¡Dime Que No Es Cierto! Mentiras - Sarah Rusell

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Primera edición.

¡Dime que no es cierto! Mentiras. Trilogía Emily nº1


©Sarah Rusell
©Octubre, 2021.
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fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito del autor
ÍNDICE

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 1

Cogí la carta del buzón antes de subir a ducharme para irme a trabajar, tenía
un evento de una empresa que siempre contaba conmigo desde hacía años.

Ellos ponían el catering y el personal para los diferentes eventos que se


hacían en Berlín.

Esa noche era de una presentación de coches de la firma Acker, una cadena
de autos de lo más lujosa y reconocida mundialmente.

Abrí la carta antes de dejarla sobre la mesa de la cocina, era de la luz,


doscientos ochenta euros que me cascaban de nuevo, estaba asfixiada
perdida y no encontraba un empleo con un sueldo fijo y jornada diaria.

Lo de los eventos me lo pagaban bien, pero era una vez a la semana y con
eso sobrevivía, no vivía.

Mi vida era de todo menos rosa, a mis treinta años no me había pasado nada
bonito en la vida, cuando digo nada, es nada.
Mis padres me tuvieron a mí y luego dos años después nacieron las gemelas
Anna y Mariah, las que se convirtieron en los ojitos derechos de nuestros
progenitores y a mí, bueno, a mí me tenían ahí como una mesita de noche.

Mientras a ellas le facilitaron todo para que hicieran la carrera de


magisterio, cosa que luego hasta suerte tuvieron porque fue terminarla y
seguidamente consiguieron plaza fija en el mismo colegio.

A mí, sin embargo, con dieciocho años ya me tenían colocada en un


supermercado y se quedaban el noventa por ciento de mi sueldo.

Lloraba en silencio, me sentía la maltratada de la casa, la oveja negra, la


que ni en su cumpleaños tenía un bonito regalo, siempre me caía un pijama
o un chándal.

Hasta que un día, a mis veinticinco años, rompí mi silencio, les dije a los
cuatro lo que sentía, se sintieron indignados y me dijeron que era una
desagradecida, entonces recogí mis cosas y me marché a casa de una amiga,
hasta que encontré una habitación en una casa compartida.

Estuve trabajando siempre en supermercados y algunas noches poniendo


copas, así que reuní un dinero y me alquilé mi propio loft, solo tenía
independiente el baño, el resto, cocina, salón y dormitorio, estaba en el
mismo espacio, pero era precioso, además tenía una terraza con una mesita
y una silla en la que, cuando hacia buen tiempo, me pasaba las horas ahí
leyendo.

Cuidaba mucho mis cosas, las prendas me duraban años y cuando era mi
cumpleaños, Navidad o un día así importante, me regalaba a mí misma algo
que me hiciera falta, pero miraba mucho por el dinero, no podía permitirme
el lujo de no tener un fondito, aunque fuese poco, para cualquier urgencia o
que me despidieran.

Me duché, me puse el uniforme que me habían entregado y me dirigí en mi


Vespa hasta el lugar.

Mi moto era para mí mi medio de moverme, no podía comprarme un coche


y mantenerlo, más el seguro, los impuestos, ni de broma.

Recuerdo cuando me la compré, aterrada por soltar ese importe y además


me quedé un año pagando una letra, era como si hubiera cometido un
crimen gastándome esos dos mil euros, pero la necesitaba.

La cogí en color blanco metalizado, era muy bonita, tenía año y medio, pero
parecía que era recién comprada, la cuidaba mucho, era la única propiedad
que poseía.

Entré al evento y me dirigí a la zona de servicio, allí ya estaban preparadas


las bandejas con los canapés y las bebidas.

Saludé a mis compañeros y cogí la primera, estaban todos atentos a los


hermanos Acker, socios de la línea de coches, a los que por su apellido le
dieron el nombre.

Hablaban a los asistentes que los escuchaban de pie, de cómo era ese nuevo
modelo.
Uno era más joven y por lo que ponía delante en su atril, se llamaba Jens,
estaba todo el tiempo sonriendo mientras su hermano, de rostro más serio,
se llamaba Kevin.

Los asistentes iban cogiendo las copas mientras los escuchaban atentamente
y cuando terminaron comenzó a sonar música, pero en tono bajo y ya se
hicieron los corrillos para charlar unos con otros y saludar a los anfitriones.

Ese día me sentía muy triste, pero no me quitaba la media sonrisa de la cara
para con la gente. Una aprendió a sonreír mientras se moría de pena por
dentro.

Además, tenía mi humor hasta conmigo misma que, a veces terminaba


llorando de la risa de las cosas que se me pasaban por la cabeza, además,
todas puras ironías sobre mi persona.

Mientras todas soñaban con un príncipe azul, yo lo hacía con uno que
apareciera con un coche antiguo y un mono asqueroso de venir de trabajar.
No quería príncipes azules, quería que alguien me quisiera como yo lo
querría, quería alguien que me hiciera sentir que estaba ahí, para mí, para
que no me sintiera tan sola. No necesitaba nada más.

Para colmo, en el amor había tenido muy mala suerte, como en la amistad y
es que todo venía de la mano y nunca mejor dicho.

Me enamoré de Paul cuando tenía veintitrés años, estuvimos saliendo dos,


yo lo amaba con todo mi corazón y creía que el también a mí, pero no,
resulta que lo pillé con mi mejor amiga, sí, esa que desde los cinco años
estuvo unida a mí y comprendía lo que me pasaba en mi casa.
Helena, sí, así se llamaba y creo que se llama, no supe más de ellos, ese día
perdí al que creía el hombre de mi vida y a mi mejor amiga, esa que sentía
como una hermana de verdad y no las otras dos que tenía y eran como unas
desconocidas.

Fue al día siguiente cuando rota de dolor me planté ante mis padres y
hermanas y eché todo lo que llevaba dentro, de ahí que me fui de mi casa.

Así que a nadie tenía, los perdí a todos como si a la guerra hubiese ido,
¿Cómo no me iba a sentir triste cuando nadie me había querido de verdad
en mi vida?

Estaba atendiendo a un grupo que cogían las copas de mi bandeja cuando


un golpe me dio de lado y caí al suelo con todo.

Kevin, el dueño había tropezado conmigo al girarse a saludar a alguien.

Sus ojos claros eran penetrantes, la mandíbula perfecta, ese pelo


desenfadado y rubio con la raya hacia un lado. Imponía muchísimo.

Me ayudó a levantarme y vinieron corriendo a limpiar la que había liado,


hasta se mancharon vestidos de invitadas que me chillaban como locas.

Fui para la zona de empleados y la encargada me dijo que podía irme, que
estaba despedida.

Sentí una vergüenza y humillación increíble, ni fui capaz de contestar ni


defenderme. Me cambié, entregué mi ropa manchada y me fui hacia la
moto.

Me monté y cuando iba a arrancar la moto…

—Emily —levanté la cabeza y vi que era Kevin, el que tropezó conmigo y


el mayor de los dos hermanos. Sabía mi nombre porque lo vio en la placa de
mi pecho cuando el incidente. Memoria tenía.

—Hola.

—¿Por qué te vas?

—Me han dado una patada en el culo —sonreí con ironía.

—Lo siento. ¿En que podría ayudarte?

—Pues mira, si me consigues urgentemente un empleo, te lo agradecería —


dije con ironía sonriendo —. Si puede ser uno normal de trabajar durante el
día y la semana entera, mejor, la verdad es que necesito el dinero.

—Toma —sacó una tarjeta de su cartera —. Mañana te espero en mi oficina


a las once.

—¿En serio? —pregunté, murmurando incrédula.

—Sí, hablaremos de la posibilidad de trabajar en mi sede.

—Vale, gracias. Una pregunta —apreté los dientes.


—Adelante —murmuró con ese rostro serio, pero correcto.

—¿Has bebido?

—Aún no, ¿por? —le salió una media sonrisa.

—A veces cuando se bebe, uno no se acuerda de las cosas al día siguiente.


Quería asegurarme de que mañana no me fueras a preguntar que quién era y
que hacía allí —volví a apretar los dientes.

—Tranquila, suelo acordarme de las cosas, no bebo más de tres copas —


hizo un gesto de afirmación con su cara y regresó adentro.

Amable, guapo, empático, pero apenas sonreía, aunque era de gesto serio se
le veía nobleza, eso sí, me imponía muchísimo.

Regresé a mi casa un poco impactada, no dejaba de pensar, la verdad es


que, si me pusiera a limpiar sus instalaciones todos los días, me hacía la
mujer más feliz del mundo. Necesitaba un empleo fijo, que me diera un
salario mensual, no pedía mucho.

Me acosté nada más llegar, estaba inquieta, no se me quitaba la mirada de la


cabeza y era algo que me hacía sentir incómoda, había algo en él que no
podía describir, pero impactaba mucho.

Era de ese tipo de hombres que, con solo mirar a una persona, la podía dejar
bloqueada, a pesar de su seriedad tenía un carisma muy fuerte, sin
necesidad de mucho, era increíble.
Me costó coger el sueño una barbaridad, eso de tener una entrevista con él,
como que me inquietaba seriamente.
Capítulo 2

Eran las nueve de la mañana y estaba ya atacada de los nervios.

Llevaba una hora despierta y ya me había bebido tres cafés, así no me ponía
las cosas fáciles a mí misma y menos aún, cuando ya me estaba haciendo el
tercero.

Me miré en el espejo y me vi más mechones rubios, yo era rubia


completamente, pero se me estaban poniendo unas mechas más claras y me
gustaban como se veía en mi pelo lacio que caía hasta los hombros, lo tenía
cortado en cuadrado.

Mis ojos eran de color verde, de piel blanca, delgada, pero con mis curvitas,
no tenía mucho pecho, pero tampoco me podía quejar. No estaba mal para
mis treinta años, pero bueno, que no me aparecía ni el príncipe azul, ni el
mecánico, ni Dios. La vida estaba empeñada en que estuviera más sola que
la una.

Me duché después del tercer café, elegí unos leggins vaqueros claros,
ajustados con unas botas marrones, tipo de montar a caballo, un jersey
marrón de pico ajustado hasta las caderas y debajo una camisa blanca, para
que se viera el cuello abierto sobre el pico del jersey.

Era abril, pero aún refrescaba mucho, así que me puse la gabardina beige y
me fui en la moto para el edificio donde estaban las oficinas de Acker.

El portero comprobó con una llamada que me esperaban, yo hasta cruce los
dedos para que lo recordara y sí, me acompañó hasta el ascensor donde me
indicó que debía subir a la quinta planta y allí me atendería la recepcionista.

Y así fue, se abrieron las puertas del ascensor y allí había un gran recibidor
con una mesa y tres sillas a un lado con dos macetas de bambú preciosas y
justo en frente de las puertas, al fondo, la recepción con una chica un poco
mayor que yo, y que sonreía sin ganas.

—Hola, soy Emily Becker, tengo una reunión a las once con que el señor
Kevin Acker.

—Un momento —me miraba de arriba abajo.

Se marchó y regresó poco después.

—Acompáñeme —seguía mirándome de arriba abajo y se giró para ir


delante con una altivez que era increíble, aunque a mí lo que me importaba
era el empleo.

Abrió la puerta después de dar dos golpes y ahí estaba él, parado junto a la
ventana con las manos en los bolsillos y se giró con una media sonrisa y
una afirmación con la cabeza.
—Dana, gracias —le dijo a la secretaria cuando pasé y esta cerró la puerta.

—Hola, señor Acker.

—Hola, Emily, puedes llamarme Kevin.

—Como usted lo desee.

—Siéntate, por favor —extendió su mano a uno de los dos sillones que
había frente a él y se acomodó en el suyo —. He estado pensando lo de que
trabajes aquí, ahora mismo lo que se me ocurre es de asistenta mía y de mi
hermano. Hacer fotocopias, preparar el café…

—Si le tengo que hacer la compra del supermercado para su casa, también
lo haría, por mí no hay problema, solo necesito trabajar —murmuré
implorando que de lo que fuese, pero necesitaba ese empleo.

—Tampoco es eso —medio sonrió y me miró de forma que me quedé


inmovilizada —. Sería de lunes a viernes en horario de ocho de la mañana a
tres de la tarde y el salario sería de mil setecientos euros al mes y dos pagas,
además de tus vacaciones correspondientes.

—Por mí, perfecto.

—Pues que tal si comienzas mañana mismo.

—Genial.
—Te tendré el contrato preparado, le dejas la identificación a Dana para que
la digitalice y listo.

—Muchas gracias, Kevin.

—No hay de qué, espero que nos entendamos.

—Seguro que sí —sonreí.

—Pues hasta mañana entonces… —Se levantó para acompañarme hasta la


puerta.

—Hasta mañana —lo miré con una sonrisa de agradecimiento y me fui a


darle la identificación a Dana.

Me la cogió con esa cara de despedir gente, la digitalizó y me la devolvió.

—Hasta mañana.

Ni me contestó, me sonrió falsamente y listo…

Del ascensor salió su hermano, el otro socio, Jens.

—No la conozco.

—Bueno, a partir de ahora creo que sí —apreté los dientes y le extendí la


mano —. Soy Emily la nueva asistente personal de su hermano y suya
también.

—Vaya, comienza a ir cuidándome el seco, al final me va a caer bien y todo


el jodido —dijo, ocasionándome que se me escapara una risilla.

—Bueno, pues entonces mañana nos vemos.

—Claro que sí, además —se acercó a mi oído —, cuídame a mí más que
soy el simpático —me miró y me hizo un guiño.

—Es bueno saberlo —sonreí negando y entré al ascensor.

Cogí la Vespa y regresé a casa de lo más feliz, por fin iba a tener un trabajo
y el sueldo era bastante decente, un poco por encima del salario mínimo,
pero para mí suficiente para pagar el alquiler, los suministros, comer, echar
gasolina y ahorrar un poquito. Vivir en Alemania no era barato.

Me cambié de ropa y me puse a preparar la comida, estaba feliz en ese


momento y ese estado me hacía muy bien, ya que eran pocas veces las que
me sentía así.

Hasta me había venido bien hacer el ridículo la noche anterior, al menos


tendría ahora la seguridad de un sueldo al mes, esperaba que me durara
bastante este trabajo, ya que lo necesitaba muchísimo.

Después de comer me eché un rato a ver una serie a la que estaba


enganchada, era muy divertida, así que esos ratitos que reía viendo la tele
me hacía mucho bien.
Salí por la tarde a comprarme a una panadería una empanadilla grande de
queso y cebolla caramelizada que me encantaba, así me ahorraba de
preparar cena, por tres euros ya la tenía hecha.

Paseé un rato por la ciudad, me apetecía, aproveché para comprarme una


agenda y un bolígrafo mono, quería tenerlo personal para el trabajo por si
tenía que apuntar cosas.

Regresé a casa y me puse a cenar mientras veía Tik Tok, me abrí una cuenta
falsa para ver esos videos que tanto me gustaban, me entretenía. Yo no tenía
redes sociales, me negaba a ello, además, ¿quién me iba a seguir? Estaba
más sola que la una.

Aprendí hasta a cocinar cosas nuevas con esos videos y es que había
muchas personas que lo tenía como canal para poner recetas rápidas.

Luego estaban los videos de los influencers y sus vidas de lujo, como los
chicos y chicas que se dedicaban a hacer los bailes de moda, yo lo veía
todo, me encantaba.

Más de una vez me grabé haciendo Tik Tok, pero lo dejaba en borrador,
obvio que no lo iba a publicar, ni mucho menos, pero el ratito bueno me lo
echaba cuando estaba muy aburrida.

Y es que me pasaba la vida limpiando sobre limpio, tenía todo como los
chorros del oro, si es que ni un dedo en un cristal se encontraba.

Me volví a duchar esa noche para por la mañana vestirme y listo.


Me metí en la cama, me puse un documental de fondo y a dormir. Al día
siguiente me esperaba mi primer día de trabajo.
Capítulo 3

Cuando me estaba montando en el ascensor, entró Jens.

—Hola, asis —bromeó por lo de asistenta.

—Hola, jefe —sonreí, ese chico era un caso y se veía a leguas, nada que ver
con la seriedad del hermano.

—¿Me vas a hacer el cafelito hoy? —preguntó sonriendo, con cara de niño
malo.

—Claro ¿Cómo le gusta a usted?

—Tutéame, por favor, soy un chavalín.

—Ya… —sonreí negando.

—Me gusta como el color de la avellana.

—¿Tostada o cruda? —apreté la cara y se echó a reír.


—Cruda, cruda —extendió la mano para que yo saliera antes.

—Buenos días —murmuré de lejos a Dana, que nos sonrió con toda la
amabilidad del mundo. Joder, como se notaba que estaba presente uno de
los jefes.

—Se muere por mis huesos —me murmuró al oído cuando íbamos por el
pasillo y sonreí negando. Este chico era tremendamente alocado.

—¿Tienes abuela?

—No, pero unos padres que me recuerdan cada día lo que valgo.

—Mira que bien —reí entrando a la oficina que me habían dejado en medio
de la de ellos.

Dejé mi agenda, el bolso, me quité la gabardina y fui al despacho de Kevin,


estaba la puerta abierta y él sentado en su mesa.

—Buenos días, Kevin, ¿Un café? Voy a por uno para tu hermano.

—Buenos días, Emily, sí, por favor. Sin azúcar ni leche, un americano.

—Ahora mismo —me fui al stand donde estaba la cafetera de cápsulas y


todo lo demás, hasta leche dentro de una pequeña nevera. Eso sí, todo de lo
más exclusivo y bien puesto.
Sonreí mientras lo hacía, Kevin era un modelo, así tal cual, de esos hombres
que los trajes le quedan al cuerpo, que tienen un rostro asquerosamente
bonito y una seguridad en sí mismo tremenda, no le hace falta gesticular
para imponer y eso era lo que conseguía conmigo.

Iba de regreso con los cafés cuando Jens, apareció y cogió de mi mano el
suyo. Le dio un sorbo.

—Estás aprobada, te salió riquísimo. Dos puntos para mi asistenta.

—Estupendo, me voy emocionada —sonreí —. Le llevo esto a tu hermano


y cualquier cosa estaré en mi oficina, ya vi que me dejaste unas notas para
que las metiera en tu agenda.

—Sí, por favor, con buena letra, que luego no me entiendo ni yo.

—Tranquilo, la tengo clara —sonreí y me dirigí al despacho de su hermano.

—Gracias —dijo levantándose mientras yo se lo ponía sobre la mesa.

—No hay de qué.

—Emily, ¿sería posible que me ordenaras por fechas estos documentos? —


me dio una carpeta.

—Claro.

—La he liado y hoy no tengo mucho tiempo.


—No te preocupes, para eso estoy yo.

—¿Contenta en tu primer día?

—Bueno, acabo de aterrizar en las oficinas, pero sí, muy ilusionada.

—Me alegro —me miraba de forma penetrante, me ponía de lo más


inquieta.

—Voy a ello —levanté un poco la carpeta con mi mano.

—Claro —afirmó y me marché.

Madre mía, un minuto a su lado era como estar dos horas en tensión, nada
que ver con su hermano, que era el polo opuesto a ese hombre.

Me senté y me puse primero con lo de Jens, era el primero que me había


entregado el trabajo.

Tenía que reírme solo de pensar en las cosas que tenía Jens, era todo un
personaje y por lo que podía comprobar, el alma de la fiesta en esas
oficinas.

Le dejé todo perfecto y fui a su despacho a entregárselo.

—¡Qué rapidez! —sonrió, cogiendo su agenda —Y encima impecable. Hoy


que te llevas otros dos puntos más, ya llevas cuatro.
—¿Y luego dónde los puedo canjear? —pregunté bromeando.

—Cada veinte, vale por una cena conmigo —me hizo un guiño y me eché a
reír.

—Anda, anda —dije negando —. Si me necesitas, ya sabes dónde estoy.

—Por supuesto, y que no me entere que te escapas sin mi permiso.

—No se me ocurriría —apreté los dientes sonriendo y me marché para


hacer lo de Kevin.

Jens tenía más peligro que mi madre con una tarjeta de crédito, no veas
cómo se las fundía la jodida, eso sí, en mí no invertía ni bromas, pero
bueno, todita para ellos, al final viviendo sola me sentía libre, con ellos
lejos no me sentía la oveja negra, además, ni pensar en esa familia quería,
me habían hecho demasiado daño.

Diez minutos me llevó ordenar lo de Kevin y repasar que no me hubiera


equivocado.

—Aquí estoy, ¿se puede?

—Claro, adelante —extendió su mano desde su sillón.

—Todo ordenado por fechas y revisado.


—Gracias. Aquí te doy otra carpeta para que me ordenes las fechas de
entrega en un block aparte, puedes cogerlo de la sala de materiales.

—Vale, creo que es la que está al final del pasillo, ¿verdad?

—Así es. Por cierto ¿Cómo se está portando mi socio? —hizo un carraspeo.

—Bien —sonreí —, nadie diría que sois hermanos.

—Vive en un mundo paralelo —revolvió los ojos sacándome una sonrisa.

—Sois polos opuestos.

—Sí —sonrió medio negando.

—Bueno, solo me tienes que llamar o ir a buscar si necesitas algo más.

—Tranquila.

Salí de allí resoplando ¿Cómo era posible que me echara a temblar ante ese
hombre? Esperaba que se me pasara pronto esa sensación que tenía cuando
me ponía delante de él, cualquier día me daba un tembleque que se me
caería todo de las manos.

Cogí un block mediano de esos que iban con los logotipos de la empresa,
como todo material que había en las instalaciones y me fui a mi oficina.
—Me tienes que hacer un favor —dijo Jens, apareciendo y
sobresaltándome.

—Me vas a matar de un susto —me puse la mano en el pecho.

—¿Me lo harás?

—Habla —reí negando.

—Necesito que me acompañes esta tarde a un partido de fútbol.

—¿Y para qué quieres que vaya yo a un partido?

—Para darle celos a la novia de mi amigo.

—¿A la novia de tu amigo?

—Nos gustamos, eso lo sé de sobras, pero ella no tira para adelante y me lo


dice porque le da vergüenza, quizás si me ve con otra, le entre el gusanillo y
ya…

—¿Quieres quitarle la novia a tu amigo?

—¡No! Que se la quede él, yo solo quiero una noche de pasión con ella —
me hizo un guiño.

—Ni de broma, conmigo no cuentes.


—Por favor —murmuró, juntando sus manos.

—Jens, de verdad, no valgo para esas cosas.

—Te pago la hora a cien euros.

—Mira, no me vendría nada mal, pero tampoco me sentiría bien


aceptándolo.

—Fútbol, cenar en una pizzería con ellos y te doy quinientos euros.

—¿A qué hora me recoges?

—¡Te adoro! —me agarró la cara con sus manos y me dio un beso en la
frente —A las siete estaré en la puerta de tu casa, pásame la ubicación —me
dio una tarjeta con su número personal para que lo añadiera.

—Vale —reí negando y me marché para mi oficina.

No me podía creer que hubiera aceptado algo así a cambio de dinero, pero
joder, quinientos euros a mi hucha como que le hacía un gran favor.

Me puse a trabajar toda la mañana sin parar, tenía varias cosas que me
habían llegado por email de los jefes y, además, terminé lo que me pidió
Kevin primero.

Me despedí de ellos y salí hacia el ascensor donde le dije adiós a Dana, pero
claro, como iba sola me miró con ese aire de superioridad que ella tenía.
Me caía muy mal, pero digamos que me importaba una leche su cara, su
superioridad y todo lo que se quisiera hacer pasar, yo era la asistenta y ella
la recepcionista, ¿la diferencia? Lo que ella quisiera, yo no la veía.

Llegué a casa y me calenté la sopa que había preparado el día anterior y que
estaba lista para echarle los fideos.

Mientras se calentaba me cambié, tenía que hacerlo nada más llegar.

Me era imposible estar por la casa con la ropa de calle, vamos ni de coña,
nada como sentir el confort en el hogar.

Me reí en varias ocasiones pensando en lo loco que estaba Jens, ese chico
de treinta y cinco años, siete menos que Kevin y que era todo un vividor, se
le notaba por completo.
Capítulo 4

Me dio tiempo a ver mi serie antes de ducharme y arreglarme, a las siete en


punto estaba bajando y él, en su flamante coche de su firma, en color marfil,
era una preciosidad.

—Hola, asis —sonrió abriéndome la puerta del copiloto.

—Me puedes llamar por mi nombre —reí, volteando los ojos.

—¿Rebeca? —preguntó mientras arrancaba.

—¡Emily! —resoplé negando. Y acuérdate, por favor, no quiero que me


andes llamando “asis” delante de tu amigo y de su presa, o sea, su novia.

—Tranquila… —sonrió y puso la radio a todo volumen.

Llegamos al aparcamiento del estadio de la ciudad donde jugaba el Hertha


de Berlín y del que era por lo visto un gran aficionado.
Entramos por una puerta para la llegada a tribuna, hombre, una persona
como Jens, no me lo imaginaba en fondo norte o sur.

Casi me desmayo cuando me vi ante Kevin y Dana, sí, los dos juntos allí
sentados para ver el fútbol.

—Hombre, hermanito —le dijo Jens, con un apretón de mano y era para ver
la cara de ella mirándome, aunque la de él, tampoco fue de mucho agrado.

—Hola —murmuré sonrojándome y sabiendo que había sido la mayor


idiota del mundo, que el amigo que decía era Kevin y la chica que quería
conseguir Dana, esa que me dijo que estaba loca por sus huesos.

Me quería morir…

Jens se sentó al lado de su hermano y yo en la esquina, en la otra estaba


Dana, al menos estábamos separadas.

¿Qué pintaba Dana con Kevin? ¿Eran pareja? ¡Me moría! La vergüenza tan
grande que sentía en esos momentos no era comparada con nada.

¿Qué pensaría Kevin de mí? Seguramente que yo estaba deseando hincarle


el diente a su hermano para dar el braguetazo de mi vida.

Kevin se mantuvo sereno todo el tiempo, el eufórico era Jens, que se


levantaba quejándose de todo y cuando su equipo marcaba el gol, lo
celebraba como si él lo hubiese metido.
En tribuna nos traían la bebida, ellos pidieron cerveza, Dana un vino y yo,
una botella pequeña de agua, para beber estaba yo, lo único que quería es
que la tierra me tragara y me escupiera en el sillón de mi casa.

Me sentía tan insensata y tan mal, que no pude sonreír en ningún momento,
ni siquiera los miré a ninguno de los tres, estaba mirando el partido, pero sin
prestar atención, solo me martirizaba por la mala decisión de haber
aceptado venir y peor aún, a cambio de dinero.

Terminó el partido y Jens quedó con Kevin en verse en la pizzería a la que


solían ir. Me monté en el coche.

—Me dijiste que era un amigo —murmuré muy enfadada, poniéndome el


cinturón.

—Y lo es, ¿qué mejor que tener de amigo a tu propio hermano? —sonrió.

—Me parece que jugaste sucio.

—Va, no te pongas así, asis.

—¡Que no me llames asis! Y por favor, déjame en mi casa.

—No, hemos quedado para cenar y era lo pactado.

—No quiero ni un duro de lo acordado, solo te pido que me lleves a casa.


—Vamos a cenar rápido, no le vamos a hacer el feo, que ya hemos quedado
con ellos.

—No me vuelvas a pedir un favor más que no tenga que ver con el trabajo y
menos aún fuera de horario.

—No entiendo la diferencia que ves entre un amigo y mi hermano.

—Es mi jefe y le debo lealtad.

—A mí también me la debes.

—Y lo soy, pero esto es jugar sucio Jens, yo no quiero tener nada que ver
con estas cosas.

—No te lo volveré a pedir, ¿vale?

—Y no está bonito que le tengas que levantar la novia a tu hermano.

—Esos pasan el uno del otro, te lo digo yo que los conozco.

—Pero están juntos.

—Por estar, no sé, no les veo una relación muy limpia.

—Eso no debería de importarte, son sus vidas y pueden hacer lo que quiera.
—Emily, relájate, no estamos haciendo nada malo, solo divertirnos —
sonreía y es que todo se lo tomaba a cachondeo.

Pasé ya de decirle nada, era como quererle enseñar a un ciego algo que no
iba a ver por mucho que se lo pusiéramos por delante.

Llegamos al restaurante y ya estaban allí en una mesa. Kevin me miró y me


emitió una media sonrisa que no era muy sincera, sabía que no le había
hecho ni la más mínima gracia verme por el partido con su hermano.

Apenas comí y no hablaba, de eso se encargaba Dana, que iba de lista por la
vida y hablaba de cosas tan aburridas que agotaban, pero bueno, me tenía
que mantener en mi puesto, sonreír a pesar de estar pasándolo fatal por
dentro.

Jens, hablaba sonriéndome y queriendo buscar mi complicidad para


conseguir su objetivo, pero yo no le seguía el juego, me negaba por
completo a participar en algo que, como poco, me parecía bochornoso.

Lo estaba pasando mal y era incapaz de mirar a los ojos de Kevin, no quería
ni imaginar lo que pensaba de mí y es que tenía ese empleo por él y ahora
me sentía una desagradecida, y ante sus ojos, seguro que una aprovechada.

—Si queréis podemos quedar otro día para salir de copas al club —
murmuró Dana y yo miré hacia otro lado como si no fuera conmigo, lo que
me faltaba.

—Cari, ¿te apetecería? —me preguntó sonriendo Jens.


—Me llamo Emily y no, no me apetece ir a ningún club, no soy de salir.

—Tú lo que quieres es estar conmigo a solas —murmuró para hacerse el


chulo delante de ellos.

—No, tampoco. Si me perdonáis —me levanté y salí hacia afuera.

Paré un taxi que pasaba y le pedí que me llevara a casa, no iba a continuar
con esa falsa, ni quería el dinero, ni mucho menos quedar ante Kevin, como
una fulana.

Recordé cuando mi madre me decía que todo lo hacía mal, al final iba a
tener que darle la razón y todo. Maldita la hora que acepté por dinero, eso
que ni quería, ni pensaba coger.

Recibí un mensaje de Jens.

Jens: ¿Estás enfadada con tu jefe favorito?

No se enteraba de nada, ese hombre vivía en un mundo paralelo, como


decía su hermano.

Emily: Es tarde, mañana trabajo. Hasta mañana.

Quise cortar de que siguiera mandando mensajes, no me encontraba ni bien,


ni de humor.
Me senté en el sofá un rato mientras pensaba, me reprochaba a mí misma
todo y es que me sentía totalmente idiota. Normal que no hubiera un
hombre sobre la faz de la tierra que se fijara en mí. Más tonta y me daban
un diploma.

Me costó conciliar mucho el sueño, me sentía tan mal que me daba


vergüenza aparecer por la empresa al día siguiente, pero lo tenía que hacer.
Lo mismo hasta me encontraba con que me tenían la carta de despido sobre
la mesa, pero bueno, si fuera así, bien merecido lo tenía.
Capítulo 5

Tenía un dolor de cabeza cuando me desperté, que hacía mucho tiempo que
no experimentaba y eso se debía a lo mal que lo pasé el día anterior y es
que, cuando algo me hacía sentir mal, mi cabeza lo absorbía
completamente.

Me tomé una pastilla con un vaso de leche y me duché antes de salir en la


moto hacia el trabajo.

Salí del ascensor y tenía a Dana, esperándome en la misma puerta.

—No se te ocurra joderme más una cita. Tírate a quién te dé la gana, pero
lejitos de mí ¿Entendido?

—Pero ¿Tú de qué vas?

—¿Yo? No soy yo precisamente la que el primer día de trabajo se va con su


jefe, así que ya sabes, lejitos de mí, si no quieres que haga que dures en las
oficinas media hora.
—Vete a la mierda —murmuré, mirándola bien cerquita.

Me fui a mi despacho y me encontré un sobre con mi nombre, lo abrí y era


un billete de quinientos euros, el primero que veía en mi vida y encima me
parecía asqueroso.

Cogí el sobre y me dirigí al despacho de Jens, estaba abierto, di dos toques


y entré.

—Aquí te dejo tu dinero, no lo quiero —lo puse encima de la mesa.

—Fue el pacto que hicimos, asis —contestó con una sonrisilla que no me
gustó nada.

—¡Me mentiste!

—En absoluto…

—¡Sí! —grité enfadada —Me dijiste que íbamos con un amigo y no con tu
hermano. No me vuelvas a decir que es también tu amigo, sabes que no
jugaste limpio y que de mí debieron de pensar lo más grande. A la vista está
que Dana, ya me soltó una barbaridad cuando llegué. Tú no me conoces,
pero yo no me merezco esto —me giré enfadada para irme y vi que en la
puerta estaba Kevin.

—Acompáñame a mi despacho, por favor —murmuró mirando al hermano


muy serio.
Lo acompañé rezando un Ave María por el camino. Estaba tan agobiada,
que solo tenía ganas de llorar.

Cerró la puerta después de abrirme paso.

—Siéntate, por favor —me pidió, extendiendo su mano.

—Siento el haberme puesto así con tu hermano en este lugar.

—No, para nada, no lo sientas, poco se lleva para lo que se merece ¿Qué
pasó, Emily? —se sentó en la silla que había a mi lado y apoyó sus manos
entrelazadas en sus piernas y me miró esperando una respuesta.

—Fue mi culpa, acepté algo que no debía y que me arrepiento, pero fue mi
culpa.

—¿Qué aceptaste? ¿Venir a joderme a mí para él conseguir acostarse con


Dana?

—Algo así, pero no sabía que era Dana y menos tú.

—No es la primera vez que lo hace, no se quiere acostar con Dana, es más,
la detesta.

—¿Entonces?

—Fue una estrategia para tener una cita contigo y ganarte cada vez más.
—No me lo puedo creer… —resoplé negando. No era más tonta porque no
me entrenaba.

—Jens, es muy peculiar —sonrió.

—Es muy capullo, con perdón —murmuré enfadada y se me saltaron las


lágrimas —. Perdona —dije secándomelas.

—Bueno, no me gusta ver llorar a nadie y menos, porque alguien como Jens
le haga una de sus trastadas. Desde que te vi llorar en el evento, supe que
además de porque te sentiste mal por lo sucedido, te pasaba algo más. Es
como ahora, pienso que sí que te dolió mucho que te engañara, pero tus
lágrimas reflejan un trasfondo mucho más doloroso.

—Voy a ir a prepararte un café —dije en un intento por levantarme, pero


estiró su mano.

—Relájate, por favor.

—No tienes que perder tu tiempo por mi culpa.

—Bueno, peores cosas he perdido en mi vida. De verdad, no quiero que lo


pases mal y si te podemos ayudar en algo, los que estamos aquí somos
como una familia y espero que tú encajes en ella.

—Lo intentaré, pero con tu novia lo tengo un poco mal —me reí.

—¿Mi novia? —Arqueó la ceja.


—Dana, tu novia —le hice un gesto como de indignación, como diciéndole
si se le había olvidado eso que se supone que es importante.

—No —se rio —. Dana no es mi novia, te repito que es estrategia de mi


hermano. Es más, yo iba a ir con él a ver el partido, pero por lo visto luego
se le ocurrió ir mejor contigo, cambio de idea delante de Dana y me dijo
que no iba, así que esta no tardó en decir que se venía conmigo. Pero no, no
tengo nada con Dana.

—Por Dios —me puse la mano en la cara —, aquí la mayoría está fatal —
resoplé riendo por sentirme idiota, hasta Dana me había echado cojones y
amenazado sin ser más que la recepcionista.

—Sígueles el rollo, no te compliques —hizo un arqueo de ceja, se me


escapó una sonrisilla y noté que me ponía roja como un tomate.

—Sí, es lo mejor, tomarlos por locos, será lo más fácil —sonreí negando.

—Y ahora, ¿me quieres contar qué te pasa?

—No trabajaríamos hoy, es una larga historia —dije en un intento de salir


del tema.

—No se va a parar el mundo porque dejemos de trabajar un día —se


levantó y fue hacia el perchero para coger la chaqueta —. Ve a por tus
cosas, te invito a desayunar en la calle.
—No hace falta —apreté la frente mientras me ponía bizca por la
desesperación.

—Vamos —murmuró a modo de riña y carraspeando.

Fui hacia mi oficina por las cosas, resoplando y negando, lo mío no era
normal ¿Tenía un imán para meterme en problemas? Qué le contaba a este
tío, ¿lo de los mecánicos? ¿Lo de mi familia? Por Dios, lo mío era una
continua broma del universo.

Salí y me estaba esperando en el pasillo.

Pasamos por delante de Dana, que nos sonreía felizmente, normal, iba con
el jefe…

En el ascensor íbamos solos, para mí era un momento embarazoso en que


los dos mirábamos hacia las puertas, esperando que se abrieran.

—Adelante —dijo, cuando llegamos a su coche.

—Si quieres te sigo en mi Vespa —murmuré buscando una salida.

—No —se rio, cerrando mi puerta.

Se montó, arrancó y salimos de allí, fue hacia las afueras y cogiendo una
carretera que llevaba hacia el parque nacional de Barnim.
Terminamos en una cafetería, en un área de lo más rural, era preciosa, de
madera, con unas vistas increíbles. Nos sentamos junto a los ventanales que
daban a un campo abierto.

—Aquí se desayuna mejor que en cualquier lugar de Berlín.

—¿Sueles venir?

—Algún que otro sábado o domingo —sonrió y miró a la camarera.

Se saludaron amablemente, se notaba que se conocían de venir. Pidió dos


desayunos completos.

—Y bien ¿Con quién vives?

—¿Esto es otra entrevista? —me mordí el labio y arrugué la cara.

—No —sonrió —, simple curiosidad.

—Vivo sola —arqueé la ceja.

—Por eso necesitas el empleo…

—Sí, solo trabajaba de evento en evento y no encontraba nada, estaba


desesperada.

—¿No tienes familia?


—Sí, pero como si no la tuviera, no tengo contacto con ellos —terminé
contándole un poco por encima todo.

—Tienes una herida muy grande con esa vivencia y es lo que te hace estar
triste y que tus lágrimas sean el reflejo de ese trasfondo que sabía que
tenías.

—Bueno, es rabia y dolor, eso es lo que me pone triste. No los entenderé


jamás, eso de que unas hijas sí y otra no, no lo entenderé. Pero bueno, allá
ellos y sus decisiones.

—Y si también te falló tu mejor amiga y tu pareja, pues se te vino todo


encima y a la vez.

—Eso fue lo que me incitó a soltarle todo a mi familia.

—Normal.

—Pero no me arrepiento —me eché hacia atrás, nos trajeron el desayuno—


Es más, creo que con mi familia rompí tarde, mucho antes debí haberme
plantado e irme de donde no me querían.

—¿Cuál es tu sueño?

—Que no me falte el trabajo hasta que me muera, aunque esté toda mi vida
de alquiler, pero que tenga para pagar un techo, me daría terror verme como
una indigente.
—Estoy seguro de que jamás te pasaría eso.

—Nunca se sabe —me encogí de hombros —. Y, bueno, ya que esta


reunión es informal ¿Qué es de tu vida? —me aguanté la sonrisilla.

—Vivo solo en una casa a las afueras de la ciudad, muy cerca de aquí. La
compré hará un par de años, estaba cansado del bullicio y me vino muy bien
el cambio. Después de un día de estrés, llegar a esa casa me trae rápido la
calma.

—No tienes mucha pinta de campero —puse cara de miedo.

—¿No? Pues no soy lo que ves. Visto así por el cargo y el trabajo, tengo
que dar imagen, pero fuera de las oficinas, soy de lo más normal, soy de
jeans, deportivas, sudadera…

—No te imagino así —levanté la ceja.

—¿Y cómo me imaginas?

—De evento en evento, siempre impecable y quitándote mujeres de encima


como moscas —me puse la mano en la boca mientras reía.

—No —sonreía —, no soy así. Me gusta mucho la tranquilidad, no suelo ir


a eventos ni fiestas. Ese que describes es Jens, que aprovecha cualquier
oportunidad para estar en todas las fiestas.

—¿Os lleváis bien?


—No me puedo llevar mal, aunque lo hiciera, él ni se enteraría, seguiría tan
normal, vive en su mundo paralelo.

—Creo que es muy listo —me reí.

—Eso se cree —carraspeó sonriendo.

—Me comenzó cayendo bien, por la noche la cagó y hoy con lo que me
contaste, no sé si la terminó de cagar o se ganó una fan incondicional,
porque vaya cabeza tiene y cómo se las trae —me eché a reír.

—Lo que me faltaba por oír, que le abrieran también un club de fans —
arqueó la ceja.

—Me río, pero de verdad que vaya entrada triunfal la mía por la empresa —
resoplé.

—Luego te invito a comer y solucionado.

—No, no, ahora nos vamos a trabajar que me van a poner de vuelta y
media.

—¿Quién? —movía la cabeza riendo.

—Quién sea, pero yo tengo que demostrar que me gano mi sueldo.

—Lo sé, pero hoy nos lo hemos tomado de asuntos propios.


—No los pedí en mi vida en trabajos de dos años, ¿y lo voy a pedir aquí el
segundo día? —reí negando.

—No lo has pedido, te lo he dado yo.

—¿Y para qué me quieres invitar a comer? Yo en mi casa ya tengo unas


albóndigas con tomate preparadas.

—Las dejas para mañana, hoy comes conmigo.

—¿Y si no quiero?

—Te vas a tener que ir andando a la ciudad —se aguantó la risa.

—Eso es chantaje.

—No, eso es que quiero que comas conmigo.

—Pero no me mires así que me impones mucho, me echo a temblar.

—¿Cómo jefe o como hombre? —ladeó sus labios con gesto sonriente.

—Como jefe, como jefe —resoplé, volteando los ojos y me negué riendo.

Y de allí fuimos más lejos aún a comer, a un restaurante en otro pueblo


perdido en la nada, pero era espectacular, el Kevin se tenía que hacer unas
rutas gastronómicas impresionantes.
—Es precioso este lugar —dije, mirando alrededor de aquel salón que era
de lo más acogedor.

También nos sentamos en una mesa con unas vistas impresionantes a la


ladera.

—Hacen una carne al fuego que es espectacular.

—Y que debe valer lo mismo que mi compra semanal —sonreí.

—Tranquila, pago yo —sonreía.

—Lo daba por hecho, de lo contrario estaría sudando. Y, ¿cómo es que un


hombre como tú, no tiene a alguien en su vida?

—Bueno, la tuve —se le cambió el semblante y paró cuando vino el


camarero con la botella de vino.

—¿Y qué pasó? —choqué su copa con la mía antes de dar el trago.

—Un día regresé de trabajar y me encontré una nota en la que decía que se
había marchado porque no era feliz.

—¿Solo eso?

—Sí, solo eso —sonrió —. La esperé un año, luego fue cuando me compré
la casa del campo y me vine buscando un poco de paz.
—¿Has vuelto a saber de ella?

—No, pero me la encontré un par de veces en la calle, eso sí, apartó la


mirada y como si nada.

—Como si no te conociera…

—Efectivamente.

—¿Pero tú no intuías nada?

—No, es verdad que tuvimos unas discusiones un poco antes de marcharse,


pero como puede tener cualquier pareja.

—Ya, es lo que me pasó a mí, no me la vi venir ¿Cuánto tiempo llevabas


con ella?

—Cinco años.

—Vaya, mucho.

—Sí, pero bueno, es pasado —carraspeó.

Me comencé a sentir bien charlando con él, lo veía de otra manera muy
diferente a como lo había idealizado, era cercano, tranquilo, correcto,
humilde, sencillo. Se le veía muy buen tipo.
Tras la comida, tomamos un café y luego me llevó hasta las oficinas a
recoger la Vespa.

—Ha sido un placer —le dije cuando me abrió la puerta del coche.

—El placer ha sido mío —sonrió.

—Nos vemos mañana.

—Claro.

Cogí mi moto y me marché, estaba en un estado de ánimo muy bueno, hice


todo el trayecto sonriendo, al igual que toda la tarde en mi casa.

Me caía muy bien, Kevin. Además, era un tipo impresionante.


Capítulo 6

Salí del ascensor y de nuevo estaba Dana.

—¿No te enteraste lo que te dije?

—Sí, sorda no soy, otra cosa es que haga lo que me dé la gana.

—Vas a llorar lo que no hay en los escritos —me hizo un guiño y se marchó
para su puesto.

¿Esta mujer fumaba hierba? Lo que me faltaba por oír, en fin, que, buenos
días por la mañana.

Me asomé al despacho de Jens y sonrió al verme.

—No me digas que me vas a hacer un cafelito y todo.

—Claro, dame unos minutos —le hice un guiño y fui a mi oficina. Si este
quería jugar, se lo iba a pasar pipa conmigo.
Me asomé al despacho de Kevin.

—Buenos días, Kevin. Voy a por el café.

—Buenos días, Emily. Prepárate uno y lo tomamos juntos, quiero


comentarte unas cositas.

—Claro —sonreí, di dos golpecitos a la puerta y me fui a prepararlos.

Se lo llevé primero a Jens, que me comenzó a decir que tenía unas entradas
para el cine. Le respondí que no me gustaba ir a ver pelis.

Ahí que lo dejé sonriendo, claro que me gustaba, pero obvio que ya sabía de
qué iba y a mí no me la volvía a dar. Ya lo tenía por el loco.

Sin embargo, su hermano, era diferente, especial, tenía un aura de esos que
atraía a las personas, como pensé nada más conocerlo, tenía mucho carisma.

—Aquí estoy —puse los cafés sobre la mesa y se sentó en el sillón que
había a mi lado.

—Había pensado que me podrías acompañar a una reunión que tengo la


semana que viene en Varsovia.

—Claro.

—El caso es que voy un par de días.


—Vaya…

—Mi secretaria está de vacaciones y pensé que podrías venir tú a suplirla.

—Bueno, está bien, iré.

—Todo correrá por mi cuenta.

—Me quedo más tranquila —reí.

—Nos vamos el lunes.

—Vale. Ya me dices la hora y todo lo demás.

—Te recogeré a las ocho de la mañana.

—Perfecto.

—Pues listo, gracias.

—No hay de qué, a mandar —sonreí, levantándome y llevándome las tazas


vacías.

Me metí en mi oficina a hacer las cosas que me habían encargado y a pensar


que eso de irme de viaje con Kevin era algo… no sabía cómo definirlo, pero
sí que me hacía gracia la idea.
Cuando salí ese viernes de la oficina, me despedí de los chicos y a Dana, la
dejé hablando por teléfono con las ganas de haberme soltado algo, ya que
ella lo sabía porque Kevin le ordenó que reservara el hotel de siempre bajo
nuestros nombres. Debía estar que se comía por dentro.

Aproveché para ir a un centro comercial y comprar una maleta pequeña de


viaje, no iba a ir con bolsas del supermercado y es que no tenía nada donde
meter el equipaje.

El sábado por la mañana salí a tomar unos churros con chocolate, tenía
ganas de darme un caprichito y de que me diera el aire, además fui a
comprar un cepillo de dientes nuevo para llevar, pues tenía que renovarlo
ya.

Me pasé toda la mañana en la calle dando vueltas, estaba nerviosa,


impaciente porque llegara el lunes y con ganas también de conocer esa
ciudad en la que nunca había estado.

Llegué a casa y me puse a cocinar una pasta para comer y luego me tiré en
el sofá a ver pelis, tenía ganas de pasar la tarde viendo alguna que otra
comedia romántica.

Esa noche antes de dormir vi que tenía un mensaje en el móvil, era de hacía
media hora, ni lo había escuchado.

Kevin: Buenas noches, espero que estés bien.

Sonreí, me quedé impactada, ya que no me lo esperaba para nada.


Emily: Hola Kevin, sí, gracias, estoy bien ¿Y tú qué tal?

Kevin: Pensé que no me ibas a contestar, me alegra que lo hicieras. Estoy


bien, tranquilo, ya sabes, en mi vida de campo.

Emily: Genial. El lunes nos vemos.

Kevin: Claro, cuídate hasta entonces.

Era muy amable conmigo ¿Sería que le gustaba? ¡No! No podía pensar eso
porque seguro que lo hacía porque le caía bien ¿Por qué iba a fijarse en
alguien como yo?

Me acosté con una sonrisa de oreja a oreja, con la misma que me levanté el
domingo…

La verdad es que todo eso me había creado una ilusión, no que lo hiciera
por algo más que lo que era, pero salir un par de días a Polonia, con alguien
con quién charlar y encima como él, pues era para estar contenta.

El domingo lo pasé limpiando y por la tarde preparé la maleta para esos dos
días, aún no me había quedado claro si regresaba el martes o el miércoles,
pero realmente eso me daba igual.

Puse la alarma a las seis de la mañana para ducharme antes de salir, además
quería hacerlo tranquila, nada de prisas.
Me acosté temprano y me puse a leer la novela que tenía entre manos, así
que estuve leyendo hasta que mis ojos comenzaron a cerrarse y me quedé
dormida…
Capítulo 7

Lunes, y ahí estaba yo más que preparada esperando a mi jefe, en el que iba
a ser mi primer viaje de trabajo.

Bueno, y tal vez el último, porque yo era la suplente de la secretaria de


Kevin en ese momento.

Con mi maleta en la puerta, y tomándome un café rápido, así me sorprendió


cuando me llegó su mensaje diciendo que me estaba esperando abajo.

Iba nerviosa, porque había visto que nos esperaban unas cinco horas y
media en coche y a ver cómo lo pasábamos ¿De qué iba a hablar yo con ese
hombre?

Pues de coches, me dije la noche anterior antes de dormirme, pero no de


unos cualquiera, no, debía hablar de sus coches, esos que llevaban su
nombre impreso en unas preciosas letras plateadas en la parte trasera.

Y eran de lo más bonitos, elegantes y exclusivos. Las personalidades más


importantes no solo de Alemania, sino de cientos de países, querían adquirir
un Acker.

En cuanto salí a la calle y me vio, se le dibujó una media sonrisa que me


puso un poco más nerviosa, y es que, con este hombre, como para no
ponerse en ese estado.

Estaba guapísimo vestido de sport. Era cierto lo que me dijo de que solo
usaba el traje para los negocios. Vestía unos jeans, un jersey, cazadora de
cuero, deportivas y unas bonitas gafas de sol, estilo aviador.

Yo me había decantado por un vestido de lana hasta los tobillos y mis


botines, iba más mona que todas las cosas.

—Buenos días, Emily. Estás muy guapa esta mañana —dijo, cogiendo mi
maleta y guardándola en el maletero.

—Buenos días, Kevin. ¿Es que las otras, he ido fea al trabajo?

—No mujer, no he dicho eso.

—Ah, vale, ya me había asustado. ¿Te he dicho que me encanta este coche?
—pregunté, a sabiendas de que no, no se lo había dicho hasta ahora.

—Creo que no —rio—, pero me alegra que así sea.

—Hombre, he estado poniéndome al día con los modelos que habéis ido
sacando. Madre mía, os los quitan de las manos, ¿eh?
—Sí, la verdad es que se venden muy bien.

Me senté, cerró mi puerta y cuando ocupó su asiento, volví a comprobar


que ese modelo estaba hecho, expresamente, para él.

—Bueno, dime, ¿qué debo hacer en Varsovia? —pregunté, poco después de


que saliéramos de mi calle.

—Tomarás notas, voy a la fábrica que tenemos allí para ver cómo llevan el
diseño de un nuevo modelo.

—Vaya, no paráis, ¿eh?

—No —sonrió—. La verdad es que siempre estoy pensando en nuevos


coches, qué mejoras ponerles y todo eso. Hago un boceto, se lo enseño al
diseñador, aporta alguna idea, hace algún cambio, que por norma suele
convencerme y después, llevan a cabo la maqueta, bueno, maquetas, porque
hacen varias de cómo puede verse durante todo el proceso, así hasta que
damos con el diseño definitivo.

—No sé si yo podría crear algo tan exclusivo como un coche. Creo que
acabaría saliendo una patata —reí.

—O no, quién sabe. Puede que seas una diseñadora de automóviles de lo


mejor del mundo, y no lo sepas aún.

—No hagamos la prueba, que, seguro que la lio y en vez de un coche


elegante, exclusivo y de alta gama, sacamos un triciclo para la feria.
Kevin volvió a reír, dejando un poco apartada su apariencia de hombre serio
por unos momentos.

Continuamos el viaje y recibió la llamada de su hermano, Jens, al que


escuché por el manos libres, como de costumbre con ese humor que le
caracterizaba.

Desde luego, no podía creer que me hubiera utilizado de ese modo,


contándome aquella mentira. Un amigo y su novia, claro…Anda que no me
la había colado, pero bien.

Ahora que, ni acepté, ni pensaba aceptar tampoco ese dinero que habíamos
pactado, sería tonta, sí, pero muy honrada, que llevaba ganándome la vida
yo sola cinco años.

A medio camino Kevin hizo una parada para estirar las piernas y tomar
café.

Lo hizo en la primera gasolinera que vio poco antes del desvío a Lubón, así
que en la cafetería aprovechamos para entrar al baño, tomar un desayuno y
él, hablar con la fábrica, que, por lo visto, habían recibido mal algunas
cosas y estaban todos de los nervios, porque el súper jefazo se presentaría
allí en apenas unas horas.

De vuelta a la carretera, me fue contando que estaba muy ilusionado con


este nuevo diseño, pues era algo especial para él y quería que estuviera listo
mucho antes de lo que habían pensado todos en un principio.
—Espero que pueda ser posible, ya que a veces nos sorprende algún que
otro retraso, y eso no es bueno. Aunque las ventas van de maravilla y
podemos soportar esos pequeños retrasos —dijo, mientras yo le escuchaba
atenta.

—¿Puedes desvelarme algo de este nuevo diseño que tiene entre manos,
señor Acker? —pregunté, acercándole la mano como si fuera una
periodista, lo que le hizo soltar una carcajada.

—Pues claro que podría, pero entonces, la competencia se enteraría por su


revista, y me vería en serios problemas.

—Bueno, había que intentarlo —me encogí de hombros, y le vi sonreír.

A ver si al final lo de ser tan serio no iba a ser más que una fachada para el
resto del mundo.

No dejó de sonarle el teléfono en todo momento, incluso el mío lo hacía con


mensajes de Jens, en los que me pedía que le dijera esto, o aquello, a su
hermano porque le había llamado y daba todo el tiempo ocupado.

—En cuando entremos en la habitación, apagamos los teléfonos —dijo, de


lo más convencido.

—No podemos hacer eso, si nos llaman…

—¿Hay alguien que vaya a llamarte a ti? —preguntó.


—¿A mí? Sí, alguno de mis amigos invisibles —volteé los ojos—. Nadie,
absolutamente nadie. Ni siquiera me escribirán. Solo tu hermano para
mandarme recados para ti —arqueé la ceja.

—Pues no se hable más, teléfonos apagados en cuanto entremos por la


puerta de la habitación. Y es una orden del jefe, señorita Becker.

—Huy, qué mandón me ha salido el jefe —protesté, cruzándome de brazos.

—Es una de mis facetas, soy un jefe algo mandón e implacable, así que,
más vale que me hagas caso, preciosa —me señaló con el dedo a modo de
riña.

—Vale, vale —levanté las manos como diciendo que sí, que yo obedecía.
Total, era para lo que me pagaban, para hacer caso al jefe.

Al final, con la parada de media hora que habíamos hecho para despejarnos
un poco, llegamos a Varsovia a las dos de la tarde.

Yo ya tenía un poquito de hambre, vaya, así que estaba deseando pillar


cualquier hamburguesería y comerme un menú, pero algo me decía que el
jefe tenía otros planes.

En la puerta del hotel nos recibió un muchacho que se hizo cargo de las
maletas, mientras que otro se llevó el coche para aparcarlo.

—Bienvenido de nuevo, señor Acker —dijo el hombre de recepción cuando


nos vio entrar.
—Gracias, Hans.

—Bien, aquí tiene la llave de la habitación.

Kevin la cogió, firmó el registro y yo esperé a que le entregaran la mía, pero


ese momento no llegó.

—Disculpe —me dirigí al hombre, que me miraba con la mejor de sus


sonrisas— ¿Y mi llave?

—¿Su llave? Lo siento, señorita, pero solo había reservada una habitación.

—¿Cómo? —pregunté alucinada, porque era imposible que Dana, la víbora,


hubiera reservado solo una para los dos— No puede ser, eran dos
habitaciones individuales, para dos noches, y tres días.

—Emily, la reserva está bien —me dijo Kevin, dejando una mano sobre mi
cintura—. Yo anulé esa, cambiando las dos individuales, por una doble.

—¡Ay, Dios mío! Pero, ¿por qué hiciste eso?

—Porque necesito que mi asistenta me ayude a preparar cosas.

—Madre mía, pues esto se avisa, hombre —contesté, despidiéndome


después del recepcionista del hotel, que me miraba con una sonrisa de lo
más pícara—. Menuda vergüenza he pasado, ese hombre habrá pensado que
soy tonta. Bueno, como todo el mundo, al parecer.
—No digas eso ni en broma. No eres tonta, sino todo lo contrario, muy
inteligente.

—No tanto, cuando la cagué en mi primer día de trabajo, y creí lo que me


contaba el otro jefe.

—Olvídate de eso, ¿de acuerdo?

—Claro, me olvido de eso, porque el otro jefe me ha traído engañada


también.

—No te he traído engañada, no te lo tomes por ahí, ¿vale? Venga, dejamos


las cosas en la habitación, incluidos los teléfonos, y vamos al restaurante a
comer.

—Vale, pero pide que me pongan un diazepam o algo, porque me tienes de


los nervios.

Kevin sonrió, me volvió a poner la mano en la cintura cuando entrábamos


en el ascensor, y se hizo el silencio.

De verdad, ¿es que no dejaban de tomarme por tonta estos dos hermanos?
Porque, menuda suerte la mía, de verdad.
Capítulo 8

Fue entrar en la habitación, y quedarme con la boca abierta.

Era de lo más amplia y bonita. Tenía una mesa con dos sillas junto al
ventanal, desde donde se podían contemplar unas impresionantes vistas de
la ciudad.

Dos armarios, así como dos camas separadas por una mesita de noche, y
una puerta que daba al cuarto de baño precioso, con dos lavabos, bañera que
parecía una piscina de esas pequeñas, y una ducha.

—Todo esto es más grande que mi apartamento —dije, y escuché a Kevin


sonreír a mi espalda.

—Bueno, es un hotel de cinco estrellas.

—Ya, ya, si se ve en la calidad de la ropa de cama, los muebles y demás,


que es un hotel de lujo. Aquí la noche, cuesta medio sueldo mío, por lo
menos.
—No vas mal encaminada, no.

—Menos mal que paga la empresa, porque ya me veía fregando platos dos
meses para pagarles.

—No permitiría eso, así que, tranquila. Venga, coloca tus cosas y vamos a
comer.

—Ahora mismito, jefe. ¿Quiere que le coloque las suyas? Digo, como soy
la asistenta… —me encogí de hombros, y él volvió a sonreír.

—Tienes diez minutos, o, si lo prefieres, pedimos algo y nos quedamos


aquí.

—No, tranquilo, en menos de cinco minutos estoy lista.

Vamos, y más me valía porque, esa mirada que me había lanzado, me había
puesto atacada de los nervios.

¿Quedarme a solas con Kevin en la habitación para comer? No, no, mejor
que no, cuanta más gente nos rodeara, mejor.

Me sobró un minuto de tiempo, ese que me quedé esperando a que él


acabara de hablar por teléfono con la persona a la que íbamos a ver en la
fábrica, mirando por la ventana.

—Listo, dame tu móvil —me pidió y, al girarme, vi que tenía la mano


extendida.
—¿Para qué lo quieres?

—Te lo voy a apagar.

—¡Ah, no! Ya lo he apagado yo, tranquilo.

—Emily, no me hagas comprobarlo —arqueó la ceja y movió la mano,


pidiéndome que se lo entregara.

—Vale, está bien —se lo di, lo apagó, y después hizo lo mismo con el suyo.

—Listo, ya no nos molestará nadie. Ahora, vamos a comer, que después


salimos directos para la fábrica.

En cuanto entramos en el restaurante, todos los empleados reconocían a


Kevin, le trataban con respeto y educación, siendo de lo más profesionales.

Pedimos sopa y pescado, después me di un pequeño capricho y tomé un


trozo de pastel de manzana con el café.

Tal como había dicho, fuimos directos a la fábrica, que estaba a las afueras
de Varsovia, y me quedé alucinada cuando la vi.

Eran varios edificios, a cuál más grande y amplio. Uno de ellos constaba
con las oficinas a las que entramos, yendo directos al despacho de Kevin.

—¿Quieres un café? —preguntó, acercándose a la cafetera que había ahí.


—No, prefiero una botella de agua, gracias. Así me la puedo llevar a la
reunión.

—Como quieras.

Me dio una de la nevera que había al lado de la mesa, y cogió una carpeta
de su escritorio, mientras se tomaba el café de pie, luego revisó algunos
papeles y después me dijo que le siguiera.

Llegamos a la sala de juntas y ya estaban todos esperándonos, al verme, vi


que algunos fruncían el ceño, otros arqueaban la ceja, y algunos
murmuraban en corrillos.

Genial, seguro que estaba quedando como si fuera una de sus amantes, o a
saber qué.

—Señores, señoras, ella es Emily Becker, mi asistente personal y de mi


hermano en las oficinas de Berlín. Viene en sustitución de mi secretaria —
dijo Kevin, dejando claro que no era ninguna amiguita que llevarse a la
cama.

—Encantada —sonreí, de lo más formal y profesional, antes de ocupar la


silla junto a él, como me había indicado.

Empezaron a hablar del nuevo modelo, Kevin decía que se trataba de una
línea pensada y diseñada exclusivamente para mujeres, que sería versátil y
funcional, a la par que práctico para moverse por la ciudad y elegante.
Yo fui tomando nota de todo aquello que me parecía importante, hasta que,
casi una hora después, Kevin se dirigió a mí.

—¿Qué te gustaría que llevara el coche de tus sueños, Emily?

—¿Perdón? —abrí los ojos ante la sorpresa de esa pregunta.

—Sé que no tienes coche, pero, dime, si tuvieras que comprarte uno, ¿qué
sería lo que te gustaría encontrar?

—Pues… —me quedé mirando a todos los presentes, que esperaban una
respuesta de lo más expectantes. Lo pensé unos segundos, y hablé de
manera decidida— Lo principal, asientos cómodos, y que tengan memoria
para cada persona que lo use. Quiero decir, este modelo está pensado para la
mujer, pero, ¿y si en mi casa somos mi madre, mi hermana y yo? Sería un
agobio andar colocando y regulando el asiento para cada una, cuando
fuéramos a cogerlo, por lo que, si lleva la opción de que, cuando nos
sentemos, pulsemos un botón con la opción ya guardada, sería mucho más
fácil.

—Tomad notas, el coche saldrá con las características que Emily proponga
—al escuchar a Kevin decir aquello, todos asintieron y pasaron a ser esos
hombres y mujeres quienes tomaban notas, en vez de yo.

Pedí lo que me parecía práctico, como un GPS incorporado sin tener que
andar pidiéndolo como un extra, o comprarlo aparte.

Pensé en el panel frontal, aquello debía llevar los botones y demás lo más a
mano posible, así como una opción que conectara el móvil al coche de
manera automática cada vez que subiéramos en él, no solo el bluetooth para
el manos libres. Todo, absolutamente todo, y que pudiéramos manejarlo a
través de la voz.

No sabía si lo que estaba pidiendo iba a hacer que el coche resultara ser una
castaña, pero, veía a todos tomar notas, hacer bocetos y asentir mientras lo
hacían.

Salimos de la sala y acordaron que tendrían esa idea plasmada para el


miércoles por la mañana, por lo que Kevin dijo que volveríamos entonces
para ver esos bocetos.

—¿Por qué me has pedido opinión sobre el coche? —pregunté, cuando


íbamos de camino a algún lugar de la ciudad.

—Me interesaba saberla. Creo que, lo mejor para diseñar un buen coche, es
saber qué es lo que la gente espera de él.

—Verás, si de esta, te llevo a la ruina —reí, y él negó sonriendo.

—No, mujer, pero, ¿sabes eso de que quien no arriesga, no gana? Pues a mí,
me gusta arriesgar y siempre espero ganar —me hizo un guiño y continuó
conduciendo.

Yo me quedé callada, pero compartía esa filosofía de vida, al menos, en eso


de arriesgar.

Porque hacía cinco años que me había arriesgado a dejarlo todo, y podía
decir que, al fin había ganado, porque un empleo como este, y con ese
sueldo, no lo habría tenido ni en mis mejores sueños.
Capítulo 9

Cuando paró el coche en mitad de una plaza, y me llevó a un puesto de


comida rápida, no me lo podía creer.

—¿Vamos a cenar aquí? —pregunté, mientras esperábamos a que nos tocara


el turno para pedir.

—Sí, ¿no te gusta el sitio?

—¡Me encanta! Es precioso. No sabía que había un lugar así.

Y es que, la plaza estaba llena de puestos de esos, todos eran furgonetas y


las había de comida rápida, mexicana, italiana, además de un par de ellas
con dulces.

—Voy a hacer una foto, y me quede un bonito recuerdo de este viaje —dije,
situándome en un punto de la plaza en el que salieron todos los puestos.

—Espero que te lleves más de un recuerdo bonito, Emily.


—Bueno, depende de qué veamos mañana.

—¿Qué te gustaría ver?

—Pues… no sé. ¿Qué es lo más bonito?

Nos quedamos callados mientras Kevin pedía un par de perritos calientes,


cerveza para él, y refresco para mí.

—Qué te parece si te llevo al parque Mokotowskie Field —dijo,


sentándonos en una de las mesas.

—Espera —contesté dejando mi perrito en la mesa y cogiendo el móvil para


ver de qué me hablaba—. Me gusta la idea, podríamos comer allí, mira, esta
cafetería tiene muy pinta.

Le enseñé una cafetería que había junto al parque, Kevin asintió y supe que
ya teníamos plan para el día siguiente.

En ese momento, Kevin me parecía un hombre de lo más normal, estaba


siendo tan informal, lejos de los trajes y el estrés del día a día en las
oficinas, que me encantaba verlo así. Le hacía parecer hasta más humano,
vaya.

—Así que, el gran magnate de los coches de alta gama de Berlín, también
disfruta de la comida grasienta —reí, al ver que arqueaba la ceja.
—Pues como todo el mundo —contestó, cogiendo la servilleta y
limpiándome la comisura de los labios.

Ese gesto me pareció de lo más tierno, pero es que, lo hacía mientras me


miraba de una forma de lo más penetrante.

Y eso me ponía nerviosa, hasta el punto de que era yo la que acababa


apartando la mirada, con más vergüenza que todas las cosas.

—Te has sonrojado.

—¿Yo? Mentira —dije, pero sí que me había sonrojado, sí, más que las
cerezas. Vamos, que tenía yo las mejillas, como Heidi de coloraditas.

—¿Sabes que mientes fatal? —preguntó, entrecerrando los ojos.

—Ay madre, lo que me faltaba, ni mentir sé —me tapé la cara, siguiéndole


la broma.

Terminamos de cenar entre risas, y fuimos dando un paseo hasta que


llegamos a la Plaza del Mercado del centro histórico de Varsovia.

Estaba preciosa con las luces y las mesas de las terrazas de los bares que
había allí. A pesar del frío, la gente no desaprovechaba la oportunidad de
tomarse un café o un chocolate caliente, con unos dulces.

Eso mismo que hicimos nosotros, y la verdad es que el chocolate me sentó


de maravilla.
Regresábamos por el coche para volver al hotel, cuando Kevin me pasó un
brazo por los hombros. Me quedé sin saber qué hacer, ni qué decir, y es que
ese gesto me había pillado fuera de juego por completo.

—Te has quedado muy callada —dijo, mientras caminábamos viendo los
escaparates de algunas tiendas.

—No me había dado cuenta —respondí con ironía.

—No te molesta que vayamos así, ¿verdad?

—No, por qué iba a molestarme.

—Genial, porque —se inclinó para susurrar en mi oído— me gusta tenerte


cerca.

Si antes no había dicho una palabra, no digamos en ese momento. A ver,


¿cómo interpretaba yo esa frase? Porque, significados tenía muchos, así
que, ¿por cuál me podría decantar?

Por ninguno, no quería comerme la cabeza con algo que, seguramente, no


era ni de lejos lo que yo podría pensar.

Subimos al coche y regresamos al hotel, la verdad es que estaba algo


cansada, así que agradecía que nos recogiéramos ya, al día siguiente iríamos
al parque y, por lo que había visto en Internet, era bastante grande.
Una vez en el hotel, nos dieron la bienvenida, deseándonos buenas noches,
y fuimos directos a la habitación.

Necesitaba un baño para relajarme un poco antes de dormir, pero me daba


apuro usar el baño primero.

—¿Vas a darte una ducha? —pregunté, dejando el abrigo en el armario.

—¿Me estás queriendo insinuar que no huelo a limpio? —Arqueó la ceja.

—¡No, por Dios! Es solo que me apetece darme un baño antes de


acostarme.

—Adelante, yo tengo que trabajar un poco más.

—Bien, gracias —sonreí, cogí el pijama y entré al cuarto de baño.

Abrí el grifo de modo que se llenara la bañera con el agua a la temperatura


adecuada, puse un poquito de mi gel de baño con aroma de coco para que
hiciera espuma, y me metí dentro.

Aquello era una maravilla para mí, solo tenía una ducha en el apartamento y
poder disfrutar de un baño relajante, como que no podía.

Casi tres cuartos de hora después salí, más por vergüenza que por ganas, y
es que sabía que Kevin también querría ducharse. Lo hice con uno de mis
pijamas de pelito, era de lo más cómodo y caliente, que tener poco dinero
no estaba reñido don dormir calentita por las noches. Con el pijama, se
entiende.

Lo vi escribiendo rápidamente en su portátil, seguramente enviando algún


e-mail y algo relacionado con el nuevo modelo que nos había llevado a ese
lugar.

—Ya puedes ducharte, cuando quieras —dije, me miró, y la cara de enfado


que tenía hasta ese momento, se le pasó.

—Gracias preciosa. ¿Te vas ya a la cama?

—Sí, estoy un poco cansada, entre el viaje, la fábrica…

—Descansa entonces, mañana será otro día —me hizo un guiño y siguió en
la mesa, tecleando.

—Buenas noches, Kevin.

—Buenas noches.

Me metí en la cama, pero sabía que me iba a costar coger el sueño si él aún
seguía despierto.

Lo escuchaba teclear, pero creo que eso fue como una melodía relajante
para mis oídos, porque apenas unos segundos después, ya me pesaban los
ojos.
Dejé de escucharlo y cuando abrí los ojos, lo vi sentado en su cama,
observándome.

—¿Qué pasa? —pregunté, pensando que tenía algo en la cara, lo que me


faltaba a mí para la vergüenza.

—Escucha eso —dijo, señalándose el oído.

—No oigo nada —contesté, pasados unos minutos, en los que ya no se


escuchaba nada en absoluto.

—Precisamente, nada. El silencio que queda cuando nadie te molesta con


llamadas de teléfono —un nuevo guiño, y se fue al cuarto de baño para
darse una ducha.

Pues sí, era de lo más relajante que no sonara el teléfono constantemente.


Eso sí, cuando lo encendiéramos, más valdría que lo pusiéramos en silencio
directamente, porque nos iban a bombardear a base de mensajes y avisos de
llamadas perdidas.
Capítulo 10

Tras un súper desayuno de lo más completo, que nos tomamos en la


habitación, con esas vistas de la ciudad, Kevin y yo salimos del hotel para ir
a parque que mencionó la noche anterior.

A pesar del frío, en aquel lugar se estaba la mar de a gusto, rodeados de


tanta naturaleza, disfrutando del aire libre.

La verdad es que era el mejor escenario para quienes decidieran dar un


agradable paseo, o salir a correr como las decenas de personas que nos
encontramos.

Dentro del parque se encontraba la Biblioteca Nacional de Polonia, esa que


no dudé en ir a ver, al menos el exterior.

También contaba con varios bares situados por todo el parque, así que
hicimos una paradita para tomar café y aprovechar las vistas que nos ofrecía
el lago.

—Dime que no te gustaría que fuera así siempre.


—Así, ¿cómo? —pregunté, mientras lo miraba por encima de mi taza de
café.

—Así de tranquilo, quiero decir, sin preocupaciones de recibir llamadas o


mensajes que no deseas.

—Bueno, no me llama nadie, solo lo hacían los de la empresa de eventos


para decirme en cuál me necesitaba. Y, mensajes… los únicos más molestos
son de publicidad de la línea telefónica, a las diez de la noche —contesté,
encogiéndome de hombros.

—¿Cómo es que una mujer tomo tú no tiene pareja?

—¿Y cómo soy, según el señor Acker, de automóviles Acker? —curioseé,


porque la verdad es que me tenía intrigada.

—Simpática, divertida, alegre, feliz a pesar de lo que has pasado en la vida.


Una mujer de carácter y luchadora.

—Joder, qué bien me has vendido. ¿Estás buscándome candidato?

—¿Quién te dice que no lo haya encontrado ya?

—¡Huy! ¿Me has encontrado un churri? Dime que es mecánico y me va a


querer toda la vida —sonreí.

—¿Mecánico? ¿Has visto a alguien en la fábrica que te ha gustado?


—No hombre, si no me dio tiempo a ver a nadie. Era una forma de hablar.
Quien dice mecánico, dice también jardinero.

—Bueno trabajador tiene que ser, vale, anotado.

—Y que me quiera, muy importante.

—Obvio, si me entero que te hace daño, se las vería conmigo.

—¿Vas a ser mi guardaespaldas del amor o algo así? —reí.

—Algo así.

Y nos tomamos ese café, tranquilos, sin que nos molestaran con llamadas de
trabajo, además, quienes tenían que tener noticias del jefe, eran los que
estaban en la fábrica y le verían a la mañana siguiente.

Continuamos con el paseo y acabamos saliendo del parque para ir a visitar


las tiendas que había por la zona.

Solo íbamos mirando escaparates, nada más, y entonces Kevin de nuevo me


pasó el brazo por los hombros, ante los ojos de quienes nos mirasen.
Parecíamos una pareja más que va por las calles de Varsovia disfrutando de
las vistas.

Llegamos hasta una preciosa cafetería en la que acabamos comiéndonos un


par de sándwiches mientras me hablaba del nuevo diseño.
La verdad es que se le veía de lo más ilusionado con él, le brillaban los ojos
y sonreía constantemente.

—Entonces, ¿te parecieron bien las ideas que os dije para el coche? —
pregunté, cuando la camarera trajo los cafés y la tarta que habíamos pedido
de postre.

—Sí, de verdad, son muy buenas.

—Tanto no creo, pero al menos, me alegra haber servido de ayuda. ¿Cuándo


lo tendréis listo para producción?

—En cuanto me enseñen las maquetas y todos demos el visto bueno,


empezaran con el diseño oficial, las piezas y demás. Normalmente en cosa
de un año están listos, pero, si te soy sincero, este me gustaría tenerlo antes,
veremos si es posible.

—Seguro que sí, en esa fábrica hacen magia, te lo digo yo. Bueno, yo
quiero una maqueta para ponerla en casa —dije, haciéndole un guiño.

—Desde luego, tiene delito que trabajes para una marca de coches y no
tengas uno —arqueó la ceja.

—Bueno, si ya me costó tener la Vespa, no te digo si hubiera comprado un


coche. Vamos, me habrá tirado pagando préstamo, hasta el día de la
Comunión de mi hijo.
—¿Tienes un hijo y no me habías dicho nada? —preguntó, dejando la taza
en la mesa.

—Vaya por Dios, destapé mi secreto. Tengo tres —volteé los ojos.

—Mentirosilla.

—¿Tú crees que, de haber tenido tres hijos, estaría viviendo en un


apartamento más pequeño que la habitación del hotel en la que estamos? Y,
dime, ¿con quién se supone que los habría dejado para hacer este viaje?

—Vale, vale —sonrió levantando las manos en señal de rendición.

—Pues eso. Que para cuando tenga un hijo, y este hiciera la Comunión,
habría dejado de pagar el coche, y si es uno de los tuyos, para cuando él
fuera padre, o abuelo.

—Exagerada eres un poquito, ¿eh?

—No.

Se echó a reír, terminamos de tomarnos el café y regresamos al parque,


puesto que en aquella zona habíamos dejado su coche aparcado.

De nuevo, como si de una pareja nos tratáramos, caminábamos por Varsovia


mientras Kevin, me llevaba con su brazo por mis hombros.
Y no me incomodaba, ni mucho menos, me sentía bien. En alguna ocasión
me pegaba aún más a él, y no me quedó más remedio que acabar pasándole
el brazo por la cintura.

Eso sí, iba muerta de vergüenza y con las mejillas más rojas que todas las
cosas, menos mal que podría fingir que era por el aire fresco.

Acabamos paseando por el parque y tomando otro café, hasta que


decidimos volver al hotel.

—Vamos a darnos una ducha, y bajamos a cenar al restaurante, pedí que nos
reservaran una mesa.

—No hacía falta, podríamos haber pedido algo para tomar aquí.

—De eso nada, bajamos y que te vea bien todo el mundo, no escondas esa
preciosa cara que tienes, Emily —dio, acariciándome la mejilla.

Ese simple roce con la mano, hizo que me estremeciera por completo.

Menos mal que había metido en la maleta un vestido de lana negro, a la


altura de las rodillas, que solía usar de vez en cuando, junto con mis botines
de tacón, esos que tanto me gustaban.

Me duché primera, mientras él se quedaba contestando algunos e-mails que


le habían enviado. Cuando salí y Kevin entró al cuarto de baño, me sequé el
pelo con algunas hondas, me di un poco de maquillaje en tonos rosas y
marrones de lo más natural, y terminé de arreglarme justo antes de que él
saliera.
—Estás preciosa —sonrió, yendo a su armario a coger la ropa, llevando
únicamente la toalla colocada alrededor de las caderas.

Que la tierra me tragara, eso quería, cuando vi que la dejaba caer y ahí tenía
su culo, sin bóxer ni nada.

Roja, me había puesto roja como un tomate, y estaba cortada como nunca,
así que me fui a la ventana a esperar que terminara de vestirse, mientas
tenía Varsovia a mis pies.
Capítulo 11

Se vistió, menos mal, y salimos de la habitación camino del restaurante.

Llevaba jeans, un jersey blanco y las deportivas. Iba guapo a rabiar el


jodido, y es que ese hombre todo lo que se pusiera le quedaba bien, vamos,
que podría haber sido modelo en alguna revista.

En el ascensor no dije ni una sola palabra, como si no hubiera pasado nada


en la habitación, hice como la que no había visto que dejaba caer la toalla, y
sus posaderas quedaban libres como el viento.

Madre mía, pero es que esa imagen era imposible de borrar, por el amor de
Dios.

¿En serio tenía ese culo tan perfecto? Joder, ahora entendía que los
pantalones le quedaran tan bien puestos. Ya quisiera yo esas nalguitas,
vamos.

—Kevin —al escuchar la voz de Jens, cuando pasábamos por la recepción


del hotel para ir al restaurante, ambos reaccionamos igual.
Nos quedamos parados, giramos la cabeza y abrimos los ojos como si
fuéramos dos búhos, al ver allí delante, con una bolsa de deporte cada uno a
su hermano y a Dana.

—¿Qué narices hacéis aquí? —Kevin pronunció exactamente las palabras


que yo estaba pensando.

—Joder, lleváis los dos con el teléfono fuera de servicio desde ayer, hablé
con la fábrica y dijeron que no sabían nada de ti desde que salisteis de ella.
¿Qué cojones querías que pensara?

—Vale, Jens, puedo entenderte a ti, pero, ¿y tú, Dana? —Kevin arqueó la
ceja, y ella, poniendo cara de sufrida y casi a punto de llorar, se acercó y lo
abrazó rodeándole por el cuello.

—Me tenías preocupada, Kevin, no contestabas las llamadas, no sabía


nada… Creí que te habría pasado algo.

—¿No se os ocurrió llamar al hotel y que me pasaran la llamada a la


habitación? —preguntó, separando a Dana de él, pero ella se colgó de su
brazo, mirándome con ese aire de superioridad.

—Bueno, ya que hemos visto que estáis bien, vamos a registrarnos —dijo
Jens, pero Dana se quedó ahí, pegada a Kevin como si fuera una lapa.

Les dieron las llaves de sus habitaciones, dejaron las bolsas en la recepción
y fuimos todos a cenar.
Yo quería que la tierra me tragara, y es que, lo que iba a ser una cena
normal con la agradable compañía de Kevin, pasó a ser un mal rato, como
la noche que Jens me engañó para ir al fútbol.

Dana no dejaba de hacerle carantoñas a Kevin, que si una caricia en el


brazo, que si una en el cuello, se apoyaba en su hombro, le decía lo mal que
lo había pasado y lo mucho que lloró pensando que le podría haber ocurrido
algo.

Yo estaba más callada que un gato de escayola, si me preguntaban algo, tan


solo contestaba sí, o no.

Ni esta boca es mía decía. Vamos, para hablar estaba yo, que solo con ver la
cara de Kevin, se me atragantaba hasta la comida.

La sonrisa se le había borrado de golpe, y de nuevo era ese hombre serio y


de ceño casi fruncido que veía cada día en las oficinas.

Jens, por el contrario, seguía con sus bromas.

—¿No te alegras de ver a tu jefe favorito? —me preguntó, en un momento


en que Dana y Kevin, hablaban sin prestarnos atención a nosotros.

—Ni un poquito, aquí me he librado de tener que pasarte a limpio las notas
—dije, a modo de broma.

—O, eso ha hecho daño a mi corazoncito —hasta me hizo un puchero, el


muy jodido—. En serio, me había preocupado que os hubiera pasado algo.
¿Por qué teníais los teléfonos apagados?
—Órdenes del jefe, no quería que nos molestaran con llamadas de trabajo,
estábamos centrados en el diseño del coche —una verdad a medias, pero
bueno, no pensaba decir ni una palabra más—. Si me disculpáis —dije,
poniéndome en pie—. Estoy algo cansada, me duele un poco la cabeza y
necesito recostarme.

—Te acompaño —dijo Kevin, pero Dana estaba ahí para retenerlo,
sujetándole del brazo.

—No es necesario —contesté, al ver a esa víbora arquear la ceja y mirarme


como si quiera arrancarme los pelos, uno a uno—. Buenas noches, nos
vemos mañana para ir a la fábrica.

Salí del restaurante y ni me lo pensé, fui directa a la recepción y pedí que


me dieran una habitación, la más pequeña que tuvieran, tampoco me
importaba si no había grandes lujos en ella.

Les dije que lo pusieran en la cuenta de Kevin Acker y el hombre asintió


con una sonrisa.

Bien sabía él que no podría quedarme con Kevin esa noche, al haber llegado
su hermano y la otra mujer.

Entré a la habitación y, mientras recogía mis cosas para hacer el cambio a la


que me habían dado, acabé llorando y ni sabía por qué.

Bueno, sí que lo sabía, por el modo en que Dana me miraba y llamaba la


atención de Kevin todo el rato.
—¿Se puede saber qué haces, Emily? —me sorprendí al escuchar a Kevin a
mi espalda, tan en mi mundo estaba, que ni le había oído entrar.

—Recoger mis cosas, ¿no lo ves?

—¿Por qué? ¿Te vas? No puedes marcharte, mañana tenemos que ir a la


fábrica.

—Lo sé, y no voy a volver por mi cuenta, lo haré contigo, que es con quien
vine. Bueno, que igual me toca ir en el coche de Jens, porque Dana querrá ir
en el tuyo —dije, girándome con mi maleta en la mano.

—¿Has llorado? —preguntó, acercándose y cogiéndome ambas mejillas con


sus manos, esas que se sentían tan cálidas que hasta cerré los ojos un
instante mientras él, secaba un par de lágrimas que aún quedaban.

—Porque soy tonta, por eso he llorado —contesté.

—No tienes que irte, no van a saber que duermes aquí, ya sé que has pedido
una habitación, puedes quedarte.

—No, Kevin, no quisiera que Jens venga por sorpresa para decirte algo, y
piense lo que no es al encontrarme aquí. Mejor me voy a dormir sola.

—No te vayas, por favor, quédate —me pidió, mirándome con esos ojos tan
penetrantes. Y, entonces, se inclinó y me dio un beso corto y rápido—. Por
favor.
—No puedo Kevin, lo siento, pero no puedo. Y no vuelvas a hacer eso, por
favor.

Me aparté y salí de la habitación, lloré más aún porque no entendía a qué


había venido ese beso.

Entré en la habitación que me habían dado, y lejos de ser modesta y


pequeña, era exactamente igual a la que tenía Kevin.

Solo coloqué la ropa que iba a ponerme al día siguiente, saqué el pijama, las
cosas de aseo, y dejé el resto en la maleta.

Un baño, eso era lo que necesitaba, un baño que me relajara antes de


dormir.

En cuanto estaba lista para meterme en la cama, encendí el móvil y tan solo
recibí un mensaje, solo uno, y era de Kevin, de apenas cinco minutos antes.

Kevin: No deberías haberte ido, Jens no vendrá en toda la noche.

Emily: O sí, y si me pilla allí, se lía. O Dana, quién sabe si sería ella quien
apareciera para buscarte. Buenas noches, Kevin.

Dejé el móvil en la mesita, me giré para no ver que se iluminaba si


contestaba, y cerré los ojos para tratar de dormirme.

Pero había algo que no dejaba de darme vueltas en la cabeza.


Si Jens decía que los dos teníamos el móvil apagado, ¿por qué no me había
saltado ningún mensaje suyo y tampoco una sola llamada?
Capítulo 12

Bajé con la maleta hasta el restaurante, donde ya estaban los tres sentados
en una de las mesas para desayunar.

Íbamos a la fábrica y, desde allí, saldríamos directos para regresar a Berlín.

—Buenos días —saludé en general, y me senté al lado de Jens, de modo


que, como la noche anterior, Kevin estaba enfrente mía y Dana frente a
Jens.

—Buenos días, asis —Jens sonrió, y yo traté de hacerlo también, pero me


salió tan forzada, que Kevin se dio cuenta y arqueó la ceja.

La noche anterior me había contestado al mensaje, me pedía que


habláramos, quería llamarme, pero como no le había contestado, mandó
otro para darme las buenas noches.

Tomamos el desayuno mientras Jens le preguntaba a su hermano cómo iba


el diseño del nuevo coche, Kevin contestó que muy bien, mejor de lo que
esperaba, y ya, ahí quedó la cosa.
Tal como había predicho, Dana quería ir en el coche con Kevin, pero este se
negó en rotundo alegando que yo era su asistenta, y que teníamos que
hablar de algunas notas que tomé el día de la reunión.

—No dejaste que te llamara anoche, me ignoraste —dijo, en cuanto puso el


coche en marcha.

—No te ignoré, te di las buenas noches. Eso, en mi casa, quería decir que la
persona se iba ya a la cama.

—Podías haber esperado a que te contestara, y hablado conmigo.

—Kevin, ni quería anoche, ni quiero ahora. Por favor, no menciones nada


de lo que pasó, no pasó o pudo haber pasado.

Asintió e hizo el resto del trayecto hasta la fábrica en silencio.

Una vez allí, Jens y Dana, fueron a ver cómo iba la producción del modelo
que presentaron la noche en la que conocí a Kevin, mientras nosotros nos
reunimos con los mismos que habían estado el lunes.

Me quedé impresionada al ver los bocetos que habían hecho, estaba


plasmado al detalle todo lo que propuse.

Incluso la maqueta con el interior, así como otra del exterior, con esa línea
fina y elegante que Kevin había pedido para la carrocería.
Él quedó encantado, me pidió opinión, dije que era tal como me gustaría ver
mi coche, y dio el visto bueno para que empezaran a trabajar
definitivamente en el modelo.

Salí fuera y él se quedó hablando un momento con ellos, cuando se unió a


mí, sonrió de nuevo como lo había estado haciendo el tiempo que
compartimos solos.

—Va a ser un gran coche, lo sé —dijo, pasándome el brazo por los


hombros, pero me aparté en cuanto escuché la risa de Dana, que se acercaba
por el otro pasillo.

—Hermano, la fabricación del coche va viento en popa, todos los


concesionaros tendrán pronto el nuevo Acker en sus exposiciones —
comentó Jens, sonriendo y dando una palmada.

—Sí, todo marcha bien. Ya tenemos el visto bueno del modelo que quiero
lanzar el próximo año.

—Eso es genial. Bueno, ¿nos vamos? Tenemos un largo camino hasta


Berlín.

—Sí, regresemos.

Dana volvió a insistir en ir con Kevin, pero este la cortó diciéndole que
cada uno regresara con quien había venido.

Otra vez fui el blanco de esa mirada de odio que tenía Dana, y es que esa
mujer era mala, o me había cogido manía sin conocerme de nada, pero
bueno.

La primera media hora de camino, la hicimos en silencio. Kevin no dejaba


de mirarme de reojo, pero yo, calladita que iba.

Hasta que fue él, quien rompió con ese silencio.

—¿No vas a hablarme en todo el viaje?

—No lo veo necesario, ya está todo dicho.

—No, no lo está. No tenías que haberte ido de la habitación, Emily. No vino


nadie, ni anoche, ni esta mañana.

—Se dice que es mejor prevenir, que lamentar, así que —me encogí de
hombros.

—No me gusta verte así —cogió mi mano y le dio un leve apretón.

—No sé cómo es así, según tú.

—Triste, preciosa, no me gusta verte triste.

—Ni a mí me gusta ser el blanco del odio de nadie, y Dana me odia. Dime
una cosa, ¿te has acostado con ella alguna vez? Porque, creo que soy algo
así como una rival, según su mente enferma, vamos.
—Sí, me acosté con ella una vez, y me arrepiento de ello cada puto día
desde entonces.

—Pues no sé por qué lo hiciste, si ahora te arrepientes.

—Fue después de haber bebido, por eso me arrepiento.

—Bueno, pues, no haber bebido. ¿Qué quieres que te diga?

—No espero que me digas nada, sobre eso, Emily, pero sí que volvamos a
hablar como hacíamos antes, por favor.

—Estamos hablando —volteé los ojos.

—No me refiero a esto, y lo sabes. Lo pasamos bien en Varsovia.

—Hasta que llegaron la víbora y tu hermano —murmuré.

—Sí, lo sé, pero podemos volver a vivir esos momentos que, a mí, me
parecieron especiales.

Y me quedé callada de nuevo, porque, ¿qué se le contesta a eso? Pues, ni


idea, así que, para no meter la pata, mejor me quedaba calladita.

Jens iba delante con Dana, pero bastante lejos de nosotros, por lo que Kevin
hizo lo mismo que en el viaje de ida, paró en una gasolinera en Lubón y
desayunamos.
Sí, en ese momento volvimos a ser solo nosotros, los mismos que habían
disfrutado de Varsovia, sus calles y esos paseos como si nos conociéramos
de toda la vida.

Pero regresábamos a nuestra rutina, al tener que ver a Dana en la oficina y


aguantar sus miradas, esas caras de querer matarme si pudiera, y es que se
me ponía hasta mal cuerpo solo de pensarlo.

Llegamos a Berlín, Kevin me llevó a casa y, una vez bajó mi maleta, me


acompaño al portal.

—Nos vemos mañana en la oficina, preciosa —dijo, y me pilló de nuevo


desprevenida, cogiéndome las mejillas y dándome un beso rápido.

—No vuelvas a hacer eso, Kevin, por favor —le pedí, pero en el fondo
quería que lo repitiera, había sido breve, apenas un roce de labios, pero me
había gustado tanto, que quería poder sentirlos otra vez.

Él tan solo me hizo un guiño, subió al coche y se fue.

Y yo, yo me había quedado hasta con las ganas de decirle que subiera a mi
casa, que lo invitaba a comer y que después del café…

Nada, después del café no podía pasar nada, porque trabajaba para él.
Capítulo 13

Tenía el corazón a mil por horas cuando salí por las puertas del ascensor y
para colmo me encontré ahí a Dana, con los brazos cruzados y
esperándome. No había que ser muy lista para deducirlo…

—¿Tú de qué vas?

—Dana, no me toques las narices.

—No, aquí la única que las toca eres tú, que llegaste la última y vas a por el
pódium desesperada.

—Te voy a decir una cosita…

—A mí...

—A mí, ¿qué? ¿Qué no te tengo que decir nada y tú a mí sí? Pues te la voy
a decir alto y claro —le señalé con el dedo —. Sigue tu vida que yo con la
mía haré lo que me salga de mis santas narices, así que te callas, me dejas
en paz y si quieres lo que me ofrecen a mí, cúrratelo, por algo no te tendrán
en primera plana —puse la mano para apartarla y me fui por el pasillo.

—Eres un despojo y no durarás mucho aquí —alzó un poco la voz para que
me enterase.

Y lo que menos iba a hacer es girarme a contestarle, la verdad es que no me


iba a poner a su altura, iba de pija y era lo más vulgar del mundo.

—Lo más bonito de Alemania ya llegó.

—Jens, ahora te llevo el café —resoplé negando.

—Si es que estás deseando verme.

—Eso debe de ser.

—Cualquier día te encuentro llorando en una esquina por mí y te voy a


tener que consolar. Lo veo, lo veo.

—¿Se puede ir usted a su despacho y dejarme acomodarme antes de ir a


preparar los cafés? —resoplé riendo.

—Claro, preciosura, yo te dejo a ti todo lo que me pidas.

—Anda, sal, que aún me lio a repartir collejas.

—A mi hermano no lo tratas así —hizo un carraspeo.


—¡Tira! Que ni acomodarme me dejas.

—Te has levantado de muy mal humor, señorita Emily —dijo marchándose.

—Con muy buen humor para la de tonterías que tengo que aguantar —
murmuré y lo escuchó.

Se giró sonriendo, me hizo un guiño y se marchó.

Fui a por dos cafés después de acomodarme, le dejé el primero a Jens.

—Me encantas con la sensualidad que caminas.

—Hasta luego, Jens —me giré riendo y negando.

Dos golpes a la puerta de Kevin antes de entrar, esta vez estaba cerrada.

—Buenos días, Kevin. Te traigo tu café —me acerqué nerviosa y lo puse


sobre su mesa.

—Buenos días. Por cierto, me encanta que no acarrees responsabilidades


familiares.

—No te entiendo ¿A qué viene eso?

—A que tienes que irte para tu casa una hora antes de la salida y preparar
ropa hasta el lunes inclusive en que llegaremos juntos a trabajar. Te
recogeré en tu casa luego.

—¿A dónde nos vamos?

—Luego lo sabrás —murmuró con media sonrisa.

—¿Voy a pasar más tiempo fuera que en las oficinas?

—Las salidas por trabajo como la de Polonia, van en incentivos aparte de


nóminas.

—Lo de hoy es por trabajo, ¿verdad?

—Digamos que luego lo descubrirás.

—Kevin, me gustaría saber a dónde vamos.

—¿Tienes mejor plan que pasar cuatro días en un lugar precioso?

—No tengo ningún plan, pero tampoco quiero…

—Anda a trabajar, recuerda irte una hora antes —me cortó y cogió una
llamada que le había entrado.

Y listo, a trabajar y luego a hacer de nuevo el equipaje. En shock estaba,


completamente en shock…
—¿Qué te dijo mi hermano que pareces una muerta viviente? —preguntó
Jens, metiéndome un susto cuando salí del despacho.

—Joder, Jens, me vas a matar —me puse la mano en el pecho.

—¿No me lo vas a decir? —preguntó cuando me giré para entrar en mi


oficina.

—No, no te lo voy a decir, al igual que a ti no te digo lo que hablo con él,
me debo a los dos, pero tranquilo, tu hermano solo habla de trabajo.

—¿Sabes que te estoy comenzando a coger cariño? —preguntó desde la


puerta, sonriendo y señalándome con el dedo.

—No hace falta que me des puntos, no iría contigo ni a la esquina —le
sonreí con ironía.

—Una cosita ¿Qué te juegas que cenas conmigo antes de un mes en el


balcón de una habitación mirando hacia la torre Eiffel?

—Tendría que pasar algo muy catastrófico para que eso sucediera —resoplé
negando.

—Tranquila, de eso me encargo yo —dio dos golpes y se marchó el


caradura.

¿Se encargaba él? ¿De algo catastrófico? ¡Ay, Dios! ¿Y por qué me iba a
dar a mí que este iba a ser capaz y todo? Hice el intento de querer chocarme
con la mesa, pero no, lo pensé mejor, que siempre salía perdiendo yo. Para
algo que podía evitar…

Pues eso, que mi vida era ahora de todo menos aburrida ¿Cómo podía
cambiar la vida tanto de un día para otro? Y no hablo de dinero, que aún ni
había cobrado el primer mes y encima quedaba mucho. Hablo de
intensidad, de sentirme montada en un tiovivo que no deja de dar vueltas sin
parar.

Lo peor de todo es que hasta con lo malo, esto era de lo más divertido y
más, cuando has tenido una vida en la que los últimos años no hablaba ni
conmigo misma, más sola que la una que estaba.

Claro que me daban ganas de matarlos en más de una ocasión, pero luego
me ganaban, esa era la verdad, lo hacían y encima Kevin, me había
besado…

Bueno, a Dana no, a esa ya la tenía entre ceja y ceja y hasta que no le
metiera una hostia no iba a quedarme a gusto, pero bueno, como siempre
terminaba yo mal, no se la iba a dar porque perdería mi puesto de trabajo y
realmente, con eso no jugaba.

La mañana fue más larga que pasar una noche en un velatorio, menos mal
que a mí nadie me tenía que llamar para ir a uno ¡Que paz me daba eso!

A la hora antes de la salida me fui para preparar la ropa.

—Tú —escuché murmurar a Dana, que venía hacia mí diciéndome a la vez


con el dedito que fuera.
—¿Qué quieres, Dana? —pregunté volteando los ojos.

—¿Por qué te vas antes?

—Pues mira, resulta que me caso mañana, así que el jefe me dejó salir antes
para ir a recoger el vestido de novia.

—¿Con quién te casas?

—Con Kevin ¿No te lo ha contado? —me puse la mano en la boca —


Estamos esperando un hijo —me toqué la barriguita y me metí en el
ascensor.

—No te vayas, ven aquí —decía queriéndome sacar más información, pero
le di a cerrar las puertas mientras sonreía.

Ya le había dado yo el fin de semana, obvio que iba a ser su palabra contra
la mía, pero bueno, de ahí a dejarle marcada la cara, iba a ser muy
descarado.

Me monté en la moto y salí de allí que parecía que competía en un gran


premio. La dejé en el garaje y me fui directa a dejarlo todo listo.

¿A dónde me iba ahora? Conociendo como se movía me iba a enseñar a este


ritmo en un mes, lo que no había visto en mis treinta años de vida.
Capítulo 14

Me asomé por la ventana y lo vi ponerse sobre la acera, total, ¿qué


significaban para él doscientos euros de multa? En fin. Agarré la maleta y
salí del loft.

Me esperaba con la puerta abierta y sonriendo.

—Dame —agarró la maleta y cerró mi puerta.

—¿Ya se puede saber a dónde vamos? —pregunté cuando se montó.

—A que tu cabeza desconecte tres días de todo lo que le duela.

—Joder, para eso me llevas a un bar y nos cogemos una borrachera.

—Adónde vamos lo podemos hacer —sonrió.

—Bueno, era una broma —volteé los ojos.


—¿Por qué te haces la dura si estabas deseando pasar el fin de semana
conmigo?

—Me dijo tu hermano que no teníais abuelos, veo que alguna verdad dice
—me reí.

—No lo he dicho en la dirección que tú lo has querido ver. Me refería a que


no tenías mejor plan y que también, aunque tú no quieras reconocerlo, te
apetecía estar conmigo charlando y alejada de la monotonía de la vida.

—Desde que estoy en tu empresa, de monotonía no hay nada —me reí.

—¿Estoy en lo cierto?

—Algo —apreté los dientes.

—Lo sabía —me hizo un guiño.

Por la carretera que estaba cogiendo era por la zona donde desayunamos y
comimos.

—¿Por aquí no era donde estaba tu casa? —pregunté escamada.

—Allá vamos, para que conozcas la paz en todo su esplendor.

—¿Me estás diciendo que me has sacado del trabajo y me has hecho irme
de mi casa para meterme en la tuya? —me eché a reír negando —Esto no
tiene nada que ver con el trabajo —reí.
—Por eso no te vas a llevar suplemento como en Polonia —se reía y yo
también, no era para menos.

—No juegas limpio.

—Por supuesto que sí, yo no te dije en ningún momento que se tratara de


trabajo y mucho menos hacia dónde íbamos, así que no mentí, simplemente
no lo expliqué —arqueó la ceja y sacó un mando para que se abriera el
portón de entrada.

Me encantó, esa entrada era preciosa, la casa de piedras, al fondo justo en el


centro. Un poche con una mesa, un sofá y dos sillones de mimbre con sus
cojines, además de la mesa, todo muy armónico, sin sobrecargar.

Una piscina a un lado y al otro un techado para meter el coche debajo, ya no


había más; limpio, amplio y sin ostentosidad.

Entramos a la casa y tenía un recibidor muy amplio, pero tampoco


sobrecargado, solo un mueble de entrada en color madera, con dos figuras
encima de madera, se veían talladas a mano y pintadas, eran preciosas,
como si fueran dos mujeres latinas.

A un lado la cocina independiente, rustica, era preciosa, también sin


sobrecargar, los muebles, la encimera y los electrodomésticos, ya hablaban
por ello. Me encantaba, con esa mesa de piedra en el centro.

En el otro lado del pasillo frente a la cocina, el salón, sobrecogedor,


independiente también, con una chimenea enorme; un mueble debajo de la
televisión que colgaba en la pared, un sofá rinconero que cabían al menos
diez personas, se veía de lo más amplio y cómodo. Una mesa con cuatro
sillas y otra delante del sofá, poco más, dos cuadros que parecían ser traídos
de Caribe y listo, aquello era precioso y no era de lujo, era todo con gusto.

—Se ve todo muy acogedor y con un gusto increíble —me quedé impactada
mirando ese cuarto de baño en el pasillo con una ducha entera en madera,
era preciosa.

—Me alegro de que te guste —sonrió.

Fuimos a un dormitorio donde había una cama, una peinadora, un armario


empotrado y una mesita de noche, nada más, bueno y una tele colgada en la
pared, pero es que era precioso.

Toda la casa iba en la misma piedra y madera, era preciosa, me estaba


quedando impresionada porque para nada me esperaba su casa así.

Su dormitorio era como el salón de grande, además con vestidor y un baño


que parecía una cueva, me encantaba como habían incrustado la piedra en
ese baño, era una maravilla.

Además, tenía una terraza con un sofá y una mesita, daba al jardín por la
parte de atrás que era poco y no había nada, la casa era de una planta, no
tenía edificación arriba. El otro dormitorio era su despacho, amplio y
también muy minimalista.

Me sirvió un vino en la cocina y fue a cambiarse, yo ya lo había hecho en la


mía y me sentía cómoda.
Apareció con un pantalón de chándal, unas deportivas y una camiseta azul
marino como el pantalón, estaba guapísimo.

Llamaron al timbre, salió a abrir y me quedé en la cocina, le habían traído


una carne que había encargado y que ya estaba lista para comer, venía hasta
con patatas asadas y salpimentadas.

Lo ayudé a preparar la mesa y nos sentamos a comer.

—Se ve que te gustó la casa mucho.

—Me encantó por muchas razones.

—Dime algunas.

—Lo primero es que está con mucho gusto construida, pensado hasta el
mínimo detalle, además eso de que toda la madera de la casa fuese de la
misma gama, me encantó. Por otro lado —carraspeé —, es una casa que,
seguro que costó su dinero, pero que no hace falta ser un Kevin Acker para
tenerla, la podría comprar un médico o un profesor.

—Estamos de acuerdo, pero quizás no tendrían el mismo gusto —me hizo


un guiño sonriendo.

—Modesto, como su hermano —volteé los ojos.

—Sigue…
—Entonces me impacta el conjunto, te hacía en una casa más ostentosa,
donde los cuadros fueran de pintores famosos y no callejeros, no sé, eres tú
el que me impresiona.

—No soy así, es verdad que amo mi trabajo, que me encanta conseguir
sacar al mercado los mejores coches, pero luego mi vida es diferente.

—Eso te hace especial.

—¿Cómo de especial? —sonrió, mientras mordisqueaba la carne.

—No te vayas por otro camino —negué riendo.

Me ruborizaba continuamente, me entraban unos vapores increíbles y es


que me imponía mucho. Es verdad que cada vez había más confianza y
complicidad, entonces se hacía más llevadero.

—Por cierto —hizo un carraspeo —. Dana hoy hizo una de las suyas.

—¿No me digas? —Yo ya sabía por dónde iba y, estaba preparada.

—Me agarró a mí y a mi hermano en la salida y comenzó a felicitarme por


nuestro próximo enlace y mi paternidad.

—¿Te dijo que os ibais a casar y que estaba esperando un hijo tuyo? —Hice
como que lo entendía al revés.
—No, se refirió a nosotros.

—¿Yo un hijo y pasar por un altar, así como así? —me eché a reír y apreté
los dientes sin que me viera para ver cómo salía de esta.

—Lo más gracioso es que te echó la culpa a ti, decía que tú se lo habías
dicho, pero tranquila, sabemos cómo es.

—Tenía que pagarlo yo, que raro —dije con ironía y se rio, menos mal que
se rio.

—Tranquila, ¿crees que me lo creería?

—Hombre, tan torpe no te veo —reí.

—Bueno, dicho esto, que todo lo que venga el fin de semana sea bonito y
calmado —levantó su copa e hice lo mismo para chocarla.

Terminamos de comer y preparó dos copas de Baileys con hielo, fuimos a


sentarnos al sofá frente a la chimenea.

Puse mi brazo en el respaldo y subí una rodilla para ponerme de lado


mirando hacia él, que se había colocado de esa posición.

Nos mirábamos sonriendo mientras sujetábamos con la otra mano la copa.

—¿Por qué me miras así? —Arrugué la frente.


—Es imposible no mirarte con lo bonita que eres.

—Vaya, pronto comienzas —me reí.

—No dije ninguna mentira.

—Ya, pero tampoco hacía falta decirlo así —resoplé, volteando los ojos.

—No me gusta andar con rodeos.

—Ya, ya, no hace falta que me des tu palabra de honor. Y te estás acercando
demasiado.

—¿Y no debería? —me besó delicadamente con lo que parecía un


mordisquillo en el labio.

—No, no deberías, pero sé que lo que yo diga —me volvió a besar —no va
a valer de nada —reí.

—Lo deseas lo mismo que yo —me rodeó por la cintura y me pegó a él.

—Kevin, no deberíamos mezclar lo laboral con…

—Nadie lo está mezclando, estamos fuera de horario de responsabilidades


laborales —murmuraba, acariciando mi mejilla con su mano sobre mi cara.

Y se acercó y me besó con más atrevimiento, terminamos entrelazando


nuestras lenguas que se buscaban sin tregua.
Me echó hacia atrás dejándome tumbada bocarriba, solté el aire, estaba que
me sentía un muñequito sin movilidad, a la orden de aquellos besos y aquel
hombre que marcaba los tiempos.

Se colocó entre mis piernas y pude notar su miembro postrado sobre mi


zona. Me miró fijamente y con descaro, volvió a lanzarse a mis labios
mientras sus manos estaban apoyadas a cada lado de mis hombros.

—Esto no debería de estar pasando —murmuré en otro momento que


nuestros labios se separaron y él se dejó caer hacia un lado con su pierna
por mi cintura y mirándome apoyado sobre su brazo.

—Ven —me ayudó a girarme para pegarme a él y me agarró por el glúteo.

—Madre mía, tu vida fuera del trabajo será tranquila, pero correr no veas lo
que corres. No sé qué hago aquí —reí y me cortó con otro beso.

—Hacer lo que deseabas tanto como yo.

—Bueno, veo que te hizo efecto el vino.

—¿Me vas a negar que sientes atracción por mí? —preguntó, murmurando
y besándome.

—Ni niego ni afirmo, ahora mismo tienes el control de todo —me eché en
su pecho negando.
—Si tuvieras la oportunidad de dar marcha atrás y que esta mañana te
hubiera dicho realmente a donde veníamos ¿Hubieras aceptado?

—Creo que no, aunque por dentro lo deseara.

—¿Y por qué te pones tantos frenos?

—Porque dejé de creer en las personas —me encogí de hombros.

—No todo el mundo es igual, no puedes cerrar esto —tocó mi corazón —


por lo que te hicieron otros.

—No puedo, pero tampoco está bien quitarse la coraza de golpe, además,
soy consciente de que esto va a ser un visto y no visto —me reí.

—¿El qué?

—Sabes a lo que me refiero —arqueé la ceja y me besó.

Estuvimos ahí un rato entre besos, sonrisas, caricias, pero no llegamos a


más, ni siquiera un intento de quitarnos la ropa, me gustó que se quedara en
un primer contacto así, me daba ansiedad correr tanto.
Capítulo 15

Preparamos la merienda, un café y unas galletas de mantequilla que estaban


deliciosas, además con esa chimenea de fondo, se estaba de lujo.

Antes había ido a ponerme unas mallas con una camiseta, ya los leggins por
muy cómodas que fueran, eran vaqueras y gorditas, así que me cambié y me
puse deportiva como él.

Mientras merendábamos me contaba anécdotas con su hermano y yo no


podía dejar de reír, se las había hecho pasar canutas, Jens era un chico muy
efusivo y solo quería vivir la vida a su manera, sin importarle las
responsabilidades, para él, el dinero caía del cielo.

Parecía que nos estaba oliendo, pues le sonó el teléfono y era su hermano.

—Cógelo, valiente.

—Va a querer venir a cenar.

—¿Y quién se lo impide? —aguanté la risa.


—Tú lo has querido —descolgó la llamada.

Y se puso a hablar y a mirarme haciéndome el gesto de que lo sabía, vamos


que colgó diciendo que en un rato se veían.

—¿Viene? —pregunté riendo.

—Como una bala, botella de vino en mano, eso quiere decir que trae media
docena.

—¿Sabe que estoy aquí?

—Sin duda. Nada más descolgar me dijo que iba a venir a cenar con su
hermano y su asistenta preferidos —arqueó la ceja.

—Chico listo —sonreí negando.

—Me armaré de paciencia.

—En el fondo la tienes, eres el tranquilo.

—Los nervios van por dentro —me agarró y subió a sus piernas —¿Y no
me vas a dar un beso?

—¿Por permitir que venga tu hermano? —pregunté bromeando.

—Eres rápida esquivando preguntas.


—No te creas, pero es que sé te ve venir —me acerqué a sus labios y los
besé.

—Vas sintiéndote cómoda —arqueó la ceja.

—Algo más relajada sí, pero los nervios van por dentro —le devolví lo que
dijo.

—Lo dicho, eres muy rápida —me abrazó mientras nuestras bocas se
volvieron a entrelazar.

Ni una hora después ya estaba entrando por el jardín Jens, una hora en la
que estuvimos entre besos y risas, no pasamos a nada más, y eso me
gustaba. Despacito y con buena letra.

—Hombre, asis —venía con bolsas de papel con el vino y comida.

—Hombre, mi jefe favorito —bromeé y vi cómo Kevin hacía un ligero


arqueo de ojos.

—Eso lo sé yo, ¿quién te va a hacer reír más que yo? —me dio un beso en
la mejilla.

—Dana, créeme que Dana —murmuré, causando una risa en los dos.

Descorchamos en la cocina la primera botella mientras metíamos la cena en


el horno, ya venía lista solo para calentar, aquí se cocinaba menos que en mi
casa.

—¿Te contó mi hermano lo que va diciendo tu mejor amiga de que estás


embarazada y te casas según tú?

—Ajá, muy divertido —sonreí y me metí una patata chips en la boca.

—¿No te enfadas?

—Para nada —lo miré sonriente y negando —. Quiero ver cómo va


mejorando sus estrategias con el paso de los días —solté la perlita porque a
esa la iba a sacar yo de quicio.

—Esperemos que pare un poco —murmuró Kevin, rellenando la copa y


sonriendo, negando. Sabía de sobras como era Dana, es más, estaba seguro
de que hasta la encubrían, esa las tuvo que hacer de mil formas y más si se
acostó con él y luego pasó de ella.

—Por cierto —me puso Jens la mano en el hombro y acercó su boca a mi


oído —. Que no me entere yo, que el monaguillo este te pone más que yo.

—Más que tú, cualquiera —dije mientras Kevin lo miraba queriéndolo


matar, pero aguantando la risa.

—Eso duele, ¿eh? —Se tocó el corazón dándose unas palmaditas.

—Un analgésico y listo —le contesté muerta de risa de verlo en su papel.


Lo vivía, sin duda, lo vivía.
Jens nos dio una cena de carcajadas, esa era la verdad, me parecía un chico
de lo más divertido, además sabía manejar mucho el sarcasmo y la ironía.

—Dime una cosa, asis.

—Me dijiste que no me ibas a llamar más así y ya van en dos horas, unas
cincuenta veces —resoplé riendo.

—Hasta cien, ya falta menos y ahí comienza tu nombre —levantó la copa


señalándome y le dio un trago. La cara que tenía este hombre era increíble.
A mí me iba a dar algo de tanto reír y a Kevin, torticolis en el cuello de
tanto negar.

—Llámame como quieras, total lo vas a hacer —me encogí de hombros.

—No me digas que no te sientes como en casa, con tus dos chicos favoritos,
a la luz de la hoguera.

—Para, por tu bien, para —me eché a reír.

—Para, Jens —le advirtió Kevin con una sonrisilla, pero una mirada bien
profunda.

—Creo que es hora de marcharme —sonrió —, pero amenazo con volver.


Ahora me voy a tomar algo en la ciudad.

—Eso, tú no pierdas el tiempo —le dijo Kevin con ironía, mientras yo reía.
Se me acercó a besarme la mejilla.

—Ten cuidado, Jens —murmuré sonriendo.

—Tranquila, tenemos una cita en la Torre Eiffel, recuerda. Yo lo tengo todo


listo —dijo montándose en el coche y quedándose tan a gusto.

—Sí, es verdad, tener, la tenemos —reí negando.

—¿Te vas a París con mi hermano? —murmuró cuando entramos,


abrazándome por detrás.

—Si pasa una catástrofe —me reí.

—Vaya, otro de sus jueguecillos —comenzó a mordisquearme el cuello y


meter su mano por debajo de mi camiseta para agarrarse a uno de mis
pechos.

Noté como rápidamente mi zona se hinchaba y me daba ese pequeño dolor


incómodo cuando la excitación era fuerte.

Solté el aire y su mano se metió por debajo de mis mallas.

—Kevin… —murmuré soltando el aire lentamente.

—Déjame hacerte disfrutar —murmuró mientras yo me mordía el labio


inferior y metí un leve gemido.
Sacó su mano y agarró la mía, llevándome a su habitación.

—Desnúdate para mí —dijo quitándose su camiseta y dejando su perfecto


torso al aire.

—Kevin, no —murmuré avergonzada.

—Mírame —levantó mi cara con la yema de sus dedos —. Desnúdate, no


tengas miedo.

Se le notaba que le gustaba tener el control, que le obedecieran, y yo quería,


pero me bloqueaba ante él, era irremediable, me imponía demasiado.

Me quité la camiseta y luego me fui quitando el sujetador, él levantaba mi


cara continuamente con la yema de sus dedos, no quería que dejara de
mirarlo.

Mis pechos se quedaron al descubierto y él los miró detenidamente mientras


me iba quitando el pantalón y la braguita. Llevó una mano hasta uno de mis
pechos y lo cogió de lleno, deslizo sus dedos hasta el pezón y lo apretó. Se
me escapó un gemido.

Saqué los pies del pantalón y la braga que ya estaba sobre el suelo, me puse
de nuevo mirándolo y notando mi cara al rojo vivo.

—Eres perfecta —comenzó a recorrer mi estomago con dos de sus dedos


hasta llegar a mis labios inferiores, los metió entre ellos e hizo un recorrido
desde arriba, hasta abajo, donde los introdujo y solté el aire. Los sacos y me
pegó contra él, luego me dejó caer sobre la cama.

Notaba que mi piel estaba erizada, completamente a flor de piel, se puso


entre mis piernas y mirándome se quitó el pantalón y el bóxer.

Impresionante lo que apareció por ahí, después de tanto tiempo sin sexo,
hasta me daba miedo recibirlo dentro de mí.

Se colocó encima de mí sin penetrarme, comenzó a besarme el cuello,


mientras se movía por mi zona sensible para provocarme un mayor placer.

Notaba mi respiración entrecortada y mi corazón que iba a mil.

Fue bajando sus labios hasta mis pezones, se detuvo en ellos a


mordisquearlos mientras se movía sobre mi clítoris.

Me estaba poniendo a punto de comenzar a gritar de excitación y no quería


hacerlo, pero sabía marcar los tiempos y llevar a la persona al límite.

Sabía que eso era importante para él, tener el control y es que era palpable.

—Echa la cabeza un poco más hacia arriba, los brazos hacia atrás y agárrate
a los barrotes de madera, no te sueltes bajo ningún concepto —me ordenó
de manera que no me daba derecho ni a replica.

No me dejó opción, flexionó mis rodillas y abrió mis piernas. Puso sus
manos bajo mis glúteos y con unas palmadas ordenó que las elevara.
Lo hice, metió su cabeza entre mis piernas, se agarró a mis caderas y
comenzó a mordisquear sin parar mi interior, sobre todo por la zona del
clítoris por el otro lado introducía su lengua.

—Kevin —murmuré entre gemidos, se me había escapado su nombre.

Aumentó esos movimientos de lengua con mordiscos y me corrí, llegué al


clímax entre jadeos ahogantes y dejándome caer sobre la cama.

—No te avisé de que podías soltarte o agacharte.

—No necesito tus órdenes… —murmuré, mientras me mordisqueaba la


barriga.

—¿Segura?

—Segurísima —contesté para buscarle la lengua.

Agarró mis brazos con una mano por arriba y las sujetó, me penetró
lentamente.

—Eso no vale —sonreí soltando el aire al notar su miembro entrando en mí.

—¿Y cómo vale? —preguntó comenzando a moverse cada vez más rápido.

—Suelta, déjame suelta —reí jadeante.


—No, porque no me haces caso.

No pude responder más, aquello estaba siendo muy fuerte e intenso, notaba
mis piernas comenzar a flaquear y mi cuerpo a sudar con aquellos
empellones que me movían por completo a su ritmo, ya que con su otra
mano agarraba mi cadera.

Cayó sobre mí cuando llegó al clímax, me mordisqueó la oreja sin soltar


mis manos aún por encima de mi cabeza.

—¿Cuándo me vas a soltar? —dije sonriendo.

—Cuando vea que no puedes más con tu alma —me besó la frente mientras
sonreía.

—Estoy agotada, soy casi novata, hace tanto tiempo… —me reí.

—Pues a ponerse las pilas —mordisqueó mi labio y soltó mis manos.

Se fue a la ducha y fui detrás, me acurrucó a él y comenzó a enjabonarme


mientras yo movía mi cuello.

Me gustaba ese descaro y soltura, yo no era capaz, me sentía avergonzada


con todo, pero ese hombre me estaba gustando mucho, demasiado.

Nos secamos y nos metimos en la cama, me puse solo la braguita cuando


me cogió y me metió, no me dejó ponerme nada más.
Se puso de lado y yo igual, su mano sobre mi cadera.

—¿Dónde estabas todo este tiempo? —preguntó mientras me besaba.

—Amargada buscando curro —reí.

—Me encantas, tienes algo…

—Tengo lo que cualquier chica de mi edad puede tener, juventud.

—No, tienes mucho más —sonreí mientras se giraba a apagar la luz y me


volvía a besar.

—¿Por qué te has fijado en mí, Kevin?

—¿Y por qué no?

—No sé, puedes tener a cualquier mujer, puedes aspirar a lo que quieras.

—¿Y quién te dice que quiero otra cosa que no seas tú?

—No sé, me tienes que perdonar, pero pienso que traes aquí a todas las que
te apetece.

—No tienes ni idea —me besaba.

Y no la tendría, pero todo me parecía tan perfecto que sabía que en


cualquier momento se desvanecería por completo.
Sentía que esto era como un regalo que la vida ponía en mi camino para
luego arrancármelo y quería estar preparada. Era muy enamoradiza, me
costaba, pero cuando venía lo notaba y eso era lo que me estaba pasando,
que me estaba quedando colgada completamente por ese hombre.
Capítulo 16

Fui a la cocina a buscar a Kevin que no estaba en la cama, a través del


cristal lo vi hablar con el móvil en el jardín, así que me puse a preparar dos
cafés.

Entró y sonrió al verme.

—Buenos días, jefe —murmuré, poniendo la taza en su mano.

—Buenos días, Emi… —sonrió y me dio un beso en los labios— ¿Cómo


has dormido?

—Bien, la verdad es que no me levanté ni una sola vez.

—¿Sueles desvelarte por la noche?

—Cuando sueño —sonreí con tristeza.

—¿Qué tipo de sueño?


—Mi ex con mi amiga, es algo que se me repite mucho a lo largo del
tiempo y eso que ya es agua pasada. Tengo sentimientos por ellos, pero
nada bonitos.

—Entiendo.

—¿Qué te parece que vayamos a desayunar al lugar que te enseñé?

—Me encantó el desayuno de allí.

—Pues tomamos el café, nos vestimos y nos vamos. Así aprovecho y


compramos el pan recién hecho para el almuerzo.

—Genial.

Y eso hicimos, nos abrigamos y salimos a desayunar a ese lugar con tanto
encanto que tenía.

—Y dime, ¿me echarás de menos cuando tengas que regresar a tu casa?

—No lo sé —sonreí ruborizándome y me acarició la mejilla.

—¿No lo sabes? —sonrió.

—No, pero bueno, tampoco creo que me suponga ningún trauma —sonreí,
apretando los dientes.
—El lunes se incorpora Mike, es mi chofer personal y mano derecha.
Aunque al final lo utiliza más Jens que lo coge de taxista y lo vuelve loco
—volteó los ojos y reí.

—Tiene una cara alucinante tu hermano.

—Sí, es un descarado, pero al final todo el mundo le adora.

—Es cierto, cuando se supone que debería de caer fatal, nada, todo lo
contrario, el tipo cae bien.

—Tiene mucha suerte.

—Bueno, a ti también se te coge cariño, no te enceles.

—Yo soy más seco, a la gente le cuesta más llegar a mí.

—Sí, por tu rostro serio, pero eres buena persona.

—Menos mal, si encima de serio fuera malo, vaya joyita sería.

—Es verdad —nos reímos.

Después de un buen desayuno, compró allí mismo el pan rustico acabado de


hacer y regresamos a la casa donde íbamos a cocinar pasta a la carbonara.

Sacamos todo para prepararlo y…


—¡Mierda! —dije al abrir el bote donde tenía la pasta y salir todo regado
por la encimera.

—Empezamos bien —murmuró a mi oído y se puso a ayudarme a


recogerlo.

—Alguien me está nombrando, antes se me cayeron las cosas del bolso,


luego el cuchillo en la cafetería y ahora esto… —volteé los ojos.

—¿Crees en esas cosas?

—No sé, cuando lo dicen… —Me encogí de hombros y seguí recogiendo


macarrones.

Además, de vez en cuando era un poco patosa, todo había que decirlo, sola
me pasaba de todo y me desesperaba esos días que no daba una.

En ese momento que comenzamos a hervir la pasta llamaron al timbre de la


calle.

—Me juego la vida que es mi hermano.

—No hace falta —murmuré riendo.

Y era él, vamos, entró tocando el claxon como si alguien se casara.

—Traigo vino y una empanada que hizo mamá —dijo saliendo del coche a
grito pelado.
—Vaya, nos salvó el sábado —dijo Kevin con ironía, causándome una risa.

Entró y me dio un beso en la mejilla.

—Di la verdad, me has echado de menos.

—Un montón —respondí riendo.

—Tu amiga Dana quería venir, la he tenido que frenar.

—Si la llegas a traer, dejo de hablarte fuera de horario laboral.

—Tranquila, todo controlado, en el fondo sé manejar la situación.

—Sí, sobre todo eso —respondió Kevin, con carraspeo incluido y comenzó
a descorchar una botella.

—He traído un paquete de cigarrillos.

—¿Fumáis? —pregunté intrigada, no los había visto nunca fumar.

—Solo en ocasiones especiales —murmuró Kevin.

—A mí me encanta fumar un cigarrillo de vez en cuando, no suelo fumar


porque lo que me faltaba es gastar dinero en vicios.
—Pues nada, hoy nos echamos unos y hasta la próxima celebración —dijo
Jens, repartiendo uno a cada uno.

—¿Y qué se supone que se celebra hoy? —preguntó Kevin con ironía.

—Pues que tenemos a la asis en nuestro poder ¿Te parece poco?

—Eh, que la asis no está en poder de nadie —contesté negando y riendo.

—Al menos en tierra hostil, sí.

—Jens, esto no es tierra hostil, que tu hermano es un amor.

—Sí, todas lo dicen.

—Eres muy gracioso, ¿no?

—Hermano, no dije nada malo, solo te dejé en un buen lugar.

—No seas mentiroso que sabes que no soy como tú de mujeriego.

—Yo soy un amor de hombre, lo que pasa es que me duran una noche,
parecen vampiros. Sale el sol y todas me abandonan.

—¿No será que tú las bloqueas porque una vez conseguida pasas de ellas?

—¿Yo? No sé cómo osas decir algo así —se hizo el indignado.


Nos fuimos al salón una vez que se hizo la pasta y la dejamos allí hasta la
hora de la comida.

Kevin había cortado un poco de queso para acompañar al vino, nos


sentamos alrededor de la chimenea.

—Mamá dice que el viernes va a hacer una fiesta por el setenta cumpleaños
de papá, por lo visto va a invitar a toda la jet set.

—Dudo que mamá haya utilizado esa palabra.

—Bueno, pero viendo a sus amistades, aquello será de lo más exclusivo.


Podrías venir, asis.

—No, no —respondí a Jens, segurísima de lo que decía —, a mí me dejáis


en mi casa tranquilita con mi pijama que seré más feliz que meterme en un
sitio ajeno y de esa forma que la pintáis.

—Podrías venir conmigo —murmuró Kevin.

—Y conmigo, por cualquier de las dos partes serás bienvenida —bromeó


picando a su hermano.

—Contigo seguro que no va.

—Va, hermanito, así disimuláis.

—No tengo nada que disimular —rio negando.


—Bueno, dejad de discutir que no voy a ir ni, aunque me mande vuestra
madre una invitación personalmente.

—¿Y si te pagamos?

—Jens, no comiences que te pongo la copa de gorro.

—Vale, vale —hizo un gesto de paz y nos reímos los tres.

Estuvimos un rato charlando y luego preparamos la mesa en el salón para


comer. Lo que me reía con Jens era mortal, tenía cada cosa…

Fue en la sobremesa y después del café que se marchó, había quedado con
un amigo para salir a cenar y tomar unas copas. No se perdía una.

—Podrías venir al cumpleaños de mi madre —dijo Kevin, cuando nos


quedamos a solas en el sofá.

—No, de verdad, no me sentiría bien y eso es algo íntimo y familiar.

—Para nada, seguro que invita por invitar, te lo digo yo, aquello parecerá
una boda en vez de un cumpleaños.

—Bueno, tiene derecho a celebrarlo como quiera.

—Ya, pero tú también tienes la oportunidad de pasarlo a mi lado ¿Ni,


aunque te lo pida por favor? —Acarició mi barbilla.
—No, de verdad, no es algo que me apetezca.

—No te estoy pidiendo que vayas para presentarte a mi familia como algo
más que una amiga.

—Lo sé, faltaría más —me reí.

—Bueno, seguro que le encantarías.

—Kevin, por Dios, no bebas más vino que te sienta fatal.

—¿Y a ti cómo te sienta?

—La verdad que mejor de lo que me esperaba, me he reído mucho, tu


hermano es de lo más divertido.

—Porque no llevas aguantándolo toda la vida —sonrió.

—Seguro que lo dices de boca para afuera.

—A ver, lo quiero, es mi hermano y que nadie lo toque ni le pase nada. Pero


a veces echo de menos el tener una persona con la que charlar y contarle
mis cosas sin que esté todo el tiempo convirtiéndolo en humor.

—Ya, te entiendo.
—Como te dije, vive en una realidad paralela y despreocupado de todo, no
tiene interés por nada más que por vivir una vida de derroches, fiestas,
mujeres y sin responsabilidad.

—Imagino que todo se le pasará en cualquier momento.

—Si, cuando se jubile sin haber dado un palo al agua —dijo, mientras
acariciaba mis hombros.

—No hombre, seguro que un par de años antes —nos reímos.

Me sentía tan bien en esa casa, que sabía que tenía toda la razón cuando dijo
que me haría pasar un fin de semana de paz, desconexión, sin dudas este era
el sitio perfecto. Ahora entendía que viviera aquí feliz y alejado de todo.

Nos quedamos un rato mirando la chimenea abrazados y luego me echó


encima de él, dejándome entre sus piernas.

Agarró mis nalgas y me hizo un movimiento por encima de su miembro.

—Pronto empiezas hoy —reí.

—Para qué perder el tiempo —me besó.

Y comenzamos a dejarnos llevar por la pasión. No tardó en quitarme la


camiseta y el sujetador, allí sentados, frente a frente. Me pasó la lengua por
el pezón y lo mordisqueó consiguiendo que se me escapase un jadeo.
Me echó hacia atrás y se deshizo de mis mallas, al igual que de mi braguita.
Se le escapó un ruido de placer entre dientes.

Puso mi mano entre mis piernas, cogió mis dedos y comenzó con ellos a
acariciar mi clítoris.

Me miraba con esa media sonrisa de verme así, ruborizada mientras me


tocaba dirigida por sus manos. Acercaba sus labios a los míos y me besaba,
luego me mordisqueaba el pezón, todo eso sin dejar de hacer círculos que
rápidamente me hicieron llegar al orgasmo.

Me retorcí por completo, había sido intenso y muy morboso.

Hizo que me girara y me pusiera a cuatro patas. Me penetró y comenzó a


moverse de suave a fuerte. Nuestros gemidos se entrelazaron para dar
rienda suelta a ese placer que estábamos experimentando.

—Me encanta el tacto de tu piel —dijo, cayendo agotado sobre mi espalda y


besándola.

Nos fuimos a la ducha y nos pusimos los pijamas, él, un pantalón como
deportivo fino, era pijama, pero parecía eso, con dos bolsillos y un cordón,
era en tono verde militar y arriba una camiseta blanca. Estaba guapísimo.

Yo me puse uno que me había comprado este año y lo había usado poco. De
Snoopy, me encantaba, tampoco parecía pijama.

Preparamos unos sándwiches vegetales de pollo para cenar, mientras


charlábamos y nos intercambiábamos besos.
Me preguntaba a mí misma si esto iba a doler mucho cuando acabara, y es
que me estaba haciendo vivir los días más bonitos de mi vida.

Durante la cena charlamos de sus viajes alrededor del mundo.

—¿En serio has estado en todos esos países?

—Sí, mi pasión es viajar.

—¿Y cuál fue el lugar que más te sorprendió?

—Namibia, fue uno de mis viajes más fuertes y donde vi los atardeceres y
amaneceres más bonitos del mundo.

—¿Y el viaje más exótico?

—Filipinas…

—Vaya, yo siempre soñé con ir a Bali.

—Sinceramente es más bonito Tailandia, mucho más vivo, más cuidado,


con mejores islas, hoteles…

—¿En serio?

—Sí, yo estuve un par de veces en Tailandia y sin embargo a Bali no volví.


Que no digo que no sea bonito, claro que lo es, pero ya te digo que, de
aquella zona, Tailandia sin duda es mejor. Y si nos movemos un poco más
hacia abajo, Seychelles, Maldivas…

—Eso suena a palabras mayores —me reí.

—Quizás algún día lo conozcas…

—Mucho me tiene que cambiar la vida para gastar dinero en un viaje de esa
envergadura. Como mucho me sacaré un vuelo por Europa de esos de Low
Cost que viajas por cincuenta euros ida y vuelta —me reí.

—La vida da muchas vueltas.

—Sí, pero siempre me tira al mismo lado —me reí.

—Y de repente, llegará un día, en qué no sepas ni cómo pasó, pero tu vida


será diferente.

—Ojalá, tan mala no he sido como para pagar una condena de por vida —
resoplé riendo.

—Seguro que no —me abrazó.

Me encantaba en el tono que me hablaba y es que desprendía cariño, como


si todo lo dijera de corazón y no para quedar bien. Se veía en las personas
cuando lo decían por decir, por aparentar buen corazón, pero en él no, era
sincero, al menos a mí me lo parecía.
Y la verdad es que le estaba agradecida, no solo por estos ratos en los que
tenía con él, a la mejor de las compañías, si no por haberme dado la
oportunidad de trabajar en su empresa, una de las mejores de fabricación de
coches de alta gama.

La verdad es que vine muy impactada del nuevo modelo para la mujer que
quería crear, tenía una mentalidad increíble y un gusto exquisito.

Esa noche lo volvimos a hacer antes de acostarnos, éramos como dos


imanes que ardían y no se podían despegar. Notaba la atracción sexual que
sentíamos el uno por el otro. Realmente era eso, llamarlo de otra manera
sería una idiotez, y es que, ante todo, yo tenía los pies bien puestos en la
tierra y era consciente de que aquello no era más que un rollo de unos
días…
Capítulo 17

No era momento de decir que no a ese primer desayuno que estaba tomando
Kevin.

Gemí con el contacto de su boca entre mis labios inferiores.

Agarré las sábanas con fuerzas y me retorcí con aquella excitación que iba
aumentando por momentos y que me acercaban cada vez más al orgasmo.

Grité desesperada cuando llegó, aquello había sido de lo más intenso, caí
casi sin respiración, agotada.

—Buenos días, Emily —dijo besando mi barriga.

—Buenos días, jefe —sonreí, tapándome la cara con la almohada.

—¿Lo quieres hacer a ciegas? —bromeó —Entonces, así será. Puede usted
seguir ahí escondida —me penetró cuando se puso el preservativo.
Estaba sin fuerzas aún, pero pronto me repuse, quité la almohada y me
agarré a sus brazos. Tenía una fuerza brutal, pero me encantaba que me lo
hiciera con ese ímpetu.

Nos fuimos a desayunar después de asearnos. Nos dirigimos de nuevo a


aquella cafetería que le gustaba tanto, a mí también, pero se veía que para él
era un lugar de relax para tomar esos suculentos desayunos.

—Entonces el viernes vas a venir al cumpleaños de mi madre.

—No, sabes que no —medio sonreí, pero me puse seria.

—¿Piensas que no te voy a convencer de aquí a entonces?

—No lo harás, no podrás, por cierto ¿Qué le vas a regalar?

—Le compré un collar de oro blanco con pedrería fina.

—Vaya, muy buen regalo.

—Le gustan muchos las joyas, siempre dice que su pena es no haber tenido
una hija para que las hubiera heredado ella —sonrió.

—Ya, imagino ¿Quién se parece más a ella?

—Mi hermano, yo soy como mi padre, tengo su carácter. Sin embargo, mi


madre va a su bola, vive en otro mundo paralelo y vivió una vida cómoda
sin dar palo al agua.
—Retrato de tu hermano.

—Son como almas gemelas, encima se entienden a la perfección.

—Y tú padre ¿Cómo lo lleva?

—Mi padre es como yo, tiene paciencia, a mi madre la ama con locura, pero
son como la noche y el día.

—Por eso duraron.

—Sí, siempre pensé que sí.

—Pero bueno, tampoco no es que no diera ni un palo al agua, os crio y eso


es un buen trabajo.

—No, ella tenía una mujer, Catherine, ella nos crio prácticamente, se
encargaba diariamente de nosotros desde que nos levantábamos hasta que
nos acostábamos y eso que tenía una hija que tuvo a la misma vez que nació
Jens. Pues nos llevó a los tres hacia adelante.

—¿Y qué es de ella?

—Murió, pero su hija trabaja en la empresa, es nuestra secretaria, está de


vacaciones, pero vuelve esta semana.

—Pues la conoceré. Se llamaba Amara, ¿verdad?


—Sí, es como si fuera una hermana.

—Seguro que es encantadora.

—Lo es y muy predispuesta, como tú.

—Gracias por la parte que me toca —sonreí.

Tras el desayuno, nos llevamos el pan recién hecho y dimos una vuelta en el
coche hasta un pueblo donde los domingos ponían un mercado
gastronómico.

Estaba precioso decorado todos esos puestos de madera con las


especialidades de cada uno.

Compró embutidos hechos en los pueblos y que tenían una pinta


espectacular.

Esta mañana había salido el sol con intensidad y se parecía más a un día de
finales de primavera que de principios. Era de agradecer.

Nos tomamos en el mercado una cerveza en uno de los bares que había
entre los puestos.

—¿Quieres? Sacó la cajetilla de cigarrillos que llevó el hermano el día


anterior.
—Venga, con la cerveza pega —murmuré cogiéndolo. Solo me fumaría uno
como el día anterior, pasaba de echarme al vicio.

Estuvo contándome que cuando heredó la empresa de su padre con su


hermano, era ya un éxito total, pero fue cuando salió el primer coche
diseñado por él, cuando arrasó por completo y se terminó de ganar al
público exclusivo.

Kevin tenía don de empresario, tenía la cabeza muy bien amueblada y


pensaba muy bien las cosas, le daba muchas vueltas y al final terminaba
consiguiendo aclarar las ideas. Eso le llevaba al triunfo, no era un hombre
de locuras ni de arriesgar sin estar seguro.

Pasamos una mañana preciosa fuera de la casa y hasta comimos en ese


pueblo, nos pusimos a tapear y al final terminamos con la barriga llena a
reventar.

Para la noche cortaríamos los embutidos y cenaríamos eso.

Llegamos a la casa a las cuatro de la tarde, así que nos preparamos un café
y nos sentamos en el salón un rato.

Estar abrazada a él, era algo mágico, me llenaba de vida, me hacía sentir en
otra dimensión y es que aquello para mí, era mucho más de lo que él
pudiera imaginar, era estar de la manera que siempre había soñado, pero
claro, no con él, sabía que con Kevin aquello era pasajero.

—¿En qué piensas?


—En nada —mentí —. Tenía la mente en blanco.

—No me lo creo —sonrió.

—¿Y en qué crees que pensaba?

—En nosotros… —Vaya, encima era listo.

—¿Y qué crees que pensaba?

—Qué no estás en el lugar correcto —Joder, ¿me tenía un chip implantado?

—Puede ser —sonreí.

—Nunca creemos estar en el lugar correcto, pero la verdad es que estamos


donde la vida nos pone, ni más ni menos. Esa vida es la que decidirá donde
nos coloca a cada uno.

—Bueno, conociendo mi suerte… —nos reímos.

—Siempre estás con lo mismo y la vida te va a dar tal sorpresa, que ni tú


misma lo creerás.

—Ya te digo que no lo creería —me reí.

—Pues estoy convencido de que, a partir de ahora, te pasaran cosas bonitas,


no te mereces menos.
—Gracias. Me conformo con que mi vida esté bien.

—Y lo está comenzando a estar.

—No me despidas y seguiré respirando medio tranquila —le hice una burla.

—No lo haré, tranquila, no lo haré.

Lo dijo de una forma que parecía que tenía trasfondo, pero sabiendo lo serio
que se ponía con ciertos temas, achaqué que era debido a ello, pero me sonó
como si lo hubiera pensado hacer. Eso, o que yo me comía rápidamente la
cabeza con todo.
Capítulo 18

Estaba notando que me acariciaban la espalda, y sonreí. Menuda manera de


despertarme un lunes, antes de ir al trabajo.

—Buenos días, dormilona —me susurró Kevin al oído.

—Cinco minutos más, por favor —contesté, abrazándome a la almohada.

—Venga, arriba, vamos a desayunar que hay que trabajar.

—He soñado que no tenía que madrugar nunca más —dije, girándome para
mirarlo, y él me dio un breve beso.

—¿Y eso?

—Me había hecho influencer de esas, yo, que no tengo redes sociales —
volteé los ojos y ambos nos reímos.

—Arriba, influencer mía.


Nos levantamos y fuimos al cuarto de baño, mientras él se afeitaba esa sexi
barba de dos días, yo me duché y después cambiamos el lugar, él entró a la
ducha y yo a secarme el pelo.

Recogí la ropa que me había llevado, me vestí para el trabajo y salimos los
dos de la habitación la mar de guapos.

Kevin hizo los cafés, yo preparé tostadas y zumo, y en cuando acabamos


nos fuimos para las oficinas.

—Voy a echar de menos este lugar, y lo tranquilo que se está —dije,


mientras salíamos con el coche por la puerta.

—Puedes venir siempre que quieras, por eso ni te preocupes.

—¿Me vas a invitar más veces? Al final me voy a convertir en tu asistenta


favorita.

—¿Quién dice que no lo seas ya?

—¿Has tenido más, aparte de mí? —pregunté, y es que sabía que tenían una
secretaria, pero no si antes de que me contratara a mí como asistente
personal de ambos, había habido alguien más ocupando ese cargo.

—La verdad es que no, pero al tener a Amara, no nos hacía falta.

—Vamos que, en cuanto vuelva la secretaria, yo acabo de patitas en la calle.


—No mujer, te quedas con nosotros, que nos vas a venir bien. Por cierto,
hoy comes conmigo.

—No, no, yo me voy a mi casa, que ya he pasado el fin de semana en la


tuya.

—Te recuerdo que no tienes medio de transporte.

—Vaya por Dios —volteé los ojos, porque llevaba razón—. Bueno, puedo
coger un taxi, no hay problema por eso.

—Nada de taxis, comemos juntos, y no hay más que hablar.

Cualquiera protestaba, después de dar esa orden, vamos. Yo, calladita me


quedé.

Llegamos a las oficinas y nada más bajar del coche, Kevin me cogió la
mano, atrayéndome hacia él, para darme un beso, pero no uno de esos que
te dejan con las piernas temblando.

—Ahora sí, podemos irnos —murmuró, mirándome fijamente.

—Claro, ahora que voy yo como un tomate de colorada —protesté.

—Es para que te acuerdes de mí —me hizo un guiño.

—Como para no hacerlo, si me vas a llamar para entregarme algo de trabajo


que hacer.
En el ascensor subimos solos, y Kevin no perdía ocasión de acariciarme la
espalda, incluso de besarme el cuello.

A mí me estaba poniendo de los nervios, pero se veía que le gustaba


ponerme en ese estado.

En cuanto sonó el timbre de que habíamos llegado, se apartó, haciéndome


un guiño y colocándose pegado a la pared, con las manos en los bolsillos
del pantalón, como si no hubiera pasado nada.

Y ahí estaba mi amiga, la simpática, (nótese la ironía).

Dana tenía una cara de mala leche, que no podía con ella, y esa sonrisa más
falsa que los billetes de trescientos euros.

—Buenos días —saludó, sin quitarle ojo a Kevin.

—Buenos días, Dana —contestó él, de manera cortés, pero sin pararse.

Yo puse la mejor de mis sonrisas, la saludé levantando la mano y seguí


hacia mi puesto, ese en el que tenía una nota de Jens, en el que me pedía
que le organizara bien todas las citas de esa semana en la agenda.

—En diez minutos, te quiero en el despacho para un café —me dijo Kevin.

—¿Diez minutos?
—Sí, tengo que hacer una llamada antes.

—Ah, ok, pues en diez minutos lo tienes.

Dejé mis cosas, fui a preparar el café para Jens y, cuando se lo llevé al
despacho, le vi rascándose el cuello, me daba a mí que estaba un poquito
nervioso.

—Buenos días, jefecito —le dejé el café en la mesa, me miró y sonrió.

—Buenos días.

—¿Qué te pasa? Te veo agobiado.

—Nada, es que nos han dejado colgados con algunas cosas que pedimos y
no han llegado aún, estoy buscando la manera de solucionarlo.

—Ah, bueno, eso en media hora lo tienes.

—Qué confianza tienes en mí, ¿no?

—Claro, eres un hombre de lo más eficiente. Bueno, voy a llevarle el café a


tu hermano, y te organizo la agenda.

—Gracias, bonita, no sé qué haría yo sin ti.

—Anda, pelota —reí, saliendo del despacho para ir a por nuestros cafés.
Dana no me quitaba ojo de encima, la veía demasiado pendiente de mí cada
vez que me veía aparecer por el pasillo.

Pero yo ni caso, que no tenía ganas de historias.

—Aquí está el café, señor Acker —dije, entrando en el despacho de Kevin.

—Cierra la puerta, por favor.

Me extrañó que lo pidiera, pero lo hice. Me acerqué a dejar los cafés en la


mesa y, cuando menos lo esperaba, noté que Kevin se colocaba detrás de
mí, comenzaba a acariciarme las piernas y las llevaba bajo la falda que me
había puesto esa mañana.

—¿Qué haces? —pregunté, en un susurro, para que no pudieran


escucharnos.

—No puedo apartar mis manos de ti, creo que me he vuelto adicto a Emily
Becker.

—Para —le pedí, cuando empezó a besarme el cuello—, nos pueden pillar.

—Tranquila, ya saben que cuando mi puerta está cerrada, no quiero que


nadie me moleste.

—¿Has traído a más mujeres aquí para… esto? —curioseé, cuando


comenzó a meter su mano por dentro de mi braguita.
—Nunca, tú eres la primera —susurró, girándome el rostro para besarme.

Y mientras hacía que me excitara cada vez más con esos dedos jugueteando
por toda mi zona, besándome como si fuera a comerme entera, notaba el
roce de su abultado miembro en mis nalgas.

El muy jodido me llevó al orgasmo, tapándome la boca con la mano para


que nadie pudiera escuchar mis gritos, mientras yo cerraba los ojos y me
agarraba con fuerza a la mesa.

—Verás lo relajadita que va a trabajar usted ahora, señorita Becker —


susurró en mi oído, antes de volver a besarme.

—Eso no se hace, estamos en horario laboral.

—¿Y? Soy el jefe, puedo hacer lo que me apetezca.

—Mira qué bien, tendré que estar preparada entonces, por si otro día
quieres jugar.

—Por supuesto que querré, y, si algún día vienes sin ropa interior, me
facilitarás mucho las cosas —me hizo un guiño y le di un leve manotazo en
el pecho.

Nos tomamos el café mientras me pedía que revisara un listado de clientes


que habían reservado el modelo que presentaron días atrás, quería ver si ya
estaban hecha las transferencias de la señal que debían pagar.
Un par de golpes en la puerta hizo que ambos nos pusiéramos de lo más
profesionales, Kevin dio paso y vi a una mujer sonriendo.

—Buenos días, Kevin.

—Hola, Amara. ¿Qué tal las vacaciones?

—Bien, bien, pero se me hicieron cortas.

—Pasa, te presento a Emily Becker, asistente personal de Jens y mía. Emily,


Amara es nuestra secretaria.

—Encantada —sonreí, poniéndome en pie y estrechándole la mano.

—¿Ya me queréis echar? —Amara arqueó la ceja, pero no me parecía mala


persona, todo lo contrario que Dana, esa sí que era una víbora en toda regla.

—No, sabes que aquí, sin ti, me moriría —contestó Kevin.

Y vi algo entre ellos, que me hizo sentir incómoda. No sabía bien qué era,
pero tenían algo ahí… sus miradas de complicidad lo decían todo.

—Bueno, os dejo poneros al día, voy a hacer unas cosas que me pidió Jens,
y me pongo con esto —dije, levantando la carpeta.

Ambos asintieron, cerré al salir y fui a hacer lo que tenía que entregarle a
Jens.
La verdad es que apenas tardé unos minutos, por lo que se lo llevé y él me
dijo que ya tenía solucionado el pequeño problemilla logístico.

Sonreí, y cuando salí, al pasar por el despacho de Kevin escuché una risita
de Amara de lo más pícara.

—Tú, caza fortunas —me giré resoplando al escuchar a Dana.

—Déjame en paz, ¿quieres? Tengo trabajo que hacer y tú también.

—Mira, mosquita muerta, sé que has pasado el fin de semana con Kevin —
dijo, con esa mirada que despedía gente, ¿cómo narices se había enterado
esa mujer? — No eres nada para él, solo un pasatiempo, ese hombre tiene
muy claro lo que quiere de ti, y lo que no. Y, por cierto, ya sé que no estás
embarazada, y tampoco vas a casarte con Kevin.

—Ah, ¿no? Muy segura te veo de eso Dana, muy segura. Pero, ¿sabes qué?
Ya veremos si me caso, o no.

—Por supuesto que lo estoy, vas a salir de estas oficinas, antes de lo que
esperas.

—Venga, hasta luego —la dejé ahí, murmurando por lo bajo, ni atención
presté a lo que decía, ¿para qué?

Regresé a mi puesto y me puse a revisar la lista de los que habían reservado


el nuevo coche Acker.
Así se me pasó la mañana, volando mientras trabajaba.
Capítulo 19

Terminé de comprobar que todas las señales habían sido abonadas, y le


llevé el informe a Kevin.

—Perfecto —dijo, cuando se lo dejé en la mesa—. Vamos, a comer que ya


es hora.

Recogió sus cosas, me acompañó a por las mías y, cuando salíamos, ahí
estaba Dana con la mandíbula desencajada.

Cuando las puertas del ascensor se abrieron, apareció un hombre más o


menos de la edad de Kevin, con un traje negro, y pinta de simpático.

—Mike, creí que mi hermano ya te tendría esclavizado —dijo Kevin, con


una media sonrisa.

—Acaba de empezar, y ya tardaba. Le llevo de vuelta a casa, hoy al menos


no me ha dado la mañana mortal, como otras.

—Mike, ella es Emily, nuestra nueva asistente personal.


—Encantada —sonreí, ofreciéndole la mano.

—Un placer, preciosa —contestó, sonriéndome de vuelta.

—Cualquier cosa que necesites, pídesela a él, no solo es el chófer, también


un buen amigo.

—Me hace la pelota porque sabe que su hermano me martiriza a diario.


Pero bueno, los quiero a los dos por igual —hizo un guiño—. Os dejo, voy
a ver si ya está listo el señorito.

Entramos en el ascensor y, como Kevin no me veía porque estaba con el


móvil en la mano, sonreí a Dana saludándola mientras movía los dedos de
mi mano.

Para chula, yo, aunque no quería discutir con ella, pero esa mujer se iba a
enterar del humor que me gastaba yo a veces.

Que no me iba a casar con Kevin, decía, ja, ja.

Cuando él se guardó el móvil en el bolsillo, me cogió por la cintura y,


pegándome a su cuerpo, comenzó a besarme despacio, dejando algún que
otro mordisquito.

Me llevó de la mano por el parking hasta el coche, subimos y salimos de la


ciudad para ir a comer a un restaurante que era precioso.
Simulaba ser una cabaña de madera, y nada más entrar, el delicioso aroma a
carne asada hacía salivar.

Nos acomodaron en una mesa al fondo, junto a un ventanal que daba a unas
vistas impresionantes del bosque que había cerca.

Era como una de esas postales que compras en tiendas de souvenirs como
recuerdo.

Durante la comida no dejó de cogerme la mano por encima de la mesa cada


vez que tenía ocasión, se la llevaba a los labios y me dejaba un beso,
además, me miraba de ese modo que me ponía nerviosa, pero me gustaba
porque lo hacía con cariño, aparte de deseo.

—¿Quieres ir a casa a tomar café? —preguntó, antes de pagar la cuenta.

—No, no, me voy a la mía, que al final veo que me lías y…

—Bueno, pues te dejo en tu casa.

—Puedes subir a tomar café, si quieres.

—¿Solo café? —susurró en mi oído, y noté que llevaba la mano por debajo
de mi falda.

—Para, Kevin, aquí no —protesté, pero me eché a reír al ver que ponía cara
de pena.
—Venga, vamos para tu casa.

Pagó, dejando una buena propina, y fuimos hacia mi casa. En el camino no


dejaba de acariciarme la rodilla, yendo cada vez más hacia el muslo y
tratando de tocar mi zona, pero yo no lo dejaba.

Dejó el coche cerca del edificio, cogió mi maleta y caminamos mientras me


llevaba con su brazo sobre mis hombros.

Iba diciéndome tonterías mientras subíamos, abrí la puerta y se me cortó la


risa de repente.

—¿Qué ha pasado? —pregunté, al ver cómo estaba el apartamento.

Todo tirado por el suelo, cajones y puertas abiertas, parecía que hubiera
pasado un huracán allí dentro.

Entonces, me temí lo peor.

Salí corriendo al escondite en el que tenía mi hucha, y no estaba. Se la


habían llevado, así como la televisión y a saber qué más.

—Me han robado —sollocé, tapándome la cara con ambas manos,


arrodillada en el suelo—. Se han llevado todos mis ahorros y me han dejado
sin nada.

—Emily —escuché a Kevin a mi espalda, se arrodilló y me abrazó con


fuerza—. No llores, preciosa. Al menos, no estabas aquí cuando pasó.
—No me queda nada, nada —lloré aún con más fuerza, no podía creer lo
que me había pasado.

Kevin me abrazaba, tratando de calmarme mientras me acariciaba la


espalda y susurraba palabras de aliento, pero yo no tenía consuelo.

—¿Qué se han llevado, preciosa? —preguntó, cuando me levanté, tras


limpiarme las mejillas.

—Mi dinero, todo lo que tenía, los ahorros de mi trabajo.

—¿No lo tenías en el banco? —Frunció el ceño.

—No —contesté, negando con la cabeza—. En los eventos, había veces que
no me tenían asegurada, y me pagaban allí directamente, así que eso iba a
mi hucha.

—Por Dios, Emily —le vi descompuesto, como si le hubiera pasado a él,


estaba empatizando mogollón conmigo en ese momento—. Toma —dijo,
sacando la cartera y cogiendo vario billetes.

—No, Kevin, no me des nada.

—Por favor, cógelo, no quiero que te veas sin dinero, preciosa.

—De verdad, no te preocupes, no voy a cogerlo. Aún tengo algo en la


cuenta y en la tarjeta. Con eso pasaré lo que queda hasta que cobre a final
de mes. De peores situaciones he salido, créeme. Siempre he tenido que
valerme por mí misma, Kevin.

—Emily, cógelo, por favor —me lo pedía con una pena y una tristeza en la
mirada, que hasta me sabía mal que hubiera tenido que encontrarse él
también con esto.

—Te lo agradezco, de verdad que sí —le acaricié la mejilla—, pero no lo


voy a aceptar.

—Coge ropa, te vienes a casa —dijo, llevándome al armario, aunque todas


mis pertenencias estaban en el suelo.

—No me voy a ir, Kevin, ya se han llevado lo que tenía de valor, no van a
volver. Vete, por favor, tengo mucho que ordenar —le pedí, intentando no
llorar de nuevo.

—Te ayudo —contestó, quitándose la chaqueta.

—No, por favor, vete.

Me giré, dejando el abrigo y el bolso en la cama, para empezar a recoger


todo.

Volví a llorar de nuevo y sentí a Kevin a mi espalda, pero no hizo nada, me


dejó mi espacio para que llorara tranquila. Tan solo me dio un beso en la
cabeza antes de irse.
Lo prefería así, no quería que se quedara, no quería que sintiera lástima por
mí y, mucho menos, que me ofreciera dinero.

Esta era mi vida, vivir unos días la mar de bonitos y tranquilos, hasta que
ocurría algo que me devolvía a la realidad y me golpeaba con fuerza de
nuevo.
Capítulo 20

Martes, café por litros, una ducha y maquillaje para tapar las bolsas en los
ojos, esas que se habían formado después de pasarme toda la tarde llorando,
así como parte de la noche.

Kevin me mandó un par de mensajes para saber cómo estaba, le dije que
bien, que no se preocupara, pero decía que, por supuesto, iba a hacerlo.

Salí de casa, fui a arrancar la Vespa y… no había manera.

Por más que intentaba, el motor no hacía más que ruido, pero no arrancaba.
Para colmo, empezaba a llover con mucha fuerza, así que la mañana
mejoraba por momentos.

Entre unas y otras, acabé llegando una hora tarde a las oficinas, calada hasta
los huesos, y habiendo llorado lo más grande.

—Eres carne de despido —dijo Dana, nada más verme entrar—. No hay
nada que les moleste más a los jefes, que la impuntualidad llegando al
trabajo. ¿Y qué pintas llevas? Pareces una pordiosera.
—No me toques las narices, que no tengo la mañana para tonterías.

—Y yo que pensé que te habían echado ya, y me había librado de ti.

—Tus ganas, víbora, pero te aseguro que irás a la calle tú antes que yo.

Ya me había tocado las narices, lo que me faltaba para rematar el día.

—¿Emily? —me giré al escuchar que me llamaba Jens.

—Buenos días, ahora mismo me pongo a trabajar.

—Por Dios, ¿qué te ha pasado, mujer?

—Es una larga historia.

Me hice a un lado, dejándole ahí plantado, y fui a mi puesto.

La verdad es que daba pena verme y volvieron a entrarme ganas de llorar.

—Emily, ¿qué te ha pasado? —preguntó Kevin.

—Siento llegar tarde, si me vais a despedir por eso…

—¿Quién ha hablado de despedirte? Por el amor de Dios, preciosa, me


tenías preocupado. Te he llamado y daba apagado. He estado a punto de ir a
buscarte. ¿Qué ha pasado?
—No me arrancaba la Vespa, lo intenté varias veces, pero nada, empezó a
llover, me tocó correr para coger un autobús y… bueno, lo perdí, así que me
calé viva mientras esperaba en la parada a que llegara el próximo. Oh, sí, y
el móvil se me debió quedar sin batería mientras me duchaba y no me di
cuenta. Lo siento mucho, de verdad.

—Preciosa, otro día avísame y mando a Mike a buscarte.

—Sí, que para eso estoy yo aquí —dijo el susodicho, a quien no había visto
llegar con Kevin—, no solo para que Jens me tenga esclavizado.

—¡Te he oído, quejica! —gritó Jens, que venía hacia nosotros.

—Estás empapada, deberías cambiarte de ropa antes de que cojas una


pulmonía.

—No tengo aquí ropa para cambiarme, Kevin —volteé los ojos.

—Eso lo arreglamos ahora mismo. Mike, ve a la tienda por un traje, zapatos


y ropa interior.

—¡Sí, hombre! Lo que me faltaba, que le digas a tu amigo que me compre


ropa. Por Dios, qué vergüenza.

—¿Qué pasa? —preguntó Amara— ¡Emily! Pero, ¿qué te ha ocurrido?

—He llegado tarde y empapada por la lluvia. Esa es la versión resumida.


—Madre mía, ven conmigo, tengo algo de ropa en mi despacho.

Bueno, pues al final ella me iba a salvar de morir congelada o coger una
pulmonía.

—Espero que te sirva, tengo un poco más de cadera que tú.

—Tranquila, que ahora mismo, hasta con una casaca me sentiría mejor que
con esto. Si es que, tengo una mala suerte. Qué verdad esa de que las
desgracias nunca llegan solas.

—¿Qué más te ha pasado hoy? Mira que es temprano aún.

Me acompañó al cuarto de baño y, mientras me secaba un poco y me


cambiaba la ropa, le fui contando lo del robo y todo lo de esta mañana.

—Pues sí que te ha caído todo junto, sí. Bueno, tranquila, que ya verás que
todo se arregla.

—Sí, al menos no me han despedido por llegar tarde.

—Los hermanos Acker no son así, tranquila.

—Eso espero, porque solo me faltaba quedarme otra vez sin trabajo —dije,
saliendo del aseo—. Muchas gracias por la ropa.

—No hay de qué —sonrió.


—Bueno, me voy a trabajar, que hoy me quedo echando horas.

—No será necesario, anda, relájate que te veo muy nerviosa.

Me encogí de hombros, y es que no era para menos. ¿Cómo no iba a estar


nerviosa con la que tenía encima?

No me arrancaba la Vespa, tendría que llevarla después al taller y, a saber,


cuánto me costaba repararla.

Kevin y Jens, estaban en el despacho de este último, hablando con Mike y


cuando iba a entrar yo al mío, me asaltó Dana.

—Desde luego, mira que das pena. A todos los empleados nos regalaron un
coche de la empresa, y a ti no. Para que veas, lo insignificante que eres para
Kevin.

—Dana, no me busques, que me encuentras.

—Lo que quiero es que te vayas, y sé que veré llegar ese día con la mejor
de mis sonrisas.

—Pues cuando lo hagas, asegúrate de tener los dientes bien limpios, que se
te ha quedado algo de chocolate en ellos.

Cerró la boca inmediatamente y se marchó al cuarto de baño.


Yo solo tenía ganas de llorar, de que se acabara el día o, mejor dicho, la
semana, porque si llevaba dos días y estaba siendo así de maravilloso, no
quería imaginar cómo acabaría.

Hice mi trabajo sin que me molestaran ni me pidieran más nada, ni Kevin,


ni Jens, todo lo contrario, me enviaron algunas peticiones por e-mail, pero
eran para que las hiciera al día siguiente.

Así de agobiada debieron verme cuando llegué.

Cuando salí para marcharme a casa, no estaba Dana por ningún lado, en
cambio, escuché la risa de Amara en el despacho de Kevin, y también la
suya.

Sé que no debería, pero… salió mi vena cotilla.

Me acerqué a la puerta y comprobé que hablaban en susurros, además de


reírse más aún. Y, en un momento dado, hasta me pareció escuchar lo que
creí que podría ser un gemido.

Me aparté de la puerta como si quemara, salí de las oficinas y fui directa a


coger el autobús.

No quería pensar en eso, no quería comerme la cabeza, así que aproveché el


viaje del camino para llamar al mecánico que siempre me revisaba la Vespa.

Tal como me había dicho, ya estaba esperándome cuando llegué. Le di las


llaves, hizo el intento de arrancar y, como no pudo, hizo un par de
comprobaciones, le cambió la batería y mi Vespa estaba como nueva.
—Listo, guapísima.

—Muchas gracias, no puedo permitirme el lujo de llegar tarde al trabajo


todos los días.

—Esa todavía te aguanta un tiempo, así que, no te agobies.

—¿Cuánto me va a costar? Y, lo más importante…

—Emily, que ya nos conocemos desde hace tiempo. Cuando puedas, me lo


pagas.

—Muchas gracias Ben, de verdad.

Me despedí de él, subí a casa y, tras poner la ropa que me había dejado
Amara, junto con la mía, a lavar, fui a darme una ducha calentita, me
preparé una sopa de sobre que tenía, y, nada más comer, me quedé dormida
en el sofá.
Capítulo 21

Le debía a Ben la vida, desde luego, porque mi querida Vespa hoy sí que me
había dado la alegría de que volvía a arrancar perfectamente, como la tarde
anterior.

Llegué a las oficinas y, en cuanto aparqué, no tardó en aparecer Kevin por


allí con su coche.

Pensé en lo que me había dicho Dana, eso de que a todos los empleados les
habían regalado un coche de la firma, menos a mí. A ver, por un lado, hasta
lo veía normal, pues yo acababa de llegar, ya me tocaría a mí estrenar
coche, y seguro que sería uno de esos últimos modelos que estaban sacando
ahora.

—Buenos días, preciosa —dijo, rodeándome por la cintura para darme un


beso— ¿Cómo estás hoy?

—Mejor, al menos no he cogido una pulmonía por la lluvia de ayer.

—Tienes que cambiar ya, y comprarte un coche.


—O esperar a ver si me regalan uno con los cupones del café o algo de eso
—dije, a ver por dónde salía.

—No sabía que sorteaban coches con el café.

—Ni yo —volteé los ojos.

Subimos al ascensor y, como dos días antes, no perdió la ocasión de darme


algunos besos hasta que se abrieron las puertas.

La sonrisa que Dana lucía al ver a Kevin, se transformó en esa cara de odio
en cuanto fue consciente de que yo estaba con él.

La saludamos y continuamos por el pasillo, cada uno yendo a su lugar de


trabajo.

Salí para preparar los cafés, como siempre, primero se lo llevé a Jens.

—¿Estás mejor, asis? —preguntó, poniendo cara de pena.

—Sí —sonreí—. Y deja de llamarme así, que tengo nombre.

—Me gusta más asis. Para que veas que tengo mucha confianza contigo.

—Desde luego, no hay quien te quite una idea de la cabeza, ¿eh?

—A veces sí, mi hermano, o alguno de mis padres, pero pocas.


—Bueno, voy a llevarle el café a tu hermano, y me pongo con lo que me
dejaste ayer en el e-mail.

—Gracias, asis —hizo un guiño y me eché a reír.

Cuando entré en el despacho de Kevin estaba con Amara, revisando algunos


papeles.

Ella se había colocado a su lado, demasiado inclinada a mi modo de ver, y


dejando bien expuesto su generoso escote ante la vista de Kevin.

—Buenos días, aquí está tu café —sonreí, dejándolo en la mesa—. Amara,


¿te traigo uno a ti?

—Oh, no, muchas gracias.

Asentí y regresé a mi despacho a trabajar.

Ahí estuve toda la mañana hasta que Kevin me dijo que salía a tomar café
con uno de sus mejores clientes.

Aproveché ese momento para hacer una paradita y fui a tomarme un café a
la sala, pero cuando volvía para seguir trabajando, vi que Dana estaba de
pie en la recepción, cruzada de brazos.

—Tú, ven aquí —me llamó.


Resoplé, sabía que iba a querer bronca, pero bueno, me daba igual, yo
pasaba de seguirle el juego.

—¿Qué quieres? Tengo mucho que hacer —le dije.

—Quiero que dejes en paz a Kevin, ese hombre es mío. Mucho me ha


costado mantenerme en este puesto y que me mire como a una mujer, y no
como a una empleada, para que llegues tú, una mosquita muerta de hambre,
a quitarme lo que me pertenece.

—Tú estás enferma, Dana. Yo solo he venido aquí a trabajar, nada más.
Pero, oye, que, si le he caído bien al jefe, pues mira qué bien, será porque
soy un amor.

—Lo que eres es una aprovechada, que entraste aquí a trabajar buscando
que te mantenga.

—No voy a aguantar que me faltes más el respeto, ¿te queda claro? Y no
soy ninguna aprovechada, ni caza fortunas, ni nada de eso.

—Voy a conseguir que te vayas, ya verás, antes de lo que esperas, estás de


patitas en la calle.

—Sí, Dana, lo que tú digas —me giré para irme al despacho, pero noté que
me tiraba de la coleta.

—¡A mí no me des la razón como si fuera idiota!


—¡Suéltame, que me haces daño! —La cojo de las manos, pero ella sigue
tirándome del pelo.

No deja de decirme que no voy a conseguir a Kevin de ninguna manera, que


ese hombre pronto me dejará y se olvidará de mí.

—No eres nada para él, solo una más que llevarse a la cama uno días, y ya
—dijo, sin soltarme.

—¿Qué demonios está pasando aquí? ¡Dana, suéltala! —escuché gritar a


Mike, y pronto dejo de notar esos tirones que estaban haciendo que hasta
me doliera la cabeza.

—Déjame, que esto no te incumbe, Mike.

La miro y veo que él la tiene sujeta por la cintura, suspendida en el aire,


porque la muy víbora quiere seguir viniendo a por mí.

—Dana, ¿es que te has vuelto loca?

—Sí que está loca, sí —contesté yo.

—¿A qué vienen esos gritos? —preguntó Jens, saliendo de su despacho.

—Dana le estaba tirando del pelo a Emily —respondió Mike.

—No me digas que os estabais peleando por mí, asis.


—Jens, vete un poquito a la mierda —le dije, sin importarme ya nada en
absoluto.

Fui a recoger mis cosas y me marché, y eso que aún faltaba una hora para
que pudiera hacerlo.

Pero era eso, o quedarme y matar a Dana con la grapadora. Sí, con la
grapadora, que me lo había imaginado mientras me tiraba del pelo. Tal vez
esa ilusión fue producto del dolor.

—Ojalá te despidan por esto. No te puedes ir cuando te dé la gana —dijo


Dana, cuando me vio entrar en el ascensor.

—Tiene mi permiso, y déjala ya en paz, o la que acaba en la calle, eres tú


—contestó Jens, que se giró y, con una sonrisa y un guiño, se despidió de
mí.

Estaba cansada de esa mujer, haciéndome la vida imposible desde que


llegué. No sabía qué más me esperaba con ella.

Llegué a casa y me metí directamente en la cama después de poner el móvil


en silencio, sabía que Kevin me llamaría y no tenía ganas de hablar con él,
ni de darle explicaciones.

Si él sabía la clase de persona que tenía en su empresa y no ponía remedio,


poco podía hacer yo, que no le iba a decir que la despidiera por mí.

Estaba tan agotada, física y mentalmente, que acabé cayendo en un sueño


tan profundo, que me desperté cuando ya era de noche, me hice un
sándwich para cenar, fui a darme una ducha, y me volví a acostar.

¿Miré el móvil? No, no quería ver si Kevin me había escrito, llamado, o


mandado la carta de despido por e-mail.

Que se terminara pronto la semana, o acabaría dándome un infarto.


Capítulo 22

Kevin: Buenos días, preciosa. Espero que estés bien, ya que ayer no me
contestaste a los mensajes. Ya me contó Jens, y Mike también, no creo que
Dana vuelva a decirte nada, después de la charla que tuve con ella. Te veo
en la oficina.

Sí, así fue mi despertar esa mañana de jueves.

Me tomé el desayuno con calma y de lo más tranquila, la verdad es que no


tenía prisa por llegar al trabajo y ver a Dana, en serio que no.

Pero bueno, llegué cinco minutos antes de la hora en la que entraba, y


cuando salí del ascensor, ahí estaba ella, sentada en la recepción.

Cuál no sería mi sorpresa al ver que me ignoraba, como si no me hubiera


visto, que hasta creí que estaba soñando.

Vi que Jens y Kevin, ya estaban en sus respectivos despachos, así que dejé
mis cosas y fui a prepararles el café.
—Buenos días, aquí tienes tu café, Jens —dije, entrando y dejándolo sobre
la mesa, él estaba de lo más centrado mirando algo en el ordenador.

—Gracias, asis. ¿Estás más tranquila?

—Sí.

—Me alegra escuchar eso. Oye, ¿puedes revisar esto? Necesito que me lo
pases a limpio, por favor, ya sabes, mi letra no la entiendo ni yo.

—Tranquilo —sonreí, cogiendo varias carpetas que me había dado.

Fui al despacho de Kevin y al verme, me recibió con una bonita sonrisa,


además de un abrazo y un beso rápido.

—No hagas eso aquí, por favor —le pedí, agachando la mirada.

—Hago lo que quiero, que para eso soy el jefe.

—Pues precisamente por eso, que Dana está a la que salta.

—Ya no más, por la cuenta que le trae.

—Bueno, no descartes nada. Me voy a trabajar, que tengo trabajo de tu


hermano.

—Espera, quiero hablar contigo —dijo, cogiéndome la mano antes de que


saliera de su despacho y cerrando la puerta—. Mañana es viernes.
—Sí, por fin me libro de ver dos días seguidos a esa víbora.

—Aparte de eso, es el cumpleaños de mi padre.

—Pues que lo pases bien —corté rápido, porque no quería que siguiera
insistiendo en que le acompañara.

—Vas a venir, deja de hacerte la remolona, anda —dijo, besándome el


cuello.

—Para, que al final, nos pillan.

—No va a entrar nadie, antes de abrir, llaman.

—Kevin, no voy a ir al cumpleaños de tu padre, no pinto nada allí.

—Claro que pintas, acompañarme a mí, y hacer que no me aburra rodeado


de toda esa gente.

—En serio, no voy a ir. Además, no tengo nada que ponerme.

—Ya lo veremos.

—Ya tanto que sí. Me voy a trabajar, que me pagas para eso.

Se echó a reír, salí del despacho y fui a pasar a limpio lo que me había
entregado Jens.
La mañana se me fue más rápido de lo que pensaba, y cuando acabé con
todo, ya era casi la hora de marcharme.

De nuevo las risas de Amara en el despacho de Kevin, aquello me tenía de


lo más intrigada, así que, tuve que dejar salir a la cotilla que llevaba dentro.

—Aquí tienes, Jens.

—Muchas gracias, asis. Te invito a comer, ¿me dejas?

—No —sonreí—, me voy a casa que me espera un rico plato de carne


guisada.

Mentira, hoy también tocaba comer poco, era lo que tenía el que me
hubieran robado hasta el último céntimo de mis ahorros.

Andaba con lo justo en la nevera, en la despensa, y en la cartera. Qué vida


más estupenda la mía.

—Venga, no me haga el feo, anda, asis.

—De verdad, que no. Además, estoy cansada, me acostaré pronto —más
que nada, porque no tenía televisión y no podía distraerme viéndola un rato.

—Como quieras, pero tienes que dejarme que te invite algún día.

—Quién sabe. Oye, ¿puedo hacerte una pregunta?


—Claro, dime.

—¿Entre Kevin y Amara, hay algo?

—No, nunca lo hubo, ni lo habrá. ¿Sabes que es hija de nuestra nana, la


mujer que nos cuidaba cuando éramos pequeños?

—Sí, me lo dijo Kevin.

—Pues es algo así como una hermana para los dos. Ella es de mi edad,
apenas nos llevamos unos meses. Es la pequeña de los tres.

—Es que… no sé, los veo con mucha complicidad, y esas risitas que se
escuchan en su despacho. No me hagas caso, son tonterías mías. Me marcho
ya, nos vemos mañana.

—Muy bien, descansa, asis favorita.

—El día que me llames por mi nombre, no sé lo que hago contigo.

—Cenar, una cena romántica, ¿qué te parece?

—No tienes remedio, Jens —reí, saliendo al pasillo.

Recogí mis cosas, pasé por delante de Dana y volvió a ignorarme. Al final,
Kevin iba a tener razón y esa mujer ya me iba a dejar tranquila de verdad.
Antes de ir a casa compré pan recién hecho, era la ventaja de tener una
panadería cerca, que estaban haciendo pan continuamente, por lo que
siempre compraba la barra calentita.

Me encantaba comerme así un pedazo mientras subía a casa, era mi vicio.

En cuanto llegué, me hice un filete de pollo a la plancha, puse mahonesa en


el pan, tomate, lechuga y el filete, y me senté a comer mientas veía algunos
vídeos de Tik Tok, ya que no tenía televisión, me entretendría con ellos.

Y entonces se me pasó por la mente mirar vestidos en Internet, no sabía


muy bien para qué, puesto que no iba a ir al cumpleaños del padre de
Kevin, pero bueno, por echar un vistazo a ver qué era lo que se llevaba en
alta costura, ya que no iba a gastarme ni un euro.

Había varios vestidos que me encantaban, eran preciosos, de verdad que sí,
y hasta me habría comprado un par si pudiera, para ir al cumpleaños con
Kevin, o a alguna de esas cenas benéficas a las que sabía que acudía de vez
en cuando.

Dejé el móvil, recogí todo y fui a darme una ducha para después,
acomodarme en el sofá, con mi manta y una taza de cacao caliente, a leer un
poco.

Y el tiempo pasó tan rápido, que me acabé el libro, cené y me fui a la cama.
Ya solo me quedaba un día para poder descansar y no ver a la víbora.
Capítulo 23

En cuanto salí del ascensor, y Dana no me hizo el más mínimo gesto,


ignorando mi presencia por completo, me sentí feliz como si me hubiera
tocado la lotería.

No había rastro ni de Jens, ni de Kevin, cosa que me extrañaba, la verdad.


Entré en mi despacho y vi que tenía un par de notas de ellos.

Jens: Buenos días, asis, aunque para mí son tardes, que sigue siendo jueves.
No voy a ir por la oficina, así que, aquí te dejo los pendientes para hoy.
Gracias, eres la mejor asis del mundo mundial. Tu jefe favorito. Jens.

Si es que me tuve que reír, anda que no tenía guasa en muy jodido.
Ahí tenía una buena pila de carpetas que me había dejado el menor de los
hermanos.

La nota de Kevin era un poco más escueta, solo me decía que no iba a venir
porque tenía algunas reuniones fuera.

Pues nada, a pasarme la mañana organizando todo eso que me había dejado.
—Buenos días, ¿Emily Becker? —preguntó un chico.

Miré hacia la puerta y vi un repartidor con una caja negra enorme, y un lazo
color nacarado.

—Sí, soy yo.

—Estoy es para usted. Si me firma la nota de entrega, por favor.

—Claro.

Firmé, esperé a que se marchara, y abrí la caja. Encontré un papel de seda


negro y, sobre él, un sobre blanco. En cuanto lo saqué y vi la letra, sonreí.

“Te dije que, quien no arriesga no gana, y a mí me gusta ganar. Te recojo a


las ocho, y lleva una maleta con ropa como la del otro día”

No podía creer que siguiera insistiendo en que fuera al cumpleaños, pero es


que, cuando retiré el papel, y vi lo que había debajo, no me lo podía creer.

Era un precioso vestido blanco, entallado, de tirantes finos, escote en v,


espalda al aire y la falda con algo de caída.

No solo eso, le acompañaban un chal negro, un bolso de mano y unos


zapatos de tacón a juego.
Me sentí tentada de llamarlo, pero decidí que no, iba a hacer como que no
había recibido nada.

Continué trabajando hasta la hora de salida, en la que cogí mis cosas, caja
incluida, y salí del despacho. Ni Dana se dirigió a mí, ni yo tampoco.

Llegué a casa, me preparé una sopa y una tortilla rápida, terminé de comer y
estuve dos horas pensando si ir, o no ir.

Kevin: Recuerda, a las ocho te recojo.

Ese era el mensaje que acababa de recibir, pero que no, no iba a ir.

Kevin: Vas a ir, deja de pensar que no vendrás.

Joder, ni que se hubiera metido en mi cabeza para saber lo que pensaba, o


no.

Kevin: No te olvides de la ropa para el fin de semana, y el lunes poder ir a


trabajar. ¿O nos cogemos el día libre? Lo pienso.

Sonreí, pero es que ese hombre estaba muy seguro de que yo iba a ir al
cumpleaños.

Me recosté en el sofá a mirar en Internet, no quería pensar en Kevin, porque


no me parecía bien ir a su casa, sin que sus padres supieran nada.

Kevin: Tienes hora y media para estar lista, preciosa.


Pues sí que me metía prisas, sí. Reí, me levanté y fui a preparar la maleta,
ducharme y vestirme para la ocasión.

Busqué un tutorial para un recogido fácil y rápido que hacerme en el pelo, y


cinco minutos antes de las ocho estaba lista.

En cuanto me mandó el mensaje de que bajara, allí que fui yo.

Me sentía como una actriz de televisión, toda elegante, pero tenía miedo de
desentonar, aunque bueno, había acudido a suficientes eventos, por trabajo,
como para saber de qué modo comportarme.

—Estás realmente preciosa, Emily —dijo Kevin, cuando llegué al coche.


Me rodeo por la cintura y me besó, uno de esos besos que había visto tantas
veces en el cine.

—Tú también vas muy guapo con ese traje.

—Les vas a encantar a mis padres.

No dije nada, porque, ¿qué podía decirle? ¿Si iba a presentarme como una
novia, o algo así? Nada, mejor callar y no meter la pata.

El camino lo hicimos hablando de Dana y de que no me había vuelto a


increpar, pero yo sabía que acabaría volviendo a las andadas.
Llegamos a casa de sus padres y me quedé impresionada. Parecía una
mansión, o lo era, a saber, porque esa familia era de mucho dinero.

Los jardines decorados con guirnaldas iluminando el camino, rodeada de


árboles, las paredes de la casa eran en piedra gris, y tenían una gran escalera
para subir hasta la entrada.

—Kevin, hijo, qué alegría verte —dijo el que supuse era su padre, por el
gran parecido que había entre ambos y del que Jens, también había
heredado algunos rasgos.

—Felicidades, papá —contestó él, con un abrazo.

—Muchas gracias. Vaya, ¿y esta joven quién es?

—Papá, te presento a Emily, asistente personal de Jens y mía.

—Encantada, señor Acker, y felicidades —sonreí, tendiéndole la mano, esa


que él estrechó sin dejar de mirarme como si yo no fuera más que mosquito.

—Gracias, gracias. Pasad, tu madre está por ahí dentro.

Y así nos despachó, dando paso a alguien que había detrás nuestro y que, a
ojos de ese señor, debían ser más importantes que yo, pero no creí que
fueran más que su hijo.

—No se lo tomes en cuenta —susurró Kevin, como si leyera mi mente—,


ya te dije que él es muy serio.
Sonreí, pero no me había gustado el modo en que me había mirado ese
hombre, desprecio es lo que vi en sus ojos.

—Ahí está mi madre, ven —Kevin puso la mano en mi cintura y me guio


hasta ella.

—Mamá, estás cada día más guapa.

—¡Hijo! —gritó ella, abrazándolo y besándole varias veces en la mejilla—


Tú sí que estás guapo, no entiendo cómo puedes estar soltero, de verdad.

—Mamá, ella es Emily, trabaja para Jens y para mí.

—Hola preciosa —sonrió y me dio un abrazo, como a su hijo, de lo más


afectuoso.

Se quedó con nosotros hablando un rato, y me pareció una mujer de lo más


encantadora. Desde luego, Jens había salido a ella, tenía algunas
ocurrencias, que nos hacían reír, sí o sí.

Y por ahí venía Jens, poco después, con Dana. Me puse de los nervios, de
verdad, pero tenía que disimular y sonreír.

Me quedé a solas con Kevin, que me iba diciendo quienes eran los invitados
que paseaban por la casa, disfrutando de los canapés y las copas que servían
los camareros del cáterin.
Y entonces recordé mi trabajo anterior, esos eventos a los que acudía, y era
yo quien servía a los asistentes.

Vi a la madre de Kevin así de pasada, hablando con Dana, o, más bien


aguantándola, y es que tenía esa pobre mujer una cara de querer que la
rescataran, que, cuando se dio cuenta de que la miraba, sonrió y, agitando la
mano, vino hacia mí, eso sí, Dana iba detrás.

—¡Emily, cariño! —Me dio un abrazo— ¿Cómo lo estás pasando?

—Bien, bien.

—Mira, te voy a presentar a una íntima amiga mía… —dijo, girando y


dejando a Dana ahí plantada.

Me llevó hasta la cocina, y allí solo había camareros y gente preparando


bandejas con comida y bebida.

—Por Dios, no soporto a esa mujer, de verdad que no. No me gusta nada, es
una trepa. Esa quiere a mi hijo Kevin, a toda costa.

—Veo que no soy la única que no la traga —sonreí.

—Tú lo tienes peor, que la aguantas todos los días.

—Ni que lo diga, me la tiene jurada y no sé por qué —me encogí de


hombros, y ella cogió dos copas de vino, ofreciéndome una.
—Pues que no pueda contigo, ¿me oyes? Tú eres mejor que ella, así que, ni
te achantes, ni te rebajes a sus desplantes.

—Vale, jefa.

—¿Jefa? —rio.

—Claro, es la madre de mis jefes.

—Será mejor que salgamos, que solo falta que la trepa ronde a Kevin.

Me puse de los nervios al escucharla decir eso, así que, regresamos las dos a
la zona en la que estaba congregada toda la gente, localizamos a Kevin y
ahí que fuimos.

Pero no me libré de las maldades de Dana, no, demasiado bonita me estaba


pareciendo la noche.

La muy víbora, fingió tropezar y todo el contenido de su copa de vino,


acabó derramado sobre mi vestido.

Me pidió disculpas, sí, pero con esa sonrisa maquiavélica que nadie más
vio.

—Por favor, llévame a casa, Kevin, no quiero seguir aquí —le pedí, su
madre me escuchó y, a pesar de lo que habíamos hablado antes, asintió.
—Será mejor que os marchéis, hijo, no quiero que tu padre ponga el grito
en el cielo por esa mujer.

—Despídeme de él, mamá —le dijo, dándole un beso.

—No dejes que ella gane, ¿de acuerdo? —susurró su madre en mi oído—
Me gustas tú más que ella para mi hijo.

Eso me hizo sonreír, pero la verdad es que yo no lo veía tan claro.

Salimos de la casa, Dana se quedó mirando con furia, ya que imagino que
pensaría que Kevin se quedaría y yo me iría sola, pero me daba igual, que
pensara lo que quisiera.

—Este no es el camino a mi casa —dije, cuando vi que iba directo hacia la


suya.

—Lo sé, pero te dije que íbamos a pasar el fin de semana juntos.

No dije nada, porque, ¿de qué iba a servir? La verdad es que estaba
deseando pasar el fin de semana con él, así que, otros dos días de paz y
tranquilidad en aquel maravilloso lugar.
Capítulo 24

Nada más llegar, me quité los zapatos y el vestido, esa víbora lo había
dejado bonito con el pedazo de mancha de vino.

—Esto no sale, qué pena —murmuré, mirándolo.

—Lo llevaremos a una tintorería, no te preocupes.

—Me da pena, te debió costar un dineral.

—Bien invertido ha sido, desde luego, porque te quedaba perfecto —dijo,


abrazándome por detrás mientras me besaba el cuello.

—Estoy en ropa interior, me podrías dejar vestirme, al menos.

Se apartó, sacó una camiseta suya del cajón y me la dio.

—Ponte eso, que nos vamos al sofá junto a la chimenea.


Se desnudó delante de mí, se puso un pantalón y una camiseta, y me cogió
en brazos para llevarme al salón.

—Oye, que puedo andar, ¿eh?

—Ya lo sé, pero hoy no andas más que lo justo. ¿Te apetece una copa?

—Y dos, o tres. Vamos a emborracharnos, total, mañana no se trabaja.

—¿Segura? —Arqueó la ceja.

—Completamente.

—Pues espera aquí, que voy por la botella.

Me dejó en el sofá y regresó poco después con las copas y una botella de no
sé qué, pero estaba rico.

Una copa, después otra, y otra más, así hasta que acabamos con esa bebida
dulzona y afrutada.

—Odio a Dana —dije, dejando mi copa vacía en la mesa—. Bueno, creo


que es recíproco, aunque ella me odia de mucho antes que yo.

—No creo que te odie.

—Por supuesto que lo hace. No deja de decirme que eres su hombre, y que
no me acerque a ti.
—No soy suyo y nunca lo seré. Ven aquí, preciosa —contestó, cogiéndome
en brazos para sentarme a horcajadas en su regazo.

—Te quieren todas las mujeres, ¿eh? Eres un Casanova.

—Pero yo no quiero a todas.

—¿Quieres a alguna?

—En estos momentos, a ti —respondió besándome, y a mí se me fue la


cabeza a otro mundo.

Me quería, ¿había dicho que me quería? Bueno, realmente, había dicho que
en estos momentos me quería a mí.

Y ya sabía yo para qué, si estaba comenzando a subir las manos por mis
nalgas mientras me acercaba más a él, haciendo que nuestros sexos se
rozaran, y de qué manera. Me estaba encendiendo por momentos, de verdad
que sí.

Entrelacé los dedos en su cabello, despeinándolo, y él me mordisqueó el


labio, volviendo a besarme y moviéndome cada vez más.

Hasta me escuché gemir, y creo que eso fue lo que necesitaba Kevin para
saber que me tenía tal y como él quería.
Me quitó la camiseta y el sujetador, lamió y mordisqueó mis pezones para
después recostarme en el sofá. Se colocó entre mis piernas y, sin dejar de
mirarme, fue bajando mi braguita hasta tenerme completamente desnuda.

—No me canso de mirar, y mucho menos de tocarte, Emily —dijo,


inclinándose para comenzar a besarme desde el pecho, hasta mi zona,
pasando por el vientre.

Me acariciaba las piernas, subía las manos por mis costados y acabó
masajeándome los pechos, pellizcándome los pezones y volviendo a bajar
por mis brazos hasta entrelazar nuestras manos.

—Voy a hacer que disfrutes, y te olvides de lo que ha pasado esta noche —


susurró, antes de besarme.

Lo vi quitarse la camiseta y, no sé cómo, pero se las arregló para


inmovilizarme las manos con ella alrededor de mis muñecas.

—Deja los brazos así, y no me toques en ningún momento, ¿de acuerdo? —


dijo, llevando ambos brazos por encima de mi cabeza.

—Pero…

—Nada de peros, confía en mí, sé que te va a gustar.

Asentí, le observé y dejé la mente en blanco para centrarme solo en lo que


él me hacía.
Cogió un hielo de los que aún quedaban en la copa, lo pasó por mi pezón,
haciéndome estremecer ante el contacto de aquello tan frío. Lo llevó hasta
el otro y siguió el mismo proceso.

Lo bajó despacio por mi cuerpo, jugueteando con él sobre el vientre, y


acabó pasándolo varias veces por entre mis labios vaginales.

—Kevin, por Dios.

—Tranquila, ya está —me hizo un guiño, dejó el hielo en la copa y pasó la


lengua haciendo el mismo recorrido que había hecho con el hielo.

Cuando llegó a mi zona, jadeé al sentirla tan despacio por ese lugar.

Arqueé la espalda y noté que él sonreía, hasta que comenzó a pasar el dedo
y juguetear con mi clítoris.

Seguía utilizando la lengua y el pulgar para excitarme, y fue cuando me


penetró con el dedo haciéndome gritar.

Mientas él lo llevaba tan profundo cómo podía, yo movía las caderas para ir
a su encuentro, de modo que él, comenzó a ir más rápido y acabé
dejándome llevar por el brutal orgasmo que me hizo sentir.

Subió besándome el cuerpo, hasta que llegó a mis labios y compartió


conmigo el sabor de mi excitación.
Me miró fijamente a los ojos, se puso el preservativo y me penetró, rápido y
fuerte, colmándome por completo.

Yo me sostenía cómo podía en el sofá, mientras él me agarraba por una


nalga dejando un poco más abiertas mis piernas y me besaba mientras me
penetraba una y otra vez.

Noté que buscaba mis manos con la que tenía libre, así que me solté y él la
entrelazó con una de las mías.

Aquello era más que sexo, en ese momento sentía que estábamos
conectados completamente.

Comenzó a ir más rápido cada vez, hasta que ambos notamos que
estábamos cerca de alcanzar ese clímax que nos envolvía.

Y lo alcanzamos, vaya si lo hicimos. Kevin se dejó caer sobre mí, con la


respiración entrecortada como yo la tenía, y me abrazó tras liberarme las
manos.

—¿Qué tal, señorita Becker?

—Agotada, señor Acker.

—Pues esto no ha hecho más que empezar, preciosa.

Me cogió en brazos, llevándome a la cama entre besos, y ahí dimos rienda


suelta de nuevo a esa pasión que nos invadía cuando estábamos juntos.
Y es que, si él decía que se había vuelto adicto a mí, yo estaba
completamente segura, que me había pasado lo mismo.

No podía dejar de besarlo, tocarle o sentirle.

Pero, lo que más me gustaba, era cuando me abrazaba hasta que me


quedaba dormida.
Capítulo 25

—Vale, mamá, se lo diré. Un beso.

Dijo, hablando por teléfono en la cocina cuando llegué al ver que no estaba
en la cama.

—Buenos días, Kevin —sonreí.

—Buenos días, guapa. Aquí que he aguantado a mi madre una hora


diciéndome de que no te deje ir de las oficinas en mi vida, que quedó
encantada contigo —arqueó la ceja.

—Me alegro de haberle caído bien —sonreí mientras él me rodeaba y me


daba un beso en la sien.

—¿Y a quién podrías caerle mal?

—Bueno ya sabes, no me hagas que te vuelva a hacer un recorrido por mi


vida incluido el presente, Dana —volteé los ojos.
—Dejemos a todos de lado y disfrutemos del fin de semana —me cogió la
cara con sus manos y me volvió a besar —. Ahora vamos a tomar un café
—murmuró entre besos y se giró para prepararlo.

—Hoy me he levantado de lo más triste, si me notas algo raro, no eres tú,


pero me cuesta remontar este tipo de días —se me cayeron las lágrimas.

—No me gusta verte así —me echó el brazo por el hombro y me pegó a él.

—Bueno, poco a poco —me aparté.

—¿Nos lo tomamos en el porche con una mantita en las piernas?

—Sí, claro.

—¿Quieres un cigarrillo?

—Vale —sonreí.

Nos salimos y me prendí uno, la cajetilla aún seguía por más de la mitad
desde que la trajo el hermano y es que no fumábamos, pero unas caladillas
sí que apetecía en ciertos momentos.

No hacía mucho frío esa mañana, con un jersey y esa mantita por los pies,
se estaba muy bien en aquel rincón de la entrada de la casa.

Resoplé pensando y es que se me escapaban solo esos resoplidos.


—Estás pensando demasiado —acarició mi mano.

—No me encuentro bien, es como si no encajara en ningún sitio, ni siquiera


en las oficinas, no sé, tengo una sensación extraña y para colmo lo del robo,
eso me vino demasiado grande.

—No me dejas que te ayude.

—No quiero ayudas, quiero salir adelante sola, quiero que la vida deje de
golpearme, no sé, quiero ser feliz con poco, pero que con ese poco que no
me sigan pasando cosas —me volví a secar las lágrimas mientras él, me
agarraba la mano y la acariciaba.

—Lo serás, estoy seguro de que lo serás —murmuró con tristeza.

—Bueno, no quiero oscurecer el día —sonreí entre lágrimas.

—No se trata de oscurecerlo, se trata de que no estás hoy bien. No puedes


fingir lo que tu corazón siente en estos momentos en los que estás sensible.
Si te quieres desahogar, hazlo, no pasa nada. Todos en algún momento lo
necesitamos —echó la mano por mi hombro y besó mi frente.

—Dicen que todos tenemos una función al venir a la tierra. La mía debió
ser el de ser la desterrada —me reí, a pesar de que no podía contener aún las
lágrimas.

—Eres joven, te queda toda una vida por delante —tocaba mi cabello —.
Tienes un mal día, debes estar cansada de la semana, de lo que te pasó en la
casa, del cumpleaños de mi madre.
—No sé, pero este estado me aparece en muchas ocasiones y solo quiero
meterme en la cama y llorar.

—Pues no te lo voy a permitir, si vas a la cama es para disfrutar —


carraspeó, consiguiendo sacarme una gran sonrisa.

Nos quedamos allí desayunando sin salir de la casa, es más, nos trajeron el
pan con una llamada que hizo al repartidor que pasaba por la zona.

Ese día estuve de esa manera y mira que intenté por todos los medios que
no se notara, pero mi cara era el claro reflejo de lo que sentía mi corazón.

Ni siquiera esa noche lo hicimos, nos acostamos abrazados, como pasamos


el día en el sofá entre pelis y muestras de cariño. A veces se me olvidaba
que era aquel hombre impoluto dueño de la cadena Acker. Nada que ver
con lo que representaba cuando se ponía el traje chaqueta e iba a comerse el
mundo de forma empresarial y vaya si se lo comía.

El domingo sí salimos a desayunar a la cafetería por excelencia. El sol


apareció para alegría nuestra y de todos los habitantes de la zona.

Aprovechamos para ir al mercado de aquel pueblo y tomar unas cervezas,


terminamos comiendo allí antes de irnos para la casa.

Fue llegar y en el sofá nos dejamos llevar por el deseo, ese que estaba ahí
latente y lo bueno es que, ese día yo había amanecido de mejor humor.
Mientras lo hacíamos sentí que, con él, todo era diferente, pero había algo
que no me dejaba disfrutar por completo de lo que estábamos viviendo y es
que tenía una espinita que me decía que esto tenía los días contados.

Sí, un hombre como él a mi lado era algo que se me venía grande, era como
sentirme muy poquita cosa a su lado, pero bueno, es que yo me sentía así en
general, mi autoestima estaba siempre por los suelos, algo que se había
encargado mi familia de garantizar que tuviera y vaya si lo consiguieron.

Preparamos unos sándwiches para cenar y nos acostamos temprano, ya que


al día siguiente había que trabajar.

—¿Mejor? —dijo, mientras apagaba la luz.

—Sí, hoy me sentí mucho mejor.

—Lo noté y me alegro.

—A comenzar con fuerzas la semana, el deber nos espera.

—Y que no falte ese deber —sonrió y me dio un beso en los labios.

—Eso que no falte, por Dios —me reí.

Nos abrazamos para dormir y sobre su hombro me puse a pensar en cómo


nos habíamos conocido, además de los días tan bonitos que habíamos
vivido en este corto periodo de tiempo, que daba la sensación de que había
pasado un año por lo menos y no dos semanas.
La vida era sorprendente, pero claro, luego aparecía con su otro lado de la
moneda y siempre terminaba jodiéndola, con ese miedo es con el que me fui
acostumbrando a vivir y es que nunca fallaba, todo se volvía del revés
cuando la dicha me sonreía y ese era mi miedo, saber que ahora algo se
pondría feo…
Capítulo 26

Y no era que no se pudiera vivir eternamente feliz, es que los mundos eran
diferentes…

Ese fue mi primer pensamiento al despertar y sentirme rodeada por los


brazos de Kevin, ese hombre que no solo era una ilusión de la que me daba
miedo el momento en que se alejara de mí, es que había experimentado en
mis propias carnes el sentirme cuidada, deseada y mimada, eso que hacía
tanto que no sentía…

—Buenos días, princesita.

—Más bien tengo de Cenicienta —sonreí.

—¿Qué tal tú estado de ánimo?

—Cómo mi vida, al borde de un precipicio.

—No será para tanto.


—No —negué con ironía.

—¿Y qué podría pasar para que se te iluminara la cara?

—Que aparezca una empresa de catering nueva y me contrate para los


viernes y sábados por la noche.

—¿Lo cogerías?

—Claro, sin duda.

—Pero, ¿no te llega con el sueldo de mi empresa? Te lo puedo subir.

—Claro que me llega, hasta para comenzar a guardar, pero una ayuda para
tener algo más de reserva, no me viene mal, lo del robo me dejó fuera de
juego y muy tocada.

—Pero eso te lo puedo dar yo.

—Kevin, jamás en mi vida cogeré nada regalado, solo quiero que la vida
me dé una tregua de unos añitos de paz, de tranquilidad.

—Te entiendo, pero deberías permitir que te ayuden, no está mal que
alguien nos tienda una mano y mucho menos que te dejes cuidar.

—No, de verdad —contesté muy segura y rotunda —. No quiero ayuda


cuando ahora no la necesito, solo quiero reunir un poco y ya, que no me
falte el trabajo y, por supuesto, si me sale uno para los fines de semana, lo
cogeré. No estoy yo para dejar pasar nada —sonreí.

—No me gusta esa forma de pensar.

—Ya, pero lo único que me faltaba es que perdiera ya mis principios.

—No se trata de perder principios ni nada que tenga que ver con la ética, se
trata de que estás con alguien al lado que te puede ayudar al menos a
reponer lo que te robaron.

—Antes me tiro de un puente.

—Eres muy orgullosa.

—No, no soy orgullosa, soy coherente y lo único que me faltaba es sentirme


la limosna de nadie.

—Vaya contigo —negó riendo —. No me gusta la idea de que tengas que


trabajar de noche.

—¿Y a ti porqué te debería de importar?

—Quiero estar contigo los fines de semana.

—Hasta que te aburras de mí —reí.

—Estas muy negativa hoy —carraspeó y mordisqueó mi labio.


—No es negativa, es mi realidad. Por cierto, quiero un café.

—Vamos —sonrió, dándome una palmada en la nalga.

De nuevo me sentí con los ánimos por los suelos, era lo peor que llevaba,
esa noria de sentimientos que bailaban al son de un nuevo día, cada uno
diferente.

Desayunamos en la cocina entre miradas y sonrisas que lo decían todo.


Kevin entendía mis silencios y me lo hacía fácil, pero también me entendía
a mí, al menos eso me parecía.

Pero yo sabía que, para él, era el antojo de ese momento, lo tenía claro,
había muchas mujeres dispuestas a estar con él y mejores que yo.

Lo que sí es que al menos esos días a mí me estaban resultando un chute de


alegría, pero claro, luego pensaba en la cruda realidad y es que mi vida
seguía patas arriba y me estaba enamorando de un hombre que sabía que no
iba a terminar junto a él. No tenía nada que ver con mi vida por mucho que
viviera en una zona rural y según él, fuera de todo el foco mediático. Pero
era Kevin Acker, uno de los hombres más ricos de Alemania y parte de
Europa.

—No puedo verte así y, por cierto, no me contestaste lo de cogernos hoy


lunes libre.

—No, de verdad, no quiero dar que hablar. Y vamos a aligerarnos si no


quieres que lleguemos hoy tarde.
—Estás con uno de los máximos responsables, por no decir el máximo
¿Qué más te da?

—De verdad, no lo veo ni bien ni justo.

—Nada en esta vida es justo y lo sabes.

—Ya —pensé en que tenía razón.

—¿Entonces?

—Quiero trabajar, no quiero ser como el resto de las personas.

—¿Y si te digo que tenemos la oportunidad de irnos ahora hasta mañana a


un lugar espectacular?

—Haber estado aquí ya me lo parece, no necesito mucho más.

—Pues nos quedamos con el día libre.

—No, nos vamos ya a trabajar —reí.

—¿Segura? —Me agarró por detrás —¿No quieres descubrir a dónde te


llevaría?

—Prefiero que lo dejemos para otro momento —sonreí, sintiendo su aliento


y besos en mi cuello y eso me encantaba.
—Bueno, pero yo creo que no lo dejaremos para otro momento, soy el jefe.

—Pues cógete el día tú, yo estaré bajo las órdenes de Jens.

—Ese no va hoy ni a tiros, anoche estuvo invitado a una fiesta de esas que
terminan al amanecer.

—¿Y qué pasa, que se quedará todo bajo la orden de Dana? —me eché a
reír.

—Sabes que hay más gente y que Amara, andará por allí pendiente a todo.

—Y yo, que pienso ir.

—No, no vas a ir, tienes que estar trabajando para tus jefes en el lugar que
estén.

—Vaya por Dios, lo que me faltaba es que también me diga Jens, que me
vaya con él un par de días por trabajo —me eché a reír —. Eso sí, me reiría
bastante.

—Con ese no sales de las oficinas si no te la quieres ver conmigo —me


metió el dedo en la costilla para hacerme cosquillas.

—Has dicho para mis jefes en el lugar que estén…

—Es que yo hago por diez.


—Ya, ya —reí negando.

—Prepara las cosas que nos vamos.

—Pero, ¿a dónde? —resoplé.

—A bebernos la vida…
Capítulo 27

Llegamos a Spandau, uno de los pueblos más bonitos de alrededor de


Berlín.

Paró en una calle preciosa, delante de una casita que era como salida de un
cuento.

—¿Es tuya? —pregunté con ironía.

—Era de mis abuelos —sonrió.

—¿Y no vive nadie?

—No, la dejó para mí, siempre decía que tenía que ser mía. A mi hermano
le dejó otra en Berlín.

—Vaya, veo que tu familia es pudiente desde el pasado.

—Mis abuelos lo consiguieron todo con mucho esfuerzo y sacrificio.


—De acuerdo —vi que su tono era de dejar claro que no les cayó nada del
cielo.

Entramos y me quedé a cuadros. Daba la sensación de tener vida, era como


si todo estuviera tal como ellos lo dejaron. Cuadros, fotos, decoración…

—Eran ellos —dijo cuando me vio observar una foto con una pareja. Era en
blanco y negro.

—Tenían cara de buenas personas.

—Lo eran, la verdad es que me dolió mucho sus pérdidas.

—Imagino… Por cierto ¿Por qué me has traído aquí?

—No lo sé, pero me apetecía venir contigo, que vieras un poco de mi


pasado, del lugar en el que pasaba muchos fines de semana con mis abuelos
cuando yo era un niño.

—¿Sueles venir?

—De vez en cuando…

—¿Solo?

—No he traído a nadie al igual que a mi casa.


—Vale —sonreí —. De todas maneras, aunque hubieras traído a gente es tu
casa y tu vida…

—No me gusta abrirle mi corazón y mi vida a cualquiera.

—¿Me tengo que sentir halagada?

—Claro —puso una copa de vino en mi mano.

—¿Sabes?

—Dime —me agarró por detrás y mordió mi oreja.

—Me acabas de poner la piel de gallina —me reí —. Te quería decir que no
sé cómo acabará todo esto, pero espero que no me des una patada fuerte,
que cuando te canses de mí, me sigas teniendo como una persona en la que
confiar.

—¿De verdad piensas que me cansaré de ti?

—Sí —me sinceré.

—Hacía muchísimo tiempo que no me sentía tan bien con alguien.

—Eso es que soy muy buena chica —sonreí con ironía.

—Por supuesto, nunca lo dudes —me mordisqueó la oreja de nuevo y me


erizó por completo la piel.
—Una cosa, aquí paso de hacer nada que me da grima, porque fue la casa
de tus abuelos y nos pueden estar mirando —apreté los dientes.

—¿En serio piensas eso? —soltó una risilla.

—Por supuesto que sí, totalmente convencida.

—Cada día me impresionas más —se echó a reír.

Dejamos las cosas y nos fuimos a comer a un restaurante que por lo visto
llevaba abierto más de cincuenta años, se pusieron muy contentos al verlo
por allí, se notaba que lo conocían de toda la vida.

—Me sabe fatal no haber ido a trabajar —pellizqué el pan y me lo metí en


la boca con aire desganado.

—Te merecías un descanso —me miró aguantando esa sonrisilla.

—¿Un descanso de qué? —Mi cara era de incredulidad.

—De la presión a la que estás sometida en la empresa.

—¡Me estás vacilando!

—Un poquito.

—Ya te vale —le tiré un migajón de pan.


—Esto me lo cobro luego —se lo quitó de entre sus piernas.

—Vale, pero me lo pones a pagar a final de mes, que ya la ruina está repleta
—me reí causándole una sonrisilla.

—Te la voy a cobrar hoy.

—De la forma que me lo estás diciendo me lo puedo imaginar y en casa de


tus abuelos, no.

—Que nos ven…

—Eso es —me reí.

—Pues que se hagan un paquete de palomitas y miren la película.

—¿Cómo puedes decir eso? —pregunté riendo, mientras negaba.

—Es que tus teorías son un poco extrañas —se echó hacia atrás cuando nos
trajeron la comida —. Mi única teoría es que llevo dos años trabajando
como loco y que ahora estoy viviendo unos momentos que me están
llenando mucho y no quiero perder ni un solo minuto de ellos.

—Dicho así suena a película romántica de esas americanas.

—Dicho así suena a que quiero estar ahora mismo contigo.


—Tú lo has dicho, ahora mismo.

—No te lo lleves por dónde no es.

—No soy tonta.

—No vayas por ahí.

—Sabes que tengo razón.

—No la tienes y la vida te va a sorprender.

—Eso lo sé, la vida va en mi contra.

—Me referí para bien.

—Te presto mis zapatos y verás como no te lo creerías.

—Es tu mente y no tus zapatos.

—Está deliciosa la tortilla —cambié de tema.

—Te lo dije —me hizo un guiño —. Dime una cosa ¿Por qué estás tan
jodidamente sensual?

—¿Me estás intentando poner nerviosa? —carraspeé.


—Para nada, no era esa mi intención —me miraba sonriente mientras
comía.

Y es que me tenía loquita perdida, esa era la verdad, me estaba encariñando


muchísimo con él y se había convertido en alguien muy importante para
mía. Hacía tanto que no sentía lo que era compartir una comida, una charla
entre bromas…

Tras la comida nos fuimos para la casa, me reí al entrar cuando metió su
mano entre mis nalgas.

—No me vayas a dar el día o regresamos ahora mismo.

—No me da miedo tus amenazas —se mordió el labio poniéndose delante


mí, luego me pegó a él y me besó.

—No… —murmuré cuando se iba deshaciendo de mi ropa en el salón y yo


lo único que veía era la foto de sus abuelos mirándome.

Viendo que no me hacía caso, hice que me soltara un momento, me fui


hasta el marco y lo puse bocabajo.

—Lo siento señores, hora de películas para menores de edad —dije


mientras me santiguaba y apretaba los dientes.

—Estás fatal —me agarró, me echó hacia el sofá para tumbarse y se puso
entre mis piernas.
—Fatal estás tú. Si esta fuera la casa de mis abuelos ni me desnudaba para
ducharme.

—Pero como es la de los míos… —Me quitó el pantalón levantando mis


piernas y la braga después.

—A mí me da algo malo —me santigüé cuando ya lo tenía entre mis


piernas absorbiendo como si fuera a salir de ahí zumo de naranja.

Gemí de placer a más no poder, me puso tan excitada que ya no me acordé


más de sus santos abuelos, hasta que llegué al momento culminante y me
volví a santiguar ante la sonrisilla de Kevin.

Nos duchamos, pusimos cómodos y estuvimos un rato abrazados en el sofá


antes de ponernos a cenar.

La cena la compramos en una panadería del pueblo que vendían hechas por
ellos a diario, unas croquetas y empanadas que olían a kilómetros.
Capítulo 28

—Kevin, arriba que tenemos que irnos a currar.

—Ayer avisé de que no volvíamos hasta el miércoles.

—¿No volvíamos? ¿Estás loco? Me niego, a mí me llevas ahora mismito a


las oficinas o…

Nada, me tapó la boca con un beso de esos en modo aspiradora para que no
te dé tiempo ni a reaccionar y claro, sus manos hábiles se metieron por
debajo de mi braguita y entonces comenzaron los gemidos, esos que salían
sin cesar.

De mi gran orgasmo, dimos paso al suyo, estaba desatado.

Me sacó de la cama, lo rodeé por su cintura y me lo hizo elevada, pegando


mi espalda a la pared.

—Espero que tus abuelos no nos hayan visto, sería bochornoso —murmuré,
cuando íbamos para el cuarto de baño.
—Seguro que no —me agarró la mano mientras reía y tiraba de mí, hacia la
ducha.

—Tranquilo, que no soy tan guarra de oponerme a meterme bajo el grifo.

—Es para que no te escapes.

—Tranquilo, eso lo harás tú, lo de escaparse es de cobardes y yo, a estas


alturas de mi vida, soy miedica, pero cobarde no —volteé los ojos cuando
se puso tras de mí y agarró mis pechos —. Por Dios, no vayamos a por el
doblete, quiero un café.

—¿Segura?

—Segurísima.

—No te creo —pellizcaba mis pezones.

—Por favor, estoy agotadita, contigo estoy recuperando todo el tiempo


perdido —me reí.

—Seré bueno —me dio una palmada en el culo y comenzó a enjabonarme.

Salimos a desayunar a la calle, a una terraza, no hacía demasiado frío esa


mañana, además se veía el pueblo en todo su esplendor. La verdad es que
me estaba gustando mucho ese rincón.
Para ser sincera, me gustaba más la casa de sus abuelos en este pueblo que
donde él vivía, que sí, que la otra casa era rustica y de diseño en un entorno
entrañable, pero esta tenía algo especial.

Paseamos tras el desayuno y miré un reloj en el escaparate de una joyería


que me llamó la atención.

—¿Te gusta?

—Me encanta, es tan bonito —dije mirando ese reloj con la correa de acero
inoxidable en rosa pastel metalizado y la esfera un rosa más fuerte y con
cristales alrededor de Swarovski.

—Vamos, te lo regalo.

—¡No! —Lo frené.

—Quiero que lo tengas en la mano y cada vez que nos vayamos a ver, mires
los minutos que nos quedan para el reencuentro.

—¿Te has fumado algo raro a mi espalda?

—No —sonrió, agarrando mi mano y tirando hacia dentro.

—Kevin, no puedo aceptarlo —intentaba tirar hacia atrás, pero nada.

Le pidió al dependiente el reloj y al otro le faltó tiempo para prepararlo


hasta para regalo.
—No me gustó esto que hiciste y menos que te gastes cuatrocientos euros
de esa manera.

—Quiero que tengas algo mío.

—Esto no es tuyo, es de la joyería.

—Lo he pagado yo.

—Ya, por eso —negué sonriendo.

La verdad es que me pareció increíble, en mi vida me habían hecho un


regalo de tal calibre y me sentía hasta mal, pero, por otro lado, era todo un
halago y un gesto de lo más bonito por su parte.

Paramos a tomar otro café y puso la cajita en mis manos.

—Ábrelo, te lo quiero poner.

—¿Y hago como si no supiera que es? —reí.

—Como quieras, haz lo que te haga feliz.

—No era necesario, pero gracias, es un reloj que cuidaré siempre.

—Espero que a mí también me cuides —le salió una media sonrisa.


Lo desenvolví y abrí la caja. Kevin lo cogió y me lo puso en la muñeca.

—Eso de que te cuide, por favor, ¿acaso lo dudas? —reí —Si quiero
mantener mi trabajo, por mi bien, debo cuidarte.

—Sabes a qué me refiero.

—No me ilusiones, por favor, no lo hagas —dije en tono triste.

—No lo hago, solo sigo lo que mi corazón me indica —me acarició la


mano.

—Pero tu corazón, ¿es muy caprichoso?

—No —sonrió.

—Pero, ¿te las lía de vez en cuando?

—No soy un mujeriego, si es por ahí donde quieres ir.

—¿Qué hombre como tú no lo es?

—Imagino que muchos —me miraba sonriendo, pero queriéndome matar.

—No te creo, pero estoy bien, Kevin, estoy bien.

—Explícame eso —se cruzó de piernas y me agarró la mano.


—Estoy bien ahora mismo con esto que estamos “viviendo” —hice el
entrecomillado con los dedos —. No quiero hacerme más ilusiones de las
que ya estoy viviendo y que no es poco, pero sé que no es permanente y por
mucho tiempo, no soy una cría.

—¿Y yo que debería de pensar?

—No lo sé —sonreí.

—¿Tengo que creer que alguien joven como tú, quiere estar mucho tiempo
con alguien que le saca doce años?

—Eso es una tontería, enamorarías hasta a una de veinte.

—Pero estoy aquí…

—¿No me digas? —intenté bromear porque se estaba poniendo la cosa seria


—No me había dado cuenta.

—Estás luchando contra ti y con lo que esto siente —tocó mi corazón —,


pero ni lo que tú pienses, ni lo que piense yo, será lo que marque la
dirección de esto, serán nuestros corazones.

—Oye Kevin, yo quiero fumar de eso que has debido fumar, que te sentó
muy bien.

—Me sientas bien, tú —me hizo un guiño.


Me dejó pensando si lo decía en serio, pero es que había algo que me
frenaba, o sería que estaba acostumbrada a vivir al borde del precipicio y
siempre me terminaban tirando.

Podía pensar que Kevin era diferente, pero que algo tan bonito me estuviera
pasando a mí, como que me chirriaba. A los antecedentes me remitía.
Capítulo 29

Miércoles por la mañana y a las siete y media estaba yo corriendo hacia el


coche con mis cosas, sin dejar lugar a replicas. Ese día se trabajaba sí o sí.

Salió sonriendo y nos montamos en el coche. Paró en una cafetería y


apareció con dos vasos de plásticos y tapa con café.

Nos pusimos rumbo a Berlín, que estaba a quince minutos.

Llegamos al trabajo y él se adelantó cuando salió del ascensor, ya que yo


tenía que coger una cosa de recepción.

La cara de Dana era un poema.

—Tú, zorra, ¿por qué no has venido a trabajar?

—Porque me estaba follando a tu jefe —sonreí.

—Es tu jefe también y te dije que no te acercaras a él —dijo muy enfadada,


hablando bajito y acercándose mucho.
Abrí el bolso saqué una barra de labios y se los pinté como un payaso, lo
que me dio tiempo antes de que se echara hacia atrás.

—¿Te callas ya?

—¿Qué has hecho, guarra?

—Hoy te he pintado los labios, la próxima vez te pinto toda la cara. No me


toques lo que tengo entre las piernas, que eso solo lo hace Kevin —le hice
un guiño y me fui hacia mi oficina.

—¿Y mi café?

—Joder, Jens, parece que me hueles —dije, asustándome.

—Claro que te huelo, si es que hueles tan bien…

—Tira para tu despacho si no quieres que te pinte los labios también. Ahora
te llevo el café.

—¿A quién le pintaste los labios?

—A Dana, ya está bien que use ese color tan feo para trabajar —entré
riéndome.

Lo escuché reírse y caminar hacia la recepción. Jens era de lo más cotilla y


eso no se lo perdía por nada del mundo. Sabía que Dana, le iba a hablar mal
de mí por lo que había hecho, pero como que me importaba un pimiento.

Preparé los cafés, pero primero se lo llevé a Jens a recepción, para chula yo.

—Toma cariño mío, a mi niño que no le falte de nada —le dije delante de
Dana, que solo le faltaba ladrar, estaba con una cara que se le veía cierto
parecido a un Rottweiler.

—Tienes muchos cariños en tu vida —soltó Dana.

—Y los que no sabes —le tiré un besito al aire a Jens y me fui con contoneo
de caderas.

Cogí el otro café y se lo llevé a Kevin, además como me había venido arriba
con Dana, estaba en uno de esos días raramente graciosos.

—Señor Acker, aquí le traigo su café —se lo puse sobre la mesa.

—¿Y esa formalidad? —arqueó la ceja sonriendo.

—Estoy en mi jornada laboral. Si no me necesitas —afirmé con la cabeza y


me giré para irme.

—Cierra esa puerta y vuelve aquí desnudándote.

—Señor Acker —me giré aguantando la risa —. Buena mañana.


Salí por allí sabiendo que le había hecho gracia, en el fondo su sonrisilla sí
que le salía gracias a mí, eso me ponía contenta.

La mañana fue de lo más larga, sí, eso de venir de cuatro días de jolgorio
como que ahora pasaba factura.

Me sorprendió no ver más que a Mike, que me esperaba para llevarme a


casa, pensé que lo haría Kevin y me invitaría a comer, pero no. También
imagino que tendría cosas que hacer.

En la casa me sentí triste, sí, fue entrar por la puerta y notar que algo me
faltaba, cómo no, era él, que lo echaba de menos…

Saqué una pizza del congelador y la metí en el horno, no tenía planes de


comida ni me iba a complicar la vida.

Después de comer me puse a limpiar la casa y lavar ropa, eso sí, no me


podía quitar de la cabeza a ese hombre con el que había pasado cuatro días
maravillosos, con solo estar a su lado me sentía muy bien.

Por la mañana me fui en la moto a trabajar, supe cuando llegué que Kevin
ya estaba allí porque estaba su coche aparcado.

Vi que Dana se vino flechada hacia mí, nada más verme, pero flechada de
tal manera, que me preparé en modo defensa para liarme a hostias si se
ponía tonta.

—Te voy a decir una cosa, lo primero que eres una cierva, lo segundo que
no eres la única y lo tercero que te vas a llevar el mayor ostión del siglo.
—Pero el primero te lo llevas tú —le di una cachetada que no se la esperó y
se puso la mano en la cara.

—Eres una cierva.

—Ya quisieras tú tener mis cuernos —le hice un guiño y me fui para la
oficina mientras ella se quedaba con la mano en la cara.

—Buenos días, bombón —murmuró Jens.

—Anda ve a consolar a tu recepcionista que creo que le duele la muela —


murmuré aguantando la risa.

—Antes la vi bien y sonriente.

—Pues parece que ahora no —me encogí de hombros y vi que se iba para
recepción.

Corrí a prepararle el café y se lo llevé a recepción, para ver la cara de ella.

—Dice Dana que le has pegado —me dijo delante de ella.

—No, solo la acaricié, el día que le pegue la sacan en camilla.

—No debería esto irse de las manos.

—Pues se fue, me llamo cierva.


—Mentira, te dije que me hicieras un reporte.

—¿Un reporte a ti? ¿Te apellidas Acker y me pagas la nómina? —me reí
negando y me marché dejándolos ahí.

Fui a prepararle el café a Kevin y se lo llevé a su despacho.

—Buenos días, señor Acker, aquí le traigo su café.

—Buenos días, Emily —se levantó.

—No, siéntese por favor —le hice el gesto con la mano.

—No —sonrió y se fue hacia la puerta para cerrarla y vino a cogerme por
las caderas —. Te echo de menos.

—Ese es el título de una canción —sonreí, mientras me mordisqueaba el


labio —. Sabes que no me gusta esto aquí, es mi trabajo.

—Es mi empresa, mis instalaciones…

—Bueno, pero es mi responsabilidad no hacer locuras y ya demasiado que


no vine dos días a trabajar y por aquí están con muchos celos.

—Pues que sigan teniéndolos.

—Puede entrar Amara o Mike.


—Están haciendo unas gestiones que le llevaran toda la mañana.

—Veo que no tengo escapatoria, pero me niego, tengo que ir a trabajar—me


separé.

—Mañana no te libras —dijo cuando le entró una llamada y que al mirar el


móvil le tuvo que parecer importante.

—Si necesitas algo me llamas —murmuré e hice el gesto con la mano de la


llamada.

Me dirigí a recepción y ahí seguía aún Jens escuchando a Dana.

—Jefe, perdona, ¿me necesitas para algo?

—Para muchas cosas —murmuró él, en plan gracioso y la cara de Dana era
de querer matarlo.

—Pues dígame usted —sonreí.

—Vamos a mi despacho.

—Claro.

—Dana, luego hablamos.


—Está bien —murmuró ella bajando la cabeza y sacando los morros, se le
notaba que estaba que mataba.

Nos fuimos a su despacho y cerró la puerta.

—Está muy cabreada porque le diste una guantada.

—Bueno, me llamó cierva ¿Tú qué harías si te lo llama un hombre a ti?

—Pierde los dientes.

—Pues para que vea el dinero que se ahorró ella —me reí —. Que conste
que no soy así, pero no deja de provocarme, me machaca continuamente y
hoy me dijo: que si no era la única, que si me iba a no sé qué…

—Bueno, intenta pasar de ella.

—Por supuesto, pero, que no me toque las narices, ni me insulte, porque no


me voy a dejar humillar.

—Y luego dicen que el loco soy yo —se puso la mano en la cara.

—¿Me necesitas para algo o solo para decirme que me porte bien? —Volteé
los ojos.

—Necesito, necesito —cogió unas carpetas de la mesa —. Todo esto es de


las piezas exclusivas…
—Te lo paso a limpio y lo ordeno —sonreí.

—Efectivamente.

—En un rato lo tienes —salí de allí.

—Emily, por cierto…

—Dime.

—Me encanta tu reloj —me hizo un guiño y entendí que era más listo que
todas las cosas.

—Me lo regalaron hace unos meses en mi cumpleaños —sonreí.

—Pues brilla como si no tuviera más de dos días.

—Una, que sabe cómo cuidar las cosas —me reí y me marché hacia mi
oficina.

El tío sabía que eso me lo había comprado su hermano, seguro que sí,
vamos que se notaba por la forma en que me lo había soltado.

Esa mañana casi al final, Kevin pasó por mi oficina para decirme que se iba
a una reunión.

Así que cuando terminé, salí sabiendo que ese día tampoco lo vería y eso,
como que me puso triste.
—Está con la otra te lo avisé —escuché la voz de Dana, escondida detrás
del mostrador.

—Mientras no esté contigo, que se folle a toda Alemania —solté una


carcajada falsa y me metí en el ascensor.

Esa mujer era el diablo en persona, no paraba, con esa pinta de pija y
estirada y luego se quedaba a la altura de la suela de cualquier zapato.

La tarde la pasé más triste que todas las cosas, pero triste, ni siquiera un
mensaje de buenas tardes o noches para alegrarme la vida, ni siquiera eso…

Por la noche no dejaban de golpearme las palabras de Dana en la cabeza, de


eso que piensas ¿Y si tiene algo de cierto en sus palabras?

Bueno, de todas maneras, no era nada mío, que me dolería saber que estaba
también con otras mujeres, pues claro, pero no tenía derecho ahora mismo a
exigir nada, bueno nunca, seguía pensando que esto era algo pasajero.

Pero joder, me dolía, me daba rabia que fuera verdad, no sería justo, ni
jugaría limpio por mucho que dijera que lo entendía, ¿qué iba a entender?

Iba a terminar loca, no sé para qué esa tarada me había dicho nada si yo era
de esas que me lo tomaba todo muy al pie de la letra.

Me costó conciliar el sueño, muchísimo, por poco termino llorando.


Capítulo 30

Me desperté muy nerviosa, quería saber si me iba a proponer algo para el


finde y si la respuesta era no, sabía que me iba a venir tocada y hundida.

Entre la nochecita que había pasado y el mal despertar que había tenido,
sabía que la mañana iba a ser cuanto menos, complicada.

Me preparé un vaso de leche con cacao, necesitaba azúcar, cuando me


daban esos bajones me daba por pagarlo con el chocolate.

Mojé una galleta mientras me chorreaba por las manos, estaba como ida,
cuando me di cuenta, tenía leche con cacao hasta en las entrañas.

Me lo terminé de beber de un trago y limpié la mesa. Mira si iba en shock,


que cuando me di cuenta estaba bajo la ducha con el pijama puesto…

Ya tenía claro que el día lo había empezado con el pie izquierdo, ahora
sabía que todo iría rodado, todo comenzaría a salir al revés y mis zapatos
volverían a aguantar el peso de mis sentimientos.
Me monté en la moto y me aseguré de que no estuviera pinchada ni nada
raro, más que nada porque lo que decía, el día había empezado así y yo
sabía cómo iba a terminar.

Me paré en un semáforo y vi como una niña estaba a grito pelado, llorando


y montando a su madre un numerito para no ir al colegio. Me recordaba a
mí en el baño de la escuela, llorando para no ir a mi casa. Paradojas de la
vida.

Llegué a las oficinas e iba en el ascensor esperando que se abrieran las


puertas, como la que va a entrar en Gran Hermano y está expectante a lo
que le espera detrás de las puertas. Como siempre, allí lo que hay es broncas
y más broncas, lo mismo que me decía a mí misma que me esperaba a mí.

Y se abrió la puerta y vi a Dana de brazos cruzados.

—¿Me estabas esperando a mí? —pregunté, mirando hacia atrás como si


buscara a alguien.

—A ti. Lo primero: no se te ocurra ponerme un dedo más encima o te


denuncio a fiscalía.

—Cuando quieras —murmuré sonriendo.

—Lo segundo: no deberías de agredir porque alguien te diga la realidad de


lo que está sucediendo y que no es otra cosa que el señor Kevin está muy
orgulloso de usted —eso me sonó a que… me giré y efectivamente estaba
Kevin.
—Dana, cuando él me quiera decir algo, espero que no vuelva a tener que
ser tú su voz. Buenos días —los miré a los dos y me fui a mi oficina.

La falsa esa no tuvo el valor de decirme nada delante de él ¡Qué lástima! Yo


no me hubiera callado.

—¿Nadie me va a preparar un café? —preguntó Jens, apareciendo por la


puerta y sonriendo.

—Lo mismo Dana te lo hace, está hoy de lo más buena.

—¿Sí?

—Claro —le conté lo sucedido.

—No puedo con ella —decía llorando de la risa.

—Pues imagina yo, que es por mí, por quién viene —negué riendo.

Me levanté y me fui por los cafés, el primero para Jens, el segundo siempre
para Kevin, ya por si me entretenía con él.

—Está de muy buen rollo Dana —me dijo cuando iba entrando con la taza
en la mano para ponerla sobre su mesa.

—Sí, es un amor de mujer —murmuré con ironía.

—No, no lo estás diciendo de verdad.


—Pues claro, pero bueno, que me voy a trabajar.

—Escucha —se levantó y cerró la puerta.

—No —reí viendo que venía directo a por mí.

—Sí, hoy sí, ya puedan sonar los teléfonos de todas las instalaciones que sí
—me besó y comenzó a desnudarme.

—Kevin, no es momento —lo intenté apartar.

—Sí lo es —me giró y me recostó sobre su mesa, mientras bajaba mi


braguita.

—No me lo puedo creer —negué, ahí echada.

Y lo hicimos, así, vaya si lo hicimos, me tuve que morder la mano y casi me


la desgarro del placer tan intenso que tenía que contener para que no me
escuchara todo el mundo.

—No me hacen gracias estas cosas —murmuré vistiéndome.

—Vete un rato antes para tu casa y prepara una bolsa de fin de semana, te
recogeré después.

—¿Sí? —Creo que se dio cuenta de que se me iluminó la cara, pero yo pude
sentir ese efecto de reflejo de felicidad.
—Claro —sonrió.

—Luego nos vemos —le besé la mejilla y salí de allí.

Nada, cerrar la puerta y…

—Tienes el vestido del revés —murmuró Jens y, ¡mierda! Y tanto que lo


tenía.

—Ya me lo podrías haber dicho antes —le dije como queriendo quitarle
importancia.

—Mira —se metió su dedo en la boca y se lo chupó como diciendo que no


era tonto.

—¿Tú no has pensado de irte de colaborador a uno de esos programas del


corazón? Se te daría muy bien.

—Si yo contara todo lo que sé…

—Pues ánimo, adelante, seguro que estarán encantados en escucharte.

—No lo animes —escuché a Kevin, abriendo la puerta —. Ya le tuvimos


que quitar la idea en una ocasión.

—Perdón —me puse la mano en la boca mientras se me escapaba la


sonrisilla y Jens, se reía directamente a carcajadas.
Negué mientras me metía en mi oficina y me ponía bien el vestido.

Menos mal que era de punto y era quitar y poner.

Recogí todo un rato antes de la salida. Kevin ya no estaba allí y menos Jens,
que era viernes y ese desde las doce ya estaba en modo fiesta.

—Buen fin de semana, Dana —le dije en tono de paz.

—Tenlo tú, que te falta nada para darte de frente con la realidad.

—Ya, pero tú no sabes que a ti te quedan los días contados en esta empresa.

—No me hagas reír, que vas de mujer de y no eres ni querida de —sonrió,


con esa maldad que le salía por el cuerpo.

—Tú problema es que no eres nada —le hice un guiño y salí de allí.

—Vendrás a darme la razón —gritó, mientras las puertas se cerraban.

La verdad es que le había dado por mí, vamos, que se le había metido en las
narices ponerme por lo pronto nerviosa, y el caso es que lo estaba
consiguiendo.

Cogí la moto con tal enfado que ni vi la barrera, frené a lo justo, no me la


comí de milagro ¡Lo que me hubiera faltado!
Y ahora me iría con Kevin, eso me ponía feliz, pero joder, estaba llena de
dudas que quería resolver y ahora no sabía si debía hablar o callar para
siempre, no sabía que era peor.

Me pasé el camino ida, me di más de un susto cuando un coche me pitó por


haberme saltado un semáforo, así iba, no daba pie con bola, esa mujer me
había puesto llena de dudas y no había nada peor que una mujer con tantas
preguntas y sin saber las respuestas.
Capítulo 31

No sabía por qué había aceptado volver a pasar el fin de semana con Kevin,
después de lo frío que estuvo los dos días anteriores.

Tras un fin de semana tranquilo y bonito en su casa, que me llevara a pasar


el lunes y martes en el lugar en el que vivieron sus abuelos, compartiendo
esa parte de su vida conmigo, y que luego no me hiciera caso.

Es que no lo entendía, y tampoco sabía qué pensar.

Pero bueno, ahí estaba en casa, comiéndome un sándwich rápido mientras


preparaba otra vez la maleta. Anda que no le estaba dando uso, ya la había
amortizado más que de sobra.

Bueno, al menos en su casa me encontraba a gusto, relajada y llena de paz,


a ver si conseguía olvidarme de la víbora de Dana, que no había hecho más
que envenenarme estos días con sus palabras.

Qué manía me tenía, y qué asco por lo que podía ver, solo porque me
llevaba bien con Kevin. Esa mujer estaba obsesionada con él, le quería tener
a toda costa.

Estaba terminando de arreglarme, cuando me llegó un mensaje de Kevin,


diciendo que me esperaba en la calle.

Cogí todo, cerré bien con llave y me marché a pasar fuera el fin de semana,
otra vez.

—Hola, preciosa —sonrió al verme, y me besó.

—Hola.

Subí al coche mientras él guardaba mi maleta, y cuando se sentó, lo primero


que hizo fue cogerme la mano y dar un leve apretón.

—¿Estás bien? Te noto un poco decaída.

—Estoy bien, tranquilo —sonreí para disimular, porque no me parecía bien


empezar el fin de semana contándole lo de Dana, aunque veía que en algún
momento tendría que hacerlo.

—¿Lista para una escapada, señorita Becker?

—Vamos a tu casa, tampoco es que nos fuguemos a casarnos en Las Vegas


—volteé los ojos, riendo.

—No vamos a mi casa.


—¿No? —pregunté, mirándolo incrédula.

—No. Salimos de la ciudad y espero que te guste el lugar al que vamos.

—¿Qué lugar es ese?

—Potsdam —me hizo un guiño y sonreí de nuevo.

Pues sí que se había propuesto sorprenderme, sí, tal vez por eso había
estado tan frío y distante estos días, porque estaba preparando el viaje de fin
de semana.

A ver, que Potsdam estaba a menos de una hora en coche de aquí, pero oye,
salía de la ciudad y cambiaba de aires un par de días, al menos.

Por el camino fuimos escuchando música y hablando de lo que podríamos


hacer allí, además de no salir de la cama en todo el fin de semana, que lo
había puesto como una opción, bueno, como la primera opción de todas.

Pero ya le dije que, ya que salía de casa, me gustaría ver algo de aquel
bonito lugar.

Así que me metí en Internet e hice una pequeña lista con todo aquello que
me gustó y quería visitar, aunque solo lo viera por fuera, eso ya para mí era
una alegría.

—Así me gusta verte, sonriendo, y no con cara triste —dijo, acariciándome


la barbilla.
Estábamos casi llegando y yo iba de lo más emocionada, era lo que tenía no
haber viajado, que salir de Berlín para mí era como hacer un viaje al
extranjero, qué pena me daba.

—¿Dónde vamos a alojarnos? Porque no me dirás que me llevas a casa de


tus otros abuelos.

—No, esta vez vamos a un hotel que te va a encantar.

—Tú venga a gastar dinero, y yo sintiéndome mal —protesté, cruzándome


de brazos.

—Pues no te sientas mal, todo lo que gasto contigo, es porque me apetece y


quiero.

Me besó la mano y cogió el desvío para entrar en Potsdam. Condujo hasta


que llegamos a un hotel que parecía un castillo.

Toda la fachada en piedra antigua, con torreones y demás.

—Dime que te gusta —susurró, mientras me abrazaba desde atrás.

—Me encanta, en precioso.

—Vamos —cogió nuestras maletas y entramos.


La recepción era impresionante, todo como si de la entrada a un castillo real
se tratara.

Sofás antiguos, lámparas con bombillas que simulaban ser velas, grandes
ventanales y cortinas de terciopelo en color burdeos.

Nos dieron la llave de la habitación y subimos hasta la cuarta planta.


Cuando entramos, me quedé sin palabras al ver esa suite.

Amplia, luminosa, también de piedra como el exterior, una mesa con dos
sillas de estilo medieval junto al balcón, que era pequeño, pero una monada.

Una cama con dosel de esas de tamaño extragrande, dos mesitas de noche,
un armario y la puerta que daba al cuarto de baño, en el que había una
preciosa bañera antigua con grifería y patas doradas.

—Esto es precioso, me acabo de enamorar. Me siento como una doncella de


una época pasada.

—Me alegro de que te guste.

No tardó en cogerme por la cintura y, tras pegarme a él, comenzar a


besarme, hasta que acabamos dejándonos llevar por las ganas que teníamos
el uno del otro, y se desató la pasión entre aquellas sábanas.

Pidió que nos trajeran la cena y ahí mismo la tomamos.


Fui a darme un baño y él se quedó revisando algo que le habían enviado de
la fábrica de Varsovia, imaginaba que referente al nuevo modelo que tenían
entre manos.

Estaba en la gloria en aquella bañera, con gel aromático y sales. Eso era un
baño relajante, y no las duchas rápidas que me daba en el apartamento.

Cuando salí, vi a Kevin hablando por teléfono, colgó enseguida y se acercó


a cogerme en brazos.

—¿Te he dicho alguna vez lo sexy que me resultas, tan solo con una toalla?
—murmuró, mientras me mordisqueaba el labio.

—No, la verdad es que no —reí.

—Pues ya lo sabes.

Volvió a llevarme a la cama y, en esa ocasión, fue diferente a como había


sido otras veces.

Fue más rudo, pero sin llegar a pasarse demasiado, esta era otra faceta de él
que no conocía.

Cuando acabamos, exhaustos como de costumbre, me quedé dormida


enseguida, rodeada por sus brazos.
Capítulo 32

Desperté notando que me besaba el hombro, me giré y sonrió.

—Buenos días, doncella —dijo, antes de besarme.

—Buenos días, caballero.

—Desayunamos y nos vamos de turismo, ¿qué te parece?

—Perfecto, me parece perfecto.

Nos vestimos con jeans, jersey, deportivas y el abrigo, y bajamos a


desayunar al restaurante del hotel.

Estaba precioso, como si fuera el salón de un castillo en el que se


celebraban todos los banquetes.

Era desayuno bufet, así que me serví varios panecillos con mantequilla y
mermelada, bollos, zumo, café y algo de fruta. Tenía hambre, para mí que
era por todo el desgaste de la noche anterior.
Kevin no dejaba de mirarme en ningún momento, sonreía y me acariciaba la
mano constantemente.

—Sigue habiendo algo que te preocupa y quiero saber qué es —dijo,


cogiendo su taza de café.

—Dana, no hay otro motivo que no sea ella —contesté volteando los ojos.

—¿Qué más te ha hecho esa mujer?

—No ha dejado de increparme, y con lo mismo de siempre, que no me


acerque a ti.

—Olvídate de ella estos días, ¿quieres? Hazlo por mí, por favor —pidió,
entrelazando nuestras manos.

—Yo lo intento, pero es que esa mujer es mala de verdad.

—Venga, acábate el desayuno, que nos vamos.

Ni cinco minutos tardé, y salimos del hotel para ir a pasear por Potsdam en
esa agradable mañana, pues estaba perfecta a pesar del frío.

Cogimos el coche y me llevó hasta el Palacio de Sanssouci. Aquella


construcción tan antigua era preciosa y los jardines, una maravilla.
Además, pudimos ver el Parque de Sanssouci, que bordea el palacio, y
estaba de lo más bonito con ese cambio de estación al que íbamos llegando
poco a poco.

Paramos a tomar café en una de las terrazas cerradas que había cerca, y me
pidió el teléfono para ver dónde podíamos ir de lo que había apuntado en mi
lista.

La verdad es que agradecía que tuviéramos el coche, porque así podíamos


movernos tranquilamente, aunque fuéramos de una punta a la otra, a Kevin
eso no le molestaba.

Acabamos en Pfaueninsel, que es una isla con un pequeño torreón, además


de una reserva de pavos reales, donde pasean libremente y a sus anchas.

Se acercaron varios a mí, y era una maravilla verlos desplegando las plumas
de su majestuosa cola.

Buscamos una cafetería por allí cerca para comer, y yo no dejaba de pensar
en la víbora de Dana.

No quería amargarme el fin de semana, pero es que esa mujer había dicho
cosas que me tenían con la cabeza loca.

—Deja de pensar —me dijo Kevin, cogiéndome la barbilla para que lo


mirara.

—No pensaba.
—Vaya que no. ¿Otra vez Dana?

—Ajá —aparté la mirada y cogí un pedazo de carne.

—¿Qué te ha estado diciendo estos días?

—Lo de siempre, ya te lo he dicho. Pero es que, no sé, soy muy de


comerme la cabeza a veces.

—Pues estos días desconecta, olvida que trabajas con ella.

Era fácil decirlo, pero un poquito complicado hacerlo.

Terminamos de comer y, después del café, continuamos con la visita.

Me llevó al barrio de Babelsberg, en el que pudimos visitar el palacio con el


mismo nombre.

La verdad es que verlo, aunque fuera tan solo el exterior, te transportaba a


aquella época, en la que damas y caballeros, acudían a banquetes y bailes de
postín.

Tras esa visita con un salto atrás en el tiempo, al menos para mí, me llevó al
Filmpark Babelsberg, un parque temático dedicado al mundo del cine y la
televisión.

A la entrada, la estatua de un gran león tumbado nos daba la bienvenida al


parque. En cada rincón había algo que llamaba la atención, como el taller en
el que pintores, estucadores, maquilladores y encargados de vestuario,
ofrecían una muestra exclusiva de su trabajo, enseñando a los visitantes a
crear una ilusión perfecta.

A quienes querían, le maquillaban de un modo especial, e incluso le vestían


acorde al maquillaje elegido. A mí me dejaron como si fuera una súper
actriz, algo que me hizo verme igual de bonita que la noche del cumpleaños
del padre de Kevin.

Disfrutamos de todos y cada uno de los rincones del parque, y casi me


quedo sin voz al gritar cuando vi la famosa casita de chocolate de Hansel y
Gretel. Me hice varias fotos allí, y es que esa historia era mi favorita desde
pequeña, creo que es lo único que podía agradecerles a mis padres, que me
hubieran comprado aquel cuento, ese que aún conservaba como un gran
tesoro.

Dimos por finalizado el paseo cenando en un restaurante medieval que


había allí mismo, del que salimos encantados con la exquisita comida que
ofrecían.

Cuando regresamos al hotel, Kevin se puso a revisar el correo, mientras yo


me preparaba un baño de esos de gel y sales relajantes, vamos, que iba a
aprovechar yo esa bañera tan bonita como que me llamaba Emily Becker.

En eso estaba cuando noté las manos de Kevin en mis hombros.

—¿Qué tal el baño?


—Bien, súper bien, en realidad —contesté, sin abrir los ojos. Yo estaba en
la gloria, y no quería que nada me estropeara ese momento.

Kevin comenzó a masajearme los hombros, siguió con el cuello y fue


bajando poco a poco por los brazos, volviendo a subir por los costados hasta
que se detuvo en mis pechos.

Los masajeaba despacio, con cuidado, y entonces me pellizcó ambos


pezones y dio un leve tirón de ellos, haciéndome gemir.

—¿Quieres que te ayude a relajarte? —susurró en mi oído.

—¿Igual que hiciste en tu despacho? —contesté, a sabiendas de lo que


pretendía.

—Exactamente igual.

No dije nada, y él no tardó en meterse conmigo, sentándose pegado a mi


espalda. Ni sabía que ya estaba desnudo cuando entró en el baño.

Volvió a llevar las manos a mi vientre, bajó hasta la entrepierna y,


abriéndolas un poco con ambas manos en los muslos, comenzó a juguetear
con mi clítoris, penetrándome alternamente.

Me quedé recostada con la cabeza sobre su hombro, cerré los ojos y me


concentré en todo aquello que él me hacía sentir.

Protegida, sí, segura, también, pero, además, deseada.


No podía ser cierto todo lo que dijo Dana, de ser así, no estaría de este
modo conmigo.

Borré ese pensamiento de mi mente y volví a concentrarme en las manos de


Kevin, y en sus labios, esos que me besaban y mordisqueaban el cuello
haciendo que aumentara mi excitación.

Cuando comenzó a penetrarme más rápido, me agarré con fuerza a la


bañera mientras movía las caderas buscando aún más placer.

Kevin me llevó al orgasmo en apenas unos minutos y cuando aún estaba


con esos últimos coletazos de placer, me cogió por las caderas para
colocarme sobre su regazo, penetrándome en el proceso, lo que hizo que
gritara con todas mis fuerzas ante la placentera invasión.

Seguía dándole la espalda, agarrada a la bañera mientras me movía encima


de él, al mismo tiempo que él me ayudaba.

Dejé caer la cabeza hacia atrás, Kevin hizo que la recostara en su hombro y
mientras mordisqueaba el mío, noté una de sus manos sobre mi clítoris.

Fue de ese modo, penetrándome y tocando ese punto más que excitado,
como volví a culminar en un orgasmo muchísimo más intenso de lo que
había sentido otros.

Me apartó a un lado y él acabó en el agua, ya que no se había puesto


preservativo.
—No querrá usted un hijo mío, señor Acker —arqueé la ceja.

—Bien guapo nos saldría —me hizo un guiño antes de besarme—. Ha sido
la emoción del momento, pero tranquila, que no volverá a pasar.

—Más te vale —fruncí los labios.

Salimos de la bañera, me envolvió en la toalla para secarme y me dejó sola,


cuando escuchamos que le sonaba el teléfono.

Me quedé vistiéndome y, a la que salí, lo encontré hablando en voz baja.

¿A que al final iba a tener razón la víbora de Dana?

Lo que me faltaba, es que eso era lo que me faltaba, de verdad que sí.
Capítulo 33

Aquella mañana de domingo, cuando me desperté Kevin no estaba en la


cama, lo encontré hablando por teléfono en el balcón, de nuevo en susurros.

Y ya iban dos, eso me estaba mosqueando, pero si él no sabía lo que pasaba


en sus oficinas, no iba a ir yo a contárselo, que se lo preguntara a Dana si
quería saberlo.

Cuando le vi entrar, me hice la dormida de nuevo, seguía hablando, pero no


entendía lo que decía, por más que agudicé el oído. Desde luego, como
espía no podría ganarme la vida.

Noté que volvía a la cama, me abrazaba y aspiraba el aroma de mi cabello,


cogiendo un mechón y colocándomelo detrás de la oreja.

Bajó la mano acariciándome la espalda, y la dejó en mi cadera.

—Si pudieras verte con mis ojos —susurró, y supuse que él pensaba que
estaba dormida, así que me quedé callada y sin moverme más que para
respirar, a ver qué más decía.
Pero no dijo nada, me besó la frente y me pegó aún más a él, estrechándome
entre sus brazos.

No quería romper el momento, así que le dejé que siguiera acariciándome la


espalda un poco más.

Y sonó su teléfono, rompiendo con ese instante en el que me sentía segura y


querida a partes iguales.

—Diga —contestó, en tono algo seco—. Estaba despierto.

Se levantó, abrí los ojos y vi que volvía a salir al balcón. No tenía ni la


menor idea de quién le llamaba un domingo tan temprano, pero tampoco iba
a preguntarle.

Me levanté, puesto que parecía que su conversación iba para largo, cogí la
ropa y me vestí para pedir que nos trajeran el desayuno.

Cuando Kevin entró, ya estaba todo dispuesto en la mesa.

—Buenos días, guapísima —dijo, dándome un beso de esos de película.

—Buenos días.

—¿Cómo has dormido?

—De maravilla, ese colchón es comodísimo.


—Sí que lo es, sí. Perdona por no haber estado cuando te despertaste, era
una llamada importante.

—No importa, vamos a desayunar y salimos a hacer turismo.

Kevin sonrió, se sentó a mi lado y estuvo en todo momento de lo más


atento, cogiéndome la mano y besándola.

Se vistió y bajamos a la calle, donde ya nos esperaba el chico con el coche


de Kevin.

Pusimos rumbo al primer destino del día, la Puerta de Brandemburgo, y es


que ese era un lugar a visitar sí o sí, si estabas en Potsdam.

Aprovechando que había varias tiendas de souvenirs por la zona, así como
cafeterías, paseamos por allí viendo todos esos artículos artesanales que los
turistas extranjeros compraban como recuerdo de su viaje a esa parte de
Alemania.

Nos sentamos a tomar un café y le vi mirando el móvil constantemente, y es


que no dejaban de llegarle mensajes, o e-mails, no estaba segura, pero ni
siquiera en domingo descansaba ese hombre del trabajo. Ahora entendía
que me hubiera pedido que los apagáramos cuando estuvimos en Varsovia.

Fuimos con el coche hasta las afueras y, por las indicaciones que iba
viendo, me llevaba a uno de los lagos que había por allí.
—¿Vamos a pasear en barco? —pregunté, cuando vi que me llevaba de la
mano hasta el muelle.

—Eso es.

—Mira que, si nos hundimos como los de Titanic…

—Me dejarías un hueco en la tabla, ¿verdad? —preguntó, abrazándome por


detrás.

—Depende del tamaño de la tabla, que igual no cabemos los dos.

—Vamos, que muero congelado.

—Básicamente —me encogí de hombros, él se rio y me besó la mejilla.

Subimos a uno de los barcos que salía en ese momento, y disfrutamos de un


bonito paseo por el conocido como Tiefer See.

La verdad es que desde el barco teníamos unas bonitas vistas de gran parte
de esa zona de Potsdam.

Yo iba contemplándolo todo, notando el viento en la cara, mientras Kevin


me abrazaba por detrás, con la barbilla apoyada en mi hombro.

—¿Estás disfrutando del viaje?


—Sí, no puedo decir lo contrario. Me ha gustado cada rincón que he
conocido.

—Que vivas tan cerca de muchos sitios y no los conozcas, es una pena. Te
pierdes lugares realmente bonitos.

—Lo sé, pero el dinero que gano es para ahorrar. Bueno, era, porque me lo
robaron.

—Pude ayudarte con eso, y te negaste.

—Y seguiré negándome, no voy a aceptar tu ayuda, ni la de nadie. Siempre


me he sacado yo solita las castañas del fuego, así que, por una vez más, no
va a pasarme nada.

Nos quedamos callados, cada uno sumido en sus propios pensamientos,


mirando al horizonte como si allí estuvieran las respuestas a todas nuestras
preguntas.

Cuando regresamos al muelle, me invitó a comer en un bonito restaurante


de marisco que había cerca, con el lago como fondo, y donde me sentí
realmente libre por primera vez en mi vida.

Pero de nuevo lo llamaron, así que se apartó para hablar, y yo me entretuve


mientras me tomaba el café mirando en Internet.

Más que mirar, buscaba un nuevo trabajo para los fines de semana.
Necesitaba mantenerme las tardes de viernes y sábado ocupada, y todo el
dinero que pudiera ganar, bienvenido era.
Porque sí, estaba viviendo unos días la mar de bonitos con Kevin, pero
sabía que esto tenía fecha de caducidad, y que cuando acabara, me quedaría
con una mano delante y otra detrás.

—¿Qué estás viendo? —preguntó, cuando regresó.

—Busco trabajo.

—¿Vas a dejar las oficinas?

—No, de ahí me despediréis vosotros, eso seguro, pero ya te dije que, si me


salía algo para los fines de semana, lo cogería.

—Si te salía, Emily, no que lo fueras a buscar.

—No veo la diferencia —me encogí de hombros.

—Dame el móvil —me pidió, extendiendo la mano.

—Ni de broma, vamos.

—Pues deja de buscar un trabajo que no necesitas. Acepta mi ayuda, por el


amor de Dios.

—Menos todavía.
Se levantó y, antes de que me diera cuenta, ya me había quitado el móvil de
las manos.

—¡Oye! —protesté.

—Nada de móvil.

—Pues aplícate el cuento, porque llevas desde ayer hablando y en susurros,


todo de lo más misterioso.

—Son cosas de trabajo —contestó, pero le cambió la cara y me apartó la


mirada. Vamos, que me acababa de soltar una mentira de tres pares de
narices.

Terminamos el café y regresamos a la parte de la ciudad, y acabamos


visitando el jardín llamado Neptune Grotto.

En la entrada, sobre el arco principal, Neptuno, el dios del mar, recibía a los
visitantes portando su tridente.

Paseamos por aquel rincón de Potsdam, hasta que decidimos regresar al


hotel.

Una vez allí, fuimos a cenar al restaurante y comenzó a darme uno de mis
bajones, un momento de tristeza porque se acababa el fin de semana.

¿Existiría la posibilidad de parar el tiempo? ¿O de poder revivir una y otra


vez el mismo día? Porque, de ser así, me habría quedado con el día anterior.
—Voy a hacer la maleta —dije, cuando entramos en la suite.

—Vale, me doy una ducha mientras.

—Genial —contesté.

Kevin me miró como pensando que iba a ir con él, pero en ese momento no
tenía ganas, estaba mal porque no dejaba de pensar y de comerme la cabeza.

Dejé en el armario la ropa de trabajo que llevaría al día siguiente, el pijama


y mis cosas de aseo. Cuando él salió, fui yo la que me duché antes de
acostarme.

Él me esperaba recostado en la cama, mirando su teléfono con el ceño


fruncido. Algo había visto que no le gustaba.

Lo dejó en la mesita de noche, se recostó abrazándome y comenzó a


besarme y tocarme.

—No sigas, por favor, no tengo ánimos para nada ahora mismo.

—Vale, pues dame un besito de buenas noches y a dormir.

Giré solo la cara, nos dimos el beso y me acomodé, cerrando los ojos,
esperando quedarme dormida pronto.
Pero pensé en que al día siguiente regresábamos a la rutina, volvíamos a
nuestras vidas, y esto cada vez era más complicado para mí.

¿Por qué? Pues porque me había empezado a enamorar de Kevin Acker, mi


jefe.
Capítulo 34

Tras recoger todo, bajamos al restaurante a desayunar. Era temprano y


saldríamos con tiempo suficiente para no llegar tarde a las oficinas, la
verdad es que no quería que Dana volviera a decirme algo, aunque ya es
que me daba todo igual, de verdad.

Si me decía blanco, yo le contestaría que negro, así que, que dijera lo que
quisiera. Me había propuesto no volver a hacerle caso a esa mujer, y no
creerme nada del veneno que soltara por su boca.

Me puse un poco de todo, tenía hambre, y es que, a mí, los bajones y


momentos de tristeza, pues como que me dejaban falta de azúcar, y al día
siguiente podía ser que me diera por comer.

Comimos sin apenas hablar, y es que Kevin no dejaba de contestar e-mails


del trabajo, había surgido algún problema de logística con unas piezas que
necesitaban en la fábrica para el nuevo modelo, y eso era una faena porque,
si él quería tenerlo antes de un año ya en el mercado, no iba a poder al sufrir
esos retrasos.
Cogimos el coche para regresar a Berlín, a nuestras vidas, esas que el
destino quiso que se cruzaran una noche tras un pequeño incidente.

¿Qué habría pasado si Kevin nunca hubiera tropezado conmigo? ¿Se habría
fijado en mí? ¿Me habría ofrecido un empleo? Lo dudaba, y mucho.

—Estás muy callada —dijo, cogiéndome la mano para entrelazarla con la


suya y dejar ambas sobre mi rodilla.

—Es el cansancio, hemos visto muchas cosas en apenas dos días —


contesté.

—Cierto, pero, ¿lo has pasado bien?

—Sí, muy bien.

—Eso es lo que quería escuchar —se llevó mi mano a los labios y la besó.

El resto del camino apenas hablamos, y para cuando quise darme cuenta, ya
estábamos entrando en el parking de las oficinas.

—Podías haberme llevado a casa a dejar la maleta —dije, al bajar del


coche.

—Mujer, si te voy a llevar yo cuando acabemos, bueno, después de comer.

—No, quiero comer en casa, de verdad, gracias, pero…


—Está bien, entonces que te lleve Mike.

—Mejor.

Entramos al ascensor y volvió el Kevin cariñoso y besucón de otras veces,


ese que no dejaba de toquetearme mientras me daba la risa floja.

Hasta que escuchó el timbre de llegada y se apartó, colocándose la corbata


como si nada.

—Qué morro tienes —murmuré, sonriendo.

Hasta que vi a Dana, con esa cara de no haber desayunado nada dulce.

—Buenos días, Dana —la saludó Kevin, y ella le respondió de lo más


cordial.

A mí, ni ahí te pudras me dijo, pero mejor, no quería empezar el día, ni la


semana, soportando sus desprecios.

—Buenos días, hermano. Asis, ¿un cafetito por lo bien que lo he hecho? —
dijo Jens, saliendo de su despacho, justo cuando lo hacíamos nosotros.

—Ahora te lo llevo, jefe.

—Se te olvida lo de favorito, preciosa.


—Claro que sí, cariño mío —volteé los ojos y vi que Kevin arqueaba la
ceja.

—Es una historia muy larga —le quité importancia con un gesto de la
mano.

—Tengo tiempo para escucharla mientras nos tomamos el café.

Se metió en su despacho, yo entré a dejar las cosas en el mío, y volví a salir


para ir a preparar el café de Jens primero.

—Aquí tienes, tu café de un lunes por la mañana —sonreí.

—¿Es diferente a los del resto de la semana?

—No, pero, ¿a qué me ha quedado bien el anuncio? —le hice un guiño, él


se echó a reír y me marché para hacer el café a Kevin y llevárselo.

Dana no dejaba de mirar hacia el pasillo constantemente, como si quisiera


algo de mí y no se atreviera a llamarme.

Pero bueno, que le dieran un poquito por donde a ella más le gustara, que
yo pasaba de sus tonterías.

Le dejé el café a Kevin y salí enseguida, puesto que estaba hablando con
alguien de la fábrica.

Mi mañana iba bien, muy bien, hasta que…


—Emily, tenemos que hablar.

—No, no tenemos nada de lo que hablar, Dana, te lo aseguro —contesté,


poniéndome en pie para ir al despacho de Jens, a dejarle la carpeta con todo
pasado a limpio.

—Mira, yo me voy de la empresa, pero antes, te voy a contar la verdad —


Dana seguía en mi despacho, y no parecía tener la menor intención de irse.

—¿Qué verdad? Ya sé que te acostaste con Kevin, pero, chica, si no ha


repetido, será por algo, que no le interesas, básicamente.

—Tienes dos hermanas gemelas, ¿verdad?

—¿Cómo sabes tú eso?

—¿Sabías que Kevin las conoce? —Se me paró el corazón por un instante
cuando dijo esas palabras. No podía ser, me lo habría dicho— Por tu cara,
veo que no. Kevin les debe una muy grande a ese par de niñas, tanto es así,
que se ha compinchado con ellas para acercarse a ti.

—Estás enferma, Dana, de verdad. Sal de aquí, por favor —le pedí de
buenas maneras.

—Kevin tenía que conseguir que te volvieras loca de amor por él, subirte al
cielo para después dejarte caer hasta el suelo. Y lo ha conseguido, Emily,
por el brillo que vi en tus ojos el otro día, supe que ya lo había conseguido.
Y no digamos esta mañana, los ojos dicen lo que nuestras bocas callan.
—¿Ahora eres adivina? Por Dios, deja ya de mentir e inventarte cosas. Si
no tienes pruebas de lo que vas a contarle a otra persona, no empieces a
hablar.

—Sabía que querrías pruebas. ¿Quieres verlas? Bien —empezó a buscar en


su móvil, que lo llevaba en la mano, y me dio—, pues ahí las tienes.

No podía creerlo, de verdad que no, eso debía ser una puta broma de mal
gusto.

En el móvil de Dana se veía perfectamente a una de mis hermanas


besándose con Kevin, mientras que la otra aparecía en primer plano,
posando con morritos y la mano derecha delante de la cara, con los dedos
en una v invertida.

Debía ser un montaje, eso estaba a la orden del día en el mundo entero,
cualquiera podía hacerlo, hasta yo, con un par de tutoriales como guía, claro
estaba.

Amplié la foto una y mil veces, buscando algo que me dijera que sí, que era
un montaje, pero esa foto era tan real, como que Dana me miraba hasta con
cara de pena en esa ocasión.

Se me saltaron las lágrimas, pero me controlé para no llorar delante de ella.

—Te lo dije, Emily, te dije que, cuando supieras la verdad, te ibas a dar
cuenta de todo.
Ni lo pensé, la aparte y fui directa al despacho de Kevin.

—¡Eres un hijo de puta! —le espeté, a pesar de que su pobre madre no tenía
culpa de nada.

—¿Qué te pasa, preciosa? —preguntó, poniéndose en pie.

—No vuelvas a llamarme así, ni te dirijas a mí, no menciones ni nombre.

—¿Puedes contarme lo que ocurre, por favor?

—¡Esto! —grité, poniéndole el móvil de Dana delante de sus narices,


puesto que ya estaba frente a mí— ¡Esto es lo que pasa, maldito mentiroso!
Y yo confiando en ti como una idiota —rompí a llorar, ahí sí que se me
partió el corazón en mil pedazos.

—Emily, por favor…

—¡No digas mi nombre! —estaba fuera de mí, tan dolida, que quería
romper algo, pero no encontraba el qué.

—Vamos a hablar de esto tranquilamente —me pidió, cogiéndome por las


muñecas.

—¡No me toques! ¡No te acerques a mí! No vuelvas a hacerlo jamás en tu


vida.

—Por favor, preciosa.


—¡Cállate! ¡No hables más! No digas nada, que solo salen mentiras por tu
boca. Confié en ti, maldita sea, ¡confiaba en ti! Qué fácil ha debido ser para
los tres reíros de mí, de la pobre Emily que no tenía nada, ni a nadie que la
ayudara. Qué fácil, ¿verdad, señor Acker? Tan fácil, como hacer que
conociera la felicidad por unos días, para que se convirtiera en amargura en
apenas un segundo. Te odio, te odio con todas mis fuerzas como las odio a
ellas, y a mis padres. ¡Os odio a todos! Siempre hacéis lo mismo, todo el
mundo me acaba mintiendo. Qué bien os lo habéis debido pasar los tres
juntos, pensando que, total, por una mentira más, no me iba a pasar nada.
Sois despreciables, no tenéis corazón.

—Emily, tranquilízate, te va a dar algo, preciosa.

—Ahora te preocupas por mí, pues mira qué bien.

Salí del despacho y regresé al mío, en el que estaba Dana, le di el móvil y


comencé a recoger mis cosas, yo no me quedaba ni un minuto más allí.

—Emily —noté que Kevin me cogía del brazo.

—¡Suéltame, joder! —grité, al tiempo que me giraba para darle un


empujón, ese que él no esperaba e hizo que trastabillara un poco, pero sin
llegar a caerse— No te acerques, no me toques, no me hables, ni me mires,
ni digas mi nombre, no me llames preciosa, y, sobre todo —me quité el
reloj, ese que me había regalado en el pueblo de sus abuelos, y se lo lancé
—, ¡no me busques en tu puta vida ni pienses en mí!
Y le di, con todo el reloj en la ceja, le di de lleno, otro golpe que no vio
venir porque no se lo esperaba.

—Joder, estoy sangrando, Emily —se quejó, llevándose la mano al ojo.

—¡Deja de decir mi nombre! —grité— Mira, ahora puedes decir que tu


dinero ha conseguido partirte la ceja.

Pasé por su lado, llorando y con mis cosas, salí y vi que Jens arqueaba la
ceja.

—No me preguntes a mí, sino a tu hermano, ese mentiroso y cobarde que


no fue capaz de venir de frente a contarme las cosas. Ese que, sin cajas
destempladas, ha jugado conmigo cuanto ha querido.

Entré en el ascensor y, antes de que se cerraran las puertas, lo último que vi


fue a Kevin, con la cara ensangrentada, pidiéndome por favor que no me
marchara.
Continuará…
¡Hola! ¿Cómo estás? ¿Qué te ha parecido esta novela? Curiosidad de autora
jeje.

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donde los personajes viven mil y una aventuras, y quieres estar al día de mis
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¡¡Nos vemos por allí!!

Sarah Rusell.

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