1 Posibilidad Del Conocimiento
1 Posibilidad Del Conocimiento
1 Posibilidad Del Conocimiento
LA POSIBILIDAD DEL CONOCIMIENTO
1. El dogmatismo
E
ntendemos por dogmatismo (de δόγμα = doctrina fijada) aquella posición epistemológica para la
cual no existe todavía el problema del conocimiento. El dogmatismo da por supuesta la
posibilidad y la realidad del contacto entre el sujeto y el objeto. Es para él comprensible de suyo
que el sujeto, la conciencia cognoscente, aprehende su objeto. Esta posición se sustenta en una
confianza en la razón humana, todavía no debilitada por ninguna duda.
Este hecho de que el conocimiento no sea todavía un problema para el dogmatismo, descansa
en una noción deficiente de la esencia del conocimiento. El contacto entre el sujeto y el objeto no puede
parecer problemático a quien no ve que el conocimiento representa una relación. Y esto es lo que
sucede al dogmático. No ve que el conocimiento es por esencia una relación entre un sujeto y un objeto.
Cree, por el contrario, que los objetos del conocimiento nos son dados, absolutamente y no meramente,
por obra de la función intermediaria del conocimiento. El dogmático no ve esta función. Y esto pasa, no
sólo en el terreno de la percepción, sino también en el del pensamiento. Según la concepción del
dogmatismo, los objetos de la percepción y los objetos del pensamiento nos son dados de la misma
manera: directamente en su corporeidad. En el primer caso se pasa por alto la percepción misma,
mediante la cual, únicamente, nos son dados determinados objetos; en el segundo, la función del
pensamiento. Y lo mismo sucede respecto del conocimiento de los valores. También los valores existen,
pura y simplemente, para el dogmático. El hecho de que todos los valores suponen una conciencia valo‐
rante, permanece tan desconocido para él como el de que todos los objetos del conocimiento implican
una conciencia cognoscente. El dogmático pasa por alto, lo mismo en un caso que en el otro, el sujeto y
su función.
Con arreglo a lo que acabamos de decir, puede hablarse de dogmatismo teórico, ético y religioso.
La primera forma del dogmatismo se refiere al conocimiento teórico; las dos últimas al conocimiento de
los valores. En el dogmatismo ético se trata del conocimiento moral; en el religioso, del conocimiento
religioso.
Como actitud del hombre ingenuo, el dogmatismo es la posición primera y más antigua, tanto
psicológica como históricamente. En el periodo originario de la filosofía griega domina de un modo casi
general. Las reflexiones epistemológicas no aparecen, en general, entre los presocráticos (los filósofos
jonios de la naturaleza, los eleáticos, Heráclito, los pitagóricos). Estos pensadores se hallan animados
todavía por una confianza ingenua en la capacidad de la razón humana. Vueltos por entero hacia el ser,
hacia la naturaleza, no sienten que el conocimiento mismo es un problema. Este problema se plantea
con los sofistas. Éstos son los que proponen por primera vez el problema del conocimiento y hacen que
el dogmatismo en sentido estricto resulte imposible para siempre dentro de la filosofía. Desde entonces
encontramos en todos los filósofos reflexiones epistemológicas bajo una u otra forma. Cierto que Kant
creyó deber aplicar la denominación de "dogmatismo" a los sistemas metafísicos del siglo XVII (Des‐
cartes, Leibniz, Wolff). Pero esta palabra tiene en él una significación más estrecha, como se ve por su
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definición del dogmatismo en la Crítica de la razón pura ("El dogmatismo es el proceder dogmático de la
razón pura, sin la crítica de su propio poder"). El dogmatismo es para Kant la posición que cultiva la
metafísica sin haber examinado antes la capacidad de la razón humana para tal cultivo. En este sentido,
los sistemas prekantianos de la filosofía moderna son, en efecto, dogmáticos. Pero esto no quiere decir
que en ellos falte aún toda reflexión epistemológica y todavía no se sienta el problema del conocimiento.
Las discusiones epistemológicas en Descartes y Leibniz prueban que no ocurre así. No puede hablarse,
por tanto, de un dogmatismo general y fundamental, sino de un dogmatismo especial. No se trata de un
dogmatismo lógico, sino de un dogmatismo metafísico.
2. El escepticismo
Extrema se tangunt. Los extremos se tocan. Esta afirmación es también válida en el terreno
epistemológico. El dogmatismo se convierte muchas veces en su contrario, en el escepticismo (de
σχέπτεσvαι = cavilar, examinar). Mientras aquél considera la posibilidad de un contacto entre el sujeto y
el objeto, como algo comprensible de suyo, éste la niega. Según el escepticismo, el sujeto no puede
aprehender el objeto. El conocimiento, en el sentido de una aprehensión real del objeto, es imposible
según él. Por eso no debemos pronunciar ningún juicio, sino abstenernos totalmente de juzgar.
Mientras el dogmatismo desconoce en cierto modo el sujeto, el escepticismo no ve el objeto. Su
vista se fija tan exclusivamente en el sujeto, en la función del conocimiento, que ignora por completo la
significación del objeto. Su atención se dirige íntegramente a los factores subjetivos del conocimiento
humano. Observa cómo todo conocimiento está influido por la índole del sujeto y de sus órganos de
conocimiento, así como por circunstancias exteriores (medio, círculo cultural). De este modo escapa a su
vista el objeto, que es, sin embargo, tan necesario para que tenga lugar el conocimiento, puesto que éste
representa una relación entre un sujeto y un objeto.
Igual que el dogmatismo, también el escepticismo puede referirse tanto a la posibilidad del
conocimiento en general como a la de un conocimiento determinado. En el primer caso, estamos ante
un escepticismo lógico. Se llama también escepticismo absoluto o radical. Cuando el escepticismo se re‐
fiere sólo al conocimiento metafísico, hablamos de un escepticismo metafísico. En el terreno de los
valores, distinguimos un escepticismo ético y un escepticismo religioso. Según el primero, es imposible el
conocimiento moral: según el último, el religioso. Finalmente, hay que distinguir entre el escepticismo
metódico y el escepticismo sistemático. Aquél designa un método; éste, una posición de principio. Las
clases de escepticismo que acabamos de enumerar son sólo distintas formas de esta posición. El
escepticismo metódico consiste en empezar poniendo en duda todo lo que se presenta a la conciencia
natural como verdadero y cierto, para eliminar de este modo todo lo falso y llegar a un saber
absolutamente seguro.
El escepticismo se encuentra, ante todo, en la Antigüedad. Su fundador es Pirrón de Elis
(360‐270). Según él, no se llega a un contacto del sujeto y el objeto. A la conciencia cognoscente le es
imposible aprehender su objeto. No hay conocimiento. De dos juicios contradictorios el uno es, por
ende, tan exactamente verdadero como el otro. Esto significa una negación de las leyes lógicas del
pensamiento, en especial del principio de contradicción. Como no hay conocimiento ni juicio verdadero,
Pirrón recomienda la abstención de todo juicio, la έποχή.
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El escepticismo medio o académico, cuyos principales representantes son Arcesilao († 241) y
Carneades († 129), no es tan radical como este escepticismo antiguo o pirrónico. Según el escepticismo
académico es imposible un saber riguroso. No tenemos nunca la certeza de que nuestros juicios
concuerden con la realidad. Nunca podemos decir, pues, que esta o aquella proposición sea verdadera;
pero sí podemos afirmar que parece ser verdadera, que es probable. No hay, por tanto, certeza rigurosa
sino sólo probabilidad. Este escepticismo medio se distingue del antiguo justamente porque sostiene la
posibilidad de llegar a una opinión probable.
El escepticismo posterior, cuyos principales representantes son Enesidemo (siglo I a. de J.C.) y
Sexto Empírico (siglo II d. de J.C), marcha de nuevo por las vías del escepticismo pirrónico.
También en la filosofía moderna encontramos el escepticismo. Pero el escepticismo que hallamos aquí
no es, la más de las veces, radical y absoluto, sin un escepticismo especial. En el filósofo francés
Montaigne († 1592) se nos presenta, ante todo, un escepticismo ético; en David Hume, un escepticismo
metafísico. Tampoco en Bayle podemos hablar apenas de escepticismo, en el sentido de Pirrón, sino, a lo
sumo, en el sentido del escepticismo medio. En Descartes, que proclama el derecho de la duda
metódica, no existe un escepticismo de principio, sino justamente un escepticismo metódico.
Es palmario que el escepticismo radical o absoluto se anula a sí mismo. Afirma que el
conocimiento es imposible. Pero con esto expresa un conocimiento. En consecuencia, considera el
conocimiento como posible de hecho y, sin embargo, afirma simultáneamente que es imposible. El
escepticismo incurre, pues, en una contradicción consigo mismo.
El escéptico podría, sin duda, recurrir a una escapatoria. Podría formular el juicio: "el
conocimiento es imposible" como dudoso, y decir, por ejemplo: "no hay conocimiento y también esto es
dudoso". Pero también entonces expresaría un conocimiento. La posibilidad del conocimiento es, por
ende, afirmada y puesta en duda a la vez por el escéptico. Nos encontramos, pues, en el fondo, ante la
misma contradicción anterior.
Como ya habían visto los escépticos antiguos, el defensor del escepticismo sólo absteniéndose
de juicio puede escapar a la contradicción consigo mismo que acabamos de descubrir. Pero tampoco
esto basta, tomadas rigurosamente las cosas. El escéptico no puede llevar a cabo ningún acto de
pensamiento. Tan pronto como lo hace, supone la posibilidad del conocimiento y se enreda en esa
contradicción consigo mismo. La aspiración al conocimiento de k verdad carece de sentido y valor desde
el punto de vista de un riguroso escepticismo. Pero nuestra conciencia de los valores morales protesta
contra esa concepción. El escepticismo, que no es refutable lógicamente mientras se abstenga de todo
juicio y acto de pensamiento ‐cosa que es, sin duda, prácticamente imposible‐, experimenta su
verdadera derrota en el terreno de la ética. Repugnamos en último término el escepticismo, no porque
podamos refutarle lógicamente, sino porque lo rechaza nuestra conciencia de los valores morales, que
considera como un valor la aspiración a la verdad.
Hemos trabado también conocimiento con una forma mitigada del escepticismo. Según ella, no
hay verdad ni certeza, pero sí probabilidad. No podemos tener nunca la pretensión de que nuestros
juicios sean verdaderos, sino tan sólo la de que sean probables. Pero en esta forma el escepticismo añade
a la contradicción, inherente en principio a la posición escéptica, una contradicción más. El concepto de la
probabilidad supone el de la verdad. Probable es lo que acerca a lo verdadero. Quien renuncia al
concepto de la verdad tiene, pues, que abandonar también el de la probabilidad.
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El escepticismo general o absoluto es, según esto, una posición íntimamente imposible. No se
puede afirmar lo mismo del escepticismo especial. El escepticismo metafísico, que niega la posibilidad
del conocimiento de lo suprasensible, puede ser falso, pero no encierra ninguna íntima contradicción. Lo
mismo pasa con el escepticismo ético y religioso. Pero quizá no sea lícito incluir esta posición en el
concepto del escepticismo. Por escepticismo entendemos, en primer término, efectivamente, el
escepticismo general y de principio. Tenemos, además, otras denominaciones para las posiciones
citadas. El escepticismo metafísico es llamado habitualmente positivismo. Según esta posición, que se
remonta a Auguste Comte (1798‐1857), debemos atenernos a lo positivamente dado, a los hechos in‐
mediatos de la experiencia, y guardarnos de toda especulación metafísica. Sólo hay un conocimiento y
un saber, el propio de las ciencias especiales, pero no un conocimiento y un saber filosófico‐metafísico.
Para el escepticismo religioso usamos las más veces la denominación de agnosticismo. Esta posición,
fundada por Herbert Spencer (1820 a 1903), afirma la incognoscibilidad de lo absoluto. La que mejor
podría conservarse sería la denominación de "escepticismo ético". Mas, por lo regular, nos encontramos
aquí ante la teoría que vamos a conocer en seguida bajo el nombre de relativismo.
Por errado que el escepticismo sea, no se le puede negar cierta importancia para el desarrollo
espiritual del individuo y de la humanidad. Es, en cierto modo, un fuego purificador de nuestro espíritu,
que limpia éste de prejuicios y errores y le empuja a la continua comprobación de sus juicios. Quien haya
vivido íntimamente el principio fáustico: "yo sé que no podemos saber nada", procederá con la mayor
circunspección y cautela en sus indagaciones. En la historia de la filosofía el escepticismo se presenta
como el antípoda del dogmatismo. Mientras éste llena a los pensadores e investigadores de una
confianza tan bienaventurada como excesiva en la capacidad de la razón humana, aquél mantiene
despierto el sentido de los problemas. El escepticismo hunde el taladrante aguijón de la duda en el
pecho del filósofo, de suerte que éste no se aquieta en las soluciones dadas a los problemas, sino que se
afana y lucha continuamente por nuevas y más hondas soluciones.
3. El subjetivismo y el relativismo
El escepticismo enseña que no hay ninguna verdad. El subjetivismo y el relativismo no van tan
lejos. Según éstos, hay una verdad; pero esta verdad tiene una validez limitada. No hay ninguna verdad
universalmente válida. El subjetivismo, como ya indica su nombre, limita la validez de la verdad al sujeto
que conoce y juzga. Éste puede ser tanto el sujeto individual o el individuo humano, como el sujeto
general o el género humano. En el primer caso tenemos un subjetivismo individual; en el segundo, un
subjetivismo general. Según el primero, un juicio es válido únicamente para el sujeto individual que lo
formula. Si uno de nosotros juzga, por ejemplo, que 2 x 2 = 4, este juicio sólo es verdadero para él desde
el punto de vista del subjetivismo; para los demás puede ser falso. Para el subjetivismo general hay
verdades supraindividuales pero no verdades universalmente válidas. Ningún juicio es válido más que para
el género humano. El juicio 2 x 2 = 4 es válido para todos los individuos humanos; pero es por lo menos
dudoso que valga para seres organizados de distinto modo. Existe, en todo caso, la posibilidad de que el
mismo juicio que es verdadero para los hombres sea falso para seres de distinta especie. El subjetivismo
general es, según esto, idéntico al psicologismo o antropologismo.
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El relativismo está emparentado con el subjetivismo. Según él, no hay tampoco ninguna verdad
absoluta, ninguna verdad universalmente válida; toda verdad es relativa, tiene sólo una validez limitada.
Pero mientras el subjetivismo hace depender el conocimiento humano de factores que residen en el
sujeto cognoscente, el relativismo subraya la dependencia de todo conocimiento humano respecto a
factores externos. Como tales considera, ante todo, la influencia del medio y del espíritu del tiempo, la
pertenencia a un determinado círculo cultural y los factores determinantes contenidos en él.
Al igual que el escepticismo, el subjetivismo y el relativismo se encuentran ya en la Antigüedad.
Los representantes clásicos del subjetivismo son en ella los sofistas. Su tesis fundamental tiene su
expresión en el conocido principio de Protágoras (siglo V a. de J.C.): Πάντων χρημàτων μέτρον άνϑωπος
(el hombre es la medida de todas las cosas). Este principio del homo mensura, como se le llama
abreviadamente, está formulado en el sentido de un subjetivismo individual con suma probabilidad. El
subjetivismo general, que es idéntico al psicologismo, como se ha dicho, ha encontrado defensores hasta
en la actualidad. Lo mismo puede decirse del relativismo. Oswald Spengler lo ha defendido
recientemente en su Decadencia de Occidente. "Sólo hay verdades ‐dice en esta obra‐ en relación a una
Humanidad determinada." El círculo de validez de las verdades coincide con el círculo cultural y temporal
de que proceden sus defensores. Las verdades filosóficas, matemáticas y de las ciencias naturales, sólo
son válidas dentro del círculo cultural a que pertenecen. No hay una filosofía, ni una matemática, ni una
física universalmente válidas, sino una filosofía fáustica y una filosofía apolínea, una matemática fáustica
y una matemática apolínea, etcétera.
El subjetivismo y el relativismo incurren en una contradicción análoga a la del escepticismo. Este
juzga que no hay ninguna verdad, y se contradice a sí mismo. El subjetivismo y el relativismo juzgan que
no hay ninguna verdad universalmente válida; pero también en esto hay una contradicción. Una verdad
que no sea universalmente válida representa un sinsentido. La validez universal de la verdad está
fundada en la esencia de la misma. La verdad significa la concordancia del juicio con la realidad objetiva.
Si existe esta concordancia, no tiene sentido limitarla a un número determinado de individuos. Si existe,
existe para todos. El dilema es: o el juicio es falso, y entonces no es válido para nadie, o es verdadero, y
entonces es válido para todos, es universalmente válido. Quien mantenga el concepto de la verdad y
afirme, sin embargo, que no hay ninguna verdad universalmente válida, se contradice, pues, a sí mismo.
El subjetivismo y el relativismo son, en el fondo, escepticismo. Pues también ellos niegan la
verdad, si no directamente, como el escepticismo, indirectamente, atacando su validez universal.
El subjetivismo se contradice también a sí mismo, pretendiendo de hecho una validez más que
subjetiva para su juicio: "Toda verdad es subjetiva". Cuando formula este juicio, no piensa ciertamente:
"Sólo es válido para mí, para los demás no tiene validez". Si otro le repusiese: "Con el mismo derecho
con que tú dices que toda verdad es subjetiva, digo yo que toda verdad es universalmente válida",
seguramente no estaría de acuerdo con esto. Ello prueba que atribuye efectivamente a su juicio una
validez universal. Y lo hace así, porque está convencido de que su juicio acierta en la cosa, reproduce una
situación objetiva. De este modo supone prácticamente la validez universal de la verdad que niega
teóricamente.
Lo mismo pasa con el relativismo. Cuando el relativista sienta la tesis de que toda verdad es
relativa, está convencido de que esta tesis reproduce una situación objetiva y es, por ende, válida para
todos los sujetos pensantes. Cuando Spengler, por ejemplo, formula la proposición anteriormente
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citada: "Sólo hay verdades en relación a una humanidad determinada", pretende dar expresión a una
situación objetiva, que debe reconocer todo hombre racional. Supongamos que alguien le repusiese:
"Con arreglo a tus propios principios, este juicio sólo es válido para el círculo de la cultura occidental.
Pero yo procedo de un círculo cultural completamente distinto. Siguiendo el invencible impulso de mi
pensamiento, tengo que oponer a tu juicio este otro: toda verdad es absoluta. Con arreglo a tus propios
principios, este juicio se halla tan plenamente justificado como el tuyo. Por ende, me dispenso en lo
futuro de tus juicios, que sólo son válidos para los hombres del círculo de la cultura occidental". Si
alguien hablase así, Spengler protestaría con todas sus fuerzas. Pero la consecuencia lógica no estaría de
su parte, sino de la de su contrario.
4. El pragmatismo
El escepticismo es una posición esencialmente negativa. Significa la negación de la posibilidad
del conocimiento. El escepticismo, toma un sesgo positivo en el moderno pragmatismo (de πρâgma =
acción). Como el escepticismo, también el pragmatismo abandona el concepto de la verdad en el sentido
de la concordancia entre el pensamiento y el ser. Pero el pragmatismo no se detiene en esta negación,
sino que remplaza el concepto abandonado por un nuevo concepto de la verdad. Según él, verdadero
significa útil, valioso, fomentador de la vida.
El pragmatismo modifica de esta forma el concepto de la verdad, porque parte de una
determinada concepción del ser humano. Según él, el hombre no es en primer término un ser teórico o
pensante, sino un ser práctico, un ser de voluntad y acción. Su intelecto está íntegramente al servicio de
su voluntad y de su acción. El intelecto es dado al hombre, no para investigar y conocer la verdad, sino
para poder orientarse en la realidad. El conocimiento humano recibe su sentido y su valor de éste su
destino práctico. Su verdad consiste en la congruencia de los pensamientos con los fines prácticos del
hombre, en que aquéllos resulten útiles y provechosos para la conducta práctica de éste. Según ello, el
juicio: "la voluntad humana es libre" es verdadero porque ‐y en cuanto‐ resulta útil y provechoso para la
vida humana y, en particular, para la vida social.
Como el verdadero fundador del pragmatismo se considera al filósofo norteamericano William
James († 1910), del cual procede también el nombre de "pragmatismo". Otro principal representante de
esta dirección es el filósofo inglés Schiller, que ha propuesto para ella el nombre de "humanismo". El
pragmatismo ha encontrado adeptos también en Alemania. Entre ellos se cuenta, ante todo, Friedrich
Nietzsche († 1900). Partiendo de su concepción naturalista y voluntaria del ser humano, enseña: "La
verdad no es un valor teórico, sino tan sólo una expresión para designar la utilidad, para designar aquella
función del juicio que conserva la vida y sirve a la voluntad de poderío". De un modo más tajante y
paradójico todavía expresa esta idea cuando dice: "La falsedad de un juicio no es una objeción contra
este juicio. La cuestión es hasta qué punto estimula la vida, conserva la vida, conserva la especie, incluso
quizás educa la especie". También la Filosofía del como si, de Hans Vaihinger, pisa terreno pragmatista.
Vaihinger se apropia la concepción de Nietzsche. También según él es el hombre, en primer término, un
ser activo. El intelecto no le ha sido dado para conocer la verdad, sino para obrar. Pero muchas veces
sirve a la acción y a sus fines, justamente porque emplea representaciones falsas. Nuestro intelecto
trabaja de preferencia, según Vaihinger, con supuestos conscientemente falsos, con ficciones. Estas se
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presentan como ficciones preciosas, desde el momento en que se muestran útiles y vitales. La verdad es,
pues, "el error más adecuado". Finalmente, también Georg Simmel defiende el pragmatismo en su Filosofía del
dinero. Según él, son "verdaderas aquellas representaciones que han resultado ser motivos de acción
adecuada y vital".
Ahora bien, es palmario que no es lícito identificar los conceptos de "verdadero" y de "útil".
Basta examinar un poco de cerca el contenido de estos conceptos para ver que ambos tienen un sentido
completamente distinto. La experiencia revela también a cada paso que una verdad puede obrar nociva‐
mente. La guerra mundial ha sido singularmente instructiva en este sentido. De una y otra parte se creía
un deber ocultar la verdad, porque se temían de ella efectos nocivos.
Estas objeciones no alcanzan, sin embargo, a las posiciones de Nietzsche y de Vaihinger, que
mantienen, como se ha visto, la distinción entre lo "verdadero" y lo "útil". Conservan el concepto de la
verdad en el sentido de la concordancia entre el pensamiento y el ser. Pero en su opinión no alcanzamos
nunca esta concordancia. No hay ningún juicio verdadero, sino que nuestra conciencia cognoscente
trabaja con representaciones conscientemente falsas. Esta posición es evidentemente idéntica al
escepticismo y se anula, por ende, a sí misma. Vaihinger pretende, en efecto, que la tesis de que todo
contenido del conocimiento es una ficción, es verdadera. Los conocimientos que él expone en su Filosofa
del como si pretenden ser algo más que ficciones. En la intención del autor, pretenden ser la única teoría
exacta del conocimiento humano, no un "supuesto conscientemente falso".
El error fundamental del pragmatismo consiste en no ver la esfera lógica, en desconocer el valor
propio, la autonomía del pensamiento humano. El pensamiento y el conocimiento están ciertamente en
la más estrecha conexión con la vida, porque están insertos en la totalidad de la vida psíquica humana; el
acierto y el valor del pragmatismo radican justamente en la continua referencia a esta conexión. Pero
esta estrecha relación entre el conocimiento y la vida no debe inducirnos a pasar por alto la autonomía
del primero y hacer de él una mera función de la vida. Esto sólo es posible, como se ha mostrado, cuando
se falsea el concepto de la verdad o se le niega como el escepticismo. Pero nuestra conciencia lógica
protesta contra ambas cosas.
5. El criticismo
El subjetivismo, el relativismo y el pragmatismo son, en el fondo, escepticismo. La antítesis de
éste es, como hemos visto, el dogmatismo. Pero hay una tercera posición que resolvería la antítesis en
una síntesis. Esta posición intermedia entre el dogmatismo y el escepticismo se llama criticismo (de
χρίνειν = examinar). El criticismo comparte con el dogmatismo la fundamental confianza en la razón
humana. El criticismo está convencido de que es posible el conocimiento, de que hay una verdad. Pero
mientras esta confianza induce al dogmatismo a aceptar despreocupa‐ damente, por decirlo así, todas
las afirmaciones de la razón humana y a no reconocer límites al poder del conocimiento humano, el
criticismo, próximo en esto al escepticismo, une a la confianza en el conocimiento humano en general la
desconfianza hacia todo conocimiento determinado. El criticismo examina todas las afirmaciones de la
razón humana y no acepta nada despreocupada‐ mente. Dondequiera pregunta por los motivos y pide
cuentas a la razón humana. Su conducta no es dogmática ni escéptica sino reflexiva y crítica. Es un
término medio entre la temeridad dogmática y la desesperación escéptica.
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Brotes de criticismo existen dondequiera que aparecen reflexiones epistemológicas. Así ocurre
en la Antigüedad en Platón y Aristóteles y entre los estoicos; en la Edad Moderna, en Descartes y Leibniz
y todavía más en Locke y Hume. El verdadero fundador del criticismo es, sin embargo, Kant, cuya filosofía
se llama pura y simplemente "criticismo". Kant llegó a esta posición después de haber pasado por el
dogmatismo y el escepticismo. Estas dos posiciones son, según él, exclusivistas. Aquélla tiene "una
confianza ciega en el poder de la razón humana"; ésta es "la desconfianza hacia la razón pura, adoptada
sin previa crítica". El criticismo supera ambos exclusivismos. El criticismo es "aquel método de filosofar
que consiste en investigar las fuentes de las propias afirmaciones y objeciones y las razones en que las
mismas descansan, método que da la esperanza de llegar a la certeza". Esta posición parece la más
madura en comparación con las otras. "El primer paso en las cosas de la razón pura, el que caracteriza la
infancia de la misma, es dogmático. El segundo paso es escéptico y atestigua la circunspección del juicio
aleccionado por la experiencia. Pero es necesario un tercer paso, el del juicio maduro y viril."
En la cuestión de la posibilidad del conocimiento, el criticismo es la única posición justa. Pero
esto no significa que sea preciso admitir la filosofía kantiana. Es menester distinguir entre el criticismo
como método y el criticismo como sistema. En Kant el criticismo significa ambas cosas: no sólo el método
de que el filósofo se sirve y que opone al dogmatismo y al escepticismo, sino también el resultado
determinado a que llega con ayuda de este método. El criticismo de Kant representa, por lo tanto, una
forma especial de criticismo general. Al designar el criticismo como la única posición justa, pensamos en
el criticismo general, no en la forma especial que ha encontrado en Kant. Admitir el criticismo general no
significa otra cosa, en conclusión, que reconocer la teoría del conocimiento como una disciplina filosófica
independiente y fundamental.
Contra la posibilidad de una teoría del conocimiento se ha objetado que esta ciencia quiere
fundamentar el conocimiento al mismo tiempo que lo supone, pues ella misma es conocimiento. Hegel
ha formulado esta objeción en su "Enciclopedia" de la siguiente manera: "La investigación del co‐
nocimiento no puede tener lugar de otro modo que conociendo; tratándose de este supuesto
instrumento, investigarlo no significa otra cosa que conocerlo. Mas querer conocer antes de conocer es
tan absurdo como aquel prudente propósito del escolástico que quería aprender a nadar antes de
aventurarse en el agua".
Esta objeción sería certera si la teoría del conocimiento tuviese la pretensión de carecer de todo
supuesto, esto es, si quisiera probar la posibilidad misma del conocimiento. Sería una contradicción, en
efecto, que alguien quisiera asegurar la posibilidad del conocimiento por el camino del conocimiento. Al
dar el primer paso en el conocimiento, daría por supuesta tal posibilidad. Pero la teoría del conocimiento
no pretende carecer de supuestos en este sentido. Parte, por el contrario, del supuesto de que el
conocimiento es posible. Partiendo de esta posición entra en un examen crítico de las bases del co‐
nocimiento humano, de sus supuestos y condiciones más generales. En esto no hay ninguna
contradicción y la teoría del conocimiento no sucumbe a la objeción de Hegel.
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