Cuentos 2004

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LA BRUJA DESPELUCADA

Un día salió la bruja de su casa como en todas las tardes, como todos los días a divertirse, como
siempre a molestar a los humanos; como siempre salía volando en su escoba desde la ventana de su
casa, la más alta, la del ático; como siempre un despegue un poco escabroso por entre el único árbol
que había y que pasaba justo por la ventana y como siempre lograba salir dando remolinos y vueltas
en el aire arruinando su peinado matutino y haciendo sus terribles fechorías como cualquier otra
temible bruja despelucada.
Esa misma noche cuando riéndose a carcajadas de las caras de los humanos que caían en sus trampas,
vio a lo lejos una cosa circular blanca y cuando la vio pensó en su cena, y cuando lo hizo pensó en
¡galleta!, y sin pensarlo dos veces salió disparada, a toda velocidad, en su búsqueda.
Cuando menos se dio cuenta la punta de su escoba estaba clavada en una gran galleta blanca y un
silencio tan grande hizo que se le encresparan hasta los pelos de la escoba. Para su desgracia eso que
había pensado que era una galleta, era la luna; y
los humanos al ver que en medio de la noche la luna se apagó quedaron estupefactos.
La bruja descontenta y encogida de la vergüenza elevó anclas y regresó a la tierra.
Los humanos extrañados pensaron que algo muy terrible le había sucedido a la bruja y corrieron a
verla cuando se estrelló directamente ahora, contra el planeta.
Al verla tan aporreada y pequeñita le trajeron una canasta con grandes galletas.
Ella muy apenada les pidió perdón y prometió no volver a molestarlos nunca jamás, los vecinos
quedaron tranquilos y regresaron a sus vidas felices; y aunque la bruja seguía viviendo en esa extraña
casa y salía de vez en cuando a dar un paseo por las estrellas, nunca molesto más a las personas de
aquel lugar.

Enviado por
Lina Soto Afanador
Bogotá Colombia
El Árbol de las Risas
Esta historia comienza así: hace muchos años existía un famoso pueblito, alejado de la
ciudad, llamado Glabilú . En el medio de la única placita que tenía, había un árbol, con
hojas grandes, chicas, medianas, verdes, rojas, amarillas, celestes y muchos colores
más. No sólo era hermoso, sino que regalaba sonrisas a toda la gente.

Cada vez que alguien se sentía un poquito triste, se iba hasta la plaza, se acercaba al
árbol y automáticamente se empezaba a reír. Para los chicos, Risitas, que así lo
llamaban a su árbol, era un amigo más. Esperaban ansiosos que llegara la tarde para
poder ir a jugar junto a él. Se trepaban en sus ramas, le cantaban canciones, se
divertían mucho.
Una noche, el Señor Gogó, que era del pueblito vecino, fue hasta la placita. Miró para
todos lado, se fijo que no hubiese nadie, y se acerco al árbol en puntitas de pie. Era un
hombre muy malo y serio, y no le gustaba que sus vecinos siempre estuvieran alegres.
Entonces, empezó a arrancarle las coloridas hojas a Risitas y a patearle su tronco ¡con
mucha bronca!. El pobre árbol empezó a reír cada vez menos... hasta dejarlo de hacer
por completo. Y cuando lo hizo, el Señor Gogó se fue satisfecho a su pueblo.

A la mañana siguiente el árbol amaneció enfermo, casi muerto. La gente se puso muy
triste cuando lo vio, y la risa desapareció de sus caras. Entre ellos se miraban y se
preguntaban: ¿qué le habrá pasado? ¿quién lo lastimó?. Se pusieron a juntar sus
hojitas, a cuidarlo, a regarlo, pero Risitas seguía igual. Hasta que un día, decidieron
que la forma para curarlo era darle lo mismo que el siempre les dio a ellos: RISAS. Se
juntaron todos, hicieron una ronda alrededor del árbol, se agarraron de las manos y
empezaron a reír. Y rieron cada vez más fuerte, tan fuerte que hasta la tierra comenzó
a vibrar. Risitas empezó a tomar vida, le volvieron a salir sus coloridas hojas y con
ellas, su alegría. Empezó riéndose bajito, casi no se lo oía, pero terminó riéndose tan
alto que hasta contagió al Sol. Comenzaron a crecer muchas y muchas flores a su
alrededor y se formó un arco iris, el más bello que habían visto en toda su vida.

La risa empezó a contagiar a los pueblos vecinos y llegó hasta la casa del Señor Gogó,
y sin darse cuenta, de sus labios, comenzaron a salir risas.
Y colorín, colorete, a este cuento se lo llevó un cohete.

FIN
LA ABUELA QUE SABÍA HABLAR CON
EL DRAGÓN
Había una vez, una abuelita que vivía en un castillo con su hijo, el rey del país.
El rey tenía dos hijitos, que adoraban a su abuelita, porque ella era muy buena, les
contaba cuentos, les hacía rica comida, les daba muchos mimos... y también inventaba
nombres súper graciosos: tipiripipitos, cucuruchiticos, pepiripititos, cararucutitos...
Pero sucedió que un día el rey, su hijo se enojó y le dijo a su madre: -´´Basta, mis hijos
ya son grandes para que les sigas hablando cómo si fueran bebés! ya...
De pronto entró corriendo un soldado y le dijo: ´´Majestad, hay un dragón cerca del
castillo!
_Hay que agarrarlo, atraparlo, aplastarlo...
-No, esperen, el dragón puede ser bueno, y.. (Nadie la escuchó todos salieron
corriendo a atraparlo.)
Los soldados ya habían empezado a lanzar flechas con fuego hacia el dragón, una de
ellas lo lastimó y enfurecido dando fuertes coletazos, quemó el tejado del castillo con
el fuego que largaba de su boca.
Entonces la abuela, corrió hacia la puerta y fue hacia ese enorme animal que la miraba
con los ojos enormemente abiertos.
-Hay, que dragoncito, tan bonito, tan piripí, tan monito... decía la abuela mientras se
acercaba. -Vamos, vamos ya se te va a pasar, a ver. ¿? Dónde te han hecho pupa?
Al escuchar estas hermosas palabras el dragoncito se tiró con las patitas hacia arriba
para que la abuela lo acariciara.
-Oh! Pobrecito tiene lastimada su patita, y su pancita! Y su poturipito!

Desde lo alto de la muralla, el rey, sus hijos y los soldados, no podían creer lo que
estaban viendo y oyendo.
La abuela quitó las flechas del cuerpo del dragón y éste ¿saben qué hizo? Le lamió las
manos agradecido.
La abuela le dijo entonces: prométeme que nunca más volverás asustar a alguien.
¿Serás un drogadicto bueno?

Y así termina la historia de esta abuela y sus nietos que gracias a sus ´´palabritas
dulces salvó a todos y además permitió que el dragón viviera en un establo cerca del
castillo dónde ella y sus nietos van a visitarlo todos los domingos.

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