Tema 2
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Contenido
1. INTRODUCCION......................................................................................................................
2. EL ACCESO AL IMAGINARIO COLECTIVO.................................................................................
3. EL APRENDIZAJE DEL LENGUAJE Y LAS FORMAS LITERARIAS..................................................
3.1. Lenguaje, juego y literatura............................................................................................
3.2. ¿Hasta dónde pueden entender?...................................................................................
3.3. De la primera infancia a la lectura autónoma de historias.............................................
El desarrollo de la conciencia narrativa..................................................................................
Desarrollo de las expectativas sobre los personajes..............................................................
La ampliación de la experiencia..............................................................................................
3.4. La adaptación de los libros al aprendizaje narrativo del lector.......................................
¿Cómo hacer libros para niños que apenas saben leer?........................................................
3.5. El aprendizaje de los modelos poéticos a través del folclore.........................................
4. LA SOCIALIZACION CULTURAL................................................................................................
4.1. Los modelos masculinos y femeninos en los libros actuales..........................................
La reivindicación feminista de los setenta..............................................................................
El renacer actual de “lo de siempre” en el siglo XXI...............................................................
La reflexión ideología actual...................................................................................................
1. INTRODUCCION
La respuesta a la pregunta de para qué sirven los libros ha ido cambiando a lo largo de la
historia, e incluso en un mismo periodo han llegado a coexistir visiones muy distintas. Así, a
veces predomina la idea de que los libros deben servir para enseñar directamente a los niños,
dándoles ejemplos didácticos de conducta (Como puede ser bien educados, Ser bien educados
Ser solidarios, etc.), o bien se miran como un material escolar adecuado para trabajar diversos
temas (colores, el bosque, la drogadicción, etc.). Otras veces triunfa la idea de que se trata
ante todo de literatura, es decir, de obras que ofrecen la experiencia artística que puede estar
al alcance de los pequeños. Sea como sea, es importante reflexionar sobre ello porque lo que
se piensa al respecto condiciona la actitud de los adultos, tanto de los que se encargan de
producir este tipo de libros (escritores) como de los que ofrecen su lectura a los niños
(maestros, bibliotecarios, etc.)
Desde nuestra visión, la literatura para niños y jóvenes debe ser y verse cómo literatura. En
este sentido, las funciones de los textos se resumen en:
Así, algunos de estos símbolos pueden corresponder a toda la humanidad, como es el caso
del circulo como representación de la perfección; pero también pueden encarnarse en formas
culturales específicas, como es el caso del olivo (expresión de paz) o del laurel (expresión de
triunfo) en la cultura mediterránea. En este contexto, la literatura recrea constantemente
estos temas y motivos, al igual que puede también hacer que nuevas formas pasen a ser
conocidas y compartidas por la colectividad. En todos los casos, las personas utilizan esas
imágenes, personajes o mitos para mejorar su manera de verbalizar y dar forma a sus propios
sueños y perspectivas sobre el mundo. Necesitan hacerlo, y precisamente la fuerza educativa
de la literatura radica en que facilita formas y materiales para esa ampliación de posibilidades:
permite establecer una mirada distinta sobre el mundo, ponerse en el lugar del otro y ser
capaz de adoptar una mirada ajena, distanciarse de las palabras usuales o de la realidad en la
que uno está inmerso y verlo como se contemplara algo por primera vez.
Así pues, la literatura ofrecida a los niños les incorpora a esa forma fundamental del
conocimiento humano. Desde el campo de la psicología, la corriente psicoanalítica fue la
primera en destacar la importancia de la literatura en la construcción de la personalidad.
Concretamente, Bruno Bettelheim uso los cuentos populares para ayudar terapéuticamente a
niños traumatizados por su experiencia en los campos de concentración nazis. De ahí surgió su
reflexión sobre el papel del folclore focomo material literario sabiamente decantado a través
de los siglos cómo respuesta a los conflictos psíquicos, especialmente durante la etapa infantil,
lo cual explica la constancia de su atractivo para los niños. Bettelheim (1977) realizo un análisis
pormenorizado de los símbolos contenidos en los cuentos populares a la luz de las teorías
freudianas, si bien en muchos casos su análisis revela también la transmisión implícita de
conocimientos culturales a través de estas formas.
Los humanos nacen con una predisposición innata hacia las palabras, hacia su capacidad de
representar el mundo, regular la acción, simplificar y ordenar el caos mezclado de la existencia
y expresar sensaciones, sentimientos y belleza. Los psicolingüistas no estaban especialmente
preocupados por la literatura cuando a mediados del siglo XX empezaron a estudiar el
desarrollo del lenguaje de los bebés o la forma en la que las personas tratan de dar sentido de
la realidad. Pero muy pronto advirtieron que esta surgía y estaba presente por todas partes: En
los soliloquios de los pequeños en sus cunas repitiendo las cadencias y las palabras que habían
oído, en su insistencia por volver a enumerar de forma personificada los dedos de la mano, en
los personajes de ficción que los niños introducían a las historias inventadas de sus juegos o en
las formulas tipificadas, como los inicios o formas verbales, qué utilizaban muy
tempranamente para narrar.
Los niños crecen con el juego y el lenguaje. A través de ambos se sitúan en un espacio
intermedio entre su individualidad y el mundo creando un efecto de distancia que les permite
pensar sobre la realidad y asimilarla. Juego y lenguaje, juego y literatura, van siempre
íntimamente unidos.
Así, la literatura ayuda a los niños a descubrir que existen palabras para describir el exterior,
para nombrar lo que ocurre en tu interior y para hablar sobre el lenguaje mismo. Los pequeños
aprenden muy pronto que tanto la conducta humana como el lenguaje son sistemas
gobernados por reglas, de manera que se dedican a explorar las normas, comprobando lo que
se puede hacer y lo que no, lo que puede decirse y lo que no. Comprueban, por ejemplo, que
no debe hablarse sobre temas escatológicos, así que les encanta incluirlos en sus bromas
desafíos. Comprueba también que las reglas de funcionamiento de las cosas pueden invertirse
con la palabra y crear mundos al revés (“Por el mar corren las liebres”) o bien mundos
alternativos (casas de chocolate o mundos de objetos personificados) que contribuyen a fijar la
norma que resulta familiar. Comprueban que es posible dilatar los rasgos y fenómenos, a veces
exagerándolos a través de hipérboles o excesos (“Era tan alto cómo la luna”), a veces
ampliando imaginativamente las capacidades (Podía volar, hablar con los animales y hacerse
invisible). Y también exploran lo que hay que hacer o decir para causar efectos determinados
en el entorno, de modo que usarán las palabras para molestar a sus amigos, para oponerse a
las órdenes, para rehuir un reto fingiendo debilidad, para reconciliarse, para recabar mimos,
etc.
Todo este proceso es muy exigente desde el punto de vista del desarrollo del pensamiento,
puesto que atañe aspectos como la memoria, la anticipación, la formulación de alternativas o
la concentración en la construcción de la realidad a través del lenguaje
Igual que al hablar con los bebés, las formas de los libros responden así a lo que la sociedad
cree que es comprensible y adecuado para los niños en los distintos momentos de su
desarrollo personal y literario. Aunque naturalmente estos supuestos sociales no son estáticos
y están siempre sometidos a tensiones:
- Una de ellas proviene de la literatura más experimental. El deseo de forzar los límites
de lo que se consideraba comprensible hasta el momento produce libros arriesgados,
con resultado inicialmente incierto. Justamente las últimas décadas se han
caracterizado por cambiar considerablemente las formulas tradicionales y es posible
que algunas de sus propuestas hayan ido demasiado lejos y han producido libros
realmente dirigidos a la “complacencia” adulta e imposibles para la comprensión
infantil.
- En sentido inverso, también se producen errores de simplificación. En una época
determinada los estudios sobre el aprendizaje de la lectura provocaron la edición de
libros para primeros lectores con fórmulas pensadas especialmente para facilitar la
lectura. Obras como las de Arnold Lobel (Serie Sapo y Sepo o historias de ratones)
demostraron que, efectivamente, era posible producir obras excelentes con ese tipo
de limitaciones. Sin embargo, análisis posteriores sobre estos libros para principiantes
denunciaron que estaban repletos de carencias: La infravaloración de la entidad
literaria, la falta de conflicto narrativo o la pobreza del vocabulario utilizado. Esas
carencias impedían el progreso lector de los niños o simplemente causaban su hastío y
rechazo. Sin duda, resulta mucho más importante valorar el significado de la historia
que determinar el número de palabras poco familiares o la longitud de las frases,
especialmente si la dificultad puede resolverse a través de la imagen o si el significado
de las palabras es deducible por el contexto. De hecho, este último procedimiento es
el más usado por los lectores de todas las edades para ampliar su vocabulario.
- En este sentido, otro error común ha sido pensar que es posible establecer fronteras
estrictas entre lo que es o no compresible para los niños, ya que lo que un niño puedo
entender no depende únicamente del desarrollo intrínseco de sus capacidades
interpretativas, sino que viene condicionado por la presencia y familiaridad de esos
elementos en su cultura. Tal como señala Sarland (1985) tras analizar las estructuras
de narraciones tan populares como las de Enid Blyton o Roald Dalh, “Los niños son
decididamente competentes para entender todas las técnicas de las historias que su
propia cultura les ofrece”. Es probable, por ejemplo, qué un lector actual se sienta
aburrido y desorientado por las disquisiciones del narrador en un libro que hace 100
años era devorado por los lectores (Aunque cabe recordar que los niños siempre han
sabido saltarse lo que no les interesa). Pero, de igual manera, los lectores del pasado
hubieran sido incapaces de realizar inferencias y captar alusiones tan rápidamente
cómo lo hace ahora cualquier joven telespectador de series cómicas norteamericanas.
Los estudios sobre la comprensibilidad de los libros infantiles han intentado graduar las
características narrativas en una escala de mayor a menor facilidad. Mayoritariamente, lo han
hecho desde una perspectiva exclusivamente psicológica, a partir de datos extrapolados sobre
el desarrollo infantil, especialmente a partir de las teorías de Piaget. Otra forma de proceder
ha sido analizar los textos a partir de fórmulas lingüísticas de legibilidad. Pero ni el estudio del
lector ni del texto, en sí mismos y por separado, pueden arrojar luz sobre los límites
aproximados de la comprensibilidad de las historias y cualquier generalización de fórmulas de
laboratorio está condenado el fracaso. La forma de arrojar luz sobre un campo tan complejo
como el de qué es comprensible para los niños parece más bien la de analizar el itinerario
completo de lectura que configuran los textos desde la infancia hasta la adolescencia, para
ver cómo interaccionan y que enseñan con ello al lector, entender que los libros reflejan la
experiencia social sobre qué resulta comprensible para unas u otras edades o tipos de lector
y, por supuesto, observar la interpretación que realizan los propios niños de los libros que
leen.
El progreso gradual del conocimiento sobre las características formales de la historia incluye
dos líneas esenciales: Qué ocurre y de quién hablamos, es decir, la adquisición del esquema
narrativo y el desarrollo de las expectativas sobre los personajes.
Las estructuras narrativas que los niños de esta edad son capaces de controlar fueron
identificadas por Arthur Applebee (1978) en 6 formas básicas cada vez más complejas y que se
corresponden a los estadios del desarrollo establecidos por Vygotsky: El primer tipo de
estructura se refiere simplemente a una asociación de ideas entre los elementos, dónde una
idea lleva a la otra sin más relación. A los 5 años la mayoría de los niños ya utilizan la
estructura denominada cadena focalizada, en la que se establecen las peripecias de un
personaje como en un rosario de cuentas. Finalmente, hacia los 6 años los niños son capaces
de producir narraciones con todas sus condiciones, por ejemplo, la de que el conflicto
planteado en el inicio debe resolverse al final.
Actualmente, los niños tienen acceso a la ficción narrativa a través de la explicación oral de los
cuentos, los libros para no lectores (ya se hayan compartido o no con otras personas), y por
medio de varios tipos de pantallas. Antiguamente, los libros dirigidos a los pequeños lectores
eran casi exclusivamente los abecedarios ilustrados, ya que hasta que los niños no habían
aprendido a leer no se les ofrecía libros con verdaderas historias. Sin embargo, en la actualidad
el aprendizaje de la lectura puede realizarse a partir de libros que contienen narraciones
completas, aunque sea muy breves, y ello ocurre en un contexto en el que todas las vías de
acceso a la ficción (Oral y escrita y audiovisual) interrelacionan para formar las competencias
propias de los niños y niñas que empiezan leer autónomamente.
Parece lógico pensar que las primeras narraciones completas tengan las características más
sencillas de un relato literario. Así ocurre, ciertamente, en los cuentos populares, cuya
repetición resulta privilegiada durante estas edades. La tradicional transmisión oral de estos
cuentos a lo largo de los siglos potenció las formas más básicas y memorizables del relato, de
manera que André Jolles (1930) los denomino precisamente “formas simples” para
contrastarlos con los relatos literarios escritos.
En esencia, cualquier narración puede ser descrita con el siguiente enunciado: “Alguien explica
una historia a alguien”. A este respecto, la narratología se ha esforzado en describir los
elementos que se necesitan para esa construcción y la forma más sencilla de hacerlo. Así pues,
el esquema de una narración simple seria:
- Alguien explica sabiéndolo todo sobre lo que explica, hablando en tercera persona,
desde fuera de la historia, sin explicitar las reglas del juego, interrumpiendo el relato
para intervenir directamente cuando quiere y siguiendo el orden de los
acontecimientos relatados)
- A alguien que tiene suficientes datos para interpretarlo con precisión y de quien no
se exigen conocimientos referenciales especiales
- Una sola
- Historia situada en el pasado, adscrita a un solo modelo convencional de género y
expresada en los tipos textuales propios de una narración
- En un escenario fácilmente representable y susceptible de identificación
- De un personaje fácilmente representable y susceptible de identificación
- A quien ocurre un conflicto externo y de causa bien determinada
- Que se desarrolla de forma cohesionada
- Según relaciones de causa efecto
- Y que se resuelve al final con la desaparición del problema planteado
Los autores que se dirigen a los niños pequeños adoptan la mayoría de estos rasgos
limitando la complejidad de sus historias para que puedan ser entendidas. Las historias
narradas son cortas para no sobrepasar los límites de la capacidad infantil de concentración y
memoria y también para no exigir demasiado de su todavía confusa atribución de relaciones
de causa y consecuencia. Las observaciones a este respecto indican que los libros son mejor
entendidos si:
Una gran ventaja al usar este tipo de personajes es la economía descriptiva. No hace falta
caracterizar el mundo de ficción que establece una fórmula de inicio como “Había una vez un
ruiseñor” y todo el mundo sabe lo que puede esperarse de la apariencia y conducta de una
bruja. Por ello, los libros de juegan con las ambigüedades y las desmitificaciones (El León
cobarde del mago de Oz porque lo esperábamos valiente, o la princesa emprendedora porque
su modelo básico es la pasividad) deberán esperar a que se haya establecido la norma general,
sí se desea que los niños las aprecien cómo desviaciones.
Los libros para las primeras edades se hayan enormemente poblados de animales
humanizados. Algunos tienen más tradición literaria que otros, aunque puede decirse que la
ampliación humorística producida en las últimas décadas no ha dejado fuera prácticamente a
ninguno por muy exótico o extravagante que fuera. También la globalización del mercado y los
cuentos propios de otras culturas han introducido animales antes poco presentes en nuestros
libros. Sin embargo, hay que reconocer que osos y ratones hace mucho tiempo qué son las
estrellas de los cuentos, tal vez porque sus características y connotaciones parecen adecuadas
para favorecer la identificación infantil.
La figura del animal también se utiliza para crear una cierta distancia entre el lector y una
historia especialmente transgresora de las normas sociales o muy dura afectivamente.
Efectivamente, el impacto de sucesos cómo la muerte de los personajes o la excitación
producida por la vulneración de las normas de conducta es menor sí los actores no son
humanos. Así, la muerte de la madre de Babar (Jean de Brunhoff), leída en una etapa de tanta
dependencia hacia los padres, es más soportable porque se trata de un elefante y el niño
puede permitirse el lujo de entregarse sin sentimientos de culpa a la secreta fascinación por la
independencia lograda por el elefantito huérfano. También queda claro que los animales
pueden cometer libremente acciones terribles y vedadas a los humanos, cómo planear la caza
de otros animales o rebelarse contra los humanos adultos.
Las explicaciones psicoanalíticas sobre los cuentos populares se han referido a los personajes
animales fantásticos que ejercen de malvados como encarnaciones de la percepción infantil
sobre el poder amenazante de los adultos o como personificaciones de las propias pulsiones
agresivas de los niños. En las últimas décadas del siglo XX se produjo una fuerte corriente de
desmitificación que convirtió a la mayoría de los seres, desde los ogros o las brujas a los lobos,
en personajes simpáticos y tiernos, mientras que el giro psicológico de los temas tratados
favoreció el auge de los monstruos como un nuevo tipo de ser fantástico, ya que su plasticidad
y poca concreción los hace muy aptos para encarnar las angustias interiores, las pesadillas y
terrores indefinidos conjurados desde entonces en la literatura infantil.
La ampliación de la experiencia
Muchos libros infantiles ofrecen a los pequeños la configuración del mundo que conocen: La
vida cotidiana en familia, la compra, los juegos del parque, etc. Pero los niños necesitan
también un tipo de literatura que extienda su imaginación y sus habilidades perceptivas más
allá de sus límites actuales, de tal manera que, tal vez a los pocos años, los niños pueden tener
ya más interés en explorar un animal extraordinario que uno normal. Por ello, los mejores
libros son aquellos que establecen un compromiso entre lo que los niños pueden entender
solos y lo que pueden comprender a través de un esfuerzo imaginativo que se vea
suficientemente compensado. Algunas líneas de progreso en las posibilidades de comprensión
de los niños de estas edades tienen especial incidencia en los temas y tipos de libros de esta
etapa
Existen distintas explicaciones psicológicas a estos hechos. Una de ellas por ejemplo se centra
en qué los niños de dos años tienden a alejar de la esfera inmediata aquellas historias que
contienen elementos de peligro, del mismo modo que jamás las narran en primera persona.
Otros autores, en cambio, prefieren destacar la asimilación cultural producida, ya que los niños
de cinco años se han familiarizado con un mundo literario de aventuras vistas como sucesos
lejanos y propios de las historias. En sus narraciones adoptan entonces estas formas y colocan
la aventura allí donde han aprendido que habita. Sean cuales sean las razones, los libros
infantiles se adaptan a esta progresión de intereses que puede ejemplificarse, pongamos por
caso, con la distancia que media, por ejemplo, entre Buenos días (Jan Ormerod) y los tres
bandidos (Tomi Ungerer), aunque muchos libros acompañan al lector paso a paso en ese
recorrido, como por ejemplo Vamos a cazar un oso (Michael Rosen) que se sitúa en un punto
medio entre la cotidianeidad familiar y el afán de aventuras
Por ello, muchos libros infantiles han incorporado nuevos temas referidos a los problemas
propios de estas edades (el miedo nocturno, el enfado ante las prohibiciones, etc.), lo cual
puede ayudar a los niños a entender y asimilar sus problemas, si bien el interés y el efecto de
estas obras va estrechamente ligado a la forma de acceso del niño a ellas y a sus sentimientos
previos. Es preciso tener en cuenta que los niños pueden encontrar desagradable leer sobre
sus sentimientos, especialmente si adivinan un propósito curativo en su ofrecimiento por parte
de los adultos. Por otra parte, en muchas ocasiones los niños no utilizan las historias como
identificación subconsciente, sino como reconocimiento de que las acciones que en ellas
ocurren contradicen las reglas sociales. En esas acciones leídas los niños pueden explorar las
consecuencias de las acciones prohibidas o peligrosas desde la comodidad del lector. La
creación de normas crea también la posibilidad de vulnerarlas, y entender las normas significa
diferenciar que es cumplirlas y que es vulnerarlas. La literatura se sitúa aquí como un juego
intelectual o moral con las ideas o las conductas.
Sea como sea, es fácil advertir que estas desviaciones de los parámetros de simplicidad se
dan en su mínima expresión posible. Aunque digamos “focalización en el protagonista”, la
narración no se produce en primera persona, sino en tercera, siendo el narrador un narrador
invisible que nos explica lo que siente el protagonista, como si este fuera aun demasiado
pequeño para poner en orden sus ideas y explicar sus sentimientos siendo preciso con ello la
presencia de un intérprete entre el personaje y el lector. De la misma forma, aunque digamos
“distancia humorística” el humor se sitúa en el terreno de las cosas que se explican y no en la
manera como se explican, lo cual requiere de una mayor distancia interpretativa. También,
aunque digamos “escenario familiar” los personajes y el marco adoptado mantienen una
caracterización genérica, ya que el niño, la casa o la ciudad actuales no poseen rasgos
específicos que las identifiquen con ningún lugar específico. En definitiva, pues, los libros para
primeros lectores se ajustan a las características más simples de la narración con algunas
ligeras desviaciones.
- El primero, es que existe un desajuste entre las capacidades de los niños para
entender narraciones orales y para entender narraciones leídas por sí mismos. Ello es
evidente, por ejemplo, en la longitud del texto, es decir, en la cantidad de información
que pueden relacionar si se les explica la historia o si la tienen que extraer a través de
su lectura; de ahí, que los cuentos infantiles sean más cortos que los cuentos
populares. Debido a este desajuste, los libros para primeros lectores se ven obligados
a dar algún paso atrás, es decir, necesitan formas más simples para expresar algunos
de los elementos narrativos que forman parte de las narraciones tradicionales.
- El segundo es el de forzar los límites que imponen las capacidades de los lectores
para que la historia mantenga su interés. Para ello, los autores parten de las formas
más simples de la narración, pero utilizan recursos que hacen posible empezar a
complicarlas. Con ello ayudan a los niños a avanzar en su competencia literaria.
Con ello, ejemplos de las ayudas generadas por los libros para hacer frente a estos dos
problemas, es decir, la recepción autónoma de la historia y la progresión hacia una mayor
complejidad narrativa:
Porque, efectivamente, las formas del folclore requieren casi siempre de una representación
interactiva que moviliza muchos recursos simultáneos, y en la cual los pequeños adoptan un
papel asignado: se mueven a un determinado ritmo, realizan gestos concretos, repiten, cantan,
etc. Al hacerlo aprenden tanto normas sociales, como formas lingüísticas, al mismo tiempo que
exploran sus capacidades como miembros del grupo. Desde esta perspectiva, podemos
agrupar los aspectos presentes en el folclore infantil en los siguientes elementos:
- Juegos de interacción entre adultos y niños: voz y movimiento (saltar sobre las rodillas,
batir palmas, cosquillear, repasar los dedos de la mano, etc.)
- Canciones escenificadas y juegos de corro
- Para echar a suertes
- Trabalenguas y juegos de palabras
- Retahílas encadenadas y ortofónicas
- Canciones disparatadas
- Adivinanzas
A través de estas formas los niños pueden progresar en su dominio del lenguaje y
familiarizarse con distintos elementos constructivos de los poemas. Una rápida ojeada a
cualquier selección de estos juegos y canciones nos ofrece ejemplos de divertidos tipos de
categorías:
- Géneros poéticos:
o Liricos: Estaba la pájara pinta
o Narrativos: Estaba el señor don Gato
o Dramáticos: buenos días mi señoría
o conjuros: soli solitaña
o Disparates: Pin zorocopín
- Estructuras comunicativas:
o Interpelaciones: como en los conjuros
o Diálogos: como en los dramáticos
o Enunciaciones: como los liricos
- Estructuras métricas:
o De ritmo: Maquiní surcí
o Con distribuciones variadas de acentos y pausas: Pisa Pisuela
o De rima:
Asonante: a sacar agua del pozo
Consonante: cascarrubia, cascarrubia
o De estrofas: este niño pequeño
- Estructuras fónicas:
o Trabalenguas: yo tenía una paja-pintapeca
- estructuras sintácticas:
o Enumeración para nombrar, cronológica o numérica: a la una mi aceituna
o Retahílas encadenadas: el toro al agua
o Acumulaciones (de adición o sustracción: o lai lai, masovera, la masovera
o Paralelismos: zoaniña, voa voa
- Estructuras semánticas:
o Personificaciones: la tortuga y el sapo
o Comparaciones y metáforas (como en la mayoría de adivinanzas): llevo mi casa
al hombro
o Palabras polisémicas: a casa de l’avi poc
o Imágenes: la lluna, la bruna
Así pues, el conocimiento de las formas presentes en el folclore en la primera infancia ofrece
ventajas para el desarrollo lingüístico y para la formación literaria de los niños que, en su
contacto posterior con la poesía de autor, hallarán nuevas elaboraciones de todos estos
recursos, ya bien conocidos por ellos.
4. LA SOCIALIZACION CULTURAL
La literatura infantil y juvenil ha ejercido siempre una función socializadora de las nuevas
generaciones. De hecho, fue precisamente el propósito de educar socialmente lo que marco
el nacimiento de los libros dirigidos a la infancia. Los libros infantiles han ido perdiendo carga
didáctica a lo largo de los tiempos en favor de su vertiente literaria, pero no hay duda de que
amplían el dialogo entre los niños y la colectividad haciéndoles saber cómo es o como se
querría que fuera el mundo real. Por ello, se habla de la literatura infantil y juvenil como de
una agencia educativa, como lo son también la familia y la escuela. En este sentido, no hay
mejor documento que la literatura infantil para saber la forma como la sociedad desea verse a
sí misma.
Podría pensarse, sin embargo, que este tipo de discriminación permanece acotada en estos
tres campos y que, por tanto, en la literatura infantil y juvenil actual ha desaparecido. Y es que
el cambio social experimentado por la mujer en las últimas décadas ha sido espectacular; la
educación mixta es un hecho incuestionable en todos los niveles del sistema educativo y la
literatura infantil y juvenil de calidad producida a partir de los 70 se comprometió en favor de
los valores sociales no discriminatorios, como puede comprobarse en la existencia de políticas
de edición al respecto o en la abundancia de guías bibliográficas específicas sobre libros no
sexistas. Como ejemplo ilustrativo puede señalarse que fue en esa época cuando la influyente
selección Little Miss Muffet Fights Back acordó criterios para incorporar libros menos
discriminatorios en las selecciones de las bibliotecas y escuelas norteamericanas:
- Libros con mujeres y niñas activas e interesadas por su profesión o sus aventuras
- Personajes femeninos con características de personalidad positivas y no asociadas
tradicionalmente a la mujer: inteligencia, independencia, valor, eficacia, etc.
- Retratos positivos de mujeres que no solo eran madres y de jóvenes que demuestran
ambición y capacidad para tomar sus propias decisiones
- Comentarios explícitos del narrador a favor de la no discriminación sexista si la trama
lo requiere
- Libros que aborden el tema de la amistad y el amor de manera que el amor romántico
no parezca la única satisfacción femenina
Con ello, un alud de nuevos cuentos, como la colección italiana “A favor de las niñas” (Turin y
Bosnia) dieron la vuelta a los roles del folclore imprimiendo un cariz positivo a las brujas y
llenándolos de príncipes soñadores y princesas que no se querían casar. Tanto si modificaban
el folclore, como si se trabaja de nuevas obras, no puede negarse que la literatura moderna se
esforzó por ampliar los valores atribuidos a cada género, defender el derecho a la diferencia
individual de las personas y ofrecer un reparto más equilibrado de papeles sociales. Y, por
supuesto, a tenor de los nuevos tiempos, las colecciones de calidad dejaron de dirigirse
diferenciadamente a los chicos y las chicas. Pronto, Caperucita mató al lobo y se hizo un abrigo
con su piel en la versión de roald Dahl.
Así, los datos sobre las obras mostraban que, por un lado, había un largo camino por recorrer
en los aspectos “cuantificables” y socialmente más asumidos sobre el papel de la mujer: el
número de protagonistas femeninas abarcaba solo un tercio de las obras o el retrato
profesional ofrecido a las niñas para soñarse adultas se mantenía reducido a solo una cuarta
parte de las profesiones atribuidas a los personajes femeninos, con oficios de escasos estudios
y grados bajos en la jerarquía.
Por otro lado, el imaginario literario propuesto parecía sujeto a un modelo masculino del
mundo a niveles más sutiles e inconscientes. Ciertamente, en el análisis por edades podía
verse un trato más igualitario, sobre todo en la producción para primeras edades o en la
novela juvenil, puesto que esos dos géneros se habían desarrollado en las últimas décadas. Así,
el auge de los temas psicológicos en ambas franjas de edad, por ejemplo, otorgaba más
atención a las niñas, pero también beneficiaba a los niños ampliando su radio de acción para
incluirlos como sujetos de temas intimistas, poéticos o de conflictos internos. O bien la
posibilidad de una descripción social más compleja en la lectura para adolescentes
inevitablemente recogía, en mayor medida, algunos de los cambios sociales alcanzados por la
mujer. Sin embargo, la precariedad de estos cambios podía detectarse en el hecho de que la
defensa de nuevos roles para la mujer se tradujera a menudo en forma de discurso explicito, o
de que se produjeran espacios significativamente vacíos en la producción, como el
protagonismo de mujeres adultas (en contraste con los protagonistas hombres) o la ausencia
de parejas o grupos exclusivamente femeninos (en contraste con las parejas masculinas de
niños) tal vez por la renuencia a plasmar una sociabilidad femenina que se asociaba a la
tradición.
Al final podía concluirse que el modelo masculino había ampliado sus posibilidades, mientras
que el femenino se había abocado a una especie de “no ser”. Las niñas no eran femeninas al
estilo tradicional, ni formaban grupos de su propio sexo, ni eran protagonistas exclusivas de la
aventura. En ese “no ser” respecto al modelo establecido se situaba también la inversión de
los estereotipos tradicionales de princesas. Si en un caso había que plantearse la conveniencia
de la asimilación total de las niñas a los modelos tradicionales de conducta masculinos, en el
otro valía la pena recordar que la subversión de los tópicos solo funciona por la misma vigencia
que mantienen los modelos transgredidos. Es decir, una princesa activa e inteligente se
sostiene literariamente activando la conciencia del lector de que las princesas son, como
norma de referencia, hijas y prometidas pasivas de los auténticos protagonistas. La conclusión
era que la educación de las niñas había abandonado sus objetivos tradicionales pero que estas
parecían abocadas a una asunción limitada del estereotipo masculino. Fue un diagnostico
totalmente coincidente con el análisis sociológico coetáneo sobre el trato educativo en las
escuelas.
Pero, por otra parte, ¿podría pedirse a la ficción que fuera por delante de los avances sociales
sin convertir la literatura en un panfleto didáctico, como había ocurrido mayoritariamente con
la literatura antiautoritaria o feminista de los ochenta? ¿No mostraban los recientes estudios
sobre lectura que las niñas habían continuado leyendo todo tipo de ficción – como ya hacían
cuando las colecciones estaban separadas – mientras que los chicos mantenían su rechazo a lo
femenino trasladándolo ahora hacia algunos de los nuevos géneros, como la novela juvenil
introspectiva?
El análisis de todas estas perplejidades llevo a interrogarse sobre las razones por las que
parece tan difícil actuar sobre los modelos de conducta discriminatorios presentes en la ficción
infantil y juvenil. Así, se señaló (Colomer, 1999) que las dificultades para producir o
promocionar una literatura no sexista se resumen en:
- La necesidad de respetar los modelos sociales que los niños y niñas ya han
interiorizado a través de su experiencia vivida, condición necesaria si no se desea que
los textos se vuelvan ajenos para el público al que se dirigen. Por supuesto que puede
trasladarse la discusión a un problema de grado, de ver “hasta qué punto” se puede
forzar este reflejo, pero ello no invalida la dificultad de difundir ideas distintas a la
situación social establecida. De hecho, los autores se ven enfrentados a un doble
dilema: si la conducta no sexista se presenta como natural, la experiencia de vida del
lector la detecta como extraña y se menoscaba la verosimilitud narrativa, mientras que
si, por el contrario, se destacan las tensiones existentes en la realidad se corre el
peligro de convertir la obra en un panfleto estridente. Así, en la literatura, como en la
vida misma, la ventaja parece corresponder siempre a la ideología pasiva, y la voluntad
de colaborar al cambio requiere grandes dosis de ponderación y sutilidad literaria.
- La tradición que configura cada género literario no es neutra y la experiencia literaria
del lector tiende a asociar determinados géneros y temáticas con la feminidad o la
masculinidad. El arquetipo del protagonista de la aventura literaria, por ejemplo, se
corresponde con un modelo de conducta asociado tradicionalmente al mundo
masculino (individualismo, decisión, conflictos externos, acción como motor, etc.). Al
escribir libros infantiles y juveniles adscritos a géneros muy definidos, como la ciencia
ficción o los relatos policiacos, los autores se ven arrastrados por un modelo literario
que se resiste a feminizarse más allá de algunos aspectos externos. Por eso las mujeres
y niñas protagonistas colocadas en ese molde pueden resultar siempre sospechosas de
masculinización.
- Los niños y niñas establecen pautas diferenciadas en su consumo lector, tal como
hemos aludido al señalar el mantenimiento de las fronteras entre el tipo de obras
leídas. Las diferencias son tales que llegan a cuestionar el hecho mismo de la lectura. A
pesar de continuar siendo los dueños del imaginario literario, los chicos leen menos,
contemplan la lectura de ficción como algo impropio de sus formas de socialización y
rechazan especialmente los libros si el protagonismo es femenino y no se basa en la
acción. El estereotipo de sus deseos y preferencias no puede dejar de influir, entonces,
en un mercado literario que desea mantenerlos y ganarlos como público lector.
Sin embargo, entrados en el siglo XXI, la intención última de salvar la literatura infantil y juvenil
de la “madrastra pedagógica” ha producido el efecto de lanzarla en manos del mercado. Libre
de filtros y en una nueva época de conservadurismo ideológico, este ha impuesto los valores
más tradicionales y consumistas.
La situación afecta tanto a la propuesta de modelos femeninos en la novela juvenil que aspira
a una cierta calidad como al potente renacimiento de los libros específicos para niñas:
La literatura juvenil que enlaza con los esfuerzos en pro de la igualdad de los setenta parece
haber adoptado tres tipos de estrategias:
- El silencio sobre todo aquello que podría continuar discriminando a la mujer como
estereotipo social y objeto sexual. Puestos a no hallar alternativa al rol tradicional, se
proscriben imágenes físicas detalladas y las conductas tradicionalmente femeninas
- Las supermujeres en las que se convierten las chicas con todo tipo de habilidades y, a
veces, con un papel entre maternal e iniciador respecto a los coprotagonistas
masculinos. En correspondencia, los chicos pueden caracterizarse entonces como
individuos más tiernos, desorientados e inexpertos. Es posible que ello refleje la
vivencia común de un desarrollo desigual en la pubertad en el que las chicas llevan
ventaja. En cualquier caso, muchas novelas juveniles se hacen eco de esos
sentimientos que, sin duda, conectan con las inseguridades de los chicos lectores y
reafirman a las lectoras. Además, sentirse vulnerable se sitúa dentro de la ampliación
de las formas de masculinidad propiciadas en las últimas décadas, aunque este
sentimiento halla consuelo en la idea de que esas chicas tan activas son a la vez muy
dulces y todos los héroes descubren en algún momento de la narración que sus
enamoradas de correcto manual igualitario también son débiles y necesitan de su
protección. Salvarlas en el punto decisivo les permite recuperar entonces su
tradicional autoestima masculina.
- Las atractivas secundarias que introducen la atracción sexual en la novela juvenil y se
sitúan en ficciones centradas en misterios trepidantes y desarrollos parecidos a los
videojuegos. En este tipo de ficción se acentúan tanto las características de
independencia femenina como las del erotismo. Las chicas son tan o más atractivas
que las anteriores pero una pizca más individualistas y desvergonzadas, ya que asumen
una propuesta muy presente en el imaginario social actual: la adopción de conductas
tradicionalmente masculinas por parte de las chicas, tales como una mayor capacidad
de violencia, la iniciativa de conquista o la falta de implicación sentimental, de modo
que estos personajes pueden perfectamente no enamorarse del héroe. La inseguridad
de los chicos de estas narraciones puede llevarlos incluso a encajar en el antiguo papel
de las chicas, rechazando el sexo que estas muchachas calcadas de las pantallas
parecen tan dispuestas a darles.
En cualquier caso, el acceso de las chicas al mundo exterior mantiene un arrojo que nunca
desplaza a la figura masculina y que se define siempre en relación con él. Si las chicas son
figuras secundarias, hacen su fatal oferta seductora y desaparecen. Y, si cumplen realmente
con la función de heroínas, su dureza es solo una pantalla que, aun manteniendo su punto
picante de divertida rareza, tarde o temprano dejara al descubierto su inocencia y necesidad
de protección. El estereotipo de “chicos de segunda” de los setenta parece prolongarse,
aunque ahora trufado con la posibilidad de ganar puntos en el dudoso privilegio de adoptar
rasgos tradicionales masculinos (la mirada erotizada sobre los chicos como objeto de consumo,
la incomunicación vista como misterio, el individualismo, etc.), así como la apreciable imagen
de la mujer atractiva en el mercado de consumo actual, lo cual incluye su participación en los
inicios sexuales
El sempiterno género de la novela rosa aparece en nuestros días con un auge creciente. En el
año 2007 supuso el 4% del mercado editorial español. Desde el diario de Bridget Jones o de
Mujeres de Manhattan la edición ha tratado de ampliar su público hacia nuevos sectores
sociales que exigen distintos tipos de identificación pero también de ganarlo ampliando las
fronteras de edad, de modo que uno de los motores del éxito a partir de la década de los
noventa esta en el lanzamiento de la denominada chick lit (literatura para jovencitas)
destinada a lectoras a partir de tan solo diez años de edad, en la que, participan editoriales
habitualmente dedicadas a la literatura de calidad. Dicho fenómeno ha helado la sonrisa
condescendiente con que las generaciones que protagonizaron la ruptura de valores
tradicionales en la frontera de los setenta tendían ya a reconocer las colecciones femeninas de
su infancia.
Sin embargo, no debe tampoco magnificarse la importancia de la socialización ofrecida por los
libros, ya que no es sino una de las muchas fuentes de que disponen los niños y niñas para
forjar su imagen. Además, una cosa es la propuesta ideológica de una obra y otra muy distinta
el efecto ideológico de su lectura. Las historias infantiles y juveniles pueden ayudar a construir
la propia identidad, pero el sentido y alcance en que lo hacen depende del significado que le
atribuye cada lector según la resonancia individual producida por la obra en relación con su
personalidad y su experiencia social y literaria.
Ello no significa que los autores y educadores deban inhibirse ante el problema de la
discriminación sexista que aun, y de nuevo, presenta la literatura infantil y juvenil. Lo que si
implica es que no hay conclusiones mecánicas. No se trata de suprimir buenos libros por su
contenido sexista ni de elaborar libros combativos como recetas. La sensibilización sobre este
tema puede traducirse tanto en un progreso continuado del trato no discriminatorio en el
campo de la producción de libros, como en un criterio que tener en cuenta para su selección y
para el comentario con los lectores infantiles y juveniles. Aprender a localizar la ideología
implícita y otorgarle la importancia debida en el conjunto de la obra es importante para que
los niños, niñas y adolescentes puedan leer sin quedar a merced de lo que leen y sin perder el
placer del texto. En este sentido resulta útil que los mediadores entre los libros y los niños
incorporen prácticas de análisis ideológico en su valoración de los libros, tales como las
sugeridas por Hollindale (1989):
En definitiva, los problemas sobre los modelos de socialización son de la literatura infantil y
juvenil en la misma medida en que lo son de toda la sociedad. Por ello, el hecho de que “el
reparto de funciones sociales entre los individuos debe ampliarse y flexibilizarse, de modo que
cualquier persona pueda ser y actuar a partir de sus características individuales y no por el
hecho de ser hombre o mujer”, implica tanto a los movimientos feministas, como a los autores
de libros o educadores de la infancia en general.