Joel Beeke-Cómo Recibir La Palabra Predicada

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Predica El Evangelio
Ediciones Teológicas

Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador


Jesucristo. A él sea la gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén.
2 Pedro 3:18

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¿Cómo Recibir La Palabra Predicada?

“Más sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores” (Santiago 1:22)

Cuando el rey Jacobo II de Inglaterra combatía a los puritanos, envió


una proclamación a todos los pastores de la Iglesia de Inglaterra y
demandó que fuera leída a cada congregación el domingo. A los
puritanos les molestó tener que leer esta declaración pues sabían que
el proyecto de ley se oponía tanto al cristianismo del Nuevo
Testamento como al estilo puritano de predicación. Un predicador
puritano respondió diciendo a su congregación: «Debo leer esta ley
del rey Jacobo II en esta iglesia, pero no está escrito que ustedes
deban escucharla». La congregación salió de la iglesia, y el pastor leyó
la ley a una iglesia vacía. El punto de la historia es este: muchas
personas escuchan los sermones con poco entusiasmo, como si no
tuvieran la obligación de oír la palabra de Dios.

De la misma manera, la palabra de Dios debe involucrar tanto al


predicador como al oyente. No puede haber crecimiento si el oyente
no obtiene provecho de la Palabra. Esa recepción implica, como
dijeron los teólogos de Westminster, que «quienes oyen la palabra
predicada [deben examinar] lo que oyen mediante las Escrituras, [y
recibir] la verdad con fe, amor, sumisión, y buena disposición, como
palabra de Dios» (Catecismo mayor, pregunta 160).

A continuación hay algunas directrices para escuchar correctamente la


palabra de Dios.

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1. Escucha con una conciencia comprensiva y tierna. La parábola del
sembrador, contada por Jesús (Mt 13: 3–23; Mr 4: 1–20; Lc 8: 4–15),
nos presenta cuatro tipos de oyentes que escucharon la misma
palabra:

El oyente superficial y empedernido. Este oyente es como un camino


duro. La semilla del sembrador —es decir, la palabra de Dios— deja
una escasa huella en este corazón rígido. El evangelio no penetra en
este oyente, y la ley no lo amedrenta. Un pastor podría predicar los
diez mandamientos completos, abordando las necesidades y los
pecados de la gente, pero el oyente empedernido no hará caso.
Cuando un predicador se dirige a la conciencia de esta persona, su
corazón endurecido transfiere la culpa a otros. Rara vez cambia su
vida cuando la palabra de Dios lo declara culpable. No se interesa en
la predicación.

El oyente fácilmente impresable pero resistente. Una parte de la


semilla cae en terreno pedregoso. A partir de ella comienza a brotar
una planta, pero pronto se seca y muere porque carece de suficientes.
La planta no puede sobrevivir porque no puede desarrollar raíces
entre las piedras. Jesús presenta aquí a un oyente que aparentemente
parece escuchar bien la palabra. Este oyente quisiera que la religión
fuera parte de su vida, pero no quiere oír de ese discipulado radical
que implica negarse a sí mismo, tomar su cruz, y seguir a Cristo. Por
eso, cuando llega la persecución, este oyente no vive el evangelio de
manera práctica. Quiere ser amigo del mundo, de la iglesia, y de
Dios. Tal como Israel, este oyente no responde a la palabra de Dios
cuando se lo desafía a elegir: «“¿Hasta cuándo vacilarán entre dos
opiniones? Si el Señor es Dios, síganlo; y si Baal, síganlo a él”. Pero
el pueblo no respondió ni una palabra »(1R 18:21). Como oyentes,

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no podemos tener a Dios y al mundo; la amistad del mundo es
enemistad contra Dios. Debemos elegir.
El oyente tibio y distraído. Parte de la semilla de la palabra de Dios
cae en terreno espinoso. Como dice Lucas 8:14, «La semilla que cayó
entre los espinos son los que han oído, y al continuar su camino son
ahogados por las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la
vida, y su fruto no madura». Esta clase de oyente trata de absorber la
palabra de Dios con un oído mientras con el otro presta atención a
negocios, tasas de interés, fondos de pensiones, e inflación. Solo sirve
a Dios en forma parcial. Las espinas ahogan rápidamente la palabra
de Dios.

El oyente comprensivo y fructífero. Parte de la semilla de Dios cae en


terreno rico y fértil. Jesús dice que este oyente escucha y entiende la
palabra de Dios (Mt 13:23). Tal como una semilla echa rápidamente
raíz en terreno fértil, la palabra de Dios se implanta en el entusiasta
corazón de este oyente. Así como una planta brota desarrollando
raíces profundas y mostrando hojas saludables, la palabra de Dios se
integra profundamente en la vida, la familia, las ocupaciones, las
relaciones, y la conducta de este oyente. Con la ayuda del Espíritu
Santo, este oyente aplica la enseñanza del evangelio que recibe el
domingo a su vida los otros días de la semana. Cree sinceramente
que, si Jesucristo ha sacrificado todo por él, nada es demasiado difícil
de rendir en obediencia agradecida a Cristo. Busca el reino de Dios
antes que todo lo demás (Mt 6:33). La gracia reina en su corazón.
Estos oyentes producen fruto «treinta, sesenta, o cien veces» más de
lo que se sembró (Mt 13:23).

2. Escucha atentamente la palabra predicada. Lucas 19:48 describe


personas que estaban muy atentas a Cristo. Traducido literalmente, el
texto dice: «estaban pendientes de él, oyendo». Lidia mostró esa
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apertura de corazón cuando «puso atención» o «Enfocó su mente» en
lo que Pablo decía (Hch 16:14).Tal atención implica deshacerse de
los pensamientos erráticos, el letargo mental, y la somnolencia (Mt
13:25); considera el sermón como una cuestión de vida o muerte (Dt
32:47).

No debemos escuchar los sermones como espectadores, sino como


participantes. El predicador no debería ser el único que trabaje.
Escuchar bien es un trabajo arduo; implica adorar a Dios
continuamente. Un oyente atento responde rápido —ya sea con
arrepentimiento, resolución, determinación, o alabanza— y esto honra
a Dios. Como dice Proverbios 18:15, «El corazón del prudente
adquiere conocimiento, y el oído del sabio busca el conocimiento».
Los verbos que se usan aquí hablan de una acción mental vigorosa.

Demasiadas personas llegan a la iglesia esperando recibir todo en


bandeja. No tienen ganas de pensar, aprender, o crecer. Simplemente
quieren que se les predique algo familiar. No ansían crecer en la
gracia y en el conocimiento del Señor Jesucristo. Tal pasividad no
parece normal porque, en otras áreas de la vida, los humanos se
resisten a recibir todo en bandeja. Un niño sentiría vergüenza si su
madre lo alimentara frente a sus amigos. En la escuela y el trabajo, la
gente espera desafíos intelectuales, pero en la iglesia, algunos no
quieren ser desafiados emocionales, intelectuales, o espiritualmente.
Prefieren recibir palmaditas en la espalda, o que los dejen en paz, en
lugar de ser inculpados y desafiados por la palabra de Dios. En vez de
oír instrucción clara sobre la vida cristiana a partir de las cartas de
Pablo, esta gente preferiría oír poco más que una historia bíblica cada
domingo.

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Jesús no dio todo en bandeja a sus oyentes. En una parábola, les
habló de un juez injusto. Jesús comparó a Dios con este juez, pero no
gastó tiempo en explicarles largamente que Dios no es injusto. Más
bien, los desafió a use sus mentes para dilucidar la difícil enseñanza
de esta parábola. Puesto que esperaba que sus oyentes aplicaran
discernimiento y energía, Jesús podía hacer declaraciones fuertes sin
disculparse. Por ejemplo, en Lucas 14:26, dijo: «Si alguien viene a mí,
y no aborrece a su padre y madre, a su mujer e hijos, a sus hermanos
y hermanas, y aun hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo».
Jesús dejaba frecuentemente inexplicada la verdad que proclamaba.
Habló, por ejemplo, de cortar manos, sacar ojos, y cortar pies. Dijo
que algunos de los hijos de la oscuridad son más astutos que los hijos
de la luz. Usó metáforas, hipérboles, y otras figuras de lenguaje.
Corriendo el riesgo de ser malinterpretado, se negó a dar todo en
bandeja a quienes lo seguían.

Jesús dijo a sus oyentes: «tengan cuidado, por lo tanto, de la manera


en que oyen». También nos ordenó entender lo que oímos. Nos
desafía a pensar, y eso requiere trabajo. La palabra atender deriva de
dos vocablos latinos: el primero significa «a / hacia», y el segundo es
tendo, que significa «estirar» o «inclinar». De ahí obtenemos la
palabra tendón —una fibra que se estira—. Por lo tanto, la palabra
atención significa literalmente que debemos estirar nuestras mentes
escuchando. Esto implica extendernos con todas nuestras fuerzas
mentales y espirituales para comprender el sentido de un mensaje.
¿Estás estirando tus músculos espirituales al escuchar la palabra?
¿Estás atento a la palabra predicada?

Mientras escuchas la palabra, pregúntate: ¿qué diferencia quiere Dios


ver en mí después de este sermón? Pregúntate qué cosa nueva quiere
él que tú sepas; qué verdades quiere él que tú creas, y cómo quiere
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que las pongas en práctica. En cada sermón que oyes —incluyendo los
referidos a los temas más básicos del evangelio—, Dios te ofrece
verdades para creer y poner en práctica. Ora para que la gracia actúe
mientras escuchas.

3. Escucha con una fe sumisa. Como dice Santiago 1:21, «reciban


ustedes con humildad la palabra implantada». Esta humildad implica
un corazón en actitud sumisa, «una disposición a oír los consejos y los
reproches de la palabra»
I. Mediante esta fe, la palabra se implanta en el alma y produce
«el dulce fruto de justicia»
II. La fe es la clave para recibir la palabra con provecho. Lutero
escribió: «La fe no es un logro, sino un don. Sin embargo, solo
llega escuchando y estudiando la palabra». Si un medicamento
carece de su ingrediente principal, dicho medicamento no será
eficaz. Asegúrate, por lo tanto, de escuchar los sermones sin
dejar fuera el ingrediente principal - la fe—. Busca gracia para
creer y aplicar la palabra completa (Ro 13:14) con sus
promesas, invitaciones, y amonestaciones.
III. Thomas Manton escribió: «La palabra completa es el objeto de
la fe». Por lo tanto, necesitamos «fe en las historias, para nuestra
advertencia y amonestación; fe en las doctrinas, para
incrementar nuestra reverencia y admiración; fe en las
amenazas, para nuestra humillación; fe en los preceptos, para
nuestra sujeción; y fe en las promesas, para nuestro consuelo.
Todo ello tiene su utilidad: las historias, para hacernos
precavidos y cautelosos; las doctrinas, para iluminarnos
dándonos un verdadero sentido de la naturaleza y la voluntad
de Dios; los preceptos, para dirigirnos y tratar de regular nuestra
obediencia; las promesas, para animarnos y reconfortarnos; y
las amenazas, para aterrarnos, para acudir nuevamente a Cristo,
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para bendecir a Dios por nuestro escape, y para estimular
nuestro deber ».
4. Escucha con humildad y examinándote seriamente. ¿Me examino
humildemente cuando se predica la palabra de Dios? ¿Tiemblo ante
su impacto (Is 66: 2)? ¿Cultivo un espíritu humilde y sumiso,
recibiendo la verdad de Dios como un discípulo, y estando
íntimamente consciente de mi propia depravación? ¿Me examino
seriamente cuando se predica, escuchando para mi propia instrucción
en vez de hacerlo para la instrucción de otros? No debemos
responder como Pedro, que dijo a Jesús: «Señor, ¿y este, qué?».
Debemos oír a Jesús amonestándonos: «¿a ti, qué? Tú, sígueme »(Jn
21, 21-22). Cuando se nos presentan las marcas de la gracia, debemos
preguntar: ¿experimento yo estas marcas? ¿Escucho las verdades de
Dios deseando ser amonestado o corregido en mis extravíos? ¿Me
entusiasma que la palabra de Dios sea aplicada a mi vida? ¿Oro para
que, como dijo Robert Burns, el Espíritu aplique su palabra a mis
«ocupaciones y emociones»?

Cuando un doctor te dice cómo mantener tu salud o la de tus hijos,


¿no escuchas cuidadosamente para poder seguir sus instrucciones?
Cuando el médico celestial te da instrucciones divinas para tu alma,
¿no deberías escuchar con la misma atención para seguir sus
instrucciones en tu vida?

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