Escatología II
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Maestro: Pst. Rufino Monterrosa
Este sentido primordial de muerte, del que la muerte física es un resultado necesario, está implicado en Gn. 2:17
y Ro. 5:12 “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la
muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron”; 1 Co. 15:22.
La muerte segunda (Ap. 20:6; 21:8) no es otra cosa que la sujeción en el estado de muerte espiritual al término de la vida presente, cuando una
persona ha permanecido en la incredulidad hasta ese crítico momento (Jn. 8:24 “Por eso dije que morirán en sus pecados; porque, a menos que
ustedes crean que Yo Soy quien afirmo ser, morirán en sus pecados” NTV).
Aun cuando la justificación no es afectada por los altibajos que sufre nuestra comunión, es precisamente esa «justicia imputada» la que posibilita
la restauración de la comunión para el creyente pecador, mediante el perpetuo poder purificador de la sangre de Cristo (1 Jn. 1:7, 9), que cubre
nuestros pecados presentes y futuros, de la misma manera que cubrió los pasados.
«pecado» (hebr. jet'; gr. hamartía), que expresa la idea de «errar el blanco, no alcanzar el objetivo», con lo que tenemos el hecho — de que Dios
considera el pecado, antes que nada, como un daño que a sí mismo se hace el pecador, más aún que como una ofensa terrible que se comete contra
Dios mismo. ¡He aquí la más profunda perturbación:
(Pérdida o alteración de la razón o los sentidos) del ser humano! ¡La pérdida de su verdad interior! ( Ecl. 12:13).
Así como la verdad de Dios es ser fiel a su Palabra, la La muerte espiritual sufre, con la pérdida de la verdadera vida, la pérdida de la
verdad del hombre es ser obediente a esa Palabra; verdadera identidad, por el fracaso en seguir el destino que Dios nos ha dispuesto.
De ahí, lo terrible del «¡No os conozco!» (Mt. 7:23; 25:12). ¡Ser un «desconocido»
para Dios es la mayor tragedia que puede sufrir un ser humano!
«El que guarda el mandamiento guarda
su alma»
con el «thanatoúte» de Ro. 8:13 “porque si vivís conforme a la carne, moriréis; más si por el
Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis.”)
mientras que el mundano se mantiene de ilusiones, que son esperanzas fallidas («ilusión» viene del latín illudere, que significa «burlarse»), pues
gasta tiempo y dinero en lo que no satisface (Is. 55:2), e intenta calmar su sed en cisternas
rotas que no retienen el agua (Jer. 2:13).
Es así lo contrario a la vida eterna. Como la vida eterna es un perpetuo vivir en plenitud, sin cesar jamás de vivir, así también la muerte eterna es
un continuo morir, sin acabar jamás de morir.
El «flash» de la muerte sorprenderá al impío como un ladrón en la noche, y fijará para siempre la postura que libremente haya adoptado.
No es la destrucción, sino la capacidad de morir, lo que habrá sido echado en el lago de fuego y azufre (Ap. 2:14).
1. UNA PREGUNTA
INQUIETANTE.
2. ADVERSARIOS DE LA
INMORTALIDAD DEL ALMA.
LECCIÓN 6. INMORTALIDAD DEL ALMA HUMANA (I)
1. UNA PREGUNTA INQUIETANTE
Job 14:14 “Si el hombre muriere, ¿volverá a vivir?”. Una de las cuatro preguntas inquietantes de Job tiene referencia al tema. En una época tan
temprana del proceso de la revelación divina, Job no encuentra respuesta a tan importante pregunta, y el texto hebreo del libro no ofrece lo que
desearíamos hallar en él.
Ecl. 12:7, parece ofrecernos un poco de luz, frente al aparente escepticismo de Ecl. 3:19-21. Efectivamente, en Ecl. 12:7, el «Predicador» nos dice
que, mientras «el polvo vuelve a la tierra de donde procede, el espíritu vuelve a Dios que lo dio».
Justo J. Serrano “No hay duda del sentido que da ahora a sus palabras, que,
como el polvo baja a la tierra, el alma sube a Dios. No habla ahora bajo la
emoción intensa de Ecl. 3:21, sino con la reflexión y responsabilidad de quien, Robert Laurin lo expresa concisamente, diciendo:
llegado al término de la vida, lega a los jóvenes su experiencia y su doctrina. «...y el espíritu, esto es, el aliento de vida, vuelve a su
El recuerdo del Creador durante la juventud corresponde al pensamiento de fuente (Gn. 2:7; Job 34:14, 15; Sal. 104:29). El
Dios a la hora de la muerte: es evidente que quien da tal consejo, aunque no hombre cesa de existir como tal.»
conozca el modo, como en tiempo no lo conocían, sabe que no todo termina
con la muerte. Estas palabras son un eco de Gen. 3:19 “…hasta que vuelvas a
la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás”.
Feuerbach decía que: el cerebro segrega el pensamiento, como el hígado segrega la bilis. Es cierto que, si el cerebro no funciona bien, tampoco
nuestros pensamientos proceden ordenadamente, pero esto no significa la identidad del cerebro con el pensamiento. Tampoco un violinista toca
bien si su violín está desafinado, pero nadie confunde por eso el violín con el violinista. Asumir dogmáticamente que el alma no existe por el
hecho de que no se ve, no sólo no es científico, sino que demuestra una tendida ignorancia científica.
Sir William Osler: “En presencia de tantos misterios que han sido desvelados, y de tantos otros que quedan aún velados, el científico no puede ser
dogmático y negar la posibilidad de un estado futuro... De las cosas que no se ven, la ciencia nada sabe, y de momento no tiene medios de
conocer nada”.
«Naturam expellas furca, tamen usque redibit» = “Por mucho que te empeñes en expulsar a palos a la naturaleza, siempre regresa una y otra vez”.
B) El Agnosticismo. El agnosticismo se basa, para negar la inmortalidad del alma, en el *principio kantiano de que la razón humana sólo puede
conocer el -fenómeno = lo que aparece a los sentidos; de ahí que todo lo espiritual escapa del campo del conocimiento propiamente dicho.
C) El Escepticismo. Los escépticos se diferencian de los agnósticos en que recalcan el aspecto pesimista de la incognoscibilidad (Que no puede
ser conocido o comprendido) y adoptan una actitud de duda ante las paradojas que la vida ofrece, sin encontrar solución a lo que, para ellos, es
completamente incomprensible. Varios escépticos quienes dicen que no pueden creer en el más allá porque nadie ha vuelto para decirlo.
E) La teoría de la aniquilación final. Entre los que profesan ser cristianos, los Adventistas del Séptimo Día, los llamados «Testigos de Jehová», y
algunos grupos que pasan por «evangélicos», sostienen que el alma humana no es inmortal por naturaleza; la inmortalidad será otorgada sólo a los
justos, mientras que los impíos serán destruidos tras el Juicio ante el Gran Trono Blanco. Sus argumentos se reducen a cuatro:
(a) La Biblia no expresa en ninguna parte la inmortalidad del alma humana; más aún, al referirse al incrédulo, le llama literalmente animal (1.a
Co. 2:14), es decir, carente de espíritu inmortal;
(b) por eso, al hablar del final de los impíos, usa los términos «destruir», «destrucción»;
(c) afirma expresamente que sólo Dios posee la inmortalidad (1.a Ti. 6:16) y que fue Cristo quien la sacó a luz, para los creyentes, por medio del
Evangelio (2.a Ti. 1:10); finalmente,
(d) que Dios sería un sádico, si concediera la inmortalidad a los impíos, a fin de torturarlos horriblemente durante toda la eternidad.
1) Es cierto que la Biblia no dice explícitamente «el alma humana es inmortal», pero lo sobreentiende al declarar eterno el castigo de los
malvados, como eterna será la vida para los justos. Is. 33:14. donde las «llamaradas eternas» son la manifestación de la ira sempiterna de Dios.
dice el rabino Slotki «El juicio divino es tan eterno como Dios mismo»
2) El incrédulo es llamado «animal» (gr. «psykhicós»), no porque carezca de alma inmortal como los brutos, sino porque tiene cerrada la ventana
que mira hacia las cosas espirituales, y su horizonte se limita a las cosas de este mundo. Su espíritu está «muerto» (Ef. 2:1; Ef. 2:5; Ro. 1:21).
4) 1 Ti. 6:16 dice de Dios: «el único que posee inmortalidad», en el sentido de que YHWH, el YO SOY, es el único que existe por sí mismo y, por
tanto, el único que posee la inmortalidad como en su fuente, por su propia esencia. Pero también los seres espirituales creados —los ángeles y los
hombres— son inmortales, porque Dios les dio una naturaleza inmortal, aun cuando dependen de Dios en su mismo existir (Hch. 17:25, 28).
En realidad, la verdadera inmortalidad —ausencia perpetua de muerte— es propia de los justos, y en este sentido dice Pablo en 2 Ti. 1:10 que
Cristo sacó a luz la inmortalidad —la vida inmortal— para los creyentes (Jn. 1:4, 9; 8:12; 1. Ti. 1:17; 1.P. 1:3), siendo Su propia resurrección
gloriosa la garantía de la nuestra (2 P 1:19: «el lucero de la mañana»). A los impíos no podemos aplicarles —con toda propiedad— el término
vida inmortal, sino el de existencia imperecedera, ya que no tendrán una eterna vida, sino una eterna muerte.
1) Si el alma no fuese inmortal, correría la misma suerte que el cuerpo; desaparecería el principio vital, puesto que el cadáver ya no tiene alma.
Pero la Escritura asegura la supervivencia en el estado —más bien que «lugar que el hebreo del Antiguo Testamento llama *She'óh, y el griego
del Nuevo Testamento «Hades».
2) Si la pena final del incrédulo fuese la aniquilación, Cristo no habría podido ser nuestro sustituto en la Cruz, ya que en ella no fue aniquilado por
nosotros, sino que soportó —en intensidad— lo que es el Infierno en duración: el desamparo de Dios y la sed inextinguible.
3) Hemos visto que 2 Ti. 1:10 afirma que Cristo «alumbró —hizo brillar— la vida y la incorruptibilidad» (trad. lit). Pero sólo se puede iluminar lo
que ya existe.
4) La aniquilación no sería una pena, sino una bendición, para los impíos, pues escaparían ilesos a la nada, y para los suicidas en especial, pues
podrían evadirse de la escena de la vida sin sufrir las consecuencias de su cobarde crimen.
5) Lo de que «Dios sería un sádico, al torturar eternamente a los impíos» se vuelve contra los mismos que lo dicen. Sería un sádico, si las almas
fueran mortales, y les otorgara la inmortalidad para que los impíos marchasen al castigo eterno. Pero el hecho de que el castigo de los impíos sea
eterno es una prueba más de que tienen un alma imperecedera.
6) Finalmente,": la muerte no es una cesación, (interrupción) sino una separación. No habrá, pues, aniquilación, sino separación eterna de Dios.
3. TRES CLASES DE
INMORTALIDAD.
4. PRUEBAS DIRECTAS DE LA
INMORTALIDAD DEL ALMA
HUMANA.
5. LA FE DE LA IGLESIA
PRIMITIVA.
B) Natural. Esta es propia de los ángeles y del alma humana, pues aun cuando son seres relativos y contingentes. Dios los ha creado con una
naturaleza inmortal, al hacerlos simples, sin composición física, inmunes así a la disolución, pero dependiendo en cada momento del poder
conservador de Dios (Col. 1:17; He. 1:3), sin cuya acción todo ser creado quedaría disuelto en la nada de la que fue creado.
C) Gratuita. Esta es la inmortalidad que hubiesen tenido nuestros primeros padres, mediante el árbol de la vida, y la que poseerán nuestros
cuerpos después de la resurrección o transformación, cuando esto mortal se revista de inmortalidad (1 Co. 15:50, 53). Será un don de Dios, en
virtud de nuestra unión con el Cristo resucitado y glorioso (Ro. 6:3-10; 8:10-11, 17-18; Co. 15:19; Flp. 3:10-14, 20-21; 1 Ts. 4:17; 1 P. 1:3-5; Ap.
22:5).
B) Sal. 37:37-39; 73:17-18, aun dentro de la limitación repetidamente explicada, nos hacen vislumbrar la necesidad de una retribución de
ultratumba, ya que la vida presente es insuficiente para hacernos ver la justicia de Dios, puesto que aquí son muchos los malvados que triunfan, y
los justos que sufren injusticias y persecuciones (Sal. 73:3-9, 14).
C) El Nuevo Testamento habla claro sobre este punto, iluminando el tema desde tres ángulos:
(I) supervivencia, tanto de justos como de impíos (Jn. 14:2; Ap. 14:11; Mt 25:46).
(II) resurrección (Flp. 3:21; Jn. 5:29).
(III) bienaventuranza (Ap. 21:4).
W. B r o o m a l l : « L a B i b l i a p r e s e n t a l a i n m o r t a l i d a d d e l o s j u s t o s
y la inmortalidad de los impíos con igual evidencia; es, pues,
Punto de vista bíblico acerca de este tema
imposible negar la una sin negar la otra»
A fines del siglo II escribía Ireneo “Pues morir es perder la capacidad de vivir... Pero esto no le sucede al alma, pues es el aliento de vida; ni al
espíritu, ya que, no siendo compuesto, no puede disolverse”.
Muy pocos años después, decía Tertuliano: «Afirmamos que el alma fue creada inmortal por el aliento de Dios.»
Y, hablando de la resurrección en general, decía Epifanio: La resurrección no se dice de lo que nunca cayó, sino de lo que, habiendo caído, vuelve
a levantarse...Pues lo que no muere no se dice que caiga, sino lo que muere. Pero lo que muere es la carne, puesto que el alma es inmortal .
(2 Co. 5:14-21 “El ministerio de la reconciliación”). cuya importancia no admite escapismo ni dilación, ese «ahora» invita a una profunda
reflexión: «¿Qué será de mí por toda la eternidad, si dejo pasar este instante, el único que de cierto está en mi mano, para reconciliarme con
Dios?»
Una vez que se haya cortado el hilo de mi vida, ¡qué gozo o qué desesperación! No sirve dejarlo para mañana. Pasado este momento de gracia,
nadie sabe si tendrá esta misma gracia, ni si tendrá tiempo, ni si tendrá ya voluntad. Además, la vida entera es como una preparación para la
eternidad. Aquí forjamos nuestro carácter, y el carácter no se improvisa.
Cuando no puede inducir al mal, se las arregla para impedir el bien. No es extraño que el apóstol exhorte a vestirse «de toda la armadura de.
Dios» (Ef. 6:11).
MANUEL GÓMEZ