Cantadoras - Choibá

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Cantadoras

Cuidar el buen morir y vivir en Bojayá


Investigación y compilación
Natalia Quiceno Toro, Adriana Marcela Villamizar Gelves, Andrea García Becerra,
Ana María Henao Buitrago, Isabel González Arango, Camila Salamandra Arriaga.

Fotografía
Federico Ruiz - http://federicoruiz.com, Adriana Marcela Villamizar, Natalia Quiceno
Toro, César Romero - @cesar.com, Germán Arango “Luckas Perro”.

Corrección de estilo
Miguel Botero

Diseño y diagramación
Alicia Reyes Londoño
Valentina Neira Yepez

Con apoyo
Universidad de Antioquia, Fondo Primer Proyecto CODI Vicerrectoría de Investigación,
Vicerrectoría de Extensión (Buppe Innovación Social), Unidad de Innovación, Instituto de
Estudios Regionales, Grupo Cultura, Violencia y Territorio, Pontificia Universidad Javeriana,
Artesanías Choibá, Artesanías Guayacán, Seglares Claretianas Medio Atrato, Red Departa-
mental de Mujeres Chocoanas, Ruta Pacífica de las Mujeres Chocó, COCOMACIA, Cantado-
ras de Bojayá, Pastoral Social Diócesis de Quibdó, Fundación Universidad de Antioquia.

ISBN
Impreso: 978-958-5526-99-0
Digital: 978-958-5596-00-9

Impresión
Impregón, https://impregon.com/

2019
www.iner.udea.edu.co
Presentación

Las mujeres negras han estado siempre presentes en las luchas por la liberación y por la
dignidad de los pueblos afrodescendientes en las américas. Su papel activo en las reivindi-
caciones afrodiaspóricas se ha reconocido algunas veces, mientras que otras se ha invisibili-
zado e incluso negado. En Colombia es necesario reconocer los múltiples aportes económi-
cos, políticos y culturales que han hecho y hacen las mujeres negras a la imaginación y
construcción de la vida y nuevos mundos. Esfuerzos por reconocer y teorizar estas prácticas
son evidentes en los trabajos de Mara Viveros, Juana Camacho, Nina de Friedeman, Aurora
Vergara, Betty Ruth Lozano, Paula Balduino, Libia Grueso, Doris Lamus, Charo Mina,
Natalia Santiesteban y un creciente número de mujeres negras lideresas, parteras, científi-
cas, intelectuales e investigadoras que han expandido estas preguntas en diversas regiones
del país y campos de la ciencia.

Estas historias son el resultado del proyecto Caminos y cantos de lucha: trayectorias de
mujeres Atrateñas desarrollado desde el grupo de investigación Cultura, Violencia y Territo-
rio del Instituto de Estudios Regionales de la Universidad de Antioquia en alianza con la
Universidad Javeriana de Bogotá y varios colectivos de mujeres en el Atrato: Artesanías
Choibá, La Red departamental de Mujeres Chocoanas, La Ruta Pacífica de las Mujeres
Chocó, Las Seglares Claretianas en la ciudad de Quibdó, y Artesanías Guayacán y el grupo
de Cantadoras de alabados en el Municipio de Bojayá. El proyecto fue financiado por el
Comité para el desarrollo de la investigación de la Universidad de Antioquia CODI desde el
fondo apoyo a primer proyecto.

La propuesta central de este proyecto fue recopilar voces y recorridos de las mujeres Atrate-
ñas para reconocer las formas y oficios desde los cuales se ha resistido a la guerra y otras
violencias. En la reconstrucción de las trayectorias de los colectivos de mujeres en el Atrato
se hacen evidentes las formas como los procesos de transmisión de saberes ancestrales
tienen hoy continuidad más allá de los territorios de procedencia y se actualizan articulados
a las luchas cotidianas.

Las Atrateñas crean constantemente nuevos planos temporales y espaciales de resistencia


desde el canto, la organización, la defensa del territorio, el cuidado, el trabajo con la familia,
el trabajo textil y la cocina. Sus múltiples posiciones para resistir a la guerra, al machismo a
la explotación laboral, al sexismo, entre otros modos de opresión, nos interesaron como
claves de lectura. Diversos modelos de organización y articulación aparecieron como alterna-
tivas para hacer visible el trabajo colectivo y la experiencia de las mujeres en este territorio.
Colectivos de artesanas, comisiones al interior de las organizaciones étnico territoriales,
redes, comités y plataformas hacen las veces de arquitecturas para acoger y crear nuevos
espacios donde las mujeres imaginan alternativas para la vida en medio de condiciones de
precariedad y conflicto armado. Los caminos, ríos y lugares que se configuran en relación
con las historias de estas mujeres son muy diversos, sin embargo, todas tienen en común un
río, el Atrato.

Las trayectorias y movimientos de estos colectivos hablan de relaciones, pero no solo de


relaciones con el espacio que se transita o los caminos que se recorren. Se trata de relacio-
nes y trayectorias que hacen a las mujeres, configuran sus vidas, cuerpos y memorias. A su
vez, esas relaciones crean lo que podríamos llamar “redes de cuidado” o redes de lucha. En
el Atrato fue constante que una mujer nos llevara a otra, que de las organizaciones de vícti-
mas o defensoras de derechos humanos pasáramos a un grupo de tejedoras y artesanas, a
una mujer pescadora o una cantadora. Son redes que crecen a medida que los conflictos,
despojos y amenazas en la región también crecen. Fueron muchas las mujeres que podría-
mos seguir contactando, conociendo y de las cuales podríamos seguir aprendiendo, pero
tocaba parar, volver y hacer un zoom sobre algunas de estas historias para escuchar con
atención lo que ellas nos enseñan.

En esta serie de cuadernos quisimos acercarnos a las historias de esos colectivos, pero a su
vez privilegiar las voces de algunas de sus representantes, comprender cómo esas experien-
cias subjetivas se articulaban y hacían también los procesos organizativos. Sabemos bien
que no todas están aquí retratadas, que faltan muchas historias por contar. Sabemos también
que reconstruir las experiencias de las mujeres Atrateñas pasa por reconocer la diversidad
étnica, el lugar de las mujeres indígenas y mestizas, sin embargo, este ejercicio constituye
un primer acercamiento que evidencia la riqueza de sus trayectorias y lo poco que conoce-
mos a las mujeres en el Atrato. Una motivación para continuar trabajando y, tal vez, seguir

esta apuesta con nuevos colectivos, con mujeres jóvenes, mujeres indígenas y mestizas.
A la memoria de Marielle Franco por ser semilla de lucha de las mujeres negras en
Latinoamérica.

Cuando estábamos escribiendo estas pequeñas historias sobre las luchas cotidianas de las
mujeres negras en el Atrato fue asesinada en un acto de terror y exterminio político la concejala
de Río de Janeiro Marielle Franco, una mujer negra, feminista, socióloga de las favelas de Río,
luchadora incansable contra el racismo y el orden biopolítico que autoriza el extermino de la
población negra. Ella, que optó con coraje por la vida pública, la política desde la primera fila, se
negó a ser cómplice de la intervención militar decretada en la ciudad de Río de Janeiro a comien-
zos de 2018. Contra una vida militarizada luchó hasta que un arma, de ese gran aparato militar
que es el Estado, acabó con la suya. Su legado está en cada mujer negra que sigue luchando por
un territorio sin minas, un barrio sin tanquetas, un río sin bloqueos.

Y hoy, 2019, nos seguimos preguntando

Quem mandou matar Marielle?


Para cantar un alabado en el Atrato hay que El grupo de alabadoras de Pogue en Bojayá es
poner o responder el canto, hay que poner la uno de esos escenarios donde lo comunitario y
fuerza para acompañar a los dolientes de quien lo político se sobrellevan de otras maneras.
se fue, vibrar con otros y conectar las almas de Desde el 2002, este colectivo comenzó a cuidar
los vivos y los muertos. El alabao, en tanto de los muertos de la masacre del 2 de mayo de
canto colectivo para acompañar la muerte, exige Bellavista, cabecera municipal de Bojayá, a
el encuentro y la relación entre mujeres de través de la creación de nuevos cantos y compo-
diversas generaciones y, en muchos casos, de siciones donde narraban las causas de ese hecho
diferentes procedencias. que fragmentó al pueblo bojayaseño. A partir de
ahí, han continuado en la creación de nuevos
Para hacerse cantadora, además de confiar en versos que exigen y denuncian las situaciones
las otras, hay que confiar y reconocer la poten- de desigualdad y vulnerabilidad a las que se ven
cia personal. Quien no se atreve con seguridad a expuestas en sus ríos, dando vida a una forma
“poner” o a responder el canto, difícilmente de hacer política que, al estar sustentada en
reconoce su poder interior para acompañar la lógicas y prácticas tradicionales y culturales
muerte, su poder para armonizar el mundo. afro, escapa a las formas clásicas de participa-
ción femenina impuestas por las políticas públi-
Esta potencia del canto y las cantadoras no solo cas de género y mujeres, donde el “empodera-
ha servido para los momentos rituales, cuando miento” y los “derechos” de las mujeres se
la muerte llama a algún ser querido o cuando los agotan en la incidencia en esferas instituciona-
armados se atreven a arrebatar la vida. También les ya creadas. Para ellas, el canto y el alabao
las cotidianidades, las trayectorias y los lugares son mecanismos que les permiten reelaborar los
habitados por ellas en el Atrato están llenos de mundos contemporáneos atrateños, generar
esa vitalidad y de esa capacidad para congregar, espacios de organización colectiva y de acción
reparar y curar. En los últimos años el canto ha política para las mujeres, y cuidar las melanco-
propiciado importantes escenarios para la lías y las memorias colectivas e individuales de
organización de las mujeres atrateñas, pues su pueblo.
mediante ellos se han creado procesos organiza-
tivos locales que se salen de los marcos jurídi-
cos y estatales preestablecidos.
Ereiza “Oiga señor presidente

Palomeque hágasenos para acá


Y con esos otros grupos
Una luna maravillosa se alzaba en el cielo de
díganos qué va a pasar
Pogue, iluminaba los rincones oscuros de la Y con esos otros grupos
selva y las aguas del río y se paraba espléndi-
da para que el pueblo admirara su belleza,
díganos qué va a pasar
que no alcanzaba a ser opacada por las luces
artificiales. Los niños y niñas, mientras
gozaban de su presencia, jugaban al son de
Con esta nos despedimos,
cuentos, versos, chistes y rondas. Así era la no dejamos de pensar,
vida en ese pueblo, así se vivía la niñez, así
recuerda Ereiza Palomeque su infancia, llena
las víctimas de Colombia
de cielos hermosos, de cantos y de cuentos no las podemo-olvidar
¡Era tan sana la vida!
Las víctimas de Colombia
Pero esos juegos de infancia no eran solo no las podemo-olvidar”.
juegos. En este pueblo, los versos significa-
ban mucho más. Cantar era una vieja costum-
bre que la gente grande usaba en varios Cantadoras de Pogue en
momentos de la vida: cuando hacían sus
quehaceres, cuando caminaban al río o se
firma del Acuerdo de Paz en
embarcaban, y lo más importante, cuando Cartagena 2016
alguien moría.
Sí, la muerte era otra de las esferas de la vida
que se arrullaban con cánticos. Esto lo enten-
dió Ereiza mientras veía a su padre, Rangel
Palomeque, cantar y contar chistes maravillo-
sos en las novenas que se celebraban después
de un velorio. Comprender la importancia de
acompañar la muerte con alabaos para que los
difuntos pudieran reposar tranquilos, y enten-
der que cantar y echar chistes era una forma de
compartir el dolor por la ausencia de alguien,
fueron acciones que la emocionaron tanto que,
cuando veía a alguien cantar y rezar, sentía
algo en su interior diciéndole que ella misma
debía apoderarse de los versos. Entre juegos y
risas, entre la vergüenza de la primera vez y las
miradas expectantes, Ereiza cantó su primer
alabado cuando tenía doce años. Justo al termi-
nar su presentación la gente supo que ella iba a
seguir con la tradición de su padre e iba a ser
cantadora.

Además de la importancia del canto, las niñas


como Ereiza aprendían sobre la tierra y la
siembra, sobre oficios como la costura, el
cuidado de plantas medicinales y la cocina, y
sobre actividades como la pesca, que también
formaban parte de la cotidianidad del pueblo,
pues no se trataba solo de ir por pescados,
sino de un espacio para compartir con la
comunidad y comunicar las noticias del
pueblo. Al pescar, por ejemplo, las mujeres se
desahogaban con sus compañeras, se conta-
ban sus males y, como era de esperarse,
echaban chistes y cantaban; entre el anzuelo,
el calandro y los numerosos guacucos, roizos,
charres o bocachicos que ofrecía el río para el
alimento diario, las mujeres afianzaban sus
lazos de comadrazgo. Estos fueron espacios
donde Ereiza construyó un fuerte arraigo con
su pueblo que después la llevaría a convertir-
se en una gran lideresa cuidadora y defensora
de este.
Las primeras muestras de liderazgo ocurrieron en los años ochenta, cuando ella ya tenía marido y
algo comenzó a inquietar a la gente de Pogue y otros pueblos del río Atrato. La empresa Maderas del
Darién, que ya había entrado a la región del Bajo Atrato, venía marcando los árboles de sus territorios
y aunque nadie conocía el motivo todos sospechaban que se trataba de algo malo, pues esa tierra era
de sus ancestros y los vecinos indígenas. Fue entonces cuando decidieron consultar a Gonzalo de la
Torre, padre claretiano que motivó la formación de muchas organizaciones y colectivos para la
defensa del territorio atrateño a mediados de los años 80. De su voz y de la de otros miembros de
los grupos misioneros se supo que la empresa quería tumbar esos árboles para extraer y comerciali-
zar la madera. Con la intención de no dejar que esta actividad económica pusiera en riesgo la vida en
sus territorios o que sus tierras les fueran arrebatadas, los pueblos del Atrato se unieron y conforma-
ron la Asociación Campesina Integral del Atrato (ACIA).
Cuando la noticia llegó a Pogue, Ereiza
sintió que no podía quedarse de brazos
cruzados. Su amor por el pueblo, su espíritu
activo y despierto, su carácter fuerte y
capacidad para comunicar sus posiciones
hizo que ella, con ayuda de la Diócesis de
Quibdó que la apoyó con los recursos para
transportarse, fuera la primera mujer pogue-
ña en ir a una asamblea de la ACIA. Así
“Ereiza
llegó a Puné, lugar donde se llevó a cabo la
segunda reunión general de la Asociación,
siempre había
allí se dio cuenta que, además de cantadora,
también podría convertirse en una lideresa
tenido la
de su comunidad. vocación para
Ereiza siempre había tenido la vocación para
levantar la voz y mover a su gente, por eso, levantar la voz
cuando comenzó a hacer parte de los proce-
sos organizativos y a enterarse de los y mover a
conflictos en su territorio no dudó en embar-
carse en esa travesía e incluir en ellos la su gente”.
preocupación por la poca participación de
las mujeres. A partir de aquí ella se propuso
crear espacios para que sus amigas, vecinas
y familiares se encontraran. Por ejemplo, las
llamaba para que leyeran la biblia juntas,
planeaba actividades para limpiar el pueblo,
las convidaba a pescar y las invitaba a
reuniones en su casa para conversar sobre la
defensa del territorio. Sin embargo, pocas
veces las mujeres del pueblo asistían a sus
reuniones y, por el contrario, preferían
esperar a que Ereiza trajera la información
para enterarse de todo. Esta actitud hacía que
ella, en algunas ocasiones, quisiera desistir
en sus intentos por fortalecer el trabajo
comunitario femenino, no entendía por qué
si las mujeres eran unas de las principales
protagonistas en el cuidado del territorio, no
participaban continuamente de los espacios
de decisión; aunque en el pueblo existían
otros líderes y procesos organizativos, su
verdadero anhelo era que otras mujeres
tuvieran presencia allí.
En medio del desencanto, también eran
recurrentes las preguntas de su marido
¿Por qué siempre tenía que ser ella? ¿Por
qué no podía ir alguien más en representa-
ción de las mujeres? Para Ereiza estos

“Muchos hombres del


cuestionamientos, más que detener su
espíritu de liderazgo, la hacían pensar en

pueblo, al conocer su
la necesidad de indagar qué detenía a las
otras mujeres y a qué le tenían miedo.

discurso, continuaban
Después de encuentros y diálogos con
ellas, vislumbró que sus compañeras les

señalándola, hubo
temían a sus maridos, muchos de ellos no
"les daban permiso" para asistir, todavía

quienes llegaron a
en Pogue existía la creencia de que las
"mujeres de bien no debían dejar su casa".

decir que su objetivo


Incluso, en esas conversas se dio cuenta
que había quienes la criticaban por sus

era 'someter a las mu-


constantes salidas y vocerías en los
espacios organizativos y la señalaban

jeres' ".
como "una mala mujer", tanto hombres y
mujeres cuestionaban a su marido por
"permitir esas actitudes" y su "falta de
adoctrinamiento" para que ella se quedara
en la casa.

Ereiza, como buena líder, se ingeniaba


estrategias para hacer frente a estos
señalamientos y motivar otras discusiones
en las mujeres de la comunidad. Seguía
organizando reuniones en su casa y entre
chistes, risas y cuentos, compartía con las
mujeres sus preocupaciones por la depen-
dencia de los hombres y por la invisibili-
zación de sus actividades, oficios y
capacidades como mujeres. Muchos
hombres del pueblo, al conocer su discur-
so, continuaban señalándola, hubo quienes
llegaron a decir que su objetivo era "some-
ter a las mujeres".
Pero ella tenía sus convicciones muy
claras, continuaba asistiendo sin
falta a las reuniones de la ACIA y
motivando a las mujeres a participar
allí. Prefería hacer oídos sordos a las
críticas del pueblo. No obstante, en
estas reuniones también tenía que
enfrentarse a otras actitudes que
dejaban entrever un machismo
presente dentro de la misma organi-
zación. Ereiza se daba cuenta que,
por lo general, en los encuentros las
mujeres no hablaban mucho y se
limitaban a oír lo que los hombres
decían para luego aprobarlo. Le
resultaba extraño que en la organiza-
ción se plantearan propuestas colec-
tivas y consensos, pero las mujeres
parecían solo hacer presencia y no
ser tomadas en cuenta para las
decisiones, parecían ser llamadas
únicamente para "estar siempre de
acuerdo" con lo que ellos dijeran.

Por esos mismos años, además de la


ACIA, los grupos de misioneros y
misioneras llegaron al Atrato y
formaron las Comunidades Eclesia-
les de Base (CEB), unos grupos de
oración donde mujeres y hombres
iban a rezar y conversar sin prejui-
cios. En estos encuentros, ella y
otras mujeres encontraron un
escenario para mostrar y comunicar
sus pensamientos, capacidades y
fuerza. La potencia de sus oraciones
estaba cargada de reflexiones
profundas sobre el territorio y las
problemáticas que en él vivían.
Al entrar a la década de los noventa, la región comenzó a verse amenazada no solo por las empresas
explotadoras de madera y recursos naturales, sino por la inserción de diferentes grupos armados que
empezaban a hacer presencia en sus ríos e irrumpir la cotidianidad de los poblados. Es así como
organizarse y crear espacios para la exigencia de una atención prioritaria comenzaron a ser acciones
más que necesarias, pues la defensa del territorio se extendió hasta la defensa de la vida misma. Por
eso, las comunidades negras aprovecharon el escenario de discusión a nivel nacional sobre el cambio
de la carta constitucional para reclamar como grupos étnicos el reconocimiento diferenciado por
parte del Estado. Mediante la inclusión del Artículo Transitorio 55 en la Constitución de 1991, estas
comunidades logran, en 1993, la firma de la Ley 70 que reconoce su posesión colectiva sobre los
territorios que ancestralmente habían ocupado, pero para ello las comunidades debían constituirse
como Consejos Comunitarios.
En el Atrato, los Consejos Comuni-
tarios comienzan a ser una herra-
mienta para que las comunidades, en
medio de enfrentamientos armados,
desplazamientos forzados y otras
acciones bélicas, empezaran a
presionar al Estado para que atendie- “La formación de
ra las necesidades de su territorio,
por lo menos desde una adjudicación estos Consejos, si bien
y protección a sus tierras que impi-
diera la ocupación de los armados.
fue una discusión que
La ACIA, por ejemplo, decidió
cambiar su carácter organizativo
se extendió a lo largo
como Asociación y constituirse
como Consejo Comunitario Mayor
del Atrato para evitar
de la Asociación Campesina Integral
del Atrato (COCOMACIA).
la llegada de nuevos
actores, no fue
La formación de estos Consejos, si
bien fue una discusión que se exten- suficiente para frenar
las manifestaciones
dió a lo largo del Atrato para evitar la
llegada de nuevos actores, no fue
suficiente para frenar las manifesta-
ciones de la violencia. En ese tiempo de la violencia”.
varias personas de la comunidad
fueron asesinadas, los niños eran
reclutados y, por miedo, mucha gente
fue desterrada de sus comunidades.
Eso ocurrió en Pogue, donde ni los
recuerdos de infancia, ni el arraigo
por los familiares y amigos difuntos
enterrados en el cementerio, impidie-
ron que las familias se fueran del
pueblo de manera masiva en el año
2005.
Ante tanto miedo y dolor, las mujeres
supieron que los alabaos y rezos podían
convertirse en una forma de contar lo que
sucedía. Un hecho que motivó la transfor-
mación de los cantos mortuorios en un
medio para gritar la injusticia y hacer que
los oídos sordos del centro del país empe-
zaran a escuchar, fue el asesinato del
“Ante tanto miedo y párroco de Bojayá, padre Jorge Luis Mazo
quien había impulsado procesos como las
dolor, las mujeres tiendas comunitarias para confrontar los
bloqueos armados de los ríos en el muni-
supieron que los cipio. Otro evento que detonó la transfor-
mación del canto mortuorio fue la masa-
alabaos y rezos cre ocurrida el 2 de mayo de 2002 en
Bellavista, cabecera municipal de Bojayá,
podían convertirse en medio de un enfrentamiento entre la
antigua insurgencia de las Fuerzas Arma-
en una forma de das Revolucionarias de Colombia-Ejérci-
to del Pueblo (Farc-EP) y los grupos
contar lo que paramilitares. En este suceso no solo
murieron más de ochenta personas del
sucedía”. pueblo, sino que también muchas de las
comunidades rurales, entre ellas la pogue-
ña, se vieron obligadas a desplazarse
forzosamente de sus territorios por miedo
a que ese suceso se replicara en sus pobla-
dos. Para narrar las afectaciones y conme-
morar a quienes murieron ese día, Ereiza y
las demás mujeres construyeron unos
alabados especiales que después darían
nacimiento a un grupo de alabadoras que
hoy se conocen como las Cantadoras de
Bojayá o Las Musas de Pogue, quienes
desde el canto han narrado las problemáti-
cas de su pueblo por más de 20 años.
Ereiza hoy vive en Bellavista porque nunca retomó a su
pueblo después del destierro de 2005. Al tener que
alejarse del lugar donde había crecido, de los sitios que
siempre había considerado como suyos y del pueblo
que tanto había cuidado, ella manifiesta con un aire de
resignación que, aun cuando hoy no vive allá, no dejará
de cantar y liderar acciones para proteger su tierra y su
río, para defender su gran familia llamada Pogue.
De mi abuela Demetria aprendí
el canto, porque la que cantaba
era ella, mi abuela

La Negra recuerda que fue muy


querida en su niñez. Era la única
hija con tres hermanos hombres y
fue la consentida del papá y de la
abuela. El padre de Luz Marina era
Pacho Cañola, un gran hombre del
pueblo de Pogue y el río Bojayá.
De sus recuerdos de infancia tiene
muy presente los constantes viajes
de su padre a lo que antes se cono-
cía como Sibaté, un pueblo en la
boca del río Bojayá que después
dio origen a Bellavista. Su padre es
recordado como músico, cultiva-
dor de plátano y banano y como
compadre de muchos indígenas de
la región. Los primeros viajes de
La Negra fueron acompañándolo
en esas correrías entre el río
Bojayá y el Atrato, incluso llega-
ron en varias ocasiones hasta
Quibdó, un viaje que duraba tres
días con un motor 5 "Yo viajaba
mucho con mi papá, él me traía.
Mi mamá a veces no quería y mi
papá insistía 'que voy a llevar a mi
hija pa' que vaya conociendo'. Así
fue que yo inicié a viajar y desde
ahí he sido viajadora".
La Negra se crio en una finca ubicada en el río caso de La Negra, quien además de criar a sus
Bojayá llamada El Aguacate. Todas las sema- hermanos, cogió a su primer marido muy
nas, su madre, Juana Dolores, y Pacho Cañola rápido y tuvo cuatro hijos. Con este hombre se
iban allí a trabajar y dejaban a sus hijos al dejó al poco tiempo porque él se fue para
cuidado de la abuela Demetria en el pueblo, Quibdó. Sin embargo, después ella se juntó con
donde poco a poco se fueron instalando. En otro compañero que le ayudó en la crianza de
Pogue La Negra inició sus estudios, más tarde sus hijos. Para La Negra criar es una práctica
se casó, tuvo sus hijos y se convirtió, siguiendo que implica a las personas mucho más allá del
los pasos de su padre, en un referente impor- vínculo materno, por eso ella ha criado a varias
tante del trabajo comunitario. personas de su familia y lo seguirá haciendo
cuando sea necesario.
Cuando murió su madre, Luz Marina se encar-
gó de los hermanos menores porque en Pogue
se "jovenciaba" pequeña. A los doce años las
niñas ya pueden tener responsabilidades de
mujeres adultas y es común que desde muy
jóvenes comiencen a tener sus hijos. Ese fue el
Una de las pocas oportunidades que había
para las mujeres en Pogue al momento de
elegir un oficio llegó a su casa por casuali-
dad. Un día la vida la puso en el camino “Una de las pocas
del aprendizaje del cuidar de los otros y
otras, ella cuenta:
oportunidades que
había para las
“ Estábamos en la comunidad, de
pronto se apareció una mujer de
mañanita, era que ella andaba
promoviendo un programa mater-
mujeres en Pogue al
momento de elegir un
no-infantil y andaba buscando
personas que quisieran acceder al oficio llegó a su casa
programa, y que ellas le daban la
capacitación. Le daban pues todo,
por casualidad. Un
se lo costeaban, pero había que
presentar un examen de admisión,
día la vida la puso en
y dije bueno, yo me voy a meter,
nos metimos con dos muchachas
el camino del
de la comunidad y por de buenas “ aprendizaje del
yo pasé y me fui a hacer el curso a
Quibdó cuidar de los otros y
Luz Marina viajó a Quibdó donde estudió otras ”.
algunos meses. Al contrario de mucha
gente, nunca pretendió quedarse y, por
eso, ante la noticia de que su padre se
había perdido en el monte, ella regresó
inmediatamente a Pogue. Aunque apare-
ció tres días después en el río Buchadó,
ella ya estaba instalada de nuevo en su
casa y, para no abandonar su sueño de
culminar el bachillerato, decidió estudiar a
distancia. Más tarde fue nombrada promo-
tora de salud, un oficio que desempeñó
por 33 años hasta que en 2014 cambiaron
las políticas de salud en Colombia y no
solo se le acabó el trabajo, sino que Pogue
se quedó sin puesto de salud.
Aun así, su espíritu de liderazgo no la ha dejado Hoy los cantos no narran las mismas cosas que
abandonar del todo a su pueblo. Cuando La ayer, hoy los cantos cuentan los problemas a los
Negra está en Pogue, es ella la que atiende a los que se enfrenta el pueblo como consecuencia de la
enfermos "Yo he sido la médica, la cirujana, de exclusión sociopolítica que históricamente ha
todo en mi comunidad". Desafortunadamente, y vivido el Atrato. Habiendo sido viajera desde niña,
a pesar de tantos años de servicio, la esperanza piensa que las transformaciones del canto en el
de una pensión parece lejana. pueblo han sido una gran oportunidad tanto para
visibilizar al pueblo como para que las mujeres
Luz Marina no solo ha sido cirujana del pueblo salgan y conozcan otros lugares que nunca imagi-
por sus conocimientos en enfermería. También naron. En el horizonte, como grupo, también se
ha contribuido a curar las heridas en su pueblo piensan procesos de formación para las nuevas
mediante los cantos. A los veinticinco años se generaciones, para fortalecer el oficio y promover
atrevió a entonar por primera vez un alabao. el reconocimiento. Han soñado con crear una
Como lo hizo su abuela durante mucho tiempo, fundación en la que puedan organizarse como
ella se arriesgó a acompañar a las mujeres mujeres cantadoras. No duda en declarar que para
mayores, quienes al escucharla la animaron a ella el canto es pogueño y que, además, es una
cantar más duro. La Negra cuenta que antes manera de cuidar y proteger porque es una herra-
sentía pena, pues no sabía si tenía o no "tonada", mienta para acompañar y ayudar al muerto a
pero una vez lo hizo, nunca lo dejó de hacer. El encontrar su lugar, para defender el lugar de los
canto se convirtió en una pasión y una herra- vivos, la vida y la comunidad "Nosotros creemos
mienta para la sanación tan importante en su que cuando uno le canta a la persona, la persona se
vida que hoy es la coordinadora del grupo de va en paz, baja al sepulcro tranquila, no se queda
cantadoras. en el aire, dice uno que de una vez se va su alma a
su lugar, eso es lo que pensamos nosotros".
Oneida Orejuela
Barco

“ El placer de
nosotras es
cantar, no
sabemos si en
verdad eso
agrada a Dios
o no, pero

nosotras lo
hacemos .
Nacida y criada en Pogue, Oneida nunca fue una mujer viajera. Las múltiples ocupaciones y respon-
sabilidades la embarcaron desde siempre a lugares cercanos entre los ríos Pogue, donde tiene su
colino de plátano, el río Bojayá y el río Atrato. Recorrer su propio territorio nunca le cerró los
horizontes y, por el contrario, la hizo una mujer de gran inteligencia y de una sabiduría cultivada
palmo a palmo en la cotidianidad de su amada selva. Oneida, sin embargo, lamenta los destinos que
le negaron muchas oportunidades e incluso una mínima atención cuando más la necesitó. A los ocho
años fue picada por una culebra y por falta de una buena atención médica perdió una pierna. Ella
recuerda todo un año de arduo trabajo para recuperarse, retomar las fuerzas y enfrentar con solo diez
años las tareas que una niña pogueña ya debía realizar, pues como ella narra, desde muy joven tuvo
que ayudar en las labores domésticas de su casa y en la crianza de sus hermanos:

“ Soy hija de Dora María Barco y de Pablo Emilio Orejuela. Somos trece hermanos,
diez hombres y solo tres mujeres. Yo viví una vida muy juiciosa y mi mamá tuvo

mucha confianza conmigo porque yo supe cuidar mucho a mis hermanitos. Ella
se iba a trabajar y yo me quedaba en la casa haciéndoles la comida, los bañaba y
los vestía desde que tenía diez años
Tantas eran sus ocupaciones que aprendió incluso a caminar sin necesidad de muletas, un objeto que
luego entraría a formar parte de su vida, cuando en uno de los embarazos sufrió de preeclampsia y
perdió al bebé. Después de superarlo, su vida ha sido un ejemplo de fortaleza y creatividad, pese a la
negligencia, el abandono, el racismo y la violencia que ha tenido que soportar por la fuerza que
actores externos interesados en ocupar su territorio han ejercido contra su tierra, sus ríos y su gente.
Ir al monte, sembrar caña, arroz, criar gallinas, hacer pan, sacar viche, entre muchos otros oficios,
fueron el motor con el que le brindó todo lo necesario a sus hijos. Más allá de las dificultades, logró
sembrar en ellos un profundo amor por el conocimiento:

"La gente era muy escasa de recursos, el gobierno no


nos ha brindado nada de oportunidad, igual que
ahora, y de todas maneras mi hijo logró estudiar, ya
es un señor de cuarenta años y todavía sigue estu-
diando".
Para Oneida uno de los grandes sufrimientos de
su vida, tanto durante el conflicto armado como
en tiempos de una paz incierta, tiene que ver con
la comida. Ella cuenta que muchas cosas han
cambiado desde que sus abuelos llegaron del
Baudó a hacer la vida en la punta donde se
encuentran el río Bojayá y el Pogue: “La situación
económica de la
“La situación económica de la comida hoy, aquí
en el campo, la tenemos más dura. Nosotros comida hoy, aquí en
antes conseguíamos alimentación sin mayor
trabajo porque los hombres se iban a buscar y el campo, la
conseguían la guagua, el armadillo, el venado, el
tatabro, también mataban pájaros, mucho pájaro tenemos más dura.
abundante acá en este río. Y la gente con todas
esas cosas se suministraba. En este río era muy Nosotros antes
abundante el chontaduro, el aguacate, la yuca, el
ñame, una planta también que se le dice rascade- conseguíamos
ra muy parecida al ñame. Todas esas cosas han
desaparecido porque ya la gente no era como alimentación sin
antes que se iba para las orillas y allá perdía la
semana trabajando, a veces sus quince días, mayor trabajo”.
porque entonces la gente tenía el lugar para
sembrar todos esos frutos productivos para el
sustento de la casa. Hoy se tiene que trabajar es
de mano cambiada, ir solo en el día, no quedarse
durmiendo en las orillas, porque así no vaya a
pasar nada, ya está la zozobra, están las sospe-
chas de lo que nos pasó adelante. Ahora ya los
hombres no hacen lo mismo que antes porque
ellos tienen mucha zozobra que de pronto se
vayan ahí a buscar los animales para el consumo
de la casa y no vayan a regresar, porque como
estos montes anteriormente fueron minaos
nosotros no podemos saber si por ahí quedó
alguna mina sembrada o que no la hayan sacado,
uno como no tiene con qué dase cuenta dónde
está ni dónde fue, entonces por todas esas cosas
también carecemos de alimentación, por la
zozobra”.
Insistir en trabajar la tierra es una de las
tareas cotidianas de Oneida. Tiene su
plátano, plantas de azotea y cuida con celo
unas semillas de arroz para ver cuando tiene
la posibilidad de sembrarlas. Pero Oneida
también es cantadora y su amor por el campo
y los oficios que este implica no logra
sintonizarse en muchas ocasiones con sus
labores relacionadas con el arte del canto.
Una de sus angustias tiene que ver con el
deseo de mantener estos dos oficios. Dejar
abandonado el colino y la parcela cuando la
invitan a cantar es una decisión dura, sin
embargo, ella trata de coordinar sus tiempos,
sobre todo porque sabe que su acompaña-
miento al grupo de alabadoras es indispensa-
ble en momentos clave para la comunidad
bojayaseña, como en la primera firma de los
Acuerdos entre el gobierno del expresidente
Juan Manuel Santos y la antigua insurgencia
Farc-EP que se realizó en Cartagena en
septiembre de 2016, o la exhumación de los
muertos de la masacre del 2 de mayo del
2002 llevada a cabo en mayo de 2017.

Oneida es reconocida por su capaci-


dad para componer los que hoy se
conocen como "cantos nuevos".
Recuerda que desde el momento en
que "abrió el ojo" escuchó a las más
viejas cantar. Explica que la fuerza
del canto en su pueblo se debe al
trabajo del cuidado de los muertos
realizado por las mujeres como
herencia de la sabiduría de sus ances-
tros del Baudó, dice ella que en esa
región "todo muerto tiene su cántico".
Ella comenzó a cantar a los quince años,
“Ella comenzó a recuerda que de niña solo se dedicaba a
escucharlos en los velorios cuando acompa-
cantar a los quince ñaba a su madre, pero llegó el momento en
que el corazón ya no le aguantaba las ganas
años, recuerda que de cantar y comenzó a responder "Y no me
quedaba callada". Como compositora tiene
de niña solo se además un fuerte sentido político, para ella
el canto es un puente, un medio para
dedicaba a transmitir las experiencias vividas como
mujeres atrateñas frente a violencias
escucharlos en los históricas y en medio del conflicto armado.

velorios cuando Su canto es el grito ante la injusticia y el


acompañaba a su silenciamiento que lleva muchos años
invadiendo los ríos atrateños. Ella recuerda
madre, pero llegó el que la necesidad de cambiar las letras de los
alabaos tradicionales aparece incluso antes
momento en que el de la masacre del 2 de mayo de 2002 en
Bellavista, por ejemplo, cuando se luchó por
corazón ya no le la Ley 70, que reconoció la propiedad colec-
tiva de la tierra por parte de las comunidades
aguantaba las ganas negras. Fue ahí cuando sintió la necesidad
de componer versos que narraran todo lo
de cantar y comenzó que implicó semejante logro político. Para
Oneida el canto es entonces una manera de
a responder”. hacer escuchar y trasmitir las alegrías,
tristezas, logros, dolores, pérdidas y anhelos
de su pueblo "Ha sido mi herramienta para
contar lo que pasaba, lo que sentíamos, para
decirle al gobierno que no queremos más
violencia, que queremos la paz, una paz que
venga de corazón, no como ahora que
siguen los rumores de la guerra".
El conocimiento que Oneida tiene sobre los cantos y los ritos mortuorios es vital para el momento que
vive su pueblo. En tiempos de transiciones políticas, este rol parece haberse intensificado. Cantar en
actos de perdón, firmas de acuerdos, marchas para defender la paz y el proceso de exhumación e identi-
ficación de los familiares fallecidos en la masacre, hace parte de los nuevos lugares y oficios que Oneida
ha asumido. En parte, desear el canto y sentirse complacida con él también habla de los escenarios que
este ha ofrecido para que las mujeres disputen poderes y realicen acciones colectivas desde sus oficios:

“ Yo desde el canto he sentido satisfacción, porque creo que estos alabaos se


están escuchando por otras partes para que otros sepan que nosotros hemos
sentido dolor y que lo que hicieron los actores armados no fue cosa fácil
para nosotros. Como nosotros no tenemos una comunicación directamente
con ellos, por eso es que hacemos esos alabaos, a ver si alguna vez le llega
al rincón del mundo donde ellos están, a los que hicieron las cosas y que “
sientan lo que nosotros estamos sintiendo, y que no olvidaremos esos seres
queridos que se nos fueron. Por eso es que hemos hecho esos alabaos
Para ella, sin embargo, esto significa una contradicción constante. A pesar de la enorme visibilidad
política y mediática que ha ganado el grupo de alabadoras, en el día a día las tareas, necesidades y preca-
riedades siguen siendo las mismas. La diferencia es que hoy tienen menos tiempo que antes para
ocuparse de, por ejemplo, sembrar su comida y contribuir con algún trabajo a la subsistencia de su
familia.

Frente a esta situación, Oneida piensa en su vejez, en la vida que no es fácil en su tierra y en las posibili-
dades que su talento le ha abierto. Sabe que no es sencillo, pero no quiere dejar de soñar. Cree en su
capacidad para componer y poner cantos y espera que algún día esa virtud pueda servirle para ganarse el
sustento y no depender de nadie “Dios me ha permitido que publique mi canto, y yo tengo la esperanza
de que algún día eso me ayudará a sustentar”. Por eso la expectativa de Oneida es que el grupo de canta-
doras se fortalezca y que los proyectos que buscan hacer visible su oficio les permitan encontrar alterna-
tivas para vivir del canto o, por lo menos, que este y los nuevos escenarios que propone se puedan
sintonizar con los demás oficios que demanda hacer la vida digna en su pueblo.
Eugenia
Celestina
Palacio
La tierra y el canto son dos
grandes pasiones de Eugenia
Celestina Palacios. Al preguntar-
le sobre su vida, cuenta con
entusiasmo historias sobre la
siembra, las parcelas y la cosecha
de alimentos a orillas del río
Pogue. Habla también acerca del
canto de alabaos en su pueblo, de
las mujeres y los hombres que
llegaron cantando en las migra-
ciones afro del Baudó que se
asentaron allí en la primera mitad
del siglo XX. Tanto en la tierra
como en el canto se establecen
múltiples políticas de lo íntimo y
de lo público. Diversas luchas
cotidianas, silenciosas y sonoras,
subjetivas y colectivas, se
establecen desde estos ámbitos
de la vida de Eugenia y de
muchas otras mujeres en Pogue.
La tierra y el canto. El espacio y
el cuerpo. El cuidado material y
el cuidado simbólico.
Eugenia cuenta su niñez en Pogue como una
etapa de crecimiento y aprendizaje a través
del trabajo en el campo. Su papá cosechaba
maíz, arroz y plátano y le enseñó este oficio
agrícola y el amor por la tierra. Además de
participar en la siembra, ella también prepa-
raba biscochos y los vendía para obtener
“Eugenia cuenta algunos recursos adicionales

“Eugenia
su niñezcuenta
en Otro de los aprendizajes en la infancia de

suPogue
niñez en Pogue
Eugenia fue la preparación del viche, un
licor artesanal producto de la caña. Esta

como
comounaunaetapa
actividad implicaba toda una relación con la
etapa tierra, pues la caña había que sembrarla,

dedecrecimiento
crecimientoy y
podarla y cortarla a tiempo. A partir del
sembrado se formaban estrechos lazos

aprendizaje
aprendizajea a
comunitarios entre las mujeres que cultiva-
ban y cosechaban sus cañaduzales en un

través
travésdel
deltrabajo
lugar llamado La Isla. Se trataba de una
verdadera isla en el río, muy cerca del

entrabajo
el campo”.
pueblo, donde ellas tenían sus diferentes
parcelas. Todo el proceso de preparación del
viche se hacía colectivamente, desde el
en el campo”. cuidado de la siembra hasta la molienda
para sacar el guarapo y luego cocinarlo para
obtener las mieles para la destilación. En
todas estas actividades se cambiaban manos
y se estrechaban los vínculos comunitarios.
Eugenia recuerda que antes había trapiches
de palo que eran construidos con masas de
madera puestos verticalmente para moler la
caña y funcionaban con tracción humana,
luego llegaron los trapiches de rueda con un
mecanismo más tecnificado -eléctrico o de
combustible- y con rodillos horizontales.
Pero con el tiempo los trapiches de Pogue se
han acabado y con ellos la producción
comunitaria, ahora el más cercano queda en
la comunidad de Cuía, retirado del pueblo.
Eugenia reconoce toda la autonomía que le ha dado su trabajo con la tierra en lo espacial, en lo
económico, en lo alimentario. En definitiva, ella se ha podido mover por el territorio, recorrer-
lo, conocerlo y habitarlo a través de sus prácticas de cuidado de la tierra. Gracias a la venta de
productos agrícolas recibe unos ingresos que luego invierte en el sustento de su familia y en el
mantenimiento de las parcelas que tiene en el monte. En ocasiones debe pagar jornales para
limpiar los lugares de cultivo o para chapear el monte. Su trabajo agrícola también le brinda los
productos indispensables, como el plátano y el maíz. Antes también había arroz, este era produ-
cido y pilado colectivamente en el pueblo, pero poco a poco se ha dejado de sembrar y para
consumirlo dependen de lo que puedan comprar.
Además de la importancia que
tiene el trabajo agrícola en su
vida, Eugenia dice que el canto la
desvela y relaja. El canto de las
mujeres ayuda a mantener
despierta a la gente en un velorio,
permite lidiar mejor el dolor de la
muerte y acompaña al alma en su
desprendimiento del cuerpo de
este mundo. Es un canto que
cuida al muerto y también a los
que quedan vivos y lo lloran. Un
canto que repara el dolor, que
sostiene los cuerpos y los colecti-
vos en su melancolía.

Como cantadora ha viajado con


sus compañeras por distintas
comunidades de Colombia. El
canto la ha llevado a lugares
como Andagoya, Cartagena y
Medellín. Cantar, al igual que el
trabajo de la tierra, ha significado
para ella vivir, recorrer y conocer
el territorio.
Máxima
Asprilla
Palomeque
La vivencia, es que la vivencia es la que nos
tiene vivos. Si uno se queda con la imagen de
muerte, la tristeza lo acaba. Y como que uno
a la persona esa lástima no, no estoy ahí, yo
estoy en la belleza.

Si hay alguien que conoce la historia sobre


cómo llegan y se arraigan los alabados a
Pogue es Máxima Asprilla, en su memoria
guarda las historias de casi todos los ances-
tros y ancestras que llegaron al río Bojayá
a construir ese pequeño poblado en el que
los versos y cantos definen la vida. Desde
muy pequeña aprendió que en los pueblos
del Atrato todos y todas son una gran
familia y, por eso, para rastrear la historia
de las comunidades y reconocer la impor-
tancia y belleza de sus tradiciones, hay que
saber de cuál río vinieron los abuelos y
abuelas, quiénes eran los tíos, cuántos
maridos tuvo la madre, cuántos hijos el
padre, quién fue la comadre de crianza o de
qué pariente se heredaron los secretos, las
recetas o los cantos.
Reconstruir la historia de su familia es lo que le permitió a Máxima conocer, enamorarse de los alabados
y entender el papel fundamental que estos cumplen en la conformación de la comunidad pogueña, como
ella misma lo dice “El alabado es una herencia ancestral que viene de generación en generación, porque
el alabado en Pogue se ha propagado, porque es algo que va en la sangre de esos ancestros”. En su caso,
los primeros recuerdos del alabado vienen de ver cantar a su tío en los velorios y, de vez en cuando, a su
mamá, quien solo se animaba a acompañar a su hermano cuando entonaban los versos de El hermanito
devoto. Pero la herencia del canto viene de más atrás, de su abuelo y las hermanas de este que en el río
Quito cantaban también. Así como sabe su historia, ella conoce la historia de cómo muchas de las otras
cantadoras importantes como Ereiza y La Negra recibieron la herencia del alabado:

“ Mi abuelo Macario era del Baudó, era hermano de Demetria Palacios y de Estanisla-
da Palacios, sus hermanas eran cantadoras y él era cantador. Demetria es la abuela de
Luz Marina y es la mamá de Pacho Cañola, entonces Luz Marina se pegó de su
abuela y su papá. Mi abuelo cantaba, pero cantaba más poquito que sus hermanas.
Pero bueno, mi mamá era de una herencia de cantadores, pero quien más cantaba era
su hermano Rangel Palomeque, que es el papá de Ereiza, entonces Ereiza se queda

con esa herencia de su papá
Como todas las cantadoras, Máxima aprendió a entonar los alabados acompañando a las mujeres que responden
a la voz guía. El coro es la escuela de las niñas y jóvenes que quieren convertirse en alabadoras, allí es donde se
afina la tonada, se aprenden las letras, y, sobre todo, se comprende la fuerza sanadora del canto colectivo. Es
cantando junto a otras que se entiende el sentido de acompañamiento que brinda el alabado, como describe
Máxima “La voz solista es la voz que guía, y el coro le da la fuerza. Porque cuando yo canto sola, es solo mi voz,
pero cuando a mí me hacen el coro, me lo van a hacer varias personas y todas esas voces se unen y trasciende”.
Para Máxima, los alabados pueden trascender de muchas formas porque tanto en los espacios públicos como en
los íntimos cumplen funciones importantes para el pueblo bojayaseño. Los alabados cuentan historias y hacen
un alto en el camino para reflexionar. Cuando se canta para despedir a un pariente, el alabado transciende para
acompañar, se convierte en una extensión del llanto “Uno acá en su Pogue, uno les canta a sus muertos y uno
llora, y uno está cantando y uno está llorando”. Pero esta trascendencia cambia cuando se canta para denunciar,
cuando se compone y se entona un verso para narrar las afectaciones de la guerra en la vida de la comunidad:

“ Es diferente porque uno canta con mucha fuerza, uno canta con mucha fuerza porque uno le está
diciendo es al mundo que en Bojayá nos hicieron esto, en Bojayá nos acabaron, no queremos más
esto, no queremos que se repita, y lo estamos haciendo con nuestras propias palabras y lo estamos

haciendo a través de una pantalla donde todo el mundo nos está viendo, eso se le pone mucha
fuerza, y nos sentimos grandes porque nosotras con eso estamos enseñándole a los otros departa-
mentos qué se hace para ayudar a mitigar esa violencia
El canto de alabados no ha sido la única fuente de inspiración para que Máxima hoy sea una lideresa en
su municipio y apoye varios procesos comunitarios como el programa de atención a víctimas o las
labores organizativas del Comité por los Derechos de las Víctimas de Bojayá. El amor a su comunidad
y la insistencia por defender a su pueblo y cuidar las tradiciones e historias fueron enseñanzas de su
abuela, quien también se llamaba Máxima. Con orgullo, la recuerda como una mujer grande de muchas
virtudes “Esa mujer a las hijas que crío les enseñó a defenderse, les enseñó a estar en sociedad, les
enseñó a estar en comunidad, les enseñó a adoctrinar su familia”.
Tratando de no perder esas enseñanzas, una de las apuestas que ella tiene junto a sus compañeras alaba-
doras es la de motivar a los y las jóvenes de Pogue a aprender a cantar alabado. También, acompaña el
proceso de exhumaciones de los muertos de la masacre del 2 de mayo de 2002 iniciado en 2017, aquí,
Máxima con su saber sobre las genealogías de las familias bojayaseñas ha hecho un gran aporte para que
todos y todas las familiares de quienes murieron aquel día puedan contribuir en el proceso de identifica-
ción. Una de sus intenciones en este trabajo es que a los parientes que murieron por “mala muerte” no se
les recuerde desde el dolor, sino desde las vivencias que tuvieron y lo que hacían para la comunidad,
desde la belleza y la vitalidad que le daban al pueblo.

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