0% encontró este documento útil (0 votos)
122 vistas415 páginas

Los Novios

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1/ 415

Acerca de este libro

Esta es una copia digital de un libro que, durante generaciones, se ha conservado en las estanterías de una biblioteca, hasta que Google ha decidido
escanearlo como parte de un proyecto que pretende que sea posible descubrir en línea libros de todo el mundo.
Ha sobrevivido tantos años como para que los derechos de autor hayan expirado y el libro pase a ser de dominio público. El que un libro sea de
dominio público significa que nunca ha estado protegido por derechos de autor, o bien que el período legal de estos derechos ya ha expirado. Es
posible que una misma obra sea de dominio público en unos países y, sin embargo, no lo sea en otros. Los libros de dominio público son nuestras
puertas hacia el pasado, suponen un patrimonio histórico, cultural y de conocimientos que, a menudo, resulta difícil de descubrir.
Todas las anotaciones, marcas y otras señales en los márgenes que estén presentes en el volumen original aparecerán también en este archivo como
testimonio del largo viaje que el libro ha recorrido desde el editor hasta la biblioteca y, finalmente, hasta usted.

Normas de uso

Google se enorgullece de poder colaborar con distintas bibliotecas para digitalizar los materiales de dominio público a fin de hacerlos accesibles
a todo el mundo. Los libros de dominio público son patrimonio de todos, nosotros somos sus humildes guardianes. No obstante, se trata de un
trabajo caro. Por este motivo, y para poder ofrecer este recurso, hemos tomado medidas para evitar que se produzca un abuso por parte de terceros
con fines comerciales, y hemos incluido restricciones técnicas sobre las solicitudes automatizadas.
Asimismo, le pedimos que:

+ Haga un uso exclusivamente no comercial de estos archivos Hemos diseñado la Búsqueda de libros de Google para el uso de particulares;
como tal, le pedimos que utilice estos archivos con fines personales, y no comerciales.
+ No envíe solicitudes automatizadas Por favor, no envíe solicitudes automatizadas de ningún tipo al sistema de Google. Si está llevando a
cabo una investigación sobre traducción automática, reconocimiento óptico de caracteres u otros campos para los que resulte útil disfrutar
de acceso a una gran cantidad de texto, por favor, envíenos un mensaje. Fomentamos el uso de materiales de dominio público con estos
propósitos y seguro que podremos ayudarle.
+ Conserve la atribución La filigrana de Google que verá en todos los archivos es fundamental para informar a los usuarios sobre este proyecto
y ayudarles a encontrar materiales adicionales en la Búsqueda de libros de Google. Por favor, no la elimine.
+ Manténgase siempre dentro de la legalidad Sea cual sea el uso que haga de estos materiales, recuerde que es responsable de asegurarse de
que todo lo que hace es legal. No dé por sentado que, por el hecho de que una obra se considere de dominio público para los usuarios de
los Estados Unidos, lo será también para los usuarios de otros países. La legislación sobre derechos de autor varía de un país a otro, y no
podemos facilitar información sobre si está permitido un uso específico de algún libro. Por favor, no suponga que la aparición de un libro en
nuestro programa significa que se puede utilizar de igual manera en todo el mundo. La responsabilidad ante la infracción de los derechos de
autor puede ser muy grave.

Acerca de la Búsqueda de libros de Google

El objetivo de Google consiste en organizar información procedente de todo el mundo y hacerla accesible y útil de forma universal. El programa de
Búsqueda de libros de Google ayuda a los lectores a descubrir los libros de todo el mundo a la vez que ayuda a autores y editores a llegar a nuevas
audiencias. Podrá realizar búsquedas en el texto completo de este libro en la web, en la página http://books.google.com
1
LOS NOVIOS .

TRADUCCION DE

I PROMESSI SPOSI ,

DE ALEJANDRO MANZONI ,

por D. Gavino Tejvdo.

(TERCERA VERSION CASTELLANA.)

ΤΟΜΟ Π .

MADRID: 1859
IMPRENTA DE TEJADO , EDITOR.
á cargo de Rafael Ludeña,
Leganitos, 47.
+

༨ ༩

14
16 AZ38 . I
n "
LOS NOVIOS .

TOMO II.

CAPÍTULO XX.

" EL CAZADERO .

DESCOLLABA
ESCOLLABA el castillo del Innominado sobre un angosto
y lóbrego valle , desde la meseta de un picacho que se alza
fuera ya de una áspera cordillera de montañas , de las cua-
les está , no se sabe si pendiente ó dividido por una faja
herizada de peñascos y derrumbaderos, de precipicios y
cavernas , practicable únicamente por el lado que mira al
valle , y eso á favor de una cuesta rapidísima , bien que
no riscosa , llena de prados en la cima , y sembrada de
alguna que otra casuca en la falda., La hondonada ofrece
lecho pedregoso á una canal, riachuelo ó torrente segun
la estacion , y que servia por entónces de término comun
á los dos Estados Venecia y Lombardia . Los picachos
fronteros que forman, por decirlo así, la otra pared del
valle , muestran tambien en sus faldas un poco de cul-
tivo , y lo demas son peñascos escuetos ó pendientes ári-
das, sin más vereda ni otra vejetacion que algun que otro
césped en las grietas del terreno ..
Desde el alto del castillejo , como el águila desde su
nido ensangrentado , señoreaba su terrible dueño en der →
H1
2 -

redor todo el espacio en que podia posarse planta huma-


na , sin ver jamas á ningun otro que estuviera sobre él,
ni otra morada más alta que la suya : con sólo echar una
ojeada en torno de sí , recorria todo el recinto , los repe-
chos , las hondonadas, las veredas, especialmente la que
conducia , serpenteando como la huella de una exhala-
cion , á la terrible guarida , y practicada de tal manera
frente á ella , que desde cualquier ventana ó rendija
podia el señor contar los pasos de quien se acercase , y
dispararle cien veces un tiro á quemaropa; de modo que con
la guarnicion de bravos que arriba tenia , hubiera podido
hacer morder la tierra del sendero á todo un escuadron
que le atacase, ántes de que un solo soldado pudiera tocar
la cima. Pero no tenia que temerlo , pues no ya en el casti-
llo, sino ni en el valle , ni en mucho trecho á la redonda ,
osaba poner el pié nadie que no fuese bien quisto de aque-
lla fiera en cuanto al pobre esbirro que hubiera parecido
por allí , le habrian hecho añicos : de los últimos que ha-
bian tentado semejante empresa , contábanse historias á
cual más trágica ; pero eran ya historias añejas , pues
ninguno de los entónces nacidos recordaba haber visto en
el valle á uno solo de aquella raza , ni vivo ni muerto.
Tal es la descripcion que nuestro anónimo hace del
lugar ; del nombre , ni palabra dice , y aun creo que por
no ponernos en la pista de él , nos calla todo pormenor
acerca del viaje de D. Rodrigo , y nos le planta de un
salto en medio del valle , en la falda del picacho y comen-
zando á subir el empinado y tortuoso sendero. Allí habia
una taberna, que lo mismo hubiera podido llamarse cuerpo
de guardia , sobre cuya puerta se veia una tabla ya car-
comida, y pintado en ella por uno y otro lado un sol ra-
diante; pero era el caso que á pesar de muestra tan lumi-
nosa, la gente, que unas veces repite los nombres como los
3

ha oido , y otras los corrige allá á su modo , se habia em-


peñado en no llamar á la tal taberna sino Venta de la
Malanoche.
En cuanto oyeron , pues , en la Malanoche una cabal-
gada que se venia acercando , salió un zagalon armado
hasta los dientes , y así que vió la comitiva , volvió á en-
trar para dar el alerta á treș matasietes que estaban ju-
gando con naipes mugrientos y doblados en figura de
teja . El que parecia cabo de aquella escuadra , levantóse,
asomóse á la puerta , y viendo al recien llegado , le saludó
respetuosamente como á un amigo de su amo: D. Rodri-
go , despues de devolverle con gran gentileza el saludo ,
le preguntó si estaba su señor en el castillo, y como el
preguntado respondiese que se le figuraba que sí , apeóse
y entregó las riendas de su caballo al Rañado , que era uno
de los de su comitiva ; sacó luego del arzon su escopetą y
se la entregó al Montañesillo , como si quisiera descargar-
se de un peso inútil para subir más ligero , pero en reali-
dad porque sabia que por aquella cuesta estaba prohi-
bido andar con semejante chisme . Sacóse luego del bol-
sillo algunas monedas de plata, y se las dió al Zurdillo
diciéndole : -« Ahí teneis para echar un trago con esta
buena gente , mientras que yo vuelvo . »> -Sacó ademas al-
gunos escudos de oro , y se los dió al susodicho cabo , di-
ciéndole que la mitad eran para él , y la otra mitad para
que se lo repartieran entre sí sus tres compañeros . Ter-
minados estos preliminares , comenzó á subir á pié en
compañía del Rojo , que , por supuesto , habia tambien
soltado su mosquete. Entretanto los bravos susodichos ,
con el Mascapoco, que era el cuarto , (¡ bonitos nombres
para mencionarlos con tanta exactitud! ¿ eh ? ) quedáronse
con los otros tres del Innominado y con el zagalon , que
era una alhaja para esto de comida , bebida y juego , ocu-
4

pacion que los ocho fueron alternando con la mútua nar-


racion de sus heróicas valentías .
Á poco tiempo de estar subiendo D. Rodrigo , incor-
poróse con él otro genizaro de los del Innominado , que
iba tambien al castillo ; miróle , reconocióle , saludóle y
siguió subiendo en su compañía , con lo cual le ahorró la
molestia de tener que ir diciendo su nombre y dando
cuenta de su persona á todos los demas que se hubiera
encontrado , y que no le conociesen. Llegado que fué al
castillo , diéronle entrada (á él solo, pues el Rojo se quedó
á la puerta) , y metiéronle por un laberinto de pasadizos
lóbregos y de infinidad de aposentos entapizados de mos-
quetes , espadones y partesanas , guardados cada cual por
un bravo de centinela ; y despues de hacerle esperar un
momento , le introdujeron en la estancia del Innominado.
Adelantóse éste á recibirle , y saludóle cortesmente,
aunque no sin mirarle entretanto á las manos y á la cara,
1 segun lo tenia costumbre , hasta el punto de hacerlo ya
maquinalmente , con cualquiera que fuese á verle , sin
exceptuar á sus amigos más antiguos y mejor probados. -A
Era un hombron , morenote , calvo , y blancos ya los po-
cos pelos que le quedaban ; rostro arrugado : á primera
vista , cualquiera le habria echado más de los sesenta
años que tenia ; pero su porte , sus movimientos , la du-
reza de sus facciones , el centelleo tan siniestro como vivo
de sus ojos , daban señales de una fuerza de cuerpo y de
alma , que en un mozo habrian sido de notar.
D. Rodrigo le dijo que iba á demandarle consejo y ·
ayuda ; que hallándose empeñado en una árdua empresa,
punto ya de honra para él , se habia acordado de los ofre-
cimientos de su buen amigo , quien , era sabido , no pro-`
métia jamas demasiado ni en valde ; tras esto , refirió el
infame objeto de su visita . El Innominado, que ya tenia
5

alguna noticia vaga del asunto , estuvo oyendo con singu-


lar atencion , tanto por el gusto que le daban semejantes
historias , cuanto por sonar en la presente un nombre que
le era tan conocido como odioso , el del Padre Cristóbal ,
notorio enemigo de los tiranos , así de palabra como de
obra cuando obrar podia. D. Rodrigo , que conocia bien
el flaco de su hombre , no fué parco en exagerar las difi-
cultades de la empresa : la lejanía del lugar , la impene-
trabilidad del monasterio , el poderío de la señora ! ... No
fué menester más para que el Innominado sintiera dan-
zarle dentro del cuerpo todos los demonios , é interrum-
piese de pronto á su interlocutor , diciéndole que él se ha-
cia cargo del negocio. Tomó apunte del nombre de la
pobre Lucía , y con esto despachó á D. Rodrigo , dicién-
dole al despedirle : -« Dentro de poco os mandaré aviso
de lo que hayais de hacer. )» -
-
Necesitamos ahora que el lector se acuerde de aquel
desa!mado Egidio que vivia pared por medio del monasterio
en que Lucía estaba refugiada ; y añadiremos, que el tal
mocito era uno de los más íntimos colegas y auxiliares del
Innominado, con lo cual ya nos explicaremos por qué éste
dió tan pronta y resueltamente su palabra á D. Rodrigo.
Lo que no fácilmente podria sospecharse , es el pesar, por
no decir el arrepentimiento que , tan luego como se que-
dó solo, tuvo de haberse comprometido ; de algun tiem-
po á aquella parte , habia comenzado el hombre á sentir ,
no remordimiento, pero sí cierto tédio de sus maldades;
y como la cuenta de ellas era tan larga , sucedíale que ya
cada vez que iba á aumentar el catálogo con una más, le-
vantábanse todas atropelladas , si no en su conciencia , al
ménos en su memoria , y se representaban en su mente
con todo el cúmulo y fealdad que tenian , á manera de un
* peso ya de por sí incómodo, que fuera cada vez hacién-
6 -
dose más grave . La sombra de repugnancia que le habia
costado consumar sus primeros delitos , y que vencida en
breve , se habia casi desvanecido del todo, volvia ahora
á levantarse sin que él supiera cómo ni por dónde . Pero
en los principios de su perversa vida habia bastado á
darle seguridad y confianza el espectáculo del dilatado y
vago porvenir que ante sí miraba , no ménos, que el verse
lleno de juvenil vigor ; mientras que ahora ya , era cabal-
mente ese mismo porvenir el que le hacia más tedioso su
mal vivir pasado . —¡Envejecer ! ¡ Morir ! ¿Y luego? ..—¡ Cosa
singular ! la imágen de la muerte , que en presencia del
peligro y frente á frente con un adversario solia redoblar
los bríos de nuestro hombre y acrecentar su coraje y es-
fuerzo ; esa propia imágen , al aparecérsele en el silencio de
la noche y en su guarida segura , le angustiaba con un
terror repentino : no era , no , aquella la muerte con que
le habia amenazado la espada de un enemigo , ni se la po-
dia conjurar con armas de mejor temple ó con brazo más
rápido y vigoroso : la traidora venia sola , y él la sentia
como agitarse dentro de sí mismo ; hasta cuando la miraba
tal vez todavía lejana , veíala adelantarse un paso á cada
momento , y acercarse más y más , á medida que el espíritu
pugnaba por alejarla de sí . Ya no le valian contra este
fantasma tenaz , como le habia sucedido hasta entonces ,
los ejemplos tan frecuentes , el espectáculo contínuo de
violencia , de venganza y de sangre, que en los principios
le habian inspirado una emulacion feroz y terrible , como
una especie de autoridad contra el grito de su conciencia ;
no, ahora ya surgia tremenda en su ánimo á cada instante
la idea confusa de un Juicio inapelable ante un Tribunal
inflexible , en el cual no serviria de disculpa el ejemplo
ageno ; y entonces , el hecho mismo de verse tan señala-
do , tan superior en maldad al comun de los malhechores ,
7

aumentaba con indecible tormento el horror de su propia


soledad , cual si presintiese que habia de ser primero en
la pena quien no habia tenido segundo en el delito . Aquel
Dios á quien tanto tiempo habia tenido olvidado, sin acor-
darse para nada ni de confesarle ni de negarle , pues él
habia realmente vivido como si tal Dios no hubiera , ahora 1
ya , en ciertas horas de abatimiento sin aparente causa
que lo produjese , y de terror sin peligro que lo motivase ,
parecíale oir dentro de sí á ese Dios que le gritaba- Míra-
me : ¡aquí estoy ! » -En el primer hervor de sus pasiones ,
habíale parecido nada más que odiosa la ley que le habian
anunciado en nombre de ese Juez tremendo ; mientras que
ahora ya, cuando esta ley asaltaba su mente de improvi-
so, no podia ménos de concebirla como ley de inexora-
ble cumplimiento . Pero , léjos de confiar á nadie esta su
nueva angustia , procuraba por el contrario encubrirla
profundamente á los demas y á sí mismo, bajo el disfraz
de una fiereza más terrible y sombría. Envidioso de aque-
llos tiempos ( tiempos que él no podia ni aniquilar ni ol-
vidar ) , en que cometia la iniquidad sin remordimiento
ni más afan que el de salir triunfante , esforzábase ahora
en hacerlos tornar , atormentándose por retener ó por re-
cobrar aquella primitiva energía , rápida , soberbia , im-
perturbable , como queriendo convencerse á sí propio de
que aún era el mismo hombre de antaño .
Habíase , por tanto, precipitado á empeñar su palabra
con D. Rodrigo, como para cerrarse á sí propio el paso á
toda vacilacion. Pero así que se hubo quedado á solas , co-
noció que flaqueaba aquella firmeza forzada con que se ha-
bia comprometido , temió que iba á faltar á su palabra , y
á quedar humillado ante aquel amigo, ante aquel cómpli-
ce secundario de sus fierezas ; y entonces , ansioso de cor-
tar con un golpe decisivo esta fatigosa lucha interior, llamó
8 --

al Gavilan , uno de los más astutos y osados ministros de


sus enormidades, y el que le servia de estafeta para con i
Egidio ; mandóle con aire resuelto que inmediatamente
montase á caballo, que fuese á Monza para informar á
Egidio del empeño contraido, y le intimase que necesita-
ba de su cooperacion para salir del paso .
El Gavilan tornó, harto más pronto de lo que su amo
quisiera, con la respuesta de Egidio , el cual mandaba á
decir que el intento era fácil y seguro ; que se le enviase
al momento una carroza con dos ó tres hombres de toda
confianza ; que él se encargaba de todo lo demas , y que á
todo atenderia. En oyendo tales nuevas el Innominado ,
fuese cual se fuera la procesion que le andaba por dentro,
mandó inmediatamente al mismo Gavilan que lo dispusiese
todo conforme al recado de Egidio, y le designó á los dos
bravos que habian de acompañarle en la expedicion .
Si para prestar el horrible servicio que se le habia pe-
dido no hubiera contado Egidio más que con los recursos
ordinarios, se habria mirado sin duda mucho más en ha-
cer aquella promesa tan rotunda. Pero, cabalmente en
aquel mismo asilo donde todo parecia deber oponerle obs-
táculos insuperables, tenia el atroz mancebo un medio,
sólo de él conocido ; y lo propio que para otro cualquiera
habria sido la mayor dificultad , era para él un dócil ins-
trumento. Ya recordaremos cómo la desdichada señora
dió una vez oidos á las palabras de aquel desalmado, y fá-
cil es concebir cómo aquella primera flaqueza de la infeliz
fué el primer paso en una sacrílega carrera de sangre y
de abominaciones . Víctima y sierva del crímen , no fué
dueña de negar á su cómplice el sacrificio de la inocente
que vivia tranquila y confiada en su custodia.
Horrorizóse en verdad Gertrudis al oir la proposicion
de este nuevo sacrilegio ; perder á Lucía por cualquier
9

caso imprevisto y sin culpa suya , habríale parecido una


inmensa desgracia y un castigo amargo ; ¿ qué seria , pues,
cuando la ordenaban perderla por medio de una espan-
tosa perfidia , y convertir así en un nuevo remordimiento
lo propio que ella miraba como un medio de expiacion? La
desventurada hizo cuantos esfuerzos la fueron dables para
esquivar el horrible mandato ; todos los esfuerzos , digo,
ménos el único que habria sido eficaz y que tan óbvio se
le ofrecia. Pero el delito es un tirano rígido é inflexible ,
que no puede ser vencido sino por quien se rebele contra
él abiertamente ; la infeliz Gertrudis no tuvo valor ni vo-
luntad de resolverse á ello ; y obedeció.
En el dia convenido , y al acercarse la hora prefijada ,
hallábase Gertrudis con Lucia en el locutorio privado, ha-
ciéndola caricias más afectuosas que de costumbre, y á
las cuales correspondia la jóven con ternura y agradeci-
miento cada vez mayores ; como la ovejuela que , blanda-
mente acariciada por el pastor, le mira sin temor alguno
y le busca la mano para lamérsela , sin saber ¡ pobrecilla !
que fuera del redil la aguarda el carnicero á quien el pas-
tor se la ha vendido poco antes .
-Quisiera que me hicieses un favor, Lucia, le dijo con
pérfida blandura Gertrudis : entre tanta gente como tengo
á mi servicio, nadie es para mí tan de fiar como tú . Para un
asunto de importancia , que despues te diré , necesito, lue-
go luego, hablar con el Padre Guardian de capuchinos que
te trajo con tu madre á mi lado , querida mia ; pero es me-
nester que nadie barrunte que le he mandado á llamar; y
como tú no quieras llevarle el recado con todo sigilo y di-
ligencia, no hallo quien pudiera hacerlo.
Aterróse Lucia de semejante súplica; y sin ocultar su
extrañeza, bien que con lenguaje y ademan respetuoso,
alegó desde luego, para excusarse, la multitud de razones
- 10 -

que la señora habia sin duda previsto y pensado mejor


que ella: ¡ sin su madre , sin compañía ninguna , sola por
medio de aquellos caminos , en tierra para ella desconoci-
da...! Pero Gertrudis, amaestrada en una escuela infernal ,
mostró tambien por su parte grande extrañeza y tanto
disgusto de verse contrariada de aquel modo por la per-
sona con quien más se creia autorizada á contar; hizo co-
mo quien tenia por tan vanas todas aquellas excusas , di-
cien lo que al fin se trataba de ir nada más que á cuatro pá-
sos del monasterio , y eso de dia claro, y por un camino que
Lucia habia pasado pocos dias ántes , y tan fácil de hallar
que aun cuando en su vida le hubiese visto, con sólo dar-
.. En fin , tanto`re-
la cuatro señas no podia extraviarse !……
plicó, rogó y reconvino, que la pobre muchacha, conmo-
vida y apesarada á un mismo tiempo , se dejó decir : -Bue-
no, señora ¿que tengo de hacer?
-Poca cosa: irte al convento de capuchinos , (aquí le
volvió á dar señas del camino otra vez) preguntar por él
padre Guardian, y decirle , á solas por supuesto , que me
haga la merced de venir corriendo corriendo; pero que no
diga á nadie que soy yo quien le llama.
-Bien, señora; pero ¿ qué le digo á la demandadera ,
que nunca me ha visto salir , cuando me pregunte adón-
de voy?
-Fácil remedio : procuras salir sin que te vea; y si es-
to no puede ser, le dices que vas á una iglesia á cumplir
una promesa que has hecho .
Nueva dificultad para la pobre muchacha: decir una
mentira; pero la señora volvió á mostrarse tan sentida de
sus repulsas, y á encarecerle tanto lo feo que era antepo-
ner á su gratitud un escrúpulo vano, que Lucia , más ator-
tolada aun que persuadida , y sobre todo, conmovida hasta
el fondo del alma, respondió: -Bien, señora : iré : Dios sea
11

conmigo! -Y en efecto echó á andar .


Cuando Gertrudis, que tras de los hierros la seguia con
los ojos fijos en ella , la vió poner el pié en el umbral , cual si
de pronto la dominase un impulso irresistible , abrió la bo-
ca, y dijo: -Oye, Lucia.
Volvióse ésta en efecto y se dirigió hacia la reja ; pero
ya de nuevo habia triunfado en la mente agitada de Gertru-
dis un pensamiento enemigo, que la dominaba siempre ; y
haciendo como si no estuviese satisfecha de las señas que
habia dado del camino á Lucia, volvió á explicárselas más
menudamente , y la despidió diciéndola : --Con que ¡ cuida-
do con olvidar nada , eh?... Y vuelve pronto , hija. »» .-
Con esto , Lucía partió . Pasó , sin que la vieran , la
puerta del cláustro ; tomó la calle arriba, con los ojos cla-
vados en el suelo , y pegadita á la pared ; ayudada de las in-
dicaciones de Gertrudis y de sus propios recuerdos , halló
la puerta de la villa ; salió al campo , y temblorosa y con
el aliento recogido , entróse en el camino real ; llegó, des-
pues de andado breve trecho, á la desembocadura del ca-
mino trasversal que conducia al convento , y que era por
entónces , como es hoy dia , una hondonada, á manera de
lecho de un rio , entre dos ribazos cubiertos de matorra-
les, que forman una especie de bóveda en la parte supe-
rior. Lucía conoció el camino , entróse por él , y como á
la sazon le viese enteramente solitario , sintió oprimirsele
el seno , y alargó el paso cual si el temor la sirviese de es-
puela ; pero poco despues se recobró algun tanto, anima-
da con ver un coche de viaje , que estaba parado, y junto
á él , delante de una portezuela abierta , dos viajeros que
miraban á un lado y á otro , como inciertos de que fuese
aquel su camino . Cuando estuvo ya cerca de ellos , oyó á
uno decir : Esta buena muchacha nos dirá si vamos
bien por aquí. -Y en efecto , al llegar ella al pié del co-
- 12 -

che , se le acercó el mismo de ántes , y con aire más cor-


tés de lo que prometia su mala facha , la dijo :-Perdone
la impertinencia , niña: ¿ es éste el camino de Monza ?
-Sí , señor , pero sus mercedes van al revés ; porque
Monza cae hágia...
Y en el momento de volverse la pobrecilla á señalar
con el dedo la direccion del camino , adelántase el otro
compañero, que no era sino el mismo Gavilan en persona ,
me la agarra de improviso por la cintura y la levanta
en peso Lucía volvió atrás aterrada la cabeza, y lanzó un
grito agudo : el tunante la metió por fuerza dentro del co-
che , y otro bribon que la esperaba sentado de espaldas
al pescante , la cogió haciéndola sentar enfrente de sí, por
más que ella forcejeaba y gritaba para soltarse : otro en-
tonces le puso un pañuelo en la boca , y le ahogó el grito
en la garganta. El Gavilan entretanto se metió tambien de
un salto en el coche , cerró la portezuela , dió una voz , y
el carruaje partió al escape . El otro que habia hecho á
la pobre chica la traidora pregunta , quedóse en el camino,
mirando á derecha é izquierda por ver si alguien acudia á
los gritos de la infeliz ; y no divisando á nadie , trepó á lo
alto del ribazo, agarrándose en los troncos de un matorral ,
y desapareció por la opuesta pendiente . Era este nene un
lebrel de Egidio , que habia estado en la puerta de su amo
haciendo el papamoscas por acechar á Lucía cuando sa-
liese del monasterio ; la habia tomado bien la filiacion pa-
ra poder conocerla á su tiempo, y en seguida habia echa-
do tras ella por un atajo para aguardarla en el sitio con-
venido.
¿Quién podrá ahora describir el terror , la angustia de
la pobre jóven , ni expresar lo que pasaba en su ánimo?
El ánsia de conocer su horrorosa situacion la hacia abrir
espantada los ojos , y el aspecto repugnante y aterrador
13 -

de aquellas caras patibularias se los hacia cerrar luego al


instante : retorcíase en su asiento; pero por todos lados la
sujetaban recogia todas sus fuerzas , y daba violentas sa-
cudidas por lanzarse á la portezuela ; pero en el acto sen-
tia la presion de dos brazos nervudos que la llevaban co-
sida al fondo del coche , y otras cuatro manazas que la
ligaban todos sus remos . Si alguna vez intentaba abrir la
boca pura dar un grito , al punto el pañuelo le servia de
mordaza; y en medio de todo esto , lo que más la aterraba
é irritaba á un tiempo mismo, era la afectacion de melíflua
amabilidad con que aquellos endemoniados la decian de
cuando en cuando :-«Vamos , niña : estése queda , que
aquí no queremos hacerla mal. -Al cabo de un rato de
tan angustiosa lucha , la pobrecita pareció aquietarse de
pronto ; aflojó los brazos , dejó caer hácia atrás la cabeza,
abrió trabajosamente los párpados , por entre los cuales se
vió inmoble su pupila , rodaron confundidos en su mente
con monstruosa mescolanza aquellos hórridos gestos , pa-
lideció su rostro , cubrió sus miembros un sudor frio , y
como cuerpo muerto cayó en brazos del que estuvo más
cerca para recibirla .
-¡He ! i¡ he ! ¡ ánimo , buena moza ! le dijo el Gavilan .
-¡ Ánimo , ánimo ! repitieron los otros dos bribones . Pe-
ro afortunadamente el desmayo de Lucía la preservó de
oir esta sarcástica exhortacion de aquellas detestables
voces .
-¡Demonio ! exclamó uno de ellos : ¡ parece una di-
funta!; Si se nos habrá muerto ?
No , muerta no , replicó otro : es , uno de los sopon-
cios que les dan á las mujeres . Yo he mandado á alguna
gente al otro barrio , y os digo que, fuese hombre ó mujer ,
tenian cara muy distinta ... Me acuerdo ahora de una ...
—¡Vaya, vaya ! déjanos ahora de cuentos, parlanchin,
-14 -

dijo el Gavilan : á ver cómo atendeis á lo que importa.


Pronto , pronto , sacad los trabucos y llevadlos prepara-
dos ; porque en este bosque donde vamos entrando , suele
haber mala gente agazapada ... ¡ No tan á la vista, anima-
les !... Ponedlos otra vez á la espalda... ¡ Así ! ¿No estais
viendo que esta chicuela es un ratoncillo de Indias , y que
por nada se asusta ? Si vuelve en sí , y vé esos chismes,
es capaz de morirse de veras... ¡ Cuenta con meterle mie-
do cuando abra los ojos ! Y no la toqueis , como yo no os
haga señal; para sujetarla , yo basto... Y chitito vosotros:
yo hablaré lo que sea menester.
En esto el carruaje , que iba echando demonios , se
habia internado en el bosque. Al cabo de algun tiempo
empezó á rebullirse Lucía , como si despertara de una pe-
sadilla angustiosa , y abrió los ojos. Costóle al pronto un
grande esfuerzo distinguir los espantosos objetos que la
rodeaban , y recoger sus ideas ; pero al fin llegó á com-
prender de nuevo su terrible situacion , y no bien la hubo
penetrado , cuando su primer instintivo movimiento fué
lanzarse á la portezuela como para arrojarse al suelo; pero
retuviéronla , y nada más pudo ver sino, por un solo ins-
tante , la rústica soledad de la tierra que iba atravesando.
Soltó entonces un nuevo grito ; pero el Gavilan mostrán-
dola el pañuelo preparado en su manaza para taparle la
boca , díjola con el tono de voz más dulce que le fué po-
sible :
-¡Vaya , vaya! niña : estése queda , pues la tendrá más
cuenta : aquí no se la quiere hacer mal ninguno : pero si
se empeña en rebullirse , no habrá más remedio que…..
-¡Pero déjenme marchar ! exclamaba Lucía . ¿Quién
son vuesasmercedes ? ¿A dónde me llevan? Déjenme , dé-
1 jenme salir...
-¡Cuando le digo que no tenga miedo, criatura !.. ¿No
- 15 -

conoce que si quisiéramos hacerla mal , la hubiéramos ya


despavilado cien veces? Conque , estése queda , y no nos
obligue á ...
-No quiero, no quiero : déjenme seguir mi camino:
yo no los conozco...
-Ya ; pero nosotros la conocemos á ella.
-¡Oh , Virgen Santísima! Pero ¿de qué me conocen á
mí sus mercedes ? ¿ Quién son ? ¿ Por qué hacen esto con-
migo ?
-Porque nos lo han mandado, perla .
-¡Qué se lo han mandado ! Pero ¿ quién , quién se lo
ha mandado?
-Eso, niña , se queda para el curioso lector, respon-
dió el Gavilan con un gesto entre de sorna y enojo.
Lucía dió entonces un nuevo avance para arrojarse de
un salto por la portezuela ; mas viendo al fin que era inú-
til , volvió á suplicar, y con acento interrumpido á cada
instante por sollozos , y cruzadas las manos sobre el pecho ,
exclamaba :
-¡Por amor de Dios y de María Santísima , déjenme
marchar. ¿Qué mal les he hecho yo, pobre de mí , para
que así me traten?.. Déjenme marchar ; yo no les guarda-
ré rencor ninguno : los perdono desde ahora con todo mi
corazon , y pediré á Dios por la salud de sus almas ... Sus
mercedes tendrán hijas ó mujer ó madre... Piensen qué
seria de ellas si se viesen como yo me veo ahora ... Acuér-
dense de que hemos de morir, y que un dia querrán que
Dios los trate con misericordia... Déjenme , déjenme, por
lo que más quieran en este mundo : déjenme aquí : el Se-
ñor me enseñará el camino...
-No podemos , criatura...
-¡Que no pueden ! ¡ Dios mio! ¿Y por qué no pueden?
¿A dónde quieren llevarme ? ¿Por qué?….
16 -

¡Vaya , niña! lo dicho : no podemos ... Conque , no


tema nada , que nosotros no queremos hacerla ningun
mal : estése queda y calladita , y nadie la incomodará . Ea!
Afligida y aterrada más y más la infeliz al convencerse
de que nada lograria con lágrimas y ruegos, volvióse ex-
clusivamente á Aquel que tiene en su mano el corazon de
los hombres, y que puede , cuando quiera , ablandar los
más duros . Recogióse por tanto, lo más que la fué posible,
en un rincon del coche ; cruzó sus brazos sobre el pecho ,
é hizo un ratito de oracion mental ; sacó despues su rosa-
rio y se puso á rezarle con más fe y con más ternura que
lo habia hecho en su vida . De vez en cuando , como si es-
perase haber alcanzado la Divina misericordia que implo-
raba , volvíase á reiterar sus súplicas ; pero siempre en
vano. Ora desmayaba casi exánime , ora se recobraba para
agotar nuevas angustias... Nos falta corazon para seguir
pintando esta escena ; ansiamos llegar al término de este
viaje , que duró más de cuatro horas, y despues del cual
hemos de pasar todavía muchas de no menor pena y so-
bresalto . Trasladémonos desde luego al castillo en donde
estaban esperando á nuestra pobre prisionera.
Grande era la inquietud , insólita la suspension de áni-
mo con que el Innominado la aguardaba. ¡ Cosa singular !
Aquel hombre que tan imperturbable habia dispuesto de
tantas vidas, que jamas habia contado para nada con los pa- 1
decimientos de sus víctimas, sino alguna vez para saborear
con feroz deleite el manjar de la venganza ; este mis-
mo hombre, al habérselas ahora con una pobre lugareñilla
á quien ni conocia siquiera , sentia como un extremeci-
miento muy parecido á temor. Largo tiempo llevaba ya
mirando desde una alta ventana de su castillejo hácia , una
de las gargantas del valle , cuando vió el coche que subia
despacio, pues con el primer empuje de la carrera venian
17 -

ya los caballos casi despeados y sin resuello; y aunque


desde la altura que él divisaba el coche , le pareciese co-
mo uno de los carruajitos que se dan á los niños por ju-
guete, conocióle sin embargo, y al conocerle, sintiendo
su corazon latirle con más fuerza, dijo para sí:
-¡Traerán á la chica?... Tambien es fuerte cosa lo que
me carga á mí el lance este... ¿Cuánto va que mando
ahora mismo un recado al Gavilan para que se vuelva y
lleve la muchacha á casa de Rodrigo?... Nada: voy á ha-
cerlo...
Un imperioso no, que en este momento retumbó den-
tro de su conciencia , le hizo pararse de súbito y renunciar
átan perverso propósito . Pero atormentado por una como
necesidad de hacer algo, y cual si le fuera insufrible es-
tarse ocioso mirando aquel carruaje que subia con fatídi-
ca lentitud , como si fuera la sombra de un castigo que
un misterioso poder le enviara paso a paso, quitóse rápi-
damente de la ventana , y mandó llamar á una vieja due-
ña de su servidumbre.
Hija de un antiguo guarda del castillo , nacida y críada
en el recinto de aquellos muros, habia pasado esta vieja
allí su vida entera: de aquí el que todo cuanto desde su
cuna habia visto y oido , tuviese grabada en su ánimo una
idea magnífica y terrible del poderio de sus señores , has-
ta el punto de no concebir siquiera que fuese posible des-
obedecerlos en nada. La nocion del deber , depositada co-
mo un gérmen en el corazon de todos los mortales, al
brotar y crecer en el de esta vieja , habia engendrado un
fruto de respeto y de temor, junto con una servil codicia .
Desde que su amo actual hubo entrado en la posesion de
la herencia paterna para hacer tan atroz empleo de su
caudal y sus blasones, no pudo ménos ella de sentir en un
principio cierta repugnancia, bien que neutralizada por su
H 2
- 18 -

hábito de profunda sumision ; pero con el tiempo se habia


ya avezado á lo que tenia contínuamente delante de los Y
ojos y en los oidos; la poderosa y desenfrenada voluntad
de su terrible señor habia llegado á ser para ella una es-
pecie de tribunal tan inexorable como justo, del cual ha-
bia que prometerse todo género de bienes y temer todo
género de males. Llegada á la mocedad , habíanla dado por
mujer á otro criado de la casa, el cual , poco despues de la
boda, hubo de dejar la piel en cierta expedicion , y á su
esposa viuda en el castillo : la presta venganza que su se-
ñor tomó de esta muerte , fué el mayor consuelo de la viu-
da, que desde entónces apénas volvió á salir de entre
aquellos muros, y á poco tiempo ya no tenia del humano A
vivir casi otras ideas sino las que recibia en aquel sanguina-
rio albergue. No tenia cargo especial en la servidumbre;
pero por lo mismo traíanla siempre al retortero cuando
uno, cuando otro de aquel enjambre de bandidos ; cosa
que á ella la tenia hecha un vinagre: tan pronto la man-
daban remendar un trapo como dar de comer deprisa y
corriendo, ó curar sus heridas á cualquiera de aquellos
angelitos que volviese de hacer alguna habilidad: lo mis-
mo cuando la mandaban algo, que cuando la regañaban ó
cuando la daban gracias, siempre los tales amigos habian
de regalarla con una zumba ó con un improperio: el más
comun era llamarla bruja; pero solian condimentar este
requiebro con alguna otra sal y pimienta , segun las cir-
cunstancias y el genio del orador . Ella en cambio, que te→
nia tambien malas pulgas , rabiaba cuando la hacian tra-
bajar en cualquier cosa que fuera , y solia de cuando en
euando responder á aquellos cumplimientos con palabras
en que Satanás habria encontrado mejores muestras del
diccionario del infierno que en las pronunciadas por los
provocadores mismos de aquella harpía.
- 19

-¿Ves aquel coche que viene por allí abajo ? le pre-


guntó el señor .
-Le veo, respondió la vieja enristrando su barba pun-
tiaguda, y desenterrando sus cóncavos ojos cual si quisiera
estrellarlos contra el vidrio de sus antiparras..
-Haz que apresten una litera , métete en ella tú , y
que te lleven á la Malanoche... Pronto, pronto ! que lle-
gues antes que ese carruage... Verdad es que le traen con
el paso de la muerte... Dentro viene... debe venir ... una
jóven. Si viene en efecto, di de mi parte al Gavilan que la
acomode en la litera, y que suba él al instante á verme.
Tú te meterás en la litera con esa... muchacha ; y en
cuanto llegueis aquí , te la llevarás á tu cuarto. Si te pre-
gunta que adónde la llevas, ó de quién es este castillo ,
cuenta con...
-¡Oh señor!... respondió la vieja.
+
-Pero, procura animarla , añadió el Innominado.
-¿Y qué voy á decirla para...
-¿Qué voy á decirla? ... ¿Qué se yo? Lo que te dé la
gana... ¿Con más años que Matusalen, y aún no has apren-
dido cómo se anima á una muchacha cuando se quiere
quitarle el miedo?... ¿No has tenido tú miedo nunca? ¿No
sabes las palabras que gusta oir cuando se está en algun
apuro? Pues eso , eso has de decirla ... Pronto!
La vieja no esperó á que le repitieran la órden . Así que
se hubo marchado , volvió su señor á ponerse en la venta-
na, y á clavar los ojos en el coche, que ya se divisaba con
mucho mayor bulto ; alzólos despues á mirar el sol , que
en aquel instante se escondia tras la montaña, y luego á
las nubes que flotando pesadas y negruzcas sobre el astro
moribundo, convirtiéronse de repente en fuego; retiróse en
seguida, cerró la ventana, y púsose á dar vueltas por el
aposento con pasos como de fugitivo.
- 20 --

CAPÍTULO XXI.

EL VOTO DE LUCÍA.

A vieja habia ido corriendo á obedecer, y tambien á


mandar con la autoridad de aquel nombre que, pronunciá-
selo quien quisiera en la casa , hacia andar listo á todo el
mundo ; porque nadie se figuraba que hubiese en ella
quien osara usurparle . Vieja y litera estuvieron en la Ma-
lanoche antes que el carruaje : en cuanto la vieja le vió lle-
gar, salió de la litera, hizo seña al cochero de que parase,
acercóse á la portezuela , y arrimándose al oido del Gavi-
lan, que sacó la cabeza , le comunicó las órdenes del amo.
Lucía , que en el momento de pararse el coche , iba
sumida en una especie de letargo, se removió, tornó en
sí , y con boca y ojos abiertos, miró á uno y otro lado . En
esto, el Gavilan se habia quitado del vidrio para dejar hue-
co á la cabeza de la vieja , que asomada por la portezuela
al interior del coche , dijo mirando á Lucía :
-
–Vamos , niña ; baja , baja , querida ; vénte conmigo,
y nada temas, pues tengo encargo de tratarte bien y de
animarte ...
En efecto, al oir una voz de mujer, la pobrecilla sintió
consuelo y respiró con más holgura ; pero al fijar luego la
vista en aquella facha de demonio con saya y corpiño, pre-
21 -

guntó más espantada que antes y con tembloroso acento:


-¿Quién es usted ?
-Vamos : baja , baja , pobrecita mia , continuaba re-
pitiendo la vieja , mientras el Gavilan y sus dos cofrades,
calándose por esta melosidad de la tia que el amo se in-
teresaba en que se tratase á la jóven con miramiento, co-
*
menzaron tambien con palabritas suaves á persuadirla
para que bajase del coche . Pero ella , sin hacerles caso,
no hacia más que mirar afuera ; y aunque lo agreste y
desconocido para ella del sitio , junto con el descuidado
porte de sus custodios, no la infundiesen esperanza alguna
de auxilio, con todo hizo ademan de ponerse á gritar;
mas viendo al mismo tiempo al Gavilan manosear el pa-
ñuelo con que tantas veces la habian tapado la boca, con-
tuvo su voz , y trémula como el azogue se disponia instin-
tivamente á encogerse en el interior del carruaje cuando
se vió llevada en volandas á la litera. La vieja entró en
pos de ella ; y el Gavilan , despues de ordenar á los otros
dos que escoltasen á las mujeres, trepó como un gamo
por la cuesta para ir á ver qué le queria su señor.
-¿Quién es usted ? repetia con creciente ansiedad la
pobre presa al verse con aquella horrible tarasca delante.
¿Por qué me llevan aquí ? ¿ Qué sitio es este ? Á dónde
me llevan ?
-Vas á casa de una persona que te quiere bien , hi-
jita , respondia la vieja : á casa de un gran... ¡Dichosos
los que le entran á él por el ojo !.. ¡ Si tú supieras ! .. Con-
que vaya ! no tengas cuidado, y procura alegrarte ¿ eh?
Tu protector me ha mandado que te anime... Y tú le di-
rás que yo lo he hecho asi , ¿ no es verdad , hijita ?
-Pero ¿ quién es ese protector ? ¿Y por qué me pro-
teje ? Yo no tengo nada que ver con él... Dígame , por
Dios, señora , dígame en dónde me encuentro ; ó déjeme
-- 22

marchar... Que me dejen libre estos hombres... ó que me


lleven á una iglesia . ! Ah , señora ! usted es mujer y yo
le pido en nombre de María Santísima !...
Este santo y dulcísimo nombre , que la vieja habia re-
petido con veneracion en sus primeros años , pero el cual
habia olvidado ya á fuerza de no pronunciarlo ni oírselo
pronunciar á nadie , causaba ahora en el ánimo de aquel
vestiglo una impresion confusa , extraña , lenta , como lo
seria el recuerdo de la luz para un viejo caduco que hu-
biera cegado en la niñez.
Entretanto el Innominado, mirando hacia abajo , de pié
en el umbral del castillo, veia la litera venir paso á
a paso
como ántes habia visto el coche ; y delante de la litera , á
una distancia cada momento mayor, el Gavilan que salia
al escape. Así que éste hubo llegado á la puerta , hízole
seña su amo de que le siguiese , y se entró con él en un
aposento del castillo .
-¿Qué tal ? le preguntó allí.
-Todo á pedir de boca , respondió el Gavilan hacien-
do una reverencia : el aviso á tiempo , la jóven á tiempo ,
el sitio sin un alma , un grito no más, y sin que pareciese
nadie ; el cochero listo, los caballos briosos , ningun tro-
piezo ; pero...
-¿Pero qué ?
-¡La verdad , señor ! Me hubiera alegrado más de que
su señoría me hubiera mandado darla un tiro en la coro-
nilla , y no oirla hablar ni mirarle á la cara...
-¿Hem ?... ¿Qué es eso?
-Quiero decir , señor , que en todo el camino ... ¡ Và-
ya si se me ha hecho largo !... Me ha venido dando una
lástima esa chica...
- Lástima ? Lástima tú ?...
--Sí , señor... Me ha venido... así... escarabajeando
- 23 -

una cosaaquí dentro... ¡ Como se lo digo á su señoría ! En


mi vida me ha pasado otra igual... Por lo visto, la lástima
es como el miedo : en cuanto uno se deja coger, ya está
perdido.
-¡ Hombre ! Pues ¿cómo se ha compuesto esa mucha-
cha para ablandarte á tí de ese modo ?
-Considere usía , señor : ¡ tanto tiempo !... Y llorar y
más llorar , y suplicar , y mirarlo á uno de una manera!...
Y luego , ponerse de pronto lo mismo que una difunta , y
despues vuelta á gemir y á suplicar! Y á todo esto, dicien-
do unas palabras ...
Mientras así hablaba el bravo , se decia su amo inte-
riormente: Nada: lo dicho: no quiero en casa esta pegi-
guera... ¡ Tonto de mí ! ¡i haberme comprometido ! haber
dado mi palabra! .. Pero, así que yo se la mande al otro...>
-Tras este breve monólogo , levantando la cabeza con
ademan imponente ,
-Dejémonos ahora , dijo , de lástimas que no vienen
á cuento : monta inmediatamente á caballo , llévate á un
muchacho , ó á dos si quieres , y lárgate de un galope á
casa de ese D. Rodrigo... Ya sabes ... Dile de mi parte que
disponga... Pero que lo haga pronto , pronto : porque de
lo contrario...
Otro no interior , más imperioso aun que el de antes,
le atajó aquí la frase comenzada ; y cual si quisiera ex-
presarse á sí propio el mandato de esta secreta voz de su
conciencia , añadió con resuelto ademan :
-No , no : véte á descansar ahora , y mañana ... yo te
diré lo que hayas de hacer ...
Tras esto , volvióse á quedar solo, de pié, con los bra-
zos cruzados sobre el pecho , y los ojos clavados en un
trozo del piso donde el rayo de la luna , penetrando por
una ventana alta , trazaba un cuadrado de luz mortecina,
24 -

que cruzado por los barrotes de la reja, y luego más me-


nudamente, por los pequeños compartimientos de las vi-
drieras , semejaba un tablero de ajedrez . Mientras absor-
to recorria maquinalmente las casillas del cuadrado , de-
cia entre sí : 1
-El diablo debe tener la chica en el cuerpo... El dia-
blo... ó algun ángel que la guarda ... ¡ Dar lástima al Ga-
vilan !... Nada , nada : mañana mismo por la mañanita la
suelto que vaya á su destino; que no vuelva yo á oir ha-
blar de ella , ni….. ( proseguia consigo mismo en la dispo-
sicion de ánimo de quien manda alguna cosa á un niño in-
dócil , seguro de que el muchacho no ha de obedecer ) ni
vuelva á romperme la cabeza... Y que no venga luego el
animal de D. Rodrigo á molerme con sus protestas de agra-
decimiento; porque... porque, vamos, no quiero, no quiero
oir hablar más de esta chica... Yo le he servido en esto
porque ... porque me he comprometido ; y me he compro-
metido porque... porque esa es mi suerte... Pero , por
mi vida , que me ha de pagar caro el favor ... Yo le
haré ...
Aquí empezó á revolver en su mente el género de pa-
ga que exigiria á D. Rodrigo ; queria algo costosísimo,
que fuese como una pena , más bien que una recompensa
del servicio que le habia prestado . Pero todas estas ideas
se desvanecian al cabo en la que principalmente domina→
ba á nuestro hombre ; la de la compasion aquella que la
muchacha habia inspirado al feroz Gavilan- ¿Cómo dia-
blos se ha compuesto? decia. ¿Qué ha podido hacer ó de-
cir para que...? Vale la pena de que yo vaya á verla...
Pero , no, no... Pues sí ¡ ea ! quiero verla...»
Y diciendo esto , ni siquiera advirtió que habia atra-
vesado ya varios aposentos, y llegado á una escalerilla que
comunicaba con el cuarto de la dueña : bajó á tientas el
- 25 -

caracol , y llamó á la puerta con un puntapié.


-¿Quién va ?
-Abre.
Dar tres saltos la vieja , oirse el ruido del cerrojo y
abrirse la puerta de par en par , fué obra de un instante.
El Innominado echó desde el umbrał una mirada por to-
do el ámbito de la pieza, y como á la luz de un belon que
ardia sobre una mesilla viese á Lucía acurrucada en el
suelo y como entallada en el rincon más distante de la
puerta , dijo á la vieja con terrible ceño :
-Oye , bruja , ¿ quién te ha dicho que la tengas ahí
arrinconada , como un costal de trapos?
--Señor, se ha puesto ella ahí , respondió humilde-
mente la vieja : yo he hecho todo lo posible por animarla:
ella misma puede decir... Pero no he podido reducirla...
-Levántate , criatura , dijo el Innominado acercán-
dose á Lucía. Pero Lucía , que , desde el punto de sentir
el golpe de la puerta, y ver luego abrir y aparecer aquel
hombre, y oirle aquellas palabras , estaba casi exánime de
miedo , se habia hecho un ovillo en el rincon , y con el
rostro escondido entre las manos , inmóvil , sin respirar
siquiera, temblaba como la hoja en el árbol.
-
-Vamos , levántate de ahí, mujer , repitió el Innomi-
nado no tengas cuidado ninguno... Que te levantes, he
dicho... ¡voto á!...
Al oir Lucía esta segunda intimacion , hecha con el
iracundo tono y ademan de un hombre no acostumbrado
á mandar las cosas dos veces , cual si saltase á impulsos
de su mismo terror , incorporése la pobrecilla , y arrodi-
llada , con las manos juntas como lo hubiera hecho ante
una imágen , levantó los ojos á mirar aquel adusto sem-
blante , y tornándolos á bajar en actitud de víctima que
espera el golpe del sacrificador,
26 -

-Aquí me tiene , dijo: máteme si quiere.


-Ya te he dicho que yo no quiero hacerte mal , res-
pondió con voz ménos áspera el Innominado, mientras con
cierta avidez examinaba aquel rostro turbado por el dolor
y el miedo.
-Animate , criatura , anímate ! decia la vieja : ¿no has.
oido que el señor te dice que no quiere hacerte mal nin-
guno?
Entonces, ¿por qué, repuso Lucía con voz en que á
vueltas del temblor del miedo se percibia cierta firmeza
como de una indignacion desesperada, ¿por qué me hace
pasar estas angustias? ¿Qué le he hecho yo para …..
-¿Te han maltratado? Dílo.
-¡Que si me han maltratado ! Me han cogido á trai-
cion , por fuerza ... ¿ Por qué han hecho conmigo esto?
¿Para qué me han traido aquí? ¿Qué casa es ésta ? Yo soy
una pobre muchacha: yo no he hecho mal á nadie ... En
nombre de Dios ..."
-Dios ! Dios! exclamó el Innominado : ¡ siempre con
Dios á las vueltas ! Por lo visto, parece que es el hierro
ardiendo de que se agarran los que están con el agua al
cuello... ¡Dios ! ¡Á tí se te figura que por salirme con este
registro , vas á hacerme...
No quiso ó no pudo rematar está frase . Lucía respondió:
-¿Yo , señor? ¡ Pobre de mí ! Á mí no se me figura
nada , ni pretendo más sino que tenga compasión de mí! ..
¡Perdona Dios tanto por una sola obra de misericordia!
Déjeme salir de aquí : por caridad , déjeme salir , señor ...
Piense que un dia ha de morir , y que entonces la idea de
haber hecho esto que hace con una pobre criatura ... Oh !
pues que tiene poder para mandarlo , mande que me
dejen salir. Me han traido aquí por fuerza ... Puedo irme
con esta señora á juntarme con mi madre... Ah Vírgen
-- 27 -
Santísima ! mi madre ! mi madre ! por caridad, yo quiero
irme con mi madre! ... Debe hallarse cerca de aquí, pues
desde el camino he visto mis montañas... ¿ Por qué me
hacen padecer así?... Oh! mande, mande que me lléven á
una iglesia... Pediré toda mi vida á Dios Nuestro Señor
que le pague tan buena obra... ¿Qué le cuesta decir una
palabra?... Ah! señor ! Veo que Dios le toca el corazon;
conozco que me tiene lastima : diga , diga una palabra...
Dios es bueno y misericordioso , y por una sola obra de
caridad perdona... muchas cosas...
-Oh ! decia " entre sí el Innominado : ¿ por qué no es
hija de uno de esos perros que han pregonado mi cabeza?
¿de uno de esos canallas que quisieran verme hecho cuar-
tos? Estaria yo entonces bañándome en agua rosada ,
mientras que ahora...
-No se vuelva atrás , señor , no se vuelva atrás , de-
cia con indescriptible acento la jóven , reanimada al ver
cierto aire de perplejidad en el rostro y continente de su
tirano. Piense que si desoye ahora mis súplicas , en cam-
bio Dios las oirá : si me manda matar , yo moriré , y para
mí todo acabará con la muerte ; peró ¡ ay de mi verdu-
go!.. Tambien para él llegará dia ….. Pero no , no: yo pediré
á Dios que le guarde de todo mal... ¿Qué le cuesta decir
una palabra?.. Oh! si supiese lo que estoy padeciendo ! ...
-¡Vamos, vamos, no tengas miedo, mujer ! la inter-
rumpió el Innominado con una dulzura que dejó á la vieja
como quien vé visiones. ¿ Se te ha hecho hasta la presente
ningun mal ? ¿ Se te ha amenazado siquiera ??
¡ Oh ! no : eso no .... Veo que tiene su señoría buen
corazon , y que se compadece de esta pobre criatura... Sé
que si quisiera , podria causarme más miedo que todos
los demas ; sé que podria quitarme la vida ; y en lugar de
esto, me hace la caridad de ensancharme el corazon ... ¡Dios
- 28 -

se lo pague ! Pero acabe su señoria , complete la obra : dé-


jeme irme con mi madre... ¡ déjeme !..
- -Mañana...
-No, no : ahora mismo, al instante...
-Mañana veremos, te digo, mujer. Ahora procura
animarte , descansar un poco... ¡ No habrás comido nada,
eh? Voy á decir que te traigan al momento....
-No, no señor : por Dios, yo no quiero ver aquí á na-
die más... Que me lleven á la iglesia... Dios se lo pagará
todo...
-¡Vamos ! vendrá una mujer á træerte la comida , re-
puso el Innominado, asombrándose á sí propio de hallarse
tan exquisitamente solícito y mirado con aquella mucha-
chuela. Volviéndose luego rápidamente á la vieja , añadió :
-A ver cómo tú me la reduces á que tome algo : acués-
tala despues en esa cama ; si quiere dormir contigo, en-
horabuena ; si no, acuéstate tú en el suelo, que por una
noche no te has de morir ….. Cuenta con que esta criatura
me dé la menor queja de tí , ¿ estamos?
Dicho esto, echó á andar tan precipitadamente hácia
la puerta, que cuando Lucía se hubo levantado para rete-
nerle y reiterarle sus súplicas, ya habia desaparecido .
-¡Oh , pobre de mí ! ¡ Cierre , señora , cierre al ins-
tante ! exclamó la jóven , quien , así que en efecto hubo
oido el golpe de la puerta , y notado que estaba corrido el
cerrojo, volvió á embutirse en su rincon de ántes, excla-
mando de nuevo entre sollozos :-¡Pobre de mí! ¿A quién
suplicaré ahora? ¿En dónde me encuentro? Digame , se-
ñora , dígame por caridad ¿quién es ese señor?.. ¡ ese que
acaba de hablarme?
-¿Que quién es , eh? ¿Se te ha antojado saberlo, eh?
No, pues como tú esperes á que yo te lo diga! .. Porque te
ha hablado palabritas de miel , quieres ya subirte á mayo-
29

res, y hacerme á mí cantar! .. ¡ Ya estás fresca! Si tanto


empeño tienes en saber quién es, vé y pregúntaselo á él;
¡anda! Pues á fe que si á mí se me fuese la lengua , no me
habria de tratar con esos miramientos que tú has logra-
do... Bruja! ¡ Bruja yo ! ( continuó refunfuñando ) . Si tu-
viera yo tu palmito , no me regalaria estos requiebros!
pero ¡ ya se vé! como una ya...
No sabemos cuál seria la frase que aquel vestiglo dejó
interrumpida aquí , cuando oyendo á Lucía sollozar, y pu-
diendo más en ella el recuerdo de las amenazadoras re-
comendaciones de su amo que su ojeriza contra la jóven,
llegóse al rincon donde la infeliz seguia acurrucada , y es-
forzándose en dulcificar su voz , le dijo : -Vaya , niña : no
hagas caso de lo que te he dicho : animate , alégrate un
poquillo. Pero no me preguntes cosas á que no puedo res
ponderte... ¡Si tú supieras cuánta gente hay que daria un
brazo por oirle hablar como te ha hablado á tí!.. Conque,
vaya , animate, que ahora te traerán algo para que comas;
y segun el modo con que te lo ha ofrecido , estoy segura
de que te has de chupar los dedos con lo que te traigan .
Luego, á la camita , eh?.. Supongo que... ( añadió con
acento, mal de su grado, sarcástico y rencoroso ) me ha-
rás el favor de hacerme un ladito , ¿eh , pichona?
--Yo no quiero comer , no quiero dormir : déjeme
en paz. ! .
-¡No, eh? ¡Vaya! pues, entónces... repuso la vieja re-
tirándose y sentándose en un taburete desde el cual , ora
lanzaba sobre la otra pobrecilla miradas de saña y terror
juntamente , ora clavaba la vista en su camastro , rabiando
á la idea de tener quizás que pasarse en vela toda la no-
che , y echando pestes contra el frio que se sentia. Pero
al fin se serenó un tanto con la idea de la cena , prome-
tiéndose que algo la tocaria del regalado banquete que es-
- 30 -

peraba para la jóven. Ésta , entretanto no sentia ni el frío


ni el hambre ; más aturdida que otra cosa , apénas con-
servaba de sus pesares y aun de sus temores misinos, sino
´una idea confusa , semejante á las pesadillas de un calen-
turiento . Á poco, sintiendo ruido en la puerta , enderezó-
se , y levantando la faz aterrada , gritó : -¿Quién es? quién
es? Que no entre nadie.
-Calla , calla , tontina , le dijo la vieja : es Marta, que
trae la cena para tí.
-Cierre , cierre esa puerta , gritaba Lucía. D
¡Ya voy, ya voy! respondió la vieja ; y tomando una
cestilla de manos de dicha Marta , despidióla , volvió á
cerrar , y puso' la cestilla sobre una mesa en medio del
cuarto. En seguida comenzó á invitar con reiterados rue-
gos á Lucía para que se aprovechase de tan buena ganga ;
y buscando el lenguage que más eficaz la pareció para ex-
citar el apetito de la infeliz , decia, mientras con golosos
ojos miraba los manjares: -¡Anda , anda! ¡ Perdiz , jamon!
¿ Cuándo nos veremos en otra como ésta? ... ¡ Hola ! ¡ vino !
y del que gasta el amo en los dias que repican gordo ,
cuando quiere echar una canita fuera con sus amigos ! ...
¡ Vaya !... Pero visto que nada conseguia de la jóven
con toda esta gastronómica exhibicion , prosiguió diciendo:
-¡Vamos ! está visto que no quieres... Pero no vayas á
decir mañana al amo que yo no he hecho todo lo posible
por animarte... Lo que es por mí , voy á tomar un boca-
dillo; y aquí te dejaré sobrado para cuando quieras entrar
en razon , y hacer algo por la vida ¿estás ? -Dicho esto , se
puso á devorar las provisiones . Cuando se hubo ya atifor-
rado á su placer , levantóse , volvió al rincon ', é inclinán-
dose sobre Lucía , la invitó de nuevo á cenar para ir á
acostarse despues .
¡ No , no , no quiero nada , gracias ! respondió ésta
31

con voz débil y como de soñoliento. En seguida , con acento


más firme y sonoro añadió: -¡Está cerrada la puerta? bien
cerrada?
Dicho esto, giró la vista por todo el cuarto, levantóse ,
y con pasos recelosos y tendidas las manos como quien
anda á tientas, se dirigia á la puerta, á tiempo que la vie-
ja, adelantándosele, cogió la manecilla del cerrojo, y me-
neándola decia :-¡No oyes ? Mira , mira si queda bien
atrancado. ¿Está ahora á tu gusto?
-¡Á mi gusto ! ¿Cómo puedo estar á gusto en seme-
jante sitio? replicó Lucia volviéndose otra vez á su rincon.
Pero Dios está en todas partes...
-Vaya, mujer! vente á la cama, decia la vieja ¿qué
quieres hacer ahí tirada como un perro? Si no lo hubiera,
pase! pero teniendo en donde tender la máquina ...
-No , no: déjeme estar aquí.
-Anda, pichona ! Mira: tú vienes, y te arrellanas á tu
sabor, y á mí me dejas un ladito , eh?... Vamos... ¿No?
Pues, hija, tú te lo pierdes; pero no vayas luego á decir
que no te he rogado... Vaya ¿vienes?... ¿No? ¡ Anda, que
te.... **
Diciendo así la vieja, metióse bajo las mantas sin
desnudarse, y todo quedó en silencio.
Lucia, inmóvil en su rincon, hecha un rebujo, con las
piernas encorvadas, los codos sobre las rodillas , y la cara
entre las manos, no puede decirse que dormia ni que ve-
laba: trabajosamente luchando con el torbellino de pensa-
mientos, de imaginaciones, de terrores, que alternativa-
mente agitaban su ánimo , pugnaba por darse cuenta de sí
propia, por recordar con algun órden las horribles cosas
que habia visto y padecido durante el dia, y por percibir
las circunstancias dolorosas de la oscura y terrible situa-
cion en que se hallaba; tanto más terrible, cuanto más
32 -

aterradores eran los fantasmas engendrados por aquella


misma oscuridad é incertidumbre. Largo rato pasó en es-
ta angustiosa pesadilla, hasta que al fin, vencida del can-
sancio y abatimiento, estiró los miembros encogidus , re-
`clinóse , ó cayó como derribada en tierra, y anegó su men-
te en una especie de sopor semejante al sueño . Pero á po-
co se despertó, como llamada de una voz interna, y em-
pezó á forzar su espíritu para volver enteramente en
su acuerdo y darse razon del sitio en que se hallaba, y de
cómo y porqué se hallaba. Oye de pronto un rumor, y
aplica el oido: era el ronquido lento y bronco de la vieja ;
abre de par en par los ojos, y ve un fulgor oscilante , que
no dejaba posarse en la estancia ni la luz ni la sombra:
era la llama del belon que cerca ya de apagarse, despedia
como un fuego fátuo, á cuyo intermitente centelleo se di-
bujaban los objetos en el piso, en el techo y en las pare-
des con temorosos contornos de indefinibles formas y co-
lores. Poco á poco sin embargo, comienzan á ordenarse
en la mente de Lucía las recientes impresiones, auxilián-
dola su recuerdo para percibir con distincion lo que sus
sentidos percibiau en confuso; y entonces ya la pobrecilla
reconoce su prision , y recoge como en un solo lazo todas
las memorias del espantoso dia pasado, juntas con todos los
terrores de lo incierto futuro: aquella misma calma , aque-
lla especie de universal réposo , aquella soledad en que la
habian dejado, causábania nuevo miedo, y tan grave afan
sentia que hubiera preferido morir. Pero en el instante
mismo de asaltarla este acceso de desesperacion, acordóse
de que al menos podia rezar, y á par de este pensamien-
to sintió brotar en su corazon una improvisa esperanza .
Púsose por tanto á rezar su rosario, y efectivamente á
medida que iba invocando á la Madre de los afligidos , di-
fundíase en su ánimo una confianza, vaga sí, pero conso→
33 --

ladora. De pronto invadió su espíritu un nuevo pensa-


miento: el de que sus oraciones serian más aceptas á Dios
y por consiguiente más eficaces , si las sellaba , digá-
moslo así , con un voto. Repasó entonces en su mente
todo lo que ella más amaba, ó más habia amado en este
mundo, pues poseida como á la sazon lo estaba del ter-
ror , habia en su corazon un laberinto tan oscuro , como en
su ánimo, y apénas podia concebir otro afecto que aquel
terror, ni otro deseo que el de libertarse de él; recordó,
digo, lo que más amaba, con propósito de renunciar á po-
seerlo. Alzóse, pues, del suelo, hincóse de rodillas, y jun-
tando sobre el pecho las manos sin soltar el rosario pen-
diente de ellas, levantó los ojos y el corazon al cielo , y dijo:
-¡Oh Virgen Santísima ! ¡ Vos, á quien tantas veces me
he encomendado en mis tribulaciones , y que tantas otras
os habeis dignado sacarme de ellas ! ¡ Vos , Madre mia,
que tantos dolores padecisteis, y tanta gloria gozais ahora
con vuestro Hijo Divino ! ¡Vos , que tantos milagros habeis
hecho para consolar á los tristes que os imploran! Ayu-
dadme, Virgen Santísima! Sacadme salva de este peligro ,
y llevadme al lado de mi madre , ¡ Madre de mi Salvador!
y yo os hago voto de perpétua castidad , y renuncio para
siempre à aquel pobrecito mio, para no ser ya sino
vuestra!...
Pronunciado que hubo estas piadosas palabras, inclinó la
cabeza, y rodeóse al cuello su rosario como prenda y señal
juntamente de su consagracion , y como armadura de la
nueva milicia en que acababa de afiliarse. Volvió luego á
sentarse en el suelo , penetrada ya su alma de cierta tran-
quilidad y de una confianza tan grande , que sólo al re-
cordar aquel mañana , pronunciado horas ántes por su
desconocido tirano , parecióla que tan vaga palabra era
toda una promesa de salvacion . Con esto , los sentidos
H 3
- 34

fatigados de tan prolija lucha fueron poco á poco recli-


nándose , digámoslo así , en el regazo de tan suaves pen-
samientos , hasta que ya , cerca del amanecer , palpitando
aún en sus lábios el dulcisimo nombre de su celestial pro-
tectora , durmióse la inocente con un sueño plácido y tran-
quilo.
Otra persona habia en el castillo , que habria de bue-
. na gana hecho lo propio ; pero no podia : el Innominado.
Despues que se hubo separado , ó por mejor decir , que
hubo huido de Lucía , y así que , dada la órden para la
cena de ésta , hubo terminado la cuotidiana ronda á va-
rios puestos del castillo , cada vez más dominado por la
imágen de la muchacha, y perseguido por el eco de aque-
llos lamentos y súplicas , habíase retirado á su cuarto,
encerrádose furioso y desconcertado en él , cual si hu-
biera tenido que atrincherarse contra un escuadron de
enemigos , desnudádose y metidose en la cama con no
menor agitacion y furia. Pero aquella imágen y aquel eco,
más que nunca tenaces en atormentarle , dijéronle entón-
ces : No dormirás . Revolviéndose incesantemente cual si
estuviera en un lecho de espinas , exclamaba para sí:--
¡Demonio de muchacha ! ¿Por qué habré yo hecho la
tontería de ir á verla ? Tiene razon ese bruto de Gavilan :
delante de ella no es uno hombre... ¡ Qué diablo ! ¿ Es la
primera mujer á quien uno ha visto gimotear?... No digo
yo mujeres , sino hombres muy barbados , cuando no han
podido hacer otra cosa , los he visto yo dar diente con
diente , y maldito si....
Y aquí , sin necesidad de forzar mucho sus potencias ,
le fué por sí misma la memoria representando multitud
de ocasiones en que ni lamentos ni súplicas habian lo-
grado apartarle de consumar resoluciones despiadadas.
Pero estos recuerdos , léjos de darle fortaleza para el caso
35 -

presente , ni de extinguir en su ánimo aquella importuna


compasion que le dominaba , infundíanle por el contrario
unà especie de terror y un como rabioso remordimiento ,
de tal manera tormentosos , que para sacudirlos no halló
más remedio sino evocar otra vez aquella propia imágen
de Lucía contra cuya tenaz persecucion habia precisa-
mente tratado de abroquelarse .- «Sí , se repetia en su in-
terior ; le daré larga : en mi poder la tengo , y nada me
cuesta decirle vete. Con sola una palabra , puedo ver
aquel rostro cambiarse y bañarse de alegría... Puedo de-
cirla tambien perdóname... Oh! ¿Perdóname? ¿Pedir yo
‫ ة‬una chicuela ? ¿Yo ?... Pues ya se vé que sí...
perdon ? ¿Á
¿Y por qué no , cuando veo claramente que esa palabra
sola que yo dijera , me quitaria de encima este peso ... este
infierno?... Sí que la diré ... ¡ Vaya si la diré! ... ¡ Pues se-
ñor! estoy aviado ! No sé lo que pasa por mí ... Yo no soy
hombre, no soy hombre... Bah ! (añadió golpeando con el
cuerpo la cama que se le habia vuelto dura como un cos-
tal de guijarros , y levantando en vilo las mantas que le
parecian de plomo .) ¡ Niñerías por el estilo de las que otras
veces se me han metido en la cabeza , y que luego han
pasado! Tambien ésta pasará. )-»—
Y para hacerla pasar en efecto , dióse á buscar en su
mente algun asunto de importancia , alguno de aquellos
proyectos que solian ocupar más aína su ánimo, con el
fin de absorberse en él ; pero ninguno halló. Todo lo
veia trocado en sí : lo propio que otras veces agitaba
más sus deseos, parecíale ahora indiferente y desprecia-
ble; las pasiones mismas que más habian encendido en
otro tiempo su corazon , á manera de corcel brioso que de
pronto se pára ante una sombra, se negaban á seguir galo-
pando. Répasaba en su memoria todos los empeños que
tenia pendientes , y léjos de animarse á darles cima , ni de
36 -
irritarse á vista de los obstáculos ( y eso que la ira en aque-
lla ocasion habria sido para él una especie de consuelo ) ,
sentíase pesaroso y casi espantado de lo propio que habia
ya hecho en las empresas mismas que tenia entre manos.
El porvenir se le representó vacío de todo intento, de toda
ocupacion , de todo deseo, y lleno únicamente de recuer-
dos intolerables ; las horas futuras se le representaron to-
das iguales á aquella que estaba pesando sobre él tan an-
gustiosa , tan lenta , en aquel momento . Pasaba revista en
su imaginacion á toda la turba de sus desalmados servi-
dores, y no solamente á ninguno hallaba cosa importante
que mandarle , sino que la idea de volver á verlos , de es-
tar con ellos, de hablarles, le escocia , le molestaba , le
abrumaba indeciblemente. Cuando á toda costa quiso ha-
llar una ocupacion para el siguiente dia, y pensar algo que
pudiera hacerse , nada más le ocurrió sino que estaba en
su mano el dejar libre á aquella pobrecilla ; y entonces, se
dijo : — « Nada, nada : apénas amanezca , voy corriendo á
decirla : puedes marcharte ... ¿ Y se ha de ir sola ? .. No ;
mandaré que la acompañen... Pero ¿ y mi palabra? y mi
compromiso? y D. Rodrigo? .. ¡Bah ! ¿quién es D. Rodrigo? »
Semejante á quien se viese sorprendido por una pre-
gunta inesperada y embarazosa dé un superior suyo , pensó
el Innominado al momento el modo de responder á ésta
que á sí propio se hacia , ó por mejor decir, que al hom-
bre viejo dirigia , con el aspecto y autoridad de un juez ,
el hombre nuevo que se levantaba terrible en la concien-
cia del antiguo . Dióse en primer lugar á discernir el valor
de las razones que tan fácil y gratuitamente pudieran ha-
berle movido para prestarse á mortificar , sólo por servir á
D. Rodrigo, á una infeliz de quien nada temia , que nin-
gun mal le habia hecho , y á quien ni conocia siquiera : no
solamente no halló ninguna plausible, sino que despues
37

de pensarlas todas, ni aun concebir pudo cómo se habia


prestado á semejante iniquidad . Habia consentido en ella ,
no deliberadamente , sino por un movimiento irreflexivo
de aquel ánimo connaturalizado ya con el mal y encalle-
cido, digámoslo así , á fuerza de crímenes ; y una vez llega-
do á este punto el exámen de conciencia de nuestro hom-
bre , hallóse con que , al querer darse cuenta de un solo
hecho, se le iba representando el cuadro entero de toda
su vida pasada... ¡ Oh ! ¡ cuánta perfidia! ¡ cuánta atrocidad!
¡cuánta violencia! ¡Y eso todos los dias, á todas las horas!
¿Y por qué tanto crímen? ¿Y para qué tanta sangre derra-
mada , mucha parte de ella inocente?.. ¡ Oh! ¡ un lago ! ¡un
lago! ¡Sangre en las manos , sangre en el pecho!.. Toda
derramada por él , ó por mandato suyo...
Horrorizado de sí mismo , trémulo , herizados los pocos
cabellos de su frente calva , poseido de la desesperacion ,
incorpórase en la cama , tiende el brazo á una repisa co-
locada junto á su cabecera , toma en sus manos crispadas
una pistola , monta el gatillo , y ... en el instante de poner
término á una insoportable existencia , párase de pronto
como sorprendido de un nuevo terror, de un ansia nue-
va , de un pensamiento que le parecia salir ya de su pro-
pio sepulcro, y tiéndese luego su fantasía á recorrer el
tiempo que continuaria pasando despues de su muerte.
Entónces vió su propio cadáver rígido , ensangrentado , mu-
tilado, hecho quizás ludibrio del más vil de sus domésti-
ticos ; la sorpresa , la confusion de las gentes de su casa;
invadido , desconcertado su castillo , y él sin voz ni fuerza
para defenderlo, arrojado tal vez en un muladar : oia las
conversaciones , el gozoso grito de sus víctimas , allí , en
los contornos, en las comarcas lejanas ; miraba el júbilo
de sus enemigos... Las tinieblas mismas, el silencio , la so-
ledad acrecentaban en su espíritu el horror y la tristeza
38

de la muerte ; figurábasele que , de dia claro, en campo


abierto, delante de gentes, no habria vacilado en arrojar-
se en un rio y hundirse bajo sus ondas. Absorto en estas
tremendas imágenes, agitaba con una fuerza convulsiva el
dedo pulgar, montando y desmontando el gatillo de la pis-
tola , cuando de súbito le asalta otro pensamiento:- <Y si
fuese verdad , dice , esa otra vida de que me hablaron
cuando niño , de que siguen hablando siempre en el mun-
do como de cosa infalible ! .. ¿Ó no será esto más que una
patraña , un cuento inventado por los Curas? .. Pero sea lo
que sea ¿por qué morir? ¿Qué vale lo que yo he hecho?
¿qué importa?.. ¡ Bah! iba yo á hacer una valiente tonte-
ría... Y si esa otra vida…....-
Esta duda tremenda le infundió una desesperacion
tanto más grave y sombría cuanto que vió posible no al-
canzar á evitarla ni con la muerte . Entónces soltó el arma
con nuevo terror , y echóse mano á la cabeza , tiritando
cual si tuviese frio de terciana. De repente oye resonar
en su cerebro palpitante aquellas palabras que acababa
de oir . - ¡ Perdona Dios tantas cosas por una sola obra de
caridad! » -Pero no le sonaban con aquel acento de hu-
milde súplica , sino como si fueran un precepto soberano,
y al mismo tiempo una voz de esperanza . Este recuerdo
alivió un tanto su angustia ; quitándose las manos de las
sienes , y en actitud ménos inquieta , fijó los ojos del es-
píritu en la inocente que le habia dicho aquellas palabras,
y la vió, no como una víctima suya que implorase de él mi-
sericordia , sino como un ángel que le prodigaba gracias
y consuelos. Parecióle entónces que el dia tardaba un si-
glo : tal era su afan por levantarse á dar libertad á aque-
lla infeliz , á oir de sus lábios nuevas palabras vivificantes
y consoladoras , á restituirla por sí mismo al lado de su
madre.Bien , se decia: ¿Y luego? ¿Qué me hago ma-
- 39 -

ñana? ¿en qué ocupo el dia ? Y pasado mañana? Y el otro?


Y la noche la noche que llegará infaliblemente á su
tiempo?... Oh! la noche!... No , no... La noche me... me
aterra! -- Y así recorriendo el tedioso vacío de su porve-
nir , nada encontraba en que emplear el tiempo , ninguna
manera de pasar los dias ni las noches . Ora se proponia
abandonar el castillo , y marcharse léjos , muy léjos , á
donde nadie le conociese , ni aun de nombre; pero, y de
sí mismo, adonde huiria? Ora divisaba, allá en confuso y á
lo léjos , una esperanza de recobrar los antiguos brios y
volver á su anterior vida , y entonces se le figuraba que su
actual estado era un delirio pasajero . Tan pronto temia
que amaneciese y le halláran los suyos tan miseramente
trocado , como ansiaba la nueva luz cual si hubiera tam-
bien de iluminar su propio espíritu .
En este momento, comenzando ya efectivamente á des-
puntar el alba , poco despues de haberse dormido Lucía, y
mientras el mísero calenturiento estaba inmóvil, incorpora-
do en la cama, hé aquí que siente zumbar de pronto un so-
nido no bien perceptible , pero lo bastante para conocerse
que era como una voz de júbilo. Púsose á escuchar atenta-
mente , y en breve percibió un repique de campanas allá á
lo léjos , y poco despues el eco de los montes que ora re-
petia levemente aquel sonido, ora se confundia con él . Pa-
sado un momento , oye otro repique ya más inmediato , y
luego otro y otro. - ¿Qué bulla es esta? exclama . Se han
vuelto locos los campaneros?» - Diciendo esto , salta de
aquel potro , y á medio vestir , corre y abre una ventana.
Mira y ve los montes casi velados por la niebla : el cielo,
más bien que nebuloso , era todo él una nubecilla ceni-
cienta ; pero á la luz de la aurora 'que iba cada vez más
aclarando el horizonte , divisó allá en el fondo del valle
grupos de gentes que atravesaban el camino , mientras
40 -

otras iban saliendo de las casas , y se dirigian , lo mismo


que las primeras , hácia la desembocadura del valle á la
derecha del castillo ; todas vestidas con galas de fiesta, y
animadas de extraordinario regocijo.
-¿Qué diablos tiene esa gente? pensó el Innominado.
¿Qué puede haber que así los regocije en esta maldita
tierra? ¿Adonde vá toda esa turba? » -Y dando entonces una
voz á un bravo de su confianza que dormia en una alcoba
contigua , preguntóle la causa de aquel rebullicio . Pero
el bravo que tampoco estaba más adelantado de noticias,
respondió que iria á enterarse de lo que era : fué en efec-
to , y mientras tanto , quedóse su señor asomado á la ven-
tana , contemplando aquel animado movimiento : hom-
bres , mujeres , niños , en grupos , en parejas y sueltos ;
uno apresurando el paso para reunirse con otro que iba
delante ; otro al salir de su casa emparejando con el pri-
mero que encontraba , y marchando juntos luego como
amigos que se hubieran dado cita. Sin duda aquello era
una fiesta general y un júbilo comun : decíanlo clara-
mente los rostros , y lo que éstos no decian , publicábalo
aquel desconcertado repicoteo que zumbaba en todos los
campanarios vecinos, unos más cerca, otros ménos. El In-
nominado miraba y miraba , cada vez más curioso de sa-
ber qué acontecimiento comunicaba un regocijo tan
igual y manifiesto á tantas y tan diversas gentes .
- 41 --

CAPÍTULO XXII.

EL HEREDERO DE UN SANTO .

poco rato volvió el bravo con la noticia de que el


dia ántes habia llegado á ***, y que se detendria veinte y
cuatro horas allí , el Cardenal Federico Borromeo , Arzo-
bispo de Milan ; que habiendo corrido la nueva de su lle-
gada por todos aquellos contornos , habia entrado la gente
en gana de ver á tan ilustre personaje , y que el repique
era más bien para tocar á fiesta que para avisar á la gente.
Con estas nuevas , tornó el señor á quedarse sólo , y con-
tinuó mirando aquel espectáculo desde su ventana , más
pensativo aún que antes.¡Tanta bulla y tanto regocijo,
exclamó en su interior, nada más que por ver á un cura
vestido de colorado ! ... No , y ellos cada cual tendrá, de
seguro, su diablo que le atormente . Pero ninguno quizás
lleve en el alma este infierno mio , ni habrá pasado una
noche como yo ... Ah! qué noche! ... ¿Y por qué van todos
esos á ver á ese hombre? ¿Qué tiene de particular ese se-
ñor para haberlos puesto tan alegres?... Ah! Ya caigo en
la cuenta : les dará algun que otro sueldo , así, á granel ...
Pero no; todos no van por limosna... Limosna! limosna ! ...
Puede haber quien la necesite de palabras consoladoras
42 -

más que de dinero : y si ese hombre... ¿Y por qué no he


de ir yo tambien á verle? Por qué no ? ... Ya se vé que
iré... y le hablaré de silla á silla ... ¿A mí, qué...? Pero
¿qué le voy á decir?... Es claro , le diré... le contaré este
afan ... este... Veremos lo que dá de sí ese señor ... Lo di-
cho voy á verle.... Iré...- >
Y más resuelto de lo que él mismo pensaba , acabó de
vestirse al escape , poniéndose un coleto, que tenia cierto
corte como de militar; cogió luego la pistola que habia de-
jado suelta encima de la cama, y se la colgó en un lado del
cinto; sacó despues la compañera que se habia quedado en la
repisa , y se la colgó al otro lado , juntamente con una
daga que se colocó en el propio cinto; descolgó en seguida
de la pared una carabina tan famosa en aquella comarca
como su mismo dueño, y se la echó á la espalda , atra-
vesada en su correspondiente bandolera ; tomó despues
su sombrero, y con este atelage salió del cuarto , dirigién-
dose ante todo al en que habia dejado á Lucia. Llegado á
la puerta, soltó primero la carabina y arrimóla á un rin-
con, y luego llamó á media voz y con un golpecito.
La vieja dió un salto de la cama , y fué corriendo á
abrir: el señor entró , y como al echar una ojeada por el
cuarto, viese á Lucia acurrucada é inmóvil en el rincon
queya sabemos, miró ceñudo á la vieja y le dijo con acen-
to iracundo, pero en voz muy bajita:
-¿Es eso lo que yo te habia mandado, mala bruja?
-Yo, señor... respondió la vieja temblando, he hecho
todo lo posible por reducirla; pero nada: no ha querido
probar bocado, ni …
.. Ella misma puede decir...
-Hé ! déjala dormir en paz , y cuenta con molestarla.
Así que se despierte... Yo mandaré á Marta que esté ahí
en el cuarto inmediato, para que traiga á esta jóven lo
que pida. Así que se despierte... dila que yo ... que el amo
43

ha salido; pero que volverá pronto, y que... que hará lo


que ella quiera...
La vieja se quedó estupefacta, diciendo para sus aden-
tros:-¿Si será alguna princesa?...
El señor volvió á salir, recogió su carabina, mandó á
Marta situarse en el aposento contiguo, y apostó de centi-
nela al primer bravo que se encontró , dándole órden de
que á nadie más que á Marta dejase poner el pié en el
cuarto de Lucia; y sin más demora salió del castillo , y bajó
casi al escape la cuesta .
Nuestro manuscrito no dice cuanto distase el castillo
del pueblo en donde estaba el Arzobispo; pero segun resulta
de los hechos mismos que vamos á referir, debia ser cosa
de un buen paseo nada más . No deducimos esto del hecho
solo de que acudiesen al pueblo aquellos moradores del
valle, ni aun otros de más lejos ; porque, segun hallamos
comprobado en todas las crónicas de entónces, iban mul-
titud de gentes desde veinte y más millas á visitar á Fe-
derico.
Los bravos que el señor se iba encontrando en la cues-
ta, parábanse respetuosamente al emparejar con él, en ac-
titud de esperar si algo les mandaba , ó si queria acompa-
ñarse de ellos para alguna expedicion; y no sabian qué
pensarse del aire extraño y de las singulares miradas con
que él correspondia á sus mudas reverencias.
Pero nada fué esta extrañeza , comparada al asombro
de los paisanos cuando le vieron solo y sin comitiva en
medio del camino real : esto no quitó el que todos , som-
brero en mano, y haciéndose un arco con el cuerpo , se pa-
rasen á abrirle calle y á seguirle á más distancia de la que
habria él necesitado para llevar de escolta aunque hubiera
sido un escuadron . Lo mismo le sucedió cuando hubo lle-
gado al pueblo toda la gente, que era mucha, le dió paso
-441.--

franco, y su nombre corrió al instante de oido en oido.


Acercóse á uno , y le preguntó en dónde estaba alojado el
Cardenal:- En casa del señor Cura le respondió el
preguntado , haciéndole una reverencia , y acompañándole
luego á enseñarle la casa . Llegado á ella , entró nuestro
hombre y atravesó el patiecillo que servia de portal , por
entre un apiñado grupo de sacerdotes allí reunidos , que le
miraron todos, por supuesto, con tanto recelo como asom-
bro. Dirigióse luego á una puerta que vió abierta enfrente,
y que daba entrada á una salita en donde habia tambien
otros muchos sacerdotes ; soltó su carabina , la arrimó á
un rincon del patiecillo ; entró en la salita , y dicho se está
si tan luego como hubo entrado, menudearon los chichis-
beos, las miradas á hurtadillas, las sospechas recelosas y
los recaditos al oido . El , volviéndose á uno de los sacer-
dotes, le preguntó en dónde estaba el Cardenal , porque
queria hablarle.
-Yo soy forastero, respondió el preguntado; y mi-
rando luego en derredor de sí , llamó al capellan crucife-
ro, que justamente en aquel momento estaba en un rin-
con de la salita diciendo á un compañero suyo : -¿Quién?
¿ese famoso perdonavidas ? ¿ Qué traerá por aquí ? Vade
retro. »-Pero ¡ amigo! como se vió llamado en medio de
aquel silencio general , no tuvo más remedio que llegarse
al perdonavidas famoso , y saludarle con una cabezadilla,
y oirle su pretension : así que le hubo oido , miróle con
ansiosa curiosidad , y bajando luego otra vez los ojos como
deslumbrado por aquella diabólica catadura, hizo una bre-
ve pausa , y respondió despues tartamudeando :
-No sé si su Eminencia podrá en este momento ... si
estará visible... ó si ... Pero , en fin , voy á verlo , añadió
caminando á regañadientes á dar el recado al Cardenal,
que estaba en la pieza contigua.
45

En este punto de nuestra historia no podemos ménos


de pararnos unos instantes, à la manera que el viajero,
triste y fatigado de una larga jornada por camino árido y
desabrido , párase á reposar un poco de tiempo á la som-
bra de un árbol frondoso, ó sobre el mullido césped á la
márgen de un manantial. Acabamos de topar con un per-
sonaje , cuyo nombre y memoria , cuando quiera que se
presenten al ánimo, le recrean con un plácido afecto de ve-
neracion y gozoso movimiento de simpatía ; cosa que no
puede ménos de sernos grata despues de tantas imágenes
de dolor y tan varios cuadros de repugnante perversidad
como hemos estado contemplando . Respecto de este per-
sonaje, necesitamos absolutamente decir cuatro palabras:
el que no se cure de oirlas, y tenga afan de proseguir la
historia , salte desde luego el capítulo siguiente.
Federico Borromeo, nacido en 1564 , fué uno de los
hombres dignos de especial recuerdo entre cuantos hayan
consagrado al culto de la verdad y á la práctica del bien
un ingenio varonil , todos los medios de una grande opu-
lencia , todos los timbres de una estirpe nobilísima , con
toda la constancia de un ánimo perseverante. Su vida es
un manso arroyuelo que , brotando limpio de la peña, cor-
re sin estancarse ni enturbiarse jamas por largo trecho y
diversas regiones, para sepultarse en el rio con toda su
limpieza primitiva . Criado en el regalo y la pompa , pro-
fesó desde su niñez , con palabras, pensamientos y obras,
aquel desprecio de los mundanos goces, aquel horror al
orgullo, aquel apego á la verdadera dignidad y á los ver-
daderos bienes que , estimados de unos , aborrecidos de
otros , vienen siendo herencia legada de generacion en
generacion á la humanidad por la santa Religion de Jesu-
cristo. Profesó, digo, con obras y palabras estas virtudes,
saboreólas con fervorosa complacencia , y apegándose
46 -

solícito á cuanto halló bueno y verdadero , supo combatir


valeroso y perseverante lo falso y detestable de cuanto el
mundo encomia y ama. Persuadido á que la vida no ha de
ser solamente un peso molesto para muchos, y una fiesta
regalada para algunos pocos , sino para todos un cargo
de cuyo desempeño habrán de dar cuenta en el eterno dia,
1 comenzó desde niño á pensar cómo desempeñaria el suyo
útil y santamente.
En 1580 manifestó su resolucion de consagrarse al mi-
nisterio eclesiástico , y en efecto recibió las sagradas órde-
nes de manos de aquel su glorioso primo Cárlos Borromeo,
á quien ya entonces proclamaba santo una fama tan anti-
gua como universal. Poco tiempo despues , entró en el
colegio fundado por el mismo San Carlos en Pavía , y que
aún hoy lleva por título el apellido de su fundador ; y allí,
mientras asíduamente se dedicó á cumplir con las reglas
del instituto , impúsose á sí propio otras dos especiales,
que fueron : una , enseñar la doctrina cristiana á los más
rudos y menesterosos de las clases humildes; otra, visitar ,
servir , consolar y socorrer enfermos . Con la autoridad de
que por tantos títulos gozaba entre sus compañeros, supo
hacérselos cooperadores en aquellas santas tareas ; y en
todo cuanto era para edificacion y provecho del prójimo,
ejerció una primacía , digámoslo así , de ejemplo ; prima-
cía que de todos modos le habrian quizás grangeado sus
dotes personales , aun cuando hubiese sido el de más hu-
milde cuna. Pero cabalmente las grangerías de otra es-
pecie que hubiera podido deber á su elevada clase , no
sólo no las buscaba él , sino que las esquivaba con singu-
lar diligencia : díganlo su mesa más pobre que frugal, su
vestimenta más pobre que sencilla , y á tenor de esto , su
vida entera y sus costumbres. En vano sus deudos le re-
convenian y se lamentaban de que así , decian ellos , en-
47

vileciese el lustre de su alcurnia: en vano sus ayos y maes-


tros le rodeaban, á fin de estimularle, ó le decorában fur-
tivamente y como por sorpresa , con alguna rica prenda
de vestido ó de ornato que le distinguiera de sus condis-
cípulos y le señalase puesto privilegiado en la casa ; ora
fuese que los tales creyeran lisonjearle á la larga con es-
tas distinciones ; ora les moviese aquella especie de amor
como de nodriza que se envanece y complace en el esplen-
dor del niño á quien ha amamantado ; ora en fin , perte-
neciesen al género aquel de discretos que , recelosos de
las virtudes como de los vicios , predican incesantemente
que la virtud consiste en un buen medio , y colocan este
buen medio en el punto adonde ellos han podido llegar y
en donde se encuentran á sus anchas . Á todos estos re-
sistió Federico valerosamente , y no sólo no se dejó vencer
de sus lisonjas y sujestiones , sino que los reprendió se-
vero por ello ; y esto , siendo todavía casi un niño .
Que en vida de su santo primo , mayor que él veinte y
seis años ; ante aquella grave y solemne presencia que tan
al vivo respiraba é infundia la santidad , y á la cual , si
preciso hubiera sido , habria añadido autoridad la vene-
racion contínua , manifiesta , espontánea y universal de
cuantos le rodearon ; que en vida , digo , de tan augusto
modelo , se hubiera esforzado el adolescente Federico en
imitarle , nada ciertamente habria tenido de extraño ;
pero que luego , al quedarse , á la edad de veinte años,
huérfano de tan santo maestro , no echase nadie de
ménos en él un censor ni un guia , cosa es por demas no-
table. La creciente fama de sus talentos , de su sabiduría
y piedad , la poderosa mediacion de más de un Cardenal
ligado á él con vínculos de parentesco , el influjo de su
familia, su apellido mismo , que llevaba ya en sí para todo
el mundo un como timbre de la santidad y preeminencia
-48

que le habia legado el difunto Cárlos ; en suma , todo


cuanto debe y puede elevar á los hombres á las altas dig-
nidades eclesiásticas , prometian al jóven Federico una
brillante y rápida carrera . Pero él , que profesaba de co-
razon lo que no negará con los lábios nadie que por cris-
tiano quiera ser tenido, esto es, que ningun hombre puede
ser con justicia superior á otros sino cuando lo es para
consagrarse á su servicio , temia las dignidades, y pugna-
ba por apartarlas de sí ; no en verdad porque le pesase de
servir á sus prójimos , pues pocas vidas se han empleado
tan gloriosamente en esto como la suya , sino porque en su
humildad se juzgaba indigno de tan alto y peligroso en-
cargo. Prueba de ello fueron su turbacion y obstinadas
negativas á aceptar el arzobispado de Milan, que en 1595
le confirió Clemente VIII . Fué menester un precepto ex-
preso del Pontífice para que le aceptara .
Sé que no son raras en el mundo semejantes muestras
de modestia y de humildad , y que ni la hipocresía ha me-
nester de grande habilidad para darlas cuando son fin-
gidas , ni de grande estímulo la malignidad para inter-
pretarlas torcidamente aun cuando sean sinceras. ¿Pero
dejan por esto de ser expresion natural de un ánimo vir-
tuoso y prudente? La vida es la piedra de toque de las
palabras ; y las palabras que significan humildad y modes-
tia , siquiera hayan pasado por los lábios de todos los hi-
pócritas y malignos del mundo , serán siempre , santaş
cuando se las halle precedidas y confirmadas por una vida
de abnegacion y de sacrificio.
Elevado á la sede arzobispal , no fué ménos singular
ni contínua en Federico su diligencia por no tomar para
sí , ni de sus riquezas , ni del tiempo, ni de los mundanos
afanes, ni de nada que le fuera personal , por decirlo de
una vez , sino lo rigorosamente necesario. Enseñaba con
49 -

palabras , y lo que es mejor , con ejemplarísimas obras,


que las rentas eclesiásticas som patrimonio de los pobres.
Mandó en consecuencia tasar con exquisito rigor el impor-
te de lo absolutamente indispensable para su mantenimien-
to anual y el de sus familiares ; y como le dijesen que
seiscientos escudos , (escudo se llamaba entonces la propia
moneda de oro que despues fue llamada zequi ) ( 1 ) man-
dó que se sacase esta cantidad de su peculio privado , cre-
yendo que quien tan rico era por su casa , no tenia dere-
cho á consumir ni aun aquella parte del patrimonio de los
pobres. Lo que destinaba al sostenimiento de su sola per-
sona, era tan escasito y tan sutilmente estirado , que nun-
ca desechó una prenda de vestir hasta que era de todo
punto imposible ya ponérsela por raida ; però esto , como
lo notan los historiadores contemporáneos , sin que en
nada perjudicase á los hábitos de aseo y exquisita limpie-
za que tenia : cualidades ambas verdaderamente notables
en aquellos tiempos de suciedad junta con despilfarro . Del
propio modo , para que nada se desperdiciase de las so-
bras de su frugal mesa , las destinó á un hospicio; y todos
los dias iba uno de los pobres acogidos en aquella casa de
caridad , y entraba en el comedor á recogerlas. Providen-
cias todas que á un espíritu superficial podrian acaso pa-
recer señales de virtud mezquina, tacaña, y de un ánimo
atestado de minuciosidades é incapaz de concebir proyec-
tos grandiosos , si para desmentir tan errado juicio no es-
tuviese en pié esa Biblioteca Ambrosiana que Federico ideó
con tan vasta grandeza, y erigió desde el cimiento con li-
beralidad tan dispendiosa ; como que para proveerla de

(1) Próximamente cuarenta reales de nuestra moneda.- Es


decir que la dotacion de Federico eran unos 24,000 rs . Para vi-
vir un Arzobispo , no era seguramente un despilfarro. (Nota del
traductor .)
H 4
+50

libros y manuscritos , ademas de los que él por si propio


recogió con singular diligencia y graves desembolsos , do-
tó á ocho sábios de los más eruditos y expertos que pudo
encontrar para que fuesen á adquirir todas las riquezas bi-
bliográficas que pudiesen en Italia, Francia, España, Ale-
mania , Flandes , Grecia , el Líbano y Jerusalem. De esta
manera logró juntar en aquel magnífico instituto cerca de
treinta mil volúmenes impresos y catorce mil manuscri-
los . A la biblioteca agregó un Colegio de doctores ( nueve
en un principio , y pensionados por él mientras vivió ; des-
pues de su muerte, quedaron reducidos á dos , por no alcan
zar á más las rentas ordinarias) con el cargo de cultivar di-
versas ciencias, como teología , historia , literatura, antigüe-
dades eclesiásticas , lenguas orientales , y con obligacion
ademas de publicar obras acerca de las materias que les
fueron respectivamente asignadas . Junto con este Colegio,
instituyó otro que él llamó trilingüe , porque en efecto te-
nia por especial asignatura el estudio de las lenguas grie-
ga, latina é italiana; fundó ademas un seminario de alum
nos para que, instruidos en aquellas ciencias y lenguas, se
dedicasen luego á enseñarlas ; una imprenta de lenguas
orientales , es decir , hebraica , caldea , arábiga , persiana
y armenia; una galería de cuadros, otra de estátuas, y una
escuela de las tres principales artes del dibujo. Para éstas
pudo fácilmente hallar profesores ya formados; pero para
todo lo demas , ya hemos visto el trabajo que le costó re-
coger libros y manuscritos ; y aun más difícil le debió ser
encontrar tipos de aquellas lenguas, ménos cultivadas por
entónces en Europa que hoy dia; y más aún que los tipos ,
obreros para manejarlos . Baste decir que de loshueve doc-
tores , tuvo que escoger ocho entre los jóvenes alumnos
del seminario ; y de aquí puede inferirse el concepto que
le merecian los estudios vigentes y las reputaciones famo-
-51--

sas de aquel entónces ; concepto no desmentido cierta-


mente por la posteridad , pues que ha dejado en total ol-
vido los unos y las otras . En el reglamento que estableció
para el aprovechamiento y régimen de la biblioteca , se
descubre un constante propósito de hacerla útil ; pro-
pósito no solamente apreciable en sí mismo , sino superior
en gran manera á las ideas y usanzas de aquel tiempo.
Prescribió al bibliotecario mantener correspondencia con
los hombres más doctos de Europa, para que estuviera
siempre al corriente del estado de las ciencias y de los
más notables libros de todo género que se publicasen, con
el fin de adquirirlos para la biblioteca ; dióle el cargo de
indicar á los estudiosos las obras que no conociesen y pu-
dieran serles útiles; y mandó que á todos, ya fuesen nacio-
nales , ya extranjeros , se les facilitasen tiempo y comodi-
dad para leer los libros que les convinieran : disposicion
que á todo el mundo parecerá sin duda muy natural , é
identificada con la fundacion de una biblioteca ; pero que
entónces debia ser innovacion extraordinaria , pues en
una historia de la ambrosiana , escrita con el estilo y per-
files del gusto de aquella época por un tal Pierpaolo Bos-
ca , que fué bibliotecario despues de la muerte de Federi-
co , se menciona expresamente como cosa rara el que en
aquella libreria , instituida por un particular , y casi á sus
expensas , estuviesen los libros á la vista del público y á
disposicion del primero que los pidiese , dándoseles ademas
asiento , papel , pluma y tintero para tomar los apuntes
que necesitasen ; mientras que por aquel mismo tiempo
. habia en Italia algunas otras bibliotecas públicas
, y muy
insignes por cierto, en que los libros estaban guardados y
escondidos en estantes , de donde no salian sino por espe-
cial merced de los bibliotecarios cuando se dignaban en-
señarlos , como quien dice , por el forro , y en las cuales ni
52

aun idea se tenia de que debiera facilitarse la lectura á los


concurrentes ; resultando de aquí que el enriquecer seme-
jantes bibliotecas era tanto como secuestrar los libros , y
podia bien compararse á ciertas clases de cultivo , como
hay muchos todavía , que esterilizan los campos.
No se nos pregunte ahora qué provechos reportó la
ilustracion pública de este instituto de Federico : fácil cosa
seria demostrar en dos palabras, al uso moderno, que fue-
ron milagrosos , ó que fueron nulos ; pero inquirir y ave-
riguar la verdad del caso , seria empresa tan fastidiosa co-
mo inútil é intempestiva . Pero sea de ello lo que se quiera,
basta lo dicho para comprender la liberalidad , la discre-
cion, la bondad, el perseverante celo de la propagacion de
las luces que debian animar al hombre que intentó , plan-
teó y consumó aquella obra tan árdua , en medio de aque-
lla ignorancia , de aquel abandono, de aquella antipatia ge-
neral á toda aplicacion estudiosa , y por consiguiente , en
medio de aquel ¿y esto, para qué sirve? y más valia que
pensara en otras cosas, y ¡ vaya una donosa ocurrencia ! y
otras salidas por el estilo, que de seguro habrán sido más
numerosas que los escudos invertidos por el Cardenal en
aquella empresa , los cuales subieron á la suma de ciento
cinco mil, de su peculio privado la mayor parte.
Para tener á tan insigne varon por benéfico y liberal
en sumo grado, no faltará quien juzgue inconducente sa-
ber si empleó muchas sumas en el socorro directo de los
menesterosos; pues hay por desgracia bastante gente para
quien el dicho género de gastos , y aun todos los géneros de
gastos imaginables, son la mejor y más útil limosna . Péro
Federico no era de la opinion de estos tales, pues tenia la
limosna propiamente dicha por uno de los principales de-
beres; y1 en esto, como en todo lo demas , correspondie-
ron á sus pensamientos sus obras : su vida entera fué una
contínua limosna á los pobres, y en breve tendremos oca-
sion de referir algunas de sus caridades durante la carestía
de que ya hemos hablado en nuestra historia, por las cua-`
les se verá cuán maravillosamente sabia juntar la dis-
crecion con la munificencia; cosas que, en asunto de cari-
dad, suelen andar ménos juntas de lo que comunmente
se cree. De varios ejemplos especialmente notados por sus
biógrafos respecto al ejercicio de esta virtud de Federico ,
no citaremos más que uno solo. Noticioso de los artificios
y violencia que cierto noble usaba para hacer entrar monja
á una hija suya, y de que la muchacha en cambio queria
casarse , llamóle; y sonsacándole con esquisita maña el ver-
dadero móvil de su loco empeño , que no era otro sino el ca-
recer de cuatro mil escudos, necesarios en concepto de él
para casar decorosamente á su hija , dióla Federico en do-
te esta propia suma. No faltará tal vez quien tenga esta lar-
gueza por un exceso, por una indiscrecion , por una con-
descendencia indebida con los necios antojos de un padre
soberbio y tirano; ni quien piense que cuatro mil escudos
eran suma para mejor empleada en cien mil otras cosas
mejores. Á éstos nada más responderemos sino que seria
muy de desear que no escaseasen tanto en el mundo excesos
de una virtud tan superior á las opiniones dominantes, (ca-
da tiempo tiene las suyas , ) y tan independiente de la ten-
dencia general de una época, como lo fué, en aquella oca-
sion, y en un sacerdote, y en un Prelado, el dar aque-
lla suma porque una muchacha no fuese monja. Federico
pensó que bien valia cuatro mil escudos evitar una des-
gracia y un sacrilegio .
La inagotable caridad de este varon se ostentaba , no
ménos que en sus larguezas, en todo su porte y tenor
de vida. Afable con todos , éralo muy en particular con
los que el mundo llama de baja condicion ; para éstos te-
51

nia rostro más jovial y dulzura de tanto mayor valía cuan-


1 to más áspero y despiadado era el orgullo de los dichosos
de aquel tiempo . En esta materia tuvo muy mucho que
lidiar con los prudentes del nequid nimis, para quienes es
exagerado todo lo que no comprenden sus caletres va-
cíos , y lo que no alcanzan sus corazones acostumbrados á
tasar y medir con cien raseros todo afecto que huele á
grande y generoso. Vaya un caso por via de ejemplo:
Cierta vez que estando Federico en santa visita en un pue-
blo miserable y rudo , enseñaba la doctrina á unos pobre-
citos niños , y entre explicacion y explicacion les hacia
amorosamente paternales caricias, hubo de advertirle uno
de los tales prudentes que se mirașe más en manosear así
á aquellos muchachos , porque estaban muy súcios y as-
querosos. El pulido consejero se figuraba sin duda que Fe-
derico no tenia bastante penetracion para hacer por sí tan
famoso descubrimiento ; pero tal es en ciertos tiempos y
respecto á ciertas cosas la desgracia de los hombres cons-
tituidos en dignidad : que mientras rara vez hallan quien
les advierta sus faltas , encuentran á centenares y á miles
quienes les reprendan por el bien que obren. El buen Ar-
zobispo limitóse á responder , no sin cierta severidad , al
importuno:-Hijitos de mi alma ! Quizás no vuelvan ya
más á verme : ¿cómo no he de abrazarlos?»
Pero la severidad era cosa rara en él , pues al contra-
rio todo el mundo admiraba aquella suavidad de trato ,
aquella imperturbable mansedumbre , que parecian efec-
to de un carácter naturalmente dulce y humilde , y que
no eran sino triunfo de un esfuerzo contínuo sobre sí
propio para domar su natural vivo y excitable . Si algu-
na vez se mostró severo y hasta brusco , no fué sino con
los sacerdotes sujetos á su autoridad cuando le era preciso
reprenderlos de algunas faltas opuestas al espíritu de su
55

augusto ministerio ; pero en cuanto pudiese tocar no más


que á su propio interes ó á su gloria temporal , nadie le
vió nunca ni una sola muestra de alegría, ni de resenti-
miento, ni de afan , ni de rencor : cosa de maravillar si en
su ánimo no surgia ninguno de estos afectos; pero mucho
más de maravillar aún si surgia. En la multitud de Cón-
claves á que asistió , no solamente se grangeó el comun
concepto de no haber aspirado jamás á aquella dignidad
augustísima , tan codiciada por la ambicion , tan temida
por la piedad ; sino que una vez que cierto colega suyo,
de grande influencia , se acercó á ofrecerle su voto y el de
su partido , ( ¡ fea palabra ! pero así se decia ) rehusó Fe-
derico de tal modo la oferta , que quitó al otro todo deseo
de reiterarla . Esta misma modestia , esta aversion al pre-
dominio se mostraban igualmente en las circunstancias
más comunes de su vida : infatigablemente solícito en
disponer y gobernar en cuanto juzgaba de su obligacion y
cargo , huyó siempre de mezclarse en lo que no era de su
incumbencia , y hasta procuraba excusarse todo lo posi-
ble cuando se le buscaba para que lo hiciese; discrecion
y reserva que sabido es suele no ser comun en hombres
tan celosos del bien como lo era Federico .
Si hubiésemos de dar largas al gusto de trazar las prin-
cipales notas de su carácter , resultaria ciertamente un
raro conjunto de méritos opuestos en apariencia , y que de
hecho se hallan dificilmente reunidos en una misma per-
sona . Pero no omitiremos otra singularidad de aquella
ejemplar vida ; y fué , que en medio de tanto y tan vario
cargo como llevó sobre sí ; gobernando, administrando su
jurisdiccion pastoral , enseñando, dando audiencias, ha-
ciendo visitas diocesanas, viajando, sufriendo á veces con-
trariedades, le quedase todavía tiempo para estudiar, no
ya un poco, sino tanto como hubiera podido hacerlo uno
56

de los más estudiosos letrados de profesion. Prueba de


ello la fama de hombre docto que , á par de tantos otros
y tan varios títulos de alabanza , mereció entre sus con-
temporáneos . Sky
No ocultaremos empero que à vueltas de prendas tan
insignes, profesó con persuasion firmísima , y puso con
tenacidad en práctica , opiniones que hoy dia pudieran pa-
recer á algunos más singulares que faltas de fundamento.
Pudiera defendérsele con la vulgar y admitida disculpa de
que sus errores fueron de su tiempo más bien que suyos;
disculpa que ciertamente , en muchos casos y siempre que
resultare de un exámen concienzudo de los hechos, puede
tener algun valor, y aun mucho ; però que aplicada lige-
ramente y á ciegas , como suele hacerse por lo comun , á
nada conduce. Por eso nosotros , que no gustamos de re-
solver con fórinulas sencillas cuestiones complicadas , y
que ademas no queremos alargar este episodio , las pasa-
remos en silencio , limitándonos á decir, como en resúmen,
y para que nadie crea que nos hemos propuesto escribir
un panegírico, que de hombre tan admirable en su con-
junto, fuera locura pedir igual perfeccion en todos sus por-
menores.
No creemos agraviar al lector suponiendo que pregun
te si tan agudo y sábio varon ha dejado algun documento
de su ingenio y sabiduría. ¡ Vaya si los ha dejado ! Entre
grandes y pequeñas, latinas é italianas, impresas y ma-
nuscritas, guárdanse en la biblioteca fundada por él nada
´ménos que cerca de cien obras suyas ; tratados de moral ,
oraciones, disertaciones sobre historia , sobre antigüeda-
des sagradas y profanas, sobre literatura y bellas artes , y
qué sé yo qué más.
-Pues ¿cómo , dirá aquí el curioso lector, cómo es po-
sible que tantas obras hayan caido en olvido, ó por lo mé- 、
57 —

nos sean tan poco conocidas y tan poco buscadas ? ¿ Cómo


es posible que con tanto ingenio , tanto saber, tanto cono-
cimiento de hombres y de cosas, tanto meditar, tanta pa-
sion por todo lo bueno y hermoso , tanto candor de alma,
tantas otras cualidades, en fin , propias de un gran escri-
tor, no nos haya éste dejado , entre cien obras, ninguna de
aquellas que tienen por insignes aun los que no las aprue-
ban en todo, y cuyo título es conocido aun por los que no
leen nada? ¿ Cómo es posible que sino por su calidad , al
ménos por su número no hayan bastado esas obras á gran-
gearle para con la posteridad una fama literaria ?
La pregunta es en verdad tan procedente como in-
teresante seria tratar de resolverla ; pues las razones de
este singular fenómeno resultarian de la observacion de
multitud de hechos generales ; y una vez encontradas, nos
conducirian á la explicacion de otros muchos fenómenos
parecidos . Pero esta seria una inquisicion por demas pro-
lija , y correríamos , lector mio, el riesgo de que no te gus-
tasen mis conclusiones , y de que me torcieras el gesto en
muchos pasajes. Así , pues, mejor será que reanudemos
el hilo de nuestra historia , y que en vez de charlar más
acerca de Federico , pasemos , con ayuda de nuestro anó-
nimo, á verle con las manos en la masa.

Hope ed p f

"
- 58

f t

CAPÍTULO XXII . }

EL APÓSTOL Y EL BANDIDO.

la sazon se hallaba estudiando, segun su costum-


bre en todo rato que le quedaba de vagar, y esperando
que fuese hora de ir á la iglesia á celebrar Misa solemne,
cuando entró el capellan crucifero con alterado rostrová
decirle : 1
-Ahí fuera tiene Monseñor una visita... bastante ex-
traña.
-¿Quién es? preguntó el Cardenal .
-Nada menos que , el señor ... respondió el capellan
pronunciando con retintin muy significativo aquel terrible
nombre que nosotros ignoramos. b
-¡Oh! ¡Que entre , que entre al instante! dijo el Car-
denal con rostro animadísimo , cerrando el libro y levan-
tándose de su asiento .
-Pero... replicó el capellan sin moverse. ¿ Su Emi-
nencia no sabe quién es ese sujeto ? Es aquel bandido ,
aquel famoso...
-Bien ;y qué mayor fortuna para un Obispo que la
de ser visitado por una persona de esa condicion? ¡ Que en-
tre , que entre !
-Es que... insistió el capellan .
59

-¿Qué?..
-No quisiera decir á su Eminencia ciertas cosas , por-
que luego al instante nos ataja con que son habladurías de
la gente ; pero la verdad es que hay ocasiones en que no
puede uno ménos de... El celo suscita enemigos, Monse-
ñor, y nosotros sabemos positivamente que más de un
malhechor se anda alabando de que un dia ú otro ...
-Bien ¿y qué han hecho hasta ahora? interrumpió el
Cardenal. 1
-Ciertamente, no han hecho nada . Pero... éste que
está ahí fuera, es un desalmado, que tiene compadrazgo
con todos los facinerosos; y no sería extraño que viniese
por cuenta de alguno ... Ello , me parece, Monseñor , que
la prudencia no está reñida con...
-¡Buena disciplina está ! volvió á interrumpirle con
afable jovialidad Federico: ¡ los soldados exhortando al
General á que tenga miedo! -En seguida con aire grave y
pensativo, añadió : -San Carlos no habria ciertamente
puesto en tela de juicio si deberia recibir á esa persona;
hubiera ido él ya á salirle al encuentro ... Con que , vaya,
señor capellan, y tráigale sin démora . Ya ha esperado más
de lo debido.
El capellan echó á andar, diciendo entre sí: -¡Ya, ya!
¡Cuidado si todos estos santos son testarudos! -
Abrió la puerta y salió á la antecámara en donde se
hallaba el Innominado solo en un rincon , mientras los fa-
miliares y demas gente que estaba en la misma pieza, le
miraban, á distancia por supuesto, con el rabo del ojo, y
se 匪 hablaban al oido. Acercósele el capellan , y mientras
le pasaba una revista de inspección con todo el posible
> *
disimulo, estaba cavilando qué diablo de arsenal traeria
escondido debajo de aquel coleto, y pensando si ántes de
introducirle en la estancia de Monseñor, le propondria
60

que al ménos... Pero no se atrevió á otra cosa sino á de-


cirle: -Cuando su señoría guste : sírvase venir conmigo.—
Y echando á andar delante de él por enmedio de los 1 cir-
cunstantes, que al punto abrieron paso, iba dirigiendo á
derecha é izquierda expresivas miradas como si dijese : -
¿Qué le he de remediar yo? ¿No sabeis vosotros que su
Eminencia es como Dios le ha hecho?
No bien el Innominado habia puesto el pié en la estancia
del Cardenal, cuando ya éste le habia salido al encuentro ,
con solícito continente y sereno rostro, abiertos los brazos
como para recibirá una persona largo tiempo deseada;
en seguida, hizo señal al capellan de que se retirase , y el
capellan obedeció.
Así que se quedaron solos visitador y visitado , estu-
vieron un rato sin hablarse y diversamente suspensos . El
Innominado, que habia ido allí más por impulso de un an-
tojo inexplicable que con un deliberado propósito, estaba
tambien como retenido por fuerza y luchando con dos con-
trarios afectos: uno , aquel afan , aquella esperanza confu-
sa de hallar alivio al tormento que le devoraba ; otro, el
escozor y la vergüenza de haber ido allí en son de peniten-
te, como un miserable humillado, á confesarse reo y á
implorar á un hombre: así fué que ni hallaba qué decir,
ni lo buscaba tampoco . Pero , cada vez que levantaba los
ojos para mirar á aquel hombre, íbase más y más 1 sin-
tiendo penetrado de una veneracion , imperiosa y suave á
un mismo tiempo, que aumentando por grados su con-
fianza, mitigaba poco aá poco la indómita crudeza de su or-
gullo, y sin herirle de frente, iba como abatiéndole y, por
decirlo así, imponiéndole silencio.
Verdaderamente la presencia de Federico era muy pa-
ra infundir tanto respeto como amor: su 4 continente era
por naturaleza grave y, casi á despecho de él, magestuo-
61

so; su porte y modales, firmes á pesar de sus años ; viva y


un poco austera su mirada, serena su frente, cana ya su
cabeza ; su rostro , aunque pálido y súlcado por la abstinen-
cia, la contínua meditacion y el trabajo incesante, bañado
tambien por una especie de virginal frescura : todas sus
facciones indicaban que en la juventud habia sido lo que
se llama un lindo mozo; sólo que á la antigua belleza ju-
venil, el hábito de solemnes y caritativos pensamientos , la
paz interior de una vida ya larga , el amor á los hombres ,
y el contínuo gozo de una esperanza inefable , habian sus-
tituido otro género de belleza propia del anciano, á la cual
daba inayor realze la magnífica sencillez de la púrpura
cardenalicia.
Clavando tambien unos momentos en el rostro del In-
nominado su mirada penetrante y ya tan habituada á leer
en las caras los pensamientos , parecióle, bajo aquella apa-
riencia turbada y hosca, penetrar algo conforme á la espe-
ranza que habia concebido en cuanto el capellan le anun-
ció la inesperada visita; y con afable animacion le dijo:
-Mucho gusto me causa el veros por esta pobre mo-
rada ; no podeis imaginar cuánto os agradezco vuestra vi-
sita , por más que para mí sea una reconvencion....
-¡Reconvencion! exclamó con extrañeza el Innomina-
do , aunque tambien con la mansedumbre que á despecho
suyo le inspiraban el lenguaje y porte de su interlocutor,
al mismo tiempo que satisfecho de ver á éste romper el
hielo y entablar conversacion de cualquier modo.
-Reconvencion , sí , repuso el Cardenal , por haberos
dejado anticiparos á mí en esta muestra de benevolencia ,
cuando ha ya tanto tiempo , y entantas ocasiones, debia yo
haberme anticipado á vos...
¡ Vos á mí ? ... ¿Sabeis quién soy yo, señor Cardenal?
¿ Os han dicho bien mi nombre?
62 -

Pues creeis que este gozo que yo siento , y que de


seguro está pintado en mi rostro , le podria inspirar nin-
gun desconocido ? ... Si ; este gozo es por vos , á quien yo
debia haber buscado ántes ; por vos , á quien tantas lágri-
mas , tanto amor y tantas oraciones he consagrado ; por
vos, á quien de entre todos mis hijos tan de corazon ama-
dos , habria yo querido recibir y abrazar , si hubiera te-
nido alguna esperanza de lograrlo . Pero Dios no necesita
de auxiliares para obrar sus maravillas , y sabe suplir á la
flaqueza y á la negligencia de sus siervos... Perdonadme,
os ruego, como tal vez me perdona Dios...
El Innominado no sabia lo que pasaba por él ; aturdi-
do , conmovido, asombrado al oir este lenguaje tan pene→
trante , estas palabras que tan directamente respondian á
lo que él no habia dicho todavía , ni estaba resuelto á de-
cir , no podia articular ni un acento . Federico , mirándole
con paternal ternura , prosiguió más familiar y cariñosa-
mente aún :
---Vamos , ¿ á qué aguardais ? Traeis una dichosa nue-
va que darme : ¿ por qué me la haceis desear tanto ?
¿ Dichosa nueva yo ? ¿ Yo , que tengo en el corazon
un infierno ? ¿ Qué nueva dichosa , decidme , pues parece
que lo sabeis , ha de traeros un hombre como yo?...
--Es claro : la de que Dios os ha tocado el corazon,
respondió con sencilla mansedumbre el Cardenal .
-Dios ! Dios ! Dios ! ¿ En dónde está ese Dios ? ¡ Que
yo le vea ! ¡ que le oiga ! ;En
¿ dónde está ?
-Vos me lo preguntais ? ¡Vos!... Pues ¿quién le tie-
ne más cerca de sí ? ¿ Por ventura , no le estais sintiendo
en el corazon , que os oprime , que os agita , que no os
deja reposo , y que al mismo tiempo os está llamando , os
está convidando con una esperanza de paz , de consuelo
que será plenísimo , inmenso , desde la hora y punto que
63 -

le conozcais , le confeseis , y lo pidais?


¡ Oh ! sí , es cierto : tengo aquí algo que me opri-
me , que me roe las entrañas... Pero si esto es Dios ¿ qué
es, cómo es el infierno ? ¿ Qué quiere de mí ese Dios , que
así me atormenta ?
Estas palabras fueron dichas con un acento de tre-
menda desesperacion : el Cardenal, con un tono solemne,
como de inspiracion plácida , repuso :
—¿Qué quiere de vos , preguntais? ¡ Qué quiere de vos!
Quiere dar una muestra de su omnipotencia y de su bon-
dad : quiere mostrar en vos una gloria que pocos pudie-
ran darle mejor... Que el mundo clame , ha tan largo
tiempo, contra vos : que mil y mil voces se levanten para
maldecir vuestras obras ... }
El Innominado se estremeció , y quedóse un instante
ménos absorto de oir este lenguaje jamas de él oido , que
de escucharle , no sólo sin indignacion , sino casi como un
consuelo. Federico proseguia entretanto : 1
-¿Qué gloria no sáca Dios de todo esto? Son , sí , vo-
ces de terror , clamores interesados ; gritos quizás tambien
de justicia: nada tendrian de extraño : es una justicia muy
natural ! Algunos, demasiados tal vez, son de envidia de
este vuestro malhadado poderío , de esta deplorable se-
guridad de ánimo que habeis tenido hasta ahora ... Pero
cuando vos mismo os levanteis á condenar vuestra propia
vida , á acusaros á vos mismo,... oh! entónces , entonces
¡cómo será Dios glorificado !... ¿Y preguntais lo que quiere
de vos? ¿Quién soy yo , pobre de mi , para deciros desde
este momento el provecho que de vos ha de sacar quien
es Todopoderoso? ¿las maravillas que puede hacer por me←
dio de esa voluntad impetuosa , de esa constancia imper-
turbable , cuando la haya animado , inflamado de amor,
de esperanza , de arrepentimiento? ¿ Ni quién sois vos, in-
64

feliz criatura , para que blasoneis de haber sabido pensar


y obrar por vos mismo para lo malo, más de lo que puede
Dios querer y obrar para lo bueno? ¡ Qué os quiere Dios ! Ah !
quiere perdonaros, salvaros, cumplir en vos las maravillas
de la Redencion ... ¡No os parece que es obra magnífica y
digna de El ? Oh ! figuraos ! Si yo , miserable gusanillo de
la tierra , tan lleno de amor propio y de vanidad , me in-
tereso tanto en vuestra salvacion , que por ella daria con
gozo ( Dius me es testigo de ༢ que habló verdad ) estos po-
cos dias que me restan ; decidme : ¿cuánta y de qué espe→
cie no deberá ser la caridad de Aquel que se digna infun-
dir en mí ésta tan imperfecta , si , pero tan viva? ¿Cuánto
y cómo no deberá amaros Aquel que así me manda á mí
y me inspira este amor á vos que me devora?...
À medida que estas palabras iban saliendo de los lá-
bios del sacerdote , animábanse conformé á ellas su ròs-
tro , su mirada , sus ademanes . Entre tanto , la cara de su
interlocutor , de convulsa y desencajada que estaba al
principio , fuese luego convirtiendo en atónita y como
abismada en lo que oia , hasta parar en fin, cuando el Ar-
zobispo hubo acabado de pronunciar las últimas palabras,
en una conmocion más profunda y ménos angustiosa ; y
entónces sus ojos , que desde la infancia no habian llora-
do , se preñaron de lágrimas , cubrióse el rostro con las
manos , y rompió en llanto deshecho , que fué como la
última y más clara respuesta á la inspirada exhortacion
del Prelado . Levantando éste entónces ojos y manos al
cielo , exclamó con acento tambien lloroso: i
--¡Dios de inmensa bondad ! ¿ Qué he hecho yo por
vuestra gloria ; yo, siervo inútil , pastor soñoliento , para
que así os digneis Vos llamarme á este banquete de gra-
cia , y me considereis digno de asistir á esta gozosa ma
ravilla de vuestro excelso brazo?...
1
65 -

Así diciendo , tendió la mano para estrechar la del


penitente , el cual espantado como si le propusieran un sa-
crilegio, retiró la suya , exclamando :
-No , no ; no os acerqueis á mí : no mancheis esa
mano inocente , que jamas se ha abierto sino'para derra-
mar beneficios... ¿Sabeis todo lo que ha hecho esta mano
que quereis estrechar?...
-Dejadme , dijo Federico, tomándosela casi por fuer-
za ; dejadme estrechar esa mano que tantos agravios vá á
reparar , tantas caridades vá á hacer , que vá á aliviar
tantas tribulaciones , que vá á tenderse pacífica , inerme,
humilde , á tantos enemigos !...
-Oh! cuánta bondad! ... dijo sollozando el Innomina-
do. Dejadme , señor , dejadme ... Os está aguardando ahí
fuera una porcion de gente : almas buenas , inocentes to-
das , venidas de léjos para veros una vez , para oiros ; y
vos os deteneis aquí con ... ¿con quién , Dios mio , con
quién?...
-Dejemos, hijo mio , dejemos estar á las noventa y
nueve ovejillas , que se hallan seguras en el monte ; quiero
ahora consolarme con la que se habia perdido. Esas otras
almas tienen quizás ahora mucho de qué regocijarse, más
bien que de ver la cara á un pobre Obispo; acaso Dios , que
ha obradoen vos el prodigio de su misericordia , está difun-
diendo ahora en esas almas un júbilo que ellas no saben de
qué procede... Unidas quizás á nosotros sin saberlo , acaso
el Espíritu Santo está inflamando sus corazones con un ,
ardor de caridad cuyo orígen y fin ignoran , é inspirán-
doles preces que ellas no saben que son por vos , y haci-
mientos de gracias , cuyo término y objeto no sospechan.
Regocijémonos en Dios ahora, hijo mio , y cojamos estas
flores celestiales que nos manda su misericordia infinita .
Diciendo esto, rodeó los brazos al cuello del Innomi-
H 5
66

nado, el cual , despues de haber intentado sustraerse y


resistido un momento , cedió al fin como vencido por
aquel ímpetu de caridad ; y abrazando tambien al Prela-
do , reclinó con filial ternura en su seno el trémulo y de-
mudado rostro : sús lágrimas ardorosas caian sobre la
púrpura inmaculada de Federico ; y las manos inocentes
del siervo de Dios estrechaban con paternal afecto el cuer-
po de aquel hombre , y casi se lastimaban con aquellas ar-
mas que tanta sangre habian derramado con bárbara vio-
lencia ó vil traicion .
El Innominado , desprendiéndose al fin de aquellos
brazos, volvió á cubrirse con una mano los ojos, y echan-
do atrás al mismo tiempo la cabeza , exclamó :
-¡Oh Dios verdaderamente grande ! ¡Dios verdadera-
mente bueno! Ahora me reconozco ; ahora comprendo
quién soy... Delante de mí estoy viendo todas mis iniqui-
dades ; me causo horror á mí propio ... Y sin embargo,
Dios mio, siento un alívio, un gozo... sí , un gozo, como
jamás le he sentido en todo el discurso de mi horrible
vida !
-Esa , hijo mio , es`una prenda que Dios os anticipa
para cautivaros en su amor, para animaros á que entreis
de lleno en la nueva vida que os aguarda, y en la que tanto
teneis que deshacer, tanto que reparar, tanto que gemir...
-¡Gemir ! Es verdad ... ¡ Desdichado de mí! Es lo único
que podré ya hacer respecto á tantas ... á tantas cosas !
Pero, en fin , algo tengo pendiente , iniquidades apénas
comenzadas , que aún tienen remedio : una sobre todo hay
que puedo reparar inmediatamente.
-Veamos cuál : hablad , dijo el Cardenal. Y el Inno-
minado le refirió en seguida , pero con palabras de exe-
cracion mucho más fuertes que las usadas por nosotros ,
la violencia intentada contra Lucía , los terrores, los tor-
-- 67 -

mentos de la infeliz , las súplicas que á él le habia dirigi-


do, y el efecto que le habian causado ; y por último , la
angustia con que la pobrecilla quedaba en el castillo ...
-¡Oh! pues no hay tiempo que perder , exclamó el
Cardenal , arrebatado de piadosa solicitud . Dichoso vos,
hijo mio, que vais á convertiros en salvador de la misma
desventurada que ... Esta es una prenda que Dios os dá
de su perdon !.. ¡ Oh ! sí : ¡ Dios os bendiga ! ó por mejor
decir, os ha bendecido ya . ¿Sabeis de dónde es esa po-
brecita?..
El Innominado sabia más que nosotros , pues pudo de-
cir cómo se llamaba el pueblo de Lucía : el Cardenal , así
que lo hubo oido , prosiguió :
-Pues está cerca de aquí . ¡ Loado sea Dios ! Regular-
mente... Esperad : voy á ver...
Diciendo esto, se acercó á una mesita , y tocó una cam-
panilla. El capellan , que en el momento entró apresu-
rado y ansioso, por primera diligencia quedóse mirando
al Innominado ; al ver aquella cara demudada y aquellos
ojos hinchados de llorar, miró luego á Monseñor ; y como
al través de la inalterable serenidad del rostro de éste,
adivinase un gozo extraordinario y una premura casi im-
paciente , habríase quedado estático y con la boca abierta
si el Cardenal no se hubiera adelantado á despertarle de su
contemplacion preguntándole si entre los párrocos reuni-
dos en la antecámara , estaba el de ***.
-Sí, monseñor, está, respondió el capellan .
-Pues dígale que entre al instante , y que venga con
él tambien el Párroco aquí del pueblo.
El capellan salió, y al llegar á la antecámara , todos
los sacerdotes reunidos en ella se quedaron mirándole
con cierta como interrogatoria curiosidad : él, con la boca
todavía abierta, y grabadas en el rostro las huellas de aquel
68

extásis, dijo levantando las manos, y moviéndolas al aire :


-Señores! señores! Hæc mutatio dexteræ Excelsi. » - Y es-
tuvo parado sin decir más un momento , despues del cual ,
tomando el tono y actitud correspondientes á su encargo ,
añadió : -« Su Eminencia pregunta por el señor Párroco
***
de aquí del pueblo, y por el de
El primero de los llamados adelantóse inmediatamen-
te, y al mismo tiempo salió de en medio del grupo un :
--‹ ¿Yo ? » —de media legua de largo , pronunciado en tono
de sorpresa .
-¿No es su Reverencia el señor Cura de ***? repuso el
capellan.
--Si, señor, justamente; pero ...
-Pues su Eminencia desea verle .
-¿Á mí? volvió á preguntar la misma voz , como dicien-
do :-No se me ha perdido nada ahí dentro . - Sólo que
de esta vez ya, junto con la voz salió el hombre , es decir,
el mismísimo D. Abundio en persona, con un pasito y un
gesto como si} le llamaran para sacarle una muela . El cape-
llan le hizo una seña muda , como si dijese : -« Vamos ! an-
de! que no le l'aman á ninguna leonera.-; y echando de-
lante de los dos Curas , llegóse á la puerta, abrió , y entró
con ellos .
En aquel momento el Cardenal soltó la mano del In-
nominado, con quien habia estado conviniendo en lo que
debia hacerse; apartóse luego de él un poco , y llamó al
Cura del pueblo para decirle en sucinto de lo que se
trataba, y preguntarle si podria proporcionar una honra-
da dueña que quisiese ir en una litera al castillo para re-
coger á Lucia; una mujer discreta y de buen corazon , que
supiera desempeñar con tino un encargo tan especial , y
emplear los modos y palabras más apropósito para reani-
mar y tranquilizar á la pobrecilla; porque despues de tan-
69

tas angustias y sobresaltos como habia padecido , no seria


extraño que el acto mismo de restituirla su libertad la pu-
siese en nuevas confusionės. El Cura, despues de pensarlo
un momento, dijo que tenia persona muy idónea para
aquella comision , y se marchó en seguida. Entonces el
Arzobispo llamó con otra seña al capellan , y le encargó que
al momento cuidase de aprestar una litera , de buscar un
mozo de á pié que la condujese , y de mandar aparejar dos
mulas ; en seguida , y así que hubo salido el capellan á
cumplir su mandato , se volvió á D. Abundio .
Este, que se habia colocado arrimadito al Cardenal,
por ponerse lo más lejos posible del otro amigo, y que
sin quitar ojo á los dos personajes, estaba entretanto cavi-
la que te cavila sobre aquel tejemaneje , acercóse todavia
un poco más al Prelado , y despues de hacerle una reve-
rencia , le dijo :
-Me han dicho que su Eminencia pregunta por mí;
pero debe de ser una equivocacion.
-No, señor Cura, no es equivocacion , respondió Fe-
derico: os he llamado en efecto para daros una buena no-
ticia , y confiaros un encargo que estoy cierto os servirá
de gran satisfaccion . Hemos encontrado á una feligresa
vuestra, á quien habreis llorado perdida, Lucia Mondella:
la tenemos cerca de aquí, en poder de éste mi querido ami-
go, con el cual ireis al castillo para recoger á aquella po-
brecita, y traerla aquí con vos . Os acompañará una mu-
jer de confianza que se ha encargado de proporcionarnos
el señor Cura del pueblo ... Ya veis si os decia yo bien ,
que tenia consoladoras nuevas que daros ...
Si D. Abundio no hubiera tenido tan buena idea del
Cardenal , habria creido que se burlaba de él : tal le ha-
bian puesto de mohino y avinagrado las buenas noticias y
satisfactoria comision que le acababa de encargar Su Emi-
70 -

nencia ; pero haciendo de tripas corazon , y con el fin dẹ


ocultar los truenos y relámpagos que le pasaban por el
rostro, hizo una reverencia profundísima en señal de su-
mision , no levantando al fin la cabeza sino para hacer otra
reverencia no ménos curva al Innominado , con acompaña-
miento de una mirada de víctima que queria decir: - « En
vuestras manos estoy : tened piedad de mí : parcere sub-
jectis.»- Preguntado en seguida por el Cardenal qué pa-
rientes tuviese Lucía , respondióle :
-Parientes cercanos, con quienes viva, ó con quienes
ha vivido , no tiene más que á su madre .
-Y ésta ¿se halla en su pueblo?
-Sí , Monseñor.
-¡Ah ! pues entónces, como es probable que esa po-
brecita muchacha no pueda volver tan pronto á su domici-
lio, la daremos el consuelo de que al ménos vea cuanto
ántes á su madre : al efecto, si el señor Cura de aquí no
vuelve ántes de salir yo á decir Misa , hacedme vos la mer-
ced de encargarle de mi parte que facilite un carrillo ó
una caballería , y mande , con todo lo que hallare , á un
hombre juicioso y de confianza para que vaya por la po-
bre mujer, y se la traiga aquí corriendo.
-¿No podria yo ir, Eminentísimo Señor ? dijo Don
Abundio .
-No, no, respondió el Cardenal ; vos, conviene que
vayais á donde os he rogado.
-Lo decia , replicó D. Abundio, por preparar á la po-
bre madre ; porque , yo la conozco, con el alegron es ca-
paz de volverse loca , ó por lo menos que le dé algo...
-Pues por eso os he suplicado advertir al señor Cura
que busque á un hombre juicioso : vos haceis más falta en
otro lado, respondió el Cardenal , como queriendo decir:
-Harto más urgente es que la otra infeliz vea cuanto antes
!

- 71 -

una cara conocida, y á una persona de confianza para ella,


en aquel castillo , despues de tantas horas pasadas en mor-
tal angústia. › —Pero no era esta razon para dicha delante
de un tercero, y el Cardenal se la calló, no sin extrañar que
D. Abundio no hubiera caido por sí mismo en ella, y no sin
chocarle bastante aquella propuesta del buen Cura , y su
insistencia en reiterarla . Sospechando que en todo esto hu-
biese gato encerrado , miró á la cara del buen señor, y fácil-
mente leyó en ella un miedo mayúsculo de viajar con aquel
tremendo compañero , y de meterse en aquel terrible cas-
tillo , aunque fuese por pocos instantes . En consecuencia,
el caritativo Prelado , deseando tranquilizar á nuestro hom-
bre, y no pareciéndole decoroso llamarle aparte y hablarle
en secreto delante de aquel tercero su nuevo amigo, tuvo
por más acertado hacer lo que sin este motivo habria he-
cho de todos modos, hablar al Innominado mismo, para
que oyéndole D. Abundio , pudiera comprender por sus
respuestas que no era ya el terrible facineroso de antaño.
Acercóse en efecto al Innominado, y con aquel aire de
amistosa confianza tan propio de unas relaciones recien
trabadas con estrecho vínculo , como de una antigua inti-
midad , le dijo :
-Supongo que no será esta la última vez que me deis
el gusto de veros , y aun me atrevo á esperar que me ha-
reis la merced de volver en compañía del señor Cura ¿no
es verdad?
-¡Que si volveré! respondió el Innominado : aunque
me cerrárais vuestras puertas , me quedaria en el umbral
como un mendigo , esperando á que quisiéseis abrirme .
Tengo tal ansia de hablaros , de veros , de oiros... ¡ Me ha-
ceis tanta falta!
-Bueno , le dijo el Cardenal cogiéndole y estrechán-
dole una mano : pues me hareis la honra de venir á co-
- 72

mer hoy conmigo ¿eh?... Os espero. Entretanto, vamos ,


yo con mis queridos diocesanos á dar gracias á Dios por
tantos beneficios ; y vos , á coger los primeros frutos de la
divina misericordia.
D. Abundio estaba como un chicuelo miedoso que viese
á un vecino haciendo fiestas á un perrazo suyo de ojos
sanguinolentos y colmillo retorcido , célebre en el pueblo
por sus hazañas perrunas , y oyera decir al amo que el
animalito es un cordero : el chico mira y calla sin decir
que sí ni que no , pero teniendo muy buen cuidado de no
arrimarse al corderito , por miedo de que el animal le en-
señe los dientes aunque sea para hacerle fiestas ; y á todo
esto , sin atreverse tampoco á marcharse , por la negra
honrilla , bien que diciendo allá para sus adentros: ¡ quién
estuviera cien leguas de aquí!
Cuando el Cardenal echó á andar hácia la puerta para
despedir al' Innominado rodeándole afectuosamente su
brazo al cuello, no pudo ménos de notar el mal humor de
nuestro Cura, quien sin poderlo remediar se iba quedando
rezagado y con una cara que ponia grima el mirarla ; y
pensando que este disgusto del buen señor procederia
quizás de figurársele que se le dejaba allí olvidado en un
rincon por hacer fiesta y honra á aquel facineroso , vol-
vióse á él , y parándose un momento , le dijo con afable
sonrisa:
-Señor Cura : vos morais siempre conmigo en la
casa de nuestro Padre celestial; pero éste ... éste perierat,
et inventus est.
-¡Sea muy enhorabuena! respondió D. Abundio ha-
ciendo una reverencia á los dos en comun.
El Arzobispo pasó adelante , y sin darle tiempo á abrir
la puerta , hicieronlo de par en dos familiares que del
lado afuera estaban cada cual junto á un quicio : la ma-
- 73

ravillosa pareja apareció , llevándose al punto tras de sí


las miradas ansiosas de la clerecia reunida en la ante-
cámara, á quien no se ocultó la conmocion profunda, bien
que diversa , pintada con viveza igual en aquellos dos sem-
blantes : en el venerable de Federico , una ternura como
de gratitud , y un júbilo templado por la humildad ; en el
del Innominado , una confusion que no le humillaba , un
pudor de singular naturaleza , y una compuncion que no
alcanzaba á borrar enteramente las huellas de aquel ca-
rácter duro y altivo . Á más de un espectador , segun lue-
go se supo , le ocurrió entónces recordar aquellas pala-
bras de Isaias : El lobo y el cordero irán juntos á pastar,
y el leon y el buey comerán juntos el heno. Detrás venia
D. Abundio , en el cual nadie hizo alto.
Cuando estuvieron en mitad de la pieza , entró por el
opuesto lado el ayuda de cámara del Arzobispo , y se le
acercó para decirle que estaban ya corrientes la litera y
las mulas que le habia mandado preparar por conducto
del capellan , y que sólo se aguardaba ya á que llegase la
mujer que se habia encargado de proporcionar el Cúra .
El Cardenal le dijo que apénas éste llegase , le rogara ha-
blar al instante con D. Abundio , y ponerse á disposicion
del mismo , no ménos que del Innominado , á quien vol-
vió á estrechar la mano otra vez diciéndole en son de
despedida: -< Quedamos en que os espero. -Volvióse
luego á saludar á D. Abundio , y echó á andar hácia la
Iglesia, seguido del Clero ; de modo que se quedaron solos
en la antecámara los dos compañeros del próximo viaje .
Ensimismado el uno de ellos, y pensativo, haciánsele
siglos los instantes que tardaba en ir á sacar de penas á su
Lucía; suya verdaderamente, aunque de tan diverso modo
que el dia ántes lo era; de aquí el que en su cara se pinta-
se una agitacion comprimida, que á la mirada asombradi-
74 -

za de D. Abundio podia párecer cualquier otra cosa de


peor cariz. Mirábale por tanto , sin tenerlas todas consigo,
y de buena gana habria entablado con él cualquier diálo-
go amistoso; pero - ¿Qué voy á decirle? pensaba entre sí.
Le daré la enhorabuena : pero; ¿de qué se la voy á dar? De
haber dejado de ser un demonio en carne humana, para
resolverse á ser un hombre regular como cualquier hijo
de vecino ... Porque la verdad es que , por muchos rodeos
que yo tome, eso es lo que en sustancia habian de signi-
ficar mis parabienes... ¿ Y si el cumplimiento no le ha-
ce gracia?.. ¿Y si es un pícaro hipocriton que está haciendo
la gatita muerta para fines que él allá se sabrá? Ello es que
convertirse semejante nene asi de sopeton... Hum ! hum!
Será lo que sea... Sí: pero entretanto, no tengo más remedio
que irme con él por esos caminos de Dios ... ¡ Digo! y á su
castillo ¿eh? Ya! ya! .. Quién se la hubiera olido esta maña-
na! Como escape yo de ésta con el pellejo sano , ya le diré
á mi señora Perpétua el berenjenal en que me ha metido
con su maldito empeño de hacerme dejar mis feligreses
para venir aquí punto ménos que de cabeza: ninguna ne-
cesidad tenia yo ... Pero ella , nada: dale que le da con
que iban á venir todos los curas de por aquí cerca y aun
de más léjos , y que no debia uno ser ménos, y que patatin
y patatan... Todo ¿para qué? para que rompan una costilla
á su pobre amo... si es que pára ahi el cuento... Pobre de
mí!... Al primer paso, un tropezon! ¿Qué le digo yo á este
hombre? Porque , ello , algo hay que hablarle ....
Piensa que te piensa, resolvióse en fin á decirle que
nunca se hubiera él prometido aquella satisfaccion de tener
que caminar en tan honrada compañía ; y ya estaba con la
frase en la punta de la lengua, cuando entró el ayuda de
cámara con el Cura del pueblo, el cual despues de anun-
ciar que ya esperaba metida en la litera la mujer consa-
75 --

bida, volvióse á D. Abundio para preguntarle las demas


instrucciones del señor Arzobispo : D. Abundio las des-
embuchó lo mejor que pudo , y dirigiéndose luego al fa-
miliar, le preguntó:
- ¿Tirará coces la mula, buen amigo? ¿Será espantadi-
za?... Porque yo soy un ginete ... quo no puede ser peor.
-¡Cá! respondió el ayuda de cámara con una risilla
algo socarrona: ¡ vá su merced á llevar el animalíto más
pacífico!... como que es la mula del secretario de su Emi-
nencia!
-Bueno, bueno ! replicó D. Abundio , añadiendo para
su sotana:-Dios me la depare buena !
El Innominado , en cuanto oyó que todo estaba listo,
habia echado á andar á la calle ; pero advirtiendo , al lle-
gar á la puerta , que D. Abundio se habia quedado atrás,
paróse en el umbral á esperarle; y así que éste llegó, al es-
cape y pidiendo perdon de la tardanza , saludóle y le in-
vitó con humilde y cortés ademan á pasar delante; cosa
que en verdad no dejó de hacer buen cuerpo á nuestro po-
bre Cura, y que aun le habria tranquilizado del todo si
al poner el pié en el patiecillo , no hubiera visto otra no-
vedad que le aguó enteramente aquel breve gozo; y fué
llegarse el Innominado á un rincon , coger con una
mano la caña de su carabina, con otra mano la correa, y
luego, con un movimiento marcial como si hiciese el ejer-
cicio, echársela á la espalda.
-Ay! ay! ay! pensó D. Abundio . ¡ Maldito ! ¿para qué
querrá ese chisme? ¡Vaya un cilicio y unas disciplinas que
se ha echado el penitente! ¿Cuánto vamos á que se le es-
capa el gatillo , y...? Pues señor , ¡ bonito viaje ! me voy á
divertir!...
Si el Innominado hubiera podido sospechar siquiera el
género de calendarios que estaba haciendo su compañero,
76

habriase desvivido por tranquilizarle ; pero estaba á mil


leguas de sospechar tal cosa , y D. Abundio por su parte
tenia mucho cuidado de no hacer demostracion alguna que
significase claramente .--« No me fio de vuesaseñoría . >-En
la puerta de la calle encontraron ya dispuestas las cabal-
gaduras , y el Innominado montó de un brinco en la que
le presentó un espolique. D. Abundio miró y remiró la
suya, santiguose, levantó el pié para asentarlo en el estri-
bo ; pero volviéndolo á poner en tierra , encaróse con el
ayuda de cámara , y le dijo :
-No las tendremos ?
-Monte su merced sin cuidado : ¡ cuando le digo que
es una oveja ! respondió el ayuda de cámara , ayudando á
D. Abundio á trepar y á arrellanarse en la silla ... Y en
marcha con la litera que , conducida por dos mulas , y á
un grito del mozo de á pié , echó á andar en vanguardia.
La comitiva tenia que pasar por delante de la iglesia,
llena á la sazon de bote en bote , y por una plazuela no
ménos llena de gente del pueblo y forasteros , que no ha-
bian podido entrar en la iglesia. Como á la sazon ya hubie-
se corrido la gran nueva , sucedió que al presentarse allí
nuestros viajeros , al ver aquel hombre , objeto pocas horas
ántes de terror y execracion , asunto ya de gozosa maravi-
lla , levantóse entre el gentío un murmullo casi de aplau-
so , y todos se estrujaron y pusieron de puntillas por ver
cada cual mejor al famoso penitente. La litera pasó, y al
pasar despues el Innominado por delante de la puerta de la
iglesia que estaba abierta de par en par , quitóse su som-
brero , y al compás de mil y mil voces que le dijeron: -
¡ Dios le bendiga ! »-inclinó hasta el cuello de su mula
aquella frente hasta allí tan temida y odiada . Tambien D.
Abundio se quitó su sombrero é hizo su reverencia , enco-
mendándose á Dios , y sintiendo tal envidia , tal ternura
77 -

melancólica y tan grande pesar al oir el concierto solem-


1
ne y clamoroso de sus cofrades cantando en el templo,
que á duras penas pudo reprimir el llanto.
Pero todavia fueron más lúgubres y sombrios sus pen-
samientos cuando se vió fuera de poblado , en medio del
campo, y en los recodos generalmente desiertos del cami-
no. El único sér en quien reposaba los ojos con alguna
ménos desconfianza , era el mozo de á pié, que sin du-
da , como de la servidumbre del Arzobispo , debia ser
hombre honrado , y que ademas no tenia cara de tonto.
Alentábale tambien de vez en cuando tal cual pareja ó
grupo de pasajeros que acudian á ver á su Prelado ; mas
joh consuelo fugaz, y tan pronto nacido como muerto , á la
idea de irse cada vez más acercando á aquel tremendo va-
lle en donde ya no hallaria sino súbditos de aquel puerco-
espin ! digo , y qué súbditos! No, y su compañero, maldi-
to si llevaba en el rostro nada capaz de darle los ánimos
que cada vez le iban faltando más : le habria dicho de
buena gana algo por ver de trabar diálogo con él, á fin de
explorarle y hacerle buenas tripas; pero se conocia que el
hombre no llevaba ganas de conversacion , y D. Abundio
no tuvo entonces más remedio que hablar consigo mismo.
Mencionaremos solamente algo de lo que se dijo durante
aquella jornada ; pues querer decirlo todo , seria hacer un
libro como un misal.
-¡Tambien es fuerte cosa , pensaba , esto de que los
santos se hayan de parecer á los pícaros en estar hechos
de azogue, y no poder parar si no meten en danza á todo
el género humano! Y el caso es que los más danzarines , tan-
to de unos como de otros , no parece sino que no tienen
otra persona con quien divertirse más que conmigo! Con-
migo, que no me meto con nadie , ni me gusta salir de
mis casillas ! Empezando por ese D. Rodrigo ó don diablo,
- 78 -

que no sé si es más bribon que loco, ó más loco que bri-


bon ! ¿ Qué le faltaria para ser el hombre más dichoso del
mundo , con sólo que tuviera un poco de juicio ? Rico,
mozo, mimado, festejado por todo vicho viviente ! Pero,
no señor ; con todo esto, no está satisfecho todavía si no
se mete á sí mismo , y mete á los demas, en atolladeros.
¡Tonto! podria vivir como un rey ; y no que se ha dado á
espantar doncellas, al oficio más comprometido y más
aperreado de este muudo ; podria irse derechito á la gloria
en coche , y el muy burro se empeña en ir con una pierna
ménos á casa de Satanás. ¡ Pues, digo! ¿y este otro? (Aquí
miraba D. Abundio al Innominado como si sospechase que
le calaba los pensamientos. ) Despues del diablo harto de
carne, va y se mete fraile... es decir, si toda su penitencia
y conversion no se vuelven agua de cerrajas. Pero entre
tanto que se averigua la verdad, aquí está el pobre Cura...
como quien dice, carne de perro, para hacer la experien-
cia. Á mí no me digan ... Todos estos desalmados, cuando
no están armando ruidos, se les figura que les falta algo…..
Pero, señor, ¿qué trabajo les costaba vivir en paz y gracia
de Dios, como, verbigracia , yo lo he hecho toda mi vida?
Pues no señor, sino que han de estar aporreando y des-
cuartizando gente y no dejando parar á ningun cristiano……
¡Pobre de mí ! .. Y luego , hasta para hacer penitencia, han
de alborotar el mundo : ¿ tenian , ya que Dios les toca el co-
razon , más que encerrarse en su casita , y allí , sin tanto
aparato ni tanto moler al prójimo, desjarretarse á puro
disciplinazos?.. Pues no digo nada del inocenton de Su
Eminencia : ¡ tanto abrazar y sobar á este nene, y dale que
le dá con mi querido amigo y mi amigo querido, y creer- .
le á pié juntillas como si le hubiese visto hacer milagros,
todo ello por haberle visto hacer cuatro visajes de com-
puncion! Y nada más que por darle gusto á él , ponerse en
-- 79

zancos y revolver medio mundo, y tener á todos los de su


casa en un pié como las grullas ... No, pues esto, diga
aquel santo varon lo que quiera , en mi tierra se llama
precipitación... Y luego, sin meterse en más averiguacio-
nes, allá vá ese pobre Cura , á ponerlo en la boca del
lobo... Si esto no es jugar á pares y nones á un hombre
de bien , venga Dios y digalo ... Me parece que un santo
Obispo como Su Eminencia debia mirar un poco más por
sus Párrocos , y cuidar de ellos como de las niñas de sus
ojos... Un poco de cachaza , una migaja de prudencia,
no creo que estén reñidas con la santidad... ¡Qué diria lue-
go el Arzobispo mi señor si todo esto saliese una farándu-
la? Bien pudiera haberse acordado que el Espíritu Santo
dice que todo hombre es embustero... ¡ digo! y hombres
por el estilo de este caiman! .. Pero nada ! señor Cura ,
échese á andar con él por esos matorrales, y métase con
él en su cueva... Y si luego le dá gana al penitente de co-
merse al Cura en estofado , tal dia hizo un año ... Ya ! ya ! ..
Y si al ménos le hubieran explicado á uno qué enredo es
éste! Pero nada . ¿Por qué Lucía ha venido á caer en las
garras de este milano? ¿Será algun enjuague que ha hecho
con el D. Rodriguito? ¿Qué significa todo esto?.. ¿Qué sé yo?
Su Eminencia no ha tenido por conveniente decirme algo
que siquiera me pusiese en la pista ... No porque á mí me
guste meterme en negocios agenos ; pero cuando se hace
trotar á un hombre de este modo ; cuando se le obliga á
poner así el cuero á las correas , me parece que no hubiera
estado de más... ¡ Vaya ! si al fin todo ello es para traerse á
la pobre muchacha , enhorabuena. Pero ¿no bastaba y so-
braba este señor para eso? Si efectivamente se ha conver-
tido ¿qué necesidad tenia de mí este santo padre de nuevo
cuño? ¡Qué laberinto ! ¡ qué laberinto ! .. En fin , quiera Dios
que la cosa sea así : de todos modos , para mí habrá sido
- 80 -

un mal rato ; pero ¡ paciencia ! No , y lo que es por la mu-


chacha , me alegro como hay Dios. ¡Pobrecilla! ¡ qué tra-
gos debe haber pasado ! Sabe Dios lo que habrá padecido:
lástima le tengo... Y eso , que ha venido á este mundo
para mi perdicion ... Si al ménos pudiera yo brujulear lo
que piensa este amigo! Pero ¿quién le cala las intencio-
nes?.. ¡Míralo, míralo! tan pronto parece un San Anton
en el desierto, como un Holofernes en cuerpo y alma...
¡Pobre de mí! ¡ pobre de mi!.. Al cabo me consuela que
yo no me he buscado este ruido : no puede ménos sino
que Dios me saque con bien...-
Efectivamente , por la cara del Innominado se veian
ir pasando los pensamientos á la manera que en tarde
tempestuosa de verano se ven las nubes cruzar por el sol
poniente , unas veces de color de grana , y otras veces ne-
gras como la boca del Infierno . Su alma , como embria-
gada por las suaves palabras de Federico, y cual rejuve-
necida por el arrepentimiento , tan pronto se elevaba á la
region sublime de la misericordia, del perdon y del amor,
como se abisinaba en los terribles recuerdos de la pasada
vida. Ansioso recorria en su mente todas las maldades
que aún le fuera dado reparar, las empresas inícuas cuya
consumacion podia impedir, los medios más fáciles y se-
guros para ello , la multitud de nudos que tenia que cor-
tar, el sinnúmero de cómplices con quienes tenia que rom-
per : aquello era un dédalo de imaginaciones y proyectos,
de recuerdos y planes, de remordimientos y esperanzas.
Aquel asunto mismo que entónces iba á terminar, le pro-
ducia una angustiosa impaciencia , pensando en lo que
su pobre presa debia estar sufriendo, y en que él , que
tanto afan llevaba por libertarla , era el causante de todo
lo que padecia. Cuando la comitiva llegaba á alguna en-
crucijada, el conductor se volvia para preguntar qué ca-
81 ―

mino habia de seguir, y el Innominado entonces se lo in-


dicaba con la mano, haciéndole al mismo tiempo señal
de que se diese prisa.
Al fin entran en el valle , en aquel valle famoso , del
cual se contaban tan terribles historias , morada de los fa-
cinerosos más célebres , de la flor y nata de los bravos ita-
lianos , hombres sin miedo ni piedad ... Figúrese el lector
cómo iria D. Abundio , metido dentro de semejante co-
marca , viendo á semejantes moradores , y encontrándose-
los á pares y aun á docenas en cada recodo del camino.
Ellos , es verdad , saludaban respetuosamente al señor;
¡ pero qué fachas ! ¡ qué caras del color de azafran ! ¡ qué
bigotazos retorcidos ! qué gestos, como si dijesen: - <¿En
dónde habrá pescado el amo este Kirieleyson?> —El terror
de D. Abundio llegó al extremo de hacerle exclamar para
si :-- Pues aunque los hubiera casado , no me habria su-
cedido nada peor. -Y el aspecto de la tierra era lo más á
propósito para tranquilizarle ! Un camino pedregoso , á
orillas del torrente ; en la márgen opuesta , manchones
riscosos, negruzcos , deshabitados; y en el trozo por donde
la comitiva caminaba , pueblucos con moradores á cuyo
aspecto se echaba de ménos el despoblado : Dante no es-
taba peor en medio de Malebolge.
Pasan por delante de la venta famosa : matones á la
puerta , reverencias al amo , miradas siniestramente escu-
driñadoras á su compañero y á la litera. Los angelitos
aquellos no sabian qué pensarse : si extraordinaria habia
sido la salida de su señor aquella mañana , no lo era mé-
nos su retorno. ¿ Qué gente era aquella con quien venia?
¿ Eran prisioneros de guerra ? ¿ Pues cómo se habia arre-
glado para hacerlos él solo ? ¿ Qué litera era aquella ? ¡¿ Á
quién pertenecia ? Pensando en todo esto , miraban y mi-
raban ; pero ninguno se movia , porque tal era la ór-
H6
82

den que el amo les habia dado con mudos gestos.


Suben la cuesta ; ya están arriba. Los bravos aposta-
dos en la esplanada y á la puerta , abren calle para dejar
á la comitiva paso libre : el amo les hace seña de que no
se muevan más ; mete luego espuelas á su cabalgadura, se
adelanta á la litera, y dice con otra seña muda á D. Abun-
dio y al mozo de á pié que le sigan ; éntrase en un patio,
luego en otro , llégase á una puertecilla , y dice con otro
gesto, al bravo que se acercó para tenerle el estribo , que
no se menee , añadiéndole :- :- Estate ahí, y que no entre
nadie. -Apéase despues, ata de prisa la mula en los bar-
rotes de una reja , llégase á la litera , aparta la cortinilla,
mete la cabeza , y dice á la mujer que iba dentro :
< Consoládmela al instante ; hacedla entender que está li-
bre y en compañía de gente que la quiere bien : pronto,
id. ¡ Dios os lo pagará ! -En seguida hace señal al mozo
de á pié para que abra ; luego se acerca á D. Abundio, y
con una cara tan placentera como éste no se la habia visto
hasta entonces, y como no creyera poder verla nunca, re-
bosando del júbilo que le causaba la buena obra que iba á
consumar , le dice en voz baja :— ‹ Señor Cura , no le pi-
do perdon de la molestia que pasa por culpa mia , pues su
merced lo hace por Uno que paga bien siempre, y por es-
ta pobrecita su feligresa. -Dicho esto, coge con una ma-
no la brida, y con otra el estribo para ayudar á D. Abun-
dio á poner pié en tierra.
Esta cortesía , junta con aquel rostro y aquellas pala-
bras , volvieron el alma al cuerpo de nuestro Cura ; des-
ahogóse con un suspiro que llevaba ya trasnochado y
apretujado dentro del seno , é inclinándose hácia el Inno-
minado , le dijo tambien en voz baja : -¿ Verdad que sí?
Pero , pero , pero ...- ; y sin dejar de perear , se apeó
como pudo de su cabalgadura : el Innominado la ató lue-
83

go á la reja con la otra , y dicho al mozo de á pié que se


quedase allí esperando, sacóse del bolsillo una llave , abrió
la puerta , entró , invitó al Cura y á la mujer á que le si-
guieran , y los tres subieron silenciosos al piso principal .
- 84

CAPÍTULO XXIV .

LA CASA DEL SASTRE .

ucía acababa en aquel momento de despertarse , y


como si el ensueño y la vigilia fuesen igualmente para ella
delirios de un calenturiento , aún pugnaba por distinguir
las confusas visiones del sueño de los recuerdos reales y de
las imágenes que ante sí veia , cuando acercándosele la vie-
ja , díjola con aquel tono de forzada amabilidad que ya
conocemos :
-¿Has dormido bien , pichona? ¡ Cuánto mejor hubie-
ras estado en la cama , bobilla ! No porque no te lo dije
anoche cien veces...
Como nada le respondiese Lucía , continuó en el mis-
mo tono de suplicacion gruñona:
-Vamos! supongo que ahora tomarás algo ... ¡ Uif! qué
descolorida estás , criatura ! Á ver si comes algo al instante .
Si el amo te encuentra así, la va á pegar conmigo...
-No, no: yo no quiero más que salir de aquí, irme
con mi madre... El amo me lo ha prometido ; me dijo que
hoy... ¿En dónde está?
-Ha salido de casa ; pero ha dejado dicho que volverá
pronto, y que hará todo lo que tú quieras.
- 85

-¿Ha dicho eso? ¿eso ha dicho? Pues bien: quiero ir-


me con mi madre , corriendo, corriendo.
En este momento se oyen pisadas en el aposento con-
tiguo, y despues un golpecito llamando á la puerta. La
vieja da un salto, y pregunta quién es .
-Abre, responden bajito por fuera ; y la vieja descor-
re el cerrojo: el Innominado, entreabriendo las hojas de
la puerta, manda salir á la vieja, hace luego entrar á D.
Abundio y á la buena mujer, y vuelve en seguida á cerrar,
quedándose él detrás de las maderas y despidiendo á la
vieja léjos de allí , segun ántes lo habia hecho con Marta,
á quien se encontró de guardia como la habia dejado al
salir del castillo .
Lucía, al sentir todo este rebullicio, y al primer aspecto
de aquellos nuevos personages, sobresaltóse y se agitó en
extremo; pues si intolerable era para la probrecilla la si-
tuacion en que se hallaba , no ménos la infundia nuevas sos-
pechas y nuevo terror una mudanza cualquiera . Mira , y al
ver que los recien entrados son un sacerdote y una mujer,
se reanima algun tanto: vuelve á mirar con más atencion,
y... ¿es él, ó la engaña su deseo? Si: D. Abundio es, no
hay duda: la pobrecilla quedóse con los ojos clavados en él,
y como encantada . Entretanto la mujer, que ya se le ha-
bia acercado , contemplábala con piadosa dulzura , y co-
giéndola entrambas manos como para acariciarla y levan-
tarla á un mismo tiempo, la decia:
-Ven, hija, ven con nosotros: ¡pobrecita! anda , le-
vántate, hermosa!
-¿Quién es usted? le preguntó Lucía; pero sin aguar-
dar respuesta, volvióse á D. Abundio, que se habia para-
do á dos pasos de distancia, y estaba tambien contem-
plándola con rostro compasivo ; clavó otra vez en él sus
ojos, y al fin exclamó:
86

-Sí, sí: el mismo, el señor Cura ... ¿Qué es esto?


¡Pues qué casa es ésta? ¡ Ay! ¡ yo pierdo el juicio! ... 1
-Sí, hiją mia, sí, yo soy, respondió D. Abundio : ¡ va-
mos! ¡ anímate ! Aquí estamos para llevarte con nosotros .
Tu propio Párroco en persona, que ha venido nada más
de por tí, en una mula………
Lucía, cual si de repente hubiera recobrado todas sus
fuerzas, levantóse de un brinco, y volviendo despues á mi-
rar con ansia aquellos dos rostros , exclamó:
-¡Ah! la Virgen Santísima os ha traido.
-Sí , pobrecita mia, sí, la Virgen Santísima, respondió
la buena mujer.
-¿Pero es verdad , es verdad que podemos salir de
esta casa? repuso Lucía bajando la voz y con una mirada
tímida y recelosa, tras de la cual , con el rostro contraido
y temblando de horror y miedo, añadió:
-----¿Pues y toda aquella gente?... ¿Y aquel señor?...
¡aquel hombre ! ... Él, sí, me habia prometido ...
-Está aquí en persona, dijo D. Abundio: ha venido
con nosotros , y nos está esperando ahí fuera. Con que ,
vamos, hija, anda, anda, que no es cosa de dar un plan-
ton á un caballero tan...
En este momento, abrió el Innominado la puerta, y
entró. Lucía, que poco ántes habria dado media vida por
verle, como á quien era su única esperanza en el mundo,
al reconocerle ahora , despues de haber ya mirado rostros
conocidos y escuchado voces amigas, no fué dueña de re-
primir un movimiento de repugnancia; extremecióse y re-
cogiendo el alíento, asióse de la buena mujer, y sepultó en
su seno la cabeza. El Innominado, que ya la noche antes
no habia podido mirar sin conmoverse el semblante de su
víctima, al verle ahora tan pálido , tan abatido por el largo
padecer y la falta de alimento, quedóse clavado casi en el
- 87-

umbral de la puerta; y luego al advertir aquel movimien-


to involuntario de horror y de miedo, bajó los ojos , con-
tinuó unos instantes inmóvil y mudo, hasta que al fin, co-
mo respondiendo á lo que la pobrecilla no habia osado
decirle, exclamó con amargura :
-Todo es verdad: ¡ perdonadme!
-¡Vamos, hija mia, vamos! decia entretanto la buena
mujer al oido de Lucía: viene á ponerte en libertad: no
es ya el mismo hombre: ahora es muy bueno . Oye, oye
cómo te pide perdon...
-¡Vamos! repetia D. Abundio: levanta esa cabeza,
mujer ! ... ¿Se puede decir más de lo que te está diciendo
su señoría? Pronto , pronto! á ver si nos volvemos cuanto
ántes... Vamos!
Lucía en efecto levantó la cabeza, miró al Innomina-
do, y al ver abatida aquella frente dura , confusa y clava-
da en tierra aquella altiva mírada, sintió brotar en su seno
afectos de gratitud , de piedad y de confianza juntamente,
y le dijo:
—¡Ah ! señor! Dios le pague su caridad!
- -¡Y á vos una y mil veces la que me haceis con esas
palabras ! ...
Dicho esto casi sollozando , volvióse el Innominado há-
cia la puerta , y salió primero ; en pos de él Lucía , ya con
más ánimo , cogida del brazo de la mujer ; y detrás Don
Abundio . Subieron todos cuatro la escalerilla , y llegados
á la puerta que daba al patio, abrióla el Innominado de
par en par, acercóse luego á la litera , abrió la portezuela,
y con una cortesanía casi tímida ( cosas ambas nuevas en
él ), levantando por el brazo á Lucía , la ayudó á entrar,
y en pos de ella á la buena mujer. En seguida , fué y des-
ató la mula de D. Abundio y le ayudó tambien á montar.
-¡Jesús! Ilustrísimo Señor! exclamó el Cura casi ana-
- 88

nadado de pura gratitud por tan singular merced , y mon-


tando con alguna más lijereza que la primera vez lo habia
hecho. La comitiva se puso en marcha tan pronto como
hubo montado tambien el Innominado, quien, repuesto ya
de la anterior conmocion , cabalgaba con la frente erguida
y la mirada imperiosa. Los bravos que se iba encontran-
do, bien advertian en el semblante de su señor muestras
de un grave pensamiento y de un afan extraordinario; pero
ni comprendian ni les era dable comprender más, como
que nadie en el castillo sabia nada de la gran mudanza de
aquel hombre ; y verdaderamente , considerado lo que ha-
bia sido él y lo que seguian siendo ellos, no era fácil que
pudieran adivinar por conjeturas una novedad tan grande.
La buena mujer habia echado desde luego las cortinillas
de la litera ; y en seguida , cogiendo cariñosamente á Lu-
cía de las manos , fué confortándola con palabras de pie-
dad , de parabien y de ternura ; pero como advirtiese que
la pobre chica, turbada y aturdida, no sólo con tanto como
habia padecido, sino por la confusion misma y oscuridad
de lo que entonces la pasaba , no sentia de lleno el gozo de
verse libre , la dijo cuanto halló más á propósito para des-
pertar y desembrollar, digámoslo así, sus ideas. En cuanto
Ja jóven oyó nombrar el pueblo á donde se dirigian , ex-
clamó con júbilo :
-¡Oh! está muy cerca del mio... ¡ Gracias, Vírgen San-
tísima!.. ¿ Pero y mi madre ? dónde está ? ¡ Madre de mi
alma !
-Mandaremos por ella al instante , respondió la mu-
jer, no sabiendo que ésta era ya diligencia practicada .
-Sí , sí. ¡Dios se lo pagará !.. Y su merced ¿quién es?
¿Cómo ha venido?..
-Me ha mandado de allá el señor Cura... ¡ Ya se vé!
como tú no sabes.., Pero te contaré... Pues sabrás que á
- - 89 -

este señor que viene con nosotros, le ha tocado Dios el


corazon ¡bien haya tan buena hora ! y ha estado allá en mi
pueblo á ver al señor Cardenal Arzobispo , que le tenemos
allá en santa visita... Ya habrás tú oido : es un santo...
Pues parece que este señor está arrepentido de las muchas
que ha hecho, y quiere mudar de vida ; y á la cuenta , le
ha dicho á Su Eminencia de cómo tenia robada en su cas-
tillo á una inocente ... ¡ pobrecita mia!.. y que este mal he-
cho lo habia hecho por servir á un amigote suyo , otro que
tal , sin temor de Dios... Yo no sé quién será , porque el
Cura no lo ha dicho... Pero tú lo debes de saber...
-¡Ah! exclamó Lucía levantando los ojos al cielo.
-Pues como te iba diciendo , prosiguió la buena mu-
jer sin dar muestra alguna de la curiosidad que el caso pu-
diera inspirarla; al señor Cardenal le ha parecido que me-
diando en el lance una jóven , se necesitaba una mujer
que la acompañase , y ha encargado al señor Cura que
buscase una que le pareciese bien; y el señor Cura , hacién-
dome más favor del que yo merezco , me ha buscado á
mí, y por eso he venido...
-¡Oh! Dios nuestro Señor la premie su caridad. ¿Con
qué podré yo pagarla?..
—¡Pobrecita mia ! .. No digas eso : vale más el gusto
que tengo yo ... Pues allá el señor Cura me encargó mu-
cho que procurase animarte, y consolarte, y decirte cómo
Dios te ha salvado milagrosamente ...
-¡Ah! sí; milagrosamente ; es verdad... por interce-
sion de María Santísima...
-¡Cabalito! Conque , vaya! hija : buen ánimo, y per-
donemos de corazon á quien te ha hecho este mal ¿eh?
Y dá muchas gracias a Dios de la misericordia que con él
ha usado, y pide mucho por él ¿no es verdad? Con esto,
verás tú cómo , ademas de ganar para con Dios , se te
- 90

ensancha el alma... y todo te saldrá bien...


¡ Pobre y buena mujer ! No sabia ella á quién estaba ha-
ciendo esta exhortacion! Pero al ver la mirada de aquel
ángel y la expresiva ternura con que le respondia sin pa-
labras aceptando humildemente estos consejos , y pro-
bando , en el modo mismo de aceptarlos , que no los
necesitaba , añadió :
-Bendita seas , hija mia ! ... Pues como te iba dicien-
do , afortunadamente estaba allá en mi pueblo el señor
Cura del tuyo... No sabes ... ya verás : han acudido á ver
á Su Eminencia todos los Curas de diez leguas á la re-
donda ... Pues el señor Cardenal fué y le mandó que se
viniese tambien con nosotros... Pero se me figura que el
pobre señor es así... una migaja apocado... Si fuera como
allá el nuestro! ... ¡Cá ! es capaz de echarse en el fuego por
un feligrés suyo...
-Y este señor , preguntó Lucía , éste... que viene con
nosotros , y que se ha convertido... ¿quién es ?
-¡Cómo ! ¡ No sabes quién es? exclamó la buena mu-
jer, diciendo despues ese nombre que nosotros ignoramos .
—¡Vírgen Santísima, exclamó Lucía al oirle . ¿Conque
este señor es ! ... Madre de mi alma ! Yo he estado en po-
der de ese hombre!... ¡Jesús! Jesús! Jesús, María y José!...
Pero ahora comprendo mejor todo lo bueno que es Dios...
Ese hombre , dice su merced , se ha convertido!... Sí, sí:
así debe de ser... Ahora comprendo por qué tenia los
ojos en tierra , y por qué me ha pedido perdon de aquel
modo... ¡ Bendito sea Dios ! Bendita sea su misericordia!...
-¿Verdad que sí? repuso la mujer. ¡ Ahí es una frio-
.• lera la gente que vá á tener un alegron! ... Figúrate tú,
hija: ese hombre tenia puesto el pié sobre la garganta
á medio mundo ; y ahora , dice allá nuestro señor Cura...
Aunque no es menester que nadie lo diga: basta mirarle á
91 --

la cara para conocer que se ha hecho un santo... Y luego,


las obras , las obras ! Porque á tí te saca de una... ¡ Cuánto
habrás pasado , hija !…… .
Decir que esta buena mujer no habria dado cualquier
cosa por saber pormenores de la historia en que la toca-
ba tomar parte , seria mentir ; pero fuerza es confesar,
en justo elogio suyo, que , contenida por el respeto y com-
pasion que le inspiraba la jóven , y conociendo perfecta-
mente la gravedad y dignidad del encargo que iba desem-
peñando para con ella , ni siquiera pensó en hacerla una
pregunta inconsiderada ú ociosa ; léjos de eso , todas sus
palabras durante el camino, fueron de solicitud y de con-
suelo para la pobre Lucía.
-Hará mucho que no has comido , hija , ¿eh? la pre-
guntó al cabo de un rato.
-Creo que sí hace bastante... No me acuerdo bien...
-Pobrecilla ! es menester que tomes algo para reco-
brar las fuerzas.
—Sí , señora , respondió Lucía con voz apagada.
-Vaya! pues ya nos falta poquito para llegar. Tan
luego como estemos en casa ,... ya habrá por allí alguna
friolerilla... Conque , buen ánimo ! eh?
En breve la jóven reclinó lánguida y como adormi-
lada la cabeza en el fondo de la litera, y la buena mujer
la dejó gozar de aquella apariencia de reposo .
Para D. Abundio este regreso no era ciertamente tan
angustioso como habia sido la ida ; pero distaba mucho
de ser un viaje de recreo. Al perder aquel miedo cerval
de ántes , se le habia por de pronto ensanchado el cora-
zon ; pero muy luego empezaron á mortificarle mil otros
temores ; como cuando se escombra un gran árbol, que
el terreno se queda mondo por algun tiempo , mas en
breve se vuelve á cubrir de hierbajos . Con los pasados
92 -

sustos se le habia puesto tan delicada la fibra , que la


menor molestia de presente , el recelo ménos fundado de
lo porvenir, le atormentaban lo que no es decible. En pri-
mer lugar, aquel ejercicio ecuestre , á que no estaba acos-
tumbrado , le revolvia el entresijo , sobre todo al comen-
zar á bajar la cuesta para entrar en el valle ; pues el mozo
de á pié, aguijoneado por las incesantes señas del Inno-
minado , arreaba á más y mejor las mulas de la litera,
con lo cual las otras dos de nuestros ginetes , que iban á
la zaga , tomaron un trotecillo de todos los diablos . De
aquí resultaba que , en ciertos trozos donde era más
rápido el declive de la cuesta , el pobre D. Abundio iba
bailando sobre la silla , y poniendo á cada instante las na-
rices en conversacion con las orejas de su cabalgadura;
de modo que para no caer de bruces , tenia que agarrarse
como una lapa al arzon ; y á todo esto , sin atreverse á
rogar que se anduviera un poco más despacio, pues no
veia la hora de hallarse á cien leguas de aquel maldito
valle. Para mayor dolor , cuando la comitiva pasaba por
sobre un derrumbadero , la condenada de la mula, segun
la pícara maña de estos animales , parecia que aposta se
empeñaba en salirse de vereda y en plantar las pezuñas
en la misma orilla del precipicio : dejo considerar al lec-
tor los hígados que pondria D. Abundio mirando à la hon-
donada , que fuese chica ó grande , á él se le figuraba
siempre un abismo .— « ¡ Animalito de Dios ! decia para sus
adentros á la bestia : tambien es manía la que ha tomado,
teniendo camino de sobra por donde ir sin riesgo! » -Y
tira que tira del freno para ver de meterla en vereda;
pero nada , el maldito animal empeñado en derrumbarse;
así fué que el desventurado ginete , segun su costumbre,
royéndose de miedo y de rabieta , resignóse á dejar-
se llevar por donde quisiera la mula. En cuanto á los
93 --

bravos , no le hacian ya tan mala sombra desde que sabia


con más certidumbre las intenciones del amo.- < Pero,
decia él entre sí : ¡ á saber por dónde la tomarán estos
angelitos cuando sepan la gran novedad que pasa con el
señor! Y si la noticia corre ántes que salgamos nosotros
del valle , estoy aviado... ¡Como si lo viera ! Van á acha-
carme á mí la conversion , y... me majan por haberme
metido á misionero . -Al pensar esto, miraba el terrible
entrecejo del Innominado con tanto gusto como miedo le
habia mirado ántes , y añadia para sus adentros: - < Ver-
daderamente , para tener á raya á estos lobitos , no se ne-
cesita ménos que la geta de este otro mastinazo ... Pero
de todas maneras , no me ha tocado á mí mala viña con
esto de andar metido entre ellos y él ! ... Ay ! sí escapo
de ésta!...>-
Tal fué el tema de los soliloquios de D. Abundio mién-
tras fué bajando la cuesta, y atravesando luego el valle .
Cuando al fin hubo salido á campo raso, como con tan
próspero suceso coincidiese el haber comenzado á desar-
rugarse la frente del Innominado , comenzó tambien la de
nuestro Cura á despejarse; arriscóse una migaja, enderezó
la cabeza, estiró piernas y brazos, respiró con más liber-
tad; y todo él, en fin, ménos cariacontecido y con mayor
reposo , dióse á cavilar en los peligros lejanos.- ¿ Por
qué registro saldrá ahora , pensó , el animal de D. Rodri-
go? Pues esto de quedarse con un palmo de narices , co-
mo se queda , le vá á saber á cuerno quemado. ¡ Ahora sí
que será ella ! ¿ Cuánto ponemos á que la toma conmigo,
por haber metido yo mi cucharada en este ajo ? Si ántes
tuvo corazon para mandarme aquel avisito amoroso con
aquel par de amigos ¿ qué le ocurrirá hacer ahora ? Con
su Eminencia no ha de pegar , porque es un pájaro de-
masiado gordo para él , y no tendrá más recurso que tas-
- 94 -

car el freno... Pero por lo mismo, la ponzoña se le vá á


trasnochar en el cuerpo , y él la ha de desahogar con al-
guien... Por supuesto... ¿ Y con quién ha de ser ? con el
pobre Cura: la soga se quiebra siempre por lo más delga-
do... Á Lucía , claro está , ya Su Eminencia cuidará de
tenerla en seguro ; y en cuanto al otro pobrete , ya él ha
tomado sagrado poniendo tierra por medio ; de manera
que lo delgado de la soga... lo dicho : el pobre Cura. ¡Ten-
dria que ver que despues de tanto molerme, y tanto traer-
me y llevarme como á un dominguillo, y sin echarme yo
nada en la faldriquera , viniese á pagar luego lo que no he
comido... ¡A ver cómo se gobierna el Arzobispo mi señor
para guardarme el cuerpo, despues de haberme metido en
la danza ! ¿ Podrá salir por fiador Su Eminencia de que el
otro tunante no haga conmigo alguna barbaridad ?... Im-
posible : con tanto negocio como tiene en su cabeza, tan-
to enredo como trae siempre entre manos , imposible que
pueda estar en todo... Y quiera Dios que no haya puesto
las cosas peor que estaban ! Estos señores que son , así,
tan caritativos , hacen las caridades , asi , á bulto ; y lue
go que han dado el golpe , se les figura que ya no hay
más que hacer ; y el que venga atrás que arree... Pero en
cambio los bribones , cuando cogen el hilo de una de las
suyas , siguen , siguen la madeja , y no la sueltan de la
mano hasta que la devanan toda ... El D. Rodriguito, más
tarde ó más temprano , sabrá la vela que me han dado á
mí en este entierro ; y yo no he de ir á decirle que no la
he tomado por mi gusto , sino que he sido mandado...
Yo no puedo decir esto : pareceria que me ponia de parte
de la iniquidad ... ¡ Yo, santos Cielos ! De parte de la ini-
quidad yo ! ¡ Yo , que por causa de ella me veo en este
trance !... En fin , lo mejor será contar á Perpétua la
cosa como ha sucedido , y ella se compondrá como pue-
95--

da para amansar al lobezno aquel... Digo , si es que á Su


Eminencia no se le antoja dar algun golpe de teatro, y
se empeña en darme á mí papel lucido en la funcion...
Por sí ó por no , en cuanto lleguemos al pueblo , si Mon-
señor ha salido ya de la iglesia , voy á despedirme de él; 1
si no ha salido , le dejo un recadito respetuoso , y me
tomo la puerta á mi casita... Lucía para nada necesita de
mí , con tan buen padrino como tiene; y me parece que
despues de esta trotada , me sobra razon para desear un
cacho de reposo. Ademas, pudiera suceder que á Su Emi-
nencia se le antojase saber con todos sus pelos y señales
la historia , y preguntarme sobre el matrimonio, y... ¡No
me faltaba más sino que ahora le diese gana de ir á visi-
tar mi parroquia ! ... ¡ Bah ! será lo que sea : no quiero
devanarme los sesos con lo que esté por venir; demasiado
tengo ya encima. Por ahora , procuremos encerrarnos en
casita. Mientras Monseñor ande por esta tierra, D. Rodri-
go se ha de mirar mucho ántes de hacer alguna de las
suyas ; y despues ... ¡ Ay ! ¡ despues ! ... ¡ Pobre Abundio !
¡ la que te tenia guardada el diablo para el fin de tu
vida !...>
Al llegar nuestros viajeros al pueblo , todavía duraba
la funcion de iglesia; tuvieron por consiguiente que volver
á atravesar por entre el mismo gentío , produciendo en él
la misma conmocion de ántes: en seguida se dividieron ,
ladeándose los dos ginetes hácia otra plazuela próxima
en donde vivia el Cura del pueblo , y siguiendo adelante
la litera hácia la casa de la buena mujer.
D. Abundio, poniendo desde luego en práctica su plan ,
apénas se hubo apeado hizo mil y un cumplimientos á su
compañero de viaje, y le rogó le disculpara con el se-
ñor Cardenal, y le dijese de parte suya que no podia de-
tenerse, porque le reclamaban urgentes negocios en su fe-
96 .-

digresia. En seguida fué en busca de lo que él llamaba su


caballo , es decir, un baston que habia dejado en un rin-
con de la salilla , y se encaminó á su pueblo.
Poco despues Lucía se hallaba ya sentada en el mejor
sitio de la cocina de su hospitalaria compañera, miéntras
ésta se afanaba en prepararle alguna cosilla de sustancia,
rehusando, con rústica pero cordial llaneza, las gracias
que le daba la jóven , y los perdones que á cada momento
le pedia por causarle tantas molestias.
La buena y solicita mujer encendió corriendo unas
astillas debajo de una caldereta donde nadaba un capon
de gran enjundia , que hervido en breve, produjo un su-
culento caldo á propósito para pasar á una escudilla pré-
viamente llena con menuditas rebanadas de pan , y lue-
go á la manos, y luego á la boca de Lucia. Al ver á la po-
brecilla cómo se iba reanimando de cucharada en cucha-
rada, felicitábase en alta voz de que la cosa hubiera suce-
dido afortunadamente en un dia que repicaban gordo : -
Hoy, decia la excelente mujer, es dia grande en el pue-
blo, aun para los infelices que no tienen sino unas malas
gachas de maíz y de centeno ; pues ha venido á visitarnos
quien tiene caridad para hartar á todos. Acá en casa,
gracias a Dios, no necesitamos entrar al escote de estas li-
mosnas, pues con el oficio del pariente, y alguna cosilla
que tenemos en el campo, vamos saliendo adelante . Con-
que, á ver, hermosa, si apuras ese sopicaldito, que te ha-
rá buen cuerpo para emprenderla al instante con el po-
llo. ¡Ánimo , ánimo! » -Así diciendo, volvió á menear la
caldereta, y luego á preparar recado de comer.
Lucia entretanto, restauradas ya las fuerzas , y con
ánimo cada vez más tranquilo, movida por sus hábitos de
limpieza y por un como nativo instinto de decoro, comen-
zó á arreglarse su vestido y tocado , ora recogiéndose y
97

alisándose con la palma de la mano las trenzas desmelena-


das de su cabellera, ora estirando su pañolito en el seno y
al rededor de la garganta. Pero como al hacer esta última
operacion, toparan sus dedos con el rosario que se habia
echado al cuello la noche ántes, miróle como espantada, y
empezó á palparle convulsivamente: aquel rosario la re-
cordó de improviso el voto que habia hecho; y este re-
cuerdo, ahogado hasta entonces en su memoria por el do-
lor y el susto pasados, surgiendo ahora en su conciencia
con toda la severa solemnidad de una promesa hecha á
Dios, causóla una consternacion súbita, que á ser ella mé-
nos inocente, y á tener ménos bien dispuesto su ánimo
por toda una vida de piadosa resignacion y de cristiana
confianza, hubiera parado en desesperacion manifiesta.—
¡Pobre de mí! ¿Qué he hecho? » -Fué la primera excla-
macion mental con que se expresó á sí misma la causa y
la índole de aquel hervidero de pensamientos y de afectos
que agitaron de repente su espíritu y su corazon .
Pero era el caso que el hecho mismo de verse sorpren-
dida por estos afectos y pensamientos , la espantaba más
que ellos mismos . — ¡ Cómo ! aquel voto, hecho en aquellas
circunstancias, en medio de aquella terrible angustia , cuan-
do ninguna esperanza tenia de auxilio ; aquel voto , presen-
tado á la Madre de Dios con tan piadosa ternura , con fer-
vor tan inflamado ! ... ¡Ir á arrepentirse de él , despues de ob-
tenida la gracia que en premio de él se imploró por inter-
cesion de María Santísima ! ¡Qué ingratitud! qué sacrilegio !
qué perfidia! Semejante infidelidad mereceria un castigo de
nuevas y tremendas desgracias, sin que entónces ya que-
dara el consuelo de esperar remedio en la oracion ... ¡ Oh !
perdon, Virgen Santísima! perdon á esta infeliz! -Pensan-
do esto la pobre tortolilla , sacóse del cuello el rosario
con devoto ademan , recogióle en el hueco de su mano
H 7
- 98

trémula , y mirándole con piadosa ternura , confirmó y


renovó mentalmente aquel voto , pidiendo á Dios con
súplica ferviente y llena de lágrimas , que la diese fuer-
zas para cumplirlo , y se dignase. apartar de ella los pen-
samientos y ocasiones que , si ya no alcanzarian á ins-
pirarla un sacrilegio , podrian sí agitarla demasiado . Aque-
lla ausencia de Renzo , que pudiera bien no tener término
quizás ; aquella ausencia misma , que tan amarga le habia
sido hasta entonces , parecíala ya una providencia de Dios
que habia dispuesto coincidieran dos sucesos distintos para
un fin único , y procuraba hallar en esta misma idea nue-
vos motivos de resignacion y de alegre conformidad á la
voluntad divina. Tras esta idea ocurrió á la mente de la
jóven la de que aquella misma Providencia , para cumplir
la obra de su decreto soberano , sabria hallar modo de
que tambien Renzo se conforinase , y no pensara más...
Pero ¡ay ! esta idea era más fuerte que la fuerza de Lucía:
la infeliz sintió que perdia pié en el golfo de tan terrible
pensamiento , y para buscar la orilla no tuvo otro reme-
dio sino volver á orár , á renovar con mil protestas inte-
riores su voto , á luchar con sus memorias , con sus ima-
ginaciones... Venció , sí , en la lucha ; pero como el ad-
versario era tenaz y fuerte , costóla el triunfo hondisimas
heridas y mortal cansancio.
En esto , oye de pronto un ruido de infantiles pisa-
das , y un gorgeo de alegres voces : era la famililla
de la casa , que volvia de la iglesia ; dos chiquetillas y
,su hermanito que entran saltando , y despues de dete-
nerse un instante á mirar curiosos á Lucía , corren á
su madre , rodéanla , y mientras uno le pregunta por la
desconocida huéspeda , y el cómo y el por qué se encuen-
tra allí , las otras dos sueltan el pico para contar las ma-
ravillas que habian visto en la iglesia : la buena mujer no
99

puede valerse con aquellos diablejos , por más que ince-


santemente les grita : -Callaos , cotorras , callaos . > →→→
Entra despues , con paso más grave , pero con cordial so-
licitud pintada en el rostro , el amo de la casa , que era,
por si no lo hemos dicho todavía , el sastre del pueblo y
de todos aquellos contornos ; hombre que habiendo, allá
en sus tiempos , cursado primeras letras , sorbíase de Ene-
ro á Enero el Año Cristiano y Los doce Pares de Francia,
con lo cual gozaba universal opinion de leido y discreto
en toda la comarca ; sólo que él rehusaba modestamente
el elogio , limitándose á decir que habia errado la voca-
cion , y que si él hubiera estudiado , no se le pondrian
por delante muchos otros ... Salvo esto , la mejor pasta
del mundo ; bonachon , cristiano rancio , ejemplar 'padre
de familia . Hallándose en casa cuando el Cura del pueblo
fúé á rogar á su mujer que hiciese la caridad que sabemos,
no sólo habia él dado su aprobacion , sino que hubiera
reiterado el ruego de su merced , en caso necesario ; y
lleno como estaba de júbilo y nuevo fervor con la funcion
de iglesia , con la pompa , el gran concurso de fieles , y
sobre todo , con el sermon del señor Cardenal Arzobispo ,
volvia presuroso á casa con una solicitud afanosa por
saber en qué habia parado la comision de la sastra , y con
una caritativa impaciencia de ver sana y salva á la inocen-
te pobrecilla.
-Vela allí! le dijo su mujer, así que entró, señalando á
Lucía ; la cual , encendido el rostro como una grana, le-
vantóse, y apénas habia comenzado á proferir balbuciente
algunas palabras de gratitud , cuando él , acercándosela
con respetuosa cordialidad , la interrumpió exclamando:
-No hay de qué, hija mia: ¡ bien venida seas! Contigo
entra en esta casa la bendicion de Dios. ¡ Cuánto me alegro
hallarte ya aquí! ... Ya estaba yo seguro de que arriba-
- 100

rias á buen puerto ; puès cuando el Señor comienza una


maravilla, jamas se ha visto que la deje á medias; pero
de todos modos , mne alegro de verte ya aquí... ¡Pobreci-
ta !... Aunque bien mirado , el ser ocasion de un milagro ,
como tú lo has sido, es gran cosa... ¿ eh?
No vaya á creerse que por ser tan devoto y asíduo lec-
tor del Año Cristiano, era único el sastre en calificar de
milagroso el gran suceso del dia ; pues en todo el pueblo
y en toda la comarca sucedió lo propio mientras duró la
memoria del caso. Y en verdad que , teniendo en cuenta
los perfiles del asunto, no iban descaminados los que tal
pensaban.
Arrimándose con disimulo el buen sastre á su mujer,
mientras ella descolgaba de las llares la caldereta , la pre-
guntó por lo bajo :
-¿Qué tal la jornada?
-A pedir de boca : ¡ luego te contaré! ..
-Sí , sí : luego , despacito .
Servida entónces sin más demora la mesa , fué la sas-
tra por Lucía , llevóla , hízola sentarse , y arrancando lue-
go un ala del capon , se la puso en su escudilla ; sentóse
ella despues, juntamente con el marido, y entrambos ani-
maron á su vergonzosilla huéspeda para que comiese sin
cortedad. Desde los primeros bocados , comenzó el sastre
un famoso discurso , interrumpido á cada momento por
los chicuelos, que comian tambien en una banquetilla apar-
te , y que habian en verdad visto cosas bastante extraor-
dinarias para que pudieran resignarse á ser meros oyen-
tes. El orador, tan pronto hablabla de la solemne funcion
de iglesia , en que Su Eminencia habia oficiado de ponti-
fical , como de la milagrosa conversion del Innominado.
Pero lo que más golpe le habia dado á él , y sobre lo que
se explayaba con más énfasis, era el sermon del Cardenal.
- 101

-¡Es mucho señor ese ! decia : ¡ allí delante del altar,


como si fuese un simple Cura!..
-Y con aquello de oro que tenia en la cabeza , añadió
una de las chiquillas .
-¡Calla tú!.. ¡Pensar, digo, que un señor de sus cam-
panillas y de su saber, que dicen que ha leido todos los li-
bros que hay en el universo mundo , cosa de que él solo
puede ser capaz ; pensar que se dé trazas á decir todas
aquellas cosas de manera que le entienda todo el audi- .
torio...
-¡Yo tambien le he entendido! dijo la mayorcita .,
-¡Caila tú! ¿Qué has de haber entendido tú , mocosa?
-Sí señor, que le he entendido ; ¡ vaya! Ha estado ex-
plicando el Santo Evangelio como lo hace el señor Cura
los dias de fiesta...
-Calla, calla , parlanchina! .. No digo yo el que sabe al-
guna cosa , que entónces tiene uno obligacion de enten-
der ; sino hasta los más duros de cascos y los más rudos
le han podido seguir el hilo del sermon ... Ellos no serán
capaces de repetir las cosas tal y como se las han oido á
Su Eminencia ; pero lo que es entenderlas, las han en-
tendido. ¡Y cómo se conocia cuándo queria hablar de ese
señor que se ha convertido tan milagrosamente , sin men-
tar su nombre para nada ! .. Verdad es que para ponerse
en la pista, no habia sino mirar los lagrimones que hilo
á hilo le corrian á Monseñor por la cara... Pues ¡y la gen-
te? Llorando lo mismo que él á más y mejor...
-Verdad es, saltó diciendo el chiquillo : ¿porqué llo-
raban todos , como si fueran muchachos?
-Calla tú, impertinente! .. Y eso que hay gente en este
pueblo con un corazon lo mismo que un guijarro ! ... ¡ Y
qué bien que estuvo en aquello de que la carestia
tenia nada que ver con la obligacion de dar gracias
- 102 ---

Dios por todos sus beneficios , y que en lugar de ami-


lanarnos , debiamos todos arrimar el hombro , indus-
triarnos , y ser unos por otros , y poner al mal tiempo
buena cara! Porque el ser desgraciado , decia , no está en
pasarlo mal ni en ser pobre la gente , sino en ser mala.
No , y esto no lo dice nada más de por decir Su Emi-
nencia ; pues todo el mundo sabe que él se dá una vida
aperreada , con más pobreza que si fuera un capuchino ...
y que se quita el pan de la boca por dárselo á los po-
bres ... ¡ Digo ! y él , que podia vivir , si quisiera , mejor
que muchos príncipes ... Esto se llama dar ejemplo , y no
como tantos otros haz lo que yo te digo , y no lo que yo
hago! Por eso todo el mundo le oye como al mismo Evan-
gelio!... Pues y aquello otro cuando dijo que no solamente
los señores , sino los que no lo son , con tal que tengan
más de lo necesario , están obligados à partir su hacienda ,
con los que nada tienen, y que padecen hambre y desnu-
dez sin culpa suya ... ¡ Oh ! ¡ pico de oro !...
Al llegar aquí el sastre , atajóse á sí propio el discurso
como si le asaltase una idea repentina, y se quedó suspen-
so un instante; llenó luego un plato con porcion de la co-
mida , tomó de sobre la mesa un pan , y envolviéndolo
todo en una servilleta , diósela cogida por las cuatro pun-
tas á la niña mayorcita , diciéndole : -Toma esto . - Pú-
sole despues en la otra mano un jarrillo de vino , y aña-
dió : - ‹ Anda , hija ; llévale eso á María la viuda , y dile
que ahí tiene de mi parte para que se regale hoy con sus
chiquetines. Pero , cuidado cómo se lo dices ; no párezca
que vas a hacerle una limosna. Y si te encuentras á al-
guien en el camino , mira no vayas á decirle lo que lle-
vas... Anda , hija , anda ; con juicio ! no vayas á rom-
perlo.>-
A Lucía se le saltaron las lágrimas , y sintió una gozo-
་་ ་
1 - 103 -

sa ternura , igual al consuelo que la habia ya dado la an-


terior narracion del buen sastre , mayor que si hubiera
oido un discurso hecho aposta. Aquella descripcion de la
pompa religiosa , del personaje del Arzobispo y de su edi-
ficante plática , la habian comunicado el entusiasmo del
narrador , y sacudido los pensamientos que la atormenta-
ban , haciéndola volver en sí y restaurando las fuerzas de
su espíritu . La idea misma del gran sacrificio, no diremos
que perdió lo que tenia de amargo para ella , pero sí que
se templó con cierto no sé qué júbilo interior , austero y
solemne.
Momentos despues , llegó el Cura del pueblo á saber
de Lucía de parte del Cardenal , á decirla que Monseñor
deseaba verla cuanto ántes , y á dar las gracias en su nom-
bre al sastre y á la sastra ; los cuales, confusos y enterne-
cidos , no hallaban palabras con que pagar esta lisonjera
atencion de Su Eminencia.
-¿Tu madre todavía no ha venido , eh ? preguntó el
Cura á Lucía.
-¡Mi madre ! ¡ madre de mi alma ! exclamó ésta ; y
como en seguida oyese decir al Cura que el señor Carde-
nal habia mandado ir por la pobre anciana , llevóse el de-
lantal á los ojos, y rompió en llanto deshecho , que le du-
ró hasta largo rato despues de haberse marchado el Cura.
Así que los tumultuosos afectos suscitados en su corazon
por aquel anuncio fueron cediendo el paso á ideas ménos
agitadas , recordó la pobrecilla que este consuelo de ver á
su madre, tan cercano ya , y tan inesperado pocas horas
ántes , habia sido precisamente implorado por ella en me-
dio de sus terribles angustias , y aun solicitado casi como
una condicion de su voto . Sacadme salva de este peligro,
y llevadme al lado de mi madre, habia dicho ; y represen-
tándosele vivas entonces en su memoria estas palabras,
1
- 104 ―

confirmóse nuevamente en el propósito de ser fiel á su


promesa, y deploró con remordimiento más amargo aquel
¡ Pobre de mi ! que sin querer se le habia escapado en
el primer instante de recordarla.
Inés , entretanto que se hablaba de ella , estaba ya
cerca del pueblo . Fácil es figurarse cómo se quedaria la
pobre mujer al recibir aquel recado , al oir aquellas noti-
cias , forzosamente mancas y confusas , de aquel espanto-
so peligro en que habia estado su hija , de aquel terrible
lance que le habia pasado, y respecto al cual no le daba el
hombre que habia ido por ella sino vagos y oscuros por-
menores, que aumentaban las confusiones de la asustada
madre. Despues de haberse mil veces llevado las manos
á la cabeza exclamando : - « ¡ Válgame Dios ! ¡Válgame la
Virgen Santísima!! » - ; despues de innumerables pregun-
tas, á que el hombre no supo responderle , habíase em-
barcado sin otro preparativo ni más demora en el carrillo,
siguiendo luego durante el camino las mismas exclama-
ciones y las mismas preguntas en vano . Pero afortunada-
mente á media jornada habia emparejado con D. Abundio,
que iba , pasito tras paso, dejando tierra atrás , con ayuda
de su baston. Despues de un- ¡ Oh! -lanzado simultá-
neamente por el Cura y su feligresa , parándose él y apeán-
dose ella del carromato, y apartándose luego entrambos
bajo un castaño á la orilla del camino, refirió el uno á la
otra todo lo que él sabia y habia presenciado como parte
actora. Las noticias de D. Abundio no lo explicaban todo,
pero en fin , ya Inés sabia que su hija estaba en salvo.
Despues de estos preliminares, quiso el Cura tocar
otro registro para instruir minuciosamente á Inés del
modo en que debia conducirse con el señor Arzobispo si ,
como era probable , queria éste hablar con ella y con su
hija ; sobre todo , para encargarla que nada boquease acer-
105

ca del matrimonio, y... Pero Inés , conociendo que en esto


el buen señor hablaba por cuenta propia, y no por interes
de ella , le habia plantado sin comprometerse á nada , di-
ciéndole que tenia otras muchas cosas en qué pensar; y
habia proseguido su camino.
No tardó el carrom ato en parar á la puerta del sastre.
Lucía salta de su asiento ; Inés se apea casi de un brinco,
y en ménos tiempo que se dice , estaban una en brazos
de otra. La sastra , única persona de la casa que se halló
presente á esta tierna entrevista , despues de animarlas y
darles el parabien , tuvo el delicado acuerdo de dejarlas
solas, pretextando ir á prepararles cama , y diciéndoles
que gracias á Dios podrian acomodarse, y que en todo
caso, antes dormirian ella y su marido en el santo suelo
que consentirlas hospedarse en otra casa .
Pasado aquel primer desahogo de lágrimas y abrazos,
quiso la madre oir los sucesos de la hija , y ésta se los
refirió menudamente . Pero , como el lector sabe , ninguna
de las dos conocia la historia por entero ; para la jóven
misma habia pasages oscuros y de todo punto inexplica-
bles ; sobre todo, aquella funesta casualidad de hallarse
aquel terrible coche en mitad del camino, y en el momen-
to cabalmente de pasar ella por allí cón aquel encargo
extraordinario : hija y madre hicieron mil conjeturas "sin
dar en el item , ni acercarse á él con cien leguas . Pero
como para entrambas fuese un incuestionable supuesto
que el autor de aquella fechoría era D. Rodrigo, exclamó
la buena Inés indignada :
--¡Pícaro! ¡tunante! ¿Quién ha de ser sino él?.. Pero
ya , ya le llegará su hora ; ya le dará Dios el pago de sus
maldades ; y entonces verá...
—¡No, no , madre mia! Por Dios no le desee su mer-
ced mal ninguno... ¡Si supiera su merced lo que son pe-
106

nas! Si le hubiera pasado lo que á mí... No, no ; pidamos


más bien á Dios nuestro Señor y á la Virgen Santísima
por él ; que Dios le toque el corazon , como lo ha hecho
con este otro pobre caballero, que era mucho peor que él,
y ahora es ya un santo.
Mucho costó á Lucía renovar memorias tan fieras y
tan recientes ; más de una vez suspendió su relato, di-
ciendo que no tenia valor para continuarle , aunque al fin
entre sollozos y suspiros habia ido terminándole trabajo-
samente. Digo mal , terminándole ; pues, al llegar al pa-
sage del voto, se lo comió todo entero : el temor de que
su madre la arguyese de imprudente y de ligera ; el de
que la ocurriese , como habia sucedido en el asunto del
casamiento , salir por algun registro de los de conciencia
ancha , y se empeñase en sostenerlo como justo ; ó el de
que la pobre mujer, tan lastimosamente comunicativa de
suyo, contase en confianza á alguien el caso , aunque fuese
con la intencion de pedirle parecer y consejo , haciendo
así público el negocio, cosa que , sólo pensada , encendia
de rubor las mejillas de la jóven ; todas estas considera-
ciones juntas la hicieron pasar por alto aquel importante
pasage de su aventura , con la mira de confiarla ántes al
Padre Cristóbal. Pero ¡ cuál no seria la pena de aquella in-
feliz cuando su madre la dijo que el Padre Cristóbal no
estaba ya en el convento, y que le habian enviado allá á
una tierra muy lejos , á un pueblo que tenía un nombre
muy revesado!.
-¿Y por Renzo, no me preguntas, mujer? dijo Inés
luego, no sin cierta sorpresa .
-¿Está en seguro, no es verdad? preguntó ansiosamen
te Lucía.
-Debe estarlo , segun lo que todo el mundo dice; pa-
rece que se ha retraido en tierra de Bérgamo ; pero nadie
107

sabe fijamente el pueblo , ni él tampoco ha mandado no-


ticia ninguna. Verdad es que tampoco habrá tenido oca-
sion de hacerlo.
-¡Ah! pues estando ya en salvo, gracias sean dadas á
Dios , repuso Lucía, con visible impaciencia por mudar de
conversacion . Pero afortunadamente cuando ella buscaba
manera de hacerlo, vino á sacarla del apuro una novedad
inesperada , la visita del Cardenal Arzobispo .
Este , al volver de la Iglesia , donde le hemos dejado,
á su posada , y sabedor ya por el Innominado del feliz ar-
ribo de Lucía , habíase puesto á la mesa con él , y sentá-
dole á su derecha en medio de un cerco de sacerdotes,
que no se cansaban de contemplar aquel rostro del peni-
tente caballero , comparando la idea que desde muy anti-
guo tenian de su ferocidad y altivez , con aquella manse-
dumbre sin flaqueza y aquella humildad sin abyeccion que
á la sazon veian resplandecer en su aspecto.
Terminada la comida, volvieron á encerrarse juntos el
Cardenal y el Innominado, y despues de un coloquio, mu-
cho más largo que el primero , partió el señor á su casti-
llo en la propia mula que habia llevado aquella mañana .
El Cardenal en seguida llamó al Cura para decirle que le
acompañase á la casa en que estaba hospedada Lucía.
-¡Oh Monseñor ! le respondió el Cura : no tiene que
molestarse Su Eminencia ; yo mandaré un recado , y al
instante vendrán aquí la jóven, y su madre si ha llegado
ya, y aun los amos de la casa si Monseñor quiere tambien
verlos...
-No , no quiero yo ir allá , replicó el Prelado .
-Pero no es regular que Su Eminencia se incomode:
yo les mandaré recado : es cosa de un momento , insistió
en decir el oficioso Cura, sin acabar de entender , á pe-
sar de ser excelente Sacerdote , que lo que el Cardenal
- 108

deseaba con aquella visita , era honrar al infortunio , á la


inocencia, á la hospitalidad, y juntamente su propio minis-
terio. Pero al ver al superior insistir en su empeño, el in-
ferior cedió en sus instancias , y echó á andar tras él.
En cuanto pusieron el pié fuera de la puerta , arremo-
linóse en torno de ellos toda la gente que habia en la ca-
lle, acrecentada en breve còn la demas que de todos lados
fué acudiendo , y que los acompañó en su tránsito , quién
á los lados , quién detrás , quién donde ,podia y como po-
dia. Al Cura todo se le volvia decirles : -¡Aparténse,
aparténse, dejen paso libre! » -Pero Federico replicaba : -
<Déjelos , señor Cura , déjelos , y proseguia su camino,
ora alzando las manos para bendecir al pueblo , ora ba-
jándolas para acariciar á los niños que se le rebullian en-
tre los piés. Con este cortejo llegaron á la casa , entraron ,
y la gente se quedó á la puerta, tan arremolinada co-
mo hasta allí habia ido . Pero entre la gente se hallaba
tambien el buen sastre , que siguiendo el movimiento ge-
neral , se habia mezclado en el cortejo , é iba con ojos y
boca abierta , sin saber adonde se encaminaba Su Emi-
nencia. ¡Cuál no seria su sorpresa al ver parar en la puer-
ta de su propia casa aquella comitiva ! Nadie extrañará
que enfilándose por entre el gentío como una ahuja, gri-
tara á más y mejor: - ¡Paso, señores, paso! ¡no ven que
hago falta en casa ?» - hasta que entró.
Inés y Lucía , en oyendo aquella bulla cada vez más
estrepitosa en la calle , y mientras cavilaban cuál podria
ser el motivo , ven abrirse la 'puerta , y presentarse el
Cardenal con el Cura.
-¿Es aquella ? preguntó el primero al segundo ; y á
una señal afirmativa de éste, acercóse á Lucía, que se ha-
bia quedado clavada en el suelo , como su madre , mudas
entrambas y aturdidas de rubor y de sorpresa , hasta que
- 109 -

el acento , el aspecto , la actitud , y sobre todo , las pala-


bras del Prelado les infundieron aliento y confianza .- < Po-
bre jóven, dijo mirando á Lucía con paternal dulzura: ver-
daderamente Dios nuestro Señor ha querido probarte con
grandes tribulaciones ; pero tambien se ha dignado mos-
trarte que tenia los ojos puestos en tí, y que no te olvida-
ba. Te ha traido á puerto de salvacion , y te ha escogido
por instrumento de una grande y misericordiosa obra,
que redime á un alma, y alivia juntamente el padecer de
otras muchas. »-
En este momento se presentó en la habitacion la sas-
tra , quien habiéndose asomado á la ventana al oir el rùi-
do de la gente , y viendo la gran visita que se le entraba
por las puertas , habia bajado las escaleras de dos en dos,
arreglándose de prisa y corriendo la ropa y el peinado:
casi al mismo tiempo entró el sastre por el lado opuesto .
Marido y mujer , al ver ya entablada la conversacion por
su Eminencia , fueron á reunirse en un rincon del apo-
sento, donde sin moverse recibieron tan gozosa como hu-
mildemente el cortés y afable saludo del Cardenal , que
siguió hablando con las dos mujeres, y mezclando entre
sus exhortaciones consoladoras tal cual pregunta para ver
por las respuestas si hallaba necesidad y medio, de hacer
algun bien á las infelices que tanto habian padecido .
Inés, animada por aquella afabilidad tan cariñosa del
Prelado, y nada conforme con que el señor D. Abundio,
despues de haber fastidiado á la gente , quisiera tambien
estorbarle un pequeño desahogo con quien era más que él;
Inés, que por calva que fuera una ocasion de soltar cuanto
la hacia cosquillas en el almario , sabia cogerla siempre el
pelo aunque no tuviera más que uno , saltó, y dijo :
-Dios le pague á su Eminencia la caridad que hace
con estas pobres mujeres... Así fueran lo mismo todos los
110 -

demas sacerdotes ; y no se verian algunos que en lugar de


ayudar á los pobres atribulados, los meten más en el atolla-
dero, por salir ellos con sus manos lavadas... Si no fuera
porque... En fin , más vale callar...
-No, no, diga cuanto se la ofrezca : hable , hable en
libertad. ¿Por qué dice eso?..
-Dígolo, Eminentísimo Señor , por cierto Cura, que
si hubiese hecho lo que Dios manda , nos habria ahorrado
estos disgustos á todos...
La pobre Inés no conoció que se iba metiendo en un
mal paso , hasta que , apurada por las preguntas investi-
gadoras del Cardenal , cayó en la cuenta de que si habia
de contar toda la historia, tenia que desembuchar la parte
espinosilla que á ella le tocaba en el capítulo del matrimo-
nio ; parte que hubiera ella querido dejar ignorada de
tan santo y autorizado personaje. Pero, ya cogida en el
garlito, y con la mira de desenredarse lo mejor posible,
refirió de cómo , concertado ya el casamiento, le habia di-
latado D. Abundio con pretextos especiosos, sin dejarse
en el tintero el de la cuenta que , segun decia el Cura,
habian de pedirle luego los superiores ( Inés! Inés ! esa es
arma prohibida ! ) ; y de aquí saltó al atentado de D. Ro-
drigo, y al cómo, advertidas á tiempo , habian podido es-
capar de sus uñas; y por último, dijo resumiendo su infiel
relato : - « Pero ¿qué hemos adelantado con escapar una
vez ? Nada ; porque ahora nos vamos á ver otra vez en
calzas prietas . Si el señor Cura hubiera declarado á tiem-
po lo que habia , y hubiera casado al instante á estos po-
bres muchachos , nosotros hubiéramos escapado á la chita
y callando, y nos hubiéramos ido á donde nadie hubiese
podido dar con nosotros . No, que con tanto que hoy , que
mañana , hemos perdido tiempo , y de aquí ha resulta-
do... lo que ha resultado.
111 -

-¡Oh! dijo con amagos de severidad su Eminencia:


yo me informaré del señor Cura , y veremos porqué...
-No , Eminentísimo Señor , no por Dios, repuso Inés
con cierta ansiedad : yo no lo he dicho por tanto : ya , á
lo hecho, pecho , como dijo el otro, y nada se adelantaria
con que su Eminencia regañase al señor Cura ... Él es así,
como Dios lò ha hecho ; y genio y figura...
En esto Lucía , que debió no quedar satisfecha de la
imparcialidad histórica de su madre, añadió: -Es que tam-
bien nosotros tenemos por dónde callar, Eminentísimo Se-
ñor : está visto que Dios no queria que la cosa se lograse.
-Pues ¿en qué has podido tú faltar, hija mia? pregun-
tó Federico. Y como lo preguntó, no hubo más remedio
sino que Lucía , á despecho de todos los guiños y señajos
que por sobre el hombro le hacia su madre , refiriese la
historia de la tentativa hecha en casa de D. Abundio ,
concluyendo con decir :
-Hemos obrado mal , y Dios nos ha castigado ."
→Pues ¡ vaya ! dijo entónces Federico : tomen lo que
han padecido como un aviso de tan buen Padre , y confien
en su misericordia ; pues verdaderamente ¿ quién puede
esperar en ella con más confianza que quien ha expiado
sus culpas y las confiesa humildemente ?
Dicho esto, preguntó qué se sabia del novio, y oyendo
á Inés , ( porque Lucía se habia quedado muda , con la
vista en tierra ) que estaba huido del pueblo , dió muestra
de tanto asombro como pesar , y preguntó el por qué.
Como Inés seguidamente refiriera todo cuanto sabia acer-
ca de Renzo , díjole el Cardenal :
-Sí : yo he oido hablar de ese mozo ; pero no concibo
cómo un hombre que aparece complicado en aquellos
tristes acontecimientos ha podido estar en tratos de boda
con una jóven de estas prendas.
112

-Él siempre ha sido hombre de bien , señor , dijo Lu-


cía ruborizada , pero con acento firme.
-Sí , Monseñor , añadió Inés : una malva ; demasiado
bueno quizás : puede preguntar Su Eminencia á todo el
mundo , y al mismo señor Cura, si quiere... Sabe Dios las
zancadillas que le habrán armado A allá al pobre mucha-
cho... Los pobres somos siempre carne de pescuezo , co-
mo dijo el otro , y una mala lengua, y un testigo falso les
pueden levantar mil caramillos.
-Mucha verdad es eso por desgracia, repuso el Car-
denal: yo trataré de informarme de lo que haya.
Y dicho que le hubieron nombre y apellido del mu-
chacho , apuntólos en un librito de memorias. En seguida .
anunció á las mujeres que tenia pensado visitar tambien
dentro de pocos dias su pueblo , y les dijo que entónces
podria Lucía ir allá sin miedo ; que él entretanto veria de
proporcionarla un asilo decente y seguro, mientras se pro-
veia algo definitivo.
Volvióse luego á los amos de la casa , que al punto se
adelantaron , y despues de reiterarles las gracias que ya
les habia dado por conducto del Cura, les preguntó si ten-
drian gusto en albergar por unos cuantos dias á las hués-
pedas que Dios les habia enviado .
-¡Oh ! sí , Monseñor , respondió la sastra con un as-
4
pecto y un tono de voz , harto más significativos que su
lacónica respuesta , hecha tal porque más no dió de sí el
caritativo rubor de la buena mujer. Pero en cambio el
marido , á quien la presencia de tan augusto interlocutor
y la importancia del caso dieron una terrible comezon de
á esprimir todas las coyunturas de
echar el resto , púsose à
su meollo para tropezar con una respuesta digna; y arru-
gando el entrecejo , con los ojos de través , fruncidos los
lábios , echóse por allá dentro de sí mismo á buscar pala-
- 113

bras rimbombantes y frases enfáticas ; pero el demonio lo


hacia ; mientras más buscaba , más se le iba secando la
vena oratoria ; y como el tiempo urgia , y el Cardenal da-
ba señales de haber ya barruntado el apuro de nuestro
hombre , abrió el infeliz la boca , y dijo : -¡ Figúrese Su
Eminencia ! ... y nada más pudo decir ; cosa que no so-
lamente le dejó corrido por el pronto, sino que fué luego,
durante su vida entera , una ponzoña que le amargaba el
gusto de recordar aquella honrosísima visita. ¡ Cuántas y
cuántas veces el infeliz , rumiando y revolviendo en su
mente aquella ocasion tan magnífica de haberse lucido , se
desesperó de ver cómo le afluian al magin y á los lábios
borbotones de palabras que habrian sido algo ménos in-
sulsas que aquel malhadado ¡figúrese Su Eminencia! Pero,
como dice el adagio , á buenas horas mangas verdes ...
El Cardenal se marchó , diciendo : -La bendicion de
Dios nuestro Señor sea sobre esta casa , y permanezca
siempre en ella!
De regreso en su posada aquella misma noche, preguntó
al Cura qué medio decorosò pudiera tomarse para recom-
pensará aquella pobre familia , que no debia ser rica por
cierto, de aquella hospitalidad siempre gravosa , y más en
los tiempos que corrian . El Cura respondió que aunque
efectivamente ni las ahujas ni un pegujalillo que el buen
sastre tenia , daban de sí lo bastante, sobre todo en aquel
año, para dejarle ser liberal con los agenos sin ningun daño
de los propios, con todo eso, él habia hecho los años atrás
algunos ahorrillos, mercedá los cuales era de los más des-
ahogados de aquella tierra , y podia por tanto sufragar al-
gun gastillo extraordinario , mucho más siendo tan grato
para él como lo era el que aquella hospitalidad pudiese
causarle ; que , aparte de esto , seria muy difícil hacerle
aceptar recompensa ninguna.
H8
- 114 --

-¿No tendrá , dijo el Prelado, algunas cuentas pen-


dientes con parroquianos que no hayan podido pagarle?
-Ya lo creo, Monseñor ! como que estos infelices no
pagan sino con lo poquito que pueden sacar de la recolec-
cion, y el año pasado se la comieron toda , y este año, ni
les alcanzará siquiera para alímentarse.
-Pues bien, dijo Federico: yo tomo á mi cargo to-
dos esos débitos : vos me hareis el favor de recoger nota
de las partidas , y saldar las cuentas , ¿eh?
-Deben subirá una suma muy regular...
-Tanto mejor. Supongo que no os faltarán feligreses,
demasiados quizás , que los infelices no tengan deudas por
no hallar quien les fie.
-Demasiados: dice bien su Eininencia. Acá hacemos
lo que se puede; pero son tantos! y el año ha sido, tan
malo!...
--Bueno: pues tened la bondad de disponer tambien
que los vista el sastre á todos por cuenta mia, y pagadle
bien las hechuras. Verdaderamente , este año me parece
despilfarro todo lo que no se emplea en pan ; pero este es
un caso especial , que no entra en cuenta .
Así acabó este dia tan lleno de dulces emociones . Sin
embargo, para completar su historia, nos falta referir bre-
vemente como la terminó el Innominado .
En este segundo regreso á su castillo, le habia prece-
dido en el valle la nueva de su conversion, que habia
cundido con la rapidez del rayo , produciendo en todas
partes asombro , ansiedad, rabia, susurro malévolo y te-
nebroso . Conforme fué topando con bravos , ó con servi-
dores suyos, (si todo ello no es lo mismo) fueles haciendo
seña de que le siguieran; y todos en efecto , con el ánimo
grandemente embargado, pero con la sumision habitual,
le fueron siguiendo detrás de su cabalgadura, cada vez
- 115 -

más numerosos , hasta llegar al castillo . Á los que se ha-


llaban en • la puerta de éste , hizo tambien seña de que le
siguieran con los otros, y entrado que hubo con esta escol-
ta en el primer patio, plantóse en medio, montado en su
mula, lanzó un grito como un trueno , que era para toda
su gente señal convenida de que acudiesen desde cual-
quier punto donde la oyeran ; y efectivamente llegando sin
demora los desparramados en el castillo , uniéronse á los
ya congregados, y quedáronse todos mirando á su dueño.
-Idos á esperarme en la sala grande, les dijo, y que-
dóse montado hasta verlos ya partidos de allí: apeóse en
seguida, llevó por sí mismo á la cuadra su cabalgadura, y
despues echó á andar á donde le esperaban. En el mo-
mento que apareció á la puerta , cesó el rugiente mur-
mullo de los treinta , poco más ó ménos , que se habian
reunido, y agrupándose todos en un costado de la sala ,
dejáronle libre y expedito un gran trecho .
Plantado con marcial desembarazo delante de ellos,
levantó la mano como para mantener aquel silencio re-
pentino; hirguió en seguida la cabeza , que sobresalia por
todas las de aquella chusma, y les dijo :
-Escuchen todos , y nadie hable, si yo no le pregun-
to. ¡ Muchachos ! el camino por donde hemos andado has-
ta hoy, lleva en derechura á los profundos infiernos. No os
digo esto por echaros nada en cara , pues yo he sido el
peor de vosotros; pero oid bien lo que tengo que anuncia-
ros : Dios misericordioso me ha llamado á mudar de vida;
y voy á hacerlo , ó por mejor decir , lo he hecho ya : os
deseo á todos la misma gracia . Sabed de hoy en adelante
para vuestro gobierno , que tengo firme propósito de mo-
rir ántes que obrar nada contra la ley santa de Dios. Por
consiguiente , desde ahora mismo quedais dispensados de
cumplir los inícuos mandatos que cada cual haya recibido
116

de mí... ya me entendeis ; y aun os ordeno que nada ab-


solutamente hagais de cuanto os tengo mandado. Sepan
todos y cada uno de vosotros que ninguno de aquí en ade-
lante, ha de hacer daño de ninguna especie con mi protec-
cion ni por cuenta mia. El que quiera avenirse á esto ,
quédese conmigo ; yo seré para él un segundo padre , y
esté cierto de que me quitaré el pan de la boca para dár-
selo , y que en todo y por todo , será mirado y tratado co-
mo un hijo. El que no se conforme , recibirá el salario que
se le deba, con una buena gratificacion por añadidura ; pero
que se vaya al instante , y no vuelva á poner el pié aquí, no
siendo porque quiera mudar de vida , pues en este caso,
será recibido siempre con los brazos abiertos . Cada cual
consulte esta noche con la almohada ; mañana , si Dios
quiere , os iré llamando uno á uno para que me diga lo
que haya determinado , y yo entonces le diré lo que ha de
hacer en adelante . Por ahora retirese cada cual á su pues-
to. ¡Y quiera Dios nuestro Señor , que tan misericordioso
ha sido conmigo , daros buenos pensamientos á todos !» -
Un silencio absoluto respondió á esta arenga ; no por-
que faltasen ideas y afectos tumultuosos en aquellos caní-
bales, sino porque ninguno osó ni aun dar la menor mues-
tra de lo que sentia ni de lo que pensaba . Aquella voz ,
que siempre habia sido para todos ellos un precepto abso-
luto sin réplica posible, al anunciarles ahora una mudanza
tan grande de vida , no daba ciertamente señal alguna de
haber perdido su energía ni su inflexibilidad ; á ninga-
no, pues, le pasó por las mientes que por haberse conver-
tido su amo , pudieran írsele á las barbas y responderle
como á cualquier otro hombre : veian , sí , en él la estam-
pa de un santo , pero de uno de los santos que se pintan
con la frente erguida y empuñado el acero. Por otra par-
te , habia muchos de entre ellos ( especialmente los naci-
117

dos en la casa , que eran los más ) y éstos le tenian un ca-


riño como de lebreles , le admiraban aun más que le te-
mian , y nunca estaban delante de él sin cierta especie
como de vergonzoso acatamiento que hasta los ánimos más
rudos é indomables tributan á quien tienen por superior.
Todo lo que éstos acababan de oir de aquellos lábios ,
era si repugnante á sus instintos , pero no falso ni ex-
traño de todo punto á sus entendimientos ; si mil veces
se habian burlado de ello , no era porque no lo creyesen,
sino por ahogar con la burla el miedo que les habria cau-
sado , si hubiesen pensado sériamente el negocio. Al ver,
pues , en aquella sazon los efectos de este miedo en un es-
píritu como el de su amo , ninguno hubo que no le sintie-
se tambien con más ó ménos intensidad y duracion . Agré-
guese á todo esto que la porcion de ellos á quienes por
hallarse fuera del valle aquella mañana les habia llegado
1
primeramente la noticia del gran suceso , estaban viva-
mente impresionados por el estallido , digámoslo asi , de
júbilo, de desahogo, de amor y de veneracion que el pue→
blo habia mostrado en lugar del ódio y del terror que has-
ta entonces les habia inspirado aquel nombre terrible . Los
bravos que habian visto , y aun comentado entre sí esta
metamorfosis del espíritu público , como se diria hoy , no
podian ménos de complacerse al mirar convertido en
asombro, en ídolo de la gente al hombre aquel que habian
siempre tenido por tan superior , aunque ellos fuesen el
perno y sosten de tal superioridad , y á quien seguian
viendo , no ya en la misma , sino en mayor altura , diver-
sa sí de la que hasta entonces, pero al cabo primacía , do-
minio sobre los ánimos y los corazones de la muche-
dumbre.
Atónitos , pues , todos ellos , inciertos uno de otro , y
cada cual de sí mismo , quién rabiaba, no acertando con
119 -

el sitio adonde iria para continuar impunemente su oficio


de malhechor ; quién consultaba consigo propio sobre si
le seria posible resignarse á vivir honradamente ; quién ,
sin resolverse á nada , se proponia dar tiempo al tiempo ,
y entretanto comer á buena cuenta de aquel pan que tan
de corazon se le ofrecia , y que , por más señas , andaba
escasillo aquel año. Pero ninguno resolló , y cuando el
amo , despues de terminada su arenga , volvió á levantar
aquella mano temida para hacerles una seña imperiosa
de que se retiraran , largáronse todos con las orejas ga-
chas , y sin decir : esta boca es mia. En seguida salió él ,
y plantándose en medio del patio , estuvo viéndolos , á la
vislumbre de las estrellas , desfilar y marcharse cada cual
á su covacha . Subió luego á tomar su linterna , hizo la
ronda habitual por corredores, patios y salas , requisó to-
das las avenidas , y cuando ya1 no oyó rumor alguno , se
fué por último á dormir!...
A dormir, sí, porque tenia sueño... Jamàs le habian.
abrumado negocios tan árduos , tan apremiantes, (y eso
que casi siempre se habia él buscado los ruidos) como en
aquella noche: y sin embargo , tenia sueño. Jamas, ni
aun la noche antes , se habian levantado en su conciencia
remordimientos más clamorosos , más severos , 1 más exi-
gentes : y sin embargo , tenia sueño. El órden , la especie
de gobierno que por tantos años , con tantos cuidados,
con tan rara mezcla de audacia y de teson habia establecido
en aquella casa , lo habia deshecho en cuatro palabras él
mismo ; la absoluta dependencia de su gente, la honda su-
mision con que la habia visto dispuesta siempre á obede-
cerle en todo , la lealtad aquella de perros en que habia
fiado hasta entonces su reposo y seguridad , acababa de
deshacerlas él mismo ; volvíansele ya montes de obstácu-
los y de tropiezos los que hasta entónces habian sido para
119 -

él medios seguros y expeditos ; todo , en sí mismo y á su


alrededor, era confusion é incertidumbre : y sin embargo,
tenia sueño...
Fuése , pues , á su cuarto , acercóse al mismo lecho en
que la noche antes habia encontrado tantas espinas ;
y arrodillándose al pié con ánimo de rezar , buscó y
halló en un rincon allá repuesto y profundo de su mente
las oraciones que le habian enseñado en la niñez . Con-
forme aquellas palabras, revueltas , confundidas, sepul-
tadas allí por tanto tiempo , fueron ordenándose en su
memoria y como resucitando en sus lábios, fué sintiendo
todo un mundo de afectos indefinibles : cierta dulzura
en ver así materialmente reanudados los hábitos de su
edad de inocencia ; exasperacion de dolor al pensar en
el abismo que separaba aquel dichoso tiempo del tiempo
presente ; ansia viva de formarse, con obras de expiacion ,
como una conciencia nueva , un estado que se asemeja-
ra... se asemejara ! ay! ... á la inocencia ; una gratitud,
una confianza en aquella Misericordia que podia restituir-
le á ese estado apetecido , y que tantas prendas le habia
dado ya de que así lo queria... Levantóse del suelo, for-
talecido , consolado ; acostóse, y se durmió inmediata-
mente.
Así se terminó aquel dia , tan célebre aún en tiempo
de nuestro anónimo , merced á cuya crónica hemos po-
dido nosotros referir tantos pormenores ; pues sin ella
nada se hubiera sabido fuera de lo que mencionan los ya
ántes citados Ripamonti y Rivola , quienes se limitan á
decir que aquel famoso tirano , despues de una entrevista
con Federico , nudó maravillosamente de vida , y perse-
veró en esta mudanza hasta la muerte . ¿Pero cuántos hay
que hayan leido las obras de aquellos dos? Ménos de los
que han de leer la nuestra. ¿Quién sabe si aun en el valle
- 120

mismo se conservará alguna tradicion confusa y manca


de estos sucesos , dado que alguien entrase en gana , y tu-
viese tino de pesquisar algunos datos?-¡Han pasado tan-
tas cosas de entónces acá !

1
121 -

CAPÍTULO XXV.

LA REPRIMENDA.

ALL dia siguiente , en el lugarcillo de Lucía y en todo


el territorio de Lecco, no se hablaba de otra cosa sino de
ella , del Innominado y del Arzobispo ; pero se hablaba
tambien de otro cierto personaje , que si bien gustaba mu-
cho de andar en lenguas de las gentes , hubiera renuncia-
do al gusto de buena gana en aquella sazon : este persó-
naje no era otro sino el señor D. Rodrigo.
No es esto decir que hasta entonces hubiera cesado
toda conversacion y comentario de sus fechorías ; pero ha-
blábase en secreto , y al oido ; era menester que se cono-
cieran muy mucho dos personas para que platicasen jun-
tamente sobre la materia ; y aun así, no manifestaban todo
lo que sentian , pues los hombres por lo comun , no sola-
mente son parcos en expresar una indignacion que pueda
costarles cara ,
sino que de hecho la sienten menor. Pero
en la sazon presente¿quién habria renunciado á ente-
rarse y á departir de un suceso tan ruidoso, en que se
veia tan clara la mano de Dios, y en que tantos loores
eran debidos á dos personajes, tan venerable el uno.por
su denodado amor á la justicia , junto con tan sagrada.
autoridad , y tan admirable el otro por la voluntaria hu-
122 -

millacion que en su persona padecia la injusta prepoten-


cia , y en quien el matonismo patibulario parecia ha-
ber rendido las armas y pedido indulto ? Comparado á
estos dos personajes , el D. Rodrigo quedábase tamañito
en la pública opinion ; y todo el mundo , sin más reserva
ya que la precisa para evitar el espionaje de toda aque-
lla braveria que rodeaba al tiranuelo, comenzó á compren-
der, á expresar, á execrar en las conversaciones de ve-
cino á vecino, lo miserable de aquella vanidad que se go-
zaba en atormentar á una inocente con ánimo de quitarle
la estimacion , en perseguirla con insistencia tan impúdi-
ca , con violencia tan atroz , con intrigas tan abominables.
Esta atmósfera de ódio público que entonces se conden-
só en torno de D. Rodrigo , comprendia tambien á todos
sus allegados y aduladores . Menudeaban pullas y hasta que-
jas formales contra el señor Podestá por lo ciego y sordo
que era'para mirar y escuchar las hazañas de su anfitrion ;
bien que esto se hiciera igualmente con alguna reserva,
porque si el señor Podestá no tenia bravos , tenia en cam-
bio alguaciles . Pero con el doctor Picapleitos , que no te-
nia otra fuerza sino la de su parleta y marañas, lo mismo
que con todos los demas parásitos de su estofa , no se gas-
taban tantos miramientos , sino que andaban señalados con
el dedo, y mirados insolentemente de través , en tal ma-
nera que, durante algun tiempo , tuvieron por buen acuer-
do el no salir á la calle .
D. Rodrigo, punto ménos que aterrado con nuevas tan
inopinadas, tan diversas de las que se prometia recibir de
un momento á otro, encerróse en su palazuelo con todos
sus bravos á devorar allí su rabieta ; y encerrado pasó dos
dias, hasta el tercero que se marchó á Milan . Si otra cosa
no le hubiera acuitado más que el chismorroteo de la
gente , se habria tal vez quedado aposta para arrostrarle ,
123

y aun para ver de hacer un ejemplar con los murmurado-


res más atrevidos ; pero ahuyentóle el positivo anuncio de
que el Cardenal se proponia visitar tambien aquel territo-
rio. En tan notable coyuntura , el tio Consejero , que nada
más sabia de toda la historia sino lo que Atilio le habia con-
tado, habria ciertamente querido que D. Rodrigo hiciese el
primer papel , y recibiese del Cardenal la más pública y
lisonjera acogida : la ocasion en verdad no podia ser más
adecuada para que se hiciese á todo el mundo notoria la
estimacion en que la familia de su Excelencia era tenida
por los primeros personajes ; y el venerable tio se habria
anticipadamente holgado con la minuciosa relacion que
esperase de los obsequios tributados por el Cardenal á su
sobrino. Pero la cosa no era fácil ; y D. Rodrigo, que en
efecto la vió en toda su dificultad , no halló mejor medio
de salir del paso que madrugar una mañanita , meterse en
un coche escoltado por bravos en el pescante , por bravos
en la testera , por bravos hasta en la imperial , capita-
neados por el Rojo, y despues de disponer que el resto de
su servidumbre le siguiera todo entero, largarse como un
fugitivo, tal como Catilina (séanos lícito encumbrar á nues-
tros personajes comparándolos con gente de valía ) ; como
Catilina , digo, al salir de Roma , bufando y jurando tor-
nar en breve , con mayor poderío , á tomar venganza de
sus agravios .
Entretanto el Cardenal seguia visitando, á parroquia por
dia, todas las del territorio de Lecco. Tocaba su turno al pue-
blecillo de nuestros novios, y ya muy desde mañana habia
salido casi todo el vecindario al camino á recibirá su Pre-
lado . En la entrada del lugar, muy cerquita por cierto de
la casilla de nuestra Inés, se habia erigido un arco triun-
fal con vigas de pié derecho`y varas atravesadas, revesti-
das de paja y de musgo, y adornadas con verdes ramas de
-- 124

boj y de acebo; la fachada de la iglesia estaba cubierta de


tapices; y los pretiles de las ventanas de todo el pueblo
colgados de mantas y sábanas , de pañuelos y hasta de en-
volturas de niño; en suma, de cuanto aquellas pobres gen-
tes hallaron á mano para vestir de fiesta sus humildes mo-
radas , en señal del júbilo de sus sencillos corazones. Á
media tarde, que era cuando se esperaba al Cardenal, los
pocos que no habian salido al camino, ancianos , niños y`
mujeres en su mayor parte, salieron á orillas del pueblo ,
unos en forma procesional , otros á granel , y precedidos to-
dos de D. Abundio , único mohino en medio del comun al-
borozo, no tanto por aquel clamoreo que le aturdia, y aquel
rebullirse por detrás y por delante de la gente que , como
decia él á cada instante, le llevaba mareado, cuanto por
el escozorcillo de lo que pudieran haber charlado las mu-
jeres, y el consiguiente recelo de tener que dar cuenta del
matrimonio .
-¡Ya viene , ya viene! clama á una sola voz todo aquel
gentio en cuanto ven aparecer al Cardenal, ó por mejor
decir, no al Cardenal, sino á la turba que cercaba su lite-
ra y su comitiva , pues entre aquel bosque semoviente de
carne humana apénas se veia sino los brazos de la cruz que
llevaba el capellan correspondiente, caballero en su mu-
la. La gente que iba con D. Abundio precipitóse atro-
pellada á juutarse con la que venia ; y como no quisiera
enfilarse por más que tres ó cuatro veces le gritó el buen
señor: -Hé! poco a poco ! en fila! en fila! ; » —volvió gru-
pas hacia la iglesia para respirar allí mientras estuviera
vacia, y esperar en ella el cortejo , sin cesar á todo esto de
refunfuñar exclamando: -¡Qué babilonia ! qué babilonia !
El Cardenal llegaba entretanto echando bendiciones
con la mano, y recibiéndolas de boca de la gente , á quien
los familiares podian apénas contener para que no se le
- 125 -

echase encima. Los paisanos de Lucia , juzgándose espe-


cialmente obligados para con el señor Arzobispo , habrian
querido obsequiarle con festejos extraordinarios ; pero la
cosa no era fácil, porque en todas partes hacía todo el
mundo cuanto le era dable con el propio objeto . Ya en el
comienzo mismo de su pontificado, el dia de su primera
entrada solemné en la Catedral, habia sido tal el impetu y
los apretones de la gente que se le rodeó, que es-
tuvo á pique de morir estrujado, y aun lo habria sido qui- 1
zás á no resolverse algunos caballeros que estaban cerca
de él á desenvainar las espadas con el fin de espantar y
sacudir al gentio: ¡ tan inmoderado y violento era el te-
nor de las costumbres públicas de aquel entónces, que has-
ta las demostraciones de afecto y veneracion hechas á un
Obispo en su iglesia, era menester refrenarlas punto mé-
nos que á estacazos ! Pero ni aun el auxilio de los dichos
caballeros habria bastado al pobre señor Arzobispo sin el
valor y la fuerza de puños del maestro y sub-maestro de
ceremonias, los jóvenes eclesiásticos Clerici y Picozzi,
que levantándole en brazos, le llevaron en vilo desde la
puerta hasta el altar mayor. À partir desde entónces , en
la multitud de visitas que hizo á sus diocesanos , bien
pueden , sin que se nos tome á broma, contarse entre
sus trabajos apostólicos , y á veces entre los riesgos más
graves de su ministerio , sus entradas en los pueblos, y más
aun en las iglesias de los pueblos que visitó .
En este punto , los paisanos de Lucía no quisieron ser
ménos: su Eminencia logró al fin penetrar , como Dios quiso ,
en la iglesia ; dirigióse al altar mayor , y despues de orar
un rato , hizo , segun su costumbre , una platiquita á los
fieles sobre el amor que les tenia , sobre el celo de su sal-
vacion que le inflamaba , y sobre el modo en que habian
de disponerse para la funcion religiosa del dia inmediato .
- 126 -

Hospedado en seguida en casa del Cura , pidióle, entre


otras cosas de que le habló , informes acerca de Renzo.
D. Abundio le dijo que era un mozo algo sueltecillo , una
migaja testarudo , y de no muy buenas pulgas; pero el Car-
denal , no satisfecho por lo visto con estos datos , hizo al-
gunas otras preguntas más concretas , á las cuales ya no
tuvo más remedio D. Abundio sino responder que el mu-
chacho era un hombre de bien , y que no concebia cómo
pudiera haber hecho en Milan todas aquellas diabluras
que le habian achacado.
-¿Y respecto á la jóven , repuso el Cardenal , os pa-
rece que no hay ya inconveniente en que se vuelva á su
casa?
-Por ahora , respondió D. Abundio , no veo ninguna
dificultad : por ahora , repito ; pero ... (añadió suspirando)
seria menester que su Eminencia estuviese aquí siempre,
ό por lo menos , cerquita ; porque...
-Nunca está Dios léjos , señor Cura , dijo el Cardenal :
ademas , ya veremos de hallar modo de ponerla en se-
guro. Por de pronto , mañana mismo , muy temprano ,
mandareinos una litera con algunos hombres de confian-
za , para que se traigan á aquellas dos pobres mujeres.
D. Abundio salió de esta entrevista gozosísimo de que
su Eminencia le hubiese hablado de los novios sin tocarle
el destemplado registro del casamiento. Pues señor,
no sabe nada , se dijo para sí ; parece que á Inés no se le
·
ha ido la lengua : ¡ milagro patente! ... Verdad es que to-
davía no es tarde; porque ella ha de volver á ver á este
santo varon... Veremos si puedo reducirla á que no graz-
ne....-El pobre Cura ignoraba que si su Eminencia no
habia tocado aquel registro , era porque se proponia ha-
cerlo con toda calma y desahogo ; y ademas , porque án-
tes de tomar una providencia , queria oir á las dos partes .
- 127

Pero la solicitud del buen Prelado por poner á Lucía


en seguro , se habia hecho intempestiva: desde que de-
jamos nosotros á la pobre muchacha , habian sucedido co-
sas que es menester contar.
Durante los pocos dias que las dos mujeres tuvieron
que pasar en la hospitalaria morada del sastre , habian
ya vuelto , en cuanto les fué posible , á su ordinario te-
nor de vida. Lucía no gustaba , ya lo sabemos , de estar
mano sobre mano ; habia pedido labor , y en efecto pa-
sábase todo el dia cose que te cose , retirada en su cuar-
tito , sin ver á nadie de fuera de la casa : en cuanto á Inés,
unas veces hacia labor con su hija , y otras salia por ek
pueblo á comadrear una migaja y á echar una cana fuera.
Cuando sucedia lo primero, la conversacion de las dos era
tan tierna como triste ; pues para ambas era evidente que
la ovejilla no debia estar tan cerca de la guarida del lobo,
y ambas por consiguiente veian inevitable una nueva se-
paracion, que sólo Dios sabia cuándo y de qué modo habria
de terminarse. Oscuro y enmarañado era para las dos el
porvenir , pero especialmente para una de ellas: Inés al
ménos , allá para sus adentros , podia alguna vez regoci-
jarse con la esperanza de que, más pronto ó más tarde,
Renzo mandaria nuevas de su persona ; y si allá en donde
estaba retraido se habia agenciado modo de vivir, ¿quién
dudaba que , firme y constante en sus promesas, llamaria
consigo á su mujercita y á la madre de su mujercita? La
buena Inés á cada instante participaba tan halagüeñas es-
peranzas á su hija , la cual no sabemos si sentia más
amargura en oir que angustia para responder , pues ella
seguia guardándose su gran secreto , y aunque pesarosa
de tener para con tan buena madre esta reserva , que no
era la primera por cierto , sin embargo , invenciblemente
retenida por la vergüenza y por los varios temores que
- 128

ántes hemos enumerado , iba pasando un dia trás otro sin


resolverse á romper su silencio. Sus intenciones eran muy
diversas de las de su madre ; ó por mejor decir, no tenia
plan ninguno se habia abandonado á la Providencia.
Así era que cuando Inés la hablaba del asunto , esquivaba
ó ladeaba la conversacion , ó decia , así en términos ge- 1
nerales , que ella no tenia esperanza ni afan de nada en
este mundo sino de vivir en paz y gracia de Dios con su
madre : por lo comun , en estos casos , los sollozos aho-
gaban sus discursos.
-Eso te parece á tí ahora , hija mia , le decia Inés,
porque con tanto como has pasado, lo ves todo negro . Pe-
ro deja tú á Dios ... deja que se columbre un asomo , nada
más que un asomo de esperanza, y ya verás si cambias de
bisiesto ...-Lucía entónces besaba á su madre , y se des-
hacia en llanto .
Salvo estas tristezas , servia de gran consuelo á las dos
mujeres la estrecha amistad que desde luego habian traba-
do con los amos de la casa: y verdaderamente ¡entre quién
podia mejor suceder esto que entre bienhechores y ampa-
rados , siendo unos y otros buenos ? Inés en particular se
pasaba las horas muertas charlando con la sastra ; y en
cuanto al sastre , solia tambien terciar , ora contando su-
cedidos, ora ensartando pláticas morales; sobre todo , á la
hora de comer , siempre tenia algo bueno que decir sobre
Carlo Magno, ó sobre los Padres del desierto .
Á esto se reducian todo el trato y relaciones de hija y
madre , cuando una dichosa casualidad las puso en con-
tacto con otra familia , un matrimonio de hidalga condi-
cion que moraba en una su casa de campo , no léjos del
pueblo nuestro anónimo , segun su costumbre , nos calla
el apellido de esta pareja , diciéndonos sólo que se llama-
ban D. Ferran y Doña Praxedes. Era Doña Praxedes una
- 129

señora ya provecta, muy amiga de favorecer á menestero-


sos ; oficio á la verdad el más digno de un buen corazon,
pero que, como todas las cosas de este mundo, puede pe-
car por carta de más ó por carta de ménos. Para hacer
bien , se necesita conocerlo; y por lo comun no lo conoce-
mos los mortales sino a vuelta de nuestras pasiones , y por el
prisma de nuestros juicios y de nuestras ideas, que á las ve-
ces son buenas y á las veces son malas. Las de Doña Praxe-
des eran como se dice que deben ser los amigos, pocas ; pe-
roá estas pocas era ella muy apegada . Entre estas pocas
ideas, tenia muchas por desgracia nada felices ; y por mayor
desventura, eran justamente las que ella profesaba con más
tenacidad . Solíale suceder que tomaba por beneficio lo que
no lo era , ó que para hacerle empleaba medios incondu-
centes ó abiertamente contrarios , ó méņos lícitos de lo que
ella pensaba al figurarse , malamente figurado , que quien
hace más de lo que debe , puede hacer más de lo que en
derecho le toca . Solia no ver las cosas como realmente
eran, y aun ver lo que en ellas no habia; y al tenor de es-
to , tenia la buena señora otras flaquezas , de que suelen
no librarse ni aun los más perfectos ; sólo que en Doña
Praxedes solían estar no pocas veces por junto, y asaltar-
la de golpe .
En cuanto supo las notables aventuras de Lucía , y
oyendo todo lo que con motivo de ellas sé decia de la mu-
chacha , entró en gran curiosidad de conocerla , y mandó
á hija y madre una carróza con un anciano escudero y con
recado de que la hiciesen el favor de ir á visitarla . Cuan-
do el sastre entró á comunicarlas tan grande novedad,
"
Lucía le rogó que la libertase de aquel embarazoso com-
promiso ; pero el hombre, que de buen grado ya le habia
hecho otras veces esta misma caridad mientras sólo se tra-
tó de gente llana y á la buena de Dios, curiosa de conocer
H 9
-- 130

á la niña del milagro , figurósele que medir por el mismo


rasero á Doña Praxedes era caso grave ; y tantos visajes
hizo , tantas exclamaciones hilvanó, y tantos discursos en-
sartó sobre que aquello no era regular ; que se trataba de
una gente de muchas campanillas , á quien no se podia
decir que no ; que no debian rehusar así aquel fortunon
que se les entraba por las puertas ; que la Sra. Doña Pra-
xedes , á más de su hidalguía , era todo una santa ; en fin
tanto dijo, que Lucía al cabo cedió , contribuyendo á ello
no poco la corroboracion que su madre daba á cada argu-
mento del sastre con reiterados Ya se vé que sí : tiene
razon : no cabe duda. »
Llegadas que fueron á presencia de la señora , recibió-
las ésta con todo género de caricias y parabienes; interro-
gólas , aconsejólas , todo ello con cierto aire de nativa su-
perioridad , bien que contrastada por modales de tanta
mansedumbre , por una solicitud tan cristianamente cari-
tativa , que Inés desde luego , y poco despues: Lucía , co-
menzaron , no sólo á ir perdiendo la cortedad que al pron-
to les causó el señoril empaque de la hidalga ; sino á to-
marle cierta aficion. En suma, y para no fatigar al lector
con más pormenores , diremos que Doña Praxedes , en
cuanto oyó que el Cardenal habia tomado sobre si el bus-
car albergué á Lucía, y afanosa no sólo de coadyuvar sino
de anticiparse á los buenos oficios de su Eminencia , se
ofreció á recoger á la jóven en su casa , donde sin cargo
especial en la servidumbre , pudiese ayudar en lo que
quisiera á las doncellas de la misma; la señora añadió que
ella cuidaria de dar á Monseñor cuenta de todo .
Á más del bien patente que por de pronto habia en
esta hospitalidad generosa , Doña Praxedes se proponia
hacer otro no ménos importante , segun ella: el de poner
en buen camino á una descabezadilla que andaba algo
131 -

extraviada. Era el caso que á la pobre señora , desde que


por primera vez habia oido hablar de Lucía , se le habia
metido en la cholla que algun conque, algun pero debia
forzosamente de tener una muchacha que habia tenido
aquellos tratos con un mozo de tan malas mañas , con
un revoltoso , con un galopin en suma : dime con quién
andas , pensaba ella , y te diré quién eres. La visita de
Lucía no fué bastante á arrancarle del magin esta idea
que en él se le habia aposentado ; no porque en rigor
hubiera dejado de parecerle la chica una buena mucha-
cha ; pero... pero ... pero aquel aire de mosquita muerta,
aquellos ojos clavados siempre en el suelo , aquel no res-
ponder , ó responder como por fuerza á lo que se la pre-
guntaba , lo mismo podian ser señales de pudorosa corte-
dad que de taimada bellaquería : luego , aquel ponerse co-
lorada á cada instante , aquellos suspiros atajados en la
garganta... y por último , aquel par de ojazos negros ,
vivos , ardientes ... Claro estaba ! la cosa era para poner
en ascuas al más confiado . Para Doña Praxedes era punto
ménos que artículo de fe que todas las tribulaciones de
Lucía eran un castigo de Dios por su trato con aquel per-
dido , y un aviso del cielo para que se apartase de tan
mala compañía: esto supuesto , ¿qué obra de caridad más
oportuna que ver de contrastar la peligrosa aficion de la
pobre muchacha? ¿no era esto cumplir claramente la vo-
luntad del cielo ? Así al ménos se lo dijo Doña Praxedes á
sí propia y á los demas en esta ocasion , como solia decirlo
en otras muchas ; cosa que no tenia más inconveniente
sino el de que la buena señora solia llamar voluntad del
cielo á sus antojos y manías. Con todo , por esta vez
tuvo la prudencia de no indicar siquiera sus piadosas in-
tenciones ; pues una de sus máximas favoritas era que, en
la mayor parte de casos , para hacer bien á las gentes, lo
- 132 -

primero que se requeria era que ellas no cayesen en la


cuenta.
La madre y la hija se exploraron recíprocamente con
una mirada. En la dolorosa precision de haber de sepa-
rarse de todas maneras un dia ú otro , veníales como de
molde aquel ofrecimiento , aunque no fuese más sino por
hallarse tan cerca de su pueblo aquella casa de campo,
con lo cual les seria fácil comunicarse y aun verse en
cualquier evento . Así que hubieron leido cada cual en la
mirada de la otra esta muda conversacion , volviéronse
entrambas á Doña Praxedes en la actitud de quien acepta
con reconocimiento un beneficio . Doña Praxedes renovó
sus obsequiosas ofertas, y dijo que mandaria al instante
un propio á Monseñor , escribiéndole lo que pasaba.
Efectivamente , así que las mujeres salieron, encargó de
redactar la carta á su esposo D. Ferran , el cual , como
hombre de letras que era , segun relataremos más por
menor , le servia de secretario , de consultor y de escri-
biente , en los casos graves. D. Ferran , que desde luego
tuvo éste por uno de los más graves , puso todo su chirú-
men en la punta de la pluma , y al cabo de no poco rato
y no pocos pliegos consumidos en no pocos proyectos de
epístola , entregó al fin listo un borrador á su mujer, reco-
mendándola que al ponerle en limpio, cuidase mucho de la
ortografía ; que era una de las muchas cosas que él habia
estudiado , y una de las muy pocas en que era amo en su
casa. Doña Praxedes copió como una pendolista, y mandó
la carta á casa del sastre para que éste se encargara de
darla curso. Todo esto sucedió dos ó tres dias antes de que
el Cardenal mandase la litera en que habian de régrésar
las mujeres á su pueblo .
La litera efectivamente llegó ; las mujeres montaron
en ella , echaron á andar, llegaron á su pueblo, y se apea-
-- 133

ron á la puerta de la casa del Cura, en donde estaba hos-


pedado , como sabemos , el Cardenal. Habia éste mandado
franquearles la entrada en cuanto llegasen ; y por eso el
capellan , que fué el primero que las vió , introdújolas sin
más demora que el tiempo preciso para advertirles cuatro
palabras siquiera sobre el modo en que debian presentar-
se á Monseñor y el tratamiento que habian de darle ; cosa
que el buen capellan no se dejaba nunca en el tintero cuan-
do podia hacerla á hurtadillas del Prelado , pues el pobre
pasaba sudores de muerte al ver la poca formalidad que
en este punto solian guardar los visitadores , todo ello ,
decia él cuando se lamentaba del caso con los demas fami-
liares , por la excesiva bondad de Su Eminencia , por la
extremada llaneza de Monseñor , hasta el punto de haber
oido más de una vez con sus propios oidos tratarle de su
merced á secas como si fuese un sacristan .
Hallábase en aquel momento el Cardenal tratando con
D. Abundio de los negocios de la parroquia; de modo que
éste no tuvo lugar , como hubiera deseado , para decir
tambien sus cuatro palabritas á las mujeres: nada más pu-
do hacer sino aprovechar el momento en que ellas entra-
ban cuando él salia , para decirles con una expresiva gui-
ñada que estaba satisfecho de su prudencia hasta entonces ,
y encarecerles que coronasen la obra no soltando el pico .
Terminados apénas los saludos de paternal acogida por
parte de Federico , y de respetuoso agradecimiento por
parte de las mujeres , sacóse Inés del seno una carta y la
entregó díciendo : -Es de la señora Doña Praxedes , que
por lo que es cuenta , conoce mucho á Su Eminencia Re-
verendísima ... Es natural : los grandes señores se cono-
cen todos unos á otros... Cuando Monseñor lea , verá...
-Bien , dijo Monseñor así que hubo podido exprimir
la miel de las flores retóricas de D. Ferran. Conocia la ca-
134 - 1

sa de éste lo bastante para estar seguro de que la jóven


habia sido invitada con buena intencion á hospedarse en
ella , y que allí estaria al abrigo de las asechanzas y de la
violencia de su perseguidor; mas en cuanto á la opinion
que tuviese del caletre de la hidalga , no nos han llegado
datos positivos: creemos que, á sér negocio ménos adelan-
tado, no habria sido Doña Praxedes la persona escogida por
él para guardadora de Lucía ; pero ya tambien nos consta
que no era amigo de deshacer , sólo por hacerlas mejor,
las cosas que no eran de su especial incumbencia.
—Vamos , hijas , añadió luego: lleven en paciencia es-
ta nueva separacion que les es precisa , así como la incer-
tidumbre que las aflige, y confien en que Dios nuestro Se-
ñor se dignará aliviarla en breve y poner las cosas en el
término á que , segun parece , las va encaminando ; pero
suceda lo que quiera , estén seguras de que lo que fuere
voluntad de Dios , eso es lo que las conviene . » ——
Dicho esto , hizo particularmente á Lucía alguna otra
tierna exhortacion; dirigió luego á entrambas algunas otras
palabras de consuelo, y despidiólas despues dándoles su
bendicion. Apénas hubieron salido , cercólas un enjambre
de amigos y de amigas , el vecindario casi entero, que las
esperaba , y las llevó á su casita como en triunfo. Las ve-
cinas, sobre todo, armaban un batiborrillo asordante de
pésames y de parabienes y de preguntas, y de exclamacio-
nes de sentimiento porque Lucía hubiera de volver á au-
sentarse al dia siguiente. Los hombres ofrecian á porfía sus
buenos oficios ; todos se brindaban á pasarse la noche en
vela guardando la casita que ya conocemos. Y por cierto,
con este motivo nuestro anónimo espeta unas cuantas sen-
tencias que, reducidas á proverbio , pudieran compendiarse
así : « En las cuestas arriba , quiero mi mulo ; que en las
cuestas abajo , yo me las subo . >
-.135 -

pesar de este proverbio, la verdad era que Lucía es-


taba confundida , mareada con tantos obsequios, pues en
cuanto á Inés , no perdia ella pié por tan poca cosa. De to-
dos modos, á Lucía le hicieron no poco bien, pues la ayu-
daron á distraerse de tantas imaginaciones, de tantos dul-
ces recuerdos como en medio de aquel mismo alborozo la
asaltaron al pisar aquellos umbrales, al entrar en aquella
casita , donde todo para ella estaba lleno de un misterioso
encanto .
En esto, sonó la campana repicando á fiesta , y nues-
tras mujeres, paseadas otra vez en triunfo, se dirigieron
al templo con toda la oficiosa turba.
Terminada la funcion de Iglesia , D. Abundio , mién-
tras andaba solícito viendo si Perpétua tenia todo listo y
en regla para la comida , fué llamado por el Cardenal ; y
dicho se está que acudió sin demora á la voz de su Emi-
nentísimo huésped , el cual , así que le tuvo ya bien cerca,
- ¡ Señor Cura! » - le dijo ; pero se lo dijo con un tono
y
un airecito , que á tiro de ballesta se conocia ser comienzo
de un coloquio largo y grave.
-¡Señor Cura ! repitió el Cardenal ¿qué razon habeis te-
nido para no casar á esa pobre muchacha, Lucía Mondella?
-¿No lo dije yo? ¡ Parlanchinas! ya han vaciado el saco ,
exclamó para sus adentros D. Abundio, apresurándose
luego á responder balbuciente : -Su Eminencia habrá sin
duda oido hablar de los embrollos que han mediado en
ese asunto : es una madeja tan enredada que hoy dia es,
y todavía no ha podido desenredarse... No tiene más que
ver su Eminencia sino que , despues de tantas cosas como
han pasado, la muchacha está aquí casi de milagro ; y en
cuanto al novio, despues tambien de mil tropiezos, ni aun
se sabe en dónde pára.
-No pregunto nada de eso, repuso el Cardenal , sino
136 ---

si es cierto que antes de todos esos accidentes, os negás-


teis á celebrar el matrimonio cuando os pidieron las ben-
diciones ; esto es lo que pregunto .
-Verdaderamente , Monseñor... si su Eminencia su-
piese... qué clase de recaditos me han dado al oido para
recomendarme que no hable de este negocio... Yo me atre-
vo... á suplicar á su Eminencia que... que se digne no
preguntarme...
-¿Cómo es eso? dijo el Cardenal con un tono severo ,
y aun agrio, insólito en él : os pregunta vuestro Obispo ; os
pregunta , en cumplimiento de su deber y porque desea
veros justificado , os pregunta por qué no habeis hecho,
por sus trámites regulares , una cosa que era de vuestra
obligacion ...
-¡Monseñor! dijo D. Abundio, haciéndose tamañito
como una lenteja : yo no he querido decir, ... no puedo
negar... Pero me ha parecido que , tratándose de cosas ya
muy añejas, y que no tienen remedio, era inútil revolver-
las... Yo no puedo creer que Su Eminencia quiera poner
á un pobre Párroco en trances... en trances ... Porque al
fin , Monseñor, su Eminencia no puede estar en todo ni
en todas partes ... y luego, aquí me quedo yo solo en mi
solo cabo ... Sin embargo, ya que Monseñor lo manda , yo
diré... yo explicaré la cosa como ha sido...
-Diga , pues : yo nada ansio tanto como hallarle sin
culpa.
D. Abundio entonces se puso á narrar la dolorosa his-
toria; pero dando á la prudencia todo lo que era posible en
tan apretada coyuntura, ingenióse para no proferir el nom-
bre principal, limitándose á decir que era un grán señor:
¡Y no habeis tenido más motivo que ése? preguntó
el Cardenal cuando D. Abundio hubo terminado su narra-
cion...
- 137 -

-¿Cómo que si no he tenido más motivo?... Debo no


haberme explicado bien, Monseñor: he dicho á Su Emi-
nencia que me amenazaron con quitarme la vida si hacia
ese matrimonio...
-¿Y os parece esa razon bastante para dejar de cum-
plir una obligacion rigorosa?
-Digo, Monseñor!... Me parece que cuando se trata
de la vida...
-¿Y cuando pedisteis á la Iglesia, replicó más severo
todavia el Cardenal , que os confiriese el sagrado ministe-
rio de apacentar las almas , os dió por ventura ningun se-
guro de vida? ¿os dijo que los deberes anejos á tan augus-
to encargo estaban libres de todo obstáculo y exentos de
todo peligro? ¿os enseñó que donde comienza el peligro ,
allí se acaba el deber?... No: nada de esto os dijo ; por el
contrario, os advirtió expresamente que os enviaba como
á cordero entre lobos . ¿ No sabiais que en el mundo hay
perversos á quienes habia de disgustar lo que áà vos se os
mandaba hacer? Cuando Aquel que nos legó su doctrina y
su ejemplo divino, Aquel de quien tomamos y por quien
se nos da el nombre de pastores , descendió de los cielos á
enseñarnos cómo se vive y cómo se muere por el rebaño
confiado á nuestra custodia ¡nos legó tambien por ventu-
ra un privilegio de tener salva la vida ? Si para salvar-
la... no ya para salvarla, sino para conservarla algun dia
más sobre la tierra fuese lícito faltar á la caridad y ho-
llar los deberes , ¿qué necesidad habia de la uncion santa,
de la imposicion de manos, de la gracia sacerdotal? Para
dar esa virtud, para enseñar esa doctrina , basta y sobra
el mundo... Pero no: ni aun el mundo tampoco ¡ oh ver-
güenza! porque tambien el mundo tiene allá establecidas
sus leyes propias para sancionar lo malo; tambien tiene
su evangelio, evangelio de soberbia y de odio, y no con-
138 -

siente á nadie hollar su preceptos por amor á la vida; no


lo consiente, y sus hijos en efecto los acatan con infernal
reverencia ... ¿Y nosotros, hijos de Dios y mensageros de
la Buena Nueva , nosotros habiamos de ser para el bien
ménos valerosos que lo es el mundo para el mal?….. ¿Qué
seria de la Iglesia si vuestros hermanos en el sacerdocio
hablaran como vos? ¿Qué habria sido de la Iglesia si se
hubiera anunciado al mundo con semejante doctrina?...
D. Abundio, inmóvil, con los ojos en tierra, no tugia
ni mugia: su espíritu hallábase entre estos argumentos co-
mo un polluelo en las garras del halcon, elevado allá en
una region del aire desconocida , en una atmósfera que no
ha respirado nunca . Pero comprendiendo que algo tenia
que responder, dijo con cierta sumision forzada:
-Bueno, Monseñor: habré yo errado . Si la vida es
cosa que se puede asi echar á los perros , no tengo nada
que replicar... Pero cuando tiene uno que habérselas con
cierta gente, con gente que lleva siempre el palo levanta-
do, y que no atiende á razones, aunque uno quiera echar-
la de plancheta, todo lo que hable y se sacrifique es escu-
sado... Y cabalmente, ese señor que ha venido á ser mi
perdicion , es hombre que ni conoce superior, ni escucha
razones ...
-¿Y no sabeis que la superioridad , la fuerza, la victo-
ria de nuestro ministerio consisten en padecer por la jus-
ticia? Si no sabeis eso ¿qué es lo que predicais? ¿de qué
doctrina sois maestro? ¿cuál es la buena nueva que anun-
cias á los pobres ? Nadie exige de vos que rechazeis la
fuerza con la fuerza . Cuando en el gran dia de las verda-
des os pida el Juez Eterno la cuenta estrecha del depósito
que su Iglesia os ha confiado, ciertamente no os pregunta-
rá si habeis sabido dominar á los tiranos, pues ni encargo
ni fuerza se os ha dado para eso; os preguntará sólo si ha-
139

beis empleado los medios que estaban á vuestro alcance y


en vuestras atribuciones para hacer lo que os estaba pres-
crito; para hacerlo á despecho de toda amenaza y de todo
riesgo, á costa de todo sacrificio...
Algo bueno hubiera dado D. Abundio porque termina-
se aquí la reprimenda; pero, como viese al Cardenal, en
cada pausa de su discurso, quedarse suspenso en actitud
de esperar una respuesta, confesion ó defensa , ó lo que
fuese, decia para sus adentros : —¡Cuidado si son fisgones
y curiosos los santos estos! ya, ya! Está visto que su Emi-
nencia toma más á pechos el encalabrinamiento de dos ena-
moríscados que la piel de un pobre Cura. Esto es en sus-
tancia lo que quiere decir con toda esa homilia. -Pero
su Eminencia seguia esperando respuesta , y D. Abundio
tuvo que volver á decir:
-Si , Monseñor, sí : habré yo errado ; no lo niego...
Pero el valor no es cosa que uno tiene en su mano... Cada
cual tiene el que tiene... Yo soy así...
-Y entonces, os pregunto ahora ¿ por qué habeis to-
mado sobre vos un ministerio que os ordena vivir en per-
pétua lucha con las pasiones del siglo ? Y ya que por des-
gracia os hallais revestido del sagrado carácter ¿ por qué
no pensais, vuelvo á preguntaros, en que para cumplir dig→
namente vuestros deberes, os hace falta el valor? ¿Pensais
que todos aquellos millones de mártires eran de suyo ani-
mosos? ¿que de suyo despreciaron la vida todos aquellos
adolescentes que comenzaban apénas á gustarla , todos
aquellos ancianos que con tanto lamento la veian cercana
á su fin , todas aquellas virgenes, esposas, madres? .. No:
todos con su humana flaqueza temieron la muerte ; pero
todos tuvieron valor , porque necesitaron tenerlo, porque
lo pidieron confiados á Quien puede darlo y lo dá siempre .
Si conocíais vuestra flaqueza , si veíais que vuestro valor
140 -

no era proporcionado à vuestros deberes ¿por qué no ha-


beis pensado en disponeros para los árduos trances que pu-
dierán sobreveniros, y qué os han sobrevenido en efecto?
¡Ah! si en tantos años como llevais de cargo pastoral , hà-
beis tomado (¿ y cómo no? ) amor á vuestro rebaño ; si
habeis puesto en él vuestro corazon , vuestra solicitud,
vuestras delicias, no ha debido faltaros el valor en la oca-
sion oportuna : el amor es de suyo animoso... Pues bien,
si amais á los que están confiados à vuestra custodia espi-
ritual , á los que os llaman Padre , á los que vos llamais
hijos ¿cómo es posible que al ver á dos de ellos amenaza-
dos (juntamente con vos , es verdad ) , cómo es posible que
si la humana flaqueza os ha hecho temblar por vos, la ca-
ridad no os haya hecho temblar por ellos? .. No, no es po-
sible quiero creer, creo , que avergonzado , humillado
ante Dios por aquel movimiento cobarde , efecto en vos
de la humana miseria que á todos nos cobija , habreis im-
plorado fortaleza para vencerlo, para echarlo de vos como
una tentacion ; pero el noble y santo temor por vuestros
hijos , á ese le habreis escuchado ; ese no os habrá dejado
un momento de reposo, os habrá estimulado, constreñido
á pensar, á hacer todo lo posible para conjurar el peligro,
para impedir la desgracia que amenazaba... ¿ Qué os ha
inspirado ese temor, ese amor ? ¿ Qué habeis pensado, qué
habeis hecho por aquellos pobrecitos ?.. 1
Aquí hizo otra pausa el Cardenal, quedándose suspenso
en actitud de aguardar respuesta.

?
141 -

CAPÍTULO XXVI.

EL SEÑOR ANTONIO RIVOLTA.

AL oir tan apremiante pregunta , D. Abundio , que


Loir
hasta entonces habia podido, mal que bien , ir respon-
diendo á las anteriores, quedóse de todo punto ataruga-
do. Y á decir la verdad , nosotros mismos, con tener de-
lante el texto de nuestro anónimo, enristrada la pluma , ex-
pedita la mente para discutir con su Eminencia , y sin más
temor que el de la crítica de nuestros lectores ; nosotros
tambien, digo , sentimos cierto empacho en proseguir, y
hallamos un no sé qué de atrevido en sacar así á plaza
con tan poco miramiento este cúmulo de santas máximas
de fortaleza y de caridad, de activa solicitud por el pró-
gimo y de tan ilimitada abnegacion de sí mismo . Pero al
fin y al cabo nos anima el considerar que esto que apénas
sabemos nosotros decir, súpolo hacer aquel varon santo;
el cual viendo el silencio de su interlocutor, prosiguió di-
ciéndole entre severo y compasivo:
-¿No respondeis? Ah! si hubiéseis obrado como os lo
dictaban la caridad y el deber, á buen seguro que, sin em-
bargo de cuanto despues ha sucedido, os faltase ahora-
una respuesta... Callais porque os abruma el remordi-
miento; porque veis claramente que habeis obedecido á la
H 10
- 142

iniquidad, no curándoos de lo que el deber os imponia :


la habeis obedecido puntualmente; y eso cuando , por la
manera misma en que os intimó su perverso antojo , pu-
dísteis conocer que queria ocultarse de quien hubiese te-
nido medio de contrastarla y de impedirla: queria vivir y
obrar en las tinieblas para que no se la estorbase en sus
intentos de violencia y de astucia... Por eso os mandó que
hollárais vuestro deber, y que calláseis: y vos en efecto
habeis hecho lo uno y lo otro: lo primero, negándoos á
bendecir, á legitimar con la divina sancion del Sacramen-
to la union de dos corazones inocentes ; lo segundo,, men-
digando y alegando pretextos frívolos, por no manifestar
el motivo verdadero... ¿No es esta la verdad? ...
-« Pues señor, todo se lo han contado aquellas par-
lanchinas!; pensó D. Abundio ; pero como á pensar esto se
limitase, sin dar señal siquiera de responder algo, el Car-
denal, que habia vuelto á quedarse en actitud de esperar
respuesta, continuó:
-¿Con que no hay duda? ¿con que es cierto que ha-
beis dicho á esos infelices lo que no era, para ocultarles
el peligro que los amenazaba , para dejarlos así indefensos
en las garras del lobo?... Es decir que nada me resta sino
avergonzarme con vos, y esperar que vos lloreis conmi-
go!... ¿Conoceis ahora el extremo á que os ha llevado ese
inmoderado amor de la vida... de una vida que ha de
acabarse en breve?... ¿ese amor de la vida, que ha poco
¡buen Dios! alegabais por única disculpa de vuestra pre-
varicacion? Pues os ha conducido... rebatid sin temor mis
palabras si os parecen injustas; pero tomadlas por humi-
llacion expiatoria si no lo son... Os ha conducido á enga-
ñar á dos inocentes, á mentir á vuestros hijos.
« Eso es ! volvió á decir para sí D. Abundío pensando
en el Innominado : al otro canalla, que ha sido toda su vi-
143 -

da un Satanás , mucho abrazarle y mucho mimarle; y á mí,


por una triste mentirilla que he echado para salvar el
pellejito, armarme esta camorra! ... Ya ! ya ! Pero así es el
mundo. Ellos, como superiores, por fuerza han de tener
razon... Está visto: es mi signo que todo el mundo haya
de pegar conmigo: hasta los santos . > -Mientras esto pen-
saba, decia en alta voz : -Sí , Monseñor , sí : conozco que
he faltado; pero ¿qué queria su Eminencia que hiciese yo
al verme de aquel modo entre la espada y la pared?
—¡Cómo! ¿aún me lo preguntais? ¿no os lo he dicho
ya? ¡necesitais de que os lo repita? Amar, hijo mio, amar
y orar: eso es lo que debiais haber hecho . Entonces ha-
bríais conocido que la iniquidad es poderosa, sí, para ha-
cer amenazas, para consumar crímenes, pero no para ser
señora de quien no quiera ser su esclavo: entónces habriaís
unido, segun la ley de Dios, lo que el hombre no puede
separar; habrías prestado á aquellos pobrecitos inocen-
tes el ministerio que tenian derecho á esperar de vos ...
Así habriaís caminado por la senda de la justicia, y cuen-
ta de Dios habría sido el mirar las consecuencias ; mién-
tras que tomando el camino que habeis tomado, vos solo
sois el responsable... ¡ y qué responsabilidad ! ... Pero , bien
mirado, decidme ¿os faltaba realmente todo medio huma-
no? ¿no habriaís hallado alguno , en cuanto hubierais que-
rido volver un poco en vos, pensar, buscar , exponeros?...
Por de pronto , aquellos infelices estaban resueltos à huir
del poder y del alcance de su opresor, y aun habian ya
escogido lugar para refugiarse: bien lo sabeis... Pero,
aun sin esto ¿cómo no os ocurrió que al fin y al cabo te-

níais un Prelado , que careceria de toda autoridad para
reprenderos ahora de vuestra falta, si no tuviese tambien
la obligacion de auxiliaros en todo evento á cumplir
vuestro sagrado cargo?... ¿ Por qué no pensásteis en dar
- 144

cuenta á vuestro Obispo del impedimento que una infame


violencia oponia al libre ejercicio de vuestro ministerio
parroquial?
-Ya estoy: el consejo de Perpétua! » dijo para sí Don
Abundio, á quien en medio mismo de esta reprimenda nada
más le apuraba sino la imágen de aquellos bravos , y la idea
de que D. Rodrigo estaba vivo y sano, y que un dia ú otro
habia de volver con más fuerza y más rábia que nunca;
y si bien aquel aspecto , aquel lenguage de su Prelado le
causaban vergüenza y le infundian cierto temor , quedá-
bale sin embargo en la mente holgura para rebelarse con-
tra la fuerza de aquellas razones , pensando que al fin y
postre , el que las proferia no contaba para apoyarlas con
mosquetes , con espadas ni con bravos .
-¿Cómo no habeís pensado , prosiguió el Cardenal ,
que cuando otro refugio no restase á esos inocentes per-
seguidos, estaba yo siempre aqui para albergarlos , para
salvarlos, tan luego como los hubierais puesto bajo la pro-
teccion de su Obispo; de su Obispo que , en el mero he-
cho de ser menesterosos , y recomendados por vos , los ha- 、
bria mirado como cosa propia, como un verdadero tesoro
que Dios le diese á custodiar? Y por lo que á vos hace ¿pen-
sais que hubiera yo dormido ni reposado un punto hasta
estar seguro de que no peligraba, ni un solo cabello de vues-
tra cabeza? ¿Temiais que me hubieran faltado medios de
mirar por vos , y asilo en que poneros á cubierto de
vuestros opresores? ¿No pensásteis cuánto y cuánto debió
mermar la osadía de aquel hombre tan atrevido , así que le
hubiera constado que se sabian sus tramas fuera de aquí,
que las sabia yo, que yo velaba por mis hijos, y que estaba
determinado á emplear en defensa vuestra todos los me-
dios que hubiese en mi mano? ¿No sabiais que los hombres,
asi como suelen por lo comun prometer más de lo que
— 145 -

creen poder cumplir, suelen tambien no pocas veces


amenazar mucho más de lo que les consta que pueden
cometer? ¿No sabiais que la iniquidad se apoya ménos en
sus propias fuerzas que en la agena credulidad y en el
miedo de los hombres honrados?...
-Lo mismito que decia Perpétua! » volvíó á pensar
para sus adentros D. Abundio, sin ocurrirsele que cabal-
mente aquella conformidad de su ama y de su Prelado
sobre lo que hubiera podido y debido hacer en aquel
trance, queria decir mucho contra él .
1 -¿Nada respondeis? continuó el Prelado. ¡ Es decir
que no habeis querido tener presente más que vuestro pe-
ligro temporal, y que sólo por él habeis faltado á cuan-
to os mandaban la caridad, vuestro ministerio , Dios , la
Iglesia !...
-La verdad, Monseñor, dijo indeliberadamente Don
Abundio; ¡aquel par de fachas!... ¡Si las hubiera visto su
Eminencia! ¡si las hubiera oido ! ... Su Eminencia tiene mil
razones en todo lo que dice; pero quisiera yo haberle visto
en el pellejo de este pobre Cura, y en aquel lance...
Apénas hubo proferido estas palabras, se mordió la
lengua, conociendo que se habia dejado llevar demasiado
de su rabieta , y dijo para sí: -« Ahora viere lo gordo. » -
Pero ¿cuál no seria su sorpresa cuando al levantar los ojos
para mirar al Prelado , vió trasformada súbitamente la se-
vera autoridad con que le habia estado corrigiendo, en
una gravedad meditabunda y compungida?
-Oh! sí, es verdad , dijo el Cardenal meneando len-
tamente la cabeza y con los ojos clavados en el suelo : tal
es la mísera y terrible condicion humana! Teneis razon,
señor Cura: exigimos rigorosamente á los demás lo propio
que Dios sabe si seriamos nosotros capaces de hacer: se
nos manda juzgar, reprender, corregir; y sabe Dios lo que
146 --

hariamos nosotros , lo que habremos quizás hecho en el


caso del mismo á quien reprendemos y juzgamos... ¡ Des-
dichado de mí si hubiera de medir por mi flaqueza la
obligacion de los demas, y tomarla por norma de mis
exhortaciones!... teneis razon . Tendríaisla iguaimente en
exigir que mi propio ejemplo correspondiese á mi doctri-
na, y no que semejante al doctor de la ley, cargase yo
otros con pesos que no pueden llevar , y que yo mismo no
pudiese ni aun levantar con el dedo ! ... ¡ Ea , pues, hijo
mio, hermano mio ! ello es indudable que las faltas de los
superiores son muchas veces más notorias á los demas
que á sí propios ... Sí sabeis que yo , por cobardía, por
cualquier respeto humano , he faltado á algun deber, de-
cídmelo, hermano , corregidme francamente, para que alli
donde escandalizé con mi ejemplo , me humille al ménos
con la confesion. Reprendedme con toda libertad mis fla-
quezas; y entonces mis palabras serán más autorizadas
para vos, porque vereis más claramente que no son mías,
sino de Aquel que á vos y á mí puede darnos fuerza ne-
cesaria para obrar lo que ellas ordenan ....
-Cuidado si son acedos estos santos ! pensaba don
Abundio ¿pues no la toma ahora consigo propio?... Nada:
ellos , con tal de huronear, de criticar, de moler, hasta
contra sí mismos la pegan ....-Mientras esto pensaba
allá para sus adentros, decia en alta voz . -¡ Oh Monse-
ñor! ¡Su Eminencia se está chanceando ! ¿Quién hay que
no conozca la fortaleza , el celo impertérrito de Su Emi-
nencia?-Demasiado añadió mentalmente.
-Yo no os pido elogios, que me aterran, respondió
Federico : Dios conoce mis muchas faltas ; y aun las que
yo mismo reconozco , bastan para humillarme... Pero
hubiera yo querido , quisiera que juntos nos humillára-
mos los dos ante Él, para que juntos confiásemos en su
3

- 147 1

misericordia... Quisiera, por el amor que os tengo , que


comprendierais cuán opuesto ha sido vuestro proceder, y
cuán contrario está siendo vuestro lenguaje á la santa ley
de quien sois ministro, y por la cual habeis de ser juz-
gado ...
-Ya, ya veo , Monseñor , que todo cae sobre mí,
dijo D. Abundio : pero las personas que, por lo visto, le
han contado el caso á Su Eminencia , se han guardado
muy bien de decirle que se me metieron en casa de so-
peton , por sorpresa, traidoramente, con el fin de hacer-
me celebrar un matrimonio irregular ...
—Sí , me lo han dicho todo , hijo mio ; y en verdad
mucho me aflige, y aun me aterra, que alegueis semejante
disculpa ... ¡ Cómo ! ¿no teneis otra sino culpar á los de-
mas? ¡No os espanta él convertir así en materia de age-
na acusacion lo propio que debia ser parte de vuestra
confesion humilde? Pues ¿quién , decidme , quién puso á
esos pobrecitos , no diré en la precision, pero sí en la
tentacion de hacer lo que hicieron? ¿Habrian buscado
aquel camino tortuoso si no les hubiérais cerrado vos el
camino recto y legítimo? ¿habrian pensado en poner ase-
chanzas á su pastor si éste les hubiera tendido los bra-
zos , si les hubiera dado el consejo, la ayuda que les de-
bia? No: si vos no os hubiérais escondido , ellos no habrian
pensado en cogeros por sorpresa ... ¿Y vos los acusais por
eso? ¿y osais resentiros porque , despues de tanto como
han pasado... ¿ qué digo ? de tanto como están pasando,
hayan dicho los infelices una palabra de desahogo á su
pastor, al vuestro?... Que la queja del atribulado, único
recurso que á veces queda al oprimido , sea odiosa para
el mundo , no lo extraño : el mundo es así; pero para
nosotros!... ¿Ni qué os hubieratampoco aprovechado el
que ellos callaran? ¿Queríais que su causa fuese integra al
- 148

tribunal de Dios? ¿No es para vos un nuevo motivo, entre


tantos otros como teneis , de amar á esos pobrecitos , el
que con aquel desahogo os hayan dado ocasion de oir la
voz sincera de vuestro Prelado , de reconocer mejor y de
expiar en parte la gran falta que habeis cometido para
con ellos?... Ah ! si ellos os hubieran provocado, ofendido,
atormentado, yo os diria... (pero no, no creo que necesi-
taria deciroslo) que por eso mismo debíais amaríos más....
Pero siendo vos el causante de sus desdichas, amadlos al
ménos porque han sido, porque son desdichados , porque
son vuestros hijos, porque son menesterosos, y porque te-
neis necesidad de una absolucion que la súplica de aque-
llos infelices os puede facilitar muy mucho...
D. Abundio no chiştaba; pero su silencio no era ya
aquel mutismo forzado é impaciente de ántes, sino conse-
cuencia de mil nuevas reflexiones que las palabras del
Cardenal habian suscitado en su espíritu . La doctrina del
santo Prelado no era tan absolutamente peregrina para él,
que al oirla de aquellos lábios , en aquella ocasion y con
aquel motivo, dejase de hacer alguna mella en su concien-
cia, poniéndole de manifiesto los males que con su cobar-
de proceder habia causado . No que sintiese todo el re-
mordimiento que su Prelado queria inspirarle , pues el pí-
caro miedo sofocaba más que á medias la voz de su con-
ciencia; pero en fin , alguno sentia: sentia cierto descon-
tento de sí propio, cierta compasion del ageno infortunio,
cierta mezcla de rubor y de enternecimiento. Hallábase
en aquel instante , permítasenos la comparacion , como la
mecha de un candil mojada y deshilachada que al querer
aplicársele la candela, humea , chisporrotea , escupe , sin
que haya modo de encenderla, hasta que al fin , bien que-
mal, se consigue hacerla arder. De buena gana se habria
acusado y aun llorado su culpa , á no ser por el maldito
149

fantasma de D. Rodrigo que tenazmente le perseguia; pe-


ro con todo, mostróse conmovido lo bastante para que el
Cardenal conociese que su sermon no era de todo punto
endesierto , por lo cual prosiguió:
-Ahora ya los veis: el uno, huido de su casa ; la otra
precisada á abandonar tambien la suya, y entrambos con
motivos demasiado graves para vivir separados, sin espe-
ranza de reunirse ya en este pueblo , y dándose por muy
satisfechos con que Dios se digne juntarlos en otro ... En
tal situacion, por desgracia de nada podeis servirles , ni
mis previsiones alcanzan á conjeturar cuándo podrán ne-
cesitar de vuestro auxilio... Pero ¿quién sabe si Dios mi-
sericordioso os tiene reservada alguna ocasion de que re-
pareis el mal que por culpa vuestra padecen? Oh! si tab
ocasion llegare, no la perdereis ¿es verdad? Y aun la bus-
careis, estareis á la mira, pedireis á Dios que os la pro-
porcione ¿no es cierto?
-Sí , Monseñor, sí, respondió D. Abundio , con acento
que en aquel instante le salia verdaderamente del corazon.
-Bueno, hijo mio: Dios os ayudará , exclamó el Pre-
lado con gravedad dulce y afectuosa, prosiguiendo luego
como para rematar su exhortacion : --El cielo sabe si hu-
biera yo querido hablaros otro lenguage; si me ha costa-
do esfuerzo el tener que contristar así vuestra anciani-
dad... Los dos hemos ya vivido mucho, hijo mio: la hora
de nuestro juicio debe estar cercana, y daria no sé qué
porque hubiéramos podido consolarnos mútuamente de
nuestras comunes tribulaciones y hablar sin amargura de
las esperanzas de aquella bienaventurada vida que espero
nos reserva la misericordia de Dios... ¡Dígnese su Divina
Magestad hacer que está correccion que me he visto for-
zado á haceros, aproveche á vos y á mí!... Nodeis motivo,
os lo ruego con lágrimas, á que en el dia tremendo de la
- 150

cuenta, me la pida nuestro Juez de haberos mantenido en


un ministerio á cuya obligacion habeis faltado tanto por
desgracia... Aprovechemos el tiempo, hijo mio : la media'
noche se acerca: el Esposo no puede ya tardar: tengamos
• nuestras lámparas encendidas. Levantemos á Dios nuestros
corazones miseros y vacios para que se dígne henchirlos
de aquella caridad que repara el daño pasado, que asegura
el bien futuro , que á un mismo tiempo confía y teme, se
regocija y llora, con prudente alternativa; aquella caridad
que es én todo caso la virtud más necesaria para nosotros.
Dicho esto , levantóse , echó á andar, y D. Abundio le
siguió sin responder palabra .
Aquí nos advierte nuestro anónimo que ni fué única
esta entrevista de aquellos dos personajes, ni fué Lucía el
único objeto de su conversacion ; pero que se limita á lo
referido por no alejarse del asunto principal de la histo-
ria. Por el propio motivo , añade , pasa en silencio otras
muchas cosas notables dichas y hechas por Federico du-
rante su visita pastoral , especialmente sus caridades , la
multitud de discordias apaciguadas, de antiguos ódios en-
tre personas , familias, comarcas enteras , atenuados cuan-
do no extinguidos ; tal cual facineroso ó tiranuelo aman-
sado por algun tiempo , ó convertido para toda su vida ;
cosas todas de que , más ó ménos , habia algo en todos los
pueblos de la diócesis por donde el santo pastor fué pa-
sando .
Dice tambien nuestro anónimo que al dia siguiente lle-
gó Doña Praxedes , segun estaba convenido , para llevarse
á Lucía y cumplimentar al Prelado, el cual no perdió esta
ocasion de encomiar á la muchacha y recomendársela vi-
vamente á la señora . Si costó lágrimas á Lucía el separar-
se de su madre, el salir de su casita, el dar un nuevo adios
á su pueblo , júzguelo quien , como ella , se haya visto en
-- 151 ―

la amargura de abandonar el único sitio que hasta entón-


ces le haya sido caro en el mundo , y único tambien que
no le sea ya lícito amar en adelante. Pero la despedida de
su madre no era definitiva , porque Doña Praxedes habia
dicho que pensaba pasar una temporadilla en aquella su
casa de campo que estaba cerca de allí ; y con este motivo
Inés prometió á su hija ir allá para darla y recibir de ella
un adios más doloroso .
El Cardenal estaba tambien con el pié en el estribo
para continuar su visita cuando llegó , diciendo que que-
ria hablarle , el Cura de la parroquia en cuya feligresía se
hallaba el castillo del Innominado . Efectivamente , admi-
tido á la presencia del Prelado , entrególe , de parte de
aquel señor , una carta , en la que le rogaba se empeñase
con la madre de Lucía para hacerla aceptar cien escudos
de oro que iban enrollados en un paquete adjunto , des-
tinados á dotar á la jóven , ó á cualquier otro uso que las
mujeres tuviesen por conveniente . Rogábale asimismo les
dijera que si en cualquier ocasion podia él serles
útil, demasiado sabia la pobre muchacha en dónde vi-
via , y que á la menor palabra que le boquearan , le ten-
drian con mil amores á su disposicion . El Cardenal apre-
suróse á llamar á Inés, y despues de enterarla del contenido
de la carta , oido con tanto gustó como asombro de la
buena mujer, entrególa el paquete , que ella tomó sin ha-
cerse de rogar , diciendo : -Dios se lo pague á ese buen
señor: Vuesa Eminencia nos hará la caridad de darle gra-
cias en nuestro nombre ; pero le estimaria que no hablara
con nadie del asunto, porque este es un pueblo ... Ya Mon-
señor me entiende... Aunque bien mirado , esta es adver-
tencia excusada para un señor como Vuesa Eminencia...
Pero vamos al decir...
La dulce y benévola sonrisa del Cardenal tranquilizó
152

en este punto á la buena Inés , que despidiéndose sin más


ceremonias , fuése á su casa callándito , encerróse en su
cuarto , deslió el paquete, y aunque ya era sabedora de su
contenido, no pudo menos de mirarle con cierto asombro,
cómo quien en su vida habia visto apenas alguno que otro
de aquellos escudos tan relucientes , tan numerosos , y en
un sólo monton , que ni aun soñado hubiera jamas poder
llamar suyo; contólos y recontólos, y así que con mil tra-
bajos logró enrollarlos otra vez , pues á cada instante se
desbordaba el paquete por entre sus dedos no acostumbra-
dos en verdad á manejar semejante grupo , liólos en un
trapo , añudó al rededor un bramante , y sepultólos en el
rincon más hondo de una arquilla . En todo el resto de
àquel dia, nada más hizo sino trazar planes, hilvanar pro-
yectos y ansiar la llegada del dia siguiente. Metida ya en
la cama , desvelóla por largo rato la idea de aquellos cien
prisioneros ; dormida despues , los vió soñando. Al ama-
necer levantóse , y se encaminó corriendo á la casa de cam-
po en donde estaba Lucía.
En cuanto á ésta , bien que siguiera costándole gran
repugnancia el hablar de su voto , habia ya determinado
vencerse y confiar el gran secreto á su madre en aquella
entrevista, que podia , por largo tiempo al ménos , llamar-
se postrera.
Efectivamente , apénas hija y madre lograron hallarse
solas, Inés, con animado rostro y en voz bajita, cual si hu-
biera estado presente alguien de quien no quisiera ser oida,
-Hay grandes novedades ! le dijo , y refirióle el cómo
y el cuándo de aquel fortunon que sabemos.
-¡Bendiga Dios á tan buen caballero ! respondió Lu-
cia: con eso ya tendrá vuesamerced lo bastante para pa-
sarlo con desahogo , y aun para hacer bien á algunos po-
brecitos.
153

-Y cómo si tenemos ! repuso Inés , no sin extrañarse


algo del poco efecto que aquel noticion habia causado á
Lucía. ¡ Ahí es nada lo que podemos hacer con tantos di-
neros ! Escucha: yo, hija mia, no tengo en este mundo más
que á tí, ó por mejor decir , á vosotros dos; porque á Ren-
zo , desde un principio , le he tenido por hijo : bien lo
sabes ; y con tal que no le haya sucedido alguna desgra-
cia , visto que nada nos ha mandado á decir de él... Pero
¿ nos habia de salir todo mal ? No , si Dios quiere. Yo,
hija mia , hubiera querido dejar los huesos en nuestro
pueblecito ; pero , la verdad , desde que sé que tú no pue-
des vivir en él , gracias á aquel pícaro ... ¡ Dios lo perdo-
ne !... la idea sola de tener que vivir cerca de él , me ha
hecho tomar aborrecimiento á nuestra casita ... Ademas ,
yo estoy bien donde quiera que esté con vosotros , y Dios
sabe que lo que es por mí , os seguiré á la fin del mundo:
siempre he pensado lo mismo. Pero sin dineros ¿cómo nos
habiamos de gobernar ?... Ya tú sabes : los pocos ahorri-
llos que aquel pobrecito habia podido ir juntando con tan-
to trabajo , ha venido la justicia , y... todo se ha quedado
entre las uñas de aquellos cuervos . Pero , en cambio Dios
nuestro Señor nos ha mandado á nosotras este tesoro ; y
con esto ya , así que ese muchacho dé rumor de su per-
sona , y sepamos si es vivo ó muerto , y en dónde está y
qué intenciones son las suyas , me voy yo bonitamente á
Milan , y te recojo... sí señor , voy yo misma por tí. En
otros tiempos esta viajata me hubiera parecido un mundo;
pero desde que andamos á salto de mata , como quien
dice , me he vuelto andariega hasta más no poder. Pues,
como te iba diciendo , voy y me llevo conmigo á un hom-
bre apropósito que me acompañe , á un pariente , verbi-
gracia Alejillo el de la Teresa ; pues lo que es un hombre
apropósito , lo que se llama apropósito , no lo hay en el
-154

pueblo... Pues me voy con Alejillo ; te recojo , gasta-


mos lo que sea menester , ya que hay barro á mano , y...
¿eh? ¿entiendes ?... Pero , muchacha , tú no dices nada!
Segun la cara que pones, no parece sino que te estoy ago-
rando alguna desdicha... ¿ Qué es eso ?... ¿Lloras?
-¡Pobre madrecita mia ! exclamó en efecto la jóven,
echándose en brazos de la anciana, y sepultando el rostro
en su seno .
-Pero ¡ criatura ! ¿ qué es eso ? exclamó tambien an-
siosamente la madre.
--Yo debia habérselo dicho ya á su merced, respondió
Lucía levantando el rostro y limpiándose las lágrimas ; pe-
ro no he tenido valor... ¡ Madre de mi alma !
-Pero ¿ qué pasa , mujer ?...
-Pasa , madre mia , que yo no puedo ya casarme con
aquel pobrecito ...
-¿Eh? ¿ cómo , cómo es eso ?
Lucía , con los ojos en tierra , balbuciente , jadeando,
entre lágrimas sin gemidos , como quien refiere cosa que ,
por muy dura que sea , es tambien irrevocable , descubrió
su secreto. Cruzadas luego las manos , pidió nuevamente
perdon á su madre de no haberla hablado del asunto has-
ta entonces, y la rogó que á nadie en el mundo le confiase ,
y que la ayudara á cumplir lo que habia prometido á Dios.
Inés, estupefacta , consternada , hubiera querido mos-
trarse ofendida de aquel silencio guardado para con ella;
hubiera querido decir : -¿Qué has hecho, desventura-
da?» ; pero, por otro lado, parecíala que esta reconven-
cion habria sido una especie de reto á Dios ; tanto más,
cuanto que Lucía continuaba pintando con los más vivos
colores aquella noche terrible , aquella desolacion profun-
da y aquella inesperada manera con que habia salido de
su tribulacion , en medio de la cual habia hecho aquella
155 -

-promesa tan terminante , tan solemne. Inés, por su parte,


recorria entretanto con su memoria la multitud de ejem-
plos que tantas veces habia oido referir, y tantas otras ha-
bia referido ella propia á su hija , de castigos extraños y
tremendos, mandados por Dios á los que habian violado
algun voto.
--Y ahora ¿' qué nos hacemos ? dijo despues de una lar-
ga pausa de silencio en que estuvo como absorta.
-Ahora , madrecita mia , respondió la jóven , el Señor
nos abrirá camino, y la Vírgen Santísima nos iluminará ...
Yo me he puesto en sus manos, y hasta el dia de hoy no
me han abandonado ; no me abandonarán tampoco ahora
que... La única gracia que pido al Señor para mí , la única
que deseo, despues de mi salvacion, es que me lleve pronto
al lado de su merced ; y me la concederá , sí , me la con-
cederá. Más difícil era aquel dia! .. en aquel coche! .. ¡Vír-
gen Santísima !.. con aquellos hombres !.. ¿Quién me hu-
biera á mí dicho entónces que me llevaban á poder del
mismo que al dia siguiente habia de ir por mí para jun-
tarme con su merced ?
-¡ Has tenido secretos para tu madre ! dijo Inés con
cierto resentimiento , bien que templado por una afectuo-
sa compasion .
---- No tenia corazon para afligir á su merced ... Ademas
¿de qué me hubiera servido anticiparle este disgusto ?
-¿Y de Renzo, que nos hacemos ahora? dijo Inés me-
neando la cabeza.
¡ Ah ! exclamó Lucía extremeciéndose . Yo no puedo
ya pensar en ese infeliz... Por lo visto , no estaba de
Dios que fuéramos uno de otro, segun el empeño de su
Divina Majestad en tenernos separados ... ; Pobrecito!
¿Quién sabe si á la hora esta..? Pero, no, no : Dios nues-
tro Señor habrá sido tambien con él , y le habrá guardado
156

de todo mal , y le hará ser muy dichoso sin mí ...


-¡Válgame Dios ! válgame Dios ! decia la buena -Inés:
haberte atado tú de ese modo las manos precisamente
cuando nos caen como llovidos del cielo estos dineros !...
-¡Ya ! Pero esos dineros , madrecita mia ¿ nos hubie-
ran venido si yo no hubiera pasado aquella noche? .. Nada ,
desengañese su merced : todo ha sido Providencia de Dios:
hágase su santa voluntad....
Aquí el llanto ahogó la palabra de la pobre Lucía, cuya
reflexion última dejó á Inés sin réplica . Pasados unos ins-
tantes de silencio , la jóven , conteniendo sus sollozos, còn-
tinuó :
-La cosa ya no tiene remedio , madre mia : hay que
conformarse . Pero es menester que su merced me ayude,
primero pidiendo mucho á Dios por su pobre hija ; y lue-
go... haciendo sabedor de esta novedad á Ren... á aquel
pobrecito. Así que su merced sepa en dónde pára , creo
que deberia mandarle carta con alguna persona de con-
fianza , con Alejo cabalmente , que es hombre de seso
y reservado, y muy caritativo , y que nos quiere mucho :
pues éste puede ir á verle de parte de su merced , y decirle
todo lo que ha pasado , y aconsejarle que lo lleve todo en
paciencia por amor de Dios, porque yo no puedo ya de nin-
guna manera ser suya ni de ningun hombre ... Alejo sabrá
decírselo todo con maña y con buena gracia , explicándo-
le... En cuanto él se entere de la promesa que he hecho yo
á María Santísima... Siempre ha sido él temeroso de Dios...
Y vuesa merced , madrecita mia , en cuanto sepa algo de
él , me lo mandará á decir todo ... eh ? .. Yo , en sabiendo
que está bueno ... tengo bastante... no quiero saber más...
Inés, sollozando y suspirando, prometió á Lucía com-
placerla en todo lo que deseaba .
-Otra cosa quisiera decir á su merced , repuso la jó-
- 157

ven. Si aquel pobrecito no hubiera tenido el mal acuerdo


de pensar en mí , á buen seguro que le hubiese pasado
nada de lo que le pasa. Huido de su tierra , sin casa ni
hogar , sin que le hayan dejado ni una hilacha que pue-
da llamar suya , con todos sus ahorrillos en manos de la
justicia , y todo por culpa de mí... ¿ No entiende su mer-
ced lo que quiero decirle ?.. Ya que Dios nuestro Señor
nos ha mandado tantos dineros, me parece , madrecita ,
que no haria su merced nada de más en mirar á aquel in-
feliz como á hijo suyo... sí , como á hijo , y... ayudarle
con alguna cosa ... que Dios no nos ha de faltar... En en-
contrando su merced una buena proporcion , haga la ca-
ridad de mandarle algo ; que bien lo necesitará el pobre-
cillo... ¿No es verdad , madrecita mia ?
-Ya se vé que sí , le respondió Inés. ¡Pobrecillo ! ¡Pues
porqué piensas tú que me alegraba yo tanto de tener es-
tos dineros ? Yo pensaba que sirviesen... Pero en fin , no
hablemos de lo que ya no tiene remedio... Sí , le manda-
ré , le mandaré ... Pobre Renzo ! aunque le mandara yo
montes de oro ¿ de qué le sirven ? el pan que coma con
ellos, se le volverá ponzoña...
Lucía dió gracias á su madre por esta condescendencia
tan pronta como liberal ; y al dárselas mostraba un gé-
nero de pena y de ternura bastante para hacer compren-
der á un observador atento que tenia al muchacho aposen-
tado entre las telas de su corazon mucho más de cuanto
ella pensaba .
-¿Y qué me hago yo sin tí , hija mia ? ¿á mis años ,
sola , con esta vívora en el pecho? exclamó Inés sollozando .
-¿¡Pues y yo sin su merced , madre de mi alma? ¿Y en
casa agena , y en medio de aquel Milan ?.. Pero Dios no
nos faltará , y ya querrá volver á juntarnos otro dia...
pronto quizás... Confiemos en la Divina Misericordia... Yo
H 11
158

pediré tanto á la Virgen Santísima !.. Nada tengo ya que


ofrecerle , pues si lo tuviera , se lo ofreceria ; pero Ella
es tan misericordiosa que me oirá de todos modos ... ¡ Ma-
dre mia !..
Con estas y semejantes palabras, mil veces repetidas ,
de lamento y de consuelo, de resignacion y de amargura;
con respectivas súplicas y promesas de no hablar á nadie
de aquel voto ; con lágrimas abundantes, y despues de
estrechos y reiterados abrazos, separáronse las dos muje-
res, no sin que mútuamente se prometieran verse en el
próximo otoño á más tardar ; como si de ellas dependiera
¡pobrecillas ! el cumplirse la promesa . Pero así pasa siem-
pre en semejantes casos.
Desde entónces comenzaron á trascurrir dias y dias sin
que Inés recibiese nueva alguna de Renzo , ni carta , ni
recado alguno ; y en cuanto á los vecinos del pueblo y de
la comarca á quienes la pobre mujer podia preguntar, nin-
guno estaba más adelantado de noticias que ella .
Mas no era ella sola quien se veia frustrada en estas
pesquisas ; el Cardenal , que no por mero cumplido habia
ofrecido á las pobres mujeres hacer lo posible por infor-
marse del paradero de Renzo, habia en efecto escrito con
este fin varias cartas ; y de regreso ya en Milan , termina-
da su santa visita , habia recibido respuestas en que uná-
nimemente se le decia no haberse podido hallar huella ni
dato alguno acerca del sugeto buscado ; que habia , sí , es-
tado algun tiempo en casa de cierto pariente suyo, en un
pueblo donde nada habia dado que decir de sí ; pero que
una mañana habia desaparecido de pronto, sin que su mis-
mo pariente supiera cómo ni á dónde , ni pudiera otra
cosa más que repetir ciertos vagos y contradictorios ru-
mores que corrian , diciendo unos que el muchacho se ha-
bia embarcado para Levante , otros que habia pasado á
159 -

Alemania y que se habia ahogado al querer vadear un rio;


que se procuraria estar á la mira por si podia averiguarse
algo más positivo , y que de cuanto se averiguara se daria
cuenta puntual á Su Eminencia.
Andando el tiempo , comenzaron á esparcirse estos
mismos rumores y otros parecidos en el territorio de Lec-
co , hasta llegar á oidos de Inés , la cual hacia los imposi-
bles por ver de averiguar lo cierto , sin que por más tro-
tar y preguntar y escuchar y oler , sacara en limpio otra
cosa sino un se dice , que entonces , como hoy , sirve de
texto para dar por corriente cualquier cosa, aun la ménos
probable. Apenas la pobre mujer creia tener datos para
asegurar una cosa , iba un noticiero y le decia otra dife-
rente, y aun á veces la contraria . Habladurías todo ello: la
cosa era como sigue :
El Gobernador de Milan y Capitan general de Italia
D. Gonzalo Fernandez de Córdoba , habia fuertemente re-
clamado ante el señor residente de Venecia en Milan con→
tra el asilo otorgado en territorio de Bérgamo á cierto
malhechor , facineroso , promotor de saqueo y de homici-
dio , en fin al famoso bandido Lorenzo Tramaglino , que
fugado de entre las garras mismas de la justicia , habia ar-
mado un motin para recobrar su libertad . El residente ha-
bia respondido que nada sabia del caso ; pero que pediria
informes á Venecia para satisfacer á Su Excelencia con lo
que resultase.
En Venecia tenian por máxima y sistema el favorecer
á los hilanderos de seda milaneses que se mostraban in
clinados á establecerse en la comarca de Bérgamo , y de
aquí el esmero en procurarles toda especie de ventajas , y
en particular la indispensable para que no fuesen todas las
demas inútiles , es decir , la seguridad . Pero como entre
dos lobos que se peleen por una oveja , de fijo es la oveja
160 -

quien de todos modos ha de salir con las costas del pleito,


sucedió que un buen alma avisó en secreto á Bartolo de
que su primo Renzo no estaba ya seguro en aquel pueblo ,
y que obraria con cordura en mudar de taller , y aun de
nombre , durante algunos meses. Bartolo , que era hom-
bre de cogerlas al vuelo , no hubo menester más para ir
con el cuento á su primo , acomodármele consigo en un
carricoche , y llevársele á otro telar , distante de allí como
unas quince millas , en el cual lo presentó, con el nombre
supuesto de Antonio Rivolta , al amo de la fábrica , que
era tambien milanés , y antiguo conocido del buen Bar-
tolo. El amo , á pesar de la escasez y penuria de los tien-
pos , recibió sin reparo y aun de buena gana á un oficial
recomendado como diestro en su oficio y hombre de bien
por uno que en ambàs cosas era juez competente . Y en
verdad que el recomendado supo dejar airosa la recomen-
dacion , salvo que en los primeros dias de estar en la fá-
brica daba señales de ser mozo algo aturdido , pues cuan-
do le llamaban : -«Antonio! » -solia no contestar .
Poco tiempo despues , el capitan de Bérgamo recibió
un pliego , no en verdad muy apremiante , de Venecia ,
mandándole informarse y dar cuenta de si en su jurisdic-
cion , y principalmente en el pueblo tal , se hallaba un tal
Lorenzo Tramaglino. El capitan , despues de hacer sus
pesquisas con tan poca premura como daba de sí el dicho
pliego , trasmitió á Venecia la respuesta negativa , la cual
fué trasmitida al residente en Milan , quien la trasmitió á
D. Gonzalo Fernandez de Córdoba .
No faltaron curiosos que quisieron saber de Bartolo el
porqué , el cómo y el adónde se habia marchado su pri-
mo. Pero Bartolo , que era muy lagarto , cumplia con los
ménos preguntones , respondiéndoles pura y simplemen-
te : No sé: él se ha ido » ; y en cuanto á los más pre-
- 161 -

guntones , para despacharlos sin ponerlos en autos de la


verdad de lo sucedido , los satisfacia , ora con una , ora
con otra de las noticias que hemos mencionado , bien
que cuidando siempre de añadir que no las daba como
positivas , sino meramente como conjeturas que á él le
parecian fundadas .
El buen Bartolo , cuando se vió preguntado por en-
cargo del Cardenal , aunque no se le nombraron , y con
cierto aparato grave y misterioso que decia claramente ser
todo un personaje el que preguntaba , creyó que por esto
mismo debia ser más cauto en su respuesta, y dióla segun
su costumbre, sin más diferencia que la de vaciar, por res-
petos al personaje pregunton, juntas y de un golpe todas
las mentiras que habia hasta entónces ido soltando una á
una. De esta manera el Cardenal quedóse tan mal informa-
do como lo estaba todo el mundo .
No crea el lector , al ver tanto empeño de D. Gonzalo
por coger á Renzo las vueltas , que un señoron de sus
campanillas hubiese tomado á pechos el querer cebarse en
el pobre hilandero montañés ; ó que informado quizás de
la marcialidad que éste habia gastado con aquel rey moro
del escudo de armas de Su Excelencia , quisiera hacérsela
pagar ; ó que le juzgase tan peligroso que debiera perse-
guirle sin tregua y no dejarle vivir ni aun lejano , como el
Senado de Roma con Anibal. Nada de esto ; D. Gonzalo
tenia hartas cosas y harto más graves en qué pensar que
en las aventuras de Renzo ; y si tanta importancia les da-
ba Su Excelencia , era por un singular concurso de acae-
cimientos, merced á los cuales el pobrete fugitivo, sin que-
rerlo y sin saberlo quizás ni entonces ni nunca , se halla-
ba ligado con un hilo tan sutil como invisible á aquellas
hartas y harto graves cosas.
162

CAPÍTULO XXVII .

CORRESPONDENCIA SECRETA.

ARIAS veces hemos ya mencionado la guerra traba-


da por entonces con motivo de la sucesion á los Estados
del Duque Vicente de Conzaga , segundo de este nombre;
pero habiéndolo hecho siempre en momentos de gran
premura, y cuando podiamos apénas indicar un levísimo •
bosquejo, como de pasada, tócanos ahora dar noticias más
especiales , absolutamente necesarias para la inteligencia
de nuestro argumento. Nada diremos que la historia no
tenga consignado ; pero como nuestra modestia no nos
permite suponer que la presente obra sea leida sino por
ignorantes , nos parece oportuno decir al ménos lo preci-
so para poner en autos á quien lo haya menester.
Dicho hemos ya que por muerte de aquel Duque , ha-
bia entrado en posesion de Mantua , (y ahora con más es-
pacio añadimos que tambien del Monferrato, ) el primero
Ilamado en la linea de sucesion , que lo era Carlos Gonza-
ga , tronco de una rama segunda de su estirpe , trasplan-
tado en Francia, donde poseia los Estados de Nevers y de
Rhétel. La corte de Madrid , que á toda costa queria , co-
mo tambien lo hemos ya dicho , excluir de aquellos dos
feudos al nuevo príncipe Cárlos , y que para ello necesita-
- 163 -

ba de alguna razon , (pues las guerras sin una razon serian


injustas ) , se habia declarado en pro de los derechos que
alegaban respectivamente , al ducado de Mántua , Ferran
Gonzaga , príncipe de Guastalla ; y al de Monferrato , Cár-
los Manuel I , Duque de Saboya, y Margarita Gonzaga, Du→
quesa viuda de Lorena. D. Gonzalo Fernandez de Córdo-
ba, descendiente del Gran Capitan , como lo dice su propio
apellido , habia guerreado en Flandes , y tenia gran deseo
de hacer lo propio en Italia; con esta mira, era el más so-
lícito en meter leña á la hoguera ; y por de pronto, inter-
pretando el ánimo, y adelantándose al mandato del Mo-
narca español , habia concluido con el Duque de Saboya
un tratado para invadir y dividir el Monferrato ; tratado
cuya ratificacion fácilmente obtuvo del Conde - Duque de Oli
vares, haciéndole creer muy óbvia la toma de Casale, que
era el punto militar más fuerte en el territorio pactado para
el Rey de España , bien que á nombre del mismo protes-
tase D. Gonzalo que su ánimo no era ocupar aquel punto
sino como en rehenes hasta que diera su fallo el Empera-
dor. Éste, parte movido de las gestiones de España, parte
de razones particulares suyas , habia por de pronto nega→
do la investidura al nuevo Duque , é intimádole que, ínte-
rin oia á las dos partes con el fin de adjudicar la sucesion
á la que alegase mejor derecho , le dejase en secuestro los
Estados objeto del litigio.
El de Nevers se habia negado á esta pretension con
tanto más denuedo cuanto que no le faltaban grandes va-
ledores , tales como el Cardenal de Richelieu , los señores
de Venecia , y el Papa , que lo era á la sazon , como ya
hemos dicho , Urbano VIII . Pero el Cardenal nada podia
darle sino esperanzas , empeñado como se hallaba en el
sitio de la Rochela, y en guerra con los ingleses, y ademas
contrastado por los partidarios de la Reina Madre María
164 -

de Médicis, que era contraria , allá por sus razones parti-


culares, á las pretensiones del de Nevers . En cuanto á los
venecianos , no querian moverse , ni declararse siquiera,
mientras no vieran á un ejército frances penetrar en Ita-
lia, y se limitaban á ayudar por bajo de cuerda al Duque,
sin más demostracion que algunas protestas , proposicio-
nes y exhortaciones á la corte de Madrid y al Gobernador
de Milan , sumisas ó amenazadoras segun la ocasion . Por
último, el Papa recomendaba á sus amigos las pretensio-
nes de Cárlos , intercedia en su favor para con sus adver-
sarios , presentaba planes de conciliacion ; todo , ménos
auxiliar con fuerza de armas á su protegido .
Esta irresolucion de los amigos del frances no podia
ménos de animar á sus adversarios coaligados para despo-
seerle. En efecto , el Duque de Saboya se apresuró á ocu-
par el Monferrato , y D. Gonzalo puso cerco á Casale con
gran empuje , aunque halló la cosa ménos fácil de lo que
él se habia imaginado ; que no todo en la guerra es pan y
miel. Por añadidura hallóse con que la corte española no
sólo le ayudó ménos de lo que él se prometia , sino que
aun le dejó carecer de los medios necesarios , mientras que
su aliado le ayudaba más de lo que queria él ; es decir,
que despues de haberse apoderado de su presa , andaba
husmeando y catando la destinada al Rey de España . Es-
ta gula le hacia á D. Gonzalo la gracia que es de suponer ;
pero receloso de que si alzaba el gallo le jugase alguna mo-
risqueta aquel su aliado Carlos Manuel , que era tan listo
en materia de intrigas, y tan veleidoso como valiente en
el campo de batalla , tenia que hacer la vista gorda y tra-
gar saliva. Á esto se agregaba que el cerco de Casale iba
de mal en peor , tanto por la actitud firme , vigilante y
resuelta de los sitiados , como por la escasa fuerza y , al
decir de algunos historiadores , (pues nosotros no nos me-
165

temos en eso ) el no muy gran tino del sitiador.


Tales eran las no flojas cuitas de D. Gonzalo cuando le
llegaron las nuevas de aquel motin de Milan , en virtud de
las cuales se juzgó obligado á ir en persona para reprimir
la sedicion . Llegado que fué allá , informáronle , entre
otros pormenores, de aquella fuga estrepitosa de Renzo , y
de las hazañas , reales ó supuestas , que habian motivado
la prision del mancebo , concluyendo con darle cuenta de
cómo el rebelde se habia refugiado en territorio de Bér-
gamo. Esta última circunstancia llamó tanto más la aten-
cion de D. Gonzalo cuanto por otros informes le constaba
que los venecianos se habian rebullido al saber el mo-
tin de Milan ; que estaban muy esperanzados desde un
principio en que muy luego se levantaria el cerco de
Casale ; y para que más confiaran , sucedia que inmediata-
mente despues de la noticia de aquel motin , les llegó la
de la toma de la Rochela , suceso tan anhelado por aque-
llos señores como temido de D. Gonzalo . Éste , escocién-
dole no ménos como guerrero que como político , el.
que los tales señores le creyesen tan mal parado , no per-
dia ocasion de ver de persuadirlos , por via de induccion ,
á que nada habia perdido de su antigua seguridad ; pues
decirles expresamente que no tenia miedo , habria sido
tanto como no decirles nada . Por eso tomó el expedien-
te de hacer el melindroso, de querellarse y reclamar por
cualquier cosa ; y entónces fué cuando , cierto dia que
el residente de Venecia habia ido á su palacio con el do-
ble fin de cumplimentarle y explorar en su rostro y conti-
nente la procesion que le anduviese por dentro , ( nótese
bien esta fina y aguda diplomácia de aquella edad ) Don
Gonzalo , despues de hablarle del tumulto , así de pasada
y como hombre á quien nada se le daba de aquellos per-
cances , le armó el estrépito que sabemos á propósito de
- 166

Renzo , y cuyas consecuencias hemos tambien referido.


Pero nada más volvió á pensar desde entonces en un asun-
to de tan poca monta y, por lo que á él hacía, concluido;
de manera que cuando poco despues le llegó la respuesta,
hallándose ya de regreso en el cerco de Casale , donde le
atareaban negocios harto más pesados , nada más hizo sino
levantar y menear la cabeza como gusano de seda buscan→
do la hoja , pararse un momento por ver si hacia memo-
ria de aquel episodio insignificante, acordarse en efecto de
la cosa , renovar confusa y fugazmente la idea del persona-
je, y pasar en seguida á otro asunto sin curarse más de
Renzo ni de sus hazañas .
Pero Renzo , á quien por las muestras que habia ( vis-
to , le sobraba razon para no suponer este desdeñoso ol-
vido en que se dejaba su persona, estuvo largo tiempo sin
más idea ni más afan que el ver cómo se agazapaba en
donde no pudieran pescarle. Si tenia ganas de mandar no-
ticias suyas á las dos mujeres , ello sólo se lo dice; pero
ocurrian dos dificultades para hacerlo : una, la de tener
que buscar amanuense , pues el pobrecillo no sabia escri-
bir, y en rigor ni leer tampoco, sin que por esto deba te-
nerse por jactanciosa mentira la respuesta que dió al doc-
tor Picapleitos , cuando preguntado sobre el particular , le .
dijo que deletreaba ; porque la verdad era que si en lo es-
tampado podia con mil trabajos ir descifrando alguna que
otra palabra , en lo manuscrito le estorbaba de todo punto
lo negro. Forzoso le era por tanto haber de fiarse en fun
tercero; y tales tiempos corrian á la sazon, que eso de en-
contrar hombre de pluma , capaz de guardar un secreto,
era materia peliaguda, mucho más en una tierra donde el
pobre muchacho no tenia ningun conocimiento. La otra
dificultad era hallar portador que fuese á tierra de Lecco,
que quisiera encargarse de la estafeta, y buscar las personas
167 ----

á quienes habia de dirijirse la carta; cosas todas no ménos


difíciles de encontrar en un solo hombre.
Por último ya, á fuerza de diligencias, halló amanuen-
se; y en cuanto à la direccion de la epístola , calculó que,
no sabiendo si las mujeres estarian ó no todavía en Mon-
za, lo mejor que podia hacer era incluir su misiva en otra
para el Padre Cristóbal . El amanuense se encargó de ex-
pedir el pliego , y se le confió á un traginante que iba á
pasar por junto á Pescarenico ; el cual en efecto lo dejó
en una hostelería del camino , cerca del convento . Sábese
que el pliego llegó á manos de la Comunidad ; pero se ig-
nora lo que despues fuese de él . Ello es que Renzo , vien-
do que pasaban dias y dias sin recibir contestacion, dictó
otra carta por el estilo de la primera , y la incluyó en una
con sobre á Lecco , dirigida á un amigo , ó pariente, ó lo
que fuera, de allí. De esta vez ya fué nuestro mozo más
afortunado : su misiva llegó á manos de Inés , la cual se
fué con ella corriendo á que se la leyera y descifrara, co-
mo así sucedió, su primo Alejo; concertó despues con el
mismo la redaccion de la respuesta , y de este concierto
y de la literatura de Alejo salió una carta que fué dirigida
por conducto seguro al señor Antonio Rivolta en... el lu-
.gar de su domicilio: todo ello, por supuesto, no tan pron-
to como lo hemos nosotros referido . Renzo recibió la res-
puesta, y la respondió con otra. En resúmen , púdose entre
los dos corresponsales establecer un carteo, no expedito
ni en periodos determinados , pero al fin contínuo y
frecuente .
Para formar ahora cabal idea de este carteo , fuerza es
decir algo acerca del modo en que la cosa pasaba entón-
ces, ysigue pasando todavía; pues poco creo que se haya
adelantado en el particular .
El pobre campesino que no sabe escribir, cuando tie-
168

ne precision de hacerlo , se echa á buscar amanuense,


prefiriendo por lo comun para este encargo á uno de su
ό
misma condicion; pues de los demas , ó tiene vergüenza , ó
no se fia: una vez hallado su hombre , empieza por ente-
rarle , como Dios le dá á entender, de los antecedentes
del asunto, y luego del asunto mismo que se ha de poner
en la carta. El amanuense entiende ó no entiende la ex-
plicacion de su interlocutor; pero entiéndala ó no la en-
tienda, rara vez le falta un consejo que dar , una correc-
cion que proponer en la redaccion de la epístola , acaban-
do por lo comun con decir enfáticamente: -Déjeme á
mí, y ya verá. —Enristra luego su péñola para dar forma
epistolar á los pensamientos del otro ; corrige, mejora ó
empeora el texto; aquí pone de más, allá de ménos, se-
gun á élle parece que va bien ; pues ello al cabo , el que sa-
be sabe, y no es cosa de convertirse en una mera máquina
de pintar sobre el papel las palabras agenas . Pero, con es-
to y todo, aún suele suceder al amanuense que no siem-
pre le sale dicho en el papel lo que él va hilvanando en
su magin; á veces hasta le sucede decir lo contrario ; cosa
que nada tiene de particular, pues aun á los que escribi-
mos para la estampa , suele sucedernos lo propio. Cuando
la carta, guisada en esta forma , llega á manos de un cor-
responsal que tampoco sepa el abecé, no hay más reme-
dio sino buscar á otro literato del calibre del amanuense
para que la lea y la explique. Entonces el interesado, que
conoce el asunto de que habla la epístola, se empeña en
que tales palabras quieren decir tal ó cual cosa ; pero el
literato, que aunque no sabe el asunto, sabe de letras , se
empeña tambien en que no quieren decir sino cual otra; y
de aquí mil y una disputas entre lector y oyente sobre la
inteligencia de la misiva. En estas disputas, no sólo es
justo que quede triunfante y airoso el literato, sino tam-
169 -

bien encargado de redactar y escribir la respuesta con-


veniente , que guisada por el estilo y en la forma de
la carta de su referencia , pasa á manos del primitivo
corresponsal para ser texto de nuevas interpretaciones
y de análogas disputas. Si por añadidura el asunto de la
correspondencia es un poco delicado; si versa sobre asun-
tos que los corresponsales no quisieran comunicar á un
tercero, y si en consecuencia de lo mismo se han explica-
do aposta con rodeos y reservas ; entónces por poco que
menudee la correspondencia, acaban los corresponsales
por entenderse entre sí como en otro tiempo dos escolás-
ticos despues de disputar cuatro horas sobre la materia
prima; ó como en estos tiempos, dos diputados , uno mi-
nisterial y otro de la oposicion , despues de cuatro dias de
debate.
Pues éste era cabalmente el caso de nuestros dos cor-
responsales . La primera carta de Renzo hablaba de infini-
dad de cosas: empezaba con una relacion de su fuga , por
supuesto mucho más concisa , y aun bastante más embro-
llada que la hemos hecho nosotros ; luego daba un bosque-
jo de su actual situacion , pero tan en cifra, tan oscuro,
tan escatimado , que ni Inés ni su truchiman pudieron de
el sacar en limpio el cómo ni el en dónde se hallaba . Tras
esto íban las naturales preguntas , llenas de pasion y de
ansiedad , acerca de Lucía, con las correspondientes indi-
caciones vagas y dolorosos pésames por los rumores que
sobre el particular habian llegado á oidos de Renzo.
Por último cerrábase la epístola con el capítulo, de espe-
ranzas inciertas y remotas, de proyectos para el porvenir;
todo ello mezclado con protestas y súplicas de mantener
la fe prometida, de no perder la paciencia ni el valor , y
de esperar que Dios mejoraria sus horas.
Á poco tiempo de haber recibido Inés esta carta, ha-
170

lló ocasion oportuna de mandar á Renzo la respuesta, con


los cincuenta escudos que Lucía le habia asignado. Al ver
tanto oro, Renzo no sabia qué pensar; y con el ánimo po-
seido de un asombro y de una incertidumbre que no da-
ban lugar al gozo, fuese corriendo en busca de su secre-
tario para que le interpretase la carta, y ver de hallar la
clave de tan misteriosa remesa,
En la carta, pues , el amanuense de la pobre anciana
comenzaba lamentándose de la poca claridad con que
Renzo habia dado cuenta de su paradero, y en seguida
pasaba á referir, con no mayor claridad por cierto, la tre-
menda historia de aquella sujeta, decia la carta. En esta
relacion explicaba el origen de los cincuenta escudos ;
luego entraba el pasage del voto, narrado con mil rodeos
y terminado en exhortar á Renzo, con palabras ya ménos
enigmáticas , á que procurara hacer pecho ancho, y no
volver á pensar en el asunto.
En poco estuvo que el mozo no pegase con el lector in-
térprete de esta terrible misiva : tales fueron su temblor , ´
su horror , su cólera por lo que habia entendido , y por lo
que no habia podido entender. Tres ó cuatro veces hizo
que le relataran el fatal escrito, y tan pronto le parecia en-
terarse mejor de su contexto como se quedaba más á os-
curas que lo estaba ántes. Calenturiento, medio loco , di-
jo á su amanuense que tomase en el acto la pluma para
responder; púsose él á dictar, y despues de explayarse en
exclamaciones de terror y de compasion por los lances en
que se habia visto Lucia, siguió dictando:
-Ponga ahi su merced: que yo no quiero hacer pecho
ancho , y que no lo haré nunca ; que decirme á mí que me
conforme con quedarme corrido como una mona, es ha-
cerme injuria y quitarme la vida; que yo no tocaré para
nada á estos dineros, y que los guardo para dote de la que
171 -

ha prometido ser mi mujer; que lo prometido es deuda, y


que María Santísima no puede querer el que un hombre
de bien se ponga en trance de hacer un desatino, ni que
una moza honrada falte á su palabra ; que lo primero es lo
primero, y que el que promete algo á Dios , es menester
que sepa qué promete y cómo lo promete; que con estos di-
neros tenemos muy bastante para poner aquí nuestro
ajuarito; y que si ahora estoy un poco atrasado, pronto
tendré mi hucha, si Dios quiere ...-Etcetera, etcetera.
Inés recibió esta respuesta , y replicó con otra; y el car-
teo siguió de allí en adelante en la forma que hemos dicho .
Á Lucía, tan luego como recibió de su madre , no sé
por qué medio , la noticia de que el pobrecito ( así le llamaba
ella siempre ) estaba vivo, sano y salvo , se le quitó de en-
cima un fatigosísimo peso, y nada más deseó sino que el
mozo se olvidara de ella; ó por decir la cosa como en rea-
lidad era, que fuese pensando en ver de olvidarla . Esto
era lo mismo que cien veces al dia pensaba ella hacer con
él, poniendo de su parte cuanto podia para conseguirlo ,
principalmente dedicándose á la labor con grande ansie-
dad, procurando no pensar en otra cosa , y apelando á de-
cir ó á cantar mentalmente fervorosas oraciones cada vez
que se la representaba la imágen de Renzo . Pero sucedia
que la tal pícara imágen era astuta hasta más no po-
der, y la muy ladina no se presentaba nunca de frente ni
al descubierto, sino que se agazapaba detrás de otras con
tal disimulo que Ia mente de la pobre chica no caia en la
cuenta de haberle dado hospedaje hasta mucho despues
de haberle franqueado ya todos los aposentos. ¿Pensaba la
infeliz en su madre? ¿y cómo no habia de pensar? Pues al
instante el astuto fantasma del mancebo iba poquito á po-
co metiéndose entre su madre y ella , como tantas veces lo
habia hecho el mancebo vivo y real. Ni cosa , ni lugar, ni
172

tiempo podia la pobrecilla revolver en su memoria sin que


aquella sombra tenaz llegara poco á poco á inundar todas
las épocas, todos los sitios, todos los sucesos agrupados al-
ternativamente en el bullicio de sus imaginaciones. Y si
huyendo de los recuerdos se lanzaba la tortolilla á volar
por los espacios de lo futuro , tambien alli terciaba la im-
portuna imágen , auque no fuese más que para decir: -« En
ese futuro no estaré yo . » -Con todo , si bien para Lucía era
intento desesperado el dejar de pensar en Renzo, ó el pen-
sar ménos ó con menor intensidad de lo que su corazon
hubiera deseado , lográbalo al fin hasta cierto punto. Y
aun quizás lo habria logrado del todo si hubiera sido sola
en intentarlo ; pero tenia consigo á Doña Praxedes , la cual,
con la mira y el empeño de quitarla aquel quebradero de
cabeza, no hallaba expediente mejor que el estárselo re-
cordando á todas horas con preguntarla: --¿Se te va olvi-
dando ya ese descabezado?
-Yo no pienso en nadie , señorá , contestaba Lucía.
Pero como esta respuesta no satisfaciese á Doña Pra-
xedes, solia replicar que obras eran amores y no buenas
razones , y echaba mil pestes de las mocitas del dia por lo
testarudas que eran , decia ella, en desencalabrinarse cuan-
do tomaban aficion á un perdido , como solia acontecer
que lo fuesen sus cuyos; que cuando por cualquier motivo
se les descomponia la boda con un hombre de bien , jui-
cioso y acomodado , se consolaban presto ; pero que si se
trataba de un tuno , lloraban la gota tan gorda . Metida ya
una vez la señora en este tema , solia completarlo con de-
cir mil primores del pobrecillo ausente , de aquel galopin
que se habia colado en Milan para robar y matar.- « Por-
que toda la vida ha sido él esto , decia rematando su plá-
tica á Lucía; no me lo puedes negar : estoy segura de que
por tal le conocen allá en tu pueblo . » –
- 173 -

Á esto la pobre muchacha , con voz trémula de rubor,


de pena, y aun de toda la indignacion que cabia en su na-
tiva mansedumbre y en su mala ventura presente , res-
pondia y juraba que allá en el pueblo nada malo sino mu-
cho bueno habia dado que decir de sí aquel pobrecillo , y
que hubiera querido ella que estuviese presente alguno de
allá para dar testimonio de lo que decia. En cuanto á lo de
Milan , no estaba ella informada de lo que podia haber
sido ; pero aseguraba que el mancebo no habia hecho nada
de cuanto se le acusaba , porque ella le conocia desde niño ,
y sabia que él era incapaz de meterse con nadie ; que por
eso le defendia , si señor, y que siempre lo defenderia,
por pura caridad se entiende , por amor de la verdad , y
porque al fin era su prógimo , como decia ella con estas
mismas palabras. Pero de todas estas defensas sacaba la se-
ñora nuevos argumentos para convencer á la muchacha de
que seguia tan arrocinada como ántes ; y á decir verdad,
lo que es en estos momentos de plática con Doña Praxe-
des, el empeño mismo que ésta ponia en denigrar al otro
infeliz, hacia que la jóven , como para indemnizarle allá en
su corazon , renovara más viva y distinta que nunca la
idea que tenia de su bondadosa ingenuidad ; y al renovar
esta idea , surgian en tropel todos los recuerdos compri-
midos tan á duras penas en su memoria , inspirándole tanta
lástima y tanta estimacion , cuanto eran el desprecio y el
ódio que su imprudente consejera trataba de inspirarle ; y
tras la lástima y la estimacion , sabe Dios cuánto y cuánto
no podria levantarse en su ánimo aquel otro afecto tan
invasor y dominante de suyo, y tan tenaz en apoderarse
del alma de una jóven cuando se pretende arrancárselo
por fuerza. Sea de esto lo que fuere , ello sucedia que los
discursos de la muchacha nunca eran prolijos , porque
siempre , á poco de comenzados, los atajaba el sollozo.
H 12
174 -

Si el móvil de Doña Praxedes al tratar de aquel modo


á la pobre chica , hubiese sido algun ódio inveterado que
abrigase contra ella , tal vez las lágrimas de la inocente la
habrian conmovido y amansado ; pero como la buena se-
ñora creia hacer una obra de caridad con aquellos rigo-
res, metia , metia el cuchillo sin piedad ni trégua ; á la
manera que los gemidos y las súplicas pueden bien embo-
tar las armas de un enemigo, pero no el bisturí de un ci-
rujano. Por fortuna solia suceder que cuando se habia
despachado á su gusto en el capítulo de injurias y sarcas-
mos contra el pobre mozo , remataba la homilia con algu-
nas exhortaciones y consejos , y aun alabanzas á Lucía;
como si quisiera mezclar la miel con la hiel , y emplear
toda especie de remedios en su desdichado plan curativo.
Ciertamente , aquellos denuestos , que poco más ó ménos
tenian siempre el mismo principio , medio y fin , no exci-
taban rencor en el ánimo de la buena Lucía contra su
acerba predicadora , pues aparte de que en todo lo demas
ésta la trataba con dulzura , no dejaba la chica de conocer
la sana intencion de tan imprudentes embates ; pero cau-
sábanla , sí , el gran daño de levantar en su alma toda una
tempestad de afectos y de imaginaciones tales , que la cos-
taba luego mucho tiempo y múcho trabajo recobrar la
calma.
Pero á bien que no era sola ella víctima de la caridad
singular de Doña Praxedes ; con lo cual sacaba al fin el
que no menudearan tanto como hubiera sido de temer
aquellas embestidas. Aparte los criados , gente toda que,
al decir y pensar de su ama , habian menéster, quién más
quién ménos , de su férula y sus sermones ; aparte la mul-
titud de lances en que de buena fe se creia obligada á lo
mismo con gente que nada tenia que ver con ella , pero á
quienes su deplorable caridad perseguia , cuando no se le
175

venian á mano, para secarlas á puro interes, tenia ademas


cinco hijas, que aunque ausentes todas de la casa , dában-
le en qué pensar más que si hubieran estado en su com-
pañía . Tres de ellas eran monjas , y las otras dos casadas ;
es decir, que Doña Praxedes tenia tres monasterios y dos
casas en que entrometerse ; tarea tanto más vasta y com-
.
plicada , cuanto mediaban en el negocio dos maridos con
sus 'correspondientes padres , madres y hermanos , y tres
abadesas , reforzadas por tres comunidades , que no se
resignaban á sufrir los en:rometimientos de la buena se-
ñora. De aquí una guerra , ó por mejor decir, cinco , en-
cubiertas, corteses hasta cierto punto, pero vivísimas y
sin trégua : Doña Praxedes , queriendo gobernarlo todo
en las dos casas y en los tres conventos ; y los tres con-
ventos y las dos casas, en un pié siempre como las grullas
porque Doña Praxedes no supiera , ni sospechara , ni olie-
ra nada de cuanto pasase , con el fin de evitar sus sermo-
nes, sus consejos y sus preguntas. Todo esto sin contar
las dificultades, las contrariedades que hallaba la oficiosa
señora en la gestion de otros asuntos aun más extraños ;
pues sabido es que á los hombres por lo comun hay que
hacerles el bien á la fuerza . Por consiguiente , con los de
su casa se explayaba á su sabor ; pues allí todo el mundo.
en todas las cosas estaba sometido á su terrible autoridad.
Exceptuábase D. Ferrán , su marido , el cual , por el
singular tenor de su carácter, vida y costumbres , gozaba la
dicha de no entrar en la cuenta de los súbditos de su mu-
jer. Hombre dado á la leyenda , como antiguamente se
decia , y tan enfrascado en ella , como diria Cervantes ,
que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y
los dias de turbio en turbio, faltábale aptitud y gusto para
mandar ni parą obedecer. En buen hora que su cara mi-
tad fuese señora absoluta en la casa ; pero esclavo él de
176 ―

ella ? ni pensarlo; pues si bien á ruego de ella y en ocasio-


nes solemnes, se humanaba hasta prestarle el ministerio
de su péñola erudita , hacíalo porque esto al fin era parte
integrante de su oficio de literato , y como derecho , digá-
moslo así , imprescriptible de su fecunda imaginativa;
salvo que cuando no le parecia bien lo que su mujer que-
ria dictarle , solia despacharla con un no redondo y pela-
do, diciéndola secamente : -< Ingéniese allá como pueda,
señora , y haga lo que más le plazca , ya que tan claro le
parece el asunto. » —Doña Praxedes , despues de haber va-
namente intentado por algun tiempo sacarle de esta es-
pecie de reinado sin gobierno, como Rey constitucional,
habia tenido que resignarse á refunfuñar de contínuo con-
tra él , y á decorarlo, allá para sus adentros , con los cali-
ficativos de holgazan , de filosofastro testarudo , de litera-
to en fin ; dicterio este último que , dicho sea en verdad,
aparte de la rabieta que lo inspiraba , no dejaba por otro
lado de lisonjear á Doña Praxedes, nada pesarosa de te-
ner tan sabihondo marido.
Aquí seria lugar oportuno de hacer un resúmen eru-
dito de los trescientos y más volúmenes que constituian
la biblioteca del buen caballero ; obras todos ellos de las
más apreciadas , correspondientes á diversas ciencias , de
las cuales tenia plena posesion , ó tintura más que de afi-
cionado. Fuerte en astrología judiciaria , no flojo en filo-
sofía antigua , medianamente impuesto en la natural , emi-
nente en mágia y hechicería , hondo en historia y en
política , competentísimo en materia caballeresca : todo
esto era D. Ferran , al decir de nuestro • anónimo, quien
ademas le supone grandemente versado en amena litera-
tura . Pero dudando nosotros muy formalmente de que al
lector le importe un grano de anís el extender y circuns-
tanciar esta reseña de tan profundos conocimientos, en la
- 177

cual nuestro anónimo se explaya sin duda sólo por osten-


tar erudicion , y mostrar que no era inferior á su siglo , se-
guiremos buenamente el hilo de nuestra historia, con tanta
más razon cuanto que nos falta todavía un buen trecho
que recorrer sin que volvamos á toparnos con nuestros
personajes, y otro más largo todavía sin que tropecemos
con los que de seguro habrán interesado más al lector , si
es que algo le ha interesado en esta deslabazada his-
toria.
Hasta el otoño del siguiente año 1629 , todos ellos con-
tinuaron , unos por su voluntad , otros por fuerza , en el
punto y sazon , poco más ó ménos , que los hemos dejado ,
sin que á ninguno acaeciese ni pudiera ninguno hacer cosa
que de contar sea . Llegado aquel otoño , en que Inés y Lu-
cía se habian prometido verse , ocurrió un gran aconteci-
miento público que les frustró tan grata esperanza ; y á la
verdad, no fué éste uno de los efectos ménos importantes
de tal acontecimiento. Siguiéronse luego otros de no me-
nor gravedad , pero que ninguna notable mudanza causa-
ron en la suerte de nuestros personajes , hasta que llega-
ron en fin nuevos sucesos más generales , más fuertes , más
extremos, en los cuales se hallaron envueltos no solamen-
te nuestros amigos más caros , sino aun los ínfimos de
nuestros conocidos : así el ancho torbellino , derramado
impetuosamente por toda la haz de una region , al abatir
y desarraigar los árboles corpulentos, al derribar techum-
bres y campanarios , muros y pilares , arrastrando acá y
allá los escombros , machaca los humildes tallos escondi-
dos entre la yerba , levanta de los sulcos las leves hojas
marchitas depositadas allí por un viento ménos recio , y se
las lleva revoloteando en su vértice con los escombros y
los troncos seculares .
Pues bien , para que podamos entender con claridad
178 -

los sucesos privados que aún nos falta referir , preciso es


absolutamente anticipar el relato de aquellos acontecimien-
tos públicos , aunque sea tomándolos de un poco atrás .
179 -

CAPÍTULO XXVIII .

EL HAMBRE .

CALMADA la sedicion del dia de San Martin y del si-


guiente, parecia restablecida la abundancia en Milan como
por encanto pan , sobrado en todas las panaderías ; pre-
cio , como en los años mejores ; harinas , por el mismo
tenor. Los revoltosos que en aquellos dos dias habian ahu-
llado y hecho todo lo demas que sabemos , tenian mucho
de qué felicitarse, (salvo los pocos que estaban presos) y no
se descuidaban en hacerlo públicamente , así que fué pa-
sando el miedo al primer ímpetu aquel de la justicia . En
plazas y calles , en tiendas y hostelerías pululaba el rego-
cijo popular , congratulándose todos , y aun alabándose
entre dientes, de haber hallado un medio tan sencillo
para abaratar el pan . Pero , á vueltas de todo este regoci-
jo y de toda esta jactancia , columbrábase ( ¿ y cómo no?)
cierta inquietud , cierto presentimiento de que aquello no
podia durar. Por eso sin duda veíanse incesantemente ase-
diadas las panaderías y los almacenes de harinas , como
habia sucedido cuando aquella otra pasajera y facticia
abundancia producida por la primera tasa de D. Antonio
Ferrer : todo el mundo gastaba sin medida, y el que tenia
algun ahorrillo en la hucha , le empleaba en harinas y en
-180 -

pan : casas , tiendas , calderas , arcones , eran otros tantos


almacenes . Aprovechando todos la ganga con tal ahínco ,
dicho se está que no sólamente imposibilitaban su larga du-
racion , ya de por sí muy difícil , sino hacian imposible no
ménos aun aquella misma duracion momentánea . Para ob-
viar á estos males , 'publicó D. Antonio Ferrer , por mandado
de Su Excelencia, un bando prohibiendo á cualquiera que
tuviese grano ó harinas en su casa , adquirir mayor repues-
to , mandándose otrosí que nadie comprase más pan que
el necesario para dos dias, bajo la pena de multa , ó corpo-
ral, que procediere, á juicio de Su Excelencia ; con la cor-
respondiente intimacion á los denunciadores de oficio y á
cualesquiera otras personas, de que delatasen á los contra-
ventores, y con el oportuno mandamiento á los jueces para
que practicasen las diligencias ordinarias de registro en
las casas denunciadas ; junto con esto , nuevas prevencio-
nes á los panaderos de que tuviesen abundante surtido
para el consumo del vecindario , conminándose á los con-
traventores con pena de cinco años de galeras , ó mayor,
á juicio de Su Excelencia. Por supuesto , ruedas de moli-
no se tragaria si se le dieran , quien creyese que semejan-
te bando fué observado ; y en verdad que de observarse
todos los que por aquel tiempo se publicaron , debia el du-
cado de Milan tener tanta gente por lo menos en galeras
como tiene hoy dia la Gran Bretaña .
Séase de esto lo que se fuese , ello era indudable que
al mandar á los panaderos hacer tanto pan , ' necesitábase
tambien facilitarles materia para ello ; y aquí estaba la di-
ficultad. Habíase arbitrado , sí , el medio de mezclar hari-
na de arroz con la de trigo para labrar el pan que por eso
se llamaba de mixtura ; y con este motivo se expidió un
bando , el 23 de Noviembre , embargando , á disposicion
del Vicario y de los doce caballeros encargados de las pro-
- 181

visiones , la mitad del arroz en rama que cualquier vecino


poseyese , bajo la pena de perder el género , con más una
multa de tres escudos por cada moyo que se encubriera ,
ó de que se hubiese dispuesto sin licencia de aquellos se--
ñores.
Pero ello al cabo este arroz habia que pagarlo , y aun
á precio muy desproporcionado al del trigo ; de donde re-
sultaba una enorme diferencia , cuyo saldo habia de cu-
brirse á cargo de la ciudad ; por lo cual la Junta de los De-
curiones, que habia tomado este cargo sobre sí , acordó ,
el mismo dia 23 de Noviembre, exponer al Gobernador la
imposibilidad de continuar satisfaciendo aquel gravámen.
El Gobernador, por su bando fecha 7 de Diciembre , fijó la
tasa del susodicho arroz en doce liras el moyo , conminan-
do á quien quisiese exigir mayor precio , y á quien se ne-
gase á vender , con la pérdida del género y una multa de
otro tanto , ό
ó mayor , y aun con pena corporal , hasta de
galeras , á juicio de Su Excelencia , segun la calidad de
las personas y circunstancias del caso .
Al arroz limpio se le habia ya fijado precio ántes del
motin ; así como probablemente al trigo y demas granos
inferiores se le habia fijado tasa ó , como ahora se diria,
maximum de precio , en otros bandos que no han llegado
á nuestra noticia.
Abaratados por este medio el pan y la harina en Mi-
lan , sucedió por consecuencia que la gente del campo
acudió en bandadas á hacer sus provisiones ; y D. Gonza-
lo, por obviar, como él decia, á este inconveniente, prohi-
bió, por otro bando de 15 de Diciembre , exportar pan de
la ciudad en cantidad que excediese del valor de veinte
sueldos , so pena á los contraventores , de perder el gé-
nero comprado , con más una multa de veinte y cinco es-
cudos , y en caso de insolvencia , dos tratos de cuerda en
182

público , ó mayor pena todavía , con la consabida coleta


á juicio de Su Excelencia. El 22 del propio mes, ( y en
verdad que no se sabe por qué se tardó tanto , ) publicó
igual ordenanza respecto á los granos y á las harinas .
Es decir ; el Gobierno queria mantener con la galera y
la cuerda la abundancia que las turbas habian querido
producir con el saqueo y el incendio. Los medios , pues ,
no dejaban de proporcionarse entre sí; pero cómo se pro-
porcionasén con el fin deseado , cosa es que vamos á ver
al instante . Por de pronto, fácil y no inoportuno será ob-
servar la necesaria conexion que hay entre todas aquellas
extrañas providencias , inevitable resultadò la una de la
otra, y todas en comun del primitivo disparatado empeño
de fijar al pan una tasa tan absurdamente inferior al pre-
cio real , es decir , al que tenia que resultar naturalmente
de la proporcion entre la oferta y la demanda. Pero ni fal-
tarán nunca muchedumbres á quienes parezca justo, sen-
cillo y eficaz tan desatinado expediente , ni gobiernos que
cedan á la exigencia de las muchedumbres , salvo el em→
plear luego sus rigores para atajar las consecuencias ne-
cesarias de tan absurda condescendencia .
En la ocasion de que tratamos , dos fueron principal-
mente los frutos del motin: primero, daño y pérdida efec-
tiva de víveres por obra de la asonada misma ; y luego
mientras duró la tasa, loco despilfarro de aquel poco gra-
no que hubiera debido irse economizando hasta la próxi-
ma recoleccion. A esta calamidad comun hay que agregar
ahora la particular de cuatro pobretes á quienes se ahorcó
como á cabezas del motin; dos de ellos delante del Horno
de las muletas, y otros dos en el altozano de la calle don-
de vivia el Vicario de las provisiones.
Si á falta de noticias más positivas (pues las crónicas de
' aquellos tiempos están hechas al acaso) queremos conje-
183

turar ahora él cómo y el cuándo cesó de regir aquella tasa,


perécenos que debió ser abolida, sobre poco más ó mé-
nos, despues del 24 de Diciembre , que fué el dia de aquel
ajusticiamiento . Por lo que hace á bandos , despues del
último que hemos citado del 22 del propio mes, ninguno
otro hallamos relativo á la materia; se habrán quizás
perdido, ó no habremos sabido nosotros encontrarlos; ó
quizás , en fin, el gobierno, descorazonado, ya que no
amaestrado por la ineficacia de sus arbitrios , y dominado
por la fuerza misma de las cosas, las dejaria seguir su
curso natural. Pero en cambio poseemos relaciones de
más de un cronista , (inclinados como todos eran más bien
á describir los acontecimientos graves que á notar sus
causas y sus progresos , ) pintándonos el cuadro de la co-
marca, y especialmente de la capital, durante el invier-
no y la siguiente primavera que se sintieron más rigoro-
samente cada vez los efectos de la carestía , por tan des-
atinados medios aumentada. Hé aquí una copia fiel de
aquel doloroso cuadro .
Á cada paso tiendas cerradas , talleres sin obreros; en
las calles un espectáculo indescriptible, un hervidero in-
cesante de lástimas , una morada perpétua de padecimien-
tos. Los pordioseros de profesion, convertidos ya en mi-
noría de los mendigos , mezclados y revueltos con una
muchedumbre de competidores , reducidos á disputar la
limosna á los mismos de quienes la habian quizás recibido
más de una vez . Oficiales y aprendices, despedidos por
los maestros y fabricantes que , faltos de la cuotidiana ta-
rea, vivian trabajosamente de la usura , ó comiéndose sus
capitales ; y aun algunos de estos mismos fabricantes y
maestros, ya arruinados por falta de trabajo; artesanos, en
fin, de toda especie de oficios y manufacturas , vagando de
puerta en puerta, de calle en calle , arrimados á las esqui-
G 184

nas ó tendidos sobre las losas , en los portales de las plazas


ó en los átrios de los templos , pidiendo con lastimera voz
una limosna , ó luchando entre su miseria y el rubor aún
no vencido; escuálidos, demacrados , transidos de frio , fa-
mélicos , cubiertos de andrajos que aun en muchos conser-
vaban todavía señales de la antigua holgura de sus infeli-
ces dueños, así como á vueltas de la forzosa inaccion y
abatimiento de otros se columbraba un cierto indicio de
antiguos caracteres resueltos y activos . Mezclados con es-
ta turba, y en no escasa porcion, criados despedidos por
amos que habian pasado de una honesta mediania á una
estrechez penosa , ó que aun siendo riquísimos , habian
tenido que mermar, por necesaria economía, la antigua
pompa de su servidumbre . Y junto con todas estas clases
de indigentes , la multitud de muchos otros á quienes ser-
vian de arrimo en mejores tiempos: niños, mujeres, an-
cianos , agrupados al pié de sus antiguos sostenedores , ó
apartados de ellos para implorar en otro sitio la caridad
pública.
Interpolados con todos éstos , y mostrando bien quiénes
eran en sus mechones sucios y desmelenados, en sus pom-
posos harapos , y en un cierto no sé qué sello impreso en
su rostro y continente por su propio tenor de vida, tanto
más claro y manifiesto cuanto aquel habia sido más ex-
traño, distinguíase aquella raza de bravos , que faltos ya ,
por la comun penuria, del malhadado y horrible pan que
habian comi do, andaban tambien pidiéndole de limosna:
domeñados ya por el hambre, no compitiendo con los de-
mas sino en desdichas, atemorizados, asombrados quizás
de su propio actual abatimiento , se arrastraban por las
calles mismas que tanto tiempo habian atravesado con
frente erguida, con feroz y recelosa mirada, ornados de
riquísimas libreas, sombrero de pluma y cintillo, armas re-
185

lucientes, apuestos , perfumados ; y reducidos ya á tender


humildemente aquella mano misma que tantas veces se
habia levantado para amenazar insolente, ó para herir
alevosa.
Pero aún era más desagradable y lastimoso quizás el
cuadro de los pobres campesinos , solos unos , en parejas
otros, y otros con una familia entera consigo: niños abra-
zados al cuello , ó en hombros, cogidos de la mano de sus
madres; ancianos, casi agoviados por el peso de la edad
y de la miseria. De estos infelices labriegos , algunos ha-
bian salido huyendo desesperadamente de la soldadesca
brutal que, acantonada en sus pueblos , ó al pasar por ellos,
habian invadido y saqueado sus humildes moradas. No fal-
taban entre éstos algunos que , ó por mover más á compa-
sion, ó por ostentar un como privilegio de su miseria , mos-
traban lividos todavia los cardenales de los golpes que ha-
bian llevado al defender los escasos restos últimos de su ya
pobre hacienda , ó al libertarse del ciego y bárbaro desen-
freno de la tropa. Otros, exceptuados de este especial
tormento, pero arruinados por dos enemigos que lo ha-
bian invadido todo , la esterilidad del suelo y la exhorbi-
tancia de los tributos impuestos para satisfacer lo que en-
tónces se llamaba las necesidades de la guerra, habian
acudido é iban acudiendo á la ciudad como á sede an-
tigua y último asilo de holgura y de piadosa munificencia.
Conocíase á los recien llegados , ménos por su traza de pa-
lurdos que por el asombro y despecho con que veian aquel
enjambre de menesterosos , aquella rivalidad de miseria ,
en la misma poblacion donde se prometian ser mirados
como singular objeto de lástima, y obtener en consecuen-
cia limosnas abundantes. En cuanto á los otros que ya ,
más ó ménos tiempo habia, cruzaban y habitaban las ca-
lles de la ciudad, al ver tanta desproporcion entre los re-
186 --

cursos y las necesidades , retenian ansiosos el socorro de-


bido á la piedad ó al acaso , mostrando en el rostro y la
actitud un hondísimo terror y mortal abatimiento : diver-
samente vestidos los que se podia decir que vestidos esta-
ban; y todos de aspecto no ménos vario, segun que pro-
cedian de la llanura ó de la montaña , si variedad puede
decirse que habia en aquellos semblantes pálidos y desen-
cajados, de ojos hundidos y mirada torva entre feroz ó
insensata ; en aquellas cabelleras herizadas , en aquellas
barbas cerdosas, en aquellos cuerpos, tan hechos ántes á
la fatiga y tan briosos, encorvados ya por el cansancio y
el ayuno; en aquella piel arrugada de sus brazos tostados,
de sus piernas desnudas, de los descarnados pechos que se
descubrian por entre los ahujeros de sus andrajos casi
deshechos ya. Y no menos doloroso que este aspecto del
vigor abatido de los hombres, era el de aquellos niños , de
aquellas mujeres , próximos ya todos á dejar en manos de
una muerte precoz la flor de su inocencia los unos , y de
su hermosura las otras .
Veíase acá y allá , en las calles , y arrimados á las pare-
des de las casas, montoncitos de paja ya triturada , casi
reducida á polvo y amasada con basura. Pero esta propia
inmundicia era un don de solícita caridad, que le habia de-
positado allí para que pudiera servir á los infelices de le-
cho en que reposar unos instantes la cabeza durante la
noche . Y aun de dia no faltaban algunos, rendidos por la
fatiga ó por el hambre, que casi exánimes tendian en
aquel verdadero muladar sus miembros extenuados : mu-
chas veces el hediondo lecho sustentaba á un cadáver, y
no pocas se vieron algunos que antes de llegar á él, caye-
ron de improviso en su orilla, y quedaron muertos so-
bre el empedrado .
Á cada instante se veia junto al fétido camastro in-
- 187

clinarse algun pasagero ó algun vecino , movido á súbita


compasion por los gritos lastimeros de un pobre moribun-
do. En ciertos sitios se distribuian socorros ordenados con
caridad previsora, procedentes de una mano tan rica de
medios como acostumbrada á dispensar beneficios en
grande: la mano del buen Federico . Habia éste escogido á
seis sacerdotes de caridad tan viva y perseverante como
de complexion robusta , y distribuyéndolos en tres parejas,
habia asignado á cada cual una tercera parte de la pobla-
cion para que la recorriesen seguidos de esportilleros car-
gados con alimentos, cordiales, medicinas y ropas. Todas
las mañanas en efecto salian las tres parejas, cada cual
por su demarcacion respectiva , y acercándose á los pobre-
citos abandonados en la calle , les dispensaban el conve-
niente auxilio , que muchas veces ¡ ay! no era otro sino el
de los últimos consuelos de la religion . A los hambrien-
tos les daban menestra , huevos , pan, vino ; y á los exte-
nuados por un ayuno más prolijo, les daban caldos y sus-
tancias, despues de reanimarlos con un sorbo de vino ge-
neroso . De la propia manera distribuian las ropas entre
los de mayor y más aflictiva desnudez .
Pero no se terminaba en esto aquella piadosa asisten-
cia : el buen Prelado queria que allí donde alcanzasė , fue-
ra de provecho eficaz y no momentáneo ; con cuyo obje-
to , á los infelices que merced al primer auxilio recobraban
fuerzas bastantes á tenerse de pié y caminar , les entrega-
ba un socorrillo en dinero para que pudiesen ir tirando
hasta hallar nuevos recursos , y á los demas les propor-
cionaba albergue y subsistencia en cualquiera de las casas
más inmediatas . De éstas , cuando sus dueños eran gente
acomodada, solian generalmente recoger de limosna á los
pobres , como á recomendados del santo Cardenal; en la
casa donde habia más buena voluntad que medios , roga-
188

ban los sacerdotes que se admitiera por un tanto diario á


los infelices , fijaban el precio del pupilaje , y pagaban al
contado una parte de su importe. Luego pasaban una lis-
ta de todos estos recogidos á los Párrocos para que los vi-
sitasen , sin perjuicio de volver ellos de cuando en cuan-
do á hacer lo propio.
Inútil es decir que Federico no limitaba su solicitud á
socorrer esta clase de extremas necesidades , así como no
habia menester que fuesen tan extremas para que él las
compadeciese ya mucho. Aquella caridad ardiente y uni-
versal no podia ménos de estar en todo , de prevenirlo
todo , de remediar lo que no habia podido prevenir , de
tomar , digámoslo así , tantas formas cuantas eran las va-
rias necesidades . Al efecto , acumulando todos sus recur-
sos , estrechando el círculo ya tan reducido de sus gastos
personales , echando mano de repuestos destinados á lar-
guezas que en aquella sazon eran de menor importancia,
se habia agenciado dinero de mil maneras para emplearlo
todo en dar de comer al hambriento . Con este fin habia
hecho grandes acopios de granos , que distribuia en gran
parte á los pueblos más necesitados de su diócesis ; y como
aun este socorro no alcanzase ni con mucho á la magnitud
dela penuria, ocurrióle tambien hacer remesas de sal , < con
la que (dice Ripamonti refiriendo el hecho) se convierten
encomida las yerbas del campo y las cortezas de los árbo-
les. La propia distribucion de granos , y juntamente de
dinero , habia hecho á los Párrocos de la capital , sin que
esto le quitase el visitarla él ademas barrio por barrio,
derramando en todos limosnas ; ni el socorrer en secreto
á muchas familias pobres , ni el distribuir diariamente en
la puerta de su palacio arzobispal dos mil escudillas de me-
nestra de arroz , como lo atestigua el médico Alejandro
Tadino , escritor contemporáneo , en una obra que citare-
- 189 -

mos varias veces de aquí en adelante : Informe sobre el


origen y sucesos diarios de la gran peste contagiosa, ponzo-
ñosa y máléfica , padecida en la ciudad de Milan , etc. Mi-
lan 1684. pág. 10.
Pero todas estas obras de caridad , grandiosas cierta-
mente si consideramos que las ejercia un hombre sólo con
sus solos recursos , pues Federico , por sistema, no gustaba
de ser limosnero de nadie ; todas estas obras, y aunque agre-
guemos los donativos de otros particulares, numerosos ya
aunque no tan pingües , y aun la subvencion acordada por
la Junta de los Decuriones al tribunal de provision con cargo
de distribuirla, eran poca cosa en comparacion de las nece-
sidades. Mientras en los pueblos de la montaña algunos in-
felices, medio muertos ya de hambre, lograban por la cari-
dad del buen Prelado ir sosteniendo su trabajosa vida, su→
cumbian otros miserablemente ; en otras comarcas , no
olvidadas en verdad sino pospuestas , como ménos angus-
tiadas , por una caridad ceñida dolorosamente á acudir á
la necesidad mayor , la miseria era espantosa : poblacio→
nes enteras desertando de sus hogares , acudian famélicas
á la capital . ¿ Qué resultaba de aquí ? Si por ventura dos ó
tres mil hambrientos , haciendo prodigios de fuerza y de
maña, lograban un poco de menestra, lo bastante para no
morir aquel dia , en cambio habia otros miles y miles ,
mujeres , hijos , padres de los primeros quizás, que envi-
diando la suerte , si así puede decirse , de aquellos , se
quedaban sin porcion alguna. De aquí el que mientras en
unos pocos barrios de la ciudad eran socorridos por algun
tiempo los más extenuados de hambre y desnudez , en
cien y cien otros barrios habia infinitos que se desmaya-
ban y aun morian sin auxilio ni consuelo.
Durante el dia entero inundaba las calles un confuso
clamoreo de voces lastimeras; y por la noche , un lúgubre
H 13
190 -

susurro de gemidos , cortado de cuando en cuando por


hondos lamentos , por rugidos de desesperacion , por ple-
garias humildes , á veces por blasfemias...
Y sin embargo, en medio de tanto padecer , á pesar de
tan varios afectos de aquella desdichada muchedumbre ,
es cosa por demas notable que no hubiera una sola tenta-
tiva, ni se oyera un solo grito de sedicion : al ménos así
aparece de las crónicas de aquel tiempo . Y eso que entre
los que viviany morian tan miserablemente, eran muchos
los avezados á no sufrir , y se contaban no pocos de aque-
llos mismos que el dia de San Martin habian cometido
tanta atrocidad. ¿Los enfrenaba tal vez el escarmiento he-
cho con aquellos cuatro pobretes que habian pagado por
todos? No parece probable; pues ¿qué influjo podia ejercer ,
no ya la presencia sino sólo la memoria de aquellos suplicios
en los ánimos de una muchedumbre vagabunda , que se
veia condenada á un lento suplicio , ó por mejor decir, que
lo estaba padeciendo? Otra es sin duda la explicacion de es-
te fenómeno : los hombres estamos construidos por lo co-
mun de tal manera, que nos revolvemos indignados y fu-
riosos contra los males llevaderos ; pero cuando la extre-
ma desgracia se nos viene encima , doblamos el cuello , y
abatidos más bien que resignados , soportamos el colmo
del propio infortunio que al principio se nos figuraba in-
soportable.
Cada dia iba siendo más hondo el hueco que la muer-
te hacía en aquellas infelices turbas , porque tambien ca-
da dia iba siendo mayor la afluencia de forasteros ; en un
principio , de los pueblos inmediatos, luego de toda la co-
marca , despues de las ciudades de todo el Estado , y por
último aun de los Estados limítrofes. Esto explica porqué
empezaron á salir de Milan muchos de sus naturales mo-
radores , unos por huir de aquel horrendo espectáculo ,
- 191

otros por ver si hallaban consuelo , refugio , socorro en


cualquier otra parte donde no tuviesen tanto concurrente
á la mezquina limosna que en medio de aquel enjambre
de pordioseros podian esperar. Al encontrarse en su opues-
to viaje éstos y aquellos peregrinos , causábanse mútuo
horror , inspirándose recíprocamente un siniestro presen-
timiento del término doloroso á que unos y otros camina-
8
ban. Sin embargo , cada cual proseguia su rumbo , ya'
que no con esperanza de mejorar de suerte , por no vol-
ver al ménos á mirar aquel cielo que se les habia hecho
odioso , ni á ver aquellos lugares en que habian desespe-
rado. Algunos , exhaustos de fuerza y valor , caian muer-
tos en mitad del camino , y allí se quedaban como espec-
táculo doblemente funesto á sus hermanos en la miseria , y
como asunto de horror , de remordimiento quizás , á los
otros pasajeros.- Yo ví , dice Ripamonti , con mis pro-
pios ojos, en el camino que rodea las murallas, á una mu-
jer... De la boca de su cadáver le salia un manojillo de
yerba medio masticada , y sus lábios parecia que hiciesen
aún como cierto esfuerzo desesperado... Tenia un saquillo
á la espalda , y amarrado al seno con sus propias fajas á
un niño , que llorando le pedia teta ... Poco despues lle-
garon algunas personas compasivas que recogiendo del
suelo al pobre angelito , se le llevaron para ver de criarle. >
Ya entonces no se veia aquel contraste de galas y de
harapos , de superfluidad y de miseria , espectáculo tan
comun en tiempos comunes ; pues los harapos y la miseria
eran casi generales, y lo poco que se exceptuaba, no lle-
gaba casi á ser una estrecha medianía . Hallábase por las
calles á muchos nobles con ropas , no ya sencillas y usa-
das , sino remendadas y raidas ; unos , porque la comun
calamidad los habia reducido á tal estrechez , ó habia da-
do enteramente al traste con su ya mermada fortuna ; otros,
192

porque temiesen provocar la desesperacion de la gente


con su fausto , ó porque tuviesen vergüenza de insultar á
la pública miseria. Aquellos prepotentes , en otro tiempo
tan odiados y temidos cuando paseaban la ciudad con su
escolta de bravos , iban ya casi solos , con la cabeza baja,
y en actitud como de ofrecer y pedir paz al pasajero.
Otros potentados que en dias de prosperidad habian sido
de corazon más humano y de más modesto porte , apare-
cian tambien confusos , aterrados y como oprimidos por el
incesante aspecto de una miseria superior , no ya dire-
mos , á los medios de aliviarla , sino á las fuerzas mismas
de la compasion. Los dichosos que tenian posibilidad de
hacer alguna limosna , habian forzosamente de resignarse
á una tristé eleccion entre hambre y hambre , entre ur-
gencia y urgencia; pues apénas una mano piadosa se ten-
dia para dejar algun socorrillo en la de un infeliz , surgian
y se agitaban en derredor las de mil otros : los que, aún
conservaban algun vigor , se adelantaban á pedir con más
ahinco ; los extenuados , los viejos , los niños , alzaban sus
manos descarnadas en silencio ; las madres levantaban y
mostraban de léjos á sus pequeñuelos llorando , mal en-
vueltos en mantillas andrajosas, hasta que vencidas las in- .
felices por el frágil peso de sus criaturitas , bajaban muy
luego otra vez lánguidas los brazos ...
Así pasó el invierno y la primavera. Ya desde mucho
ántes el Tribunal de Sanidad habia expuesto varias veces
al de Provisiones el peligro de una peste que amenazaba á
la ciudad con aquel cúmulo de miseria esparcida en todos
los barrios , y habia pedido que se planteasen hospicios
provisionales en donde recoger á los mendigos . Pero
mientras que se discute esta propuesta , mientras se aprue-
ba , mientras se escogitan medios , maneras y lugares para
llevarla á cabo , los muertos se van amontonando en las
193

calles, y en proporcion va creciendo todo aquel abismo de


inmundicias y de lástimas. Por último , el Tribunal de
Provisiones opina que lo más hacedero y barato , era me-
ter á todos los mendigos , sanos con enfermos , en el laza-
reto, para mantenerlos y asistirlos allí á costa del público:
y así se resuelve en efecto, contra el parecer de la Sanidad ,
la cual decia que el acumular de aquella manera en un
solo edificio á toda aquella gente , era tanto como aumen-
tar el propio peligro que queria evitarse .
El lazareto de Milan , como ya en otra parte hemos
comenzado á decir, es un cuadrilátero , ó más bien, casi un
cuadrado , fuera de la ciudad , aunque separado solamente
de sus muros el espacio de los fosos , de un camino de cir-
cunvalacion y de un canalillo que rodea el propio lazare-
to. Las dos alas mayores podrán tener de longitud unos
cincuenta pasos , y las otras dos como unos quince ménos :
por su parte exterior los cuatro costados están comparti-
dos en celdillas de un piso solo, y por la interior corre á
lo largo de los mismos costados una galería de arcos des-
cubiertos, sostenida en pequeñas y angostas columnas.
Las celdillas eran por entonces unas doscientas ochen-
ta y ocho, ó ménos quizás ; y hoy dia , con una gran por-
tada que han abierto en el medio , y otra pequeña en un
lado del ala que cae al camino real , todavía se ha redu-
cido aquel número. En tiempos de nuestra historia , no
habia más que dos entradas ; una en medio del ala que
mira á los muros de la ciudad , y otra paralela en el opues-
to lado. En el centro del edificio habia, y aún se conserva,
una iglesita octógona.
El primitivo destino del lazareto, comenzado á edificar
en 1489 con los fondos de una piadosa manda , y conti-
nuado con los del público y los de otros testadores y do-
nadores, fué , como su propio nombre lo indica , el de
1- 194 -

proporcionar refugio y asistencia á los invadidos de aque-


lla peste que mucho ántes, así como tambien mucho des-
pues de la época citada , solia recorrer , dos, cuatro , seis y
aun ocho veces en cada siglo , todas las naciones de Euro-
pa. Pero en el momento de que vamos hablando , el tal
edificio no servia sino de depósito de mercancías sujetas á
cuarentena .
Preciso fué tratar de desocuparle de estas mercancías;
pero la cosa se hizo á la ligera y con poco celo de cum-
plir las reglas sanitarias, sin desinfectar apénas el local ,
ni practicar ningun otro de los experimentos prescritos .
Tendieron montones de paja en las celdillas, acopiaron
subsistencias sin mirar ni á su cantidad ni á su calidad ; y
con esto sólo , invitaron por público pregon á los mendi-
gos para que se albergaran allí.
Muchos en efecto acudieron de buen grado ; los que
postrados yacian en calles y plazas, fueron conducidos ; y
entre unos y otros , juntáronse en pocos dias nada ménos
que tres mil y más acogidos . Pero aun hubo muchos más
que se quedaron fuera , ya porque cada cual esperase á
que se marcharan los otros con el fin de ser ménos á re-
coger las limosnas de la ciudad ; ó por la natural re-
sistencia de los pobres á que los encierren ; ó por la des-
confianza que suele inspirarles cuanto les propone quien
posee riquezas y poder, (desconfianza proporcionada siem-
pre á la comun ignorancia de quien la siente y de quien
la inspira , al número de los pobres y á la poca prevision
de las leyes ) ; ó ya fuera porque conociesen el género de
asilo que se les ofrecia ; ó por todas estas razones juntas,
ό por otras quizás, el hecho fué que sin curarse nada del
pregon invitatorio, siguieron la mayor parte arrastrándo-
se penosamente por las calles de la ciudad . Visto esto por
las autoridades , y resueltas en consecuencia á apelar á la
195 --

fuerza , echaron á rondar un enjambre de alguaciles con


encargo de que por buenas ó por malas se llevasen á los
mendigos al lazareto , y señalando por esta especie de
caza diez sueldos á cada alguacil ; prueba entre otras
de que aun en los mayores apuros no falta nunca quien
malgaste los fondos del comun. El Tribunal de Provisio-
nes habia pensado, y aun expresamente se habia pro-
puesto con aquella medida ahuyentar de la ciudad á un
cierto número de mendigos que para vivir ó para morir,
quisieran hacerlo en libertad al ménos : efectivamente ,
muchos se marcharon ; pero con todo, la caza fué tan
abundante , que al poco tiempo el número de acogidos ,
entre voluntarios y forzados, subió á cerca de diez mil .
Aunque nada dicen sobre el particular las crónicas de
aquel entónces , suponemos que las mujeres y niños fue-
ron colocados aparte , así como tampoco dudamos que
menudearon reglamentos y providencias para el buen ré-
gimen interior del lazareto ; pero juzgue el curioso qué
régimen cabia establecer ni conservar, sobre todo tenien-
do en cuenta aquellos tiempos y aquellas circunstancias,
en una reunion tan numerosa y de tan várias gentes , re-
vueltos los forzados con los voluntarios , los que tenian la
mendicidad por oficio con los infelices vergonzantes ; los
nacidos y criados en la vida honrada y laboriosa de los
campos y de los talleres, con los que habian pasado la
suya bigardeando en plazas y tabernas, ó aposentados en
los palacios de los tiranuelos, sin más escuela que el ocio,
ni más oficio que la disolucion , el escarnio, el crímen.
Fácil seria tambien por desgracia congeturar cómo
estaban alojados y mantenidos, aunque no poseyéramos
los datos positivos que tenemos acerca del particular . Dor-
mian almacenados á veinte y á treinta en cada una de las
celdillas , ó arrebujados en los portales de la galería sobre
196

camastros de paja podrida y hedionda , ó pura y simple-


mente en el suelo ; no porque no se hubiese mandado que
la paja fuese fresca y abundante y que se remudase con
frecuencia ; pero el hecho era que ni se remudaba , ni era
fresca ni abundante. Habíase igualmente prevenido que el
pan fuese de buena calidad , pues ¿ qué administrador ha
dicho nunca que se dé mal trato á sus administrados ? pero
¿cómo lograr, en aquella coyuntura, y para sostener á tanta
gente , una cosa que aun en circunstancias ordinarias, y
para menos consumidores, habria sido difícil? La verdad es
que por entonces, segun hallamos en las memorias con-
temporáneas, se dijo que el pan del lazareto estaba adulte-
rado con sustancias insalubres y nada nutritivas; pero tam-
bien pudo suceder que esto no fuese más que un dicho . En
cuanto al ramo de aguas , es decir, aguas salubres y pota-
bles, andaban escasillas , y hubo que conformarse con las
del canalejo que rodeaba el edificio ; es decir, aguas casi
estancadas , y tan limpias como es de suponer, hallándose
destinadas á los varios usos y urgencias de tal y tan api-
ñada turba.
Á todas estas causas de insalubridad , tanto más perni-
ciosas cuanto que obraban en cuerpos enfermos ó enfer-
mizos, agréguese una estacion crudísima de incesantes
lluvias , seguidas luego de una sequía no ménos tenaz ,
junta con un calor anticipado y quemante. Añádase á esto
el estado de ánimo de los acogidos , su fastidio y cólera
por verse allí encerrados , el recuerdo de su pasada holgu-
ra , la pena por las personas de su cariño perdidas, el an-
gustioso afan por las ausentes , las contiendas interiores
que no podian ménos de surgir entre gentes ya de suyo
tan bien dispuestas , el temor y horror contínuos al ver á
cada momento el espectáculo de la muerte, y el amonto-
namiento mismo de cadáveres, que ya era de por sí una
197 -

terrible causa de mortandad . Nada tiene pues de extraño


el que ésta se acrecentase y reinara en aquel recinto ,
hasta el punto de ser tenida y aun expresamente calificada
ya por muchos de verdadera pestilencia ; ora fuese que
efectivamente el conjunto y progresivo aumento de todas
aquellas causas hubiesen acrecentado la actividad de algun
gérmen puramente epidémico que hubiese en la atmósfera;
ora , como suele acontecer en tiempos de hambres ménos
aflictivas y ménos prolongadas que aquella , que estuviese
ya de ántes incubado en la ciudad un principio de conta-
gío, tan fácilmente inoculable en cuerpos extenuados por
el ayuno , la mala calidad de los alimentos, la intemperie,
la inmundicia , la tristeza y el abatimiento ; ora que el
contagio naciese en el mismo lazareto . Sea lo que fuere de
estas varias conjeturas , el hecho es que en poco tiempo
el número diario de acogidos que fallecian , pasó de una
centena.
Miéntras que todo en el lazareto era abatimiento , an-
gustia , espanto , ira , terror, en la Provision era todo ver-
güenza , irresolucion , aturdimiento . Al cabo , despues de
prolijos debates, y oido el parecer del tribunal de Sanidad ,
no se halló mejor acuerdo que deshacer lo hecho con tan-
to aparato , á tanta costa y con tantas vejaciones : abrióse
el lazareto , dióse larga á todos los pobres no enfermos que
se albergaban en él , y que salieron por cierto con un jú-
bilo estrepitoso . La ciudad volvió á ser atronada con el
antiguo lastimero clamoreo , bien que ménos contínuo y
rumoroso ya ; y tornó á afligirse con el espectáculo de aque-
lla turba , que si bien harto mermada , inspiraba mayor
compasion , dice Ripamonti , por la idea del cómo lo habia
sido . En cuanto á los enfermos, se los trasladó al hospital
de Santa María de la Stela , en donde la mayor parte mu-
rieron.
198

Entretanto habian comenzado ya á granar las mieses


de la nueva anhelada cosecha , y los mendigos del Condado
fueron cada cual regresando á sus pueblos respectivos pa-
ra hacer aquella siega de ellos tan deseada. El buen Fede-
rico no quiso dejarlos ir sin un nuevo don de su caridad ,
y con este fin dispuso que á todo campesino que se pre-
sentase en su palacio , se le habilitara con una hoz y una
ayuda de costa para el viaje.
Con la recoleccion , cesó al cabo la carestía ; pero en
cuanto á la mortandad , fuese epidémica , fuese contagio-
sa , aún duraba , bien que ménos rigorosa cada dia , hasta
el siguiente otoño , cuando casi terminada ya, hé aquí que
se presenta un nuevo azote : la guerra.
Muchas cosas importantes, de las que propiamente son
llamadas sucesos históricos, habian ocurrido en este inter-
medio. El Cardenal de Richelieu , despues de la ya citada
toma de la Rochela , y de las subsiguientes paces tratadas
con el rey de Inglaterra , habia metido al de Francia en
el paso de prestar eficaz auxilio al Duque de Nevers , y
aun á poner su propia real persona por caudillo de la ex-
pedicion. Mientras ésta se aprestaba , el Conde de Nasau ,
delegado al efecto por el Emperador , estaba en Mántua
intimando al nuevo Duque la alternativa, ó de entregar sus
Estados en secuestro , ó de verlos ocupados por un ejér-
cito imperial. El Duque , que ya en ocasiones más apura-
das habia esquivado esta dura y humillante alternativa , la
esquivaba tanto más en esta nueva intimacion cuanto le
alentaba, el prometido y ya inmediato auxilio de Francia ;
pero mientras le llegaba éste ó no , tuvo por discreto ir
dando largas al negocio con subterfugios y vagas protes-
tas. El delegado imperial debió de descubrirle el juego,
pues muy en breve se retiró amenazando con fuerza de
armas . Entretanto , el Cardenal habia de hecho entrado
199

en Italia con las del Rey de Francia , y con el Monarca mis-


mo á su cabeza; habia pedido paso para su ejército al Du-
que de Saboya , y entrado al efecto en tratos con él ; pero
no aviniéndose los contratantes , apelaron á las armas , y
despues de una escaramuza en que llevaron los franceses
la mejor parte , volvióse á tratar de nuevo , y ya entonces
se celebró un acuerdo en que el Duque estipuló , entre
otras cosas, que su aliado el Gobernador de Milan levanta-
ria el cerco de Casale , obligándose , caso de negarse éste
á hacerlo , á coaligarse con los franceses para invadir el
Ducado de Milan . Don Gonzalo en efecto levantó el cerco,
y al punto entró en la ciudad una guarnicion francesa .
Entónces fué cuando Achillini escribió para el Monar-
ca frances aquel célebre soneto : Sudate , ó fochi , á pre-
parar metalli , y aquel otro en que le exhortaba á partir
cuanto ántes á la conquista de Tierra Santa. Pero está Dios
que de los consejos de los poetas nadie ha de hacer caso;
y si algun suceso político se halla en las historias que sea
conforme á lo sugerido por un poeta , téngase por cierto
que era negocio ya de ántes determinado . El Cardenal de-
bió no ser de la opinion de Achillini , pues que determinó
volverse á Francia para ciertos negocios que sin duda pa-
recieron á Su Eminencia más urgentes. En vano Geróni-
mo Soranzo , diputado por los venecianos , le suplicó con
mil instancias y razonamientos que mudase de propósito:
nada : el Rey y el Cardenal , haciendo , por lo visto , el
mismo caso de la prosa del diputado que de los versos del
poeta, se retiraron con el grueso del ejército , dejando úni-
camente seis mil hombres en Susa por mantener una po-
sicion, y ocuparla como en rehenes del tratado con el de
Saboya.
Mientras el ejército frances evacuaba por un lado á Ita-
lia , el del Emperador se venia encima por otro , y habia
- 200

invadido ya el país de los Grisones y la Valtelina , con áni-


mo de meterse en el Milanesado . Sin contar los naturales
daños de semejante visita , habian por añadidura llegado al
Tribunal de Sanidad avisos de cómo el ejército imperial
estaba tocado de aquella peste congénita , por decirlo así,
de las tropas tudescas , segun la frase de Varchi al hablar
del contagio que un siglo ántes habian inoculado en Flo-
rencia. Alejandro Tadino , uno de los conservadores de
aquel Tribunal , fué encargado por el mismo de ex-
poner al Gobernador el espantoso peligro que correria to-
da la comarca si era cierto , como de público se decia, que
aquellas tropas iban á pasar por ella para poner cerco á
Mántua. D. Gonzalo respondió que él no podia dar reme-
dio ninguno ; que las razones de interes y de honra por
que se movia aquel ejército , pesaban más que el peligro
mencionado; por consiguiente que se procurase tomar to-
das las precauciones posibles , y se pusiese el asunto en
manos de Dios .
Despachados con esta respuesta, los dos médicos de la
Sanidad no hallaron otro medio sino proponer al Tribu-
nal que se prohibiese bajo penas severísimas el comprar
cosa ninguna á los soldados cuando pasasen ; pero no hu-
bo modo de hacer que el Presidente se penetrase de la ne-
cesidad de semejante prohibicion , como hombre que era,
al decir de Tadino , bonachon hasta los tuétanos , é inca-
paz de persuadirse á que el comercio con aquellas tro-
pas pudiera acarrear tan graves estragos. El razonamiento
en verdad no era ni sólido ni convincente ; pero tales ra-
rezas habia en aquellos singulares tiempos .
En cuanto á D. Gonzalo , poco despues de aquella res-
puesta , se marchó de Milan : y por cierto su marcha fué
para él tan poco agradable como la ocasion que la moti-
vaba. Tenido en la comun opinion por causante único de
- 201 ―

aquella desastrosa guerra que él habia acaudillado , ( pues


en cuanto á la peste , ó nada se sabia, ó á nadie le impor-
taba nada de ella) pasó el amargo trance de verse sobera-
namente silbado por los chicos de la calle , que le escolta-
ron con esta serenata, siguiendo en tropel desde el mismo
palacio su coche de camino , sin temor ni respeto al pi-
quete de alabarderos , ni á los dos clarineros que delante
iban á caballo , ni á las demas carrozas de señores que sa-
lian á despedir á Su Excelencia . Y no paró en esto la co-
sa , sino que entrada la comitiva en la calle que conducia
á la puerta de la ciudad por donde el ilustre viajero habia
de salir, agregóse á los chiquillos alborotadores un enjam-
bre de gente provecta, y no más cortés ni muda ; parte,
que estaba esperando allí aposta , y parte , que fué acudien-
do al estrepitoso clamor de los clarines , que no cesaron de
asordar el viento desde el palacio de corte hasta la puerta.
En la sumaria que despues se instruyó para juzgar esta ir-
reverencia , interrogado y reconvenido uno de los clarine-
ros de haber sido causante del alboroto con aquel su pitar
incesante , respondió : -Señor mio: éste es nuestro oficio;
y si á Su Excelencia se le hacia mal con el trompeteo , de-
bió hacernos callar.»-El hecho fué que D. Gonzalo, ó por
no dar su brazo á torcer , ó por temor de acrecentar la
osadía de las turbas , ó porque no las tuviera todas consi-
go , nada mandó ; con lo cual las turbas , sin miedo á la
escolta que en vano habia tratado de espantarlas , siguie-
ron alrededor del coche grita que te grita :-¡Vaya al in-
fierno el hambre ! ¡ Fuera el padrastro de los pobres > -y
aun algo peor que esto , pues cuando estuvieron ya cerca
de la puerta , comenzaron á apedrear á la comitiva con
guijarros , ladrillos , tronchos , en suma con toda la muni-
cion de costumbre en semejantes casos : algunos hubo tan
enfrascados en la tarea, que por no renunciar al golpe de
- 202

gracia , se subieron á la muralla , y desde allí arrojaron los


últimos proyectiles sobre los coches que salian . Momentos
despues , se desbandaron.
En reemplazo de D. Gonzalo mandó el Rey de España
al célebre marques Ambrosio Espinola, cuyo nombre ha-
bia ganado en las guerras de Flandes aquella justa fama
militar que aun hoy le guarda la historia .
Entretanto el ejército tudesco , mandado en jefe por el
conde Rambaldo de Collalto , otro caudillo italiano de me-
nor, aunque no ínfima celebridad , habia recibido órden
expresa de avanzar para poner cerco á Mántua ; y efecti-
vamente, en el mes de Setiembre , penetró en el ducado
de Milan .
La milicia, por aquel entónces , se componia en gran
parte de aventureros afiliados en las partidas de guerreado-
res de oficio que a veces los alistaban por cuenta de tal ó
cual príncipe , y á veces por su propia cuenta para ven-
derse despues con ellos al primer príncipe que quisiera
comprarlos. Más que de la soldada, movíanse los tales á
tomar tan endiablado oficio por la esperanza del botin, y
las grangerias de la vida licenciosa . Vano era por cierto
exigir de semejante tropa una disciplina comun y perma-
nente; ni era fácil dar cohesion á la autoridad indepen-
diente de tantos y tan varios caudillos , los cuales tampo-
co ni eran muy delicados en el particular, ni hubieran
podido serlo aunque quisiesen , pues soldados de la ralea
de los suyos , ó se habrian amotinado contra un capitan
que tuviese la extravagante pretension de prohibirles el
saqueo, ó le habrian dejado plantado para largarse con
otro que fuese más ancho de conciencia. Á más de esto,
como los príncipes, al aceptar á granel , digámoslo así , los
servicios de estas partidas, miraban más á juntar mucha
gente para asegurar el éxito de sus empresas que á pro-
- 203

porcionar el número de sus auxiliares á los recursos de su


erario, resultaba que las soldadas se pagaban tarde, mal ó
nunca; y por consiguiente habia que hacer la vista gorda,
y dejar á las tropas que tomaran su desquite en las tierras
conquistadas . Poco ménos famoso que el nombre de Wal-
lenstein es aquel su dicho: que es más fácil mantener un
ejército de cien mil hombres que uno de doce mil . El de
que vamos hablando , estaba compuesto, en gran parte, de
aquellos vándalos que habian sido mandados en jefe por
aquel célebre General en aquella no ménos célebre lucha,
conocida, por su prolijidad, con el especial nombre de
guerra de los treinta años . Á la sazon corria el undécimo .
Entre estas tropas , ademas del propio regimiento de aquel
caudillo , mandado por un lugarteniente suyo, iban otros
jefes secundarios de partidas , que habian los más servido
á sus órdenes, y entre los cuales no faltaba alguno de
aquellos que cuatro años más tarde le ayudaron á tener
aquel desastrado fin que todo el mundo conoce .
Eran en junto veinte y ocho mil infantes , y siete mil
caballos: su ruta, partiendo de la Valtelina para pasar al
estado mantuano , era seguir la márgen del Adda en todo
el curso de sus dos brazos mientras es lago, luego otra
vez cuando se convierte en rio hasta desembocar en el Pó ,
y por último correrse un buen trecho por la orilla del mis-
mo Pó: total de jornadas hasta el ducado de Milan ,
ocho.
Al acercarse de aquel terrible nublado, una gran parte
de los moradores de la tierra salia huyendo á los montes
con sus ganados y ajuares; otros se quedaron en sus casas ,
quién por cuidar de algun enfermo, quién por preservar
del incendio su hacienda , quién por estar á la vista de su
tesoro encerrado; quién en fin porque nada tenia que per-
der, y aun se prometia ganar alguna cosa . Asi que la van-
204 -

guardia llegaba al pueblo en que habian de hacer alto,


desparramábase como la langosta por el mismo y los co-
marcanos, y comenzaba el saqueo: todo cuanto les era útil
ó de fácil porte, al saco ; lo que no podian ó no querian
llevarse, lo destruian enteramente , ó lo dejaban inservible:
los muebles, leña para la hoguera; las casas, cuadras parą
los caballos; esto sin contar el correspondiente acompaña-
miento de trancazos, heridas , forzamientos, etc. etc. To-
dos los afanes y artimañas de los paisanos para ver de sal-
var sus hacendillas, solian no sólo serles inútiles , sino que
á veces les eran muy perjudiciales; pues aquellos endia-
blados, prácticos en este género de estratagemas, mas aun
que en las del campo de batalla, tenian ojos de lince, y
nariz de perro perdiguero: por descubrir un tapado , echa-
ban abajo las paredes de una casa; olian en los huertos la
tierra recien escavada ; trepaban á los montes para robar
los ganados; guiados muchas veces por algun pícaro veci-
no, se metian en las cuevas adonde se habia refugiado al-
gun ricacho, y amarrado, ó arrastrándole por el pescuezo ,
se lo llevaban á su casa y le obligaban á descubrirles el
gato encerrado.
Marchábanse por fin aquellos malditos : ya se fueron :
apénas se percibe ya el rumor de los tambores y clarines;
los pobres paisanos comienzan á respirar , cuando héte
aquí que por el opuesto lado estalla nuevo crujir de par-
ches, y nuevo resonar de bronces ; y á poco , nuevo golpear
de puertas: ¡malditos! Los nuevos huéspedes, no hallando
ya cosa de provecho en que hacer presa, lánzanse furiosos
sobre lo primero que se les viene á las manos para des-
pedazarlo ; queman los cajones , baules y armarios , ya
de ántes vaciados por sus colegas de vanguardia; prenden
fuego á las puertas, y acaban por hacer con las casas lo
propio; vénganse en los pobres paisanos de no encontrar
- 205

ya nada que robarles ; y si los otros los habian aporreado,


ellos los matan ... Y así, de mal en peor, durante veinte
dias que emplearon en su marcha los veinte tercios en
que se habia dividido el ejército.
La primera comarca invadida por aquellos demonios
fué Colico, en seguida se arrojaron sobre Bellano ; de allí
entraron y se difundieron en la Valsassina, desde cuyo
punto se desbordaron por el territorio de Lecco.

H 14
- - 206 --

CAPÍTULO XXIX .

LA GUERRA.

Aqui entre las pobres gentes amedrentadas hallamos é


varios de nuestros conocidos.
En primer lugar, D. Abundio . Quien no le vió el dia
que llovieron en su parroquia las terribles noticias del
movimiento del ejército, las más terribles aun de que ya
estaba cerca , y las terribilísimas sobre todo encareci-
miento, de aquel modo de viajar que iban llevando los an-
gelitos ; quien no vió , digo, á nuestro Cura al recibir este
chaparron de espantosas nuevas, no sabe lo que es apuro
y miedo : - Ya vienen ! Son treinta : no , cuarenta : ¡ cá!
cincuenta mil ! Demonios en forma humana ! herejotes!
antecristos ! Han saqueado á Cortenueva : han incendiado
á Primaluna : han echado por tierra á Introbbrio, á Pas-
turo, á Barsio. Ya están en Balabbio : mañana llegan aquí,▸
-Tales eran las voces que corrian de boca en boca ; y
junto con ellas, todo un infierno de carreras , de cerrar
puertas y ventanas, de consultarse unos á otros en tumul-
to, de vacilar entre huir ó quedarse , de gritar las muje-
res, de chillar los niños , de rugir los jóvenes , de temblar
los ancianos. D. Abundio, primero que entre todos, y más
- 207 --

que todos, resolvió desde un principio poner tierra por


medio, hallaba sin embargo un doloroso ¡ conque ! ó un
terrible ¡ pero ! en todo camino que pudiera tomar, y en
todo asilo adonde pensaba refugiarse : ¿ Qué me hago
yo ahora ? exclamaba , ¿ á dónde me voy? -Los montes,
aun sin contar con lo áspero del camino , no eran seguros;
pues ya se sabia que aquellos malditos trepaban como ga-
tos á donde quiera que husmeaban ó se prometian llevar-
se algo entre las uñas. ¿ Atravesar el lago ? ménos . ¡ Con
aquel vendabal ! Ademas, los barqueros , temerosos de
que los embargaran para el pasage de soldados y acémi-
las, se habian largado con sus barcas á la otra orilla ; las
pocas que habian quedado, iban rebosando de tal gentio,
y tan zarandeadas por el viento y'el oleage que , segun se
decia , estaban en peligro de volcar á cada momento. Para
marcharse léjos y caminar fuera del itinerario que habian
de traer aquellos salvages , no era posible hallar ni un ca-
lesin , ni un caballejo , ni medio ninguno ; y lo que es á
pié ¡cá ! á la media legua , hombre en tierra. Quizás, qui-
zás, sacando fuerzas de flaqueza , hubiera podido llegar á
tierra de Bérgamo , que al fin no distaba mucho ; pero era
el caso que tambien de Bérgamo habia salido una parti--
da de Capeletes para guardar la frontera contra la invasion
de los tudescos ; y tanto montaba caer en las garras de
aquellos como en la de estos caribes , pues unos y otros
eran tales, que para aliorcados no tenian precio.
El pobre señor corria como un loco por la casa , detras
siempre de Perpétua , que exclusivamente afanada en reco-
ger trastos yalhajas para enterrarlas en el corral, ó meterlas
en cualquier otro ahujero , iba y venia sin pensar más que
en su tarea , con brazos y manos cargadas de chismes , y
sólo respondia así como de refilon : - Ya , ya voy, señor:
en cuanto ponga esto á buen recaudo, haremos lo que todo
- 208

el mundo . D D. Abundio no se conformaba con esta res→


puesta tan seca ; queria hablar con su ama , queria delibe-
rar ; pero el ama , que con aquel tragin , y aquella premu -
ra , y aquel miedo que tenia tambien en el cuerpo, junto
con la rabieta que la causaba el de su señor, estaba más
zahareña y carrascosa que de ordinario, decia y replicaba :
-¡Señor, señor ! Dios' me perdone ; pero nunca me sirve
vuesa merced más que para estorbar . Déjeme en paz
ahora : ¿ no vé su merced como todo el mundo se ingenia?
pues nosotros tambien nos ingeniaremos . ¿ Se figura su
merced que los demas vecinos no tienen tambien su pe-
llejo que salvar ? ¿ ó piensa que los tudescos vienen á posta
nada más que á hacer la guerra á su merced ? Valiera más
que me ayudara á recoger y guardar estos trebejos, y no
que está siendo el perro del hortelano ... » -Con estas y se-
mejantes razones se sacudia el ama la mosca , resuelta
como estaba, en el momento que hubiera terminado aque-
lla tumultuosa operacion de salvamento, á coger al buen
señor por un brazo como á un chiquillo , y hacerlo trepar
por uno de aquellos montes. Viéndose así desahuciado
por Perpétua , asomábase á cada instante á la ventana , mi-
raba y escuchaba sin respirar, y en cuanto veia pasar á al-
guno , le gritaba con acento medio compungido y medio
severo : -«Eh ! muchacho ! escucha , hombre ! ¿ No quer-
rás hacer la caridad de buscar algun caballejo , y aun que
sea un burro matalon para tu pobre Cura ?.. ¡ Que si quie-
res ! Nada ; como si hablase uno con los muertos ... Pero
señor¡ qué gente ésta ! .. Eh ! eh ! chicos ! Esperaos un
poco, hombres ; me iré con vosotros : á ver si os juntais
quince ó veinte para darme convoy... ¿ No oís ?.. ¿ Quereis
dejarme solo, malas entrañas? ¿ No sabeis que esos perros
tudescos son luteranos casi todos, y que creen que ganan
la gloria con matar á un Cura?.. Eh ! eh! vosotros ! .. Nada :
- 209

me quieren dejar aquí á que me aspen ... ¡ Qué gente !


qué gente !...
¿ A quién dirigia el pobre señor estos apóstrofes ? Á
infelices vecinos que pasaban derrengados con el peso de
su pobre hacienda , pensando tristemente en la que dejaban
en sus casas, arreando sus vaquillas , con sus mujeres y
sus hijos detras , los mayorcitos cargados tambien con todo
lo que podian , y los pequeñuelos en brazos de sus madres.
Algunos de estos pasajeros, seguian su camino sin respon-
der ni aun mirar á la ventana ; pero otros decian : - « Com-
póngase como pueda, señor Cura : ¡ dichoso su merced que
no tiene que pensar más que en su persona ! ¡ Allá se las
avenga !>-
-¡Pobre de mí ! exclamaba D. Abundio . ¡ Qué gente!
¡qué entrañas! Ya no hay caridad en el mundo : nadie
piensa más que en sí ; y del pobre Cura nadie hace caso...
¡Perpétua! ¡ Perpétua!
-A propósito! dijo ésta en el momento que su amo,
retirándose de la ventana , la llamaba con aquel grito las-
timero : ¿en dónde ha puesto el dinero su merced?
-¿Qué vá á ser de nosotros ?...
-Vamos, señor, ¿en dónde está el dinero ? démele
por Dios al instante, que voy á enterrarle con los cubier-
tos , aquí en el huerto de casa...
-Pero...
-Señor ! por los clavos de Cristo ! démele , y quéde-
se su merced con algunos sueldos para lo que pueda ofre-
cerse yo haré lo demas..
D. Abundio obedeció, llegóse á su + taquilla, sacó su
taleguin, y se le entregó al ama , la cual, despues de de-
cir que iba á enterrarle al pié de la higuera, se marchó
con él. Á poco rato volvió cargada con una cesta llena de
municiones de boca , y una banastilla vacía , dentro de la
- 210 -

cual metió una poca de ropa blanca suya y de su señor,


diciendo mientras á la ligera le acomodaba:
-Supongo que el breviario al ménos lo llevará su
merced...
-Sí, sí, ¡ bien, bien ! ¿Pero, adónde vamos?
-A donde vaya todo el mundo. Por de pronto, á po-
nernos en el camino; que despues allí tomaremos len-
guas , y veremos lo que hayamos de hacer...
En este momento entró Inés con otra banastilla al
hombro, y á guisa de quien va á proponer algo importante.
Efectivamente , la buena anciana , no ménos resuelta
que sus convecinos á no esperar á los temidos huéspedes ,
sola como se hallaba en su casa , y con algun restillo del
donativo del Innominado , habia estado perpleja un rato
en la eleccion de sitio á propósito para refugiarse . El
motivo de su perplejidad éralo cabalmente aquel res-
tillo de aquellos escudos, que tan buena obra le habian
hecho durante los meses del hambre , por haber ella oido
que en las poblaciones invadidas por los tudescos , los
que tenian algun dinerillo eran los que peor habian es-
capado, expuestos por una parte á la violencia de los in-
vasores , y por otra á la mala voluntad de algun conve-
cino que los delatase. Verdad es que ella á nadie habia
confiado el secreto de aquel fortunon que se le habia en-
trado por las puertas , sino á D. Abundio en las varias ve-
ces que fué á pedirle el favor de que le cambiara algu-
nos de aquellos escudillos ; y por cierto no sin dejarle
siempre alguna cosilla que dar á alguno más pobre que
ella. Pero al fin y al cabo , el dinero y el amor, como dice
el refran, no pueden estar ocultos , y ménos que nadie
puede ocultar el primero quien no tiene costumbre de
manejarle . Inés sabia por experiencia propia esta verdad ,
y por eso mientras andaba viendo cómo escondia en uno
211 -

y otro ahujero todo lo que no pudiese llevar consigo, pen-


sando principalmente en aquellos escudos que tenia cosi-
dos entre los pliegues de su jubon , acordóse de que al re-
mitírselos el Innominado, la envió tambien mil ofertas de
servirla en cuanto la ocurriese ; y recordando á continua-
cion las muchas cosas buenas que habia oido contar de
aquel castillo elevado en lugar . tan seguro, y al cual, sin
voluntad de su dueño , no podian llegar más que los pá-
jaros, determinó irse allá á pedir refugio. Pensando luego
en el cómo se daria á conocer al Innominado , acordóse
de D. Abundio , á quien, por todo lo que ella sabia de la
manera en que habia trabado relaciones con aquel señor,
y de las que despues habia mantenido , supuso hombre
de gran valimiento para el caso . Suponiendo igualmente
que en aquel trance debia estar el buen Cura más ataru-
gado y aturdido todavía que ella , y que por lo mismo era
muy posible no le hubiese ocurrido ir á demandar aquella
proteccion , llegaba con ánimo de proponérsela , segura
de que no le pareceria mal el expediente .
-¿Qué dices tú á eso , Perpétua ? preguntó D. Abun-
dio cuando hubo oido la propuesta de Inés .
-Digo , respondió Perpétua , que la señora Inés ha
tenido una inspiracion del cielo , y que, cuanto más pron-
to mejor , debemos tomar en peso el camino.
-Sí ; pero...
-Ya está su merced con los peros. ¡Válgame Dios!
¡qué señor éste ! ¿No sabe su merced que aquel caballero
se perece por hacer bien á sus progimos , y que de se-
guro tendrá él todavía más gusto en recibirnos que nos-
otros en estar con él? Y ¡ digo! poquito bien que nos irá!
Los soldados , seguro está que piensen en trepar á aquel
picacho que comer no nos ha de faltar tampoco ; mién-
tras que si nos vamos por esos montes , en acabándose
- 212

esta gracia de Dios que va aquí en la banastilla , como


no nos roamos los codos...
-Pero, vamos á ver, ¿está de veras , de veras conver-
tido aquel señor? preguntó D. Abundio mientras Perpé-
tua acomodaba en la banastilla las provisiones de boca
sobre la ropa blanca.
-¡Miren con lo que sale ahora ! repuso Perpétua: ¡des-
pues de lo que dice todo el mundo , y de lo que su mer-
ced mismo ha visto!
-Es que , maldita la gracia que tendria el que fuéra-
mos á meternos en la boca del lobo por nuestros mismos
piés...
-Señor, ¿qué boca ni qué perejiles?... Si hubiera una
de atenerse á los agüeros de su merced , nunca haria cosa
con cosa... Mire, hermana Inés : eche á andar para ade-
lante , y Dios la pague su buen acuerdo , añadió el ama
plantando resueltamente la banasta sobre una mesilla,
cogiéndola por las dos asas luego , y echándosela al fin á
cuestas.
-¿No habria por ahí, dijo D. Abundio, algun vecino
que nos acompañase para guardar á su Cura las espaldas?
Porque si encontramos en el camino algun mal intencio-
nado , que no faltan, no sé yo la ayuda que me habeis de
prestar vesotras dos ...
-Otra te pego! exclamó impaciente Perpétua . Para
eso estamos ahora ! ¿No vé su merced que harto tiene
que hacer cada vecino con pensar en sí ? ¡Ánimo ! señor,
¡por María Santísima! Tome pronto su Breviario y su som-
brero , y vámonos de aquí al instante.
D. Abundio no halló qué replicar ; fuése , y en breve
tornó con su scmbrero puesto , el Breviario debajo del
brazo, y empuñado su baston : en seguida salieron los
tres por una puertecilla escusada . Perpétua la cerró , más
- 213 -

por cumplir una formalidad que por fe que tuviese en la


resistencia de aquellas hojas y aquella cerradura, y se
guardó la llave en el bolsillo. D. Abundio, al pasar por
delante de la iglesia , le echó una mirada, y dijo entre
dientes: - Guárdenla los vecinos , pues suya es. Si algo
les importa su iglesia, ya cuidarán de ella ; si no les im-
porta , el mal será para ellos . » -
Con esto, echáronse á campo traviesa , con pasito de
lobo , pensando cada cual en sus propios afanes, y mi-
rando á todos lados, especialmente D. Abundio , si se co-
lumbraba alguna facha sospechosa , ó algo extraordinario .
Á nadie vieron: la gente estaba, ó en su casa para guar-
darla , ó liando sus trebejos , ó escondiendo lo que po-
dian, ó en camino para los montes.
Despues de mil suspiros y resoplidos, y tal cual inter-
jecion involuntaria, D. Abundio comenzó á refunfuñar ya
más de seguido, tomándola con el duque de Nevers , por-
que pudiendo estarse tan ricamente allá en su Francia
llevándose vida de principe , se le habia metido en los tué-
tanos ser duque de Mántua contra viento y marea; y con
el Emperador por haberse metido en camisa de once va-
ras, como si al fin y al cabo le fuese á él ni le viniese nada
en que fuera duque de Mántua Juan ó Pedro. Pero contra
quien principalmente echaba venablos, era contra el Go-
bernador, que siendo á quien tocaba apartar de la tierra
aquellos azotes , habia sido su primer causante: todo ello
por el gustazo de hacer la guerra .
-Quisiera yo ver aquí á todos esos señores , decia,
para que pasaran por estos tragos ; no que ellos la arman ,
y luego se van con sus manos lavadas... Y ahi te quedas,
mundo amargo ! ...
-Deje su merced en paz á esos señores , decia Per-
pétua , pues no son ellos ya los que han de venir á sacar-
214 --

nos del atolladero. Con aguas pasadas no muele el moli-


no, como dice el refran... Otra cosa es la que á mí me
pone en cuidado ...
-¿Qué cosa ?
Aquí Perpétua , que en aquel trozo de camino habia
ya podido con holgura ir recordando lo que tan sin ella
habia escondido en casa , comenzó á lamentarse de haber
olvidado meter en el escondite tal cosa , de haber acomo-
dado mal cual otra , de haber dejado en tal parte señas
que pudieran poner en la pista á los ladrones, de haber
en cual otra...
-Muy bien! exclamó D. Abundio , tranquilizado ya
por su pellejo lo suficiente á poder apurarse por su ha-
cienda: ¡te has lucido ! Pero, mujer, ¿ en dónde tenias la
cabeza?
-¡Eso es ! replicó Perpétua poniéndose en jarras con
todo el garbo que se lo consentia el peso de la banasta:
ahora me la echa su merced de guapo ! Valia más que
me hubiera ayudado en la faena, y no que por su culpa
he andado yo como Dios ha querido: « Perpétua, despá-
chate ! Perpétua! que vienen ! ... Pues !...He pensado en las
cosas de casa más que en las mias propias, sí señor : y
todo he tenido que hacerlo por mi sola : bien lo sabe su
merced. Si alguna falta ha habido ¿ qué remedio? Repicar
У andar en la procesion , no puede ser.
Inés cortaba estos debates , terciando para dolerse de
sus particulares desventuras ; y no tanto sentia las mo-
lestias y perjuicios de aquella emigracion como el perder
la esperanza de abrazar á su Lucía en aquel Otoño, como
lo habia con ella concertado, si el lector lo recuerda; pues
no era de suponer que Doña Praxedes en semejantes cir-
cunstancias quisiese ir á pasar la otoñada en aquella co-
marca ; ántes por el contrario , se habria marchado como
215-

todo el mundo lo hacia , si hubiera estado en ella.


La vista misma de los sitios acrecentaba la pena de
Inés, y hacia más amargo su pesar. Habian ya nuestros
tres viajeros dejado las veredas escusadas , y entrado en
aquel mismo camino real que la pobre anciana habia re-
corrido cuando , despues de su hospedaje en casa del
sastre, volvió con su hija, bien que para tenerla en su
compañía tan corto tiempo .
-¡Iremos á dar una caradita á nuestros buenos ami-
gos, ¿eh? dijo al divisar ya el campanario del pueblo del
sastre .
-Y á descansar un ratito, añadió Perpétua ; pues con
lo que llevo á cuestas, me hace falta un cacho de resue-
llo, y tomar un bocadillo .
-Corriente ! dijo D. Abundio, con tal que no haga-
mos mucha parada, pues no vamos en ningun viaje de
recreo .
Sastre y sastra recibieron á nuestra carabana con los
brazos abiertos, como á quienes les recordaban una buena
accion. Haced todo el bien que podais, dice aquí nuestro
anónimo , y con eso estareis seguros de hallar frecuente-
mente caras que os agraden y regocijen .
Inés, al abrazar á la sastra , rompió en deshecho llan-
to , que la sirvió de no escaso desahogo ; y sollozando
respondió luego al sin fin de preguntas que tanto el ma-
rido como la mujer la hicieron acerca de Lucía.
-Mejor está que nosotros, dijo D. Abundio: allá en
Milan , libre de todo riesgo , y léjos de este barullo .
-Por lo visto, su merced y la compaña van huyendo
de la quema, ¿eh? preguntó el sastre.
-Cabales, respondieron juntamente el Cura y el ama.
-Sea todo por Dios ! ¡Y á dónde bueno?
-Al castillo de ...
216

-Pues la aciertan : estarán allí como en sagrado ,


-Y por acá ?no hay miedo? preguntó D. Abundio.
-Diré á su merced , señor Cura. Lo que es pasar por
aquí, no creo que pasen los tudescos : estamos, gracias á
Dios, muy fuera de su camino para que se hayan acor-
dado de ponernos en su itinerario, como dice la tropa.
Cuando más, alguno que otro desperdigado , lo que Dios
no quiera ; pero de todos modos , siempre nos darán
tiempo , pues no dejaremos de tener ántes noticias de los
pobres pueblos que vayan atravesando.
Con tan dichosas nuevas , D. Abundio no tuvo reparo
en detenerse allí un poco á tomar aliento ; y como á la
sazon fuese ya hora de comer,
-Señores, dijo el sastre : sus mercedes serán servidos
de hacer penitencia con nosotros : ello no hay manjares
que ofrecerles ; pero suplirá la buena voluntad , que es
grande.
Perpétua dijo que llevaban alguna cosilla para hacer
boca , y al cabo de unos cuantos cumplidos de una y otra
parte , concertóse juntar , como se dice , los hatos , y co-
mer juntos.
Los chicuelos del sastre rodeaban á su antigua amiga
Inés , y la colmaban de caricias. El padre mandó corrien-
do á la mayorcita ( la que habia llevado aquel bocadillo á
María la viuda : ¿ quién sabe si te acuerdas ya , lector ca-
rísimo ? ) que fuese á quitar los erizos á unas castañillas
tempranas que habia guardadas en una alhacena , y las
pusiese á tostar. « Tú , dijo á uno de los chicos , llégate al
huerto, dále á los albérchigos un par de meneones y trae-
te cuatro mira no te comas alguno , golosillo .— ‹ Tú,
dijo á otro , ve y coge de la higuera cuatro higuitos bien
-(
maduros ; estás ? Demasiado sabeis vosotros escoger.
En seguida fué él mismo á soltar la èspita de un tonelillo
- 217

que tenia de reserva, mientras su mujer sacaba del arma-


rio mantelería limpia. Perpétua entretanto fué exhibiendo
sus provisiones : púsose la mesa , con una servilleta y un
pláto de porcelana en la cabecera para D.. Abundio , con +
más un cubierto que Perpétua llevaba á prevencion en la
banasta . Sentáronse luego todos , y comieron , sino con
grande alegría , con mucha mayor al ménos de la que nin-
guno de los comensales se habria prometido en aquella
jornada.
-¿Qué me dice su merced , señor Cura , preguntó el
sastre , de esta tremolina que se ha armado ? ¡ Cá ! si le
parece á uno que está leyendo la historia de los moros en
Francia ...
-¿Qué he de decirle , mi querido huésped ? Que no
gana uno para sustos.
-Verdad , repuso el sastre ; pero á bien que no ha es-
cogido su merced mal refugio : lo que es al que quiera
trepar á aquel picacho, no le arriendo la ganancia. Y ade-
mas , no estarán solos sus mercedes , pues segun por aquí
se ha dicho , acude allá mucha gente de todos estos con-
tornos á buscar guarida.
-Creo , dijo D. Abundio, que seremos bien recibidos.
Yo conozco á aquel caballero , y en otra vez ya que gozé
la honra de visitar su casa , estuvo conmigo tan cortés y
tan campechano ! ...
-Pues ¿ y conmigo ? dijo Inés. Como que me ha man-
dado á decir con Su Eminencia que cuantas veces se me
ofrezca lo que quiera que sea , que no tengo más que bo-
queárselo..
-Gran conversion ¿eh ? repuso D. Abundio : supongo
que no ha vuelto á las andadas , ¿ eh ?
Aquí el sastre se puso á hacer un relato prolijo de la
santa vida del Innominado , y cómo de azote que era de
- 218 --

toda aquella comarca , se habia convertido en modelo de


bienhechores..
-¿Y toda aquella gente que tenia en casa ?... aquella.
turba de nenes?... preguntó D. Abundio, quien á pesar de
los informes satisfactorios que mil veces habia oido sobre
el particular , no las tenia todas consigo.
La mayor parte , allá sabe el diablo dónde andan,
contestó el sastre ; pero los que se han quedado... lo mis-
mo que Padres del Desierto: aquel castillo es hoy una Te-
baida: ya sabe su merced...
Tras esto, comenzó á hablar con Inés de la visita aque-
lla del Cardenal.
-
-¡Grande hombre ! decia ¡grande hombre ! Lástima que
con haber pasado por aquí tan de prisa , no me dió tiempo
á honrarle como se merece... La verdad , mucho me ale-
graria volver á verle y... á hablarle otra vez... así , más á
mi gusto...
Está visto que el buen sastre aún no habia dijerido
aquel desdichado . Figúrese su Eminencia!
Levantados los manteles , llamó la atencion de sus hués-
pedes hacia una estampa que queria ser retrato del Carde-
nal, y que el buen hombre tenia pegada con pan mascado
en el interior de la hoja de una puerta, no sólo en testimo-
nio de veneracion al personaje, sino para tener ocasion de
decir al que reparase en la estampa, que no estaba pareci-
da, y que en eso era él voto competente por haber estado
de manos á boca en aquel mismo aposento con la propia
persona de• su Eminencia.
-Lo que es en el vestido , dijo Inés, se le parece; pero
en la cara, ni migaja...
-¿Verdad que no? añadió el sastre: eso es lo que yo digo
á todo el mundo. Pero en fin, siempre es un recuerdo...
En esto D. Abundio comenzó á meter priesa : pero el
- 219

sastre se empeñó en proporcionarle un carromato que los


llevase hasta el pié de la cuesta del castillo: en efecto, salió
á buscarle, y en breve volvió con recado de que al instante
iba á llegar. Dirigiéndose luego á D. Abundio, le dijo:
-Señor Cura: si su merced quiere llevarse algun li-
bro para matar allá el tiempo, ya sabe que puedo servirle ,
pues yo acá me paso mis ratillos en la leyenda. Ello no
será gran cosa para su merced, pues yo no sé latin; pero...
-Gracias ! gracias! respondió D. Abundio: lo que es
con el viento que hoy dia corre, apénas si tendrá uno va-
gar para rezar sus horas...
Mientras unos dan gracias, y otros dicen que no hay
de qué, y se mandan mútuamente salutaciones y buenos
augurios, invitaciones y promesas respectivas de parar
allí otro ratillo á la vuelta, hé aquí que el carromato está
ya á la puerta de la calle. Sin más detencion , acomodan
dentro sus equipajillos , suben, y ya con un poco más co-
modidad y tranquilidad de ánimo , emprenden la segunda
mitad de su jornada .
Era verdad lo que el sastre habia referido á D. Abun-
dio acerca del Innominado . En efecto, desde el dia que
dejamos á éste, habia perseverado en sus propósitos de re-
parar daños, de pedir perdones , de amparar á meneste-
rosos; en suma, de hacer cuantas buenas obras pudiese .
Aquel denuedo que antes habia mostrado en ofender y en
defenderse, mostrábale despues en no hacer lo uno ni lo
otro; andaba sólo siempre y sin armas, dispuesto á cuanto
pudiera sucederle por consecuencia del mucho mal que
habia causado; y persuadido á que seria un nuevo crímen
emplear la fuerza para defenderse de los muchos á quienes
tanto habia ofendido, pensaba que si el mal que á él le hi-
ciesen seria sin duda para con Dios una ofensa, tambien seria
unajusta retribucion para con él; y por eso se juzgaba con
--- 220-
---

ménos derecho que nadie para castigar ni pedir satisfaccion


ninguna á quien le agraviase. Pero á pesar de esta manse-
dumbre , nadie se metia con él, y vivia tan seguro como
cuando tenia tantos brazos, incluso el suyo , pára su defen-
sa: el recuerdo de su antigua fiereza, que tantos deseos de
venganza deberia haber suscitado contra él , junto con el
aspecto de su presente mansedumbre, que tan en manos de
sus enemigos le ponia , no le grangeron sino una admira-
cion, que era su principal salvaguardia. Todo el mundo le
miraba como al hombre por nadie humilladojamas, y que se
habia humillado voluntariamente : los temores que en otro
tiempo habia amontonado en derredor de sí con su propia
altaneria y con el ageno miedo, cedian ante el aspecto de
aquella su presente humildad . Los agraviadospor él hallaban
obtenida , inopinadamente y sin riesgo, una satisfaccion
más grande que hubieran podido prometérsela de la más
dichosa venganza: la satisfaccion de ver á semejante hom-
bre arrepentido de sus crímenes , y tan indignado de ellos
como sus propias víctimas. Muchos que por largos años.
habian con amargura y rabia desesperado de hallar una
ocasion en que, más fuertes que él , lograran vengar algu-
na gravísima ofensa, al hallarle luego sin escolta , sin ar-
mas, y en manifiesta actitud de no hacerles resistencia al-
guna, habian visto repentinamente desvanecerse el odio.
que le tenian, y se habian sentido en cambio movidos á
venerarle . Con aquel voluntario abajamiento, su rostro y
porte habian ganado, sin que él lo advirtiera , un no sé
qué más noble y elevado ; pues resaltaba mejor que antes
su completo descuido de todo riesgo . Sus enemigos más
implacables y sañudos sentian á su pesar atadas las ma-
nos á vista de aquella veneracion de todo el mundo hácia
el hombre penitente y benéfico ; veneracion por cierto tan
grande , y con tan vivos afectos demostrada, que muchas
221 --

veces le obligó á refrenar la expresion del interno movi→


miento de compuncion y ternura que le causaban , y á no
humillarse demasiado por temor dé que le honraran tanto
más. En la iglesia habia escogido , para ponerse habitual-
mente, el ínfimo lugar; y nadie pensaba en quitárselo,
pues hubieran creido usurpar un puesto de honor. Ofen-
der á aquel hombre, tratarlo siquiera con poco miramien-
to, se habria tenido por un sacrilegio, más aun que por
una insolencia ó por una cobardía; y ,lo singular era que
así se lo pareciese tambien, á despecho de ellos, á los
mismos que acaso no le habian todavía perdonado en su
corazon. $
Estas mismas consideraciones , y otras no ménos hon-
rosas para él , que así le guardaban de la venganza par-
ticular , habíanle tambien no solamente eximido de la
persecucion de la justicia , sino granjeádole el aprecio y
aun la proteccion de la autoridad pública , si él la hubiera
necesitado : los deudos y parientes , que en todo tiempo le
habian asegurado hasta cierto punto la inmunidad , éranle
ya de tanto mayor valimiento cuanto que al nombre aquel ,
tan tristemente célebre de ántes , podian juntar los en-
comios de una conversion tan milagrosa y las recomen-
daciones de una vida tan ejemplar. Magistrados y mag-
nates se felicitaban de este dichoso cambio, tanto como el
pueblo ; y ninguno, por consiguiente , se habria atrevido á
molestar á quien era asunto de tales parabienes ; esto sin
contar con que la autoridad pública , oprimida como es-
taba por una guerra perpétua y por vivas y reiteradas re-
beliones, no podia ménos de felicitarse de aquella con-
version que no sólo la libertaba de un molesto y gravísi-
mo cuidado, sino que poderosamente la auxiliaba en la ta-
rea de impedir unos daños y de reparar otros, que sin
este oportuno auxilio no habria podido ciertamente ni
H 15
222

aun pensar en impedir, ni ménos en reparar. Por otra


parte , eso de proceder contra un penitente , no habria
sido la mejor manera de quitarse de encima el oprobio de
no haber sabido enfrenar á un malhechor ; y el ejemplar
que se hubiera hecho con castigarle no habria servido
sino para matar en otros la intencion de imitar su peni-
tencia. Por último, no dejaria de servirle como de escudo
sagrado la parte que el Cardenal Federico habia tenido
en su conversion : en aquel estado de cosas y de ideas, en
aquellas singulares relaciones de la autoridad espiritual
y de la potestad civil , que si bien tantas veces estaban en
desacuerdo , nunca tiraban á destruirse una á otra , sino
que moderaban su perpétua hostilidad con actos recípro-
cos de reconocimiento, y protestas de deferencia , y que
muchas veces tambien conspiraban á un fin comun , de-
bió creerse que la réconciliacion del criminal con la po-
testad eclesiástica envolvia , digámoslo así, el indulto de la
secular , pues que el propósito de la primera no habia
sido sino lograr un fin deseado por entrambas.
Hé aquí cómo aquel hombre que , vencido por la fuer-
za , habria sido pisoteado por grandes y pequeños , al ser
voluntariamente humillado, era de todos libre, y venerado
de muchos.
Algunos hubo, sin embargo , á quienes aqueila estre-
pitosa mudanza no les hizo gracia maldita : éstos fueron
los cómplices, los que veían írseles de entre las manos el
pan del delito , los que asegurados de la impunidad con
aquella proteccion indigna , hallábanse de repente sin ofi-
cio y sin amparo, y no se sentian con vocacion de peni-
tentes como su antiguo patrono.
Ya hemos visto los varios afectos suscitados por aque-
lla conversion en el ánimo de los facinerosos que la oye-
ron anunciar de los lábios del propio convertido : asombro,
- 223

dolor, abatimiento , rabia ; todo, ménos ódio ni desprecio.


Pues lo propio sucedió á los que no estuvieron presentes
al anuncio aquel ; lo propio á los cómplices de superior
categoría cuando supieron la terrible nueva ; y á todos por
el propio motivo . Pero el más detestado por todos éstos
no fué el Innominado , pues éste al cabo no habia querido
otra cosa más que salvar su alma , y nadie podia quejarse
de tan justo deseo ; el verdadero é implacablemente odia-
do de aquella infame turba , fué el Cardenal por haberse
entrometido , pensaban ellos , en sus negocios para echár-
selós á pique .
El hecho fué , que hoy uno , mañana otro , la mayor
parte de los facinerosos de la casa , no pudiendo confor-
marse al nuevo régimen , ni viendo probable un nuevo
cambio, se fueron, quién en busca de otro amo, de alguno
quizás de los antiguos camaradas del que dejaba ; quién á
1
sentar plaza en los tercios de España ó de Mántua ó de
eualquier otro Estado que estuviese en guerra ; quién á
tomar aposento en el camino real para hacer allí la guerra
al pormenor y de cuenta propia ; quién , en fin , á echarse
á la briva y merodear como se pudiese . Lo propio hicie-
ron sin duda los demas que fuera de la casa estaban á suel-
do en varias comarcas próximas y remotas. De entre los
pocos que pudieron acomodarse al nuevo tenor de vida,
ó que desde luego la abrazaron de buena gana , unos, los
naturales del valle , habian vuelto á sus faenas campes-
tres ó á los oficios que aprendieron en su adolescencia y
abandonaron luego ; otros , los forasteros , se habian que-
dado en la casa en calidad de criados ; y tanto éstos como
aquellos, cual si sobre todos se hubiera difundido la ben-
dicion de su señor, vivian , á par de él, sin hacer ni recibir
injurias ; inermes y respetados .
Cuando los pobres vecinos de los pueblos invadidos ó
224 -

amenazados por las partidas tudescas acudieron fugitivos


á refugiarse en el castillo del Innominado, regocijóse éste
en el alma de que tan confiados escogieran aquellos infe-
lices por asilo los propios muros que durante tan largo
tiempo habian mirado como á un temeroso espectro , y los
acogió con muestras de agradecimiento, más aun que de
cortesía : hizo ademas correr la voz de que su casa estaba
franca para todo el que quisiese albergarse en ella , y de-
terminó poner en estado de defensa no sólo el castillo , sino
todo el valle , por si tudescos y capeletes caian en la mala
tentacion de irse hácia allí para hacer de las suyas. Con
este propósito juntó á la gente que le habia quedado , pocos
pero buenos, y les dijo cuatro cosas acerca de la excelen-
te ocasion que Dios deparaba, á ellos y á él , de emplearse
en amparar al prógimo, á quien tanto habian oprimido y
atemorizado ; y con aquel aire naturalmente imperioso
como de quien estaba cierto de ser obedecido , les anunció
en términos generales la empresa de que se trataba , dán-
doles luego particulares instrucciones sobre el modo en
que habian de portarse para que la gente que acudiera á
buscar allí refugio , no viese en ellos sino amigos y defen-
sores... Mandóles en seguida sacar de un caramanchon,
en donde tanto tiempo habian yacido enmoheciéndose , las
armas blancas y de fuego allí embutidas , y se las repar-
tió, con encargo de decir de su parte á todos sus colonos
y arrendadores del valle , que cuantos tuvieran corazon,
subiesen con armas al castillo ; dióselas á los que no las
tenian de entre los que subieron ; escogió por oficiales á
los que juzgó más aptos ; fijó las convenientes avanzadas y
retenes en las gargantas y el recinto del valle , en la cuesta
y demas avenidas del castillo; y estableció el órden y modo
en que habian de relevarse , cual si fuese un campamen-
to ; ó por mejor decir, como sucedia en otros tiempos de
225
triste memoria en el castillo propio.
En una alacenilla del dicho caramanchon , estaban
aparte las armas que sólo el caballero habia usado : aque-
lla su famosa carabina , revuelta con mosquetes, espadas ,
estoques, pistolas , puñales y dagas . Ninguno de los cria-
dos tocó á estos chismes ; pero trataron entre si de pre-
guntar al amo cuáles queria que les llevase . « Ninguna » —
les respondió; y ora fuese voto solemne , ora un simple
propósito, el hecho es que estuvo siempre desarmado al
frente de aquella guarnicion improvisada.
Al mismo tiempo que hacia estos aprestos marciales,
tenia empleados á otros hombres y á varias mujeres , in-
clusas las criadas todas de la casa, en preparar alojamien-
to para el mayor número posible de personas', en dispo-
ner camas y rellenar gergones y acomodarlos hasta en las
salas y corredores, que se convirtieron en otros tantos dor-
mitorios. Junto con esto , habia mandado almacenar víve-
res suficientes para mantener a los huéspedes que Dios le
enviase , y que efectivamente iban llegándo á bandadas
cada dia.
Entretanto él no sosegaba : dentro y fuera del cas-
tillo , cuesta arriba y cuesta abajo , rondando el valle ,
montando , reforzando , revistando puestos , exhortando á
unos , regañando mansamente á otros ; estando , por decir-
lo de una vez , en todo y en todas partes , con los ojos ,
con el pensamiento, con el gesto , con la palabra. En casa,
ó por el camino , segun donde le cogia , solicito en reci-
bir á los huéspedes que iban llegando , los cuales todos,
tanto los que ya de ántes le conocian , como los que le
veian por vez primera entónces , mirábanle estáticos , ol-
vidándose un momento de las desventuras y temores que
les habian obligado á trepar allí ; y mirándole se queda-
ban cuando se apartaba de ellos para atender á otro lado.
226

CAPÍTULO XXX.

UNA TEMPORADA DE CAMPO.

UNQUE la mayor parte de la gente que acudia á refu-


giarse en el castillo penetraba en el valle por el lado opues-
to al que nuestros tres fugitivos llevaban , con todo no de-
jaron de irse encontrando algunos compañeros de viaje y
de desventura, que por infinidad de trochas y veredas ha-
bian salido é iban saliendo al camino real. Y como en se-
mejantes casos las gentes todas que se juntan suelen tra-
tarse cual si toda la vida se hubieran conocido , en cuan-
to el carromato emparejaba con alguno de aquellos cami-
nantes, al punto se entablaba un recíproco tiroteo de pre-
guntas y respuestas: quién , habia puesto pies en polvo-
rosa sin aguardar á que llegaran los tudescos ; quién , habia
ya oido sus clarines y tambores ; quién en fin, que los ha-
bia ya visto, los pintaba ... con el pincel propio de un
hombre amedrentado .
-¡Buena fortuna hemos tenido ! decian las dos mu-
jeres. Ya podemos dar gracias a Dios; pues al ménos, ya
que no la hacienda, tenemos el pellejo en salvo.
Pero D. Abundio no veia el asunto tan de color de ro-
sa: aquella afluencia de fugitivos, y la más numerosa que
227 -

se veia ir acudiendo por el opuesto lado, le daban terrible


grima.
-Si ! en salvo ! decia refunfuñando á las dos mujeres
cuando no habia cerca del carromato quien pudiera oirle:
¡ en salvo! Ya vereis, con este gentio que se va á juntar allá
arríba, lo que nos pasa! En cuanto los tudesquitos vean
que en los pueblos no ha quedado nadie, y se encuentren
en las casas sin nada que arañar , van á creer que la gente
se ha venido aquí con los tesoros de Creso , y ... de seguro,
dan una embestida al castillo... ¡Pobre de mí! ¡ En dónde
voy á meterme!
-Eso de embestir, replicaba Perpétua, se dice más
pronto que se hace: ¡ tomarán los tudescos seguir su cami-
no, y no venirse por estos andurriales ! Y al fin y al cabo,
si les dá gana de venir , peor para ellos; pues, por las se-
ñas, vamos á ser muchos á defendernos , y puede muy
bien suceder que vayan por lana , y vuelvan trasqui-
lados...
¡ Vamos á ser muchos! reponía el cura: ¡ pobre mu-
jer! El último de los tudescos no tiene con ciento de estos
desdịchados para almorzar... Y luego, si se empeñan allá
en el castillo en defenderse , no se armará mala danza ! ...
Pobre de mí! Mejor me hubiera estado irme á los mon-
tes... Pero, señor ¡no tienen estas gentes otro sitio en que
refugiarse ? Nada : al castillo todo el mundo ! ... Míra-
les , míralos! cómo vienen á bandadas! lo propio que mu-.
los de reata... ¡ Lebrones !
Vaya , señor Cura ! lo mismo podian ellos decir de
nosotros , exclamó Inés.
¡A ver si hablas más bajo ! replicó D. Abundio : no
vayan á oirnos. Y sobre todo , ya está demas todo lo que
digamos sobre el asunto : á lo hecho, pecho, como dijo el
otro. Sucederá lo que sucediere: Dios nos la depare buena.
228

En esto , ya habian entrado en el valle , y al ver en


tónces D. Abundio un grueso reten de labriegos armados,
que estaban parte á la puerta de una casa, parte en el za-
guan , miró con el rabo del ojo aquel verdadero cuerpo de
guardia. No eran aquellas caras por el estilo de las que
habia visto él la otra vez que tuvo que pasar por el mismo
sitio ; ó cuando méños , si habia algunas de aquellas , es-
taban muy cambiadas ; pero con todo, es indecible el cui-
dado en que semejante vista le puso. i Pobre de mí!
exclamaba interiormente : bien me lo decia yo; ya la " tie-.
nen armada estos temerarios... No podia por ménos, an-
dando en el ajo este buen señor: desde que se convirtió acá ,
debe tener atarugada en el garguero alguna ensalada de
tiros, y rabiando estará él por echarla... Pero ¿qué diablos
se propone con todo este campamento ? ¿ querrá hacer
frente á los tudescos ?... ¡ Pobre de mí ! ¡ Cuidado si es te-
meridad !.....
-Mire , mire su merced , le dijo Perpétua , si hay aquí
gente de pelo en pecho para defendernos. ¡ Que vengan ,
que vengan los tudesquitos ! Estos no son como allá nues-
tros paisanos , que no tienen resuello más que para
correr .
-¿Quieres callar , desdichada ? exclamó D. Abundio
por lo bajo con iracundia. Pide tú á Dios que los tudescos
traigan priesa , ó que no lleguen á saber los V preparativos.
que aquí se están haciendo ; porque si lo saben , por pun-
tillo de honra , cuando no por otro motivo , vendrian á
embestirnos... ¡ No que no ! Para ellos , 1 esto de asaltar
fortalezas , es como sorberse un huevo , y darles por el:
gusto ; como que en esos casos es cuando se llenan de bo-
tin , y degüellan á su sabor... ¡ Pobre de mi ! ... Quiera
Dios que me den tiempo para escurrirme por estas male-
zas ; porque si se arma la bromà , lo que esá mí no me co-
229

gen en medio... Allá ellos se las avengan , que yo soy


hombre de paz...
- Es decir que su merced tiene miedo hasta de que le
defiendan y amparen ! comenzó á decir Perpétua ; pero D.
Abundio la atajó ágriamente , aunque en voz baja como
ántes; replicando :zota , olas, p
Ya te he dicho que te calles . Y mira no vayas luego
á picotéar lo que vamos hablando. A ver cómo pones à to
do buena cara , y no te metes en criticar lo que no te vá
ni te viene l '
En esto habian ya llegado a la venta de la Mala noche ,
en donde hallaron otro puesto de gente armada , á quien
D. Abundio saludó con una profunda reverencia , bien que
no sin decir para sus adentros: -« Está visto: me he meti-
do en un campo de Agramante. -El carromato paróse
alli ; apeáronse los viajeros , y D. Abundio se apresuró á
pagar y despedir al conductor , encaminándose despues
la cuesta arriba sin decir una palabra. Con las angustias
que le iba causando la nueva vista de aquellos sitios , jun-
tábase y se mezclaba el recuerdo de las que le habia cau-
sado la primera.
En cuanto á Inés , que jamás habia visto aquel paisaje,
pero que mil veces se le habia representado con capricho
sa variedad en氟 su imaginación cuando pensaba en el ter-
rible viaje que por él habia hecho Lucía , al verlo ahora
como realmente era, sentia renovarse con nueva intensi-
dad aquellas crueles memorias . 9th O
Ay señor Cura de mi alma ! exclamó; cuando pien-
so en la caminata de mi pobre Lucía por estos vericue-
tos !.. y á este castillo ! ... d
¿Quieres tambien tú callar , chicharra ? le gritó al
oido D. Abundio, ¿ Te pones á hablar de eso en semejante
lugar , cuando estamos , como quien dice , en casa de ese
230

hombre? Fortuna que nadie nos oye ahora; pero si sigues


hablando de ese modo ..
--Bah ! señor ! dijo Inés : ahora ya ese caballero es un
santo.
- Santo ! santo ! A saber ! replica D. Abundio : pero
aunque lo sea ¿ crees tú que á los santos más santos se les
puede decir, así como quiera, todo lo que á uno le ocurra?
Mejor harás en darle gracias por el bien que te ha hecho.
--¡Oh ! lo que es eso , no me lo tiene " que decir su
merced ; pues á buena crianza , no me gana á mí nadie. 2
-La buena crianza consiste en no decir á nadie cosas
que no le pueden gustar , cosas que no tienen costumbre
de oir ¿ estamos ? Y á ver cómo tú , lo mismo que la otra,
haceis aquí cuenta de ver , oir y callar , sin soltar la sin
hueso ... Vamos á estar en casa de un gran señor, ya loɛsa-
beis ; y entre la mucha gente de todas clases que, como
estais viendo , acuden de todos lados... Con que á ver có-
mo teneis juicio , y os mirais mucho en lo que hablais: lo
mejor seria que os cálláseis como muertas , y no hablárais
sino lo muy preciso; que, como dijo el otro, por la boca
muere el pez ¿ estamos ?
-¡Vaya en gracia ! exclamó amostazada Perpétua ;
peor es lo que hace su merced con tanto... A
—Calla, maldita! gritóle D. Abundio por lo bajo, quis
tándose al mismo tiempo su sombrero y haciendo una
profunda reverencia, pues en aquel instante acababa de
ver al Innominado que venia por la cuesta abajo, y que
habiéndolos tambien ya conocido, habia apresurado el
paso para emparejar con ellos. Así que lo hubo hecho, 612
-Oh! señor Cura , dijo; bien venido sea á esta su casa:
hubiera querido que la honrase en mejor ocasion ; pero
de todos modos , mé doy el parabien de poder serle útik
en algo.
231

-Gracias por tanta merced, ilustrísimo señor! respon-


dió D. Abundio: confiado en su bondad, me he tomado
la libertad de venir á molestarle en estos momentos aflic-
tivos; y como ve su señoria ilustrisima , no vengo solo.
Esta es mi ama…… .
-Sea por muchos años, dijo el Innominado.
# -Y ésta, continuó D. Abundio , es una persona ya de
ántes muy favorecida por su ilustrísima: la madre de aque
lla... de aquella...
De Lucia, dijo Ines.
¡De Lucia! exclamó el caballero , volviéndose á Ines
con rubor, y afectuoso continente. Oh ! ¡ favorecida por mi!
Dios Eterno! No: al contrario, ella és la que me hace á mí
un bien muy grande con venir aquí... á esta casa. Bien lle-
gada sea! Con ella viene la bendicion del cielo!
0 -Sí, ilustrísimo señor: aquí estoy á darle ruido, dijo
Inés; y acercándose despues al oido del caballero, añadió:
0 De camino, daré á usia ilustrísima las gracias por...
El Innominado atajó la frase de Inés con preguntar so-
a lícitamente por Lucia; y oido que hubo la respuesta, vol-
vióse para acompañar á sus nuevos huéspedes al • castillo,
como lo hizo efectivamente á pesar de la cortés resisten-
cia de ellos . Inés dirigió al Cura una miradilla de soslayo
como diciéndole: -¡Eh? qué tal? ¿vé ahora su merced si
nos hacian falta sus consejos?
--¿Han entrado los tudescos en su feligresia, señor Cu-
ra? preguntó el Innominado.
-No, ilustrísimo Señor, respondió D. Abundio : no he-
mos querido esperar á esos condenados ... Sabe Dios si hu-
biera yo podido salir vivo de sus manos para venir á mo-
lestar á usía ilustrisima,
Bueno! repuso el Innominado: pues ensanche el pe-
cho, que ahora ya está en seguro . No temo que los ene-
232 --

migos quieran venir aquí; pero si lo intentasen, prontos


estamos á recibirlos....
-Lo mejor seria que no lo intentasen, dijo D. Abun-
dio. Pero de todos modos , añadió señalando con el dedo
á los montes que cerraban el valle por el lado del confin
bergamasco, si no tenemos tudescos por retaguardia, no
nos faltará por vanguardia una gentecita que, .. ya , ya! no
les va en zaga á los otros nenes...
-Entiendo: los capeletes, respondió el Innominado:
tambien habrá para ellos ; pierda cuidado el señor Cura.
« Eso es ! dijo entónces para sus adentros D. Abundio :
¡ entre dos fuegos ! ¡ Estoy aviado! La culpa me la tengo yo
por dejarme manejar de este par de marmotas ... No , y lo
qué es éste otro , lo hará como lo dice: rabiando estará el
por... Ya! ya! » --
Entrado que hubieron en el castillo , mandó el amo
alojar á Inés y á Perpétua en un cuarto del departamen-
to destinado á las mujeres, el cual cogia tres lados del se-
gundo patio, en la trasera del edificio construida sobre un
peñon aislado, y caballero sobre una profunda sima . Para
alojamiento de los hombres se habian destinado las tres
alas del primer patio, que cogian el cuerpo delantero del
edificio, y por consiguiente el lienzo de la fachada princi-
pal sobre la esplanada . El cuerpo del centro, que separaba
los dos patios por un vasto corredor practicado frente por
frente de la puerta principal, se habia destinado, parte á
almacen de provisiones, y lo demas para depósito de los
efectos que los refugiados quisieran poner en salvo allí.
En el departamento de los hombres habia algunos cuar-
tos destinados á los sacerdotes que pudieran llegar á alber-
garse en aquel comun asilo; y de uno de éstos dió posesion
el Innominado en persona á nuestro D. Abundio, que vino
así á estrenar aquel especial departamento .
233

Nada extraordinario pasó á nuestros fugitivos durante


los veinte y cuatro dias que pasaron en el castillo, si por ex-
traordinario se quiere no tener aquel contínuo movimiento
de la casa, y aquella gran compañia de huéspedes que fué
siendo cada dia mayor , y si á esto se quiere no agregar la
incesante alarma producida por las voces :-Ahí están los
tudescos: por allí asoman los capeletes. -En cada una de
estas alarmas el Innominado mandaba exploradores á la
descubierta; y cuando lojuzgaba preciso, tomaba él pro-,
pio consigo la gente que tenia dispuesta para el caso, y
con ella salia fuera del valle hácia el lado en donde se pre-
sentaba peligro. Por cierto que era entónces singular es-
pectáculo el de aquella partida de hombres armados hasta
los dientes, y formados como veterana tropa, acaudilla-
dos por un hombre sin armas.
Las más veces no tenian que habérselas sino con
rateros ó merodeadores desbandados , que solian es-
currirse en cuanto divisaban á la hueste del castillo .
Pero sucedió que cierta vez, mientras el buen caballero
con su gente andaba dando caza á algunos de aquellos per-
didos , con el fin de escarmentarios , recibió aviso de haber
sido entrada á saco un aldea inmediata por una partida de
soldados tudescos que se habian rezagado de sus respec-
tivas legiones para lanzarse de improviso sobre los pueblos
inmediatos al itinerario del ejército. El Innominado echó
una arenga á su tropa , y partió con ella á la aldea inva-
dida.
Llegaron de sopeton; y los tudescos que no contaban
con esta visita, apénas se olieron el poste , dejaron á me-
dias el saqueo, y se volvieron más que de prisa por donde
habian ido. El Innominado , despues de perseguirlos buen
*
trecho, hizo alto para quedarse algun tiempo aguardando
á si se presentaba alguna otra partida; pero # visto que
231-

no, volvióse al fin para atrás . Al atravesar de regreso el


pueblecillo salvado por él, dicho se está si recibiria aplan-
sos y bendiciones.
Por lo que hace al castillo, todo marchaba bien en él,
ápesar de juntarse en su hospitalario recinto aquella mul-
titud de personas tan varias en procedencia, condicion,
costumbres, edad y sexo; gracias á la prevision del dueño
que habia apostado centinelas en diversos sitios para que
con el solícito celo tan ordinario en todos sus servidores,
vigilaran y evitasen cualquier inconveniente.
La propia vigilancia habia encargado á los eclesiásticos
y otras personas de autoridad de las allí refugiadas, quie-
nes al efecto tenian establecido un turno de rondas, en las
cuales se mezclaba tambien muchas veces el mismo caba-
llero, para que, convencida toda aquella gente de que él
estaba en todo, no pudieran aprovecharse de su ausencia
para armar algun revoltillo . Verdad es, por otra parte, que
esta era diligencia no muy precisa , pues toda aquella po-
bre gente tenia bastante en que pensar con los apuros y
cuítas que en tan duro trance la habian puesto , y era ade-
mas de suyo demasiado bonachona para que entrase en
tentacion de promover ningun desorden.
Pero, bien que gente sana todos aquellos huéspedes,
habia entre ellos algunos de ménos aprension ó de tem-
plé de ánimo más esforzado, que trataban de pasar lo más
alegremente posible aquella fastidiosa temporada: habian
éstos abandonado sus domicilios por no juzgarse con fuer-
za bastante para defenderlos ; ´mas no por eso querian es-
tarse gimoteando y suspirando por una cosa que no tenia
remedio, ni anticipándose disgustos que ya ellos de por sí
se les vendrian, sin necesidad de ir á buscarlos . Reanuda-
das allí entre varias familias las antiguas relaciones; forma-
das otras nuevas , ó estrechadas las que siempre habian sido
235 -

amistosas, habiánse ido como repartiendo en grupos, se-


gun los hábitos y genio de cada cual: los que tenian hu-
mor y medios, bajaban al valle á comer en alguna de las
hostelerias que con motivo de aquella concurrencia se ha-
bian improvisado: en algunos de estos banquetes alterna-
ban , es cierto , los bocados con los suspiros, y no se habla-
ba sino de desdichas; pero en otros en cambio estaba pro-
hibido recordarlas para otra cosa más que para decir que
no habia que pensar en ellas . Para los que no podian ó no
querian dar ganancia á los A hosteleros, se repartia en el
castillo pan, vino y menestra; esto sin contar algunas otras
mesas especiales para los expresamente convidados por el
dueño de la casa. Nuestros tres amigos eran del número de
estos privilegiados ,
} Inés y Perpétua , deseosas de pagar en algun modo tan
cordial hospitalidad , ayudaban á los numerosos y compli
cados oficios de casa tan llena de gente, y en esto emplea→
ban una gran parte del dia ; lo demas gastaban en coma-
drear con unas cuantas amigas que se habian echado , ó
en departir con el pobre D. Abundio . De éste, no diremos
que vivia ocioso ni fastidiado , pues harto tenia que hacer
y conversar con su miedo: no que le acuitase el temor de
un asalto , pues éste ó le habia pasado de todo punto , ó se
le habia mermado en fuerza de ver cuán poco fundado era;
pero la imágen de aquellos soldados que por todas partes
rodeaban la tierra circunvecina, el espectáculo de armas
y gente armada que tenia que ver á todas horas , la idea
de que se hallaba en un castillo , en aquel castillo , donde
tanta cosa podia suceder á cada instante ; todo esto , junto
con la pena que le causaba el pensar qué habria sidó de
su casita , teníale al infeliz en un contínuo estado de vago
terror por lo que habia y por lo que no habia . En todo el
tiempo que estuvo en aquel asilo , no se apartó jamas de
- 236 ---

él ni un tiro de mosquete , ni puso el pié en la cuesta: su


ejercicio se reducia todo á salir un ratillo á la esplanada ,
ó cuando más á dar alguna vueltecilla alrededor del casti-
llo, mirando al hondo de los barrancos y al alto de las
peñas para examinar si por allí habia paso medianamente
practicable , ó cualquier trocha por donde poder escapar
en busca de un escondite si se enzarzaba algun alboroto.
Con todos sus compañeros de refugio deshaciase en reve-
rencias y cortesías ; pero con poquísimos platicaba : su
más frecuente conversacion era , segun ya hemos dicho,
con las dos mujeres ; con ellas desahogaba su pecho, aun
á riesgo de aguantar los regaños de Perpétua ó las pullas
de Inés. Así és que sólo á la mesa , en la cual paraba poco
y hablaba ménos , era donde oia las terribles nuevas que
del paso de las tropas iban llegando á cada instante, ó de
pueblo en pueblo y de boca en boca, ó llevadas por algu-
no que en un principio habia querido mantenerse en su
casa, pero que al fin habia tenido que escapar dejándolo
todo, ó con alguna costilla rota. De esta clase de desdi-
chas llegaba todos los dias al castillo alguna nueva , co-
mentada por supuesto, y embellecida por algunos novelis-
tas de oficio, que despues de recoger de varias bocas to-
dos los pormenores , los coordinaban y despachaban á su
manera. De aquí disputas contínuas sobre cuáles eran los
regimientos más endiablados , si era peor la caballería que
la infantería; de aquí el repetir, destrozándolos , cuál más
• cuál ménos, los nombres de los gefes, el contar batallas y
asaltos, el especificar marchas y contramarchas , hoy de
este regimiento que entraba en tales ó cuales pueblos,
mañana de aquel otro que habia invadido los de más allá;
y á todo esto, el relato adjunto de las atrocidades que
iban cometiendo las tropas. Pero de lo que todo el mun-
do procuraba estar mejor informado , era del número y
237 -

nombres de los regimientos que unos en pos de otros


iban pasando el puente de Lecco ; porque estos ya se po-
dian considerar como idos verdaderamente fuera de la
comarca. De esta manera fueron pasando de boca en boca
los caballos de Wallenstein, los infantes de Merode , la ca-
ballería de Anhalt , la infantería de Brandeburgo , y luego
los escuadrones de Montecuculi , y los de Ferrari , y luego
pasaba Altringer, y luego Furstemberg , y despues Collo-
redo ; y en seguida los Croatas, y en pos de ellos Torcuato
Conti, y luego otros mil y mil; hasta que al fin , cuando
Dios quiso, pasó tambien Galasso, que fué el último .
Alejado por fin tambien de toda aquella tierra el és-
cuadron volante de venecianos, vióse al cabo libre de tro-
pas; con lo cual los moradores de los pueblos que prime-
ro habian quedado desembarazados , íbanse marchando,
hoy unos, mañana otros, del castillo , á manera que des-
pues de un temporal de otoño se ve salir por todas partes
de las frondosas ramas de un grande árbol las aves que
se habian refugiado en ellas. Creo que los últimos en
marcharse serian nuestros tres amigos, y eso por culpa
de D. Abundio, el cuál temia que de apresurarse á poner-
se en camino , corria riesgo todavia de topar con algunos
tudescos rezagados de la retaguardia del ejército . En vano
Perpétua estuvo erre que erre en que mientras más dila-
tasen el regreso á su casa, más vagar se daba á los pica-
ros del pueblo para meterse en ella á hacer su agosto ; en
vano: cuando se trataba de asegurar la piel, D. Abundio
era de una firmeza invencible , salvo que la inminencia
del peligro le hiciese perder de todo punto la cabeza.
Pero al fin llegó la hora de marcharse , y en el dia
prefijado al efecto , dispuso el Innominado tener listo en
la venta un carruaje , en donde habia tambien mandado
colocar una buena provision de ropa blanca para Inés . No
H 16
238 --

contento con esto , llamóla aparte , y la hizo tomar un pa-


quetillo de escudos para reparar con ellos las pérdidas
que hubiera sufrido en su pobre hogar ; sin que para ex--
cusarse de aceptar el nuevo presente la valiera decir con
voz y gesto que aún la restaba no poco del antiguo .
-Cuando veais á vuestra pobre Lucía , le dijo por últi-
mo el caballero, pedidla en mi nombre... Aunque no , no
es menester; estoy seguro de que me encomienda en sus
oraciones , por lo mismo que tanto mal le he causado.
Decidla solamente que la doy gracias , y que confio en
Dios que ha de pagarla en bendiciones lo que le pida.
por mí.
Tras esto echó á andar con sus tres huéspedes , pues
se empeñó en acompañarlos hasta dejarlos en el carruaje.
Los hacimientos de gracias de D. Abundio y los cumpli-
dos de Perpétua no son numerables ni decibles . Partie-
ron en fin; hicieron la prometida paradita , bien que sin
detenerse á tomar asiento siquiera , en casa del sastre , que
les contó maravillas del paso de las tropas .
-Ah señor cura! decia dándole el brazo para ayudarle
á montar en el carruaje: libros estampados se han de ha-
cer para contar este aluvion que ha pasado por nuestra
tierra.
Al cabo de otro breve trecho de camino , empezaron
nuestros viajeros á ver con sus propios ojos algo de lo
mucho que habian oido describir : viñas despojadas , no
como lo son por los vendimiadores , sino por granizo y
vendabal: los sarmientos por el suelo , tronchados y sin
hojas, la tierra pisoteada y llena de inmundicias; los árbo-
les partidos ó arrancados, derruidas las cercas , desapare-
cidas ó despedazadas las cancillas . Despues, en los pueblos,
puertas hechas añicos, encerados llenos de ahujeros , des-
trozos de toda especie , andrajos en montones ó sembra-
239

dos por las calles ; y junto con todo esto , un atmósfera


pesada con el hediondo tufo que de las casas salia ; los
vecinos ocupados, quién en limpiar la basura de los apo-
sentos, quién en componer sus puertas y ventanas lo mejor
posible, quién lamentándose en coro con otros vecinos ; y
casi todos los del pueblo en fin tendiendo las manos á las
portezuelas del carruaje para pedir limosna á nuestros
viajeros. .
Con estos cuadros lastimosos , ora ante su vista , ora
en su mente , y con la triste espectativa de hallarlo igual
en sus respectivas casas, llegaron al cabo á ellas , y efecti-.
vamente vieron por desgracia confirmados sus temores.
Inés colocó su equipajillo en el rincon que ménos
puerco halló en la casa, y se puso inmediatamente á bar-
rer y á recojer y arreglar lo poco que en ella le habian
dejado servible ; llamó luego á un carpintero y á un alba-
ñil para que hiciesen las composturas más precisas ; y mi-
rando despues aquel repuesto de ropa blanca y aquellos
escudos , nuevos dones del Innominado , decia para su sa-
ya:-Pues señor , he caido de piés, como dijo el otro:
gracias sean dadas á Dios y á la Virgen Santísima y á ese
buen caballero: no hay más, he caido de piés. »
D. Abundio y Perpétua entran en su casa sin necesi-
dad de llave ; á cada paso que dan en el zaguanete , van
percibiendo un hedor, que casi los tira de espaldas ; tapa-
das las narices , lléganse á la puerta de la cocina , pene-
tran de puntillas , viendo en dónde ponian los piés para
no emporcárselos con aquel piélago de inmundicia , y
echando una mirada alrededor. Nada estaba en su sér ;
pero en todos lados veíanse restos y fracmentos : plumas
y huesos de las gallinas de Perpétua , girones de cami-
sas y enaguas, hojas y forros de los libros de D. Abundio,
tiestos de hollas y platos, todo revuelto . En solo el hogar,
240

se hallaban amontonadas señales de aquel universal des-


trozo, á manera que en solo un período escrito por un
hombre de chispa , se hallan implícitas muchas ideas:
tizos y tizones apagados , que decian haber sido , ántes de
quemarse , cuál un brazo de silla , cuál un pié de mesa ,
cuál una duela del tonelillo en que se guardaba aquel
mosto tan saludable para el estómago de D. Abundio . Lo
demas eran cenizas y carbones ; y con éstos últimos se
habian divertido los alojados en embadurnar las paredes,
pintando , digámoslo así , toda una galería de mamarra-
chos con bonete y balandran , y esforzándose , por su-
puesto , por trazarlos en forma de caricatura tan ridícula
como horrible ; intento , que dicho se está si saldria á
pedir de boca en manos de tales artistas .
-¡Ah gorrinos ! -exclamó Perpétua . ¡ Ah tunan-
tes ! exclamó en coro D. Abundio, y entrambos , como
quien huye , se salieron de allí por otra puerta que caia
al huerto. Despues de resollar un instante , van en dere-
chura hacia la higuera ; pero ántes que ilegaran , arrán-
cales á los dos un grito el ver la tierra movida ; llegan...
¡oh dolor ! los alojados habian desenterrado el muerto .
Aquí de D. Abundio entónces, tomándola con la pobre
Perpétua por no haber hecho en regla el tapado ; y aquí
de Perpétua en replicar todo lo que el lector puede figu-
rarse , hasta que , cansados uno y otro de gritar, con el
brazo tendido y el índice apuntando hacia la hoya funes-
ta , marcháronse de allí refunfuñando. Costóles lo indeci-
ble el limpiar la porquería y arreglar el desbarahuste que
en toda la casa hallaron ; tanto más , cuanto más difícil
les era en aquella sazon encontrar á quien les ayudase;
así fué , que durante no sé cuánto tiempo, tuvieron que
vivir como acampados, acomodándose como Dios les dió
á entender, mientras poco a poco , y con dinero prestado
241 -

por la buena Inés, fueron componiendo puertas , muebles


y utensilios.
Para mayor desventura , este desastre fué un gérmen
de enojosísimas disputas de nueva especie ; pues Perpé-
tua , á fuerza de pedir y preguntar, de fisgonear y de oler
por el pueblo, llegó á enterarse de cómo ciertos enseres
de la casa , que se creian llevados ó destruidos por los tu-
descos, estaban sanos y salvos en casa de algunos veci-
nos ; con lo cual el ama no dejaba en paz al Cura , pun-
zándole siempre para que fuese á reclamar lo suyo . Pero
esto era para el Cura hablar de la mar ; pues precisamente
aquella su hacienda estaba detentada por bribones, es de-
cir, por la especie de gente con quien D. Abundio tomaba
más á pechos el vivir en paz .
—Nada , no tienes que hablarme de eso , decia . ¿ Cuántas
veces te he de repetir que ya á lo hecho , pecho? ¿Quieres
que por salvar cuatro trastos , me exponga á perder la piel?
-¡Cuando digo yo, respondia Perpétua , que se deja-
ria su merced sacar los ojos por no exponer una uña ! Pe-
cado es robar ; pero ¡ Dios me perdone ! el no robar á su
merced , es todavía más pecado .
-¡Vaya , vaya ! replicaba D. Abundio : no digas des-
atinos : á ver si dejas esa cancion .
Perpétua al fin tenia que callar ; pero en breve volvia á
la carga , y tan tenaz estaba en ello , que ya el pobre se-
ñor, por ahorrarse disputas, se habia resignado á no la-
mentarse de ninguna pérdida , y á no preguntar por nada
que echase de ménos , aun cuando le hiciese mucha falta;
pues varías veces le habia sucedido ya , que al pedir algo
al ama, le respondiese ella inmediatamente : « Vaya su
merced á pedirlo á casa de fulano , que es quien lo tiene ,
y quien no lo tendria si hubiera dado con una hija de mi
madre . » -
242 -

Pero sobre todos estos disgustos , dábaselo mayor al


pobre Cura el ver que diariamente , segun él lo habia pre-
visto, continuaban pasando por allí algunos tudescos des-
perdigados ; y estaba temblando siempre que á la hora
ménos pensada se presentase alguno ó algunos de aque-
Hlos malditos á la puerta , que era lo primero que habia
mandado componer , y que tenia cerrada dia y noche ;
pero, gracias a Dios , no llegó á sucederle tamaña desven-
tura. Mas, hé aquí , que curado apenas de estos sustos, vi-
niéronsele encima otros nuevos , los cuales empezariamos
desde luego á contar nosotros, si no tuviésemos que hablar
ántes de sucesos harto más graves y desastrosos que los
miedos de un pobre Cura , y las pasajeras cuitas de unas
cuantas aldeas .
- 243

CAPÍTULO XXXI .

LA PESTE .

ON harta razon habia temido el tribunal de Sanidad


que las tropas Tudescas llevasen la peste al Milanesado;
notorio es que la peste entró en efecto , y no lo es ménos
que á más de aquel territorio , invadió y despobló una
gran parte de Italia . El suceso de nuestra historia nos ' con-
duce á referir los principales acontecimientos de aquella
calamidad , al ménos los ocurridos en el Estado , ó por
mejor decir, en la ciudad de Milan , pues de ésta casi ex-
clusivamente tratan las egoistas memorias de aquel tiem-
po. Con esta relacion , debemos decirlo, no nos propone-
mos únicamente mencionar hechos en que figuran nues-
tros personajes, sino tambien presentar el bosquejo de un
cuadro de nuestra historia patria , más famoso que bien
conocido .
De las varias relaciones que poseemos sobre el particu-
lar, ninguna basta sola á darnos idea ordenada ni distinta ;
pero todas pueden ayudarnos á formarla. En cada cual de
aquellas relaciones, sin exceptuar la de Ripamonti , aun-
que superior á todas por la cantidad y calidad de datos ,
se omiten algunos hechos esenciales que se consignan en
otras, ó se hallan errores materiales que es fácil conocer
244

y rectificar por el mismo medio, ó consultando los pocos


actos de la autoridad pública , promulgados ó no , que nos
restan de aquel tiempo ; pudiéndose así encontrar en una
parte las causas cuyos efectos se refieren vagamente en
otra. Ello es, que en todos los documentos contemporáneos
hay una singular confusion de fechas y de sucesos, como
sucedia con los libros italianos de aquel entónces , y sospe-
cho que con todos los del resto de Europa. Posteriormen-
te ningun escritor ha tratado de examinar y cotejar las
dichas memorias para ordenar una relacion completa de
aquella peste ; de donde procede qué la idea formada ge-
neralmente de clla , es tan incierta como confusa ; limita-
da como está á concebir vagamente grandes errores y
grandes males ( que de todo hubo , más que imaginarse
puede ) , y compuesta más de juicios que de algunos po-
cos hechos , deparados por lo comun de las circunstancias
características , y resueltas sus fechas, es decir , sin la
cohesion de causas y efectos, de curso y progresos nece-
sarios para entenderlos y apreciarlos debidamente. Nos-
otros, examinando y cotejando con diligencia mucha , ya
que nó con tanto acierto, todas las relaciones impresas y
algunas manuscritas, y no pocos documentos oficiales , he-
mos procurado, si no hacer todo lo que se debiera , al
ménos un primer ensayo. No nos comprometemos, pues ,
á citar todos los actos públicos , ni tampoco á referir todos
los acontecimientos por algun concepto memorables. Mu-
cho ménos es nuestro ánimo dispensar de leer aquellas
relaciones originales á los que quieran adquirir una idea
cabal de la cosa ; pues harto conocemos la fuerza viva ,
propia y , digámoslo así , incomunicable que tienen las
obras de aquel género , como quiera que estén concebidas
y ejecutadas. Nos hemos propuesto únicamente clasificar
y comprobar los sucesos más generales é importantes, y
- 245

referirlos con el órden cronológico que en ellos quepa y


á nosotros se alcance , observar su recíproco influjo , y dar
en fin , ahora , mientras parece quien lo haga mejor, una
noticia sucinta sí , pero verídica y ordenada , de aquel
desastre.
Por toda la línea del itinerario del ejército , habíase ido
encontrado gun cadáver en las casas , alguno en el cami-
no. Poco despues comenzaron, cuándo en un pueblo,
cuándo en otro , á ir enfermando y muriendo personas,
familias enteras , de males agudísimos , raros , no conoci-
dos de la mayor parte de las gentes de entónces , y cono-
cidos solamente de los pocos que pudieran recordar la
peste que, cincuenta y tres años ántes , habia devastado
una gran parte de Italia , y especialmente el Milanesado ,
en donde fué , y aún sigue siendo , llamada la peste de
San Carlos. ¡ Sublime poder de la caridad , que entre tan-
tas y tan solemnes memorias de un general infortunio ,
dá lugar tan preferente á la de un hombre solo , porque á
este hombre inspiró afectos y acciones más memorables
aún que el infortunio mismo ; que así la graba en la mente
como un resúmen de todas aquellas desdichas, porque en
todas medió aquel hombre como salvadora guia , como
amparo, como ejemplo , como víctima voluntaria ; que
así convierte la propia calamidad en un timbre glorioso
para tan santo héroe , nombrándola con su nombre, cual
si hubiera querido legarlo á la veneracion de las edades
futuras!
El protomédico Luis Settala, que no sólo habia cono-
cido aquella peste , sino que habia sido uno de los más
activos , intrépidos y afortunados facultativos que presta-
ron entónces su asistencia, al ver confirmadas sus sospe-
chas y no frustradas por desgracia las pesquisas que en
virtud de ellas habia hecho , dió cuenta , en 20 de Octu-
246 ,

bre, al Tribunal de Sanidad , de cómo en la jurisdiccion


de Chiuso , límite del territorio de Lecco, confinante con
el bergamasco , se habia desarrollado el contagio indudable-
mente. Mas no por esto se tomó ninguna medida que pue-
da llamarse tal , segun refiere el ya mencionado Tadino.
Confirmado muy luego el aviso de Settala con los que
tueron llegando , de haber sido tambien invadidas las pobla-
ciones de Lecco y Bellano, resolvióse ya el Tribunal de Sa-
nidad á hacer algo , y no fué más sino inandar á un comisio-
nado que se pusiese en camino, tomase consigo en Como á
un médico , y fuese con él á visitar aquellas poblaciones.
Pero médico y comisionado, dice Tadino, por ignorancia,
por lo que fuera , se dejaron persuadir de un vejete ig-
»norante , barbero de Bellano , á que la enfermedad alli
>» reinante no era peste sino efecto comun y ordinario, en
»ciertos parajes , de los efluvios otoñales de los pantanos, y
»en otros, de los disgustos y padecimientos causados por
>las tropas tudescas.» En este propio sentido informaron al
Tribunal; y el Tribunal con este informe se quedó tan tran-
quilo y satisfecho .
Pero hé aquí que comienzan á llegar noticias funestas
de otras y otras partes; y entonces se mandó, no á un de-
legado sino á dos , para que viesen y proveyesen : fuéronlo
el dicho Tadino y un oidor del Tribunal. Cuando llegaron
éstos, ya el mal se habia propagado de modo que no era
preciso buscarle para hallársele en todos lados . Recorrie-
ron el territorio de Lecco , la Valsassina , las orillas del
lago de Como , los distritos llamados Monte de Brianza y
Sera del Adda ; y en todos hallaron pueblos que habian
cerrado con cancillas sus entradas , otros casi desiertos, y
los vecinos acampados á cielo raso ó dispersos cada cual
por donde podia ; estos infelices , dice Tadino , parecié-
>ronme como salvajes cuando los ví llevando en la mano,
-- 247

»quién hierba-menta , quién nada , quién romero , quién


suna ampolleta de vinagre. Informáronse del número de
muertos : era espantoso ; visitaron á enfermos , examina-
ron cadáveres , y en unos y otros hallaron las horrorosas y
terribles marcas de la pestilencia . Sin demora comunica-
ron por cartas estas siniestras noticias al Tribunal de Sani-
dad , el cual , así que las hubo recibido , el 30 de Octubre ,
< dispuso , dice el propio Tadino , que nadie viajara sin
»pasaporte , con el fin de encerrar fuera de la ciudad á las
>personas procedentes de pueblos en que se hubiera decla-
rado el contagio ; y mientras que se extendia esta orde-
nanza, dió á prevencion ciertas instrucciones sumarias á
los guardas de las puertas.
Entretanto, los delegados habian allá tomado de prisa
y corriendo las providencias que les habian parecido más
oportunas , y se volvieron con el triste convencimiento de
que no serian ya eficaces. Llegados á Milan el 14 de No-
viembre , y repetidos de palabra los informes que habian
dado por escrito , fueron comisionados por el Tribunal
para avistarse con el Gobernador , y exponerle el estado
de las cosas . Fueron efectivamente, y respondióles su Ex-
celencia que lo sentia mucho; pero que lo primero para
él era atender á las urgencias de la guerra: sed belli gra-
› viores esse curas: » palabras textuales de la memoria en la-
tin de Ripamonti , el cual supo aquella respuesta de lábios
del propio Tadino , encargado segunda vez , si el lector lo
recuerda , para con su Excelencia de aquella mision , con
la propia causa , como tambien lo habia sido con el propio
éxito. Dos ó tres dias despues , el 18 de Noviembre , el
señor Gobernador se entretenia en mandar que se cele-
braran públicos festejos por el nacimiento del Príncipe
Cárlos , primogénito del Rey Felipe IV, sin sospechar si-
quiera el peligro de un gran concurso de gentes en aque-
248

llas circunstancias. Pero así habia hecho Dios á su Exce-


lencia el Gobernador , que lo era, como ya hemos dicho,
Ambrosio Espínola , tan justamente famoso por sus em-
presas políticas y militares , por su prevision, actividad y
constancia ; lo cual no quita que en materias de Sanidad
y de higiene pública fuese lo que vemos que fué .
Con todo , ya que no para disculpar su indolencia en
este punto , para disminuir mucho al ménos el asombro
que pudiera causar su proceder , tenemos el mucho más
asombroso de la poblacion misma , ó por mejor decir, el
de aquella parte de poblacion que, libre aún del contagio,
tenia sin embargo tan graves razones para temerlo . Al
recibir aquellas tremendas noticias, de pueblos que forman
casi un semicírculo en torno de la ciudad , y algunos de
los cuales distaban apénas de ella diez y ocho ó veinte mi-
llas , ¿ quién no diria que todo el mundo debió haberse
alarmado y tomado , buenas ó malas , sus precauciones?
Pues no señor : si en algo están conformes las memorias
contemporáneas , es en atestiguar la absoluta indolencia
de los milaneses en aquella ocasion. Creyóse que para ex-
plicar la mortandad extraordinaria bastaba considerar el
hambre padecida el año anterior , y las vejaciones y sustos
causados por la tropa tudesca ; en plazas , en tiendas, en
casas , decir una sola frase de alarma , pronunciar la pala-
era peste , era tanto como exponerse á la befa universal ó
á ser apaleado. Y lo raro no es que la poblacion entera es-
tuviese cegada por esta incredulidad tenaz y absurda , sino
que lo propio sucedia al Senado , al Consejo de los Decu-
riones, á todas las autoridades.
Uno solo se distinguió, y no es por cierto de sus mé-
nos laudables singularidades , en esta crisis de universal
ceguedad : el Cardenal Federico , quien tan luego como
tuvo las primeras noticias de aquella calamidad formidable,
249

circuló una pastoral á los párrocos, encargándoles , entre


otras cosas , de encarecer á sus feligreses la importancia y
la estrecha obligacion que tenian de comunicar inmedia-
tamente todo caso que ocurriera , y de evitar todo con-
tacto con ropas ó enseres de cualquier clase, apestados ó
sospechosos.
El Tribunal de Sanidad pedía , imploraba cooperacion;
pero poco ó nada se le atendia. En el Tribunal mismo , la
solicitud era harto inferior à la urgencia del caso ; única-
mente los dos facultativos eran quienes , persuadidos de
la gravedad é inminencia del riesgo , estimulaban á aque-
lla corporacion para que ella por su parte estimulase á los
demas. Pero nada: si negligente habia sido en un princi-
pio, no siguió siéndolo ménos despues , como, entre otros
mil , lo comprueba el hecho de que , habiendo resuelto la
ordenanza citada sobre pasaportes el 30 de Octubre , no
la redactó hasta el 23 del mes siguiente , y no la publicó
hasta el 29, cuando la peste habia ya entrado en Milan .
Asombro causa semejante descuido , culpa tal vez no del
Tribunal solo , sino tambien de las autoridades á quienes
incumbia segundarlo .
En fin, el hecho es que ya la peste se habia colado en
la ciudad . Tadino y Ripamonti quisieron consignar la
persona primera que la llevó, con todos los pelos y seña-
les del caso: ambos dicen que fué un soldado italiano al
servicio de España; pero no están de acuerdo acerca de
su nombre , como tampoco lo están acerca de la fecha en
que se inoculó en Milan el contagio : uno dice que fué
el 22 de Octubre , otro en igual dia del mes siguiente : yo
creo que los dos se equivocan , porque entrambas fechas
están en contradiccion con otras harto mejor comproba-
das, de las cuales resulta que debió ser la cosa ántes de
publicarse la ordenanza mencionada, y aun pudiera soste-
- 250

nerse que á principios de aquel mes.


Sea de ello lo que fuera, pues no es negocio éste que
al lector importe mucho, fué el caso que aquel desdicha-
do y causante de desdichas entró con un gran lio de ro-
pas compradas ó robadas á soldados tudescos ; que fué á
parar en casa de sus padres, en el barrio de Puerta Orien-
tal, cerca de los Capuchinos ; que allí enfermó apénas lle-
gado ; que le llevaron al hospital ; que reconocido , se le
halló debajo el sobaco un bubon , que hizo entrar al facul-
tativo en sospechas de lo que era ; y que se murió á- los
cuatro dias.
* El tribunal de Sanidad mandó aislar é incomunicar la
familia del difunto en su casa , y quemar las ropas y la ca-
ma que habian servido á éste en el hospital. Los dos prac-
ticantes que le habian asistido , y el buen religioso que le
habia auxiliado , cayeron enfermos, y todos tres de peste ,
en pocos dias ; con lo cual, no quedando ya duda de que
existia peligro de contagio , tomáronse algunas precaucio-
nes que por entonces evitaron su ulterior propagacion .
Pero el infeliz soldado habia dejado fuera del hospital
un gérmen, que en breve se fué desarrollando : el prime-
ro en quien se cebó , fué el dueño mismo de la casa en
donde aquel habia caido enfermo; con este motivo, todos
los moradores fueron trasportados de órden de la Sani-
dad al lazareto , en donde la mayor parte enfermaron , y
aun algunos murieron de allí á poco, evidentemente con-
tagiados del bubon.
En el resto de la ciudad fué del propio modo brotan-
do y desarrollándose lentamente el gérmen inoculado por
la gente de aquella casa , por las ropas y muebles que
deudos, amigos y criados habian ocultado imprudente-
mente á las pesquisas y á la quema prescritas por la Sa-
nidad, y lo que aún era más lamentable , por las provi-
251 --

dencias mismas de la autoridad pública , tan malas en sí


como mal cumplidas y guardadas, Así fué que en todo el
fin de aquel año y principios del siguiente 1650 , vióse ,
hoy en este barrio , mañana en el otro , ir enfermando y
muriendo algunos vecinos ; desgraciadamente esta misma
lentitud en el desarrollo del contagio fué causa de confir-
mar al público en aquella estúpida y funesta confianza de
que no existia ni jamas habia existido semejante peste.
No pocos facultativos, haciéndose eco de la voz del pue-
blo, que por desgracia no fué entónces voz de Dios , se
burlaban tambien de los siniestros augurios , de las pru-
dentes advertencias de otros colegas ; y á todo caso de
pestilencia que asistian , por más claro y manifiesto que,
fuese , le calificaban de la primera enfermedad comun
que les ocurria.
De aquí el que los avisos de estos casos no llegasen
nunca á la Sanidad , cuando llegaban , sino tardíos y con
carácter de dudosos ; y como , por otra parte , el miedo á
las ordenanzas sanitarias aguzaba todos los ingenios , su-
cedia que no se denunciaban los casos , y que de esta
ocultacion se hacian cómplices hasta los mismos subal-
ternos del Tribunal encargados de inspeccionar los cadá-
veres , á quienes las familias sobornaban para que diesen
certificaciones en falso .
Y como ademas , en cuanto el Tribunal tenía noticia.
cierta de algun caso , mandaba al instante quemar ropas,
incomunicar casas , y llevar familias enteras al lazareto ,
fácil es inferir cuál seria la indignacion de las gentes con-
tra aquella corporacion , persuadidas como estaban á que
todo ello eran vejaciones sin causa ni provecho . Pero
principalmente recaia la animadversion pública en los
dos pobres médicos Tadino y Settala , hasta el extremo.
de que no podian ya salir á la calle sin ser insultados ,
252

cuando no los apedreaban. Y en verdad que no debe pa-


sarse en silencio el mérito contraido por aquellos hom-
bres , no solamente en ver claro aquel terrible azote que
se venia encima , sino en pasarse meses enteros luchando
con todo género de obstáculos para impedir su propaga-
cion, y consintiendo , por amor á la verdad , ser tenidos
nada menos que como enemigos de la patria : pro patrie
hostibus, como dice Ripamonti.
No escasa porcion de este ódio tocába igualmente á
los demás facultativos que , convencidos tambien de la
realidad del contagio, aconsejaban précauciones y decian
la verdad. Para la gente más discreta , eran visionarios
tenaces ; para el vulgo no eran sino impostores, con mu-
cha gana de esplotar en su provecho el terror del pú-
blico.
Pero hé áquí que á fines de Marzo comienzan ya á
menudear en todos los barrios de la poblacion enferme-
dades y muertes , con extraños síntomas de espasmos ,
palpitaciones, letargo, delirio, manchas lívidas en la piel
y bubones manifiestos ; muertes por lo comun rápidas,
violentas, repentinas no pocas . Los médicos que hasta en-
tónces se habian burlado de sus prudentes colegas, por
no dar su brazo á torcer, pero en la precision de calificar
de algun modo aquella nueva enfermedad , harto comun
y manifiesta ya para dejarla sin nombre , llamáronla fie-
bres malignas , calenturas epidémicas ; subterfugio en
verdad tan miserable como funesto , pues con apariencias
de reconocer que algo extraordinario habia , ocultaba lo
más importante de saber y de creer; es decir, que el mal
era contagioso. Las autoridades, como quien despierta de
un profundo sueño, comenzaron á dar ya más oido á las
denuncias y propuestas de la Sanidad , y à vijilar mejor
la observancia de las providencias relativas á cuarente-
253

nas y otras precauciones sanitarias . Pensóse tambien en


allegar fondos para subvenir á los gastos diarios , y cada
vez mayores del lazareto , y á tantas otras necesidades ;
acudióse al efecto á los decuriones , que apremiados por
aquel Tribunal , y por el Gran Canciller y por el Senado
y por todo el mundo á proveer de viveres á la ciudad án-
tes que se incomunicase con los pueblos comarcanos,
echáronse á buscar dinero por via de empréstitos y de
tributos, repartiendo el poco que podian allegar entre el
Tribunal de Sanidad y los pobres , empleando lo que así
no repartian en almacenar un poco de grano. Todo ello
cuando aún no habian llegado los grandes conflictos : júz-
guese lo que seria despues .
En el lazareto , cada dia más henchido de gente á pe→
sar de que el contagio iba ya diezmando la poblacion , no
era ménos árduo mantener el órden prescrito por el tri-
bunal de Sanidad ; desde el primer momento todo habia
sido allí confusion , tanto por causa del barullo de la mu-
chedumbre de acogidos, como de la connivencia ó des-
cuido de los empleados . En este conflicto , los decuriones,
no habiendo á dónde recurrir, pidieron á los Padres Capu-
chinos que hiciesen la caridad de ir algunos á encargarse
de regir y gobernar aquel desolado recinto. Los buenos
religiosos no se hicieron de rogar : nombrados para tan
importante cargo el Padre Felix Casati , hombre ya pro-
vecto, famoso por su caridad , actividad , mansedumbre y
fortaleza , y el Padre Miguel Pozzobonelli , grave y severo
en aspecto y carácter , aunque jóven todavía , entraron
en el lazareto el dia 30 de Marzo . Presentólos en todos
los departamentos el Presidente del Tribunal en persona,
como para darles posesion ; y despues de convocar á to-
dos los empleados y sirvientes del asilo, dióles á recono-
cer por superior y cabeza con plenas y onnímodas facul-
H 17
254
tades al Padre Félix . Conforme fué creciendo el número
de infelices apestados, fueron entrando otros Capuchinos ,
que con su ingénita caridad heróica , hacian oficio de ins-
pectores, confesores, administradores, enfermeros , coci-
neros , guardaropas, lavanderos, en fin , cuanto se ofrecia
en la casa. El Padre Félix , principalmente, no descansaba
ni de dia ni de noche , estando en todo , viéndolo todo ,
reprendiendo, consolando, poniendo en paz á unos , casti-
gando á otros, amenazando á éstos, acariciando á los de
más allá con este tragin , el buen religioso, muy luego
cayó tambien herido del contagio ; pero curó, y así que
estuvo de pié , volvió á su anterior faena. En cuanto á sus
demas cofrades , la mayor parte murieron dando gracias á
Dios de perder la vida en tan santo ministerio.
Al ver la expontaneidad con que estos héroes de la
caridad evangélica , tomaron sobre sí aquella dictadura,
sin más razon que la de no haber quien quisiese ejercer-
la , sin otro fin que servir à sus hermanos dolientes , sin
otra esperanza que la de una muerte más envidiable que
envidiada por cierto , ócúrrenos, entre otras cosas, que no
dejaba tambien de tener su mérito aquella confianza con
que se les ofreció tan dificil y peligroso cargo, cabalmente
porque era tan difícil y peligroso, y porque se suponia en
ellos el vigor y serenidad tan necesaria y tan rara en aque-
llos momentos . Por eso , las obras y el corazon de los san-
tos religiosos , merecen que se haga memoria de ellos con
admiracion , con ternura , con aquella gratitud tanto más
debida á los bienhechores de la humanidad , cuánto mé-
nos se la proponen ellos por recompensa de sus benefi-
cios ; sabiendo como saben que para los sacrificios de la
caridad ni hay más inspiracion eficaz que la de Dios , ni
galardon adecuado más que el cielo. — ‹ Á no haber sido
por estos Padres , dice Tadino , de seguro queda aniqui-
255

lada toda la ciudad , y fué cosa de milagro el que , fal-


tós como estaban de casi todo auxilio de la ciudad , con
>su sola industria y prudencia mantuviesen en el Laza-
reto á tantos miles de pobres, y en tan breve espacio de
>tiempo hiciesen tantas cosas por la pro comun . » — En
efecto, las personas acogidas en aquel asilo durante los
siete meses que le gobernó el Padre Félix , fueron cerca
de cincuenta mil , segun el dicho de Ripamonti , el cual
menciona con el debido entusiasmo al caritativo religioso .
Á vista de tan manifiestos estragos , ya la terca incre-
dulidad del vulgo fué cediendo, hasta acabar de conven-
cerse de la existencia real del azote que tenian encima.
Pero tales son á veces los subterfugios, las esplosiones,
las venganzas, digámoslo así , de la terquedad convencida,
que seria preferible quizás verla firme en su empeño con-
tra toda razon y evidencia : y entonces fué una de estas
veces. Los que tan tenaz y resueltamente habian estado
negando que hubiese cerca y en medio de ellos un gér-
men de mal que podia propagarse por medios naturales,
y causar extragos ; no pudiendo ya negar el hecho de la
propagacion , ni queriendo atribuirlo á aquellos medios
naturales y ordinarios , pues esto habria sido tanto como
confesarse culpables ó nécios, estaban por lo mismo dis-
puestos á reconocer cualesquiera otros, y á dar por sufi-
cientes y eficaces los primeros que les viniesen á cuento,
ó que oyesen citar como tales.
Desgraciadamente , entre las ideas y tradiciones , co-
munes por aquel tiempo á todos los pueblos de Europa ,
contábase una á propósito para el caso : la de que habia
hechizos maléficos , operacionés diabólicas, brujas y duen-
des conjurados para derramar muertes y estragos con ve-
nenos contagiosos y con otras artes sútiles. A tales causas,
ó muy parecidas , habian sido ya anteriormente achacadas
256 -

otras muchas pestilencias, y en particular aquella , citada


ya , de medio siglo ántes. Agréguese á estoque , ya en
fines del año precedente , habia recibido el Gobernador un
pliego suscrito por el Rey Felipe IV, noticiándole cómo se
habian fugado de Madrid cuatro franceses á quienes la
justicia habia perseguido como sospechosos del crimen
de difundir unturas ponzoñosas y pestíferas , y previnién-
dole que estuviese á la mira por si se metian en Milan.
El Gobernador habia comunicado desde luego aquel des-
pacho al Senado y al Tribunal de Sanidad , sin que la cosa
hubiese tenido más consecuencias ; pero , en el instante
mismo de reconocerse por todo el mundo la existencia de
la peste , cada cual recordó aquella singular misiva , y dió
por probable el supuesto que en ella se daba como in-
concuso.
En tal estado las cosas, ocurrieron dos lances , uno sin
más valor que el que le dió el absurdo miedo de la gente;
otro, de carácter maligno en sí ; pero entrambos á propó-
sito para dar cuerpo á aquella aprension del vulgo, que
ya desde entónces tuvo por evidente lo que antes habia
tenido sólo por probable . Á no sé qué badulaques hubo de
metérseles en la cabeza , que en la tarde del 17 de Mayo
habian visto gente en la Catedral andar untando una ba-
randilla que servia para dividir los espacios respectiva-
mente destinados á hombres y mujeres ; y sin encomen-
darse á Dios ni al diablo , aquellos benditos hicieron luego
por la noche , sacar fuera del tempio la barandilla con
algunos bancos encerrados en su recinto ; y eso á pesar de
que el Presidente del Tribunal de Sanidad , acompañado
de cuatro personas , habia hecho reconocimiento pericial
del cuerpo del supuesto delito, con más las pilas del agua
bendita , y habia declarado no hallar indicio alguno que
confirmase la sospecha del untamiento maléfico, bien que,
- 257 -

por pura precaucion y para satisfaccion del público , or-


denase dar una enjabonadura á la barandilla. Pero todo
este aparato habia ya alarmado á la gente , y no hubo
medio de quitarle de la cabeza que habian sido untados .
todos los bancos , todas las paredes , y hasta las cuerdas de
las campanas de la Catedral .
El otro hecho fué que á la siguiente mañana , en to-
das las calles de la ciudad , halláronse multitud de puertas
y fachadas de las casas embadurnadas con no sé qué jaro-
pe blancuzco ó amarillento , derramado al parecer con
esponjas . Fuese esto graciecita de algun bellaco para
aumentar y extender el terror del vulgo , ó fuese un per-
verso designio de acrecentar la general confusion para
fines que yo ignoro, el hecho está comprobado de manera
que no es posible dudar de su realidad , como tampoco
de que no era el primero , ni fué el último de su especie.
Las memorias y documentos oficiales contemporáneos le
achacan , quién á una intencion , quién á otra ; pero en
aquellas y éstos se halla conformidad absoluta acerca de
la existencia del hecho .
Si alguna duda todavía cupiese , la desvaneceria de
todo punto la indudable agitacion que aquel extraño su-
ceso produjo en la ciudad : los dueños de las casas cha-
muscaban con haces de paja encendidos los sitios untados;
los pasajeros echaban por mitad de la calle , y miraban
horripilados los manchones del terrible unto. Todo fo-
rastero, por su sola calidad de tal , facilísimo de conocer
por su vestimenta , era tenido por sospechoso , aprehendido
por la misma gente y llevado ante la justicia. Practicáron-
se interrogatorios : pidióse declaracion á los aprehendidos ,
á los aprehensores, á los testigos : no se halló reo nin-
guno ; pues por fortuna aún habia juicio bastante en el
pueblo para concebir como posible y creer como real la
258 -

inocencia de los acusados . Sin embargo, el Tribunal de


Sanidad publicó un edicto en el que ofrecia recompensa
y exencion de toda pena á quien denunciase al autor ó
autores del crímen . De todos modos , dicen aquellos seño-
res, no pareciéndonos justo que este delito, sea cual fuere
la intencion del perpetrador, quede sin castigo , sobre todo
en tiempo de tanto peligro y alarma ; para satisfaccion y
tranquilidad de este vecindario, y con el fin de hacer las
convenientes averiguaciones del hecho , ordenamos y man-
damos, etc. , etc.
Pero mientras el Tribunal hacia sus averiguaciones de
un hecho que , segun todas las apariencias, tenia para él
poca ó ninguna importancia , hé aquí que la mayoría de
la gente se empeñó en darlo por averiguado . Entre los
que creian ser aquel'un unto venenoso , quién le atribuia
á venganza de D. Gonzalo Fernandez de Córdoba por
aquella salva de despedida que le regalaron los milaneses;
quién á maniobra del Cardenal Richelieu , para despoblar
la ciudad y apoderarse de ella sin trabajo ; quién , en fin,
no sé para qué razones , al Conde de Collalto, ó á Wallens-
tein , ó á éste , ó al otro , ó al de más allá . Los pocos que
miraban la cosa como una broma de algun chusco , la
atribuian á estudiantes, á caballeros de buen humor , ó á
oficiales que se fastidiaran en el prolijo cerco de Casale.
Por último, el ver que pasaba tiempo, y ninguna mortan-
dad ni mal ninguno de los que se habia temido , resultase
de aquel untamiento, hizo sin duda que fuese poco á a poco
cediendo la alarma , hasta quedar, ó parecer al ménos
que quedaba , olvidado el asunto.
En cuanto a la peste , por extraño que ello fuera , no
cabe duda de que se hallaba gente todavía que la negaba.
Al ver que tantó en el lazareto como en la ciudad cura-
ban algunos apestados, decíase por la plebe , refiere Ta-
259 -

dino, y aún por muchos médicos parciales, que no habia


tal peste ; porque de lo contrario, deberian haber muer-
to todos. » - El Tribunal de Sanidad , viendo que aún
habia cabezas tan duras de convencer, tomó un recurso
proporcionado á la necesidad , y fué el siguiente. En no sé
cuál dia de la Pascua de Pentecostés, tenian costumbre
los vecinos de concurrir al cementerio de San Gregorio,
fuera de la Puerta Oriental , á rezar especialmente por los
difuntos del otro contagio , enterrados allí : esta piadosa
conmemoracion , como otras muchas de su especie , se
habia convertido andando los tiempos , en ocasion de fies-
ta , de broma y de ostentacion de lujo y galanura . Pues
el dia mismo escogido por la Sanidad para dar el golpe ,
sucedió que habia muerto de peste , entre otras muchas
personas, una familia entera ; y con este motivo se dispu-
so que en la hora de mayor concurrencia , y por en medio
de las carrozas magníficas , de las cabalgatas y del pasco
pedestre de damas y galanes, entrase en el dicho cemen-
terio un carro descubierto , con todos los cadáveres de
aquella familia , en monton y desnudos para que la gente
pudiera ver en ellos las marcas de la pestilencia. Dejo dis-
currir el grito de terror que se levantaria por donde el
carro iba pasando ; el lúgubre murmullo en donde habia
pasado ya , y el no ménos lúgubre por donde iba á pasar
luego . Con semejante demostracion , la peste fué en ver-
dad más creida , aunque , por otra parte , ya ella de por
sí iba haciendo , cada dia más, lo bastante para no ser du-
dada ; y aun aquella reunion misma debió servir no poco
para propagarla con mayor rapidez.
Tenemos, pues, que aquella peste , negada por todo el
mundo á pié juntillas y con tanta furia , como que costaba
hasta palizas el mentarla siquiera ; calificada despues de
fiebres pestilenciales, cual si con este adjetivo se quisiera
260 -

admitir de traves la propia idea negada ; tenida luego por


peste sí , pero no más que en cierto sentido, por no haber
otra palabra con que calificar aquel deplorable estado de
la salud pública ; fué peste declarada , en fin , y ya sin que
nadie la dudara ; sólo que entónces todavía , cual si se in-
tentase confundir la idea expresada por aquella palabra,
que era ya imposible no pronunciar, se la juntó con la
de hechizos, venenos , unturas. Seria curioso estudiar la
historia de tanta y tanta palabra como ha corrido con igual
fortuna.
Con los nuevos infortunios fueron incesantemente cre-
ciendo las antiguas necesidades , y mermándose en pro-
porcion los medios de satisfacerlas. En este conflicto , los
decuriones recurrieron al Gobernador Ambrosio Espino-
la , el cual les respondió que proveeria en el mejor modo
que el tiempo y las necesidades permitieren . En esto, y en
delegar sus facultades á Ferrer mientras él se empleaba
en los negocios de la guerra , se termina el catálogo de
providencias que en tan apremiante coyuntura adoptó el
Gobernador.
Juntamente con estas gestiones , se acordó pedir al
Cardenal Arzobispo que dispusiese pasear por la ciudad
en solemne procesion el cuerpo de San Carlos . El buen
Prelado, bien que enternecido de tan devoto deseo, opuso
alguna resistencia por dos razonès, ambas poderosas : una,
la de que , si el efecto no corespondia , por altos juicios de
Dios, al piadoso propósito, se trocase en ira la piedad , y
se siguieran mayores males y escándalos ; otra , el temer,
como así lo dijo, que si verdaderamente habia aquellos
untores que pensaba la gente , les daria la misma proce-
sion mayor holgura para cometer su maldad ; y que si no
los habia , era de todos modos un peligro harto más real
para la salud pública el provocar tan gran concurrencia.
261

Efectivamente , aquella adormecida preocupacion del


vulgo respecto á los hechizos y unturas ponzoñosas se ha-
bia despertado y vuelto á propagarse con furia centupli-
cada. Habiase visto de nuevo , ó se habia creido ver , un-
tadas paredes y pórticos de edificios públicos , puertas de
casas, cerrojos y picaportes. Las nuevas corrian de boca
en boca , y en su carrera misma iban aumentando la cre-
dulidad , el terror y la ira del vulgo . ¡ Desdichado quien se
atreviese á sostener que no habia tales unturas, ó que si
las habia , era pura broma de algun chusco ! En el instante
se hacia sospechoso, y era calificado de cómplice de los
envenenadores ; y entonces ¡ ay de él !
Dos hochos cita Ripamonti como muestra de esta ter-
rible preocupacion pública , advirtiendo que no los men-
ciona especialmente porque fueran de los más atroces,
sino por haberlos él presenciado . Fué el primero acaecido
en la iglesia de San Antonio un dia de fiesta. Parece que
un pobre viejo, más que octogenario ya , despues de ha-
ber estado rezando un rato de rodillas, levantóse para
sentarse en un banco , y ántes de hacerlo , le ocurrió sa-
cudir el polvo con la orilla de su capa. ¡ Tú que tal hicis-
te ! Ese viejo está untando los bancos ! » - exclamaron
á una voz varias mujeres ; y sin más averiguacion , la gen-
te toda que se hallaba en el templo ( ¡ en el templo ! ) , ar-
rójanse sobre el infeliz anciano, le cogen por los cabellos ,
y entre puñadas , bofetones, puntapiés , se lo llevan arras-
trando á la cárcel . ―― Yo le ví , dice Ripamonti , cuando
así le llevaban ; y aunque luego no volví á saber qué ha-
bia sido de él , supongo que el desdichado no salió con
vida de manos de la gente. —
El otro hecho, que por cierto ocurrió al dia siguiente,
fué no ménos raro, aunque no tuvo tan funestas conse-
cuencias. Tres jóvenes franceses, un literato, un pintor y
262

un maquinista , que habian ido juntos á Italia con el fin de


hacer estudios relativos à su profesion respectiva , esta-
ban parados junto à una de las esquinas de la Catedral,
mirando atentamente el edificio. En esto, pasa por allí un
vecino, que al verlos en aquella actitud , se detiene á ob-
servarlos ; hace señas despues á otro pasajero , y luego á
otros, que iban llegando ; y en breve se forma un grupo
que chichisbeando , mira receloso á los tres que por su
traza decian claramente ser extranjeros , y lo que era
peor, franceses. En aquel momento los desventurados,
con el fin de palpar si eran realmente de mármol las pa-
redes del edificio, pusieron las manos en ellas. No fué me-
nester más para que los otros los agarraran , y entre gol-
pes é insultos, los llevaran á la cárcel. Por fortuna , la
Chancillería no estaba léjos de la Catedral ; y por dicha
mayor aún , los presos pudieron probar desde luego su
inocencia , y quedar libres .
Este furor no era sólo peculiar á la ciudad , sino que se
habia propagado, lo mismo que el contagio, en sus contor-
nos . El pobre caminante á quien los campesinos hallaban
fuera de arrecife , ó que en el arrecife mismo se parase á mi-
rar á uno y otro lado , ó que se sentase en una orilla á des-
cansar; el infeliz desconocido que tuviese , ó en quien se
creyese ver traza sospechosa , eran untadores ; no habia
remedio : bastaba que un chiquillo los llamase con aquel
funesto nombre , para que sin otra forma de proceso , se
vieran apedreados , acoceados , mordidos y llevados ante
las autoridades : esto último era lo mejor que podia suce-
derles.
El Cardenal Arzobispo , ó acosado por las instancias
de los Decuriones , ó por la ansiosa espectativa del vecin-
dario , ó movido por cualquier otra razon , que no pudo
ménos de ser muy poderosa teniendo en cuenta la recti-
263

tud de conciencia y firme carácter del buen Prelado , per-


mitió al fin que se celebrase la procesion y que ademas
estuviese expuesta durante ocho dias en el altar mayor de
la Catedral la urna que encerraba el cuerpo de San
Cárlos.
No aparece que el tribunal de Sanidad opusiese resis-
tencia alguna á esta solemnidad piadosa; únicamente pres-
cribió ciertas precauciones extraordinarias , como fueron
tener cerradas las puertas de la ciudad para que durante la
ceremonia no se introdujeran en ella furtivamente algunos
forasteros ; y con el fin de excluir en cuanto fuese posible
de la concurrencia á los apestados y sospechosos , mandó
igualmente cerrar las puertas de las casas incomunicadas,
que , segun el aserto de un escritor contemporáneo , eran
cerca de quinientas .
Despues de tres dias de preparativos , al fin el 11 de
Junio salió la procesion ; espectáculo verdaderamente
tierno y magnífico , no sólo por la pompa que en él des-
plegó el Cabildo Catedral, sino por el afan y espléndida
riqueza con que el devoto vecindario correspondió al reli-
gioso aparato.
Mas hé aquí que en vez de dignarse Dios aceptar la
piadosa ofrenda , determinó en sus altos juicios que al dia
siguiente creciese la mortandad con tan desatada y re-
pentina furia en todas las clases y barrios de la poblacion,
que nadie dudó en atribuir á la procesion misma aquella
terrible recrudescencia. Pero en vez de tomar el hecho
como una simple y natural consecuencia de la mayor fa-
cilidad con que merced al concurso debió propagarse el
contagio, achacáronle primero, á la mayor comodidad que
debieron tener los untadores para sus maniobras; y deṣ-
pues, no satisfecho el vulgo con esta explicacion , porque
tampoco veia prueba alguna que la confirmase , dió en
264 -

creer y propalar que la causa de la mortandad no eran


los untos, sino polvos sutiles y ponzoñosos , que derramados
en toda la carrera de la procesion , se habian infiltrado
en las ropas, y luego en el cuerpo de la gente.
La triste verdad que habia en medio de estos delirios
del terror, era el espantoso incremento de la peste, hasta
el punto de que en poco tiempo los enfermos del lazareto
llegaron á diez y seis mil, y de que , al terminarse el tremendo
azote , habian quedado reducidas á sesenta y cuatro mil
las doscientas cincuenta mil almas que , al decir de los
estadistas contemporáneos , constituian el vecindario de
Milan.
Por aquí pueden juzgarse los angustiosos apuros de los
Decuriones , sobre quienes pesaba el cargo de proveer á
las innumerables urgencias de tamaño desastre . Incesan-
temente tenian que renovar y aumentar no sólo provisiones
de camas , alimentos , medicinas , sino facultativos y em-
pleados subalternos de distintos oficios y nombres : sepul-
tureros, encargados no solamente de sacar del lazareto y
de las casas los cadáveres y de enterrarlos , sino de ma-
nejar á los contagiados , y de fumigar ó quemar sus ro-
pas ; avisadores , encargados de ir delante de los carros de
muertos tocando una campanilla para que se apartase la
gente ; inspectores , encargados de vigilar y dirigir todos
estos servicios tan arriesgados y fatigosos. Pero aun sin
contar con la imperfeccion de medios , el aturdimiento de
las autoridades y el terror del vecindario , no habia celo
ni buena voluntad que bastasen á cubrir todas las necesi-
dades de aquel horroroso infortunio . Tratóse de fundar
un asilo para la multitud de niños que iban quedando
huérfanos , y nada pudo hacerse. Rebosando ya de cadá-
veres la única fosa en que se iban despositando , y que-
dando en consecuencia insepultos una porcion de ellos en
265 -

todos lados de la ciudad, hubiera ésta sido aniquilada toda


con semejante foco de infeccion , á no ser por la caridad
de los religiosos Capuchinos, que acaudillados por el in-
comparable Padre Miguel , prometieron , y cumplieron su
promesa de recoger y sepultar en cuatro dias todos los
cadáveres : con sus propias manos , y el solo auxilio de
algunos pobres campesinos , estimulados por ejemplo tan
heróico , abrieron tres fosas , en las que dieron sepultura
á cerca de doscientos cadáveres .
No ménos que estos santos religiosos llegarón á seña-
larse por su constancia y valor, como siempre lo han
hecho en esta clase de conflictos , los demás eclesiásticos,
asistiendo, socorriendo , consolando , administrando á los
enfermos . Baste decir que sólo de la ciudad murieron
sesenta Párrocos . Pero quien á todos sobrepujó , como es
de inferir , fué el Cardenal Federico ; á pesar de haber
visto morir á casi todos sus familiares, y á despecho de
las instancias que sus parientes, deudos y amigos le hacian
para que se refugiase en cualquier casa de campo , recor-
ria incesantemente todos los asilos del dolor , llevando á
todos remedio ó consuelo , animado , sin enflaquecer un
punto, de aquella fortaleza con que escribia á los Párro-
cos: (Aprestaos á perder esta vida mortal ántes que aban-
donar á vuestros hijos apurados; arrostrad gustosos todo
género de peligros y de molestias, como quien va á ganar
un premio, como quien va á ganar la eterna vida que
tiene prometida Dios à quien pierda la de este mundo por
ganar almas para Jesuscristo . »
Mas hé aquí que al lado de tan insignes ejemplos de
sublime abnegacion , viéronse otros harto más nume-
rosos, por desgracia , de monstruosa perversidad . Los mal-
vados á quienes la peste no mataba ni atemorizaba , ha-
llaron una nueva mina de iniquidades que beneficiar im-
266

punemente en medio de aquella general confusion y aquel


relajamiento de la autoridad pública , de cuya fuerza mis-
ma estaba una gran parte en sus manos; pues para los
oficios de sepultureros y dé avisadores no se prestaban
por lo comun sino hombres en quienes el afan de la ra-
piña y la aficion al libertinaje podian más que el terror y
la natural repugnancia al contagio . A despecho de las es-
trechísimas reglas que se les prescribieron , y fácilmente
burlando la vigilancia de las autoridades, metiánse en las
casas como dueños , ó por mejor decir , como enemigos ;
y allí , sin contar sus hurtos nì malos tratos á los infelices
forzados á pasar por manos semejantes, las ponian sobre
los sanos con el fin de contagiarlos , y los amenazaban con
llevárselos al lazareto si no aprontaban algun dinero para
redimir tan terrible suerte . Otras veces se negaban á
sacar los cadáveres ya en putrefaccion , como no se les
diese algunos escudos ; y para colmo de dañada intencion,
cuéntase que dejaban á propósito caer de los carros las
ropas infestadas con el fin de propagar y alimentar aquella
pestilencia que para ellos era tan pingüe grangeria . Al
mismo tiempo, otros malhechores , fingiéndose avisadores
ó sepultureros, se metian en las casas del vecindario para
consumar todo género de crímenes : del lecho mismo
de un moribundo robaban las ropas .
La idea de aquel peligro supuesto angustiaba los áni-
mos mucho más que el peligro real ; « y mientras, dice Ri-
pamonti , los cadáveres , ó los montones de cadáveres ,
siempre á la vista y entre los piés , hacian de toda la ciu-
dad como un inmenso túmulo , presentaba todavía mayor
y más funesta deformidad el recíproco encarnizamiento , el
desenfreno y la monstruosidad de las sospechas ... No sólo
se desconfiaba del vecino , del amigo , del huésped, sino
que infundian terror hasta los vínculos y nombres más
267 -

sagrados para el hombre en sociedad , como son hasta los


de marido y mujer , de padre é hijo , y de hermano y her-
mana : horror causa el decirlo ! La mesa doméstica y el tá-
lamo nupcial se temian como ocasiones de asechanza , ó
como escondrijos de veneno .
La supuesta extension У lo extraordinario de la trama ,
turbaban los entendimientos , alterando todas las relacio-
nes de recíproca confianza . Ademas de la ambicion y la
codicia , que al principio se supuso ser el móvil de los un-
tadores , se ideó, y creyó despues , que habia en el untar
cierto placer diabólico , cierto aliciente que cautivaba la
voluntad. Los delirios de los enfermos que se acusaban á
si mismos de lo propio que habian temido de los demas ,
se tenian por revelaciones, y hacian que á todos se les cre-
yese capaces de todo . Pero más que las palabras debian
causar efecto las acciones , si sucedia , como es probable,
que algunos enfermos delirantes ejecutasen aquellos actos
que se suponia debian hacer los untadores; cosa muy á pro-
pósito para explicar á un mismo tiempo la persuasion ge-
neral y las aserciones de muchos escritores . Del mismo
modo en el largo y funesto periodo de las inquisiciones
eclesiásticas y civiles contra las brujerías , las confesiones
de los acusados , no siempre arrancadas por el tormento ,
contribuyeron no poco á promover y arraigar la opinion
que reinaba sobre el particular.
De todas las consejas á que dió orígen aquel delirio de
los untamientos , hay una que merece referirse por el cré-
dito que adquirió , y por lo que se propagó á todas partes.
Contábase, aunque no por todos de un mismo modo , (que
entonces seria demasiado privilegio para una fábula) pero
con corta diferencia , que una persona habia visto cierto dia
pararse en la plaza de la catedral un coche con seis caba-
llos , y en él, con gran comitiva, un personaje de noble as-
268 -

pecto , pero ceñudo y de color cetrino , los ojos encendi-


dos , el cabello erizado y ademan amenazador. Convidada
la indicada persona á meterse en el coche , lo verificó , y
despues de haber atravesado unas cuantas calles, se paró
á la puerta de un gran palacio . Allí bajó del coche , y ha-
biendo entrado con los demas en el palacio , encontró
amenidad y horrores , desiertos y jardines , calabozos y
magníficos salones , y en ellos fantasmas sentadas en con-
ferencia . Últimamente le enseñaron grandísimos cajones,
de dinero, diciéndole que tomase la cantidad que apete-
ciese ; y al mismo tiempo le propusieron si queria admitir
un bote de ungüento para ir untando por la ciudad: á lo
que habiéndose negado él, se encontró de repente en el
mismo paraje de donde le habian sacado .
De igual valor , aunque no enteramente de igual natu-
raleza, eran los sueños de los sábios ; pero igualmente eran
desastrosos sus efectos . Atribuia la mayor parte de ellos el
anuncio y la causa de aquella calamidad á un cometa que
apareció el año de 1628 y en la conjuncion de Saturno con
Júpiter , inclinando dicha conjuncion , dice Tadino , sobre
el año de 1630 con tanta claridad , que nadie podia dejar
de comprenderla : Mortales parat morbos, miranda viden-
tur. Esta prediccion, fabricada no sé cuando ni por quién,
estaba , como dice Ripamonti , en la boca de cuantos eran
capaces de proferirla. Otro cometa que apareció en Junio
del mismo año de la peste , se tuvo no sólo por un nuevo
aviso , sino por una prueba manifiesta de los untamientos .
De las invenciones del vulgo ignorante tomaba la gente
culta lo que podia acomodarse á sus ideas ; y de las inven-
ciones de la gente culta tomaba el vulgo lo que podia
comprender á su modo , y de todo se formaba una masa
enorme y confusa de universal demencia.
Hubo no obstante algunos que, hasta el fin y siempre,
269

opinaron que todo era imaginario ; y esto no lo sabemos


por ellos, porque ninguno se atrevió á publicar una opi-
nion tan opuesta á la del público , sino por los escritores
que la ridiculizaron y refutaron como una preocupacion ,
como un error que , aunque no osaba manifestarse, no de-
jaba de existir ; y lo sabemos tambien por quien consultó
la tradicion . He hallado en Milan , dice el célebre Mura-
tori , personas ilustradas que, por las sensatas relaciones
de sus padres, no creian cierto el hecho de las unturas
venenosas. »
Los magistrados, disminuidos cada dia , aturdidos y
confusos , empleaban aquella poca vigilancia y resolucion
de que eran capaces, en buscar á los untadores ; y desgra-
ciadamente creyeron haber encontrado algunos. Los pro-
cesos que en su consecuencia se formaron , á la verdad ni
fueron los primeros de esta clase , ni se pueden considerar
como una cosa rara en la historia de la jurisprudencia;
pero no es asunto éste para tratado en pocas palabras , y
el desempeñarle con la extension que merece nos lleva-
ria demasiado lėjos. Ademas de que , despues de haber pa-
rado el lector su atencion ' en estos hechos , ciertamente
no tendria grande empeño en saber los que quedan de
nuestra relacion ; y así, reservándolos para otro escrito,
volveremos á nuestros personajes para no separarnos ya
de ellos hasta el fin de nuestra historia.

H 18
- 270 -

CAPÍTULO XXXII .

EXPIACIONES.

& IERTA noche de fines ya de Agosto , es decir , en lo


más recio de la peste , volvia D. Rodrigo á su casa en Mi-
lan , acompañado del Rojo, uno de los tres ó cuatro que
de toda su servidumbre habian quedado con vida. Volvia
de una gazapera en donde solian juntarse varios amigotes
para desaburrirse y aturdir el miedo á la peste , lo cual no
quitaba que hoy uno, mañana otro, fuesen cayendo , y de-
jando hueco cada dia á nuevos camaradas de francachela .
Aquella noche habia sido el D. Rodrigo de los más alegres
y decidores ; entre otras cosas, habia hecho reir grande-
mente á sus camaradas con una especie de panegirico del
Conde. Atilio , que dos dias antes habia muerto apestado .
Sin embargo , al andar sentia una desazon , un abati-
miento, un flaquearle las piernas, una dificultad en respirar
y un ardor interno , que le ponian en cuidado y que hubie-
ra él querido atribuir al vinillo trasegado , à la velada y al
calor. En todo el camino abrió su boca , y lo primero que
hizo al entrar en casa , fué mandar al Rojo que le diese una
luz para irse á meter en la cama al instante. Cuando estu-
vieron en la alcoba , reparó el Rojo la cara de su amo, toda
desencajada , encendida , con los ojos saltones y relucientes ;
- 271 -

y como en aquellas circunstancias hasta los más ignorantes


habian adquirido lo que se llama el ojo médico , al punto
barruntése que, entre otras cosas , le tenia cuenta el no arri-
marse á su señor . Pero éste, que hubo de comprender
por lo visto la sospecha de su criado , apresuróse á de-
cirle :
-El pícaro mostillo se me ha subido á la cresta ... Ver-
dad es que era tan incitativo , que he cargado más de lo
regular ... Pero á bien que en durmiéndola , me hallaré
como si tal cosa... ¡Qué soñera tengo! ... Mira , quítame
de ahí esa luz; que me lastima la vista...
-El mostillo!.. dice bien su señoría , respondió el Rojo,
por supuesto sin arrimarse al amo. Métase usia en la ca-
ma, y en cuanto duerma , se le pasará ....
-Sí , sí... tienes razon : esto no será nada ... De todas
maneras , por si acaso se me ofrece algo , bueno será que
me pongas aquí cerca la campanilla , y que tengas cuida-
do si llamo... Aunque no , no será menester... Pero llévate
esa luz... Maldita luz... vaya si me incomoda!
Mientras D. Rodrigo decia esto , el Rojo, como quien
pisa sobre víboras , y acercándose lo menos posible , tomó
la luz , dió las buenas noches á su amo , y sin esperar á
que acabara de arroparse , se largó más que de prisa .
No bien el caballero se habia echado encima la sába-
na, sintió que le pesaba como si fuera hierro; sacudióla de
sí, y acomodóse lo mejor que pudo para ver de dormirse.
Pero aunque sentia un sueño de plomo , sucedíale que,
apénas cerrado el párpado , se despertaba con una sacu-
dida como si alguien le levantara en bilo ; y á todo esto,
cada vez con más ardor y mayor inquietud. - Diablo de
vino , decia para sí : no , lo que es otra noche , no vuelvo
á beber de aquella manera... Y luego , con este calor que
hace…
.. y con la vida que uno lleva ....— Pero detrás de
272

este pensamiento , que acariciaba como para engañarse á


sí propio, presentábasele terrible el que dominaba por en-
tónces todos los ánimos , inclusos los de quienes más es-
fuerzos hacian por desecharle : la peste. 1
Al cabo de mil vueltas y revueltas en la cama , ador-
milóse al fin ; ¡ pero qué sueño ! Más le hubiera valido no
dormirse. De delirio en delirio y de fantasma en fantas-
ma , le pareció hallarse en una grande iglesia , muy ade-
lante y entre un inmenso gentío , sin saber él mismo cómo
se habia metido en ella , especialmente en aquel tiempo;
imaginacion que le ponia furioso. Miraba á los concurren-
tes, y los veia á todos con rostros macilentos , ojos encan-
dilados , lábios caidos y ropas hechas añicos , descubrien-
dose por las roturas , manchas amoratadas y bubones.
Parecíale que les gritaba: -¡Atras , canalla, apártense! » -
mirando al mismo tiempo la puerta , que se hallaba muy
distante , y acompañando la voz con gestos de amenaza;
pero sin moverse , ántes bien encogiéndose por no tocar
aquellos asquerosos cuerpos que demasiado le tocaban ya
por todas partes. Sin embargo, todas aquellas fantasmas,
lėjos de apartarse , no sólo no daban muestra de haberle
oido, sino que se le echaron encima , y aun parecia que
alguno con los codos ó con otra cosa le comprimia el lado
izquierdo, entre el corazon y el sobaco, en donde sentia
una aguda punzada, que tambien se dejaba sentir con más
fuerza si forcejeaba para evitar semejante molestia. En-
furecido, quiso echar mano á la espada ; pero le pareció
que con la apretura del gentio, la espada se le habia su-
bido , y que el pomo de ella era lo que le heria el lado
del corazon. Metió la mano en aquella parte , y no sólo no
encontró la espada , sino que al tocarse sintió una punza-
da mayor. Se estremecia , sudaba y queria gritar más
récio, cuando advirtió que todas aquellas caras se vol-
-- 273 -

vian á un lado. Miró él tambien entónces , y vió un púl-


pito, y asomar no sé qué cosa convexa , lisa y relum-
brante ; luego la corona de un eclesiástico , luego dos
ojos, luego una cara con unas barbas blancas y muy lar-
gas, y últimamente , un Padre Capuchino ; en resúmen ,
el mismo fray Cristóbal. El cual , echando alrededor una
mirada , le pareció á D. Rodrigo que clavaba en él la
vista , levantando al propio tiempo la mano en el mismo
ademan que tomó allá en la sala de su palacio . Él tam-
bien levantó entonces la suya con furor, haciendo un es-
fuerzo para aferrar aquel brazo en el aire ; pero la voz,
que bronca luchaba por salir de su garganta , paró en un
grito espantoso , y despertó D. Rodrigo . Dejó caer el bra-
zo, que efectivamente tenia levantado , y no fué poco lo que
le costó el acabar de volver en sí , y el abrir bien los ojos,
porque la luz del dia , ya muy avanzada , le mortificaba
no ménos que la luz artificial la noche ántes. Conoció su
cama y su cuarto, se convenció de que todo habia sido
sueño, pues la iglesia , la gente , el Capuchino, todo habia
ya desaparecido , á excepcion del dolor aquel que habia sen-
tido en el lado izquierdo . Palpitábale angustiosamente el
corazon con fuerza no acostumbrada , le zumbaban los
oidos y sentia un ardor interior y una pesadez en todos los
miembros , mucho mayores que cuando se metió en la
cama . Titubeó algun tiempo ántes de mirar la parte do-
lorida ; por fin la descubrió ; horrorizado puso en elta la
vista , y vió un asqueroso tumor amoratado .
Túvose en el acto por perdido : asaltóle el terror de la
muerte , y quizás más que el de la muerte el de caer en
las manos de los sepultureros para ser conducido y arrojado
al lazareto . Discurriendo acerca del modo de evitar tan
horrible suerte , se confundia su imaginacion é iba echan-
do de ver que por momentos se le turbaba el sentido , y
- 274

que pronto le quedaria á lo más el suficiente para entre-


garse á la desesperacion . Echó mano arrebatadamente de
la campanilla , y la sacudió con violencia : al ruido , pre-
sentóse el Rojo, que ya estaba en acecho, se paró á corta
distancia de la cama , y mirando con atencion á su amo,
se confirmó en lo que la noche ántes habia sospechado .
Incorporóse D. Rodrigo con trabajo , y sentándose á
duras penas en la cama , le dijo :
-¡ Rojillo ! siempre has sido tú bueno conmigo .
-Si , señor.
-Siempre te he hecho mucho bien.
-Bondad que le debo á vuestra señoría .
-¿Podré fiarme de tí?
—¡ Vaya , señor !
-¡ Rojillo , estoy malo !
-Ya lo he conocido .
-Si me pongo bueno, haré por tí más de lo que he
hecho hasta ahora.
Nada contestó el Rojo, aguardando en qué iba á parar
aquel preámbulo. 1
-De nadie quiero fiarme sino de tí , prosiguió D. Ro- !
drigo. ¡ Hazme un favor, hombre !
-Mande vuestra señoría , dijo el Rojo, contestando
con la fórmula acostumbrada á aquella no acostumbrada
propuesta .
¿ Sabes tú dónde vive el cirujano Chiodo ?
-Si señor, mucho .
-Es hombre honrado, que pagándole bien , ocultará
mi enfermedad . Vete á llamarlo : díle que le daré cuatro
ó seis escudos por cada visita , y más si quiere , y que ven-
ga al momento. Haz bien la diligencia , de modo que na-
die lo note .
-¡Bien pensado! dijo el otro tuno. Voy, y vuelvo volando.
- 275

-Aguarda , Rojillo : dame ántes un poco de agua;


tengo un ardor interior que me devora .
-No, señor, contestó el Rojo ; nada sin que lo mande.
el facultativo. Estos males son el demonio : no hay que
perder tiempo. Estése vuestra señoría quietecito, que en
cuatro minutos estoy aquí con el cirujano.
Dicho esto, salió el perillan cerrando tras sí la puerta.
Acurrucado D. Rodrigo , le acompañaba con la imagi-
nacion , contando los pasos y calculando el tiempo . Miraba
de cuando en cuando su costado izquierdo ; pero al punto
apartaba la vista con horror. Pasado un rato, comenzó á
estar con el oido atento, aguardando por instantes al ci-
rujano ; y este esfuerzo de atencion le suspendia la sensa-
cion del mal , y tenia á raya sus pensamientos , cuando de
repente oyó un sonido de campanillas que , aunque lejano ,
no parecia venir de la calle , sino del interior de la casa .
Aplica más el oido , y lo oye más fuerte y más á menudo,
y al mismo tiempo ruido de muchas pisadas, Invadido en-
tónces repentinamente de una horrible sospecha , se sienta
en la cama ; pone más atencion , y oye en la pieza in-
mediata cierto golpe sordo, como de cosa pesada que con
cuidado se descarga en el suelo. Echa las piernas fuera de
la cama como para levantarse ; mira á la puerta , la vé
abrirse y entrar por ella y acercarse á él dos figuras con
vestidos encarnados , asquerosos y rotos, dos caras de he-
reje ; en una palabra , dos sepultureros : y en segundo tér-
mino divisa la mitad del semblante del Rojo , que oculto
detras de una puerta entornada , estaba en observacion.-
¡ Ah traidor infame!.. ¡ Vete de ahí , canalla ! ¿Blondin ?..
¿Carlitos ? ¡Socorro ! ¡ Que me asesinan ! » - gritaba Don
Rodrigo ; y metiendo la mano debajo de la cabecera , saca
una pistola ; però ya al primer grito se habian arrojado á
la cama los dos sepultureros, y el más listo , que ya estaba.
276
"
cerca de él , le arranca de las manos la pistola , la tira á
un lado , y sujetándole en aquella postura , le dice con
tono entre rabioso y burlon : -¡Ah tunante ! ¡ Contra los
sepultureros !.. ¡ Contra los ministros de la junta ! ¡ Contra
los que ejercen las obras de misericordia !
----Ténle bien firme hasta que nos le llevemos, dijo el
compañero, dirigiéndose á un armario : y en esto entró
el Rojo, y se puso con él á forzar la cerradura .
-¡Tunante ! gritaba á más no poder D. Rodrigo, mi-
rándole por debajo del que lo tenia sujeto, y forcejando
entre aquellos robustos brazos , Dejadme , decià en segui-
da á los sepultureros , dejadme que mate á ese tunante, á
ese traidor, y luego haced de mí lo que querais .
Llamaba luego á los demas criados ; pero todo era inú-
til , pues el abominable Rojo los habia enviado muy lejos
con supuestas órdenes del mismo amo , ántes de ir á pro-
poner á los sepultureros aquella expedicion , y el reparti-
miento del botin .
-¡Quieto! ¡Quietecito! decia al malaventurado D. Ro-
drigo el sayon que le tenia clavado en la cama; y volvien-
do despues la cara á los que estaban saqueando : -¡ Cui-
dado! les decia , á ver si haceis las cosas en regla. ,
-¡Bribon ! conque has sido tú , decia enfurecido
D. Rodrigo al Rojo viéndole afanado en romperlo todo ,
y en sacar ropa y dinero , y repartirlo : ¡Tú! cuando... ¡Ah
monstruo del infierno ! Acuérdate que puedo curar : sí,
puedo ponerme bueno y....
Impasible el Rojo , ni siquiera se volvia á mirar de
donde venian aquellas palabras.
-Tenle bien firme , decia el otro sepulturero : está
frenético .
En efecto , el infeliz vino á estarlo del todo. Despues
de un último y más violento esfuerzo de gritos y contor-
277 -

siones , cayó sin fuerzas ni aliento , y como estúpido ; sin


embargo , miraba todavía cual si estuviera hechizado , y
de cuando en cuando hacia algun movimiento , excla-
mado en algunos lánguidos ayes.
Cogiéronle por último los sepultureros , uno por los
piés y otro por los hombros , y le trasladaron á una ca-
milla que habian dejado en la pieza inmediata : el uno
de ellos volvió luego á recoger el botin , y levantando
despues al infeliz enfermo , se lo llevaron.
De lo que habia quedado se detuvo el Rojo escogien-
do lo que le pareció convenirle : hizo de todo un lio y
tomó la puerta , poniendo por supuesto gran cuidado
en no tocar á los sepultureros, y en que ellos no le toca-
sen ; pero con el afan de hurgar y registrarlo todo , suce-
dióle que cogió los vestidos de su amo, y sin pensar en
otra cosa, los sacudió para ver si caia de ellos algun di-
nero. Al otro dia pagó su merecido ; pues miéntras
estaba comiendo y emborrachándose en una taberna , le
acometieron fuertes calofrios; se le anublaron los ojos , le
faltaron las fuerzas y cayó al suelo. Abandonado de to-
dos , fué á parar á manos de los sepultureros , los cuales,
despues de haberle quitado cuanto tenia de algun va-
lor , lo echaron en un carro , en que espiró ántes de lle-
gar al lazareto , á donde habian llevado á su amo.
Dejando ahora á D. Rodrigo en aquella mansion de
dolor , impórtanos ir en busca de otro , cuya historia ja-
más habria tenido relacion alguna con la suya , á no ha-
berse empeñado en ello el caballero ; y aun se puede ase-
gurar que quizás hoy no habria historia ni del uno ni del
otro. Hablo de Renzo , á quien , bajo el nombre de
Antonio Rivolta , dejamos en su nueva fábrica de seda .
A los cinco ó seis meses , salvo error, de su perma-
nencia en ella , habiéndose declarado la guerra entre la
- 278

República de Venecia y la España , y habiendo cesado


de consiguiente todo recelo de reclamaciones por parte
de esta última potencia , se apresuró Bartolo á ir por él ,
y á traerle otra vez consigo , tanto porque le queria,
como porque siendo Renzo tan inteligente y hábil en
su oficio , era en uná fábrica de grande utilidad y auxilio
para el maestro principal , al cual por otra parte no po-
dia inspirar recelos no sabiendo , como no sabia escribir;
razon que , como tenida en cuenta por Bartolo , nos ve-
mos precisados á indicarla. Quizá nuestros lectores qui-
sieran un Bartolo más ideal , esto es , distinto de lo
que generalmente son los hombres . A esto no sé qué de-
cir, sino que se lo fabriquen á su gusto. Aquel era como
Dios lo habia hecho.
Desde entonces se quedó Renzo trabajando siempre
con él. Más de una vez , y aun más de dos , especialmen-
te despues de haber recibido algunas de las cartas de
Inés , se le metió en la cabeza al mancebo el sentar plaza
y abandonarlo todo : ocasiones no le faltaron , porque jus-
tamente entonces la República tuvo varias veces necesidad
de alistar gente; y la tentacion fué tanto más fuerte para
el mozo, cuanto se habló de invadir el ducado de Milan ,
caso en el que no dejaba de parecerle una linda cosa vol-
ver á su casa como vencedor , ver de nuevo á Lucía , y
entrar de una vez en explicaciones con ella ; pero Bar-
tolo con buen modo supo siempre disuadirle de semejan-
te resolucion .
-Si han de entrar , le decia , entrarán tambien sin
tí , y tú podrás ir luego con toda comodidad y cuando
quieras ; y si vuelven con la cabeza rota , ¿ no será mejor
no haberse metido en semejante danza? No faltarán des-
esperados que vayan á este viaje ; pero ¿cuánto les costará
meter allá el cuezo ? Yo por mi parte soy muy escamon.
- 279

Estos ladran ; pero el estado de Milan no es una guinda


para tragárselo así como quiera . Se trata de la España , ami-
go mio; ¿sabes tú lo que es la España? San Marcos es fuer-
te en su casa; pero no más. Ten paciencia : ¿No estás bien
aquí ? Yo bien comprendo lo que quieres decirme ; pero
si la cosa está de Dios , ella ha de ser , y mejor no ha-
ciendo desatinos . Algun santo te ayudará . Créeme , Ren-
zo , ese oficio no es para tí, ¿Te parece que es lo mismo
ir á matar gente , que devanar seda ? ¿Cómo te podrias
avenir tú con los soldados ? Para eso se necesitan hom-
bres á propósito .
Otras veces pensaba Renzo ir á su tierra de oculto ,
disfrazado y con otro nombre ; pero tambien de esta idea
siempre supo distraerle Bartolo con razones fáciles de
adivinar.
Declarada luego la peste en el Ducado de Milan , y
cabalmente, como hemos dicho, en la parte limítrofe con
el país de Bérgamo , no tardó mucho en introducirse allí
tambien.... y .... No hay que asustarse , lectores mios,
creyendo que yo me dispongo á referir igualmente la
historia de ésta. Para el que la quisiere leer, la hay escri-
ta. Lo que yo iba á decir era que tambien Renzo contra-
jo la enfermedad , y se curó por sí solo ; que es lo mismo
que decir que no hizo nada . De todos modos estuvo á la
muerte ; pero su buena complexion resistió , la fuerza de!
mal , y en pocos dias se halló fuera de peligro.
Con haber recobrado la salud se renovaron con más
vigor en su ánimo los antiguos afanes de la vida , los de-
seos, las esperanzas , los recuerdos y los proyectos; que
es como si dijéramos que pensó más que nunca en Lucía.
¿Qué será de ella, pensaba incesantemente para sí, en un
tiempo en que el vivir podia considerarse como una ex-
cepcion? ¡Viviendo á tan corta distancia, y no saber nada!
280

Y sabe Dios cuánto duraria semejante incertidumbre !


Pero aun cuando pasado el peligro , hubiese sabido que
Lucía estaba viva , quedaba siempre un nudo que des-
atar el tropiezo aquel del voto .
Yo iré , decia para sí , yo iré á informarme de todo ,
(y esto lo decia cuando aún no podia tenerse en pié) ¡Siem-
pre que viva!... ¡Ah ! quiera Dios que viva; pues en cuanto
á encontrarla , yo la encontraré. Quiero oir de su propia
boca qué es lo de esa promesa : le haré ver que eso
es un disparate, y me la traerá conmigo , y tambien à la
buena Inés, si no se ha muerto. ¡ Pobrecilla ! ¡ Y cómo me
ha querido siempre ! Yo estoy seguro de que todavía me
quiere……. Pero ¿y la requisitoria ?... ¡ Bah ! á buen seguro
que los que hayan quedado vivos tengan ahora gana... Otras
cosas los tendrán con más cuidado . ¡ Por aquí mismo andan
sueltos tantos perillanes que tienen más por que temer!..
¿ Sólo para los bribones ha de haber salvoconducto ?... Y
en Milan, segun dicen , la cosa anda revuelta de modo que
nadie sabe dónde tiene su mano derecha.... Si dejo esca-
par ocasion tan buena , no vuelvo á encontrar otra.
t Esta ocasion tan buena era nada menos que la peste;
por lo cual se puede colegir de qué modo puede hacernos
emplear las palabras la bienaventurada mania de referirlo
todo á nosotros mismos .
-No pierdas la esperanza , amigo Renzo , decíase á sí
propio el pobrete; y apénas pudo andar y salir de su casa,
se fué á buscar á Bartolo, el cual hasta entonces habia con-
seguido librarse de la peste , y vivia retirado . No quiso
Renzo entrar en su casa, sino que dándole una voz desde
la calle , le hizo asomar á la ventana.
Hola ! ¡ hola ! dijo Bartolo luego que vió á su primo-
¡ Qué bien has escapado ! ¡ Cómo me alegro !
-Todavía tengo , como ves , bastante flacas las pier
281

nas ; pero en cuanto al peligro , ya estamos libres .


-Ya quisiera yo hallarme como tú ! Otras veces, diciendo
uno : estoy bueno , todo lo decia ; pero ahora nada sirve.
La buena palabra es decir : estoy mejor.
Renzo, despues de haber animado á su primo con pala-
bras de esperanza y buenos agüeros , le comunicó su reso-
lucion .
-Lo que es por esta vez, contestó el primo, no me
opongo á que te vayas. ¡ Que Dios te acompañe y te ben-
diga ! Procura que no te pesque la justicia, como yo pro-
curaré que no me agarre la peste , y si Dios quiere que los
dos salgamos bien , ya nos volveremos á ver.
-Por lo que á mí toca , la vuelta es segura; ¡ así pu-
diera volver con compañía... En fin , veremos .
-Me alegraría, hombre, por ti y por Lucigüela: traé-
tela para acá que , si Dios quiere, trabajaremos todos ;
viviremos en amor y compañía . Falta sólo que me encon-
treis vivo, y que haya pasado esta maldita borrasca ... Por-
que hoy dia, no tiene uno hora segura...
-Buen ánimo , primo! ya verás como Dios mediante ,
no te pasa nada malo ...
Dios lo haga! repito. Adios Renzo .
-Adios , Bartolo .
Pasó Renzo varios dias haciendo mucho ejercicio para
adquirir fuerzas , y en cuanto le pareció que podia sopor-
tar el viaje , se dispuso á emprenderlo . Se ciñó al cuerpo
debajo del vestido un cinto con sus cincuenta escudos , que
tenia intactos , y de los cuales á nadie habia dicho pala-
bra , ni siquiera á Bartolo : agrególes algun otro dinerillo
que habia ahorrado , viviendo con grande economía ; cogió
debajo del brazo un lio con alguna ropa; metióse en el bol-
sillo un certificado de buena conducta , bajo el nombre
de Antonio Rivolta , que le dió su segundo amo ; en el de
282

los calzones metió su gran cuchillo , que era lo ménos que


en aquel tiempo podia llevar un hombre de bien , y á úl-
timos de Agosto se puso en camino , tres dias despues de
haber sido llevado al lazareto D. Rodrígo. Dirigióse desde
luego á Lecco , queriendo , ántes de aventurarse á ir á Mi-
lan , pasar por su pueblo, en donde esperaba encontrar á
Inés viva , y empezar allí á tomar alguna noticia de las
cosas que tanto anhelaba saber.
Los pocos vecinos del pueblo de nuestro mozo que
habian curado de la peste , se podian considerar como una
clase privilegiada ; pero los que hasta entonces se habian
preservado del contagio , vivian en contínua zozobra , tristes,
macilentos y recelosos, pues todo podia ser contra ellos arma
de herida mortal. Los primeros , por el contrario , sin
ninguna especie de sobresalto , (pues el tener dos veces la
peste era caso , no raro , sino prodigioso) se paseaban con
desembarazo y holgura , á manera de los caballeros de la
edad media , que armados de punta en blanco , y monta-
dos en caballos tambien cubiertos de hierro , andaban (se-
gun su denominacion de caballeros andantes) á tontas y á
locas entre una pobre chusma pedestre de gente del pue-
blo , que no tenia más yelmo ni escudo que sus andrajos
para rechazar los golpes. ¡Famosa profesion para hacer
el primer papel en un tratado de economía política !
Pues con no menor aplomo , bien que acibarado á vista
de tantas calamidades , caminaba Renzo hacia su casa,
bajo el dosel de un cielo sereno y por un paisaje hermo-
so; pero con el desconsuelo de no encontrar, despues de
haber atravesado largos trechos de una triste soledad,
sino alguna sombra errante en lugar de persona viva , ó
cadáveres conducidos al hoyo sin las acostumbradas exe-
quias , ni el patético son de cantos funerales. Como á
cosa de la mitad del camino, se paró en un bosquecillo á
283 -
comer un poco de pan y fiambre que llevaba de repuesto.
En cuanto á fruta, tenia á su disposicion en todo lo largo
del camino más de la necesaria : higos , albaricoques , ci-
ruelas , sin más trabajo que entrar en cualquier huerto , y
tomarlas de las ramas , ó cojer del suelo las más maduras
que hubiese caidas debajo del árbol ; porque ademas de
que el año era extraordinariamente abundante de peras
y manzanas , no habia casi quien hiciese caso de ellas. Las
uvas tambien eran tantas , que los racimos quitaban la
vista de las hojas, y estaban ellos solos diciendo « comed-
me al primero que quisiese cojerlos.
Ya al caer de la tarde divisó su pueblo. Aunque debia
estar preparado á aquella vista ; sintió no obstante un la-
tido en su corazon . Acometiéronle de golpe mil recuerdos
dolorosos y mil penosos presentimientos . Sonábale en los
oidos aquel siniestro toque á rebato que le acompañó y
persiguió al huir de su país, y le afligia al mismo tiempo
el mortal silencio que á la sazon reinaba allí . Turbóse so-
bremanera al desembocar en la plazuela de la iglesia;
pero mayor debia ser la turbacion que experimentase al
llegar al término de su viaje , pues se habia propuesto pa-
sar á aquella casa, que en tiempos más felices solia llamar
de Lucía. Ahora todo lo más podia ser de Inés , y la única
gracia que pedia al cielo era encontrarla viva y buena. En
aquella misma casa era donde tenia ánimo de hospedarse ,
conjeturando con razon que ya la suya no seria sino mo-
rada de insectos y ratones .
Para llegar , pues, á su destino sin atravesar el pue-
blo , tomó una senda á su espalda , la misma por donde
vino en tan buena conpañía aquella noche de feliz memo-
ria en que trató de sorprender al Cura . A cosa de la mi-
tad de la senda estaba , por una parte la viña , y por la
otra la casita de Renzo ; así que de paso podia entrar en
284 -

una y otra , para ver el estado de su hacienda,


Prosiguiendo su camino , no dejaba de mirar adelante,
deseoso á un tiempo y temeroso de encontrarse con algun
vecino . 1 Á pocos pasos vió con efecto á un hombre en
mangas de camisa , sentado en el suelo , con las espaldas
apoyadas en un seto de jazmines , y con todas las trazas
de un pobre idiota. Miróle atentamente , y juntando sus
recuerdos con aquella cara que ante sí veia , le pareció
era aquel zote de Jervasio que hubo de ser segundo tes-
tigo en la desgraciada expedicion : pero acercándose vió
que no era sino su hermano Tonio, aquel mismo Tonio
tan travieso y tan listo : el infeliz habia pasado la peste, y
al quitarle la enfermedad el vigor del cuerpo y del espi-
ritu , habia dejado que se desarrollase en su rostro y to-
dos sus actos un pequeño y oculto gérmen de semejanza
que tenia con el bobalicon de su hermano .
-Hola, Tonio, le dijo Renzo , parándose delante de
él , ¿ eres tú?
Clavóle Tonio los ojos en la cara sin mover la cabeza.
-¡Tonio ! ¿no me conoces?
-Al que le coje, le coje, contestó el idiota , quedán-
dose luego con la boca abierta .
-¿Conque la tienes encima? ¡ pobre Tonio ! ¿Ya no me
conoces?
-A quien le coje, le coje, repitió el pobre insensato
con una estúpida sonrisa.
Viendo Renzo que nada más sacaria , prosiguió muy
contristado su camino , cuando al volver una esquina, vió
venir un bulto negro , que conoció inmediatamente ser
D. Abundio , el cual caminaba paso a paso con su baston
J á
modo de quien le lleva y es recíprocamente llevado; y á
medida que se acercaba, se iba advirtiendo en la palidez
y flaqueza de su rostro, y en todas sus facciones , que él
285

tambien habia corrido su borrasca . Quedóse igualmente


mirando el buen Cura , como quien quiere conocer, y no
conoce aquella era la cara de Renzo ; pero el traje ... el
traje era de forastero. Volvió á mirarle más fijamente, y al
cabo de un rato de esta segunda inspeccion: «No hay duda
en que es él, dijo para sí ; levantando los ojos al cielo en
ademan de sorpresa nada grata; y quedando suspendido
en el aire el baston que tenia en la 1 mano derecha, se
veian bailar en las mangas del vestido aquellos descarna- ,
dos brazos , que en otro tiempo las henchian cumplida-
mente. Apresuróse Renzo á alcanzarle , y le hizo una re-
verencia ; pues aunque se separaron la última vez como
saben nuestros lectores, le miraba siempre como á su
Cúra párraco.st , * **** 12.
-Muchacho ! ¿ estás dado á Barrabás? ¡ aquí tú! excla-
mó D. Abundio. B5, O " "
-El mismísimo : ya lo ve su merced ... Ante todo;
¿sabe su merced algo de Lucía?
-¿Qué quieres que sepa yo? Nada se sabe: está en
Milan, digo, si todavía está en este mundo . Pero tú...
-¿Y su madre, ha escapado de la peste?
-Puede ser pero ¿quién quieres tú que lo sepa? No
está aquí; no obstante ... 1 **
-¡Pues en dónde está?
-Se ha ido á vivir á Valsasina , en casa de aquellos pa-
rientes suyos de Pasturo: ya sabes . Dicen que allá la peste
no hace tantos estragos como por acá . Pero tú ... ¿qué
traes tú por aquí?.
-Nada bueno, segun voy viendo. ¿ Y el padre Cris-
tobal? 1 }
-Hace algun tiempo que tambien se marchó. Pero ...
-Eso ya lo sabia yo ; me lo escribieron. Preguntaba
si habia vuelto por acá. ¡
H 19
286

-No : desde que le echaron á cajas destempladas , no


hemos vuelto á saber qué ha sido de él ; pero tú...
-Tambien es cosa que siento en el alma...
-¿Pero tú, qué vienes á hacer por acá? ¡Válgame
Dios! ¿Te has olvidado de la requisitoria?
-No importa. Ahora tienen esos señores otras muchas
cosas en que pensar. En fin , he querido venir á ver cómo
está mi casa... Conque dice su merced que no se sabe?...
-¿Qué quieres ver aquí? Ya casi no queda nadie ni nada.
Y digo , con aquella requisitoria encima , venirse á meter
en la boca del lobo ! ¡Vaya ! ¡ Qué poco juicio ! Haz lo que
te aconseja un viejo que tiene más experiencia que tú , y
que te habla , porque te estima . Atate bien los zapatos , y
ántes que alguien te vea , vuélvete á donde has estado
hasta ahora; y si alguno te ha visto , vuélvete más aprisa.
¿Te parece que corren aquí buenos aires para ti? ¿No sabes
qus la justicia vino y revolvió toda tu casa?
-Demasiado lo sé: ¡bribones!
-Pues bien ...
-Cuando le digo á su merced que no se me da cuida-
do. ¿Y aquel malvado , vive? ¿Está aquí? 1
-Te digo que no hay nadie : te digo que no pienses
en las cosas de aquí : te digo que....
-Pregunto si está aquí ese malvado ....
-¡ Válgame Dios ! Mira cómo hablas.... ¿ Es posible
que despues de tanto como has sufrido, no te hayas mo-
derado?
Pero ¿está, ó no está?
- -¿Qué ha de estar , hombre ? Ya no está nadie

en parte ninguna .... La peste ha cargado con todo el


mundo!
-Si no hubiese más que la peste .... digo , para mí,
que ya la he pasado ; y estoy.... Vamos , estoy horro...
287

-¡Pues luego ? ... ¿ No son avisos estos ? ¡ Cuando se


ha salido de una borrasca semejante ! ... Más valia que
pensaras en dar gracias a Dios....
-¿Y quién dice que yo no se las doy?
-Y no meterte en más andurriales.... Bien podias
tomar ejemplo de tu Párroco.... que tambien el pobre ha
pasado una.... que ya , ya………. ,
-¡Calla ! Ahora que reparo , señor Cura , por lo visto,
tambien á su merced le ha cogido el carro.
¿Que si me ha cogido ? Estoy aquí por milagro. Basta
decirte que me ha puesto como ves.... Ahora era cuando /
necesitaba yo un poco de descanso para restablecerme .
Ya empezaba á estar mejor , y .... Por amor de Dios ; ¿qué
es lo que vienes á hacer aquí ? Vuélvete....
-¿Qué empeño tiene su merced en que me vuelva?
Para volverme , más valia no haber venido . Dice su
merced : ¿ á qué vienes ? ¿ á qué vienes ?... Vengo á mi
casa: ¿tiene esto algo de particular ? ...
-¡Tu casa !
-Digame su merced : ;ha muerto aquí mucha gente?
-¡Que si ha muerto ! exclamó con cara de fúnebre
terror D. Abundio : pregunta más bien si ha quedado al-
guien con vida.
Y, empezando por Perpétua , hizo una larga enume-
racion de personas y familias enteras que habian sucum-
bido á la peste. Aunque ya se temia Renzo tan doloroso
estrago , con todo , al oir tantos nombres de conocidos,
de amigos y de parientes , ( sus padres los habia perdido
años atrás ) estaba triste , con la cabeza baja , y de cuando
en cuando exclamaba : ¡ Pobrecillo ! ... ¡ pobrecilla ! ... ¡ po-
brecillos !

-¿Qué te parece ? continuó D. Abundio ; y quiera


Dios que acabe aquí el recuento ; pues si los que quedan
288

no tienen juicio y no se dejan de locuras , hemos de ver


el fin del mundo. **** asde
-Si por mí lo dice su merced, no tenga cuidado, que
no he de quedarme aquí. XY . -
—¡Gracias a Dios , ya te he convencido! 7 ---
-Espero que no diga su merced á nadie que me ha
visto al fin es mi Párroco , yo una de sus ovejas , y no
querrá venderme:
-Ya te entiendo , dijo D. Abundio , suspirando con
enojo; ya te entiendo. Tú te has perdido, y ahora quieres
perderme á mí tambien ; ¡no estás contento con lo que
has pasado , ni te basta lo que he pasado yo? Ya te en-
tiendo ....
Dicho esto , se despidió zahareño del muchacho , y
prosiguió su camino , dejando allí á Renzo triste y- des-
consolado , pensando en otro hospedaje. En la lista de!
los muertos que acababa de citarle D. Abundio, contábase
una familia de labradores que había sido exterminada por
el contagio , á excepcion de un jóven de la edad de
Renzo , y compañero suyo desde la niñez. La casa estaba
á poca distancia fuera del pueblo, y alli determinó buscar
posada.
En cuanto Renzo hubo llegado cerca de su viña, pudo
inferir desde afuera el estado en que se ballaba. No salia por
encima de la cerca ni un ramo , ni una hoja de las que él
habia dejado; sino que todas eran yerbas crecidas en su
ausencia . Acercóse à la entrada, en la cual ni rastro siquie-
ra habia de portillo; y echando una ojeada al rededor ,
exclamó: ¡Pobre viña ! » Durante dos inviernos consecutivos
los vecinos del pueblo habian ido á hacer leña á ella . Ce-
pas , moreras , frutales de toda especie, todo estaba arran-
cado de cuajo, o cortado por el pié; sin embargo , ' queda-
ban todavía algunos vestijios del antiguo cultivo: nuevos
289 .--

sarmientos en filas interrumpidas señalaban todavía las


maltratadas ringleras, y aparecian de trecho en trecho
retoños de moreras, albaricoques , perales, higueras y otros
frutales; pero ahogados y confundidos entre la espesa y
enredada copia de ortigas , grama , zarzas y otras mil yer-
bas que los fabriegos de todos los países han clasificado á
su modo con la denominacion genérica de malas yerbas.
No tuvo Renzo corazon para emplear largo tiempo en
mirar aquel destrozo , y como su casa estaba inmediata,
no pudo resistirse al ansia de verla. Entró por el huerto ,
donde, como en la viña, crecian , en lugar de hortalizas y
flores, plantas parásitas . Puso el pié en el umbral de uno
de los dos cuartos bajos, y al asomarse , vió huir pavorosas
con el ruido de sus pisadas , y cruzarse en varias direccio-
nes , ratas como perros, notando al mismo tiempo el he-
dor insoportable que despedia un camastro de paja po-
drida y hedionda , que tendido por el suelo, habia servido
de lecho a las tropas tudescas. Echó una mirada en rede-
dor á las paredes , y las vió desconchadas , ahumadas y
sucias; levantó los ojos al techo , y le halló cubierto de
espesas y polvorosas telarañas : no habia otra cosa . Salió
de allí tirándose de los pelos , y volvió por el huerto y por
el mismo camino por donde habia entrado; á los pocos
pasos tomó una estrecha senda á la izquierda , que conducia
al campo, y sin encontrar alma viviente , llegó cerca de
la casilla en donde pensaba parar.
Iba anocheciendo, y aquel su amigo estaba sentado en
un banquillo á la puerta de su casa , con los brazos cruzados
sobre el pecho , y los ojos clavados en el cielo, á manera
de un hombre abatido por las desgracias y embrutecido
por la soledad . Volvióse al oir pisadas , miró quien era, y
segun lo que le pareció ver entre dos luces y las ramas , se
puso de pié, y con las manos levantadas, dijo en voz alta:
290 -

-Aquí estoy solo : no hice bastante ayer? Déjame


en paz , que tambien en eso harás una obra de miseri-
cordia .
No sabiendo Renzo que queria decir , le contestó lla-
mándole por su nombre .
¡ Renzo !... dijo el amigo, exclamando y preguntando
á un tiempo.
-El mismo , contestó Renzo , y los dos corrieron el
uno hacia el otro .
-¿Con qué eres tú? dijo el amigo en cuanto estuvieron
cerca ¡ Ah! ¡ cuánto me alegro de verte ! ¿Quién lo creyera?
Pensaba que eras Pablillo , el sepulturero , que no cesa
de venir á molestarme para que vaya con él á enterrar……
¿ Sabes que me he quedado solo , solito como un ermi-
taño!...
-Demasiado lo sé , dijo Renzo ; y de esta manera ,
trocando atropelladamente expresiones de afecto, pregun-
tas y respuestas , fuéronse juntos á la casilla. Allí , sin in-
terrumpir el coloquio , se apresuró , el amigo á obsequiar á
Renzo del mejor modo posible en aquella sorpresa , y en
aquel tiempo. Puso agua al fuego para hacer las gachas , y
dejándoselas encargadas á Renzo , se marchó repitiendo:
-¡Solo, solo como un ermitaño !..
Volvió en breve con un cantarillo de leche , un poco
de carne salada y un par de rábanos , con higos y meloco-
tones. Dispuesto todo , y volcadas las gachas sobre la
mesa , sentáronse los dos á comer, dándose recíproca-
mente las gracias , el uno por la visita , y el otro por la
acogida ; y al cabo de dos años de no verse , conocieron en
un momento que eran más amigos de lo que creian serlo
cuando se veian casi todos los dias, porque á los dos les
habian sucedido algunas de aquellas cosas que dan á cono-
cer qué bálsamo tan precioso es para el alma el cariño ,
291

tanto el que se siente como el que se encuentra en otros.


Pero nadie podia ocupar en el ánimo de Renzo el lu-
gar de Inés , ni consolarle de su ausencia , no sólo por el
antiguo y particular afecto que á la madre de Lucía pro-
fesaba , sino tambien porque entre las varias cosas que él
deseaba aclarar, habia una de que ella sola tenía la llave .
Estuvo algun tiempo dudando si ante todas cosas iría á
buscarla , pues tan cerca se hallaba ya de ella ; pero con-
siderando que Inés nada podria saber de la salud de su
hija, se confirmó en su primer propósito de ir en dere-
chura á averiguarlo todo, arrostrando desde luego tan pe-
ligrosa empresa , para traer despues la noticia á su ma-
dre. Supo tambien de su amigo muchas cosas que igno-
raba, y se impuso bien de otras de que no tenia noticias
exactas, no ménos acerca de las aventuras de Lucía , que
respecto de las persecuciones dirigidas contra él mismo ;
y de cómo D. Rodrigo se habia marchado , rabo entre
piernas, sin que hubiese vuelto á parecer en el pueblo , y en
fin , de todo aquel conjunto de sucesos que habian pasado
en ausencia del mozo . Aprendió tambien , ( y no era para
él negocio de poca monta ) á pronunciar claramente el
apellido de D. Ferrante ; pues aunque Inés se lo habia
mandado á decir en sus cartas , estaba de tal modo escri-
to, y tal explicacion le habia dado á él su intérprete de
Bérgamo, que si con aquella palabra hubiese ido á buscar-
le á Milan , probablemente no habria encontrado quien le
comprendiese ; apuro tanto más grave para el pobre man-
cebo , cuanto que aquel era el único rastro que podia diri-
girle para saber de Lucía . Por lo que toca á la persecucion
de la justicia , pudo cerciorarse de que no era peligro tan
próximo que pudiese darle cuidado. El señor Podestá ha-
bia muerto de la peste , y no se sabia cuándo le enviarian
sucesor : á casi todos los esbirros se los habia llevado igual-
292

mente la trampa , y los que habian quedado vivos, no es-


taban para pensar en cosas añejas. 1
Renzo tambien contó á su amigo sus aventuras, reci-
biendo en trueque mil historias del paso de las tropas , de
la peste , de los untadores y de los maleficios.¿Qué lan-
ces, eh?-prosiguió el amigo, acompañando á Renzo á un
cuartito del piso alto, que la peste habia dejado limpio de-
moradores.Cosas que jamas hubiéramos pensado ver;
cosas que nos dejarán desconsolados para toda la vida... Sin
embargo , parece que se encuentra algun alivio en hablar
de ellas con un amigo. 暈
Al rayar el alba del siguiente dia , ya estaban abajo los
dos, y Renzo, ataviado para emprender su jornada, con su
cinto debajo del coleto, su gran cuchillo en la faltriquera de
los calzones , y en lo demas, lijero y desembarazado . El
lio lo dejó en poder de su huésped , diciéndole : « Si sal-
go bien , si la encuentro viva , si... basta ; entonces daré
la vuelta por aquí , y me llegaré á Pasturo á dar la buena
noticia á la pobre Inés , y luego ... Pero si por desgracia...
Dios no lo permita ... entonces... no sé lo que haré , no
‫ן‬vsé
‫י‬ á dónde iré ; pero de fijo, lo que es por esta tierra no
me volvereis á ver. D 1 G
Y hablando de esta manera , de pié en la puerta que
daba al campo, miraba en derredor, con la cabeza levan-
tada , aquel sol naciente de su patria , que en tanto tiem-
1
po no habia visto . Tras esto, animóle su amigo con vati-
cinios lisongeros y palabras de esperanza ; hízole aceptar
algunas provisiones para aquel dia , y despues de haberle
acompañado largo trecho, le despidió con nuevos pre-
sagios venturosos.bbiolo en obey
Renzol tomó el camino poco a poco, pues sólo queria
llegar aquella noche á las cercanías de Milan , para entrar
la mañana siguiente , y comenzar desde luego sus inves-
293

tigaciones. No tuvo novedad alguna en su viaje , ni en-


contró en él cosa que llamase particularmente su atencion ,
á no ser las acostumbradas miserias y calamidades . Paróse
como el dia anterior en un bosquecillo á descansar un poco
y tomar algun alimento. En Mónza , pasando por una tien-
da en que vendian panes, pidió un par de ellos para en todo
caso no hallarse desprevenido . Intimándole el tendero que
no entrase , le alargó por medio de una paleta una cazuela
con agua y vinagre , diciéndole que echase en ella el di-
nero ; y hecho esto, le dió con unas tenazas los dos pa-
nes, de los cuales metió Renzo uno en cada bolsillo .
Al caer de la tarde , llegó á Greco sin saber siquiera
en qué pueblo entraba ; sin embargo, entre lo que aún se
acordaba de los sitios , á ,consecuencia del viaje pasado,
y el cálculo del trecho andado desde Monza , congeturan-
do que debia estar muy cerca de la ciudad , salió del ca-
mino real para buscar en el campo algun cortijo ó caserío
en que pasar la noche, pues ya no queria mada con hoste-
rías. Encontró más aun de lo que buscaba, pues vió abierta
la cancilla de un vallado que cercaba un caserío , y ha-
biendo entrado , advirtió que la casa estaba sin gente : en
un rincon de un gran pórtico habia mucho heno amonto-
nado y una escalera de manos. Miró varias veces alrede-
-dor , y observando que nadie parecia , se aventuró á, subir
por la escalera al heno , sobre el cual , resuelto ás pasar
allí la noche, se quedó dormido para no despertarse hasta
el alba. Al amanecer se acercó á gatas á la orilla de aque-
lla gran cama , sacó la cabeza, y no viendo tampoco per-
sona alguna , bajó por donde habia subido , se metió por
caminos excusados , tomando por norte la catedral , y des-
pués de una brevísima caminata , encontróse al pié de
las murallas de Milan , entre puerta, Oriental y puerta
Nueva, á muy pocos pasos de la segunda .
291

CAPÍTULO XXXIII .

PESQUISAS.

AVILANDO sobre el modo de colarse en la ciudad , re-


cordó Renzo haber oido decir , así en confuso , que era
empresa tan árdua como arriesgada ; que á nadie era per-
mitida la entrada sin boleta de sanidad ; pero que con
todo entraba fácilmente el que sabia ingeniarse algun po-
co , y aprovechar la ocasion oportuna. Esto era cierto ; y
aun dejando aparte las causas generales que contribuian
á que en aquel tiempo las órdenes de la autoridad fuesen
poco obedecidas , y sin contar las particularidades que
dificultaban la rigurosa ejecucion de todas , era tal el es-
tado de Milan , que era difícil no ver que no habia para
qué guardarlas ni de quien, y que cualquiera que se aven-
turase á penetrar en la ciudad , podria parecer más bien
indiferente á su salud , que perjudicial á la de los habi-
tantes.
Con estas noticias , el proyecto de Renzo era intentar
la entrada por la primera puerta á que llegase , y si en-
contraba allí alguna dificultad , dar vuelta por afuera hasta
topar con otra puerta por donde consiguiese introducirse.
Llegado , pues , á vista de la muralla , se paró allí un
poco , mirando en rededor , á manera del que no sabien-
295

do á dónde le convenga mejor dirigirse , parece que


aguarda cualquier incidente casual que le ilustre y sirva
de algun indicio. Pero ni á su derecha, ni á su izquierda
veia otra cosa sino dos trozos de un camino ondulante ;
al frente una parte de la muralla , y por ningun lado señal
de alma viviente , sino en lo alto de un terraplen, desde el
cual veia elevarse una densa columna de humo oscuro y
craso, que subiendo se extendia formando grandes globos ,
y se disipaba luego en un ambiente pardo y tranquilo. Eran
camas , ropas y utensilios infectos que estaban queman-
do; y de estas hogueras habia muchas , no sólo allí, sino
en otras partes de la muralla.
El tiempo estaba cerrado , el aire grueso , y el cielo
cubierto de niebla unida y espesa , bastante para ocultar
el sol y no suficiente para ser tenida por lluvia. La cam-
piña alrededor, parte inculta y toda árida ; la verdura des-
colorida , y ni siquiera una gota de rocío sobre las hojas
secas y quebradizas. Aquella soledad y aquel silencio
tan cerca de una inmensa masa de habitantes , añadian
un nuevo motivo de consternacion á las inquietudes de
Renzo, y contribuian á que fuesen más tétricos aun sus
pensamientos .
Despues de haber permanecido algunos instantes en
aquel estado de perplejidad , tomó á la derecha sin plan al-
guno y hacia la puerta Nueva , la cual , aunque estaba in-
mediata , no podia él descubrir á causa de un baluarte
que la ocultaba. A los pocos pasos principió á llegar á sus
oidos un retintin de campanillas que por intervalos cesa-
ba para reproducirse luego al punto , y luego alguna voz
humana. Siguió andando , y al revolver el ángulo del ba-
luarte , la primera cosa que se le presentó en la esplanada
delante de la puerta , fué una casucha de madera , y á la
puerta un centinela , apoyado en el mosquete con aire de
296

cansancio y descuido . Á espaldas del centinela , divisábase


una estacada con una gran puerta , si tal quiere llamarse á
las dos pilastras que sostenian un tejadillo para preservar
del agua la puerta de madera que estaba de par en par
abierta, igualmente que el postigo. Pero á la sazon , delante
de la puerta se hallaba justamente un triste impedimento,
á saber , una parihuela en el suelo , en la cual dos sepultu-
reros colocaban á un pobre para llevársele y que no era
otro sino el cabo de los guardas á quien habia acometido
poco ántes la peste. Paróse Renzo en donde estaba, aguar-
dando el fin de esta ceremonia , acabada la cual con la sa-
lida del cadáver , y no pareciendo nadié à cerrar el pos-
tigo , le pareció tiempo de hacer su tentativa. Dirigióse
apresuradamente al postigo ; pero al oir que el centinela
con muy mal gesto le dijo: « ¡Eh ! ¡adónde bueno ?» -vol-
vió á pararse en seco , y guiñándole el ojo ; sacó una mo-
neda , enseñándosela al descuido : el centinela, bien fuese
porque hubiera pasado ya la peste , ó bien porque tuviese
más cariño á la plata que miedo al contagio , le hizo seña
- de que se la echase ; y viéndola caer á sus piés, dijo entre
dientes: « Ea, pasa aprisa? » 『
No aguardó Renzo á que se lo dijese dos veces; pasó la
estacada, pasóla puerta, y echó á andar sin que nadie repa-
rase en él, ni de él hiciese caso; pero apenas habria andado
unos cuarenta pasos , cuando oyó detrás otro grito de un
£ guarda. Á éste hizo como que no le oia , y en lugar de vol-
› verse, aceleró el paso Eh! gritóle de nuevo el guarda
con una voz que indicaba más bien coraje que gana de
hacerse obedecer ; pero viendo que el otro no hacia caso , se
encogió de hombros , y volvió á su covacha, como hombre
que tenia más interes en no acercarse demasiado á los pa-
sajeros , que en preguntarles quienes eran.
La calle , entrando por aquella puerta, corria entónces,
297

como ahora , derecha hasta el canal llamado el Naviglio,"


y sus orillas las formaban cercas de huertas , iglesias , con
ventos y pocas casas. Al remate de la calle y en medio de
la que se extiende á la márgen del canal , habia una cruz
llamada de San Eusebio ; y por más que Renzo miraba
adelante , no veia sino aquella cruz . Llegado á la encruci +
jada que cae casi en el medio de la calle , y echando la
vista á derecha é izquierda , vió á la derecha , en la gran
calle que se llama de Santa Teresa , á un vecino que venia
hácia él. - ¡Gracias a Dios ! dijo para sí , que aquí viene
un cristiano...» →y entró inmediatamente en aquella calle
con ánimo de tomar lengua del hombre que se aproximaba.
Éste tambien miraba de léjos como espantado al forastero,
y su espanto se manifestó más visiblemente cuando ad-
virtió que en vez de seguir Renzo su camino , se le iba
acercando. Cuando el mancebo se halló á poca distancia
de aquel buen hombre , se quitó su sombrero, como serra-
no de buena crianza que era , y se dirigió más directa
mente al desconocido , el cual entonces , poniendo los ojos
en blanco , dió un paso atrás , levantó un enorme garrotè
con punta de hierro , que tenia en la mano, y poniéndo-
selo al pecho á Renzo , empezó á gritar:
-¡Quítese , quítese ! ¡ hágase á un lado !
-¿Hé ? ¿ qué es eso ? gritó Renzo tambien , bien que
apartándose con presteza, pues de ningun modo tenia gana ,
como decia él luego al contar el lance, de entrar en dispu→
tas en aquel momento. Conociendo por las señas que el
desconocido no venia muy dispuesto á complacerle, vol-
vióle Renzo la espalda y siguió su camino , ó por mejor
decir, la calle en donde estaba .
Lo propio hizo tambien el hombre del palo, aunque no
sin cesar de volver atrás la cara muchas veces , con ademan
entre furioso y aterrado, y así fue hasta su casa, en donde
298

contó cómo se le habia acercado un untador con modales de


hipócrita cortesía , con todas las trazas de un infame en-
venenador, y con su correspondiente botecito de unto, ó
cucurucho de polvos , que en esto no estaba bien cierto;
pero que si lo estaba de que aquel pícaro le hubiera he-
cho el tiro, á no haberlo sabido él ahuyentar.
-Si llega á acercarse más el muy tuno , añadia , le
ensarto ántes que me tocase el bulto. Dé gracias á que
estábamos en un paraje muy solitario ; porque si acierto
á toparme con él en medio de Milan , llamo jente, y hago
que se le echen en cima... No me queda duda de que se
le hubiera hallado el infame tósigo en el sombrero...
Mas como allí estábamos solos, no hice poco en librarme
sin buscar tres piés al gato , porque al fin y al cabo unos
pocos polvos se echan presto, y esos malvados tienen
mucha habilidad, sin contar con lo que el demonio los
ayuda . Ya estará trotando por Milan , y Dios sabe el
destrozo que estará haciendo . » 1
-Este hombre, mientras vivió, que fueron muchos
años, siempre que se hablaba de untadores, repetia aquel
caso, y añadia: - « Los que todavía sostienen que no es
cierto, no vendrán á decírmelo á mí; porque las cosas para
hablar de ellas, es necesario haberlas visto como yo las

El buen Renzo, que no podia figurarse el riesgo de


que se habia escapado, movido más de indignacion que
de miedo , iba calle adelante discurriendo sobre aquel
lance tan extraño ; y aunque suponia poco más o menos el
concepto que aquel hombre habria formado de su persona,
de todos modos la cosa parecia tan fuera de razon,
que se persuadió de que aquel no podia ménos de ser
un loco.
-Pero sea lo que fuere, decia para sí, la verdad es
299 -

que no entro con muy buen pié que digamos , en Milan...


¡ Maldita ciudad! no sé qué tiene conmigo que siempre me
trata como á un perro... Para entrar, todo se me hace
llano ; y en cuanto me veo dentro, todo se me vuelve tro-
piezos ... ¡Ya ! ¡ ya !... En fin, sea lo que Dios quiera...
Con tal que yo llegue á encontrar lo que tanto deseo, todo
lo daré por bien empleado .> -
Llegado al puente , torció sin titubear á la izquierda ,
por la calle Hamada de San Marcos , pareciéndole que
aquella debia conducir á lo interior de la ciudad ; y an-
dando , andando, volvia los ojos á todas partes , por ver
si encontraba algun alma viviente ; pero sólo vió un ca-
dáver ya desfigurado en el angosto foso que corre por al-
gun trecho , entre la calle y unas pocas casas , que en-
tónces eran ménos que hoy dia . Pasado aquel trecho oyó
ciertas voces que al parecer le llamaban , y levantando
los ojos hacia la parte de donde salian , vió á corta dis-
tancia en un balcon de una casucha aislada , á una pobre
mujer rodeada de unos cuantos niños , la cual sin cesar
de llamarle , le hacia señas de que se acercase . Acudió
Renzo al momento, y estando ya cerca , -« Jóven houra-
do , le dijo la mujer , ¿ querrá su merced hacernos là cari-
dad, ¡ así le ayude Dios ! de avisar al comisario de que hoy
se han olvidado de nosotros ? Nos han encerrado aquí
como sospechosos , porque mi pobre marido ha muerto:
han clavado la puerta , como su merced ve , y desde ayer
mañana , ninguno ha venido á traernos de comer. Hasta
ahora no ha pasado un alma que me haga esta caridad,
y estos pobres inocentes se están muriendo de hambre.
¡ De hambre ! exclamó Renzo ; y echando mano á los
bolsillos , sacó los dos panes diciendo : eche , pobre mu-
jer, eche alguna cuerda para subirlos .
-Dios se lo pague : aguarde su merced un momento,
300

dijo la mujer, y fué á buscar un canastillo y una cuerde-


cilla , Acordóse entónces Renzo de aquellos panes que,
meses antes , encontró cerca de la cruz de San Dionisio,
y dijo para sí.:
-Esta es una restitucion , y quizá mejor que .si yo
hubiera hallado su propio dueño ; porque esta es ademas
una obra de misericordia. 1

-En cuanto á lo que su merced me dice , buena mu-


jer, de que avise al comisario , prosiguió Renzo , siento
no poder servirla , porque soy forastero y no conozco á
nadie en la ciudad ; pero como encuentre algun hombre
humano y de buena traza para poderle hablar , se lo diré
sin falta alguna. "
Suplicóle la mujer que no dejase de hacerlo , y le dijo.
1
el nombre de la calle para que supiese indicarlo.
Tambien su merced , repuso Renzo , puede hacer-
me una caridad , sin que le sirva de molestia . ¿Sabrá dar-
me razon de unos señores de Milan, la casa de***?
Sé, contestó la mujer , que hay estos señores en
Milan ; pero no sé la calle : siguiendo por allí , no dejará
su merced de encontrar quien le dé noticias . Cuidado no
se olvide de nosotros.
Descuide su merced , dijo Renzo , y prosiguió su ca-
mino.
A cada paso oia aumentarse y acercarse un ruido, que
ya empezó á notar cuando estaba parado hablando con la
mujer : ruido de ruedas, caballos y campanillas, y de cuan
do en cuando chasquidos de látigo y muchas voces. Mira-
ba adelante sin divisar cosa alguna , hasta que llegado al
fin de aquella torcida calle y al desembocar en la plaza de
San Marcos , la primera cosa que se presentó á su vista,
fueron dos vigas levantadas horizontalmente con unas
cuantas garruchas colgando de ellas ; y no tardó en cono-
301 ―

cer que era ( cosa en aquel tiempo muy comunj , el abo-


minable tormento . Esta máquina , de diabólica invencion ,
no sólo estaba puesta en aquel paraje , sino en todas las
plazas y calles más espaciosas, para que los diputados de
cada cuartel de la ciudad , autorizados ámpliamente con
las facultades más arbitrarias, pudiesen mandar propinár-
sela á cualquiera que juzgasen necesitar de semejante es-
pecífico, con especialidad á presos ó pestilentes incomu-
nicados que quebrantasen la reclusion , ó á cualesquiera
dependientes que faltasen á su deber. Era éste uno de
aquellos remedios excesivos é ineficaces que en aquel tiem-
po, y particularmente en circunstancias como aquellas, se
empleaban con tanta profusion como abuso .
Entretanto Renzo , mirando aquel chisme y oyendo
acercarse aquel ruido , vió asomar por la esquina de la igle-
sia á un hombre tocando una campanilla , y detras dos
caballos que , alargando el cuello y haciendo fuerza de
remo con las patas, venian arrastrando fatigosamente un
carro de muertos , al cual seguian otros tres , escoltados
por varios sepultureros , que caminando al pié de los ca-
ballos , iban arreándolos á fuerza de latigazos , golpes y
por vidas. La mayor parte de los cadáveres iban en car-
nes ; algunos medio envueltos en asquerosas sábanas, y
todos amontonados y revueltos á manera de un nido de
culebras que lentamente se fuesen desenroscando al suave
calor de la primavera. A cada tropiezo , á cada vaiven del
carromato, retemblaban aquellas horrorosas moles , salién-
dose cada miembro por su lado , y se veian cabezas que se
quedaban colgando , sueltas al aire virginales cabelleras , y
brazos pendientes que iban golpeando sobre las ruedas é in-
dicando á la vista ya horrorizada, hasta qué punto podia au-
mentarse la repugnancia y fealdad de semejante espectáculo .
Mientras tanto , parado el jóven en aquel ángulo de la
H 20
302

plaza , al lado de ia barrera del canal , rezaba por aque-


llos muertos desconocidos , cuando de repente le ocurre
un pensamiento terrible...- « Si irá quizás ahí... si entre
esos... ¡ Ay Dios ! no lo permitais : apartad , Señor, de mi
imaginacion semejante idea . » —
En cuanto desapareció el fúnebre cortejo, echó á andar
Renzo , y atravesó la plaza , tomando la calle de la izquierda
á la orilla del canal , sin tener otro motivo para preferirla
que el haber echado los carros por el opuesto lado . Á los
cuatro pasos echó á- la derecha por el puente Marcelino,
y por aquella tortuosa angostura fué á dar á la calle de
Borgonovo. Mirando adelante siempre con el objeto de
hallar alguno de quien tomar lenguas, vió al otro extremo
de la calle á un sacerdote en balandran , que con un bas-
ton en la mano, estaba de pié arrimado á una puerta en-
tornada , con la cabeza baja y el oido aplicado á la ren-
dija , y poco despues le vió levantar la mano y dar la
bendicion. Conjeturó que acababa de confesar á alguno ,
como en efecto era así , y dijo en su interior : - « Ya en-
contré lo que me hacia falta. Si este señor Cura no tiene
una migaja de caridad y de buenos modos, es que ya no
hay en el mundo buenos modos ni caridad . »
El Cura entretanto , habiéndose separado de aquella
puerta , venia hácia Renzo , caminando con mucha precau-
cion por el medio de la calle . Así que el mancebo estuvo
á cuatro ó cinco pasos de distancia , quitóse su sombrero,
le indicó que deseaba hablarle , y se paró al mismo tiem-
po en ademan de darle á entender que no trataba de
acercársele imprudentemente . Paróse el Sacerdote igual-
mente como para oir, plantando sin embargo su baston
en el suelo delante de sí, para que en cierto modo le sir-
viese de baluarte . Renzo hizo su pregunta , á la cual satis-
fizo el Cura, y no sólo le manifestó la calle donde estaba la
303

casa porque preguntaba , sino tambien , viendo que el po-


bre mozo necesitaba de itinerario , se lo trazó con bastante
claridad , indicándole , á fuerza de derechas é izquierdas,
de iglesias y de cruces , las otras seis ú ocho calles que de-
bia atravesar para llegar á la que buscaba .
-Dios se lo premie à su merced, señor Cura, y le dé
mucha salud ahora y siempre » dijo Renzo . Y ántes que el
Sacerdote se marchase , le pidió ejerciese otro acto de cari-
dad en favor de la infeliz mujer olvidada en aquella casa .
Dióle las gracias el caritativo eclesiástico por haberle ofre-
cido ocasion de proporcionar tan necesario auxilio á una
desgraciada familia , y diciendo que iba inmediatamente á
avisar á quien correspondia , prosiguió su camino .
Renzo tambien echó á andar despues de hacerle una
reverencia, y mientras proseguia su jornada, iba repitien-
do en su mente el itinerario que el buen eclesiástico le
habia trazado ; operacion que debia serle muy penosa,
no tanto porque fuera de suyo complicada, cuanto por
una nueva agitacion que se habia apoderado de su ánimo
desde el punto mismo de saber ya fijamente el nombre de
la calle y las señas del camino que habia de llevar para
encontrarla. No acertaba á explicarse el pobre mozo aque-
lla inquietud que se iba apoderando de él, cuando no sólo
acababa de saber la noticia que tanto deseaba , y sin la
cual serian inútiles todas sus diligencias, sino que ademas
no se le habia dicho cosa que fuese de mal agüero , ni
que pudiese hacerle sospechar alguna desgracia: y sin
embargo, la idea misma de tener ya seguro y tan cercano
el instante en que iba á salir de una gran duda , y en que
iba á oir decir: « vive, ó ha muerto » , le acometió con tanta
fuerza , que en aquel momento hubiera preferido estar á
oscuras de todo , y aun al principio de aquellajornada cuyo
fin iba ya á tocar. No obstante cobró ánimo , diciendo en-
304 -

tre sí: «Qué diablo ! ¿ si ahora empezamos á hacer niñe-


rías, qué será en adelante?» -Animado pues algun tanto,
siguió su camino y se internó en la ciudad.
Espantoso era ciertamente el cuadro que aquella ciu-
dad le habia presentado el año anterior durante el ham-
bre ; pero qué valia todo aquello, comparado al inde-
cible horror que tenia presente ?
En el itinerario que habia de recorrer nuestro jóven,
hallábase cabalmente el barrió en que más horriblemente
estragosa había sido la pestilencia , esto es , la encrucijada
llamada el Carrobio de Puerta Nueva , donde entónces
habia una cruz en la extremidad de la calle , y frente de
ella , al lado del sitio en que se halla ahora San Francisco
de Paula , una iglesia antigua con la denominacion de
Santa Anastasia. La furia del contagio y la infeccion de
los cadáveres habian hecho tal destrozo en aquel barrio,
que los pocos vecinos que habian sobrevivido , se vieron
obligados á salir de él huyendo; por manera que, al paso
que heria la vista del pasajero aquel aspecto de soledad
y abandono , excitaban en su ánimo mil diferentes afec-
tos las huellas y las reliquias del pasado desastre. Apre-
suró Renzo el paso , animándose con la idea de que no debia
hallarse inmediato á aquel el paraje á que se dirigia, y con
la esperanza de que ántes de llegar á él encontraria cam-
biada , á lo ménos en parte , la escena . En efecto , á ios
pocos pasos llegó á un punto que podia llamarse ciu-
dad de vivientes . Pero ¡ qué ciudad ! ¡ y qué vivientes !
Cerradas por sospecha ó por temor todas las puertas , á
excepcion de las de las casas que, por desabitadas o in-
vadidas , estaban de par en par abiertas ; clavadas otras
y selladas por fuera por haber en la casa gente enferma ó
muerta de la peste ; otras marcadas con cruces, hechas con
carbon , para indicar á los sepultureros que habia muertos
--- 305

que recojer, y todo en ellas más expuesto á la ventura que


en otra parte, y segun era el humor conque el comisario de
sanidad ejecutaba las órdenes que se le habian dado . Tro-
pezábase por todas partes con vendas purulentas , paja
apestando , sábanas y andrajos asquerosos y no pocas ve-
ces con cadáveres de personas muertas repentinamente
en la calle , ó dejados en ella para que los recogiera un
carro, ó caidos de los carros mismos , ó arrojados por las
ventanas. ¡ Tal era el estado de embrutecimiento á que
habian reducido los ánimos la perversidad é insistencia del
contagio , que habia extinguido en ellos todo estímulo de
compasion y de respeto social. Apagado to lo estrépito de
talleres, todo ruido de coches , todo pregon de vendedores,
todo murmullo de gente , rara vez sucedia que interrumpiese
aquel mortal silencio otra cosa , sino el rechinar de los
carros fúnebres , el triste clamoreo de los mendigos , los
lamentos de los enfermos , los gritos de los delirantes y
las voces de los sepultureros. Al amanecer , al medio dia
y á la entrada de la noche, daba una campana de la cate-
dral el aviso para rezar ciertas preces ordenadas por el
Arzobispo: respondian á aquella señal las campanas de las
demas iglesias , y entonces era de ver el asomarse de las
gentes á las ventanas y el rezar en coro , y era de oir el
susurro de voces y gemidos , que , al paso que infundian
tristeza , no dejaban de causar tambien algun consuelo .
Fallecidas ya á la sazon quizá las dos terceras partes
de los vecinos ; fugitivos ó enfermos muchos otros de los
restantes, y reducido á nada el concurso de forasteros , en-
tre los pocos que andaban por las calles apénas se encon-
traba uno en quien no se notase algo extraño ; lo suficiente
paraindicar en él una funesta mudanza . Veiase á las perso-
nas más calificadas ir sin capa, parte esencialísima entónces
de todo traje decente, sin sotana los eclesiásticos , sin hábito
306

los frailes; en una palabra, desterrada toda forma de vesti-


do que al extenderse con el aire pudiese tocar alguna cosa ,
ó facilitar (que era lo que más se temia) su oficio á los un-
tadores. Salvo este cuidado que ponian en llevar la ropa
muy ceñida al cuerpo , todos iban desaliñados y descom-
puestos , con las barbas encrespadas y sucias los que las
usaban lúengas y atusadas , ó crecidísimas los que solian
afeitarse , como tambien largo y desgreñado el cabello,
no sólo por aquel abandono que dimana de un conti-
nuado abatimiento , sino tambien porque se tenian por
sospechosos los barberos , sobre todo desde que fué
preso y condenado á muerte como untador famoso uno
de ellos , llamado Juan Jocobo Mora , cuyo nombre con-
servó por largo tiempo gran celebridad de infamia , sien-
do así que la merecería mucho mayor y más justa de
compasion. Casi todos llevaban en la mano un palo , y
algunos una pistola , como para amenazar á cualquiera
que quisiese acercarse demasiado , y en la otra , pasti-
llas de olor , ó bolas huecas de madera ó metal, con es-
ponjas dentro empapadas en vinagre medicinal , las cua-
les se aplicaban de cuando en cuando á las narices . Otros
llevaban al cuello un pomito con un poco de azogue, que
renovaban de cuando en cuando , persuadidos á que este
metal tenia la virtud de absorver y retener todo efluvio
pestilencial. Los caballeros mismos , no sólo andaban por
las calles sin su acostumbrado acompañamiento , sino que
se les veia con su esportillo en el brazo ir comprando las
cosas necesarias al sustento de la vida . Cuando dos ami-
gos se encontraban en la calle , desde lejos , se saludaban por
señas y de prisa, y todos tenian que ir con ojo muy avizor
para no tropezar en los asquerosos y mortíferos objetos ,
de que a veces estaba sembrado enteramente el suelo .
Cada cual procuraba ir por medio de la calle , temiendo
- 307

siempre algun tropiezo, ó que cayese de las ventanas algun


cadáver , ú otro peso funesto , como igualmente los polvos
venenosos que, segun decian , á veces habian sido arroja-
dos desde las casas sobre los pasajeros ; ó recelando que
las paredes pudiesen estar untadas. De esta manera la ig-
norancia tan intempestiva y neciamente cautelosa, redo-
blaba las angustias del infortunio comun , infundiendo
falsos temores en lugar de los racionales y saludables que
habia desechado al principio .
Esto era lo menos espantoso y menos lastimero que
afectaba los sentidos y perturbaba los ánimos de los sanos
y de los que tenian algunas comodidades. Nosotros , des-
pues de tantas imágenes de miseria , y pensando en otra
aun más grave que tenemos que trazar, no nos detendre-
mos en describir el cuadro que presentaban los apestados
que andaban arrastrando por las calles ó que yacian en
ellas, como eran los mendigos , los niños y las mujeres.
Este cuadro era tal , que el que lo miraba podia considerar
como una especie de doloroso consuelo, lo que á los dis-
tantes y á nosotros se nos presenta á primera vista como
el colmo de los males, esto es, el ver á qué corto número
se redujeron los vivos.
Por entre esta desolacion habia ya andado Renzo
una gran parte de su camino , cuando á pocos pasos de
una calle por donde debia torcer, oyó un confuso bullicio,
en el cual sobresalia aquel acostumbrado y horrible cam-
panilleo.
A la entrada de la calle , que era de las más espaciosas ,
vió en el medio de ella cuatro carros parados , y la misma
barahunda que se advierte en un mercado de granos , de ir
y venir jente , de llevar y cargar sacos : tal era el bulle
bulle en aquel punto . Eran sepultureros que se metian en
las casas ó que salian de ellas con una carga en el hombro
308

que echaban sobre uno ú otro carro; algunos vestian traje


encarnado; otros sin este distintivo, y muchos con otro
más odioso de plumas y cintas de varios colores, que aque-
llos hombres soeces llevaban á modo de festiva gala en
medio de tanto luto . De cuando en cuando salia de alguna
ventana la voz lúgubre de : «Aquí, ¡ sepulturero ! » y con
voz todavia más siniestra , salja de aquel fúnebre enjambre
la contestacion de «ahora, ahora: » en otro lugar eran que-
jas de los vecinos las que se oian, para que se apresurasen,
á las cuales respondian los sepultureros con blasfemias.
Así que Renzo hubo entrado en la calle , aceleró el
paso, procurando no mirar aquellos estorbos , sino en
cuanto era necesario para no dar en ellos. De pronto su
vista vagarosa tropezó en un objeto de una compasion
que excitaba á contemplarle; por lo cual se paró casi con-
tra su propia voluntad . Salia del umbral de una de aque-
llas puertas y se dirijia á los carros una mujer, cuyo ros-
tro mostraba aspecto juvenil todavía y restos de una
hermosura notable, bien que alterada por los rigores de
una profunda afliccion y una mortal languidez ; de aquella
hermosura suave , pero majestuosa , que distingue á las
beldades de la Lombardía . Caminaba con fatiga, mas no
con abandono: lágrimas no salian de sus ojos ; pero en
ellos se veián las señales de haberlas derramado sin con-
suelo . Notábase en su dolor un no sé qué de sublime y
de profundo, que indicaba una alma capaz de arrostrarle..
Pero no era sólo su aspecto lo que excitaba tan par-
ticularmente la conmiseracion y reanimaba en su fa-
vor este sentimiento ya casi embotado en los corazones.
Aquella mujer tenia en los brazos una niña de unos nueve
años de edad , muerta , pero adornada esmeradamente
con fúnebre atavio; el cabello partido sobre la frente en
dos bandas; el traje blanco , cuál si estuviera vestida para
- 309 -

una fiesta de largo tiempo ántes prometida como premio


á sus infantiles virtudes . Teníala, no tendida, sino sentada.
en el brazo izquierdo, arrimada á su pecho , cual si estu-
viese viva , como en efecto lo habria parecido , á no ser
por aquella manecita blanca como la cera que colgaba de
un lado sin movimientó, y por aquella cabeza inclinada.
sobre el hombro de la madre con una morbibez que no
era ¡ ay ! la del sueño ; he dicho de la madre , pues aun
cuando la semejanza de los rostros no hubiese acreditado
que lo era, lo habria dado á conocer el dolor que expresaba
aquella mujer.
Uno de los sepultureros se encamina hácia la afligida
madre en actitud de quitarle de los brazos aquel peso tan
amado , y con una especie de involuntaria irresolucion y
desacostumbrado respeto ; pero retirándose la mujer algun
tanto, aunque sin manifestar desprecio ni enfado.- « No ,
dijo : no la toques ahora , quiero colocarla en el carro yo
misma ; toma. >» --Diciendo esto , abrió la mano , enseñó un
bolsillo , y le dejó caer en la que le alargó el sepulturero ,
prosiguiendo en estos términos : - Prométeme que ni
una hilacha le quitarás de lo que tiene encima , ni per-
mitirás que otro la toque , sino que me la enterrarás así
como se halla . » -
El sepulturero puso sobre el pecho la mano en actitud
de quien hace una solemne promesa ; y luego, apresurado
y casi, obsequioso , no tanto por la inesperada propina.
como por un sentimiento de conmiseracion nuevo para
él , se esmeró en hacer un poco de lugar en un carro ,
para colocar á la niña difunta . Despues de darle un beso en
la frente amorosamente, la colocó su triste madre en aquel
sitio como en una cama ; compuso bien su ropita , tendió
sobre ella un lienzo blanco , y dijo : -¡Á dios , Cecilia!
¡Descansa en paz ! Tambien nosotros iremos esta noche á
310 -

reunirnos á tí para no separarnos ya nunca. Ruega en tanto


por nosotros, que yo rogaré por tí y por los demas.» -Y
volviéndose luego al sepulturero, añadió : -Cuando esta
tarde vuelvas á pasar por aquí , subirás por mí ... pero no
por mi sola .» -
Dicho esto , se metió en su casa , y casi al momento
se presentó en el balcon teniendo en sus brazos otra niña
más pequeña que aquella de que se acababa de separar, y
la cual , aunque aún vivia , tenia marcada ya en el tierno
semblante todas las señales de la muerte. Allí se mantuvo
contemplando las pobres exequias que se hacian á su hija
mayor, é inmóvil permaneció mirándola hasta que echando
á andar el carro, la perdió de vista , y se retiró luego. En
aquel estado , ¿ qué le quedaria ya que hacer á la infeliz,
sino colocar en la cama á la única hija que le quedaba,
echarse con ella , y morir á su lado , como la flor abierta
cae con su boton al pasar la guadaña que iguala todas las
yerbas del valle!
-¡Señor Dios ! exclamó Renzo llorando á lágrima viva:
no sea sorda vuestra divina Majestad á lo que esa infeliz
os pide : llevaosla con esa criaturita... ¡ No podeis hacerla
un bien más grande !
Recobrado de aquella conmocion , y mientras discur-
ria para traer á la memoria su itinerario, y saber si debia
tomar la primera calle que encontrase , ó si torceria á la
derecha , ó á la izquierda , oye otro estrépito distinto que
venia de esta última parte , formado por un conjunto con-
fuso de voces imperiosas, de débiles lamentos, hondos ge-
midos, femeniles sollozos, y chillidos de niños .
Siguió Renzo caminando con el corazon oprimido , y
siempre temeroso ; y al llegar á la encrucijada , viendo
venir por un lado una turba confusa que se acercaba , se
paró hasta que pasase . Era aquella una multitud de en-
311

fermos que conducian al lazareto ; algunos , llevados á la


fuerza, se resistian ; pero en vano gritaban que querian
morir en su propia cama , respondiendo con imprecacio-
nes a los votos y blasfemias de los sepultureros que los
conducian ; otros con señales marcadas de insensatez ca-
minaban sin hablar , ni dar muestras ningunas de dolor.
Mujeres con sus niños en brazos, y niños que, más espan-
tados de oir aquellas voces , y de ver aquella comitiva,
que de la idea confusa de la muerte , llamaban á sus ma-
dres , pidiéndoles que los tomarán en brazos, y los llevasen
á casa. ¡Pobres criaturitas! Quizá la madre que creian ha-
ber dejado en la cama durmiendo , habia caido en
ella acometida por el mal y sin sentido , para ser trasla
dada al lazareto, ó al hoyo, si el carro llegaba tarde. Qui-
zá la madre (desgracia más digna de lágrimas ) ocupada
sólo en sus padecimientos , todo lo tenia olvidado, hasta sus
hijos , no pensando ya más que en morir tranquila. Sin
embargo , en medio de tanta confusion , aún se veia al-
gun ejemplo de constancia y de piedad. Padres, hermanos,
hijos , esposas , que acompañaban á los séres amados , y
que los animaban con palabras de cariño y consuelo:
mezclándose entre las personas de mayor edad , niños
y niñas tambien que guiaban á sus hermanitos más tier-
nos , y con juicio y compasion varonil los animaban á
ser obedientes , asegurándoles que los conducian á don-
de habria quien cuidase de ellos y los curase.
En tanta desolacion, y á vista de tantos objetos de lás-
tima y ternura , ocupaba con más fuerza y tenia suspenso
el ánimo de Renzo , un afan de muy distinta naturaleza.
La casa aquella que iba buscando debia estar muy inme-
diata, y ¿quién sabe si entre aquella muchedumbre? .. Pa-
sada por fin toda aquella fúnebre comitiva , y disipada la
duda de nuestro contristado mozo , se volvió á un sepultu-
- 312

rero que venia detrás, y le preguntó por la calle y la casa


"
de D. Ferran. « ¡ Vaya en hora mala el palurdo ! » — fué la
respuesta que obtuvo . No pensó sin embargo, en replicar;
pero viendo á dos pasos á un comisario que cerraba la co-
mitiva , y que parecia tener cara de cristiano , le hizo la
misma pregunta . Indicándole el comisario con el baston la
parte de donde venia , le dijo: - « La primera calle á la
derecha , y la última casa grande á la izquierda. »
Con nueva y más fuerte agitacion se dirige Renzo a
aquel punto , y llegado á la calle , descubre desde luego
la casa entre otras más humildes y de mezquino aspecto.
Llega, se acerca á la puerta que vé cerrada , y echa mano
á la aldaba sin atreverse á moverla , como lo haria en
una urna antes de sacar la cédula de que dependiese
su vida ó su muerte . Por fin se resuelve , y dá un fuerte
aldabonazo .
Al cabo de un corto intervalo , se abre un poco una
ventana y se asoma una mujer mirando á la puerta con
un ceño que, al parecer , queria decir.-«¡ Enterradores!
rateros ! comisarios ! untadores ó demonios ! ¿quiénes son?
-Señora , dijo Renzo mirando arriba y con voz tré-
mula : ¿Está aquí sirviendo una muchacha forastera que
se llama Lucía?
-Ya no está, respondió la mujer en actitud de cerrar
la ventana .
-¡Señora, escúcheme por amor de Dios! ¿Conque no
está? ᎥᎩ dónde ha ido?
-Al lazareto , respondió la mujer, aprestándose de
nuevo á cerrar la ventana.
-Señora , ¡una palabra por amor de Dios ! ¿Con la
peste! ...
-Ya, ¡miren que novedad ! ¡ Ea ! vaya con Dios el muy
impertinente !
313

-Pero, escúcheme , señora, escúcheme en caridad.


¿Estaba muy mala? ¿Hace mucho que la llevaron?
La mujer sin responderle cerró de veras la ventana : y
el pobre Renzo siguió gritando con desesperada angustia.
-¡Señora! ¡señora! ¡ Una palabra en caridad! ¡ Por el
alma de sus difuntos !...
Pero nada: como si hablase el infeliz con las paredes .
No ménos afligido por estas nuevas , que indignado
por el modo de comunicárselas , agarró de nuevo la aldaba
levantándola para liamar otra vez desesperadamente; pero
muy luego renunció á este propósito . Con inexplicable agi-
tacion se volvia á ver si parecia alguno de la vecindad
de quien pudiese tomar más informes , y adquirir mejores
noticias ; pero la primera y única persona que se le pre-
sentó fué otra mujer, á la distancia de unos veinte pasos ,
la cual, con semblante en que se veian pintados terror , odio,
impaciencia y malicia , mirándole aviesamente como entre
tímida y furiosa , con la boca abierta , como para dar vo-
ces , sin atreverse á echar el aliento , y levantando sus
brazos descarnados , alargando y retirando sus manos ar-
rugadas y crispadas , como si quisiese atraer hácia sí al-
guna cosa , manifestaba querer llamar gente . Al encon-
trarse su vista con la de Renzo , aún se puso más horren-
da , y toda ella se estremeció como persona cogida infra-
ganti .
-¿Eh? ¿qué grita esa tia?... ` dijo Renzo levantando
tambien la mano hacia la mujer; pero ésta, confiada ya sin
duda en que no la podrian coger por sorpresa , soltó la
voz, comprimida hasta entónces , y comenzó á gritar des-
aforadamente :
Á ese ! á ese ! vecinos ! socorro ! que hay aquí un
hombre
con untos !
-¿Quién ? ¿yo? ¡ Ah , bruja embustera ! Calla , gritó


-- 314 -

Renzo, y dió un brinco hácia ella para intimidarla y ha-


cerla callar pero en aquel instante se acordó que más
cuenta le tenia pensar en sus cosas.
Á los chillidos de la mujer empezó á acudir gente de
uno y otro lado de la calle; no tanta como en igual caso
hubiera acudido en otro tiempo, pero sobrada para aco-
gotar á un hombre , y en el mismo instante se abrió una
ventana, y apareció en ella la mujer que continuó des-
gañitándose con redoblada furia:
-A ese! á ese! echadle mano ! decia . Sin duda es uno
de los bribones que van untando las puertas de las gentes
honradas.
En tan apretada coyuntura pensó Renzo , y tuvo por
más acertado, zafarse de aquella gente , que pensar en jus-
tificarse de consiguiente echó una mirada á una y otra
parte para ver por donde habia ménos obstáculos , y por
allí picó de soleta. De un empellon apartó á uno que le im-
pedia el paso ; de un puñetazo en el pecho echó á rodar á
otro que venia contra él , y de esta manera siguió galo-
pando, con el puño en el aire y bien apretado, para reci-
bir á cualquiera que hubiese yenido á metérsele entre los
piés... Más adelante , ya el camino estaba desembarazado;
pero detrás seguian sonando más fuertes y más repetidos
los gritos perseguidores ::— « A ese ! á ese ! cógele , có-
gele!» y juntamente con los gritos , las carreras precipi-
tadas de los que más cerca le iban á los alcances . Con esto
se convirtió su ira en rabia , y su angustia en desespera-
cion : pusosele una venda delante de los ojos ; echó mano
de su gran cuchillo , le desenvainó , paróse , tomó una
postura de valenton , volvió la cara con más ceño y más
fiereza que nunca , y con el brazo tendido, blandiendo en
el aire el reluciente acero , gritó con voz ronca diciendo:
-El que sea guapo , que se acerque , ¡ canalla ! que yo
- 315 -

le untaré de veras con este hisopo.


En aquel momento vió, con tanta sorpresa como gusto,
que ya sus perseguidores se habian parado á cierta distan-
cia, y que gritando todavía , hacian con las manos levan-
tadas señas á gente lejana que se encontraba detrás de él.
Volviéndose entónces, vió delante de sí, y no muy distante ,
porque la turbacion no le habia permitido ver hasta aquel
punto, un carro que venia hácia él , ó por mejor decir, una
hilera de aquellos carros fúnebres tan conocidos , con su
acostumbrada comitiva ; y más allá otro grupo de gente,
que tambien deseaba echarse encima del untador y co-
gerle en medio , en cuanto dejase de impedirselo el mis-
mo estorbo. Viéndose de esta manera entre la espada y la
pared , le ocurrió que lo que para aquella gente era un
objeto de terror, pudiera ser para él un medio de salva-
mento : pensó que no era tiempo de andarse en dimes ni
diretes ; envainó su cuchillo , se retiró á un lado , tomó
carrera hácia los carros , pasó el primero , advirtió en el
segundo un buen espacio desocupado , midió el tiempo ,
pegó un brinco y se quedó arriba plantado sobre el pié
derecho , el izquierdo en el aire , y los brazos en alto.
-Ah valiente ! Gran salto ! exclamaron á una voz los
sepultureros , de los cuales unos seguian á pié el convoy,
otros iban en los carros, y otros (¡ cosa horrible! ) sentados
sobre los mismos cadáveres , con un gran frasco que daba
la vuelta á la redonda.
-¿Has venido á guarecerte bajo la proteccion de los
sepultureros ? le dijo uno de los que iban en el carro ...
Pues ház cuenta que estás tan seguro como en la iglesia.
Al acercarse la terrible hilera de carromatos, la mayor
parte de los enemigos volvieron las espaldas y se marcha-
ron; pero sin dejar no obstante de gritar :- ¡Al untador!
¡ Cogerle ! » - Algunos sin embargo , se retiraban con más
- 316

lentitud , y de cuando en cuando se detenian apretando


los dientes, y amenazando con gestos al muchacho , el cual
por su parte contestaba enseñándoles los puños cerrados
con ademan amenazador .
-Déjame á mí , verás ahora ; le dijo uno de los enter-
radores ; y arrancando de encima de un cadáver un pedazo
de trapo asqueroso, le hizo un nudo aprisa en una de las
puntas, y agarrándole por la otra á manera de honda,
aparentó quererle arrojar contra aquellos obstinados, di-
ciendo á gritos : -¡Aguarda , canalla , aguarda ! » -
Horrorizados con esta amenaza , dieron todos la vuelta
corriendo como alma que lleva el diablo , de modo que
Renzo ya no vió menearse sino talones y pantorrillas.
Los sepultureros celebraron con algazara y risotadas
el triunfo, y acompañaron con voces de escarnio á los fu-
gitivos .
-Ya ves tú , dijo á Renzo el mismo sepulturero que le
habia hablado ántes , cómo nosotros sabemos defender á
la gente de pró : cada cual de nosotros vale por ciento de
esos cobardes.
-Cierto ; puedo decir que os debo la vida , y os doy
las gracias, respondió Renzo .
-No hay de qué , amigo , replicó el sepulturero ; tú te
lo mereces ; pues bien se vé que eres un guapo mozo. Ha-
ces bien en untar á esa canalla : úntalos bien , y acaba con
C ellos ; que nada valen sino cuando están muertos : en pre-
mio de la vida que hacemos , nos maldicen á todas horas,
y están diciendo que acabada la peste , nos han de ahorcar
á todos... Pero á bien que antes se han de acabar ellos que
la peste , y los sepultureros han de quedar solos para can-
tar la victoria y pasarse buena vida en Milan .
-¡Viva la peste , y muera la canalla ! exclamó el otro,
y con este maravilloso brindis , se echó á la boca ei frasco,
- 317 -

teniéndolo con las dos manos, y entre los traqueteos del


carro se humedeció bien el gaznate . Ofreciéndoselo luego
á Renzo, le dijo : - Toma , bebe á nuestra salud. » —
--Os la deseo de corazon , contestó Renzo ; pero mu-
chas gracias : no tengo gana de beber ahora.
Brava medrana te has chupado, segun parece ! dijo
el sepulturero . Se me figura que eres tú poco hombre : es
es menester otro desparpajo para ser untador.
-Déjalo. Cada uno se ingenia como puede , dijo el otro
sepulturero.
-¡Á ver, alárgame acá ese frasco ! dijo uno de los que
iban á pié al costado del carro; que quiero echar otro tra-
go á la salud de su dueño , que se halla aquí en esta famosa
compañía : allí , allí me parece que vá ; en ese otro car-
ruaje... Me alegro de llevarle de paseo en coche , aunque
no sea más que por el buen vino que tenia embotellado en
su bodega !.. -
Al decir esto, con una sonrisa tan atroz como maligna,
señalaba el carro que iba delante del en que estaba el triste
Renzo : y revistiendo luego su cara de demonio con una gra-
vedad más horriblemente grotesca que la anterior sonri-
sa , inclinóse sobre el carro á que habia señalado , y diri-
giéndose á uno de los cadáveres dijo: -Con perdon de su
señoría : justo es que un pobre sepulturero disfrute algo
de su bodega. Ya vé su señoría la vida que hacemos: y eso
que nosotros somos los que le hemos colocado en ese sun-
tuoso coche para llevarle á que se pasee un poco . Ademas,
á los señores les hace daño el vino; pero nosotros tenemos
siempre buen estómago.
Y entre las carcajadas de los compañeros , agarró el
frasco, y se le llevó á la boca; pero ántes de beber se vol-
vió á Renzo, y con tono entre de compasion y de despre-
cio , le dijo :
H 21
318

Sin duda el diablo con quien has hecho pacto , debe


ser muy jóven , porque á no haber sido por nosotros , hoy
te la habias hallado :-y entre risotadas y burlas se echó
el frasco á pechos .
-¡Hé ! ¡ hé ! borrachon . ¿Y nosotros? ¿Nos quieres dejar
alpiste ? dijeron gritando los del carro que iba delante.
Así que el pícaro bebió cuanto quiso , dió con las dos
manos el frasco á los demas compañeros , los cuales lo
pasaron de unos á otros , hasta que fué á parar á manos
de uno que, despues de apurarlo , lo agarró del cuello , y
dándole un par de vueltas, lo tiró contra el suelo gritando:
-¡Viva la mortandad ! » -; y despues, de decir estas pala-
bras, se puso á entonar una cancion inmunda , en la que
á coro le acompañaron todos los demas bribones , sus
compañeros. Aquella infernal cantinela vino á turbar la
silenciosa soledad de las calles, juntándose al ruido de las
voces el sonido de las campanillas , el chillar de los
carros , y las ruidosas pisadas de los hombres y caballos,
y retumbando en el interior de las casas de manera que
angustiaban el corazon de sus habitantes.
¿Qué cosa habrá que en ciertas ocasiones no pueda
servir de algo? El momentáneo y pasagero apuro de Ren-
zo le hizo más que tolerable la compañía de aquellos
muertos y de aquellos vivos , y era ya música casi agra-
dable á sus oidos la que le evitaba la repugnancia y el dis-
gusto de conversar con gente tan abominable. Todavía
entre azorado y revuelto , daba gracias á la Providencia
por haberle sacado de aquel conflicto sin haber recibido,
ni haber hecho daño alguno , y le pedia que le ayudase
ahora á libertarse de sus mismos libertadores . Por su
parte iba en acecho , ya volviendo la vista hácia aque-
• llos desalmados , ya mirando la calle para encontrar la
ocasion de escurrirse á la sordina sin darles márgen á
319

meter bulla , ó á algun escándalo que diese en qué sos-


pechar á los que pasasen.
Cuando hé aquí que , al volver de una esquina , le pa-
reció conocer el paraje en que se hallaba , y examinán-
dole con más atencion , le reconoció por más de una seña .
Era justamente el coso de Puerta Oriental ; aquel mismo
por donde unos veinte meses antes habia entrado muy de
espacio , y por donde habia salido luego más que de prisa.
Acordóse al momento que por allí se iba en derechura al la:
zareto; y el hallarse casualmente en el camino que buscaba,
sin haber practicado diligencia alguna por su parte , lo tuvo
por un beneficio especíal de la Providencia , y por un presa-
gio feliz para lo restante . En esto venia hácia los carros
un comisario, dando voces á los sepultureros para que pa-
rasen , y no sé para qué otra cosa . Lo cierto es que hicie-
ron alto , y la cantinela se convirtió entonces en una
confusa algazara. Uno de los sepultureros se habia ba-
jado del carro en que estaba Renzo , y éste , diciendo al
otro : « Os doy gr -cias por vuestra caridad , Dios os lo
pague, se deslizó por el lado opuesto.
- « Anda , anda , `pobre untadorcillo , contestó aquel ;
no serás tú seguramente el que despueble á Milan .
Por fortuna, nadie habia que pudiese oirlo, y como el
convoy se habia parado en la acera izquierda del coso,
tomó Renzo la derecha , y consiéndose á la pared , siguió
trotando hacia el puente; pasóle, siguió la calle del Borgo
reconoció al pasar cerca de él, el convento de los Capu-
chinos cerca de la puerta vió sobresalir el ángulo del
lazareto, y al salir por el postigo, se presentó á su vista
la escena exterior de aquel recinto , que no siendo sino un
pequeño indicio de lo que pasaba en su interior, era sin
embargo un cuadro inmenso , variado é indescriptible .
Por la extension de los dos costados que se descubren
-320

mirando desde aquel punto , todo era un enjambre, un


flujo y reflujo , un continuo tropel . Enfermos, que á ban-
dadas eran conducidos al lazareto , y de los cuales muchos
estaban sentados, ó tendidos en las dos orillas del foso que
corre porambos lados del camino , unos por faltarles las fuer-
zas para entrar en el recinto, y otros por haber salido deses-
perados, y no haber tenido aliento para pasar más adelante .
Otros enfermos vagaban á la desbandada como estólidos,
y no pocos habia faltos enteramente de razon . Quién ,
enfervorizado , estaba contando sus cuitas á otro , que opri-
mido por el mal, apénas le escuchaba : quién desvariaba
furioso, y quién risueño en apariencia, estaba como quien
asiste á una diversion; pero la especie más extraña y rui-
dosa de aquella triste algazara , era un canto alto y con-
tinuado, que, aunque parecia partir del bullicioso con-
curso, sobresalia sin embargo de todas las demas voces,
una cancion popular de amor festivo y jocoso de las lla-
madas pastorelas . El que con el deseo de saber quién en
medio de tanta afliccion podia estar alegre, hubiera ca-
minado en direccion del punto hacia donde sonaba la voz,
habria visto á un infeliz, que sentado tranquilamente en
la orilla de la alberca que lame los muros del lazareto,
cantaba á voz en grito mirando hacia arriba .
Apenas habia dado Renzo algunos pasos por el lado
meridional del edificio, cuando se levantó una gritería ex-
traordinaria y se oyeron las voces lejanas de-« cuidado;
tenedle , tenedle . » -Pónese Renzo.de puntillas, atisba ade-
lante, y ve venir á escape un mal rocin , montado por un
jinete de peór traza . Era un frenético què , viendo aquel
arimal suelto cerca de un carro , montó en él, y golpean-
dole el cuello á puñetazos, y los hijares con los talones,
le arreaba con furia . Seguíanle algunos sepultureros dán-
dole voces , y escurecia el cielo el polvo que levantaba.
321 --

De esta manera , aturdido Renzo , y cansado ya de ver


tantas lástimas, llegó á aquel recinto , en donde eran
quizá en mayor número las que habia reunidas, que cuan-
tas encontró diseminadas en todo el espacio que tuvo que
andar, Asomóse á la puerta, se metió debajo del pórtico,
y quedóse allí algunos instantes inmóvil .
322

CAPÍTULO XXXIV .

EL LAZARETO .

NTES de penetrar con Renzo en el lazareto , figúrese


Avres
el lector aquel recinto rebosando de apestados , nada mé-
nos que en número de diez y seis mil; toda su área ocu-
pada, aquí con barracas , allí con tinglados, en una parte
con carros , en otra con gente : sus dos crujías de porta-
les á derecha é izquierda, cubiertas de enfermos , mori-
bundos y cadáveres , sobre colchones, sobre paja , ó en el
santo suelo ; en ambos tramos un bullir , un movimiento
á manera de marea ; y en el centro, un ir y venir , un pa-
rarse, un correr, un bajarse, un levantarse de convale-
cientes , frenéticos y sirvientes, que mareaba . Éste fué el
cuadro que se presentó á la vista de Renzo , y el que
lo detuvo allí perplejo, asombrado y compungido . No nos
proponemos describir aquel edificio por partes , ni tam-
poco lo agradecerian nuestros lectores : sólo siguiendo á
nuestro serrano en su penoso reconocimiento , nos para-
remos cuando él se pare ; y de lo que á él le tocó ver, di-
remos lo necesario para referir exactamente lo que hizo,
y las aventuras que le sucedieron .
Desde la puerta en donde se habia parado hasta la
capilla del medio, y desde allí á la otra puerta de enfrente,
323

habia como una calle , sin barracas ni otro obstáculo algu-


no. Al dirigir la vista hácia aquella parte , notó Renzo que
andaba mucha gente afanada en apartar carros, y desem-
barazar el sitio , dirigiendo la operacion dependientes y
capuchinos , los cuales echaban de allí á todos los que
nada tenian que hacer en aquel punto. Y temiendo que á
él tambien del mismo modo le expulsasen, se metió en
derechura por entre las barracas y por el lado que casual-
mente tenia enfrente , que era la derecha.
Marchando adelante, segun le permitia sentar el pié
el espacio entre barraca y barraca , metiendo la cabeza en
cada una de ellas , echando la vista á todos los rincones,
mirando con atencion todos los rostros , tanto los abatidos,
macilentos ó contraidos de los enfermos, como los de los
muertos , se afanaba para ver si acaso conseguia dar con
aquel, que por otra parte temia tanto encontrar. Pero ya
habia andado buen trecho, y repetido varias veces aquel
doloroso exámen, sin haber visto mujer alguna ; de donde
infirió que estarian en paraje separado. Acertó en esto;
pero del sitio, ni tenia indicio ni podia formar conjetura.
De cuando en cuando encontraba empleados y depen-
dientes tan diversos en aspecto, modales y traje , cuanto
lo era el principio que daba á unos y á otros igual fuerza
para ejercer semejantes oficios ; principio que en unos
era la estincion de todo género de compasion y de senti-
mientos de humanidad, y en otros una piedad sobre-
humana: sin embargo , ni de unos ni de otros se atrevia á
tomar lenguas por miedo de encontrar algun nuevo estor-
bo , y por consiguiente, resolvió continuar andando hasta
ver si lograba descubrir por sí solo el departamento de
las mujeres. Sin embargo, aun con este propósito, no po-
dia menos de ir mirando á todas partes, bien que de tiem-
po en tiempo tuviera que retraer la vista, horrorizado con
324 -

tantas lástimas; pero ¿adónde volverla? ¿adónde dirigirla,


sino á lástimas de igual naturaleza?
Aumentaban el horror que ocasionaban aquellos luga-
res el aire y el aspecto mismo del cielo. La niebla que
desde el amanecer ocultaba al sol , se habia disipado y
convertido en grandes nubarrones , que tornándose cada
vez más oscuros y compactos, daban al cielo el aspecto de
un crepúsculo tempestuoso ; salvo que , en medio de aquel
cielo opaco , apareciera , como detras de un denso velo , el
disco del sol , que descolorido esparcia en torno una dé-
· mismo tiempo un congo-
bil vislumbre , dejando sentir al
joso bochorno. De cuando en cuando , entre un confuso
zumbido, se oia por intervalos bramar á lo léjos el trueno,
á manera de un carro que corre , y que de repente se para.
No se veia en el campo doblarse una rama , ni se veia un
pájaro volar entre los árboles ; sólo la golondrina , cor-
riéndose de improviso sobre el tejado del edificio , bajaba
con las alas tendidas, como para explorar el terreno ; pero
aterrada á vista de aquel espantoso conjunto de cosas, se
remontaba en rápida fuga. En fin , era uno de aquellos
cuadros luctuosos de la naturaleza , del cielo , de la tierra,
del aire ; uno de aquellos solemnes momentos en que , en
un convoy numeroso de caminantes, ninguno hay que rom-
pa el silencio ; en que el cazador camina pensativo, miran-
do al suelo, y la campesina sin advertirlo , suspende su
canto ; era una de rquellas horas que preceden á la tor-
menta, y en que la naturaleza, como inmóvil en lo exterior,
pero agitada interiormente , parece que oprime á los mor-
tales , añadiendo cierto entorpecimiento á todo trabajo,
y haciendo molesta la ociosidad y aun hasta la existencia
misma. Pero con especialidad en aquel sitio , destinado ex-
presamente á los padecimientos y á la muerte , se veia al
hombre luchando con el mal y cediendo á este nuevo gé-
325 d

nero de opresion. A ojos vistas se empeoraban los enfer--


mos á millares ; la última lucha que en aquel momento
sostenian era más penosa que habia sido otra alguna , y
con el aumento de los dolores salian más agudos los ge-
midos ; por manera , que quizá en aquel recinto no habia
pasado otra hora tan amarga como aquella .
Largo rato habia ya que infructuosamente recorria Ren-
zo los tortuosos callejones que formaban las barracas , cuan-
do entre la variedad de los lamentos y la confusion de aquel
murmullo, empezó á distinguir mezclados en son confuso ,
balidos de cabras y llantos de niños , que al parecer salian
de un recinto cercado de tablones . Acercóse á mirar por
una larga rendija , y vió en lo interior diferentes barracas;
y tanto en ellas como en el espacio desocupado, en lugar
de una enfermería , niños tendidos sobre sábanas , coberto-
res ó almohadas, y amas de leche y otras mujeres, ocu-
padas en asistirlos : pero sobre todo llamaban la atencion
varias cabras que , mezcladas con las mujeres, las ayuda-
ban en aquel ejercicio : en fin , aquel era un hospital para
niños inocentes, cual el tiempo y las circunstancias podian
proporcionarlo. Admiraba y enternecia el ver cómo alguno
de aquellos animales, tendidos y quietos sobre los niños ,
les daban de mamar ; y cómo otros , acudiendo al llanto
de aquellas tiernas criaturitas como por instinto materno,
sé paraban cerca de ellas , y procurando acomodarse bien,
balaban como pidiendo que alguno acudiese á ayudar á los
dos en su intento.
Sentadas en diferentes partes veíanse nodrizas con niños
al pecho, haciendo algunas de ellas tales demostraciones de
cariño, que no era fácil distinguir si las habia traido allí el
estipendio, ó aquella espontánea caridad que sale al en-
cuentro de las necesidades y las penas para socorrerlas ó ali-
viarlas. Una de ellas , toda afanosa, quitaba de su pecho , ya
326

agotado, á una cuitada criatura , é iba á buscar una cabra


que hiciese sus vesces: otra miraba con complacencia al
niño que se le habia quedado dormido sobre el pecho, y
besándole suavemente, iba á acostarle en su barraquilla; y
otra, abandonando el pecho á un niño extrañó , no por
distraccion, sino con piadoso afecto , tenia los ojos levan-
tados al cielo . ¿ Quién al ver la actitud dolorosa de esta
última , y al contemplar los solícitos cuidados que á aquel
niño prodigaba , no se sentiria movido á creer, que la
mente de aquella pobre madre estaba fija entónces en la
memoria de otro niño , nacido de sus entrañas , y que
pocos momentos ántes quizas habia mamado de aquel
pecho y espirado sobre él ?
Ademas de aquellas mujeres que allí desempeñabán
los cargos de nodrizas , habia algunas otras ocupadas en
diferentes oficios , segun las edades y disposiciones de
cada cual; y así, mientras que una acudia solicita al lado de
un niño que lloraba , para llevarlo adonde una cabra se
hallaba paciendo , otra sujetaba á alguno de aquellos
animales que rehusaba su leche al hambre1 de un huer-
fanito , y otra, meciendo ó paseando en sus brazos otro
niño , ya procuraba dormirle con arrullos , ya inten-
taba acallarlo con cariñosas palabras, llamándole con un
nombre que ella misma le habia puesto . En esto llegó allí
un capuchino con la barba muy blanca , trayendo en cada
brazo un niño llorando , que acababa de retirar del lado
de sus difuntas madres . Corrió á recojerlos una mujer, y
presurosa comenzó á buscar con la vista, entre las amas
y las cabras, las que pudieran servirles de nodrizas .
Aunque interesado Renzo en aquel espectáculo de tris-
tísima ternura, como quiera que no era poderoso para ha-
cerle olvidar el principal motivo que allí le habia llevado,
separóse más de una vez de la rendija para marcharse,
327

pero muy luego se volvia otra vez á mirarlo otro momento.


Separóse por fin de aquel punto, y siguiendo el anden
adelante, anduvo hasta que un monton de barracas le obli-
gó á torcer el rumbo . Prosiguió entonces caminando
á la vera de las mismas barracas , con ánimo de tomar otra
vez su primitiva ruta, y dando la vuelta, descubrir nuevo
terreno . Mientras miraba adelante para continuar el ca-
mino, hirió su vista un objeto pasajero y momentáneo,
que le causó una agitacion extraordinaria. Vió á unos cien
pasos de distancia pasar y perderse entre las barracas á
un capuchino que, aunque distante y de paso , se parecia
en el modo de andar, en el aire y en el porte , al padre
Cristóbal. Con el afan que es fácil imaginar, corrió hácia
aquella parte, dando mil vueltas , buscando por todos la-
dos, y recorriendo todos aquellos callejones , hasta que lo-
gró volver á divisar con duplicado gozo al mismo fraile y con
la misma semejanza; pero ya esta segunda vez le vió algo
más de cerca, en el momento en que se separaba de un gran
caldero , y con una cazuela en la mano iba hácia una bar-
raca : luego le vió sentarse á la puerta de ella , hacer la se-
ñal de la cruz sobre la cazuela y ponerse á comer , despues
de haber mirado al rededor por si alguien con urgencia le
buscaba. Efectivamente aquel era el padre Cristóbal .
Su historia, desde que le perdimos de vista hasta el
momento presente, la referiremos en dos palabras . No se
habia movido de Rimini, ni pensado en moverse hasta que,
declarada la peste en Milan , se le ofreció tan buena ocasion
de sacrificar su vida por el prógimo , que era lo que siem-
pre habia deseado. Pidió con grande instancia asistir y
servir á los apestados , y como ya á la sazon habia muerto
el buen Conde consejero, tio de D. Rodrigo, y por otra
parte era mayor la necesidad de enfermeros que de po-
líticos, se le concedió sin dificultad le que solicitaba . Con
328 -

esto vino á Milan y entró inmediatamente en el lazareto,


en donde habia ya tres meses que estaba aposentado.
Pero el placer de encontrar al buen religioso no le
obtuvo Renzo sin espinas , pues le encontró sumamente
acabado, flaco, y con tan pocas fuerzas , que sólo su amor
al prógimo podia sostenerle en aquel penoso ejercicio.
Quedóse tambien el religioso mirando al jóven que se
le acercaba , el cual , con jestos, no atreviéndose á levan-
tar la voz , procuraba darse á conocer.
-¡Ah, padre Cristóbal ! exclamó al fin, cuando estuvo
ya cerca del religioso .
-Renzo! Tú por acá ! dijo el capuchino , poniendo en
el suelo la cazuela y levantándose de su asiento .
-¿Cómo está su reverencia , padre mio? ¿cómo está
usted? dijo Renzo .
-Mejor que tantos pobres como habrás visto aquí,
contestó el fraile con voz débil, opaca, y tan mudada como
toda su persona. Sólo sus miradas eran tan vivas, y si cabe,
algo más que antes ; como si la caridad, más ardiente al
concluirse la obra , y más gozosa por verse inmediata á su •
principio, le restituyese un fuego más activo y más puro
que el que la enfermedad iba poco á a poco apagando.-
Pero ¿tú, prosiguió, cómo has venido aquí? ¿ Y por qué
vienes de esa manera á arrostrar la peste?
-Ya , gracias a Dios , la he pasado ... Vengo á saber
de Lucía.
-¿Está aquí Lucía?
-Aquí está , ó á lo ménos , espero en Dios que así
sea.
-¿Y te casaste con ella?
-¡Ah! No, padre Cristóbal. No sabe su reverencia
lo que ha pasado?
—No , hijo mio . Desde que Dios me separó de vos-
329

otros , nada he vuelto á saber ; pero ahora que el cielo


te envia, en verdad deseo mucho saber lo que ha su-
cedido ... Pero ¿y aquella requisitoria ?
-¡Ah ! ¡ Segun veo , está enterado de eso su reve-
rencia?
-Sí: sé que te han perseguido , y aun tengo alguna
vaga noticia del por qué. Pero tú no habrás hecho nada
malo; ;es verdad , hijo mio ?...
-Oigamę, padre : Si quisiera decir que tuve juicio,
aquel dia en Milan , diria una mentira ; pero acciones
malas , no señor, ninguna hice .
-Te lo creo. Ya lo decia yo .
-Ahora ya se lo puedo contar todo á su reverencia .
-Aguarda, dijo el capuchino , y dando algunos pasos
fuera de la barraca, sacó la cabeza y alzó la voz llamando
á uno. Al oir aquella voz se presentó un padre capuchino ,
bastante jóven, al cual frai Cristóbal le dijo : —« Hágame la
caridad , padre Victor , de cuidar por mí á esos pobreci-
llos mientras me recojo un rato; pero si alguno me busca-
se , llámeme , especialmente si es la persona que su reve-
rencia sabe. Si acaso volviese en sí, avíseme al momento.
El capuchino jóven contestó que así lo haría ; y vuelto
el anciano hacia donde estaba Renzo .
-Entremos aquí, le dijo : mas parándose luego, pro-
siguió Me parece que estás muy decaido: debes precisa-
mente tener necesidad de comer.
-Si , señor , contestó Renzo. Ahora que me hace
pensar su reverencia , me acuerdo de que todavia no me
he desayunado .
-Pues aguárdate aquí, dijo el fraile . Y tomando otra
cazuela , se encaminó á donde estaba el caldero, y volviendo
con ella llena al lado de Renzo , se la presentó con una cu-
chara : le hizo sentar sobre un gran saco, que al padre ser-
330 -

via de cama, y llegando luego á un barrilito que estaba en


un rincon , sacó un vaso de vino , le puso en una mesita
cerca de su huésped , tomó de nuevo la cazuela suya , y se
sentó á comer al lado de aquel .
¡Oh! padre Cristóbal , sólo su reverencia hace estas
cosas : bien se vé que siempre es el mismo. Yo le dió las
gracias de todo corazon .
-No me des las gracias , contestó el religioso : este
es el caudal de los pobres , y tú tambien lo eres en este
momento . Vamos, ahora dime lo que no sé ; pero no gas-
tes muchas palabras , porque el tiempo es corto , y hay
mucho que hacer.
Entónces principió Renzo , entre cucharada y cuchara-
da , la historia de Lucía , expresando cómo fué recogida
en el convento de Monza , y despues robada ... Al oir el
padre los padecimientos y peligros pasados por la jóven,
y al pensar que él habia sido el que la habia enviado á
aquel monasterio, se estremeció; pero luego cobró aliento
al saber cómo fué milagrosamente libertada , restituida á
su madre, y acomodada en casa de doña Praxedes.
-Ahora le contaré á su reverencia mis aventuras, pro-
siguió Renzo ; y contó en resúmen la jornada de Milan , y
de cómo habia tenido que salir huyendo, y el tiempo que
habia pasado fuera de su casa , hasta que al fin , viendo que
andaba tan revuelto el cotarro , se habia animado á ir á su
pueblo ; cómo allí no habia encontrado á Inés , y cómo ha-
bia sabido que Lucía estaba en el lazareto. — -- « Y aquí me
tiene ahora su reverencia , Padre mio, con un palmo de
lengua afanándome por hallar á esa pobrecilla , ansioso
de hallarla , por saber si vive , y si tiene todavía las mis-
mas intenciones ... Porque ... á veces...
-Pero ¿ cómo ha sido el dirigirte aquí ? preguntó el
Capuchino . ¿ Tienes algun indicio del parage dónde la
331 -

hayan colocado, de cuándo ha venido ?


-No sé nada más , Padre mio : nada , contestó Ren-
zo, sino que está aqui , si es que ¡ Dios lo quiera! está .
-¡Pobrecitos ! ¡ Y hasta ahora , qué diligencia has
practicado ?
-He dado' vueltas y más vueltas por todo este labe-
rinto, pero hasta ahora no he visto sino hombres. Bien
me he figurado que las mujeres estarian en otra parte se-
parada ; pero no he podido encontrarla ; y si es así , ahora
podrá su reverencia enseñármela .
-¿No sabes tú , hijo mio, que está prohibido que en-
tre allá persona que no tenga algun encargo ?
-Pero yo podré entrar ; porque esas leyes...
-La disposicion , amigo mio, es justa y santa ; y si la
gravedad y multitud de los males no permite que se pue-
da hacer observar con todo el rigor, ¿ es esta por ventura
una razon para que un hombre de bien la quebrante ?
-Pero, Padre Cristóbal , dijo Renzo , Lucía es , como
quien dice, mi mujer ; su reverencia sabe muy bien por
qué no lo es del todo... Y cuando llevo ya veinte meses
de llorar y rabiar sin decir esta boca es mia ... Y cuando,
expuesto á mil contingencias , á cual peor, he venido aquí
á buscar á Lucía , me parece que bien tengo razon para...
-No sé qué decirte , replicó el religioso , contestando
más bien á la intencion que á las palabras de Renzo . Tú
vas con buen fin ; y ¡ ojalá que todos los que tienen fran-
ca la entrada en este sitio, se comportasen como estoy
seguro que lo harás tú! Dios, que sin duda bendice esa
perseverancia tuya , y tu fidelidad en querer y buscar á
la que te destinó por esposa ; Dios, que si es más riguroso
que los hombres , es tambien más indulgente , no mirará
á lo que hay de irregular en ese modo tuyo de buscarla .
Acuérdate sólo que de la conducta que observes allí , ten-
332 -

dremos que dar cuenta los dos probablemente , no á los


hombres, pero sí á Dios . ¡Ven conmigo!
Diciendo esto el Padre , se levantó y tambien Renzo; el
cual, no dejando de hacerse cargo de las palabras de fray
Cristóbal, habia entrado en cuentas consigo mismo , y estaba
resuelto á no hablarle de aquella promesa de Lucía, como
ántes lo habia pensado , pues decia allá en su interior:-
« Si el Padre llega á saber esto, mayores dificultades me
vá á poner, y de todos modos , ó la encuentro, y siempre
habrá tiempo para hablar de ello , ó ... y entonces , ¿de
qué me servirá ?
Llegados á la puerta de la barraca que caia al Norte,
prosiguió diciendo el Padre Cristóbal :
-Escucha, nuestro padre Félix , que es el presidente
del lazareto , va á sacar hoy á los pocos que han curado
para que hagan la cuarentena en otra parte... ¿Ves aque-
lla iglesia, allí, en el medio? (y levantando la mano des-
carnada y trémula, señalaba á la izquierda, por entre el
aire opaco y cargado, la cúpula de la capilla que domi-
naba las miserables barracas:) - Pues allí, continuó, se van
reuniendo ahora para salir en procesion por la puerta por
donde tú has entrado .
-¡Ah! Por eso seria el estar desembarazando aquel
paraje, cuando yo vine.
-Cierto . ¿Y tambien habrás oido tocar una campana?
--Sí señor , una vez.
-Pues aquel era el segundo toque: al tercero todos de-
ben estar ya reunidos . El padre Félix les dirá cuatro pala-
bras, y luego irá con ellos . Á este último toque procurarás
estar allí, y colocarte detrás de todos , en donde sin estorbar
ni llamar la atencion puedas verlos pasar, mirando con cui-
dado por si Lucía estuviese entre ellos. Caso que , no lo
quiera Dios, no la encuentres allí, aquel departamento (y
333 -

levantó otra vez la mano , señalando el lado del edificio que


tenia al frente) aquel departamento , con más el piso bajo
que hay delante , están destinados para las mujeres. Verás
una estacada que separa aquel lado del nuestro; pero
como en unos parajes está rota , y en otras derribada , no
hallarás dificultad para entrar. Luego que estés dentro , y
con tal que tú no hagas cosa que dé motivo á sospechar ,
nadie probablemente te pondrá estorbo; mas si por acaso
te dijesen algo, contestarás que eres conocido del padre
Cristóbal de *** , y que él responderá por ti. Allí podrás
buscarla con confianza en Dios, y con resignacion; porque
no debes olvidarte de que es mucho lo que has venido á
buscar en este sitio . ¡ Buscar á una persona viva en el la-
zareto! ¿Sabes tú cuántas veces he visto renovarse esta mi
pobre grey? ¿Sabes cuántos y cuántos son los que he visto
entrar vivos , y cuán pocos son los que he visto salir ? Ve
preparado á aceptar un sacrificio ...
-Ya, ya lò entiendo , interrumpió Renzo inmután-
dose: lo entiendo . Iré, miraré, buscaré en todas partes, de
arriba abajo , en todos los parajes más ocultos del laza-
reto , ¡y si no la encuentro! ....
—Si no la encuentras, ¿qué harás?….. preguntó el capu-
chino con tono grave y ademan imponente. Pero Renzo,
á quien la cólera , quitándole ya la razon le hacia olvidar
todo respeto , prosiguió:
-Si no la encuentro, haré por encontrar á algun otro,
ó en Milan, ó en su infame palacio, ó al fin del mundo, ó en
los infiernos. Y si encuentro á aquel bribon que nos ha sepa-
rado! .. ¡ Pensar que á no haber sido por él, hace ya más de
veinte meses que Lucía seria mi mujer! y si nuestra suer-
te era la de haber muerto , á lo ménos hubiéramos muerto
juntos... Si ; como no se le hayan llevado los demonios,
yo le encontraré ...
H 22
334 ---

¡Renzo! dijo el fraile, cogiéndole de un brazo , y mi-


rándole todavía con más severidad. que ántes .
-Y si le encuentro , dijo el jóven , ciego enteramente
de cólera; si la peste no ha hecho ya el ofició de la jus-
ticia... veremos. Ya no estamos en tiempo en que un co-
barde pueda, rodeado de sus satélites, reducir las gentes á
la desesperacion , y burlarse de todos!... Ya ha llegado el
tiempo en que los hombres se encuentren cara á cara...
Yo sabré hacerme justicia...
-¡Desgraciado ! exclamó el padre Cristóbal con voz
que habia adquirido toda su antigua energía :—¡Desgra-
ciado ! -repitió alzando la cabeza que ántes tenia in-
clinada sobre el pecho , recobrando sus mejillas al mis-
mo tiempo el antiguo color de la juventud , y teniendo
no sé qué de terrible el movimiento de sus ojos :-¡Mira,
infeliz ! -proseguia , al paso que con una mano apretaba y
sacudia el brazo de Renzo , y señalaba alrededor con la
otra la dolorosa escena que le cercaba . - Observa quién
es el que castiga, el que aflige y perdona ; pero ¡ tú , gusa-
no de la tierra , quieres ejercer la justicia ! Vete , infeliz,
vete... Yo esperaba... sí , lo esperé ! .. ántes de mi muerte,
que Dios me hubiera concedido el consuelo de oir que vi-
via mi pobre Lucía , y quizá el de verla y oirla prome-
terme que en sus oraciones no olvidaría el hoyo que ha
de recibirme... Vete : tú me has privado de esta lisonjera
esperanza. No , Dios no la ha dejado en este mundo para
tí; y tú, por cierto , no tendrás la osadía de creerte digno
de que Dios te consuele . Á ella sila habrá atendido el Se-
ñor , porque es de aquellas almas para quienes están re-
servados los consuelos eternos ... Pero tú , vete, que ya
no tengo tiempo para escucharte.
Diciendo esto ; apartó de sí el brazo de Renzo, y se di-
rigió hácia una barraca de apestados.
335 ---

-¡Ah , padre ! dijo Renzo , siguiéndole con demos-


traciones de súplica : ¿ Querrá su reverencia echarme de
esta manera ?...
-¡Cómo ! repuso el capuchino con voz no ménos se-
vera: ¿ querrás exigirme que yo robe el tiempo à esos
desgraciados , que me aguardan para que les hable
del perdon de Dios , sólo para detenerme á oir tus voces de
encono y tus proyectos de venganza ? Te escuché cuando
me pedias consuelo y direccion: dejé la caridad en favor
de la caridad ; pero ahora, que veo tu corazon lleno de
venganza , ¿qué quieres de mí ? Vete ! he visto morir aquí
muchos ofendidos que perdonaron, y muchos ofensores que
se afligian por no poder postrarse delante del ofendido: con
unos y otros he llorado; pero ¿qué he de hacer contigo?
-¡Ah! ¡ le perdono ! ¡ le perdono de corazon , y para
siempre ! exclamó el jóven .
Renzo ! dijo con ménos severidad él capuchino :
acuérdate de que no es esta la primera vez que le has per-
donado...
Despues de una breve pausa , durante la cual nada
respondió Renzo , inclinó el padre de prontò la cabeza , y
con voz humilde prosiguió :
-¿Sabes tú , por qué llevo yo este hábito ?
Renzo no sabia qué decir.
-¿Lo sabes ? repuso el anciano.
-Lo sé , contestó Renzo .
-Yo tambien aborrecí : yo , que te he reconvenido
por un pensamiento, por una palabra , aborreci á un
hombre de todo corazon : le aborrecí por largo tiempo...
y le quité la vida...
-Sí , pero era un tirano , contestó Renzo : era uno de
aquellos....
-Calla , calla ! le interrumpió el religioso : Crées tú
336

que si hubiera una buena razon que me disculpara , no la


hubiera encontrado yo en treinta años? ¡Ah! si yo pudiera
introducir en tu corazon el afecto que luego he profesado
y profeso al hombre á quien odiaba!.. Si pudiera yo ... pero,
¿quién soy yo? Dios , que es quien lo puede , ¡ Dios lo haga !..
Escucha, Renzo : Dios te ama más á ti que tú mismo : tú pu-
diste pensar en tu venganza; pero Él tiene bastante fuerza,
bastante misericordia para impedirla, haciéndote esta gra-
cia. Tú sabes, y muchas veces lo has dicho, que El puede
detener la mano de un prepotente; pero debes saber tam-
bien, que puede desarmar la de un vengativo . Y porque eres
pobre y estás ofendido , ¿ crées tú que Dios no puede de-
fender contra tí á un hombre á quien creó á su imágen y
semejanza? ¿ Piensas tú que te habria dejado hacer lo
que quisieras? No. En fin , como quiera que salgan tus
proyectos , cualquiera que sea el triunfo que logres , ten
por seguro que todo será para tu castigo , mientras no per-
dones á tu ofensor de un modo que ya no tengas que
decir otra vez : yo le perdono.
-Sí , sí , dijo Renzo muy conmovido : conozco que
nunca le he perdonado de veras ; conozco que he habla-
do como una bestia , y no como cristiano , y ahora , por la
gracia del Señor , le perdono , y le perdono de todo co-
razon...
-¿Y si lo vieras ?...
-Pediria al Señor que me diese paciencia , y que áà él
le tocase el corazon .
-¿Te acordarás siempre de que el Señor no nos dijo
que perdonemos á nuestros enemigos , sino que los
amemos?
-Sí, padre mio , sí...
-Ea pues, ven á verle. Has dicho, le encontraré, y le
encontrarás. Ven, y verás contra quién mantenias tu ódio;
337 -

á quién osabas desear mal , y á quién querias ha-


cérsele!....
Y tomando entónces á Renzo de la mano , y estrechán-
dosela con la fuerza que pudiera un jóven , echó á andar .
Siguióle el muchacho , pero sin atreverse á hacer más
preguntas.
A no mucha distancia , se paró el religioso cerca de la
entrada de una barraca , y fijando los ojos en la cara de
Renzo con cierta gravedad mezclada de ternura , le tomó
del brazo y le introdujo en ella .
El primer objeto que se divisaba al entrar , era un en-
fermo sentado sobre un monton de paja, y que parecia no
sólo fuera ya de peligro , sino casi convaleciente , el cual,
viendo al padre , meneó la cabeza , como diciendo que no .
Bajó frai Cristóbal la suya, con señales de tristeza y de resig-
nacion. Dirigiendo entre tanto Renzo la vista con inquieta
curiosidad á los demas objetos , vió á tres ó cuatro enfer-
mos, y en un lado , á uno sobre una cama, envuelto en una
sábana, y encima, á manera de colcha , una capa de per-
sona distinguida . Le miró bien ; y al conocer que era Don
Rodrigo, hizo ademan de retirarse ; pero el capuchino, ha-
ciéndole sentir la mano con que le tenia aferrado, le apro-
ximó á los piés de aquella tarima , y extendida la otra mano,
señalaba con el dedo al hombre allí postrado .
Estaba el infeliz sin movimiento , con los ojos muy
abiertos, pero inmóviles ; el rostro descolorido, con man-
chas negras, y negros igualmente é hinchados los lábios . Su
cara hubiérase dicho que era de un cadáver, si cierta con-
traccion violenta no hubiese dado muestras de que una vida
tenaz animaba todavía aquel cuerpo . Levantábasele el
pecho de cuando en cuando , á consecuencia de una pe-
nosa respiracion ; y con la mano derecha, que tenia fuera
de la capa, se comprimia el costado cerca del corazon ,
- 338

hincando en él los corvos dedos , todos amoratados y ne-


gros por la punta .
¿Le ves ? dijo el capuchino á Renzo en voz baja : pue-
de ser castigo , puede ser misericordia , pero el sentimiento
que experimentes ahora por ese hombre que tanto te ha
ofendido , será el mismo con que Dios te mirará en eltre-
mendo dia . ¡Bendícele , pues, y serás bendecido !.. Hace cua-
tro dias que ha entrado aquí como le ves , sin dar indicios
de sentir ni conocer nada. Quizá el Señor está dispuesto á
concederle una hora de arrepentimiento ; pero querrá que
tú se lo ruegues : quizá quiere que tú con la inocente
Lucía, intercedais por él : quizá quiere conceder la gracia
en virtud de las oraciones de un corazon afligido y re-
signado : quizá depende sólo la salvacion de ese hombre
y la tuya , de una muestra sincera de tu perdon , de tu
compasion , y... de tu amor.
Calló el padre Cristóbal, yjuntando las manos , bajó so-
bre ellas la cabeza , como para rezar : lo mismo hizo Ren-
zo. Á poco de estar en aquella postura , oyeron el tercer
toque de la campana. Recobráronse ambos , y segun lo
acordado , salieron ; pero ni el uno hizo preguntas , ni el
otro protestas; sus rostros hablaban más elocuentemente .
-Vete ahora , dijo el fraile , y vete preparado para
cualquier sacrificio , y á alabar al Señor , cualquiera que
sea el resultado de tus indagaciones . Sea el que fuere,
no dejes de venir á comunicármelo , que juntos alabare-
mos despues á Dios .
Aquí sin decir más , se separaron ; el uno volvió al
sitio de donde habia venido , y el otro se dirigió á la ca-
pilla , la cual sólo distaba un tiro de piedra .
339 --

CAPÍTULO XXXV.

EL ENCUENTRO .

UIEN hubiera dicho á Renzo pocas horas ántes que,


en lo más crítico de sus pesquisas , y en los momentos de-
cisivos y de más duda , su corazon habia de andar dividido
entre Lucía y D. Rodrigo: y sin embargo , la cosa era así.
El aspecto que presentaba el pobre caballero cuando él le
vió, se asociaba á todas las imágenes , ya agradables , ya tris-
tes, que en aquel tránsito le ofrecian sucesivamente el te-
mor y la esperanza; y las palabras que oyó á los piés de la
tarima de D. Rodrigo resonaban en medio de la penosa
disyuntiva en que luchaba su mente, y no podia concluir
una súplica al cielo por el feliz resultado de su empresa ,
sin que tuviese relacion con la que empezó en aquel sitio,
y que el toque de la campana vino á interrumpir.
La capilla octógona que sobre gradas se eleva en me-
dio del lazareto , en su primitiva construccion estaba
abierta por todos lados, y se sostenia únicamente sobre
columnas y pilares, formando cada frente un arco entre
dos intercolumnios . Por dentro corria un pórtico , que
daba vuelta á la parte de fábrica que propiamente podia.
llamarse iglesia , compuesto sólo de ocho arcos sostenidos
por pilastras correspondientes á las exteriores, y cubierto
- 340 -

todo él con una cúpula ; por manera que el altar coloca-


do en el medio, podia verse desde todas las ventanas in-
teriores del recinto, y aun desde todos los puntos del área ..
Apénas echó á andar Renzo , cuando divisó en el pór-
tico al Padre Félix , puesto bajo el arco del medio que mira
á la ciudad , y delante de él reunida al pié de las gradas
toda la gente ; y conoció por los ademanes del religio-
so, que ya habia éste empezado el sermon .
Al cabo de mil vueltas y revueltas , logró Renzo llegar
á la cola del auditorio , como se le habia prevenido; y en-
tónces se paró para recorrerle con los ojos ; pero no pudo
divisar sino una piña , y pudiéramos decir, un empedrado
de cabezas , de las cuales habia en el medio cierto núme-
ro, cubiertas con pañuelos unas, y otras con velos . Allí
fijó la vista con más atencion ; pero no pudiendo distin-
guir los semblantes, la dirigió á donde todos los demas
tenian puesta la suya. Dejóle admirado y conmovido el
venerable aspecto del orador, y con la parte de atencion
que aún podia aplicar à su discurso, estuvo escuchando el
trozo siguiente :
«Consagremos, hermanos mios, un pensamiento á mil y
mil individuos que han salido por esa puerta , decia el
Padre Félix , señalando con el dedo la que conducia al ce-
menterio llamado de San Gregorio , que entonces estaba
reducido á una inmensa zanja : echemos una mirada á los
mil y mil que aún quedan aquí, sin saber por dónde
saldrán, y dirijamos otra luego sobre nosotros, que tan po-
cos somos , y que salimos á salvo . ¡ Bendito y alabado
sea el Señor! ¡ Bendito en su justicia! ¡ bendito en su mise-
ricordia ! ¡ bendito en la muerte ! ¡ bendito en la salud! y
bendito por la eleccion que se ha dignado hacer de nos-
otros! ¡Ah! ¿Con qué otro fin lo habrá querido , hijos mios,
sino con el de retener para sí á una pequeña grey , amaes-
341

trada por las tribulaciones, y enfervorizada con el agrade-


cimiento , para que penetrándonos mejor de que la vida es
un beneficio suyo , hagamos de ella el apreció que mere-
ce un don que debemos á su bondad infinita , y la em-
pleemos en obras que podamos ofrecerle; y últimamente ,
para que la memoria de nuestros padecimientos nos haga
más compasivos y benéficos para con nuestro prógimo !
Edifiquemos entre tanto con nuestro ejemplo á éstos en
cuya companía hemos padecido, temido y esperado , y en-
tre los que dejamos amigos y parientes , y los cuales todos ,
al cabo son hermanos nuestros : entre estos , pensemos es-
pecialmente en aquellos que nos verán pasar , y á quienes
acaso servirá de consuelo el pensar que algunos salen vivos
y sanos. ¡ No permita Dios que descubran en nosotros un
gozo desmedido por habernos libertado de una muerte,
contra la cual ellos luchan todavía ! Hagámosles ver que nos
marchamos dando gracias por nosotros y rogando por
ellos, y ofrezcámosles motivo para que puedan decir : « és-
tos, aun fuera de aquí , se acordarán de nosotros , é implora-
rán la clemencia del cielo para estos pobres desgraciados .
Empecemos desde este viaje , desde estos primeros pasos,
una vida toda de caridad . Los que habeis adquirido vuestro
antiguo vigor, ofreced un brazo fraternal á los débiles: ¡jó-
venes, sostened á los ancianos! Los que habeis quedado sin
hijos, ved al rededor de vosotros cuántos han quedado sin
padres: sedlo para ellos , y esta caridad, al paso que lavará
vuestros pecados, mitigará tambien vuestros dolores . >
Aquí un sordo murmullo de gemidos y sollozos que
se iba extendiendo repentinamente en la concurrencia ,
quedó un momento suspenso al ver al predicador echarse
una soga al cuello y arrodillarse ; y todos , con gran silencio,
se pararon atentos aguardando lo que les iba á decir.
Por mí , dijo , y por todos mis compañeros , los que
342

tuvimos sin merecerlo la suma dicha de ser escogidos


para gozar del privilegio de servir á Dios en vuestras per-
sonas , os pido humildemente perdon por si no hubiése-
mos llenado dignamente tan alto ministerio . Si por pe-
reza , si por indocilidad de la carne no hemos acudido
como debíamos á vuestras necesidades ; si por una injusta
impaciencia , ó un culpable desabrimiento os hemos mos-
trado un rostro desdeñoso y severo ; si tal vez la despre-
ciable idea de que nos necesitábais, nos ha inducido á no
trataros con la humildad que debiamos ; si por nuestra
fragilidad hemos cometido alguna accion que os haya
causado escándalo , perdonadnos ; y así Dios os perdone
vuestras faltas . »
Y haciendo la señal de la cruz sobre el auditorio, se
levantó .
Nosotros hemos podido referir, sino las palabras más
culminantes, á lo ménos el sentido de ellas ; pero el modo
como las pronunció , no es posible describirlo . Era como
de un hombre que llamaba privilegio el servir á los apes-
tados, porque tal lo creia ; que confesaba no haber cor-
respondido dignamente , porque así le parecia ; que pedia
perdon , porque pensaba necesitarlo . Pero las gentes que
habian visto en derredor de sí á aquellos Capuchinos,
ocupados únicamente en servir y socorrer á los meneste-
rosos y afligidos ; que habian visto morir á tantos, y al
que hablaba por todos ser el primero en el trabajo como
lo era en la autoridad , ménos cuando estuvo acometido
por el mal , no podian menos de sollozar y de verter lá-
grimas en respuesta á tan santa humillacion . Cogió luego
el venerable religioso una cruz , que estaba apoyada sobre
una pilastra : la levantó delante de sí , dejó las sandalias
en una orilla del pórtico exterior, bajó los escalones de la
capilla , y por entre la muchedumbre, que reverente le
343

abria calle , pasó á ponerse á la cabeza de ella .


Renzo , con los ojos arrasados en lágrimas , ni más ni
ménos que si hubiese sido uno de aquellos á quienes se
dirigia el Capuchino , se retiró tambien , poniéndose al
lado de una barraca , donde se mantuvo escondiendo el
cuerpo, alargando la cabeza , abriendo los ojos , y dándole
el corazon tales latidos que parecia que le iba á romper el
pecho . Y eso que aquella agitacion habia sido un tanto mi-
tigada por cierta confianza nacida de la misma conmocion
que habia causado en él la plática del Padre Félix y el
euternecimiento del auditorio.
Llegó entretanto el Padre Félix al sitio donde él estaba,
con paso lento, pero firme , descalzo, levantada la pesada
cruz , y el rostro pálido y enjuto . Seguíanle los niños más
grandecitos, la mayor parte tambien descalzos , aunque
pocos enteramente vestidos , y aun algunos en camisa .
Venian luego las mujeres , llevando casi todas de la mano
á una niña , y cantando alternativamente el Miserere. El
débil metal de sus voces apagadas, y la palidez y decai-
miento de sus rostros eran tales , que hubieran movido á
compasion á cualquiera que como mero espectador se hu-
biese hallado allí presente. Renzo miraba , volvia á mi-
rar, examinaba de fila en fila , de cara en cara , sin pasar
una sola por alto ; pues la lentitud con que andaba la pro-
cesion , le ofrecia bastante holgura para hacerlo . Pero por
más que miraba , por más que pasaba ansiosamente la
vista sobre las que venian detras, no encontró sino caras
desconocidas . Con los brazos caidos y la cabeza inclinada
sobre el hombro derecho, siguió con los ojos aquella tur-
ba , mientras pasaban los hombres . Fijó de nuevo la aten-
cion , y concibió nuevas esperanzas al ver venir despues
de éstos algunos carros que traian á los convalecientes
que aún no podian andar. Aquí las mujeres eran las últi-
344 -

mas, y el tren venia tan despacio, que Renzo pudo có-


modamente reconocerlas á todas, sin que ninguna se es-
capase á su inspeccion . Pero, nada . Examinó el primer
carro, el segundo , el tercero , y así consecutivamente , y
siempre con igual resultado hasta el último, detras del
cual sólo venia un Capuchino con aspecto grave , y un
baston en la mano, como director del cortejo . Este era
el Padre Miguel , que como hemos visto , habia sido nom-
brado Coadjutor del Padre Félix .
Con esto se disiparon las dulces esperanzas de Ren-
zo , y al disiparse , no sólo le privaron de todo consuelo,
sino que, como siempre sucede , le dejaron en peor esta-
do que antes. Ya para él la contingencia más feliz era ha-
llar á Lucía enferma ; por manera que , ocupando su
ánimo, en lugar de la esperanza presente, el temor acre-
centado , se asió de aquel débil hilo , salió de la cru- -
gia , y se dirigió hácia el paraje de donde habia salido la
procesion. Llegado á la capilla , se puso de rodillas en el
último escalon , y allí dirigió á Dios una súplica , ó por
mejor decir , un baturrillo de palabras inconexas , frases
interrumpidas , exclamaciones, quejas y promesas , en re-
súmen, uno de aquellos discursos que no se dirigen nunca á
los hombres, porque éstos no tienen bastante penetracion
para comprenderlos ni sufrimiento para escucharlos , ni
son bastante generosos para moverse á compasion sin
mezcla de menosprecio.
Levantóse de allí algo más animado , dió vuelta á la
capilla , y se halió en otra crugía, que aún no habia re-
corrido , y á cuyo frente caia la otra puerta . Á los pocos
pasos, vió á derecha é izquierda la estacada de que le ha-
bia hablado el padre Cristóbal ; pero medio derribada , y
de consiguiente , con muchas aberturas. Metiéndose Ren-
zo por una de ellas , se halló en el departamento de las
345

mujeres. Á los pocos pasos vió casualmente en el suelo una


de aquellas campanillas que llevaban atadas á los piés los
sepultureros con sus correspondientes cintas , y ocurrién →
dole la idea de que aquel instrumento podia servir de sal-
vo-conducto en aquel recinto , le recogió , miró alrededor
por si alguien le veia , se la ató al pié, y dió inmediatamente
principio á sus indagaciones . Empezó á recorrer con la
vista, ó por mejor decir, á contemplar otros objetos lasti-
mosos , en parte parecidos , y en parte diferentes de los
que ya habia contemplado .
Llevaba recorrido ya sin fruto ni contingencia alguna
bastante trecho, cuando oye detrás de sí un-¡ Hola! -co-
mo de persona que le llamaba . Vuelve la cabeza , y ve á
cierta distancia á un comisario que levantó las manos se-
ñalándole á él , y diciendo á gritos : -« Allá en los cuartos
hay necesidad de gente ; aquí se acaba de barrer en este
momento.»
Conoció Renzo inmediatamente la equivocacion , y que
con la campanilla habia dado márgen á ella: se trató á sí
mismo de bestia por haber pensado sólo en los estorbos
que con aquella insignia podia evitar, sin hacerse cargo de
los que podia acarrearse ; pero determinado ya á hacer
bien el papel que hacia escogido , hizo repetida y apre-
suradamente seña al comisario con la cabeza de que habia
comprendido y que iba á obedecer; y al punto se quitó de
su vista , retirándose á un lado entre las barracas .
Cuando le pareció haberse apartado lo bastante , trató
de quitarse de encima la causa de aquel compromiso , y
para hacer esta operacion sin que nadie le viese, se metió
entre dos barracas que estaban situadas de espaldas una
á otra. Bajóse á desatar las cintas, y estando con la cabe-
za apoyada en la pared de paja de una de dichas barracas ,
llegó á sus oidos una voz ... ¡ Dios mio! ¡será posible? » dijo;
- 346 -

y puesta toda su alma en el oido, suspendió el aliento: «Sí,


sí, es su propia voz ... » « Miedo , ¿de qué? decia aquella voz
suave : « ¡ Cuántas cosas hemos pasado peores que esta
tormenta! Quien nos ha preservado hasta aquí , nos pre-
servará tambien ahora.»
Si Renzo no dió un grito , no fué por temor de ser
descubierto , sino porque le faltó el aliento para soltarle.
Dobláronsele de pronto las rodillas, y se le turbó la vista;
pero al momento se puso en pié más animoso y más fuer-
te que antes ; en tres brincos dió vuelta á la barraca , y
puesto en la puerta , vió á la que habia hablado , y la vió
vestida y reclinada sobre una mala cama. Volvióse ella,
miró, creyó sueño , ilusion lo que estaba viendo: miró con
más atencion, y exclamó gritando : -¡Bendito sea el Señor!
-¡Ah , Lucía ! por fin te encuentro : ¡ Sí , eres tú! ¡vi-
ves! ¡eres la misma ! exclamó Renzo , adelantándose todo
trémulo.
-¡Bendito sea el Señor! replicó, todavía más trémula
Lucía. ¿Y tú?... ¿qué es esto ?... ¿ de qué manera?... ¿por
qué?... ¡ La peste!
-La he pasado , ¿y tú?
-Yo tambien. ¡ Y mi madre ?
-No la he visto, porque está en Pasturo ; pero creo
que está buena: y tú... ¡ Qué descolorida estás todavía!
¡Qué débil! Lo que es buena , ya lo estás , ¿es verdad? ...
-El Señor ha querido dejarme todavía en este
mundo ...-¡Ay Renzo ! ¿por qué has venido aquí?
-¿Por qué?.. dijo Renzo acercándose más. ¿Y tú me lo
preguntas ?... Ni es menester que yo te lo diga , ni es po-
sible que de todo te hayas olvidado ... ¿No soy yo Renzo?
¿No eres tú Lucía?
-¡Ay ! ¿Qué es lo que dices ?... ¿No te ha escrito nada
mi madre ?
347

-Sí: demasiado. ¡ Buenas cosas por cierto, para escri-


birlas á un infeliz fugitivo, angustiado ! ¡ á un jóven queja-
más te habia dado un disgusto!
-Pero ¡ Renzo! ¡ Renzo ! pues si sabias ... ¿Por qué has
venido ? ¿ por qué?
-¿Por qué he venido? ¡ Ay , Lucía ! ¿ Por qué he veni-
do, me preguntas ? ¿ No somos nosotros ya los mismos?
¡No te acuerdas?.. ¿Qué era lo que ya nos faltaba para ser
marido y mujer?..
-¡Ah , Señor! exclamó Lucía con voz lastimera y jun-
tando apresuradamente las manos : ¿por qué no me hicis-
teis la gracia de llevarme del mundo? ¡Ah , Renzo! ¿Qué
es lo que has hecho? Cuando ya empezaba yo á esperar...
que... con el tiempo... me hubieras olvidado...
-¡Pues digote que era una buena esperanza la que te-
niais! ¡Por cierto, buenas cosas para decírmelas en mi pro--
pia cara!
-¿Qué es lo que has hecho?.. ¡ En este sitio! ¡ Entre-
estas tribulaciones ! Aquí , en donde no se hace sino mo-
rir, has podido?...
-En cuanto á los que mueren , debemos rezar por
ellos, y confiar en que habrán ido á gozar de Dios ; pero
no es justo por eso que los que viven hayan de vivir des-
esperados .
-¡Ah , Renzo, tú no sabes lo que estás diciendo....
¡Una promesa á la Vírgen ! ¡ Un voto! ...
-Yo te digo que esas promesas no valen.
-¡Válgame Dios ! ¿Qué es lo que dices? ¿Dónde has
estado en todo este tiempo? ¿Con quién has tratado que así
té atreves á decirme tales cosas?
-Hablo como buen cristiano , y pienso de la Virgen
mejor que tú ; porque no creo que pueda nunca aceptar
promesas que se hacen en perjuicio del prógimo. Si la
348 -

Virgen hubiese hablado, entonces sí que yo me callaria,


pero todo no ha sido más que una idea tuya ... ¿Sabes tú
lo que debes prometer á la Vírgen? Lo que debes prome-
terle es, que á la primera niña que tengamos le pongamos
el nombre de María ; y esto yo tambien estoy pronto á
ofrecérselo . Estas cosas honran más á la Vírgen : son de-
vociones de más provecho , y que á nadie perjudican ...
-No , no hables así : no sabes lo que te dices : tú no
sabes lo que es hacer un voto. ¡ Ah , si tú te hubieras ha-
llado en aquel apuro! Tú no sabes...... ¡ Déjame , déjame
por Dios!
Y diciendo esto , se apartó como quien huye , volvién-
dose hácia su cama .
-¡Lucía ! exclamó Renzo sin moverse : díme al ménos ,
díme: ¿Si no fuera por este motivo , serias tú la misma
para conmigo?
-Hombre sin caridad! contestó Lucía volviéndose y
conteniendo apénas las lágrimas, ¿qué ganarias con ha-
cerme decir palabras inútiles? ¡Palabras que me afligirian!
¡Palabras que quizá serian un pecado!… ¿Qué ganarias? ¡Ah !
véte , véte , olvídate de mí : no estaba de Dios que nos ca-
sásemos. Nos juntaremos en el cielo . Para cuatro dias que
1 hemos de vivir en este mundo ... Véte ; busca á mi madre ,
y dile que estoy ya buena ; que Dios ha tenido misericor-
dia de mí ; que he encontrado una buena alma , esta bue-
na señora que hace conmigo las veces de madre : díle que
espero que la Vírgen la librará de este mal , y que nos ve-
remos cuando Dios quiera y como quiera. Véte por amor
de Dios, y no te acuerdes ya de mí... sino en tus oraciones.
Y como quien nada más tiene que decir , ni quiere
oir; como quien huye de un peligro , se acercó más á la
cama en que estaba acostada la mujer con quien acababa
de hablar.
349 --

-Oye, Lucía, oye , dijo Renzo sin moverse del sitio


que se hallaba.
-No ; vete en caridad de Dios.
-Oye : el padre Cristóbal...
-¿Qué?
-Está aquí.
-¡Aquí ! ¿ Dónde ? ¿y cómo lo sabes?
-Le he hablado hace poco : he platicado largo tiem-
po con él ; y un religioso de sus campanillas , y tan santo
como él es , me parece que no...
-¡Está aquí ! será sin duda para asistir á los pobres
enfermos: ¿pero él cómo está? ¿Ha pasado la peste?
-¡Ah, Lucía! me temo ; sospecho que... (Y mientras
Renzo titubeaba para pronunciar una palabra amarga
para él, y que tanto debia serlo para Lucía , ésta se sepa-
ró de nuevo de la cama , y se acercó á él) sospecho que
la tenga encima.
-¡Ay , pobre padre Cristóbal ! Es un santo... pero
¿ qué digo ? ¡ pobres de nosotros ! ¡Y cómo se halla?
¿está en cama ? ¿está bien asistido ?
-Él está levantado : anda por todas partes , asiste
á los demas ; ¡ pero si lo vieras!... ¡ Qué cara ! ¡ Qué tra-
bajo le cuesta tenerse en pié ! Él, que ha visto tantos y
tantos, por desgracia no se equivoca ...
-¿Con que está aquí ?
-Aquí está, y muy cerca . No hay más distancia que
de tu casa á la mia... ¿Te acuerdas?...
-¡Virgen Santísima !
-Seguramente, poco más . Figúrate si habremos habla-
do de tí. ¡ Qué cosas me ha dicho! ¡Y si supieras lo que he
visto ! pero antes te diré lo que me ha dicho con su pro-
pia boca... Me ha dicho que hacia muy bien en venir á
buscarte ; y que al Señor le agrada que un jóven se con-
H 23
350

duzca de esta manera ; y que me ayudaria para que te


encontrara, como efectivamente lo ha hecho ... El, que
es un santo... Conque ya ves si ...
-Si ha dicho eso, será porque no sabrá………
-¿Qué quieres que sepa de las cosas que has hecho
tú allí sin tomar consejo de nadie? Un hombre tan sábio ,
un hombre de tanto seso como él, no puede imaginar co-
sas de esta naturaleza... ¡ Y si tú supieras á quién me ha.
llevado á ver! ...
Y aquí contó Renzo la visita de la cabaña. Sin embar-
go de que la permanencia de Lucía en aquella morada de-
bia haberla acostumbrado á las impresiones más fuertes , al
oir aquel triste relato de D. Rodrigo no pudo dejar de
estremecerse de lástima y de dolor.
-
-Y tambien allí , prosiguió Renzo , ha hablado como
un santo. Ha dicho que el Señor quizá queria salvar á
aquel desgraciado... (no puedo ahora darle otro nombre)
y que aguarda para llevársele á cojerle en buena hora: y que
quiere que nosotros se lo supliquemos juntos; juntos,
me entiendes?
-Sí , sí , rezaremos cada uno donde Dios quisiere que
nos hallemos . Él sabrá juntar nuestras oraciones .
-Yo te digo sus propias palabras.
-Pero Renzo , el padre no sabe...
-Tú si que no quieres entender que cuando es un
santo el que habla, es Dios quien le sopla y quien le hace
hablar. Si la cosa no fuera verdaderamente así , no hubie-
ra hablado de aquella manera... ¡ Y luego , el alma de
aquel otro desdichado ! .. Yo bien he rezado por él , y segui-
ré rezando como si fuera por un hermano mio; pero ¿có-
mo quieres tú que le vaya al pobrecillo en el otro mun-
do, si en este no se arreglan las cosas , y no se deshace el
mal que él hízo? Poniéndote tú en la razon , entonces sí
351

que todo quedará compuesto y como si nada hubiera pa-


sado... Él nos ha hecho daño , es verdad ; pero tambien
el infeliz lo paga , y... así todos quedamos bien...
-No, Renzo , no: para que Dios use de misericordia
con nosotros, lo primero es que pensemos en obrar como
Él manda ... Cuenta suya es saber lo que nos conviene ...
Nosotros no podemos hacer otra cosa más que pedirle hu-
mildemente... Si yo me hubiera muerto en aquella fa-
tal noche ¿ hubiera por eso dejado de perdonarle ? ... Y
si al contrario me vi milagrosamente libre...
-¿Y tu madre , tu pobrecita madre, que siempre me
ha querido tanto , y que anhelaba con tantas veras vernos
casados... ¿No te ha dicho ella tambien , que esa idea que
se te ha metido en la cabeza , es un disparate ?... Bien
sabes que en otras cosas te ha hecho conocer la razon,
porque piensa con más juicio que tú.
-¡Mi madre ! ¿Cómo crées tú que mi madre pudiera
aconsejarme que faltase yo á una promesa? Renzo , tú has
perdido el juicio.
-¿Quieres que te diga en lo que estoy pensando? Pues
bien ; pienso en que ni tú ni tu madre entendeis de estas
cosas. El padre Cristóbal me ha dicho que én encontrán-
dote, vuelva á verme con él . Voy á verle ... Oiremos lo
que dice , y...
—Sí ; vete á ver á ese santo varon . Dile que yo ruego
á Dios por él, y que le pido ruegue él por mí, que tanto ,
tanto lo necesito . Pero por amor de Dios , por tu salvacion
misma , no vuelvas por acá á afligirme ni á tentarme . El
padre Cristóbal sabrá explicarte las cosas bien , y sabrá
hacerte conocer la razon y tranquilizarte .
—¡Tranquilizarme eh! ¡ ya , ya ... Tranquilizarme!….. ¿Te
parece que no procuré hacerlo , cuando hicistes que me
escribíeran dándome aquel trago ? ¡ Y ahora tienes valor
352 -

de repetirmelo en mi misma cara! Pero te digo rotun-


damente que nunca, jamás me tranquilizaré . Tú quieres
olvidarme; pero yo no quiero olvidarme de tí ; y te asegu-
ro que si llegó á perder el juicio, todo se lo lleva la tram-
pa: echo al diablo el oficio, la buena conducta y... En fin,
te has empeñado en que yo viva rabiando toda mi vida, y
rabiando víviré. ¡ Lucía ! me has dicho que te olvide ... ¡Que
yo te olvide ! ¿Y cómo se logrará eso ? ¿ En quién crees
tú que he pensado en todo el tiempo que ha pasado?...
¡Despues de tantas cosas ! ¡ Despues de tantas promesas!
Dime: ¿qué te he hecho desde que nos separamos? ¡Con
que me tratas así por haber padecido tanto ! ¡ por haber
sufrido tantas desgracias! ¡ por haber sido perseguido !
¡por haber vivido fuera de mi casa triste , desconsolado ,
léjos de tí ! ¡ por haber venido á buscarte en cuanto he
podido !...
Cuando el llanto permitió á Lucía articular pala-
bras, exclamó juntando las manos y levantando al cielo
los ojos bañados en lágrimas . -¡ Virgen Santísima , no me
desampareis! ¡Vos sabeis que desde aquella triste noche,
nunca he tenido un rato tan amargo como éste! ¡Vos que
entónces me amparásteis , amparadme ahora tambien !
-Si , Lucía , haces muy bien en invocar á la Vírgen;
pero ¿puedes creer que siendo tan buena , siendo Madre
de misericordia , pueda tener gusto en hacernos padecer?
Pues si túte lo imaginas, yo no lo creo... Y por una pala-
bra soltada en un apuro en que no sabias lo que te esta-
bas diciendo, ¿te figuras que la Virgen habia de haber
querido protegerte entónces para dejarnos ahora en la
estacada?... Pero si todo esto no fuese más que una dis-
culpa tuya, porque te hayas vuelto atrás ; si es que ya me
aborreces , dimelo claro , háblame con franqueza .
-En caridad , Lorenzo ; en caridad de Dios, acaba
- 353 -

de una vez , que me estás martirizando ... Vete á ver al pa-


dre Cristóbal; encomiendame á él , y no vuelvas más aquí .
-Me voy , sí, me voy; pero no pienses que dejaré de
volver. He de volver , sí: te he de buscar aunque fuera en
el cabo del mundo.
Dicho esto , Renzo se marchó, y Lucía fué á sentarse, ó
por mejor decir, se dejó caer al lado de su cama, y con la
cabeza apoyada en ella , continuó llorando amargamente .
Su compañera, que hasta entonces habia estado con ojos y
oidos atentos sin resollar siquiera , preguntó á la jóven qué
significaba la venida de aquel hombre , aquella contienda
y aquel llanto; y como nuestros lectores por su parte quizá
nos preguntarán tambien quién era aquella mujer , quere-
mos decírselo en pocas palabras.
Era la viuda de un mercader bastante acomodado, y de
unos treinta años de edad , que en pocos dias habia visto
desaparecer á su esposo y á todos sus hijos . Poco despues,
acometida ella tambien por la enfermedad general, fué
llevada al lazareto y puesta en aquella barraca, cuando
Lucia, despues de haber superado sin sentirlo la furia del
mal, y haber cambiado , tambien sin sentirlo , muchas com-
pañeras, principiaba á restablecerse y á recobrar el cono-
cimiento, que perdió en casa de D. Ferrante desde el pri-
mer acceso de la enfermedad . La barraca sólo podia conte-
ner dos huéspedes , y estas dos , afligidas , y solas entre
tanta muchedumbre , trabaron muy presto una amistad
tan estrecha como no hubieran logrado fundar en otras
circunstancias ordinarias y despues de un largo trato . No
tardó Lucía en hallarse en disposicion de poder asistir á
la otra, que se habia agravado considerablemente ; pero en
cuanto estuvo igualmente ésta fuera de peligro, las dos se
acompañaban, se consolaban y se servian reciprocamente no
sólo prometiéndose salir juntas del lazareto , sino tambien
354 -- ·

que en adelante ya no habian de separarse una de otra.


La viuda que, habiendo puesto al cuidado de un hermano
suyo , comisario de sanidad , su casa , su tienda y todo su
capital, iba á encontrarse sola , y con medios sobrados
para vivir con holgura , trató de llevarse consigo á Lucía
en calidad de hija ó de hermana , en lo cual esta consintió
sumamente agradecida á aquella bondadosa mujer y á la
Providencia ; pero sólo cuando tuviese razon de su madre
y esplorase su voluntad. Sin embargo, como Lucía era tan
reservada , nada habia dicho á su compañera del casa-
miento, ni de sus extraordinarias aventuras; pero ahora,
en el tumulto de afectos en que se hallaba , tanta necesi-
dad tenia ella de desahogar su corazon , como la otra
deseos de oirla : de consiguiente , estrechando Lucía las
manos de su compañera , se dispuso inmediatamente, á sa-
tisfacer á su pregunta, sin más retardo que el que á sus pa-
labras ponian los sollozos.
Caminaba entretanto Renzo apresuradamente hacia el
departamento del buen religioso . Con un poco de reflexion,
y no sin pérdida de algunos pasos, consiguió al fin llegar
al sitio en que le habia encontrado ; pero el padre Cristóbal
no
-01 estaba allí á la sazon ; no obstante, á fuerza de dar
vueltas y de atisbar, logró verle en una barraca en donde
inclinado hasta el suelo , y casi tendido, estaba auxiliando á
un moribundo. Ante este espectáculo , detuyose el mozo
guardando un profundo silencio, y al cabo de un rato, vió
á Fr. Cristobal cerrar los ojos á aquel infeliz, ponerse
luego de rodillas , rezar un momento y levantarse. Ade-
lantóse entónces, y se dirijió á él .
¡ Ah ! ¡ eres tú ! dijo el capuchino , al verle llegar. ¿Qué
traes ?...
-Aquí está padre mio! Por fin quiso Dios que la en-
contrase.
355 --
- cómo está ?
-Buena : á lo menos ya está levantada.
-¡Alabado sea el Señor !
-Pero... dijo Renzo , cuando estuvo bastante cerca
para poderle hablar al Padre en voz baja, hay otro em-
brollo ahora...
-¿Qué quieres decir ?
- Quiero decir que... Ya su Reverencia sabe lo buena
que es esa pobre muchacha; pero debe saber que tambien
algunas veces es testaruda como ella sola... Pues bien: des-
pues de tantas promesas , despues de todo lo que su Reveren-
cia sabe, dice ahora……
. ¿qué sé yo? ….. que en aquella noche
del miedo se le calentó la cabeza , y que hizo no sé qué pro-
mesa á la Virgen Santísima ... de no casarse... en fin , de
dejarme á mí plantado... Y eso no puede ser, Padre mio,
¿no es verdad? Esas cosas son muy buenas para los que saben
lo que se hacen; pero para nosotros, jente ignorante y
ordinaria, que nada sabemos de eso ... ¿no es verdad que
son cosas que no valen ?
-¿Está muy lejos de aquí ?
-No , señor : poco más allá de la capilla...
-Aguardame un instante, y luego irémos allá juntos.
-Quiere decir su Reverencia que la convencerá, ¿ eh?
-Nada sé , hijo ; ántes es necesario que yo la, oiga.
-Ya estoy, dijo Renzo: y se quedó con los ojos clava-
dos en el suelo, los brazos sobre el pecho, y rumiando su
incertidumbre, que en nada se habia disminuido . Fray
Cristóbal fué de nuevo en busca del padre Victor, y le su-
plicó que otra vez supliese por él; entró luego en su bar-
raca, salió con su esportillo en el brazo, llegó á Renzo y le
dijo:
-Vamos; -y echó delante, dirigiéndose á la barraca
en donde antes habian entrado juntos , y que era la del
356 -

infeliz D. Rodrigo . Esta vez el Padre entró solo en ella,


y despues de pocos minutos salió, diciendo :
-¡Nada! ¡Dios mio, usad misericordia con él ! -Luego
añadió:
-Ahora guíame tú, -y sin más, echaron los dos á
andar.
El cielo entretanto , oscureciéndose cada vez más , anun-
ciaba una próxima tormenta : de cuando en cuando in-
terrumpian la oscuridad repetidos relámpagos, y un fulgor
instantáneo aclaraba los extendidos techos, los árcos del
pórtico , la media naranja de la capilla, y los humildes
remates de las barracas: los truenos, que estallaban con
rugido temeroso, ensordecian el ambiente de una á otra
region del cielo. Seguia el jóven atentamente su camino,
con el ánimo lleno de inquieta espectativa , y reteniendo
á duras penas el paso para acomodarle á las débiles fuer-
zas de su compañero, que cansado con los trabajos , agra-
vado con el mal y oprimido el pecho con el ánsia , cami-
naba fatigosamente levantando á cada instante al cielo el
macilento rostro , como para buscar una respiracion más
libre .
Al llegar á la barraca , se paró Renzo, volvióse , y con
voz trémula dijo :
-Aquí está.
-Ellos son, dijo á Lucía la mujer de la cama al verlos
entrar; ésta se vuelve , se levanta con precipitacion , y cor-
re á recibir al anciano , exclamando:
-¡Dios mio! ¿Me engañan mis ojos !... ¡ Ah , padre Cris-
tóbal!..
-Sí , hija mia : sí , el Padre Cristóbal, que viene á
consolarte y á felicitarte , porque no has desconfiado de
la misericordia del Señor... Vaya , ¡ y cómo te encuen-
tras?..
357 -

-Ya , casi bien , Padre mio... ¿ Y su Reverencia?...


¡Válgame Dios, qué cambiado le encuentro!... Vuestra Re-
verencia debe haber padecido mucho , ¡no es verdad,
Padre mio?
-Poco para lo que merezco , hija mia , muy poco...
Si siempre hubiera Dios de proporcionar el castigo á la
culpa, no habria otorgado á este su siervo indigno la gra-
cia de servirle... Pero dejemos esto, porque no puedo
detenerme mucho aquí... Escúchame, Lucía, ( añadió lla-
mándola aparte.) ¿Tienes en mí la confianza que siempre
tuviste ?
-Tengo más , si es posible, Padre mio ...
-Pues bien , dime con franqueza : ¿Qué voto es ese de
que Renzo me ha hablado?...
-Es una promesa que hice á lá Vírgen Santísima de
no casarme.
-Pero ¿te acordaste entónces de que ya estabas liga-
da de antemano con otra promesa?
-Tratándose del Señor y de la Virgen , no pensé en ello.
-Hija, el Señor agradece los sacrificios y los ofreci-
mientos , cuando los hacemos de lo que nos pertenece ;
porque lo que el Señor quiere es el corazon y la voluntad;
pero tú no podias ofrecerle la voluntad de otro á quien
estabas prometida .
-¡Qué! Padre mio ¿he hecho mal?
-No, hija mia , no te aflijas por esto ; pues yo creo
que la Virgen habrá agradecido la intención de tu corazon
afligido , y lo habrá ofrecido á Dios por ti. Pero dime, ¿no
te has aconsejado con nadie acerca de este punto?
-Yo nunca creí que fuese cosa de que hubiera de
confesarme , Padre mio ¡ Se me figuraba que la cosa era
tan buena de suyo ! .. Y como el bien que uno hace , no se
debe contar á nadie...
-
358 -

-¿No tienes ningun otro motivo que te impida cum-


plir la promesa que hiciste á Renzo?
-En cuanto á eso….. yo por mí... no creo... no sé……
me parece que ningun otro, contestó Lucía con cierta per-
plegidad , que todo podia anunciar ménos vacilacion en
sus sentimientos; pero si alguna duda hubiera cabido, ha-
bria bastado ver su rostro , todavia descolorido por la en-
fermedad , encenderse cubierto de improviso rubor.
-¿Crees tú , dijo el anciano, que Dios ha dado á su
Iglesia la autoridad de dispensar , ó confirmar, segun con-
venga para el mayor bien de las almas, las deudas y obli-
gaciones que los hombres hayan contraido con El?
-Sí , Padre: firmemente lo creo.
-Sábete pues, que nosotros, destinados á la cura de
las almas en este recinto, tenemos las más ámplias facul-
tades de la Iglesia para absolver á todos los que acuden á
nosotros ; y que por consiguiente , yo puedo, como tú lo
pidas, dispensarte de tu obligacion , cualquiera que sea la
que hayas podido contraer con ese voto .
-Pero ¿no será pecado volverse atrás , arrepentirse
de una promesa hecha á la Virgen?.. Yo entonces la hice
de todo corazon , dijo Lucia extraordinariamente agitada
por el embate ( confesémoslo ) , de tan ineperada esperan-
za , y dominada , á despecho suyo , por el piadoso fervor
á que la habian habituado todos los pensamientos en que
exclusivamente se ocupaba hacia tanto tiempo .
-¿Pecado , hija mia? dijo el Padre , ¿pegado recurrir á
la Iglesia , y pedir á uno de sus Ministros , que ejerza la
autoridad que recibió de la misma Iglesia , y que ésta ha
recibido de Dios? Yo he visto cómo los dos estábais- des-
tinados á uniros : y si alguna vez me ha parecido que Dios.
habia criado á dos personas para unirlas con un vínculo
santo, lo pensaba de vosotros dos : así, pues, no veo razon
- 359 -

alguna para que Dios os quiera separar, y le bendigo , y


le doy gracias, por haberme dado, aunque indigno Minis-
tro suyo, la facultad de hablar en su nombre , y do dis-
pensarte de tu ofrecimiento. En fin , si tú pides que te de-
clare libre de ese voto, no sólo, no titubearé en hacerle,
sino que en ello satisfaré un ardiente deseo...
Entónces... entonces... yo lo pido , dijo Lucía con
rostro turbado por el pudor .
Llamó entonces el religioso á Renzo, que se mantenia
en el rincon más apartado, mirando con grande atencion,
ya que oirle no podia , aquel diálogo en que tenia tanto
interes. Cuando el muchacho estuvo ya cerca , dijo el re-
ligioso con voz clara y sonora :
-Lucía: con la autoridad que tengo , de la Iglesia , te
declaro dispensada del voto de virginidad , anulando todo
cuanto pudiere haber en él de inconsiderado, y absolvién-
dote de toda obligacion que pudieras haber contraido ...
Estas palabras, figúrese el lector cómo sonarian en los
oidos de Renzo . Con una mirada en que rebosaba la grati-
tud, quiso pagar al buen religioso el inefable gozo que
acababa de proporcionarle, y luego, aunque en vano, bus-
có inmediatamente con sus ojos los ojos de Lucía.
-Entrégate con toda seguridad, y en paz , prosiguió di̟-
ciendo el capuchino, á los pensamientos, de otros tiempos .
Pidele de nuevo al Señor las gracias que le pedias para ser
una mujer santa , y ten confianza en que te las concederá
mayores despues de tantas penalidades . Y tú , dijo volvién
dose á Renzo , acuérdate, hijo mio, que si la iglesia te res
tituye esta compañera, no lo hace para otorgarte, un goce
temporal y mundano , que aun suponiéndolo completo y sin
ninguna clase de disgustos, se tornaria dolor acerbo cuan-
do llegase el inevitable momento de separaros para siem-
pre; sino que lo hace para poneros á los dos en el camino
360

de un goce inefable, que no tendrá término. Amaos como


compañeros de viaje , con el pensamiento de teneros que
separar algun dia, y con la esperanza de volveros á unir
1 para siempre . Dad gracias al cielo por haberos traido á
este estado , no por medio de alegrías turbulentas y pa-
sajeras, sino por trabajos , y entre miserias, para prepara-
ros á una alegría pura y tranquila . Y si Dios os concediere
hijos, cuidad de criarlos para El, y de inspirarles su amor
y el del prójimo... Y á propósito , Lucia, ¿nada te ha dicho
este (señalando á Renzo) de... cierta persona que ha visto
aquí?
-¡Sí , padre : mẹ lo ha dicho todo !
-Pues rezad por él , y por mí ... Ahora, hijos mios , quie-
ro dejaros una memoria del pobre capuchino . Y diciendo
esto, sacó del esportillo una caja de madera ordinaria ,
pero muy bien trabajada, á la manera que los capuchinos
lo hacian entónces, y prosiguió:
-Aquí dentro está el resto de aquel pan... el primero
que pedí de limosna... de aquel pan de que habréis oido
hablar. Os le dejo á vosotros : conservadle , y enseñádselo á
vuestros hijos. Vendrán á un mundo triste , en un siglo de
dolores , entre orgullosos y provocativos . Inculcadles la
idea de que están obligados á perdonar todas las ofensas,
y hacedles que pidan al Señor por este pobre Capuchino.
Dicho esto, entregó la caja á Lucía , quien la recibió con
el respeto y veneracion con que habria recibido una reli-
quia , y en seguida, con acento más tranquilo , continuó
el buen Padre , dirigiéndose á Lucía :
-Ahora quisiera saber con qué recursos cuentas en
Milan? ¿Adónde piensas ir en saliendo de aquí? ¿y quién te
llevará donde está tu madre , á quien Dios quiera haber
conservado en buena salud?
-Esta buena señora es para mi una segunda madre :
361

saldrémos de aquí juntas , y ella luego cuidará de todo.


-¡Dios la bendiga ! dijo el padre Cristóbal, acercán-
dosc á la cama.
-Yo tambien doy á su Paternidad las gracias , dijo la
viuda, por el consuelo que ha proporcionado á estas po-
bres criaturas... aunque yo contaba tener siempre con-
migo á Lucía; pero de todos modos, se quedará por ahora.
Yo me encargo de lievarla á su pueblo ; la entregaré á su
madre, y (añadió en voz baja) , tomo á mi cargo su dote.
Bienes tengo sobrados, y por desgracia , nadie de los que
debian disfrutarlos ...
-Muy bien , hermana : así podrá , contestó el capu-
chino , hacer un sacrificio al Señor , y mucho bien al pró-
gimo. Volviéndose luego á Renzo, y tomándole de la
mano, le dijo:
-Vamos, Renzo: nosotros nada tenemos ya que hacer
aquí , vámos pues.
-¡Padre! dijo Lucía ; ¡no tendré yo el gusto de vol-
ver á ver á su Reverencia?... Yo he recobrado la salud , yo
que de nada sirvo en este mundo , y su Reverencia en
cambio...
-Hace mucho tiempo , respondió el anciano con grave
mansedumbre , que pido al Señor la gracia de acabar mis
dias en servicio del prójimo . Si ahora se dignase otor-
gármela, agradeceria que todos los que tienen caridad de
mí me ayudasen á darle gracias... Conque vamos ; dale á
Renzo los encargos que quieras para tu madre.
-Cuéntale lo que has visto , dijo Lucía á éste: dile que
he encontrado aquí otra madre ; que iré con ella á verla
lo más presto que pueda , y que espero en Dios hallarla
con salud.
-Si necesitas dinero , contestó Renzo, yo tengo aquí
todo el que me enviaste cuando...
362 -

-No, no, repuso la viuda: no es menester: yo, gracias


á Dios, tengo más de lo que necesitamos.
-Vamos , replicó el religioso .
-Adios , Lúcía : dentro de poco nos veremos : lo
mismo digo á su merced, buena señora , dijo Renzo , que
no encontró más palabras para explicar lo que sentia su
corazon .
-¿Quién sabe , exclamó Lucía, si el Señor nos hará
la gracia de que nos veamos otra vez todos juntos?
-Quede El siempre con vosotros , y os bendiga , dijo
á las dos compañeras fray Cristóbal, y juntamente con
Renzo, salió de la barraca.
Como fuese ya cerca de anochecer, y el tiempo ame-
nazara cerrarse más y más , el capuchino ofreció de nue-
vo á Renzo su pobre albergue por aquella noche.
-Compañía , añadió, no podré hacértela ; pero al mé-
nos, estarás á cubierto.
Renzo sin embargo anhelaba marcharse, y no le lison-
geaba mucho detenerse por más tiempo en semejante sitio,
cuando no podia ver otra vez á Lucía , ni gozar de la com-
pañía del buen religioso. Por lo que toca á la hora y al
temporal, se puede decir qué el dia y la noche, el sol y la
Huvia , el céfiro y el vendaval , eran para él en aquella
ocasion una misma cosa: por lo tanto, dió muchas gracias
ál capuchino, y se excusó diciendo que queria ir á vér
á Inés lo más pronto que le fuese posible.
Así que llegaron á là crújía , el padre le apretó la mano
y le dijo :
Cuando veas á la buena inés, que Dios lo haga, y
yo lo espero , salúdala tambien de mi parte, y á cuan-
tos por allá se acuerden de fray Cristóbal : diles que rue-
guen por él... Adios , hijo mio : Dios te acompañe, y te
bendiga para siempre .
363

-¡Pero, padre Cristóbal ...! ¡ Padre mio! ¿ nos volvere-


mos á ver ?... ¿ Nos volveremos á ver?...
-En el cielo!... contestó el Capuchino.
Y dicho esto, se desprendió de Renzo , el cual se quedó
mirándole hasta que le perdió de vista . En seguida se diri-
gió éste hácia la puerta , echando á derecha é izquierda las
últimas miradas á aquel lamentable sitio, en donde á la
sazon se advertia un movimiento extraordinario en todas
direcciones: sepultureros corriendo de un lado para otro;
dependientes recogiendo ropas ; otros acomodando barra-
cas , y al mismo tiempo , un hormiguero de convalecien-
tes que trabajosamente se retraian á ellas y á los portales,
para guarecerse contra la tormenta que se venia á más
andar echando encima.
364

CAPÍTULO XXXVI .

LA VUELTA DE RENZO .

EIn efecto , apénas salió Renzo de los umbrales del la-


zareto y tomó la calle , entónces derecha , que desembo-
caba en el sendero por donde habia venido por la mañana,
frente á la muralla , cuando empezaron á caer unas gotas
muy gordas y raras , que salpicando los áridos caminos,
levantaban otras tantas nubecillas de menudo polvo.
Aquellas gotas fueron menudeando de manera , que al po-
co rato eran ya lluvia copiosa; y ántes que Renzó llegase
al sendero que buscaba , el agua caia á cántaros . Léjos de
incomodarse con esto el mancebo , la recibia alegremente
sobre sus costillas, deleitándose en aquel bullicio que cau-
saban las yerbas y las hojas movidas y goteando , reverde-
cidas y relucientes. De cuando en cuando se paraba para
respirar á sus anchas y contemplar aquella revolucion de
la naturaleza , que le hacia sentir mejor la que se habia
verificado en su destino .
Pero ¡cuánto más viva y completa hubiera sido su sa-
tisfaccion , si hubiera podido adivinar lo que se vió po-
cos dias despues ! á saber: que aquella agua se llevaba y
barria , digámoslo así , el contagio .
Convertido desde entónces el lazareto, más que en
365 -

otra cosa, en hospital de convalecientes , y fuera de él vióse


poco a poco que las puertas de las casas y de las tiendas
se iban abriendo : á las temerosas conversaciones en que
cada uno , al hablar entre su familia de los que acababan
de morir ó de ser invadidos , descubria el temor de ser
contado en el número de ellos , sucedieron los relatos de
las cuarentenas felices y de los apuros pasados, y bien
pronto en toda la ciudad no quedaron más señales del ter-
rible azote , que algunas diseminadas por aquí ó por allá,
de las que toda epidemia deja trás sí por algun tiempo.
Caminaba , pues , nuestro viajero con bastante prisa,
sin haber aún determinado ni cuándo ni dónde pasaria la
noche , y ocupado sólo en ir adelante y llegar presto al
país, para encontrar con quién hablar , á quién contar, y
sobre todo, para pasar inmediatamente á Pasturo en busca
de Inés. Entretanto iba revolviendo en su mente todas
las cosas que aquel dia le habian sucedido , y á vuelta de
las miserias, horrores y peligros que habia visto , siem-
pre le ocurria el pensamiento de haber encontrado á Lu-
cía viva y sana, y de que era suya . Ante el gozo que esta
idea le acarreaba , desaparecian todos sus recuerdos eno-
josos ; pero como á la sazon no tenia allí alma viviente á
quien hacer sabedora de su dicha, empleaba en su perso-
na toda la fuerza expresiva con que hubiera anhelado ma-
nifestar á otros su contento, y unas veces con un « bueno ,
buenísimo acompañado de un soberbio estregon de ma-
nos, daba ensanche á su pecho ; otras daba al aire una
alegre zapata , con la que se cubria de barro de piés á ca-
beza, y como perro de lanas al salir del agua , sacudién-
dose, proseguia aceleradamente su camino.
Parado otras veces , y con la vista fija en el suelo,
comenzaba á recordar cuántas cosas acababan de suceder-
le: la aldaba, la respuesta descortés de la mujer que se aso-
H 24
- 366 --

mó á la ventana , los gritos de aquella furia que queria


hacerlo pasar por untador, los bribones que trataban de
acabar con él , los carros de los sepultureros, la entrada
en el lazareto , el encuentro del padre Cristóbal , la proce-
sion de los convalecientes, el cuartel de las mujeres , la
casualidad de encontrar á Lucía , y por último, la dispen-
sa del voto , que era el punto á que siempre venia á parar
Renzo para considerarse feliz , todo fué recordándolo suce-
sivamente; por manera que seria imposible imaginar un es-
tado de satisfaccion mayor que la suya , si no se la hubiera
acibarado en parte la incertidumbre que tenia acercade
Inés, el recuerdo de la quebrantada salud del padre Cristó-
bal,y el hallarse él mismo todavía enmedio de la peste.
Con estos pensamientos entró en Sexti al anochecer,
hora en que el agua no daba aún indicio de cesar ; pero
sintiéndose con piernas más que nunca lijeras , y conside-
rando las muchas dificultades que encontraria para hallar
hospedaje , empapado y todo en agua como se hallaba,
ni siquiera pénsó en buscar allí hospedaje . Lo que sí sentia
era cierta angustia en el estómago, que le pedia imperio-
samente , despues de tanto y tan vário suceso como por
él habia pasado, le diese algo más que la escasa sopa del
Capuchino . Trató por tantò de buscar una panadería , y
encontrada , compró dos panes , que le entregaron con la
formalidad de las tenazas y demas ceremonias. Echóse
uno en el bolsillo y el otro á los dientes, y alegre como
unas Pascuas, prosiguió su camino.
Cuando pasó por Monza ya era enteramente de noche ;
pero sin embargo consiguió salir por la parte que justa-
mente correspondia al camino que debia seguir ; en lo
cual anduvo tan acertado, que para poder hacerle justi-
cia , es necesario saber cómo estaba á la sazon aquel ca-
mino, y cómo se iba poniendo á cada instante . Hundido
367

como todos , entre dos orillas , á manera de un arroyo,


podia llamarse en aquella hora , sino un rio , por lo menos
un estanque ; y tantos hoyos y charcos encontraba á cada
paso nuestro mozo , que podia muchas veces tener á gran
dicha conseguir tirar de los zapatos y aun de las piernas.
Pero Renzo iba saliendo lo mejor que podia , sin impa-
ciencia, sin malas palabras , y sin reconvenirse , haciéndo-
se cargo de que por más que le costase cada paso , siempre
era adelantar, que el agua cesaria cuando Dios quisiera,
que á su tiempo amaneceria , y que el camino que anda-
ba entónces, por la mañana se lo encontraria andado .
Y á decir verdad , tampoco pensaba en esto sino en
los momentos de más apuro, pues que iban sirviendo de
distraccion para su mente los recuerdos é ideas de las
cosas que le habian pasado ; y ora se recreaba en recorrer
la historia de los años anteriores, que consigo le habian
acarreado tantos enredos , tantas contradicciones , y tan-
tos momentos en que casi tuvo perdida la esperanza , y
ora en contraponer á estas ideas las del porvenir que le
ofrecian la llegada de Lucía, su boda , la formacion de su
casa , y el placer de contarse recíprocamente sus aven-
turas, y de no separarse en toda la vida .
Cómo se compusiese cuando se dividia el camino , lo
cual no dejaba de suceder amenudo , esto es, si con la
poca práctica que tenia , y un mediano discurso, encon-
traba siempre el verdadero, ó si se metia por cualquiera
á la ventura , no es fácil decirlo, porque él mismo , cuando
contaba su historia , que siempre era con más palabras
de las necesarias , al llegar á los sucesos de aquella no-
che , sólo se acordaba de ellos como si la hubiese pasado
en su cama soñando ; lo cierto es que al amanecer se halló
á vista del Adda .
Durante su caminata nunca habia dejado enteramen-
- 368 -

te de llover ; pero pasado un corto espacio, el diluvio


se convirtió en lluvia , y luego en llovizna . Las nubes al-
tas y ralas formaron un velo dilatado , pero ligero y diáfa-
no, y al fin la luz del crepúsculo permitió á Renzo ver todo
el país á la redonda . Allí estaba su pueblo y ... lo que él ex-
perimentó en aquel momento, no es fácil describirlo : sólo ,
podemos decir que le parecia que aquellas montañas , el
inmediato Resegono y el territorio de Lecco , todo era su-
yo. De la contemplacion de todos aquellos lugares pasó
por un momento á la de su propia persona, y al verla en
la manera que iba , la verdad es , que no pudo ménos
de hallarla , cuando ménos , un poco extravagante. Arru-
gada la ropa y pegada al cuerpo ; hecho una sopa des-
de el cogote hasta la cintura , chorreando agua por todas
partes, y todo él salpicado de barro ; pero aun se hubiera
encontrado ménos galan si se hubiera mirado en un espe-
jo, y más eco le hubiera hecho el verse con las alas del
sombrero caidas , y el pelo lacio y pegado á la cara. En
cuanto á cansado , bien podia estarlo , pero no lo adver-
tia; y el fresquecito de la mañana , con el de la noche y
aquel corto baño , no hacian sino aumentar su energía y
su gana de andar más á prisa .
Llega al fin á Pescate ; costea el último brazo del Adda ,
echando una mirada melancólica á Pescarenico ; pasa el
puente, y á campo traviesa llega en breve á la casa de su
antiguo huésped . Este , que acabando de levantarse , es-
taba á la puerta mirando el tiempo , vuelve los ojos hácia
aquella figura tan empapada en agua , tan cubierta de
lodo , tan súcia, y al mismo tiempo tan lista y desenfada-
da, y no puede ménos de caer en la cuenta de que în su
vida habia visto un hombre tan mal parado y tan con-
tento .
¡ Ola ! dijo, pronta ha sido la vuelta ... ¿Pero cómo
A
369

diablos te has atrevido à venir con este tiempo? ¿Cómo te


ha ido?
-La encontré , la encontré , contestó Renzo ?
-¿Buena ?
-Convaleciente , que es mucho mejor ! ...- ¡ Ca , si no
tengo boca para poder dar gracias á Dios y á su Madre San-
tísima ! ¡ Me ha sucedido tanta y tanta cosa ! ¡ pero qué co-
sas ! ya , ya te las contaré! ...
-Pero¡ cómo estás !
--¿Estoy guapo , eh?
-A la verdad que el agua que te chorrea de medio
cuerpo arriba , pudiera muy bien lavarte de medio cuerpo
abajo. Aguarda , aguarda , que voy á hacerte una buena
fogata.
-Te lo agradezco . ¿ Sabes dónde me cogió el agua?
justamente á la puerta del lazareto: pero esto no es nada ;
el tiempo hace su oficio, y yo hago el mio.
El amigo se fué, y á poco volvió con dos brazadas de
leña; puso una en el suelo , echó la otra en la chimenea , y
á beneficio de unas cuantas ascuas que quedaron por la no-
che, no tardó en levantarse una gran llama. Quitóse Renzo
el sombrero, le sacudió dos ó tres veces , y le tiró al sue-
lo; pero por cierto no pudo quitarse tan presto el gaban .
Sacó tambien de la faltriquera de los calzones su cuchillo,
con la vaina tan esponjada que parecia de tripa , y le puso
sobre una mesita, diciendo: « ¡ Qué bueno está tambien éste!
pero en fin, gracias á Dios , que no es más que agua . Mi
vida , amigo, ha estado en un tris: ya te diré , (y se estre-
gaba las manos). Ahora hazme otro favor , añadió: tráeme
aquel lio que te dejé, porque de aquí á que esta ropa se
seque, va largo .
Fué el amigo á buscar la ropa, y luego que con ella
hubo vuelto, le dijo :
370 -

-Ó mucho me engaño , ó el estómago te debe estar


pidiendo le des algun refrigerio. Que beber no te habrá
faltado en el camino , pero que comer...
-Ayer por la tarde encontré donde comprar dos pa-
nes ; pero á lá verdad , no me han llegado á un diente .
-Aguarda , dijo el amigo ; y echando agua en un pe-
rolito, le puso á la lumbre , y añadió: Voy por leche : cuan-
do vuelva , el agua estará caliente , y haremos una buena
polenta: tú entretanto , componte á tu gusto.
Quedando Renzo solo , se quitó de encima , no sin`
trabajo , el resto de la ropa, que estaba como encolada á
la carne, se secó bien y se volvió á vestir de piés á cabe-
za. Luego que el amigo vino con la leche, emprendió la
faena de la polenta , y Renzo se quedó sentado aguardando.
-Ahora, dijo , voy sintiendo que estoy cansado . La ti-
rada es buena ; pero esto no es nada: tengo que contarte
para todo el dia . ¡Cómo está Milán ! ¡ Es preciso verlo y
tocarlo! Cosas para tener luego asco de sí mismo . Estoy
por decirte que necesitaba yo de este enjabonado . Pues
digo... Y lo que quisieron hacer conmigo aquellos seño-
res! Ya te contaré , ya te contaré . ¡ Si vieras el lazareto !
Entre tantos horrores es cosa de perderse y de perder el
juicio ya te lo contaré todo ... Allí está ella ; pero ven-
drá aquí , y será mi mujer, y tú has de ser uno de los tes-
tigos; pues peste , ó no peste , quiero que tengamos á lo
ménos algunas horas de diversion y alegría .
Renzo cumplió en efecto la palabra que dió á su
amigo de emplear aquel dia en contárselo todo , con tanta
más holgura cuanto que no habiendo cesado de lloviznar,
lo pasó debajo de techado y en conversacion y trabajando
con él en una tina, una bota, y en otros preparativos para
la vendimia ; porque , como él decia , era uno de aquellos
que se cansaban más en no hacer nada que en trabajar.
- 371 -

No pudo sin embargo dejar de hacer una escapadita hasta


la casa de Inés, para ver cierta ventanita, y darse tambien
allí otro estregoncito de manos. Fué y volvió al oscurecer,
y en seguida se acostó . Temprano tambien se levantó al dia
siguiente ; y viendo que aunque no estaba sentado el
tiempo , habia cesado el agua , se puso en camino para
Pasturo.
Todavía era muy temprano cuando llegó á aquel pue-
blo, pues no tenia ménos prisa ni ménos gana de acabar,
que la que pueden tener nuestros lectores. Preguntó por
Inés ; supo que estaba buena y sana , y le enseñaron una ca-
sita aislada , que era donde vivia . Allá se fué en derechura,
y sin esperar entrar en la casa , comenzó á dar voces ìla-
mándola desde la calle. Al oir el metal de aquella voz , se
asomó Inés apresuradamente á la ventana , y mientras con
la boca abierta y queriendo proferir no sé qué palabras ,
permanecia estática , Renzo comenzó á decirla : - « Lucía
se puso buena ; la he visto antes de ayer ; le dá á Vd. mu-
chas memorias , y vendrá presto . ¡Cuánto tengo que con-
tar á Vd. !» -–
Entre la sorpresa , el placer de la noticia , y el afan por
saber más, empezaba lués ya una exclamacion , ya una
pregunta, sin acabar nada, hasta que por último, olvidán-
dose de las precauciones que acostumbraba á tomar des-
de hacia largo tiempo , dijo : - Ya bajo á abrir. » —
-Aguarde Vd . ¿ Y la peste ? preguntó Renzo. Creo
que Vd. no la ha pasado .
-Yo no ; ¿ y tú ?
-Yo sí ; pero es menester precaucion : vengo de Mi-
lan , y he estado metido en el contagio hasta los ojos. Es
verdad que me he mudado de piés á cabeza , pero es cosa
que a veces se pega como un maleficio ; y puesto que el
Señor ha librado á Vd . hasta ahora , quiero que Vd . se
- 372

cuide hasta que se acabe este maldito influjo; porque es Vd .


nuestra mamá , y quiero que vivamos todos juntos por lar--
go tiempo y alegremente , en desquite de lo mucho que
hemos sufrido al ménos yo ...
-Pero... comenzó á decir Inés.
-No hay pero que valga , interrumpió Renzo . Sé lo
que Vd. quiere decir. Ya verá Vd . cómo no hay pero . Asi ,
pues, nos iremos ahora los dos á algun paraje bien ven-
tilado, en donde se pueda hablar con comodidad y sin
riesgo.
Indicóle Inés un huerto que caia á espaldas de la casa ,
diciéndole que entrase allí y se sentase en uno de dos
banquillos que estaban frente à frente , que ella bajaria
luego y se sentaria en el otro . Así se hizo , y estoy seguro
de que si el lector, como impuesto en los antecedentes,
hubiese podido hallarse allí presente , y ver y oir aquellos
relatos, aquellas preguntas , aquellas explicaciones , aque-
Hlas quejas, aquellas exclamaciones , aquel hablar de Don
Rodrigo y del Padre Cristóbal y de todo lo demas, con aque-
llas descripciones de lo futuro tan positivas y claras como
las de lo pasado ; estoy seguro , digo, de que hubiera te-
nido gran gusto en ello , y hubiera sido el último en se-
pararse ; pero para tener en el papel toda aquella conver-
sacion con palabras mudas, y sin ningun hecho nuevo , soy
de parecer que el lector no sentirá perderla, y que preferi-
rá que se las dejemos adivinar. La conclusion fué que irian
á vivir todos juntos al país de Bérgamo , donde Renzo tenia
un buen acomodo; pero en cuanto al tiempo , nada se pudo
determinar, porque dependia de la peste y de otras cir-
cunstancias ; y sólo se acordó que, apénas pasase el peli-
gro, volviera Inés á su casa , aguardando allí á Lucía , si
es que ésta no la estaba ya aguardando ; y que Renzo en-
tre tanto haria algunas escapadas á Pasturo para ver á su
- 373 -

mamá , y tenerla al corriente de todo cuanto ocurriese.


Antes de separarse , tirando Renzo del cartucho en
que llevaba envueltos sus capitales , se lo enseñó á la
buena Inés , y le dijo:
-Vea usted ; todo está intacto , pues hice voto de no
tocarle hasta que se hubiesen aclarado las cosas. Ahora ,
pues , si usted lo necesita , baje usted una cazuela con
agua y vinagre , y meteré allí los cincuenta escudos ca-
bales.
-No , no, contestó Inés ; tengo más de lo que para
mí necesito : guárdalos, y te servirán para poner lə
casa .
Más contento aun de lo que habia ido , con la satisfac-
cion que le habia proporcionado encontrar sana y sal-
va á una persona á quien tanto amaba , salió Renzo de
Pasturo , y despues de haber pasado el resto de aquel dia
y toda la noche en compañía de aquel su amigo, se sepa-
ró de él al siguiente dia por la mañana, encaminándose en
busca de su primo Bartolo.
Encontró á éste con buena salud, y ya con ménos temor
de perderla, porque en aquellos pocos dias las cosas tam-
bien allí habian tomado rápidamente muy buen aspecto.
Las invasiones eran mucho ménos frecuentes , y la enfer-
medad ya no era la misma ; pues no se presentaban en ella
ya aquel amoratado mortal, ni aquella violencia de sínto-
mas; sino unas calenturillas , la mayor parte intermiten-
tes, y alguna vez un tumorcillo descolorido , que se curaba
como un divieso ordinario. En suma, ya era otro muy di-
ferente de aquel en que Renzo le dejó , el estado de
aquella comarca: los que habian sobrevivido, empezaban
á salir de sus escondrijos , dándose recíprocamente el pé-
same ó el parabien . Se hablaba ya de volver á poner
corrientes las fábricas, y los dueños pensaban en buscar
374

y apalabrar operarios , especialmente en aquellas artes


en que el número de ellos escaseaba tambien antes del
contagio, como era la de la seda. Renzo, sin hacerse de
rogar, prometió á su primo , (salva siempre la debida apro-
bacion) que volveria á trabajar en cuanto fuese á estable-
cerse con su familia en aquel país, y entretanto dispuso los
preparativos más precisos , buscó una casa mejor , cosa
entonces harto fácil y poco costosa , la proveyó del ajuar
y muebles necesarios, echando mano para ello otra vez del
tesoro reservado; pero sin abrir en él gran brecha, porque
de todo habia desgraciadamente grande abundancia y ba-
ratura.
Á los pocos dias regresó á su país nativo , que halló
extraordinariamente mejorado , y se trasladó inmediata-
mente á Pasturo, en donde halló á Inés más animada, y tan
dispuesta á volverse á su casa , que él mismo la trajo . Excu-
sado creemos decir aquí cuales fueron los sentimientos y
palabras de los dos al verse juntos en aquel pueblo , porque
cualquiera podrá figurárselos . Inés , con grande sorpresa
suya, encontró todo como lo habia dejado; por manera que
solia decir que esta vez , tratándose de una pobre viuda y
de una pobre muchacha , los ángeles habian estado alli
guardándoles la hacienda.
-La otra vez , añadia , cuando cualquiera hubiera crei-
do que el Señor cuidaba de otros , y á nosotros nos abando-
naba, permitiendo que nos llevasen nuestra hacienda, ma-
nifestó todo lo contrario , porque me envió por otra parte
dinero con que poder reponerlo todo : digo todo , y no
digo bien , porque faltaba el ajuar de Lucía , que los pi-
caros se llevaron enterito ; más héte aquí que aquel ajuar
nos viene por otra parte. ¿ Quién me hubiera dicho , cuan-
do estaba trabajando en poner listo el otro que se llevaron,
que no se habia de emplear en mi hija . ¡ Sabe Dios á qué
375

manos habrá ido á parar! .. Pero gracias á la Vírgen Santí-


sima encontramos un buen alma , Dios le bendiga , que ha
querido hacer la costa del que verdaderamente va á gas-
tar mi querida Lucía .
Instalada ya de nuevo en su casita, el primer cuidado
que Inés se tomó , fué preparar un cuarto en ella , por sí
alguna vez queria ocuparlo su generoso bienhechor ; luego
buscó seda que devanar , y con su aspa procuraba enga-
ñar la tardanza en la llegada de su hija.
Renzo por su parte no pasó en la ociosidad aquellos
dias, para él tan largos; pues como por fortuna sabia dos
oficios , se dedicó al de labrador , y solia emplear parte del
tiempo en ayudar á su huésped , para el cual no era poca
suerte tener á su disposicion un labriego, y un labriego de
tanta habilidad; y otra parte la dedicaba á cultivar y ar-
reglar el huertecillo de Inés , abandonado enteramente
durante su ausencia . Por lo que toca á su pequeña ha-
cienda , no se cuidaba de ella , diciendo que era una pelu-
ca demasiado enmarañada , y que de nada servian dos
brazos para desenredarla. Así es que ni aun volvió á po-
ner los piés en su huerto ni en su casa , en primer lugar
porque era para él un dolor el ver aquella desolacion , y
en segundo porque habia decidido deshacerse de todo , de
cualquiera manera que fuese , y emplear en su nueva pa-
tria lo que por ello sacase .
Si los que habian quedado vivos aparecian unos para
otros como resucitados , Renzo se presentaba como dos veces
salido del otro mundo ; y todos le felicitaban, le agasajaban ,
y deseaban oir su historia. Algunos quizá preguntarán ¿ y
cómo andaba la cosa con respecto á la requisitoria? Perfec-
tamente; y el mozo apénas se acordaba de ella, suponiendo
que los que debian ejecutarla tampoco se acordarian ; en
lo cual no se equivocaba . Y esto no dimanaba sólo de la pes-
- 376 -

te, que todo lo habia barajado, sino tambien (cosa muy co-
mun en aquellos tiempos, como lo hemos visto en más de
una parte de esta historia ) de que las órdenes , tanto ge-
nerales como particulares , contra las personas, si no habia
alguien que promoviese su ejecucion , quedaban sin efec-
to , á no ser que se ejecutasen en los primeros momentos;
á manera de las balas de fusil , que , si no causan daño al
salir, caen al suelo , en donde á nadie molestan . Todo ello
consecuencia necesaria de la excesiva facilidad con que á
roso y belloso se expedian dichas órdenes . La actividad del
hombre es limitada , y lo que va de más en ordenar, debe
ir de ménos en la ejecucion.
Si alguno quisiese ademas saber cómo se conducia
Renzo con D. Abundio mientras permaneció en su pue-
blo aguardando que se dispusiesen las cosas para sú boda ,
le diré que , fuera de la Iglesia , ni se veian ni se oian;
D. Abundio, por aquel temor que no habia podido des-
terrar, de oir hablar del casamiento, cuya palabra le traia
á la memoria los bravos de D. Rodrigo y las reconven-
ciones del Cardedal ; y Renzo , porque habiendo determina-
do no hablarle del asunto hasta el momento preciso de su
ejecucion, no queria escamarle ántes de tiempo, no fuera
que pusiese nuevos impedimentos. De esto hablaba fre-
cuentemente con Inés, á quien solia preguntar : — « Cree
usted que Lucía vendrá presto ? -Creo que sí , respondia
ésta entónces ; pero al poco rato, olvidándose de aquella
respuesta suya , era ella la que dirigia á Renzó la misma
pregunta que él le habia hecho ; y así , preguntándose y
respondiéndose alternativamente , procuraban los dos en-
tretener el tiempo , que les parecia cada vez más largo.
Para nuestros lectores haremos que pase más corto,
diciendo en resúmen , que á los pocos dias de haber es-
tado Renzo en el lazareto, salió Lucía con la buena viu-
-- 377

da , y habiéndose dispuesto una cuarentena general , la


pasaron las dos juntas en casa de la última , trabajando
las dos en hacer el ajuar de Lucía , la cual desde luego no
puso manos en esta obra , sino que antes presentó para ha-
cerla algunos reparos, que tuvo la fortuna de desvanecer
su bondadosa amiga. Esta, concluida la cuarentena, confió
á su hermano el Comisario su tienda y su casa , y desem-
barazadas ya de cuidados, las dos comenzaron á emplearse
en los preparativos del viaje . Ocasion era ésta segura-
mente para decir que al fin se pusieron en camino, que
lo anduvieron felizmente , y que llegaron á su destino , y
con esto acabariamos pronto y saldriamos del paso ; pero
á pesar de toda la prisa del lector , y la nuestra , hay tres
cosas correspondientes á aquel período que no queremos
pasar en silencio , y más cuando , de ellas, á lo menos por
lo que toca á dos , el mismo lector convendrá en que hu-
biéramos hecho mal omitiéndolas .
La primera es, que cuando Lucía volvió, á hablar con
la viuda de sus aventuras, con más confianza , y con más ór-
den que el que pudo emplear en la primera vez, hizo men-
cion más expresa de la señora que la habia acogido en
el convento de Monza , y con este motivo llegó á saber
cosas de ella , que excitaron en su ánimo la más triste y
terrible admiracion. Supo por la viuda , que habiendo la
desgraciada monja dado márgen á sospechas de hechos
atroces , fué trasladada de órden del Cardenal á un con-
vento de Milan , y que allí , despues de muchos desórde-
nes, se arrepintió, y vuelta sobre sí , su vida actual era
un suplicio voluntario , tan duro , que nadie pudiera inven-
tar otro más severo . El que quisiese tener noticias más
circunstanciadas de este lamentable incidente , las hallará
en la historia patria de Ripamonti , década v , libro IV , ca-
pítulo m.
-- 378

Se reduce la otra á que, preguntando Lucía por el pa-


dre Cristóbal á todos los capuchinos que pudo ver en el
lazareto , supo con más pena que sorpresa, que habia
muerto de la peste .
Finalmente , ántes de salir de Milan deseaba tener al-
guna noticia de sus antiguos amos, para cumplir con ellos ,
si alguno vivia , como lo exigian la gratitud y la buena
crianza.
Acompañóla la misma viuda á la casa en que habian
vivido, y allí supieron que uno y otro habian entrado en
el número de los que se habian ido al otro mundo . Por lo
que toca á doña Praxedes , diciendo que murió , se dice
todo lo que hay que decir; pero con respecto á D. Ferran-
te , tratándose de un sábio de aquella época, el anónimo
que varias veces hemos citado , creyó conveniente exten-
derse algo más ; y nosotros, de nuestra cuenta y riesgo,
trasladamos en compendio lo que nos dejó escrito.
Dice, pues , que en cuanto se empezó á hablar del
contagio , D. Ferrante fué uno de los más acérrimos y
constantes en negar su existencia , no con alboroto como
el pueblo, sino con raciocinos , cuyo enlace por lo menos,
nadie podia desconocer.
-In rerum natura , decia , no hay sino dos géneros de
cosas , á saber , sustancia , y accidentes ; y si yo pruebo
que el contagio no puede ser ni lo uno ni lo otro , habré
probado que no existe, y que es una quimera. Vamos á
probarlo. Las sustancias son ó espirituales, ó materiales.
Que el contagio sea una sustancia espiritual , es un dislate
de tal naturaleza, que nadie habrá que lo sostenga ;,
consiguiente es inútil hablar de él. Las sustancias mate-
riales son simples ó compuestas . Ahora bien , el contagio
no es sustancia simple , y lo demuestro en cuatro palabras.
No es sustancia aérea , porque si lo fuera , en lugar de
379

pasar de un cuerpo á otro, volaria más bien á su esfera.


No es aqüea, porque humedeceria y la secarian los vien-
tos : no es ígnea , porque quemaria ; y no es térrea , por-
que entonces seria visible. Tampoco es sustancia com-
puesta, porque de todos modos se veria y se tocaria ; pero
este contagio ¿quién lo ha visto? ¿quien lo ha tocado?
Queda ahora por ver si es accidente . ¡ Peor que peòr ! Nos
dicen los señores médicos que el contagio se comunica de
un cuerpo á otro, y este es su argumento, su pretesto
para tantas órdenes sin utilidad . Ahora bien: suponiéndolo
accidente, vendria á ser accidente trasportado, dos pala-
bras opuestas , no habiendo en toda la filosofía cosa más
clara que la de que un accidente no puede pasar de •un
sujeto á otro. Y si para evitar este Escila, dicen que es
accidente producido, huyen de él, y dan en Caribdis , por-
que si es producido, no se comunica ni propaga como
van cacareando . Supuestos estos principios ; ¿ de qué sirve
venir á hablarnos de víbicos , exantemas , antraces, etc?
-¡Qué! ¡ Cuentos ! le contestó uno en cierta ocasion.
-No, no , replicó D. Ferrante: no digo yo eso . La
ciencia es ciencia; pero conviene saberla emplear ... Ví-
bicos , exantemas , antraces , parótidas , bubones amorata-
dos , diviesos nigricantes , son todas palabras respetables
que tienen su sentido ; pero digo que no vienen al caso
en esta cuestion. ¿ Quién niega que haya de estas cosas?
El punto está en ver de dónde vienen .
Este era justamente el punto en que comenzaban los
apuros de D. Ferrante; porque mientras se limitó á refutar
la opinion del contajio, hallaba por todas partes quien le
escuchase, en razon á que es evidentemente muy grande
la autoridad de un sábio de profesion , cuando trata de
probar á los demas cosas de que ya están persuadidos ;
pero cuando queria distinguir y demostrar que el error de
380

aquellos médicos no consistia en afirmar que existia un


mal terrible , sino en señalar sus causas y modos , entón-
ces, (esto es, al principio, cuando no se queria oir hablar
de morbo) entónces todos estaban contra él, y se veia im-
posibilitado de emitir su doctrina, ó tenia que exponerla
á retazos.
-Existe, sin embargo, esta verdadera causa , solia decir ,
y se ven obligados á reconocerla aun aquellos que, sin
fundarse en ninguna autoridad, sostienen la contraria...
Que nieguen, si pueden, esa fatal conjuncion de Saturno
con Júpiter. ¿Y cuándo se ha oido decir jamás que las in-
fluencias se propagan ?... ¿ Y habrá quien niegue las in-
fluencias? ¿Me negarán que hay astros? ¿Y querrán suponer
que estén ociosos allá arriba , como otras tantas cabezas de
alfileres clavados en una almohadila? Lo que no puedo
comprender de estos médicos, es que confiesen que nos
hallamos bajo una conjuncion tan maligna, y luego nos
vengan diciendo: « no toqueis allí , y os libertareis ; como si
el evitar el contacto material de los cuerpos terrestres pu-
diese impedir el efecto virtual de los cuerpos celestes. Y
ademas ¡ tanto quemar andrajos ! ¡ Pobre jente! ¿Quemareis
á Júpiter? ¿Quemareis á Saturno?
Fundado en estos desatinos, no tomó precaucion al-
guna contra la peste. Está le acometió ; D. Ferrante se
metió en la cama, y murió como un héroe de trajedia,
tomándola con el cielo y las estrellas.
¿Y su famosa biblioteca? preguntará algun curioso .
Quizá anda dispersa todavía por los puestos de los que
venden comedias y romances .
- 381

CAPÍTULO XXXVII .

CONCLUSION.

UNA tardecita oye Inés parar un carruaje á la puerta


de su casa.— ‹ ¡ Ella es , exclama » -, y efectivamente se
encontró en los brazos de Lucía , que llegaba en compa-
ñía de la viuda . La acogida por una y otra parte , y las
demostraciones de afecto que se hicieron , dejo que el
lector se las figure.
La mañana siguiente, ignorante de lo que habia suce-
dido, y sin otro objeto que el de quejarse de la tardanza
de Lucía , se dirigió Renzo segun su costumbre á casa
de Inés, y encontrándose con tan grata novedad , puede
el lector tambien imaginarse cuánto al pobre mozo se le
ocurriria hacer y decir . Lucía por su parte se limitó á bien
poca cosa :-Dios te guarde, Renzo. ¿Cómo estás?» -, fué
lo único que le dijo ; pero algo que á nosotros quizás no
se nos alcance debia haber en el tono de la voz y en la
cara de la jóven , para que el muchacho, léjos de mos-
trarse ofendido por aquel laconismo , manifestase en su
semblante una satisfaccion que era para tenerle por ella
envidia. Así es que le contestó : - < Ahora que ya te veo
cerca de mí , figúrate si me encontraré bien . » —
-Nuestro pobre Padre Cristóbal ! .. Reza por su alma ,
H 25
382 -

dijo Lucía : á pesar de que casi se podia asegurar que me-


jor seria pedirle que rogara por nosotros allá arriba.
—¡Conque murió! .. Con aquel tragin no podia suce-
der otra cosa... Pobre ¡ Pabre ! .. Dios le dé su santa gloria.
No fué esta sola la tecla desagradable que se tocó en
aquel coloquio ; pero cualquiera que fuese la materia de
que se tratase , tales mañas se daban los pobres mucha-
chos , que siempre le encontraron muy de su gusto. Como
aquellos caballos resabiados que se obstinan y plantan
sin querer ir adelante , levantando un pié , luego otro, y
volviendo á plantar los dos en el mismo paraje , y hacen
mil morisquetas ántes de dar un paso , hasta que de re-
pente toman carrera y corren parejas con el viento , así
era el tiempo para Renzo ; de manera que antes los mi-
nutos le parecian horas, y ya las horas le parecian mi-
nutos.
La viuda por su parte , no sólo no era enojosa con su
presencia para los muchachos, sino que antes bien con
natural gracejo sazonaba sus coloquios, de manera que
Renzo solia decir de ella que cuando la vió en la mala
cama del lazareto, nunca pudo figurarse que fuera mujer
de tan buen humor y tan sociable ; pero el lazareto y el
campo, la muerte y las bodas eran cosas muy distintas.
Por último , Renzo dijo un dia que iba á buscar á Don
Abundio para arreglar las cosas del casamiento . Lo hizo
en efecto así , y encontrándole en su casa , con tono algo
socarron ; le dijo :
-¿Se le ha pasado á su merced , señor cura , aquel dolor
de cabeza que le estorbaba casarme ; porque sino, todavía
estamos á tiempo. La novia está pronta , y yo vengo á saber
cuándo se hallará su merced en disposicion de verificarlo ;
sólo le pido esta vez que no tarde mucho .
-D. Abundio , aunque no pensara oponerse abierta-
383

mente á la propuesta del muchacho , con todo , empezó á


titubear, á poner excusas , á adelantar ciertas insinuacio-
nes , y replicó :
-Vamos , y á qué viene ahora exponerse y darle un
cuarto al pregonero, cuando todavía tienes encima aque-
lla requisitoria ?
-Ya veo, dijo Renzo , que no se le ha pasado á su mer-
ced enteramente el dolor de cabeza; pero oiga su merced .
Yaquí comenzó á hacerle á D. Abundio un extenso relato y
una patética descripcion del estado en que habia dejado á
D. Rodrigo, el cual , añadió, ya las habrá liado á estas ho-
ras . Pobrecillo , Dios le perdone , como yo le he perdo-
nado.
-Eso nada tiene que ver con lo que tratamos , con-
testó D. Abundio . ¿ Por ventura te he dicho yo que no?
Yo no me niego ; sólo hablo ... por motivos... Ya ves,
mientras el hombre respira ... Mírame á mí : estoy hecho
un cascajo ; tuve ya un pié en el hoyo ... y sin embargo,
como no tengo disgustos , puedo tirar todavia... Luego,
hay ciertos temperamentos... pero, como digo, esto nada
tiene que ver...
En términos semejantes, y sin que D. Abundio aven-
turase una respuesta categórica , siguió la conversacion
entre los dos , hasta que Renzo , haciendo una profunda
reverencia, le volvió la espalda á D. Abundio y tomó el ca-
mino de la casa de su futura .
Llegado que hubo á ella , refirió punto por punto su
entrevista con el párroco , y concluyó diciendo :
-Me he venido , porque ya estaba harto , y á pique
de perder la paciencia y desmandarme. Momentos hubo
en que me parecia el mismo que ántes ; el mismo gesto ,
las mismas palabras, y si dura algo más la conversacion ,
no dudo que me echa los mismos latines . Preveo que
384 -

trata de dar largas ; y así me parece que lo mejor será ir-


nos á casar en donde hemos de vivir.
-Lo mejor que podemos hacer, dijo la viude , es ir
nosotras las mujeres á hacer un ensayo , y ver si damos
con el cabo de esta madeja. Así , pues , y ya que no he-
os de ir á hacer nuestra visita hasta despues que coma-
mos, quisiera que ahora el señor novio me llevase á dar un
paseo con Lucía, pues deseo ver esas montañas y ese la-
go de que tanto he oido hablar .
Accediendo á tan justa exigencia Renzo comenzó por
llevarlas á casa de su huésped , donde aquel las recibió
con afectosísima cordialidad , no separándose de él hasta
que les hubo prometido que no sólo aquel dia , sino que
todos, iria á comer con ellos .
Despues de haber paseado y haber comido, se marchó
Renzo sin decir adonde, y las mujeres se quedaron algun
tiempo conversando y discurriendo el modo de pillar á
D. Abundio, como al fin lo consiguieron.
-¡Ya están aquí ellas ! dijo para sí éste al verlas en su
casa; pero haciendo de tripas corazon, consiguió ponerles
buena cara , y hasta llegó á felicitar á Lucía , saludando
afectuosamente á Inés y cumplimentando á la forastera.
Luego que nuestras mujeres ocuparon los asientos con-
que D. Abundio les brindaba , echó éste la conversacion
por el registro de la pasada peste, manifestando un vivo de-
seo por saber de boca de la misma Lucía las penas y zozo-
bras porque habia pasado .
Complacióle la joven en su deseo , y naturalmente , el
llegar al punto de su entrada en el lazareto , dió márgen
á que la viuda echase tambien su cuarto á espadas en la
relacion.
Habló luego D. Abundio , como era justo , de su bor-
rasca , dando la enhorabuena á Inés por no haberla pa-
- 385

sado ; y de esta manera la conversacion se iba prolongan-


do , sin llegar al fin de ella. Inés y la viuda desde el prin-
cipio estaban aguardando la ocasion de poder tratar del ne-
gocio que más les interesaba , y no sé al cabo quién de las
dos fué la primera en romper la valla . Pero ¿para qué? si
estaba visto que D. Abundio no oia de aquel lado. Á buen
seguro que en resúmen dijese terminantemente que no;
pero continuaba en sus trece con tergiversaciones y ro-
deos, diciendo siempre que convenia hacer' anular la re-
quisitoria, pues era muy expuesto publicar en la iglesia el
nombre de Lorenzo Tramaglino ; y que puesto que todos
estaban resueltos á expatriarse , no habiendo más patria
que aquella en donde se está bien , era de opinion que lo
más acertado seria hacerlo todo en donde la requisitoria
tenia la misma fuerza que un papel de estraza , conclu-
yendo en estos términos:
-Yo por mi parte lo haré muy gustoso ; perotemo que
la publicacion de su nombre le acarree algun disgusto .
Inés y la viuda, erre que erre en rebatir las razones de
D. Abundio , y éste erre que erre en reproducirlas , lle-
vaban ya hablado mucho, cuando entró Renzo con paso
firme y un rostro que anunciaba alguna noticia favorable .
-Ha llegado , dijo , el señor marqués de***…..
-¿Qué dices? exclamó D. Abundio levantándose . ¿Ha
llegado? ¿ dónde?
Á su palacio, que era el de D. Rodrigo; porque este
señor marques es su heredero por fideicomiso , como di-
cen los abogados; con lo cual ya no queda duda . Por mi
parte me alegraria , si supiera que aquel infeliz habia muer-
to bien. Á buena cuenta , hasta ahora he rezado por él
muchos Padrenuestros: ahora le rezaré muchos De pro-
fundis. Por señas, que este señor marques dicen que es
un excelente sujeto .
386 --

-Cierto , dijo D. Abundio , y más de una vez he oido


decir que es uno de esos señores chapados á la antigua;.
pero no las tengamos. ¿es cierta la nueva?
-¿Cree su merced al sacristan?
-Yo , hombre ...
-Pues él es quien lo ha visto con sus propios ojos.
Yo fuí á las inmediaciones del palacio , suponiendo que
allí sabrian algo ; y efectivamente, dos ó tres personas me
aseguraron el hecho ; pero últimamente me topé al amigo
Ambrosio que venia de allá arriba, en donde le habia
visto mandar como amo . ¿Quiere su merced oirlo? ¿Am-
brosio?... Le he hecho aguardar expresamente aquí fuera.
-Oigámosle, dijo D. Abundio , y Renzo mandó entrar
al sacritan, que confirmó la noticia , añadió muchos por-
menores, y resolvió todas las dudas, retirándose luego.—
¡ Ah ! ¿ con qué ha muerto ? esclamó D. Abundio. ¿ Con
que Dios se le llevó ? He aquí, hijos mios, cómo la Provi-
dencia acaba con ciertas jentes . ¡ Sabeis que es un gran
suceso ! ¡ que es una felicidad para este pobre país, en
donde por él no se podia vivir! Es verdad que la peste
ha sido un gran azote; pero ha sido tambien una escoba
que ha barrido cierta canalla , hijos mios, de que nunca
nos hubiéramos visto libres . En un abrir y cerrar de ojos
han desaparecido á millares. Ya no los verémos pasear
con aquel acompañamiento de matonés, con aquel orgullo
que parecia decirnos que todos viviamos porque ellos que-
rian. En fin, Don Rodrigo ha muerto, y nosotros vivimos.
Ya no enviará más embajadas como aquella á los hombres
de bien. Mucho nos ha dado que hacer á todos , digámos-
lo ya , porque esta es una cosa que ahora ya se puede decir.
-Yo le he perdonado de corazon, dijo Renzo .
-Y has hecho bien . Has cumplido con tu obligacion;
pero tambien se puede dar gracias a Dios por habernos
-387

librado de él. Volviendo ahora á nuestro asunto , os repito


que podeis hacer lo que tengais por más acertado . Si
quereis casaros , aquí estoy; y si os conviene más en otra
parte , hacedlo. Por lo que toca á la requisitoria, yo tam-
bien me hago cargo de que , no habiendo ya quien os
tenga entre ojos y quiera haceros daño , no hay que to-
marse gran pena , especialmente despues del decreto de
indulto expedido con motivo del nacimiento del serenísimo
señor Infante. Y luego , la peste, amigo , la peste ha echado
una gran plumada sobre muchas cosas . Con que , si
querèis, hoy es juéves; el domingo corre la primera amo-
nestacion, porque lo que se hizo en otra ocasion , ya no
vale despues de tanto tiempo , y luego tendré yo el gusto
de casaros .
-Ya sabe el Señor Cura que á eso habíamos venido,
dijo Renzo.
¡ Muy bien ! contestó D. Abundio : yo os serviré con
mil amores . Ahora que me acuerdo... Quiero ponerlo todo
al instante en conocimiento de su Eminencia.
¿ Quién es su Eminencia? preguntó Inés.
-Su Eminencia, respondió D. Abundio, es nuestro
Cardenal Arzobispo , que Dios conserve . Con que , vamos,
vamos: á desquitar el tiempo perdido . Como he dicho , el
domingo correré la primera amonestacion, y entretanto
pondremos en planta una idea que se me ha ocurrido
ahora mismo: y eso que si uno fuera rencoroso !... Aquí
D. Abundio enderezó á Renzo una mirada entre severa y
cariñosa . Pero nada , nada , pelillos á la már. Vuestro
párroco no querrá nunca más que vuestro bien ... Pues,
como digo, se me ocurre que podemos pedir dispensa de
las otras dos amonestaciones. ¿Qué os parece, eh ? Por
cierto que no han de andar muy descansados en la curia
para este asunto de las dispensas , si las cosas van en
388 -

todas partes como aquí . Para el domingo tengo ya... una,


dos ... tres, sin contar la vuestra. Es una furia , y creo
que no ha de quedar una mujer que no esté casada. ¡ Qué
disparate ha hecho Perpétua en morirse! Esta vez de fijo
hubiera encontrado tambien ella su acomodo. ¿ Y en
Milan, señora, dijo , dirijiendo la palabra á la viuda , suce-
de lo mismo?
-Lo mismo. Para que se haga cargo el señor Cura, le-
diré que el domingo pasado, sólo en mi parroquia , hubo
cincuenta y cuatro casamientos.
- Es lo que yo digo : el mundo no quiere acabarse.
¿Y á Vd . , señora, no ha empezado á rondarle todavía nin-
gun moscardon?
-Yo no pienso, ni quiero pensar en eso.
-¿Y querrá Vd. ser la única? A pesar de que tambien
Inés...
-Vaya, y con la que sale ahora el señor Cura! replicó
ésta; ¿tiene su merced gana de burlarse?
-Sí; tengo gana de reirme, y me pareee que es justo
despues de tantos males. ¡ Qué buenos tragos hemos pa-
sado! Es de esperar que estos cuatro dias que nos que-
dan de vida, no serán tan tristes. ¡Dichosos vosotros (mu-
chachos) que , como no haya desgracia , teneis todavía
muchos años para hablar de vuestras aventuras ! ¡Pero yo,
pobre viejo!... Los bribones pueden morirse; de la peste
se puede curar; pero contra los años no hay receta, y es
muy cierto aquello de que senectus ipsa estorbus: que
quiere decir, que la misma vejez es una enfmedad , y si
hubiera dicho mortal, no hubiera errado .
--Ahora ya, por mi parte, puede el señor Cura hablar
en latin cuanto quiera; y eso que, la verdad, los latines de
su merced se me habian atravesado.
-¿Y por qué?... Sepamos . El latin es la lengua de los
389-

sábios: lengua muerta , pero... Por cierto, que ya que


demuestras tenerle tanta inquina , yo te arreglaré . Cuando
tú te presentes con esa, para que yo te diga ciertas pala-
britas en latin, te diré: tú no gustas de latines: vete pues.
¿Y entonces?
-Yo bien me entiendo, replicó Lorenzo , y no es ese
el latin que me asusta ; otros son los latines que me des-
agradan : aquellos, por ejemplo, con que antaño...
—¡Calla , majadero ! calla y no revuelvas cosas pasa-
das ; que si hubiéramos de ajustar las cuentas, yo no sé
quién ganaria. ¡ Algunas me habeis hecho de tomo y lomo!
De tí no lo extraño, porque siempre has sido un tunantue-
lo ; pero sí de esa mosquita muerta , que parece que en
su vida ha quebrado un plato: aunque yo bien sé quien la
habia aleccionado . (Y al decir esto señalaba con el dedo á
Inés) . Pero en fin , todo lo perdono.
La noticia de la muerte de D. Rodrigo habia infundido
tal ánimo en nuestro D. Abundio, que nunca acabaríamos
si quisiéramos trasladar todas las chanzas y chistes con-
que entretuvo á los concurrentes , deteniéndolos más de
una vez , cuando estaban para marcharse , hasta el punto
de que aun en la puerta misma los entretuvo algunos ins-
tantes con su conversacion .
En el dia siguiente tuvo D. Abundio la satisfaccion de
recibir en su misma casa al marques heredero del D. Ro-
drigo.
Era aquel de una edad entre la virilidad y la vejez, y
toda su presencia justificaba lo que de sus calidades pre-
gonaba la fama. Ingénuo , franco , llano , benéfico , lleno
de dignidad , y con cierta apariencia de tristeza resignada.
-Vengo , dijo , á saludar á Vd . de parte del Carde-
nal Arzobispo, dijo á D. Abundio luego que llegó .
-¡Ah! ¡qué favor ! ¡ qué bondad en ambos !
390-

-Cuando fuí á despedirme de aquel incomparable


varon, que me honra con su amistad , me habló de dos
nóvios jóvenes de esta parroquia, que tuvieron que sufrir
mucho por causa del malaventurado D. Rodrigo . Monse-
ñor desea tener noticia de ellos . ¿ Viven? ¿Se han arregla-
do sus asuntos?
-Sí, señor: ya todo está arreglado , y yo justamente
me habia propuesto escribir á su Eminencia ; pero ahora
que tengo la honra...
-¿Están aquí?
-Aquí, sí, señor, y dentro de poco estarán casados .
-Deseo que Vd. tenga la bondad de decirme si se
les puede hacer algun bien , indicándome al mismo tiempo
el mejor modo de realizarlo . En esta calamidad he perdido
dos dijos y mi esposa , y he tenido tres herencias consi-
derables, sobre mis cuantiosos bienes . Con esto ya ve´us-
ted que es hacerme un verdadero favor el proporcionarme
la' ocasion de emplear mis facultades en beneficio de los
que las necesitan .
-¡Dios le bendiga! No todos son así . Yo por mi parte
doy á usia ilustrísima las gracias ; y puesto que así lo de-
sea , le diré que tengo un excelente medio. Debe pues usía
´ilustrísima saber, que esta buena gente ha determinado
avecindarse en otra parte , y vender los cuatro terrones
que poseen aquí , que son una pequeña viña del mozo, tan
destruida , que sólo se puede contar con el terreno, y ade-
mas una casita , que como otra de la novia , son dos nidos
de ratones. Un caballero como usía ilustrísima , no puede
saber lo que pasa con los pobres cuando tienen necesidad
de deshacerse de alguna cosa . Por lo regular va á parar
á la boca del lobo , pues los logreros se valen de mil as-
tucias, hasta que ponen al pobre vendedor en la necesi-
dad de malbaratarlo todo. La mejor caridad , pues, que
- 391

usía ilustrísima puede hacer á esta pobre gente , es com-


prarles esas cortas fincas ; de lo que me resultará tam-
· bien á mí la honra de tener un feligrés como usía ilustrí-
sima. Sin embargo, el señor Marques hará en esto lo que
mejor le parezca , que yo sólo por obedecerle le doy estas
noticias.
Celebró el Marques la indicacion ; dió las gracias á Don
Abundio, y le pidió que se sirviese ser él árbitro del pre-
cio, poniéndole más bien subido que bajo . Pero lo que,
sobre todo cuanto le habia dicho , acabó de excitar una in-
definible admiracion en D. Abundio, fué la propuesta que
le hizo el Marques de que ambos fuesen á casa de la nó-
via , donde probablemente se hallaria tambien el novio.
Ufano D. Abundio con esto , habló tambien del asunto
de la requisitoria , manifestando las buenas prendas de
Renzo, y que en lo de Milan obró como atolondrado é ig-
norante ; pero siempre con la mejor intencion del mundo.
-¿Hay empeños fuertes contra ese jóven? preguntó
el Marques.
-Nada absolutamente , contestó D. Abundio. Al prin-
cipio le tiraron mucho; pero ahora creo que sólo conviene
hacerlo como pura precaucion .
-Siendo así , replicó el Marques, la cosa es fácil , y
yo la tomo á mi cargo .
Llegados á la casa de Lucía , hallaron juntamente á las
tres mujeres y á Renzo, los cuales, fácil es imaginarse
el gozo y la sorpresa , todo á un tiempo, que recibirian.
con aquella visita , que fué para todos tanto más agrada-
ble , cuanto que el Marques hizo asunto de la conversacion
al Cardenal Arzobispo y otras muchas cosas que sabia
eirian con gusto los muchachos, hasta que al fin se vino
á tratar en la compra de su hacienda. D. Abundio fijó el
precio de ella , que aprobó el comprador, aumentándolo
392

una mitad , y concluyó convidando á todos á comer el dia


despues de la boda en su palacio, en donde se celebraria
el contrato en toda regla , y se haria la escritura.
Vuelto D. Abundio á su casa , decia entre sí : - « Como
la peste hiciese siempre y en todas partes las cosas de
esta manera , seria lástima hablar mal de ella , y casi casi
se necesitaria que se reprodujese una vez cada gene-
racion . »-
Vino por fin la dispensa y el indulto para Renzo, y
tambien llegó aquel bendito dia tan esperado. Los dos
nóvios , con una especie de aire triunfal , se presentaron
en su misma parroquia , en donde fueron casados por
el mismo D. Abundio ; y no fué para ellos menor satis-
faccion el ir el dia siguiente al palacio de D. Rodrigo.
El lector fácilmente podrá figurarse lo que pasaria por
aquellas cabezas al subir la cuesta y al entrar por la puer-
ta del castillejo, y los discursos que allá entre sí cada uno
haria , segun sus respectivos caractéres : nosotros sola-
mente diremos que , en medio de tanta alegría , ya el uno
ya el otro dijeron más de una vez , que para completar la
fiesta , sólo faltaba allí el Padre Cristóbal ; á lo cual siem-
pre solia añadir Lucía :-«Que ya el Padre estaria gozando
venturas tan grandes , que seria sacrilegio quererlas com-
parar con las que ellos disfrutaban. » —
El Marques los recibió en su palacio tan cortes como
cordialmente, y los condujo á un tinelo bien adornado , en
donde les tenia ya prevenida una suntuosa mesa . Por sí mis-
mo designó á los esposos, á Inés y la viuda , los sitios que
en ella debian ocupar, y ántes de retirarse á comer á otra
parte con D. Abundio, quiso asistir algun tiempo á aquel
convite y servirle . Se me figura que á nadie le ocurrirá decir
que hubiera sido cosa más sencilla disponer una sola mesa
para todos; porque creemos no haber dicho más sino que
393 -

el Marques era un excelente sujeto, pero no que era un


hombre raro, como hoy se diria. He dicho que era llano ,
pero no un portento de llaneza ; porque á la verdad tenia
la bastante para ponerse más abajo de aquella jente , pero
no para ponerse al nivel de ella .
Despues de haber comido los de una y otra mesa , exten-
dió la escritura de venta un letrado escribano, que por cierto
no era el abogado Tramoya, por la razon de que su per-
sona, ó por mejor decir, sus huesos estaban y están todavía
en Cantarelli .
Para los que no son del país, hay aquí necesidad de que
añadamos una explicacion .
Más arriba de Lecco, como cosa de media milla , hay
un sitio llamado Cantarelli , donde se cruzan dos caminos.
Al lado de la misma encrucijada , se levanta una especie de
cerro artificial, con una cruz en la cima , y el cual no es otra
cosa que un hacinamiento de cadáveres de los que mu-
rieron en aquel contajio . La tradicion sólo dice muertos
del contajio; pero no puede hablar sino de éste , que fué el
último, y el que ha hecho más estragos de cuantos se con-
sérva memoria. Pero en esta ocasion sentimos vernos
obligados á ayudar á la tradicion, como lo hacen siempre
los historiadores , persuadidos á que generalmente suele
andar esta señora algo escasa de noticias .
A la vuelta del castillo á su casa , no ocurrió otra novedad
á nuestros expedicionarios que la de que, como el Marques
se habia empeñado en que los muchachos se llevaran el
importe de la hacienda que les habia comprado, con el
tanto más que aumentó á aquel su generosidad , iba el
buen Renzo cargado con el peso del dinero de manera,
que en más de una ocasion se le ocurrió discurrir en la
materia de que , si el ser rico ofrecia sus ventajas, tambien
ofrecia sus inconvenientes. Pero al fin el camino se an-
- 394 -

duvo, y al repasar en casa aquellos lindos escudos que el


Marques les habia dado, disminuyeron para Renzo aque-
llos inconvenientes, y como era natural , aumentaron aque-
llas ventajas .
Despues de haber pasado alegres y juntos todos algu-
nos dias, al cabo fué preciso señalar el de su separacion ,
y cuando llegó éste , fueron tantas y tantas las demostra-
ciones de cariño y de pena , y las promesas que se hicie-
ron de poner todos mucho por su parte para volverse á
reunir , que son más para que el lector se las imagine,
que para que nosotros las expresemos.
No ménos tierna , á excepcion de las lágrimas , fué la
separacion de Renzo y de su huésped : ni se crea que hu-
biese frialdad en la de D. Abundio , porque los tres
pobrecillos habian conservado siempre cierto cariño respe-
tuoso á su párroco , y éste, en realidad, no dejaba de
apreciarlos. Los negocios ¡ estos pícaros negocios! y los
intereses, son los que casi siempre resfrian las aficiones .
Si se nos preguntase acerca de si á nuestros viajeros
les causó igualmente algun sentimiento dejar el país nati-
vo, y separarse de aquellas montañas , diríamos que hubo
en ello disgusto, porque sentimientos y disgustos los hay en
casi todas las cosas. Es de creer , no obstante , que aquel
no seria muy grande , porque pudieron muy bien ahorrár-
selo, estándose en su casa , sobre todo faltando ya los dos
inconvenientes principales, á saber : D. Rodrigo y la requi-
sitoria; pero ya habia tiempo que todos estaban acostum-
brados á mirar como suyo propio el país adonde iban á
domiciliarse , y Renzo se le habia pintado á las mujeres
como el mejor del mundo , ponderándoles los acomodos tan
ventajosos que encontraban allí los artesanos , y otras mil
cosas relativas á la baratura y comodidades que allí se disfru-
taban. Por otra parte , todos habian pasado grandes amar-
- 395 -

guras en la tierra á que volvian las espaldas , y las memorias


tristes siempre acaban por hacer desagradable el país
que las recuerde; y si este país es el nativo , hay entonces
en tales memorias,un no sé qué más doloroso y punzante.
El niño descansa gustoso en el seno de la que le alimen .
ta en su pecho, y lo busca con ahinco y confianza; pero si
aquella, para retraerle, unta el pecho con ajenjos , el niño
retira el lábio: excitado por el hambre , vuelve á probar y
á retirarse , hasta que , al fin , llora sí, no hay duda , pero
se retira .
Mas qué dirán ahora mis lectores, cuando oigan que
apénas llegados y establecidos en el nuevo país, halló
allí Renzo disgustos preparados para él de antemano .
¡Miserias humanas : y qué poco se necesita para turbar el
estado feliz de una familia ! Hé aquí cómo la de nuestros
amigos vió turbado el suyo.
Lo mucho que se habia hablado allí de Lucía antes
que llegase; el saber cuánto habia penado Renzo por
ella, manteniéndose siempre firme y constante , y quizá
los elogios imprudentes de los amigos y compañeros del
muchacho, habian excitado extraordinariamente la curio-
sidad; y las gentes de aquel pueblo , con estos anteceden-
tes , aguardaban con afan el momento en que iban á ver á
tan peregrina hermosura. En una palabra , todos se habian
formado de la persona de Lucía una idea elevadísima, casi
sobre natural. Ahora , bien ; sabido es lo que comunmen-
te suele perjudicar á la persona ó cosa que son objeto de .
elia, una prevencion muy favorablemente concebida án-
tes de conocerlas. Pues como la imaginacion se adelanta
á la realidad, rara vez queda satisfecha cuando llega el
caso de la comparacion ; y entonces desquita el exceso fa-
vorable de la prevencion , con el exceso del desengaño. Así
es que, cuando se presentó Lucia , muchos que quizá se la
396 --

figuraron con el cabello de oro , las megillas de carmin y


nácar, los ojos como dos luceros, y qué sé yo con que
más, comenzaron á encojerse de hombros , á arrugar el en-
trecejo y á decir : -¡Calle! ¡es esa?... pues no es ningu-
na cosa del otro jueves, y no valía la pena de que nos
hablasen tanto y tanto como nos han hablado de ella ... Vea
usted ¡ una muchacha como otra cualquiera! Mejores y más
guapas se encuentran por aquí á patadas. ¡ Vaya, vaya! ¡ la
hermosura tan decantada! » Y pasando luego de este juicio
general á hacer uno más minucioso de toda su persona,
quién le encontraba el color muy caido , quién los ojos un
poco faltos de vida , y quién el aire y el talle algo des-
garbado's.
Pero como nadie iba á decir estas cosas á Renzo en
sus bigotes, no era grande el daño que de ellas resultó al
principio. Quien hizo el mal verdadero, agriando la cosa,
fueron ciertos chismosos , los cuales , con ribetes de su
propia cosecha le llevaron el cuento al pobre mucha-

cho . Renzo los oyó con el disgusto que imaginarse
puede , y desde entónces comenzó á dar vueltas y más
vueltas en su magin á aquellas habladurías.- < Y á vosotros
¿qué os importa? decia allá á sus solas , como si hablase
con los murmuradores : ¿ quién os dijo que aguardarais
otra cosa? ¿Os he hablado yo jamas de ella ? ¿ Os dije yo
nunca que era hermosa ni fea ? Y cuando alguno me lo
preguntaba ¿contestaba yo otra cosa , sino que era una
buena muchacha, y una honrada aldeana? ¿Os dije yo ja-
mas que os iba á traer una princesa? Si os desagrada ¿hay
más que no mirarla? Aquí teneis buenas mozas : miradlas
á ellas.»
Y ved aquí , lectores mios , cómo una fruslería basta
muchas veces para decidir de la suerte de un hombre por
toda la vida. Si Renzo hubiese fijado su residencia en
397

aquel pueblo, segun su proyecto, no lo hubiera pasado


bien, porqué á fuerza de estar fastidiado llegó á hacerse
fastidioso y adusto para todo el mundo . No es esto decir
que el muchacho llegase al punto de faltar á las reglas de
la buena crianza que habia recibido; pero todo el mundo
sabe cuántas cosas se pueden hacer que desagraden, sin
que den márgen á andar á las greñas. Sin embargo, como,
segun hemos dicho , sus maneras y lenguaje se iban ha-
ciendo desabridos cada vez más , iba perdiendo por mo-
mentos aquellas cariñosas simpatías que se habia gran-
geado en aquella tierra durante su permanencia en ella
de soltero, con tanta más razon, cuanto que por su parte
no ponia ningun cuidado en ocultar sus sentimientos .
Por ejemplo, bastaba que hiciese mal tiempo dos dias con-
secutivos para que exclamase: « Esta es fruta del país , de
suerte que, siguiendo de esta manera , habria llegado para
él el caso de hallarse en estado de hostilidad con toda la
poblacion, sin poder quizá él mismo señalar la causa ni
conocer el origen de semejante mudanza .
Pero se puede decir que la peste tomó á su cargo el
sacarle de tan desagradable situacion . Habíase llevado el
contagio al dueño de otra fábrica de seda situada en un
pueblo á poca distancia de Bérgamo , y el heredero,
jóven calavera, que en aquel establecimiento nada en-
contraba que le divertiese , estaba determinado á venderlo
de cualquiera modo, con tal que le diesen el dinero á toca
teja, para poderle emplear en sus caprichos. Como llegase
esta noticia á oidos de Bartolo , corrió inmediatamente á
reconocer el establecimiento, y trató de su compra, seguro
de que era imposible encontrar mayor ganga ; pero la
condicion del dinero era un impedimento que todo lo
echaba á perder , porque su peculio, compuesto lentamen-
te con ahorros , estaba muy lejos de llegar á la cantidad
H 26
398

estipulada. Sin cerrar enteramente el trato, se volvió Bar-


tolo al instante á su pueblo, comunicó el negocio á su
primo, y le propuso la compra en compañía . Aceptó Ren-
zo el partido, volvieron juntos á la fábrica , y se realizó
el contrato .
Cuando los nuevos dueños fueron á tomar posesion
de su establecimiento y á domiciliarse en el pueblo en
que se hallaba , como era natural , llevaron consigo á Lu-
cía ; y como á ésta no se la aguardaba con prevencion á
su favor ni en su contra , no sólo no sirvió de asunto para
hablillas que la fueran desfavorables , sino que antes bien
agradó á casi todo el mundo, siendo varios los que llega-
ron ademas á hablar de ella con verdadero entusiasmo .
Como no podia dejar de suceder, aunque más lentamente
que las de antaño, al cabo tambien llegaron estas noticias
al conocimiento de su marido , sirviéndole de bálsamo que
curó de raíz los pesares que habia soportado en Bérgamo.
Sin embargo, el disgusto que allí experimentó, le pro-
porcionó una útil leccion; porque , siendo uno de los defec-
tillos que el muchacho habia tenido siempre , ser algo
precipitado en criticar y en juzgar á las mujeres , conoció
en esta ocasion que las palabras hacen un efecto en la
boca , y otro en el oido, y se acostumbró á escuchar bien
las suyas en su interior ántes de proferirlas.
No se crea sin embargo que dejó de tener aún sus dis-
gustillos en aquel pueblo . El hombre, dice nuestro anóni-
mo (y ya sabe el lector por experiencia , que éste tiene un
gusto bastante raro en materia de comparaciones ; pero me
lisongeo que tolerarán tambien ésta , por ser la última ) ; el
hombre, mientras permanece en el mundo , es un enfermo ,
que metido en una cama con más ó ménos incomodidad , vé
al rededor de sí otras camas muy aseadas por fuera , muy
lisas, y al parecer muy bien mullidas , y se figura que ha
399

de ser feliz si lega á ocuparlas ; pero si logra cambiar la


que tenia, apénas echado en cualquiera de ellas, empieza
á sentir en un lado una paja que le punza , en otro una
dureza que le mortifica , y presto se halla , poco más ó
ménos , como en la cama primera ; siendo esta la razon ,
añade el mismo anónimo, porque debemos ántes pensar
en hacer bien que en estar bien , y este el modo de llegar
á estar mejor. Aunque la comparacion está un poco traida
por los cabellos , sin embargo , en el fondo no deja de ser
exacta. Pero como quiera que sea , la verdad es , que tra-
bajos y penalidades de la naturaleza de los que hemos re-
ferido, ya no tuvo que pasarlos nuestra gente y desde
entónces su vida fué tan tranquila , tan pacífica y tan en-
vidiable , que si nosotros contásemos sus pormenores , fas-
tidiariamos soberanamente á cuantos la leyesen .
Sus negocios eran los que les venian viento en popa;
pues aunque al principio hubo sus trabajillos por la parali-
zacion del comercio , la escasez de operarios, y las excesi-
vas pretensiones de los pocos que habian quedado , se dieron
órdenes luego tasando los jornales , y por providencia de
Dios sin duda, á pesar de este desatinado recurso, las cosas
se arreglaron , lo cual no fué poca fortnna. Vino luego
de Venecia otra órden más racional , reducida á eximir
de toda contribucion real , por espacio de diez años , á los
artesanos forasteros que fuesen á establecerse en aquel
país, y figúrese el lector si seria esta órden una cucaña
para nuestros amigos.
Antes de que se cumpliese el año despues del casamien-
to , dió Lucía á luz una hermosa criatura, y como si fuese
cosa hecha expresamente para proporcionar á Renzo la
ocasion de cumplir su promesa , fué una niña , á la cual
sus padres le pusieron por nombre María. Tras de esta
vinieron con el tiempo otras criaturas más de uno y otro
400-

sexo, que eran la delicia de Inés , que lidiaba con ellas , y


pasaba todo el dia, ya riñéndolas, ya besándolas . Salieron
todas por fortuna muy bien inclinadas, y su padre se em-
peñó en que todas habian de aprender á leer y escribir;
porque aunque miraba esta habilidad como cosa de bri-
bones , no creyó conveniente que sus hijos dejasen de
aprovecharse de ella .
Uno de los placeres más agradables que Renzo solia
proporcionar á sus amigos, era el de contarles sus aventu-
ras , cuya relacion terminaba siempre diciendo que con
ellas habia aprendido á saber manejarse como debe ma-
nejarse un hombre . Y en prueba de su aserto añadia : -
Miren Vds. he aprendido á no meterme en embro .
llos : he aprendido á no ser orador de plaza : he apren-
dido á no beber más de lo necesario : he aprendido á no
estar agarrado á la aldaba de una puerta cuando hay gen-
te de cascos calientes alrededor: he aprendido á no atar-
me á los píés una campanilla sin prever ántes lo que pu-
diera acontecer , y en fin, he aprendido otras mil cosas.
Aunque Lucía no hallaba que la doctrina fuese falsa
en lo esencial , no quedaba del todo satisfecha, pues le pa-
recia en confuso que algo le faltaba; pero á fuerza de oir
repetir siempre la misma cancion , y de meditar sobre ella ,
-cy yo , le dijo un dia á su moralista , ¿qué es lo que he
aprendido? Yo no fuí á buscar los trabajos , sino que ellos
vinieron á buscarme á mí , á ménos , añadió sonriéndose ,
que no tengas tú por disparate el haberte querido y ha-
berte prometido mi mano. »
Renzo quedó por de pronto sin saber qué responder ;
pero despues de mucho cavilar y discutir juntos , Renzo
y Lucía sacaron en limpio que casi siempre tenemos nos-
otros la culpa de los trabajos que nos acuitan ; pero que
de todos modos no podemos vernos enteramente libres
401 --

de ellos , por mucha cautela y recto proceder que tenga-


mos ; y que cuando se nos vienen encima , sea ó no por
culpa nuestra , la confianza en Dios los dulcifica siempre ,
y los hace meritorios para una mejor vida.
Esta sentencia, aunque discurrida por una pobre gen-
te, nos ha parecido tan verdadera , que hemos querido
ponerla aquí como resúmnen y sustancia de toda nuestra
historia.

FIN DE LOS NÓVIOS.


1
ÍNDICE .

Páginas.

CAPÍTULO XX. - El cazadero ... 1


CAPÍTULO XXI .- El voto de Lucía. · 20
CAPÍTULO XXII.-El heredero de un santo . 41
CAPÍTULO XXIII . -El apóstol y el bandido.. 58
CAPÍTULO XXIV. —La casa del sastre. · 84
CAPÍTULO XXV.- La reprimenda. • 121
CAPÍTULO XXVI . -El señor Antonio Rivolta. • 141
CAPÍTULO XXVII. · Correspondencia secreta. 162
CAPÍTULO XXVIII. -El hambre. 179
CAPÍTULO XXIX .—La guerra. · : 206
CAPÍTULO XXX . -Una temporada de campo. 226
CAPÍTULO XXXI .-La peste.. 243
CAPÍTULO XXXII.- Expiaciones.. 270
CAPÍTULO XXXIII . — Pesquisas. 294
CAPÍTULO XXXIV . -El lazareto. 322
CAPÍTULO XXXV . -El encuentro . • 339
CAPÍTULO XXXVI. - La vuelta de Renzo . 364
CAPÍTULO XXXVII . - Conclusion . 381
1
Biblioteca
BBC de Catalunya

Adq. C-Tus
CB. 1001133238
BIBLIOTECA DE CATALUNYA

Top. 145-7
6338
100

Generalitatde Catalunya
Departament de Cultura

También podría gustarte

pFad - Phonifier reborn

Pfad - The Proxy pFad of © 2024 Garber Painting. All rights reserved.

Note: This service is not intended for secure transactions such as banking, social media, email, or purchasing. Use at your own risk. We assume no liability whatsoever for broken pages.


Alternative Proxies:

Alternative Proxy

pFad Proxy

pFad v3 Proxy

pFad v4 Proxy