiento de las
mujeres pobres que migran y que son víctimas de organizaciones crimina-
les, y mucho menos interés por las historias de “éxito” (Agustín 2003).10
Incluso, aunque las migrantes experimenten en el lugar de destino con-
diciones laborales desagradables o de gran carga de trabajo, muchas se-
ñalan que son “preferibles a permanecer en casa, en donde las amenazas
a su seguridad —en forma de violencia, de explotación o directamen-
te de privación alimenticia— son mucho mayores” (O’Connell Davidson
2008:9). En el Protocolo de Palermo11 (onu 2000), dirigido a controlar el
tráfico de personas, armas y droga, la definición de trata de personas in-
cluye el trabajo en la maquila, el doméstico y el del campo; sin embargo,
llama la atención el amarillismo que se manifiesta por los casos vinculados
al trabajo sexual, que son los que movilizan más investigación y recursos,
y que reciben muchísima más atención en los medios de comunicación.
Obvio que existe la trata, y en México están documentados casos
de traslado de mujeres de un lugar a otro dentro y fuera de nuestro terri-
torio, así como las distintas formas de coerción (droga, retención de hi-
jos, amenazas) para forzarlas a que den servicios sexuales (Casillas 2013).
Sin embargo, esa práctica repudiable, que lamentablemente es parte de
la industria del sexo,12 es magnificada por la cobertura mediática ya que

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Dolor y política

es más rentable vender noticias que hablen de “esclavas sexuales” en lugar


de hacer reportajes acerca de las distintas condiciones de las trabajado-
ras sexuales, o de las duras condiciones de las obreras de la maquila y las
campesinas pobres. También hay investigaciones rigurosas que dan evi-
dencia empírica acerca del fenómeno de la migración para dedicarse al
trabajo sexual, con mujeres que tienen distintas trayectorias migratorias
que pueden implicar desde mucha coerción o explotación, o una bue-
na información e intencionalidad consciente de parte de la migrante.13
Varias feministas decoloniales han denunciado la retórica “maternalista”
que las neoabolicionistas usan para “rescatar” a mujeres de su fuente de
subsistencia (Kapur 2005; Kotiswaran 2011; Kempadoo 2012), y en espe-
cial Sealing Cheng (2020) ha analizado los límites que se imponen a la
sexualidad en el neoliberalismo. Desde el campo de estudios de las mas-
culinidades hay, también, interés por estudiar las formas de expresión del
deseo masculino en estos intercambios instrumentales (Gutmann 2000;
Rodríguez y de Keijzer 2002).

Una rancia disputa feminista

Apoyada en trabajos académicos que están comprometidos con una u otra


posición, persiste la disputa feminista en torno al trabajo sexual. ¿Qué es
lo que en el fondo se está debatiendo? Como ocurre con todo fenómeno
social que tenga múltiples determinaciones, el comercio sexual no pue-
de representarse en blanco y negro, sin reconocer sus matices y compleji-
dades. Para empezar, existe un hecho indiscutible: el trabajo sexual sigue
siendo la mejor opción económica para millones de personas que la eli-
gen en el mundo.14 Indudablemente, muchas trabajadoras optan por “el
menor de los males” dentro del duro y precario contexto en que viven,
pero no lo hacen únicamente impulsadas por la pobreza o por huir de la
violencia, sino también por el anhelo de independencia y de encontrar
mejores condiciones de vida. Más que un claro contraste entre trabajo li-
bre y trabajo forzado, lo que existe es un continuum de relativa libertad
y relativa coerción. Como las mujeres están ubicadas en lugares sociales

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De emociones, ideología y política

distintos, con formaciones diferentes y con capitales sociales diversos, en


ciertos casos el trabajo sexual puede ser una opción atractiva porque im-
plica obtener buenos ingresos con flexibilidad laboral, mientras que en
otros casos se reduce a una situación de una precaria sobrevivencia. Al
tiempo que existe el problema de la trata aberrante y criminal, con mu-
jeres secuestradas o engañadas, también existe un comercio donde las
mujeres entran y salen autónomamente, y donde algunas llegan a hacer-
se de un capital, a mantener económicamente a otros miembros de la
familia, incluso a pagarles una carrera, y muchas también se casan y for-
man su propia familia. Es decir, “quienes sostienen que es un trabajo que
ofrece ventajas económicas tienen razón, aunque no en todos los casos; y
quienes declaran que la prostitución es violencia contra las mujeres tam-
bién tienen razón, pero no en todos los casos” (Bernstein 1999:117). Se-
ría un aporte a la discusión en México si al menos se pudiera aceptar la
coexistencia de estas dos situaciones. Lo mismo ocurre con otras partici-
paciones en la llamada industria del sexo. Los padrotes y madrotas funcio-
nan como los empresarios: hay buenos y hay malos, así como también hay
buenos y malos clientes. Y esto ni MacKinnon ni sus seguidoras lo pueden
ver, ni siquiera lo pueden pensar como algo posible, pues parten del pre-
juicio de que todos los que intervienen en dicho mercado ejercen violen-
cia y abusan.
La perspectiva ideológica que ignora o que desconoce delibera-
damente las distintas formas y contextos del trabajo sexual utiliza una
retórica que condena a todos los clientes y compadece a todas las tra-
bajadoras. La pretensión de “abolir” el comercio sexual, por considerar
que cosifica a las mujeres como objetos sexuales, es parte de la narrativa
feminista hegemónica acerca de la violencia sexual. Resulta muy difícil
tratar de criticar la incitación retórica de las dominance feminists en la me-
dida en que formulan su objetivo en términos de acabar con la “violen-
cia sexual”. ¿Quién puede no estar de acuerdo? Todas las feministas, y me
atrevería a decir que todas las personas, independientemente de nuestras
múltiples diferencias políticas, anhelamos el fin de tal violencia. Pero es
equivocado equiparar el trabajo sexual con la trata y un error creer que
todas las trabajadoras sexuales siempre son víctimas. Hay que reflexionar

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Dolor y política

críticamente acerca del vocabulario que se utiliza, y más que arremeter


contra todos los intercambios instrumentales de sexo, hay que enfocarse
en los que son abusivos y que se sostienen mediante la coerción, como la
trata que, además, es un delito grave.
Ya señalé antes que en amplios grupos de feministas opera una na-
rrativa desde el entramado básico que Janet Halley (2006) describió como
una tríada: la inocencia de las mujeres, el daño que sufren y la inmunidad
de los hombres. Esa narrativa, que tiene gran resonancia en la subjetivi-
dad social e individual, también está presente entre las neoabolicionistas
y su potente retórica dificulta reconocer las transformaciones y variedades
de los actuales mercados sexuales, donde están involucradas más perso-
nas que solamente la trabajadora y el cliente.15 Cada vez hay más informes
de investigación que documentan que el trabajo sexual se ha convertido
en una opción para personas de clase media y un nuevo tipo de personas
(mayoritariamente blancas, nativas del lugar —no migrantes— y privile-
giadas económicamente) han encontrado su camino en la vida en el tra-
bajo sexual (Bernstein 2007b). ¿Qué significa este fenómeno? Se trata de
una pauta de reestructuración económica, en la que mujeres y hombres
de la clase media participan en transacciones sexuales comerciales, sacan-
do provecho de las tic. Este nuevo tipo de comercio sexual está vinculado
a ciertas condiciones históricamente específicas del contexto neoliberal:
una economía postindustrial, que ha aumentado el costo de la vida en
zonas urbanas, creando un sector ocupacional muy estratificado, con es-
casos empleos bien pagados, muchísimo desempleo y trabajos con bajos
salarios. Esta situación se conecta con el aumento de jóvenes clase media
desinteresades en formar una familia y que desafían el modelo monóga-
mo heterosexual. Quienes hoy se dedican al trabajo sexual, y se organizan
y se profesionalizan, ponen en cuestión un conjunto de supuestos sobre
los intercambios sexuales instrumentales, que nombran sexo transaccio-
nal. ¿Se transforma así el significado socialmente atribuido al comercio
sexual? Tal vez, pero aunque se perfila un tipo de mercado sexual que
modifica ciertos usos tradicionales, todavía se ve lejana la eliminación del
estigma, dado que los cambios culturales son eso que Braudel denomina
de larga duración. Lo grave es que la política actual en relación al comercio

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De emociones, ideología y política

sexual se desarrolla en el registro de lo moral, utilizando el vocabulario


del bien y el mal.
Wendy Brown (1995) reflexiona acerca de por qué el discurso mo-
ralizador se ha vuelto tan intenso entre les activistas de izquierda, y re-
cuerda la distinción entre “moralidad y moralismo” que, aunque queda
perfectamente clara en los diccionarios, en política se mezcla. Brown se
posiciona contra el moralismo como sustituto de la lucha política, y lo
mismo hace Mouffe, quien señala que la “incapacidad para formular los
problemas que enfrenta la sociedad de un modo político y para concebir
soluciones políticas a esos problemas lleva a enmarcar un número creciente
de cuestiones en términos morales” (2014:140). Como dice Brown, es más
fácil ser moralistas que comprender las consecuencias políticas de ciertos
reclamos feministas. Creo que eso les ocurre a las feministas neoaboli-
cionistas, que desechan la clásica reivindicación feminista del “derecho a
decidir sobre tu propio cuerpo” y pasan por encima de los intereses con-
cretos de quienes eligen esa forma de ingreso. Además, es muy desconcer-
tante que las feministas neoabolicionistas no escuchen a las trabajadoras
sexuales, e incluso se esfuercen por silenciarlas. Esta actitud que hoy se ca-
lifica de injusticia epistémica (Fricker 2007) consiste en no hacer caso de
ciertos testimonios, no aceptar ciertas declaraciones y no escuchar ciertas
voces porque proceden de un colectivo estigmatizado. Eso les ocurre a
las trabajadoras sexuales, ya que, por un lado, la tradición cultural judeo-
cristiana dominante les adjudica un estatuto social devaluado y, por otro,
las neoabolicionistas insisten en que aunque ellas declaren trabajar autó-
nomamente, en realidad son víctimas.16 La injusticia epistémica, además
de producir discriminación, genera un tratamiento sesgado del fenóme-
no que incide en cómo se construye la comprensión acerca del comercio
sexual y cómo se comunican los procesos de lucha y debate en torno a su
definición social y legal. Y aunque los reclamos políticos y anhelos de jus-
ticia de las trabajadoras sexuales pueden ser escuchados por la vía de cier-
tas figuras políticas y, en menor medida, registrados en las investigaciones
académicas,17 es un escándalo que las voces de quienes se asumen como
trabajadoras autónomas sean ignoradas, y no se tomen en cuenta en el di-
seño de estrategias y políticas.

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Dolor y política

Además de la injusticia epistémica, el neoabolicionismo tiene


otras derivas, y una de ellas es que desata pánicos sexuales que, al mismo
tiempo, reafirman la doble moral sexual. La antropóloga Carol Vance,
editora de Pleasure and Danger,18 introdujo en el debate del movimiento fe-
minista el concepto de pánico sexual para aludir a los miedos irracionales
sobre ciertas cuestiones sexuales. Confrontándose con el discurso cultural
dominante que ha simbolizado y representado a la sexualidad como “pe-
ligrosa” para las mujeres, Vance planteó la necesidad de que el movimien-
to feminista “hable igual de poderosamente a favor del placer sexual que
como lo hace en contra del peligro sexual” (1984:3). Posteriormente el
antropólogo Roger Lancaster (2011) publicó un libro sobre las distintas
maneras en que se forman los pánicos sexuales contemporáneos. En Mé-
xico todavía está por hacerse un análisis acerca de cómo las espirales de
significación que vinculan el comercio sexual a la trata han provocado un
pánico sexual que dificulta definir una postura no moralista respecto al
trabajo sexual. Tal vez, como me comentó Ana Sofía Rodríguez Everaert,
un problema radica en que la izquierda no ha sido una brújula lo suficien-
temente poderosa para abordar este tema.
Aunque cada vez más feministas expresan el anhelo de construir
un proyecto basado en lo común, todavía no hemos encontrado la ma-
nera de avanzar en esa dirección, y no sólo por las fronteras identitarias
que nos separan, sino también por diferencias ideológicas. Las variadas y
diversas feministas que compartimos un horizonte ideológico que, para
abreviar, llamo de izquierda y que se muestra contestatario o crítico respec-
to al sistema dominante, requerimos ser muy autocríticas con la manera
en que las polarizaciones de todo tipo, ideológicas y personales, dificultan
articularnos políticamente.
Raquel Gutiérrez Aguilar da cuenta de la compleja situación en
que estamos:

Nuestro punto de partida práctico, que resulta difícil de enunciar ana-


líticamente, lo hallamos en nosotras mismas y en las luchas que desple-
gamos contra la vasta gama de violencias de las que somos objeto. Nos
resulta difícil enunciarlo pues requerimos dar cuenta, simultáneamente,

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De emociones, ideología y política

del desplazamiento subjetivo y político que nos habilita a nombrar el cú-


mulo complejo de separaciones y fracturas soportadas por nuestra trama
de interdependencia en su conjunto. Sin embargo, sólo así logramos dis-
tinguir la trenza de mediaciones que nos sujeta y fija en la impotencia a
pesar de la fuerza recuperada que también experimentamos: paradoja y
contradicción del tiempo que habitamos (2018:42).

Creo que los mandatos culturales de género están entretejidos en


la urdimbre de la “trenza de mediaciones que nos sujeta”, y uno de los
hilos es precisamente la doble moral sexual. Esta doble moral, que sigue
vigente en esta etapa tardía del capitalismo, incide constantemente en
la disputa feminista respecto al trabajo sexual. Uno de los argumentos de
dicha controversia se formula como que algunas actividades humanas19
deberían estar fuera del mercado porque su comercio obstaculiza las re-
laciones igualitarias (Phillips 2013; Satz 2010). Es un hecho que el mer-
cado no es un mecanismo neutral de intercambio, y aunque en principio
cualquier mercado puede convertirse en nocivo, algunos tienen más po-
sibilidades de hacerlo al producir más desigualdad que otro tipo de tran-
sacción; tal es el caso de los trabajos de servicio, tanto los de las empleadas
domésticas como los de las trabajadoras sexuales, que tienen consecuen-
cias significativas en la estructura de relaciones de género (Satz 2010). En
cambio, un mercado como el de las verduras resulta mucho más inocuo y
no es comparable con el del comercio sexual, que refuerza una pauta de
desigualdad al contribuir a la percepción de las mujeres como seres so-
cialmente inferiores a los hombres o como objetos sexuales.
Para valorar una transacción comercial es necesario evaluar las re-
laciones políticas y sociales que sostiene y respalda, y examinar los efectos
que tal transacción produce en las mujeres y los hombres, en las normas
sociales y en el significado que imprime en las relaciones entre ambos. De-
bra Satz (2010) analiza los mercados nocivos, donde incluye el del sexo, y
establece cuatro parámetros relevantes para valorar un intercambio mer-
cantil: 1) vulnerabilidad, 2) agencia débil, 3) resultados individuales dañi-
nos y 4) resultados sociales dañinos. La vulnerabilidad y la agencia débil
aluden a lo que las personas aportan en la transacción; la vulnerabilidad

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Dolor y política

aparece cuando las transacciones se dan en circunstancias de tal pobreza


o desesperación que las personas aceptan cualquier condición, y la agen-
cia débil se da cuando, en las transacciones, una parte depende de las de-
cisiones de la otra parte. Los otros dos parámetros (daños individuales
y sociales) son característicos de ciertos mercados que posicionan a los
participantes en circunstancias extremadamente malas; por ejemplo, en
las que son despojados o en las que sus intereses básicos son aplastados.
Eso también produce resultados extremadamente dañinos para la socie-
dad, pues socava el marco igualitario que requiere una sociedad y alien-
ta relaciones humillantes de subordinación. Sin embargo, Satz concluye
señalando que, aunque los mercados nocivos tienen efectos importantes
en quiénes somos y en el tipo de sociedad que desarrollamos, no siempre
la mejor respuesta es prohibirlos. Al contrario, las prohibiciones pueden
llegar a intensificar los problemas que condujeron a que se condenara tal
mercado. En ese sentido Satz señala que es menos peligrosa la prostitu-
ción legal y regulada que la ilegal y clandestina, pues ésta aumenta la vul-
nerabilidad y los riesgos para la salud, tanto para las trabajadoras como
para los clientes. La mejor manera de acabar con un mercado nocivo es
modificar el contexto en que surgió, o sea, en este caso, con una mejor re-
distribución de la riqueza y más y oportunidades laborales, junto con un
absoluto respeto a los derechos.

¿Convicción o responsabilidad?

¿Por qué un amplio sector del feminismo persiste en la idea de prohibir la


compra-venta de servicios sexuales? Por convicciones ideológicas. Pero si
prohibir el comercio sexual no sirve para resolver la desigualdad de géne-
ro y, al contario, genera otros problemas, ¿por qué aferrarse? Hace años
Max Weber (1919) explicó que toda acción éticamente orientada se en-
marca en dos máximas “fundamentalmente distintas e irremediablemen-
te opuestas”: la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad. Se
trata de dos concepciones básicas del mundo, y de la relación entre la éti-
ca y la política, y según Weber hay una diferencia abismal entre obrar con

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De emociones, ideología y política

una o con otra; mientras que la ética de la convicción se aferra a lo que se


cree sin ver las consecuencias que produce, la ética de la responsabilidad
analiza dichas consecuencias. Weber dice que cuando las consecuencias
de una acción realizada conforme a la ética de la convicción son malas,
quien la impulsó no se siente responsable de ellas. Tal parece que desde
su convicción de que el comercio sexual es nocivo e implica violencia para
las mujeres, las neoabolicionistas no ven las consecuencias concretas que
conllevaría prohibir los intercambios instrumentales por dinero. Y como
tampoco logran ver que resulta imposible prohibirles a las personas que
intercambien sexo por muchas otras cosas, ¿no es una injusticia castigar a
quienes lo hacen por dinero?
La fusión conceptual que se ha hecho del trabajo sexual con la
trata, con las espirales de significación que denuncian las “aterradoras”
condiciones en que se encuentran las “esclavas sexuales” suele derivar
en consignas como Prostitución es violencia contra las mujeres o Ninguna mu-
jer nace para puta. Estos dispositivos retóricos, que niegan la autonomía
de las trabajadoras sexuales independientes e invisibilizan el contexto de
sus opciones laborales, movilizan fuertes emociones y frenan incluso la
posibilidad de escuchar a las propias trabajadoras. ¿Qué hacer ante una
retórica extremista que hace un deslizamiento de sentido al calificar to-
dos los intercambios instrumentales de sexo por dinero como violencia o
degradación? Me ha tocado presenciar cuando las neoabolicionistas lan-
zan preguntas tipo: “¿te gustaría que tu hija (tu hermana, tu pareja) fuera
prostituta?”. Habría que responder que nos gustaría que ellas —hija, her-
mana o pareja— y todas las mujeres tuvieran la posibilidad de decidir lo
más libre y autónomamente lo que hacen con su cuerpo, sin que se las di-
vida en “decentes” y “putas”. ¿Cómo hacer política entre feministas cuan-
do temas como éste nos confrontan? Y también ¿cómo no hacer política
en estos casos, cómo renunciar a hablar y disentir?
Silvia Federici, una de las referencias para el feminismo de izquier-
da, dice:

la campaña que algunas feministas han asumido para prohibir la prosti-


tución, calificándola de una actividad específicamente violenta y degra-

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dante, es autoderrotista. Distinguir el trabajo sexual como especialmente


degradante contribuye a devaluar y culpar a las mujeres que lo practican,
sin ofrecer al mismo tiempo ninguna pista acerca de las opciones que las
mujeres realmente tienen. Oscurece el hecho de que, en la ausencia de
medios adecuados de subsistencia, las mujeres siempre han tenido que
vender sus cuerpos, y no sólo en los burdeles o en las calles. Hemos ven-
dido nuestros cuerpos en el matrimonio. Nos hemos vendido en el traba-
jo, sea para mantenerlo, para conseguirlo, para obtener una promoción
o para que el supervisor no nos hostigue (2020:29).

Federici insta a reconocer que “hay formas de conseguir un ingreso más


degradantes que la prostitución. Vender nuestras mentes es más peligroso
y más degradante que vender el acceso a nuestras vaginas” (2020:30). Por
eso concluye: “Cierto, seamos abolicionistas, pero no sólo en relación con
el trabajo sexual. Todas las formas de explotación deben ser abolidas, no
sólo el trabajo sexual” (2020:30). ¡De acuerdísimo!
Sin embargo, cuando quienes detentan el poder son neoabolicio-
nistas, desde sus convicciones toman decisiones políticas que afectan du-
ramente a las trabajadoras. Me voy a referir a casos que han ocurrido en
otros países porque siempre es útil conocer y hacer comparaciones. Des-
de 1999 el gobierno sueco decidió que pagar por intercambios sexuales
era un delito, y criminalizó a los clientes del comercio sexual. Su forma de
abordar el comercio sexual para eliminarlo recibió el nombre de “modelo
nórdico”. La influencia de tal política pública punitiva ha incidido en va-
rios países que buscan erradicar el comercio sexual siguiendo esa pauta de
criminalizar a los clientes. Pese a que no se castiga legalmente a las muje-
res (u hombres) que ofrecen esos servicios, en realidad, quienes ejercen el
trabajo sexual corren más riesgos para evitar que los clientes sean detecta-
dos por la policía; por ejemplo, van a sus casas, lo cual es más peligroso que
ir a un lugar seguro, como un hotel o una casa de citas. Cuando en 2015
Amnistía Internacional (ai) se pronunció por la defensa de los derechos
de les trabajadores sexuales, también hizo una crítica al modelo nórdico.20
En España la “prostitución” voluntaria no es ilegal; sin embargo, la
perspectiva neoabolicionista se ha filtrado entre las feministas que están

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en el gobierno socialista. En 2018 un grupo de trabajadoras sexuales se


organizó y se registró como sindicato, cumpliendo todos los requisitos
legales. Sin embargo, la ministra del Trabajo, Magdalena Valerio, que es
neoabolicionista al igual que muchas otras feministas del psoe, despidió
a la directora general de Trabajo, Concepción Pascual por haber registra-
do al sindicato otras,21 pese a que habían cumplido los requisitos exigidos
para su constitución. Además, la ministra Valerio pidió a la Abogacía del
Estado que estudiase la forma de anular la decisión para cancelar jurídi-
camente el registro del sindicato otras y declaró que un gobierno socia-
lista y feminista no avalaría un sindicato de una actividad que “vulnera
los derechos de las mujeres” (El País 2018). De esta forma la funcionaria
neoabolicionista les arrebató a las trabajadoras sexuales autónomas su de-
recho a organizarse laboralmente con un sindicato,22 ¡en un país donde el
trabajo sexual no es ilegal! La arbitraria medida generó una ola de apoyos
al sindicato, en especial entre feministas de izquierda, no sólo españolas
como María Jesús Izquierdo, Dolores Juliano, Judit Astelarra, Amaia Pérez
Orozco, Justa Montero y Raquel Osborne, sino también de varios países
como Silvia Federici, Nancy Fraser, Rita Laura Segato y Janet Halley. Me
llama la atención que en México muchas feministas que admiran y com-
parten las posiciones de Federici, Fraser y Segato sean neoabolicionistas y
desconozcan (¿intencionalmente?) la postura de ellas sobre este tema. Lo
que ocurrió en España me recuerda lo que ya señaló antes Paul B. Precia-
do (2013) en su alegato acerca del derecho al trabajo sexual:

Las prostitutas son la carne productiva subalterna del capitalismo glo-


bal. Que un gobierno socialista convierta en prioridad nacional la prohi-
bición para las mujeres de transformar su fuerza productiva en trabajo,
dice mucho sobre la crisis de la izquierda en Europa.

Recientemente, con el nuevo gobierno en Argentina, el Ministerio de De-


sarrollo Social incluyó el trabajo sexual en el Registro Nacional de Traba-
jadores de la Economía Popular, y a las pocas horas tuvo que retirarlo por
la protesta del Comité Ejecutivo de Lucha contra la Trata y Explotación
de Personas (Santoro 2020). La opción de registrarse como “trabajador a

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cuenta propia” implica tanto pagar impuestos como recibir los beneficios
de la seguridad social. Georgina Orellano, secretaria general de la Asocia-
ción de Mujeres Meretrices de Argentina (Ammar), lamentó la clausura
de esa opción, luego que en menos de cinco horas se registraron 800 tra-
bajadoras, pues el no reconocimiento del trabajo sexual como trabajo a
cuenta propia les impide contar con la cobertura de la seguridad social
(Santoro 2020).
También en México hay una lucha en distintas entidades federati-
vas para que se acepte que el trabajo sexual es un trabajo y que tiene que
definirse legalmente así para garantizar los derechos laborales. En la Ciu-
dad de México, en 2014, un grupo de trabajadoras sexuales cis y trans lo-
gró, luego de una larga lucha, el reconocimiento de las personas que se
dedican al trabajo sexual con la figura de “trabajador no asalariado”, o
sea, quien trabaja vendiendo sus servicios de manera autónoma, sin pa-
trón. El litigio jurídico lo ganaron respaldadas y acompañadas por la or-
ganización civil Brigada Callejera.23 La resolución de una jueza federal
ordenó a la Secretaría de Trabajo y Fomento al Empleo del Gobierno del
Distrito Federal (hoy Ciudad de México) otorgar a las personas que traba-
jan en el comercio sexual callejero la licencia de trabajadores no asalariados.
El Reglamento para los Trabajadores No Asalariados del Distrito Federal
dice textualmente: “Artículo 2º. Para los efectos de este Reglamento, tra-
bajador no asalariado es la persona física que presta a otra física o moral,
un servicio personal en forma accidental u ocasional mediante una re-
muneración sin que exista entre este trabajador y quien requiera de sus
servicios, la relación obrero patronal que regula la Ley Federal del Traba-
jo”. Bajo esa categoría, que existe desde 1972, se registra a personas que
laboran en vía pública sin una relación patronal ni un salario fijo, como
los lustrabotas, los cuidacoches, los músicos callejeros, los vendedores de
billetes de lotería y diez oficios más. Lograr dicha resolución judicial que
reconoce al trabajo sexual como “trabajo no asalariado” les llevó más de
doce años, ya que con anterioridad el Gobierno del entonces Distrito Fe-
deral se había negado repetidamente a otorgarlo.24 Esto muestra que,
como señala Mouffe, “todo orden es la articulación temporaria y precaria
de prácticas contingentes” (2014:22), y como todo orden que se afirma en

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la exclusión de otras posibilidades siempre es la expresión de una deter-


minada configuración de relaciones de poder, para transformarlo es in-
dispensable hacer política.
Y en la tarea de hacer política respecto al comercio sexual deben
participar las propias trabajadoras, pues sus vivencias son el sustrato empí-
rico que sostiene la postura a favor de sus derechos. Sin embargo, las que
dan la cara son una minoría, ya que no les resulta fácil vencer el estigma,
organizarse y defender políticamente su opción laboral. Pese a todos los
obstáculos políticos y simbólicos que enfrentan, a lo largo de los últimos
años muchos grupos de trabajadoras sexuales cis y trans se han organizado
reivindicando su quehacer como una cuestión laboral y han desarrollado
diversas estrategias para obtener el reconocimiento de sus derechos.25 Pero
además, el estigma es el mecanismo simbólico del control que divide a to-
das las mujeres en “decentes” o “putas”, y me sorprende negativamente la
indiferencia de muchas feministas ante el imperativo de “respetabilidad
sexual” femenina, que es parte sustantiva de ese patriarcado que desea-
mos erradicar. Recuerdo con gusto la energía contestataria de la Marcha
de las Putas en 2011.
Quienes apoyamos a las trabajadoras sexuales en la lucha por sus
derechos sabemos que existe la trata, tanto en sus formas forzadas de cap-
tación y secuestro como con estrategias de romance y seducción. Pero
oponernos a la trata no nos impide respetar a las trabajadoras sexuales,
no se trata de cuestiones excluyentes, como también lo dice Judith Butler:

Tiene que haber una manera de oponernos al tráfico de niñxs y la explo-


tación de migrantes y, al mismo tiempo, apoyar el derecho de lxs trabaja-
dorxs sexuales a ganarse la vida bajo condiciones seguras y con un salario
decente (Butler, Cano y Fernández Cordero 2019:36).

Apoyar los derechos de las trabajadoras autónomas no excluye recono-


cer el horror que sin duda existe. Pero mientras se logra acabar con la
explotación capitalista hay que repensar los intercambios instrumenta-
les de sexo en el contexto actual y desechar las definiciones monolíticas
de “víctima” o de “mujer en situación de prostitución”, aceptando que

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hay mujeres que “deciden”, sin duda muchas constreñidas por sus cir-
cunstancias, realizar dichos intercambios. Claro que “decidir” no siempre
implica que verdaderamente se pueda elegir. Como ya lo señaló Martha
Nussbaum (1999), “elegir” el trabajo sexual no es un problema cuando las
mujeres tienen otras opciones; el problema radica en que existen mujeres
para quienes ésa es la única alternativa económica. En este caso la lucha
debería encaminarse a abrir otras alternativas con un ingreso compara-
ble. Debería también escandalizar la situación de otras trabajadoras ya
que, aunque sus labores no tienen el estigma que la doble moral sexual le
ha adjudicado al trabajo sexual, están peor remuneradas. Para una obre-
ra o una empleada del hogar el problema radica igualmente en que esas
labores son su única posibilidad, sin olvidar que sus ingresos son mucho
menores y sin flexibilidad horaria. Me sigue asombrando que lo que más
preocupa y escandaliza es el sexo, mucho más que la explotación laboral.

Mis incidentes

Me he explayado en el caso del trabajo sexual como un ejemplo de lo


compleja que es la disputa entre las diversas feministas, pero también por-
que no se puede pensar en hacer política feminista sin revisar cómo se
establecen los vínculos entre nosotras cuando existen temas que nos con-
frontan tanto. Este tema del trabajo sexual ha resultado ser no sólo una
manzana de la discordia, sino también una razón para que algunas com-
pañeras manifiesten querer “expulsarme del feminismo”. Mi postura ha
sido tergiversada y quiero traer a cuenta aquí ciertos incidentes que, más
allá de la desazón que me provocaron, anudan varias de las cuestiones
que he estado desarrollando. El primero ocurrió en agosto de 2018. Mien-
tras en Argentina la Cámara de Senadores definía si aprobaba la legaliza-
ción del aborto,26 en la Ciudad de México las feministas nos manifestamos
en apoyo a las argentinas. Llegué al Monumento a la Madre, el tradicio-
nal punto de arranque de todas nuestras marchas dirigidas a lograr que el
aborto sea un servicio de salud, legal y gratuito, y de pronto vi una manta
gigante que decía “Marta Lamas y Amnistía Internacional, cómplices del

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patriarcado”. Una conocida líder feminista cargaba la manta y lideraba a


un grupo de jóvenes ante el evidente asombro de otros contingentes. En
ese momento no entendí a qué se refería como “cómplice del patriarca-
do”, pues la lucha por la despenalización del aborto implica precisamente
transformar una regulación patriarcal. Pese a la desagradable sensación
que me provocó ver esa acusación, me consoló, sin embargo, aparecer
nombrada junto a Amnistía Internacional. Al año siguiente, en noviem-
bre de 2019, comprendí el significado de esa manta. En el Foro “Retos y
realidades de la lucha contra la trata de personas”, realizado en la Cáma-
ra de Diputados de la Ciudad de México, la misma feminista apareció con
otra manta: “Marta Lamas. La voz del neo-patriarcado, la neo-esclavitud
de las mujeres. Lamismo fuera del feminismo”. Comprendí entonces que
la fusión entre trabajo sexual y trata, así como mi postura de defensa de los
derechos de las trabajadoras sexuales, eran algunos componentes de su
rabia, y como también Amnistía Internacional ha hecho una declaración
a favor de los derechos de quienes se dedican al trabajo sexual (Amnesty
International 2015), eso explicaba que nuestros nombres estuvieran jun-
tos en la manta durante la manifestación en apoyo a las argentinas. Ha-
blar de “neo-esclavitud” para calificar el trabajo sexual autónomo es hacer
una espiral de significación que olvida las diferencias que hay entre los in-
tercambios de sexo por dinero y formas aberrantes de abuso y coerción
como la trata. Dado que esa feminista y yo nos conocemos desde 1978, y
hemos coincidido en varias luchas, me tomó por sorpresa constatar que
prefirió descalificarme públicamente, tergiversando mi postura, a debatir
nuestras discrepancias.
El segundo incidente ocurrió en noviembre de 2018, meses después
de que salió a luz mi libro Acoso. ¿Denuncia legítima o victimización? (Fon-
do de Cultura Económica). Algunas feministas reaccionaron con indigna-
ción y enojo, y escribieron un texto de denuncia en mi contra, que circuló
en redes con el nombre de “Manifiesto desde los feminismos mexicanos
sobre el acoso sexual y otras formas de violencia contra las mujeres”. Fir-
mado por la Red Mexicana de Feministas Diversas, y suscrito por 29 colec-
tivas y 120 mujeres,27 dicho manifiesto comenzaba diciendo:

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Dolor y política

Nosotras, la Red Mexicana de Feministas Diversas, manifestamos nuestra


preocupación por el aumento de los casos de diferentes formas de violen-
cia contra las mujeres en nuestro país. En este sentido, y reconociendo
nuestra pluralidad, condenamos las nuevas formas de justificación, nor-
malización, naturalización y perpetuación de acoso, hostigamiento, vio-
lación sexual y feminicidios que son legitimadas en el contenido del libro
“Acoso ¿denuncia legítima o victimización?” escrito por Marta Lamas.

Lo que pretendí que fuera un análisis cultural acerca del fenómeno #Me-
Too ahora había compañeras que lo leían como que yo legitimaba el aco-
so, el hostigamiento, la violación sexual y los feminicidios. Otra espiral de
significación. Hubo feministas que compartieron lo que dije en ese libro
y otras que no, pero no plantearon tales infundios. Por lo visto hubo quie-
nes no entendieron, y me di cuenta de que, de nuevo, faltaba discusión
incluso para disentir con base en un texto. Y quizá muchas de las feminis-
tas que firmaron ese manifiesto en mi contra ni siquiera leyeron el libro,
sino que suscribirlo fue asumir una postura dentro de las fronteras identi-
tarias, esas que separan a “nosotras” de “ellas”. Como muestra Mouffe, en
el campo de las identificaciones colectivas —donde se trata de la creación
de un “nosotras”— siempre habrá la posibilidad de que la relación noso-
tras/ellas se transforme en un antagonismo, en lugar de en un agonismo.
Ella señala:

De acuerdo con la perspectiva agonista, la categoría central de la políti-


ca democrática es la categoría del “adversario”, el oponente con quien se
comparte una lealtad común hacia los principios democráticos de “liber-
tad e igualdad para todos”, aunque discrepando en lo relativo a su inter-
pretación (2014:26).

Además de las distintas ideologías, las diferencias de todo tipo que existen
entre las feministas (clase social, pertenencia étnica, edad, orientación
sexual, identidad de género, etcétera) introducen conflictos que se exa-
cerban cuando se anula la escucha y se impulsa la censura. De eso trata
el tercer incidente, que ocurrió a principios de 2020. El 27 de febrero de

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De emociones, ideología y política

2020 una colectiva feminista de la Facultad de Química llamada Las Semi-


llas de Curie se opuso a que yo impartiera una clase sobre género. Dado
que es breve, copio íntegro su comunicado:

No te Calles FQ/Colectiva Feminista Las Semillas de Curie


Como colectiva denunciamos la agenda de las autoridades de la Facultad
y de los encargados de la Materia “Introducción a los estudios de Géne-
ro” que se imparte por primera vez en nuestra escuela.
#MartaLamas no representa los ideales políticos de nuestro movi-
miento, es inaceptable que pretenda enseñarse en nuestras aulas como
un referente del feminismo a una persona que en repetidas ocasiones
ha puesto su activismo al servicio del sistema político tanto dentro como
fuera de la universidad; y cuyo libro “Acoso. ¿Denuncia legítima o victi-
mización?” hace una apología al acoso que muchas mujeres sufren desde
niñas. Lamas además ha participado en múltiples eventos políticos donde
defiende la participación de los hombres por encima de las voces de jó-
venes feministas, o referirse al “capital sexual” de las mujeres para “sacar-
le beneficio al patriarcado”, como si ser acosadas en nuestros centros de
estudio/trabajo fuera un privilegio que nos proporciona el patriarcado.
Nuestro feminismo no sirve al sistema ni a las autoridades y no per-
mitiremos a este tipo de personajes en nuestras aulas.
Marta Lamas no es bienvenida en nuestra facultad, no aceptamos
su feminismo, no permitiremos que sea enaltecida como referente polí-
tico ni que su cátedra se difunda entre nuestros compañerxs que buscan
formarse una verdadera perspectiva de género.

El comunicado era un coctel peligroso, que mezclaba “apología del aco-


so” con “defender la participación de los hombres por encima de las vo-
ces de jóvenes feministas”. Cuando lo leí, caí en la cuenta de algo más. En
octubre de 2017 se llevó a cabo en la unam un coloquio titulado “Mar-
ta Lamas en diálogo con XY”. Organizado por el Seminario Universita-
rio Modernidad: Versiones y Dimensiones (unam), el coloquio se pensó
como una celebración por mis setenta años. A Raquel Serur, la coordina-
dora del seminario, se le ocurrió hacer algo distinto e invitó a un grupo

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Dolor y política

de amigos y colaboradores de mis causas —todos ellos hombres— a que


hablaran de mi activismo y mi labor intelectual, y así hizo un programa
con dos mesas.28 No obstante el anuncio del coloquio decía “Marta Lamas
en diálogo con XY”, de pronto se armó un escándalo en las redes, que lle-
gó al ámbito internacional.29 La furia era porque supuestamente la unam
había organizado un coloquio sobre feminismo, sin mujeres y solamen-
te con hombres. Entre los tuits enojados algunos incluso decían que ni
siquiera yo iba a estar presente. También causó escozor el hecho de que
uno de los hombres participantes fuera Jenaro Villamil quien, en la mani-
festación por el feminicidio de Mara Castilla en septiembre de 2017, fue
agredido por algunas de las manifestantes, que ignoraron que estaba cu-
briendo la marcha como periodista y lo acusaron de querer introducirse en
el contingente exclusivo de mujeres. Villamil había sido invitado a partici-
par en el coloquio antes de esa marcha, pero también se usó ese incidente
como un argumento para repudiar el coloquio, y de paso a mí.
A lo largo de mi medio siglo de activismo feminista no sólo he
tenido cientos de encuentros exclusivamente con mujeres sino que una
parte sustantiva de mi trabajo político se ha encaminado a conseguir la in-
terrupción legal del embarazo, lo que no hay duda de que beneficia a las
mujeres. Ese diálogo únicamente con hombres significaba hacer algo dis-
tinto, además de reconocer públicamente su compromiso e interés por
mucho de lo que he hecho. Pero el alboroto que provocó desató una
discusión sobre si los hombres pueden ser feministas, e hizo que mu-
chos se sintieran interpelados y que muchas jóvenes se involucraran en
ese debate. Sin embargo, algunas adversarias políticas lo aprovecharon
para atacarme ad feminam en lugar de expresar sus discrepancias con mis
posiciones.

Juicios previos y prejuicios

Sé que no soy “monedita de oro para caerle bien a todas”, como diría
Cuco Sánchez, pero una cosa es caer mal, y otra muy distinta es que se
tergiverse mi postura, sea por la animadversión hacia mi defensa de las

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De emociones, ideología y política

trabajadoras sexuales, la malinterpretación de mi libro Acoso o mi acepta-


ción de ciertos hombres como aliados. También sé que algunas feministas
me descalifican por ser una mujer blanca, burguesa, heterosexual y vie-
ja, pero esos prejuicios hablan más del nivel político de quien los expre-
sa. Wendy Brown, que también critica ese tipo de “etiquetamiento”, dice:

El moralismo político contemporáneo tiende a mezclar a las personas


con las creencias de forma completamente no voluntarista: las personas
se equiparan a las posiciones de sujeto, las cuales se asimilan a identida-
des que, a su vez, se equiparan a ciertas perspectivas y valores. El hecho
de ser una mujer blanca es sinónimo de hablar o pensar como una mu-
jer blanca, así como incluir “diversas perspectivas” en un panel o un pro-
grama de estudios o una antología se equipara a incluir a quienes están
formalmente marcados —para ser más exactos, fenotípica, fisiológica o
conductualmente— como diferentes (2001:38).

Desde su perspectiva podemos pensar en mujeres que no son blancas,


pero son racistas o incluso que están, como diría Bolívar Echeverría,
“blanqueadas”,30 así como en mujeres blancas de piel, pero que están
comprometidas en la lucha contra del sistema actual. El etiquetamiento
a partir de la apariencia lleva a que en ciertas mesas de discusión donde
supuestamente hay personas que encarnan cada una de las características
de la diversidad (una persona indígena, una persona trans, etcétera) se
evidencie que éstas tienen posiciones conservadoras o sectarias. Las apa-
riencias son un dato, pero lo que define la postura política de una per-
sona es su ideología y, claro está, su trayectoria y compromiso. Juzgar a
partir de las apariencias es realizar un “juicio previo”, o sea, un prejuicio.
Si bien el argumento de Brown es de orden político, no hay que olvidar el
componente emocional que tienen los prejuicios. La psicoanalista Silvia
Bleichmar reflexiona sobre el prejuicio y señala que “lo que le da el ca-
rácter patológico es su inmovilidad, su imposibilidad de destitución me-
diante pruebas de realidad teóricas o empíricas” (2007:44). Al parecer,
de nada sirven las “pruebas de realidad” para vencer un prejuicio. Bleich­
mar subraya un asunto cardinal: “El prejuicio es, indudablemente, una

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Dolor y política

excelente coartada psíquica para la elusión de responsabilidades y el ejer-


cicio de la inmoralidad” (2007:45).
Esto tiene que ver con lo que señala Wendy Brown respecto a cons-
truir una forma de lucha política en la que no se enarbole la “moralidad”
o la “verdad”, y a que se prefiera el debate político abierto al moralismo.
Ella se pregunta si lograremos abordar el problema de la dominación con
la fuerza de una visión alternativa de la vida colectiva y no a través del re-
proche moral, y subraya la importancia de desarrollar una política femi-
nista sin prejuicios. Brown insiste en la importancia del debate y dice que
la política feminista necesita espacios políticos susceptibles de ser cultiva-
dos para plantear y cuestionar normas políticas feministas, y para discutir
nuestras ideas sobre la naturaleza de lo que se considera bueno. Ella está
convencida de que debemos desarrollar nuestro poco desarrollado inte-
rés por la discusión política, pues podría ayudar a volvernos más respon-
sables de lo que decimos y de lo que hacemos. Y en relación con el tema
de la responsabilidad, Brown nos recuerda que ya Nietzsche señaló que la
libertad consiste en tener la voluntad de la propia responsabilidad: “Libe-
rarnos de los amos —Dios, el rey, la historia o el hombre— nos obliga a
una extraordinaria responsabilidad para con nosotras mismas y para con
les demás” (1995:84).
Por lo pronto, creo que para asumir esa responsabilidad con una
misma, podemos empezar por eliminar la “razón arrogante” y las acti-
tudes culpabilizadoras. Culpar suele ser una manera de evitar la propia
responsabilidad, mientras que asumir la responsabilidad es un paso nece-
sario en la disposición a dialogar. La feminista brasileña Marcia Tiburi se-
ñala: “Es preciso intentar intensamente el diálogo, tan olvidado, que tanta
falta nos hace. El diálogo es una práctica a pequeña escala que podría ins-
pirar prácticas mayores” (2015:24). Tiburi nos previene que la tendencia
actual es otra: “Desaprendemos a conversar y somos incapaces de consti-
tuir un escenario ético-político diferente” (2015:24). Sí, el diálogo es un
imperativo para hacer política, además de que es una postura ética por la
cual vale la pena luchar. Hay que pensar por qué escasea tanto.
Necesitamos construir una narrativa crítica y verdaderamente ra-
dical, que tenga memoria del pasado y que, mientras comparte anhelos

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De emociones, ideología y política

sobre el futuro, sea capaz de incidir en el presente. Y eso requiere traba-


jo. También Raquel Gutiérrez Aguilar habla acerca de lo que implica la
importancia de compartir la palabra: “La experiencia colectiva se organi-
za a través de la palabra compartida que circula en los espacios que cons-
truimos” (2018:27). Por su parte, Brown considera que “una conversación
política orientada a la diversidad y lo común, hacia el mundo y no hacia
el yo, que implique transformar el conocimiento que se tiene del mundo
desde una posición de sujeto situada en una gramática común, nos ofre-
ce la mejor oportunidad de contrarrestar las fragmentaciones sociales y
las desintegraciones políticas posmodernas” (1995:51). Ante el difícil de-
safío de construir una hegemonía política feminista anticapitalista, anti-
patriarcal y antirracista desde nuestro terreno pleno de disputas políticas
y personales, el debate de ideas podría resultar un paso muy útil pues,
por encima de todo, nos obligaría a realizar un ejercicio de reflexividad
autocrítica.
Esto me lleva a recordar que, después del movimiento estudiantil
de 1968, Ernesto Laclau y Chantal Mouffe abrevaron en las aportaciones de
Foucault, Lacan y Derrida, y encontraron en esas perspectivas posestruc-
turalistas unas herramientas teóricas que les permitían “elaborar una no-
ción de lo social como espacio discursivo, producto de articulaciones
políticas contingentes que no tienen nada de necesario y podrían siempre
haber sido de otra forma” (Mouffe 2015:11). Lo creativo de su reflexión
fue que unieron esas perspectivas posestructuralistas con el pensamiento
de Gramsci: “La importancia del concepto de hegemonía de Gramsci que
nos llevó a afirmar que no era suficiente limitarse a reconocer la existen-
cia de una diversidad de luchas sino que había que tratar de establecer
una forma de articulación entre todas esas luchas” (2015:13). Así escribie-
ron Hegemonía y estrategia socialista (1989) con una idea sencilla pero nove-
dosa: articular grupos y movimientos para crear voluntades colectivas,
para adquirir hegemonía y así radicalizar la democracia.
Desde mi deseo de que las diversas posturas dentro del feminismo
desarrollemos procesos de articulación política más abiertos es que escri-
bí estas páginas. Ojalá se dé la posibilidad de debatir acerca de lo dicho
aquí, pues la exploración sistemática de las formas propias del quehacer

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Dolor y política

político es necesaria para la construcción de una perspectiva que conjunte


teoría y práctica, y que nos acerque al objetivo transformador que muchas
deseamos. Mi perspectiva también asume la importancia de llevar a cabo
un trabajo personal, algo que cada quien podría intentar, como plantea
Jacqueline Rose:

mi feminismo va de la mano de una perspectiva psicoanalítica que cree


que las feministas que luchan por injusticias históricas deben respaldar
su lucha con una comprensión de nuestra propia inversión psíquica
como mujeres en todo lo que hacemos, incluyendo nuestra propia opre-
sión (2011:341).

Hablar de “inversión psíquica” es hablar de cómo nuestros deseos y emo-


ciones (positivos y negativos) están involucrados en nuestro quehacer po-
lítico. Invertimos psíquicamente en las fronteras identitarias, en la razón
arrogante, y también hay “inversión psíquica” en el cumplimiento del
mandato de la feminidad con su doble moral sexual.
La reflexión, la polémica y la acción creativa dirigidas a subvertir
el orden capitalista, patriarcal y racista son cruciales. Espero que lo que
Brown apunta resulte un desafío atractivo: “Tal vez necesitemos apren-
der a hablar públicamente y a disfrutar de los placeres del debate público
para asumir la responsabilidad de nuestras situaciones y movilizar un dis-
curso colectivo que las expanda” (1995:51). También ella se pregunta si
cabe la posibilidad de desarrollar una política feminista sin resentimiento:
“¿Qué nos exigiría vivir y trabajar políticamente al margen de ciertos mi-
tos, sin afirmar que nuestro conocimiento no se encuentra corrompido
por una voluntad de poder, sin recalcar que nuestras verdades son menos
parciales y más morales que las de las otras? ¿Podemos aprender a enfren-
tarnos a la dominación con la fuerza de una visión alternativa de la vida
colectiva sin el reproche moral?” (1995:46-47).
Hacer política requiere un debate crítico y constante de razones,
pasiones y afectos, que debe darse entre quienes anhelamos construir un
orden social diferente. Hacer política feminista supone mucho más que
declarar que se tiene otra lógica política; implica abrir espacios deliberati-

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De emociones, ideología y política

vos e instaurar prácticas argumentativas donde se discutan los significados


políticos y se construyan acuerdos. Ante el desafío que enfrentamos hay
muchas tareas que podemos llevar a cabo y cada quien escogerá su cam-
po de intervención. ¡Hay tanto por hacer! Parte de nuestra fragmentación
política tiene que ver no sólo con el contexto patriarcal, sino también con
un déficit organizativo propio. ¿Cómo compartir una perspectiva crítico-
política no sólo sobre la explotación económica y la alienación subjetiva
que hegemonizan hoy la vida social, sino también acerca de las variadas
formas de sufrimiento personal que producen los mandatos de género?
¿Cómo impulsar el respeto a la aspiración libertaria del derecho a decidir
sobre el propio cuerpo (desde el aborto hasta las identidades trans y queer,
incluyendo también el respeto a quienes eligen llevar a cabo intercambios
instrumentales de sexo)? No tengo respuestas a estas preguntas. Lo que
tengo es la certeza de que para desarrollar acciones políticas feministas
que podrían ir erosionando los esquemas de dominación y subalternidad
de la lógica de género hay que hacer un esfuerzo para irlas respondiendo,
y parte de ese esfuerzo implica sentarnos a debatir entre nosotras.

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Epílogo: ¿qué significa hablar?

E n estas páginas he hablado de mis inquietudes políticas y también de


mis emociones. Para finalizar esta reflexión, más que ofrecer conclu-
siones, quiero dejar planteadas algunas nuevas cuestiones acerca del en-
tramado feminista entre la agencia, la vulnerabilidad y la resistencia. Para
ello me sirvo de algunos puntos que plantea Judith Butler en relación con
la “política de la calle”, con la clara conciencia de que no es comparable
la situación en los países del llamado Primer Mundo con la que se vive
en América Latina. Sin embargo, la reflexión de esta filósofa acerca de la
vida precaria (2004), el duelo por las vidas que no son lloradas (2009) y
las dinámicas de las manifestaciones públicas (2015) me sirve para pensar
sobre el tan visible vínculo que existe entre vulnerabilidad y resistencia en
el accionar de las activistas feministas.
Tradicionalmente la vulnerabilidad se ha conceptualizado desde
la creencia de que las personas vulnerables requieren protección y apoyo.
Butler plantea que ciertos movimientos políticos y sus prácticas culturales
ofrecen la visión de una vulnerabilidad en resistencia, con agencia políti-
ca, prácticas de autodefensa, tomas de espacios, duelos compartidos, de-
claraciones transgresoras, actos de solidaridad e intervenciones artísticas
en espacios públicos que movilizan los afectos y la memoria y exponen
problemas políticos. Esto es lo que las activistas feministas han desarrollado
con dolor, rabia y energía política en la Ciudad de México. Según Butler,
el mero hecho de que se reúnan los cuerpos muestra una nueva forma
de entender la socialidad y la resistencia en el campo contemporáneo del
poder, y esta nueva comprensión del espacio público de alguna manera

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Dolor y política

también modifica la comprensión de la política. Las manifestaciones ha-


cen visibles y audibles a cuerpos que usan su libertad de movimiento y de
asociación aun bajo las tremendas condiciones políticas y económicas que
prevalecen.
En la Ciudad de México la violencia desatada durante los últimos
sexenios se vive de manera diferente que en otras partes del país, pues
aquí y en la zona metropolitana se llevan a cabo prácticas propias y ade-
más circulan noticias que moldean las percepciones subjetivas… y eso que
no se informa acerca de todo lo que sucede, sino que se encubre parcial-
mente lo que verdaderamente pasa. Esa paradoja, la de vivir tan cerca y
tan lejos de nosotras mismas algo que conmociona y duele, pero de lo que
no se habla, opera a nivel individual y colectivo como una “desmentida”.1
Pese a ese silenciamiento, las preocupaciones personales y familiares gi-
ran obsesivamente en torno a cómo juntas, violencia social y violencia se-
xual, han erosionado la convivencia a grados aterradores, convirtiéndose
en sufrimientos frecuentes de la ciudadanía y en los desvelos del gobier-
no. Cotidianamente, lo asuman conscientemente o no, todas las perso-
nas se sienten en riesgo por las múltiples y variadas violencias que hay en
nuestro país, lo que genera así una gran preocupación por “la seguridad”.
Tamar Pitch cuestiona que la seguridad se entienda como la “disminución
de la probabilidad de victimización individual” (2020:23), y nos recuerda
que la relevancia que ha adquirido el debate sobre la seguridad no pue-
de ser adjudicada sólo a la expansión de los delitos comunes (violaciones,
robos y atracos), ni tampoco a la delincuencia organizada transnacional,
con el desarrollo espantoso que ésta ha tenido en buena parte gracias a la
presunta guerra contra las drogas, sino que se debe principalmente a que
en el neoliberalismo el Estado ha reducido o eliminado muchas de sus po-
líticas sociales. Esta reducción de la protección social, que ha aumentado
el desempleo, la precarización laboral, las migraciones, los desplazamien-
tos internos de población, las guerras civiles (en México supuestamente
con el narco) y la miseria se debe, según esta feminista italiana, a:

una globalización intencionalmente no regulada, la financiarización de


la economía, el crecimiento de las desigualdades, la pérdida de fuerza y

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Epílogo: ¿qué significa hablar?

consenso de los sindicatos y la desaparición de los grandes partidos de


masas (2020:24).

Pitch se refiere a Europa, y aunque la situación de México es distinta en


muchos aspectos, aquí también amplios sectores se preocupan por “la vic-
timización individual” sin visualizar el papel que tiene la mundialización
de una economía desregulada y voraz, y culpan del clima de violencia casi
exclusivamente a los delincuentes y al narco. Butler registra el papel del
Estado cuando habla de la precariedad pero, en realidad, ella habla de
la precariedad en dos sentidos. Por un lado, se refiere a la condición que
compartimos todos los seres humanos por tener cuerpos expuestos a la
enfermedad, el envejecimiento y la muerte; en ese sentido, todas las vidas
son precarias. Por el otro, alude a una situación que existe como resulta-
do de una distribución desigual de beneficios económicos, sociales y cul-
turales. Butler dice que esta precariedad es producida políticamente por
el desmantelamiento de las instituciones sociales de bienestar debido a
las políticas de austeridad, que responden a exigencias de la globalización
neoliberal, aunque se justifican por una supuesta falta de recursos para la
inversión social, lo que genera un acceso diferenciado a la vivienda digna,
el agua potable, la luz y el internet,2 y los servicios médicos y educativos,
entre otros bienes sociales. Son decisiones políticas las que exponen a la
población al desempleo, la falta de vivienda, y a la escasez, mala calidad o
deterioro de los servicios de salud y educación, todo lo cual genera vulne-
rabilidad, produce incertidumbre y sentimientos de indefensión, erosio-
na derechos y modela la subjetividad. La hegemonía política, económica
y cultural neoliberal ha producido esos procesos, tal y como podemos ver
que pasa en amplias zonas de nuestro país, en infinidad de pueblos y en
muchas colonias de las grandes ciudades, y también sucede en las zonas
precarizadas del llamado Primer Mundo, donde suelen habitar las perso-
nas marginadas y las migrantes.
Butler interpreta las “asambleas” (manifestaciones en vía públi-
ca) como formas plurales de acción performativa y plantea que esas pro-
testas expresan el fondo del conflicto: la precariedad, entendida como la
destrucción de las condiciones de vida posible y deseable. A esta filósofa

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Dolor y política

feminista le preocupa la acción política, y se pregunta cómo podemos ac-


tuar juntas cuando vivimos en mundos tan distintos, en donde las formas
básicas de solidaridad humana están desapareciendo. ¿Qué hacer, cómo
actuar, cuando las condiciones para la acción conjunta están devastadas o
menoscabadas? Ella entiende la resistencia como algo más que el recha-
zo a un modo de vida: resistir implica dar lugar en nuestros proyectos a
un nuevo modo de vida, a una vida más vivible que se oponga a la distri-
bución diferenciada de la precariedad. Esto convierte a los actos de resis-
tencia que dicen no a una determinada forma de vida, en un anhelo que
dice sí a otra, más radicalmente democrática y más interdependiente. But-
ler señala que cuando estos cuerpos vulnerables se arriesgan a salir a la
calle encarnan una forma de solidaridad radical que se opone a las fuer-
zas económicas y políticas, y eso facilita el surgimiento de un sentido de
“pueblo”. Esta resistencia, que puede ser capaz de desarrollar una política
verdaderamente transformadora, es la que están expresando muchas acti-
vistas feministas en América Latina.

La política de la no-violencia

La reflexión de Butler sobre las manifestaciones en el espacio público, fí-


sico y virtual, la lleva unos años después a tratar el tema de la no-violencia3
y, por ende, el de la legitimidad o ilegitimidad del uso de la violencia que
en ocasiones llevan a cabo les activistas. Ella dice que quienes se ubican en
la izquierda argumentan que la violencia es una de las tácticas para lograr
cambios, incluso que con ella se pueden lograr transformaciones econó-
micas y sociales radicales. Butler decide revisar las implicaciones tanto de
la no-violencia como la de un uso instrumental de la violencia, o sea, un
uso acotado de la violencia, y señala que tal revisión sólo es posible si exis-
te un acuerdo acerca de qué constituye “violencia” y qué “no-violencia”.
No hay acuerdo, por ejemplo, respecto a ciertos actos de habla hirientes
que algunas personas califican de violencia, mientras que otras personas
argumentan que las palabras, excepto cuando son amenazas explícitas, no
pueden ser consideradas propiamente violencia; hay quienes consideran

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Epílogo: ¿qué significa hablar?

que hay violencia solamente cuando se manifiesta en algo físico (una vio-
lación, una paliza), mientras que otras personas califican de violentas las
estructuras legales y económicas, y afirman que también éstas producen
daños y sufrimientos. Asimismo el medio social violento produce subje-
tividades que se acostumbran o adaptan a esa modalidad de los vínculos
sociales. En ocasiones la pasividad o la indiferencia son respuestas defensi-
vas a ese tipo de violencia que actúa sobre los seres humanos, incluso con
consecuencias físicas. También denuncia, y no es la primera en hacerlo,
que los Estados y las instituciones llaman violencia a expresiones de desa­
cuerdo político o de oposición a la autoridad. Es un hecho que, en distin-
tos momentos, se han calificado fácilmente de “violentos” actos políticos
que son protestas, manifestaciones y huelgas, incluso cuando no llevan a
cabo actos de violencia física. Quien detenta el “monopolio legítimo” de la
violencia, y del poder en general, es quien suele calificar como “violencia”
expresiones de descontento, de lucha y de organización política.
Hay muchos debates acerca de cómo definir cuándo un acto es
violento o no lo es, o sobre si cierta persona o determinada actuación lo
es, o sobre los límites de la violencia “legítima del Estado”. Butler coin-
cide con otres autores en que no resulta fácil establecer con claridad la
distinción entre violencia y no violencia, pues ambos términos “llegan a
los campos del debate moral y al análisis político ya con interpretaciones,
muy trabajados por usos anteriores” (2020:6). Quiero recalcar que la vio-
lencia provoca emociones que limitan las posibilidades de reconocerla y
de valorarla. Las definiciones de violencia sirven a intereses políticos, y a
Butler le preocupa la justificación que hace la izquierda de las tácticas vio-
lentas. Recuerda que uno de los argumentos más frecuentes es el de que,
dado que la violencia está en todas partes, la lucha violenta con propósitos
revolucionarios o de resistencia es una forma de contraviolencia. ¿Puede
la violencia ser un instrumento para combatir la violencia estructural, sin
que desborde o rebase sus propios objetivos? Ella lo formula con mucho
cuidado, y el sentido de su texto es mostrar la complejidad del argumento
que justifica la violencia como autodefensa o resistencia.
Desde la perspectiva de vivir en México, al panorama de violencias
de las que habla Butler habría que sumar la violencia del Estado, no sólo

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Dolor y política

en su versión del llamado monopolio legítimo sino de formas absolutamente


ilegítimas y atroces (Tlatelolco, Ayotzinapa, etcétera) así como otras pro-
blemáticas que están concatenadas: 1) gobiernos que se instauran de ma-
nera ilegal; 2) la corrupción y la impunidad que han sido constantes; 3) la
penetración de la delincuencia organizada en instituciones de gobierno;
y 4) la incompetencia e irresponsabilidad de muchos funcionarios. Aun-
que un compromiso compartido por los diversos feminismos sea pugnar
por un Estado de derecho, en este contexto nacional parecería que está
de más la discusión sobre lo legal y lo legítimo; sin embargo, es indispen-
sable y con más razón si esa discusión se da en relación con la respuesta
de ciertos grupos de activistas. Esto también lleva a preguntarme si es po-
sible que exista violencia física sin que exista simultáneamente violencia
simbólica, así como a subrayar la necesidad de realizar una reflexión más
cuidadosa acerca de los llamados daños colaterales, expresión con la que
usualmente se pretende justificar los horrores de los aparatos represivos
del Estado.
Butler es muy clara: vivimos en una época de enormes atrocidades
y muertes sin sentido, entre las que ella destaca el feminicidio, y lo escribe
así, en español. Recupera al movimiento Ni Una Más, cita a Julia Monárrez
(2002) sobre las asesinadas en Ciudad Juárez, y plantea que la impunidad
acerca de estos crímenes debe comprenderse en términos de la reproduc-
ción de una estructura social, cuestión que ya antes han dicho incansable-
mente las autoras mexicanas y latinoamericanas que analizan el cruento
fenómeno. Ella señala que su texto no le hace justicia a la especificidad
histórica de estos actos de violencia, y dice que “esos asesinatos son algo
distinto de actos aislados y terribles” (2020:190), justo lo que las feminis-
tas en México y otros países de América Latina han estado repitiendo una
y otra vez acerca de esos aberrantes crímenes.4
Sin negar el alcance que tienen las privaciones y los horrores, y ha-
ciendo un rápido sobrevuelo sobre la situación de las guerras, las migra-
ciones y todo tipo de violencias que están ocurriendo, Butler regresa al
tema de los vínculos afectivos y de las formas de solidaridad que abarcan
a otros grupos sociales que ponen en cuestión la necesidad de las respues-
tas violentas. Insiste en la importancia de las alianzas y analiza el prejuicio

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Epílogo: ¿qué significa hablar?

que existe acerca de la opción no-violenta. (Recuerdo que en la moviliza-


ción del 8 de marzo de 2020 hubo una pancarta que decía La no-violencia
es inefectiva.)5 Ella reitera que la situación de aquellas personas conside-
radas “vulnerables” es, de hecho, una “constelación de vulnerabilidades,
rabia, persistencia y resistencia que surge por las mismas condiciones his-
tóricas” (2020:192). Su postura acerca de la vulnerabilidad —asumirla no
como un atributo del sujeto sino como un rasgo de las relaciones socia-
les— lleva a recordar que en México la situación se agrava por la terro-
rífica falta de legalidad que produce vulnerabilidades de todo tipo. Eso
establece otra relación con los llamados grupos vulnerables, relación que,
con frecuencia, se desliza a un discurso victimizante en el que la vulne-
rabilidad es, al mismo tiempo, una identidad y un campo para la acción
política.
Estos problemas, que forman parte de las muchas complejidades
políticas de nuestro tiempo, plantean dilemas que afectan a todas las per-
sonas aunque curiosamente son poco debatidos, pero las feministas preo-
cupadas por las violencias deberíamos pensarlos y debatirlos, en el marco
de la apuesta por la política de la no-violencia. Sara Sefchovich señala
que: “La no violencia no llega sola, no cae del cielo, no se improvisa, no
se consigue con no moverse. La no violencia se construye, se prepara, se
organiza” (2020:531). Entre los temas que tendríamos que preparar y or-
ganizar está el de incluir en nuestra agenda feminista la lucha contra la
violencia hacia los animales no humanos. Desde el poder explicativo del
feminismo para desentrañar las violencias, y con su capacidad para impac-
tar —y transformar— los marcos de conocimiento y autoconocimiento es
que pienso que las feministas que se organizan para luchar contra las vio-
lencias6 podrían realizar una argumentación muy potente en relación con
incluir la lucha contra la violencia hacia los animales en nuestra agenda.
Esta forma de violencia está muy generalizada no sólo con los
animales de compañía, las llamadas mascotas, sino que es una aberran-
te práctica con los animales que sacrificamos para alimentarnos: desde
la crueldad con la que los criamos para llevarlos al matadero hasta la for-
ma en que los mantenemos en campos de concentración para producir
lo que vamos a consumir. La pregunta acerca de cómo producimos los

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Dolor y política

alimentos que requerimos se articula también con toda la gravísima pro-


blemática del deterioro del medio ambiente. Aquí no puedo abundar al
respecto, pero creo que la apuesta política del feminismo por una eman-
cipación humana debe contemplar a los animales no humanos, así como
asumir la importancia vital de revertir el ecocidio.
Varias feministas que anhelan y luchan por una justicia radical-
mente emancipadora tienen entre sus objetivos la defensa de los animales
no humanos, y realizan análisis contundentes con preguntas cruciales que
debemos formularnos en relación con las vías para que esa lucha se forta-
lezca.7 Por ejemplo, Martha Nussbaum, en su aspiración por una justicia
mundial, inscribe a los seres no humanos:

Una justicia verdaderamente mundial requiere no solamente incluir a


otros seres de nuestra propia especie que tienen derecho a una vida de-
cente, sino también incluir a otros seres sintientes cuyas vidas están en-
tremezcladas compleja e inextricablemente con las nuestras (2014:319).

Cuando Butler plantea la necesidad de construir un imaginario político


desde el fundamento de la no-violencia, dice que se requiere un cierto
alejamiento de la realidad tal como actualmente está construida y señala
la cuestión de los demás seres vivos y sintientes:

el florecimiento que está ligado a la vida humana está también conectado


al florecimiento de las criaturas no humanas; la vida humana y la no huma-
na también están relacionadas en virtud de los procesos de vida que son,
de lo que comparten y lo que requieren, y plantean una serie de pregun-
tas acerca de la administración/gestión (stewardship), que exigen atención
por parte de académicos e intelectuales de todas las disciplinas (2020:199).

Butler encuadra su inquietud respecto de la violencia hacia los animales


en el marco de la discusión acerca de las condiciones de vida de todos los
seres vivos en el planeta.
En México, Carlos Monsiváis fue el primer intelectual en defender
públicamente esa causa, y apoyó a organizaciones ciudadanas de protección

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Epílogo: ¿qué significa hablar?

de los animales así como a grupos que luchaban contra las corridas de to-
ros. Liliana Felipe y Jesusa Rodríguez han ampliado el debate acerca de la
crueldad hacia los animales y su sufrimiento, al incluir en su discurso po-
lítico el concepto de especismo, que consiste en la discriminación que ha-
cemos los seres humanos de los demás seres vivos por considerarnos una
especie superior.
Por lo pronto, y con el objetivo de darle más elementos a la cuestión
de la violencia hacia los animales como un tema a incluir en nuestra agen-
da feminista, incluyo en los anexos dos documentos fundamentales que
Liliana Felipe me hizo llegar y que es indispensable difundir: la Declara-
ción de Cambridge (Anexo J) y la Declaración de Toulon (Anexo K). La
Declaración de Cambridge sobre la Conciencia es un manifiesto suscrito
por un prominente grupo internacional de neurocientíficos, neurofarma-
cólogos, neurofisiólogos, neuroanatomistas y neurocientíficos de la compu-
tación. Trata acerca de los sustratos neurobiológicos de la experiencia
consciente y las características compartidas entre seres humanos y animales
no humanos que se revisaron durante una serie de conferencias realiza-
das en julio de 2012 en la Universidad de Cambridge en el Reino Unido.
Por otra parte, la Declaración de Toulon la hizo un grupo de juristas pre-
ocupados por que las leyes no hayan aprovechado los avances científicos
para modificar a fondo todo el cuerpo normativo relacionado con los ani-
males. En la mayoría de los sistemas legales, los animales aún se conside-
ran cosas y carecen de personalidad jurídica.8 Dado que la ley ya no puede
ignorar el progreso de la ciencia, los expertos jurídicos declararon el 29
de marzo de 2019, durante la solemne reunión del simposio sobre la per-
sonalidad jurídica del animal, que es necesario iniciar cambios legales
para tener en cuenta la sensibilidad y la inteligencia de los animales no
humanos.
Creo que el tema es mucho más profundo de lo que suele supo-
nerse a primera vista pues, además del dolor y la indignación que despier-
tan los maltratos y abusos hacia los animales no humanos, remite a una
cuestión más grave: la internalización de la crueldad en los seres huma-
nos. Este proceso se inicia en la infancia con un “entrenamiento” en la
crueldad que permite —y a veces alienta— a niños y niñas a que torturen

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Dolor y política

a los animales, desde arrancarle las alas a una mariposa o cortarle la cola
a una lagartija hasta incluso golpear a sus mascotas, y quienes los rodean
consideran esas conductas como simples “travesuras”. Los seres humanos
que se acostumbran así a maltratar y a herir, aunque sea “jugando”, no
conciben sus actos como formas de violencia pues no se los califica como
tales. Esto, que acaba por naturalizar esas crueldades, vuelve a poner en
evidencia lo fundamental que resulta la manera con la cual hablamos
acerca de ciertos actos de violencia.

Herejes sin riesgo

Aunque se ha escrito mucho acerca del poder estructurante de las pa-


labras, aquí recuerdo la pregunta de Bourdieu (1985): “¿qué significa
hablar?”. Al investigar la economía de los intercambios lingüísticos, Bour­
dieu habla de la capacidad que tienen las palabras de prescribir bajo la
apariencia de solamente describir y explora las condiciones sociales que
hacen que cierto discurso tenga eficacia simbólica y, por lo tanto, tam-
bién eficacia política. Según él, “la subversión política presupone una sub-
versión cognitiva, una reconversión de la visión del mundo” (1985:96).
Las palabras —que Bourdieu considera parte del capital simbólico— per-
miten una específica instrumentación de la modalidad simbólica de la
violencia. Ciertas palabras abonan más a la pasividad que a la acción al
potenciar la creencia determinista de que el destino de cada quien está
escrito y sellado desde el nacimiento, lo que oculta el condicionamiento
social, que podría modificarse. En ese sentido, Bourdieu señala que la ac-
ción propiamente política inicia con la denuncia de los habitus9 del orden
establecido por la doxa dominante, donde lo que se habla tiene un papel
crucial. Este autor plantea que el discurso subversivo, la herejía, incide en
la posibilidad de cambiar el mundo social al cambiar la representación de
ese mundo. Las palabras (las narrativas, los relatos, los llamados) contri-
buyen a romper la adhesión al mundo del sentido común, produciendo
un nuevo sentido, e integrando en él:

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Epílogo: ¿qué significa hablar?

investidas con la legitimidad que confieren la manifestación pública y el


reconocimiento colectivo, las prácticas y experiencias hasta este momen-
to tácitas o rechazadas por todo un grupo (1985:98).

Muchas de las intervenciones de las activistas feministas se acercan a la


idea de Bourdieu de la subversión herética. Ser hereje es ser alguien que
sostiene ideas contrarias a los dogmas. Históricamente, las personas con-
sideradas herejes eran llevadas a la hoguera o encerradas en el calabozo
de por vida. El filósofo italiano Paolo Flores d’Arcais (2001) dice que en
una democracia las personas pueden ser herejes sin riesgo. De eso se trata la
libertad, de poder asumir ideas o prácticas que, pese a que sean conside-
radas herejías por ciertos grupos, se puedan llevar a cabo sin riesgos mien-
tras no dañen directamente a otras personas. Pienso, por ejemplo, en la
interrupción legal del embarazo, que es una herejía para las personas mal
llamadas provida, pero que en una democracia se puede realizar sin ries-
gos ya que se acepta la existencia de diferentes visiones (religiosas y cientí-
ficas) respecto al estatuto del embrión, junto con el hecho incuestionable
de que una mujer que aborta no afecta los derechos de las demás perso-
nas. Prácticas creativas de las activistas feministas, como el mural que re-
presentaba a la Victoria alada y a Atenea portando el pañuelo verde de la
despenalización del aborto y besándose, fue considerado una herejía por
algunos profesores de la Facultad de Filosofía y Letras de la unam, y se
le censuró. Cierto vocabulario subversivamente herético de las activistas
feministas ha logrado el reconocimiento de que su rabia es “apropiada”,
como dice Amia Srinivasan. Eso lo ha conseguido, indudablemente, la
creativa consigna “Verga violadora, ¡a la licuadora!”.
En relación con las palabras de las activistas, comparto con otras
feministas la crítica que hacen al vocabulario de la victimización, tan uti-
lizado en la escena política. Aquí he citado a Brown, Butler, Halley, Mou-
ffe, Pitch y me faltan muchas otras pensadoras feministas que advierten
los peligros de un enfoque para el cual toda mujer siempre es una víctima
vulnerable y todo hombre es potencialmente victimario y agresor. Estas
feministas nos invitan, con su pensamiento crítico, a desconfiar de pos-
turas que no reconocen la complejidad de las relaciones entre los seres

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Dolor y política

humanos y nos previenen acerca de lo contraproducente que acaban sien-


do los impulsos punitivos. La manera en que hablamos, los términos que
utilizamos, las palabras que compartimos, reproducen esquemas y tienen
consecuencias. Y lamentablemente, los feminismos en ocasiones usan pa-
labras sin conciencia de los efectos que tienen sobre las subjetividades. Mi
temor es que el vocabulario de la rabia feminista, en lugar de fortalecer al
movimiento para, desde allí, expandirse hacia una crítica radical dirigida
a los operadores del sistema que produce precariedad, se enquiste en re-
criminaciones personalizadas a las que se les dé más espacio que al hecho
de producir propuestas políticas para el cambio. Frente al moralismo que
está vivito y coleando en el vocabulario de las políticas identitarias, insisto
en recordar la pregunta de Brown acerca de si lograremos desarrollar una
política a partir de la fuerza de una visión alternativa de la vida colectiva y
no a través del reproche moral.
También pienso que es fundamental el desarrollo de una política
feminista que encauce el dolor, la indignación y la rabia sin menosprecio
de la creatividad, pues el arte puede aún desempeñar un rol crítico. En
ese sentido, Mouffe cita a Brian Holmes, quien señala que “el arte puede
ofrecer una oportunidad para que la sociedad reflexione colectivamen-
te sobre las figuras imaginarias de las que depende para su propia cohe-
rencia y comprensión” (2014:95). Las instalaciones y performances de
Lorena Wolffer respecto a la violencia hacia las mujeres son un ejemplo
notable del activismo artístico feminista, y también es de destacar la crea-
tividad de muchas consignas feministas (recuperadas en el Anexo E) que
provocaron reflexiones y emociones en quienes las escuchaban o veían las
pancartas. Mouffe dice que:

Reconocer la dimensión política de las intervenciones artísticas críticas


de un modo agonista supone desafiar la idea según la cual ser político
significa ofrecer una crítica radical que requiere una ruptura total con el
estado existente de las cosas (2014:109).

Según ella, concebir el arte crítico en términos morales “asignándole el


rol de la condena moral” (2014:109) es un error y también discrepa de la

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Epílogo: ¿qué significa hablar?

idea de los artistas como una vanguardia que ofrece una crítica radical.
Sin embargo, señala que las prácticas artísticas críticas como intervencio-
nes contrahegemónicas contribuyen a “la creación de una multiplicidad
de lugares en los que la hegemonía dominante puede ser cuestionada”
(2014:109).10 Y esto lleva a desarrollar nuevos criterios de juicio político.
Tal vez sea necesario recordar la vieja idea del “enemigo principal”
y de sus representantes y operadores. Para mí, ese “enemigo principal” es
el capitalismo patriarcal y racista, y sus operadores son los funcionarios y
figuras políticas que siguen órdenes sin responsabilizarse de lo que pro-
ducen. Por otra parte, en nuestro espacio de la micropolítica, ¿quiénes
son nuestres adversaries y quiénes nuestres aliades? Construir una hege-
monía política diferente requiere definir con quiénes podemos aliarnos
para objetivos puntuales. Sumar para tener fuerza. No podemos pensar
en una transformación política del tamaño que implica enfrentar al ca-
pitalismo patriarcal y racista, y a sus operadores, sin alianzas con otros
movimientos. Mouffe señala lo complejo que es “articular una diversidad
de demandas heterogéneas que no solamente no confluyen necesaria-
mente sino que también pueden estar en conflicto las unas con las otras”
(2015:132). En ese sentido, ella insiste en la importancia de las “cadenas
de equivalencias” y recuerda que cuando Laclau y ella escribieron Hegemo-
nía y estrategia socialista:

Sostuvimos que era necesario que la izquierda estableciera una cade-


na de equivalencias entre todas estas diferentes luchas, de manera que
cuando los trabajadores definieran sus demandas tomaran también en
cuenta las demandas de los negros, de los inmigrantes, de las feministas.
Desde luego que para esto es necesario que, cuando las feministas defi-
nen sus demandas, no lo hagan sólo en torno a cuestiones puramente de
género, sino que también tomen en cuenta las demandas de otros gru-
pos, a fin de crear una gran cadena de equivalencias entre luchas demo-
cráticas (2014:132)

El desafío de la izquierda, para Laclau y Mouffe, era lograr construir una


verdadera voluntad colectiva para lo cual había que articular las nuevas

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Dolor y política

demandas planteadas por las feministas, las personas antirracistas, el mo-


vimiento lgbtt y el movimiento ambientalista. En ese proceso también
era necesario transformar las identidades de quienes van a entrar en la ca-
dena de equivalencias, o sea, crear nuevas subjetividades. En la actualidad
también habría que incluir la lucha contra la crueldad hacia los demás se-
res sintientes y las relativas a la devastación del medio ambiente. Y hoy, en
el contexto de la covid, cobra relevancia insistir sobre el reclamo por un
sistema de salud de calidad y absolutamente gratuito, que sea extensivo a
todas las capas de la población, tengan o no trabajo formal como requisi-
to indispensable para ser atendidas.
Si bien la micropolítica de los grupos feministas moviliza y cambia
subjetividades, también hay necesidad de un trabajo que arme alianzas
y se articule con otras voluntades dirigidas a lograr cambios profundos.
Repito, para derrotar al enemigo principal hay que construir una nueva
hegemonía de talante feminista, y eso supone avanzar en puntos de una
agenda compartida. Las acciones y las palabras indispensables para el cam-
bio que, siguiendo a Gramsci, Mouffe formula como “una transformación
profunda del sentido común y de las formas de subjetividad” (2015:133),
se acompañan de emociones. En el complejo proceso de transformar el
vocabulario que utilizamos para concitar esa construcción de la volun-
tad de nuestro proyecto es imprescindible luchar contra los prejuicios,
las fronteras identitarias y la razón arrogante. Subvertir el sentido común
en el terreno de los significados es uno de nuestros desafíos más difíciles,
pues muchas creencias y prácticas que respaldan el orden injusto y desi­
gual de nuestra sociedad están “naturalizadas”. No es fácil producir nuevas
significaciones, pero la “política de la calle” ha mostrado creatividad. Mi
ejemplo favorito es la consigna “Verga violadora, ¡a la licuadora!”, un re-
curso retórico muy eficaz para sensibilizar a algunos hombres acerca del
horror de la violación. Sin embargo, no basta repetirlo pues, hasta don-
de sé, no se trata de cortarles el pene a los violadores. Entonces, ¿cuál es
la propuesta que hay que desarrollar? Ése es un ejemplo de los temas que
hay que definir en el marco, esperaría yo, de una política antipunitivista.

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Epílogo: ¿qué significa hablar?

La “temporalidad afectiva” del dolor y la rabia

Hablar de las feministas que hoy son parte de la Cuarta Ola en térmi-
nos de una temporalidad afectiva no implica ver como homogéneo el
accionar de los distintos grupos, sino solamente encontrar ciertas coinci-
dencias en las emociones que expresan sus actos y narrativas. Prudence
Chamberlain (2017), al explicar la “temporalidad afectiva” de la Cuarta
Ola, distingue entre la especificidad generacional que surge en el movi-
miento en la medida en que una generación más joven aparece y trata de
imprimirle un sentido más de acuerdo con sus necesidades y anhelos, y la
especificidad histórica, que implica que el feminismo, como movimiento
social, se adapta a los cambios recientes. Uno de estos cambios es el in-
creíble uso de las tic, con la velocidad de comunicación y relación que
ofrecen las redes sociales, lo cual también le ha dado gran velocidad a la
transmisión, no sólo de información, sino de emociones. De ahí que esta
feminista británica considere que en el momento cronológico del tiempo
en que vivimos, donde la innovación tecnológica es inevitable, las emocio-
nes resuenen más que antes.
En la cuidadosa lectura que Ana Sofía Rodríguez Everaert hizo de
mi primer borrador notó que, en la Primavera Violeta de 2016, las ma-
dres de las víctimas no tienen el protagonismo que adquieren luego, en el
8M de 2019, donde ya encabezan la marcha, al igual que ocurre en la de
2020. ¿Cómo se da este cambio? Según ella, parte de la explicación radi-
ca en el rumbo que ha tomado la protesta civil en su conjunto en el país
desde Ayotzinapa, donde los reclamos de madres y familiares cobraron
mucha importancia. Sí, pero también creo que la temporalidad afectiva
de la Cuarta Ola latinoamericana ha incidido en ello. Me explico. Cuando
en Ciudad Juárez empiezan a darse a conocer los espantosos feminicidios
surge, a mitad de los años noventa, la consigna “Ni Una Menos”, que se
le ha adjudicado a Susana Chávez Castillo, poeta y activista mexicana que
denunció los asesinatos de mujeres en esa ciudad y fue violada y asesina-
da en 2011. Sin embargo, quienes vuelven viral esa consigna y conmue-
ven con ella a toda la región son las feministas argentinas que en junio de
2015 salen masivamente a la calle a protestar por el feminicidio de una

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Dolor y política

joven (Accosatto y Sendra 2018). Si bien en México ya había habido mar-


chas por los feminicidios, la iniciativa argentina prendió como reguero de
pólvora. Ese tipo de fenómeno masivo, movido por un impulso de emo-
ción e instrumentado digitalmente, encaja precisamente en lo que Cham-
berlain denomina temporalidad afectiva. Aunque en México muchísimas
feministas han acompañado desde los años noventa a las madres de vícti-
mas de feminicidio,11 nunca hubo, antes de ahora, una manifestación de
tal impacto. Ni siquiera cuando ocurrió el estremecedor asesinato de Ma-
risela Escobedo,12 asesinada por un sicario frente al palacio de gobierno
de Chihuahua por seguir protestando porque el asesino de su hija Rubí
se había dado a la fuga, las feministas logramos una convocatoria de tal
dimensión. Ese deleznable asesinato ocurrió en 2010. Diez años después,
en la masiva marcha del 8M, el contingente de las madres iba en primer
lugar, y eso me remite a la “temporalidad afectiva” de la Cuarta Ola.
Las emociones cambian con el tiempo, así como también el tono
y la forma de expresarlas. Manuel Castells (2019) utiliza el término explo-
sión para describir cuando:

En determinado momento un movimiento político o social llega a un


punto de bloqueo con el sistema institucional, se encuentra con una ne-
gativa, más represión y ¡explota! Y la explosión es violenta, no todos [ex-
plotan], pero [hay] un margen suficientemente serio para que surja el
tema de la violencia y contraviolencia.

Castells toma “la explosión social” como revelador y síntoma, y además


señala que puede ser, y es, destructiva. Desde la perspectiva de este so-
ciólogo, que plantea que cuando se produce una explosión social hay
que tratarla en función de lo que revela, como un síntoma de algo más
profundo, es factible analizar lo ocurrido recientemente en la Ciudad de
México. En septiembre de 2020, un grupo de las madres de víctimas de fe-
minicidio y de graves abusos, junto con activistas feministas, “explotaron”
y tomaron un inmueble de la Comisión Nacional de los Derechos Huma-
nos (cndh, en adelante) y lo convirtieron en la Casa Refugio Ni Una Me-
nos. Esa okupación pone en acto un añejo reclamo de justicia. Estas madres

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Epílogo: ¿qué significa hablar?

y familiares de víctimas, que el discurso paternalista considera “grupos


vulnerables”, mostraron estos días eso que Butler, ya lo dije antes, califica
de “vulnerabilidad en resistencia”: agencia política, prácticas de autode-
fensa, declaraciones transgresoras, actos de solidaridad e intervenciones
artísticas que movilizan los afectos y la memoria. Las madres de víctimas,
junto con las activistas feministas que las acompañan, se manifestaron con
una intervención política que entrelaza una denuncia de la injusticia y el
sufrimiento con una legítima aspiración a una vida más vivible. Su pro-
testa exhibe el infierno en que se ha convertido el sistema, y no deja de
llamar la atención que se dirijan a un órgano autónomo del Estado, es
decir, a un contrapeso creado para defender supuestamente los derechos
humanos que el propio Estado falla en proteger. En esa protesta no hay
diferencia entre la cndh y las fiscalías, ministerios públicos, policías, tri-
bunales, defensorías públicas: su percepción (y no les faltan motivos para
tenerla) es que el conjunto de instituciones les ha fallado, sin excepcio-
nes. Al okupar un inmueble de la cndh exhiben, por un lado, la indife-
rencia burocrática que ha desatendido esos brutales asesinatos y abusos,
y que así favorece la impunidad, y por el otro, la forma en que opera el
“bloque negro”13 de las anarquistas. Se ha dicho hasta el cansancio que la
violencia sexual tiene un carácter sistémico, sin duda vinculado a la ne-
cropolítica neoliberal, y que los feminicidios son una forma extrema de
terrorismo sexista. El problema es tan grave como complejo, pero sigue
asombrando la ineptitud y falta de sensibilidad del personal de ciertas ins-
tancias de la procuración y administración de justicia para una atención
adecuada a las víctimas y sus familiares. Las acciones de estas ciudadanas,
que vivieron tragedias e hicieron las denuncias en su momento, son con-
secuencia del desastre burocrático de los organismos de justicia que las
tienen hartas e indignadas, por ello tomaron en sus manos la manera de
hacerse escuchar. Y lo hicieron acompañadas (¿impulsadas?) por feminis-
tas que se autonombran “anarcas”.
Mi corazón está con las asesinadas, con las víctimas de los abusos y
con sus madres. Me conmueven las activistas comprometidas con una cau-
sa totalmente justa, y lo que ocurrió en la toma de la Casa Refugio Ni Una
Más es un ejemplo de lo que Castells califica “explosión”. Que la acción

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Dolor y política

en la cndh haya sido un detonador para que en otras entidades federa-


tivas se intenten acciones similares, habla de la organización de las redes
feministas en el país. Pero también exhibe, por un lado, la desconfianza
en las instituciones y en el poder de la política para erradicar injusticias,
y por otro, la carga emocional de una “temporalidad afectiva” rebosante
de dolor y rabia. Sin embargo, pese al entusiasmo que suscita un estallido
tan legítimo, no puedo dejar de pensar en cómo cuidar las posibilidades
de transformación política que han producido esos cuerpos de mujeres
imbricados en una fuerte alianza. ¿Cuál sería la vía más eficaz para soste-
ner esto? Dudo que para preservar el objetivo de su lucha baste la audacia
de las okupas.

El feminismo crítico y el malestar sobrante

Cuando empecé esta reflexión tenía una serie de preguntas y, reconozco,


también tenía mi dolor. Ahora, al final, he ido respondiéndome algunas
preguntas y también incorporando nuevos interrogantes, y el proceso de
escritura ha transformado mi dolor. Stathis Kalyvas (2010) encuentra que
los factores emocionales cuentan mucho en lo que él llama el micronivel de
la violencia, con su dinámica intracomunitaria y de comportamiento indi-
vidual. No puedo menos que coincidir con este politólogo en su propues-
ta de aproximarnos a analizar la violencia como un proceso dinámico, lo
que lleva a investigar la secuencia de decisiones y acontecimientos que se
concatenan e intersectan para producirla. Desde su perspectiva veo que
las mantas que me ubicaban como defensora del patriarcado, la espiral
de significación del manifiesto de las feministas diversas respecto al libro
Acoso y las protestas en el espacio virtual por el coloquio con los hombres
produjeron la violencia de las palabras y la censura de las estudiantes del
colectivo Las Semillas de Curie de la Facultad de Química. Kalyvas califi-
ca esa violencia dirigida a las personas en tanto quienes son como violencia
expresiva, y señala que aparece en formas discursivas, simbólicas y ritualis-
tas, a menudo con motivaciones individuales como la discordia y la envi-
dia. ¿Qué hacer ante este tipo de violencia, en especial ahora que mucha

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Epílogo: ¿qué significa hablar?

se desata en el espacio virtual? Ana María Olabuenaga (2019), que pre-


cisamente estudia esos linchamientos, luego de analizar varios casos ocu-
rridos en México concluye que calificarlos como “digitales” es un acto de
condescendencia, ya que con ese término da la impresión de que no tie-
nen consecuencias en las vidas de las personas. El sombrío horizonte que
ella pinta es ominoso, y plantea serios desafíos en relación con la libertad
de expresión y la responsabilidad política de las activistas.
En México el movimiento feminista ha ganado batallas importan-
tes; sin embargo, todos los movimientos, cuando tienen ciertos logros,
cuando crecen y se difunden más ampliamente en la sociedad, enfrentan
nuevos desafíos. Aunque la indispensable lucha feminista ocupa las ener-
gías y las mentes de incontables feministas, éstas reflexionan de maneras
distintas y eligen intervenir en campos diferentes. No todas las diversida-
des que existen en el movimiento se plantean un “involucramiento crítico
con las instituciones”, así como no todas desarrollan estrategias artísticas
o contraculturales. Existe una compleja pluralidad, con demandas que
chocan y se contraponen. Mouffe previene que:

esas demandas no convergen necesariamente, e incluso pueden estar en


conflicto entre sí. Para transformarlas en reclamos que desafíen la estruc-
tura existente de relaciones de poder, deben ser articuladas políticamen-
te (2014:84)

Hacer una política que sea no sólo audaz sino también eficaz impone va-
rias cosas: procesos de deliberación colectiva, reflexión acerca de nuestras
teorías y prácticas, producción de narrativas creativas que den cuenta de
la complejidad, renovación de las formas de representación feminista. Pero
¿cómo escucharnos y hablar si hay conflictos ideológicos que parecen in-
superables? Pensar políticamente es ir más allá de las consignas, por muy
buenas que sean, y pensar también es interrogarnos sobre nuestros pun-
tos ciegos. Wendy Brown es implacable cuando señala que si tomamos la
convicción como principio, como la Verdad, no hay posibilidad de diálo-
go. Por ello, para Brown “la pregunta que expresa la quintaesencia de la
política no es ¿En qué crees?, sino ¿Qué hay que hacer, dado un cierto conjunto

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Dolor y política

de valores políticos, dado un determinado grupo de esperanzas y fines, y depen-


diendo de quiénes somos y dónde estamos ubicados en la historia y en la cultura?”
(2001:94). Ella defiende la importancia de “hacer política” y califica dura-
mente la política moralizadora “como síntoma de una narrativa histórica
quebrada para la cual todavía no hemos fraguado alternativas” (2001:23).
Sin embargo, eso que nos lleva a asumirnos “feministas” implica defender,
como lo están haciendo muchísimas compañeras, el desarrollo de un tra-
bajo político intragrupal para así contribuir a un horizonte emancipador
común.
Uno de nuestros desafíos es el de fortalecer nuestra lucha instau-
rando una praxis política que desarrolle un feminismo crítico. ¿A qué me re-
fiero con esto? A una postura que conjunta las prácticas ya conocidas (el
anticapitalismo, el antirracismo y el antipatriarcalismo) con posturas an-
tiesencialistas y antipunitivistas insertas en procesos de autorreflexión. A
esa perspectiva la llamo feminismo crítico, y aunque en estas páginas he cita-
do una y otra vez el pensamiento de Wendy Brown, Judith Butler y Chan-
tal Mouffe, su espectro es mucho más amplio, no tiene fronteras y en
América Latina tiene expresiones locales muy valiosas. Aquí retomo como
definición de feminismo crítico la de dos historiadoras argentinas, Agusti-
na Cepeda y Débora D’Antonio. En el Boletín de la Asociación Argentina
para la Investigación en Historia de las Mujeres y Estudios de Género que
ellas coordinaron, donde el tema era “El feminismo en la política y la po-
lítica de los feminismos”,14 dicen:

Las voces que recuperamos en este dossier proponen pensar un feminis-


mo crítico en continuo aprendizaje y tránsito, un feminismo que entien-
de las dificultades de un nosotrxs en el ámbito sindical, un feminismo
que debe estar en estado de alerta frente a las argumentaciones neobio-
logicistas y punitivistas, que excluyen identidades en lugar de potenciar
consignas, y también un feminismo rebelde, solidario y poético que asu-
me la responsabilidad de hacer oír su voz con el firme propósito de que
todxs podamos vivir vidas menos precarias (2019:6).

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Epílogo: ¿qué significa hablar?

Comparto todo, desde la precaución que debemos tener frente a los ale-
gatos neobiologistas y punitivos hasta el anhelo rebelde, solidario y poé-
tico que asume la importancia crucial de levantar la voz y hacer política
para alcanzar el objetivo de acabar con la precariedad. El punto es: ¿cómo
lograrlo? Otra feminista argentina, Mariana Palumbo, nos recuerda una
vía: interpretarnos y transformarnos, una y otra vez. Esta socióloga, que
está realizando una estancia posdoctoral en la unam, señala:

De la acción a la interpretación y de la interpretación a la acción, y vice-


versa, es una consigna inherente a la política feminista. Pero no sólo se
trata de interpretar y transformar a partir de generar alianzas o cuestio-
nar a quienes se encuentran por fuera del feminismo, sino que se trata
de interpretar(nos) y transformar(nos) a nosotrxs mismxs. Las discusio-
nes incómodas y situadas nos dinamizan y potencian, desde allí podemos
marcar nuestros límites y repensar nuestras particularidades y visiones
del mundo (2019:8).

La agencia, esa capacidad de acción reflexiva tan necesaria para construir


la “vida deseable”, que para muchas significa “lo común”, requiere el in-
grediente de la transformación personal. Ante tal desafío, y de cara al
cierre de estas páginas, traigo a cuento un texto de la psicoanalista Silvia
Bleichmar titulado “Acerca del malestar sobrante”,15 donde ella retoma
la definición de Marcuse acerca de la “represión sobrante” (sobre-repre-
sión o represión de más), con la que este filósofo califica los modos con
los cuales la cultura coarta las posibilidades de libertad. La “represión so-
brante” es una cuota extra, efecto de modos injustos de dominación. Des-
de esa perspectiva, Bleichmar define como “malestar sobrante” la cuota
extra que nos toca pagar, la cual remite no sólo a las renuncias de deseos
e impulsos que posibilitan nuestra convivencia con otros seres humanos,
sino que lleva a perder aspectos sustanciales del ser mismo.
Ella realiza una descripción de las múltiples facetas y expresiones
de tal fenómeno y encuentra que:

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Dolor y política

El malestar sobrante está dado, básicamente, por el hecho de que la pro-


funda mutación histórica sufrida en los últimos años deja a cada sujeto
despojado de un proyecto trascendente que posibilite, de algún modo,
avizorar modos de disminución del malestar reinante.

Bleichmar considera que “este malestar está dado por el aferramiento a


paradigmas insostenibles, cuya repetición ritualizada deviene un modo
de pertenencia y no una forma de apropiación de conocimientos”. En
esta necesidad de pertenencia resuena la problemática identitaria, con
sus fronteras y exclusiones. Ella también critica lo que califica de autodes-
pojo, término con el que alude al proceso “que lleva a subordinar las po-
sibilidades de producción teórica y clínica a las condiciones imperantes”,
lo que genera una “cantidad de inteligencia desperdiciada, de talento y
entusiasmo sofocado”. Pese a que la alienación es un riesgo permanente,
Bleichmar no pierde la esperanza y dice que:

cabe abrir la posibilidad de que nuestra acción pueda ayudar a disminuir


la cuota de malestar sobrante que nos embarga, ya que los resortes que
lo permiten sí están, afortunadamente, en nuestras manos.

En la dirección de “interpretarnos” y “transformarnos”, y de, como se-


ñala Palumbo, valorar esas discusiones incómodas y situadas que nos di-
namizan y potencian, Bleichmar piensa que podemos no desperdiciar la
inteligencia, el talento y el entusiasmo. Coincido totalmente con ella, y
creo que la “razón arrogante” y las fronteras identitarias son un desper-
dicio que dificulta avanzar en el despliegue de una hegemonía feminista.
La construcción de una voluntad más amplia, una voluntad colectiva de
emancipación, requiere creatividad y disciplina. Pero para lograrlo tam-
bién es necesario, como señala Bleichmar, preservar “nuestra capacidad
pensante”, pues es precisamente esa capacidad de pensar lo que:

puede disminuir el malestar sobrante, ya que nos permite recuperar la


posibilidad de interrogarnos, de teorizar acerca de los enigmas, y me-
diante ello, de recuperar el placer de invertir lo pasivo en activo.

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Epílogo: ¿qué significa hablar?

Ésa es, finalmente, la invitación que hago con este libro: a que con nues-
tra “capacidad pensante” reflexionemos acerca del papel que desempeña
la lucha feminista para avanzar una política de izquierda o, si se prefie-
re, para radicalizar la democracia. Y un tema que propongo analizar es
qué significa no poder hablar entre nosotras, y el costo político que eso tiene
para que el feminismo logre hegemonía cultural y política en nuestra iz-
quierda, tan fragmentada y vapuleada.

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Notas

1. Introducción: sentir, pensar y hablar

 1
El término viene de agonía, que quiere decir lucha o combate. En lenguaje corriente se
usa para nombrar la lucha por la vida de una persona moribunda, pero el agonista es
una persona que lucha. Véase María Moliner 1983.
 2
La obra de Brown es muy amplia. Aquí haré referencia principalmente a tres libros pu-
blicados en 1995, 2001 y 2015. Todas las citas de Brown son traducciones mías del inglés
de esos libros. Véanse Brown 1995, Brown 2001 y Brown 2015.
 3
Rebasa mi objetivo plantear una definición de izquierda, pero asumo una de las varias
que propone Bolívar Echeverría: “La izquierda es sólo una de las vías por las que la vida
moderna ‘profunda’ resiste y se rebela contra el modo capitalista de la modernidad real-
mente existente” (2010:180). Véase Echeverría 2010.
 4
En 2019 aparece el libro de clacso Dimensiones y perspectivas conceptuales. Activismos femi-
nistas jóvenes: emergencias, actrices y luchas en América Latina (clacso 2019) donde Marina
Larrondo y Camila Ponce encuadran con su artículo la compilación de otras diez autoras;
el caso de México no se aborda en esa compilación. Para México véase Álvarez Enríquez
2020, Cerva 2020 y Sefchovich 2020. También véanse el ensayo de Molyneux et al. (2020),
que hace un balance del activismo en los últimos 25 años; el de Eschle y Maiguashca
(2014), que aborda la cooptación y la política progresista feminista en el neoliberalismo,
y el de Dean y Aune (2015), que mapea los feminismos en Europa.
 5
En 2002 la filósofa española Rosa María Rodríguez Magda fue de las primeras en men-
cionar una Cuarta Ola y vincularla al ciberfeminismo (Rodríguez Magda 2002). Otra
referencia temprana es el simposio convocado por la Sección III (Mujeres, Género y Psi-
coanálisis) de la American Psychological Association en 2006, que llevó por título The
Fourth Wave of Feminism: Psychoanalytical Perspectives (Wrye 2009 y Diamond 2009). Una
referencia muy citada, aunque posterior, es la británica Kira Cochrane (2013).
 6
En Argentina nueve autoras publican La Cuarta Ola feminista (Altamirano et al. 2018).
También hay referencias en Larrondo y Ponce (2019). Véase también Díaz-Romero
2019.
 7
En 2018 la escritora mexicana Gabriela Jáuregui coordinó una compilación de textos li-
terarios con el título Tsunami. Al año siguiente apareció otra compilación, coordinada
por la española Marta Sanz, con el mismo título de Tsunami. El artículo de la española
Nuria Varela (2020) titulado “El tsunami feminista” habla de la Cuarta Ola.
 8
La feminista italiana Cinzia Arruzza plantea que todavía estamos en la tercera ola, con la
especificidad de que el rasgo actual es la gran participación de bases sociales precariza-
das, lo que lo marca como un movimiento de clase. Agradezco a Amneris Chaparro esta
referencia.

173

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Dolor y política

 9
El término Tercer Mundo surge en la década de los cincuenta para designar a países de
América Latina, el Sureste Asiático y África que no pertenecían a ninguno de los dos
bloques que estaban enfrentados en la Guerra Fría, el occidental (con la hegemonía es-
tadunidense) y el comunista (con la soviética). Tras la caída del Muro de Berlín, y desde
los años noventa, el término designa el nivel de “desarrollo” de ciertos países comparan-
do las economías del Primer Mundo y centrándose en nuestra pobreza. Aunque hay un
debate acerca de si utilizar o no dichos términos actualmente, yo lo hago no desde una
perspectiva valorativa sino en aras de distinguir la situación en los países de Europa y Es-
tados Unidos de la de nuestra región latinoamericana.
10
En la actualidad se habla de perspectiva decolonial para nombrar las relaciones de saber-
poder resultantes de la ocupación de un determinado territorio por otro Estado y su
conversión en una “colonia”. En países como los de América Latina, que fueron colo-
nias, a pesar de sus procesos de independencia y del avance del capitalismo mundial, se
continúa reproduciendo una lógica cultural que sostiene una configuración colonial de
las relaciones sociales, uno de cuyos ejes es la caracterización —y discriminación— de las
personas con base en su aspecto físico. A esta práctica se la denomina racialización. Para
un panorama del feminismo decolonial véase Suárez y Hernández 2011. Para América
Latina véanse Mendoza 2014 y Gargallo 2015.
11
Se ha escrito muchísimo respecto a las emociones en la dinámica de los movimientos
sociales. Un balance que resume los distintos aspectos que se investigan es el de Jasper
(2013).
12
Una visión sobre el arte feminista en México se encuentra en Abelleyra y González 2015.
Para América Latina véanse Elenes 2017 y Giunta 2019. Sobre el arte feminista decolo-
nial véase Bidaseca 2018. Para un panorama mundial del arte feminista ver el trabajo
colectivo coordinado por Reckitt 2018. Para cierto tipo de intervención cultural, véase
Guerrilla Girls 2020. En el campo de la música y el performance véase el trabajo de gran
influencia mundial de las Riot Grrrls, Pussy Riot, Femen y otros grupos feministas que,
vía sus performances y música, contagiaron a millones de jóvenes de su aspiración ra-
dical. Para las Riot Grrrls véase Marcus 2010; para Femen, Ackerman 2014 y para Pussy
Riot, Tolokonnikova 2019.
13
Emanuela Borzacchiello señala que estas feministas usan el concepto de constelaciones
como metáfora de su acción política, pues promueven una vinculación especial, como
la de las estrellas distintas que están agrupadas, y que incluso pueden estar en conflicto,
aunque siempre mantengan sus vínculos. Según Borzacchiello (2018) las constelaciones
feministas se desplazan por toda la ciudad con iniciativas diferentes, lo que permite que
más gente se pueda sumar.
14
No he entrevistado a las activistas de la Facultad de Filosofía y Letras de la unam. Quien
sí lo hizo fue la doctora Araceli Mingo. Su trabajo de investigación registra la voz de es-
tudiantes del último semestre de la carrera y de posgrado, en un rango que va de los 20
a los 35 años. Véase Mingo 2020.

174

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Notas

2. Pensar la época

 1
Además de publicar libros, Fraser colabora en periódicos. Su artículo en el periódico in-
glés The Guardian con el provocador título “De cómo el feminismo se convirtió en la
criada del capitalismo, y cómo rectificarlo” (2013b) generó una fuerte e importante
reacción.
 2
Hester Eisenstein tiene una gran crítica al enfoque neoliberal del empoderamiento.
Véase Eisenstein 2017. Recientemente Sarah Banet-Weiser publicó un libro acerca del
empoderamiento, el feminismo popular y la misoginia. Véase Banet-Weiser 2018.
  3
En nuestro país, muchas feministas han encauzado sus energías políticas e intelectuales
a investigar, denunciar y tratar de comprender la violencia hacia las mujeres cis, en espe-
cial su expresión más brutal que es el feminicidio (Gutiérrez 2004; Monárrez 2007, 2009
y 2011; Belausteguigoitia y Melgar 2007; Melgar 2011; Huacuz 2011; Saucedo y Huacuz
2011). Valenzuela (2012) acuñó el término juvenicidio para aludir a la vinculación que
existe entre el fenómeno del feminicidio, la situación de les jóvenes y la exclusión social.
Para otro tipo de violencia, considerada “doméstica” véanse autores como Torres Falcón
2001; Saucedo 2002, Castro y Casique 2008; Izquierdo 2011; Saucedo 2011 y Agoff et al.
2013. Entre los trabajos de carácter más documental acerca de la violencia generalizada
destaca el de Frida Guerrera 2018.
 4
Retomo la propuesta con que Bourdieu trabaja el concepto, como esquemas de percep-
ción y acción que internalizamos. Para un esquema explicativo realizado por este autor
véase el Anexo A.
 5
Hoy en día raza es un concepto cultural, no biológico. En las ciencias sociales se utiliza
el término racializar en el sentido de discriminar a una persona o caracterizarla a partir
de su aspecto físico.
  6
Esto propone la perspectiva interseccional. Véanse Crenshaw 1995, Grabham et al. 2005
y McCall 2005.
 7
El prefijo cis proviene del latín y nombra lo que está de este lado. Es el antónimo al pre-
fijo trans: del otro lado. Cis es un neologismo acuñado en los años noventa para nom-
brar a las personas que tienen una correspondencia entre su determinación biológica y
la identidad de género del marco binario. Se habla así de mujeres cis u hombres cis, para
diferenciarlos de mujeres trans u hombres trans.
 8
Este fenómeno ha sido muy estudiado en países del llamado Primer Mundo. Véase
Mc­Robbie 2009; Gill y Scharff 2011; Zeisler 2016.
 9
Como el uso del término depende del contexto (la academia, los medios de comunica-
ción o la cultura popular), hay textos postfeministas que son conservadores, e incluso an-
tifeministas, mientras que otros tienen un potencial innovador y progresista. Véase Gill
2016, McRobbie 2009, Genz y Brabon 2009.
10
En argot angloamericano chick equivale a chica y lit hace referencia a literatura. Chick lit
es un tipo de narración cercana a la novela romántica, pero que no presenta a la mujer

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Dolor y política

como una víctima dependiente del criterio masculino para encontrar su propia valía. La
chick lit pretende mostrar la extensa gama de experiencias que atraviesa la mujer actual,
en especial respecto al amor y el trabajo, en las grandes urbes. La novela El diario de Brid-
get Jones, escrita por Helen Fielding, es el ejemplo paradigmático. Véase Gill y Herdiecker-
hoff 2006.
11
En ese sentido, es muy revelador lo que representa la figura de Madonna para las jóvenes
postfeministas, y un buen número de investigadoras del campo de los estudios cultura-
les y del feminismo ya lo ha analizado. El reciente libro de Cathy Schwichtenberg (2019)
es una fuente muy interesante de referencias.
12
El policía canadiense Michael Sanguinetti fue quien realizó el comentario durante un
seminario sobre agresión sexual en la Universidad de York, en Toronto: “Las mujeres de-
ben evitar vestirse como putas para no ser víctimas de la violencia sexual” (Women should
avoid dressing like sluts in order not to be victimized). Sanguinetti tuvo que ofrecer una dis-
culpa pública, diciendo que estaba “avergonzado” por su dicho y que éste no reflejaba
el compromiso de la Policía de Toronto con las víctimas de agresiones sexuales. Y la vo-
cera de la Policía de Toronto, Meaghan Ray, salió a declarar que los policías deben dar
una lista detallada de los lugares y los tiempos en los que ocurren las agresiones sexuales
para que las mujeres puedan adecuar su conducta, pero que no deben sugerirles cómo
vestirse. Un texto especialmente atinado es “Abuso sexual y vestimenta sexy” de un abo-
gado progresista quien, desde la postura del realismo jurídico, desmonta las excusas ma-
chistas. Véase Kennedy 2016.
13
En México Minerva Valenzuela fue una figura central en la marcha. Su texto dijo clara-
mente: “Aunque use medias de red y tacones de aguja: si digo no, significa no. Aunque la
apertura de mi falda suba hasta mi muslo: si digo no, significa no. Aunque en cualquier
momento decida no consumar el acto sexual: si digo no, significa no. Aunque me ponga
una borrachera marca diablo: si digo no, significa no. Aunque baile de forma sensual: si
digo no, significa no. Aunque el escote de mi vestido sea tentador: si digo no, significa
no”. Dato curioso: mi artículo en Proceso con el título “La marcha de las putas” no se pu-
blicó en la edición de papel, sino solamente en la electrónica ese mismo domingo 12 de
junio. Es la única vez que me ha pasado. Sin comentarios.
14
En relación con el feminismo de Beyoncé también se desató una polémica entre feminis-
tas. Véase “Our Beyoncé, Ourselves: Celebrity Feminism” (Zeisler 2016: 111-137).
15
La traducción de cool es complicada. Antiguamente aludía a algo fresco, pero poco a
poco se usó para nombrar a una persona, una actitud, una situación, alivianada, agrada-
ble, buena onda o, como se dice hoy en México, “chida”. Vale la pena seguir los desliza-
mientos de sentido que son performativos.
16
Rosalind Gill es una experta en medios de comunicación, y tiene una amplísima biblio-
grafía acerca de las formas en que se expresa y representa la feminidad en el postfemi-
nismo. Véanse sus varios trabajos citados en la bibliografía final, que no son ni la décima
parte de lo que ha publicado.

176

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Notas

17
La crítica de Catherine Rottenberg para lo que ocurrió en Estados Unidos es muy atina-
da, y ofrece pistas acerca de lo que pasa en otras partes. Véase Rottenberg 2018.
18
Uno de los aciertos de Foucault fue mostrar que el poder disciplinario es el modo ge-
neralizado de poder en la modernidad: cuando los seres humanos deseamos nuestra
propia sujeción. El poder disciplinario es extraordinariamente eficaz cuando se trata de
“colonizar” sujetos supuestamente libres, pues se convierte en la materia de nuestros de-
seos. Aquellos sujetos altamente individualizados e interesados en sí mismos, que produ-
cen las culturas liberales y las economías políticas capitalistas, resultan ser los sujetos más
susceptibles al poder disciplinario, y su individuación es también su vulnerabilidad.
19
La nota salió en el periódico Reforma del 9 de agosto de 2003. Se puede consultar en in-
ternet al utilizar como términos de búsqueda “bulimia Ibero”. Agradezco a Leticia Cufré
el dato.
20
Una reciente publicación acerca de la problemática de la anorexia en México, que mues-
tra cómo se ha extendido a otras clases sociales, está en Tinat 2019.
21
En México, donde hay una gran cantidad de investigaciones acerca de la violencia hacia
los cuerpos de las mujeres, escasean investigaciones que arrojen información acerca de
las consecuencias negativas de esa exigencia cultural de la feminidad que se obsesiona
por cierto tipo de belleza y, en concreto, por la delgadez. La bibliografía anglófona es
Orbach 1979; Chernin 1981, 1986; Bordo 1985, 1989, 2004; Wolf 1991; Young 2005.
22
El makeover, que significa “volver a hacer”, consiste en una transformación del aspecto,
que implica desde cuestiones de maquillaje, peinado y vestido hasta dietas y cirugías. So-
bre el paradigma del makeover y la subjetividad véase Gill y Scharff 2011.
23
Esta fecha la fijamos las feministas que asistimos al Primer Encuentro Feminista de Amé-
rica Latina y el Caribe, que se llevó a cabo en Bogotá, en 1981. Elegimos ese día en
recuerdo de las Hermanas Mirabal. Posteriormente la onu retomaría la fecha y los go-
biernos la instrumentalizarían con el Día Naranja, que obliga a las dependencias guber-
namentales a hacer gestos institucionales en relación al combate a la violencia.
24
La aprobación se logró con la mayoría de 46 votos a favor (prd, pt, Convergencia, Alter-
nativa, pri y el Partido Nueva Alianza), 19 en contra (pan y pvem) y una abstención (pri)
del diputado Martín Olavarrieta. Para mi versión de los hechos sobre el proceso véase
Lamas 2015.
25
Se reproduce completo en el Anexo B.
26
El público objetivo fueron hombres de 20 a 50 años, de diversos niveles socioeconómi-
cos, que hacen uso del transporte público de forma cotidiana, con énfasis en el Metro
de la Ciudad de México. La campaña buscó “desnaturalizar” la violencia sexual hacia las
mujeres en el transporte público y generar empatía entre los hombres que podrían mo-
dificar sus prácticas si reconocen que sus conductas son una forma de violencia sexual y
que tienen un impacto en la vida de las mujeres.
27
En mi libro Acoso critiqué la reacción de Tamara de Anda (Plaqueta) al piropo de “gua-
pa” que le espetó un taxista. Hoy pienso que lo que ocurrió tuvo que ver con la campaña

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Dolor y política

en la que iba a participar. De Anda narró el incidente en su blog en El Universal el 18 de


marzo de 2017 y la campaña se inició tres días después. Resumiendo: un chofer de taxi
le grita: “guapa”, ella responde: “no te metas conmigo” o algo similar, él insiste: “te digo
guapa porque estás muy guapa”, ella va con una patrulla y lo acusa de “acoso”, lo llevan
ante un juez, le imponen una multa, que no puede pagar, y pasa unas horas detenido.
También Raúl Trejo Delarbre (2018) comentó el incidente y encontró que el juez deter-
minó “que ese piropo era una forma de vejación o maltrato verbal prevista en la Ley de
Cultura Cívica. Como el taxista no quiso pagar la multa, se quedó detenido por varias
horas” (2018: 222). Trejo Delarbre señala que la Ley de Cultura Cívica no menciona el
término acoso y que fue una interpretación del juez. Si la joven se hubiera quejado de
“machismo” probablemente no le hubieran hecho caso. En su texto, Trejo consigna la
explicación de la joven afectada, quien señaló que su denuncia fue una forma de reivin-
dicar a las mujeres “que andan por la ciudad sintiéndose vulnerables por los hombres
que insisten en marcar su territorio por medio del acoso, de comentarios que no están
hechos para halagarte sino para hacerte sentir insegura” (2018:222). Al gritarle “guapa”,
¿la intención del taxista fue hacerla sentirse insegura? Es difícil adjudicar intenciones, y
hay que remitirse a los hechos. Existe, sin duda, una situación de hostigamiento constan-
te que viven las personas, en su grandísima mayoría mujeres, en los espacios públicos.
He criticado la reacción de esta joven como paradigmática de la manera en que funcio-
na la “espiral de significación” respecto al acoso.
28
En México ya había investigaciones sobre acoso laboral. Véase Peña Saint Martin y Sán-
chez 2009; Frías 2011; Peña Saint Martin y Fuentes 2012; Fuentes Valdivieso 2014 y Fon-
devila 2018.
29
Este dato lo difundió la académica del ceich (unam) Aimeé Vega Montiel en el foro que
se llevó a cabo en la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México.
30
Sólo aludo a las relaciones heterosexuales, ya que desconozco los códigos de esas prácti-
cas entre lesbianas y homosexuales. Agradezco a Gerardo Mejía su señalamiento acerca
de que entre los hombres gays hay códigos muy distintos acerca de tocamientos, que no
se viven como un acoso negativo sino como una invitación.
31
La traducción del documento del grupo de francesas se reproduce en el Anexo C.
32
Foucault, en el cuarto tomo de la Historia de la sexualidad, que permaneció inédito duran-
te treinta y cuatro años y apenas se publicó en Francia en febrero de 2018 con el título
Las confesiones de la carne, plantea que entre el siglo ii y el v el cristianismo elabora una
concepción que sigue definiendo en gran medida los elementos que componen nues-
tras creencias acerca de la sexualidad y de la relación entre las mujeres y los hombres:
la valoración de la virginidad, la continencia, la monogamia, la fidelidad y el sexo para
la procreación, así como la condena de las relaciones homosexuales, la prostitución, el
adulterio y los placeres del cuerpo. Véase Foucault 2019. Para la cultura hispana, Julio
Caro Baroja rastrea esa doble valoración y la encuentra en Las Siete Partidas, código cas-
tellano del siglo xiii, donde la serie de ordenamientos medievales expresa las nociones

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Notas

morales y políticas como un todo, y concluye que ahí se hace explícita la doble moral.
Véase Caro Baroja 1968.
33
Toda la prensa se ocupó del caso; yo sólo revisé los cuatro periódicos a los que estoy
suscrita: El Universal, Milenio, Reforma y La Jornada. De esos, destaco a Sefchovich 2019 y
Silva-Herzog Márquez 2019. Los caricaturistas de La Jornada se expresaron agudamen-
te sobre la movilización. Las primeras planas fueron: en Reforma (17 agosto): “Protesta,
furia y vandalismo”. En El Universal (17 agosto): “Violencia tiñe marcha de las mujeres”.
En Milenio (17 agosto): “Marcha por equidad de género termina en vandalismo”. En La
Jornada (17 de agosto): “Estalla furia en marcha contra la violencia hacia las mujeres”.
34
Esto es un fenómeno general en América Latina, como documenta la revista Nómadas de
Colombia, en su número 51 (julio-diciembre de 2019), dedicado a Violencia de género
en las universidades. Véase Fuentes Vásquez et al. 2019.
35
Para una atinada explicación acerca de esta forma de operar del anarquismo insurreccio-
nal que es el “bloque negro” véase Illades 2019. Agradezco a Diana Fuentes la referencia.
36
Auyero y su equipo investigaron en Buenos Aires lo ocurrido durante 2001, cuando por
la crisis económica sectores de la población saquearon supermercados. La sorpresa en
los resultados de esa investigación fue que esas acciones no eran tan espontáneas, sino
que estaban coordinadas al punto que, en varios casos, la policía orientaba a la pobla-
ción a que escogieran ciertas cadenas de supermercado y dejaran indemne a otra. Y esos
policías actuaban invisibilizados por la “zona gris”. Véase Auyero 2007.
37
De estos alumnos, 90 fueron suspendidos y 18 expulsados.
38
De estos académicos, 48 recibieron amonestaciones, 65 suspensiones y 46 tuvieron resci-
sión de contrato.
39
De estos trabajadores 23 recibieron amonestaciones, 48 suspensiones y 28 tuvieron resci-
sión de contrato.
40
Véanse en el Anexo D.
41
El periódico Reforma registró cien gritos y consignas. Significativamente, no registró la
cantidad enorme de consignas acerca del aborto ni la presencia de contingentes que exi-
gían su despenalización. Véase la lista del Reforma en el Anexo E.
42
Copio parte del volante que se repartió: “La Red cannábica de Mujeres Forjando Porros, For-
jando Luchas, es un espacio de conversación, intercambio de conocimientos, aprendizaje
y sanación a través de la organización de mujeres usuarias de la planta de cannabis. Bus-
camos posicionar la lucha y acción de las mujeres dentro del movimiento cannábico y
la  lucha cannábica dentro del movimiento feminista”. Denuncian la masculinización
que existe dentro de los espacios cannábicos, en donde hombres invisibilizan o minimi-
zan la lucha feminista y desean erradicar los estigmas y discriminación que les da la so-
ciedad por ser usuarias de la planta. Luchan para salir del clóset cannábico e inspirar la
sororidad a las feministas, quienes por desinformación y estigmatización las discriminan
por ser consumidoras. Decidieron impulsar una Contingenta Cannábica dentro de las ac-
ciones del #8M, pues sería la primea ocasión en que muchas mujeres participaban en la

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Dolor y política

marcha. Se coordinaron para garantizar en gran medida la seguridad de las mujeres asis-
tentes. 

3. Dolor y rabia

 1
No todas las feministas que se asumen anarquistas o “anarcas” son parte del “bloque ne-
gro” del anarquismo insurreccional que analiza Carlos Illades. Véase Illades 2019.
 2
Su texto, titulado La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez, es una
interpretación sobre los aberrantes asesinatos como un rito mediante el cual la fratría de
varones establece pactos y se manda mensajes. Véase Segato 2006.
  3
El cccs fue creado por Stuart Hall, considerado hoy el iniciador de los estudios cultu-
rales. El trabajo Resistance through Rituals primero apareció en Working Papers in Cultural
Studies, núms. 7-8, el journal anual del Centre for Contemporary Culture Studies. Tuvo
varias reimpresiones; en 1993 Routledge lo publicó por primera vez como libro con
Stuart Hall y Tony Jefferson como editores. En 2006 lo volvió a publicar con una nueva
introducción (ésta sin autoría), aunque también mantuvo la introducción original.
 4
En la reimpresión de 2006 de Resistance through Rituals se incluye un texto introductorio
autocrítico muy interesante, “Once More around Resistance through Rituals”, que ofrece
una explicación acerca de la forma de funcionar del cccs así como del contexto intelec-
tual y político en que se realizaron los trabajos, además de plantear cuestiones metodoló-
gicas y conceptuales (2006:viii-xxxii). Ahí viene una sección titulada “Gender Blindness
and the ‘Missing Girls’” (Ceguera de género y las “chicas que faltan”) donde se reconoce
la importancia de una perspectiva feminista.
 5
En la novela Foxfire. Confesiones de una pandilla de chicas, que muestra la creación de un
refugio de solidaridad entre chicas jóvenes, lo que les permite la construcción de una
identidad más allá del discurso hegemónico de la feminidad, Joyce Carol Oates ubica lo
ocurrido en los años cincuenta en Nueva York. Véase Oates 1993
 6
El término en inglés es signification spiral. En el capítulo 2 del libro Resistance through Ri-
tuals, titulado “Algunas notas sobre la relación entre la cultura de control social y los
medios de comunicación, y la construcción de una campaña de ley y orden”, viene la de-
finición. Todas las traducciones de las citas de Hall y Jefferson, y del cccs, las hice de la
edición de 2006. Véase Hall y Jefferson 2006
 7
Ésta es la tesis principal de Towards a Feminist Theory of the State. Véase MacKinnon 1989.
 8
Ella dedica todo un capítulo y varias páginas de States of Injury a esta labor. Véase Brown
1995, cap. 4, de la página 77 a la 95, y también de la página 128 a la 134.
 9
Ése es el término que usa MacKinnon: “fuck”.
10
Todo el capítulo 4 de Brown trata la pornografía, cuestión que no comentaré aquí. Véase
Brown 1995.
11
El texto completo está en el Anexo F.

180

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Notas

12
Texto completo en el Anexo B.
13
Offen explica a qué se debe la alusión al movimiento nacionalista irlandés: “En los años
1910-1914 el destino del sufragio femenino en el Parlamento británico estuvo estrecha-
mente ligado al destino del gobierno autónomo para los irlandeses”. Véase Offen 2015:319.
14
Edith y su marido aprendieron jiu-jitsu y fundaron en Londres The School of Japanese
Self-Defense. Véase Dorlin 2019.
15
Necropolítica es un término utilizado para nombrar la política que define quiénes pueden
vivir y quiénes deben morir. Véase Mbembe 2003. Para México, véase Valenzuela 2019.
16
Apareció publicado en Tierra Adentro, revista digital de la Secretaría de Cultura. Véase De
la Cerda 2020.
17
Ella reconoce que le dolió que la criticaran por sus posturas “más blancas que la leche” y
“en Feministlán es peor que te digan blanca a que te digan patriarcal”. Tal vez sería muy
útil distinguir lo que Bolívar Echeverría denomina blanquitud, un fenómeno de subjetiva-
ción que alude a la internalización que ciertos sujetos hacen del modo de vida capitalista.
La blanquitud es un rasgo civilizatorio de la modernidad, con el cual se puede no ser una
persona blanca de piel pero estar perfectamente blanqueado. Véase Echeverría 2010.
18
Supongo que alude al Primer Encuentro Internacional, Político, Artístico, Deportivo y
Cultural de Mujeres que Luchan, que organizaron las zapatistas entre el 8 y el 10 de mar-
zo de 2018 en el Caracol Morelia de la zona Tzotz Choj en Chiapas.
19
Las citas de Nussbaum las he traducido de la edición en inglés. Véase Nussbaum 2016.
20
Queenie Leavis, cuya reseña del libro se tituló “Gusanos del Reino Unido, uníos”. Véase
Marcus 2006.
21
Leonard Woolf lo consideró su peor libro, Keynes lo calificó de “tonto”, a Vita Sackville-
West le desagradó y a su sobrino y biógrafo Quentin Bell le irritó de tal forma que lo cri-
ticó abiertamente.
22
Anne Campbell, quien antes investigó las pandillas de chicas, posteriormente hizo un es-
tudio comparativo entre mujeres y hombres en sus formas de agresión. Véase Campbell
1993.
23
Véase el número de Feminist Media Studies (2019), en especial la introducción de Boyce
Kay y el artículo de ella con Banet-Weiser.
24
Véase el número de la revista Feminist Media Studies, en especial el artículo de Boyce Kay
y Banet-Weiser 2019, y el de Wood 2019.
25
El término que usa es aptness, que traduzco como la condición de ser apropiada o adecuada.
Todas las citas de Srinivasan las he traducido yo.
26
Srinivasan reconoce la similitud de su concepto con el de injusticia epistémica de Miranda
Fricker.
27
Srinivasan cita a las filósofas Frye, Narayan y Jaggar como seguidoras de Lorde en subra-
yar la productividad epistémica de la rabia. Véanse las referencias en la bibliografía.
28
Sara Ahmed reivindica la figura de la aguafiestas feminista (killjoy). Véase Ahmed 2010.

181

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Dolor y política

4. Las identidades a la hora de hacer política

 1
Algo así se lo leí al filósofo Daniel Innerarity: “Una sociedad es democráticamente ma-
dura cuando ha asimilado la experiencia de que la política es siempre decepcionante y
eso no le impide ser políticamente exigente” (2011:23).
 2
Desde finales de los ochenta el antropólogo Néstor García Canclini analizó las culturas
híbridas de nuestra posmodernidad. Véase García Canclini 1989. En 2012 un homenaje
a su obra llevó el título Voces híbridas. Véase Nivón 2012.
 3
El Diccionario de la lengua española define “psíquico” como “Perteneciente o relativo al
alma” (en oposición a lo físico o material) y define “psiquismo” como “Conjunto de los
caracteres y funciones de orden psíquico” (1992:1196). Curiosamente María Moliner,
siempre tan atinada, sólo remite al mito de Psique y habla de “el alma”. Los diccionarios
de psicoanálisis (Laplanche y Pontalis 1971, Evans 1997 y Chemama 1998) no traen la
entrada de “psíquico”, ni de “psiquismo”.
 4
El término antropología no formaba parte del vocabulario de Freud, que utilizaba Geistes-
wissenschaften, que quiere decir literalmente “ciencias de la mente” o “del espíritu”.
 5
Las reflexiones de Freud sobre la cultura y la política las retomaron los filósofos y politó-
logos asociados a la Escuela de Frankfurt: Theodor W. Adorno, Herbert Marcuse, Erich
Fromm, entre otros.
 6
Éstos son: a) el interés para las ciencias del lenguaje; b) el interés filosófico; c) el interés
biológico; d ) el interés para la psicología evolutiva; e) el interés para la historia de la cul-
tura; f ) el interés para la ciencia del arte; g) el interés sociológico y h) el interés pedagó-
gico.
 7
Agradezco a Leticia Cufré haberme recordado que a inicios de la década de 1970 mu-
chos psicoanalistas argentinos cuestionaron esta separación y se salieron de la Asociación
Psicoanalítica Argentina, lo que también dividió a la Asociación Psicoanalítica Interna-
cional. Marie Langer, feminista, marxista y psicoanalista, jugó un papel decisivo en dicho
proceso. Véase Langer 1971.
 8
El simposio Une anthropologie psychanalytique est-elle possible? no sólo dio la palabra a antro-
pólogos que han usado conceptos del psicoanálisis en sus investigaciones sino que invi-
tó a psicoanalistas a comentar las exposiciones de los etnólogos. Una decena de ensayos
se publicaron en L’Homme, la revista de antropología de la École des Hautes Études en
Sciences Sociales de Francia. También ahí se incluye una aportación del psicoanalista
André Green sobre la diferencia de interpretación del psiquismo entre los antropólogos
y los psicoanalistas. Ver L’Homme 1999.
 9
Trans es un prefijo que significa “del otro lado”. Se empezó a usar el término transexual
para nombrar a personas que se asumían “del otro sexo” y que cambiaban su aspecto
exterior vía hormonación, incluso algunes se hacían la llamada cirugía de reasignación de
sexo. Luego surgió el término transgénero, que nombra a quienes van más allá de los es-
quemas tradicionales de mujer u hombre, por ejemplo, un macho biológico, que se viste

182

Dolor y política.indd 182 29/01/21 11:45


Notas

de mujer, se maquilla y tiene el pelo largo, pero también se deja la barba y no utiliza
hormonas. Las combinaciones de distintos marcadores y emblemas masculinos y feme-
ninos, y cierto desinterés por hormonarse o hacerse cirugía, es lo distintivo de las per-
sonas transgénero. Sobre este fenómeno cada vez más común, que pone en evidencia la
maleabilidad humana y la potencia del psiquismo, una reflexión es la de Pons Rabasa y
Guerrero McManus 2018.
10
La cita “strategic use of a positivist essentialism in a scrupulously visible political interest”
se comenta en la entrevista con Rooney. Véase Spivak, 1989, p. 126.
11
Así se autonombran las personas argentinas que llegaron exiliadas a México, y vivieron
muchos años aquí, o se quedaron definitivamente. Con ese término hablan de su doble
pertenencia.
12
El documento fue elaborado colectivamente durante las tres mañanas que se reunió el
grupo para reflexionar sobre “La política feminista en América Latina hoy”. Participa-
ron en la discusión: Haydée Birgin (Argentina), Celeste Cambría (Perú), Fresia Carrasco
(Perú), Viviana Erazo (Chile), Marta Lamas (México), Margarita Pisano (Chile), Adria-
na Santacruz (Chile), Estela Suárez (México), Virginia Vargas (Perú) y Victoria Villanue-
va (Perú). La redacción estuvo a cargo de Viviana Erazo, Marta Lamas y Estela Suárez. Lo
suscribieron Elena Tapia (México), Virginia Haurie (Argentina), Verónica Matus (Chi-
le), Ximena Bedregal (Bolivia), Cecilia Torres (Ecuador) y Dolores Padilla (Ecuador).
Se reproduce en el Anexo H.
13
Lamentablemente Birgin, que fue una figura política muy destacada, escribió muy poco.
El Equipo Latinoamericano de Justicia y Género publicó un libro con escritos de varias
autoras en homenaje a ella, donde se recuperan algunos de sus análisis y logros. Véase
Equipo Latinoamericano de Justicia y Género 2012.
14
Antes se las calificaba con una connotación negativa: “femócratas”, mezcla de feminista y
burócrata. Después se empezó a utilizar el apelativo de governance feminists. Véase Halley
et al. 2018.
15
Muchas son militantes en partidos políticos que, convencidas de la importancia de que
haya más mujeres en los lugares de toma de decisiones, han cabildeado, primero, el
tema de las cuotas de mujeres en la representación política y luego el de la paridad. Al
margen de sus diferencias políticas piensan que se requieren más mujeres en puestos
políticos, y esto favorece las alianzas en una lucha para corregir la carencia numérica
existente. Para un panorama del proceso en la Ciudad de México de 1985 a 2014 véase
Lamas 2017.
16
Al proceso de institucionalización de activistas feministas (principalmente feministas so-
cialistas, mujeres cristianas y exmilitantes de partidos de izquierda) en organizaciones
no gubernamentales Sonia Álvarez lo calificó de “la ongización del feminismo”. Véase
Álvarez 1998.
17
En su artículo “Ruptura de acuerdos de feministas autónomas”, Ximena Bedregal habla
de la crítica a “la tecnocratización y suavizamiento [sic] que ha atravesado al feminismo

183

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Dolor y política

latinoamericano en la última década” y ofrece un atisbo de los conflictos y las prácticas


de las autodenominadas autónomas. Véase Bedregal 1998.
18
En la revista debate feminista hicimos una mesa de discusión acerca del financiamiento.
Véase “El financiamiento: el ruido del dinero”, VV. AA. 1995.
19
Un duro análisis crítico lo hace Francesca Gargallo. Véase Gargallo 1997.
20
El “pequeño grupo” fue la forma de organización básica del movimiento de liberación
de la mujer. Ocho, diez, doce mujeres se reunían semanalmente a hablar —¡a hablar!—
y así cobraban conciencia de su común condición. A diferencia de los grupos de “autoa-
yuda”, este grupo, que sin duda también daba una ayuda mutua, se caracterizó por su
objetivo político.
21
Un análisis clásico sobre la dinámica del “pequeño grupo” es el de Olmsted 1978. De cor-
te más psicoanalítico están los trabajos de Pichon-Riviére 1971 y Anzieu 1986. En varios
países las feministas analizaron la dinámica de los pequeños grupos. Para México, sobre
la dinámica interna del pequeño grupo véase el artículo de Acevedo et al. 1978, y para
una visión amplia el libro de Espinosa 2009. Para América Latina véase Stromquist 2007.
Para el Estado español véase Gil 2011. Una interesante reflexión acerca del conflicto en
los pequeños grupos está en Mueller 1995.

5. De emociones, ideología y política

 1
Rechazo utilizar el término prostitución por su connotación negativa, así que lo pondré
en comillas cuando lo deba mencionar. Hablo de comercio sexual, y aunque personas de
distintas identidades y orientaciones sexuales realizan trabajo sexual, a lo largo del texto
hablo más de las mujeres cis, ya que, por un lado, la disputa feminista se centra en la for-
ma heterosexual de comercio sexual y, por el otro, mi trabajo de investigación y acompa-
ñamiento político lo he hecho con trabajadoras sexuales cis y trans. Véase Lamas 2016.
 2
El modelo heteronormativo no visualiza la homosexualidad más que como algo margi-
nal. Dentro de los diversos feminismos existe una amplia variedad de relaciones lésbi-
cas, pero el lesbianismo no es el tema central en la discusión feminista acerca del trabajo
sexual. El trabajo sexual masculino, mayoritariamente homosexual, ha sido materia de
reflexión principalmente en el campo de la salud pública, debido al vih-sida. Existe tam-
bién un trabajo sexual de hombres que venden sus servicios a mujeres heterosexuales,
pero eso tampoco es tema de discusión en el movimiento. Para bibliografía al respecto
véase Meisch 1995; Sánchez Taylor 2001; Carr y Poria 2010; Frohlick 2016.
  3
Con el apelativo de “puto” se alude a la conducta homosexual de un hombre, pero no a
la promiscuidad heterosexual de los varones.
 4
Un panorama de los primeros debates y confrontaciones se encuentra en Lamas 2016.
Para Estados Unidos véase Chateuvert 2013.
 5
Al respecto véase Duggan 1995. Para una mirada desde España véase De Lora 2019.

184

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Notas

 6
Autora de Female Sexual Slavery (1979), funda en 1988 la organización Coalition Against
Trafficking in Women (catw). Su libro The Prostitution of Sexuality. Global Exploitation of
Women (1995) es la biblia de las neoabolicionistas.
 7
Por eso Lázaro Cárdenas suscribió el tratado abolicionista que entró en vigor en 1940,
pues se refería a ese tipo de intervención gubernamental. A partir de ese momento el
gobierno dejó de registrar a las trabajadoras sexuales. Véase Bliss 2001.
 8
Véase en especial los trabajos de Kulick 2003, Farley 2003, Agustín 2007, Scoular 2010,
Weitzer 2010, Kempadoo et al. 2012 y Bernstein 2018.
 9
En Ecuador se crea la Asociación de Mujeres Trabajadoras Autónomas de Ecuador en
1982 en la provincia de El Oro. En Uruguay en 1985 se crea la Asociación de Meretri-
ces Profesionales del Uruguay (amepu) y logra su reconocimiento jurídico en 1988. En
1987, en Brasil, Gabriela Leite funda la Asociación Nacional de Prostitutas, con sede en
Río de Janeiro, y lleva a cabo la Primera Conferencia de Prostitutas; en octubre de ese
mismo 1987, en San José Costa Rica se establece la Red de Mujeres Trabajadoras Sexua-
les de Latinoamérica y el Caribe (RedTraSex) donde hoy participan organizaciones de
trabajadoras sexuales de quince países. A lo largo de la década de 1990 surgirán más gru-
pos organizados, como la Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina (Ammar) en
1994; en 1997 se crea la Red de Trabajadoras Sexuales de Latinoamérica y el Caribe. En
República Dominicana, el Movimiento de Mujeres Unidas (modemu) nació en noviem-
bre de 1997; en México, la Organización Mujer Libertad de Querétaro, en 1997, y en
1998 mujeres de dieciocho estados de la república fundan la Red Mexicana de Trabajo
Sexual; en Chile la fundación Margen aparece en 1998.
10
La antropóloga Laura Agustín, quien critica “la industria del rescate”, hace una reflexión
distinta sobre las migrantes a partir de sus investigaciones y las caracteriza como protago-
nistas valientes. Véase Agustín 2013.
11
La definición de trata en el Protocolo implica tres cuestiones: 1) conductas (captación,
transporte, traslado, acogida o recepción de la persona); 2) medios (amenaza, uso de la
fuerza, engaño); y 3) fines (explotación) (onu 2000).
12
En México faltan datos al respecto, pero muchas investigaciones de otros países, que tie-
nen estimaciones del número de personas que se dedican al comercio y las que están en
situación de trata, señalan la gran brecha que existe: hay muchísimas menos víctimas de
trata que trabajadoras sexuales. Véanse los clásicos estudios de Weitzer (2005 y 2010),
producto de rigurosa investigación estadística, así como el libro de Van den Anker y Doo-
mernik 2006. Para un panorama sobre México, véase la compilación de investigaciones
hechas en Chiapas, Oaxaca, Campeche y Ciudad de México en Lamas (coord.) 2018.
13
Véase los trabajos de Kapur 2005; Agustín 2007; Cheng 2010; Parreñas 2011; Kempadoo
et al. 2012; Chang 2013; Bernstein 2018. Para México véase Maldonado 2018.
14
Hay investigaciones sobre la dinámica económica del comercio sexual que documen-
tan esto. Véase Cameron et al. (1999); Della Giusta et al. (2008). En 2016 se publicó The
Oxford Handbook of the Economics of Prostitution, con artículos de economistas que exploran

185

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Dolor y política

matemática y estadísticamente temas relacionados con el comercio sexual y analizan la in-


fluencia de la ley en la estructura del mercado sexual. Véase Cunningham y Shah (2016).
15
En 2005, la antropóloga Laura Agustín publicó en la revista Sexualities un ensayo titulado
“Nuevas direcciones de la investigación: el estudio cultural del comercio sexual”, donde
propone la creación de un marco para el estudio del comercio sexual, que abarque más
que investigar la “prostitución”. Ella señala que existe una cantidad de actores sociales
insertos en la industria del sexo que no dan el servicio directamente; son los dueños de los
negocios, los inversionistas, los empresarios, y otro tipo de trabajadores como meseros, ca-
jeros, guardias, choferes, contadores, abogados, doctores e intermediarios que facilitan
los procesos de negocios como los agentes de viaje, guías, agentes matrimoniales, edito-
res de periódicos y revistas. Los espacios donde se lleva a cabo también varían; además de
los bares, restaurantes, cabarets, clubes, burdeles, discotecas, saunas, estéticas de masaje,
sex shops, cuartos de hotel, departamentos, también hay sexo comercial en librerías, só-
tanos, sitios de internet, salones de belleza, cines, baños públicos, servicios telefónicos,
eventos de modelaje, despedidas de solteros/as, fiestas de swingers y de fetichistas. Y qué
decir de la cantidad de servicios de peluquería y maquillaje, productos, películas, jugue-
tes y ropa. Sin embargo, las investigaciones —así como las políticas públicas— se enfo-
can sólo en la “prostitución”, mientras que esa cantidad de negocios vinculados al sexo
no aparecen en los estudios gubernamentales, lo que significa que no hay permisos ni
inspecciones, ni impuestos, y evidentemente se desconoce cómo operan. Véase Agustín
2005.
16
A esto se suma el artículo 40 de la ley de trata, que establece que el consentimiento de
la mujer considerada víctima de trata, aunque diga que voluntariamente aceptó que sus
servicios fueran explotados, no será tomado en cuenta. Jessica Gutiérrez documenta ca-
sos de trabajadoras que fueron levantadas en redadas y tomadas como víctimas, en con-
tra de sus declaraciones. Véase Gutiérrez 2018.
17
La espléndida investigación de Patty Kelly sobre las trabajadoras sexuales en la llamada
zona galáctica (el burdel oficial), en Chiapas, es una de las escasas investigaciones que se
han publicado como libro. Véase Kelly 2008
18
Pleasure and Danger es la compilación de los trabajos de la Conferencia de 1982 sobre se-
xualidad en Barnard, que representó un punto álgido de las “guerras en torno a la se-
xualidad”. Véase Vance 1984.
19
Este debate se ha centrado en si permitir o prohibir muchas transacciones vinculadas al
cuerpo, como la venta de órganos, el alquiler de úteros y también el comercio de servi-
cios sexuales. Ver S. Madhok, A. Phillips y K. Wilson 2013.
20
En 2015 Amnistía Internacional (ai) publicó una declaración respecto a los derechos de
las personas que hacen trabajo sexual. ai la realizó luego de elaborar una sólida investi-
gación y consultar con una diversidad de organizaciones y personas: la Organización
Mundial de la Salud (oms), onu Sida, onu Mujeres, la Organización Internacional del
Trabajo (oit), la Anti-Slavery International, Human Rights Watch, Open Society Institu-

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Notas

tion, la Alianza Global contra la Trata de Mujeres, y de recopilar testimonios de más de


doscientos trabajadores y extrabajadores sexuales, policías y funcionarios de gobierno
en Argentina, Hong Kong, Noruega y Papúa Nueva Guinea. Además, las oficinas naciona-
les de ai en todo el mundo contribuyeron con información, realizando consultas locales
con grupos de trabajadoras y trabajadores sexuales que representan a supervivientes de
trata, organizaciones abolicionistas, feministas y otros intermediarios de los derechos
de las mujeres, activistas lgbti, organismos contra la trata de personas, activistas que tra-
bajan sobre el vih/sida y muchos más, y ai elaboró un documento con preguntas y res-
puestas sobre el tema; uno de los temas fue precisamente el modelo nórdico. Véase
Amnesty International 2015. Acerca del modelo nórdico véase Kulick 2003.
21
Las siglas corresponden a Organización de Trabajadoras Sexuales.
22
El libro de Gall (2016) ofrece una mirada sobre los procesos de sindicalización en las
distintas regiones del mundo. Un recuento del movimiento internacional por la sindica-
lización y la creación de un sindicato mundial (International Union of Sex Workers) se
encuentra en Lopes (2011).
23
Brigada Callejera en Apoyo a la Mujer “Elisa Martínez”, A.C. es parte de la Red Latinoa-
mericana y del Caribe contra la Trata de Personas (redlac), capítulo regional de la Alian-
za Global contra la Trata de Mujeres (The Global Alliance Against Traffic in Women,
gaatw), y se rige por una asamblea general integrada en su mayoría por trabajadoras
sexuales. En 2019 recibió el premio de Conapred en la categoría institucional.
24
Un testimonio del proceso se encuentra en Madrid et al. 2014.
25
Véase Kempadoo y Doezema 1998; Kapur 2005; O’Neill 2007; Kotiswaran 2011; Nengeh
Mensah et al. 2011; Chateauvert 2013; Madrid et al. 2014; Daich y Sirimaco 2015; Lamas
(comp.) 2018; Fitzgerald y McGarry 2018.
26
En junio de 2018 la votación se ganó en la Cámara de Diputados —129 a favor y 125 en
contra— pero en agosto se perdió en la de Senadores: 38 en contra y 31 a favor. Esa tar-
de de agosto feministas de varios países marcharon en apoyo. La Cámara discutió hasta
la madrugada, pero la ley no pasó. El papa Bergoglio, argentino, aplaudió la resolución
negativa.
27
En el anexo I va el texto completo.
28
En la primera, titulada Feminismo y derechos, participarían Benjamín Arditi (unam), José
Luis Caballero (Ibero), Rolando Cordera (unam), Jenaro Villamil (Proceso) y José Wol-
denberg (unam); en la segunda, Feminismo y mercado, estarían Francisco Cos Montiel
(onu), José Ramón Cossío (scjn), Benjamín Temkin (flacso), Rodolfo Vázquez (itam)
y Fabio Vélez (unam). Alberto Vital coordinaría las dos sesiones. Hay una publicación
con las ponencias. Véase Serur y Vélez 2016.
29
Fue el caso del periodista de The Guardian, que denunció el coloquio como antifeminis-
ta; el periódico El País solicitó una entrevista, así como la bbc, al igual que varios medios
nacionales. Tuve que grabar una explicación en video que la unam transmitió por sus
canales.

187

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Dolor y política

30
Con el concepto de blanquitud Echeverría alude a la internalización que ciertos sujetos
hacen del modo de vida capitalista, al asumir una identidad que sirve para mantener al
sistema. La blanquitud es, pues, un rasgo civilizatorio de la modernidad, con el cual se
puede no ser una persona blanca de piel pero estar perfectamente blanqueado. “Los
negros, los orientales o los latinos que dan muestras de ‘buen comportamiento’ en tér-
minos de la modernidad capitalista estadounidense pasan a participar de la blanquitud”
(Echeverría 2010:65).

6. Epílogo: ¿qué significa hablar?

 1
Se entiende por “desmentida” cuando se niega un hecho externo evidente y, por lo tanto,
se cuestiona en ese mismo acto la capacidad o la percepción de la persona que lo vivió.
 2
Con la epidemia de covid hemos comprobado que el internet es una necesidad de pri-
mer orden, y no contar con este servicio afecta cuestiones básicas como el acceso de la
niñez y la juventud a la educación.
 3
Su libro The Force of Non Violence apareció en 2020. A la fecha en que escribo todavía no
se publica en español, por lo que las citas las he traducido yo.
 4
Las feministas mexicanas han señalado que el feminicidio funciona para establecer un
clima de miedo en el cual cualquier mujer siente que puede ser asesinada. Véase Hua-
cuz 2011; Melgar 2011. Esto también queda claro en las consignas de la movilización del
8M. Véase Anexo E.
 5
También la registra la lista del Reforma con el número 23. Véase Anexo E.
 6
Creo que todas las feministas estamos en contra de la violencia, pero no todas partici-
pamos en los grupos que se dedican prioritariamente a intervenir al respecto, sea en el
litigio jurídico o en el apoyo directo a las víctimas. Aunque existen otros campos de in-
tervención política feminista, la expertise la tienen esos grupos y tal vez ellos podrían ini-
ciar el debate, al que nos sumaríamos quienes trabajamos en otros temas.
 7
Hay muchos trabajos acerca de la relación entre el pensamiento feminista y la crítica a
la violencia hacia los animales. En México está el de Hilda Nely Lucano Ramírez; véase
Lucano 2020 y 2017. Un clásico es Adams 2015. Agradezco a Liliana Felipe ambas refe-
rencias.
 8
Un caso que saltó a los medios es el de la orangutana Sandra. Nacida en Alemania, pasó
por varios lugares de encierro hasta llegar al zoológico de Argentina. Vivía inactiva y se
escondía. Un médico veterinario le diagnosticó depresión por estar sola y encerrada, y
la Asociación de Funcionarios por los Derechos de los Animales (afada) logró que un
tribunal le concediera personalidad jurídica y a partir de ahí su defensa logró que se le
permitiera ser trasladada al santuario Center for Great Apes en Florida. Esto es parte de
la campaña por la liberación de los animales que se encuentran en zoológicos. Véase:
https://proyectogransimio.org/noticias/noticias-destacadas/sandra-la-orangutana-de

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Notas

clarada-judicialmente-201cpersona-no-humana201d-abandona-el-zoologico-proxima
mente-con-destino-a-un-santuario-de-orangutantes-en-estados-unidos
 9
Los habitus son los esquemas de acción y percepción que los seres humanos internaliza-
mos. Ver Anexo A.
10
Ya lo señalé muy al inicio, pero vuelvo a insistir en el papel que han desempeñado gru-
pos contraculturales como Riot Grrrls, Guerrilla Girls, Pussy Riot o Femen. Para las refe-
rencias, véase la nota número 12 de la Introducción.
11
En Chihuahua la feminista Esther Chávez Cano desempeñó un papel fundamental
abriendo Casa Amiga en 1998. Luego Católicas por el Derecho a Decidir (cdd) tuvo un
mayor involucramiento en la problemática de la violencia contra las mujeres y en el año
2003 impulsó la conformación del Observatorio Ciudadano para Monitorear la Imparti-
ción de Justicia en los casos de feminicidios en Ciudad Juárez y Chihuahua, que se inte-
gró por ocho organizaciones: Católicas por el Derecho a Decidir, la Comisión Mexicana
de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos, Equidad de Género, Ciudadanía,
Trabajo y Familia, Justicia para Nuestras Hijas, Nuestras Hijas de Regreso a Casa, la Red
Nacional contra la Violencia hacia las Mujeres y los Hombres Jóvenes y la Red Mujer Si-
glo XXI. Esta articulación de organizaciones consolidó los primeros pasos para la exigen-
cia de rendición de cuentas al Estado mexicano en procuración e impartición de justicia
a esos espantosos crímenes de mujeres. El Observatorio se ha ido transformando y hoy se
llama Observatorio Ciudadano Nacional de Feminicidio, cuenta con cuarenta organiza-
ciones de veintidós estados del país y ha logrado importantes triunfos en los litigios que
ha llevado, en especial, la resolución de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
12
A Marisela Escobedo le asesinan a su hija Rubí Marisol Frayre Escobedo de dieciséis
años, en Ciudad Juárez, el año 2008. Convencida de que la pareja de Rubí, un tipo llama-
do Sergio Rafael Barraza, era el asesino, Marisela inicia una investigación por su cuenta
y logra encontrarlo en el estado de Zacatecas. El asesino es trasladado a Ciudad Juárez,
confiesa la autoría del feminicidio y señala el lugar donde yacen los restos de Rubí. Para
escándalo de toda la sociedad, los jueces lo declaran inocente por falta de pruebas y lo
ponen en libertad. A partir de entonces Marisela Escobedo desarrolla todo tipo de pro-
testas en contra de dicha resolución contra las autoridades del estado de Chihuahua. Un
tribunal de circuito revoca la sentencia absolutoria y condena por asesinato a Barraza,
que se da a la fuga. Marisela se instala en una protesta frente al palacio de gobierno, sede
del gobernador, y en este sitio, el 16 de diciembre de 2010, un sicario la asesina. Dos años
después Barraza es abatido por militares. Acaba de salir el desgarrador documental Las
tres muertes de Marisela Escobedo en Netflix.
13
El bloque negro, como ya comenté más arriba, es una de las tácticas de lucha de los anar-
quistas insurreccionalistas. Véase Illades 2019.
14
Agradezco a Mariana Palumbo habérmelo dado a conocer.
15
Agradezco a la doctora Leticia Cufré habérmelo dado a conocer.

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Anexo A
Determinación de las prácticas sociales individuales
según Pierre Bourdieu

Determinación de las prácticas sociales individuales según Pierre Bordieu

Historia individual
Presencia activa de las experiencias pasadas
Interiorización
de la exterioridad

Lógica específica

Actualidad
Hábitus
Esquema de percepción Coyuntura
de pensamiento
de acción

Individuo

Prácticas sociales individuales


(comunes y constantes)
Producción libre de los pensamientos

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Anexo B
Movilización Nacional contra las Violencias Machistas
Pronunciamiento de la Ciudad de México #24ª

Hoy 24 de abril del 2016 nosotras, mujeres feministas, mujeres sin partido, mujeres
de todas las diversidades, estamos aquí frente a la historia reciente de México para
gritar, exigir, denunciar que estamos hartas de todos los tipos de violencia machista
a los que sobrevivimos día a día, desde la más directa, hasta la que proviene de las
partes más obscuras de este sistema económico, político y cultural heteropatriarcal
capitalista; de este Estado fallido e indolentemente feminicida, que nos reconoce
como sujetas fiscales, como mano de obra, como capital intelectual y manual para
acrecentar su riqueza, pero nos desconoce como personas, que nos quita la identi-
dad en todos los sentidos, condenándonos a una fosa común en la historia.
Hoy mujeres obreras, campesinas, indígenas, mestizas, estudiantas, mi-
litantes, maestras, activistas, trabajadoras sexuales y trabajadoras del hogar, ar-
tistas, cocineras, lesbianas, bisexuales, heterosexuales, mujeres trans, disidentas
sexogenéricas, mujeres de todas las corporalidades, mujeres con discapacidades,
mujeres de todas las clases, profesionistas, analfabetas, encarceladas, guerrilleras,
presas políticas, parteras, chamanas, mujeres en situación de calle…, tenemos un
propósito común: manifestar nuestro absoluto hartazgo, nuestra rabia acumu-
lada en contra de la violencia estructural, cultural e institucional que creciente-
mente provoca cifras alarmantes de feminicidios, el extremo más grave de estas
violencias, que convierten las desapariciones forzadas y asesinatos de mujeres en
manifestaciones brutales de odio y amarillismo.
Hoy nos manifestarnos multitudinariamente para visibilizar estas violen-
cias machistas, pero no queremos dejar esta movilización como un mero acto de
rechazo y condena sino que es nuestra vía para DENUNCIAR Y EXIGIR.
En esta movilización contra las violencias machistas, buscamos que la de-
nuncia y la exigencia se conviertan en un inmenso, hondo y duradero grito colec-
tivo que haga temblar las instituciones gubernamentales y privadas, económicas,
culturales, de medios de comunicación. Un grito que fracture las columnas sobre
la que descansa el heteropatriarcado capitalista que nos domina, oprime, explo-
ta y violenta.

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Anexo B. Movilización Nacional contra las Violencias Machistas

Lo que en este pronunciamiento exigimos no debe ni puede quedarse


en el archivo de lo postergable, de lo que pueda olvidarse. Cada exigencia a la
que aquí llamamos es también una vía de solución que ya incorporamos en nues-
tras luchas y propósitos.
Las mujeres feministas y no feministas aquí reunidas denunciamos y exi-
gimos que esta Ciudad que se dice “amigable”, que dice estar a la vanguardia de
nuestro país, reconozca y enfrente las violencias machistas que las diversas muje-
res que somos vivimos en ella día con día y que hoy venimos a denunciar.
Nosotras, ciudadanas, integrantes de la sociedad civil, mujeres sin par-
tido, estamos hoy aquí para denunciar y exigirles a quienes han sido sordos a
nuestros reclamos y demandas, sean autoridades de gobierno, propietarios de
empresas, ministros de culto, líderes sindicales, policías de a pie o los machos
que encontramos en las calles: ¡No más violencias contra las mujeres!, ¡ni una
menos!, ¡si tocas a una, respondemos todas!
Queremos, al mismo tiempo, enfatizar que las exigencias que ahora pre-
sentamos a las mujeres, a la ciudadanía y a los gobiernos local y federal tienen
la gravedad y urgencia de asuntos de emergencia nacional que no pueden, no
deben dejarse de lado, cuando se acaban las campañas políticas, o las reuniones
con organismos de la onu, o después de que pasan las fechas del 8 de marzo y el
25 de noviembre, porque no volveremos nunca más a resignamos, a replegarnos
al silencio suicida. Con las acciones de este 24a estamos llevando a cabo la mayor
movilización de mujeres en toda la historia de México, que relanzará los feminis-
mos en México y nos coloca ya como uno de los movimientos sociales más impor-
tantes en el presente de nuestra Ciudad y nuestro país.
La Ciudad de México, contra lo que pueda pensarse o quieren hacernos
creer sus autoridades, es un espacio geográfico, socioeconómico, cultural, ad-
ministrativo y político donde las violencias machistas las vivimos diariamente las
diversas mujeres que allí habitamos, o que transitamos por sus calles y espacios
públicos, usamos sus transportes y asistimos a sus instituciones de salud, educa-
ción o a sus centros laborales.
En esta Ciudad vivimos la trata de mujeres encabezada por Cuauhtémoc
Gutiérrez de la Torre, líder priísta quien sigue libre; la detención por tres meses
de Yakirí Rubio por haber defendido su vida asesinando al hombre que la violó e
intentó matar; el crimen de la activista Nadia Vera, de Yesenia, Nicole, Alejandra

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y de un periodista en la Colonia Narvarte; la agresión sexual en un transporte


público contra Gabriela Nava, estudiante de la Facultad de Estudios Superiores
Acatlán de la unam; la situación de esclavitud que vivió la joven Zunduri en la De-
legación Tlalpan; el abuso sexual y asesinato de una bebé de dos años, cuyo cadá-
ver fue escondido en una maleta abandonada en la calle; el descuartizamiento de
la menor Sandra Camacho en Tlatelolco; la agresión sexual en contra de la perio-
dista Andrea Noel en la Colonia Condesa; las desapariciones forzadas de jovenas
como Ana Cristina Suárez Espinosa, apenas hace una semana; las violaciones y
asesinatos de mujeres trans, lesbianas y bisexuales, y los feminicidios que son una
de las muestras más brutales de descomposición social.
La violencia es cotidiana en los acosos y agresiones sexuales en la calle y
los transportes públicos, a pesar de medidas fallidas como los vagones y espacios
para mujeres. El acoso y hostigamiento sexuales también están presentes en los
centros escolares y académicos, sean públicos o privados, en los que se ha encu-
bierto y protegido a maestros y empleados agresores y que han llevado a denun-
cias, movilizaciones y campañas de protesta.
En la Ciudad de México las mujeres enfrentamos también la violencia
que implica la precarización del trabajo y el salario, con contrataciones tempo-
rales, la proliferación del outsourcing así como los despidos, por razones de dis-
criminación, hostigamiento sexual y laboral y favoritismos políticos, como ha
ocurrido en delegaciones y en dependencias y entidades del Gobierno de la Ciu-
dad de México, señaladamente en el Instituto de las Mujeres y el Instituto de
Educación Media Superior.
Igualmente padecemos prejuicios y agresiones en las consultas ginecoló-
gicas y la atención obstétrica, así como en los servicios de salud sexual y los casos
de aborto a pesar de la ile. En esta Ciudad, en los centros de detención y cárceles
las mujeres viven en condiciones de abuso y explotación sexual o de abandono,
padeciendo hacinamiento, pobreza y estigmatización, que también recaen sobre
sus hijos e hijas que viven con ellas. La desprotección y negligencia se extienden
a la población en situación de calle, y dentro de ella a mujeres adultas mayores,
niñas y adolescentes, quienes se encuentran totalmente invisibilizadas.
A las mujeres que hoy nos movilizamos resulta claro que:

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Anexo B. Movilización Nacional contra las Violencias Machistas

1. El Estado mexicano, en sus diferentes poderes y órdenes de gobierno,


es responsable de las violencias machistas en nuestra contra, por in-
cumplimiento de las obligaciones constitucionales y las derivadas de
los tratados internacionales en materia de Derechos Humanos, hoy al
mismo nivel, que garantizan y protegen nuestros derechos fundamen-
tales, destacadamente a la igualdad y la no discriminación, a una vida
libre de violencia, y a los derechos políticos, económicos, sociales, cul-
turales y ambientales. Por ello gritamos con contundencia: ¡Fue y es
el Estado!
2. Vivimos una situación de guerra contra nosotras, y que las violencias
machistas son responsabilidad de la cultura, las instituciones públicas
y privadas, las familias y las iglesias.
3. El Estado debe cumplir con sus responsabilidades hacia las mujeres
mexicanas, pero que no nos quedaremos sin hacer nada ante la im-
punidad y la complicidad que nos discriminan, violentan y asesinan.
No estamos obligadas a la sumisión y no tomaremos responsabilidad
por ninguno de los actos criminales cometidos por machos contra
nosotras, por más que los medios y la opinión pública traten de res-
ponsabilizarnos por la manera en la que vestimos o los lugares que
frecuentamos, lo que hacemos o no hacemos cada vez que somos víc-
timas de criminales machistas.

Por todo esto:

Exigimos cese el favoritismo judicial hacia los hombres criminales en procesos


penales, también que se capacite en materia de violencia de género, continua y
ampliamente a todas las personas que laboran en instituciones gubernamenta-
les, incluyendo ministerios públicos, escuelas y hospitales, ya que es un mandato
legislativo que no se revictimice a las denunciantes, cuando es desde las mismas
instituciones desde donde a diario se nos violenta
Exigimos oportunidades de educación y trabajo, seguras, dignas, inclusi-
vas y suficientes para nosotras. Exigimos cárcel a violadores y pederastas sin que
se culpe a las víctimas por la violencia de la que son objeto, sin que se le permita a
los padres de niñas casarlas, venderlas o prostituirlas impunemente con la excusa

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de que son propiedad de los padres. Exigimos al gobierno mexicano que se pon-
gan en marcha mecanismos no sólo de castigo sino pedagógicos para combatir
el machismo existente en el país, porque es evidente que es necesaria la reeduca-
ción social, que se enseñe a los hombres a no acosar, a no violentar, a no golpear,
a no amenazar, a no violar, a no esclavizar, a no abusar y a no matar a las mujeres
y niñas. Exigimos el cese de los mensajes de odio, que se castigue a quien difunda
estereotipos sexistas que promuevan la violencia de género y la misoginia.
Exigimos que se pongan en marcha todos los mecanismos necesarios
para detener los feminicidios y encarcelar a los responsables; exigimos la liber-
tad de las mujeres presas por abortar, la libertad de las mujeres que en defensa
propia han herido o matado a sus atacantes y la libertad de las presas políticas.
Exigimos se incorporen a la normativa nacional y a la primera Constitución de
la Ciudad de México, en la definición de la discriminación, el sexismo, la miso-
ginia, el machismo, la lesbofobia, la bifobia, la transfobia y la intersexfobia; así
como tipificar penalmente los lesbofeminicidios, los bifeminicidios y los transfe-
minicidios, como crímenes de odio. Exigimos el acceso de las mujeres a los es-
pacios de participación política y pública y el sistema de paridad y condiciones
efectivas de equidad.
Exigimos el cese al acoso y hostigamiento sexuales en las escuelas públicas
y privadas, que no se encubra a maestros y empleados agresores y que se le deje
de exigir a las niñas el uso obligatorio de la falda como uniforme, ya que eso es
discriminación sexual. Exigimos que se castigue a los pederastas de la iglesia cató-
lica y que ésta deje de entrometerse en materia legislativa, en temas de derechos
reproductivos de las mujeres. Exigimos también educación sexual laica y libre de
prejuicios y estereotipos sexistas para todas las mexicanas y mexicanos; el acceso
a los métodos anticonceptivos y la despenalización del aborto a nivel nacional de
manera que éste sea seguro y gratuito, en nombre de nuestra autonomía corporal
y nuestros derechos reproductivos. Exigimos derechos laborales para las trabaja-
doras sexuales porque viven en la vulneración extrema. Exigimos un alto a la trata
de mujeres e infantes, que es el segundo negocio ilegal más redituable del mundo,
así como la encarcelación inmediata de toda la gente involucrada en las redes de
trata, desde proxenetas hasta policías y autoridades corruptas. Por último deman-
damos un alto a la invasión y depredación de las comunidades indígenas y nos
unimos a las exigencias de las compañeras que resisten en los pueblos originarios.

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Anexo B. Movilización Nacional contra las Violencias Machistas

Exigimos la emisión inmediata de la Alerta de Violencia de Género en la


Ciudad de México.
Hay que decir a viva voz que la misma justicia que es responsable de la
verdad histórica sobre los feminicidios y las masacres en Aguas Blancas, Acteal,
Tlatlaya, las desapariciones de mujeres y de los normalistas, es la misma justicia
en la que se amparan quienes viven de la trata de mujeres, el que juzga que las
periodistas y comunicadoras que han encarado al poder deben indemnizar a po-
líticos consumidores de sexo comercial, es la misma justicia omisa que consigna
a las mujeres que en legítima defensa de su vida terminan con sus agresores, son
los mismos que protegen a violadores y promueven de esta manera la impunidad.
En esta ciudad donde no se puede transitar sin ser acosadas, donde las
víctimas de violencia son revictimizadas en las burocratizadas instituciones, don-
de los agresores son cómplices y compadres del macho “progre” que ha pintado
la ciudad de rosa, donde el feminismo burgués sirve de parapeto y sello de cer-
tificación para financiamientos internacionales, donde Los Pinos ha encontra-
do en esta nueva entidad su seguro patio trasero en la Ciudad de México. Esta
nueva entidad no es territorio libre de violencia, de machismo, de injusticia y de
impunidad.
Las feministas aquí estamos, ya volvimos a salir, somos y seremos incómo-
das, no descansaremos, somos manada, no volverán a dormir tranquilos todos los
acosadores, los corruptos, los proxenetas, los agresores, los machistas, los sexis-
tas, los agresores.
Porque Vivas Nos Queremos
Todas a las Calles #24ª.

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Anexo C
Carta de las francesas

Defendemos una libertad de importunar, indispensable a la libertad sexual *

La violación es un crimen. Pero el “coqueteo” insistente o torpe, no es un delito,


ni la galantería una agresión machista.
Tras el caso Weinstein tuvo lugar una toma de conciencia de las violen-
cias sexuales que se ejercen contra las mujeres, sobre todo en el marco profe-
sional, donde algunos hombres abusan de su poder. Era necesaria. Pero esta
liberación de la palabra se revierte en su contrario: nos instan a hablar como se
debe, a callar lo que enoja, y quienes se niegan a plegarse a tales mandatos son
miradas como traidoras o como cómplices. Mas es propio del puritanismo tomar
prestado, en nombre de un pretendido bien general, los argumentos de la pro-
tección de las mujeres y de su emancipación para encadenarlas mejor a un esta-
tus de víctimas eternas, de pobres cositas bajo el control de demonios falócratas,
como en los buenos viejos tiempos de la brujería.
De hecho, #MeToo ha provocado en la prensa y en las redes sociales una
campaña de delaciones y de inculpaciones públicas de individuos a quienes, sin
que se les permita la posibilidad ni de responder ni de defenderse, han sido colo-
cados en el mismo plano que los agresores sexuales. Esta justicia expedita ya tie-
ne sus víctimas, hombres sancionados en el ejercicio de su oficio, obligados a la
renuncia, etc., cuando no han tenido como error sino haber tocado una rodilla,
intentar robar un beso, hablar de cosas “íntimas” después de una cena profesio-
nal o de haber enviado mensajes de connotación sexual a una mujer con la cual
la atracción sexual no era recíproca.
Esta fiebre de enviar a los “puercos” al matadero, lejos de ayudar a las
mujeres a lograr su autonomía, sirve en realidad a los intereses de los enemi-
gos de la libertad sexual, extremistas religiosos, los peores reaccionarios, y de

*
“Nous défendons une liberté d’importuner, indispensable à la liberté sexuelle”, Le Monde,
9 de enero de 2018, consultado en http://www.lemonde.fr/idees/article/2018/01/09/
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9134_3232.html, el 2 de mayo de 2018.

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Anexo C. Carta de las francesas

aquellos que estiman en nombre de una concepción sustancial del bien y de la


moral pública que va con él, que las mujeres son seres “aparte”, infantes de rostro
adulto, reclamando ser protegidas.
Del otro lado, a los hombres se les insta a flagelarse y a desenterrar en
lo profundo de su conciencia retrospectiva, un “comportamiento inadecuado”
que hayan podido tener hace 10, 20 o 30 años, y del que deberían arrepentirse.
La confesión pública, la incursión de procuradores autoproclamados de la esfera
privada, he allí lo que instala un clima de sociedad totalitaria.
La oleada purificadora no parece conocer ningún límite. Allá, se censura
un desnudo de Egon Schiele en un cartel; aquí, se hace un llamado a retirar una
pintura de Balthus de un museo con el argumento de que sería una apología de
la pedofilia; en la confusión del hombre y de la obra, se pide la prohibición de la
retrospectiva de Roman Polanski de la Cineteca Nacional y se obtiene el aplaza-
miento de la consagrada a Jean-Claude Brisseau. Una universitaria juzga la película
Blow Up, de Michelangelo Antonioni, “misógina” e “inaceptable”. A la luz de ese
revisionismo, John Ford (La prisionera del desierto) y aun Nicolas Poussin (El rapto
de las Sabinas) tiemblan.
Ya editores nos solicitan a algunas de nosotras convertir nuestros perso-
najes masculinos en “menos sexistas”, a hablar de sexualidad y de amor con me-
nos desmesura o aun de hacerlo de manera que “los traumatismos padecidos por
los personajes femeninos” sean más evidentes. Al borde del ridículo, un proyecto
de ley en Suecia quiere imponer un consentimiento explícito notificado a todo
candidato a una relación sexual. Un esfuerzo más y dos adultos que tengan ganas
de acostarse juntos deberán antes comprobar, vía una aplicación en el teléfono,
un documento en el que las prácticas que aceptan y las que rechazan sean debi-
damente enlistadas.
El filósofo Ruwen Ogien defendía una libertad de ofender, indispensable
a la creación artística. De la misma manera, nosotras defendemos una libertad de
importunar, indispensable a la libertad sexual. Estamos suficientemente adverti-
das como para admitir que la pulsión sexual es por naturaleza agresiva y salvaje,
pero somos también lo suficientemente clarividentes para no confundir coque-
teo torpe y agresión sexual.
Sobre todo, nosotras somos conscientes de que la persona humana no
es monolítica: una mujer puede, en el mismo día, dirigir un equipo profesional

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y gozar de ser el objeto sexual de un hombre, sin ser una “zorra” ni una vil cóm-
plice del patriarcado. Puede cuidar de que su salario sea igual al de un hombre,
pero no sentirse traumatizada para siempre por un frotador en el metro, aun si
eso es considerado un delito. Puede hasta encararlo como la expresión de una
gran miseria sexual, incluso como un no acontecimiento.
En tanto que mujeres, no nos reconocemos en ese feminismo que, más
allá de la denuncia de los abusos de poder, toma el rostro de un odio a los hom-
bres y a la sexualidad. Nosotras pensamos que la libertad de decir no a una pro-
puesta sexual no sucede sin la libertad de importunar.
Consideramos que es necesario saber responder a esa libertad de impor-
tunar de otra manera que encerrándose en el rol de la presa.
Para aquellas de entre nosotras que han elegido tener hijos, estimamos
que es más juicioso educar a nuestras hijas de manera que estén lo suficientemen-
te informadas y conscientes para poder vivir plenamente su vida sin dejarse inti-
midar ni culpabilizar.
Los accidentes que pueden tocar el cuerpo de una mujer no necesaria-
mente alcanzan su dignidad y no deben, tan duros como sean algunas veces, ha-
cer necesariamente de ella una víctima perpetua. Porque no somos reductibles a
nuestro cuerpo. Nuestra libertad interior es inviolable. Y esa libertad que atesora-
mos no va sin riesgos ni sin responsabilidades.
Las autoras de este texto son: Sarah Chiche (escritora, psicóloga clínica y
psicoanalista), Catherine Millet (crítica de arte, escritora), Catherine Robbe-Gri-
llet (actriz y escritora), Peggy Sastre (autora, periodista y traductora), Abnousse
Shalmani (escritora y periodista).
Adheridas también a esta tribuna: Kathy Alliou (curadora), Marie-Laure
Bernadac (curadora general honoraria), Stephanie Blake (autora de libros in-
fantiles), Ingrid Caven (actriz y cantante), Catherine Deneuve (actriz), Gloria
Friedmann (artista plástica), Cécile Guilbert (escritora), Brigitte Jacques-Waje-
man (directora de teatro), Claudine Junien (genetista), Brigitte Lahaie (actriz y
presentadora de radio), Elisabeth Lévy (directora de redacción de Causeur), Joë-
lle Losfeld (editora), Sophie de Menthon (presidenta del movimiento Ethic),
Marie Sellier (autora, presidenta de la Société des gens de lettres).

Traducción: María Teresa Priego

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Anexo D
Acciones inmediatas unam

1. Se integrarán unidades de atención de denuncias en los diferentes planteles


de la unam para la atención expedita y eficaz a las quejas sobre violencia de
género.
2. Se establecerá una política institucional de debida diligencia dirigida a los ti-
tulares de dependencias y entidades académicas.
3. Se solicitará a las comisiones correspondientes del Consejo Universitario la
elaboración de un Código de Conducta que prevenga la violencia de género
en las relaciones entre la comunidad universitaria.
4. Se pondrá a disposición de todas y todos una encuesta sobre violencia de gé-
nero que permita reconocer nuestra realidad y ayudar a prevenir estos actos.
5. Se sistematizarán todas las solicitudes enviadas por los colectivos feministas de
la unam para generar una síntesis de los principales problemas para ser inclui-
dos en el Plan de Desarrollo Institucional.
6. Se llevará a cabo también un programa de identificación de espacios proble-
máticos en torno a la violencia de género y se renovarán o se harán las adecua-
ciones necesarias.
7. Se reforzarán con el Programa Camino Seguro los principales puntos de trans-
porte público en los distintos campi de la unam, en concordancia con los pro-
yectos de ciudades seguras de onu Mujeres.
8. Y a través de la Comisión de Seguridad del Consejo Universitario, con la
asistencia de la abogada general y el soporte del Programa Universitario de
Derechos Humanos, se adecuará el protocolo de actuación en los casos de uni-
versitarias o desaparecidas para su fiel seguimiento.

Publicado en la Gaceta del 2 de marzo de 2020.

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Anexo E
Cien gritos y consignas (Reforma)

  1. Esto es pelear como nena.


  2. Y tiemblen los machistas, que América Latina será toda feminista.
  3. Vivas y sin miedo.
  4. Salvar y cuidar a las mujeres es tarea de todos.
  5. Querían detenernos, nos hicieron imparables.
  6. Si desaparezco, destrúyelo todo que quiero ser la última.
  7. Mujer consciente se une al contingente.
  8. No puedo creer que siga protestando por esta mierda en 2020.
  9. Mi cuerpo no pide tu opinión: déjame caminar tranquila.
10. amlo: queremos protección, no que te preocupes por rifar el avión.
11. Si tocas a una, respondemos todas.
12. Nos quitaron tanto que acabaron quitándonos el miedo.
13. A mí no me falta ropa, a ti te falta educación.
14. Si mañana falto yo, préstame tu voz.
15. No voy sola, voy con todas mis hermanas.
16. Nunca más la violencia insensible.
17. Somos la voz de las que gritaron y nadie escuchó.
18. ¡No están solas!
19. Mujer, haz revolución.
20. Girl power.
21. El que no brinque es macho.
22. Nos sembraron miedo, nos crecieron alas.
23. La no violencia es inefectiva.
24. ¿Por qué me encapucho yo y no mi agresor?
25. Viva la vulva.
26. Dónde estaban estas policías cuando las mataron.
27. unam feminicida.
28. No hay poder más grande que nosotras juntas.
29. Que el patriarcado no te achique la calle.
30. Existo porque resisto.

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Anexo E. Cien gritos y consignas

31. El dolor cansa más que el miedo.


32. Nos tienen miedo porque tenemos miedo.
33. Ayer lloraba por mí, hoy lloro por vernos morir.
34. amlo macho.
35. Chinga tu pito.
36. Ni la tierra ni las mujeres somos territorio de conquista.
37. Vivir en paz es hoy un derecho, ¿por qué hoy debo exigirlo?
38. Otra forma de matar: no hay medicamentos.
39. Porque no, que te dije que no… pendejo, no.
40. Yo quería envejecer con mi mamá… me la quitaron.
41. Fue el Estado.
42. El miedo ya no nos paraliza, nos despierta.
43. Mi cuerpo, mi decisión.
44. Señor, señora no sea indiferente, se mata a mujeres en la cara de la gente.
45. México feminicida.
46. Vivas nos queremos.
47. Si no llego hoy, fue el Estado.
48. Vagina revolucionaria.
49. Dejen de darnos el avión.
50. Ni una más, ni una más, ni una asesinada más.
51. Te prefiero violenta, que violada y muerta.
52. Violenta, antes que violada.
53. Oye, ya basta.
54. No se va a caer, lo vamos a tirar.
55. ¿A cómo el cachito de justicia?
56. Mamá tranquila, hoy no voy sola a la calle.
57. Disculpen las molestias, pero nos están asesinando.
58. Grito furia hoy para que mi familia no grite dolor mañana.
59. Muerte al macho.
60. Las paredes se lavan, nuestras mujeres no vuelven.
61. El Estado no me cuida, me cuidan mis amigas.
62. La revolución será feminista o no será.
63. Es increíble cómo el feminismo incomoda más que los feminicidios.
64. El respeto al cuerpo ajeno es la paz.

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Dolor y política

65. ¿Y cómo se llama cuando a una mujer le arrancan del pecho el corazón?
66. Cuando nos dejen de matar, regreso a limpiar tu monumento.
67. Ninguna es libre hasta que todas seamos libres.
68. Nosotras somos la cosecha.
69. Si ser libre es ser puta, yo soy reputa.
70. A quemar, a gritar, a pintar, que el machismo se va a acabar.
71. Poder elegir para no morir.
72. Mujer, ésta es tu lucha.
73. Ya no nos van a parar.
74. Hasta que la dignidad se haga costumbre.
75. ¿Puede el maquillaje cubrir las heridas de nuestra opresión?
76. Seríamos más si no nos hubieran matado.
77. 10 mujeres asesinadas diarias en tu México lindo y querido.
78. Nos llaman feminazis, pero somos las perseguidas, torturadas y asesinadas.
79. Luchar hoy para no verte morir mañana.
80. Patriarcado es impunidad.
81. Somos la voz de nuestras hermanas y no seremos nunca más invisibles porque
estamos unidas.
82. Soy una mujer, soy tu madre, soy tu hija, soy tu hermana.
83. Ni una menos.
84. No me mates.
85. Marcho con mis hijas para no marchar por ellas.
86. El 8 no se felicita, se lucha.
87. Tranquila, ésta es tu manada.
88. Desde la tumba no se puede gritar.
89. No nací mujer para morir por serlo.
90. Estamos juntas, somos una.
91. Nos van a ver juntas.
92. El miedo ya cambió de bando.
93. Somos el grito de las que ya no tienen voz.
94. Los machos no matan.
95. Sólo estamos exigiendo nuestro derecho a vivir sin miedo.
96. Vulva la revolución.
97. Ni calladitas ni bonitas.

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Anexo E. Cien gritos y consignas

  98. Nada sobre nosotras sin nosotras.


  99. No somos histéricas, juntas somos históricas.
100. Justicia sería que estuvieran vivas.

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Anexo F
Yo no soy Ayotzinapa

No soy Ayotzinapa porque no soy pobre, no soy indígena ni campesina y tampo-


co soy hombre. Soy una estudiante mestiza, pasante de una carrera burguesa, de
una universidad privada y diagnosticada como mujer al nacer con todas las im-
plicaciones culturales, políticas y sociales que eso conlleva. Yo no soy Ayotzinapa
porque mañana no vendrá la policía a sacarme de mi trabajo para entregarme a
un grupo de sicarios al servicio del narco-Estado para que me desaparezcan.
No soy Ayotzinapa porque si mañana me secuestran, me violan y me ase-
sinan a la salida del trabajo no habrá multitudes marchando para exigir justicia.
Yo soy la indígena asesinada en un crimen racista. Yo soy la mujer violada
y desmembrada a la salida de la maquila. Yo soy la estudiante secuestrada por las
redes de trata. Yo soy la mujer golpeada hasta la muerte por un hijo sano del pa-
triarcado. Pero nosotras no somos Ayotzinapa. ¿Y por eso ustedes no nos lloran?
Cuando nosotras somos las desaparecidas, las asesinadas, las violentadas
¿por qué nos convertimos en ELLAS, nuestras… pero nunca en todxs? Nosotras
somos LAS muertas de Juárez, LAS desaparecidas del Estado de México, NUES-
TRAS niñas ¿Por qué?
Es lamentable lo que está pasando en México, es repudiable el terroris-
mo de Estado, pero también es lamentable que nos olvidemos que ese modelo
neoliberal se ha estado tragando a las mujeres del desierto desde los años noven-
ta ante el silencio de todes ustedes, de todos nosotres. Es repudiable que guarde-
mos silencio ante el secuestro de miles de niñas que son usadas para engrosar las
arcas del crimen organizado vendiéndolas como esclavas sexuales.
Sin embargo como feminazi enferma de rabia no puedo dejar de apun-
tar que también veo los privilegios de género. Para la sociedad no son leídos del
mismo modo que para el sistema patriarcal, para la sociedad patriarcal son hom-
bres, valientes, héroes y entrañables.
La máquina feminicida alimentada por los Gobiernos neoliberales y el
sistema heteropatriarcal capitalista desaparece, viola y asesina todos los días mi-
les de mujeres y jamás he visto que seamos encabezado de periódicos, ni razón de
marchas o quema de edificios.

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Anexo F. Yo no soy Ayotzinapa

A nosotras nos venden, nos violan y nos matan todos los días, de a poco a
poco. También somos terrorismo y crímenes de Estado. Nosotras también somos
pobres, racializadas, estudiantes y símbolo de rebeldía porque ser mujer y sobre-
vivir en México es un acto de resistencia y no he mirado al socialismo exigiendo
la presentación con vida de las desaparecidas.
Sin feminismos no hay socialismo, el capitalismo no caerá sino cae el
patriarcado primero. No he visto al ezln marchando para exigir que paren los
asesinatos de mujeres; sin feminismos no hay otro mundo posible, ni un mundo
donde quepan muchos mundos.
Nosotras no somos Ayotzinapa. Nosotras somos Juárez, Estado de Méxi-
co, Chiapas y Guanajuato.
No todos somos Ayotzi. Ayotzinapa son ellos. Yo no soy Ayotzinapa. Noso-
tras no somos Ayotzinapa y no creo que sea necesario universalizar desde nuestra
lógica inclusiva para compartir la rabia y el clamor de justicia. Sin embargo ¿qué
es necesario para que ustedes se sumen a nuestra causa?

Dahlia

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Dolor y política

Anexo G
Poema de María Teresa Priego

“Vamos a hacer/ azúcar con vidrios”, escribió el poeta José Carlos Becerra.
Yo también pateé esa puerta.
Yo también quería/quiero que los cristales estallaran/estallen.
Es un Acto.
Un grito.
Un sollozo muy largo.
En una patrulla, violación tumultuaria.
Violación en el baño de mujeres en un museo.
¡Escuchen!
¿De veras van a perseguir a las compañeras que rompieron unos vidrios?
En este país de mujeres rotas. Cuerpos rotos. Corazones rotos.
¿De veras?
Entonces, vengan por nosotras y somos muchísimas.
Yo también “vandalicé” los muros con consignas.
No eran sólo ellas, las 300 mujeres que acudieron a la marcha.
Somos miles y miles y miles.
Nueve niñas, adolescentes y mujeres asesinadas cada día.
Tras abuso sexual y tortura.
Yo también usé esa arma tan dañina y tan mortífera: la diamantina rosa.
Yo también me siento herida, furiosa indignada.
Yo también siento miedo, sobre todo por las niñas y las mujeres muy jóvenes.
Las mujeres muy jóvenes son —sobre todo— las víctimas de la violencia
misógina y feminicida.
“No nos cuida, nos violan”.
La diamantina rosa como símbolo de la denuncia ante el horror.
Y de la impotencia.
Y del “Ni una menos”.

Esto es de ayer por la noche.

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Anexo G. Poema de María Teresa Priego

Las cámaras siguen con meticulosidad las roturas en la estación del Metrobús.
“Las feministas, vandalizan...”
Son destrozos. Sí.
Imaginemos que es una mujer. Que es de noche. Que es su cuerpo.
Así sucede.
Los feminicidas vandalizan los cuerpos femeninos.
Los destruyen. Los escrituran.
Un pezón arrancado a dentelladas.
La escritura de la más feroz de las violencias.
Y caminan las calles de las ciudades ensangrentadas.
Los feminicidas. Los violadores.
Como si nada.
“Objeto punzo-cortante. Treinta y cinco puñaladas. Introducción objetos.
Cortes transversales. Irreconocible por quemaduras”.
“Están rompiendo los vidrios con un extinguidor”, nos informa el reportero
esta noche.
Nota roja pan nuestro de cada día: “Violación tumultuaria”.
“Vandalizan los muros”, nos informa el reportero esta noche.
Nota roja pan nuestro de cada día: “Cuerpo femenino. 20 años. Fragmentado”.
“Fragmentado”, quiere decir, que después de violación, tortura, feminicidio,
cortaron el cuerpo en pedazos.
Ajá, con una sierra, por ejemplo.
O, con cuchillo, ¿verdad? Sí, es laborioso.
Y, luego, hay que ir al supermercado, ¿verdad? Por las bolsas negras de basura.
¿Verdad? De ésas de plástico.
Es difícil que las madres encuentren el cuerpo de sus hijas.
Los familiares buscan.
Cuerpos desmembrados.
Daniela en ese taxi que desviaba la ruta.
Sola. Desamparada. La chamaca más infinitamente sola del mundo.
Somos esa sociedad, que no supo y no pudo proteger a Daniela.
“¡Ayúdame!”
“Ya no se ve nada”.
Una niña, una adolescente, una mujer.

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Dolor y política

Una niña una adolescente una mujer.


Una niña una adolescente una mujer.
Así, nueve veces, cada día.
Su rostro, sus palabras, su vida.
Su pánico. El horror.
Su a-se-si-nato.
Lento y terrible, sí.
Son demasiados.
A los medios no les daría el tiempo de cubrirlos.
No. Es un matadero de mujeres, no bastan los reporteros. Ni las cámaras.
No bastan.
Y no se trata de deprimir a la audiencia.
La asesinaron en su casa.
A dos cuadras de su casa.
Tenía 11 años: en el pesero.
Tenía 70 años: en su hogar.
Por allí comenzamos.
Por los cuerpos femeninos vandalizados.
Destruidos lentamente.
Por los cuerpos fragmentados arrojados en bolsas al río de los Remedios.
En un tanque de agua en la azotea: el cuerpo de una mujer.
En cualquier lote baldío: un cuerpo, dos cuerpos, tres cuerpos. “Femenino
masacrado”.
Allí, en esos huesos para el forense. Hubo una vida. Un nombre. Una manera
de andar por el mundo.
“La violencia no se combate con más violencia”.
Es verdad. Es verdad.
Suena justo. Hasta bonito.
La legalidad, caray, qué más quisiéramos.
¿Cómo les digo? Es un asunto de proporciones.
La barbarie. Tomó las calles.
Tenemos miedo. Casi todas. Y, ellas, más. Son tan jóvenes. Son valientes. Son
sororas. Y nos dicen:
“Nos están matando”.

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Anexo G. Poema de María Teresa Priego

Hoy, se escrituraron los muros alrededor de una glorieta en la Ciudad de México...


Estamos obligados a escuchar.
No ha sucedido. No hemos podido. Escuchar.
Daniela: “Ya no se ve nada”.
Y, esta tarde-noche.
Una joven viva. Viva. Viva.
Abre los brazos hacia las nubes.
Como en la foto.
Por ellas.
Ésa es la “secuencia”.
Ésa, y no otra.
Y, se los ruego.
A los enemigos de la Cuarta T.
No irrumpan acá.
Por favor, no.
Los feminicidios, por primera vez, tienen la posibilidad de ser escuchados.
No comenzaron hace ocho meses.
Ojalá, que los feminismos...
tan distintos entre sí...
ojalá, y que todas las generaciones de los feminismos...
podamos abrirnos a un diálogo.
Nos necesitamos.
Vamos juntas.
A pesar de nuestras diferencias: ante la violencia misógina,
vamos juntas.
Nos tenemos que cuidar.
Tomemos las plazas. ¡Claro que sí!
Tomemos, también, las mesas de diálogo.
Tenemos tanto que aprender las unas de las otras.
Ni una Menos.
Si Tocan a Una Respondemos Todas.

Y, del “vamos juntas”.


“A mí me cuida mi amiga, no la policía”.

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Dolor y política

No, no fue una “provocación”, se llama dolor, se llama impotencia y rabia


y desesperación.
“No criminalicen la protesta”.
Yo también pateé esa puerta de vidrio.
Pero lo que queremos, lo que ellas quieren, es “hacer azúcar”, cuando la violencia
se detenga.
Lo que ellas quieren, lo que queremos: es dejar de mascar vidrios...
Y de tragarlos.
Como si no existiera, no pudiera existir, ninguna otra vida posible.
Por cada una de las niñas, adolescentes y mujeres víctima de la violencia
misógina y feminicida:
Yo también pateé esa puerta.

María Teresa Priego

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Anexo H
Del amor a la necesidad

A Julieta Kirkwood

El reconocimiento de la discriminación de las mujeres y la importancia de su


eliminación no es hoy solamente patrimonio de las feministas, sino de vastos
sectores de la sociedad. El feminismo ha logrado legitimar este tema social y po-
líticamente. Sin embargo, el feminismo tiene un largo camino que recorrer, pues
a lo que aspira realmente es a una transformación radical de la sociedad, de la
política y de la cultura. Hoy, el desarrollo del movimiento feminista nos lleva a re-
pensar ciertas categorías de análisis y las prácticas políticas con las que nos hemos
estado manejando. Por eso no es de extrañar que el eje central de este IV Encuen-
tro haya sido la reflexión sobre la política feminista actual en América Latina.
Nosotras, un grupo de feministas de varios países, después de más de 15
años de militancia feminista, nos reunimos en un taller para reflexionar sobre los
obstáculos externos y las trabas internas de la práctica política del movimiento fe-
minista latinoamericano.
Nuestro análisis comenzó con un reconocimiento de lo que el feminis-
mo ha logrado: el lugar que el feminismo ocupa en el movimiento de mujeres en
América Latina, los avances de Bogotá a Taxco, el hecho de que organizaciones
populares, políticas, religiosas y académicas, partidos e incluso gobiernos, hayan
incluido demandas feministas en sus programas. Parecería ya no ser tema de dis-
cusión la legitimación social y política que el feminismo ha logrado.
Comparando nuestras experiencias en los distintos países han aparecido
con una constancia significativa ciertos mitos. Sin pretender que sean los únicos,
podríamos resumirlos en diez:

 1. a las feministas no nos interesa el poder


 2. las feministas hacemos política de otra manera
 3. todas las feministas somos iguales
 4. existe una unidad natural por el solo hecho de ser mujeres
 5. el feminismo sólo existe como una política de mujeres hacia
mujeres

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Dolor y política

  6. el pequeño grupo es el movimiento


 7. los espacios de mujeres garantizan por sí solos un proceso
positivo
  8. porque yo mujer lo siento, vale
  9. lo personal es automáticamente político
10. el consenso es democracia

La fuerza de la creencia en estos mitos ha generado una práctica política femi-


nista que impide valorar positivamente las diferencias, y que dificulta la construc-
ción de un proyecto político feminista.
Estos 10 mitos configuran un sistema de pensamiento, encadenándose
uno con otro y retroalimentándose. Veámoslos someramente, aunque cada uno
de ellos merece una reflexión más profunda. Lo que queremos mostrar es la ma-
nera en que se van entrelazando.
Primer mito: “A las feministas no nos interesa el poder”. Si partimos del
reconocimiento de que el poder es fundamental para transformar la realidad, no
es posible que no nos interese. A lo largo de nuestra militancia hemos visto que a
las feministas sí nos interesa el poder, pero que, por no admitirlo abiertamente,
no avanzamos en la construcción de un poder democrático y, de hecho, lo ejerce-
mos de una manera arbitraria, reproduciendo además el manejo del poder que
realizamos en el ámbito doméstico: victimización y manipulación.
Sí, queremos poder. Poder para transformar las relaciones sociales, para
crear una sociedad democrática en la cual las demandas de cada uno de los sec-
tores encuentren un espacio de resolución. Esto requiere reglas del juego que ga-
ranticen la presencia de una pluralidad de actores sociales; en síntesis, queremos
poder para construir una sociedad democrática y participativa.
Aquí nos enlazamos con el segundo mito: “Las feministas hacemos polí-
tica de otra manera”. Sí, hacemos política de una manera atrasada, arbitraria, vic-
timizada, manipuladora. Teóricamente, intentamos hacerla de otra manera, pero
si somos honestas, nuestra práctica deja mucho que desear y eso tiene que ver
con la dificultad de aceptar la unidad en la diversidad y la democracia, no sólo
como necesidad sino como condición de nuestra acción. De ahí la imposibilidad
de establecer reglas de juego claras.
Esta no aceptación de la diversidad se enlaza con el otro mito: “Las

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Anexo H. Del amor a la necesidad

mujeres somos todas iguales”. Negar la disparidad entre mujeres, negar las di-
ferencias intelectuales, en habilidades, sensibilidades, etcétera, nos ha llevado a
una práctica paralizante, que ha restado efectividad y presencia política al mo-
vimiento. Este mito de la igualdad se engancha con otra creencia que dominó
nuestra práctica, la idea de un “ser mujer” más allá de la clase, raza, edad o nacio-
nalidad y, por ende, de la unidad natural desde la esencia del ser mujer.
Todas sabemos que no existen sujetos a priori, sino que son construc-
ciones sociales. El sujeto político mujer también es construido social y política-
mente. Esta idea de la unidad natural de las mujeres —el mujerismo— ha sido el
fantasma que recorre el feminismo y que se traduce en el quinto mito:
“El feminismo sólo existe como una política de mujeres hacia mujeres.”
Esto es contradictorio con la idea del feminismo como fuerza transformadora.
La creencia de un “ser mujer”, de la unidad natural de las mujeres, de una polí-
tica de y para mujeres tiene su expresión más cabal en confundir el grupo femi-
nista con el movimiento. Esto no es sino pensar que los espacios de mujeres en
sí mismos garantizan y producen efectos transformadores. Se ha llegado a idea-
lizar este “mujerismo”, olvidando que en infinidad de ocasiones los espacios de
mujeres se vuelven ghettos asfixiantes donde la autocomplacencia frena la crítica
y el desarrollo, o negando la frecuencia con que las feministas tomamos lo que
ocurre en nuestro grupo como si eso fuera el movimiento. La permanencia en
un mismo grupo cerrado impide la confrontación con otras mujeres, con otras
ideas, con otros feminismos.
Este “mujerismo” se acentúa en el siguiente mito: “Porque yo mujer lo
siento, vale”, que significa no reconocer que los sentimientos están teñidos ideo-
lógicamente. Pensar que por tener un cuerpo de mujer lo que se piensa o siente
es válido o feminista, es el nivel más arbitrario del feminismo.
El noveno mito: “Lo personal es automáticamente político”, lleva hasta
el absurdo el lema distintivo del feminismo de que lo personal es político. Si bien
este lema concreta toda una crítica legítima a la división artificial entre lo domés-
tico y lo público, plantear que todo lo personal es automáticamente político vuel-
ve lo político automáticamente arbitrario. Hay cuestiones personales que no son
políticas, y hay cuestiones personales que son patológicas. Un ejemplo concreto
de esta política arbitraria es la idea de que “El consenso es expresión de demo-
cracia”. Esto es confundir el consenso con la unanimidad, y no analizar que el

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Dolor y política

consenso es otorgar implícitamente el derecho de veto a una persona. Este meca-


nismo se convierte así en la base del autoritarismo.
Estos diez mitos han ido generando una situación de frustración, autocom-
placencia, desgaste, ineficiencia y confusión que muchas feministas detectamos y
reconocemos, y que está presente en la inmensa mayoría de los grupos que hoy
hacen política feminista en América Latina. ¿Qué pasa con nosotras, por qué te-
nemos esta manera perversa de manejo político y cómo podemos salirnos de este
sistema que nos tiene entrampadas?
Feministas de todos los países estamos en una revisión y profundización
teórica que coloca en el centro del debate las consecuencias políticas y simbólicas
de la diferenciación sexual entre hombres y mujeres. No se trata ya, como propo-
níamos hace años, de una desestructuración de la cultura masculina, ni tampoco
de adosar a ésta una cultura femenina, sino de repensar la experiencia humana
como una experiencia marcada por el ser-mujer/ser-hombre, es decir, marcada
por la diferencia sexual.
Sabemos que la diferenciación sexual no trae como consecuencia que las
mujeres seamos mejores o peores que los hombres. No podemos partir de una
creencia en la esencia del “ser mujer”. Tenemos que reconocer que nuestra des-
igualdad se ha dado porque hemos vivido inmersas en una miseria simbólica y
material y nuestro sexo no ha tenido sentido más allá de la maternidad, es decir,
no ha significado social ni culturalmente. Nuestra mediación con el mundo ha
sido el ser para los otros: el amor como vía de significación. Las feministas hemos
traslado esta manera en que las mujeres nos vinculamos con el mundo, al queha-
cer de la vida política y social, al movimiento, a los grupos de mujeres. Hemos de-
sarrollado una lógica amorosa —todas nos queremos, todas somos iguales— que
no nos permite aceptar el conflicto, las diferencias entre nosotras, la disparidad
entre las mujeres. Para desmontar este entretejido es necesario acabar con esta
lógica amorosa y pasar a una relación de necesidad. Las mujeres nos necesitamos
para afirmar nuestro sexo, para tener fuerza. Asumiendo la lógica de la necesidad,
reconocemos nuestras diferencias y nos damos, apoyo, fuerza y autoridad. En
otras palabras, si reconocemos que otra mujer tiene algo que nosotras no tene-
mos —mayor capacidad organizativa, mayor desarrollo intelectual, mayor habi-
lidad para ciertos trabajos— entonces le damos nuestra confianza, la valoramos
y la investimos de cierta autoridad. Porque en su fuerza encontramos nuestra

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Anexo H. Del amor a la necesidad

fuerza y nos valoramos como mujeres. La fuerza de una mujer es la fuerza de las
mujeres. Así, rechazamos la seguridad aparente que da sentirnos todas iguales.
No se trata de buscar el reflejo de igual a igual para confirmarnos en algo que
de hecho no es valorado. Se trata de acabar con la autocomplacencia, de romper
con el discurso de las víctimas.
Queremos que el deseo de hacer cosas —el deseo de crear— de una mu-
jer encuentre su fuerza en la relación con el deseo, con el querer de las otras. No
neguemos los conflictos, las contradicciones y las diferencias. Seamos capaces de
establecer una ética de las reglas de juego del feminismo, logrando un pacto en-
tre nosotras, que nos permita avanzar en nuestra utopía de desarrollar en profun-
didad y extensión el feminismo en América Latina.
La democracia es el reconocimiento de la pluralidad.
En la fuerza de cada feminista esta la fuerza del movimiento feminista.

Taxco, México. 21 de octubre de 1987

Este documento fue elaborado colectivamente durante las tres mañanas que se reunió el
grupo para reflexionar sobre “La política feminista en América Latina hoy”. Participaron
en la discusión:

Haydée Birgin (Argentina)


Celeste Cambra (Perú)
Fresia Carrasco (Perú)
Viviana Erazo (Chile)
Marta Lamas (México)
Margarita Pisano (Chile)
Adriana Santacruz (Chile)
Estela Suárez (México)
Virginia Vargas (Perú)
Victoria Villanueva (Perú)

La redacción estuvo a cargo de Viviana Erazo, Marta Lamas y Estela Suárez.

239

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Dolor y política

Lo suscribieron:

Elena Tapia (México)


Virginia Haurie (Argentina)
Verónica Matus (Chile)
Ximena Bedregal (Bolivia)
Cecilia Torres (Ecuador)
Dolores Padilla (Ecuador)

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Anexo I
Manifiesto desde los feminismos mexicanos sobre el acoso sexual
y otras formas de violencia contra las mujeres

A las personas preocupadas por la violencia contra las mujeres y las niñas.
A las feministas que luchan en contra de la violencia de género contra las mujeres
y las niñas.
A la opinión pública:

Nosotras, la Red Mexicana de Feministas Diversas, manifestamos nuestra preo-


cupación por el aumento de los casos de diferentes formas de violencia contra
las mujeres en nuestro país. En este sentido, y reconociendo nuestra pluralidad,
condenamos las nuevas formas de justificación, normalización, naturalización y
perpetuación de acoso, hostigamiento, violación sexual y feminicidios, que son
legitimadas en el contenido del libro “Acoso ¿Denuncia legítima o victimiza-
ción?” escrito por Marta Lamas y publicado recientemente (2018) por el Fondo
de Cultura Económica.
Somos feministas con posturas, preocupaciones y prácticas que consti-
tuyen una polifonía diversa. Aun así, coincidimos en que el libro no debe ser
tomado, de ninguna manera, como un referente teórico, metodológico, ni epis-
témico, para impartir justicia en lo referente a delitos sexuales denunciados. Ve-
mos con gran preocupación y consternación que se pueda generar algún tipo de
jurisprudencia, como se está promoviendo desde distintos foros en la Universi-
dad Nacional Autónoma de México (unam) y en los entes de impartición y admi-
nistración de justicia en la arena penal, entre otros espacios institucionales. Las
aseveraciones y análisis basados en posturas polarizadas y expuestas en el libro de
Lamas son lamentables. Por un lado, tienen una clara intención de provocar y
confrontar las luchas feministas y, por otro, sus argumentos sirven de referencia
para perpetuar el patriarcado en el sistema de justicia penal.
Hacemos un llamado a la sociedad en su conjunto para apelar por una
justicia con perspectiva de género y pleno respeto a nuestros derechos humanos.
Llamamos a no poner en tela de juicio el progreso de las leyes mexicanas, que
han cuestionado los viejos códigos penales patriarcales porque culpabilizan a las

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Dolor y política

mujeres por revelar los actos de violencia y exoneran, protegen y solapan a las
personas que cometen agresiones y delitos.
Las ideas promovidas en el texto abren puertas peligrosas que legitiman
la pervivencia de usos y costumbres mexicanas patriarcales sobre acoso, hostiga-
miento y violación, que infringen daños a niñas, jóvenes y adultas. Dichas ideas
se enmarcan en una nueva cara del conservadurismo patriarcal que ha sobrevi-
vido a pesar de tantas décadas de luchas feministas mexicanas. Estas luchas han
promovido un cambio cultural que trata de erradicar el sexismo, en aras de al-
canzar una vida libre de violencia para las mujeres de todas las edades y los estra-
tos sociales.
Las afirmaciones del libro cometen injusticia epistémica porque se ad-
vierte ausencia del contexto estructural mexicano y la vulnerabilidad que existe
para las mujeres. No reconocen los numerosos testimonios de las víctimas sobre
las diferentes formas de violencia experimentada, en relaciones de poder asi-
métricas entre mujeres y hombres, que aseguran la reproducción cotidiana del
maltrato, acoso, abuso, violación sexual y feminicidios, así como la violencia ins-
titucional. Y en este sentido también, revelan un gran desconocimiento de los
avances sobre la jurisprudencia mexicana para analizar los casos de violencia se-
xual con perspectiva de género, y con esto el reconocimiento de un estándar de
valoración probatoria de especial naturaleza en casos de violencia sexual, debido
a la falta de pruebas físicas, documentales, como en cualquier otro delito.
Estamos preocupadas porque vivimos en México. Todas somos vulnera-
bles y estamos expuestas a la violencia; por ese motivo, hemos luchado desde los
diversos feminismos para romper el pacto del silencio patriarcal, de manera más
visible desde el 2016 con la articulación del movimiento #PrimaveraVioleta y #Mi-
PrimerAcoso, porque apelamos al principio de credibilidad del testimonio de las
denunciantes y víctimas de violencia.
Es importante señalar que las afirmaciones de Marta Lamas sobre las de-
nuncias falsas no se fundamentan en datos ni estadísticas. Ella menciona que se
entera por medio de una colega sobre la baja frecuencia de éstas, pero a lo largo
del texto sigue insistiendo en defender: “la presunción de inocencia y se pone
en evidencia nefastas prácticas, como acusaciones falsas o exageradas”. Sabemos
que las denuncias falsas son la excepción a la norma, los únicos datos reales que
existen nos dicen que el número es mínimo. En el caso de la unam, los propios

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Anexo I. Manifiesto desde los feminismos mexicanos

datos oficiales reconocieron que no se han presentado denuncias falsas desde la


puesta en marcha en 2016 del Protocolo de Atención para Casos de Violencia de
Género. En el mismo sentido, los resultados de una encuesta en la unam, que
mide con especificidad las múltiples formas de violencias que se presentaron en
el ámbito universitario, mostró que el acoso alcanza una frecuencia preocupante
entre las estudiantes: una de cada dos universitarias ha sido afectada por algún
tipo de violencia de género.
Nosotras nos reconocemos en una diversidad de formas de lucha y pro-
testa con fuerte tradición latinoamericana; nos parece fundamental visibilizar la
impunidad que existe en México, país donde se estima que anualmente tienen
lugar 600,000 delitos sexuales, de los que 94.1% no son denunciados. De las per-
sonas que sufren violación y abuso sexual, 80% son mujeres. De cada mil denun-
cias penales que reciben, quienes procuran la justicia consignan ante el poder
judicial sólo a 10 agresores sexuales, lo que equivale a 1% del total de casos.
La violencia que vivimos no puede desligarse de formas aparentemente
menos agresivas como el piropo en la calle. ¿Cuántos piropos recibimos en un
día, una semana, o un mes en el metro o en la calle u otros espacios públicos? És-
tos tienen un impacto psicológico negativo porque es una forma de maltrato con-
tinua y persistente que nos produce miedo, enojo, vergüenza y culpa. ¿Por qué
tendríamos que aceptarlos como propone el texto? Si nos incomodan a diario y
nos recuerdan que las calles no son nuestras y que son inseguras. El acoso calle-
jero permite a los varones ejercer su poder en el espacio público. Nosotras reco-
nocemos en los piropos y el acoso en las calles una forma de violencia psicológica
en la que experimentamos vulnerabilidad y por ello, nos rebelamos contra ella.
En ese sentido consideramos que cuando la autora del libro habla de
“victimismo” y “mujerismo” reproduce un prejuicio sexista que impide nuestro
derecho a decir “no”. De sus argumentos esencialistas se desprende que debe-
mos aceptar y naturalizar este tipo de conductas cotidianas, porque así nos tocó
vivir lo significa ser mujer u hombre, a partir de un modelo género vigente que
nos oprime.
Asimismo es muy cuestionable su postura adultocéntrica y heterocen-
trada sobre el CONSENTIMIENTO en caso de violación sexual, ya que expresa
un punto de vista que resulta generacionalmente desfasado. Nosotras luchamos
por ser respetadas tanto en nuestra libertad sexual como en nuestras decisiones:

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Dolor y política

hemos llenado de significado el contundente No es No. Decir “no” es legítimo en


todo momento y se puede cambiar de opinión al establecer cualquier relación se-
xo-afectiva, ya sea entre mujer y hombre, entre mujer y mujer y otras formas plu-
rales de sexualidad. Tenemos clara la fuerza y el poder del consentimiento como
mecanismo imprescindible de autocuidado.
Decir “no” es parte de nuestra liberación sexual. La seducción implica la
aceptación y consentimiento de ambas partes porque la insistencia masculina es
posible en las condiciones desiguales que se nos imponen como sujetas pasivas.
Lamentablemente, no todas las mujeres en México tienen condiciones mínimas
de libertad, no vivimos en equidad suficiente para que nuestra voluntad no sea
coaccionada por quienes se acercan; es más, nuestras vivencias desde niñas impi-
den en muchas ocasiones poder siquiera reconocer el abuso.
El acoso se da en contextos de relaciones de poder asimétricas, como un
mecanismo de exclusión para las mujeres de los espacios considerados masculi-
nos. Por otra parte, también es importante visibilizar las distintas formas de vio-
lencia de género más sutiles que no siempre son explícitamente sexuales, como
las que tienen lugar en las familias, en escuelas y universidades, en instituciones y
lugares de trabajo. La violencia, el acoso y el hostigamiento, tanto sexual como de
otras formas, también puede darse por parte de mujeres que usan su poder, au-
toridad o jerarquía para acosar o violentar a otras mujeres. Nos negamos a seguir
normalizando el acoso en cualquier ámbito de la vida de las mujeres, sobre todo
en los espacios laborales o educativos como un falso proceso de higienización.
Somos conscientes de los lazos existentes entre el patriarcado, el colo-
nialismo y el capitalismo en el contexto mexicano, de su profundidad histórica y
sus costumbres arraigadas. Sabemos que dicha tríada debe fracturarse para deses-
tabilizar la asimetría actual entre hombres y mujeres; y que las implicaciones de
clase, edad, etnia, orientación sexual, apariencia física, religión y discapacidades
son fundamentales para comprender cómo el poder se despliega también en las
relaciones sociales e interpersonales.
Marta Lamas se refiere constantemente a “las feministas” como un ente
monolítico y unitario, como si todas tuviéramos una misma experiencia y fuéra-
mos puritanas. En realidad está muy lejos de conocer de cerca las diferentes ex-
presiones contemporáneas del feminismo en México. Además presupone que
nos situamos en igualdad de condiciones respecto a los hombres, y caracteriza a

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Anexo I. Manifiesto desde los feminismos mexicanos

las mujeres como sujetos pasivos y a los hombres como seductores activos con el
supuesto “derecho” a incomodar e importunar.
El pánico moral o sexual al que se alude no lo detentamos nosotras, sino
los y las agresores, quienes los respaldan y solapan, manteniendo los privilegios
de acosar y violentar impunemente, incluso en espacios en los que se vanagloria
contar con igualdad de género y respeto para todas las personas, como sucede en
muchas universidades.
Nosotras manifestamos con preocupación la articulación de una nueva
oleada de ideas conservadoras que estigmatizan y tratan de reforzar el pacto de
silencio al banalizar la violencia que nos vulnera, y que señala a ciertas manifesta-
ciones feministas en las universidades como “enardecidas”, “irracionales” y hasta
“terroristas”, criminalizando las diferentes formas de lucha. Calificar como “lin-
chamientos” a los escraches es atribuirles un falso carácter de estar fuera de la ley
ya que éstos no implican violencia física contra ningún ser humano. Señalar pú-
blicamente el acoso no busca poner propiamente en riesgo físico al perpetrador,
sino que se trata de un recurso válido para la denuncia social, ante la inoperancia
de la justicia legal y ante la situación generalizada de que a las mujeres no se nos
cree, por el contrario, se nos ridiculiza, culpabiliza o revictimiza; y los hombres
suelen tener privilegio de mantenerse en el poder pese a ser abusadores.
Reivindicamos el giro afectivo feminista desde lo psicológico, lo filosófico
y lo social, que parte de validar pensares, sentires y emociones, para fundamentar
la base de la empatía entre mujeres que se oponen a la violencia estructural. Pro-
movemos desde las luchas feministas la interdisciplina en la academia y en este
sentido la jerarquización dicotómica de toda generación de conocimiento. Lo
emocional es tan importante como lo racional.
Nuestra noción del feminismo, en sus variadas formas, no refuerza el vic-
timismo, porque al protestar y nombrar las diferentes violencias resistimos y ac-
tuamos para transformar el mundo e imaginamos un horizonte donde quepan
muchas voces que impugnan al heteropatriarcado y al capitalismo para trastocar
los cimientos civilizatorios. #AcosoNoEsVictimismo.
Nuestros feminismos son parte de un movimiento global interconectado
en Red, que está respondiendo a demandas que no se resolvieron en los años se-
tenta en Latinoamérica y estamos rompiendo la noción del sujeto femenino in-
dividual. Las mujeres mexicanas tenemos derechos universales, pero sufrimos los

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Dolor y política

feminicidios que nos arrebatan la vida. Nueve mujeres al día son asesinadas en
México, como país ocupamos el primer lugar en feminicidios en Latinoamérica.
Hemos gritado #NiUnaMenos tantas veces hasta desgarrar el alma. #SiMeMatan
es una pesadilla que muchas nos dimos a la tarea de imaginar. Nuestro movimien-
to clama desde cuerpo, mente y corazón #¡VivasyLibresNosQueremos!
Hacemos un llamado a no abonar al terreno conservador, a no fragmen-
tar las luchas contra el pacto del silencio, a no fortalecer el pacto de derecha pa-
triarcal del machismo mexicano, y a no promover ideas sexistas sobre el acoso y
las violencias contras las mujeres en México y en todo lugar del mundo.

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Anexo J
Declaración de Cambridge sobre la Conciencia

La Declaración de Cambridge sobre la Conciencia es un manifiesto firmado du-


rante una serie de conferencias respecto de la conciencia en los animales huma-
nos y no humanos, realizadas en julio de 2012, en la Universidad de Cambridge
en el Reino Unido.
La Declaración concluye que los animales no humanos tienen concien-
cia. Lo que ciertamente ya se sabía en relación a muchas especies.
En ese día, 7 de julio de 2012, un prominente grupo internacional de
neurocientíficos, neurofarmacólogos, neurofisiólogos, neuroanatomistas y neu-
rocientíficos de la computación se reunió en la Universidad de Cambridge para
reexaminar los sustratos neurobiológicos de la experiencia consciente y otros
comportamientos relacionados en seres humanos y animales no humanos.
Y después de algunas precisiones declaró lo siguiente:

La ausencia de un neocórtex no parece prevenir que un organismo experimente


estados afectivos. Evidencia convergente indica que los animales no humanos po-
seen los substratos neuroanatómicos, neuroquímicos y neurofisiológicos de esta-
dos conscientes, así como la capacidad de exhibir comportamientos deliberados.
Por consiguiente, el peso de la evidencia indica que los seres humanos no son los
únicos que poseen los sustratos neurológicos necesarios para generar concien-
cia. Animales no humanos, incluyendo todos los mamíferos y pájaros, y muchas
otras criaturas, incluyendo, reptiles e insectos, pulpos y otros peces, también po-
seen estos sustratos neurológicos.

(La Declaración de Cambridge sobre la Conciencia fue escrita por Philip Low y edita-
da por Jaak Panksepp, Diana Reiss, David Edelman, Bruno Van Swinderen, Philip Low y
Christof Koch. La Declaración fue proclamada públicamente en Cambridge, Reino Uni-
do, el 7 de julio, 2012, durante la Conferencia Francis Crick sobre Conciencia en Animales
Humanos y no Humanos, en el Colegio Churchill, Universidad de Cambridge, por Low,
Edelman y Koch. La Declaración fue firmada por los participantes de la conferencia esa

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Dolor y política

misma noche, en presencia de Stephen Hawking, en la Habitación Balfour del Hotel du


Vin en Cambridge, Reino Unido.)
En abril, Philip Low dijo en el I Congreso Virtual sobre Derechos Animales que
habían presentado la propuesta de ampliar esta declaración a insectos, todos los peces e
invertebrados.
https://www.animal-ethics.org/declaracion-consciencia-cambridge/
Video de la declaración: https://youtu.be/ifG0XNh7s08

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Anexo K
Declaración de Toulon, Francia

preámbulo

Nosotros, juristas académicos, participamos en la trilogía de simposios organiza-


dos en la Universidad de Toulon sobre el tema de la personalidad jurídica del
animal.
Teniendo en cuenta el trabajo realizado en otros campos disciplinarios,
en particular por los investigadores de neurociencia.
Habiendo tomado nota de la Declaración de Cambridge del 7 de julio de
2012, en la que estos investigadores llegaron a la conclusión de que “los humanos
no son los únicos que poseen los sustratos neurológicos de la conciencia”, que se
comparten con los “animales no humanos”.
Lamentando que la ley no haya aprovechado estos avances para evolucio-
nar a fondo todo el cuerpo de leyes relacionado con los animales.
Teniendo en cuenta que en la mayoría de los sistemas legales, los anima-
les aún se consideran cosas y carecen de personalidad jurídica, el único capaz de
darles los derechos que merecen como seres vivos.
Creyendo que hoy en día la ley ya no puede ignorar el progreso de la
ciencia que puede mejorar la consideración de los animales, el conocimiento
hasta ahora está en gran parte subutilizado.
Considerando finalmente que la actual incoherencia de los sistemas le-
gales nacionales e internacionales no puede resistir la inacción y que es impor-
tante iniciar cambios para tener en cuenta la sensibilidad y la inteligencia de los
animales no humanos.
Declaramos:
Que los animales deben ser considerados universalmente como personas
y no como cosas.
Que es urgente poner fin definitivamente a la reificación de la reificación.
Que el conocimiento actual impone un nuevo aspecto legal al animal.
Que como consecuencia, la calidad de la persona, en el sentido legal,
debe ser reconocida a los animales.

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Dolor y política

De esa manera, más allá de las obligaciones impuestas a los seres huma-
nos, los animales tendrán sus propios derechos, permitiendo que sus intereses
sean tomados en cuenta.
Que los animales deben ser considerados como personas físicas no hu-
manas.
Que los derechos de las personas físicas no humanas serán diferentes de
los derechos de los individuos humanos.
Que el reconocimiento de la personalidad jurídica al animal se presente
como un paso esencial para la coherencia de los sistemas del derecho.
Que esta dinámica es parte de una lógica jurídica tanto nacional como
internacional.
Que sólo el camino de la personificación jurídica es capaz de aportar so-
luciones satisfactorias y favorables para todos.
Que las reflexiones sobre la biodiversidad y el futuro del planeta deben
integrar a personas físicas no humanas.
Se enfatizará el vínculo con la comunidad de los vivos que puede y debe
encontrar una traducción legal.
Que a los ojos de la ley, la posición legal del animal cambiará por su ele-
vación al rango de sujeto de derecho.

(La Declaración de Toulon fue proclamada oficialmente el 29 de marzo de 2019, duran-


te la solemne reunión del simposio sobre la personalidad jurídica del animal [II] celebra-
da en la Facultad de Derecho de la Universidad de Toulon, Francia, de Louis Balmond,
Caroline Regad y Cédric Riot. https://www.calz.org.ar/wp-content/uploads/2016/10/
declaracio_n_de_toulon_esp_.pdf)

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Índice analítico

#MeToo, 16, 35, 40-43, 140 acting out, 106


#MiPrimerAcoso, 35 Adams, Carol J., 188
#MujeresEnHuelga, 35 Adichie, Chimamanda Ngozi, 30
#NiUnaMenos, 35 Adorno, Theodor W., 182
#NoEsDeHombres, 38 affidamento, 102, 104
#NosotrasParamos, 35 Agoff, Carolina, 175
#NoTeCalles, 35 agonía del Eros, La (Byung-Chul Han), 24
#NoTeDaVergüenza, 35 Agustín, Laura, 125, 185, 186
#SiMeMatan, 40 Ahmed, Sara, 16, 181
#VivasNosQueremos, 41 Alfaro Siqueiros, David, 46
Alianza Global contra la Trata de Mujeres,
8M, 39-41, 49-54, 66, 155, 163, 164, 179, 188 187
9M, 49, 51, 52 Alianza Global de Medios y Género, 47
Altamirano, Ayelén, 173
Abelleyra, Angélica, 174 Altamirano, Víctor, 80
abolicionismo, 124, 134 Álvarez Enríquez, Lucía, 34, 35, 173
neoabolicionismo, 124, 126, 128-130, Álvarez, Sonia, 183
133-135, 185 Amnistía Internacional (ai), 134, 138, 139,
aborto, 37, 40, 50, 139, 147, 159, 179, 216, 186, 187
218 anarquismo, 77
legalización del, 15, 16, 37, 45, 112, 138 anarcas, 44, 55, 76, 77, 165, 180
Accossatto, Romina, 35, 164 bloque negro, 46, 165, 179, 180, 189
Acevedo, Marta, 20, 184 okupa, 164, 165, 166
Ackerman, Galia, 174 Anda, Tamara de (Plaqueta), 38, 177, 178
acoso Andión, Ximena, 19
hostigamiento, 42, 140, 178, 216, 218, Anger and Forgiveness (Nussbaum), 80
241, 242, 244 animales, 74, 155-158, 188, 247, 248; véase
insinuaciones groseras, 38, 42, 177, 178, también especismo
243 anorexia, 33, 177
toqueteos, 41 Anti-Slavery International, 186
violencia psicológica, 243 antropología, 55, 56, 80, 94-96, 182
violencia sexual, 15, 29, 38, 40, 45, 127, Anzieu, Didier, 192
150, 165, 176, 177 Arditi, Benjamín, 13, 91, 92, 93, 110, 187
Acoso. ¿Denuncia legítima o victimización? Aricó, José, 113, 114
(Lamas), 139, 141, 143, 166, 177 arrogancia (razón arrogante), 116, 117,
activismo, 14, 19, 29, 42, 62, 92, 106, 114, 144, 146, 162, 170
141, 142, 160, 173 arte, 24, 95, 160, 174

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Dolor y política

Arruzza, Cinzia, 22, 173 Bhattacharya, Tithi, 22


asambleas, 12, 40, 187 Bidaseca, Karina, 174
Asociación Argentina para la Bird, Natasha, 30
Investigación en Historia de las Birgin, Haydée, 13, 105-108, 183
Mujeres y Estudios de Género, 168 Blair Trujillo, Elsa, 55-57
Asociación de Funcionarios por los Bleichmar, Silvia, 96, 143, 169, 170
Derechos de los Animales (afada), Bliss, Katherine Elaine, 185
188 Bocchetti, Alessandra, 104, 105
Asociación de Meretrices Profesionales Boletín (publicación, aaihmeg), 168
del Uruguay (amepu), 185 Boltanski, Luc, 22
Asociación de Mujeres Meretrices de Bondi, Liz, 109, 116
Argentina (Ammar), 136, 185 Bordo, Susan R., 177
Asociación de Mujeres Trabajadoras Borzacchiello, Emanuela, 17, 174
Autónomas de Ecuador, 185 Bourdieu, Pierre, 26, 33, 158, 159, 175
Asociación Nacional de Prostitutas Boyce Kay, Jill, 84, 181
(Brasil), 185 Brabon, Benjamin A., 175
Asociación Psicoanalítica Argentina, Braudel, Fernand, 128
182 Brewster, Stephanie, 19, 20
Asociación Psicoanalítica Internacional, Brigada Callejera en Apoyo a la Mujer
182 “Elisa Martínez”, 136, 187
Astelarra, Judit, 135 Brown, Wendy, 11, 12, 18, 19, 21, 30, 62,
Aune, Kristin, 173 63, 65, 90, 91, 93, 101, 119, 142-146,
Autodefensa. Una filosofía política de la 159, 160, 167, 168, 173, 180
violencia (Dorlin), 75 Brujas del Mar, Las, 49
autodespojo, 170 bulimia, 33
Auyero, Javier, 179 Butler, Judith, 11, 12, 137, 149, 151-154,
Ayotzinapa, 65, 154, 163 156, 159, 165, 168

Badiou, Alain, 18 Caballero, José Luis, 187


Banet-Weiser, Sarah, 175, 181 Cáceres, Lea, 68
Barrera, Lulú, 36 Cambría, Celeste, 183
Barry, Kathleen, 124 Cameron, Samuel, 185
Bedregal, Ximena, 183, 184 Campbell, Anne, 58, 181
Belausteguigoitia, Marisa, 52, 53, 175 Cano, Gabriela, 14
Bell, Quentin, 181 Cano, Virginia, 137
Bergoglio, Jorge Mario (papa Francisco), capitalismo , 21-24, 27, 30, 34, 43, 68, 124,
187 131, 135, 137, 173-175, 177, 181, 188
Berlín Osorio, Lesvy, 39-41 patriarcal, 53, 123, 146, 161
Bernstein, Elizabeth, 127, 128, 185 feminismo anticapitalista, 22, 34, 51,
Beyoncé, 30, 176 115, 121, 145, 168

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Índice analítico

Cárdenas, Lázaro, 185 comercio sexual, 61, 62, 121, 123-130,


Caro Baroja, Julio, 178, 179 133-139
Carr, Neil, 184 en el Registro Nacional de
Carrasco, Fresia, 183 Trabajadores de la Economía
Casa Amiga, 189 Popular (Argentina), 136
Casa Refugio Ni Una Menos, 165 industria del sexo, 127, 186
Casillas, Rodolfo, 125 legal, 129, 132, 134-136
Casique, Irene, 175 voluntario, 129, 134, 186
Castellanos, Rosario, 82 Cometa, Paula, 68
Castells, Manuel, 164, 165 Comisión Mexicana de Defensa y
Castilla, Mara, 142 Promoción de los Derechos
Castoriadis, Cornelius, 96 Humanos, 189
Castro, Roberto, 175 Comisión Nacional de los Derechos
Católicas por el Derecho a Decidir (cdd), Humanos (cndh), 164, 165, 166
189 confesiones de la carne, Las (Foucault), 178
Centre for Contemporary Culture Studies Consejo Nacional Para Prevenir la
(cccs), 57, 58, 60, 180 Discriminación (Conapred), 187
Cepeda, Agustina, 168 Convergencia, 177
Cerda, Dahlia de la, 66, 78-80, 181 Cordera, Rolando, 187
Cerva Cerna, Daniela, 173 Cos Montiel, Francisco, 187
Chamberlain, Prudence, 16, 29, 163, 164 Cossío, José Ramón, 187
Chang, Grace, 185 Crenshaw, Kimberlé, 99, 175
Chaparro, Amneris, 20, 44, 173 Crowley Jack, Dana, 66
Chateauvert, Melinda, 184, 187 Cruz, Mar, 36
Chávez Cano, Esther, 189 Cuarta Ola feminista, La (Altamirano
Chávez Castillo, Susana, 163 et al.), 173
Chemaly, Soraya, 85 Cuarta Ola Feminista, véase ola feminista
Chemama, Roland, 182 Cufré, Leticia, 20, 88, 177, 182, 189
Cheng, Sealing, 126, 185 cultura
Chernin, Kim, 177 confidence culture, 32, 34
Chesnais, Jean-Claude, 56 contracultura, 167, 189
Chiapello, Ève, 22 cultura del consumo, 27
cis, 26, 97, 100, 123, 136, 137, 175 cultura mediática, 32
Clarke, John, 57 estudios culturales, 113, 180
Coalition Against Trafficking in Women mandatos culturales, 25, 31, 33, 87, 88,
(catw), 124, 185 122, 131
Cochrane, Kira, 15, 173 originaria, 15
colectivas, 24, 36, 37, 41, 49, 115, 116, subculturas juveniles, 57, 58
139 Cunningham, Scott, 185
Colegio de la Frontera Norte, El, 23

253

Dolor y política.indd 253 29/01/21 11:45


Dolor y política

D’Antonio, Débora, 168 Echeverría, Bolívar, 61, 100, 143, 173, 181,
Daich, Deborah, 187 188
Day, Sophie, 124 Edelman, Lucila, 24
De Lora, Pablo, 184 Eisenstein, Hester, 175
Dean, Jonathan, 173 Elenes, Evelyn, 174
Debarbieux, Eric, 76 emancipación, 11, 13, 22, 31, 79, 156, 170
debate feminista (publicación), 19, 184 empoderamiento, 22, 31, 58, 102
Debayle, Martha, 33 Encuentros Feministas Latinoamericanos
Debord, Guy, 24 y del Caribe, 105, 108
Declaración de Cambridge, 157 equidad de género, 47, 48
Declaración de Toulon, 157 Equidad de Género: Ciudadanía, Trabajo
Della Giusta, Marina, 185 y Familia, 19, 189
Derrida, Jacques, 145 Equipo Latinoamericano de Justicia y
deslizamiento de sentido, 12, 43, 124, 133, Género, El
155, 176 Erazo, Viviana, 183
Devereux, George, 17, 18 Eschle, Catherine, 173
Día Internacional de la Eliminación de Escobedo, Marisela, 164, 189
la Violencia contra la Mujer, véase escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas
marchas en Ciudad Juárez, La (Segato), 180
Día Internacional de la Mujer, véase esencialismo, 91-94, 98, 100, 101
marchas, 8M especismo, 157
diamantina, 43, 44, 53, 67, 75, 118, 230 Espinosa Damián, Gisela, 184
Diamond, Diana, 173 espiral de significación, 60-64, 124, 130,
diario de Bridget Jones, El (Fielding), 176 133, 139, 140, 166, 178, 180
Díaz Valverde, Mariela Vanessa, 45 Evans, Dylan, 182
Díaz-Romero, Pamela, 173
Dimensiones y perspectivas conceptuales. Farley, Melissa, 185
Activismos feministas jóvenes: Federici, Silvia, 133-135
emergencias, actrices y luchas en América Felipe, Liliana, 157, 188
Latina (clacso), 173 Female Sexual Slavery (Barry), 185
doble moral sexual, 43, 122, 130, 131, Femen, 174, 189
138, 146 Feminaria (publicación), 106
Doezema, Jo, 187 feminazi, 66, 226, 228
dominance feminism, 61, 62, 64, 123, 124, feminicidio, véase violencias machistas
127 feminismo(s)
Doomernik, Jeroen, 185 affidamento, 102, 104
Dorlin, Elsa, 75-77, 181 crítico, 19, 166, 168
Duby, Georges, 73 de izquierda, 119, 133, 135
Duggan, Lisa, 184 de la dominación, véase dominance
feminism

254

Dolor y política.indd 254 29/01/21 11:45


Índice analítico

decolonial, 48, 62, 126, 174 Fromm, Erich, 182


europeo, 73, 173 Frye, Marilyn, 181
feministas argentinas, 39, 56, 138, 139, Fuentes, Diana, 20, 48, 72, 179
163, 169 Fuentes Valdivieso, Rocío, 178
feministas británicas, 73 Fuentes Vásquez, Lya Yaneth, 179
feministas francesas, 43, 178, 220
feministas italianas, 13, 79, 103, 104, Gabayet, Natalia, 20
107 Gaceta unam (publicación), 46-49
feministas latinoamericanas, 13, 14, Gago, Verónica, 17, 39
105, 108, 152, 154 Gall, Gregor, 187
feministas mexicanas, 16, 21, 72, 138, Gallagher, Catherine, 99
139, 154, 166, 188, 241 Galtung, Johan, 56
feministas neoliberales, 34 Gamero, Martín, 74
hegemónico, 22, 79, 127 Garber, Jenny, 57
lesbofeminismo, 80 García Ascot, Soren, 19
light, 32 García Canclini, Néstor, 182
neoabolicionista, 124, 129 García Coudurier, Laura, 19
radical, 77, 78, 110 Gargallo, Francesca, 48, 175, 184
separatista, 78, 79 Garrud, Edith, 75, 181
Feminist Media Studies (publicación), 181 género
Fernández Cordero, Laura, 137 asunción del, 25-28, 78
Fernández de la Reguera, Alethia, 19 desigualdad de, 49, 88, 132
Ferreyra, Marta, 19, 20 mandatos de (mandato cultural de la
Fielding, Helen, 176 feminidad y de la masculinidad),
Fitzgerald, Sharron A., 187 25, 81, 131, 147
Flores d’Arcais, Paolo, 159 perspectiva de, 46, 141, 241, 242
Fondevila, Gustavo, 178 tecnologías de, 32
Force of Non Violence, The (Butler), 188 teoría social de, 97, 101
Fortunas del feminismo (Fraser), 22 Genz, Stéphanie, 175
Foucault, Michel, 31, 43, 145, 177, 178 Gil, Isabel, 19
Foxfire. Confesiones de una pandilla de chicas Gil, Silvia L., 184
(Oates), 180 Gill, Rosalind, 27, 30, 32, 33, 175-177
Fraser, Nancy, 22, 34, 135, 175 Giunta, Andrea, 174
Frayre Escobedo, Rubí Marisol, 164, 189 Gladstone, William, 73
Freud, Sigmund, 94, 95, 110, 118, 182 Goldman, Emma, 44
Frías, Sonia, 178 Gómez, Gabriela Sofía, 19
Fricker, Miranda, 129, 181 González, Lucero, 174
Frida Guerrera, 175 Good and Mad (Traister), 85
Friedan, Betty, 28 Goodwin, Jeff, 29
Frohlick, Susan, 184 Grabham, Emily, 99, 175

255

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Dolor y política

Gramsci, Antonio, 145, 162 dominación sexual de los: 62


Graue, Enrique, 46 inmunidad de los, 61, 101, 128
Grazia Chiuri, Maria, 30 Huacuz, Guadalupe, 175, 188
Green, André, 96 Human Rights Watch (hrw), 186
Grupo de Información en Reproducción
Elegida (gire), 19 identidad, 21, 24, 25, 58, 91, 92, 100, 116,
Guardia Nacional (gn), 41 119, 140, 155, 168, 175, 180, 188, 214
Guardian, The (publicación), 175, 187 feminista, 30
Guerrero, Alfredo, 23 fronteras identitarias, 91, 93, 101, 108-
Guerrero McManus, Siobhan, 183 110, 162, 101-111
Guerrilla Girls, 174, 189 institucional, 91, 110, 111
Güezmes, Ana, 38 no normativa, 12, 27, 84, 97
Gutiérrez, Griselda, 175 política de la, 91-100, 109, 110, 116
Gutiérrez, Jessica, 186 subjetivación, 119, 181
Gutiérrez Aguilar, Raquel, 130, 145 identidades no normativas
Gutmann, Matthew C., 126 no binaria, 26, 79, 84
queers, 16, 26, 27, 147
Hakim, Catherine, 122 trans, 26, 27, 37, 79, 97, 98, 123, 136,
Hall, Stuart, 21, 57, 113, 180 137, 143, 147, 175, 182-184, 214,
Halley, Janet, 101, 123, 128, 135, 159, 183 216
Han, Byung-Chul, 15, 24 Illades, Carlos, 44, 179, 180
Hanssen, Beatrice, 89 Incháustegui, Teresa, 38
Haurie, Virginia, 183 Innerarity, Daniel, 182
HeForShe, 29 institución imaginaria de la sociedad, La
Hegemonía y estrategia socialista (Mouffe (Castoriadis), 96
y Laclau), 145, 161 Instituto de Liderazgo Simone de
Hemmings, Clare, 117 Beauvoir, 19
Herdieckerhoff, Elena, 176 Instituto Tecnológico Autónomo de
Hernández, Rosalva Aída, 174 México (itam), 17, 28, 187
Híjar, Cynthia, 36 interés por el psicoanálisis, El (Freud), 95
Historia de la sexualidad (Foucault), 178 interseccionalidad, 15, 26, 32, 63, 80, 99,
Historia de las mujeres (coord. Duby y 101, 175
Perrot), 73 Interrupción Legal del Embarazo (ile),
Holmes, Brian, 160 112
hombres, 12, 25-27, 29, 31, 35, 37, 42, 50, inversión psíquica, 146
62-64, 74, 78, 80, 81, 83, 87, 92, 97, ira de México, La (Cacho et al.), 71
98, 102, 122, 124, 131, 134, 141-143, Izquierdo, María Jesús, 135, 175
162, 166, 175, 177-179, 181, 217, 218,
220-222, 228, 238, 242, 244, 245 Jaggar, Alison, 181
Coloquio con XY, 141, 142 Jasper, James M., 29, 174

256

Dolor y política.indd 256 29/01/21 11:45


Índice analítico

Jáuregui, Gabriela, 173 Liguori, Ana Luisa, 20


Jefferson, Tony, 57, 180 Linares, Jorge, 45
Jiménez, Alba, 20 Lipovetsky, Gilles, 24
Jornada, La (publicación), 179 Long Chu, Andrea, 78, 79
Juliano, Dolores, 135 Lopes, Ana, 187
Justicia para Nuestras Hijas, 189 López Obrador, Andrés Manuel, 41, 50
juvenicidio, 175 Lorde, Audre, 85, 181
Lucano Ramírez, Hilda Nely, 188
Kalyvas, Stathis, 57, 166 Lyotard, Jean-François, 24
Käppeli, Anne-Marie, 73
Kapur, Ratna, 126, 185, 187 Maccise, Mónica, 19
Keijzer, Benno de, 126 MacKinnon, Catharine, 62-64, 68, 101,
Kelly, Patty, 186 124, 127, 180
Kempadoo, Kamala, 126, 185, 187 Madhok, Sumi, 186
Kennedy, Duncan, 176 Madonna, 27, 176
Keynes, John Maynard, 181 Madrid, Elvira, 187
Kitayama, Shinobu, 82 Maiguashca, Bice, 173
Klineberg, Otto, 56 makeover, 33, 177
Kolteniuk, Miguel, 94 Maldonado, Vanessa, 185
Kordon, Diana, 24 malestar sobrante, 166, 169, 170
Kostiswaran, Prabha, 187 marchas
Kulick, Don, 185, 187 25 noviembre, 35, 36, 39, 215
28 septiembre, 36
L’Homme (publicación), 182 Ayotzinapa, 65, 66
Lacan, Jacques, 145 Día internacional de la mujer, véase 8M
Laclau, Ernesto, 145, 161 Marcha de las Putas (Slut Walk), 29,
Lancaster, Roger, 130 137, 176
Langer, Marie, 182 Movilización Nacional contra las
Laplanche, Jean, 182 Violencias Machistas o Primavera
Larrea, Regina, 19 Violeta (24A), 36, 39, 44, 66, 163,
Larrondo, Marina, 173 179
Lasch, Christopher, 24 Marcus, Sara, 174, 181
Lauretis, Teresa de, 32 Marcuse, Herbert, 169, 182
Leavis, Queenie, 181 Marea Verde, 50
Lechner, Norbert, 16 Margen, 185
Leite, Gabriela, 185 Markus, Hazel Rose, 82
lesbofobia, 45, 218 Martínez, Cintia, 45
lgbtti, 162, 187 Marx, Karl, 63
Librería de las Mujeres de Milán, 13, 79, Matus, Verónica, 183b
102, 103 Mbembe, Achille, 181

257

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Dolor y política

McCall, Leslie, 99, 175 neoabolicionismo, véase abolicionismo


McGarry, Kathryn, 187 neoliberalismo, 21, 22, 124, 128, 150, 151
McRobbie, Angela, 26, 57, 58b Nettel, Guadalupe, 48
Meisch, Lynn A., 184 Ni Una Más, 15, 35, 50, 154, 225
Mejía, Gerardo, 178 Nietzsche, Friedrich, 144
Melgar, Lucía, 52, 64, 77, 175, 188 Nivón, Eduardo, 182
Meltis, Mónica, 19, 28 Nómadas (publicación), 179
Mendoza, Breny, 174 Nuestras Hijas de Regreso a Casa, 189
Mendoza, Chris, 19 Núñez Castillo, Katia Yocasta, 58
Mercado, Patricia, 20, 38 Nussbaum, Martha, 13, 80, 81, 85-87, 138,
Miguel, Francisca, 20 156, 181
Milenio (publicación), 179
Mill, John Stuart, 73 O’Connell Davidson, Julia, 125
Miller, Jody, 58, 76 O’Neill, Maggie, 187
Mingo, Araceli, 71, 117, 118, 174 Oates, Joyce Carol, 180
Mirabal, hermanas, 177 Observatorio Ciudadano de Feminicidio,
Mishra, Pankaj, 80 189
mística de la feminidad, La (Friedan), 28 Observatorio Europeo de la Violencia
Molyneux, Maxine, 173 Escolar, 76
Monárrez, Julia, 154, 175 Offen, Karen, 73, 74, 181
Monsiváis, Carlos, 156 Okón, Yoshua, 33
Montero, Justa, 135 ola feminista
moralismo, 123, 129, 143, 144 Cuarta, 14, 15, 28, 40, 163, 164, 173
discurso moralizador, 12, 129, 153, Segunda, 28, 79
160, 221 Olabuenaga, Ana María, 167
Mouffe, Chantal, 11-13, 17, 65, 90, 112, Olavarrieta, Martín, 177
114, 129, 136, 140, 145, 159-162, 167, Oliver, María, 58
168 Olmsted, Michael S., 184
Movimiento de Mujeres Unidas Open Society Institution, 186
(modemu), 185 Orbach, Susie, 177
Mueller, Carol, 184 Orellano, Georgina, 136
Mujeres en Plural, 111 Orgad, Shani, 30, 32, 33
mujerismo, 91-94, 97, 101, 110, 237, 243 Organización de las Naciones Unidas
(onu), 29, 111, 124, 125
Narayan, Uma, 181 onu Mujeres, 38, 186
narcotráfico/crimen organizado, 23, 150, Organización de las Naciones Unidas para
151, 228 la Educación, la Ciencia y la Cultura
necropoder, 23 (Unesco), 47
necropolítica, véase política Organización Internacional del Trabajo
Nengeh Mensah, María, 187 (oit), 123, 186

258

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Índice analítico

Organización Mujer Libertad de Pisano, Margarita, 183


Querétaro, 185 Pisettta, 35
Organización Mundial de la Salud (oms), Pitch, Tamar, 150, 151, 159
186 Platt, Thomas, 57
Ortega, Hanna, 19 Pleasure and Danger (ed. Vance), 130, 186
Osborne, Raquel, 135 política
otras, 135 anti-esencialista, 91-100, 168
Oxford Handbook of the Economics of biopolítica, 23
Prostitution, The (eds. Cunningham democrática radical, 17, 94, 115, 145,
y Shah), 185 152, 171
identitarias, 13, 91, 93, 160
Padilla, Dolores, 183 necropolítica, 77, 165, 181
País, El (publicación), 135, 187 Polleta, Francesca, 29
Palumbo, Mariana, 19, 20, 169, 170, 189 Ponce, Camila, 173
Pankhurst, Emmeline, 73, 74, 75 Poniatowska, Elena, 44
Paro Mundial de Mujeres, 39, 40, 49 Pons Rabasa, Alba, 183
Parreñas, Rhacel, 185 Pontalis, Jean-Bertrand, 182
Partido Acción Nacional (pan), 177 Poria, Yaniv, 184
Partido de la Revolución Democrática postfeminismo, 25-28, 33, 176
(prd), 177 Powell, Rachel, 57
Partido del Trabajo (pt), 177 praxis, 19, 78, 79, 90, 168
Partido Nueva Alianza (Panal), 177 Preciado, Paul B., 135
Partido Revolucionario Institucional prejuicio, 116, 127, 142-144, 154, 162,
(pri), 177 216, 218, 243
Partido Socialista Obrero Español (psoe), Priego, María Teresa, 20, 67
135 Primavera Violeta, véase marchas
Partido Verde Ecologista de México Proceso (publicación), 176
(pvem), 177 prostitución, véase comercio sexual
Pascual, Concepción, 135 Prostitution of Sexuality. Global Exploitation
patriarcado, 36, 48, 50, 53, 55, 59, 65, 68, of Women, The (Barry), 185
123, 137, 139, 141, 166, 222, 224, 226, protestas, 11, 13, 15, 16, 23, 29, 35, 37-43,
228, 229, 241, 244 45, 48, 50, 51, 53, 54, 66, 67, 72, 88,
Pedroza, Iván, 20 91, 118, 151, 153, 163-166, 179, 189,
Peña Saint Martin, Florencia, 178 216, 224, 234
Pereda, Carlos, 116, 117 en publicaciones, 15, 44, 45
Pérez Orozco, Amaia, 135 “explosión social”, 164
Perrot, Michelle, 73 pintas, 15, 22, 40, 51, 53, 67, 73, 219, 226
Phillips, Anne, 131, 186 tendederos, 39, 41
Pichon-Riviére, Enrique, 184 Protocolo de Palermo, 125
piropos, 42, 243 psicoanálisis, 94-96, 106, 115, 118, 182

259

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Dolor y política

psiquismo, 22, 27, 94-99, 182, 183 Resistance through Rituals (Hall y
Pulido, Sonia, 45 Jefferson), 57, 180
puritanismo, 43, 123, 220 Revista de la Universidad de México
Pussy Riot, 174, 189 (publicación), 45, 48
Riley, Denise, 98
rabia, 15-19, 22, 35, 37, 38, 50, 51, 53, 55- Riot Grrrls, 174, 189
88, 139, 149, 155, 160, 163-166, 180, rivalidad, 107, 108, 114, 117
181, 214, 228, 229, 234 Rodríguez, Gabriela, 126
“apropiada”, 13, 82-88 Rodríguez, Jesusa, 157
contraproducente, 13, 66, 82-88 Rodríguez Everaert, Ana Sofía, 20, 130, 163
controlada, 82 Rodríguez Magda, Rosa María, 173
racismo, 32-34, 53, 85, 143, 146, 161 Rooney, Ellen, 183
antirracismo, 34, 115, 121, 145, 162, Rose, Jacqueline, 146
168 Rose, Nikolas, 32
crímenes por, 65, 83, 228 Rottenberg, Catherine, 34, 177
Rage Becomes Her. The Power of Women’s Rozitchner, León, 22
Anger (Chemaly), 85
Ramos, Rebeca, 19 Sackville-West, Vita, 181
Ramos Saavedra, Patricia, 20 Salguero, Friné, 19
Rancière, Jacques, 89, 90 San Martín, Neldy, 45
Ray, Meaghan, 176 San Pablo, 83
razón arrogante, véase arrogancia Sánchez Díaz, Sergio G., 178
Reckitt, Helena, 174 Sánchez Felipe, Ofelia, 20
Red Cannábica de Mujeres Forjando Sánchez Felipe, Vicenta, 20
Porros, Forjando Luchas, 179 Sánchez Taylor, Jacqueline, 184
Red de Mujeres Trabajadoras Sexuales Sanguinetti, Michael, 176
de Latinoamérica y el Caribe Santacruz, Adriana, 183
(RedTraSex), 185 Santacruz Giralt, María, 60
Red Latinoamericana y del Caribe contra Santoro, Sonia, 135, 136
la Trata de Personas (redlac), 187 Sanz, Marta, 173
Red Mexicana de Feministas Diversas, Satz, Debra, 131, 132
139, 140 Saucedo, Irma, 175
Red Mexicana de Trabajo Sexual, 185 Scharff, Christina, 175, 177
Red Mujer Siglo XXI, 189 Schwichtenberg, Cathy, 176
Red Nacional contra la Violencia hacia Scoular, Jane, 185
las Mujeres y los Hombres Jóvenes, Secretaría de Trabajo y Fomento al
189 Empleo del Gobierno del Distrito
Red No Estás Sola (rednes), 117 Federal, 136
Reforma (publicación), 177, 179, 188 Sefchovich, Sara, 20, 155, 173, 179
Reguillo, Rossana, 59, 60, 76 Segato, Rita Laura, 56, 68, 135, 180

260

Dolor y política.indd 260 29/01/21 11:45


Índice analítico

Sémelin, Jacques, 55, 56 social, 22, 96, 128


Semillas (Sociedad Mexicana Pro subjetivación, 119, 181
Derechos de la Mujer), 19 y poder patriarcal, 61
Semillas de Curie, Las, 141, 166 y psiquismo, 94
Sendra, Mariana, 36, 164 sufragistas, 72, 73, 75, 83, 99
Serur, Raquel, 141, 187 Suprema Corte de Justicia de la Nación
Sex Wars, 123 (scjn), 189
sexo
expresivo, 121-123 Tamés, Regina, 19
instrumental, 61, 121, 122, 126, 128, Tapia, Elena, 183
133, 137, 138, 147 Temkin, Benjamín, 187
transaccional, 122, 123, 128, 131, 132, temporalidad afectiva, 16, 19, 163, 164
186 teoría, 12, 14, 55, 62, 62, 78, 90, 95, 97,
sexualidad, 62-64, 99, 121-123, 123, 130, 98, 101, 115, 116, 146, 167
178, 186, 221, 222, 244 Terceravía.mx (portal), 40
Sexualities (publicación), 186 terf (trans-exclusionary radical feminist),
Shah, Manisha, 186 97
Siete Partidas, Las (De Castilla), 178 Tesis, Las, 68, 69
Silva-Herzog Márquez, Jesús, 50, 179 Thompson, Kenneth, 61
Sirimaco, Mariana, 187 Tiburi, Marcia, 144
sociedad del cansancio, La (Byung-Chul Tierra Adentro (publicación electrónica),
Han), 24 181
Sotomayor, Sibila, 68 Tinat, Karine, 177
Sousa Santos, Boaventura de, 105 Tolokonnikova, Nadya, 174
Spivak, Gayatri Chakravorty, 98, 183 Torres Falcón, Marta, 175
Srinivasan, Amia, 13, 85, 86, 87, 181 Torres, Cecilia, 183
States of Injury (Brown), 129, 180 Towards a Feminist Theory of the State
Stromquist, Nelly P., 184 (MacKinnon), 180
Suárez, Estela, 183 trabajo sexual, véase comercio sexual
Suárez Navaz, Liliana, 174 Traister, Rebecca, 85
subjetividad, 17, 19, 23-25, 32-34, 37, 64, transfobia, 97, 218
77, 96, 97, 99, 106-110, 116, 117, 121, trata, 61, 124, 125, 127, 128, 130, 133, 137,
131, 151, 153, 160, 162, 177 139, 185-187, 215, 218, 219
alienación de la, 147 esclavas sexuales, 124-126, 133, 228
como concepto sociológico, 96 redes de trata, 65, 228
feminista, 121 violación repetida, 124
individual, 128 Trejo Delarbre, Raúl, 178
periférica, 93 Tres guineas (Woolf), 82, 83
política, 15 tres muertes de Marisela Escobedo, Las
postfeminista, 26, 27 (documental), 189

261

Dolor y política.indd 261 29/01/21 11:45


Dolor y política

Trevi, Gloria, 27 Vance, Carol, 130, 186


Tsunami (coord. Jáuregui), 173 Varela, Nuria, 40, 173
Turati, Marcela, 71 Vargas, Virginia, 183
Turner, Tania, 19 varones, véase hombres
Vázquez, Rodolfo, 187
Una habitación propia (Woolf), 82 Vega Montiel, Aimeé, 178
Universal, El (publicación), 178, 179 Vélez, Fabio, 20, 187
Universidad Iberoamericana, 33, 187 VI Encuentro Feminista en El Salvador, 114
Universidad Nacional Autónoma de víctimas, 29, 41, 46, 47, 64, 67, 86, 87, 103,
México (unam), 17, 23, 39, 41, 45-47, 124, 125, 127, 129, 176, 185, 186, 188,
51, 53, 72, 87, 88, 118, 141, 142, 159, 217, 219, 220, 230, 239, 242
169, 174, 178, 187 madres de, 39, 163-165
Centro de Investigaciones y Estudios revictimización, 129, 155
de Género, 20 victimización, 93, 139-141, 150, 151,
Colegio de Ciencias y Humanidades, 159, 236, 241
47 Villamil, Jenaro, 142, 187
Consejo Universitario, 48 Villanueva, Victoria, 183
Coordinación para la Igualdad de violencia
Género, 49, 87, 88 como autodefensa, 12, 72, 73, 75-77,
Escuela Nacional Preparatoria, 47 153, 165
Escuelas Nacionales de Estudios cotidiana, 36, 38, 45, 56, 61, 77, 150,
Superiores, 47 216, 242
Facultad de Economía, 40 de género, 46-49, 52, 87, 119, 217, 218,
Facultad de Derecho, 48, 49 223, 241, 243, 244
Facultad de Filosofía y Letras, 40, 45, del Estado, 84, 153, 154, 217, 229
46, 48, 52, 67, 71, 72, 159 espectáculo, 24, 56
Facultad de Química, 141, 166 estructural, 37, 56, 66, 153, 214, 245
Mujeres Organizadas de la Facultad de expresiva, 81, 166
Filosofía y Letras (moffyl), 45, 49, juvenil, 76, 77
52, 87, 117, 174 sexual, 15, 24, 38, 40, 45, 61-64, 150,
Tribunal Universitario, 48 165, 176, 177, 216, 220, 221, 242
Unidades para la Atención de las simbólica, 33, 44, 51, 154
Denuncias (unad), 47 violencias machistas, 37, 38
abuso, 30, 41, 42, 56, 64, 67, 78, 139,
Valdés, Dafne, 68 157, 164, 165, 176, 216, 222, 230,
Valencia, Sayak, 23 242-244
Valenzuela, José Manuel, 77, 175, 181 acoso, 15, 16, 38, 40-43, 45, 46, 61, 62,
Valenzuela, Minerva, 36, 176 64, 139, 140, 141, 178, 216, 218,
Valerio, Magdalena, 135 241-246
Van den Anker, Christien L., 185 crueldad, 23, 155

262

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Índice analítico

“favores sexuales”, 42, 122 Weitzer, Ronal, 185


feminicidio, 15, 23, 37, 39, 41, 61, 64, Wilson, Kalpana, 186
66, 68, 72, 140, 142, 154, 163-165, Woldenberg, José, 187
175, 188, 189, 214, 216, 218, 219, Wolf, Naomi, 177
225, 231, 233, 241, 242, 246 Wolffer, Lorena, 160
misoginia, 64, 67, 86, 175, 218, 221, Women’s Social and Political Union
230, 233, 234 (wspu), 73
violación, 15, 41, 42, 61, 62, 68, 69, 87, Wood, Helen, 181
140 Woolf, Leonard, 181
Vital, Alberto, 187 Woolf, Virginia, 82, 83, 84
Vivir Quintana, 69 Working Papers in Cultural Studies
Voces híbridas (Nivón), 182 (publicación), 180
vulnerabilidad, 62, 75, 131, 132, 149, 151, Wrye, Harriet Kimble, 173
155, 165, 177, 242, 243
Young, Iris Marion, 177
Wacquant, Loïc, 124
Watson, Emma, 29 Zeisler, Andi, 175, 176
We Should All Be Feminists (Adichie), 30 Zendejas, Valentina, 19
Weber, Max, 132, 133 zona gris, 46, 179

263

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Esta obra se imprimió y encuadernó
en el mes de febrero de 2021,
en los talleres de Impregráfica Digital, S.A. de C.V.,
Av. Coyoacán 100–D, Col. Del Valle Norte,
C.P. 03103, Benito Juárez, Ciudad de México.

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