7 Freire
7 Freire
7 Freire
El carácter político de la educación deviene del carácter político del ser humano, y por
lo tanto de toda obra que él construya. Se trata de una reflexión de carácter ontológico
sobre el ser humano, en la cual es fácil rastrear la filosofía de la praxis de Marx y las
tradiciones más críticas del pensamiento católico latinoamericano de base. Si no hay
naturaleza humana y toda construcción del Hombre es hecha por el Hombre en
relaciones sociales históricamente constituidas, la politicidad del ser humano es
innegable.
Desde esta condición de inacabamiento y desde esta vocación del ser humano de
humanizarse se desprende una concepción del proceso y la acción educativa, así como
del conocimiento humano.
“Enseñar es una forma del acto de conocer (…) es la forma de que dispone el
educador para darle al estudiante testimonio de lo que es el conocimiento, de
manera que este también conozca, en vez de que simplemente aprenda” (Freire,
2004, pp. 104-105).
“No puedo decir: doña práctica, tenga un poquito de paciencia, que después la
señora evaluación verá como se comportó” (Freire, 1982, p. 91).
En el mismo momento en que las personas nos podemos preguntar qué conocer, a favor
de qué o en contra de qué, en favor de quién o en contra de quién conocemos, nos
conocemos, comenzamos a humanizarnos. En ese mismo momento ya no es posible
pensar una educación neutra al servicio de la humanidad como una abstracción.
Inevitablemente entonces, dice Freire, entramos en la pregunta que los educadores
solemos obviar respecto de las relaciones entre educación y poder, “es como si los
educadores tuviésemos vergüenza del poder, de la política, vergüenza de vernos en
relación al poder y la política” (Freire, 1982, p. 97).
Esta necesidad de reconocimiento de los sentidos, intencionalidades y significados de
parte de los educadores que plantea Freire no es nueva en el debate educativo
constructivista. Una perspectiva similar, aunque menos explícita en términos políticos
se puede leer en los criterios de mediación pedagógica propuestos por Reuven
Feuerstein (Feuerstein et al., 1991). La particularidad de la propuesta de Freire, desde
nuestro punto de vista, radica en el lugar que le asigna a la toma de postura del
educador, no como un atributo que “mejoraría” su desempeño educativo, sino como un
elemento constitutivo del hacer pedagógico:
“¿Cómo es posible que una persona que no sea sujeto de su propia curiosidad
pueda aprehender verdaderamente el objeto de su conocimiento?” (Freire, 2004,
p. 103).
Freire definió, en distintos momentos de su obra, esta opción como una disyuntiva entre
trabajar por una educación dialógica o bancaria, por educación liberadora o una
educación domesticadora (Freire, 1970, 1982).
Este tipo de educación fomenta el statu quo de la sociedad tal como está, con opresores
y oprimidos. Obstaculiza el proceso de humanización de educadores y educandos. Es
una operación educativa que pretende transformar la mentalidad de los oprimidos y no
construir sujetos para transformar la situación que los oprime.
“No hay palabra verdadera que no sea una unión inquebrantable entre acción y
reflexión y, por ende, que no sea praxis. De ahí que decir la palabra verdadera
sea transformar el mundo (…) el mundo ahora, ya no es algo sobre lo que se
habla con falsas palabras, sino el mediatizador de los sujetos de la educación, la
incidencia de la acción transformadora de los hombres, de la cual resulte su
humanización (...) existir humanamente es pronunciar el mundo, es
transformarlo” (Freire, 1970, pp. 67-69).
Un aspecto central que plantea Freire, en el marco de esta opción que deben realizar
constantemente los educadores, es hacerse cargo de la problemática del poder y la
existencia de opresores y oprimidos, lo que borra toda posibilidad de adhesión a un
discurso educativo universalista y abstracto.
“La pedagogía del oprimido es aquella que debe ser elaborada con él y no para
él, en tanto hombres o pueblos en la lucha permanente de recuperación de su
humanidad…pedagogía que haga de la opresión y sus causas el objeto de
reflexión de los oprimidos, de lo que resultará el compromiso necesario para su
lucha por la liberación….los oprimidos van develando el mundo de la opresión y
se van comprometiendo en la praxis con su transformación” (Freire, 1970, pp.
74-77).
Se trata de una tarea compleja, problemática y que nunca se podrá entender como
completamente lograda. Entre otras cosas por complejos procesos ideológicos a veces
de naturaleza inconsciente:
Desde el presente estudio nos planteamos cuánto de lo que Freire llamó el “dilema de la
pedagogía del oprimido” y que describe en la cita anterior, es hoy un dilema que viven
los propios docentes, después de décadas de represión, de desvalorización social y de
sometimiento a un discurso educativo universalista de pensamiento único.
Tres son las ideas centrales sobre la docencia que Freire considera indispensable que los
educadores trabajen: la idea de que no es posible la docencia sin la “discencia”, sin un
pensar crítico riguroso sobre la realidad social del acto educativo, la idea de que enseñar
no será jamás transferir conocimiento y la idea de que enseñar es un acto
específicamente humano (Freire, 1996a).
Por otra parte, comprender que enseñar es una especificidad humana, pasa por
comprender que la educación es una forma de intervención en el mundo y una actividad
profundamente ideológica:
“…como profesor debo estar conciente del poder del discurso ideológico,
comenzando por el que proclama la muerte de las ideologías. En realidad, a las
ideologías solo las puedo matar ideológicamente, pero es posible que no perciba
la naturaleza ideológica del discurso que habla de su muerte” (Freire, 1996ª, p.
126).
Finalmente, en esa relación dialógica, condición necesaria del acto educativo, Freire
apela a que enseñar exige libertad y autoridad, toma consciente de decisiones, saber
escuchar, disponibilidad para el diálogo, seguridad, competencia profesional,
generosidad y compromiso. Así como exige “querer bien a los educandos” (Freire,
1996a, p. 135).
Sobre este último aspecto, de la disposición y la actitud de los docentes hacia los
educandos, Freire profundiza en una de las “Cartas a quien pretende enseñar” que
denominó: “De las cualidades imprescindibles para el mejor desempeño de
educadores(as) progresistas” (Freire, 1993, pp. 60-72). En este texto plantea la
necesidad de los educadores de construir conscientemente una actitud de humildad,
amorosidad, valentía en el acto educativo y tolerancia. Asimismo, plantea un asunto
muy complejo de poner en práctica, que es la “tensión entre paciencia e impaciencia”,
que debe expresarse en decisión y seguridad en lo que se hace y en la alegría de vivir
que se muestra al educando:
Para cerrar este apartado sobre la argumentación de Freire que nos sirve para situar
nuestro problema de investigación, quisiéramos traer a colación dos ideas sobre la
práctica educativa, dos dilemas de los docentes en su trabajo.
“La elite en el poder no querrá poner en práctica una expresión pedagógica que
se sume a las contradicciones sociales que revelan el poder de las clases altas.
Sería ingenuo pensar que la elite se dejaría ver tal como es por medio de un
proceso pedagógico que, a fin de cuentas, funcionaría en su contra” (Freire,
2004, p. 106).
Se trata de un punto que ocupó un lugar en las últimas reflexiones de Freire, en las
cuales advierte sobre el poder del discurso neoliberal y posmoderno, que radica en el
2
Ver capítulos 10 y 11 del marco teórico.
fatalismo que induce en la inacción. Un discurso que se presenta como natural, como
expresión de “lo que la realidad es” y así niega la posibilidad de pensar otro orden de
cosas en la realidad social. La pérdida de la capacidad de imaginar fue una de las
consecuencias de la instauración de este discurso hegemónico:
“Lo más trágico de los años de dictadura no fueron la represión sobre lo que se
llamó la subversión, lo más trágico fue la represión sobre la valentía de crear”
(Freire, 1982, p. 92).
Este es el último aspecto de la obra Freire que nos parece relevante para pensar nuestro
problema de investigación. Si bien el autor niega la posibilidad de las definiciones
esencialistas en general, y en particular, sobre la práctica docente, se pregunta por la
condición de los educadores en el actual contexto social, negando toda posibilidad de
tecnificar la labor de los docentes, quienes podrán ser “políticos y artistas, pero nunca
técnicos” (Freire, 1982, p. 93). Además se pregunta por la posibilidad de construirse,
por parte de los educadores, desde un lugar de profetas:
La práctica educativa se vive entonces como una actividad utópica en el sentido de que
es una práctica que “vive la unidad dialéctica, dinámica entre la denunciación y la
anunciación, entre la denuncia de una sociedad injusta y el sueño posible de una
sociedad con menos explotación” (Freire, 2004, p. 103).
3
Un argumento similar es posible leer en la obra de Zemelman, para quien lo humano se juega en la
dialéctica de memoria, experiencia y utopía. Ver capítulo 9.