¡Dime Que No Es Cierto! Mentiras - Sarah Rusell
¡Dime Que No Es Cierto! Mentiras - Sarah Rusell
¡Dime Que No Es Cierto! Mentiras - Sarah Rusell
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 1
Cogí la carta del buzón antes de subir a ducharme para irme a trabajar, tenía
un evento de una empresa que siempre contaba conmigo desde hacía años.
Esa noche era de una presentación de coches de la firma Acker, una cadena
de autos de lo más lujosa y reconocida mundialmente.
Lo de los eventos me lo pagaban bien, pero era una vez a la semana y con
eso sobrevivía, no vivía.
Mi vida era de todo menos rosa, a mis treinta años no me había pasado nada
bonito en la vida, cuando digo nada, es nada.
Mis padres me tuvieron a mí y luego dos años después nacieron las gemelas
Anna y Mariah, las que se convirtieron en los ojitos derechos de nuestros
progenitores y a mí, bueno, a mí me tenían ahí como una mesita de noche.
Hasta que un día, a mis veinticinco años, rompí mi silencio, les dije a los
cuatro lo que sentía, se sintieron indignados y me dijeron que era una
desagradecida, entonces recogí mis cosas y me marché a casa de una amiga,
hasta que encontré una habitación en una casa compartida.
Cuidaba mucho mis cosas, las prendas me duraban años y cuando era mi
cumpleaños, Navidad o un día así importante, me regalaba a mí misma algo
que me hiciera falta, pero miraba mucho por el dinero, no podía permitirme
el lujo de no tener un fondito, aunque fuese poco, para cualquier urgencia o
que me despidieran.
La cogí en color blanco metalizado, era muy bonita, tenía año y medio, pero
parecía que era recién comprada, la cuidaba mucho, era la única propiedad
que poseía.
Hablaban a los asistentes que los escuchaban de pie, de cómo era ese nuevo
modelo.
Uno era más joven y por lo que ponía delante en su atril, se llamaba Jens,
estaba todo el tiempo sonriendo mientras su hermano, de rostro más serio,
se llamaba Kevin.
Los asistentes iban cogiendo las copas mientras los escuchaban atentamente
y cuando terminaron comenzó a sonar música, pero en tono bajo y ya se
hicieron los corrillos para charlar unos con otros y saludar a los anfitriones.
Ese día me sentía muy triste, pero no me quitaba la media sonrisa de la cara
para con la gente. Una aprendió a sonreír mientras se moría de pena por
dentro.
Mientras todas soñaban con un príncipe azul, yo lo hacía con uno que
apareciera con un coche antiguo y un mono asqueroso de venir de trabajar.
No quería príncipes azules, quería que alguien me quisiera como yo lo
querría, quería alguien que me hiciera sentir que estaba ahí, para mí, para
que no me sintiera tan sola. No necesitaba nada más.
Para colmo, en el amor había tenido muy mala suerte, como en la amistad y
es que todo venía de la mano y nunca mejor dicho.
Fue al día siguiente cuando rota de dolor me planté ante mis padres y
hermanas y eché todo lo que llevaba dentro, de ahí que me fui de mi casa.
Así que a nadie tenía, los perdí a todos como si a la guerra hubiese ido,
¿Cómo no me iba a sentir triste cuando nadie me había querido de verdad
en mi vida?
Fui para la zona de empleados y la encargada me dijo que podía irme, que
estaba despedida.
—Hola.
—¿Has bebido?
Amable, guapo, empático, pero apenas sonreía, aunque era de gesto serio se
le veía nobleza, eso sí, me imponía muchísimo.
Era de ese tipo de hombres que, con solo mirar a una persona, la podía dejar
bloqueada, a pesar de su seriedad tenía un carisma muy fuerte, sin
necesidad de mucho, era increíble.
Me costó coger el sueño una barbaridad, eso de tener una entrevista con él,
como que me inquietaba seriamente.
Capítulo 2
Llevaba una hora despierta y ya me había bebido tres cafés, así no me ponía
las cosas fáciles a mí misma y menos aún, cuando ya me estaba haciendo el
tercero.
Mis ojos eran de color verde, de piel blanca, delgada, pero con mis curvitas,
no tenía mucho pecho, pero tampoco me podía quejar. No estaba mal para
mis treinta años, pero bueno, que no me aparecía ni el príncipe azul, ni el
mecánico, ni Dios. La vida estaba empeñada en que estuviera más sola que
la una.
Me duché después del tercer café, elegí unos leggins vaqueros claros,
ajustados con unas botas marrones, tipo de montar a caballo, un jersey
marrón de pico ajustado hasta las caderas y debajo una camisa blanca, para
que se viera el cuello abierto sobre el pico del jersey.
Era abril, pero aún refrescaba mucho, así que me puse la gabardina beige y
me fui en la moto para el edificio donde estaban las oficinas de Acker.
El portero comprobó con una llamada que me esperaban, yo hasta cruce los
dedos para que lo recordara y sí, me acompañó hasta el ascensor donde me
indicó que debía subir a la quinta planta y allí me atendería la recepcionista.
Y así fue, se abrieron las puertas del ascensor y allí había un gran recibidor
con una mesa y tres sillas a un lado con dos macetas de bambú preciosas y
justo en frente de las puertas, al fondo, la recepción con una chica un poco
mayor que yo, y que sonreía sin ganas.
—Hola, soy Emily Becker, tengo una reunión a las once con que el señor
Kevin Acker.
Abrió la puerta después de dar dos golpes y ahí estaba él, parado junto a la
ventana con las manos en los bolsillos y se giró con una media sonrisa y
una afirmación con la cabeza.
—Dana, gracias —le dijo a la secretaria cuando pasé y esta cerró la puerta.
—Siéntate, por favor —extendió su mano a uno de los dos sillones que
había frente a él y se acomodó en el suyo —. He estado pensando lo de que
trabajes aquí, ahora mismo lo que se me ocurre es de asistenta mía y de mi
hermano. Hacer fotocopias, preparar el café…
—Si le tengo que hacer la compra del supermercado para su casa, también
lo haría, por mí no hay problema, solo necesito trabajar —murmuré
implorando que de lo que fuese, pero necesitaba ese empleo.
—Genial.
—Te tendré el contrato preparado, le dejas la identificación a Dana para que
la digitalice y listo.
—Hasta mañana.
—No la conozco.
—Claro que sí, además —se acercó a mi oído —, cuídame a mí más que
soy el simpático —me miró y me hizo un guiño.
Cogí la Vespa y regresé a casa de lo más feliz, por fin iba a tener un trabajo
y el sueldo era bastante decente, un poco por encima del salario mínimo,
pero para mí suficiente para pagar el alquiler, los suministros, comer, echar
gasolina y ahorrar un poquito. Vivir en Alemania no era barato.
Regresé a casa y me puse a cenar mientras veía Tik Tok, me abrí una cuenta
falsa para ver esos videos que tanto me gustaban, me entretenía. Yo no tenía
redes sociales, me negaba a ello, además, ¿quién me iba a seguir? Estaba
más sola que la una.
Aprendí hasta a cocinar cosas nuevas con esos videos y es que había
muchas personas que lo tenía como canal para poner recetas rápidas.
Luego estaban los videos de los influencers y sus vidas de lujo, como los
chicos y chicas que se dedicaban a hacer los bailes de moda, yo lo veía
todo, me encantaba.
Más de una vez me grabé haciendo Tik Tok, pero lo dejaba en borrador,
obvio que no lo iba a publicar, ni mucho menos, pero el ratito bueno me lo
echaba cuando estaba muy aburrida.
Y es que me pasaba la vida limpiando sobre limpio, tenía todo como los
chorros del oro, si es que ni un dedo en un cristal se encontraba.
—Hola, jefe —sonreí, ese chico era un caso y se veía a leguas, nada que ver
con la seriedad del hermano.
—¿Me vas a hacer el cafelito hoy? —preguntó sonriendo, con cara de niño
malo.
—Buenos días —murmuré de lejos a Dana, que nos sonrió con toda la
amabilidad del mundo. Joder, como se notaba que estaba presente uno de
los jefes.
—Se muere por mis huesos —me murmuró al oído cuando íbamos por el
pasillo y sonreí negando. Este chico era tremendamente alocado.
—¿Tienes abuela?
—No, pero unos padres que me recuerdan cada día lo que valgo.
—Mira que bien —reí entrando a la oficina que me habían dejado en medio
de la de ellos.
—Buenos días, Kevin, ¿Un café? Voy a por uno para tu hermano.
—Buenos días, Emily, sí, por favor. Sin azúcar ni leche, un americano.
Iba de regreso con los cafés cuando Jens, apareció y cogió de mi mano el
suyo. Le dio un sorbo.
—Sí, por favor, con buena letra, que luego no me entiendo ni yo.
—Claro.
Madre mía, un minuto a su lado era como estar dos horas en tensión, nada
que ver con su hermano, que era el polo opuesto a ese hombre.
Tenía que reírme solo de pensar en las cosas que tenía Jens, era todo un
personaje y por lo que podía comprobar, el alma de la fiesta en esas
oficinas.
—Cada veinte, vale por una cena conmigo —me hizo un guiño y me eché a
reír.
Jens tenía más peligro que mi madre con una tarjeta de crédito, no veas
cómo se las fundía la jodida, eso sí, en mí no invertía ni bromas, pero
bueno, todita para ellos, al final viviendo sola me sentía libre, con ellos
lejos no me sentía la oveja negra, además, ni pensar en esa familia quería,
me habían hecho demasiado daño.
—Así es. Por cierto ¿Cómo se está portando mi socio? —hizo un carraspeo.
—Tranquila.
Salí de allí resoplando ¿Cómo era posible que me echara a temblar ante ese
hombre? Esperaba que se me pasara pronto esa sensación que tenía cuando
me ponía delante de él, cualquier día me daba un tembleque que se me
caería todo de las manos.
Cogí un block mediano de esos que iban con los logotipos de la empresa,
como todo material que había en las instalaciones y me fui a mi oficina.
—Me tienes que hacer un favor —dijo Jens, apareciendo y
sobresaltándome.
—¿Me lo harás?
—¡No! Que se la quede él, yo solo quiero una noche de pasión con ella —
me hizo un guiño.
—¡Te adoro! —me agarró la cara con sus manos y me dio un beso en la
frente —A las siete estaré en la puerta de tu casa, pásame la ubicación —me
dio una tarjeta con su número personal para que lo añadiera.
No me podía creer que hubiera aceptado algo así a cambio de dinero, pero
joder, quinientos euros a mi hucha como que le hacía un gran favor.
Me puse a trabajar toda la mañana sin parar, tenía varias cosas que me
habían llegado por email de los jefes y, además, terminé lo que me pidió
Kevin primero.
Me despedí de ellos y salí hacia el ascensor donde le dije adiós a Dana, pero
claro, como iba sola me miró con ese aire de superioridad que ella tenía.
Me caía muy mal, pero digamos que me importaba una leche su cara, su
superioridad y todo lo que se quisiera hacer pasar, yo era la asistenta y ella
la recepcionista, ¿la diferencia? Lo que ella quisiera, yo no la veía.
Llegué a casa y me calenté la sopa que había preparado el día anterior y que
estaba lista para echarle los fideos.
Me era imposible estar por la casa con la ropa de calle, vamos ni de coña,
nada como sentir el confort en el hogar.
Me reí en varias ocasiones pensando en lo loco que estaba Jens, ese chico
de treinta y cinco años, siete menos que Kevin y que era todo un vividor, se
le notaba por completo.
Capítulo 4
Casi me desmayo cuando me vi ante Kevin y Dana, sí, los dos juntos allí
sentados para ver el fútbol.
—Hombre, hermanito —le dijo Jens, con un apretón de mano y era para ver
la cara de ella mirándome, aunque la de él, tampoco fue de mucho agrado.
Me quería morir…
¿Qué pintaba Dana con Kevin? ¿Eran pareja? ¡Me moría! La vergüenza tan
grande que sentía en esos momentos no era comparada con nada.
Me sentía tan insensata y tan mal, que no pude sonreír en ningún momento,
ni siquiera los miré a ninguno de los tres, estaba mirando el partido, pero sin
prestar atención, solo me martirizaba por la mala decisión de haber
aceptado venir y peor aún, a cambio de dinero.
—No me vuelvas a pedir un favor más que no tenga que ver con el trabajo y
menos aún fuera de horario.
—A mí también me la debes.
—Y lo soy, pero esto es jugar sucio Jens, yo no quiero tener nada que ver
con estas cosas.
—Eso no debería de importarte, son sus vidas y pueden hacer lo que quiera.
—Emily, relájate, no estamos haciendo nada malo, solo divertirnos —
sonreía y es que todo se lo tomaba a cachondeo.
Pasé ya de decirle nada, era como quererle enseñar a un ciego algo que no
iba a ver por mucho que se lo pusiéramos por delante.
Apenas comí y no hablaba, de eso se encargaba Dana, que iba de lista por la
vida y hablaba de cosas tan aburridas que agotaban, pero bueno, me tenía
que mantener en mi puesto, sonreír a pesar de estar pasándolo fatal por
dentro.
Lo estaba pasando mal y era incapaz de mirar a los ojos de Kevin, no quería
ni imaginar lo que pensaba de mí y es que tenía ese empleo por él y ahora
me sentía una desagradecida, y ante sus ojos, seguro que una aprovechada.
—Si queréis podemos quedar otro día para salir de copas al club —
murmuró Dana y yo miré hacia otro lado como si no fuera conmigo, lo que
me faltaba.
Paré un taxi que pasaba y le pedí que me llevara a casa, no iba a continuar
con esa falsa, ni quería el dinero, ni mucho menos quedar ante Kevin, como
una fulana.
Recordé cuando mi madre me decía que todo lo hacía mal, al final iba a
tener que darle la razón y todo. Maldita la hora que acepté por dinero, eso
que ni quería, ni pensaba coger.
Tenía un dolor de cabeza cuando me desperté, que hacía mucho tiempo que
no experimentaba y eso se debía a lo mal que lo pasé el día anterior y es
que, cuando algo me hacía sentir mal, mi cabeza lo absorbía
completamente.
—No se te ocurra joderme más una cita. Tírate a quién te dé la gana, pero
lejitos de mí ¿Entendido?
—Fue el pacto que hicimos, asis —contestó con una sonrisilla que no me
gustó nada.
—¡Me mentiste!
—En absoluto…
—¡Sí! —grité enfadada —Me dijiste que íbamos con un amigo y no con tu
hermano. No me vuelvas a decir que es también tu amigo, sabes que no
jugaste limpio y que de mí debieron de pensar lo más grande. A la vista está
que Dana, ya me soltó una barbaridad cuando llegué. Tú no me conoces,
pero yo no me merezco esto —me giré enfadada para irme y vi que en la
puerta estaba Kevin.
—No, para nada, no lo sientas, poco se lleva para lo que se merece ¿Qué
pasó, Emily? —se sentó en la silla que había a mi lado y apoyó sus manos
entrelazadas en sus piernas y me miró esperando una respuesta.
—Fue mi culpa, acepté algo que no debía y que me arrepiento, pero fue mi
culpa.
—No es la primera vez que lo hace, no se quiere acostar con Dana, es más,
la detesta.
—¿Entonces?
—Fue una estrategia para tener una cita contigo y ganarte cada vez más.
—No me lo puedo creer… —resoplé negando. No era más tonta porque no
me entrenaba.
—Bueno, no me gusta ver llorar a nadie y menos, porque alguien como Jens
le haga una de sus trastadas. Desde que te vi llorar en el evento, supe que
además de porque te sentiste mal por lo sucedido, te pasaba algo más. Es
como ahora, pienso que sí que te dolió mucho que te engañara, pero tus
lágrimas reflejan un trasfondo mucho más doloroso.
—Lo intentaré, pero con tu novia lo tengo un poco mal —me reí.
—Por Dios —me puse la mano en la cara —, aquí la mayoría está fatal —
resoplé riendo por sentirme idiota, hasta Dana me había echado cojones y
amenazado sin ser más que la recepcionista.
—Sí, es lo mejor, tomarlos por locos, será lo más fácil —sonreí negando.
Fui hacia mi oficina por las cosas, resoplando y negando, lo mío no era
normal ¿Tenía un imán para meterme en problemas? Qué le contaba a este
tío, ¿lo de los mecánicos? ¿Lo de mi familia? Por Dios, lo mío era una
continua broma del universo.
Pasamos por delante de Dana, que nos sonreía felizmente, normal, iba con
el jefe…
Se montó, arrancó y salimos de allí, fue hacia las afueras y cogiendo una
carretera que llevaba hacia el parque nacional de Barnim.
Terminamos en una cafetería, en un área de lo más rural, era preciosa, de
madera, con unas vistas increíbles. Nos sentamos junto a los ventanales que
daban a un campo abierto.
—¿Sueles venir?
—Tienes una herida muy grande con esa vivencia y es lo que te hace estar
triste y que tus lágrimas sean el reflejo de ese trasfondo que sabía que
tenías.
—Normal.
—¿Cuál es tu sueño?
—Que no me falte el trabajo hasta que me muera, aunque esté toda mi vida
de alquiler, pero que tenga para pagar un techo, me daría terror verme como
una indigente.
—Estoy seguro de que jamás te pasaría eso.
—Vivo solo en una casa a las afueras de la ciudad, muy cerca de aquí. La
compré hará un par de años, estaba cansado del bullicio y me vino muy bien
el cambio. Después de un día de estrés, llegar a esa casa me trae rápido la
calma.
—¿No? Pues no soy lo que ves. Visto así por el cargo y el trabajo, tengo
que dar imagen, pero fuera de las oficinas, soy de lo más normal, soy de
jeans, deportivas, sudadera…
—Me comenzó cayendo bien, por la noche la cagó y hoy con lo que me
contaste, no sé si la terminó de cagar o se ganó una fan incondicional,
porque vaya cabeza tiene y cómo se las trae —me eché a reír.
—Lo que me faltaba por oír, que le abrieran también un club de fans —
arqueó la ceja.
—Me río, pero de verdad que vaya entrada triunfal la mía por la empresa —
resoplé.
—No, no, ahora nos vamos a trabajar que me van a poner de vuelta y
media.
—¿Y si no quiero?
—Eso es chantaje.
—¿Cómo jefe o como hombre? —ladeó sus labios con gesto sonriente.
—Como jefe, como jefe —resoplé, volteando los ojos y me negué riendo.
—¿Y qué pasó? —choqué su copa con la mía antes de dar el trago.
—Un día regresé de trabajar y me encontré una nota en la que decía que se
había marchado porque no era feliz.
—¿Solo eso?
—Sí, solo eso —sonrió —. La esperé un año, luego fue cuando me compré
la casa del campo y me vine buscando un poco de paz.
—¿Has vuelto a saber de ella?
—Como si no te conociera…
—Efectivamente.
—Cinco años.
—Vaya, mucho.
Me comencé a sentir bien charlando con él, lo veía de otra manera muy
diferente a como lo había idealizado, era cercano, tranquilo, correcto,
humilde, sencillo. Se le veía muy buen tipo.
Tras la comida, tomamos un café y luego me llevó hasta las oficinas a
recoger la Vespa.
—Ha sido un placer —le dije cuando me abrió la puerta del coche.
—Claro.
—Vas a llorar lo que no hay en los escritos —me hizo un guiño y se marchó
para su puesto.
¿Esta mujer fumaba hierba? Lo que me faltaba por oír, en fin, que, buenos
días por la mañana.
—Claro, dame unos minutos —le hice un guiño y fui a mi oficina. Si este
quería jugar, se lo iba a pasar pipa conmigo.
Me asomé al despacho de Kevin.
Se lo llevé primero a Jens, que me comenzó a decir que tenía unas entradas
para el cine. Le respondí que no me gustaba ir a ver pelis.
Ahí que lo dejé sonriendo, claro que me gustaba, pero obvio que ya sabía de
qué iba y a mí no me la volvía a dar. Ya lo tenía por el loco.
Sin embargo, su hermano, era diferente, especial, tenía un aura de esos que
atraía a las personas, como pensé nada más conocerlo, tenía mucho carisma.
—Aquí estoy —puse los cafés sobre la mesa y se sentó en el sillón que
había a mi lado.
—Claro.
—Perfecto.
El sábado por la mañana salí a tomar unos churros con chocolate, tenía
ganas de darme un caprichito y de que me diera el aire, además fui a
comprar un cepillo de dientes nuevo para llevar, pues tenía que renovarlo
ya.
Llegué a casa y me puse a cocinar una pasta para comer y luego me tiré en
el sofá a ver pelis, tenía ganas de pasar la tarde viendo alguna que otra
comedia romántica.
Esa noche antes de dormir vi que tenía un mensaje en el móvil, era de hacía
media hora, ni lo había escuchado.
Era muy amable conmigo ¿Sería que le gustaba? ¡No! No podía pensar eso
porque seguro que lo hacía porque le caía bien ¿Por qué iba a fijarse en
alguien como yo?
Me acosté con una sonrisa de oreja a oreja, con la misma que me levanté el
domingo…
La verdad es que todo eso me había creado una ilusión, no que lo hiciera
por algo más que lo que era, pero salir un par de días a Polonia, con alguien
con quién charlar y encima como él, pues era para estar contenta.
El domingo lo pasé limpiando y por la tarde preparé la maleta para esos dos
días, aún no me había quedado claro si regresaba el martes o el miércoles,
pero realmente eso me daba igual.
Puse la alarma a las seis de la mañana para ducharme antes de salir, además
quería hacerlo tranquila, nada de prisas.
Me acosté temprano y me puse a leer la novela que tenía entre manos, así
que estuve leyendo hasta que mis ojos comenzaron a cerrarse y me quedé
dormida…
Capítulo 7
Lunes, y ahí estaba yo más que preparada esperando a mi jefe, en el que iba
a ser mi primer viaje de trabajo.
Iba nerviosa, porque había visto que nos esperaban unas cinco horas y
media en coche y a ver cómo lo pasábamos ¿De qué iba a hablar yo con ese
hombre?
Estaba guapísimo vestido de sport. Era cierto lo que me dijo de que solo
usaba el traje para los negocios. Vestía unos jeans, un jersey, cazadora de
cuero, deportivas y unas bonitas gafas de sol, estilo aviador.
—Buenos días, Emily. Estás muy guapa esta mañana —dijo, cogiendo mi
maleta y guardándola en el maletero.
—Buenos días, Kevin. ¿Es que las otras, he ido fea al trabajo?
—Ah, vale, ya me había asustado. ¿Te he dicho que me encanta este coche?
—pregunté, a sabiendas de que no, no se lo había dicho hasta ahora.
—Hombre, he estado poniéndome al día con los modelos que habéis ido
sacando. Madre mía, os los quitan de las manos, ¿eh?
—Sí, la verdad es que se venden muy bien.
—Tomarás notas, voy a la fábrica que tenemos allí para ver cómo llevan el
diseño de un nuevo modelo.
—No sé si yo podría crear algo tan exclusivo como un coche. Creo que
acabaría saliendo una patata —reí.
Ahora que, ni acepté, ni pensaba aceptar tampoco ese dinero que habíamos
pactado, sería tonta, sí, pero muy honrada, que llevaba ganándome la vida
yo sola cinco años.
A medio camino Kevin hizo una parada para estirar las piernas y tomar
café.
Lo hizo en la primera gasolinera que vio poco antes del desvío a Lubón, así
que en la cafetería aprovechamos para entrar al baño, tomar un desayuno y
él, hablar con la fábrica, que, por lo visto, habían recibido mal algunas
cosas y estaban todos de los nervios, porque el súper jefazo se presentaría
allí en apenas unas horas.
—¿Puedes desvelarme algo de este nuevo diseño que tiene entre manos,
señor Acker? —pregunté, acercándole la mano como si fuera una
periodista, lo que le hizo soltar una carcajada.
A ver si al final lo de ser tan serio no iba a ser más que una fachada para el
resto del mundo.
—Es una de mis facetas, soy un jefe algo mandón e implacable, así que,
más vale que me hagas caso, preciosa —me señaló con el dedo a modo de
riña.
—Vale, vale —levanté las manos como diciendo que sí, que yo obedecía.
Total, era para lo que me pagaban, para hacer caso al jefe.
Al final, con la parada de media hora que habíamos hecho para despejarnos
un poco, llegamos a Varsovia a las dos de la tarde.
En la puerta del hotel nos recibió un muchacho que se hizo cargo de las
maletas, mientras que otro se llevó el coche para aparcarlo.
—¿Su llave? Lo siento, señorita, pero solo había reservada una habitación.
—Emily, la reserva está bien —me dijo Kevin, dejando una mano sobre mi
cintura—. Yo anulé esa, cambiando las dos individuales, por una doble.
De verdad, ¿es que no dejaban de tomarme por tonta estos dos hermanos?
Porque, menuda suerte la mía, de verdad.
Capítulo 8
Era de lo más amplia y bonita. Tenía una mesa con dos sillas junto al
ventanal, desde donde se podían contemplar unas impresionantes vistas de
la ciudad.
Dos armarios, así como dos camas separadas por una mesita de noche, y
una puerta que daba al cuarto de baño precioso, con dos lavabos, bañera que
parecía una piscina de esas pequeñas, y una ducha.
—Menos mal que paga la empresa, porque ya me veía fregando platos dos
meses para pagarles.
—No permitiría eso, así que, tranquila. Venga, coloca tus cosas y vamos a
comer.
—Ahora mismito, jefe. ¿Quiere que le coloque las suyas? Digo, como soy
la asistenta… —me encogí de hombros, y él volvió a sonreír.
Vamos, y más me valía porque, esa mirada que me había lanzado, me había
puesto atacada de los nervios.
¿Quedarme a solas con Kevin en la habitación para comer? No, no, mejor
que no, cuanta más gente nos rodeara, mejor.
—Vale, está bien —se lo di, lo apagó, y después hizo lo mismo con el suyo.
Tal como había dicho, fuimos directos a la fábrica, que estaba a las afueras
de Varsovia, y me quedé alucinada cuando la vi.
Eran varios edificios, a cuál más grande y amplio. Uno de ellos constaba
con las oficinas a las que entramos, yendo directos al despacho de Kevin.
—Como quieras.
Me dio una de la nevera que había al lado de la mesa, y cogió una carpeta
de su escritorio, mientras se tomaba el café de pie, luego revisó algunos
papeles y después me dijo que le siguiera.
Genial, seguro que estaba quedando como si fuera una de sus amantes, o a
saber qué.
Empezaron a hablar del nuevo modelo, Kevin decía que se trataba de una
línea pensada y diseñada exclusivamente para mujeres, que sería versátil y
funcional, a la par que práctico para moverse por la ciudad y elegante.
Yo fui tomando nota de todo aquello que me parecía importante, hasta que,
casi una hora después, Kevin se dirigió a mí.
—Sé que no tienes coche, pero, dime, si tuvieras que comprarte uno, ¿qué
sería lo que te gustaría encontrar?
—Pues… —me quedé mirando a todos los presentes, que esperaban una
respuesta de lo más expectantes. Lo pensé unos segundos, y hablé de
manera decidida— Lo principal, asientos cómodos, y que tengan memoria
para cada persona que lo use. Quiero decir, este modelo está pensado para la
mujer, pero, ¿y si en mi casa somos mi madre, mi hermana y yo? Sería un
agobio andar colocando y regulando el asiento para cada una, cuando
fuéramos a cogerlo, por lo que, si lleva la opción de que, cuando nos
sentemos, pulsemos un botón con la opción ya guardada, sería mucho más
fácil.
—Tomad notas, el coche saldrá con las características que Emily proponga
—al escuchar a Kevin decir aquello, todos asintieron y pasaron a ser esos
hombres y mujeres quienes tomaban notas, en vez de yo.
Pedí lo que me parecía práctico, como un GPS incorporado sin tener que
andar pidiéndolo como un extra, o comprarlo aparte.
Pensé en el panel frontal, aquello debía llevar los botones y demás lo más a
mano posible, así como una opción que conectara el móvil al coche de
manera automática cada vez que subiéramos en él, no solo el bluetooth para
el manos libres. Todo, absolutamente todo, y que pudiéramos manejarlo a
través de la voz.
No sabía si lo que estaba pidiendo iba a hacer que el coche resultara ser una
castaña, pero, veía a todos tomar notas, hacer bocetos y asentir mientras lo
hacían.
—Me interesaba saberla. Creo que, lo mejor para diseñar un buen coche, es
saber qué es lo que la gente espera de él.
—No, mujer, pero, ¿sabes eso de que quien no arriesga, no gana? Pues a mí,
me gusta arriesgar y siempre espero ganar —me hizo un guiño y continuó
conduciendo.
Porque hacía cinco años que me había arriesgado a dejarlo todo, y podía
decir que, al fin había ganado, porque un empleo como este, y con ese
sueldo, no lo habría tenido ni en mis mejores sueños.
Capítulo 9
—Voy a hacer una foto, y me quede un bonito recuerdo de este viaje —dije,
situándome en un punto de la plaza en el que salieron todos los puestos.
Le enseñé una cafetería que había junto al parque, Kevin asintió y supe que
ya teníamos plan para el día siguiente.
—Así que, el gran magnate de los coches de alta gama de Berlín, también
disfruta de la comida grasienta —reí, al ver que arqueaba la ceja.
—Pues como todo el mundo —contestó, cogiendo la servilleta y
limpiándome la comisura de los labios.
—¿Yo? Mentira —dije, pero sí que me había sonrojado, sí, más que las
cerezas. Vamos, que tenía yo las mejillas, como Heidi de coloraditas.
Estaba preciosa con las luces y las mesas de las terrazas de los bares que
había allí. A pesar del frío, la gente no desaprovechaba la oportunidad de
tomarse un café o un chocolate caliente, con unos dulces.
—Te has quedado muy callada —dijo, mientras caminábamos viendo los
escaparates de algunas tiendas.
Aquello era una maravilla para mí, solo tenía una ducha en el apartamento y
poder disfrutar de un baño relajante, como que no podía.
Casi tres cuartos de hora después salí, más por vergüenza que por ganas, y
es que sabía que Kevin también querría ducharse. Lo hice con uno de mis
pijamas de pelito, era de lo más cómodo y caliente, que tener poco dinero
no estaba reñido don dormir calentita por las noches. Con el pijama, se
entiende.
—Descansa entonces, mañana será otro día —me hizo un guiño y siguió en
la mesa, tecleando.
—Buenas noches.
Me metí en la cama, pero sabía que me iba a costar coger el sueño si él aún
seguía despierto.
Lo escuchaba teclear, pero creo que eso fue como una melodía relajante
para mis oídos, porque apenas unos segundos después, ya me pesaban los
ojos.
Dejé de escucharlo y cuando abrí los ojos, lo vi sentado en su cama,
observándome.
También contaba con varios bares situados por todo el parque, así que
hicimos una paradita para tomar café y aprovechar las vistas que nos ofrecía
el lago.
—Algo así.
Y nos tomamos ese café, tranquilos, sin que nos molestaran con llamadas de
trabajo, además, quienes tenían que tener noticias del jefe, eran los que
estaban en la fábrica y le verían a la mañana siguiente.
—Entonces, ¿te parecieron bien las ideas que os dije para el coche? —
pregunté, cuando la camarera trajo los cafés y la tarta que habíamos pedido
de postre.
—Seguro que sí, en esa fábrica hacen magia, te lo digo yo. Bueno, yo
quiero una maqueta para ponerla en casa —dije, haciéndole un guiño.
—Desde luego, tiene delito que trabajes para una marca de coches y no
tengas uno —arqueó la ceja.
—Vaya por Dios, destapé mi secreto. Tengo tres —volteé los ojos.
—Mentirosilla.
—Pues eso. Que para cuando tenga un hijo, y este hiciera la Comunión,
habría dejado de pagar el coche, y si es uno de los tuyos, para cuando él
fuera padre, o abuelo.
—No.
Eso sí, iba muerta de vergüenza y con las mejillas más rojas que todas las
cosas, menos mal que podría fingir que era por el aire fresco.
—Vamos a darnos una ducha, y bajamos a cenar al restaurante, pedí que nos
reservaran una mesa.
—No hacía falta, podríamos haber pedido algo para tomar aquí.
—De eso nada, bajamos y que te vea bien todo el mundo, no escondas esa
preciosa cara que tienes, Emily —dio, acariciándome la mejilla.
Ese simple roce con la mano, hizo que me estremeciera por completo.
Que la tierra me tragara, eso quería, cuando vi que la dejaba caer y ahí tenía
su culo, sin bóxer ni nada.
Roja, me había puesto roja como un tomate, y estaba cortada como nunca,
así que me fui a la ventana a esperar que terminara de vestirse, mientas
tenía Varsovia a mis pies.
Capítulo 11
Madre mía, pero es que esa imagen era imposible de borrar, por el amor de
Dios.
¿En serio tenía ese culo tan perfecto? Joder, ahora entendía que los
pantalones le quedaran tan bien puestos. Ya quisiera yo esas nalguitas,
vamos.
—Joder, lleváis los dos con el teléfono fuera de servicio desde ayer, hablé
con la fábrica y dijeron que no sabían nada de ti desde que salisteis de ella.
¿Qué cojones querías que pensara?
—Vale, Jens, puedo entenderte a ti, pero, ¿y tú, Dana? —Kevin arqueó la
ceja, y ella, poniendo cara de sufrida y casi a punto de llorar, se acercó y lo
abrazó rodeándole por el cuello.
—Bueno, ya que hemos visto que estáis bien, vamos a registrarnos —dijo
Jens, pero Dana se quedó ahí, pegada a Kevin como si fuera una lapa.
Les dieron las llaves de sus habitaciones, dejaron las bolsas en la recepción
y fuimos todos a cenar.
Yo quería que la tierra me tragara, y es que, lo que iba a ser una cena
normal con la agradable compañía de Kevin, pasó a ser un mal rato, como
la noche que Jens me engañó para ir al fútbol.
Ni esta boca es mía decía. Vamos, para hablar estaba yo, que solo con ver la
cara de Kevin, se me atragantaba hasta la comida.
—Ni un poquito, aquí me he librado de tener que pasarte a limpio las notas
—dije, a modo de broma.
—Te acompaño —dijo Kevin, pero Dana estaba ahí para retenerlo,
sujetándole del brazo.
Bien sabía él que no podría quedarme con Kevin esa noche, al haber llegado
su hermano y la otra mujer.
—Lo sé, y no voy a volver por mi cuenta, lo haré contigo, que es con quien
vine. Bueno, que igual me toca ir en el coche de Jens, porque Dana querrá ir
en el tuyo —dije, girándome con mi maleta en la mano.
—No tienes que irte, no van a saber que duermes aquí, ya sé que has pedido
una habitación, puedes quedarte.
—No, Kevin, no quisiera que Jens venga por sorpresa para decirte algo, y
piense lo que no es al encontrarme aquí. Mejor me voy a dormir sola.
—No te vayas, por favor, quédate —me pidió, mirándome con esos ojos tan
penetrantes. Y, entonces, se inclinó y me dio un beso corto y rápido—. Por
favor.
—No puedo Kevin, lo siento, pero no puedo. Y no vuelvas a hacer eso, por
favor.
Solo coloqué la ropa que iba a ponerme al día siguiente, saqué el pijama, las
cosas de aseo, y dejé el resto en la maleta.
En cuanto estaba lista para meterme en la cama, encendí el móvil y tan solo
recibí un mensaje, solo uno, y era de Kevin, de apenas cinco minutos antes.
Emily: O sí, y si me pilla allí, se lía. O Dana, quién sabe si sería ella quien
apareciera para buscarte. Buenas noches, Kevin.
Bajé con la maleta hasta el restaurante, donde ya estaban los tres sentados
en una de las mesas para desayunar.
—No te ignoré, te di las buenas noches. Eso, en mi casa, quería decir que la
persona se iba ya a la cama.
Una vez allí, Jens y Dana, fueron a ver cómo iba la producción del modelo
que presentaron la noche en la que conocí a Kevin, mientras nosotros nos
reunimos con los mismos que habían estado el lunes.
Incluso la maqueta con el interior, así como otra del exterior, con esa línea
fina y elegante que Kevin había pedido para la carrocería.
Él quedó encantado, me pidió opinión, dije que era tal como me gustaría ver
mi coche, y dio el visto bueno para que empezaran a trabajar
definitivamente en el modelo.
—Sí, todo marcha bien. Ya tenemos el visto bueno del modelo que quiero
lanzar el próximo año.
—Sí, regresemos.
Dana volvió a insistir en ir con Kevin, pero este la cortó diciéndole que
cada uno regresara con quien había venido.
Otra vez fui el blanco de esa mirada de odio que tenía Dana, y es que esa
mujer era mala, o me había cogido manía sin conocerme de nada, pero
bueno.
—Se dice que es mejor prevenir, que lamentar, así que —me encogí de
hombros.
—Ni a mí me gusta ser el blanco del odio de nadie, y Dana me odia. Dime
una cosa, ¿te has acostado con ella alguna vez? Porque, creo que soy algo
así como una rival, según su mente enferma, vamos.
—Sí, me acosté con ella una vez, y me arrepiento de ello cada puto día
desde entonces.
—No espero que me digas nada, sobre eso, Emily, pero sí que volvamos a
hablar como hacíamos antes, por favor.
—Sí, lo sé, pero podemos volver a vivir esos momentos que, a mí, me
parecieron especiales.
Jens iba delante con Dana, pero bastante lejos de nosotros, por lo que Kevin
hizo lo mismo que en el viaje de ida, paró en una gasolinera en Lubón y
desayunamos.
Sí, en ese momento volvimos a ser solo nosotros, los mismos que habían
disfrutado de Varsovia, sus calles y esos paseos como si nos conociéramos
de toda la vida.
—No vuelvas a hacer eso, Kevin, por favor —le pedí, pero en el fondo
quería que lo repitiera, había sido breve, apenas un roce de labios, pero me
había gustado tanto, que quería poder sentirlos otra vez.
Y yo, yo me había quedado hasta con las ganas de decirle que subiera a mi
casa, que lo invitaba a comer y que después del café…
Nada, después del café no podía pasar nada, porque trabajaba para él.
Capítulo 13
Tenía el corazón a mil por horas cuando salí por las puertas del ascensor y
para colmo me encontré ahí a Dana, con los brazos cruzados y
esperándome. No había que ser muy lista para deducirlo…
—No, aquí la única que las toca eres tú, que llegaste la última y vas a por el
pódium desesperada.
—A mí...
—A mí, ¿qué? ¿Qué no te tengo que decir nada y tú a mí sí? Pues te la voy
a decir alto y claro —le señalé con el dedo —. Sigue tu vida que yo con la
mía haré lo que me salga de mis santas narices, así que te callas, me dejas
en paz y si quieres lo que me ofrecen a mí, cúrratelo, por algo no te tendrán
en primera plana —puse la mano para apartarla y me fui por el pasillo.
—Eres un despojo y no durarás mucho aquí —alzó un poco la voz para que
me enterase.
—Te has levantado de muy mal humor, señorita Emily —dijo marchándose.
—Con muy buen humor para la de tonterías que tengo que aguantar —
murmuré y lo escuchó.
Dos golpes a la puerta de Kevin antes de entrar, esta vez estaba cerrada.
—A que tienes que irte para tu casa una hora antes de la salida y preparar
ropa hasta el lunes inclusive en que llegaremos juntos a trabajar. Te
recogeré en tu casa luego.
—Anda a trabajar, recuerda irte una hora antes —me cortó y cogió una
llamada que le había entrado.
—No, no te lo voy a decir, al igual que a ti no te digo lo que hablo con él,
me debo a los dos, pero tranquilo, tu hermano solo habla de trabajo.
—No hace falta que me des puntos, no iría contigo ni a la esquina —le
sonreí con ironía.
—Tendría que pasar algo muy catastrófico para que eso sucediera —resoplé
negando.
¿Se encargaba él? ¿De algo catastrófico? ¡Ay, Dios! ¿Y por qué me iba a
dar a mí que este iba a ser capaz y todo? Hice el intento de querer chocarme
con la mesa, pero no, lo pensé mejor, que siempre salía perdiendo yo. Para
algo que podía evitar…
Pues eso, que mi vida era ahora de todo menos aburrida ¿Cómo podía
cambiar la vida tanto de un día para otro? Y no hablo de dinero, que aún ni
había cobrado el primer mes y encima quedaba mucho. Hablo de
intensidad, de sentirme montada en un tiovivo que no deja de dar vueltas sin
parar.
Lo peor de todo es que hasta con lo malo, esto era de lo más divertido y
más, cuando has tenido una vida en la que los últimos años no hablaba ni
conmigo misma, más sola que la una que estaba.
Claro que me daban ganas de matarlos en más de una ocasión, pero luego
me ganaban, esa era la verdad, lo hacían y encima Kevin, me había
besado…
Bueno, a Dana no, a esa ya la tenía entre ceja y ceja y hasta que no le
metiera una hostia no iba a quedarme a gusto, pero bueno, como siempre
terminaba yo mal, no se la iba a dar porque perdería mi puesto de trabajo y
realmente, con eso no jugaba.
La mañana fue más larga que pasar una noche en un velatorio, menos mal
que a mí nadie me tenía que llamar para ir a uno ¡Que paz me daba eso!
—Pues mira, resulta que me caso mañana, así que el jefe me dejó salir antes
para ir a recoger el vestido de novia.
—No te vayas, ven aquí —decía queriéndome sacar más información, pero
le di a cerrar las puertas mientras sonreía.
Ya le había dado yo el fin de semana, obvio que iba a ser su palabra contra
la mía, pero bueno, de ahí a dejarle marcada la cara, iba a ser muy
descarado.
—Me dijo tu hermano que no teníais abuelos, veo que alguna verdad dice
—me reí.
—¿Estoy en lo cierto?
Por la carretera que estaba cogiendo era por la zona donde desayunamos y
comimos.
—¿Me estás diciendo que me has sacado del trabajo y me has hecho irme
de mi casa para meterme en la tuya? —me eché a reír negando —Esto no
tiene nada que ver con el trabajo —reí.
—Por eso no te vas a llevar suplemento como en Polonia —se reía y yo
también, no era para menos.
—Se ve todo muy acogedor y con un gusto increíble —me quedé impactada
mirando ese cuarto de baño en el pasillo con una ducha entera en madera,
era preciosa.
Además, tenía una terraza con un sofá y una mesita, daba al jardín por la
parte de atrás que era poco y no había nada, la casa era de una planta, no
tenía edificación arriba. El otro dormitorio era su despacho, amplio y
también muy minimalista.
—Dime algunas.
—Lo primero es que está con mucho gusto construida, pensado hasta el
mínimo detalle, además eso de que toda la madera de la casa fuese de la
misma gama, me encantó. Por otro lado —carraspeé —, es una casa que,
seguro que costó su dinero, pero que no hace falta ser un Kevin Acker para
tenerla, la podría comprar un médico o un profesor.
—Sigue…
—Entonces me impacta el conjunto, te hacía en una casa más ostentosa,
donde los cuadros fueran de pintores famosos y no callejeros, no sé, eres tú
el que me impresiona.
—No soy así, es verdad que amo mi trabajo, que me encanta conseguir
sacar al mercado los mejores coches, pero luego mi vida es diferente.
—Por cierto —hizo un carraspeo —. Dana hoy hizo una de las suyas.
—¿Te dijo que os ibais a casar y que estaba esperando un hijo tuyo? —Hice
como que lo entendía al revés.
—No, se refirió a nosotros.
—¿Yo un hijo y pasar por un altar, así como así? —me eché a reír y apreté
los dientes sin que me viera para ver cómo salía de esta.
—Lo más gracioso es que te echó la culpa a ti, decía que tú se lo habías
dicho, pero tranquila, sabemos cómo es.
—Tenía que pagarlo yo, que raro —dije con ironía y se rio, menos mal que
se rio.
—Bueno, dicho esto, que todo lo que venga el fin de semana sea bonito y
calmado —levantó su copa e hice lo mismo para chocarla.
—Ya, pero tampoco hacía falta decirlo así —resoplé, volteando los ojos.
—Ya, ya, no hace falta que me des tu palabra de honor. Y te estás acercando
demasiado.
—No, no deberías, pero sé que lo que yo diga —me volvió a besar —no va
a valer de nada —reí.
—Lo deseas lo mismo que yo —me rodeó por la cintura y me pegó a él.
—Madre mía, tu vida fuera del trabajo será tranquila, pero correr no veas lo
que corres. No sé qué hago aquí —reí y me cortó con otro beso.
—¿Me vas a negar que sientes atracción por mí? —preguntó, murmurando
y besándome.
—Ni niego ni afirmo, ahora mismo tienes el control de todo —me eché en
su pecho negando.
—Si tuvieras la oportunidad de dar marcha atrás y que esta mañana te
hubiera dicho realmente a donde veníamos ¿Hubieras aceptado?
—No puedo, pero tampoco está bien quitarse la coraza de golpe, además,
soy consciente de que esto va a ser un visto y no visto —me reí.
—¿El qué?
Antes había ido a ponerme unas mallas con una camiseta, ya los leggins por
muy cómodas que fueran, eran vaqueras y gorditas, así que me cambié y me
puse deportiva como él.
Parecía que nos estaba oliendo, pues le sonó el teléfono y era su hermano.
—Cógelo, valiente.
—Como una bala, botella de vino en mano, eso quiere decir que trae media
docena.
—Sin duda. Nada más descolgar me dijo que iba a venir a cenar con su
hermano y su asistenta preferidos —arqueó la ceja.
—Los nervios van por dentro —me agarró y subió a sus piernas —¿Y no
me vas a dar un beso?
—Algo más relajada sí, pero los nervios van por dentro —le devolví lo que
dijo.
—Lo dicho, eres muy rápida —me abrazó mientras nuestras bocas se
volvieron a entrelazar.
Ni una hora después ya estaba entrando por el jardín Jens, una hora en la
que estuvimos entre besos y risas, no pasamos a nada más, y eso me
gustaba. Despacito y con buena letra.
—Eso lo sé yo, ¿quién te va a hacer reír más que yo? —me dio un beso en
la mejilla.
—Dana, créeme que Dana —murmuré, causando una risa en los dos.
—¿No te enfadas?
—Me dijiste que no me ibas a llamar más así y ya van en dos horas, unas
cincuenta veces —resoplé riendo.
—No me digas que no te sientes como en casa, con tus dos chicos favoritos,
a la luz de la hoguera.
—Para, Jens —le advirtió Kevin con una sonrisilla, pero una mirada bien
profunda.
—Eso, tú no pierdas el tiempo —le dijo Kevin con ironía, mientras yo reía.
Se me acercó a besarme la mejilla.
Saqué los pies del pantalón y la braga que ya estaba sobre el suelo, me puse
de nuevo mirándolo y notando mi cara al rojo vivo.
Impresionante lo que apareció por ahí, después de tanto tiempo sin sexo,
hasta me daba miedo recibirlo dentro de mí.
Sabía que eso era importante para él, tener el control y es que era palpable.
—Echa la cabeza un poco más hacia arriba, los brazos hacia atrás y agárrate
a los barrotes de madera, no te sueltes bajo ningún concepto —me ordenó
de manera que no me daba derecho ni a replica.
No me dejó opción, flexionó mis rodillas y abrió mis piernas. Puso sus
manos bajo mis glúteos y con unas palmadas ordenó que las elevara.
Lo hice, metió su cabeza entre mis piernas, se agarró a mis caderas y
comenzó a mordisquear sin parar mi interior, sobre todo por la zona del
clítoris por el otro lado introducía su lengua.
—¿Segura?
Agarró mis brazos con una mano por arriba y las sujetó, me penetró
lentamente.
—¿Y cómo vale? —preguntó comenzando a moverse cada vez más rápido.
No pude responder más, aquello estaba siendo muy fuerte e intenso, notaba
mis piernas comenzar a flaquear y mi cuerpo a sudar con aquellos
empellones que me movían por completo a su ritmo, ya que con su otra
mano agarraba mi cadera.
—Cuando vea que no puedes más con tu alma —me besó la frente mientras
sonreía.
—Estoy agotada, soy casi novata, hace tanto tiempo… —me reí.
—No sé, puedes tener a cualquier mujer, puedes aspirar a lo que quieras.
—¿Y quién te dice que quiero otra cosa que no seas tú?
—No sé, me tienes que perdonar, pero pienso que traes aquí a todas las que
te apetece.
—Entiendo.
—Genial.
Y eso hicimos, nos abrigamos y salimos a desayunar a ese lugar con tanto
encanto que tenía.
—No, pero bueno, tampoco creo que me suponga ningún trauma —sonreí,
apretando los dientes.
—El lunes se incorpora Mike, es mi chofer personal y mano derecha.
Aunque al final lo utiliza más Jens que lo coge de taxista y lo vuelve loco
—volteó los ojos y reí.
—Es cierto, cuando se supone que debería de caer fatal, nada, todo lo
contrario, el tipo cae bien.
Además, de vez en cuando era un poco patosa, todo había que decirlo, sola
me pasaba de todo y me desesperaba esos días que no daba una.
—Traigo vino y una empanada que hizo mamá —dijo saliendo del coche a
grito pelado.
—Vaya, nos salvó el sábado —dijo Kevin con ironía, causándome una risa.
—Sí, sobre todo eso —respondió Kevin, con carraspeo incluido y comenzó
a descorchar una botella.
—¿Y qué se supone que se celebra hoy? —preguntó Kevin con ironía.
—Yo soy un amor de hombre, lo que pasa es que me duran una noche,
parecen vampiros. Sale el sol y todas me abandonan.
—¿No será que tú las bloqueas porque una vez conseguida pasas de ellas?
—Mamá dice que el viernes va a hacer una fiesta por el setenta cumpleaños
de papá, por lo visto va a invitar a toda la jet set.
—¿Y si te pagamos?
Fue en la sobremesa y después del café que se marchó, había quedado con
un amigo para salir a cenar y tomar unas copas. No se perdía una.
—Para nada, seguro que invita por invitar, te lo digo yo, aquello parecerá
una boda en vez de un cumpleaños.
—No te estoy pidiendo que vayas para presentarte a mi familia como algo
más que una amiga.
—Ya, te entiendo.
—Como te dije, vive en una realidad paralela y despreocupado de todo, no
tiene interés por nada más que por vivir una vida de derroches, fiestas,
mujeres y sin responsabilidad.
—Si, cuando se jubile sin haber dado un palo al agua —dijo, mientras
acariciaba mis hombros.
Me sentía tan bien en esa casa, que sabía que tenía toda la razón cuando dijo
que me haría pasar un fin de semana de paz, desconexión, sin dudas este era
el sitio perfecto. Ahora entendía que viviera aquí feliz y alejado de todo.
Puso mi mano entre mis piernas, cogió mis dedos y comenzó con ellos a
acariciar mi clítoris.
Nos fuimos a la ducha y nos pusimos los pijamas, él, un pantalón como
deportivo fino, era pijama, pero parecía eso, con dos bolsillos y un cordón,
era en tono verde militar y arriba una camiseta blanca. Estaba guapísimo.
Yo me puse uno que me había comprado este año y lo había usado poco. De
Snoopy, me encantaba, tampoco parecía pijama.
—Namibia, fue uno de mis viajes más fuertes y donde vi los atardeceres y
amaneceres más bonitos del mundo.
—Filipinas…
—¿En serio?
—Mucho me tiene que cambiar la vida para gastar dinero en un viaje de esa
envergadura. Como mucho me sacaré un vuelo por Europa de esos de Low
Cost que viajas por cincuenta euros ida y vuelta —me reí.
—Ojalá, tan mala no he sido como para pagar una condena de por vida —
resoplé riendo.
La verdad es que vine muy impactada del nuevo modelo para la mujer que
quería crear, tenía una mentalidad increíble y un gusto exquisito.
No era momento de decir que no a ese primer desayuno que estaba tomando
Kevin.
Agarré las sábanas con fuerzas y me retorcí con aquella excitación que iba
aumentando por momentos y que me acercaban cada vez más al orgasmo.
Grité desesperada cuando llegó, aquello había sido de lo más intenso, caí
casi sin respiración, agotada.
—¿Lo quieres hacer a ciegas? —bromeó —Entonces, así será. Puede usted
seguir ahí escondida —me penetró cuando se puso el preservativo.
Estaba sin fuerzas aún, pero pronto me repuse, quité la almohada y me
agarré a sus brazos. Tenía una fuerza brutal, pero me encantaba que me lo
hiciera con ese ímpetu.
—Le gustan muchos las joyas, siempre dice que su pena es no haber tenido
una hija para que las hubiera heredado ella —sonrió.
—Mi padre es como yo, tiene paciencia, a mi madre la ama con locura, pero
son como la noche y el día.
—No, ella tenía una mujer, Catherine, ella nos crio prácticamente, se
encargaba diariamente de nosotros desde que nos levantábamos hasta que
nos acostábamos y eso que tenía una hija que tuvo a la misma vez que nació
Jens. Pues nos llevó a los tres hacia adelante.
Tras el desayuno, nos llevamos el pan recién hecho y dimos una vuelta en el
coche hasta un pueblo donde los domingos ponían un mercado
gastronómico.
Esta mañana había salido el sol con intensidad y se parecía más a un día de
finales de primavera que de principios. Era de agradecer.
Nos tomamos en el mercado una cerveza en uno de los bares que había
entre los puestos.
Llegamos a la casa a las cuatro de la tarde, así que nos preparamos un café
y nos sentamos en el salón un rato.
Estar abrazada a él, era algo mágico, me llenaba de vida, me hacía sentir en
otra dimensión y es que aquello para mí, era mucho más de lo que él
pudiera imaginar, era estar de la manera que siempre había soñado, pero
claro, no con él, sabía que con Kevin aquello era pasajero.
—No me despidas y seguiré respirando medio tranquila —le hice una burla.
Lo dijo de una forma que parecía que tenía trasfondo, pero sabiendo lo serio
que se ponía con ciertos temas, achaqué que era debido a ello, pero me sonó
como si lo hubiera pensado hacer. Eso, o que yo me comía rápidamente la
cabeza con todo.
Capítulo 18
—He soñado que no tenía que madrugar nunca más —dije, girándome para
mirarlo, y él me dio un breve beso.
—¿Y eso?
—Me había hecho influencer de esas, yo, que no tengo redes sociales —
volteé los ojos y ambos nos reímos.
Recogí la ropa que me había llevado, me vestí para el trabajo y salimos los
dos de la habitación la mar de guapos.
—¿Has tenido más, aparte de mí? —pregunté, y es que sabía que tenían una
secretaria, pero no si antes de que me contratara a mí como asistente
personal de ambos, había habido alguien más ocupando ese cargo.
—La verdad es que no, pero al tener a Amara, no nos hacía falta.
—Vaya por Dios —volteé los ojos, porque llevaba razón—. Bueno, puedo
coger un taxi, no hay problema por eso.
Llegamos a las oficinas y nada más bajar del coche, Kevin me cogió la
mano, atrayéndome hacia él, para darme un beso, pero no uno de esos que
te dejan con las piernas temblando.
Dana tenía una cara de mala leche, que no podía con ella, y esa sonrisa más
falsa que los billetes de trescientos euros.
—Buenos días, Dana —contestó él, de manera cortés, pero sin pararse.
—En diez minutos, te quiero en el despacho para un café —me dijo Kevin.
—¿Diez minutos?
—Sí, tengo que hacer una llamada antes.
Dejé mis cosas, fui a preparar el café para Jens y, cuando se lo llevé al
despacho, le vi rascándose el cuello, me daba a mí que estaba un poquito
nervioso.
—Buenos días.
—Nada, es que nos han dejado colgados con algunas cosas que pedimos y
no han llegado aún, estoy buscando la manera de solucionarlo.
—Anda, pelota —reí, saliendo del despacho para ir a por nuestros cafés.
Dana no me quitaba ojo de encima, la veía demasiado pendiente de mí cada
vez que me veía aparecer por el pasillo.
—No puedo apartar mis manos de ti, creo que me he vuelto adicto a Emily
Becker.
—Para —le pedí, cuando empezó a besarme el cuello—, nos pueden pillar.
Y mientras hacía que me excitara cada vez más con esos dedos jugueteando
por toda mi zona, besándome como si fuera a comerme entera, notaba el
roce de su abultado miembro en mis nalgas.
—Mira qué bien, tendré que estar preparada entonces, por si otro día
quieres jugar.
—Por supuesto que querré, y, si algún día vienes sin ropa interior, me
facilitarás mucho las cosas —me hizo un guiño y le di un leve manotazo en
el pecho.
Y vi algo entre ellos, que me hizo sentir incómoda. No sabía bien qué era,
pero tenían algo ahí… sus miradas de complicidad lo decían todo.
—Bueno, os dejo poneros al día, voy a hacer unas cosas que me pidió Jens,
y me pongo con esto —dije, levantando la carpeta.
Ambos asintieron, cerré al salir y fui a hacer lo que tenía que entregarle a
Jens.
La verdad es que apenas tardé unos minutos, por lo que se lo llevé y él me
dijo que ya tenía solucionado el pequeño problemilla logístico.
Sonreí, y cuando salí, al pasar por el despacho de Kevin escuché una risita
de Amara de lo más pícara.
—Mira, mosquita muerta, sé que has pasado el fin de semana con Kevin —
dijo, con esa mirada que despedía gente, ¿cómo narices se había enterado
esa mujer? — No eres nada para él, solo un pasatiempo, ese hombre tiene
muy claro lo que quiere de ti, y lo que no. Y, por cierto, ya sé que no estás
embarazada, y tampoco vas a casarte con Kevin.
—Ah, ¿no? Muy segura te veo de eso Dana, muy segura. Pero, ¿sabes qué?
Ya veremos si me caso, o no.
—Por supuesto que lo estoy, vas a salir de estas oficinas, antes de lo que
esperas.
—Venga, hasta luego —la dejé ahí, murmurando por lo bajo, ni atención
presté a lo que decía, ¿para qué?
Recogió sus cosas, me acompañó a por las mías y, cuando salíamos, ahí
estaba Dana con la mandíbula desencajada.
Para chula, yo, aunque no quería discutir con ella, pero esa mujer se iba a
enterar del humor que me gastaba yo a veces.
Nos acomodaron en una mesa al fondo, junto a un ventanal que daba a unas
vistas impresionantes del bosque que había cerca.
Era como una de esas postales que compras en tiendas de souvenirs como
recuerdo.
—¿Solo café? —susurró en mi oído, y noté que llevaba la mano por debajo
de mi falda.
—Para, Kevin, aquí no —protesté, pero me eché a reír al ver que ponía cara
de pena.
—Venga, vamos para tu casa.
Todo tirado por el suelo, cajones y puertas abiertas, parecía que hubiera
pasado un huracán allí dentro.
—No —contesté, negando con la cabeza—. En los eventos, había veces que
no me tenían asegurada, y me pagaban allí directamente, así que eso iba a
mi hucha.
—Emily, cógelo, por favor —me lo pedía con una pena y una tristeza en la
mirada, que hasta me sabía mal que hubiera tenido que encontrarse él
también con esto.
—No me voy a ir, Kevin, ya se han llevado lo que tenía de valor, no van a
volver. Vete, por favor, tengo mucho que ordenar —le pedí, intentando no
llorar de nuevo.
Esta era mi vida, vivir unos días la mar de bonitos y tranquilos, hasta que
ocurría algo que me devolvía a la realidad y me golpeaba con fuerza de
nuevo.
Capítulo 20
Martes, café por litros, una ducha y maquillaje para tapar las bolsas en los
ojos, esas que se habían formado después de pasarme toda la tarde llorando,
así como parte de la noche.
Kevin me mandó un par de mensajes para saber cómo estaba, le dije que
bien, que no se preocupara, pero decía que, por supuesto, iba a hacerlo.
Por más que intentaba, el motor no hacía más que ruido, pero no arrancaba.
Para colmo, empezaba a llover con mucha fuerza, así que la mañana
mejoraba por momentos.
Entre unas y otras, acabé llegando una hora tarde a las oficinas, calada hasta
los huesos, y habiendo llorado lo más grande.
—Eres carne de despido —dijo Dana, nada más verme entrar—. No hay
nada que les moleste más a los jefes, que la impuntualidad llegando al
trabajo. ¿Y qué pintas llevas? Pareces una pordiosera.
—No me toques las narices, que no tengo la mañana para tonterías.
—Tus ganas, víbora, pero te aseguro que irás a la calle tú antes que yo.
—Sí, que para eso estoy yo aquí —dijo el susodicho, a quien no había visto
llegar con Kevin—, no solo para que Jens me tenga esclavizado.
—No tengo aquí ropa para cambiarme, Kevin —volteé los ojos.
Bueno, pues al final ella me iba a salvar de morir congelada o coger una
pulmonía.
—Tranquila, que ahora mismo, hasta con una casaca me sentiría mejor que
con esto. Si es que, tengo una mala suerte. Qué verdad esa de que las
desgracias nunca llegan solas.
—Pues sí que te ha caído todo junto, sí. Bueno, tranquila, que ya verás que
todo se arregla.
—Eso espero, porque solo me faltaba quedarme otra vez sin trabajo —dije,
saliendo del aseo—. Muchas gracias por la ropa.
—Desde luego, mira que das pena. A todos los empleados nos regalaron un
coche de la empresa, y a ti no. Para que veas, lo insignificante que eres para
Kevin.
—Lo que quiero es que te vayas, y sé que veré llegar ese día con la mejor
de mis sonrisas.
—Pues cuando lo hagas, asegúrate de tener los dientes bien limpios, que se
te ha quedado algo de chocolate en ellos.
Cuando salí para marcharme a casa, no estaba Dana por ningún lado, en
cambio, escuché la risa de Amara en el despacho de Kevin, y también la
suya.
Me despedí de él, subí a casa y, tras poner la ropa que me había dejado
Amara, junto con la mía, a lavar, fui a darme una ducha calentita, me
preparé una sopa de sobre que tenía, y, nada más comer, me quedé dormida
en el sofá.
Capítulo 21
Le debía a Ben la vida, desde luego, porque mi querida Vespa hoy sí que me
había dado la alegría de que volvía a arrancar perfectamente, como la tarde
anterior.
Pensé en lo que me había dicho Dana, eso de que a todos los empleados les
habían regalado un coche de la firma, menos a mí. A ver, por un lado, hasta
lo veía normal, pues yo acababa de llegar, ya me tocaría a mí estrenar
coche, y seguro que sería uno de esos últimos modelos que estaban sacando
ahora.
La sonrisa que Dana lucía al ver a Kevin, se transformó en esa cara de odio
en cuanto fue consciente de que yo estaba con él.
Salí para preparar los cafés, como siempre, primero se lo llevé a Jens.
—Me gusta más asis. Para que veas que tengo mucha confianza contigo.
Ahí estuve toda la mañana hasta que Kevin me dijo que salía a tomar café
con uno de sus mejores clientes.
Aproveché ese momento para hacer una paradita y fui a tomarme un café a
la sala, pero cuando volvía para seguir trabajando, vi que Dana estaba de
pie en la recepción, cruzada de brazos.
—Tú estás enferma, Dana. Yo solo he venido aquí a trabajar, nada más.
Pero, oye, que, si le he caído bien al jefe, pues mira qué bien, será porque
soy un amor.
—Lo que eres es una aprovechada, que entraste aquí a trabajar buscando
que te mantenga.
—No voy a aguantar que me faltes más el respeto, ¿te queda claro? Y no
soy ninguna aprovechada, ni caza fortunas, ni nada de eso.
—Sí, Dana, lo que tú digas —me giré para irme al despacho, pero noté que
me tiraba de la coleta.
—No eres nada para él, solo una más que llevarse a la cama uno días, y ya
—dijo, sin soltarme.
Fui a recoger mis cosas y me marché, y eso que aún faltaba una hora para
que pudiera hacerlo.
Pero era eso, o quedarme y matar a Dana con la grapadora. Sí, con la
grapadora, que me lo había imaginado mientras me tiraba del pelo. Tal vez
esa ilusión fue producto del dolor.
Kevin: Buenos días, preciosa. Espero que estés bien, ya que ayer no me
contestaste a los mensajes. Ya me contó Jens, y Mike también, no creo que
Dana vuelva a decirte nada, después de la charla que tuve con ella. Te veo
en la oficina.
Vi que Jens y Kevin, ya estaban en sus respectivos despachos, así que dejé
mis cosas y fui a prepararles el café.
—Buenos días, aquí tienes tu café, Jens —dije, entrando y dejándolo sobre
la mesa, él estaba de lo más centrado mirando algo en el ordenador.
—Sí.
—Me alegra escuchar eso. Oye, ¿puedes revisar esto? Necesito que me lo
pases a limpio, por favor, ya sabes, mi letra no la entiendo ni yo.
—No hagas eso aquí, por favor —le pedí, agachando la mirada.
—Pues que lo pases bien —corté rápido, porque no quería que siguiera
insistiendo en que le acompañara.
—Ya lo veremos.
—Ya tanto que sí. Me voy a trabajar, que me pagas para eso.
Se echó a reír, salí del despacho y fui a pasar a limpio lo que me había
entregado Jens.
La mañana se me fue más rápido de lo que pensaba, y cuando acabé con
todo, ya era casi la hora de marcharme.
Mentira, hoy también tocaba comer poco, era lo que tenía el que me
hubieran robado hasta el último céntimo de mis ahorros.
—De verdad, que no. Además, estoy cansada, me acostaré pronto —más
que nada, porque no tenía televisión y no podía distraerme viéndola un rato.
—Como quieras, pero tienes que dejarme que te invite algún día.
—Pues es algo así como una hermana para los dos. Ella es de mi edad,
apenas nos llevamos unos meses. Es la pequeña de los tres.
—Es que… no sé, los veo con mucha complicidad, y esas risitas que se
escuchan en su despacho. No me hagas caso, son tonterías mías. Me marcho
ya, nos vemos mañana.
Recogí mis cosas, pasé por delante de Dana y volvió a ignorarme. Al final,
Kevin iba a tener razón y esa mujer ya me iba a dejar tranquila de verdad.
Antes de ir a casa compré pan recién hecho, era la ventaja de tener una
panadería cerca, que estaban haciendo pan continuamente, por lo que
siempre compraba la barra calentita.
Había varios vestidos que me encantaban, eran preciosos, de verdad que sí,
y hasta me habría comprado un par si pudiera, para ir al cumpleaños con
Kevin, o a alguna de esas cenas benéficas a las que sabía que acudía de vez
en cuando.
Dejé el móvil, recogí todo y fui a darme una ducha para después,
acomodarme en el sofá, con mi manta y una taza de cacao caliente, a leer un
poco.
Y el tiempo pasó tan rápido, que me acabé el libro, cené y me fui a la cama.
Ya solo me quedaba un día para poder descansar y no ver a la víbora.
Capítulo 23
Jens: Buenos días, asis, aunque para mí son tardes, que sigue siendo jueves.
No voy a ir por la oficina, así que, aquí te dejo los pendientes para hoy.
Gracias, eres la mejor asis del mundo mundial. Tu jefe favorito. Jens.
Si es que me tuve que reír, anda que no tenía guasa en muy jodido.
Ahí tenía una buena pila de carpetas que me había dejado el menor de los
hermanos.
La nota de Kevin era un poco más escueta, solo me decía que no iba a venir
porque tenía algunas reuniones fuera.
Pues nada, a pasarme la mañana organizando todo eso que me había dejado.
—Buenos días, ¿Emily Becker? —preguntó un chico.
Miré hacia la puerta y vi un repartidor con una caja negra enorme, y un lazo
color nacarado.
—Claro.
Continué trabajando hasta la hora de salida, en la que cogí mis cosas, caja
incluida, y salí del despacho. Ni Dana se dirigió a mí, ni yo tampoco.
Llegué a casa, me preparé una sopa y una tortilla rápida, terminé de comer y
estuve dos horas pensando si ir, o no ir.
Ese era el mensaje que acababa de recibir, pero que no, no iba a ir.
Sonreí, pero es que ese hombre estaba muy seguro de que yo iba a ir al
cumpleaños.
Me sentía como una actriz de televisión, toda elegante, pero tenía miedo de
desentonar, aunque bueno, había acudido a suficientes eventos, por trabajo,
como para saber de qué modo comportarme.
No dije nada, porque, ¿qué podía decirle? ¿Si iba a presentarme como una
novia, o algo así? Nada, mejor callar y no meter la pata.
—Kevin, hijo, qué alegría verte —dijo el que supuse era su padre, por el
gran parecido que había entre ambos y del que Jens, también había
heredado algunos rasgos.
Y así nos despachó, dando paso a alguien que había detrás nuestro y que, a
ojos de ese señor, debían ser más importantes que yo, pero no creí que
fueran más que su hijo.
Y por ahí venía Jens, poco después, con Dana. Me puse de los nervios, de
verdad, pero tenía que disimular y sonreír.
Me quedé a solas con Kevin, que me iba diciendo quienes eran los invitados
que paseaban por la casa, disfrutando de los canapés y las copas que servían
los camareros del cáterin.
Y entonces recordé mi trabajo anterior, esos eventos a los que acudía, y era
yo quien servía a los asistentes.
—Bien, bien.
—Por Dios, no soporto a esa mujer, de verdad que no. No me gusta nada, es
una trepa. Esa quiere a mi hijo Kevin, a toda costa.
—Vale, jefa.
—¿Jefa? —rio.
—Será mejor que salgamos, que solo falta que la trepa ronde a Kevin.
Me puse de los nervios al escucharla decir eso, así que, regresamos las dos a
la zona en la que estaba congregada toda la gente, localizamos a Kevin y
ahí que fuimos.
Me pidió disculpas, sí, pero con esa sonrisa maquiavélica que nadie más
vio.
—Por favor, llévame a casa, Kevin, no quiero seguir aquí —le pedí, su
madre me escuchó y, a pesar de lo que habíamos hablado antes, asintió.
—Será mejor que os marchéis, hijo, no quiero que tu padre ponga el grito
en el cielo por esa mujer.
—No dejes que ella gane, ¿de acuerdo? —susurró su madre en mi oído—
Me gustas tú más que ella para mi hijo.
Salimos de la casa, Dana se quedó mirando con furia, ya que imagino que
pensaría que Kevin se quedaría y yo me iría sola, pero me daba igual, que
pensara lo que quisiera.
—Lo sé, pero te dije que íbamos a pasar el fin de semana juntos.
No dije nada, porque, ¿de qué iba a servir? La verdad es que estaba
deseando pasar el fin de semana con él, así que, otros dos días de paz y
tranquilidad en aquel maravilloso lugar.
Capítulo 24
Nada más llegar, me quité los zapatos y el vestido, esa víbora lo había
dejado bonito con el pedazo de mancha de vino.
—Ya lo sé, pero hoy no andas más que lo justo. ¿Te apetece una copa?
—Completamente.
Me dejó en el sofá y regresó poco después con las copas y una botella de no
sé qué, pero estaba rico.
Una copa, después otra, y otra más, así hasta que acabamos con esa bebida
dulzona y afrutada.
—Por supuesto que lo hace. No deja de decirme que eres su hombre, y que
no me acerque a ti.
—No soy suyo y nunca lo seré. Ven aquí, preciosa —contestó, cogiéndome
en brazos para sentarme a horcajadas en su regazo.
—¿Quieres a alguna?
Me quería, ¿había dicho que me quería? Bueno, realmente, había dicho que
en estos momentos me quería a mí.
Y ya sabía yo para qué, si estaba comenzando a subir las manos por mis
nalgas mientras me acercaba más a él, haciendo que nuestros sexos se
rozaran, y de qué manera. Me estaba encendiendo por momentos, de verdad
que sí.
Hasta me escuché gemir, y creo que eso fue lo que necesitaba Kevin para
saber que me tenía tal y como él quería.
Me quitó la camiseta y el sujetador, lamió y mordisqueó mis pezones para
después recostarme en el sofá. Se colocó entre mis piernas y, sin dejar de
mirarme, fue bajando mi braguita hasta tenerme completamente desnuda.
Me acariciaba las piernas, subía las manos por mis costados y acabó
masajeándome los pechos, pellizcándome los pezones y volviendo a bajar
por mis brazos hasta entrelazar nuestras manos.
—Pero…
Cuando llegó a mi zona, jadeé al sentirla tan despacio por ese lugar.
Arqueé la espalda y noté que él sonreía, hasta que comenzó a pasar el dedo
y juguetear con mi clítoris.
Mientas él lo llevaba tan profundo cómo podía, yo movía las caderas para ir
a su encuentro, de modo que él, comenzó a ir más rápido y acabé
dejándome llevar por el brutal orgasmo que me hizo sentir.
Noté que buscaba mis manos con la que tenía libre, así que me solté y él la
entrelazó con una de las mías.
Aquello era más que sexo, en ese momento sentía que estábamos
conectados completamente.
Comenzó a ir más rápido cada vez, hasta que ambos notamos que
estábamos cerca de alcanzar ese clímax que nos envolvía.
Dijo, hablando por teléfono en la cocina cuando llegué al ver que no estaba
en la cama.
—No me gusta verte así —me echó el brazo por el hombro y me pegó a él.
—Sí, claro.
—¿Quieres un cigarrillo?
—Vale —sonreí.
Nos salimos y me prendí uno, la cajetilla aún seguía por más de la mitad
desde que la trajo el hermano y es que no fumábamos, pero unas caladillas
sí que apetecía en ciertos momentos.
No hacía mucho frío esa mañana, con un jersey y esa mantita por los pies,
se estaba muy bien en aquel rincón de la entrada de la casa.
—No quiero ayudas, quiero salir adelante sola, quiero que la vida deje de
golpearme, no sé, quiero ser feliz con poco, pero que con ese poco que no
me sigan pasando cosas —me volví a secar las lágrimas mientras él, me
agarraba la mano y la acariciaba.
—Dicen que todos tenemos una función al venir a la tierra. La mía debió
ser el de ser la desterrada —me reí, a pesar de que no podía contener aún las
lágrimas.
—Eres joven, te queda toda una vida por delante —tocaba mi cabello —.
Tienes un mal día, debes estar cansada de la semana, de lo que te pasó en la
casa, del cumpleaños de mi madre.
—No sé, pero este estado me aparece en muchas ocasiones y solo quiero
meterme en la cama y llorar.
Nos quedamos allí desayunando sin salir de la casa, es más, nos trajeron el
pan con una llamada que hizo al repartidor que pasaba por la zona.
Ese día estuve de esa manera y mira que intenté por todos los medios que
no se notara, pero mi cara era el claro reflejo de lo que sentía mi corazón.
Fue llegar y en el sofá nos dejamos llevar por el deseo, ese que estaba ahí
latente y lo bueno es que, ese día yo había amanecido de mejor humor.
Mientras lo hacíamos sentí que, con él, todo era diferente, pero había algo
que no me dejaba disfrutar por completo de lo que estábamos viviendo y es
que tenía una espinita que me decía que esto tenía los días contados.
Sí, un hombre como él a mi lado era algo que se me venía grande, era como
sentirme muy poquita cosa a su lado, pero bueno, es que yo me sentía así en
general, mi autoestima estaba siempre por los suelos, algo que se había
encargado mi familia de garantizar que tuviera y vaya si lo consiguieron.
Y no era que no se pudiera vivir eternamente feliz, es que los mundos eran
diferentes…
—¿Lo cogerías?
—Claro que me llega, hasta para comenzar a guardar, pero una ayuda para
tener algo más de reserva, no me viene mal, lo del robo me dejó fuera de
juego y muy tocada.
—Kevin, jamás en mi vida cogeré nada regalado, solo quiero que la vida
me dé una tregua de unos añitos de paz, de tranquilidad.
—Te entiendo, pero deberías permitir que te ayuden, no está mal que
alguien nos tienda una mano y mucho menos que te dejes cuidar.
—No se trata de perder principios ni nada que tenga que ver con la ética, se
trata de que estás con alguien al lado que te puede ayudar al menos a
reponer lo que te robaron.
De nuevo me sentí con los ánimos por los suelos, era lo peor que llevaba,
esa noria de sentimientos que bailaban al son de un nuevo día, cada uno
diferente.
Pero yo sabía que, para él, era el antojo de ese momento, lo tenía claro,
había muchas mujeres dispuestas a estar con él y mejores que yo.
—¿Entonces?
—Ese no va hoy ni a tiros, anoche estuvo invitado a una fiesta de esas que
terminan al amanecer.
—¿Y qué pasa, que se quedará todo bajo la orden de Dana? —me eché a
reír.
—Sabes que hay más gente y que Amara, andará por allí pendiente a todo.
—No, no vas a ir, tienes que estar trabajando para tus jefes en el lugar que
estén.
—Vaya por Dios, lo que me faltaba es que también me diga Jens, que me
vaya con él un par de días por trabajo —me eché a reír —. Eso sí, me reiría
bastante.
—A bebernos la vida…
Capítulo 27
Paró en una calle preciosa, delante de una casita que era como salida de un
cuento.
—No, la dejó para mí, siempre decía que tenía que ser mía. A mi hermano
le dejó otra en Berlín.
—Eran ellos —dijo cuando me vio observar una foto con una pareja. Era en
blanco y negro.
—¿Sueles venir?
—¿Solo?
—¿Sabes?
—Me acabas de poner la piel de gallina —me reí —. Te quería decir que no
sé cómo acabará todo esto, pero espero que no me des una patada fuerte,
que cuando te canses de mí, me sigas teniendo como una persona en la que
confiar.
Dejamos las cosas y nos fuimos a comer a un restaurante que por lo visto
llevaba abierto más de cincuenta años, se pusieron muy contentos al verlo
por allí, se notaba que lo conocían de toda la vida.
—Un poquito.
—Vale, pero me lo pones a pagar a final de mes, que ya la ruina está repleta
—me reí causándole una sonrisilla.
—Es que tus teorías son un poco extrañas —se echó hacia atrás cuando nos
trajeron la comida —. Mi única teoría es que llevo dos años trabajando
como loco y que ahora estoy viviendo unos momentos que me están
llenando mucho y no quiero perder ni un solo minuto de ellos.
—Te lo dije —me hizo un guiño —. Dime una cosa ¿Por qué estás tan
jodidamente sensual?
Tras la comida nos fuimos para la casa, me reí al entrar cuando metió su
mano entre mis nalgas.
—Estás fatal —me agarró, me echó hacia el sofá para tumbarse y se puso
entre mis piernas.
—Fatal estás tú. Si esta fuera la casa de mis abuelos ni me desnudaba para
ducharme.
La cena la compramos en una panadería del pueblo que vendían hechas por
ellos a diario, unas croquetas y empanadas que olían a kilómetros.
Capítulo 28
Nada, me tapó la boca con un beso de esos en modo aspiradora para que no
te dé tiempo ni a reaccionar y claro, sus manos hábiles se metieron por
debajo de mi braguita y entonces comenzaron los gemidos, esos que salían
sin cesar.
—Espero que tus abuelos no nos hayan visto, sería bochornoso —murmuré,
cuando íbamos para el cuarto de baño.
—Seguro que no —me agarró la mano mientras reía y tiraba de mí, hacia la
ducha.
—¿Segura?
—Segurísima.
—¿Te gusta?
—Me encanta, es tan bonito —dije mirando ese reloj con la correa de acero
inoxidable en rosa pastel metalizado y la esfera un rosa más fuerte y con
cristales alrededor de Swarovski.
—Vamos, te lo regalo.
—Quiero que lo tengas en la mano y cada vez que nos vayamos a ver, mires
los minutos que nos quedan para el reencuentro.
—Eso de que te cuide, por favor, ¿acaso lo dudas? —reí —Si quiero
mantener mi trabajo, por mi bien, debo cuidarte.
—No —sonrió.
—No lo sé —sonreí.
—¿Tengo que creer que alguien joven como tú, quiere estar mucho tiempo
con alguien que le saca doce años?
—Oye Kevin, yo quiero fumar de eso que has debido fumar, que te sentó
muy bien.
Podía pensar que Kevin era diferente, pero que algo tan bonito me estuviera
pasando a mí, como que me chirriaba. A los antecedentes me remitía.
Capítulo 29
—¿Y mi café?
—Tira para tu despacho si no quieres que te pinte los labios también. Ahora
te llevo el café.
—A Dana, ya está bien que use ese color tan feo para trabajar —entré
riéndome.
Preparé los cafés, pero primero se lo llevé a Jens a recepción, para chula yo.
—Toma cariño mío, a mi niño que no le falte de nada —le dije delante de
Dana, que solo le faltaba ladrar, estaba con una cara que se le veía cierto
parecido a un Rottweiler.
—Y los que no sabes —le tiré un besito al aire a Jens y me fui con contoneo
de caderas.
Cogí el otro café y se lo llevé a Kevin, además como me había venido arriba
con Dana, estaba en uno de esos días raramente graciosos.
La mañana fue de lo más larga, sí, eso de venir de cuatro días de jolgorio
como que ahora pasaba factura.
En la casa me sentí triste, sí, fue entrar por la puerta y notar que algo me
faltaba, cómo no, era él, que lo echaba de menos…
Por la mañana me fui en la moto a trabajar, supe cuando llegué que Kevin
ya estaba allí porque estaba su coche aparcado.
Vi que Dana se vino flechada hacia mí, nada más verme, pero flechada de
tal manera, que me preparé en modo defensa para liarme a hostias si se
ponía tonta.
—Te voy a decir una cosa, lo primero que eres una cierva, lo segundo que
no eres la única y lo tercero que te vas a llevar el mayor ostión del siglo.
—Pero el primero te lo llevas tú —le di una cachetada que no se la esperó y
se puso la mano en la cara.
—Ya quisieras tú tener mis cuernos —le hice un guiño y me fui para la
oficina mientras ella se quedaba con la mano en la cara.
—Pues parece que ahora no —me encogí de hombros y vi que se iba para
recepción.
—¿Un reporte a ti? ¿Te apellidas Acker y me pagas la nómina? —me reí
negando y me marché dejándolos ahí.
—No —sonrió y se fue hacia la puerta para cerrarla y vino a cogerme por
las caderas —. Te echo de menos.
—Para muchas cosas —murmuró él, en plan gracioso y la cara de Dana era
de querer matarlo.
—Vamos a mi despacho.
—Claro.
—Pues para que vea el dinero que se ahorró ella —me reí —. Que conste
que no soy así, pero no deja de provocarme, me machaca continuamente y
hoy me dijo: que si no era la única, que si me iba a no sé qué…
—¿Me necesitas para algo o solo para decirme que me porte bien? —Volteé
los ojos.
—Efectivamente.
—Dime.
—Me encanta tu reloj —me hizo un guiño y entendí que era más listo que
todas las cosas.
—Una, que sabe cómo cuidar las cosas —me reí y me marché hacia mi
oficina.
El tío sabía que eso me lo había comprado su hermano, seguro que sí,
vamos que se notaba por la forma en que me lo había soltado.
Esa mañana casi al final, Kevin pasó por mi oficina para decirme que se iba
a una reunión.
Así que cuando terminé, salí sabiendo que ese día tampoco lo vería y eso,
como que me puso triste.
—Está con la otra te lo avisé —escuché la voz de Dana, escondida detrás
del mostrador.
Esa mujer era el diablo en persona, no paraba, con esa pinta de pija y
estirada y luego se quedaba a la altura de la suela de cualquier zapato.
La tarde la pasé más triste que todas las cosas, pero triste, ni siquiera un
mensaje de buenas tardes o noches para alegrarme la vida, ni siquiera eso…
Bueno, de todas maneras, no era nada mío, que me dolería saber que estaba
también con otras mujeres, pues claro, pero no tenía derecho ahora mismo a
exigir nada, bueno nunca, seguía pensando que esto era algo pasajero.
Pero joder, me dolía, me daba rabia que fuera verdad, no sería justo, ni
jugaría limpio por mucho que dijera que lo entendía, ¿qué iba a entender?
Iba a terminar loca, no sé para qué esa tarada me había dicho nada si yo era
de esas que me lo tomaba todo muy al pie de la letra.
Entre la nochecita que había pasado y el mal despertar que había tenido,
sabía que la mañana iba a ser cuanto menos, complicada.
Mojé una galleta mientras me chorreaba por las manos, estaba como ida,
cuando me di cuenta, tenía leche con cacao hasta en las entrañas.
Ya tenía claro que el día lo había empezado con el pie izquierdo, ahora
sabía que todo iría rodado, todo comenzaría a salir al revés y mis zapatos
volverían a aguantar el peso de mis sentimientos.
Me monté en la moto y me aseguré de que no estuviera pinchada ni nada
raro, más que nada porque lo que decía, el día había empezado así y yo
sabía cómo iba a terminar.
—¿Sí?
—Pues imagina yo, que es por mí, por quién viene —negué riendo.
Me levanté y me fui por los cafés, el primero para Jens, el segundo siempre
para Kevin, ya por si me entretenía con él.
—Está de muy buen rollo Dana —me dijo cuando iba entrando con la taza
en la mano para ponerla sobre su mesa.
—Sí, hoy sí, ya puedan sonar los teléfonos de todas las instalaciones que sí
—me besó y comenzó a desnudarme.
—Vete un rato antes para tu casa y prepara una bolsa de fin de semana, te
recogeré después.
—¿Sí? —Creo que se dio cuenta de que se me iluminó la cara, pero yo pude
sentir ese efecto de reflejo de felicidad.
—Claro —sonrió.
—Ya me lo podrías haber dicho antes —le dije como queriendo quitarle
importancia.
Recogí todo un rato antes de la salida. Kevin ya no estaba allí y menos Jens,
que era viernes y ese desde las doce ya estaba en modo fiesta.
—Tenlo tú, que te falta nada para darte de frente con la realidad.
—Ya, pero tú no sabes que a ti te quedan los días contados en esta empresa.
—Tú problema es que no eres nada —le hice un guiño y salí de allí.
La verdad es que le había dado por mí, vamos, que se le había metido en las
narices ponerme por lo pronto nerviosa, y el caso es que lo estaba
consiguiendo.
No sabía por qué había aceptado volver a pasar el fin de semana con Kevin,
después de lo frío que estuvo los dos días anteriores.
Qué manía me tenía, y qué asco por lo que podía ver, solo porque me
llevaba bien con Kevin. Esa mujer estaba obsesionada con él, le quería tener
a toda costa.
Cogí todo, cerré bien con llave y me marché a pasar fuera el fin de semana,
otra vez.
—Hola.
Pues sí que se había propuesto sorprenderme, sí, tal vez por eso había
estado tan frío y distante estos días, porque estaba preparando el viaje de fin
de semana.
A ver, que Potsdam estaba a menos de una hora en coche de aquí, pero oye,
salía de la ciudad y cambiaba de aires un par de días, al menos.
Pero ya le dije que, ya que salía de casa, me gustaría ver algo de aquel
bonito lugar.
Así que me metí en Internet e hice una pequeña lista con todo aquello que
me gustó y quería visitar, aunque solo lo viera por fuera, eso ya para mí era
una alegría.
Sofás antiguos, lámparas con bombillas que simulaban ser velas, grandes
ventanales y cortinas de terciopelo en color burdeos.
Amplia, luminosa, también de piedra como el exterior, una mesa con dos
sillas de estilo medieval junto al balcón, que era pequeño, pero una monada.
Una cama con dosel de esas de tamaño extragrande, dos mesitas de noche,
un armario y la puerta que daba al cuarto de baño, en el que había una
preciosa bañera antigua con grifería y patas doradas.
Estaba en la gloria en aquella bañera, con gel aromático y sales. Eso era un
baño relajante, y no las duchas rápidas que me daba en el apartamento.
—¿Te he dicho alguna vez lo sexy que me resultas, tan solo con una toalla?
—murmuró, mientras me mordisqueaba el labio.
—Pues ya lo sabes.
Fue más rudo, pero sin llegar a pasarse demasiado, esta era otra faceta de él
que no conocía.
Era desayuno bufet, así que me serví varios panecillos con mantequilla y
mermelada, bollos, zumo, café y algo de fruta. Tenía hambre, para mí que
era por todo el desgaste de la noche anterior.
Kevin no dejaba de mirarme en ningún momento, sonreía y me acariciaba la
mano constantemente.
—Dana, no hay otro motivo que no sea ella —contesté volteando los ojos.
—Olvídate de ella estos días, ¿quieres? Hazlo por mí, por favor —pidió,
entrelazando nuestras manos.
Ni cinco minutos tardé, y salimos del hotel para ir a pasear por Potsdam en
esa agradable mañana, pues estaba perfecta a pesar del frío.
Paramos a tomar café en una de las terrazas cerradas que había cerca, y me
pidió el teléfono para ver dónde podíamos ir de lo que había apuntado en mi
lista.
Se acercaron varios a mí, y era una maravilla verlos desplegando las plumas
de su majestuosa cola.
Buscamos una cafetería por allí cerca para comer, y yo no dejaba de pensar
en la víbora de Dana.
No quería amargarme el fin de semana, pero es que esa mujer había dicho
cosas que me tenían con la cabeza loca.
—No pensaba.
—Vaya que no. ¿Otra vez Dana?
Tras esa visita con un salto atrás en el tiempo, al menos para mí, me llevó al
Filmpark Babelsberg, un parque temático dedicado al mundo del cine y la
televisión.
—Exactamente igual.
Dejé caer la cabeza hacia atrás, Kevin hizo que la recostara en su hombro y
mientras mordisqueaba el mío, noté una de sus manos sobre mi clítoris.
Fue de ese modo, penetrándome y tocando ese punto más que excitado,
como volví a culminar en un orgasmo muchísimo más intenso de lo que
había sentido otros.
—Bien guapo nos saldría —me hizo un guiño antes de besarme—. Ha sido
la emoción del momento, pero tranquila, que no volverá a pasar.
Lo que me faltaba, es que eso era lo que me faltaba, de verdad que sí.
Capítulo 33
—Si pudieras verte con mis ojos —susurró, y supuse que él pensaba que
estaba dormida, así que me quedé callada y sin moverme más que para
respirar, a ver qué más decía.
Pero no dijo nada, me besó la frente y me pegó aún más a él, estrechándome
entre sus brazos.
Me levanté, puesto que parecía que su conversación iba para largo, cogí la
ropa y me vestí para pedir que nos trajeran el desayuno.
—Buenos días.
Aprovechando que había varias tiendas de souvenirs por la zona, así como
cafeterías, paseamos por allí viendo todos esos artículos artesanales que los
turistas extranjeros compraban como recuerdo de su viaje a esa parte de
Alemania.
Fuimos con el coche hasta las afueras y, por las indicaciones que iba
viendo, me llevaba a uno de los lagos que había por allí.
—¿Vamos a pasear en barco? —pregunté, cuando vi que me llevaba de la
mano hasta el muelle.
—Eso es.
La verdad es que desde el barco teníamos unas bonitas vistas de gran parte
de esa zona de Potsdam.
—Que vivas tan cerca de muchos sitios y no los conozcas, es una pena. Te
pierdes lugares realmente bonitos.
—Lo sé, pero el dinero que gano es para ahorrar. Bueno, era, porque me lo
robaron.
Más que mirar, buscaba un nuevo trabajo para los fines de semana.
Necesitaba mantenerme las tardes de viernes y sábado ocupada, y todo el
dinero que pudiera ganar, bienvenido era.
Porque sí, estaba viviendo unos días la mar de bonitos con Kevin, pero
sabía que esto tenía fecha de caducidad, y que cuando acabara, me quedaría
con una mano delante y otra detrás.
—Busco trabajo.
—Menos todavía.
Se levantó y, antes de que me diera cuenta, ya me había quitado el móvil de
las manos.
—¡Oye! —protesté.
—Nada de móvil.
En la entrada, sobre el arco principal, Neptuno, el dios del mar, recibía a los
visitantes portando su tridente.
Una vez allí, fuimos a cenar al restaurante y comenzó a darme uno de mis
bajones, un momento de tristeza porque se acababa el fin de semana.
—Genial —contesté.
Kevin me miró como pensando que iba a ir con él, pero en ese momento no
tenía ganas, estaba mal porque no dejaba de pensar y de comerme la cabeza.
—No sigas, por favor, no tengo ánimos para nada ahora mismo.
Giré solo la cara, nos dimos el beso y me acomodé, cerrando los ojos,
esperando quedarme dormida pronto.
Pero pensé en que al día siguiente regresábamos a la rutina, volvíamos a
nuestras vidas, y esto cada vez era más complicado para mí.
Si me decía blanco, yo le contestaría que negro, así que, que dijera lo que
quisiera. Me había propuesto no volver a hacerle caso a esa mujer, y no
creerme nada del veneno que soltara por su boca.
¿Qué habría pasado si Kevin nunca hubiera tropezado conmigo? ¿Se habría
fijado en mí? ¿Me habría ofrecido un empleo? Lo dudaba, y mucho.
—Eso es lo que quería escuchar —se llevó mi mano a los labios y la besó.
El resto del camino apenas hablamos, y para cuando quise darme cuenta, ya
estábamos entrando en el parking de las oficinas.
—Mejor.
Hasta que vi a Dana, con esa cara de no haber desayunado nada dulce.
—Buenos días, hermano. Asis, ¿un cafetito por lo bien que lo he hecho? —
dijo Jens, saliendo de su despacho, justo cuando lo hacíamos nosotros.
—Es una historia muy larga —le quité importancia con un gesto de la
mano.
Pero bueno, que le dieran un poquito por donde a ella más le gustara, que
yo pasaba de sus tonterías.
Le dejé el café a Kevin y salí enseguida, puesto que estaba hablando con
alguien de la fábrica.
—¿Sabías que Kevin las conoce? —Se me paró el corazón por un instante
cuando dijo esas palabras. No podía ser, me lo habría dicho— Por tu cara,
veo que no. Kevin les debe una muy grande a ese par de niñas, tanto es así,
que se ha compinchado con ellas para acercarse a ti.
—Estás enferma, Dana, de verdad. Sal de aquí, por favor —le pedí de
buenas maneras.
—Kevin tenía que conseguir que te volvieras loca de amor por él, subirte al
cielo para después dejarte caer hasta el suelo. Y lo ha conseguido, Emily,
por el brillo que vi en tus ojos el otro día, supe que ya lo había conseguido.
Y no digamos esta mañana, los ojos dicen lo que nuestras bocas callan.
—¿Ahora eres adivina? Por Dios, deja ya de mentir e inventarte cosas. Si
no tienes pruebas de lo que vas a contarle a otra persona, no empieces a
hablar.
No podía creerlo, de verdad que no, eso debía ser una puta broma de mal
gusto.
Debía ser un montaje, eso estaba a la orden del día en el mundo entero,
cualquiera podía hacerlo, hasta yo, con un par de tutoriales como guía, claro
estaba.
Amplié la foto una y mil veces, buscando algo que me dijera que sí, que era
un montaje, pero esa foto era tan real, como que Dana me miraba hasta con
cara de pena en esa ocasión.
—Te lo dije, Emily, te dije que, cuando supieras la verdad, te ibas a dar
cuenta de todo.
Ni lo pensé, la aparte y fui directa al despacho de Kevin.
—¡Eres un hijo de puta! —le espeté, a pesar de que su pobre madre no tenía
culpa de nada.
—¡No digas mi nombre! —estaba fuera de mí, tan dolida, que quería
romper algo, pero no encontraba el qué.
Pasé por su lado, llorando y con mis cosas, salí y vi que Jens arqueaba la
ceja.
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donde los personajes viven mil y una aventuras, y quieres estar al día de mis
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Sarah Rusell.