Origen Del Conocimiento
Origen Del Conocimiento
Origen Del Conocimiento
He aquí, pues, que podemos dividir todas las percepciones de la mente en dos clases o
especies, que se distinguen por sus distintos grados de fuerza o vivacidad. Las menos
fuertes e intensas comúnmente son llamadas pensamientos o ideas; la otra especie carece de
un nombre en nuestro idioma, como en la mayoría de los demás, según creo, porque
solamente con fines filosóficos era necesario encuadrarlos bajo un término o denominación
general. Concedámosnos, pues, a nosotros mismos un poco de libertad, y llamémoslas
impresiones, empleando este término en una acepción un poco distinta de la usual. Con el
término impresión, pues, quiero denotar nuestras percepciones más intensas: cuando oímos,
o vemos, o sentimos, o amamos, u odiamos, o deseamos, o queremos. (Investigación,
sec.2)
Por tanto, si albergamos la sospecha de que un término filosófico se emplea sin significado
o idea alguna (como ocurre con demasiada frecuencia), no tenemos más que preguntarnos
de qué impresión se deriva la supuesta idea, y si es imposible asignarle una; esto serviría
para confirmar nuestra sospecha.
Las impresiones, por su parte, puede ser de dos tipos: de sensación, y de reflexión. Las
impresiones de sensación, cuya causa es desconocida, las atribuimos a la acción de los
sentidos, y son las que percibimos cuando decimos que vemos, oímos, sentimos, etc; las
impresiones de reflexión son aquellas que van asociadas a la percepción de una idea, como
cuando sentimos aversión ante la idea de frío, y casos similares. Además, las impresiones
pueden clasificarse también como simples o complejas; una impresión simple sería la
percepción de un color, por ejemplo; una impresión compleja, la percepción de una ciudad.
Las ideas, a su vez, pueden clasificarse en simples y complejas. Las ideas simples son la
copia de una impresión simple, como la idea de un color, por ejemplo. Las ideas complejas
pueden ser la copia de impresiones complejas, como la idea de la ciudad, o pueden ser
elaboradas por la mente a partir de otras ideas simples o complejas, mediante la operación
de mezclarlas o combinarlas según las leyes que regulan su propio funcionamiento.
Es evidente que hay un principio de conexión entre los distintos pensamientos o ideas de la
mente y que, al presentarse a la memoria o a la imaginación, unos introducen a otros con un
cierto grado de orden y regularidad.
La capacidad de la mente para combinar ideas parece ilimitada, nos dice Hume. Pero por
poco que nos hayamos detenido a reflexionar sobre la forma en que se produce esta
combinación de ideas podremos observar cómo "incluso en nuestras más locas y errantes
fantasías, incluso en nuestros mismos sueños", esa asociación se produce siempre siguiendo
determinadas leyes: la de semejanza, la de contigüidad en el tiempo o en el espacio, y la de
causa o efecto.
Cuando la mente se remonta de los objetos representados en una pintura al original, lo hace
siguiendo la ley de semejanza. Si alguien menciona una habitación de un edificio
difícilmente podremos evitar que nuestra mente se pregunte por, o se represente, las
habitaciones contiguas; del mismo modo, el relato de un acontecimiento pasado nos llevará
a preguntarnos por otros acontecimientos de la época; en ambos casos está actuando la ley
de asociación por contigüidad: en el espacio, el primer caso; y en el tiempo, en el segundo
caso. El caso de pensar en un accidente difícilmente podremos evitar que venga nuestra
mente la pregunta por la causa, o por las consecuencias del mismo, actuando en este caso la
ley de la causa y el efecto.
Según Hume, pues, son estas tres leyes las únicas que permiten explicar la asociación de
ideas, de tal modo que todas las creaciones de la imaginación, por delirantes que puedan
parecernos, y las sencillas o profundas elaboraciones intelectuales, por razonables que sean,
les están inevitablemente sometidas.
Los objetos de la razón pertenecientes al primer grupo son "las ciencias de la Geometría,
Álgebra y Aritmética y, en resumen, toda afirmación que sea intuitiva o demostrativamente
cierta". La característica de estos objetos es que pueden ser conocidos independientemente
de lo que exista "en cualquier parte del universo". Dependen exclusivamente de la actividad
de la razón, ya que una proposición como "el cuadrado de la hipotenusa es igual al
cuadrado de los dos lados de un triángulo rectángulo" expresa simplemente una
determinada relación que existe entre los lados del triángulo, independientemente de que
exista o no exista un triángulo en el mundo. De ahí que Hume afirme que las verdades
demostradas por Euclides conservarán siempre su certeza. Las proposiciones de este tipo
expresa simplemente relaciones entre ideas, de tal modo que el principio de contradicción
sería la guía para determinar su verdad o falsedad.
El segundo tipo de objetos de la razón, las cuestiones de hecho, no pueden ser investigadas
de la misma manera, ya que lo contrario de un hecho es, en principio, siempre posible. No
hay ninguna contradicción, dice Hume, en la proposición "el sol no saldrá mañana", ni es
menos inteligible que la proposición "el sol saldrá mañana". No podríamos demostrar su
falsedad recurriendo al principio de contradicción. ¿A qué debemos recurrir, pues, para
determinar si una cuestión de hecho es verdadera o falsa? Todas los razonamientos sobre
cuestiones de hechos parece estar fundados, nos dice, en la relación de causa y efecto.
"Así, puesto que los sentidos nos engañan, a las veces, quise suponer que
no hay cosa alguna que sea tal y como ellos nos la presentan en la
imaginación; y puesto que hay hombres que yerran al razonar, aun acerca
de los más simples asuntos de geometría, y cometen paralogismos, juzgué
que yo estaba tan expuesto al error como otro cualquiera, y rechacé como
falsas todas las razones que anteriormente había tenido por demostrativas;
y, en fin, considerando que todos los pensamientos que nos vienen estando
despiertos pueden también ocurrírsenos durante el sueño, sin que ninguno
entonces sea verdadero, resolví fingir que todas las cosas, que hasta entonces habían
entrado en mi espíritu, no eran más verdaderas que las ilusiones de mis sueños. Pero
advertí luego que, queriendo yo pensar, de esa suerte, que todo es falso, era necesario que
yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa; y observando que esta verdad: «yo pienso, luego
soy», era tan firme y segura que las más extravagantes suposiciones de los escépticos no
son capaces de conmoverla, juzgué que podía recibirla sin escrúpulo, como el primer
principio de la filosofía que andaba buscando.[Descartes Cuarta parte de El Discurso del
Método]
Según los empiristas: nada hay en nuestro entendimiento que no haya
pasado antes por nuestros sentidos. Eso significa que nuestros conceptos o
ideas tienen su origen en impresiones (recordad el criterio empirista del
significado de Hume). En definitiva, nuestros conocimientos tienen su origen en la
experiencia y no pueden ir más allá de ella. Por lo tanto carecen de sentido
conceptos como el de Dios o alma, porque no podemos hallar la impresión a la
que se refieren. El límite del conocimiento es, por lo tanto, la experiencia.
Digo que estas dos cosas --a saber, las cosas externas materiales, como objetos de la
sensación, y las operaciones interiores de nuestras propias mentes, como objetos de la
reflexión--, son para mí los únicos originales donde todas nuestras ideas hallan su
comienzo. [...]
Todas nuestras ideas pertenecen a una u otra de ellas. Me parece que el entendimiento no
tiene ni el más mínimo indicio de ninguna idea que no reciba de una de estas dos. Los
objetos externos suministran a la mente las ideas de las cualidades sensíbles, que son todas
aquellas percepciones diversas que ellos producen en nosotros; y la rnente suministra al
entendimiento las ideas de sus propias operaciones.
Cuando hayamos hecho una revisión completa de ellas, hallaremos que éstas y sus
respectivos modos, combinaciones y relaciones, contienen nuestro entero almacén de ideas
y; que no tenemos nada en nuestras mentes que no haya venido por uno de estos dos
caminos. [Locke. Ensayo sobre el entendimiento humano.]