CRISTOLOGIA
CRISTOLOGIA
CRISTOLOGIA
Introducción
2. Jesús de Nazaret
2.1 . Jesús, personaje histórico
2.2. Jesús, personaje evangélico
3. La Resurrección de Jesús
3.1. Introducción
3.2. Los acontecimientos
3.3. El significado de estos acontecimientos
3.4. Jesucristo, revelación del misterio de Dios y del hombre
4. La Infancia de Jesús
4.1. Sentido y finalidad de los relatos de la Infancia
4.2. Los orígenes de Jesús en Mateo
4.3. Los orígenes de Jesús en Lucas
4.4. En conclusión
7. Las Bienaventuranzas
7.1. Introducción
7.2. Las Bienaventuranzas: el programa del Reino
7.3. En conclusión
En el Nuevo Testamento y de una manera especial en los Evangelios, Jesús nos habla, nos
sigue hablando cada día. Ellos nos acercan profundamente a Jesús para conocer no sólo sus
palabras, sino sobre todo sus actitudes, su entrega fiel al Padre, su solidaridad con todos los
hombres, especialmente con los pobres y marginados. En ellos encontramos el maravilloso
proyecto que Dios tiene para cada uno de nosotros.
Jesús, con sus palabras y obras, con su vida, lleva a cabo la obra de la salvación,
inaugurando entre nosotros el Reino de Dios. Jesús no escribió nada. Los Apóstoles, fieles
al mandato de Jesús, empiezan a predicar la Buena Nueva y a hacer presente la salvación
realizada por el Señor.
La composición de los distintos libros se puede situar entre los años 50 y 100 de nuestra
era. El primer escrito parece ser la primera carta de Pablo a los Tesalonicenses, y los
últimos, el evangelio de Juan y su primera carta.
Los autores de los libros son los evangelistas y apóstoles, aunque posiblemente algunos
estén escritos por discípulos de los apóstoles, recogiendo la doctrina apostólica.
Evangelio significa "buena noticia". Los primeros cristianos llamaban así a la obra y al
mensaje salvador de Jesús. A partir del siglo segundo la palabra "Evangelio" empezó a
designar a los escritos que hoy conocemos como los evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y
Juan.
Los Evangelios nos presentan la vida, doctrina, pasión, muerte y resurrección de Jesús que
ha sido constituido en Nuestro Señor y Salvador. De esta forma nos comunican la "Buena
Noticia" de salvación en Cristo, para que el hombre se convierta a Dios y a sus hermanos y
viva en comunidad.
De los cuatro Evangelios, los tres primeros (Mt, Mc y Lc) presentan entre sí tales
semejanzas que pueden ponerse en columnas paralelas y tener una "visión de conjunto con
una sola mirada" (sinopsis), de ahí que son llamados sinópticos.
El Evangelio fue primero vivido por la comunidad primitiva y después redactado. Los
primeros cristianos alimentaron su fe apoyándose en el mensaje de Jesús, transmitido por la
predicación de los apóstoles (testigos oculares).
Con el paso del tiempo y ante las diversas situaciones que van viviendo las comunidades,
ven la conveniencia de recoger las palabras y los hechos de Jesús. Con estos materiales los
evangelistas elaboran los Evangelios que conocemos, dirigidos o pensados para
comunidades cristianas concretas. Por eso el único Evangelio (la Buena Noticia), se
transmite desde cuatro ángulos diversos, teniendo en cuenta diferentes situaciones de las
comunidades cristianas.
Por lo tanto, los evangelistas no pretenden hacer una crónica exacta de los acontecimientos,
ni una presentación fotográfica de la vida de Jesús, ni intentaron reproducir materialmente
las palabras y obras de Jesús. Sino que recogiendo el testimonio de los testigos, la tradición
oral y los primeros escritos, seleccionan, ordenan y adaptan para sus comunidades las
palabras y los hechos, la vida y la obra de Jesús, como anuncio de la Buena Noticia de la
Salvación e invitación a la conversión y a la fe, viviendo en el seguimiento de Jesús.
2. JESÚS DE NAZARET
Si tenemos en cuenta los criterios históricos modernos, son pocos los datos históricos que
tenemos de Jesús. Es hijo de María y nació el año 6 ó 7 antes de Cristo. Fue discípulo de
Juan el Bautista durante un tiempo, probablemente en torno a Qumran, el Mar Muerto y el
río Jordán, pero se separa de él y se dedica a predicar la llegada inminente del Reino de
Dios, comenzando por su región, en Cafarnaúm, el centro de Galilea.
Si no hay documentos históricos sobre Jesús, es porque fue uno más entre los judíos
comprometidos de su época. Sin embargo, los datos que aportan los evangelistas sobre la
actuación de Jesús y sobre su tiempo, coinciden con lo relatado por el historiador judeo-
romano Flavio Josefo.
Jesús, en continuidad con los profetas, anuncia la llegada del Reino mesiánico. Pero este
reino no se instaurará mediante una revolución política. Jesús anuncia que la esperada
actuación de Dios en este mundo comienza ya, que ya se nota su presencia. Anuncia la
llegada inminente del Reino de Dios, que llega gratuitamente y para todos, siendo sus
primeros destinatarios los más pobres. El Reino de Dios está vinculado a la persona de
Jesús, o sea, a la aceptación de su persona y predicación; lo que significará un punto de
conflicto en la vida de Jesús.
Jesús tiene éxito al comienzo, es seguido al principio por sus signos, por su predicación de
la inminente llegada del Reino de Dios, con la que se va a hacer presente la felicidad que
todo el mundo desea. Pero enseguida la predicación de Jesús empieza a entrar en conflicto.
La llegada del Reino de Dios supone el final de la estructura política y religiosa sobre la
que se mantiene Israel: la ley y el templo (cf. Jn 11,50s). Y esto no es del gusto del
judaísmo, ni fariseo ni saduceo. En segundo lugar, ¿es verdad que el Reino llega con Jesús?
En torno a este punto se va a jugar la condena a muerte. ¿Jesús trae un mensaje de parte de
Dios o es un impostor? Ciertamente Jesús no logró convencer a las autoridades de la
legitimidad de su misión. Y, en tercer lugar, ¿es verdad que el Reino de Dios está ofrecido a
todos gratuitamente, sin que lo tengamos que merecer? Si nosotros tenemos que merecer el
amor de Dios, entonces Jesús es un falso profeta.
Jesús asume el conflicto cuando decide subir a Jerusalén, pues sabe que significa
enfrentarse a las autoridades. Esto provoca las deserciones entre sus seguidores. Jesús lo
sabe y lo asume. Asume la muerte que prevé le va a sobrevenir y ofrece su vida por el
Reino de Dios.
Cuando nos acercamos a la persona de Jesús en los Evangelios, tenemos que tener en
cuenta dos realidades, que, aunque parecen evidentes, a veces olvidamos. En primer lugar,
que Jesús es un hombre histórico concreto; un judío, que vive en el ambiente judío de su
época y que practica la religión judía. Y, en segundo lugar, que los evangelistas al escribir
después de la muerte y resurrección de Jesús, presentan una imagen “divinizada” del Jesús
histórico; o sea, nos presentan a Jesús con la luz nueva que nace de la fe pascual; desde la
fe en Jesús como Hijo de Dios. Esto no quiere decir que los evangelistas se inventen la
persona histórica de Jesús ni su mensaje, pero nos transmiten solamente los aspectos del
Jesús histórico que pueden ayudar más a sus comunidades y siempre iluminados desde la
fe.
El hombre histórico Jesús de Nazaret es la encarnación del Hijo de Dios, que nos revela el
nuevo rostro de Dios. En Jesús Dios abraza toda nuestra humanidad (menos el pecado) y
nos da su vida para salvarnos y llevarnos a Él. Y en Jesús se nos revela el proyecto de
humanidad que Dios tiene para nosotros, que no excluye lo humano, sino que busca la
liberación integral del hombre y el desarrollo pleno de todo lo que es verdaderamente
humano.
Quizás valga la pena que nos detengamos un momento a pensar y tomar conciencia de
¿cómo vemos nosotros a Jesús? ¿cuáles son nuestras imágenes sobre Jesús? ¿nuestra
imagen preferida de Él? Si ponemos el acento en la humanidad o en la divinidad; si
disminuimos o aumentamos la importancia de una u otra... Puede ayudarnos el hacer una
especie de “credo” personal en Jesús.
3. LA RESURRECCIÓN DE JESÚS
3.1. Introducción
Con la luz de la fe en el Resucitado se relee toda la vida de Jesús, sus palabras y sus hechos,
para ser anunciados como la Buena Noticia de la Salvación, que es llamada a la conversión
y a la adhesión personal a Jesús (la fe), para vivir en su seguimiento. Por eso también
nosotros empezamos por la resurrección de Jesús, antes de ver su vida y mensaje en la
Palabra de Dios.
En primer lugar nos hablan del sepulcro vacío, como un signo negativo: Jesús no está en el
sepulcro (cf. Mt 28,1-8.11-15; Mc 16,1-8; Lc 24,1-12; Jn 20,1-10). Y en segundo lugar, la
experiencia positiva de las apariciones de Jesús a distintas personas: a María Magdalena
(cf. Jn 20,11-18); a las mujeres (cf. Mt 28,9-10); a los dos caminantes de Emaús (cf. Lc
24,13-35); a los once (cf. Lc 24,36-43; Jn 20,19-20.24-29). Nosotros podríamos añadir,
además, la transformación que se produce en la vida de estas personas cuando son
invadidos por la fuerza del Resucitado, como otro signo positivo de la resurrección de
Jesús.
Los relatos de las apariciones son la forma como los primeros testigos de la resurrección
nos cuentan su experiencia del encuentro con el Señor resucitado; y se trata de una
experiencia inefable, mística, pues es un encuentro directo con Dios. Así pues, tratan de
transmitirnos algo de esta experiencia inexpresable a través de las categorías que tienen a su
alcance. Hay cinco elementos presentes en todos los relatos:
a) Una situación concreta: están los apóstoles o las mujeres
b) Jesús les sale al encuentro inesperadamente
c) Jesús les saluda
d) Hay un reconocimiento, a veces costoso
e) el Resucitado les da una misión (cf. Mt 28,8-10).
Los relatos nos van mostrando, también, dónde nos podemos encontrar con el Señor
resucitado: en el partir el pan, en la Palabra, en el camino de la vida, en la comunidad -
iglesia (cf. los discípulos de Emaús y el encuentro con María Magdalena). Después los
evangelistas nos muestran, de diversas formas, las ascensión de Jesús y la donación del
Espíritu Santo (cf. Mc 16,19-20; Lc 24,50-53; Hch 1,4-12; 2,1-13; Jn 20,21-23), para
anunciarnos la plena glorificación de Cristo, su no presencia visible entre nosotros y la
nueva presencia en el Espíritu.
Estos acontecimientos nos hacen ver que la muerte de Jesús no ha sido un fracaso, sino un
paso a la VIDA. La Nueva y Verdadera Pascua: el paso de la muerte a la Vida (cf. Lc
24,18-27). Son la glorificación plena que el Padre da a su Hijo (cf. Jn 17,5.24; Flp 2,6-11).
Son el SI de Dios al estilo de vida de Jesús, a su opción fundamental.
Jesús ha sido fiel a Dios y Dios ha sido fiel a Jesús. Dios no ha abandonado a Jesús y lo ha
resucitado de entre los muertos. ¡Jesús vive!, no ha acabado, no está muerto. Y vive en todo
lo que es y en lo que fue. No sólo en el sentido que pervive un líder en sus ideas y en sus
seguidores. Jesús está vivo para nunca más morir; está vivo en el ser de Dios.
Decir que Jesús ha resucitado significa que Jesús tenía razón, es decir, Dios es como Jesús
dijo que era, como Jesús lo reveló. Y los hombres nos hemos de relacionar con Dios como
Jesús dijo, y nos debemos relacionar entre nosotros como Jesús se relacionó con nosotros,
entregando su vida por los que amaba... El sentido de la historia de la humanidad y de la
vida está en ser como Jesús... Jesús es el hombre como Dios quiere que sea el hombre. Ser
hombre es ser como Jesús. El sentido de la vida es ser y vivir como Jesús.
Estos acontecimientos son la señal de que Jesús está vivo, pero ya no es visible en el
mundo. Se ha ido a la derecha del Padre y desde allí nos ha enviado al Espíritu para que
empiece el tiempo de la Iglesia, el tiempo del testimonio hasta que Él vuelva de nuevo al
final de los tiempos (cf. Ap 22,20; 1Cor 16,22).
Jesús resucitado congrega a la Iglesia. La Iglesia es el grupo de personas que confiesan que
el Señor vive y que orientan su existencia (desde lo que contemplan y aceptan en el
acontecimiento de la Resurrección): Dios nunca abandona al hombre justo, (aunque a veces
pueda parecer lo contrario); merece la pena ser como Jesús y realizar en nuestra vida su
mismo itinerario, convencidos de que en ese itinerario de Jesús es donde está el sentido del
mundo y el sentido de la historia y de la vida de cada uno de los hombres.
Muchas veces y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros antepasados por
medio de los profetas, ahora en este momento final nos ha hablado por medio del Hijo, a
quien constituyó heredero de todas las cosas y por quien hizo también el universo (Heb
1,1-2). Dios sale a nuestro encuentro y podemos llegar a Él por múltiples caminos. Pero los
cristianos reconocemos que Dios ha salido a nuestro encuentro de una manera nueva y
sorprendente en Jesucristo, el Hijo de Dios. Y por lo tanto, Jesucristo se convierte para
nosotros en el lugar privilegiado de la revelación de Dios: Yo soy el Camino, la Verdad y la
Vida. Nadie va al Padre sino por mí... El que me ve a mí, ve al Padre (Jn 14,6.9; cf. 1,18).
Por esta razón, nosotros no podemos aplicar sin más nuestras ideas previas sobre Dios a la
persona de Jesús; sino que iremos confrontando nuestros conceptos sobre Dios con lo que
nos revela Jesús en su persona, en sus palabras y en sus obras; iremos acercándonos con
humildad al conocimiento del Padre en lo que nos revela la vida de su Hijo entre nosotros.
Pero Jesús no sólo revela al Padre, sino que para el cristiano revela también lo que está
llamado a ser el hombre y la mujer. Para el creyente la persona humana de Jesús es la
imagen más perfecta de Dios; en Jesucristo, el Hijo de Dios, se realiza verdadera y
plenamente la imagen de Dios, y por lo tanto en Él descubrimos de una manera plena lo que
significa ser hombre y mujer, cuya esencia consiste en ser imagen de Dios. Por eso Jesús
nos revela lo que está llamada a ser realmente la persona humana. Y este proyecto lo
realizaremos en la medida que reproduzcamos en nosotros la imagen de Dios. Estamos
llamados a reproducir la imagen de su Hijo (Rom 8,29)
Precisamente porque creemos que en Jesús se nos revela quién es Dios y quién es el
hombre, el conocimiento y seguimiento de la persona de Jesús son fundamentales para
nuestra vida cristiana. De hecho así lo entendieron nuestros primeros hermanos en la fe y
esa necesidad da origen a la redacción de los Evangelios, como ya hemos visto. Y esta
necesidad vital es la que fundamenta también nuestro curso: ¿quién es Jesús? ¿qué hizo?
¿cómo vivió? ¿cómo realizó en su persona, su vida y actuación el proyecto, el ser imagen
de Dios?
4. LA INFANCIA DE JESÚS
4.1. Sentido y finalidad de los relatos de la infancia
Hasta hace muy poco tiempo, los llamados evangelios de la infancia (Mt 1-2; Lc 1-2) se
han entendido y se han leído como si fueran una especie de biografía sobre los primeros
años de Jesús. Desde hace medio siglo, los estudiosos de la Biblia coinciden en atribuirles
un gran contenido teológico, semejante al profundo y elaborado prólogo de San Juan,
aunque Mateo y Lucas utilicen un género literario diferente. Los cuatro evangelistas
pretenden presentar al Hijo de Dios, hecho hombre, en quien creen después de que ha
resucitado y a quien siguen sus respectivas comunidades.
Así pues, los relatos de la infancia son «presentaciones» de Jesús como Hijo de Dios:
¡Jesús viene de Dios! Como todo el Evangelio no pretenden hacer una biografía de Jesús,
sino que son el "anuncio, la buena noticia" de que Dios nos ha enviado a su Hijo para
nuestra salvación. Y esto es lo que quieren anunciarnos Mateo y Lucas desde el inicio de su
Evangelio; y además lo hacen de una forma distinta teniendo en cuenta a las comunidades a
las que se dirigen.
Mateo nos presenta a Jesús desde el inicio, a través de la genealogía, como hijo de
Abraham, hijo de David, el Mesías Salvador, el Emmanuel. Insiste en afirmar que en Jesús
se cumplen las profecías del Antiguo Testamento (como hará en todo su Evangelio),
resaltando su condición divina de Mesías enviado para la salvación universal.
Mateo nos presenta a Jesús como Hijo de Dios, afirmando su condición divina desde el
inicio, por su concepción virginal en el seno de María; aunque, como buen judío, resalta la
figura de José (cf. Mt 1,18-24).
De esta forma nos presenta el nacimiento de Jesús comparándolo con el de Juan el Bautista
(los dos relatos se pueden ir leyendo en paralelo: Lc 1,5-25 y 1,26-38), mostrando la
superioridad de Jesús sobre Juan. En el relato de la anunciación María ocupa el lugar
central, aceptando y entregándose incondicionalmente al plan de Dios. También Lucas
afirma la concepción virginal de Jesús y proclama su fe en la divinidad y origen divino de
Jesús.
4.4. En conclusión
Pero no debemos olvidar, que Mateo, Lucas y Juan, en su prólogo, nos anuncian que el
Hijo de Dios se ha hecho carne, hombre, uno de nosotros. Dios ha querido realizar la obra
de nuestra salvación a través de la «encarnación» del Hijo; o sea, no desde el poder y la
imposición, sino desde el abajamiento y la radical solidaridad con nosotros. Es, como si
desde el inicio, los evangelistas nos hicieran una doble advertencia. Tenemos que estar
atentos para saber descubrir la revelación del misterio de Dios y del proyecto que tiene para
nosotros, en la persona, la vida y el mensaje de Jesús de Nazaret. Y nos advierten, también,
sobre la forma como nosotros continuamos la misión salvadora de Jesús, que no puede ser
otra que desde la encarnación y la solidaridad.
El relato del bautismo de Jesús nos lo han transmitido los cuatro evangelistas. Los cuatro
tienen conciencia de que este acontecimiento constituye un comienzo, el punto de arranque
de la actividad de Jesús. Durante los tres primeros siglos del cristianismo no se celebró
expresamente el nacimiento de Jesús. Este acontecimiento quedaba englobado en la Fiesta
del Bautismo, momento en el que Jesús «nació» a su misión pública salvadora.
La descripción del bautismo de Jesús nos es presentada en los cuatro evangelios de una
forma grandiosa y solemne, para mostrarnos la importancia y el significado de este
acontecimiento en su vida. Vamos a tratar de ver ambas cosas analizando los relatos de
cada evangelista.
Marcos (1,9-11) nos da la versión más sobria del hecho. Para él lo importante viene
después del bautismo: Jesús vio rasgarse el cielo y al Espíritu que bajaba hacia Él en forma
de paloma, y escucha la voz dirigida a él: "Tú eres mi Hijo amado". Marcos ve en el
bautismo de Jesús la llegada del Mesías, tal como anunciaron los profetas (cf. Is 40,3ss).
Mateo (3,13-17) es más explícito. Jesús va a bautizarse al Jordán; Juan se resiste (Jesús es
superior a Juan), pero Jesús quiere "cumplir toda justicia". Se abren los cielos y el Espíritu
se posa sobre Él. Es el encuentro directo entre Jesús y el Espíritu. Ahora la voz del cielo se
dirige a todos los presentes: "Este es mi Hijo amado..." (3,17), como si también fuera
dirigida a nosotros.
Lucas (3,21-22) expresa de forma más original el carácter inaugural del bautismo de Jesús,
colocando al Bautista en la cárcel antes de que Jesús fuera a bautizarse (3,19-20). Así, con
Juan terminaría la historia de Israel y con el bautismo de Jesús comenzaría el tiempo de
salvación por excelencia. Jesús se bautiza junto con otros, en medio del pueblo. Una vez
bautizado, se puso en oración (3,21), como en todos los momentos decisivos de su misión,
según Lucas, se dejó llenar por el Espíritu y escuchó la voz del cielo.
Juan, aunque no describe el bautismo de Jesús, nos muestra a Juan Bautista dando
testimonio de su bautismo: He visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se
quedaba sobre Él (1,32). Juan Bautista contrapone a su bautismo con agua el bautismo con
Espíritu Santo de Jesús, y ése es, en concreto, la prueba de que Jesús es el elegido de Dios.
Y esto es lo que nos quieren mostrar los evangelios. Jesús en su bautismo toma conciencia
de que es el Mesías enviado por Dios para la salvación del mundo, pero ¿cómo realizar esta
misión? A lo largo de la vida de Jesús se le presentan varias posibilidades de realizarla
¿cuál es la que corresponde al deseo de Dios? Los sinópticos sintetizan en un relato el
interrogante y la búsqueda que acompañó toda la vida de Jesús y su opción; lo que Juan
sintetiza en una frase (cf. Jn 12,27).
Lucas 4,1-4: La acción transcurre en el desierto, evocando los cuarenta años de Israel por el
desierto. En la prueba donde fracasó Israel triunfará Jesús. ¿Hay algo más necesario que
saciar el hambre? Y si es necesario ¿por qué no hacer un milagro? Jesús opta por lo
humano, por realizar su misión confiando y aceptando los planes de Dios sin recurrir a lo
extraordinario, al milagro fácil y a la solución brillante (cf. Dt 8,2). Jesús no hará uso de
ningún poder excepcional para cumplir su misión.
Lucas 4,9-12: Ahora se nos presenta una tentación de tipo religioso: ganarse la admiración
y veneración del pueblo con la ayuda de lo portentoso, de la intervención divina
espectacular; o sea, imponer desde arriba el reconocimiento de su mesianismo y de su
divinidad. Jesús opta por el camino marcado por su Padre, que supone el ocultamiento en
su condición humana y el respeto a la libertad del hombre.
Lucas 4,13: Es el epílogo, que nos manda a la última tentación del demonio en los relatos
de la pasión (cf. 22,3.42; 23,35-37), en la que Jesús reafirma su opción por realizar la
voluntad del Padre, aunque pase por la entrega de la vida y no por lo portentoso, ni por el
poder, ni por la imposición.
Los sinópticos nos quieren enseñar, en síntesis, como la instauración del Reino implica
lucha y esfuerzo para mantenerse fiel al plan de Dios. A Jesús se le presentó la posibilidad
(el deseo, la tentación) de llevar a cabo su obra por medios portentosos. Pero optó por lo
sencillo, por lo humano, por el lento germinar de la semilla, por la paciencia de la espera,
por la libertad del hombre.
Jesús sintió la tentación de realizar su misión acomodando el poder con el querer de Dios.
Su opción demostró que son irreconciliables. La Iglesia, a lo largo de la historia, ha vivido
la misma tentación, y su opción no siempre ha sido la misma de Jesús. Y la Iglesia que
somos nosotros también vivimos las mismas tentaciones, y nos tendremos que preguntar si
nuestras opciones son las mismas que tomó Jesús.
La función del rey es doble: debe asegurar la paz con los demás pueblos y debe implantar la
justicia y el derecho para defender a los oprimidos y desvalidos. Desgraciadamente la
monarquía en Israel y Judá, salvo honrosas excepciones, fue un fracaso en esta doble tarea
(cf. Ez 34; 1Sam 8,1018).
Ante este fracaso se da la promesa del reinado universal de Dios sobre todas las naciones
(cf. Zac 14,9; Is 24,23). Para llevar a cabo este reinado Dios se valdrá de su Ungido (o
Cristo), que es el futuro rey del linaje de David (cf. Jer 23,5-6; Is 11) que implantará la
justicia y el derecho defendiendo al oprimido (cf. Is 9; 11; 29,20; 61,1ss).
Juan Bautista anuncia la llegada inminente del Reinado de Dios, y las exigencias que
comporta de conversión, cambio de vida y actitudes (cf. Mt 3,1-12). Y aunque Jesús da un
giro a la concepción de Juan, podemos decir que con Él termina el periodo de preparación
para el tiempo del Reino de Dios (cf. Lc 16,16).
Pero Jesús no sólo anuncia, sino que también realiza el reinado de Dios. Su presencia y
manifestación, sus obras y palabras, sus signos y milagros, y sobre todo su muerte y
glorificación hacen presente el Reino de Dios. Los evangelistas afirman cómo las
curaciones (cf. Mt 4,23-25), la expulsión del demonio (cf. Lc 11,20) y sobre todo la
proclamación de la Buena Noticia a los pobres (cf. Mt 11,2-6; Lc 7,18-23), son señales de
la presencia del Reino de Dios. Con Jesús empieza el Reino (cf. Lc 16,16).
Jesús declara ante Pilatos que su reino no es de este mundo (cf. Jn 18,36), o sea, no sigue
los caminos y criterios del "mundo" (como realidad opuesta a Dios y a su plan), como son
los bienes materiales, el prestigio o el poder que se absolutizan; pero está en el mundo, para
transformarlo de acuerdo al proyecto de Dios.
Reino en tensión
Jesús mismo, en su vida y actuación, vivió la tensión y el conflicto. Es acusado de
endemoniado (cf. Mt 12,22-28; Jn 10,19-21), de comilón y borracho (cf. Lc 7,31-35), de
estar fuera de sí (cf. Mc 3,21), de ser un revoltoso (cf. Lc 23,2). Si realiza el bien, es
perseguido y quieren matarle (cf. Jn 10,31-33). Y Jesús anuncia, también, que la realización
de su misión traerá tensión (cf. Lc 12,51-53; Mt 10,34-36; Jn 14,27) y que sus discípulos la
van a experimentar en su propia vida (cf. Mt 10,16-23; Lc 21,12-19; Jn 15,20-21; 17,14).
Reino escatológico
El Reino de Dios está ya presente en el mundo, pero su plenitud se dará al final de los
tiempos (cf. Lc 22,16-18). Nosotros vivimos la etapa intermedia, en la que con nuestras
palabras y obras colaboramos a la edificación del Reino iniciado por Jesús, dando así
testimonio de Él (cf. Jn 15,27; Hech 1,8; 8,12). En nuestra oración imploramos "venga tu
Reino" (cf. Mt 6,10;Lc 11,2).
El Reino de Dios está allí donde Dios reina, allí donde Él y su proyecto son el valor
absoluto, allí donde las opciones, las actitudes y la entrega de Jesús se hacen carne en
nuestra vida y transforman la realidad y la historia en Historia de Salvación. La pregunta
fundamental que nos tenemos que hacer los cristianos no es, pues, dónde está el Reino, sino
si Dios reina en mí y hago presente el Reino con mi vida.
7. LAS BIENAVENTURANZAS
7.1. Introducción
Como ya vimos, muy posiblemente el significado original de las bienaventuranzas sea el
anuncio de que los oprimidos son bienaventurados, porque ya ha llegado el nuevo Rey que
establecerá la justicia y el derecho. Anuncian la llegada del Reino de Dios, como una buena
noticia para los que actualmente son los más desgraciados.
Nos manifiestan quién es Dios: no es neutral; está del lado de los pobres. Son los
predilectos de Dios, no por méritos propios o porque sean mejores que los demás, sino
porque así es Dios: ama gratuitamente a quien lo necesita y quiere velar por los que se
encuentran desamparados de toda ayuda humana.
Pero de esta forma, se nos manifiesta también que el Reino de Dios que inaugura Jesús, es
la construcción de una nueva sociedad y de unas nuevas relaciones humanas. El mensaje de
las bienaventuranzas es la proclamación de un don (el amor, gratuito e incondicional, de
Dios por los más desvalidos, que se hace presente y real en Jesús) y se convierte en tarea
para los seguidores de Jesús, enviados a continuar la construcción del Reino. Por eso, las
bienaventuranzas se convierten también para el cristiano en programa de vida, en el
programa del Reino. “Dios renueva y potencia al hombre comunicándole su propia vida (el
Espíritu); dotado de ella, es tarea y responsabilidad del hombre crear una sociedad
verdaderamente humana.
La comunidad de personas que ha realizado esta opción y se mantiene fiel a ella, irá
suscitando en la humanidad un movimiento liberador. Los oprimidos encontrarán en el
nuevo tipo de relación humana una esperanza y una alternativa a su situación. La liberación
se expresa de tres maneras: los que sufren por la opresión encontrarán el consuelo (cf. 5,4);
los sometidos heredarán la tierra, es decir, gozarán de plena libertad e independencia (cf.
5,5); los que ansían justicia verán colmada su aspiración (cf. 5,6).
7.3. En conclusión
Las bienaventuranzas no son un discurso bonito de Jesús. Tampoco expresan solamente la
bienaventuranza que Dios nos promete para el más allá. Y desde luego no pueden ser un
motivo para la resignación, la pasividad y la indiferencia, dejando todo para el futuro mejor
que Dios ha prometido. El Reino de Dios está ya aquí en medio de ustedes (Lc 17,21). Dios
quiere que tengamos vida y vida en abundancia (Jn 10,10).
Las bienaventuranzas son la proclamación del programa del Reino, del proyecto de Dios
para nosotros. Son un don y una tarea. En Jesús y el Espíritu, Dios se hace don para
nosotros, nos entrega su vida y su amor gratuito e incondicional. Y enriquecidos por su
Don, nos confía, a los seguidores de Jesús, la tarea de continuar la construcción del Reino;
la tarea de construir una sociedad nueva, la familia de Dios, donde todos seamos y vivamos
como hijos y hermanos, con la dignidad y plenitud de vida que Dios quiere para todos sus
hijos, y por la que nos entregó a su propio Hijo. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su
Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna (Jn 3,16).
Jesús vive una relación tan íntima y especial con Dios que se dirige a Él llamándole Abba
(papá, padre. cf. Mc 14,36). Algo totalmente inusitado e impensable para un judío. De
hecho, nunca se usa esta expresión en todo el Antiguo Testamento y en la época de Jesús
hasta se evitaba pronunciar el nombre de Dios y se utilizaban sinónimos (como por
ejemplo: el Altísimo, Señor, etc.).
Jesús habla de mi Padre (cf. Mt 7,21; 10,32; 11,27; Lc 2,49; Jn 6,32.40; 14,23; 15,1) y de
su Padre (cf. Mt 5,16; 6,14-15; Mc 11,25; Jn 20,17). Jesús nos viene a mostrar que Dios es
nuestro Padre (cf. Mt 6,9; Lc 11,2), a quien nosotros podemos acudir con gran confianza
(cf. Mt 7,711; Lc 11,9-13). Así nos revela plenamente la misericordia y ternura de Dios
hacia todos los hombres. Nosotros somos hijos de Dios (cf. Jn 1,12; 1Jn 3,1) porque
recibimos el Espíritu que nos hace clamar: Abba, Papá (cf. Rom 8,15-30; Gal 4,6).
Jesús nos habla también de la relación que vive con su Padre. Jesús y el Padre viven unidos,
son uno (cf. Jn 10,30; 17,21), de tal forma que quien conoce a Jesús conoce al Padre (cf. Jn
8,19). Su Padre está con Él (cf. Jn 16,32), y Él es el Hijo que nos puede revelar los secretos
del Padre (cf. Jn 1,18; 6,46; Mt 11,25-27). Jesús es el enviado del Padre (cf. Jn 5,36; 6,38-
39.44; 7,29). Por eso su alimento es cumplir su voluntad y llevar a cabo su obra (cf. Jn
4,34) hasta el final (cf. Jn 17,4; 19,30). Toda la vida de Jesús se realiza en un clima de
oración: en los momentos importantes (cf. Lc 3,21), en la intimidad (cf. Lc 5,16; 6,12; 9,18)
y públicamente (cf. Lc 10,21-22; Jn 11,41-42; 17). Y así termina su vida: con una oración a
su Abba (cf. Mt 27,46; Mc 14,36; 15,34; Lc 23,46).
Jesús libera al hombre de la ley y le hace ver que ésta sólo tiene su sentido en el auténtico
amor a Dios y al prójimo (cf. Mc 12,29-31). Por eso Jesús, el nuevo Moisés, supera y lleva
a plenitud la ley (cf. Mt 5,17-48), mostrándonos así una meta superior: ser perfectos como
el Padre (cf. Mt 5,48). Ya no se trata de la ley por la ley; se trata ahora de lograr la
perfección a través del amor (cf. Mt 7,12). Esta meta se alcanzará en la medida en que el
hombre se adhiera no a la ley, sino a la persona de Jesús y a su estilo de vida.
Con estas actitudes nos muestra Jesús que su persona, una vez resucitada de entre los
muertos, es el lugar de encuentro entre el hombre y Dios. Al sustituir el culto material que
se realizaba en el templo por un culto en Espíritu y Verdad (cf. Jn 4,23-24), nos hace ver
que el único culto agradable a Dios es el culto de la vida diaria, del amor y de la justicia (cf.
Mt 12,7), de la reconciliación fraterna (cf. Mt 5,23-24), de vivir realizando la voluntad del
Padre (cf. Rm 12,1-2).
Jesús denuncia ante el poder económico el peligro de las riquezas (cf. Lc 18,24), ya que
poner el dinero como valor absoluto se opone a Dios (cf. Lc 16,13; Mt 6,24), nos estorban
para ver al prójimo necesitado (cf. Lc 16,19-31) y se convierten en fuente de injusticias (cf.
Lc 16,9; 19,8). Por eso exige a sus discípulos la renuncia a sus bienes para realizar el
proyecto del compartir (cf. Lc 12,33; 14,33; 19,8).
Ante el poder político Jesús se muestra totalmente libre y crítico. Denuncia la actuación de
Herodes (cf. Lc 13,32; Mc 8,15), desacraliza el poder y el estado (cf. Mt 22,15-22) y ante
Pilatos se muestra libre y crítico de su situación (cf. Jn 19,8-11). Ante el poder religioso,
representado por los escribas, fariseos, saduceos y sumos sacerdotes, Jesús se muestra
valiente para denunciar su legalismo, su hipocresía, ambición y opresión que ejercen sobre
el pueblo (cf. Mt 23,1-36; Lc 11,37-54).
Jesús hace una opción fundamental por los marginados; son ellos los destinatarios de su
misión (cf. Lc 4,17-19). Su predicación a los pobres es señal de que Él es el Mesías (cf. Mt
11,4-6). Por eso ellos son los bienaventurados (cf. Lc 6,20-23) ya que viene el Rey que
implantará la justicia y transformará la realidad de opresión y marginación en que viven (cf.
Lc 1,52-53; 4,16-22). Convive con todos ellos: prostitutas, samaritanos, leprosos, pobres,
niños, viudas, ignorantes, enfermos, etc. En sus parábolas de misericordia (cf. Lc 15)
resalta su interés y su bondad hacia el pecador, lo mismo en las actitudes concretas que
tuvo hacia ellos (cf. Lc 7,36-50; Jn 8,1-11). Jesús se identifica con los pobres y marginados
desde adentro, en su vida y en su práctica; su identificación es tan plena, que en base a
nuestra solidaridad con ellos seremos juzgados (cf. Mt 25,31-46).
Teniendo en cuenta lo que hemos visto en los temas anteriores, podemos afirmar que Jesús
marcó un ideal ético a sus seguidores, pero fundamenta el comportamiento moral sobre
bases diferentes a las exigencias del judaísmo ortodoxo y a las de cualquier tipo de
filosofía.
Desde el Evangelio de Jesús, la base ética del cristiano será la «teología del amor». La
realización del hombre no estará en función del cumplimiento de normas legales, sino en el
compromiso vital con un Dios que es amor, que ama y que desea ser amado. Jesús no fue
un moralista, ni propuso una moral concreta. La ética de Jesús se revela a través de su vida.
Jesús muestra quién es Dios, cómo actúa y cómo, en consecuencia, debe obrar el creyente
en ese Dios que se manifiesta en Jesús.
Jesús revela a Dios como Padre («Abba»). Es un Padre misericordioso y cercano a todos,
pero muy especialmente amoroso con quienes necesitan misericordia y perdón. Para éstos
(pobres, incultos y pecadores) el Evangelio se convierte en Buena Noticia. A quienes hasta
ese momento se les cerraba la puerta de la salvación, se les va a proclamar dichosos y
amados preferencialmente por el Padre Dios.
La ética de Jesús es mucho más exigente que la judía. El cristiano debe situarse más allá del
marco legal. La moral evangélica se sitúa más allá de la ley. No se trata tanto de observar
leyes, cuanto de ajustar la propia existencia a la vida y programa de Jesús. Frente al temor,
el cristiano debe relacionarse con Dios por el amor; y este amor se manifiesta en el amor al
prójimo. La entrega y el compromiso nacen del amor que une al creyente con Dios y con
sus semejantes. Es la doble dimensión del amor (cf. 1Jn 4,16-21).
Algunos de ellos han sido llamados explícitamente por Jesús, respondiendo positivamente
al llamado, lo dejaron todo y le siguieron (cf. Mt 4,18-22; Mc 2,13-14). Otros, en cambio, a
pesar del llamado, no han querido seguirlo, como sucedió con el rico (cf. Lc 18,18-23) u
otros (cf. Jn 6,66). Para ser discípulo de Jesús es necesario e indispensable seguirlo (cf. Mt
10,38; Jn 8,12; 10,27). Se le sigue a Jesús porque Él es el Maestro (cf. Mt 8,19; Lc 7,40),
porque Él es el Camino, la Verdad y la Vida (cf. Jn 14,6), es decir, el camino vivo y
verdadero que conduce al Padre.
Seguir a Jesús no significa imitar, reproducir una imagen, ni hacer lo mismo, sino algo más
profundo y radical, que podría sintetizarse en un unirse a…, confiar en…, vivir con…,
obedecer…, lo que según Juan equivale a creer (cf. Jn 8,12). Seguir a Jesús es seguir su
camino (cf. Lc 9,57-62). Seguir a Jesús es participar en su suerte, compartir el mismo
destino del Maestro: no tener dónde reclinar la cabeza (cf. Lc 9,57-58); ser odiados y
perseguidos por el mundo (cf. Jn 15,18ss); llevar su cruz (cf. Mc 8,34s); beber su cáliz (cf.
Mc 10,38); compartir su cruz y su gloria (cf. Mt 8,19.22; 16,24; Jn 12,26).
La Virgen María nos es presentada como el modelo y prototipo de los discípulos de Jesús
(cf. Lc 8,19-21; 11,27-28). Es la Virgen orante (cf. Hch 1,14), oyente de la Palabra y
practicante (cf. Lc 1,38.45; 2,19.51), la Virgen oferente (cf. Jn 19,25-27). María oyendo y
practicando la Palabra de Dios, en la doble vertiente del amor hacia Dios y hacia los
hermanos, nos muestra el camino fundamental del seguimiento de Jesús.
10.1. Introducción
Nosotros empezamos el acercamiento a Jesús en los Evangelios desde el acontecimiento de
su resurrección, pues afirmábamos que, desde la fe en el Resucitado, la primera comunidad
cristiana, relee e interpreta toda la vida de Jesús. Ahora, una vez hecho este camino,
podemos acercarnos a la contemplación del misterio de la pasión y muerte de Jesús, y tratar
de descubrir su significado para nuestra vida.
Los relatos evangélicos de la pasión y muerte de Jesús son historia hecha por creyentes,
interpretada a la luz de la fe pascual. A la luz de la Resurrección, la comunidad primitiva
llega a reconocer plenamente la identidad de Jesús, el sentido de su vida, de su sufrimiento
y de su muerte. Son recuerdos y testimonios transfigurados por la fe pascual, más
interesados en el profundo sentido de los hechos que en su exacto desarrollo.
10.2. La pasión y muerte de Jesús en los Evangelios
Jesús llega a intuir su muerte violenta (cf. Mt 8,31-32; 9,30-32; 10,32-34). La causa de la
muerte de Jesús hay que buscarla en su misma vida. Su muerte es incomprensible sin su
vida, y ésta lo es sin aquél para quien él vivió: su Dios y Padre.
10.3. Su significado
La muerte de Jesús ha sido un asesinato (cf. Hch 2,23; 3,15; 4,10), no fue algo casual, sino
que se debió a la oposición que fue creando la persona, la actividad y la doctrina de Jesús.
Fue condenado por la autoridad religiosa por blasfemo (cf. Mt 26,57ss). Fue condenado por
el poder civil por sedicioso y agitador de masas que pone en peligro la seguridad del
imperio (cf. Jn 19,12; Lc 23,8-12). Los poderosos llevaron a la muerte a aquél que era un
reproche vivo de su modo de vivir y actuar (cf. 1Ts 2,15).
Pero también podemos decir que Jesús murió voluntariamente por nuestra salvación, para
liberarnos del pecado y de todas sus consecuencias (cf. 1Ts 5,9-10). Jesús, libre y
voluntariamente optó por un género de vida, y aceptó los riesgos que comportaba (cf. Jn
10,17-18; 12,27; 13,1-3; 18,5-6) y por lo mismo aceptó libremente (no pasivamente) la
muerte que otros le causaban.
Jesús asume la muerte que implica vivir fielmente el proyecto del Padre en un mundo de
pecado. Dios no quiere la muerte de Jesús, como tampoco quiere nuestro sufrimiento. Pero
lo que sí quiere Dios es la fidelidad, la respuesta amorosa a la entrega amorosa del Padre.
Dios quiere el amor fiel de Jesús; y el amor fiel de Jesús, en un mundo de pecado, lleva
aparejada la muerte en cruz.
Teniendo como referencia la actitud de Jesús, podemos decir, también, que la actitud del
cristiano ante el sufrimiento y la muerte, excluyen el masoquismo, el dolorismo, la
resignación, la evasión, pero también la explicación. Jesús no responde al porqué del
sufrimiento, sino que sufre con nosotros. Jesús dio sentido a su sufrimiento viviéndolo por
los demás en el servicio a Dios y en la solidaridad con los hombres que sufren. Y creemos
que esa manera de vivir el sufrimiento recibió de Dios el sí de la Resurrección.
El hecho de que Jesús haya vencido a la muerte y al pecado y que Él haya correspondido al
amor gratuito de Dios, ha conseguido que el conjunto de la creación haya correspondido ya.
Pero yo no he perdido mi individualidad personal ni mi libertad. Todo lo de Jesús tiene que
irse realizando en mí, y conmigo en todos los que están a mi lado: el resto de la humanidad.
Queremos concluir el módulo recordando tres números del Documento de Puebla, que nos
parecen una buena síntesis y conclusión de todo lo que hemos visto en el curso.
Por eso, el Padre resucita a su Hijo de entre los muertos. Lo exalta gloriosamente a su
derecha. Lo colma de la fuerza vivificante de su Espíritu. Lo establece como Cabeza de su
Cuerpo que es la Iglesia. Lo constituye Señor del mundo y de la historia. Su resurrección es
signo y prenda de la resurrección a la que todos estamos llamados y de la transformación
final del universo. Por Él y en Él ha querido el Padre recrear lo que ya había creado… (D.
Puebla 195)
Bibliografía
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