Casos Clínicos 2
Casos Clínicos 2
Casos Clínicos 2
Ashley de 17 años de edad, fue derivada para una reevaluación diagnostica después
de haber estado diagnosticada de autismo y retraso mental casi toda su vida. Hace
poco le diagnosticaron un síndrome de Kleefstra y la familia desea confirmar los
diagnósticos previos y valora el riesgo genético para los futuros hijos de sus hermanas
mayores.
Según su historia, Ashley empezó a recibir servicios a los 9 meses de edad, después
de que los padres notaran importantes retrasos motores. Empezó a caminar a los 20
meses y a ir al cuarto de baño sola a los 5 años. Dijo su primera palabra a los 6 años.
Le diagnosticaron retraso del desarrollo a los 3 años y autismo, obesidad y
encefalopatía estática a los 4 años. En una de las primeras evaluaciones se observó
una posible dismorfología facial; las pruebas genéticas de entonces no aportaron nada.
Los padres refirieron que Ashley sabía cientos de palabras sueltas y muchas frases
sencillas. Le interesaban desde hace mucho las matrículas de los vehículos y se la
pasaba horas dibujándolas. Su mayor capacidad era la memoria, y podía dibujar con
precisión las matriculas de distintos estados. Ashley había siempre estado muy unida a
sus padres y hermanas y, aunque era cariñosa con los bebes, su interés por los demás
adolescentes era mínimo.
En los meses previos a la evaluación, los padres de Ashley observaron que la joven
estaba cada vez más apática. Una evaluación médica concluyo que la causa más
probable de sus síntomas era una infección de vías urinarias, pero los antibióticos, si
acaso, parecieron aumentar la apatía. Ulteriores evaluaciones médicas llevaron a
realizar pruebas genéticas más amplias y a Ashley le diagnosticaron el síndrome de
Kleefstra, un raro defecto genético que se acompaña de múltiples problemas médicos
incluida la discapacidad intelectual. Los padres dijeron que también a ellos les habían
hecho pruebas y habían <<dado negativo>>.
En concreto, los padres querían saber si los resultados de las pruebas genéticas
afectaban a los diagnosticas ya conocidos de Ashley y a su acceso a distintos servicios
en el futuro. Además querían saber si sus otras dos hijas debían hacerse pruebas por
el riesgo de ser portadoras de genes relacionados con el autismo, el retraso mental o el
síndrome de Kleefstra.
Rabietas
Brandon es un chico de 12 años al que su madre trajo para una evaluación psiquiátrica
por presentar rabietas que parecían contribuir al declive de su rendimiento escolar. A la
madre se le saltaban las lágrimas al referir que las cosas habían sido siempre difíciles,
pero que habían empeorado al llegar Brandon a secundaria.
Los profesores de sexto grado referían que Brandon era académicamente capaz, pero
poco hábil para hacer amigos. Parecía desconfiar de las intenciones de sus
compañeros de clase que trataban de ser agradables con él y, sin embargo, confiaba
en otros que, riéndose, fingían estar interesados en los coches y camiones de juguete
que llevaba al colegio. Los profesores habían observado que lloraba a menudo y rara
vez hablaba en clase. En los últimos meses, varios profesores le habían oído gritar a
otros chicos, generalmente en el pasillo, pero a veces en medio de alguna clase. Los
profesores no habían detectado ninguna causa pero, en general, no habían castigado a
Brandon por que suponían que estaba respondiendo a alguna provocación.
A Carlos ya lo habían visto en ese mismo centro a los 9 años, momento en que te
diagnosticaron un trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH) de
presentación combinada. Las notas de aquella evaluación clínica indicaba que Carlos
había tenido problemas escolares por no seguir las instrucciones, no hacer los deberes,
levantarse del asiento, perder cosas, no esperar su turno y no escuchar. Le costaba
concentrarse excepto en los videojuegos, a los que <<podía jugar durante horas>>.
Carlos, aparentemente, había empezado a hablar tardíamente, pero el parto y el
desarrollo habían sido por lo demás normales. La familia había emigrado a Estados
Unidos desde México cuando Carlos tenía 5 años. Este había repetido el primer grado
por inmadurez conductual y problemas para aprender a leer. No se observó la facilidad
con la que Carlos había aprendido inglés, su segunda lengua.
Desde que había empezado la universidad, Carlos refirió que con frecuencia no había
podido concentrarse en la lectura y las clases. Se distraía con frecuencia y tenía
problemas para entregar a tiempo los trabajos. Se quejó de sentirse inquieto, agitado,
preocupado. Refirió dificultades para conciliar el sueño, poca energía e incapacidad
para <<divertirse>> como sus compañeros. Dijo que los síntomas depresivos <<iban y
venían>> durante la semana, pero que no parecían influir en sus problemas de
concentración. Afirmo que no consumía ninguna sustancia.
Carlos dijo que en el bachillerato había tenido muy buenos profesores que lo habían
comprendido, ayudado a entender lo que leía y permitido grabar en audio las clases y
emplear otros formatos (p. ej., videos, wikis, presentaciones visuales) para los trabajos
finales. Sin este apoyo en la universidad, dijo que sentía <<solo, estúpido, fracasado e
capaz de salir adelante>>.
En la exploración, Carlos iba vestido con unos vaqueros limpios, una camiseta y una
sudadera cuya capucha se echaba una y otra vez sobre la cara. Permanecía sentado,
quieto y encorvado. Suspiraba contantemente y rara vez miraba al clínico a los ojos.
Tamborileaba los dedos con frecuencia y se removía en los asientos pero era educado
y respondía debidamente a las preguntas. Su dominio del inglés parecía sólido, pero
hablaba con ligero acento a español. A menudo balbuceaba y pronunciaba mal algunas
palabras de varias silabas (p. ej., decía <<literaltura>> en vez de <<literatura>> e
<<intimar>> cuando quería decir <<intimidar>>). Dijo que no tenia pensamientos
suicidas. Parecía tener una conciencia razonable de sus problemas.
Daphne, una chica de 13 años de noveno grado, fue traída para efectuarle una
evaluación psiquiátrica por presentar problemas de académicos y conductuales. Le
costaba especialmente comenzar y terminar sus deberes escolares y seguir
instrucciones, y la habían suspendido repentinamente en matemáticas. Al pedirle que
realizase tareas, Daphne se ponía a discutir y se volvía irritable. Cada vez se resistía
más a ir al colegio, pidiendo quedarse en casa con su madre.
Las pruebas indicaron que Daphne tenía una inteligencia por encima de la media,
rendimientos adecuados para su edad en todas las asignaturas excepto en
matemáticas y alguna dificultad con sus capacidades visoespaciales. Varios años
antes, el pediatra le había diagnosticado un trastorno por déficit de atención con
hiperactividad (TDAH) y le había recetado un estimulante. Tomó el medicamento
durante 1 semana, pero los padres dejaron de dárselo porque parecía agitada.
En casa, la atenta supervisión de los deberes escolares de Daphne por sus padres
solía acabar en discusiones con lloros y gritos. Tenía dos amigas desde hacía mucho
tiempo, pero llevaba varios años sin hacer amistades nuevas. Normalmente prefería
jugar con niñas más jóvenes que ella. Cuando las amigas escogían la actividad o no
seguían sus normas, tendía a retraerse. En general era callada en los grupos y en el
colegio, pero se mostraba más atrevida con la familia.
Daphne negó que fuera buena en nada y que hubiera algún aspecto de su vida que
estuviera bien. Deseaba tener más amigos. Hasta donde podía recordar, siempre se
había sentido así. Estas cosas la ponían triste, pero dijo no tener sentimientos
depresivos persistentes ni pensamientos suicidas. Parecía ansiosa, pero se animaba al
hablar de su colección de caballos en miniatura y de su familia.
Distraído y no para de moverse
Ethan, un niño de 9 años, fue enviado a la consulta psiquiátrica por su profesor al notar
este que su atención flaqueaba. En aquel momento, Ethan estaba en cuarto grado en
un colegio privado de educación normal para chicos. El profesor les dijo a sus padres
que, aunque el chico había sido de los mejores alumnos de su clase durante el otoño,
sus notas habían empeorado durante el semestre primaveral. Tendía a no estarse
quieto y a distraerse cuando el trabajo en clase se hacía más exigente, y el profesor
sugirió a los padres que llevaran a Ethan a hacerle pruebas neuropsiquiátricas.
En casa, explicaba la madre, Ethan parecía últimamente más emotivo: <<A veces
parece lloriquear, lo que es raro en el>>. Negó que hubiera problemas en su casa y
describió que su marido, su hijo, su hija de 8 años y ella misma formaban una <<familia
feliz>>. Sin embargo, había notado que Ethan le intranquilizaba quedase solo. Se había
vuelto <<pegajoso>>, siguiendo a menudo a sus padres por toda la casa, y detestaba
estar solo en ninguna habitación. Ethan había empezado a meterse en la cama durante
la noche, algo que nunca había hecho antes. Aunque tenía buenos amigos en el barrio
y en el colegio, y le gustaba que otros niños fueran a su casa, él se negaba a quedase
a dormir en casa de los demás.
La madre de Ethan admitió que su hijo parecía estar menos quieto. Había notado que
se encogía de hombros, hacía muecas y guiñaba los ojos con frecuencia, lo que había
considerado como una señal de ansiedad. Estos movimientos empeoraban cuando
estaba cansado o frustrado y su frecuencia disminuía al realizar actividades tranquilas
que requiriesen concentración, como tocar el clarinete o hacer los deberes, sobre todo
si ella lo ayudaba.
La madre de Ethan veía a su hijo como un <<chico dócil pero sensible>>. Había sido
fruto de un embarazo deseado y sin complicaciones, y había alcanzado los diferentes
hitos del desarrollo en el momento preciso. No tenía antecedentes personales de
enfermedades físicas ni de infecciones recientes, pero la madre conto que había
empezado a visitar con frecuencia la enfermería del colegio aduciendo dolor de
estómago.
En la exploración, Ethan fue descrito como un chico de complexión delgada, piel blanca
y pecosa, y pelo rubio. Parecía algo nervioso, ajustándose sus pantalones y cambiando
de postura en la silla. El hecho de oír a su madre hablar de sus nuevos movimientos
parecía provocarlos y el examinador observó que, en ocasiones, Ethan también
apretaba los parpados, ponía los ojos en blanco y carraspeaba. Ethan dijo que le
preocupaba que a sus padres les pasaran <<cosas malas>>. Sin embargo, sus
preocupaciones eran vagas y parecía temer únicamente que pudieran entrar ladrones
en casa.
Perturbada emocionalmente
Felicia Allen es una mujer de 32 años de edad que es llevada por la policía al servicio
de urgencias (SU) después de que, al parecer, tratara de secuestrar un autobús Como
parecía una <<persona perturbada emocionalmente>> se solicitó una interconsulta a
Psiquiatría.
En la exploración, la Sra. Allen aparecía como una mujer joven con sobrepeso,
esposada y con un vendaje en la frente. No paraba quieta y se mecía hacia adelante y
hacia atrás. Parecía hablar entre dientes consigo misma. Al preguntarle que decía, la
paciente miro momentáneamente a los ojos del entrevistador y tan solo repitió <<lo
siento, lo siento>>. No respondió a ninguna otra pregunta. Se obtuvo más información
de un psiquiatra que había acudido al SU poco después del accidente. Este dijo que la
Sra. Allen y su amiga residían desde hace mucho tiempo en el hospital psiquiátrico
estatal donde trabajaba. Acaban de recibir permisos semanales de salida como parte
de un intento de reinserción social; ese había sido el primer viaje en autobús de la Sra.
Allen sin ir acompañada de un miembro del personal.
La Sra. Allen llevaba tomando clozapina desde hace 1 año y sus alucinaciones
auditivas habían respondido bien. Había engordado 16 kg en ese periodo, pero le
costaba menos salir de la cama por las mañanas, tenía la esperanza de encontrar
finalmente un trabajo y vivir con más independencia, y había insistido en seguir
tomando la clozapina. El trayecto en autobús hasta el centro comercial pretendía ser un
paso en esa dirección.
Cada vez más raro
Aunque el Sr. Baker había tenido muchos éxitos académicos cuando era adolescentes,
su comportamiento se había vuelto cada vez más raro el año anterior. Dejó de ver a
sus amigos y pasaba casi todo el tiempo tumbado sobre la cama mirando el techo.
Vivía con varios miembros de la familia, pero rara vez hablaba con alguno de ellos. Lo
habían expulsado de la facultad por falta de asistencia. La hermana dijo que lo había
visto repetidamente varias veces hablado en voz baja consigo mismo y que a veces,
por la noche, lo había observado de pie sobre el tejado de la casa, moviendo los brazos
como si estuviera <<dirigiendo una sinfonía>>. Él negaba que tuviera intención de
saltar desde el tejado o que pensara en hacerse ningún año; decía que, estando allí
arriba, se sentía liberado y en armonía con la música. Aunque el padre y la hermana
habían tratado de que viera a alguien en el servicio de salud para los estudiantes de la
universidad, el Sr. Baker no había acudido nunca a un psiquiatra y no había sido
hospitalizado con anterioridad.
Durante los meses previos, el Sr. Baker le había inquietado cada vez más una amiga,
Anne, que vivía calle abajo. Aunque él insistía ante su familia diciendo que estaban
comprometidos, Anne le conto a la hermana del Sr. Baker que apenas habían hablado
alguna vez y que, desde luego, no estaban saliendo juntos. La hermana del Sr. Baker
refirió también que este le había escrito a Anne muchas cartas, pero que nunca las
había echado al correo, sino las apilaba en su escritorio.
La familia explico que habían observado que consumiera drogas o alcohol, y el análisis
toxicológico dio negativo. Al preguntar si al Sr. Baker si consumía alguna sustancia
pareció enfadarse y no contesto.
La abuela del Sr. Baker había muerto en un hospital psiquiátrico estatal en el que había
vivido durante 30 años. El diagnostico era desconocido. De la madre del Sr. Baker se
decía que estaba <<loca>>. Había abandonado a su familia cuando el Sr. Baker era
muy joven, por lo que había sido criado por su padre y su abuela paterna.
Al final, el Sr. Baker accedió a firmar su ingreso en la unidad psiquiátrica diciendo <<no
me importa quedarme aquí. Anne probablemente estará aquí, así que podré pasar el
tiempo con ella>>.
Alucinaciones de naturaleza espiritual
El Sr. Coleman explico que había acudido al SU por indicación de su hermana. Dijo que
vendría bien un “chequeo general”, porque llevaba días con “migrañas” y “alucinaciones
de naturaleza espiritual” que venían apareciendo desde hacía 3 meses, el dolor de
cabeza consistía en sensaciones “agudas y punzantes” bilaterales en distintas partes
de la cabeza, y una especie de “zumbido” a lo largo de la línea media del cerebro que
parecía empeorar cuando pensaba en sus vicios.
El Sr. Coleman describió que sus vicios eran el “el alcohol, los cigarros, no respetar a
mis padres y las chicas”. Negó tener culpabilidad, ansiedad o inquietud con respecto a
sus deberes militares al estar en servicio en Irak, pero se había unido a una iglesia
evangélica 4 meses antes de sentirse “carcomido por la culpa” a causa de “todo lo que
he hecho”. Tres meses antes comenzó a “oír voces que trataban de hacerme sentir
culpable” casi todos los días. la última alucinación auditiva la había tenido el día
anterior. Durante esos meses había observado a desconocidos comentando sus
pecados cometidos en el pasado.
La exploración física del paciente, con examen neurológico incluido, resultó normal, al
igual que el sistemático de sangre, la alcoholemia y la toxicología urinaria. Se le efectuó
una tomografía computarizada (TAC) de cráneo que también resultó normal.
Control mental
Aunque se mostró inicialmente reacio a hablar con el psiquiatra, el Sr. Daishi explicó
que se sentía aliviado al poder fin por hablar en una sala que aún no estuviera
pinchada. Comentó que sus problemas habían comenzado 3 meses antes, al regresar
de una visita de Japón. Explicó que la primera señal del problema fue que los
compañeros de clase estornudaban y sonreían de forma muy rara cuando entraba en el
aula. Un día, al volver de clase, observó a dos desconocidos fuera de su departamento
y se preguntó que hacían allí.
El Sr. Daishi refiero que la primera vez que notó que le habían puesto micrófonos
ocultos en el departamento fue una semana después de haber visto a los dos
desconocidos cerca. Cuando veía la televisión notaba que los locutores lo criticaban
con indirectas. Esta experiencia era especialmente intensa al ver las noticias de Fox
News, que pensaba que lo vigilaban por su “inteligencia superior” y si intención de
algún día llegar al puesto de primer ministro de Japón. Creía que en Fox News trataban
de “volverlo loco” instalando en su cerebro ideas conservadoras, y que ello era posible
mediante unos aparatos minúsculos de control mental que habían instalado en su
departamento.
El sueño del Sr. Daishi se había vuelto cada vez más irregular al irse haciendo él más
vigilante; temía que, en la facultad y en el complejo de departamentos, todo mundo
estuviera “conchavado”. Se retrajo y dejó de asistir a clase, aunque seguía comiendo y
cuidando de su higiene personal.
Los resultados de los análisis clínicos del Sr. Daishi fueron normales, la tomografía
computarizada craneal no otro anomalías y las pruebas toxicológicas de orina dieron
negativo a todas las drogas.
Triste y psicótico
John Evans es un varón de raza blanca de 25 años de edad, soltero y en paro, que
había acudido a un psiquiatra durante varios años para controlar su psicosis,
depresión, ansiedad, y abuso de marihuana y alcohol.
Después de una niñez aparentemente normal. el Sr. Evans comenzó a presentar ánimo
disfórico, anhedonia, falta de energía y aislamiento social a la edad de 15 años. Más o
menos al mismo tiempo, el Sr. Evans comenzó a beber alcohol y fumar marihuana a
diario. Además, empezó a sufrir crisis de pánico recurrentes, marcadas por la aparición
súbita de palpitaciones, diaforesis, y pensamientos de que iba a morir. Cuando la
depresión y el pánico alcanzaron su máximo, recibió en dos ocasiones una
combinación de sertralina en dosis de 100 mg/día y psicoterapia. En ambos casos los
síntomas depresivos más intensos cedieron en pocas semanas y el paciente dejó la
sertralina a los pocos meses. Entre estos episodios depresión intensa, se le veía
normalmente triste, irritable y desmotivado. El rendimiento académico empeoro
alrededor del décimo grado y siguió siendo marginal durante el resto del bachillerato.
No fue a la universidad, como habían esperado los padres, sino que vivía en casa y
hacia algunos trabajitos en el vecindario.
En los antecedentes del Sr. Evans destaca el abuso de marihuana y alcohol, que se
inicio a los 15 años de edad. Antes de la aparición de psicosis a los 20 años, había
fumado varios porros de marihuana casi diariamente y había bebido masivamente los
fines de semana, llegando a perder la conciencia en ocasiones. Después de debutar la
psicosis, redujo el consumo de marihuana y alcohol considerablemente, pasando por
dos periodos de abstinencia de varios meses, y aun así siguió teniendo episodios de
psicóticos hasta los 22 años. Empezó a asistir a grupos de Alcohólicos Anónimos y
Narcóticos Anónimos, logró la sobriedad sin marihuana y alcohol a la edad de 23 años
y ha permanecido sobrio durante 2 años.
Psicosis y cannabis
Kevin Foster, varón blanco de 32 años con antecedentes de trastorno bipolar, fue
llevado al servicio de urgencias por la policía después de que su esposa llamara la 911
diciendo que su marido amenazaba con tirarse por la ventana del hotel.
Al día siguiente, el paciente seguir paranoide y delirante. Amenazó de nuevo con tirarse
por la ventana y dijo que no tendría más elección que matar a su mujer la próxima vez
que esta durmiera. La esposa llamo al 911 y el marido fue llevado al SU de un gran
hospital cercano. Horas después lo ingresaron en una unidad psiquiátrica de agudos
con el diagnóstico de trastorno psicótico no especificado.
El paciente había fumado cannabis de forma esporádica desde los 18 años de edad,
pero empezó a fumarlo diario durante 5 años antes de su ingreso al hospital. Él y su
esposa negaron que hubiera consumido otras drogas, y el paciente señalo que rara vez
bebía alcohol. Hasta 1 año antes, nunca había visto a un psiquiatra y ni sus amigos ni
la familia habían pensado que pudiera tener problemas psiquiátricos de importancia.
En el último año, sin embargo, el Sr. Foster había sido ingresado cuatro veces por
problemas psiquiátricos. Dos veces lo habían hospitalizado con los síntomas clásicos
de la manía y una vez por depresión con ideas de suicidio. Además, 7 meses antes de
este episodio, el paciente había sido ingresado por un episodio de psicosis inducidas
por cannabis, de 6 semanas de duración, que respondió bien a la risperidona. En aquel
momento, el síntoma principal era la paranoia. Dos meses antes de ese ingreso había
participado en un programa de tratamiento para drogadicciones, de 1 mes de duración
y un régimen de internamiento, para su trastorno por consumo de cannabis. Hasta este
fin de semana, el del presente ingreso, no había vuelto a consumir marihuana, alcohol
ni ninguna otra sustancia desde que le dieron de alta en el centro de rehabilitación.
También había rendido correctamente durante los 3 meses que estuvo en monoterapia
con litio.
Sr. Foster había tenido empleo estable como montador audiovisual desde que acabó la
carrera. Su padre tenía trastorno bipolar y su abuelo paterno se había suicidado con un
arma de fuego, aunque no se conocía ningúnn diagnostico.
A pesar de la contención, seguía muy agitado y decía que recibía mensajes de Dios. Al
preguntarle por la última vez que había dormido dijo que ya no necesitaba dormir, lo
que era señal de que “el cielo” lo había elegido. El discurso era rápido, desorganizado y
difícil de entender. Se realizaron un hemograma completo, una bioquímica sanguínea y
una criba toxicológica. Después de transcurridos 45 minutos más de la agitación,
recibió otra dosis de lorazepam. Esto lo calmó, pero aun así no dormía. Se le retiró la
contención.
Una hora después de haber recibido las dosis iníciales del haloperidol y lorazepam, el
paciente fue entrevistado, sentado en una silla en el SU. Era un varón afroamericano
con sobrepeso, desaliñado y maloliente, aunque no olía a alcohol. Miraba escasamente
a los ojos, fijándose en cambio en la gente de alrededor, un reloj de pared, el
examinador, una enfermera cercana..., es decir, en cualquier cosa o persona que se
moviera. El discurso era desorganizado, rápido y difícil de seguir. Movía la pierna
rápidamente de arriba a abajo, pero sin levantase de la silla ni amenazar al
entrevistador. Describió su estado de ánimo diciendo que “no está mal”. El afecto era
lábil. A menudo se reía sin motivo aparente y luego se enfadaba, frustrado, cuando
creía que lo habían entendido mal. El curso del pensamiento estaba desorganizado.
Tenía delirios de grandiosidad y destacaba la percepción de que “Dios me habla”.
Dijo no tener otras alucinaciones, ni ideas de suicidio u homicidio. Al preguntarle por la
fecha respondió con una larga explicación sobre el significado oculto de esta, no
acertando por un solo día. Recordaba los nombres de los policías que lo habían llevado
al hospital. Se negó a hacer otras pruebas cognitivas. La introspección y el juicio
parecían escasos.
La hermana del paciente llego 1 hora mas tarde, después de que llamase un vecino
que había visto a la policía llevarse a su hermano, Mark Hill, en un coche patrulla. La
hermana refirió que su hermano había estado raro 1 semana antes, discutiendo con la
familia durante una reunión festiva, lo que no era típico de él. Dijo que, en aquella
reunión, había dicho que no tenía necesidad de dormir y que luego estuvo hablando de
sus “dones”. Había tratado de contactar con el Sr. Hill después de aquello, pero este no
había respondido ni a su teléfono, ni al correo electrónico, ni a los mensajes de texto.
Añadió que a él no le gustaba hablar de sus problemas pero que, en dos ocasiones,
había visto un frasco de olanzapina en su casa. Sabía que al padre de ambos lo habían
tildado de esquizofrénico y bipolar, pero no lo había vuelto a ver desde niña. Explicó
que el Sr. Hill normalmente no tomaba drogas, que tenía 34 años de edad, que era
profesor de matemáticas de enseñanza media y que acababa de concluir un semestre
docente.
Nancy Ingram, una analista de bolsa de 33 años de edad, casada y con dos hijos, fue
llevada al servicio de urgencias (SU) al cabo de 10 días de lo que su marido describió
como “otro ciclo de depresión”, marcado por irascibilidad a la mínima provocación,
lloros y una falta de sueño casi total. Refirió que estos “periodos oscuros” habían
durado desde que la conocía pero que, el último año, había presentado al menos
media docena de ellos. Dijo que normalmente mejoraban en las pocas semanas de
volver a tomar fluoxetina. Añadió que se preguntaba si el alcohol y el clonazepam
empeoraban los síntomas, porque ella siempre elevaba su consumo cuando
comenzaba con los periodos de oscuridad.
El marido de la Sr. Ingram dijo que había decidido traerla a SU porque había
descubierto que había creado hacía poco un blog titulado “Las acciones preferidas de
Nancy Ingram”. Esa actividad no solo era propia de ella, sino que, como trabaja de
analista de bolsa para un importante banco de inversiones, iba en contra de las normas
de su empresa. Dijo que había estado ocupada las 24 horas de el día de esas
acciones, dejando de lado las comidas, sus responsabilidades laborales y maternales.
Ella respondió que se encontraba bien y que el blog “Nos hará ricos com Creso”.
El psiquiatra del ambulatorio refirió que la Sr. Ingram parecía tener distimina y
depresión mayor recurrente. Dijo también que nunca la había visto en los periodos de
crispación e insomnio - siempre se negaba a ir a verlo hasta que hubiera mejorado los
periodos de “mucho bajón” - y que ella le había prohibido acceder a su marido y a
cualquiera otra fuente de información colateral.
Al inicio la exploración, la paciente paseaba por la sala muy enojada. Iba vestida con
vaqueros y una camisa mal abrochada. La mirada parecía vidriosa y desenfocada.
Reaccionó a la llegada del examinador sentándose y explicando que todo era un mal
entendido, que estaba bien y que tenía que volver a su casa inmediatamente para
atender su negocio.
Hablaba deprisa, con premura, y resultaba muy difícil interrumpirla. Admitió que no
dormía, pero negó que ello fuera un problema. Dijo no tener alucinaciones pero sí
admitió, sonriendo, que tenía una capacidad única de predecir la bolsa. Se negó a
realizar pruebas cognitivas diciendo que declinaba la oportunidad de convertirse en
“foca amaestrada, conejillo de Indias, caballo parlanchín y perro ladrador, muchísimas
gracias; ¿puedo irme ya?” La consciencia de su estado parecía escasa y se consideró
que tenía el juicio alterado.
Inquietud suicida
La Sr. Kramer dijo que no recordaba del todo bien sus antecedentes de depresiones,
razón por la cual había acudido con el marido, que la conocía desde la universidad.
Coincidieron en que la primera depresión la había tenido en la adolescencia y en que,
ya adulta, había pensado por al menos 5 periodos destinos de depresión. Estos
periodos cursaban habitualmente con ánimo deprimido, anergia, amotivación,
hipersomnia, hiperfagia, sentimientos profundos de culpa, descenso de la libido e
ideación suicida de leve a moderada sin planes concretos. Las depresiones estaban
también salpicadas de peritos de “demasiada” energía, irritabilidad, hablaba apresurada
y fuga d ideas. Estos episodios de exceso de energía podían durar horas, días o un par
de semanas. El ánimo deprimido no cedía durante estos periodos pero, según refirió,
“al menos podía hacer unas cuantas cosas”.
En la exploración, la Sr. Kramer aparecía como una mujer bien arreglada y con
sobrepeso que a menudo apartaba la mirada y tendía a hablar en voz muy baja. No se
observaron movimientos anormales, pero eran limitados, pues no gesticulaba con las
manos. El estado de ánimo era depresivo. El humor era triste y constreñido. Los
procesos de pensamiento eran fluidos, aunque posiblemente algo lentos. El contenido
del pensamiento era depresivo, con ideación suicida de tiempo pasivo y sin signos de
paranoia, alucinaciones o delirios. La introspección y el juicio se hallaban intactos.
Irritabilidad y tristeza
Rachel, una chica de 15 años, fue derivada para efectuarle una evaluación psiquiátrica
por presentar desde hacía 1 año problemas en la casa y en el colegio que iba de mal
en peor. La madre dijo que su mayor preocupación era “las medicinas de Rachel no
sirven de nada”. Rachel refirió que no tenía ninguna queja especial. En la reuniones
con la paciente y su madre, tanto juntas como separadas, ambas dijeron que las notas
de Rachel habían empeorado y pasado de sobresalientes y notables a meros
suficientes, que había perdido a muchos de sus amigos de siempre y que los conflictos
en su casa habían aumentado hasta el punto de haberla llamado a la madre
“repugnante y mala”.
Sin embargo, alrededor de los 14 años de edad, Rachel se volvió “tristona”. En lugar de
ser una “adolescente jovial”, pasaba días a solas, sin hablar apenas con nadie. Durante
estos periodos de tristeza persistente dormida más de lo habitual, que quejaba de que
sus amigos ya no la querían y parecía no interesarse por nada. En otros momentos era
“el terror” en la casa, chillando con frecuencia a su hermana y a sus padres, hasta el
punto de “andar todos con pies de plomo”. Más o menos por entonces, las notas de
Rachel empezaron a empeorar y el pediatra le aumentó la dosis de su medicina para
combatir el TDAH.
En la exploración, con ella a solas, Rachel aparecía como una adolescente vestida de
manera informal, coherente y resulta. Tenía aspecto receloso y triste, con cierta
constricción afectiva. No le gustaba como se sentía y explicó que estaba deprimida 1
semana, después bien, despues “divertidísima” unos cuantos días y luego “con ganas
de matar a alguien” como si “alguien me estuviera revolviendo por dentro”. No sabía
por qué se sentía así y odiaba no saber cómo estaría al día siguiente. Dijo no tener
síntomas psicóticos, no confusión, ni pensamientos suicidas. Estaba cognitivamente
intacta.
¡Dios me ha curado!
El proyecto de trabajo del Sr. López fue devuelto con múltiples comentarios negativos y
correcciones. Sin embargo, en lugar de centrarse en la edición, trasnochaba todos los
días resuelto a encontrar una cura para el VIH. Se insinuaba de forma impropia e
hipersexual a otros hombres del gimnasio, donde pasaba gran parte del día. Perdió al
menos 2 kilos y pico después de decidir que debía tomar suplementos vitamínicos en
lugar de alimentos y mediación antirretroviral. Se negó a acudir a Urgencias, pero
finalmente accedió a la cita que tenía en su clínica habitual para control del VIH con la
idea de mostrarles a los médicos lo bien que estaba a pesar de llevar más de 1 mes sin
tomar medicación.
Los antecedentes psiquiátricos del Sr. López carecían de episodios previos de manía
clara, aunque había estado deprimido de adolescente durante las primeras fases del
proceso de salir del armario. Aquel episodio había estado marcado por una sobredosis
intencionada y un ingreso psiquiátrico de 2 semanas con medicación antidepresiva y
psicoterapia. Dejó la medicación porque hacía que se sintiera “subido y tenso” y
abandonó la psicoterapia por que “ carecía de sentido”. Consumió frecuentemente
metanfetamina durante varios años, lo que lo llevó a tener reiteradas relaciones
sexuales sin protección con desconocidos.
Al Sr. López le diagnosticaron que estaba infectado por el VIH a la edad de 22 años,
momento en el que acudió a un centro ambulatorio de rehabilitación para drogadictos y
dejó de consumir estimulantes y alcohol.
Su recuento mínimo de linfocitos CD4 resulto ser de 216 celular/mm3 a los 24 años de
edad, momento en que tenía una viremia de 1,6 millones de copias. Al parecer, había
tomado desde entonces debidamente su mediación antirretroviral. El recuento más
reciente de linfocitos CD4, 6 meses antes de este episodio, fue de 526 celular/mm3. La
viremia resultó indetectable. Había notado cansancio, pero no había padecido ninguno
de los cuadros definidos del SIDA. Una resonancia magnética (RM) reveló atrofia
cortical leve y una afectación de la sustancia blanca periventricular mayor de la
esperable para su edad. Su pareja no sabía con certeza en qué momento había dejado
el Sr. López los antirretrovirales, pero creía que podía haber sido hacía meses. Se
preguntaba también si el Sr. López no habría “perdido la capacidad” cognitiva durante
el año anterior.
En los antecedentes familiares psiquiátricos del paciente destacaba una tía materna
que había sido tratada con litio y varios ciclos de terapia electroconvulsiva, aunque el
diagnóstico era desconocido. Al hacer la exploración, el paciente, con aspecto de joven
mal vestido, refirió de forma acelerada una serie inconexa de sucesos durante el mes
anterior. Era difícil de manejar y se mostraba inusualmente irritable y despreciativo.
Estaba obsesionado con que había descubierto la curación de VIH mediante complejos
vitamínicos y ejercicio físico. Negó tener alucinaciones o ideación suicida u homicida.
Se negó a someterse a las pruebas cognitivas y tanto la introspección como el juicio
parecían deteriorados.
Extrañamente callado
En el SU, el Sr. Mustafa se relacionaba de forma rara con los demás, quedándose de
pie, envarado, sin establecer contacto ocular con nadie, ni contestar a ninguna
pregunta. Al cabo de unos 10 minutos, agarró de repente a una miembro del equipo por
el brazo. Aunque no parecía tener propósito ni intención de hacer daño, se negó a
soltarla y la mujer no puso zafarse hasta que intervino un guardia de seguridad. En ese
momento le administraron haloperidol y lorazepam por vía intramuscular. Durante la
hora siguiente, las extremidades se le pusieron rígidas y. mientras estaba acostado en
una cama del hospital, levantó los brazos por encima de la cabeza con los codos
doblados. Lo ingresaron en planta. Le efectuaron una topografía computarizada (TC),
un sistemático de sangre y una toxicología urinaria que no mostraron alteraciones,
aparte de una elevación de creatina-cinasa (CK) de 906 UI/L. Tenía una taquicardia de
110 latidos por minuto. No tenía fiebre y la presión arterial estaba dentro de los límites
normales.
El Sr. Mustafa permaneció sin cambios clínicos durante 3 días, con fluidoterapia
intravenosa. No se le administro ningún psicofármaco. Además, ni los análisis clínicos,
ni el electroencefalograma (EEG), ni la resonancia magnética (RM) cerebral aportaron
datos, y la CK iba en descenso después de haber alcanzado un máximo de 1100 UI/L.
Al cuarto día de ingreso, el Sr. Mustafa recibió una dosis de prueba de 1mg de
lorazepam por vía intravenosa, que se repitió al cabo de 5 minutos. No se produjo
sedación. El estado mental no cambio excepto por el habla, que se volvió más
productiva tras la segunda dosis. Se instauró una pauta de lorazepam por vía
intravenosa, en dosis de 1 mg cada 4-6 horas. Al cabo de 24 horas, la rigidez se había
resuelto, el habla era fluida y acelerada, el paciente se volvió hiperactivo y agitado.
Recorría los pasillos de arriba abajo, seguía al personal de enfermería y trataba de salir
del hospital. Les decía al personal, a los demás pacientes y los visitantes que él era un
gran artista y que se le había curado el cáncer. La CPK se normalizó y la taquicardia se
resolvió. No tenía fiebre.
Los padres del Sr. Mustafa llegaron a la cuidad al sexto día de ingreso. Refirieron que
su único antecedente psiquiátrico había sido una depresión, que apareció al
diagnosticarle el cáncer de testículo hacía 1 año. El Sr. Mustafa había estado tomando
sertralina en dosis de 50 mg/día y había estado bien hasta 10 días antes del ingreso,
cuando se enteró de que el cáncer testicular había recidivado con metástasis
retroperitoneales. Recibió inmediatamente quimioterapia con cisplastino, etopósido y
dexametasona. Después de la quimioterapia, el Sr. Mustafa les había dicho por
teléfono a sus padres que estaba “excelente”, pero después no había respondido a sus
llamadas ni a sus correos. Esta no era una conducta del todo inusual en su hijo, que
era “de poca palabras”, aunque se habían ido preocupando cada vez más y finalmente
habían cogido el avión desde el otro extremo del país al no saber nada de él durante 10
días. Los padres también mencionaron que el único antecedente familiar de interés era
el de un tío materno con trastorno bipolar grave que había recibido tratamiento con
terapia electroconvulsiva.
Cambio en el posparto
Hasta justo antes del parto, la Sra. Norman había ejercido de enfermera a pleno
rendimiento en una unidad renal. El marido era director de un equipo de ventas y
ambos vivían en cómodas circunstancias sociales. Carecía de antecedentes de
consumo de drogas y, antes del embarazo, solo bebía 2 o 3 unidades de alcohol por
semana.
Al explorar su estado mental. la Sra. Norman paseaba por la habitación, aparentemente
incapaz de estar sentada más de unos pocos instantes. Presentaba distraibilidad,
locuacidad y fuga de ideas. El afecto era lábil. A ratos parecía felizmente eufórica. En
otros momentos aparecía llorosa y podría irritarse enseguida cuando no sentía
entendida. Estaba claro que tenía una serie de creencias delirantes, pero no estaba
dispuesta a hablar de la mayoría de ellas con el examinador. Insistía en que ya había
matado a su propio hijo, lo que la hacía llorar varios minutos después para recobrar, al
poco, una euforia tensa. Negó que tuviera intención de dañarse o dañar a otros.
Parecía poco atenta y con escasa concentración, pero no quiso realizar pruebas
cognitivas formales. Los resultados de la exploración física y de los análisis clínicos
dentro de los límites normales.
Perdió el interés por la vida
Bárbara Reiss es una mujer blanca de 51 años que fue llevada a la sala de urgencias
por su marido por repetir “Tengo ganas de matarme”.
La Sra. Reiss había comenzado a “perder el interés por la vida” unos 4 meses antes.
Durante ese tiempo, refirió estas deprimida todos los días, la mayor parte del día. Los
síntomas habían ido empeorando a lo largo de meses. Había adelgazado 5 kg (ahora
pesaba 48 kg) sin hacer dieta, porque no tenía ganas de comer. Le costaba dormirse
casi todas las noches y se despertaba a las 3:00 am varias veces en la semana
(normalmente se despertaba a las 6:30). La energía, concentración y la capacidad de
hacer su trabajo administrativo en una fábrica de comida para perros habían
menguado. Estaba convencida de que había cometido un error que llevaría a la muerte
a miles de perros. Creía que pronto la arrestarían y prefería quitarse la vida antes que ir
a la cárcel.
Crystal Smith, una ama de casa afroamericana de 33 años de edad, acude a consulta
ambulatoria en busca de “alguien con quien hablar” acerca de sus sentimientos de
desesperación, que han ido empeorando en los últimos 8-10 meses. Estaba
especialmente afectada por los conflictos maritales y la desconfianza atípica de su
familia política.
La Sra. Smith dijo que había empezado a despertarse antes del alba, abatida y llorosa.
Le costaba salir de la cama y hacer las tareas domesticas habituales. A veces se sentía
culpable por no ser “la se siempre”. Otras veces se irritaba fácilmente con el marido y la
familia de ese por motivos nimios. Antes dejaba que su suegra la ayudara con los
niños, pero ya no confiaba plenamente en ella. Esa preocupación, junto con el insomnio
y la fatiga, hacia muy difícil que la Sra. Smith pudiera llevar a sus hijos al colegio a
tiempo. En los últimos meses había perdido 6 kg sin hacer dieta. Dijo no tener
actualmente ideación suicida, afirmando que “nunca haría cosas así” aunque reconoció
que si había pensado en “rendirse” y que “estaría mejor muerta”.
Dos meses antes la Sra. Smith había acudido durante unas semanas, a ver a un
psiquiatra que le receto fluoxetina. La probo de mala gana y la dejo enseguida porque
le producía cansancio. Dejó también la terapia porque el psiquiatra parecía no
comprenderla.
La Sra. Smith vivía con el que era su marido desde hacía 13 años y dos niños de edad
escolar. Los padres del marido vivían a lado. Dijo que el matrimonio iba bien, aunque el
marido le había dicho “ve a ver a alguien” para “no estar siempre gritándole a todo
mundo”. Aunque había sido sociable, ahora era raro que hablase con su propia madre
y sus hermanas, y mucho menos con sus amigas. Aunque antes habitualmente lo hacía
habitualmente, había dejado de ir a la iglesia porque le parecía que su fe era “débil”. El
pastor siempre la había apoyado, pero no le habló de sus problemas porque “no quiere
ni oír hablar de eso tipo de cosas”.
La Sra. Smith refrío que había sido una niña extrovertida y amable. Creció con sus
padres y tres hermanos. Recordó que se había sentido muy afectada a los 10-11 años
de edad, cuando sus padres se divorciaron y su madre se volvió a casar. Por pelearse
con otros niños del colegio conoció a un orientador con el que empatizó. A diferencia
del psiquiatra que había visto poco, a la Sra. Smith le parecía que el orientador no se
había “metido en mis asuntos” y la había ayudado a recuperarse. Refirió que se había
vuelto más tranquila cuando llego a la secundaria, donde tenía menos amigos y escaso
interés por estudiar. Se casó con su actual marido a los 20 años de edad y trabajó de
dependienta hasta el nacimiento del primer hijo, cuando tenía 23 años.
La Sra. Smith no había bebido alcohol después del primer embarazo y dijo que no
tomaba ninguna droga. Dijo que ni tomaba ni había tomado medicamentos, aparte del
antidepresivo aquel durante muy poco tiempo. Refirió que normalmente tenía buena
salud.
Al examinar el estado mental, la Sra. Smith aparecía como una joven arreglada al estilo
informal, coherente y pragmática. Le costaba mirar a los ojos del terapeuta blanco de
mediana edad. Se mostró colaboradora aunque algo cauta, respondiendo con lentitud.
Había que insistirla para que elaborase lo que pensaba. Llorosa a cada rato, su
aspecto era triste en general. Negó que tuviera psicosis, aun que dijo que a veces
desconfiaba de la familia. Dijo no tener confusión, alucinaciones, ni idea de suicidio o
de homicidio. La cognición, la introspección y el juicio se consideraron normales.
Años abatida
Diane Taylor, una técnico de laboratorio de 35 años de edad, fue enviada a la consulta
ambulatoria de psiquiatría de un centro médico universitario por el programa de
asistencia a empleados (PAE) de su empresa, una gran compañía farmacéutica. Su
supervisión había enviado a la Sra. Taylor al PAE cuando esta se echó a llorar al recibir
una leve critica durante la entrevista de evaluación anual, por lo demás positiva. Algo
cohibía, le dijo al psiquiatra que levaba “años abatida” y que la critica laboral había sido
“la gota que derramo el vaso”
Nativa del oeste de Canadá, la Sra. Taylor había ido a estados unidos para estudiar
ciencias químicas. Dejó la facultad antes de hacer el doctorado y empezó a trabajar
como técnico de laboratorio. Se sentía frustrada a causa de u trabajo, que consideraba
“vía muerta”, y a la vez temía no tener talento suficiente para encontrar otro trabajo
mejor. En consecuencia, se debatiá entre sentimientos de culpa por “no haber llegado a
mucho” en la vida.
a pesar de los problemas laborales, la Sra. Taylor creía que podía concentrase sin
dificultad. Dijo que jamás había pensado en suicidarse, aunque a veces se preguntara
“¿Qué sentido tiene la vida?”. Al preguntarle, dijo que a veces le costaba dormirse. Sin
embargo, refirió que ni el peso ni el apetito habían variado. Aunque a veces salía con
los compañeros, dijo que era tímida, y se sentía fuera de lugar con las situaciones
sociales, a no ser que conociera bien a las personas. Le gustaba correr y estar al aire
libre. Aunque las relaciones románticas tendían a “no durar mucho”, pensaba que su
impulso sexual era normal. Observó que los síntomas iban y venían, pero que habían
permanecido estables en los 3 últimos años. No tenía síntomas indicativos de manía o
hipomanía.
La Sra. Taylor era hija única. De pequeña estaba muy unida a su padre, un
farmacéutico dueño de una farmacia. Lo describió como un “tío normal al que le
gustaba cazar y pescar” y que disfrutaba llevándola a hacer senderismo. Su madre,
que era enfermera, había dejado de trabajar poco después de dar a luz y había sido
una mujer emocionalmente distante y deprimida.
Emma Wang, una agente de inversiones de 26 años de edad, acudió ella misma a
consulta psiquiátrica por presentar “cambios de humor” que estaba arruinando la
relación son su novio.
Dijo que la última discusión había sido por que él había llegado poco tarde a una cita.
Le había gritado y luego, de repente, le dijo que habían terminado. Después se sentido
abatida, culpable y autocrítica. Cuando lo llamó por teléfono para hacer las paces, él se
negó diciendo que estaba harto de sus “exabruptos premenstruales”. Entonces ella
hizo unos cortes superficiales en el antebrazo izquierdo como forma de reducir la
ansiedad que utilizaba desde que era adolescente.
Dijo que estos cambios de humor aparecían de la nada todos los meses y que
cursaban con tensión, ganas de discutir, ansiedad, tristeza y arrepentimiento. A veces
gritaba al novio, pero también se enfadaba con los amigos, en el trabajo y con la
familia. Durante la semana que tocaba ser “Mr. Hyde”, evitaba las relaciones sociales y
hablar por teléfono; no era la “persona divertida de siempre” y lo único que lograría
seria distanciarse de sus amistades. Cuando se sentía “desgraciada” era capaz de
trabajar, aunque tenía relativamente poca energía y concentración. También se
encontraba tensa y se “autocompadecía”, arrepentida de haber elegido “malgastar” su
juventud trabajando con tanto ahínco para una institución financiera a la que todo traía
sin cuidado.
Refirió que los cambios de humor siempre empezaban de 7-10 días antes del inicio del
periodo menstrual y eran parte de un “síndrome premenstrual terrible”. Los periodos
eran regulares. Tenía sensibilidad mamaria, distensión posprandial, más apetito y
aumento de peso antes de la menstruación. Apenas comenzaba la regla, se sentía “de
repente bien”. Dijo no consumir ni alcohol ni drogas, y no tenía antecedentes de
síntomas psicóticos, maniacos u obsesivos. Negó haber tenido pensamientos de
suicidio, ni intentos de suicido previo, ni ingresos psiquiátricos. Afirmó que no tenía
alergias ni enfermedades físicas. Tomaba un solo medicamento: la píldora
anticonceptiva. Entre los antecedentes familiares destacaba una posible depresión de
la madre. La Sra. Wang había nacido en Taiwán y llegó a Estados Unidos con 14 años
para ir a un internado. Después de licenciarse en la facultat de Ciencias Empresariales
de elite, se mudó a vivir con su hermana mayor.
Durante el examen de su estado mental, la Sra. Wang aparecía como una mujer
oriental bien vestida, a la moda que llevaba joyas de buen gusto y un bolso de firma.
Llevaba el cabello algo despeinado. Mantenía un buen contacto ocular y se mostró
agradable y colaboradora durante toda la entrevista. La velocidad, el ritmo y el volumen
del habla eran normales. Dijo que su estado de ánimo era “normalmente bueno” y el
afecto era pleno, reactivo y levemente irritable. El proceso del pensamiento era lineal y
no se advirtieron indicios de delirios, obsesiones o alucinaciones. Dijo no tener ideación
suicida ni homicida. La introspección, el juicio y el control de impulsos estaban intactos,
aunque con antecedentes de deterioro perimenstrual en estos dominios.
Estrés, drogas e infidelidad
Después de que la esposa saliera de la consulta del psiquiatra, el Sr. Young refirió que
había tenido muchísimo estrés en el trabajo el último año, batallando con los recortes
sufridos por todo el sector y sus propias pérdidas económicas. Dijo que se sentía
abatido y deprimido casi a todas las horas. Explicó que le costaba dormirse la mayoría
de las noches, que había perdido interés por su esposa e hijos, que tenía muy poca
energía y que sentía fracaso y muy autocrítico. A menudo deseada estar muerto y
pensaba en el suicidio, aunque negó que tuviera intención o planes de suicidarse.
Al preguntarle por el alcohol, reconoció que había estado bebiendo mucho hacía al
menos de 6 meses. Al preguntarle por otras sustancias, inquirió por el secreto
profesional y después reconoció que había estado tomando cocaína varias veces por
semana desde hacía unos 9 meses. Le ocultaba a su mujer lo de la cocina porque
sabía que lo condenaría por ella. Al principio, la cocaína le otorgaba un estado de
ánimo siempre positivo y optimista, lo que le permitía batirse más eficazmente con
grandes volúmenes de trabajo aburrido y desalentador. Aunque su trabajo requería de
algunas relaciones sociales por las noches, también había empezado a ir a bares a
esas horas con el fin de estar a gusto en un sitio donde poder combinar cocaína y
alcohol. Le entraba el ansia de sentir el subidón de la cocaína, se desviaba para
conseguirla y pasaba consumiendo mucho tiempo que antes dedicaba a la familia.
George Anderson, varón de 79 años de edad, fue derivado al psiquiatra para evaluar
una posible depresión. En los 6 años transcurridos desde que le diagnosticaron la
enfermedad de Parkinson (EP), el Sr. Anderson la ha afrontado casi siempre bien y ha
seguido realizando muchas actividades habituales.
Sin embargo, 3 meses antes el Sr. Anderson comenzó a rechazar invitaciones sociales
de familiares o amigos. Dijo que se había retirado de la vida social porque había dejado
de disfrutar de las cosas que antes le apetecían, aunque negó que tuviera sentimientos
de tristeza o preocupación. Reconoció que no era “el de siempre” y que trataba, sin
éxito, de “darse ánimos”. Había trabajado como profesor de ciencias de instituto hasta
su jubilación a los 67 años, y dijo que había aprendido de sus alumnos “el poder de ver
el vaso medio lleno”. Se sentía frustrado por no ser capaz de “ponerse las pilas” por
primera vez en su vida, pero tenía esperanzas puestas en la ayuda profesional. Dijo
que no deseaba morir, aunque no temía la muerte, y que quería disfrutar de la vida
todo el tiempo posible. Después añadió: “Dios no me da mas de lo que puedo
sobrellevar. No podría pedir una familia mejor y he tenido una vida plena”.
Otros síntomas nuevos habían parecido en los últimos meses previos eran: fatiga
creciente, problemas de concentración y de memoria, pérdida de peso no intencionada
(7% del índice de masa corporal durante 2 meses) y sueño inquieto con insomnio
inicial.
Su esposa durante 54 años también había observado que, desde hacía casi 2 años, el
Sr. Anderson se movía y sacudía mucho en la cama hacia la mitad de la noche,
golpeándola a veces dormido. Cuando se despertaba tras unos de esos incidentes,
estaba coherente y a menudo refería que había estado soñando con que nadaba o
corría para escapar de algo. Su esposa se había encargado de conducir el coche poco
después de que le diagnosticaran el EP, pero, por lo demás, realizaba sus actividades
diarias, como pagar facturas o encargarse de sus medicinas de forma independiente.
La esposa refirió que quizá había estado “algo mas olvidadizo” en los últimos años,
pero a ninguno de los dos les parecía preocupante esta leve pérdida de la memoria.
Durante las pruebas cognitivas mostró dificultad para la parte B de la prueba de los
trazos, la copia de figuras y el recuerdo de listas de palabras, sirviéndole ayuda las
claves categóricas. Obtuvo 25 de los 30 puntos posibles en la evaluación cognitiva de
Montreal.
Temperalmental e irritable
Wyatt había sido niño extremadamente activo que corría “a todas horas”. Era también
un chaval sensible, siempre preocupado por que las cosas pudieran salir mal. Su
tolerancia a la frustración había sido siempre menor que la de otros niños de su edad, y
sus padres dejaron de llevarlo de compras porque se alteraba cada vez que no le
compraban todos los juguetes que deseaba.
Según los padres, Wyatt no tenía problemas de apetito ni de sueño, aunque la hora de
acostarse fuera motivo de disputa. Parecía disfrutar con sus actividades habituales, su
nivel de energía era bueno y carecía de antecedentes de euforia, grandiosidad y menor
necesidad de dormir durante más de un día. Aunque lo describían como
“malhumorado, aislado, y solitario”, los padres no lo veían deprimido. Dijeron que no
había antecedentes de alucinaciones, maltrato, traumas, suicidalidad, homicidalidad,
deseos autolesivos o deseos premeditados de dañar a otros, nunca había tomado
alcohol ni drogas. Los antecedentes carecían de datos reseñables.
En los antecedentes familiares estaba la presencia de ansiedad y depresión en el
padre, alcoholismo por parte de los abuelos paternos y un imposible TDAH sin tratar
en la madre.
Ivonne Pérez es una mujer de 23 años que acude a una consulta psiquiátrica
ambulatoria 2 semanas después de haber dado a luz a su segundo hijo. La envía su
matrona, preocupada por el ánimo depresivo, el afecto plano y la fatiga que presenta la
paciente. Ivonne dijo que había estado preocupada y sin ilusión desde que se enteró de
que estaba embarazada. Ella y su marido habían planeado esperar unos años antes
de tener otro hijo y él le había dejado claro que hubiera preferido que abortara, opción
no concebible en ella a causa de su religión. También le molestaba que ella estuviera
“demasiado cansada” para trabajar fuera de su casa durante el embarazo. Tras el
parto, la disforia, la desesperanza y el agobio fueron a más. La lactancia natural no
había ido bien y había empezado a creer que “el niño me rechaza” al no querer pecho,
escupir la leche y llorar. El bebé tenía muchos cólicos, por lo que se sentía obligada a
tenerlo en brazos casi todo el día. Se preguntaba si quizá merecía esos problemas por
no haber deseado el embarazo.
El marido estaba fuera casi siempre por el trabajo y a ella le costaba mucho atender al
bebé y a su absorbente e inquieta hija de 16 meses. Dormía poco, se sentía cansada
constantemente, lloraba a menudo, y le agobiaba pensar en el día a día. Su suegra
acababa de llegar para ayudarla a cuidar de los niños. Ivonne era una mujer
hispanoamericana de habla inglesa que había trabajado por las mañanas en una
cafetería durante el primer embarazo, casi 2 años antes. Había crecido en un hogar
afectuoso, con padres cariñosos y una familia muy amplia. Se había mudado a otra
zona del país cuando el marido lo trasladaron por motivos de trabajo y ahora no tenía
parientes cerca. Aunque ningún familiar había acudido jamás al psiquiatra, parecía que
algunos de ellos habían tenido depresión. Ella carecía de antecedentes psiquiátricos y
dijo que ni bebía, ni consumía drogas. Había fumado varios años, pero lo dejó al
quedarse embarazada del primer hijo. Ivonne tenía antecedentes de asma. Aparte de
un complejo vitamínico con hierro, no tomaba ninguna medicación.
El Sr. Quinn quedo destrozado, como si la vida ya no tuviera sentido. En las 2 semanas
siguientes veía imágenes de su hijo y le obsesionaba pensar cómo podría haber
impedido el abuso de sustancias y el suicidio. Le preocupaba haber sido mal padre, y
haber dedicado demasiado tiempo a su carrera y poco a su hijo. Se sentía
constantemente triste, se retiro de su vida habitual y era incapaz de de concentrarse en
el trabajo. Aunque nunca había bebido anteriormente más de unos cuantos vasos de
vino a la semana, empezó a tomar media botella de vino todas las noches. En ese
momento, su psiquiatra le dijo que estaba en pleno duelo y que esta reacción era
normal. Concentraron una cita como terapia de apoyo y para evaluar la evolución
clínica
El Sr. Quinn tenía antecedentes de dos episodios de depresiones mayores que había
mejorado con psicoterapia y antidepresivos, pero no había vuelto a padecer ningún otro
episodio importante desde los treinta y tantos años. Dijo no tener antecedentes de
abuso de alcohol u otras sustancias. Sus padres habían sido “depresivos”, pero no se
habían tratado. Nadie se había suicidado anteriormente en la familia.
Cambios de humor situacionales
Helena Bates es una auxiliar administrativa de 27 años de edad, soltera, que acude a
someterse a una evaluación psiquiátrica en busca de tratamiento antidepresivo.
Recientemente había empezado un programa intensivo ambulatorio, después de haber
sido hospitalizada, por primera vez en su vida, a causa de una sobredosis impulsiva
tras la ruptura de una relación de 2 años. Previo a la ruptura se había ido poniendo
cada vez más triste y desesperada durante 1 o 2 meses. Un mes antes del ingreso
empezó a acudir a un nuevo psicoterapeuta que le dijo que tenía “rasgos límite” y
“cambios de humor situaciones”.
Durante estas 4-8 semanas, el estado de ánimo de la Sra. Bates había estado
moderadamente deprimido a todas horas casi todos los días, sin variaciones diurnas, y
con una reactividad afectiva intacta. Hacía poco había engordado unos 5 kg por “comer
demasiados caprichos y porquerías”. Negó tener irritabilidad prominente y discutir por
todo. Describió su autoestima como “nula”, le resultaba difícil sentir motivación o
concentrarse en tareas rutinarias. En cambio, a veces tenia “rachas” en que no dejaba
de pensar en su antiguo novio y de buscar la manera de recuperarlo, que alternaba con
el “dolor de haberlo perdido”. Dijo que a veces la abrumaban las estrategias para
recuperar su interés (incluso dirigirle una “carta abierta” a toda página en
un periódico)y que desde hace poco permanecía despierta hasta las 05:00 o las 06:00
de la madrugada, anotando sus pensamientos, o llamando a sus amigos en la noche
“en busca de ayuda”. Después se “arrastraba durante el siguiente día” sin estar
cansada por haber dormido tan solo 2 o 3 horas. Estos síntomas habían empezado
antes del ingreso. Negó consumo de alcohol o drogas y el haber intentado hacerse
daño. Hasta esta ruptura en concreto, dijo que no había tenido relaciones intensas o
caóticas, ni pensamientos o gestos suicidas.
En la exploración, la Sra. Bates resultó ser una mujer agradable, de buenas maneras,
vestida de manera informal pero correcta y con moderado sobrepeso que aparentaba la
edad que tenía y hacía un buen contacto ocular. Hablaba de forma algo rápida y
ampulosa, pero interrumpible y sin premura. No presentaba movimientos anormales,
pero gesticulaba de forma dramática y con excesiva vivacidad. Tenía el ánimo
deprimido y el afecto aparecía tenso y disfórico, pero sin restricciones y con reactividad
normal. Los procesos del pensamiento eran algo circunstanciales, pero en general
coherentes, lineales y lógicos. En el contenido del pensamiento destacaban
pensamientos pasivos de de mejor estaría muerta, pero sin intenciones ni planes; no
tenia delirios, alucinaciones ni pensamientos homicidas. La función integradora superior
estaba prácticamente intacta, igual que la introspección y el juicio.
De mal en peor
Ian Campbell es un varón de 32 años de edad que acude a consulta de psiquiatría por
ir “de mal en peor” en el trabajo. Al no sacar un proyecto sencillo, el jefe le expresó su
preocupación. El Sr. Campbell respondió que había estado distraído por unos
problemas en casa. El jefe señalo que había algo más que no parecía andar bien. El
Sr. Campbell telefoneó a su médico, que lo derivo a un neurólogo, quien a su vez lo
envió a psiquiatría.
A la madre y hermana del Sr. Campbell les habían diagnosticado depresión mayor y
las habían tratado eficazmente con medicación. Un tío materno se había suicidado. El
inicio del cuadro actual iba unido a la ruptura de su matrimonio de 6 años. Dos meses
antes, la esposa le había pedido el divorcio y le anuncio que viviría en la ciudad lejana
a donde la habían dejado en el trabajo. El Sr. Campbell había esperado sentirse
aliviado, dijo que su esposa había sido hostil durante todo el matrimonio. Él había
empezado a hacerse ilusiones con una compañera de trabajo. Sin embargo, se sentía
“plano”, incapaz de imaginar un futuro.
Al interrogatorio más a fondo se descubrió que los problemas del señor Campbell iban
mas allá de la alternativa cognitiva. Describió apatía y menos energía. Era un
apasionado del jazz pero ya no asistía a conciertos, aunque en ello intervenía
probablemente el problema de concentración. Al escucharlo, el psiquiatra noto cierto
retardo en el habla, movimientos en cámara lenta. Los problemas empeoraban en las
mañanas. Por las noches notaba una chispa de energía. Se ponía música y repasaba
los informes ignorados durante la jornada laboral.
El Sr. Campbell rehusó caracterizarse a si mismo como una persona triste. Estaba
contento porque el matrimonio se hubiera roto. Pero la psiquiatra se dejo llevar por sus
propias emociones en presencia del Sr. Campbell; se puso taciturna, pesimista, incluso
con ganas de llorar.
Negó estado de ánimo deprimido, alteraciones del sueño y el apetito, sentimientos de
culpa o inutilidad y pensamientos acerca de la muerte. Tampoco tenía signos de
trastornos que pudieran confundirse con la depresión. No estaba distímico; entre los
distintos episodios se había sentido y había rendido bien.
Ka Fang, una viuda de etnia hmong de 59 años de edad, fue derivada de una clínica de
salud mental tras haberse quejado muchas veces de fatiga, lumbalgia crónica e
insomnio. Durante los 11 meses anteriores, el internista le había recetado clonazepam
para dormir y vicodina para el dolor. El sueño había mejorado y el dolor había
menguado, pero seguía cansada durante el día. Se le deriva al departamento de
psiquiatría.
Ka había emigrado a Estados Unidos desde Tailandia unos años antes. Nativos de
Laos, ella y su familia habían pasado casi dos decadas en un campo de refugiados
tailandés una vez finalizada la Guerra de Vietnam. Su familia se había reasentado en la
zona de Sacramento con la ayuda de un grupo pastoral local. Negó tener ánimo
deprimido. Al preguntarle si disfrutaba de las cosas dijo que era un privilegio estar en
América y que no tenía derecho a quejarse. Refirió que pensaba que no hacía lo
suficiente para ayudar a su familia. Le avergonzaba estar fatigada porque “no hacía
nada en todo el día”. Negó intenciones de hacerse daño.
Señaló que el traslado a California había ido mejor de lo esperado. Los mayores
contratiempos para ella habían sido la muerte inesperada de su marido a causa de un
infarto hacía ya un año y el que la mayoría de su familia extensa se había quedado en
Tailandia. Al examinar su estado mental, La paciente aparecía como una mujer de
corta estatura y con sobrepeso. Llevaba una blusa de manga corta con estampado,
pantalones negros de poliéster y chanclas negras; no iba maquillada. Llevaba cordones
blancos alrededor de las muñecas. Miraba normalmente hacia abajo pero parecía
alerta. Tenía aspecto triste y contrito, pero negó sentirse deprimida. El habla era lenta
y cuidadosa. Negó tener alucinaciones, pensamientos de suicidio u homicidio. Las
pruebas cognitivas revelaron atención y concentración normales, aunque muy escasa
educación formal; parecía analfabeta funcional. Su conciencia de enfermedad daba la
impresión de ser limitada. Al preguntarle por los cordones de las muñecas, respondió
que había acudido hacía poco con un chaman, que había organizado varias
ceremonias de invocación de almas para reunirla con sus parientes lejanos.
Miedos y preocupaciones
Logan es un chico de 12 años de edad al que derivan de una consulta de salud mental
por presentar ansiedad de larga evolución ante la idea de perder a sus padres y, desde
hace relativamente poco tiempo, por la posibilidad de contraer una enfermedad grave.
María Greco, una mujer soltera de 23 años de edad, es derivada por su cardiólogo para
una evaluación psiquiátrica. En los 2 meses previos había acudido a la sala de
urgencias en cuatro ocasiones por presentar palpitaciones, disnea, sudoración,
temblores y miedo con sensación de muerte inminente. Todos estos episodios se
iniciaron rápidamente. Los síntomas alcanzaron máximos en cuestión de minutos,
dejándola asustada, exhausta y plenamente convencida de que había sufrido un
informado de miocardio. Las evaluaciones médicas realizadas justo después de estos
episodios fueron normales: exploración física, constantes vitales, análisis clínicos,
puertas toxicológicas y electrocardiogramas.
La paciente refirió que había tenido en total cinco crisis en los últimos 3 meses,
surgiendo el pánico en el trabajo, en casa y mientras conducía el coche. Acabó
teniendo miedo constante a que se produjeran nuevas crisis, lo que la había llevado a
tomarse muchos días de permiso en el trabajo y a evitar el ejercicio físico, el café y
conducir el coche. La calidad del sueño había disminuido, al igual que el estado de
ánimo, Evitaba las relaciones sociales. No la tranquilizaban ni amigos ni médicos,
creyendo que las pruebas eran negativas por que se habían realizado después de
haber desaparecido los síntomas. Seguía sospechando que le pasaba algo en el
corazón y que, al no tener un diagnostico preciso, acabaría muriendo. Después de
sufrir una crisis de pánico mientras dormía, acepto finalmente ver a un psiquiatra.
Nadine es una chica de 15 años de edad cuya madre la lleva a una evaluación
psiquiátrica para ayudarla con su timidez de hace ya mucho tiempo.
Aunque Nadine se mostró al principio poco dispuesta a hablar de sí misma, dijo que se
notaba tensa a todas horas. Añadió que la ansiedad había sido “horrible” desde hacia
años y que a menudo se acompañado de episodios de mareos y llanto. Normalmente
era incapaz de hablar fuera de casa o de clase. Se negaba a salir de la casa sola por
miedo a verse obligada a hablar con alguien. Le causaban ansiedad sobre todo los
demás adolescentes, pero se había vuelto también “demasiado nerviosa” como para
hablar con los vecinos adultos que conocía desde hacía años. Dijo que le resulta
imposible entrar a un restaurante y pedirle algo “al desconocido de la barra” por miedo
a que la humillasen. También estaba constantemente en guardia para evitar la
posibilidad de ser atacada, táctica que en realidad solo funcionaba cuando estaba sola
en casa.
Nadine trataba de ocultar su enorme ansiedad a los ojos de sus padres, diciéndoles
normalmente que “no tenía ganas” de salir. Al sentirse atrapada e incompetente,
Nadine me dijo que pensaba en el suicidio “a todas horas”.
Nadine siempre había sido “tímida” y se habían metido con ella en los recreos desde el
jardín de niños. Las burlas habían crecido hasta convertirse en un verdadero acoso
cuando estaba en séptimo grado. Durante 2 años, día tras día, los compañeros de
Nadine la trataron “como una manada de lobos hambrientos” llamándola “estúpida, fea,
y loca”. No era raro que alguno de ellos se le quedara mirando y le dijera que lo mejor
sería que se suicidase. Una chica (amiga suya en la primaria) la golpeó en una
ocasión, poniéndole un ojo morado. Nadine no se defendió. Del suceso fue testigo un
vecino adulto que se lo dijo a la madre. Cuando esta le pregunto por el incidente, ella
negó, diciendo que se había caído en la calle. Sin embargo, si le mencionó a su madre
“de pasada” que deseaba cambiarse de colegio, aunque le dijo dándole tan poca
importancia que, en aquel momento, la desaconsejó con indiferencia. Nadine siguió
sufriendo, sollozando hasta dormirse casi todas las noches.
Llena de esperanza, Nadine se cambio a una escuela de arte para cursar el noveno
grado. Aunque el acoso cesó, los síntomas de ansiedad empeoraron. Se sentía incluso
más incapaz de aventurarse en espacios públicos y cada vez estaba más avergonzada
por ser incapaz de adquirir la clase de independencia que es típica a los 15 años. Dijo
que había empezado a pasar a fines de semana enteros “atrapada” en casa y que
hasta le daba miedo sentarse a leer ella sola en el parque de al lado. Por las noches
tenia pesadillas con los matones del colegio anterior. Sus inquietudes suicidas
aumentaron.
Los padres habían pensado que la timidez se le pasaría con la edad y solo se
decidieron a buscar ayudar psiquiátrica después de que un profesor les comentara que
la ansiedad y el aislamiento sociales le impedían a Nadine sacar las notas y realizar las
actividades extra escolares necesarias para ir a una buena universidad.
Nadine refirió que su madre era chillona, nerviosa y agresiva, y que “daba un poco de
miedo”, El padre era un asesor fiscal de éxito que trabajaba a todas horas. Nadine lo
describió como una persona tímida en sociedad (“se parece más a mi”). Nadine dijo
que ella y su padre a veces bromeaba con que, por las noches, el objetivo era “no
cabrear” a la madre. Nadine añadió que “no le gustaría parecerse jamás a su madre”.
Miedo a volar
El miedo a volar había comenzado 3 años antes, cuando viajaba en un avión que tuvo
que aterrizar en medio de una ventisca. Llevaba sin volar 2 años, y dijo que había
llorado al despegar y al aterrizar. Había ido con su esposa a un aeropuerto en otra
ocasión, 1 año antes de la evaluación, para acudir a la boda de la hija. A pesar de
haber bebido una cantidad considerable de alcohol, entro en pánico y se negó subirse
al avión. Después de aquel intento fallido, tendía a presentar mucha ansiedad incluso
ante la idea de volar, ansiedad que le había llevado a rechazar una promoción laboral y
una oferta de trabajo en el exterior porque en ambos casos habría tenido que viajar.
Olaf refirió tristeza y remordimientos desde que había surgido esta limitación, aunque
negó tener los demás síntomas neurovegetativos propios de la depresión. Había
aumentado su consumo de alcohol a tres vasos de vino por las noches para poder
“desconectar”. Dijo que no había tenido problemas a causa del alcohol ni síntomas de
abstinencia. También dijo no tener antecedentes familiares de problemas psiquiátricos.
Explicó que no sentía ansiedad en ninguna otra ocasión, añadiendo que, en el trabajo,
los compañeros lo consideraban un hombre de empresa enérgico y eficaz, capaz de
hablar en público fácilmente, ante cientos de personas. Al preguntarle en concreto, dijo
que, siendo niño, la idea de que pudiera atacarlo un animal salvaje lo tenía
“petrificado”. Este temor le había impedido ir con la familia de acampada e incluso dar
paseos largos por el campo. De adulto, ya no le preocupaba que lo atacaran animales
salvajes, pues vivía en una gran ciudad e iba de vacaciones en tren a otras zonas
urbanas.
Siempre tensa
Peggy había vivido con su novio de mucho tiempo hasta 8 meses antes, momento en el
que él había roto repentinamente la relación para salir con una mujer más joven. Poco
después empezó a agobiarse con las tareas cotidianas y la positividad de cometer
errores en el trabajo. Se notaba extrañamente tensa y fatigada. Le costaba
concentrarse. Empezó también a preocuparse excesivamente por el dinero y, para
ahorrar, se mudó a un apartamento más barato en un barrio menos deseable. Acudía
constantemente a sus compañeros de trabajo y a su madre en busca de apoyo y
tranquilidad. Nadie parecía serle de ayuda y le preocupaba ser “demasiado pesada”.
En los 3 meses previos a la evaluación, empezó a no querer salir por las noches,
temiendo que algo iba a ocurrirle y no podría pedir ayuda. Más recientemente había
dejado de salir también por el día. Se sentía también “desprotegida y vulnerable” al ir
andando hasta la frutería que tenía a tres manzanas, por lo que evitaba hacer la
compra. Después de describir cómo se las había arreglado para que le llevaran la
comía a casa añadió: “Es ridículo. De verdad creo que va a ocurrir algo terrible en uno
de los pasillos y que nadie podrá ayudarme, por lo que ni siquiera me asomo”. En el
departamento, a menudo lograba relajarse y disfrutar de un buen libro o alguna
película.
Peggy menciona que había sido “algo nerviosa desde siempre”. Durante casi toda la
época del jardín de infancia había llorado desconsolada cuando la madre trataba de
dejarla allí. Dijo, que había visto a un orientador a los 10 años, mientras los padres se
divorciaban, porque “mi madre pensaba que era muy dependiente”. Añadió que nunca
le había gustado la soledad y que siempre había tenido novios (a veces más de uno al
mismo tiempo) desde los 16 años de edad. Según dijo, “Odiaba estar sola y como
siempre he sido atractiva, nunca pasé mucho tiempo sin pareja”. Sin embargo, hasta la
ruptura reciente, dijo que siempre se había considerado “bien”. Tenía éxito en el
trabajo, hacia deporte (corría) a diario, conservaba una red solida de amistades y no
tenía “motivos de queja”. En la primera entrevista, dijo que había estado triste unas
semanas cuando el novio la dejó, pero no reconoció haberse sentido inservible,
culpable, despreciable, anhedónica o suicida. Dijo que pesaba lo mismo y dormía bien.
Negó tener alteraciones psicomotoras. Sí refirió una considerable ansiedad y obtuvo 28
puntos en el inventario de Ansiedad de Beck, lo que indica una ansiedad grave.
Ansiedad y cirrosis
Samuel King, un conserje de 52 años de edad, soltero, acude para tratarse una
depresión. Llevaba años luchando con sus síntomas depresivos y había probado la
fluoxetina, el citalopram y la psicoterapia de apoyo, con mejorías leves. Trabajaba a
tiempo completo, aunque realizaba algunas actividades fuera del trabajo. El Sr. King
dijo que estaba bajo de ánimo, no disfrutaba nada, padecía insomnio, se sentía inútil y
le costaba concentrase y tomar decisiones. Negó tener ideas de suicido actualmente,
pero añadió que unos meses antes, se había quedado mirando a las vías del metro y
había pensado en saltar. Refirió que bebía alcohol de vez en cuando pero no estaba en
drogas.
El Sr. King dijo que le venían pensamientos intrusivos de pegar a alguien, miedo de
decir algo que resultara ofensivo o inexacto y temor de molestar a sus vecinos. Para
contrarrestar la ansiedad que le producían estas imágenes y pensamientos, repetía
mentalmente las conversaciones previas, llevaba diarios de lo que decía y a menudo se
disculpaba por miedo a haber sonado insultante. Al ducharse, procuraba que el agua
solo llegara a la bañera a determinado nivel, por miedo a despistarse e inundar a los
vecinos.
Trevor Lewis, soltero de 32 años que vive con sus padres, es llevado por su madre a la
consulta de psiquiatría. La madre explicó que, desde la adolescencia, el hijo había
estado preocupado por los gérmenes, por lo que realizaba rituales de lavado de manos
y duchas desde hacía mucho tiempo. Durante los últimos 6 meses, los síntomas habían
empeorado notablemente. Ahora le inquietaba contraer el VIH y se pasaba el día no
solo lavándose el cuerpo, sino la ropa y la cama. Había empezado a insistir en que la
familia también debía lavar la ropa y la cama periódicamente. El Sr. Lewis había
tomado hacia tiempo inhibidor selectivo de la recaptación de serotonina y había
acudido a una terapia cognitivo-conductual a causa de sus síntomas. Estas medidas
tuvieron cierto efecto positivo y pudo acabar el bachillerato. Sin embargo, los síntomas
le habían impedido acabar sus estudios superiores y trabajar fuera de casa; creía
desde hacía tiempo que la casa estaba relativamente libre de gérmenes si se
comparaba con el mundo exterior. Sin embargo en los últimos 6 años había señalado
cada vez más que también la casa estaba contaminada, incluso de VIH.
Durante el examen del estado mental, el aspecto del Sr. Lewis era desaliñado y
despeinado. Estaba plenamente convencido de que el VIH había contaminado a su
casa y que sus lavados y limpiezas eran necesarios para no contraer la infección. Al
decirle que el VIH solo se propagaba a través de líquidos corporales, contesto que el
VIH podría haber llegado a la casa en el sudor o la saliva de las visitas. En cualquier
caso, el virus bien podía sobrevivir en las prendas de vestir y la ropa de cama e
introducirse después en el cuerpo a través de la boca, los ojos u otros orificios. Añadió
que sus padres habían tratado de convencerlo de que se preocupaba excesivamente,
pero no solo no les creía, si no que la preocupación reaparecía una y otras vez, incluso
si trataba de pensar en cualquier otra cosa. No había signos de alucinaciones ni de
trastorno formal del pensamiento. Negó toda intención de dañarse o matarse, ni a sí
mismo ni a nadie. La cognición estaba intacta.
Preocupación por el aspecto.
Vincent Mancini, varón blanco de 26 años de edad es llevado por sus padres al
psiquiatra porque los síntomas del hijo los angustian. Desde que tenía 13 años estaba
excesivamente preocupado por las “cicatrices” de la piel, el “poco pelo”, la”asimetría”
de sus ojeras y su complexión “debilucha”. Aunque de aspecto normal, el Sr. Mancini
estaba plenamente convencido de que era “feo y horrible”, y creía que lo demás
hablaban y se reían de él por su aspecto físico.
El Sr. Mancini pasaba 5-6 horas al día comprobando de manera compulsiva las zonas
de su cuerpo que no le gustaban en el espejo y otras superficies reflectantes, como los
escaparates, peinándose excesivamente para “hacer que el cabello parezca
abundante” tirándose de las orejas para tratar “igualarlas” y comparando su aspecto
con el de otros. Se hurgaba compulsivamente la piel, a veces con cuchillas, para
intentar “limpiarla” Levantaba pesas a diario y normalmente llevaba varias capas de
camisetas encima para parecer más corpulento. Casi siempre llevaba gorra para
ocultar el pelo. Había recibido tratamiento dermatológico para sus problemas de piel,
pero pensaba que no le había servido de nada.
El Sr. Mancini faltó varios meses al instituto porque estaba demasiado preocupado
como para hacer los deberes, se sentía empujado a salir de clase para mirarse en
espejos y estaba demasiado cohibido como para dejarse ver; por este motivo no pudo
ir a la universidad. Se retrajo socialmente y no salía con nadie “porque ninguna chica
quería salir con alguien tan feo como yo”. A menudo pensaba en suicidarse porque la
vida no merecía la pena “si parezco un adefesio” y porque se sentía aislado y
condenado al ostracismo a causa de su “fealdad”. Los padres dijeron que estaban
preocupados por sus “estallidos violentos”, que se producían cuando se sentía
especialmente enfadado y angustiado por su aspecto, o cuando trataban de alejarlo del
espejo.
El Sr. Mancini refirió tener ánimo deprimido, anhedonia, sensación de ser despreciable,
mala concentración e ideación suicida, todo lo cual atribuía a la precaución por su
aspecto físico. Para auto medicarse la angustia que este le ocasionaba, bebía alcohol y
consumiendo marihuana. Consumía proteínas en polvo para “hacer músculo” pero dijo
que no tomaba ni esteroides anabolizantes, ni otros farmacéuticos potenciadores de
rendimiento, ni otra droga. Había padecido una ansiedad angustiosa y problemática en
los contextos sociales hacia el final de las adolescencia, que atribuía al hecho de
sentirse “estúpido”; sin embargo negó haber tenido recientemente ansiedad social.
El Sr. Mancini carecía de antecedentes médicos de interés y no tomaba ninguna
medicación. La madre tenía un trastorno obsesivo compulsivo (TOC).
El Sr. Mancini se presento bien vestido y aseado, llevando una gorra de beisbol. No
presentaba defectos físicos obvios. El contado ocular era deficiente. Estaba bien
orientado y la cognición se mantenía generalmente intacta. El afecto era irritable; el
ánimo estaba deprimido, con ideación suicida de tipo pasivo. No presentaba anomalías
psicomotrices; el habla era normal. Estaba plenamente de que era feo y que no tenía
síntomas psicóticos. Creía que sus “defectos” físicos eran reales y no atribuibles a
ningún trastorno psiquiátrico.
Pelo arrancado.
Zoe Oliver una mujer de 22 años de edad que acude al médico de cabecera después
de haber leído en un revista un artículo sobre la tricotilomania (el trastorno de
arrancase el cabello). Nunca había contado a nadie, excepto a su madre, que se
arrancaba el pelo, pero la revista decía que era algo bastante frecuente y tratable. Era
pesimista respecto a la solución, pero ella y su madre habían acordado que debía
buscar ayuda.
La Sra. Oliver se arrancaba el pelo casi siempre mediante un ritual al volver del trabajo
a casa. Se buscaba cabellos de determinada textura en la coronilla (aunque también se
arrancaba pelo de las cejas, pestañas y pubis). Sentía un alivio inmenso si el pelo sabia
de raíz. Normalmente quitaba la raíz con los dientes y se tragaba el resto del pelo.
Nunca había tenido síntomas digestivos después de tragar pelo. Dijo que había
empezado a arrancase el pelo a los 12 años y que nunca había conocido a nadie que
hiciera algo parecido.
La Sra. Oliver había tratado de dejar aquella conducta con todas sus fuerzas y a veces
lo había logrado durante meses seguidos. Cuando recaía, se sentía avergonzada y
enfadada consigo misma. Se cubría la zona calva con bufandas y sombreros, pero en
general evitaba tener amigos y novios para no ser descubierta.
Al preguntarle qué hacia si no podía encontrar le tipo de pelo “adecuado” del que tirar,
confesó que a menudo se hurgaba la piel o alguna costra. Si la costra se desprendía
de forma apropiada, sentía un alivio parecido al que notaba al arrancarse el pelo. A
veces también masticaba y tragaba las costras. La Sr. Oliver solía quitarse las costras
de la espalda para que nadie pudiera ver las lesiones. No obstante, la cicatrices
producidas la llevaban a evitar situaciones tales como ir con gente a la playa, salir con
chicos y todo cuando pudiera desvelar su comportamiento.
Dos reacciones traumáticas.
Suceso traumático: Bethany Pinsky, joven de 23 años de edad había ido al cine a ver el
estreno local de una película de gran presupuesto. Al acomodarse en el asiento,
mientras esperaba el comienzo de la función, frente a la pantalla apareció un joven con
pasamontañas. Blandiendo un fusil de asalto, disparo directamente a los espectadores.
La paciente vio como las balas herían a mucha de la gente, incluida a la mujer que
tenia sentado al lado. Todo mundo empezó a chillar y se produjo un confusa estampida
hacia la salida. De algún modo logro llegar a la salida y escapar ilesa a la zona de
estacionamiento, adonde ya llegaban coches de la policía.
Charles Quigley, de 25 años de edad, había ido al mismo cine a la misma hora. El
también temió por su vida, escondiéndose detrás de una fila de asientos, pudo
arrastrase hasta el pasillo y salir corriendo hasta la salida. Aunque cubierto de sangre,
había salido ileso físicamente.
Bethany, 2 semanas después: La Sra. Pinsky ya había recobrado la mayor parte de sus
pensamientos, sentimientos y comportamientos pretraumáticos antes de transcurridas
2 semanas. Aunque los recuerdos traumáticos del tiroteo le producían a veces
reacciones de pánico o fisiológicas breves, estas no dominaban sus horas de vigilia. Ya
no tenía pesadillas. Sabían que nunca olvidaría lo ocurrido en aquel cine pero, por lo
demás, la vida volvía a ser normal y a discurrir por los cauces previos al suceso.
Entrevistados por separado, la Sra. Trentino y sus dos hijos coincidieron en que, hasta
la presente hospitalización, nunca había estado especialmente deprimida ni ansiosa:
siempre había sido “la roca” de la familia. Jamás había visto a un terapeuta, ni tomado
psicofármacos, ni consumido alcohol, opiáceos o drogas. En los antecedentes
familiares destacaba un padre que bebía en exceso, y que ella decía que era el motivo
de no haber bebido nunca.
En la exploración se observo que la paciente era una mujer arreglada que estaba
sentada en la cama, llevaba puesta una cánula nasal de oxigeno, se retorcía las manos
y se secaba los ojos con un pañuelo húmedo de papel. Se mostró colaboradora y
coherente. Estaba visiblemente disfórica, con el afecto constreñido y preocupado.
Refirió que estaba enormemente preocupada por los resultados pendientes de la
toracocentesis. Sabía que tener metástasis podía significar “la pena de la muerte” y
dijo: “Quiero estar vida para la boda de mi hijo, que es este año”. Añadió entre
lagrimas: “Ya he pasado tanto con esta enfermedad… ¿Cuándo acabara?”. La Sra.
Trentino reconoció que dormía mal y tenía poca concentración desde su ingreso en el
hospital 5 días antes. Había estado comiendo menos de lo normal. Dijo que estaba
“demasiado triste y preocupada” como para hacer un crucigrama diario. Negó tener
confusión y sintamos psicóticos. Parecía tener cognición intacta y saco una puntuación
de 29 sobre 30 en la Evaluación Cognitiva de Montreal, debiéndose la pérdida de 1
punto al recuerdo incorrecto de un objeto al cabo de 5 minutos. Negó rotundamente
que tuviera ideas de suicidio y volvió a hablar del amor que sentía por sus dos hijos.
Entre las constantes vitales de la Sra. Trentino destacó una saturación de oxigeno de
94% con el aire de la sala (corregida al 99% con la canela nasal), y en la radiografía de
tórax se observó un extenso derrame pleural en el lado izquierdo. La exploración
neurológica no halló nada reseñable. Las pruebas de laboratorio eran por lo demás
normales. Los datos colaterales obtenidos del personal de enfermería indicaron que
llamaba al timbre con frecuencia durante el día para preguntar por la mediación y los
resultados de la prueba.
Adriana es una niña de 4 años y medio derivada a consulta de salud mental por tener
“conductas peligrosas”. A los padres les preocupaba sobre todo que Adriana ponía
pocos limites, era impulsiva y confiaba en los extraños con demasiada facilidad.
Adriana había sido adoptada de un orfanato de Europa del este a los 29 meses de
edad. Al momento de adopción, un pediatra local revisó la historia clínica de Adriana y
no encontró problemas en ella, aparte de los parámetros del crecimiento, todos ellos
por debajo de percentil 5. Cuando los padres adoptivos la conocieron en ele orfanato,
Adriana se acercó a ellos sin ninguna timidez y se mostró distendida. Los padres
quedaron agradablemente sorprendidos por el aspecto feliz de la niña y sus cálidos
abrazos espontáneos
Adriana vivía con sus padres adoptivos y un hermano de 12 años de edad, hijo
biológico de la familia. La madre se había quedado en casa durante el primer año de
Adriana en EU, pero el pasado año la niña había asistido a un programa de guardería
de media jornada. La madre notó que el desarrollo de la niña había mejorado, aunque
seguía habiendo retraso del lenguaje, siendo la comprensión mejor que la producción.
Tardó más que los otros niños en alcanzar las aptitudes necesarias para el colegio,
pero las habilidades motoras groseras y finas se consideraron dentro de la media. El
sueño y el apetito eran normales. Había ganado peso, aunque el perímetro de la
cabeza seguía justo por debajo del percentil 5. Durante la exploración se observó que
se trataba de una niña agradable, bien arreglada, que parecía más joven de lo que era.
Hablaba poco pero parecía prestar atención al entrevistador. A los pocos minutos
intento subirse al regazo de éste.
Accidente de coche
Dylan no había podido dormir bien desde el accidente. Solía despertarse en plena
noche con el corazón acelerado, viendo como unos faros se le echaban encima. Tenía
problemas de concentración y era incapaz de terminar los deberes escolares. Los
padres, que habían empezado a llevarlo y traerlo del colegio en coche, notaron que se
ponía nervioso cada vez que salían del vado o cruzaban una calle. Aunque se había
sacado hacía poco el carné de conducir, se negaba a practicar yendo con su padre.
También se mostraba inusualmente irritable con los padres, sus hermanas y los
amigos. Los padres hablaban con él pero los cortaba en seco irritado. Sin embargo,
después de hacer mal un examen importante, accedió a acudir a un psiquiatra por
recomendación de su profesor preferido.
En la consulta refirió otros problemas, dijo que estaba harto de “asustarse” cada vez
que oía un ruido fuerte y que no podía quitarse de encima la imagen de su amigo
herido e inconsciente. Una y otra vez venían sentimientos de ira hacia el conductor del
otro coche. Se sentía avergonzado y desilusionado consigo mismo por negarse a hacer
prácticas de conducir. Refirió que, unos 5 años antes, había visto casi ahogarse a una
de sus hermanas. Además el mes pasado había sido el primer aniversario de la muerte
de su abuelo.
Estresado
Franklin era hijo único y se había criado con su madre y su familia extensa. Se
describió a sí mismo como “buen estudiante y chico popular”. Durante la escuela se vio
complicado por los 3 años que pasó la madre en el paro y por sus experimentos con el
alcohol y la marihuana. Recordaba varias borracheras a los 14 años de edad y haber
consumido marihuana por primera vez a los 15 años. Fumó marihuana diario durante el
penúltimo año de instituto, pero dejo de consumirla en grandes cantidades
presionado por su novia. En el momento de la evaluación tomaba “una cerveza de
vez en cuando” y fumaba marihuana “para ser sociable” varias veces al mes.
El Sr. Vaughan relató un brote pasajero de ansiedad extrema que había parecido en
décimo grado. Comenzó a tener crisis de pánico que se fueron haciendo más intensas
y frecuentes a lo largo de 2 meses. Durante los ataques se sentía desconectado, como
si todo fuera irreal. Los síntomas duraban a veces horas y se parecían a los actuales.
En el inicio apreció coincidir con el ingreso de su madree el hospital psiquiátrico.
Cuando le dieron de alta a la madre, todos los síntomas desaparecieron con bastante
rapidez. Entonces no recibió tratamiento.
Lourdes Zayas, mujer puertorriqueña de 33 años nacida en Estados Unidos, fue llevada
a la sala de urgencias (SU) por estar muy alterada e intentar ingerir lejía.
El paciente, que carecía de antecedentes psiquiátricos, había estado bien hasta el día
antes, cuando el novio resultó asesinado en un incidente relacionado con drogas en
Puerto Rico. La familia refirió que la Sra. Zayas había reaccionado al principio con una
tranquilidad desmesurada. Preocupados, los familiares la tuvieron siguiendo por el
apartamento durante varias horas. Sin hablar una sola palabra, ella se dedico a hacer
cosas repetitivas e innecesarias, como doblar y desdoblar ropa.
A primera hora de la tarde, de pie junto a la lavadora, lanzo un grito, agarró una botella
de lejía e intento bebérsela. Su hermano se la quitó de un manotazo, ella cayó al suelo
temblando, chillando y llorando. El episodio duró unos segundos, tras lo cual quedo
tumbada “como muerta” varios minutos. La familia no recordaba que hubiera habido
movimientos tónico- clónicos, ni que se hubiera mordido le la lengua, ni que perdiera el
control de los esfínteres. Cuando llego la ambulancia la Sra. Zayas lloraba
quedamente, repitiendo el nombre del novio, y no respondió a casi ninguna pregunta.
Después de tratarle algunas quemaduras en los labios, el equipo médico la derivo al
servicio de psiquiatría.
En las horas que siguieron, la Sra. Zayas comenzó a mostrarse más reactiva. Durante
una entrevista clínica realizada en español, dijo que se había quedado insensible al
conocer la muerte del novio y describió que se había sentido desconectada del cuerpo,
de las emociones y del entorno. Estos síntomas seguían estando presentes en la SU,
pero luego disminuyeron con el paso de varias horas. Refirió también amnesia de lo
ocurrido desde el momento en que había lanzado el grito y la vista le quedó obscura
hasta que “despertó” en la SU.
Irene Upton es una maestra de educación especial de 29 años de edad que acude al
psiquiatra diciendo:< estoy cansada de estar siempre triste y sola>.
La Sra. Upton refirió que los terapeutas anteriores habían incidido en la probabilidad de
que hubiera padecido algún trauma, aunque ella desestimó, como de pasada, la
posibilidad de haber sido alguna vez víctima de malos tratos. Había sido la hermana
pequeña la que si había denunciado <tocamientos sexuales extraños> por parte del
padre cuando la Sra. Upton tenía 13 años. La policía nunca lo investigo, pero el padre
se había disculpado ante la paciente y la hermana a raíz de una investigación de la
iglesia y de un ingreso para tratar su alcoholismo y <adicción al sexo> . Ella negó sentir
nada al respecto y dijo <El ya resolvió el problema. Yo no tengo motivos para estar
cabreada con él>.
La Sra. Upton dijo que recordaba muy mal la época entre los 7 y los 13 años de edad.
Sus hermanos le hacían bromas por su incapacidad de acordarse de las fiestas
familiares, los eventos escolares y los viajes de vacaciones. Ella explicaba su amnesia
diciendo <quizá es que no paso nada importante y por eso no me acuerdo>.
Dijo que su relación con ambos padres había sido <buena>. El padre seguía siendo
<controlado> con la madre y aún tenía <mal genio>, pero llevaba 16 años sin beber
alcohol. Al interrogarla a fondo, la Sra. Upton refirió que sus conductas autolesivas y
suicidas había tenido lugar después de haber ido a ver a la familia o de que sus padres
la hubieran sorprendido con una visita.
La Sra. Upton explicó que había sido una persona <socialmente retraída> hasta el
bachillerato, período en el que cosechó éxitos académicos y formo parte de varios
equipos y clubs. Le fue bien en la universidad. Era muy buena en el trabajo y la
consideraban una gran maestra de niños autistas. Habló de varias amistades de
muchos años. Dijo que costaba intimar con los hombres y que sentía intenso miedo y
desagrado ante la insinuaciones sexuales. Siempre que acababa estando con un
hombre se sentía avergonzada y <mala>, aunque también se sentía despreciable en
otras ocasiones. Tendía a dominar mal y estaba a menudo cansada.
Negó haber consumido alcohol o drogas, y describió que, solo con olerlo, el alcohol le
producía nauseas y dolor de estomago. En el examen cognitivo se observó una mujer
bien arreglada y colaboradora. Las respuestas eran coherentes y pragmáticas, aunque
a menudo carentes de contenido emocional. Parecía triste y contrita. Dijo de sí misma
que era <insensible>. Negó tener alucinaciones, confusión o intención de matarse. Sin
embargo, los pensamientos de suicido <siempre están ahí>.
Al concretar más las preguntas, la Sra. Upton negó que tuviera amnesia en la vida
diaria y, muy especialmente, que la hubiera mencionado conductas suyas que no
recordara, o que tuviera pertenencias de origen desconocido, sensación subjetiva de
vacíois temporales, episodios de fuga o fluctuaciones inexplicables de sus aptitudes,
hábitos y conocimientos. Negó tener sensación subjetiva de división del yo,
alucinaciones, voces interiores y síntomas de influencia pasiva. Dijo que no tenía
reviviscencias ni recuerdos intrusos, pero si menciono pesadillas recurrentes en las que
la perseguía un hombre peligroso del que no podía escapar. Mencionó problemas de
concentración, aunque estaba <hipercentrada> en el trabajo.
Refirió también que tenía reacciones marcadas de sobresalto, que solía contar
repetidamente y contar para sus adentros, que comprobaba varias veces que las
puertas estuvieran cerradas y que se organizaba compulsivamente para <evitar sufrir
ningún daño>.
Crisis epilépticas
La Sra. Davis refirió que se había cambiado de estado recientemente para iniciar sus
estudios de posgrado; Le encantaba la idea de iniciar sus estudios y “encauzar por fin
mi carera”. Negó haber tenido recientemente factores de estrés psicosocial, aparte de
la mudanza, y dijo; “por fin tengo la vida que quiero”. Tenía las miras puestas en el
futuro y le preocupaba las repercusiones que las crisis epilépticas pudieron tener sobre
su salud a lo largo de plazo; le inquietaba que un ingreso prolongado le impidiera acudir
al primer día de clases.
Más aun estaba muy preocupada por los costes de la hospitalización porque la
cobertura del seguro médico no empezaba hasta el inicio del semestre académico y el
pago de la ampliación de cobertura de su trabajo anterior afectaría mucho su
presupuesto.
Una vez acomodada, la Sra. Adams explicó que llevaba 13 meses padeciendo un
dolor de espalda insoportable. La noche <que lo cambio todo>, se había dejado las
llaves dentro del departamento y no podía entrar; al tratar de subir por la escalera de
incendios, se había caído y se había fracturado la pelvis, el cóccix, el codo derecho y
tres costillas. Aunque no precisó cirugía, tuvo que pasar en cama 6 semanas y
someterse después a varios meses de fisioterapia. La medicación narcótica diaria solo
le resultaba moderadamente útil. Había visto <una docena> de médicos de varias
especialidades y había probado varios tratamientos, entre ellos las inyecciones
anestésicas y la terapia de estimulación eléctrica, pero el dolor no cedía. Durante toda
esta terrible experiencia y desde varios años antes, la Sra. Adams había fumado
marihuana todos los días, explicando que darle cada hora una buena calada a un porro
le aliviaba el dolor y le ayudaba a relajarse. No bebía alcohol ni consumía otras drogas.
Antes del accidente, la Sra. Adams trabajaba en un salón de belleza del barrio desde
hacía más de 20 años. Estaba orgullosa de tener varios clientes devotos y disfrutaba
de la camaradería con sus compañeros, a los que llamaba <mi verdadera familia>.
Había sido incapaz de regresar al trabajo desde el accidente a causa del dolor. <Estos
médicos siguen diciéndome que estoy bien para volver al trabajo>, dijo con visible
enfado, <pero no saben lo que estoy pasando>. Se le quebró la voz. <No me creen.
Piensan que miento>. Añadió que, aunque los amigos habían tendido la mano después
del accidente, últimamente parecían menos comprensivos. Casi siempre dejaba que las
llamadas pasaran al contestador por que no tenían ganas de hacer relaciones sociales
a causa del dolor. En el último mes había dejado de lavarse a diario y ya no limpiaba
tanto el departamento.
Sin la estructura que da el trabajo, a menudo se quedaba despierta hasta las 5:00 de la
mañana, y el dolor la despertaba varias veces antes de que, por fin, saliera de la cama
después del medio día. En cuanto al estado de ánimo, refirió, <Estoy tan deprimida que
da risa>. A menudo dejaba de tener esperanza en poder volver a vivir sin dolor, pero
dijo que el suicidio ni se le había ocurrido. Explicó que su fe católica le impedía pensar
en quitarse la vida.
La Sra. Adams no había ido nunca al psiquiatra y no recordaba haber estado deprimida
antes del accidente, aunque dijo que el <mal genio> era una rasgo familiar. Habló de
una única relación romántica importante años atrás. Al preguntarle si había tenido
problemas legales, dijo que la habían detenido varias veces por hurto a los veintitantos
años. Explicó que había estado <donde no debía en un mal momento>, y que nunca la
habían condenado por ningún delito.
Dolor de estomago
Thomas, niño de 8 años de edad con discapacidad intelectual de leve moderada, fue
llevado por sus padres al servicio de urgencias (SU) por un dolor abdominal que tenía
desde hacía varias semanas y que había empeorado en las últimas 24 horas. Los
padres refirieron que estaba estreñido y había tenido una sola deposición en la última
semana, y que ese mismo día había vomitado. En la escuela especial en la que acude,
lo profesor habían redactado un informe aquella misma mañana señalando que los
problemas de Thomas habían aparecido poco después de su traslado desde un colegio
parecido de florida unos 4 meses antes. Profesores y padres coincidían en que Thomas
parecía a menudo molesto, meciéndose, llorando y agarrándose el vientre.
En los 2 años anteriores, Uma solo había ingerido cantidades pequeñas, empleando
mucho tiempo para comer. Los padres habían tratado de estimular su interés
experimentando con platillos de distintas culturas, con diferentes colores y texturas.
Nada de eso logró que mejorara su apetito. Trataron de llevarla a comer fuera de casa,
pero se negaba a salir para comer. Los padres refirieron patrones parecidos a la hora
de comer. Uma aceptaba sentarse a la mesa pero se pasaba el tiempo removiendo el
contenido del plato, cortando alimentos en trocitos y llorando al urgirla a ingerir otro
bocado. Al preguntarle más sobre su miedo a vomitar, Uma recordó un incidente a los 4
años de edad: estaba comiendo sopa, le entraron náuseas y vomitó a continuación.
Más recientemente, a Uma le había empezado a dar miedo comer en público y no
comía durante la jornada escolar. Dijo que no le preocupaba su aspecto y que se había
dado cuenta de lo poco que pesaba a raíz de la última visita al pediatra. Al explicarle
los peligros del tener poco peso, Uma empezó a lloriquear y expresó un claro deseo
por ganar peso.
Vómitos
Wanda Hoffman es una mujer de 24 años de edad cuyo síntoma cardinal es “tengo
problemas de vómitos”. Este síntoma tiene a comienzos de su adolescencia, cuando
empezó a hacer dietas a pesar de tener un índice de masa corporal (IMC) normal. A la
edad de 18 años se fue de casa a la universidad y empezó a comer en exceso en el
seno de unas exigencias académicas y sociales. Con kilos de más la llevaron a saltarse
el desayuno sistemáticamente. A menudo se saltaba también la comida, pero entonces
muerta de hambre, comía demasiado por la tarde y por la noche.
Zack un niño de 8 años al que la madre lleva a la consulta de psiquiatría porque cada
vez tiene más rabietas y síntomas somáticos sin causa aparente. La madre refiere que
los síntomas parecen relacionados con las noches que pasa en casa de la tía, otra
madre soltera con un niño de edad parecía a la de Zack. Había estado muy unido a la
tía desde que nació y, desde hacia poco, dormía en su casa todos los viernes porque la
madre trabajaba ese día en el turno de noche.
Desde 2 meses antes de la consulta, Zack se quejaba los viernes de nauseas y dolores
de cabeza, diciendo que la casa de la tía era “asquerosa”. Siguió yendo a
regañadientes y en ocasiones llamo a la madre al trabajo, exigiendo que fuera a
buscarlo a añadiendo: “los demás niños viven en su propia casa todos los días de la
semana. Desde hacia unas semanas, Zack gritaba y se escondía cuando llegaba la
hora de ir a casa de su tía. A la madre empezó a preocuparle que Zack le hubiera
“pasado” algo alguna de las visitas. Se forzaba en entender porque Zack no ponía
objeciones a ver a su tía y a su primo en ningún otro sitio, ni que el primo durmiera en
la casa. Su hermana había sido “siempre una buena madre” y siempre estaba en la
casa cuando el primo dormía con ella. Tenía un novio, pero a Zack parecía gustarle. De
hecho Zack le gustaba especialmente ir al parque e a jugar a la pelota con el primo y el
novio.
El paciente, un varón delgado y atlético con el típico aspecto de joven académico, con
chaqueta y gafas, se mostró agradable y abierto al relatar los hechos. No parecía triste
ni tenso, y no recordaba haber estado deprimido nunca. Pero no tenía dudas de la
molesta ansiedad de nivel bajo que actualmente lo oprimía “Este problema de sueño es
ahora más importante” explicó. “Estoy estresado por el trabajo y mi novia y yo
discutimos. Pero todo es por lo cansado que estoy”. Aunque era su primera visita a un
psiquiatra el Sr. Jones mencionó una gratificante psicoterapia psicodinámica de 3 años
que había realizado con un trabajador social estando en la universidad. “Tan solo
quería conocerme mejor a mi mismo” explicó, añadiendo con una risita que, al ser hijo
de un psiquiatra infantil, estaba acostumbrado a que la gente asumiera que estaba
“loco”. Recordó que siempre había dormido “a pierna suelta” antes del actual
problema; de niño, era el primero en dormirse en las fiestas de pijamas, y de adulto era
la envidia de su novia por su facilidad para dormir en el avión.
Ansiedad y sueño
Bernadette Kleber es una mujer blanca de 34 años, divorciada, en paro y madre de tres
hijos en edad escolar. Vive con una nueva pareja. La Sra. Kleber acude al psiquiatra
por que tiene ansiedad y mucho sueño.
La Sra. Kleber había padecido ansiedad gran parte de su vida, pero la preocupación y
el estrés se habían acrecentado mucho desde el nacimiento de su primer hijo 10 años
atrás. Dijo que estaba bien en casa pero nerviosa en la situaciones sociales. Evitaba
tener que relacionarse con gente nueva, temiendo sentirse cohibida y que la juzgaran.
Por ejemplo, quería perder el peso que había ganado desde que había dado a luz a
sus hijos (índice de masa corporal de 27,7), pero le daba miedo el ridículo que pudiera
hacer en el gimnasio. Poco apoco se había retirado de las situaciones en las que se
pudiera verse obligada a conocer gente nueva, lo que prácticamente le impedía acudir
a entrevistas de trabajo y, tener un nuevo empleo.
Le habían tratado con éxito su fobia social 5 años antes con psicoterapia, un inhibidor
selectivo de la receptación de serotonina y clonazepam en dosis de 0.25mg dos veces
al día, pero los síntomas habían reaparecido hacia un año. Dijo que no se había subido
la dosis de ninguno de estos medicamentos y que tampoco nada nuevo (con o sin
receta) para la ansiedad. Aunque estaba realmente ilusionada con su nueva pareja, le
preocupaba que la novia la dejara si no se “ponía las pilas”.
Atender a la familia era difícil, sobre todo porque durante las mañanas era cuando la
Sra. Kleber se encontraba peor. Como mínimo durante media hora, al despertarse se
hallaba desorientada y confusa, lo que la dificultaba llevar a sus hijos al colegio.
Durante el resto del día, se notaba “dispersa y despistada”. Había empezado a roncar 5
años antes. La pareja no sabía si la respiración de la Sra. Kleber se detenía a veces
durante el sueño. La Sra. Kleber negó haber tenido nunca parálisis del sueño o
haberse dormido a mitad de una frase. Aunque se dormía en contextos sociales,
normalmente ocurría durante alguna pausa de la conversación cuando se hallaba en un
lugar tranquilo en el extremo de un sofá. Dijo que nunca se había caído al quedarse
dormida. Sí refirió alucinaciones hipnopómpicas varias veces al año desde que era
adolescente.
Al hacer la exploración, el aspecto de la Sra. Kleber era el de una mujer con sobrepeso,
colaboradora y coherente. Le preocupaba la ansiedad, pero mucho más el problema
del sueño. Negó tener depresión, ideas de suicidio, psicosis y problemas de memoria.
La introspección y el juicio parecían intactos. En los antecedentes personales
destacaban solamente una hipercolesterolemia y migrañas ocasionales. La Sra. Kleber
tenía algunos síntomas musculares, como debilidad en las piernas y dolor en el brazo
izquierdo, que estaban relacionados con el ejercicio físico. Había fumado marihuana
para el dolor, pero negó que esta sustancia influyera en su somnolencia. Dijo que no
había sufrido traumatismos craneales ni enfermedades raras. Dijo también que en la
familia no había problemas anímicos ni de sueño, aunque varios familiares tenían
“ansiedad”.
Dijo que desde los 20 años se enrollaba con alguien más o menos una vez al mes y
que nunca había practicado el sexo sin protección, aparte de con el novio, lo que le
llevo comentar otro de sus diagnósticos: su interés fetichista por la goma. Dijo que los
preservativos eran un gran invento puesto que protegían de los virus, retrasaban la
eyaculación y tenían un olor estupendo. Su interés por los preservativos lo había
llevado a comprarse un atuendo completo de látex. Fue la envidia de un club de
sadomasoquismo pero lo tiro después de usarlo una vez debido al calor que causaba y
posterior a que su pareja lo encontrara. Refiere además que también le agradaba atar a
su novio durante los contactos sexuales y sentirse al mando. Además de ser un
“dominante sádico”, también le gustaba ser “sumiso” y otras veces no tenía ningunas
ganas de sexo.
Terry de 65 años, vendedor de una gran empresa acude debido a que su esposa ha
amenazado con abandonarlo. Aunque al principio dijo que le daba apuro contar sus
problemas a un desconocido, describió su interés sexual por la ropa interior femenina
con mucha naturalidad. Este interés había surgido varias años antes y no había
supuesto ningún problema hasta que la mujer lo hallo masturbándose hacia ya 6
semanas. Al verlo vestido con sujetador y bragas, al principio se puso como loca,
pensando que tenía una aventura. Después de aclarar que no tenía ninguna, no quiso
escucharlo y apenas le hablaba. Al discutir le llamaba “pervertido” y le dejo en claro que
estaba pensando en divorciarse a menos que buscara ayuda. El problema había
empezado a raíz de la grave artritis y posible depresión de su esposa, que habían
disminuido considerablemente su nivel de actividad y su interés por el sexo. Su fetiche
era lo único positivo que tenían los frecuentes viajes de trabajo. Se masturbaba en
casa solo cuando la esposa salía. Se masturbaba en casa 2 veces por semana
poniéndose bragas y sostenes que había ido coleccionando durante años. Las
relaciones sexuales habían disminuido con su esposa a una vez al mes o cada dos
meses, aunque eran mutuamente satisfactorias.
Refiere no tener problemas con la función sexual, añadiendo que podía mantener las
erecciones y tener orgasmos sin ropa interior de mujer. De adolescente le excitaba
tocar ropa interior de mujer y se había masturbado reiteradamente al hacerlo. La
fantasía desapareció al iniciar la vida sexual activa con su mujer. No tiene
antecedentes familiares de problemas mentales.
Somnolensia
El Sr. López había nacido en Venezuela. Estaba casado y tenía 2 hijos mayores, no
consumía tabaco ni alcohol, pero bebía varias tazas de café al día para mantenerse
despierto. En la exploración física se observó que media 1.78metros, pesaba 107 kilos
y tenía un índice de masa corporal de 34. El perímetro cervical era de 51 centímetros.
La frecuencia respiratoria era de 90 y la tensión arterial se hallaba en 155/90. No había
ninguna otra anomalía.
Se observó un hombre corpulento que parecia cansado pero sin ánimo deprimido , ni
ansiedad, psicosis o deterioro congnitivo. Reveló que no solo le costaba mantenerse
despierto en el trabajo, sino que a veces había dado cabezadas al conducir. Dormía de
8 a 10 horas cada noche, pero se despertaba frecuentemente, iba al baño (nocturno) y
a menudo, al despertar tenía sensación de ahogo y, algunas veces, cefaleas. Había
roncado desde niño y explicó “Todos los hombres de mi familia roncan”. Antes de
decidir irse a dormir a la habitación de invitados, la esposa le había dicho que roncaba
muy fuerte y que, de manera intermitente, dejaba de respirar y daba bocanadas de aire.
Se le pidió al Sr. López un estudio del sueño (Una polisomonografía). Los resultados
fueron los siguientes:
Al efectuar la evaluación, el Sr. Meng dijo que tenía “picores y cosquilleos”, como si
tuviera “gusanos arrastrándose bajo la piel”. Estos síntomas habían ido fluctuando
desde hacía algunos años, pero habían empeorado en las últimas semanas y el
paciente creía que “iba volverse loco”. Dijo que estaba preocupado y a menudo
cansado, pero que siempre se reía cuando jugaba con sus nietos o visitaba a personas
de su país de origen. El análisis de la historia clínica el paciente mostró que los
síntomas físicos de él, se habían conceptualizado en distintos momentos como
acatisia, neuropatía periférica y síntomas psicosomáticos.
El Sr. Meng dijo que los síntomas físicos empeoraban por la noche, cuando trataba de
estar sentado acostado. Dijo que las molestias afectaban solo las piernas.
Frotándoselas ayudaba, pero el mayor alivio lo lograba poniéndose en pie y
caminando. La diálisis era especialmente difícil por estar atado a una maquina durante
horas. Se quejó de somnolencia y fatiga durante el día. Durante la entrevista, el Sr.
Meng se incorporó dos veces de un salto. Una de las enfermeras refirió que a menudo
pedía que detuvieran la diálisis, que normalmente parecía cansado y que siempre
parecía ir “dando saltos por ahí.”
La Sra. Raven dijo que la consulta era “absurda, no hay ningún problema, excepto que,
si no voy al psiquiatra, e echarán a la calle. Soy una Domina ¿Y qué?”. Acepto volver a
una segunda sesión con la condición de que el psiquiatra “oiga la versión de mis
hechos y decida si tratarme es buena idea. Dijo que pretendía especializarse en la ética
de lo tratamientos médicos. ”Nunca he maniatado a nadie que no lo pidiera”.
Admitió, que toma más de lo debido, llegando a menudo a emborracharse cuando solo
tenía la intención de tomarse 2 o 3 copas. La mayoría de las riñas se habían hecho
estando ebria con su madre y su novia, con frecuencia faltaba a clase a primera hora a
causa de la resaca. No tomaba drogas. Carecía de antecedentes penales. Le pagaban
por ir a fiestas, pero menciona que lo único que hace es “poner caras siniestras ir ligera
de ropa y dar unos azotes a esos vejestorios. Les gusta y son patéticos. Atar a mi chica
es mucho más divertido”.
En la infancia destacaba que había vivido en casas de acogida antes de haber sido
adoptada por la mujer que ahora llamaba “mi entrometida e bienintencionada madre”.
Tenía lagunas de memoria en relación con la infancia y creía que pudo ser objeto de
abusos sexuales, “eso tendría sentido ¿no? Pero la verdad es que no me acuerdo”.
Menciona que le gustan sexualmente lo hombres y mujeres pero más las ultimas pues
estas son más sumisas. Para masturbarse tenia fantasías de “poder y control”, pero no
podía ser más específica. Se habíaa sentido atraída por el hermano de su novia y
probablemente saldría con él “aunque no sea un sumiso”.
Durante la consulta se mostraba reservada a la hora de hablar de sus emociones. Dijo
que había estado fastidiada desde la ruptura de su novia, pero no reconoció ningún
otro síntoma de depresión, acepto que tener que volver a la casa de su madre le afecta
más que la ruptura con su novia. Tendía a trasnochar y dormir de día, el apetito era
fluctuante y a veces hacia dietas de choque para demostrar que controla sus impulsos.
Nunca había pensado en el suicidio, si había tenido ganas de matar a otros y admitió
que la idea le excitaba pero no tenía planes ni objetivos al respecto. No tenía delirios ni
alucinaciones, ni síntomas de ansiedad. Era inteligente y estaba cognitivamente
intacta.