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Lucía Laragione
Un teatro con ambientación del cabaret alemán de los años treinta. Una travesti vestida a
la moda del lugar y la época. Habla con un ligero acento brasileño.
PERSONAJE:
MADAME SABO
MADAME SABO
¡Bienvenidos al cabaret de la memoria! ¡Soy Madame Sabo y les agradezco por
acompañarme en este recorrido que nos llevará casi cien años atrás! Esta noche, voy a
contarles la historia de un gran amor y de un fracaso revolucionario. (Saca de su escote un
mapa que, doblado, tiene el tamaño de una cajita de fósforos). Una historia que podría
caber en este objeto… ¿Saben qué es? (Pausa). ¿Alguien quiere tomarlo en sus manos, verlo
en detalle? (Mientras lo despliega). Este es un mapa de la antigua Unión Soviética tal como
era alrededor de mil novecientos cuarenta. Quién lo hizo, por qué, dónde, forma parte de
la historia que mi abuelo, que conoció a los protagonistas, me contaba, y que la furia de
los tiempos convirtió en cenizas.
Canta.
Aquela menina se llamaba Olga Benario y era hija de la burguesía. La madre de Olga se
vestía en las mejores tiendas de Munich. La hija frecuentaba el barrio de Neukölln para
unirse a los obreros, militantes de la Juventud Comunista. Una acudía a la Opera, la otra
pegaba carteles en la calle en las narices mismas de la policía. Olga despreciaba a la madre.
La madre detestaba a la hija. Olga heredó de sus padres la condición de judía. Una herencia
peligrosa en la Alemania que se gestaba. (Pausa). ¿Y yo? ¿De quién heredé mi condición?
¿Este cuerpo de macho que es el de una hembra en llamas? (Pausa). Mi padre, el guerrero,
no puede reconocerme como su hija. Él es un militar de los duros, un halcón, un fascista.
Me puso una pistola en la cabeza cuando supo que era una maricas, un puto. Así me fui de
mi casa y de mi país, sin poder ver la muerte de mi abuelo, el amado. Desde que yo era un
garotinho, él pudo adivinar cuál era mi deseo… Y lo dejó fluir… Él me hablaba de Olga y de
Carlos, me hablaba de la lucha y del amor… (Pausa). Pero volvamos a Munich donde corre
el año 1923 y donde Olga, de apenas quince años, no sabe, no puede saber que la partida
más importante de su vida, la que la llevará a la encrucijada fatal, se jugará en un país
lejano, verde de selva, azul de mar, de arenas calientes, bello y atroz como sólo puede ser
mi país, mi Brasil.
Canta.
Mi abuelo, el amado, me hablaba de Onca, la mulata, y los ojos que ya casi no veían, le
brillaban con una luz lejana. Mi abuelo, el padre del guerrero… (Pausa). Siempre me
pregunto cómo pudo uno engendrar al otro… Mi abuelo fue uno de los que participó de la
larga marcha. (Pausa). Brasil, mil novecientos veinticinco, los jóvenes tenientes del ejército
se levantan contra el gobierno de los poderosos. Reclaman voto secreto, enseñanza pública,
igualdad de oportunidades. Durante dos años marchan y combaten contra las fuerzas del
gobierno. Veinticinco mil kilómetros a través de doce estados. La epopeya de un ejército
de pobres con la ropa en jirones, descalzos, hambrientos, afiebrados por el paludismo. No
logran derrocar al gobierno, pero no pierden ni una batalla. Y al frente de esa columna de
desarrapados marcha el hombre del que Olga va a enamorarse, el que todos llaman “El
caballero de la esperanza”, Luis Carlos Prestes. (Pausa). Magro, menudo, a Prestes la
decisión le ardía en los ojos negros que brillaban de inteligencia y de coraje. Nunca estaba
donde los mandamases del ejército regular lo esperaban. Una vez, en la oscuridad, los hizo
destrozarse entre ellos haciéndoles creer que peleaban contra la columna. Los campesinos
empezaron a pensar que Prestes era un mago. Que era vidente y podía saber con exactitud
por dónde iba el enemigo, que tenía una red gigante en la que iban cayendo caballos y
hombres, que podía atravesar el agua y las ciénagas a pie, sin mojarse, que por la noche
permitía que una hechicera bailara frente a la columna para que los hombres olvidaran las
penurias, para que recuperaran las fuerzas. Esa era Onca la mulata. La mujer que mi abuelo
amó, la mujer que me habría gustado ser.
Canta.
Canta.
Debo decir que soy llorona, tengo la lágrima fácil pero nunca lloré tanto como cuando leí
las cartas de amor que Olga y Carlos intercambiaron en prisión, ella en Alemania, en manos
de la Gestapo, él en una celda de aislamiento, en Brasil. (Pausa). Pero me estoy
adelantando… Sólo una cosa más. Lo que más me conmovió de aquellas cartas fue lo que
no se decía, lo que se silenciaba, el esfuerzo estoico de esos dos por callar el sufrimiento
personal para cuidar al otro, para no causarle más dolor… (Pausa). Yo que me enamoro mal,
que siempre elijo al hombre equivocado, no dejo de soñar con un amor bien correspondido…
(Pausa). Vayamos hacia atrás, volvamos a Moscú donde Olga brilla como una de las más
destacadas jóvenes militantes y donde Prestes estudia preparándose para liderar la
revolución popular en su país. Corre mil novecientos treinta y cuatro. Hitler avanza como
una sombra siniestra sobre Europa. Desde Brasil, su presidente, Getulio Vargas mira con
simpatía al líder nazi. En Moscú, Prestes sueña con que su país está maduro para la
Revolución, y decide regresar para liderarla. El Comitern, la máxima autoridad de la
internacional comunista, autoriza el regreso de Prestes a Brasil. Pone una condición:
hacerse cargo de la seguridad del “caballero de la esperanza”. Y es aquí donde entra ella.
Canta.
El corazón le latió fuerte en el pecho. No era una carta de amor, era más que eso: una
citación del Comitern. Había llegado el momento de entrar en la lucha. Estaba convencida
de que la enviarían a Alemania a encabezar la Revolución. Para demostrar que estaba
decidida, Olga fue a la cita vistiendo el uniforme que había recibido en la Academia de la
Fuerza Aérea. Y en el despacho del Secretario, mientras veía caer blandamente la nieve a
través del ventanal, la ilusión se deshizo como aquellos copos. Se trataba de una revolución
popular, pero no en Alemania sino en Latinoamérica. Y quien iba a encabezarla era el líder
brasileño Luis Carlos Prestes. Olga había sido elegida como la persona ideal para asegurar
que él llegara sano y salvo a destino. Ella había oído hablar de la larga marcha. Imaginó
que el hombre capaz de tal epopeya debía ser una especie de gigante. Sintió una ligera
desilusión frente al joven magro, menudo que le tendió la mano y se presentó como Prestes.
(Pausa). El veintiocho de diciembre de mil novecientos treinta y cuatro empezó el viaje,
que evitaría cuidadosamente los países donde los dos revolucionarios podían ser
detectados, y que, luego de tres meses y medio, los llevaría a Brasil.
Canta.
De Moscú a Leningrado,
De Leningrado a Helsinski
A bordo de un tren.
Estocolmo en barco
Y en las aguas heladas
Del Báltico,
el nuevo año llegó.
¡Que este año sea
El de la Revolución! dijo él
Y brindaron los dos,
Brillantes los ojos,
Agitado el corazón.
Y en el largo viaje
En barco o en tren,
Olga tejía al crochet
Un sueño, un destino feliz
Que ¡ay! ¿se podría cumplir?…
Él la miraba asombrado. La mujer que le habían pintado como una comunista rígida,
disciplinada, como uno de los cuadros políticos y militares más completos, era la misma
muchacha que ahora, frente a él, con la boca entreabierta, las manos ligeras, los ojos
azules fijos en la tarea, se concentraba en el tejido con la misma intensidad con la que
discutía con él las estrategias militares de la columna. (Pausa). En París les dieron los
pasaportes falsos con los que harían el resto del viaje. A partir de ahí serían Antonio Vilar,
comerciante portugués y María Bergner Vilar, su esposa. Un matrimonio burgués y adinerado
en luna de miel. Y Olga que en Munich odiaba las visitas de la madre a las tiendas de lujo,
debe haberse divertido comprando en los negocios de moda de París el vestuario
indispensable para disfrazar los propósitos revolucionarios.
Canta.
Y en el “Ville de París”
De Paris a New York
La ficción se volvió realidad
Y la falsa María amó
Al fingido Antonio
El amor tomó cuerpo
tomó cuerpo y alma
Y los dos fueron uno
En el Ville de París
En el medio del mar.
Ela gostó de Río. Ela gostó. A Olga la deslumbró la belleza de Río. Las playas calientes, los
morros enmarcando el mar, el verde de la vegetación. Cuando las tareas y las reuniones de
los conspiradores dejaban un espacio libre, Olga se escapaba a bañarse en las aguas de
Copacabana con su amiga Elisa. Ella y su marido formaban parte del grupo de elegidos de
la internacional comunista, venidos desde distintas partes del mundo para apoyar la
Revolución popular que iba a liderar Prestes. Los rusos habían confiado en los informes
cargados de optimismo del secretario general del partido comunista de Brasil que hablaba
de una situación pre-revolucionaria. Prestes mismo estaba seguro de contar con la ayuda
prometida por parte de las Fuerzas Armadas. Tenía sobre todo el apoyo de la Marina de
Guerra. (Pausa larga). La Revolución empezó a las tres de la madrugada del día veintisiete
de noviembre de mil novecientos treinta y cinco y a la una y media de la tarde de ese mismo
día, había terminado. (Pausa). Ni movilización popular ni apoyo de la Marina de Guerra. La
rebelión se redujo a un regimiento y a la Escuela de Aviación Militar y fue controlada en
pocas horas. Inmediatamente se desató una feroz cacería de comunistas y simpatizantes.
(Pausa). Y aquí entra en escena un viejo enemigo de Prestes. Un hombre que había luchado
junto a él en la heroica columna, pero a quien Prestes expulsó por inconducta. Filinto
Müller, así se llamaba, nunca le perdonó a su antiguo jefe esta humillación. Cambió de
bando y se convirtió en el temible jefe de la policía de Brasil, en un entusiasta del régimen
nazi. (Pausa). Filinto Müller, un hombre a quien mi padre admiraba con devoción.
Canción.
Uno a uno fueron cayendo los revolucionarios. Algunos resistían estoicamente las torturas.
(Pausa). Tiemblo al pensar en la imaginación salvaje que siempre tuvo la policía de mi país
para los tormentos. Decenas de veces, con indignación, con miedo, oí a mi padre, el
guerrero defender la tortura como un instrumento legítimo. (Pausa). Estaban los que
resistían y los que se “suicidaban” tirándose desde un primer piso. Otros, hablaban… aún
antes de sufrir dolor. (Pausa). Me da pudor confesarlo, pero yo sería una de esos, de los
que hablan sólo con que les muestren la picana… Mi carne no es valiente, yo lo sé. (Pausa.
Transición). Recuerdo las noches de Río. ¡Cómo no recordarlas! La canción del mar siempre
presente, la luna colgada de ese cielo azul, los morros custodiando la ciudad… Noches para
el amor, el silencio cómplice, el goce de los cuerpos… Las noches se convirtieron para
aquellos enamorados, en angustia, miedo a que la policía de Filinto Müller llegara en
cualquier momento… Fue en la madrugada de uno de esos días de marzo, cuando arribaron
a la casa donde se escondían Prestes y Olga. ¿Dormirían los amantes abrazados? ¿Dormirían?
¿O estarían atentos al mínimo ruido? Los hombres irrumpieron violentos, la orden era tirar
a matar. Olga, la encargada de la seguridad de Prestes, la mujer enamorada de Carlos, lo
cubrió con su cuerpo.
Canta.
Prestes fue encerrado en una celda subterránea, en aislamiento. Sin contacto con ninguno
de los otros presos. Nada para hacer a lo largo de todo el largo día. Ninguna noticia de su
mujer ni de sus camaradas. Olga, en principio y hasta que se pudiera saber quién era en
realidad la que se hacía llamar María Prestes, fue a la cárcel junto a las otras prisioneras.
Pronto la embajada alemana le informó a Filinto Müller quién era en realidad aquella mujer.
(Pausa). Y Olga, a su vez, encerrada en la cárcel, supo lo que su propio cuerpo le revelaba:
iba a ser madre. Sobre ella, la extranjera nociva, pesaba la amenaza de la deportación a
la Alemania nazi. La esperanza de que eso no sucediera crecía en su vientre. La Constitución
del país garantizaba a las mujeres que esperaban un hijo de un brasileño el derecho de
tenerlo en la patria paterna. En el caso de Olga, se aplicó la nueva Ley de Seguridad
Nacional que expulsaba del país a los extranjeros nocivos.
Canción.
En el Ville de París
De París a New York
El amor conoció.
De Brasil a Alemania
De Brasil al horror
En su vientre crecía
La hija del amor.
Y en el medio del mar
Olga soñaba que
los camaradas
la iban a rescatar.
Y en el medio del mar
Tejía al crochet
Un destino feliz
Que ¡ay! No se iba a cumplir…
Silencio.
En febrero de mil novecientos cuarenta y dos, Olga Benario fue conducida a la cámara de
gas que funcionaba en el hospital psiquiátrico de Bernburg. Le faltaban apenas unos días
para cumplir treinta y cuatro años. (Pausa). Una amnistía de mil novecientos cuarenta y
cinco, liberó de la cárcel a Luis Carlos Prestes. Recién entonces supo que Olga había sido
asesinada. (Pausa). Aquellos eran tiempos oscuros… (Pausa). ¿Acaso estos no lo son?
APAGÓN
Lucía Laragione
Correo electrónico: lucialaragione@yahoo.com.ar