TP 2 Filosofía de La Educación
TP 2 Filosofía de La Educación
TP 2 Filosofía de La Educación
1. Introducción
Consignas de trabajo:
Recomendaciones:
Lean dos veces el texto, una general y otra para marcar las ideas principales.
Usen diccionario para comprender el sentido de términos que puedan ser nuevos
Armen un cuadro con las ideas principales
EXITOS EN LA TAREA
1. Introducción
Desde sus orígenes en la Grecia clásica la Filosofía se constituye como el saber más general y
profundo sobre la realidad, porque se ocupa del conocimiento del ser en toda su amplitud a la
luz de las últimas causas y primeros principios. La Filosofía, por su propia naturaleza,
constituye un saber de segundo orden, pues sólo superando el plano epistemológico del
conocimiento espontáneo y científico es posible alcanzar la unidad de sentido y universalidad a
la que tiende la Filosofía.
Así, la Filosofía de la Educación ha sido denostada desde dos frentes: de una parte, por
filósofos que se empeñan en encajar las ideas entre sí de modo que formen un sistema
coherente en lugar de comprender su verdad y unidad esencial; de otra, por aquellos
educadores que conciben la propia tarea como una actividad fundamentalmente práctica, de
la que se esperan efectos beneficiosos inmediatos visibles y mensurables, en el ámbito del
aprendizaje.
Estas críticas no hacen justicia a la Filosofía de la Educación, aunque hay que reconocer que en
ocasiones tienen cierto fundamento sobre el que sustentarse porque, a veces, los filósofos de
la educación —urgidos por la necesidad de dar respuestas inmediatas a los problemas
concretos que plantea la práctica educativa— descuidan la profundidad y el rigor
metodológico que requiere una disciplina filosófica, y no hacen propiamente una Filosofía de
la Educación [White 2003]. Y otras veces, para contrarrestar esta opinión negativa extendida
entre los filósofos y demostrar que son ciudadanos de pleno derecho en la república de los
sabios, algunos filósofos de la educación se centran exclusivamente en análisis y cuestiones
autorreferenciales sobre la propia disciplina —como cuál es la naturaleza de esta materia, la
definición de su estatuto epistemológico, sus vinculaciones con otras ciencias, el lugar que le
corresponde en el conjunto de los saberes filosóficos o pedagógicos, etc. [Haldane 1989]—.
Esto supone, en realidad una “reflexión-sobre-la-reflexión acerca de la educación” —una
especie de “meta-Filosofía de la Educación” carente de interés para los educadores— que aleja
a la disciplina del ámbito de la práctica educativa real y de las preocupaciones concretas de sus
protagonistas. Se trata, en el mejor de los casos, de una sistematización abstracta sobre temas
académicos, sin incidencia en la educación tal y como la experimentan sus protagonistas —
padres, profesores y alumnos— en su actividad diaria.
Sin embargo, y a pesar de estas críticas, es comúnmente admitido que existe una Filosofía de
la Educación implícita en las obras de muchos filósofos —desde Platón a Gadamer— que
constituye, en algunos de ellos, el núcleo de su pensamiento.
— Tiene como fin inmediato la elaboración de un cuerpo de doctrina que facilite a los
profesionales de la educación la comprensión del sentido y las implicaciones antropológicas y
éticas de su tarea, para mejorar su actividad práctica.
Peters definió la Filosofía de la Educación como una familia de investigaciones unidas entre sí
por su carácter filosófico y su relevancia en cuestiones educativas; señaló que debía tomar
como punto de partida los problemas de la educación, y había de construirse en diálogo
fecundo con la Ética, la Filosofía Social y la Teoría del Conocimiento, entre otros saberes
[Peters 1983].
Con el paso del tiempo, la Pedagogía alcanzó un mayor nivel de especialización y complejidad
al adoptar la metodología propia de las ciencias experimentales, con las que ha ido
estableciendo vínculos cada vez más estrechos. Así, los pedagogos se interesaron
progresivamente por conocer e incorporar a su ámbito los métodos y resultados de la
Psicología, Biología, Sociología, Economía, etc. De esta manera, la Pedagogía se identificó con
el “estudio científico de la educación” ampliándose para albergar todos los saberes que
empezaron entonces a llamarse “Ciencias de la Educación”. Esto supuso simultáneamente un
parcelamiento del estudio del fenómeno educativo, favoreciendo el desarrollo diferenciado y
autónomo de diferentes áreas: Didáctica, Pedagogía Social, etc.
Sin embargo como las Ciencias de la Educación remiten un mismo fenómeno, se echaba de
menos una sistematización y visión de conjunto que permitiera comprender, interpretar,
describir, explicar, predecir, justificar, etc., las múltiples circunstancias que concurren en el
proceso educativo. Por eso se volvió nuevamente la mirada hacia la Pedagogía, como “ciencia
que aporta la fundamentación teórica, tecnológica y axiológica, dirigida a explicar, interpretar,
decidir y ordenar la práctica de la educación” [García Aretio 2011: 251]. Pero,
paradójicamente, la denominación “Pedagogía” perdió su carga “científica” y se dividió en
otras dos disciplinas —Teoría y Filosofía de la Educación—, conviviendo con ellas sin una
delimitación clara de sus fronteras.
El estudio del ser humano puede abordarse desde ángulos muy diversos, desde la experiencia
inmediata al conocimiento científico y filosófico. Atendiendo a la distinción establecida por
Dilthey puede ser estudiado tanto por las Ciencias de la Naturaleza —Física, Biología,
Medicina…—, como por las del Espíritu: Historia, Sociología, Literatura, etc.
Entre los estudios antropológicos que revisten un mayor interés de cara a la educación se
puede distinguir dos grandes ámbitos: la Antropología Filosófica y las Antropologías Positivas:
estas últimas engloban a su vez los trabajos de la Antropología Física y la Antropología
Sociocultural [Choza 1985].
La tarea educativa remite de suyo a cuestiones de gran calado filosófico que es necesario
abordar como, por ejemplo, qué significa conocer y qué valor tienen determinadas formas de
pensamiento (Epistemología), qué es valioso y por tanto merece ser enseñado y aprendido
(Ética), la naturaleza de las actividades mentales (Filosofía de la mente), etc. [Pring 1978].
En concreto, una de las cuestiones filosóficas fundamentales que han de abordarse al tratar el
tema de la educación consiste en clarificar qué se entiende por un ser humano educado;
porque el ideal de humanidad que se asume es el motor que pone en marcha todo el proceso
educativo. Sólo después, una vez perfilada la cuestión del ideal al que se tiende, se podrán
acometer con acierto los estudios relacionados con los agentes y los medios educativos, pues
deben adecuarse a la promoción del ideal de persona que orienta el proceso. Y, sin duda, para
acertar en la formulación de ese ideal es preciso llevar a cabo una atenta reflexión de carácter
filosófico-antropológico.
Además de éstas, hay otras cuestiones filosóficas de gran interés para los educadores; entre
ellas, las que examinan las tensiones que se plantean en la sociedad contemporánea rara
reconciliar la responsabilidad social y la autonomía individual; el respeto por la tradición y la el
derecho a ofrecer una interpretación personal de la misma; la libertad personal y la autoridad
externa; el ámbito privado del individuo y el dominio público de la comunidad, etc.
Sólo tras una reflexión Filosófica, Antropológica y Ética sobre el sujeto de la educación es
posible formular conclusiones que tengan fuerza normativa en este ámbito. Y sólo entonces
los educadores estarán preparados para ejercer un juicio razonable sobre su propia tarea, y
hacer aportaciones substanciales en asuntos educativos de interés general, más allá de los
límites de su institución.
En concreto, hay tres campos de la Filosofía de la Educación que pueden proporcionar una
ayuda inestimable a los educadores:
a. El recurso al Análisis lógico del lenguaje, orientado a la clarificación de los términos y teorías
pedagógicas que se emplean en el lenguaje ordinario y el discurso académico sobre la
educación.
En efecto, los conceptos que utilizamos actualmente en el ámbito educativo son el producto
terminal de un proceso histórico de transformación de nociones que se acuñaron por primera
vez en la Grecia clásica [Carr 1987]. Conviene conocer el desarrollo de las ideas que se
emplean, porque la evolución de su uso y su significado manifiestan cuestiones más profundas
que es necesario tener en cuenta para su adecuada comprensión. Porque, como señala Boyer,
no es posible adquirir un conocimiento adecuado de las realidades específicamente humanas
—y la educación es, sin duda, una de ellas— sin conocer su historia [Boyer 1920].
Muchos filósofos han trabajado temas de interés para la educación. En todas las grandes áreas
de la Filosofía —Metafísica, Lógica, Ética, Epistemología, Antropología Filosófica, Filosofía
Moral y Política, etc.— se tratan de un modo u otro cuestiones que afectan directamente al
núcleo mismo de la acción educativa como, por ejemplo, la distinción entre el bien y el mal, el
ejercicio de la libertad, la posibilidad de que un ser humano enseñe a otro, la dimensión social
del ser humano, el fundamento de la autoridad, etc.
La Historia de la Filosofía pone al educador en contacto con las ideas que entretejen nuestro
modo de entender la educación, facilita el desarrollo del juicio propio y previene frente al
peligro del dogmatismo en aquellos ámbitos que están abiertos a la discusión, a la diversidad
de planteamientos, y a la crítica razonada.
Sin embargo, hay que esperar hasta el siglo XX para poder hablar propiamente de Filosofía de
la Educación como “disciplina académica”. Muchos autores consideran a John Dewey (1859-
1952) el primer “filósofo de la educación”, porque planteó su trabajo como un examen
filosófico de los problemas que surgen en el desarrollo de la educación, y no como
pensamiento filosófico aplicado a la educación. Para Dewey los planteamientos teóricos acerca
de lo que hay que hacer en el ámbito educativo deben surgir como respuesta a los problemas
que presenta la propia tarea de educar; y las teorías deben probarse después en la práctica,
como él mismo hizo en la Escuela Laboratorio.
Peters es, sin duda, una de las personas que ha contribuido más decisivamente a edificar la
Filosofía de la Educación en el siglo XX, reuniendo en el Instituto de Educación de la
Universidad de Londres un importante grupo de académicos entre quienes cabe destacar,
además del propio Peters, figuras como Paul Hirst, John Wilson, John White, etc. Bajo el
impulso y la dirección de Peters se cultivó un estilo nuevo de Filosofía de la Educación que ha
tenido gran repercusión en el desarrollo de esta disciplina, sobre todo en el ámbito anglosajón
[Cuypers – Martin 2009].
Richard S. Peters estudió Filosofía en las Universidades de Oxford y Londres. En 1962 sucedió a
Louis A. Reid en la Cátedra de Filosofía del IOE hasta 1983. Por influjo de G. E. Moore y B.
Russell, el Análisis Lógico del Lenguaje se convirtió a inicios del siglo XX en el instrumento
imprescindible para la clarificación del significado de los conceptos y la justificación de su valor
de verdad. Esta clarificación se realiza reduciendo el concepto a elementos atómicos que son
comprobables a través de la experiencia sensible. Posteriormente, el pensamiento del segundo
Wittgenstein centró el análisis lógico en el examen del uso que se hace del lenguaje, tanto del
lenguaje científico como del ordinario. Peters se formó en el seno de esta tradición filosófica;
de ahí que propusiera la aplicación del análisis lógico del lenguaje ordinario a los enunciados
que se emplean en el ámbito de la educación con el fin de clarificar el contenido de los
principales conceptos utilizados en este campo como, por ejemplo, motivación, emoción,
autonomía, castigo, aprendizaje, enseñanza, curriculum, etc. Y, en primer lugar, el concepto
mismo de educación.
1. El análisis filosófico de los conceptos propios del campo de la educación que pueden ser
estudiados también desde la Psicología Filosófica y la Filosofía Social
2. La aplicación de la Ética y la Filosofía Social a los contenidos y procedimientos deseables
para la educación
Entre sus escritos hay que destacar la Conferencia Inaugural pronunciada en el IOE en 1964,
que llevaba por título “La Educación como iniciación”. En ella presentaba de modo
paradigmático su manera de entender la tarea educativa como la introducción del sujeto que
se educa en las tradiciones públicas de la cultura a la que pertenece [Peters 1966]. Ésta es una
de las aportaciones más originales de Peters, con la que se abrió una nueva línea de
comprensión y desarrollo de la disciplina.
La “iniciación” es el rito de paso que se cumple en la pubertad y que, una vez superado,
introduce a los jóvenes en la vida adulta como sujetos de pleno derecho. La imagen de la
“iniciación” sostiene que la educación tiene como fin familiarizar a los seres humanos más
jóvenes con el mundo de las tradiciones culturales a las que pertenecen para que puedan vivir
en él como personas adultas, autónomas y responsables.
Peters parte del ideal de “persona educada” que se forjó en el siglo XIX —aquella que se ha
desarrollado moral, intelectual y espiritualmente—, y describe la educación como la actividad
mediante la cual la propia cultura es “entregada” por una generación a la siguiente y se
desarrollan en quienes aprenden estados mentales estables valiosos.
Hacia el final de su vida académica, dedicada a la teorización filosófica a un alto nivel, Peters
reconoció que el trabajo que debería desarrollarse en el futuro tendría que asumir un carácter
más “pegado a la tierra”, aunque también afirmó que no se debe perder de vista que no será
posible solucionar los problemas educativos concretos si los educadores no los abordan
primero desde una aproximación filosófica coherente [Peters 1983].
Así, se observa que conviven en la actualidad Filosofías de la Educación de corte Analítico junto
con otras aproximaciones influidas por la filosofía Crítica, el Deconstruccionismo, la
Fenomenología, el Neomarxismo, el Existencialismo, el Personalismo, la Hermenéutica, o el
Neoaristotelismo, por citar sólo las más señaladas.
Si bien algunas de las cuestiones educativas que se plantean en la actualidad son cuestiones
permanentes, otras han ido surgiendo al hilo del desarrollo histórico humano, como las que
hacen referencia, por ejemplo, a la educación multicultural en un mundo globalizado, la
educación para la democracia, para el desarrollo sostenible, etc., pues los filósofos de la
educación contemporáneos son herederos de una tradición multisecular que está en continuo
desarrollo.
En conjunto, se puede hablar de seis grandes metodologías utilizadas para elaborar la Filosofía
de la Educación, que son las que diferencian unos estilos filosóficos de otros:
5. Hay autores que defienden una Filosofía de la Educación “reflexiva”, sobre los supuestos
profundos de la educación, que integre un buen conocimiento de la Historia, y las conclusiones
de la Antropología Filosófica.
Las críticas a este tipo de Filosofía de la Educación señalan que una postura metafísica o
epistemológica no puede tener implicaciones lógicas necesarias que sean aplicables en el
campo de la teoría y la práctica educativas; y sostienen también que dos filósofos que
pertenezcan a una misma escuela filosófica pueden estar en desacuerdo respecto a cómo
deben llevarse a cabo determinadas prácticas educativas y, por el contrario, personas que
coinciden sobre cuestiones educativas pueden sostener posturas filosóficas muy diferentes.
Aun siendo esto verdad, es posible descubrir rasgos recurrentes en la Filosofía de la Educación
que elaboran pensadores que pertenecen a una corriente filosófica determinada [Bigge 1982],
y que existe un cierto “aire de familia” en las respuestas que ofrecen a las preguntas
fundamentales que se plantea la Filosofía de la Educación. Podrían resumirse así [Amilburu
– García 2012: 118]:
Aunque la Filosofía de la Educación tiene una vida relativamente corta como disciplina
académica, constituye un área de conocimiento muy dinámica si se tienen en cuenta las
Sociedades profesionales, publicaciones y reuniones científicas que se celebran, aunque sea
reducido el número de personas que se dedican a su cultivo. Esto se debe en parte a las
propias características de la disciplina y también a que los recortes presupuestarios llevados a
cabo en casi todas las Universidades han perjudicado directamente a los Departamentos de
Humanidades y, de modo especial, a las materias relacionadas con la Filosofía.
En general, hay dos cuestiones que preocupan a los filósofos de la educación de cara al
desarrollo futuro de esta disciplina: en primer lugar, el hecho de que aunque ellos desarrollen
una gran actividad investigadora y de difusión de sus trabajos, éstos tienen poco impacto entre
quienes diseñan la política educativa de los diferentes países: de hecho, ejercen poca
influencia en la toma de decisiones prácticas, que se adoptan habitualmente por criterios de
corte más ideológico y utilitarista que pedagógico. Y en segundo término, como consecuencia
de la mentalidad mercantilista extendida en Occidente, cada vez son más escasos los recursos
destinados por los gobiernos a la investigación y a la dotación de plazas en los departamentos
universitarios en este área.
Blake, N. (ed.), The Blackwell Guide to the Philosophy of Education, Blackwell, Oxford 2002.
Carr, W. (ed.), The Routledge Falmer Reader in Philosophy of Education, Routledge, London
2005.
Palmer, J. A., (ed.), Fifty Mayor Thinkers on Education, Routledge, London 2001.
Siegel, H. (ed.), The Oxford Handbook of Philosophy of Education, Oxford University Press,
Oxford 2009.