PAICO ME LA CHUPA

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1.

INTRODUCCIÓN:
Como breve introducción al caso de Barrios Altos, resaltemos que la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos, presento el caso ante la Corte Interamericana de
Derechos Humanos el 8 de junio del 2000, haciendo uso del artículo 51.1 de la
Convención Americana sobre Derechos Humanos, artículo que indica el procedimiento
que sigue la Corte IDH en casos que posiblemente indique violaciones de DDHH por
parte de Estados miembros de la OEA. Esto con la finalidad de que la Corte IDH
decidiera si existió o no violación del Estado Peruano de Derechos Fundamentales y
Derechos Humanos. Los Derechos posiblemente vulnerados fueron: Derecho a la vida
(artículo 4 de la CONVENCIÓN AMERICANA SOBRE DERECHOS HUMANOS) en
agravio de Placentina Marcela Chumbipuma Aguirre, Luis Alberto Díaz Astovilca,
Octavio Benigno Huamanyauri Nolazco, Luis Antonio León Borja, Filomeno León
León, Máximo León León, Lucio Quispe Huanaco, Tito Ricardo Ramírez Alberto,
Teobaldo Ríos Lira, Manuel Isaías Ríos Pérez, Javier Manuel Ríos Rojas, Alejandro
Rosales Alejandro, Nelly María Rubina Arquiñigo, Odar Mender Sifuentes Nuñez y
Benedicta Yanque Churo. Y Derecho a la Integridad Personal (artículo 5 de la misma
convención) en perjuicio de Natividad Condorcahuana Chicaña, Felipe León León,
Tomás Livias Ortega y Alfonso Rodas Alvítez. y las garantías judiciales y protección
judicial (artículos 8 y 25) establecidos en la Convención Americana sobre Derechos
Humanos. La violación de estos derechos estaba directamente relacionada con la
masacre del 3 de noviembre de 1991, en la que 15 personas fueron asesinadas y 4
quedaron gravemente heridas por un grupo paramilitar conocido como el "Grupo
Colina". La CIDH también solicitó que se declararan incompatibles con la Convención
las leyes de amnistía que impedían investigar y sancionar a los responsables.
2. HECHOS:
Antes de dar inicio a los hechos, debemos entender el contexto en el que se dio la
“masacre del 3 de noviembre”. En la década de los 80 y 90, el Perú enfrento una fuerte
rebelión armada liderada por grupos terroristas como Sendero Luminoso y el MRTA
(Movimiento Revolucionario Tupac Amaru), por ello, ante este ambiente de violencia,
el gobierno de Alberto Fujimori adoptó medidas drásticas para combatir esas rebeliones,
como la creación del Grupo Colina", el cuál era un escuadrón paramilitar encargado de
ejecutar acciones encubiertas contra presuntos terroristas. Estas acciones incluyeron
asesinatos y desapariciones forzadas que violaban los derechos humanos fundamentales.
La promulgación de leyes de amnistía en 1995 pretendía garantizar la impunidad de
militares y policías implicados en estas violaciones. Este contexto de impunidad fue
clave para que la masacre de Barrios Altos llegara a la Corte Interamericana.
Las leyes de amnistía 26479 y 26492, promulgadas en junio de 1995, exoneraron a los
responsables de violaciones de derechos humanos entre 1980 y 1995. Estas leyes fueron
criticadas por ser autoamnistías, diseñadas para proteger a los perpetradores de crímenes
graves, incluidos los involucrados en la masacre de Barrios Altos. La Corte
Interamericana determinó que dichas leyes eran incompatibles con la Convención
Americana porque obstaculizaban la justicia, la reparación y la verdad para las víctimas
y sus familiares. La masacre ocurrió en una vivienda ubicada en el Jirón Huanta N.º 840
en Lima, durante una fiesta comunitaria "pollada", organizada para recaudar fondos
para reparar el edificio. Aproximadamente a las 22:30 horas, seis individuos armados y
encapuchados irrumpieron en el lugar, obligaron a los presentes a arrojarse al suelo y
comenzaron a disparar indiscriminadamente durante dos minutos.
Se utilizaron armas con silenciadores, con el fin de que no se lleguen a escuchar los
disparos a sangre fría que dieron estos individuos y tras el ataque estos huyeron en
vehículos con placas y sirenas policiales. Este ataque fue atribuido al Grupo Colina, que
actuaba bajo órdenes de sectores de inteligencia militar. La masacre dejó 15 personas
asesinadas y cuatro personas resultaron gravemente heridas como, Natividad
Condorcahuana Chicaña, Felipe León León, Tomás Livias Ortega (quien quedó
permanentemente incapacitado) y Alfonso Rodas Alvítez.
La brutalidad de los hechos quedó evidenciada por los testimonios de los
sobrevivientes, quienes mencionaron que las detonaciones eran “apagadas”, lo que
sugería el uso de silenciadores. En el lugar del crimen, las autoridades encontraron 111
cartuchos y 33 proyectiles de pistolas ametralladoras, reforzando la hipótesis de una
operación cuidadosamente planificada. Las investigaciones iniciales y reportes
periodísticos posteriores revelaron que los perpetradores eran miembros del Ejército
peruano, específicamente del escuadrón paramilitar conocido como “Grupo Colina”.
Este grupo operaba como un brazo clandestino del servicio de inteligencia militar y
llevaba a cabo acciones antisubversivas fuera del marco de la legalidad. Los hechos de
Barrios Altos fueron considerados una represalia contra presuntos integrantes de la
organización subversiva Sendero Luminoso. Una semana después de la masacre, el
congresista Javier Diez Canseco presentó un documento titulado “Plan Ambulante”, que
describía un operativo de inteligencia relacionado con el lugar de los hechos. Según este
documento, los supuestos subversivos utilizaban el inmueble como punto de reunión
desde 1989, encubriéndose como vendedores ambulantes. Estos antecedentes, sin
embargo, no justificaban ni eximían la responsabilidad de los perpetradores. El 14 de
noviembre de 1991, un grupo de senadores peruanos solicitó al Congreso que se
esclarecieran los hechos de Barrios Altos. Se creó una comisión investigadora, la cual
realizó inspecciones y entrevistas, pero su trabajo fue interrumpido en 1992 cuando el
gobierno de Alberto Fujimori disolvió el Congreso en el marco del autogolpe. El nuevo
Congreso Constituyente Democrático no retomó la investigación ni publicó los
hallazgos ya obtenidos. Aunque la masacre ocurrió en 1991, una investigación judicial
seria no se inició sino hasta 1995. La fiscal Ana Cecilia Magallanes denunció a cinco
oficiales del Ejército vinculados al Grupo Colina, quienes ya estaban involucrados en
otro caso emblemático de violaciones de derechos humanos: el caso La Cantuta. Entre
los acusados se encontraban el General Julio Salazar Monroe, jefe del Servicio de
Inteligencia Nacional (SIN), y otros altos mandos militares. Sin embargo, los intentos
por hacer comparecer a los acusados se vieron frustrados por obstáculos legales y
administrativos. El Alto Mando Militar protegió a los involucrados, alegando que
estaban bajo jurisdicción de la justicia militar, mientras que Salazar Monroe se negó a
cooperar, invocando su rango de Ministro de Estado. La jueza Antonia Saquicuray,
asignada al caso, enfrentó serias dificultades. En abril de 1995, inició una investigación
formal, pero el Consejo Supremo de Justicia Militar dictó resoluciones que impedían a
los acusados rendir declaraciones ante la justicia ordinaria. Ante esta situación, y
mientras la Corte Suprema aún deliberaba sobre la competencia del caso, el Congreso
peruano promulgó en junio de 1995 la Ley de Amnistía N.º 26479. Esta ley exoneraba
de responsabilidad penal a los miembros de las fuerzas de seguridad involucrados en
violaciones de derechos humanos entre 1980 y 1995, bloqueando las investigaciones en
curso. Días después, una segunda ley, la N.º 26492, amplió la amnistía y prohibió
cualquier revisión judicial de la misma, consolidando la impunidad. Pese a estas leyes,
la jueza Saquicuray declaró inaplicable la Ley de Amnistía en el caso Barrios Altos,
argumentando que violaba garantías constitucionales e internacionales. Esta decisión
fue apelada, y en julio de 1995, la Undécima Sala Penal de la Corte Superior de Lima
resolvió en sentido contrario, ordenando el archivo del proceso. Además, dispuso que la
jueza Saquicuray fuera investigada por haber interpretado incorrectamente la ley.
El caso Barrios Altos se convirtió en un símbolo de la impunidad y de la lucha por
justicia en el Perú. Las víctimas y sus familias enfrentaron años de obstáculos legales y
políticos antes de que el caso llegara a la Corte Interamericana de Derechos Humanos,
que en 2001 declaró las leyes de amnistía incompatibles con la Convención Americana
sobre Derechos Humanos y carentes de efectos jurídicos. Este fallo marcó un
precedente fundamental para combatir la impunidad en casos de violaciones graves de
derechos humanos.

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