Nuevo Curso de Lógica y Filosofía

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“Nuevo curso de Lógica y filosofía”. Guillermo A. Obiols. Págs 125-127.

Editorial
Kapelusz. Bs. As, 1994.

XII
EL SER HUMANO Y SU OBRAR EN LA FILOSOFÍA DEL SIGLO XX

1. EL problema
A veces decimos de alguien: “… y sin embargo es un ser humano…”; otras veces,
cuando queremos insultar a una persona, podemos expresar: “¡Animal!” o “¡Bestia!” y
cuando admiramos alguna cualidad como la tenacidad de alguien decimos; “…ha
realizado un esfuerzo sobrehumano”. Entre el ángel y la bestia… ¿qué es el hombre?
Las preguntas antropológicas, ¿cuál es el puesto del hombre en el universo?, ¿qué lo
diferencia del resto de los animales? ¿cuál es su facultad más característica?, son tan
viejas como la filosofía misma. Desde que el oráculo le dice Sócrates “Conócete a ti
mismo” la interrogación filosófica se vuelve sobre el ser humano y las cuestiones
antropológicas ocupan un importante lugar en la producción de muchos de los filósofos
más relevantes. Las reflexiones antropológicas se han ubicado en un plano cercano al de
las cuestiones éticas con las que establecen múltiples lazos, pues las ideas
antropológicas suelen servir de fundamento a las distintas éticas o las éticas suponen
ciertas concepciones antropológicas. El tema del hombre ha alcanzado en algunos
pensadores particular profundidad y dramatismo, tal es el caso de san Agustín y de
Pascal. El primero, a principios del siglo V plantea la cuestión en primera persona con las
siguientes palabras: “¿Quién soy, Dios mío? ¿Cuál es mi naturaleza?”; Pascal por su
parte, en los Pensamientos, siglo XVII, comparando al hombre con el universo
concebido por los modernos, se pregunta: “¿qué es un hombre en el infinito?”.
Sin embargo, la reflexión filosófica acerca del hombre ocupa, en general, a lo largo de la
historia de la filosofía un lugar derivado a partir de previas consideraciones metafísicas o
gnoseológicas. Es a comienzos del siglo XX que se constituye al lado de las otras
disciplinas filosóficas como la ética, la metafísica o la gnoseología, la antropología
filosófica, con la pretensión, según Max Scheler, de constituirse en la “ciencia
fundamental de la esencia y de la estructura esencial del hombre...” y de establecer un
fundamento último, de índole filosófica y señalar objetivos ciertos de la investigación a
todas las ciencias que se ocupan del hombre.
En las páginas que siguen, luego de presentar algunos elementos históricos básicos,
pasamos a estudiar las concepciones tradicionales acerca del hombre, y posteriormente
nos centraremos en la presentación y el análisis de algunas ideas sobre el hombre,
desarrolladas en las concepciones antropológicas, presentamos algunos desarrollos
éticos fundamentales.

Tres concepciones tradicionales sobre el hombre


El filósofo alemán Max Scheler (1874-1928) presenta, al inicio de uno de sus libros más
importantes, tres ideas clásicas acerca del hombre.

Si se pregunta a un europeo culto lo que piensa al oír la palabra hombre, casi siempre
empezarán a rivalizar en su cabeza tres círculos de ideas, totalmente inconciliables entre
sí. Primero, el círculo de ideas de la tradición judeocristiana: Adán y Eva, la creación, el
Paraíso, la caída. Segundo, el círculo de ideas de la tradición de la antigüedad clásica;
aquí la conciencia que el hombre tiene de sí mismo se elevó por primera vez en el mundo
a un concepto de su posición singular mediante la tesis de que el hombre es hombre
porque posee “razón”, logos, fronesis, ratio, mens, etc., donde logos significa tanto la
palabra como la facultad de apresar el “qué” de todas las cosas. Con esta concepción se
enlaza estrechamente la doctrina de que el universo entero tiene por fondo una “razón”
sobrehumana, de la cual participa el hombre y sólo el hombre entre todos los seres. El
tercer círculo de ideas es el círculo de las ideas forjadas por la ciencia moderna de la
naturaleza y por la Psicología genética y que se han hecho tradicionales también hace
mucho tiempo; según estas ideas, el hombre sería un producto final y muy tardío de la
evolución del planeta Tierra, un ser que sólo se distinguiría de sus precursores en el
reino animal por el grado de complicación con que se combinarían en él energía y
facultades que en sí ya existen en la naturaleza infrahumana.
El puesto del hombre en el cosmos M. Scheler, 1928. Losada, Bs. As., 1980.

La concepción judeo-cristiana del hombre no es, naturalmente, un producto de la


filosofía y la ciencia, sino una idea de la fe religiosa. En lo fundamental esta concepción
está expuesta en el Génesis. El hombre es una creación, en cuerpo y alma, de un dios
personal que lo ha hecho a su imagen y semejanza. Todos los hombres descienden de
una pareja primitiva, la integrada por Adán y Eva, quienes vivían en un estado
paradisíaco en el cual todo les era dado. Pero el hombre pecó, con el pecado se ha
producido la caída, perdiendo el paraíso y con el la inmortalidad y la gracia divina. Según
la doctrina cristiana, la redención del ser humano es producida a partir del sacrificio de
Cristo, Dios-hombre, y esto significa el restablecimiento de la relación filial con Dios.
Según el relato del Génesis, Dios entregó al hombre el dominio del resto de los animales
y de la naturaleza, con lo cual el hombre ocupa un lugar privilegiado en la creación, por
encima del resto de los vivientes.
Esta antropología se prolonga y domina fundamentalmente en la Edad Media, en San
Agustín o Santo Tomás de Aquino, y ya en los tiempos modernos, en Pascal. La razón
que había sido considerada por el pensamiento griego como el atributo eminente del
hombre, pasa a ser en San Agustín y en el pensamiento cristiano, en general, un
instrumento sospechoso que puede llevar al hombre por el camino de la tentación y del
pecado. La máxima clásica, “conócete a ti mismo”, entendida como práctica del
autoexamen racional, va a seer criticada por esta antropología. En particular, Pascal dirá:
Que será de ti, ¡oh hombre!, que buscas cuál
"Que será de ti, ¡OH hombre! que buscas cuál es tu condición verdadera valiéndote de la razón natural... Conoce, hombre soberbio, qué
paradoja eres para ti mismo. Humíllate, razón impotente; calla, naturaleza imbécil; aprende que el hombre sobrepasa infinitamente al
hombre y escucha de tu maestro tu condición verdadera, que tú ignoras. Escucha a Dios".

La segunda idea clásica sobre el hombre es un producto de los griegos. Consiste en


considerar al hombre como homo sapiens. La racionalidad separa al hombre del resto de
los animales y encumbra al ser humano por encima de toda otra naturaleza. A la especie
humana le corresponde un “agente específico” que sólo a ella conviene y que es
irreductible a cualquier facultad vegetal o animal. Este agente específico es la razón o
logos. Mediante esta razón, el hombre puede conocer el ser tal como es en sí (la
divinidad, el mundo y él mismo); puede obrar, es decir, guiar su conducta mediante el
descubrimiento de normas éticas; y puede hacer, o sea, transformar la naturaleza y
producir artefactos, mediante la técnica. El logos humano es considerado por algunos
filósofos como una parte del logos divino, ordenador del mundo; por lo tanto, es el único ser
natural con una chispa divina en su esencia.
Esta idea clásica es la más difundida en la filosofía occidental y, con variantes, va desde
Sócrates hasta Hegel, pasando por Platón, Aristóteles, Descartes y Kant.
Cuando Sócrates afirma que una existencia sin examen no merece la pena vivirse, quiere
señalar que una vida al margen de la razón no puede ser considerada una vida humana. El
examen racional de las cosas y el autoexamen son esenciales al ser humano. De modo
semejante, Aristóteles concluirá su Ética a Nicómaco afirmando que la auténtica felicidad del
hombre reside en la vida del pensamiento, la vida contemplativa, porque en la misma el hombre
encuentra su perfección, la realización de su esencia, la virtud suprema.
Aunque esta segunda concepción del hombre parece antagónica de la primera y de hecho
lo ha sido, no han faltado intentos de conciliación entre ambas: tal es el caso de Santo
Tomás de Aquino, quien toma elementos de la idea aristotélica del hombre y los
incorpora a la concepción cristiana.
La tercera idea acerca del hombre lo caracteriza a éste como el homo faber. Esta idea es
sostenida por corrientes naturalistas, empiristas, positivistas, materialistas y pragmáticas
y recibió un gran impulso con la teoría de la evolución de Charles Darwin y el desarrollo
de la biología como ciencia. Esta doctrina empieza por negar una facultad racional
separada, específica en el hombre. no hay entre el hombre y el animal diferencias de
esencia; sólo hay diferencias de grado. Hay una sola corriente ininterrumpida de vida. En
el hombre, según esta teoría, actúan los mismo elementos, las mismas fuerzas y leyes
que en todos los demás seres vivos; sólo que con consecuencias más complejas. El
alma, el espíritu han de comprenderse por los instintos y las sensaciones. El hombre es
un ser instintivo, un viviente especialmente desarrollado. El espíritu, la razón, no son más
que un desarrollo de la llamada “inteligencia técnica”, que ya encontramos en los
animales superiores. El conocimiento humano recibe todo su valor de la capacidad para
transformar el mundo y su verdad consiste en el éxito de esta transformación. Según
estas teorías, el hombre es una animal de señales, es decir, el poseedor de un idioma; o
un animal de instrumentos; o un ser cerebral, es decir, que consume mucha mas energía
en el cerebro que los demás animales. Pero nada de esto es propio o específico del
hombre, todo se encuentra en forma más o menos rudimentaria en los animales
superiores. La influencia de estas ideas llega a Nietzsche y a Sigmund Freud, el fundador
del psicoanálisis. Al final de este capítulo se transcribe un breve texto del zoólogo
Desmond Morris que representa este punto de vista.
Estos tres círculos de ideas: la tradición religiosa judeo-cristiana, el animal racional de la
filosofía griega y la concepción evolucionista de la ciencia moderna, constituyen tres
importantísimas concepciones acerca del hombre porque constituyen modos de entender
al ser humano que han producido profundas raíces y que hoy brotan como respuestas
espontáneas frente a la pregunta: ¿qué es el hombre? A lo largo de la historia estos tres
círculos de ideas se han enfrentado, en ocasiones violentamente, y se han aproximado
buscando armonizarse. Por otra parte, estas ideas se encuentran en la base de algunas
ideas producidas en el siglo XX que pasamos a estudiar.

La interpretación por el espíritu y por el símbolo en el siglo XX

Como ya se dijo, en 1928 se publicó El puesto del hombre en el cosmos, de Max.


Scheler. En esta obra, el autor se enfrenta, fundamentalmente, a la tercera de las
concepciones clásicas que, desde la publicación de El origen de las especies, de Darwin,
en 1859, se había desarrollado con gran fuerza. Scheler parte de considerar cuatro
grados del desarrollo biopsíquico. El más elemental, el impulso afectivo, sin conciencia,
sin sensación, ni representación se encuentra en las plantas. El segundo grado es el
instinto que aparece en el animal y que se caracteriza por ser innato, hereditario y
preservar la vida de las especie y producir conductas con sentido. El tercer grado es la
memoria asociativa, cuya base es el reflejo condicionado. En los animales superiores
aparece ya la intelgencia práctica, que responde a situaciones nuevas; este nivel sería el
que alcanzan los chimpancés de los experimentos de Kohler. Llegado a este punto,
Scheler se plantea la cuestión decisiva: “Si se concede la inteligencia al animal, ¿existe
más que una diferencia de grado entre el hombre y el animal? ¿Existe una
diferencia esencial?”. Scheler contesta afirmativamente estas preguntas: no sólo
piensa que hay una difeerncia esencial entre el hombre y el animal, sino que afirma que
aquello que hace del hombre un hombre, lo distingue del animal, no es un grado más que
suma a los anteriores, sino que es un principio de naturaleza totalmente distinta. El nuevo
principio que hace del hombre un hombre es ajeno a todo lo que podemos llamar vida, es algo
que no puede reducirse a la evolución natural y que Scheler llama espíritu; la presencia del
espíritu hace del hombre una persona. El espíritu se caracteriza por la libertad frente al
determinismo, el hombre puede tener una conducta que no sea el mero desarrollo de algo
inscripto en los genes de la especie, y por la objetividad, es capaz de conocer objetos en sí
mismos y no como meros centro de resistencia a sus impulsos. La presencia del espíritu le
permite al hombre tener una conducta ascética frente a la vida. El hombre es capaz de decirle no
a la vida precisamente porque no es un grado más en el desarrollo de la vida.
La posición antropológica de Scheler lo lleva a sostener una ética basada en una escala de
valores, es decir, una ética axiológica. Frente a los valores no podemos permanecer indiferentes,
sino que provocan nuestra adhesión o rechazo. Los valores se presentan desdoblados en un
valor positivo y un valor negativo y poseen una jerarquía, hay valores más importantes que otros.
según Scheler los valores tienen una existencia objetiva (no son relativos!) y el hecho
de que algunas personas no los perciban sólo indica que se trata de “ciegos axiológicos”, es
decir, que son incapaces de captarlos. Los valores se captan a través de una intuición emotiva y
se disponen en una jerarquía objetiva y absoluta, desde los más bajos hasta los más elevados,
constituyendo una tabla de valores. En el nivel más bajo se encuentran los valores sensibles de
lo agradable y lo desagradable; en el siguiente escalón los valores vitales como la salud y la
enfermedad; el tercer nivel corresponde a los valores espirituales que se dividen en valores
estéticos, valores jurídicos y valores del conocimiento puro de la verdad; finalmente, el nivel más
alto de la escala se adjudica a los valores religiosos. Esta jerarquía se fundamenta en los
siguientes criterios: durabilidad, un valor ocupa un lugar más alto cuanto menos efímero o fugaz
es; la divisibilidad, un valor es más elevado cuanto menos fraccionable es; el tercer criterio es la
fundación, es más alto el valor que sirve de fundamento a otro (por ejemplo, los valores
sensibles se apoyan en los valores vitales); la profundidad de la satisfacción es el cuarto criterio;
un quinto y último criterio es la relatividad, el valor de lo agradable, por ejemplo, es relativo a un
ser dotado de sentimiento sensible. ¿Qué ocurre con los valores éticos? ¿Qué lugar ocupan en
la escala? Los valores éticos no integran la tabla, es decir, no ocupan un puesto determinado en
la misma sino que se encuentran relacionados con el conjunto de los valores de la escala. Lo
éticamente bueno reside en preferir un valor positivo a un valor negativo, y un valor superior a un
valor inferior.
De 1944 es el libro Antropología filosófica, de Ernst Cassirer, filósofo alemán, de orientación
neokantiana, que se exilió en 1933 a Suecia y, posteriormente, EE.UU, donde falleció en 1945.
En esta obra Cassirer, parte de considerar que todo ser vivo se halla adaptado y coordinado con
su medio ambiente. Esa coordinación la logra mediante la cooperación y el equilibrio entre el
sistema receptor, por el cual una especie biológica recibe estímulos externos, y el sistema
efector, por el cual reacciona ante los mismos. Ambos sistemas se hallan siempre
estrechamente entrelazados. Pero, según Cassirer, el hombre ha descubierto un nuevo método
Para adaptarse a su ambiente. Entre el sistema receptor y el sistema efector se encuentra, en el
hombre, un sistema simbólico, que demora la respuesta y da lugar a un amplio proceso de
pensamiento. La presencia de este sistema simbólico hace que el hombre no viva en un mero
mundo de cosas, por el contrario, las cosas, así como las conductas de los otros hombres, son
leídas a través del sistema simbólico que decodifica su significado, que las valoriza. El lenguaje
constituye la mediación con las cosas, se interpone entre el hombre y el universo. Su
neokantismo se pone de manifiesto cuando afirma que “en lugar de tratar con las cosas mismas,
en cierto sentido, el hombre conversa constantemente consigo mismo. See ha envuelto en
formas lingüísticas, en imágenes artísticas, en símbolos míticos o en ritos religiosos, en tal forma
que no puede ver o conocer nada sino a través de la interposición de este medio artificial”.
También en la esfera práctica, el hombre vive en un universo simbólico, en medio de temores,
esperanzas y satisfacciones que tienen un valor simbólico.
A partir de lo expresado, Cassirer se propone corregir la clásica definición del hombre como
animal racional. El término “razón” es demasiado estrecho; al lado de la ciencia racional tenemos
la religión, el arte, etc. Pero lo común a ciencia, religión y arte es el constituir un universo
simbólico, el utilizar formas simbólicas. En consecuencia, Cassirer propone definir al hombre
como animal simbólico. La antropología filosófica de Cassirer sirve de fundamento y se
prolonga en una antropología cultural capaz de desentrañar el sentido de los universos
simbólicos de las diferentes culturas.
Con sus diferencias y sus aportes específicos, tanto Scheler como Cassirer recrean las
condiciones del siglo XX la concepción del hombre como animal racional.

Filosofía de la existencia, existencialismo y estructuralismo

Martin Heidegger (1889-1976), autor de Ser y Tiempo, Qué es metafísica, etc., profesor
de la Universidad de Friburgo, inaugura la
Filosofía de la existencia en el siglo XX. Heidegger planteaba en 1927 la
necesidad de volver sobre la pregunta que interroga por el ser. Esta
pregunta, después de haber sido abordada por Platón y Aristóteles,
había caído, según Heidegger, en el olvido, pues en su lugar se buscó
un ente fundamental como el agua, las ideas o Dios, olvidándose la la
pregunta por el ser mismo. Pero la indagación por el ser debe empezar
por el hombre, que es el ente que posee, que vive una cierta
comprensión del ser. En consecuencia, es necesario desarrollar un
análisis de la estructura del ser humano, un análisis de la existencia
humana para poder responder la pregunta por el sentido del ser.
Al plantear el análisis de la existencia humana, Heidegger se inscribe en una
línea de pensamiento que, desde Sócrates hasta Kieerkegaard, insiste en considerar la
condición menesterosa del hombre, que en lugar del seguro sujeto cartesiano descubre
en la existencia de cada hombre un ser finito, inseguro, contradictorio que se encuentra
viviendo, existiendo, sin haberlo pedido. A esta línea de pensamiento se la denomina
filosofía de la existencia. Además de Heidegger, comprende a pensadores
como Jaspers o Sartre, entre otros.
Heidegger llama Dasein al ser que en cada caso somos nosotros mismos.
Característico del Dasein es hallarse arrojado a la existencia, ser contingente, no ser un
sujeto aislado, sino ser en el mundo, entendiendo por mundo el ámbito de una
determinada cultura.
la pregunta que interroga por el ser la pregunta que interroga por el
ser la pregunta que interroga por el ser la pregunta que interroga por
el ser la pregunta que interroga por el ser gradable bajo sensisensinsi
ver sapiens.

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¿qué es el hombre?
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