Cantadoras - Choibá
Cantadoras - Choibá
Cantadoras - Choibá
Fotografía
Federico Ruiz - http://federicoruiz.com, Adriana Marcela Villamizar, Natalia Quiceno
Toro, César Romero - @cesar.com, Germán Arango “Luckas Perro”.
Corrección de estilo
Miguel Botero
Diseño y diagramación
Alicia Reyes Londoño
Valentina Neira Yepez
Con apoyo
Universidad de Antioquia, Fondo Primer Proyecto CODI Vicerrectoría de Investigación,
Vicerrectoría de Extensión (Buppe Innovación Social), Unidad de Innovación, Instituto de
Estudios Regionales, Grupo Cultura, Violencia y Territorio, Pontificia Universidad Javeriana,
Artesanías Choibá, Artesanías Guayacán, Seglares Claretianas Medio Atrato, Red Departa-
mental de Mujeres Chocoanas, Ruta Pacífica de las Mujeres Chocó, COCOMACIA, Cantado-
ras de Bojayá, Pastoral Social Diócesis de Quibdó, Fundación Universidad de Antioquia.
ISBN
Impreso: 978-958-5526-99-0
Digital: 978-958-5596-00-9
Impresión
Impregón, https://impregon.com/
2019
www.iner.udea.edu.co
Presentación
“
Las mujeres negras han estado siempre presentes en las luchas por la liberación y por la
dignidad de los pueblos afrodescendientes en las américas. Su papel activo en las reivindi-
caciones afrodiaspóricas se ha reconocido algunas veces, mientras que otras se ha invisibili-
zado e incluso negado. En Colombia es necesario reconocer los múltiples aportes económi-
cos, políticos y culturales que han hecho y hacen las mujeres negras a la imaginación y
construcción de la vida y nuevos mundos. Esfuerzos por reconocer y teorizar estas prácticas
son evidentes en los trabajos de Mara Viveros, Juana Camacho, Nina de Friedeman, Aurora
Vergara, Betty Ruth Lozano, Paula Balduino, Libia Grueso, Doris Lamus, Charo Mina,
Natalia Santiesteban y un creciente número de mujeres negras lideresas, parteras, científi-
cas, intelectuales e investigadoras que han expandido estas preguntas en diversas regiones
del país y campos de la ciencia.
Estas historias son el resultado del proyecto Caminos y cantos de lucha: trayectorias de
mujeres Atrateñas desarrollado desde el grupo de investigación Cultura, Violencia y Territo-
rio del Instituto de Estudios Regionales de la Universidad de Antioquia en alianza con la
Universidad Javeriana de Bogotá y varios colectivos de mujeres en el Atrato: Artesanías
Choibá, La Red departamental de Mujeres Chocoanas, La Ruta Pacífica de las Mujeres
Chocó, Las Seglares Claretianas en la ciudad de Quibdó, y Artesanías Guayacán y el grupo
de Cantadoras de alabados en el Municipio de Bojayá. El proyecto fue financiado por el
Comité para el desarrollo de la investigación de la Universidad de Antioquia CODI desde el
fondo apoyo a primer proyecto.
La propuesta central de este proyecto fue recopilar voces y recorridos de las mujeres Atrate-
ñas para reconocer las formas y oficios desde los cuales se ha resistido a la guerra y otras
violencias. En la reconstrucción de las trayectorias de los colectivos de mujeres en el Atrato
se hacen evidentes las formas como los procesos de transmisión de saberes ancestrales
tienen hoy continuidad más allá de los territorios de procedencia y se actualizan articulados
a las luchas cotidianas.
En esta serie de cuadernos quisimos acercarnos a las historias de esos colectivos, pero a su
vez privilegiar las voces de algunas de sus representantes, comprender cómo esas experien-
cias subjetivas se articulaban y hacían también los procesos organizativos. Sabemos bien
que no todas están aquí retratadas, que faltan muchas historias por contar. Sabemos también
que reconstruir las experiencias de las mujeres Atrateñas pasa por reconocer la diversidad
étnica, el lugar de las mujeres indígenas y mestizas, sin embargo, este ejercicio constituye
un primer acercamiento que evidencia la riqueza de sus trayectorias y lo poco que conoce-
mos a las mujeres en el Atrato. Una motivación para continuar trabajando y, tal vez, seguir
“
esta apuesta con nuevos colectivos, con mujeres jóvenes, mujeres indígenas y mestizas.
A la memoria de Marielle Franco por ser semilla de lucha de las mujeres negras en
Latinoamérica.
Cuando estábamos escribiendo estas pequeñas historias sobre las luchas cotidianas de las
mujeres negras en el Atrato fue asesinada en un acto de terror y exterminio político la concejala
de Río de Janeiro Marielle Franco, una mujer negra, feminista, socióloga de las favelas de Río,
luchadora incansable contra el racismo y el orden biopolítico que autoriza el extermino de la
población negra. Ella, que optó con coraje por la vida pública, la política desde la primera fila, se
negó a ser cómplice de la intervención militar decretada en la ciudad de Río de Janeiro a comien-
zos de 2018. Contra una vida militarizada luchó hasta que un arma, de ese gran aparato militar
que es el Estado, acabó con la suya. Su legado está en cada mujer negra que sigue luchando por
un territorio sin minas, un barrio sin tanquetas, un río sin bloqueos.
pueblo, al conocer su
la necesidad de indagar qué detenía a las
otras mujeres y a qué le tenían miedo.
discurso, continuaban
Después de encuentros y diálogos con
ellas, vislumbró que sus compañeras les
señalándola, hubo
temían a sus maridos, muchos de ellos no
"les daban permiso" para asistir, todavía
quienes llegaron a
en Pogue existía la creencia de que las
"mujeres de bien no debían dejar su casa".
jeres' ".
como "una mala mujer", tanto hombres y
mujeres cuestionaban a su marido por
"permitir esas actitudes" y su "falta de
adoctrinamiento" para que ella se quedara
en la casa.
“ El placer de
nosotras es
cantar, no
sabemos si en
verdad eso
agrada a Dios
o no, pero
“
nosotras lo
hacemos .
Nacida y criada en Pogue, Oneida nunca fue una mujer viajera. Las múltiples ocupaciones y respon-
sabilidades la embarcaron desde siempre a lugares cercanos entre los ríos Pogue, donde tiene su
colino de plátano, el río Bojayá y el río Atrato. Recorrer su propio territorio nunca le cerró los
horizontes y, por el contrario, la hizo una mujer de gran inteligencia y de una sabiduría cultivada
palmo a palmo en la cotidianidad de su amada selva. Oneida, sin embargo, lamenta los destinos que
le negaron muchas oportunidades e incluso una mínima atención cuando más la necesitó. A los ocho
años fue picada por una culebra y por falta de una buena atención médica perdió una pierna. Ella
recuerda todo un año de arduo trabajo para recuperarse, retomar las fuerzas y enfrentar con solo diez
años las tareas que una niña pogueña ya debía realizar, pues como ella narra, desde muy joven tuvo
que ayudar en las labores domésticas de su casa y en la crianza de sus hermanos:
“ Soy hija de Dora María Barco y de Pablo Emilio Orejuela. Somos trece hermanos,
diez hombres y solo tres mujeres. Yo viví una vida muy juiciosa y mi mamá tuvo
“
mucha confianza conmigo porque yo supe cuidar mucho a mis hermanitos. Ella
se iba a trabajar y yo me quedaba en la casa haciéndoles la comida, los bañaba y
los vestía desde que tenía diez años
Tantas eran sus ocupaciones que aprendió incluso a caminar sin necesidad de muletas, un objeto que
luego entraría a formar parte de su vida, cuando en uno de los embarazos sufrió de preeclampsia y
perdió al bebé. Después de superarlo, su vida ha sido un ejemplo de fortaleza y creatividad, pese a la
negligencia, el abandono, el racismo y la violencia que ha tenido que soportar por la fuerza que
actores externos interesados en ocupar su territorio han ejercido contra su tierra, sus ríos y su gente.
Ir al monte, sembrar caña, arroz, criar gallinas, hacer pan, sacar viche, entre muchos otros oficios,
fueron el motor con el que le brindó todo lo necesario a sus hijos. Más allá de las dificultades, logró
sembrar en ellos un profundo amor por el conocimiento:
Frente a esta situación, Oneida piensa en su vejez, en la vida que no es fácil en su tierra y en las posibili-
dades que su talento le ha abierto. Sabe que no es sencillo, pero no quiere dejar de soñar. Cree en su
capacidad para componer y poner cantos y espera que algún día esa virtud pueda servirle para ganarse el
sustento y no depender de nadie “Dios me ha permitido que publique mi canto, y yo tengo la esperanza
de que algún día eso me ayudará a sustentar”. Por eso la expectativa de Oneida es que el grupo de canta-
doras se fortalezca y que los proyectos que buscan hacer visible su oficio les permitan encontrar alterna-
tivas para vivir del canto o, por lo menos, que este y los nuevos escenarios que propone se puedan
sintonizar con los demás oficios que demanda hacer la vida digna en su pueblo.
Eugenia
Celestina
Palacio
La tierra y el canto son dos
grandes pasiones de Eugenia
Celestina Palacios. Al preguntar-
le sobre su vida, cuenta con
entusiasmo historias sobre la
siembra, las parcelas y la cosecha
de alimentos a orillas del río
Pogue. Habla también acerca del
canto de alabaos en su pueblo, de
las mujeres y los hombres que
llegaron cantando en las migra-
ciones afro del Baudó que se
asentaron allí en la primera mitad
del siglo XX. Tanto en la tierra
como en el canto se establecen
múltiples políticas de lo íntimo y
de lo público. Diversas luchas
cotidianas, silenciosas y sonoras,
subjetivas y colectivas, se
establecen desde estos ámbitos
de la vida de Eugenia y de
muchas otras mujeres en Pogue.
La tierra y el canto. El espacio y
el cuerpo. El cuidado material y
el cuidado simbólico.
Eugenia cuenta su niñez en Pogue como una
etapa de crecimiento y aprendizaje a través
del trabajo en el campo. Su papá cosechaba
maíz, arroz y plátano y le enseñó este oficio
agrícola y el amor por la tierra. Además de
participar en la siembra, ella también prepa-
raba biscochos y los vendía para obtener
“Eugenia cuenta algunos recursos adicionales
“Eugenia
su niñezcuenta
en Otro de los aprendizajes en la infancia de
suPogue
niñez en Pogue
Eugenia fue la preparación del viche, un
licor artesanal producto de la caña. Esta
como
comounaunaetapa
actividad implicaba toda una relación con la
etapa tierra, pues la caña había que sembrarla,
dedecrecimiento
crecimientoy y
podarla y cortarla a tiempo. A partir del
sembrado se formaban estrechos lazos
aprendizaje
aprendizajea a
comunitarios entre las mujeres que cultiva-
ban y cosechaban sus cañaduzales en un
través
travésdel
deltrabajo
lugar llamado La Isla. Se trataba de una
verdadera isla en el río, muy cerca del
entrabajo
el campo”.
pueblo, donde ellas tenían sus diferentes
parcelas. Todo el proceso de preparación del
viche se hacía colectivamente, desde el
en el campo”. cuidado de la siembra hasta la molienda
para sacar el guarapo y luego cocinarlo para
obtener las mieles para la destilación. En
todas estas actividades se cambiaban manos
y se estrechaban los vínculos comunitarios.
Eugenia recuerda que antes había trapiches
de palo que eran construidos con masas de
madera puestos verticalmente para moler la
caña y funcionaban con tracción humana,
luego llegaron los trapiches de rueda con un
mecanismo más tecnificado -eléctrico o de
combustible- y con rodillos horizontales.
Pero con el tiempo los trapiches de Pogue se
han acabado y con ellos la producción
comunitaria, ahora el más cercano queda en
la comunidad de Cuía, retirado del pueblo.
Eugenia reconoce toda la autonomía que le ha dado su trabajo con la tierra en lo espacial, en lo
económico, en lo alimentario. En definitiva, ella se ha podido mover por el territorio, recorrer-
lo, conocerlo y habitarlo a través de sus prácticas de cuidado de la tierra. Gracias a la venta de
productos agrícolas recibe unos ingresos que luego invierte en el sustento de su familia y en el
mantenimiento de las parcelas que tiene en el monte. En ocasiones debe pagar jornales para
limpiar los lugares de cultivo o para chapear el monte. Su trabajo agrícola también le brinda los
productos indispensables, como el plátano y el maíz. Antes también había arroz, este era produ-
cido y pilado colectivamente en el pueblo, pero poco a poco se ha dejado de sembrar y para
consumirlo dependen de lo que puedan comprar.
Además de la importancia que
tiene el trabajo agrícola en su
vida, Eugenia dice que el canto la
desvela y relaja. El canto de las
mujeres ayuda a mantener
despierta a la gente en un velorio,
permite lidiar mejor el dolor de la
muerte y acompaña al alma en su
desprendimiento del cuerpo de
este mundo. Es un canto que
cuida al muerto y también a los
que quedan vivos y lo lloran. Un
canto que repara el dolor, que
sostiene los cuerpos y los colecti-
vos en su melancolía.
“ Mi abuelo Macario era del Baudó, era hermano de Demetria Palacios y de Estanisla-
da Palacios, sus hermanas eran cantadoras y él era cantador. Demetria es la abuela de
Luz Marina y es la mamá de Pacho Cañola, entonces Luz Marina se pegó de su
abuela y su papá. Mi abuelo cantaba, pero cantaba más poquito que sus hermanas.
Pero bueno, mi mamá era de una herencia de cantadores, pero quien más cantaba era
su hermano Rangel Palomeque, que es el papá de Ereiza, entonces Ereiza se queda
“
con esa herencia de su papá
Como todas las cantadoras, Máxima aprendió a entonar los alabados acompañando a las mujeres que responden
a la voz guía. El coro es la escuela de las niñas y jóvenes que quieren convertirse en alabadoras, allí es donde se
afina la tonada, se aprenden las letras, y, sobre todo, se comprende la fuerza sanadora del canto colectivo. Es
cantando junto a otras que se entiende el sentido de acompañamiento que brinda el alabado, como describe
Máxima “La voz solista es la voz que guía, y el coro le da la fuerza. Porque cuando yo canto sola, es solo mi voz,
pero cuando a mí me hacen el coro, me lo van a hacer varias personas y todas esas voces se unen y trasciende”.
Para Máxima, los alabados pueden trascender de muchas formas porque tanto en los espacios públicos como en
los íntimos cumplen funciones importantes para el pueblo bojayaseño. Los alabados cuentan historias y hacen
un alto en el camino para reflexionar. Cuando se canta para despedir a un pariente, el alabado transciende para
acompañar, se convierte en una extensión del llanto “Uno acá en su Pogue, uno les canta a sus muertos y uno
llora, y uno está cantando y uno está llorando”. Pero esta trascendencia cambia cuando se canta para denunciar,
cuando se compone y se entona un verso para narrar las afectaciones de la guerra en la vida de la comunidad:
“ Es diferente porque uno canta con mucha fuerza, uno canta con mucha fuerza porque uno le está
diciendo es al mundo que en Bojayá nos hicieron esto, en Bojayá nos acabaron, no queremos más
esto, no queremos que se repita, y lo estamos haciendo con nuestras propias palabras y lo estamos
“
haciendo a través de una pantalla donde todo el mundo nos está viendo, eso se le pone mucha
fuerza, y nos sentimos grandes porque nosotras con eso estamos enseñándole a los otros departa-
mentos qué se hace para ayudar a mitigar esa violencia
El canto de alabados no ha sido la única fuente de inspiración para que Máxima hoy sea una lideresa en
su municipio y apoye varios procesos comunitarios como el programa de atención a víctimas o las
labores organizativas del Comité por los Derechos de las Víctimas de Bojayá. El amor a su comunidad
y la insistencia por defender a su pueblo y cuidar las tradiciones e historias fueron enseñanzas de su
abuela, quien también se llamaba Máxima. Con orgullo, la recuerda como una mujer grande de muchas
virtudes “Esa mujer a las hijas que crío les enseñó a defenderse, les enseñó a estar en sociedad, les
enseñó a estar en comunidad, les enseñó a adoctrinar su familia”.
Tratando de no perder esas enseñanzas, una de las apuestas que ella tiene junto a sus compañeras alaba-
doras es la de motivar a los y las jóvenes de Pogue a aprender a cantar alabado. También, acompaña el
proceso de exhumaciones de los muertos de la masacre del 2 de mayo de 2002 iniciado en 2017, aquí,
Máxima con su saber sobre las genealogías de las familias bojayaseñas ha hecho un gran aporte para que
todos y todas las familiares de quienes murieron aquel día puedan contribuir en el proceso de identifica-
ción. Una de sus intenciones en este trabajo es que a los parientes que murieron por “mala muerte” no se
les recuerde desde el dolor, sino desde las vivencias que tuvieron y lo que hacían para la comunidad,
desde la belleza y la vitalidad que le daban al pueblo.