La Decadencia de Los Pueblos Indigenas

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1.2.

4 LA DECADENCIA DE LA PROPIEDAD INDÍGENA

Cuando se aborda el tema de la propiedad de la tierra asociado a la población


indígena es común que se utilicen conceptos y descripciones que no corresponden
a la realidad, sino a la persistencia de mitos que mediatizan el acercamiento objetivo
a los problemas y, por tanto, a sus soluciones. Por ejemplo, se concibe a la
comunidad como la única o la más importante forma de tenencia de la tierra (La
tenencia de la tierra se refiere a los derechos de las personas o comunidades para
administrar [poseer y utilizar] la tierra en la que residen) de los pueblos indígenas;
incluso es frecuente que se le denomine “comunidad indígena”.
Además, se menciona que los indígenas usufructúan las tierras principalmente en
común, que no se asignan superficies parceladas en propiedad o que en la
asignación individual de las tierras predomina un criterio de equidad; es decir, que
todos tienen los mismos derechos y la misma cantidad de tierras.

ESTRUCTURA AGRARIA
Existe la creencia de que la comunidad es la única o la más importante forma de
tenencia de la tierra de los pueblos indígenas, sin embargo, esta apreciación no
corresponde a la realidad, pues los pueblos indígenas se encuentran agrupados
mayoritariamente en ejidos. En los municipios con población indígena existen 26.9
millones de hectáreas rústicas, que representan 93.1% de dicho territorio.
El tipo de propiedad que predomina es la social, le sigue la propiedad privada, en
estos municipios existen 4 mil 374 ejidos, mil 258 comunidades y 304 mil unidades
de producción privadas. El resto de la tierra, en ambos conjuntos de municipios,
corresponde a terrenos nacionales y colonias agrícolas y ganaderas.
La información anterior nos permite afirmar lo siguiente:
a) La forma de propiedad que predomina entre la población indígena es la ejidal.
Esto se debe principalmente a dos razones. La primera es que, si bien los
expedientes de restitución y dotación de tierras empezaron a tramitarse a partir del
decreto del 6 de enero de 1915, fue hasta 1940 cuando el Código Agrario normó el
procedimiento jurídico para la titulación de terrenos de bienes comunales
diferenciándolo de otros procedimientos agrarios.
La segunda razón se debe a que los pueblos que fueron privados de sus tierras,
bosques o aguas tenían derecho a que se les restituyeran, pero estaban obligados
a demostrar la propiedad de la tierra, así como la fecha y condiciones del despojo.
Como no todos los pueblos podían cumplir con estas condiciones, la legislación
consideró que al momento de iniciar el proceso de restitución (a comunidades)
también se abriera un expediente de dotación (en ejidos o Nuevos Centros de
Población Ejidal). Así, en caso de no proceder el expediente de restitución el
expediente de dotación procedería sin tener que iniciar un nuevo trámite. Esto fue
lo más frecuente; por ello, la forma de propiedad que predomina entre la población
indígena es la ejidal: de cada cuatro núcleos agrarios con población indígena tres
son ejidos y uno comunidad.
b) Existen comunidades donde su población indígena es nula o muy baja, por eso
es importante diferenciar a la comunidad, como forma de tenencia de la tierra, de la
población indígena. Para el reconocimiento, confirmación y titulación de bienes
comunales se estableció “el procedimiento agrario mediante el cual los pueblos que
guardan el estado comunal solicitaron a las autoridades agrarias les confirmaran y
titularan, mediante una resolución presidencial, las tierras que habían poseído
desde 'tiempo inmemorial”
c) Existe un número importante de indígenas que se ostentan como propietarios
privados, especialmente en las regiones de Zongólica, Veracruz; la sierra Mazateca,
Oaxaca; en los municipios de Pantepec, Simojovel, San Cristóbal de las Casas,
Salto del Agua, San Juan Cancuc, en Chiapas, y en algunos de la Huasteca
hidalguense (Atlapexco, San Felipe Orizatlán y Huazolingo).
Las características de las unidades de producción privadas son similares a las de
propiedad social: las tierras son de mala calidad, enfrentan las mismas dificultades
para producir, la superficie promedio de los predios es casi la misma y también
predomina el minifundio. Es importante destacar que, además de las características
anteriores, en la superficie privada es frecuente la irregularidad jurídica. Los
registros públicos de la propiedad por lo general no están actualizados y sus
anotaciones no corresponden a la realidad. Una proporción alta de propietarios
carece de títulos o no dispone de escritura pública. Esta situación genera conflictos
sociales, reduce la inversión y limita las posibilidades de desarrollo en el campo.

EL USO COMÚN
Cuando se habla sobre la propiedad de la tierra de los indígenas se incurre en la
imprecisión de asociarla a igualdad de derechos entre todos sus miembros y a
formas de trabajo en común, lo cual haría suponer que el destino predominante de
sus tierras es el de uso común.
Al analizar la información encontramos que existe gran diversidad de formas de
usufructo de la tierra por parte de la población indígena: con base en los derechos
consagrados en la legislación agraria, mil 158 núcleos (1 077 ejidos y 81
comunidades) decidieron asignar derechos individuales sobre el total de su
superficie contra 518 (ejidos 388 y comunidades 130) que destinaron todas sus
tierras como uso común. Además, mil 871 asignaron derechos tanto en tierras de
uso común como en la superficie parcelada y en 17 se regularizó sólo la parte del
asentamiento humano.
Lo anterior se debe entre otras razones a:
a) Las asambleas de los núcleos agrarios fueron las que decidieron el destino de
sus tierras y asignaron derechos sobre las mismas. La sección tercera, artículo 56
de la ley agraria, dice que “la asamblea de cada ejido podrá determinar el destino
de las tierras que no estén formalmente parceladas, efectuar el parcelamiento de
éstas, reconocer el parcelamiento económico o de hecho o regularizar la tenencia
de los posesionarios o de quienes carezcan de los certificados correspondientes.
Consecuentemente, la asamblea podrá destinarlas al asentamiento humano, al uso
común o parcelarlas a favor de los ejidatarios”. Lo mismo se aplica para las
comunidades.

LA LUCHA DE LAS COMUNIDADES


Los pueblos poseían sus tierras en forma comunal, según les habían sido otorgadas
a partir de la conquista española y —al menos en zonas de población indígena—
de acuerdo con prácticas y costumbres sociales de raíz precolombina. Se deduce
además que este era un sistema íntegro, estable, de buen funcionamiento y con un
enorme arraigo social.
Y no fue sólo que la mera aplicación de las leyes de desamortización privara a los
pueblos de sus antiguos patrimonios, lo que ya de por sí sería desastroso, sino que
su mala y dolosa aplicación (las frecuentes corruptelas, los engaños y los abusos
de los poderosos, casi siempre fuereños) durante los años del porfiriato impidieron
que las parcelas excomunales quedaran en posesión de los supuestos
beneficiarios, los miembros de las extinguidas comunidades. Así, en lugar de
procrear un orden rural centrado en pequeñas propiedades con dominio pleno, las
desamortizaciones de las tierras de los pueblos sirvieron para ensanchar los
dominios de las haciendas, viejas y nuevas, empobreciendo a su paso a todos los
demás. Y cuando a todo esto se le sumó el embate privatizador de los terrenos
baldíos (jurídicamente públicos y federales) propulsado por los gobiernos de Porfirio
Díaz, el panorama resultante fue simplemente devastador.
Para 1910, concluye esta narrativa, los habitantes de los pueblos ya casi no tenían
tierras propias y las haciendas se habían llenado de peones acasillados, jornaleros
y medieros, todo un ejército de miserables cargados de agravios y resentimientos a
todas luces muy justos. Lo que se da a entender es que la causa primera de esta
gran debacle social fue la legislación desamortizadora, y luego su aplicación, tanto
la correcta como la fraudulenta.
De ahí que la revolución popular que estalló en 1910 fuera inevitablemente de raíz
agraria. Fueron ellos los que entronizaron esta narrativa explicativa del pasado
agrario reciente en las nuevas leyes fundamentales de la nación, y sobre esa base
se fue armando la enorme reforma agraria que redibujó el orden de la propiedad
rural mexicana a lo largo del siglo XX.
Poco después, por razones de diversa índole, la reforma derivó en la creación de
nuevas comunidades de población dotadas de tierra (ejidos), independientemente
de si habían o no tenido alguna vez terrenos en dominio comunal. De esta manera,
la reforma agraria de la Revolución se ideó y estructuró, al menos al principio, como
un esfuerzo por revertir el daño a los pueblos que según la narrativa histórica habían
causado las desatinadas y corrompidas políticas desamortizadoras y privatizadoras
del último medio siglo.
Las comunidades, al menos las mexicanas, poseen otras normas, de «Derecho
Público» diríamos nosotros. Son las normas que organizan el ejercicio del poder
comunal. Por lo observado, principalmente por los antropólogos, las comunidades
cuentan, si no todas, su amplia mayoría, de instituciones similares: una asamblea
que dispone de todo el poder, y un cuerpo de funcionarios administrativos, judiciales
y policiales, que rinden detallada cuenta de sus actividades. Esta organización
política, ha recibido, por parte de los antropólogos, el extraño nombre de «sistema
de cargos», con lo cual parecen querer expresar la diferencia que existe entre sus
instituciones y las nuestras.
El nombre no parece adecuado, porque la sociedad capitalista también tiene un
sistema de cargos. Sus funcionarios tienen «cargos», como los funcionarios de la
comunidad. Sólo que, dicen, los de la comunidad no cobran salario alguno, y las
normas ven con hostilidad cualquier aprovechamiento del cargo para algún
beneficio personal. De modo que la diferencia parece recaer en el tema del salario:
si no hay salario, es sistema de cargos.
Se requiere, para su pervivencia, una adhesión emotiva «fuerte»; es decir, se
requiere la firme convicción de parte de los comuneros, de que la comunidad es el
camino recto de la vida social. Y esto se «materializa» en una enorme cantidad de
normas cuyo objetivo es la construcción de esa ideología comunitaria que suele
llamarse con la expresión de «sentimiento de pertenencia». Sin eso, el control de la
tierra dejaría de ser colectivo; dejaría de tratarse de no propiedad. Y cuando eso
sucede, cuanto comienza a desaparecer el «sentimiento de pertenencia» la
comunidad se ha embarcado en el «progreso», y pronto la tierra dejará de ser
controlada colectivamente. Contra eso luchan las comunidades.
REFERENCIAS

*
http://www.economia.unam.mx/publicaciones/reseconinforma/pdfs/302/07%20H%
E9ctor%20Robles.pdf
* https://historiamexicana.colmex.mx/index.php/RHM/article/view/3422/3275
* http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1870-
41152008000100128

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