Capitulo 1
Capitulo 1
Capitulo 1
COMENTARIO
3
Dom Guéranger traduce servilmente: “bajo una regla o bajo un abad” (sous une Regla ou (Vel) sous un Abbé).
Sabemos que con San Benito la palabra vel tiene el sentido copulativo de et.
El segundo tipo de monjes son los anacoretas o
ermitaños. Se llaman así los que se retiran a la
soledad para vivir a solas con Dios. San Benito
tiene en estima a los anacoretas, pero piensa que su
estado de vida no está exento de peligros y que
necesita una larga preparación. Esa preparación es
la vida cenobítica misma. Nadie debe convertirse
en ermitaño bajo la influencia de un “fervor de
novicio 4”; hay que haber aprendido a pelear,
“gracias al apoyo de un gran número”; uno ya debe
haber sido entrenado "en el ejército fraterno para
la batalla del desierto con una sola mano".
San Benito ha conocido, en la gruta de Subiaco,
las delicias y los peligros de la vida solitaria. Puede
hablar de ello, por tanto, por experiencia. El
ermitaño no tiene en sus aflicciones el “consuelo
de nadie”; no tiene, en el cansancio del alma, el
refuerzo de los ejemplos; y las tentaciones de la
carne y de los pensamientos que vienen a asediarlo
lo encuentran desprotegido por esa salvaguardia
que es la presencia de testigos. Uno debe estar bien
probado, entonces, para arriesgar la vida de un
4
El “texto recibido” del latín dice conversionis fervor novitio, que Dom Guéranger traduce “el fervor de una
conversión reciente” (la ferveur d'une conversion récente). Dom Butler nos hará leer conversaciones aquí en
lugar de conversionis. En nombre de la crítica textual suprime irrevocablemente la conversio dondequiera que
se encuentre. Ver más abajo, comentario sobre el capítulo 58. Aquí, sin embargo, la descripción novitio
concuerda mejor con conversio que con conversatio. Note que para indicar la entrada en la vida monástica, San
Benito usa, no el verbo conversari, sino converti (Capítulos 2 y 63), que es la raíz de conversio.
ermitaño. Con estas reservas, sigue siendo
evidentemente la vida de almas excepcionalmente
resistentes.
Sobre el tema del desierto, podemos repetir las
apasionadas frases dirigidas por San Jerónimo a
Heliodoro: “¡Oh desierto, resplandeciente con las
flores de Cristo! ¡Oh soledad, de dónde vienen las
piedras con las que, en el Apocalipsis, se construye
la ciudad del gran rey! ¡Oh desierto, regocijado
con la presencia especial de Dios! ¿Qué te
mantiene en el mundo, hermano mío, tú que estás
por encima del mundo? ¿Hasta cuándo os
oprimirán los techos sombríos? 5”
La tercera clase de monjes, dice San Benito, es
“una especie detestable, los Sarabaites ”. El
significado de la palabra sarabaite no se conoce
con exactitud. Según Dom Calmet, Dom
L´Huillier, Dom Delatte y otros, vendría del
arameo sarab, que significa rebelde. Según
Casiano la palabra tendría un origen egipcio 6.
Cualquiera que sea el origen, para san Benito los
sarabaítas son monjes que “viven en parejas o en
5
Carta XIV, 10; en J. - P. Migne, Patrologia Latina, Tomo 22, cols. 353 - 354; traducido por WH Fremantle
en A Select Library of Nicene and Post - Nicene Fathers of the Christian Church, 2nd series, vol. 6 (Nueva
York: The Christian Literature Company, 1893), pág. 17
6
Conferencia 18, Capítulo 7; en el Corpus Scriptorum Eclesiasticorum Latinorum, vol. 13 (Viena: apud C.
Geroldi Filium Bibliopolam Academiae, 1886), pág. 513; traducido por Edgar CS Gibson en Nicene and Post -
Nicene Fathers, 2nd series, vol. 11, pág. 482.
tríos o incluso solos, sin pastor”. San Jerónimo
7
completa el cuadro diciendo que son grandes
ayunadores: “compiten entre sí en el ayuno”.
Afectan trajes extraordinarios: “sus mangas son
holgadas, sus botas abultadas, su atuendo es de lo
más burdo ”. Les encanta mostrar su fingida
compunción “siempre suspirando”. Trabajan con
sus manos, pero hacen que el producto de su
trabajo pague más caro que otros trabajadores.
Sólo tienen las afectaciones externas de la
santidad.
Lo que San Benito les reprocha sobre todo es que
no tienen regla. Viven para satisfacer sus fantasías:
“Cualquier cosa que entre en su mente o les
atraiga, eso lo llaman santo; lo que les disgusta, lo
consideran ilícito”. Por tanto, sus pequeños
monasterios no son ciertamente “los rediles del
Señor”; son “sus propios rediles”. Bajo su
apariencia monástica exterior son del mundo, y
“son conocidos por mentir a Dios con su tonsura”.
El cuarto tipo de monjes son los " Gyrovagues ".
Son los monjes de los caminos. Pasan toda su vida
viajando por provincias, “tomando la hospitalidad
7
carta XXII, 34; en PL, Tomo 22, col. 419; traducido en Nicene y Post - Nicene Fathers, 2nd series, vol. 6, pág.
37.
de diferentes celdas durante tres o cuatro días
seguidos, siempre errantes y nunca estables”.
Nuestro Santo Padre les reprocha, como a los
Sarabaitas, no tener regla, “estar sujetos a su
propia voluntad”. Pero tienen otros vicios que no
se encuentran ordinariamente entre los Sarabaites.
Estos eran grandes ayunadores; los Gyrovagues se
entregan “a los placeres de la glotonería”. E
incluso hay otras cosas además. Pero nuestro santo
Padre juzga que ya ha dicho bastante de ellos: “De
la miserable conducta de estos monjes es mejor
callar que decir más”.
APLICACIÓN
8
Dom Prosper Guéranger, L'Église ou la Société de la Louange Divine, Prólogo, pp. 5 y 6.
el campo, con los ermitaños, y aplicarles el
principio del presente capítulo. Uno podría muy
bien compararlos también con los antiguos
ascetas, que fueron, como hemos visto, los
antepasados de los monjes.
Sea como fuere, el ideal del oblato, de todo
oblato, es la perfección monástica, a la que debe
acercarse lo más posible. “Los Oblatos”, escribió
Dom Besse, “que ocupan el lugar (en el
monasterio) de una familia externa, imitan la vida
de los monjes, en la medida en que su situación lo
permite, conformando su vida a las máximas
fundamentales de la Regla de San Benito, y
observando ciertas prácticas de la clausura
compatibles con la vida que deben vivir 9”.
El monje se separa del mundo para buscar a Dios.
El oblato debe recordar que no es del mundo 10y
que debe vivir para Dios. Hemos dicho esto al
explicar el Prólogo, y no necesitamos detenernos
aquí. Hagamos, por tanto, nuestra alma
verdaderamente monástica, y apliquémonos, con
la ayuda de Dios, de Nuestra Señora y de San
9
Les Oblats de Saint - Benoît (París: Librairie de l'Art Católica, 1918), p.6.
10
“ Estatutos de los Oblatos ”, §12, en Manual para Oblales, p. 43.
Benito, a no ser demasiado indignos de la
espléndida estirpe a la que pertenecemos.
Aquello que ordinariamente resiste el reino de
Dios en un alma es el reino del ego, la “voluntad
propia”. Es de la voluntad propia de donde surgen
los vicios de los Sarabaites y de los Gyrovagues.
Los primeros declaran santo lo que les agrada,
ilegítimo lo que no quieren. Estos últimos ni
siquiera se dan esa ilusión. Están “esclavizados por
su propia voluntad”. Lo que a ambos les falta es un
pastor y una regla que represente la voluntad
divina.
Si no queremos llegar a ser como ellos, por lo
tanto, debemos cuidarnos de la voluntad propia.
Para ello disponemos de nuestro Reglamento, que,
con el asesoramiento de nuestros directores,
adaptaremos a nuestra situación particular.
Nuestra docilidad en observarla, a veces en la letra,
siempre en su espíritu, será la medida de nuestro
progreso hacia la perfección y, por consiguiente,
de nuestro amor a Dios. Veremos que san Benito
no tiene otro fin que perfeccionar cristianos de
todos sus hijos. El monje es un cristiano perfecto;
el oblato no quiere ser otra cosa.
Otra cosa que san Benito reprocha a los malos
monjes es la “vagancia”, a la que va a oponer la
estabilidad. Hay una verdadera vagancia
espiritual, que consiste en cambiar continuamente
de regla y de guía, con el pretexto de que no
encontramos donde estamos lo que nos conviene.
Una persona se dirige sucesivamente a San
Francisco, a Santo Domingo, a San Benito.
Intenta, sin perseverar nunca, todas las
actividades, cofradías o archicofradías. Y tantas
pruebas infructuosas dejan su alma tan imperfecta
como lo era al principio. Se jacta de sí mismo
imaginando que es el deseo de perfección lo que le
impulsa; en realidad es capricho, es decir, voluntad
propia.
Somos los hijos de San Benito; nos hemos
adherido a un monasterio. Tengamos un amor filial
por nuestro Santo Padre y seamos
indefectiblemente fieles al monasterio que ha
tenido la bondad de recibirnos. Esta estabilidad
será para nosotros una verdadera salvaguardia.
Habiéndonos convertido en hermanos de la
“especie más fuerte, los cenobitas”, intentaremos,
“ayudando al Señor”, modelarnos a ellos.
Y ya que estamos hablando de estabilidad,
concluyamos con esta página de Dom Chauvin,
sobre la estabilidad de los Oblatos:
“La Iglesia… exige de los Oblatos una especie
de estabilidad, por la razón de que la Oblación, en
un sentido real y concreto, hace entrar en familia:
es una adopción. Una persona no deja una familia
a voluntad. Cuando nace en él, permanece en él
hasta la muerte, a menos que circunstancias
particulares conduzcan a la ampliación del círculo
familiar. Participa, quiera o no, en las pruebas y en
las alegrías de la familia a la que pertenece. Esa es
una ley social.
“ Así es con el Oblato y el Terciario. Desde el
momento en que entra en la familia religiosa ha
decidido unirse... promete una estabilidad muy
parecida a la que el mismo religioso ha prometido
a Dios. Religiosos y oblatos son miembros de la
familia: sólo difiere el grado de parentesco, se
puede decir. El uno, como el otro, puede olvidar
sus obligaciones, negarlas, cumplirlas con pereza.
Da lo mismo: hijo pródigo o hijo fiel, sigue siendo
un niño.
“Por eso la Iglesia prohíbe incluso a un oblato
pertenecer al mismo tiempo a dos familias
religiosas, excepto en casos extremadamente raros
y en los que la Santa Sede se reserva el derecho de
intervenir 11”.
Añadamos que la Iglesia no autoriza sino “por
motivos graves” el paso de un oblato de la
obediencia de un monasterio a la de otro. Un
recordatorio de esto estaba contenido en el decreto
de la Sagrada Congregación de Ritos del 24 de
marzo de 1927, que declaraba igualmente que esta
transferencia sólo podía tener lugar previo acuerdo
entre los abades de dichos monasterios 12.
11
Dom Paul Chauvin, L'Oblature dans l'Ordre de Saint - Benoît, pp. 38 - 39. Notemos, sin embargo, que si el
oblato promete, el día de su profesión, "perseverar hasta la muerte", está no obligado a esto por un voto. Su
paso es el resultado de una “resolución deliberada de la voluntad”; es “digno de gran respeto”, y por este motivo
habría una grave pérdida si se desvinculara de él. La “estabilidad” es la consecuencia normal de ello.
12
“Estatutos de los Oblatos”, §10, en Manual para Oblatos, p. 42.