CRISTOLOGIA

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Introducción a la Cristología

La persona de Jesucristo es el centro, el corazón mismo de la fe,


de la doctrina y dela vida cristiana.

Escuela de Formación Misionera


Vicariato Apostólico de Izabal
ESQUEMA GENERAL

Introducción

1. Introducción al Nuevo Testamento y a los Evangelios


1.1. El Nuevo Testamento
1.2. Nociones generales sobre el Nuevo Testamento
1.3. ¿Qué son los Evangelios?
1.4. Contenido y finalidad de los Evangelios

2. Jesús de Nazaret
2.1 . Jesús, personaje histórico
2.2. Jesús, personaje evangélico

3. La Resurrección de Jesús
3.1. Introducción
3.2. Los acontecimientos
3.3. El significado de estos acontecimientos
3.4. Jesucristo, revelación del misterio de Dios y del hombre

4. La Infancia de Jesús
4.1. Sentido y finalidad de los relatos de la Infancia
4.2. Los orígenes de Jesús en Mateo
4.3. Los orígenes de Jesús en Lucas
4.4. En conclusión

5. El Bautismo y las tentaciones de Jesús.


5.1. El Bautismo de Jesús en los evangelios
5.2. Significado e implicaciones
5.3. Los relatos de las tentaciones
5.4. Significado de las tentaciones

6. El Mensaje de Jesús: El Reino de Dios


6.1. El Rey en el Antiguo Testamento
6.2. Jesús proclama y realiza el Reino de Dios
6.3. Características del Reino de Dios
6.4. Exigencias del Reino

7. Las Bienaventuranzas
7.1. Introducción
7.2. Las Bienaventuranzas: el programa del Reino
7.3. En conclusión

8. Actitudes fundamentales de Jesús


8.1. Jesús ante su Padre Dios
8.1.1. La opción fundamental de Jesús
8.2. Jesús ante la Ley
8.3. Jesús ante el Templo
8.4. Jesús ante los poderosos
8.5. Jesús ante los marginados

9. La ética y el seguimiento de Jesús


9.1. La ética de Jesús
9.2. El amor, norma suprema de la moral evangélica
9.3. El seguimiento de Jesús
9.4. Exigencias del seguimiento de Jesús

10. La Pasión y Muerte de Jesús


10.1. Introducción
10.2. La Pasión y Muerte de Jesús en los Evangelios
10.3. Su significado
10.4. El Misterio Pascual: Muerte y Vida
1. INTRODUCCIÓN AL NUEVO TESTAMENTO Y A LOS EVANGELIOS

1.1 El Nuevo Testamento


En la Biblia, la Palabra de Dios, nos encontramos con la revelación del misterio de Dios en
la historia y con el plan de salvación que tiene para nosotros.

El Antiguo Testamento es la etapa de la preparación, de la promesa, de la antigua alianza.


El fin principal de esa etapa era anunciar y preparar la venida de Cristo (cf. Lc 24,44; Jn
5,39; 1Pe 1,10). Cuando llegó la plenitud de los tiempos (cf. Gal 4,4) envió Dios a su Hijo
(cf. Heb 1,1-2), la Palabra hecha carne (cf. Jn 1,14). Jesús a través de su vida, muerte y
resurrección realizó la plenitud de la revelación y de nuestra salvación.

En los escritos del Nuevo Testamento se recoge el testimonio de la vida y el mensaje de


Jesús, que realiza nuestra salvación, estableciendo la Nueva y Eterna Alianza entre Dios y
los hombres, y los inicios de la predicación del Evangelio, respondiendo al envío de Jesús a
continuar su obra de salvación entre todos los hombres (cf. Mt 28,18-20; Mc 16,15-16).

En el Nuevo Testamento y de una manera especial en los Evangelios, Jesús nos habla, nos
sigue hablando cada día. Ellos nos acercan profundamente a Jesús para conocer no sólo sus
palabras, sino sobre todo sus actitudes, su entrega fiel al Padre, su solidaridad con todos los
hombres, especialmente con los pobres y marginados. En ellos encontramos el maravilloso
proyecto que Dios tiene para cada uno de nosotros.

1.2 Nociones generales sobre el Nuevo Testamento

a) El Nuevo Testamento está formado por 27 libros:


- Los 4 Evangelios (Mateo, Marcos, Lucas y Juan) que narran la vida y el mensaje de
Jesús.
- Los Hechos de los Apóstoles que narran los comienzos de la vida de la Iglesia. -
Las 21 cartas que nos hablan de la vida de las primeras comunidades cristianas y
nos enseñan como van aplicando a su situación el Evangelio de Jesús. Son: las 13
cartas de S. Pablo (Rom, 1 y 2 Cor, Gal, Ef, Flp, Col, 1 y 2 Tes, 1 y 2 Tim, Tit y
Flm); la carta a los Hebreos; las 7 cartas "católicas" (St, 1 y 2 Pe, 1, 2 y 3 Jn y Jds).
- Y el libro del Apocalipsis, de carácter profético.

b) La formación del Nuevo Testamento:

Jesús, con sus palabras y obras, con su vida, lleva a cabo la obra de la salvación,
inaugurando entre nosotros el Reino de Dios. Jesús no escribió nada. Los Apóstoles, fieles
al mandato de Jesús, empiezan a predicar la Buena Nueva y a hacer presente la salvación
realizada por el Señor.

Al pasar el tiempo y aumentar las comunidades sienten la necesidad, para conservar la


memoria, de ir poniendo por escrito lo dicho y realizado por Jesús. Así surgen, primero
pequeñas recopilaciones de las palabras y de los hechos de Jesús, que luego son la base de
los cuatro evangelios. El resto de los escritos surgen como respuesta a inquietudes,
necesidades o problemas de las diferentes comunidades y de algunas personas.
c) Fechas y autores de los libros.

La composición de los distintos libros se puede situar entre los años 50 y 100 de nuestra
era. El primer escrito parece ser la primera carta de Pablo a los Tesalonicenses, y los
últimos, el evangelio de Juan y su primera carta.

Los autores de los libros son los evangelistas y apóstoles, aunque posiblemente algunos
estén escritos por discípulos de los apóstoles, recogiendo la doctrina apostólica.

1.3. ¿Qué son los Evangelios?

Evangelio significa "buena noticia". Los primeros cristianos llamaban así a la obra y al
mensaje salvador de Jesús. A partir del siglo segundo la palabra "Evangelio" empezó a
designar a los escritos que hoy conocemos como los evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y
Juan.

Los Evangelios nos presentan la vida, doctrina, pasión, muerte y resurrección de Jesús que
ha sido constituido en Nuestro Señor y Salvador. De esta forma nos comunican la "Buena
Noticia" de salvación en Cristo, para que el hombre se convierta a Dios y a sus hermanos y
viva en comunidad.

Aunque su forma externa es la de una narración histórica, en realidad su intención más


profunda es de tipo pastoral. Los evangelios no son sólo la narración de unos
acontecimientos históricos, sino la “proclamación del gran acontecimiento de la
salvación”. En este sentido, los Evangelios son auténticas catequesis acerca del Señor. Los
Evangelios son, ante todo, un testimonio de fe. Quienes los escribieron querían comunicar
una experiencia que había cambiado radicalmente sus vidas.

De los cuatro Evangelios, los tres primeros (Mt, Mc y Lc) presentan entre sí tales
semejanzas que pueden ponerse en columnas paralelas y tener una "visión de conjunto con
una sola mirada" (sinopsis), de ahí que son llamados sinópticos.

1.4. Contenido y finalidad de los Evangelios

El Evangelio fue primero vivido por la comunidad primitiva y después redactado. Los
primeros cristianos alimentaron su fe apoyándose en el mensaje de Jesús, transmitido por la
predicación de los apóstoles (testigos oculares).

Con el paso del tiempo y ante las diversas situaciones que van viviendo las comunidades,
ven la conveniencia de recoger las palabras y los hechos de Jesús. Con estos materiales los
evangelistas elaboran los Evangelios que conocemos, dirigidos o pensados para
comunidades cristianas concretas. Por eso el único Evangelio (la Buena Noticia), se
transmite desde cuatro ángulos diversos, teniendo en cuenta diferentes situaciones de las
comunidades cristianas.
Por lo tanto, los evangelistas no pretenden hacer una crónica exacta de los acontecimientos,
ni una presentación fotográfica de la vida de Jesús, ni intentaron reproducir materialmente
las palabras y obras de Jesús. Sino que recogiendo el testimonio de los testigos, la tradición
oral y los primeros escritos, seleccionan, ordenan y adaptan para sus comunidades las
palabras y los hechos, la vida y la obra de Jesús, como anuncio de la Buena Noticia de la
Salvación e invitación a la conversión y a la fe, viviendo en el seguimiento de Jesús.

Los evangelistas, basándose en la vida de Jesús, pero iluminada e interpretada a la luz de la


resurrección y bajo la guía del Espíritu, nos transmiten "la memoria" de Jesús, para
ponernos en contacto con Él, con sus actitudes y criterios fundamentales, para que nosotros
que confesamos a Jesús como Hijo de Dios, lo sigamos realmente.

El hecho de que los evangelistas no pretendan transmitirnos al pie de la letra los


acontecimientos y las palabras de Jesús, nos ayuda a entender las diferencias que
encontramos en ellos. Por ejemplo: las bienaventuranzas son distintas en Mateo (cf. 5,1-12)
y en Lucas (cf. 6,20-26); también el Padrenuestro (cf. Mt 6,9-13 y Lc 11,2-4); y las
palabras de Jesús en la cruz (cf. Lc 23,34.43.46; Jn 19,26-27.28.30; Mc 15,34; Mt 27,46).
Cada uno seleccionó y adaptó para sus comunidades lo dicho y hecho por Jesús.

2. JESÚS DE NAZARET

2.1. Jesús, personaje histórico

Si tenemos en cuenta los criterios históricos modernos, son pocos los datos históricos que
tenemos de Jesús. Es hijo de María y nació el año 6 ó 7 antes de Cristo. Fue discípulo de
Juan el Bautista durante un tiempo, probablemente en torno a Qumran, el Mar Muerto y el
río Jordán, pero se separa de él y se dedica a predicar la llegada inminente del Reino de
Dios, comenzando por su región, en Cafarnaúm, el centro de Galilea.

Si no hay documentos históricos sobre Jesús, es porque fue uno más entre los judíos
comprometidos de su época. Sin embargo, los datos que aportan los evangelistas sobre la
actuación de Jesús y sobre su tiempo, coinciden con lo relatado por el historiador judeo-
romano Flavio Josefo.

Jesús es galileo. Los galileos vivían su religiosidad un tanto al margen (y despreciados) de


Jerusalén. Soportaban el mayor peso de los impuestos, frente a la casi exención de la
aristocracia de Jerusalén (tenida por colaboracionista con Roma). El ambiente galileo
vibraba con todo mensaje que hablara de acabar con la opresión. Hay que tener en cuenta,
que, según los sinópticos, Jesús se limitó a predicar en Galilea y sólo subió a Jerusalén
para culminar su misión.

Jesús, en continuidad con los profetas, anuncia la llegada del Reino mesiánico. Pero este
reino no se instaurará mediante una revolución política. Jesús anuncia que la esperada
actuación de Dios en este mundo comienza ya, que ya se nota su presencia. Anuncia la
llegada inminente del Reino de Dios, que llega gratuitamente y para todos, siendo sus
primeros destinatarios los más pobres. El Reino de Dios está vinculado a la persona de
Jesús, o sea, a la aceptación de su persona y predicación; lo que significará un punto de
conflicto en la vida de Jesús.

Jesús tiene éxito al comienzo, es seguido al principio por sus signos, por su predicación de
la inminente llegada del Reino de Dios, con la que se va a hacer presente la felicidad que
todo el mundo desea. Pero enseguida la predicación de Jesús empieza a entrar en conflicto.

La llegada del Reino de Dios supone el final de la estructura política y religiosa sobre la
que se mantiene Israel: la ley y el templo (cf. Jn 11,50s). Y esto no es del gusto del
judaísmo, ni fariseo ni saduceo. En segundo lugar, ¿es verdad que el Reino llega con Jesús?
En torno a este punto se va a jugar la condena a muerte. ¿Jesús trae un mensaje de parte de
Dios o es un impostor? Ciertamente Jesús no logró convencer a las autoridades de la
legitimidad de su misión. Y, en tercer lugar, ¿es verdad que el Reino de Dios está ofrecido a
todos gratuitamente, sin que lo tengamos que merecer? Si nosotros tenemos que merecer el
amor de Dios, entonces Jesús es un falso profeta.

Jesús asume el conflicto cuando decide subir a Jerusalén, pues sabe que significa
enfrentarse a las autoridades. Esto provoca las deserciones entre sus seguidores. Jesús lo
sabe y lo asume. Asume la muerte que prevé le va a sobrevenir y ofrece su vida por el
Reino de Dios.

2.2. Jesús, personaje evangélico

Cuando nos acercamos a la persona de Jesús en los Evangelios, tenemos que tener en
cuenta dos realidades, que, aunque parecen evidentes, a veces olvidamos. En primer lugar,
que Jesús es un hombre histórico concreto; un judío, que vive en el ambiente judío de su
época y que practica la religión judía. Y, en segundo lugar, que los evangelistas al escribir
después de la muerte y resurrección de Jesús, presentan una imagen “divinizada” del Jesús
histórico; o sea, nos presentan a Jesús con la luz nueva que nace de la fe pascual; desde la
fe en Jesús como Hijo de Dios. Esto no quiere decir que los evangelistas se inventen la
persona histórica de Jesús ni su mensaje, pero nos transmiten solamente los aspectos del
Jesús histórico que pueden ayudar más a sus comunidades y siempre iluminados desde la
fe.

Tenemos que cuidar siempre el afirmar con la misma intensidad la humanidad y la


divinidad de Jesús. Jesús es hombre al cien por ciento e Hijo de Dios al cien por ciento.
Muchos cristianos, en el fondo de su corazón, no conciben a Jesús como un hombre
auténtico; le atribuyen quizás un auténtico cuerpo de hombre, pero no una auténtica
psicología y una auténtica vida de hombre. Algo así como si el Hijo de Dios se hubiera
puesto un vestido de hombre (el cuerpo), pero no fuera hombre realmente.

El hombre histórico Jesús de Nazaret es la encarnación del Hijo de Dios, que nos revela el
nuevo rostro de Dios. En Jesús Dios abraza toda nuestra humanidad (menos el pecado) y
nos da su vida para salvarnos y llevarnos a Él. Y en Jesús se nos revela el proyecto de
humanidad que Dios tiene para nosotros, que no excluye lo humano, sino que busca la
liberación integral del hombre y el desarrollo pleno de todo lo que es verdaderamente
humano.
Quizás valga la pena que nos detengamos un momento a pensar y tomar conciencia de
¿cómo vemos nosotros a Jesús? ¿cuáles son nuestras imágenes sobre Jesús? ¿nuestra
imagen preferida de Él? Si ponemos el acento en la humanidad o en la divinidad; si
disminuimos o aumentamos la importancia de una u otra... Puede ayudarnos el hacer una
especie de “credo” personal en Jesús.

3. LA RESURRECCIÓN DE JESÚS

3.1. Introducción

La resurrección de Jesús es la piedra angular de la fe cristiana. Si Cristo no ha resucitado


vana es nuestra fe (cf. 1Cor 15,17). Este acontecimiento experimentado por los apóstoles
transforma radicalmente su vida. Por eso, como ya vimos, todos los escritos del Nuevo
Testamento están hechos a la luz de la fe que nace de la Pascua. ¡Jesús sigue vivo! Dios lo
ha resucitado y lo ha constituido Señor. Jesús es el Cristo, el Mesías, el Hijo de Dios,
nuestro Salvador.

Con la luz de la fe en el Resucitado se relee toda la vida de Jesús, sus palabras y sus hechos,
para ser anunciados como la Buena Noticia de la Salvación, que es llamada a la conversión
y a la adhesión personal a Jesús (la fe), para vivir en su seguimiento. Por eso también
nosotros empezamos por la resurrección de Jesús, antes de ver su vida y mensaje en la
Palabra de Dios.

3.2. Los acontecimientos

Después del tremendo y doloroso acontecimiento de la muerte de Jesús en la cruz, los


apóstoles viven la asombrosa experiencia del encuentro con Jesús ¡que vive! ¡Cristo ha
resucitado! Pero su resurrección no es la reanimación de un cadáver; Jesús vive una
existencia nueva junto a Dios.

La resurrección de Jesús fue un acontecimiento real, pero no fue un acontecimiento


puramente histórico, sino “meta-histórico” porque supera y transciende las leyes comunes
de lo histórico. Los evangelistas nos presentan este acontecimiento a través de dos
realidades o signos que se complementan mutuamente.

En primer lugar nos hablan del sepulcro vacío, como un signo negativo: Jesús no está en el
sepulcro (cf. Mt 28,1-8.11-15; Mc 16,1-8; Lc 24,1-12; Jn 20,1-10). Y en segundo lugar, la
experiencia positiva de las apariciones de Jesús a distintas personas: a María Magdalena
(cf. Jn 20,11-18); a las mujeres (cf. Mt 28,9-10); a los dos caminantes de Emaús (cf. Lc
24,13-35); a los once (cf. Lc 24,36-43; Jn 20,19-20.24-29). Nosotros podríamos añadir,
además, la transformación que se produce en la vida de estas personas cuando son
invadidos por la fuerza del Resucitado, como otro signo positivo de la resurrección de
Jesús.

Los relatos de las apariciones son la forma como los primeros testigos de la resurrección
nos cuentan su experiencia del encuentro con el Señor resucitado; y se trata de una
experiencia inefable, mística, pues es un encuentro directo con Dios. Así pues, tratan de
transmitirnos algo de esta experiencia inexpresable a través de las categorías que tienen a su
alcance. Hay cinco elementos presentes en todos los relatos:
a) Una situación concreta: están los apóstoles o las mujeres
b) Jesús les sale al encuentro inesperadamente
c) Jesús les saluda
d) Hay un reconocimiento, a veces costoso
e) el Resucitado les da una misión (cf. Mt 28,8-10).

Los relatos nos van mostrando, también, dónde nos podemos encontrar con el Señor
resucitado: en el partir el pan, en la Palabra, en el camino de la vida, en la comunidad -
iglesia (cf. los discípulos de Emaús y el encuentro con María Magdalena). Después los
evangelistas nos muestran, de diversas formas, las ascensión de Jesús y la donación del
Espíritu Santo (cf. Mc 16,19-20; Lc 24,50-53; Hch 1,4-12; 2,1-13; Jn 20,21-23), para
anunciarnos la plena glorificación de Cristo, su no presencia visible entre nosotros y la
nueva presencia en el Espíritu.

3.3. El significado de estos acontecimientos

Estos acontecimientos nos hacen ver que la muerte de Jesús no ha sido un fracaso, sino un
paso a la VIDA. La Nueva y Verdadera Pascua: el paso de la muerte a la Vida (cf. Lc
24,18-27). Son la glorificación plena que el Padre da a su Hijo (cf. Jn 17,5.24; Flp 2,6-11).
Son el SI de Dios al estilo de vida de Jesús, a su opción fundamental.

Jesús ha sido fiel a Dios y Dios ha sido fiel a Jesús. Dios no ha abandonado a Jesús y lo ha
resucitado de entre los muertos. ¡Jesús vive!, no ha acabado, no está muerto. Y vive en todo
lo que es y en lo que fue. No sólo en el sentido que pervive un líder en sus ideas y en sus
seguidores. Jesús está vivo para nunca más morir; está vivo en el ser de Dios.

Decir que Jesús ha resucitado significa que Jesús tenía razón, es decir, Dios es como Jesús
dijo que era, como Jesús lo reveló. Y los hombres nos hemos de relacionar con Dios como
Jesús dijo, y nos debemos relacionar entre nosotros como Jesús se relacionó con nosotros,
entregando su vida por los que amaba... El sentido de la historia de la humanidad y de la
vida está en ser como Jesús... Jesús es el hombre como Dios quiere que sea el hombre. Ser
hombre es ser como Jesús. El sentido de la vida es ser y vivir como Jesús.

Estos acontecimientos son la señal de que Jesús está vivo, pero ya no es visible en el
mundo. Se ha ido a la derecha del Padre y desde allí nos ha enviado al Espíritu para que
empiece el tiempo de la Iglesia, el tiempo del testimonio hasta que Él vuelva de nuevo al
final de los tiempos (cf. Ap 22,20; 1Cor 16,22).

Este acontecimiento transforma la vida de los discípulos, e invadidos por la presencia y


acción del Espíritu se convierten en hombres nuevos: en su manera de ser y de pensar, en
sus actitudes, en sus valores y horizontes. Se sienten perdonados y convertidos y aceptan
los valores del Reino predicado por Jesús, comprometiéndose a quitar de su existencia todo
lo que sonara a muerte (egoísmo, envidia, celos, avaricia, violencia...) y a desarrollar sólo
los valores que fluyen de la vida y que engendran vida (entrega, generosidad, servicio,
ayuda, amor...).

En la resurrección de Jesús tenemos ante nuestros ojos, hecho realidad, el acontecimiento


del fin. En el Resucitado contemplamos el término hacia el que caminamos, todo el sentido
de nuestra existencia. Por su resurrección Jesús es constituido Señor sobre el mundo entero.
Mediante su Espíritu, el Señor prolonga en el presente de la Iglesia el hecho histórico del
pasado, su muerte-resurrección, reviviendo constantemente su eficacia salvadora.

Jesús resucitado congrega a la Iglesia. La Iglesia es el grupo de personas que confiesan que
el Señor vive y que orientan su existencia (desde lo que contemplan y aceptan en el
acontecimiento de la Resurrección): Dios nunca abandona al hombre justo, (aunque a veces
pueda parecer lo contrario); merece la pena ser como Jesús y realizar en nuestra vida su
mismo itinerario, convencidos de que en ese itinerario de Jesús es donde está el sentido del
mundo y el sentido de la historia y de la vida de cada uno de los hombres.

3.4. Jesucristo, revelación del misterio de Dios y del hombre


Nuestros primeros hermanos en la fe comprendieron muy bien que la fe en el Resucitado
relativiza todo concepto previo acerca de Dios y del hombre. En Jesucristo se nos revela el
misterio de Dios y del hombre.

Muchas veces y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros antepasados por
medio de los profetas, ahora en este momento final nos ha hablado por medio del Hijo, a
quien constituyó heredero de todas las cosas y por quien hizo también el universo (Heb
1,1-2). Dios sale a nuestro encuentro y podemos llegar a Él por múltiples caminos. Pero los
cristianos reconocemos que Dios ha salido a nuestro encuentro de una manera nueva y
sorprendente en Jesucristo, el Hijo de Dios. Y por lo tanto, Jesucristo se convierte para
nosotros en el lugar privilegiado de la revelación de Dios: Yo soy el Camino, la Verdad y la
Vida. Nadie va al Padre sino por mí... El que me ve a mí, ve al Padre (Jn 14,6.9; cf. 1,18).
Por esta razón, nosotros no podemos aplicar sin más nuestras ideas previas sobre Dios a la
persona de Jesús; sino que iremos confrontando nuestros conceptos sobre Dios con lo que
nos revela Jesús en su persona, en sus palabras y en sus obras; iremos acercándonos con
humildad al conocimiento del Padre en lo que nos revela la vida de su Hijo entre nosotros.
Pero Jesús no sólo revela al Padre, sino que para el cristiano revela también lo que está
llamado a ser el hombre y la mujer. Para el creyente la persona humana de Jesús es la
imagen más perfecta de Dios; en Jesucristo, el Hijo de Dios, se realiza verdadera y
plenamente la imagen de Dios, y por lo tanto en Él descubrimos de una manera plena lo que
significa ser hombre y mujer, cuya esencia consiste en ser imagen de Dios. Por eso Jesús
nos revela lo que está llamada a ser realmente la persona humana. Y este proyecto lo
realizaremos en la medida que reproduzcamos en nosotros la imagen de Dios. Estamos
llamados a reproducir la imagen de su Hijo (Rom 8,29)

Precisamente porque creemos que en Jesús se nos revela quién es Dios y quién es el
hombre, el conocimiento y seguimiento de la persona de Jesús son fundamentales para
nuestra vida cristiana. De hecho así lo entendieron nuestros primeros hermanos en la fe y
esa necesidad da origen a la redacción de los Evangelios, como ya hemos visto. Y esta
necesidad vital es la que fundamenta también nuestro curso: ¿quién es Jesús? ¿qué hizo?
¿cómo vivió? ¿cómo realizó en su persona, su vida y actuación el proyecto, el ser imagen
de Dios?

Nosotros vamos a acercarnos a la persona de Jesús fundamentalmente a través de la


Palabra, sin olvidar, como nos recuerda Puebla, que “Jesucristo, exaltado, no se ha apartado
de nosotros; vive en medio de su Iglesia, principalmente en la Sagrada Eucaristía y en la
proclamación de su palabra; está presente entre los que se reúnen en su nombre (cf. Mt
18,20) y en la persona de sus pastores enviados (cf. Mt 10,40; 28,19ss) y ha querido
identificarse con ternura especial con los más débiles y pobres (cf. Mt 25,40)”9.

4. LA INFANCIA DE JESÚS
4.1. Sentido y finalidad de los relatos de la infancia

Hasta hace muy poco tiempo, los llamados evangelios de la infancia (Mt 1-2; Lc 1-2) se
han entendido y se han leído como si fueran una especie de biografía sobre los primeros
años de Jesús. Desde hace medio siglo, los estudiosos de la Biblia coinciden en atribuirles
un gran contenido teológico, semejante al profundo y elaborado prólogo de San Juan,
aunque Mateo y Lucas utilicen un género literario diferente. Los cuatro evangelistas
pretenden presentar al Hijo de Dios, hecho hombre, en quien creen después de que ha
resucitado y a quien siguen sus respectivas comunidades.

Así pues, los relatos de la infancia son «presentaciones» de Jesús como Hijo de Dios:
¡Jesús viene de Dios! Como todo el Evangelio no pretenden hacer una biografía de Jesús,
sino que son el "anuncio, la buena noticia" de que Dios nos ha enviado a su Hijo para
nuestra salvación. Y esto es lo que quieren anunciarnos Mateo y Lucas desde el inicio de su
Evangelio; y además lo hacen de una forma distinta teniendo en cuenta a las comunidades a
las que se dirigen.

4.2. Los orígenes de Jesús en Mateo

Mateo nos presenta a Jesús desde el inicio, a través de la genealogía, como hijo de
Abraham, hijo de David, el Mesías Salvador, el Emmanuel. Insiste en afirmar que en Jesús
se cumplen las profecías del Antiguo Testamento (como hará en todo su Evangelio),
resaltando su condición divina de Mesías enviado para la salvación universal.

Mateo nos presenta a Jesús como Hijo de Dios, afirmando su condición divina desde el
inicio, por su concepción virginal en el seno de María; aunque, como buen judío, resalta la
figura de José (cf. Mt 1,18-24).

La segunda gran preocupación de Mateo es presentar a Jesús como descendiente de David:


el Mesías davídico libertador del pueblo, pero no sólo de Israel, sino del universo entero.
Esta presentación la realiza haciendo una comparación con Moisés y mostrando a Jesús
como la superación del más grande libertador hebreo, abriéndose a todo el mundo, para lo
que se sirve de los Magos como hilo conductor de toda la historia (Se pueden comparar
fácilmente los inicios de la historia de Moisés con el relato del nacimiento de Jesús; cf. Ex
1-4). Jesús, además de ser el hijo de David y el nuevo Moisés, es el Mesías universal.
4.3. Los orígenes de Jesús en Lucas
La presentación de Lucas tiene la misma pretensión de anunciar a Jesús como el Hijo de
Dios, el Mesías y Salvador universal, pero lo hace de una forma distinta teniendo en cuenta
tradiciones judías y elementos de la cultura griega, para ser comprendidos por los
destinatarios de su Evangelio. Utiliza el esquema de anunciación de los personajes bíblicos
(Isaac, Gedeón, Sansón, Samuel...) y también el esquema griego del paralelismo, en el que
se presentaba a un héroe comparándolo con otro.

De esta forma nos presenta el nacimiento de Jesús comparándolo con el de Juan el Bautista
(los dos relatos se pueden ir leyendo en paralelo: Lc 1,5-25 y 1,26-38), mostrando la
superioridad de Jesús sobre Juan. En el relato de la anunciación María ocupa el lugar
central, aceptando y entregándose incondicionalmente al plan de Dios. También Lucas
afirma la concepción virginal de Jesús y proclama su fe en la divinidad y origen divino de
Jesús.

4.4. En conclusión

Mateo y Lucas no pretenden realizar una crónica de la infancia de Jesús. Su objetivo es


plasmar unas reflexiones teológicas, donde se reflejen el origen y la condición divina de
Jesús, el hombre excepcional que el judaísmo esperó para instaurar el reino de paz y de
justicia. La comunidad cristiana debe ver a Jesús como culmen y realización de la promesa.

Ambos concuerdan en los temas teológicos fundamentales: revelación de la verdadera


personalidad de Jesús, hijo de Abraham e hijo de David (cf. Mt 1,18s; Lc 2,5); es el Cristo,
el Mesías esperado y que realiza las Escrituras. Los dos revelan los estrechos lazos entre
Jesús (engendrado por el Espíritu) y Dios. Ambos insisten en la concepción virginal de
Jesús y subrayan el tema de la universalidad de la salvación (cf. Mt 2,1s; Lc 2,31-32).

Pero no debemos olvidar, que Mateo, Lucas y Juan, en su prólogo, nos anuncian que el
Hijo de Dios se ha hecho carne, hombre, uno de nosotros. Dios ha querido realizar la obra
de nuestra salvación a través de la «encarnación» del Hijo; o sea, no desde el poder y la
imposición, sino desde el abajamiento y la radical solidaridad con nosotros. Es, como si
desde el inicio, los evangelistas nos hicieran una doble advertencia. Tenemos que estar
atentos para saber descubrir la revelación del misterio de Dios y del proyecto que tiene para
nosotros, en la persona, la vida y el mensaje de Jesús de Nazaret. Y nos advierten, también,
sobre la forma como nosotros continuamos la misión salvadora de Jesús, que no puede ser
otra que desde la encarnación y la solidaridad.

5. EL BAUTISMO Y LAS TENTACIONES DE JESÚS


5.1. El Bautismo de Jesús en los evangelios

El relato del bautismo de Jesús nos lo han transmitido los cuatro evangelistas. Los cuatro
tienen conciencia de que este acontecimiento constituye un comienzo, el punto de arranque
de la actividad de Jesús. Durante los tres primeros siglos del cristianismo no se celebró
expresamente el nacimiento de Jesús. Este acontecimiento quedaba englobado en la Fiesta
del Bautismo, momento en el que Jesús «nació» a su misión pública salvadora.
La descripción del bautismo de Jesús nos es presentada en los cuatro evangelios de una
forma grandiosa y solemne, para mostrarnos la importancia y el significado de este
acontecimiento en su vida. Vamos a tratar de ver ambas cosas analizando los relatos de
cada evangelista.

Marcos (1,9-11) nos da la versión más sobria del hecho. Para él lo importante viene
después del bautismo: Jesús vio rasgarse el cielo y al Espíritu que bajaba hacia Él en forma
de paloma, y escucha la voz dirigida a él: "Tú eres mi Hijo amado". Marcos ve en el
bautismo de Jesús la llegada del Mesías, tal como anunciaron los profetas (cf. Is 40,3ss).

Mateo (3,13-17) es más explícito. Jesús va a bautizarse al Jordán; Juan se resiste (Jesús es
superior a Juan), pero Jesús quiere "cumplir toda justicia". Se abren los cielos y el Espíritu
se posa sobre Él. Es el encuentro directo entre Jesús y el Espíritu. Ahora la voz del cielo se
dirige a todos los presentes: "Este es mi Hijo amado..." (3,17), como si también fuera
dirigida a nosotros.

Lucas (3,21-22) expresa de forma más original el carácter inaugural del bautismo de Jesús,
colocando al Bautista en la cárcel antes de que Jesús fuera a bautizarse (3,19-20). Así, con
Juan terminaría la historia de Israel y con el bautismo de Jesús comenzaría el tiempo de
salvación por excelencia. Jesús se bautiza junto con otros, en medio del pueblo. Una vez
bautizado, se puso en oración (3,21), como en todos los momentos decisivos de su misión,
según Lucas, se dejó llenar por el Espíritu y escuchó la voz del cielo.

Juan, aunque no describe el bautismo de Jesús, nos muestra a Juan Bautista dando
testimonio de su bautismo: He visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se
quedaba sobre Él (1,32). Juan Bautista contrapone a su bautismo con agua el bautismo con
Espíritu Santo de Jesús, y ése es, en concreto, la prueba de que Jesús es el elegido de Dios.

5.2. Significado e implicaciones


En los relatos evangélicos se quiere mostrar a la comunidad cristiana que en Jesús se
encarna y realiza el ideal del Mesías esperado y anunciado por los profetas: se rasgan los
cielos (cf. Is 63,19); desciende el Espíritu sobre Jesús (le unge como profeta para anunciar
su mensaje de liberación, cf. Is 11,2-5; 42,1; 61,1ss) y se escucha la voz del cielo que
proclama que Jesús es el Elegido, el Siervo de Yahvé que es el Hijo amado.

El Bautismo de Jesús nos es presentado como el momento de toma conciencia o inicio de


su misión, en la línea del profetismo bíblico: llamada a la conversión y proclamación de la
llegada del Reino, y recibe el envío y la confirmación de parte de Dios para realizar su
misión de salvación.

El bautismo cristiano supone el compromiso de compartir con Jesús la vida y la


proclamación del mensaje del Reino. El cristiano bautizado queda penetrado, como Jesús,
por el Espíritu y recibe la fuerza para luchar por el Reino. Es el mismo Espíritu el que
descendió sobre Jesús en el Jordán, bautizó a la Iglesia en Pentecostés y sigue actuando en
quienes, por el bautismo, deciden llamarse y ser cristianos. De esta manera, el cristianismo
continúa el compromiso de revivir el ideal y la misión de Jesús.
5.3. Los relatos de las tentaciones
En continuidad con el relato del Bautismo de Jesús, en el que se nos anuncia su unción por
el Espíritu y el inicio de su misión, los evangelios sinópticos nos muestran a Jesús, llevado
por el mismo Espíritu, para ser tentado por el demonio (cf. Mc 1,12-13). Con frecuencia
esto de la tentación nos suena extraño a los cristianos, pues en general pensamos que es
algo malo. Pero no es así, la tentación en sí carece de moralidad. Más bien, nos habla de las
distintas posibilidades que tenemos de realizar una acción y la necesidad de descubrir la
que corresponde al plan de Dios.

Y esto es lo que nos quieren mostrar los evangelios. Jesús en su bautismo toma conciencia
de que es el Mesías enviado por Dios para la salvación del mundo, pero ¿cómo realizar esta
misión? A lo largo de la vida de Jesús se le presentan varias posibilidades de realizarla
¿cuál es la que corresponde al deseo de Dios? Los sinópticos sintetizan en un relato el
interrogante y la búsqueda que acompañó toda la vida de Jesús y su opción; lo que Juan
sintetiza en una frase (cf. Jn 12,27).

5.4. Significado de las tentaciones


¿Cuáles son estas tentaciones, o posibilidades de realizar la misión, que se le presentaron a
Jesús durante su vida? El relato de Marcos es muy escueto, pero si nos fijamos en Mateo y
en Lucas se nos habla de tres tentaciones, con pequeñas diferencias y en distinto orden.
Vamos a seguir el plan de Lucas.

Lucas 4,1-4: La acción transcurre en el desierto, evocando los cuarenta años de Israel por el
desierto. En la prueba donde fracasó Israel triunfará Jesús. ¿Hay algo más necesario que
saciar el hambre? Y si es necesario ¿por qué no hacer un milagro? Jesús opta por lo
humano, por realizar su misión confiando y aceptando los planes de Dios sin recurrir a lo
extraordinario, al milagro fácil y a la solución brillante (cf. Dt 8,2). Jesús no hará uso de
ningún poder excepcional para cumplir su misión.

Lucas 4,5-8: En lo alto del monte, recordando Dt 34,1-4, a Jesús se le presenta la


posibilidad de conquistar la nueva tierra sin necesidad de luchar y sufrir. Es la tentación de
ejercer un dominio absoluto, de realizar un mesianismo político (que por cierto era lo que
esperaba el pueblo). Jesús recuerda al demonio que no se puede adorar más que a un sólo
Señor (cf. Dt 6,13), señalando la distancia que existe entre el poder terreno y el mundo de
Dios. Es la tan habitual tentación del poder, que pone en peligro la integridad del
compromiso con Dios.

Lucas 4,9-12: Ahora se nos presenta una tentación de tipo religioso: ganarse la admiración
y veneración del pueblo con la ayuda de lo portentoso, de la intervención divina
espectacular; o sea, imponer desde arriba el reconocimiento de su mesianismo y de su
divinidad. Jesús opta por el camino marcado por su Padre, que supone el ocultamiento en
su condición humana y el respeto a la libertad del hombre.

Lucas 4,13: Es el epílogo, que nos manda a la última tentación del demonio en los relatos
de la pasión (cf. 22,3.42; 23,35-37), en la que Jesús reafirma su opción por realizar la
voluntad del Padre, aunque pase por la entrega de la vida y no por lo portentoso, ni por el
poder, ni por la imposición.

Los sinópticos nos quieren enseñar, en síntesis, como la instauración del Reino implica
lucha y esfuerzo para mantenerse fiel al plan de Dios. A Jesús se le presentó la posibilidad
(el deseo, la tentación) de llevar a cabo su obra por medios portentosos. Pero optó por lo
sencillo, por lo humano, por el lento germinar de la semilla, por la paciencia de la espera,
por la libertad del hombre.

Jesús sintió la tentación de realizar su misión acomodando el poder con el querer de Dios.
Su opción demostró que son irreconciliables. La Iglesia, a lo largo de la historia, ha vivido
la misma tentación, y su opción no siempre ha sido la misma de Jesús. Y la Iglesia que
somos nosotros también vivimos las mismas tentaciones, y nos tendremos que preguntar si
nuestras opciones son las mismas que tomó Jesús.

6. EL MENSAJE DE JESÚS: EL REINO DE DIOS

6.1. El Rey en el Antiguo Testamento


En el antiguo Israel el rey, a diferencia de otros pueblos, no es divinizado. Todos son
conscientes de que el verdadero rey de Israel es Yahvé (cf. 1Sam 8,7; 12,12). El rey no es
un ser divino, sino que está, como todo el pueblo, sujeto a la ley y a la alianza, conforme a
ella debe regular su vida y su actuación (cf. Dt 17,18-20). Cuando no es fiel el profeta
interviene para acusarlo y denunciarlo (cf. 2Sam 12,1-15; Is 7; Jer 22,10-30).

La función del rey es doble: debe asegurar la paz con los demás pueblos y debe implantar la
justicia y el derecho para defender a los oprimidos y desvalidos. Desgraciadamente la
monarquía en Israel y Judá, salvo honrosas excepciones, fue un fracaso en esta doble tarea
(cf. Ez 34; 1Sam 8,1018).

Ante este fracaso se da la promesa del reinado universal de Dios sobre todas las naciones
(cf. Zac 14,9; Is 24,23). Para llevar a cabo este reinado Dios se valdrá de su Ungido (o
Cristo), que es el futuro rey del linaje de David (cf. Jer 23,5-6; Is 11) que implantará la
justicia y el derecho defendiendo al oprimido (cf. Is 9; 11; 29,20; 61,1ss).

6.2. Jesús proclama y realiza el Reino de Dios

La misión de Jesús es anunciar e inaugurar el Reino de Dios. Y en el contexto del Antiguo


Testamento podemos descubrir lo que significa la proclamación y realización del Reino de
Dios por Jesús.

Juan Bautista anuncia la llegada inminente del Reinado de Dios, y las exigencias que
comporta de conversión, cambio de vida y actitudes (cf. Mt 3,1-12). Y aunque Jesús da un
giro a la concepción de Juan, podemos decir que con Él termina el periodo de preparación
para el tiempo del Reino de Dios (cf. Lc 16,16).

El tema central de la predicación de Jesús es el Reinado de Dios (cf. Mt 4,17.23; Mc 1,15;


Lc 8,1); afirma que para eso ha sido enviado (cf. Lc 4,43). En torno al Reino giran sus
enseñanzas y parábolas (cf. Mt 13). Los apóstoles son enviados por Jesús a predicar el
Reino de Dios (cf. Mt 10,7; Lc 10,9-11) y acompañan a Jesús en ese ministerio.

Pero Jesús no sólo anuncia, sino que también realiza el reinado de Dios. Su presencia y
manifestación, sus obras y palabras, sus signos y milagros, y sobre todo su muerte y
glorificación hacen presente el Reino de Dios. Los evangelistas afirman cómo las
curaciones (cf. Mt 4,23-25), la expulsión del demonio (cf. Lc 11,20) y sobre todo la
proclamación de la Buena Noticia a los pobres (cf. Mt 11,2-6; Lc 7,18-23), son señales de
la presencia del Reino de Dios. Con Jesús empieza el Reino (cf. Lc 16,16).

6.3. Características del Reino de Dios

 El Reino como victoria sobre el mal:


El Reino de Dios que se ha hecho presente en Jesús significa la victoria sobre el mal (cf.Lc
11,20; Jn 12,31; 16,11) y sus diversas manifestaciones: odio, violencia, injusticia, opresión,
etc. Es el acontecimiento de salvación y de gracia (cf. Mc 2,16-17; Lc 7,34), de liberación a
los oprimidos por los males físicos o morales (cf. Lc 4,16-21; 13,10-17), de hermandad y
solidaridad (cf. Lc 6,27-35; Mt 5,43-48; 25,31-46). Quizás en esta línea se deba entender el
mensaje original de las bienaventuranzas (cf. Lc 6,20-26; Mt 5,1-12): los oprimidos son
bienaventurados porque ya ha llegado el Rey, cuya función es implantar la justicia y el
derecho defendiendo a los oprimidos.

 Reino de Dios valor absoluto


El Reino de Dios es el valor absoluto de nuestra vida. Es el tesoro escondido y la perla por
lo que se deja y se vende todo lo demás (cf. Mt 13,44-46). Por eso hay que buscar primero
el Reino y todo lo demás vendrá como añadidura (cf. Mt 6,33). Por ser el valor absoluto
exige la conversión (cf. Mt 4,17), como veremos más adelante.

 Reino de Dios en el mundo


Los valores que se desprenden del Reino (justicia, verdad, amor, paz, etc.), hay que vivirlos
y construirlos desde este mundo. El Reino de Dios no consiste en pura interioridad o
espiritualización, sino que abarca todas las esferas de la vida personal y comunitaria (cf. Lc
19,8-10). Por eso exige un nuevo estilo de vida: poner en práctica la Palabra de Dios (cf. Mt
7,21-27; 13,18-23); vivir las bienaventuranzas (cf. Mt 5,1-12; Lc 6,20-26); ser luz del
mundo y sal de la tierra (cf. Mt 5,13-16); desprenderse de las riquezas (cf. Lc 18,21-27),
etc. En una palabra: seguir el camino de Jesús (cf. Mt 16,24-28).

Jesús declara ante Pilatos que su reino no es de este mundo (cf. Jn 18,36), o sea, no sigue
los caminos y criterios del "mundo" (como realidad opuesta a Dios y a su plan), como son
los bienes materiales, el prestigio o el poder que se absolutizan; pero está en el mundo, para
transformarlo de acuerdo al proyecto de Dios.

 Reino de Dios de comienzos humildes


Contrariamente a las expectativas de los judíos, el Reino de Dios es de comienzos
humildes, como la semilla (cf. Mt 13,4-9), o el grano de mostaza (cf. Mt 13,31-32) o la
levadura (cf. Mt 13,33). Es una realidad que ya ha comenzado (cf. Mt 12,28; Lc 17,20-21)
y que se desarrolla lentamente en la tierra (cf. Mc 4,26-29).
 Reino de Dios universal:
Todos los hombres estamos llamados a construir el Reino de Dios y a ingresar en él; no
sólo los judíos, sino también los gentiles (cf. Mt 8,11-12; 21,43; 22,1-10). Sin embargo,
esta universalidad pasa por el amor preferencial de Jesús por los pobres, los marginados y
los pecadores (cf. Lc 4,1622; 6,20-23; 7,22-23; 15,1-2; Mt 9,10-13).

 Reino en tensión
Jesús mismo, en su vida y actuación, vivió la tensión y el conflicto. Es acusado de
endemoniado (cf. Mt 12,22-28; Jn 10,19-21), de comilón y borracho (cf. Lc 7,31-35), de
estar fuera de sí (cf. Mc 3,21), de ser un revoltoso (cf. Lc 23,2). Si realiza el bien, es
perseguido y quieren matarle (cf. Jn 10,31-33). Y Jesús anuncia, también, que la realización
de su misión traerá tensión (cf. Lc 12,51-53; Mt 10,34-36; Jn 14,27) y que sus discípulos la
van a experimentar en su propia vida (cf. Mt 10,16-23; Lc 21,12-19; Jn 15,20-21; 17,14).

 Reino escatológico
El Reino de Dios está ya presente en el mundo, pero su plenitud se dará al final de los
tiempos (cf. Lc 22,16-18). Nosotros vivimos la etapa intermedia, en la que con nuestras
palabras y obras colaboramos a la edificación del Reino iniciado por Jesús, dando así
testimonio de Él (cf. Jn 15,27; Hech 1,8; 8,12). En nuestra oración imploramos "venga tu
Reino" (cf. Mt 6,10;Lc 11,2).

 El Reino de Dios se va realizando en la tierra


Se va realizando cuando cualquier hombre o comunidad, independientemente de su
religión, lucha por la Verdad, la Paz, la Justicia, la Solidaridad y el Amor. Allí donde se
viven estos valores, está presente el Reino de Dios, que llegará a su plenitud al final de los
tiempos, cuando Cristo vuelva de nuevo y entregue el Reino a su Padre (cf. 1Cor 15,24).

6.4. Exigencias del Reino


El Reino de Dios por ser el valor esencial, hay que adquirirlo a toda costa y exige una
respuesta libre y radical: la conversión (cf. Mt 4,17; 22,11-14). La conversión no es un
simple sentimiento interior, sino que es algo que se manifiesta en la opción desde la que
construimos nuestra existencia y en las actitudes que tomamos hacia Dios y los hermanos
(cf. Lc 19,1-10; Jn 8,111). La conversión es un nuevo nacimiento (cf. Jn 3,3), en el que
acogemos la vida nueva que Dios nos regala por la donación de su Espíritu y empezamos a
vivir como hijos del Padre y hermanos de todos los hombres, al estilo de Jesús, por Él, con
Él y en Él, siendo hijos en el Hijo.

La verdadera conversión exige renunciar a nuestras seguridades: poder, sabiduría (cf. Jn


7,47-52), riquezas (cf. Lc 16,13), para ponernos como niños en una actitud de confianza y
de apertura al Señor y a su Reino (cf. Mt 18,1-4; 19,14).

De la respuesta radical, la conversión, se desprenden muchas actitudes concretas: vivir las


bienaventuranzas (cf. Mt 5,1-12; Lc 6,20-26); tener una actitud de niño (cf. Mt 18,1-4;
19,14); estar en constante búsqueda del Reino y su justicia (cf. Mt 6,33); dejarlo todo (cf.
Lc 18,29; Mc 10,29); soportar las persecuciones (cf. Mt 5,10); cumplir la voluntad del
Padre (cf. Mt 7,21) en el amor y la solidaridad (cf. Mt 25,31-46); poner en práctica la
Palabra de Dios (cf. Mt 7,21-27; 13,18-23).

El Reino de Dios está allí donde Dios reina, allí donde Él y su proyecto son el valor
absoluto, allí donde las opciones, las actitudes y la entrega de Jesús se hacen carne en
nuestra vida y transforman la realidad y la historia en Historia de Salvación. La pregunta
fundamental que nos tenemos que hacer los cristianos no es, pues, dónde está el Reino, sino
si Dios reina en mí y hago presente el Reino con mi vida.

7. LAS BIENAVENTURANZAS

7.1. Introducción
Como ya vimos, muy posiblemente el significado original de las bienaventuranzas sea el
anuncio de que los oprimidos son bienaventurados, porque ya ha llegado el nuevo Rey que
establecerá la justicia y el derecho. Anuncian la llegada del Reino de Dios, como una buena
noticia para los que actualmente son los más desgraciados.

Nos manifiestan quién es Dios: no es neutral; está del lado de los pobres. Son los
predilectos de Dios, no por méritos propios o porque sean mejores que los demás, sino
porque así es Dios: ama gratuitamente a quien lo necesita y quiere velar por los que se
encuentran desamparados de toda ayuda humana.

Pero de esta forma, se nos manifiesta también que el Reino de Dios que inaugura Jesús, es
la construcción de una nueva sociedad y de unas nuevas relaciones humanas. El mensaje de
las bienaventuranzas es la proclamación de un don (el amor, gratuito e incondicional, de
Dios por los más desvalidos, que se hace presente y real en Jesús) y se convierte en tarea
para los seguidores de Jesús, enviados a continuar la construcción del Reino. Por eso, las
bienaventuranzas se convierten también para el cristiano en programa de vida, en el
programa del Reino. “Dios renueva y potencia al hombre comunicándole su propia vida (el
Espíritu); dotado de ella, es tarea y responsabilidad del hombre crear una sociedad
verdaderamente humana.

El primer paso para la creación de la nueva humanidad es el cambio de vida, la conversión


que pide Jesús en conexión con el anuncio del Reino. Sin un cambio profundo de actitud
por parte del hombre, que lo lleve a romper con el pecado y la injusticia, no hay posibilidad
de comenzar algo nuevo. Pero la opción del hombre por el Reino de Dios supone además
un compromiso personal, como el que hizo Jesús en su Bautismo, de entregarse por amor,
para construir una humanidad diferente, de acuerdo al proyecto de Dios. Y, como en el caso
de Jesús, el compromiso de entrega a los demás pone al hombre en sintonía con Dios, y la
respuesta de Dios es la comunicación de su Espíritu, la infusión al hombre de su fuerza de
vida y amor, que lo capacita para esta tarea.

7.2. Las Bienaventuranzas: el programa del Reino


Veamos, pues, siguiendo el Evangelio de Mateo (5,3-10), en qué consiste este programa
para la construcción del Reino, para la realización de la nueva sociedad donde reine Dios.
Las condiciones para que se realice la nueva sociedad son dos: la renuncia a toda ambición,
expresada en la opción por la pobreza (5,3: Dichosos los que eligen ser pobres), y la
fidelidad a esa renuncia a pesar de la oposición que suscita (5,10: Dichosos los que viven
perseguidos por su fidelidad).

La opción por la pobreza, es la puerta de entrada al reino de Dios, es decir, abre la


posibilidad de una sociedad nueva, porque extirpa la raíz de la injusticia, la ambición
humana que lleva a la acumulación de la riqueza, a la búsqueda del prestigio social y al
dominio sobre otros (cf. 1Tim 6,10). Optar por la pobreza significa tomar partido por Dios
y, con Él, por el bien del hombre y la propia plenitud (cf. 6,24; Col 3,5)”13.

La comunidad de personas que ha realizado esta opción y se mantiene fiel a ella, irá
suscitando en la humanidad un movimiento liberador. Los oprimidos encontrarán en el
nuevo tipo de relación humana una esperanza y una alternativa a su situación. La liberación
se expresa de tres maneras: los que sufren por la opresión encontrarán el consuelo (cf. 5,4);
los sometidos heredarán la tierra, es decir, gozarán de plena libertad e independencia (cf.
5,5); los que ansían justicia verán colmada su aspiración (cf. 5,6).

Después de abrir el horizonte de la liberación, las bienaventuranzas describen las relaciones


humanas propias de la nueva sociedad, que crean a su vez la nueva y verdadera relación
con Dios. Esta comunidad se caracteriza por la solidaridad activa (y experimentarán la
solidaridad de Dios), por la sinceridad de conducta que nace de la ausencia de ambiciones
(y experimentarán la presencia continua de Dios en su vida) y por la tarea de procurar la
felicidad de los hombres (y tendrán la experiencia de Dios como Padre y lo harán presente
en el mundo).

La sociedad injusta centra la felicidad en el egoísmo y el triunfo personal; la alternativa de


Jesús, en el amor y la entrega. Mientras la primera, a costa de la infelicidad de muchos va
creando la felicidad de unos pocos, encerrados en sí mismos e indiferentes al sufrimiento de
los demás, en la sociedad nueva el esfuerzo se concentra en eliminar toda opresión,
marginación e injusticia, procurando la solidaridad, la fraternidad y la libertad de todos. De
este modo, Jesús invita a romper con el sistema injusto y a esforzarse por crear la nueva
relación humana, sin la cual es imposible la relación auténtica con Dios. Jesús proclama
"hijos de Dios" a los que procuran la felicidad de los hombres, mostrando así que Dios es
incompatible con la opresión, el sometimiento y la injusticia.

7.3. En conclusión
Las bienaventuranzas no son un discurso bonito de Jesús. Tampoco expresan solamente la
bienaventuranza que Dios nos promete para el más allá. Y desde luego no pueden ser un
motivo para la resignación, la pasividad y la indiferencia, dejando todo para el futuro mejor
que Dios ha prometido. El Reino de Dios está ya aquí en medio de ustedes (Lc 17,21). Dios
quiere que tengamos vida y vida en abundancia (Jn 10,10).

Las bienaventuranzas son la proclamación del programa del Reino, del proyecto de Dios
para nosotros. Son un don y una tarea. En Jesús y el Espíritu, Dios se hace don para
nosotros, nos entrega su vida y su amor gratuito e incondicional. Y enriquecidos por su
Don, nos confía, a los seguidores de Jesús, la tarea de continuar la construcción del Reino;
la tarea de construir una sociedad nueva, la familia de Dios, donde todos seamos y vivamos
como hijos y hermanos, con la dignidad y plenitud de vida que Dios quiere para todos sus
hijos, y por la que nos entregó a su propio Hijo. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su
Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna (Jn 3,16).

8. ACTITUDES FUNDAMENTALES DE JESÚS

Es imposible agotar toda la riqueza de la personalidad de Jesús, pero queremos reflexionar,


al menos, sobre algunas de sus actitudes fundamentales, pues también se nos revela Jesús a
través de ellas, con el objetivo de hacerlas nuestras y que se reflejen en nuestra vida.

8.1. Jesús ante su Padre Dios

Jesús vive una relación tan íntima y especial con Dios que se dirige a Él llamándole Abba
(papá, padre. cf. Mc 14,36). Algo totalmente inusitado e impensable para un judío. De
hecho, nunca se usa esta expresión en todo el Antiguo Testamento y en la época de Jesús
hasta se evitaba pronunciar el nombre de Dios y se utilizaban sinónimos (como por
ejemplo: el Altísimo, Señor, etc.).

Jesús habla de mi Padre (cf. Mt 7,21; 10,32; 11,27; Lc 2,49; Jn 6,32.40; 14,23; 15,1) y de
su Padre (cf. Mt 5,16; 6,14-15; Mc 11,25; Jn 20,17). Jesús nos viene a mostrar que Dios es
nuestro Padre (cf. Mt 6,9; Lc 11,2), a quien nosotros podemos acudir con gran confianza
(cf. Mt 7,711; Lc 11,9-13). Así nos revela plenamente la misericordia y ternura de Dios
hacia todos los hombres. Nosotros somos hijos de Dios (cf. Jn 1,12; 1Jn 3,1) porque
recibimos el Espíritu que nos hace clamar: Abba, Papá (cf. Rom 8,15-30; Gal 4,6).

Jesús nos habla también de la relación que vive con su Padre. Jesús y el Padre viven unidos,
son uno (cf. Jn 10,30; 17,21), de tal forma que quien conoce a Jesús conoce al Padre (cf. Jn
8,19). Su Padre está con Él (cf. Jn 16,32), y Él es el Hijo que nos puede revelar los secretos
del Padre (cf. Jn 1,18; 6,46; Mt 11,25-27). Jesús es el enviado del Padre (cf. Jn 5,36; 6,38-
39.44; 7,29). Por eso su alimento es cumplir su voluntad y llevar a cabo su obra (cf. Jn
4,34) hasta el final (cf. Jn 17,4; 19,30). Toda la vida de Jesús se realiza en un clima de
oración: en los momentos importantes (cf. Lc 3,21), en la intimidad (cf. Lc 5,16; 6,12; 9,18)
y públicamente (cf. Lc 10,21-22; Jn 11,41-42; 17). Y así termina su vida: con una oración a
su Abba (cf. Mt 27,46; Mc 14,36; 15,34; Lc 23,46).

8.1.1. La opción fundamental de Jesús


De una forma sencilla, clara y sintética, podríamos decir que la opción fundamental de
Jesús; la razón, el motor y la fuerza de todas sus actitudes y acciones; aquello por lo que
vivió y entregó la vida, fue realizar la voluntad del Padre; Él vivió para la voluntad de Dios.
El motor que mueve a Jesús, lo que da sentido a su vida, es el cumplimiento de la voluntad
de Dios. Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra (Jn
4,34).
8.2. Jesús ante la Ley
Como ya sabemos, la Ley era para los judíos lo más importante y central de su vida; hasta
el punto que la habían exagerado ampliándola en 613 preceptos que regían hasta los más
pequeños actos de la vida de cada día (cf. Mc 7,1-23; Mt 23,16-25). Jesús reacciona ante
esta realidad y se opone totalmente: quebranta el ayuno (cf. Mc 2,18), descuida las
purificaciones legales (cf. Mc 7,2123), toca a los leprosos (cf. Mc 1,40-42), hace curaciones
violando el sábado (cf. Mc 3,1-6; Lc 13,1017; 14,1-6; Jn 5,1-18; 7,21-24; 9,14). De esta
forma coloca al hombre y las relaciones de amor y solidaridad por encima de todo (cf. Mc
2,27).

Jesús libera al hombre de la ley y le hace ver que ésta sólo tiene su sentido en el auténtico
amor a Dios y al prójimo (cf. Mc 12,29-31). Por eso Jesús, el nuevo Moisés, supera y lleva
a plenitud la ley (cf. Mt 5,17-48), mostrándonos así una meta superior: ser perfectos como
el Padre (cf. Mt 5,48). Ya no se trata de la ley por la ley; se trata ahora de lograr la
perfección a través del amor (cf. Mt 7,12). Esta meta se alcanzará en la medida en que el
hombre se adhiera no a la ley, sino a la persona de Jesús y a su estilo de vida.

8.3. Jesús ante el Templo


El Templo constituía para el judío el centro religioso y cultual, el lugar de encuentro con
Dios (cf. 1Re 8). Además, debido a las peregrinaciones que tenían que realizar año tras año
(cf. Ex 23,17; Dt 12,2-12; 14,23; 16,5-6.11), significaba una fuerte suma de ingresos. Jesús
expulsa a los vendedores del templo, la casa de su Padre (cf. Jn 2,13-17), y además anuncia
la destrucción del templo (cf. Mt 24,2) y su reconstrucción en tres días (cf. Mt 26,61; Jn
2,19-22), declarándose Él superior al Templo (cf. Mt 12,6).

Con estas actitudes nos muestra Jesús que su persona, una vez resucitada de entre los
muertos, es el lugar de encuentro entre el hombre y Dios. Al sustituir el culto material que
se realizaba en el templo por un culto en Espíritu y Verdad (cf. Jn 4,23-24), nos hace ver
que el único culto agradable a Dios es el culto de la vida diaria, del amor y de la justicia (cf.
Mt 12,7), de la reconciliación fraterna (cf. Mt 5,23-24), de vivir realizando la voluntad del
Padre (cf. Rm 12,1-2).

8.4. Jesús ante los poderosos


Jesús sabiendo que su misión salvífica no la llevaría a cabo únicamente anunciando con
palabras tranquilas la Buena Nueva del Reino, se nos manifiesta también en una actitud
valiente y libre, denunciando el mal que descubre en la sociedad de su tiempo,
especialmente la ambición, que, como ya vimos, es el primer obstáculo para la construcción
del Reino.

Jesús denuncia ante el poder económico el peligro de las riquezas (cf. Lc 18,24), ya que
poner el dinero como valor absoluto se opone a Dios (cf. Lc 16,13; Mt 6,24), nos estorban
para ver al prójimo necesitado (cf. Lc 16,19-31) y se convierten en fuente de injusticias (cf.
Lc 16,9; 19,8). Por eso exige a sus discípulos la renuncia a sus bienes para realizar el
proyecto del compartir (cf. Lc 12,33; 14,33; 19,8).

Ante el poder político Jesús se muestra totalmente libre y crítico. Denuncia la actuación de
Herodes (cf. Lc 13,32; Mc 8,15), desacraliza el poder y el estado (cf. Mt 22,15-22) y ante
Pilatos se muestra libre y crítico de su situación (cf. Jn 19,8-11). Ante el poder religioso,
representado por los escribas, fariseos, saduceos y sumos sacerdotes, Jesús se muestra
valiente para denunciar su legalismo, su hipocresía, ambición y opresión que ejercen sobre
el pueblo (cf. Mt 23,1-36; Lc 11,37-54).

8.5. Jesús ante los marginados


Jesús nace (cf. Lc 2,1-7), vive (cf. Lc 9,58) y muere (cf. Mt 27,39-50; Gal 3,13; Rm 8,3; 2
Cor 5,21; Col 2,14) como marginado. Durante su vida lo acusan de comilón y borracho,
amigo de publicanos y pecadores (cf. Mt 11,19), perturbado mental (cf. Mc 3,21),
revolucionario (cf. Lc 32,2; Mt 27,63), contado entre los delincuentes (cf. Lc 22,37), muere
fuera de la ciudad como un “maldito colgado de un madero”.

Jesús hace una opción fundamental por los marginados; son ellos los destinatarios de su
misión (cf. Lc 4,17-19). Su predicación a los pobres es señal de que Él es el Mesías (cf. Mt
11,4-6). Por eso ellos son los bienaventurados (cf. Lc 6,20-23) ya que viene el Rey que
implantará la justicia y transformará la realidad de opresión y marginación en que viven (cf.
Lc 1,52-53; 4,16-22). Convive con todos ellos: prostitutas, samaritanos, leprosos, pobres,
niños, viudas, ignorantes, enfermos, etc. En sus parábolas de misericordia (cf. Lc 15)
resalta su interés y su bondad hacia el pecador, lo mismo en las actitudes concretas que
tuvo hacia ellos (cf. Lc 7,36-50; Jn 8,1-11). Jesús se identifica con los pobres y marginados
desde adentro, en su vida y en su práctica; su identificación es tan plena, que en base a
nuestra solidaridad con ellos seremos juzgados (cf. Mt 25,31-46).

9. LA ÉTICA Y EL SEGUIMIENTO DE JESÚS

9.1. La ética de Jesús


La ética pretende regular el comportamiento moral del hombre. La ética puede
fundamentarse sobre la religión (moral religiosa) o sobre la razón humana (ética filosófica).
En ambos casos, se fijan unos valores que hay que intentar alcanzar y traducirlos en
actitudes y comportamientos.

Teniendo en cuenta lo que hemos visto en los temas anteriores, podemos afirmar que Jesús
marcó un ideal ético a sus seguidores, pero fundamenta el comportamiento moral sobre
bases diferentes a las exigencias del judaísmo ortodoxo y a las de cualquier tipo de
filosofía.

Desde el Evangelio de Jesús, la base ética del cristiano será la «teología del amor». La
realización del hombre no estará en función del cumplimiento de normas legales, sino en el
compromiso vital con un Dios que es amor, que ama y que desea ser amado. Jesús no fue
un moralista, ni propuso una moral concreta. La ética de Jesús se revela a través de su vida.
Jesús muestra quién es Dios, cómo actúa y cómo, en consecuencia, debe obrar el creyente
en ese Dios que se manifiesta en Jesús.

Jesús revela a Dios como Padre («Abba»). Es un Padre misericordioso y cercano a todos,
pero muy especialmente amoroso con quienes necesitan misericordia y perdón. Para éstos
(pobres, incultos y pecadores) el Evangelio se convierte en Buena Noticia. A quienes hasta
ese momento se les cerraba la puerta de la salvación, se les va a proclamar dichosos y
amados preferencialmente por el Padre Dios.

9.2. El amor, norma suprema de la moral evangélica


Jesús no se limita a denunciar la ineficacia del sistema moral farisaico, sino que además
brinda un nuevo programa de vida, en el que la norma suprema es el amor. Mateo, en el
sermón del monte (cf. Mt 5-7), nos muestra el ideal del comportamiento cristiano hacia el
que hay que tender, en confrontación con el cumplimiento de las leyes judías. Es más fácil
regirse por la ley que por la ley del amor. La ley indica lo que se debe evitar; el amor, lo
que en cada momento se debe hacer. No ama necesariamente quien cumple la ley; pero,
quien ama cumplirá la ley. Dar culto a la ley es tan absurdo como despreciarla.

La ética de Jesús es mucho más exigente que la judía. El cristiano debe situarse más allá del
marco legal. La moral evangélica se sitúa más allá de la ley. No se trata tanto de observar
leyes, cuanto de ajustar la propia existencia a la vida y programa de Jesús. Frente al temor,
el cristiano debe relacionarse con Dios por el amor; y este amor se manifiesta en el amor al
prójimo. La entrega y el compromiso nacen del amor que une al creyente con Dios y con
sus semejantes. Es la doble dimensión del amor (cf. 1Jn 4,16-21).

9.3. El seguimiento de Jesús


Una de las constantes más claras en el Evangelio es el hecho que Jesús, tan pronto como
inicia su misión, reúne un grupo de personas que lo seguían, que vivían como Él, que se
conocían entre ellos y compartían el mismo destino. Es el grupo de los discípulos de Jesús,
en el que estaban los doce (cf. Mt 10,1-4), los 72 (cf. Lc 10,1-20) y un grupo muy
numeroso (cf. Lc 6,17; 19,37).

Algunos de ellos han sido llamados explícitamente por Jesús, respondiendo positivamente
al llamado, lo dejaron todo y le siguieron (cf. Mt 4,18-22; Mc 2,13-14). Otros, en cambio, a
pesar del llamado, no han querido seguirlo, como sucedió con el rico (cf. Lc 18,18-23) u
otros (cf. Jn 6,66). Para ser discípulo de Jesús es necesario e indispensable seguirlo (cf. Mt
10,38; Jn 8,12; 10,27). Se le sigue a Jesús porque Él es el Maestro (cf. Mt 8,19; Lc 7,40),
porque Él es el Camino, la Verdad y la Vida (cf. Jn 14,6), es decir, el camino vivo y
verdadero que conduce al Padre.

Seguir a Jesús no significa imitar, reproducir una imagen, ni hacer lo mismo, sino algo más
profundo y radical, que podría sintetizarse en un unirse a…, confiar en…, vivir con…,
obedecer…, lo que según Juan equivale a creer (cf. Jn 8,12). Seguir a Jesús es seguir su
camino (cf. Lc 9,57-62). Seguir a Jesús es participar en su suerte, compartir el mismo
destino del Maestro: no tener dónde reclinar la cabeza (cf. Lc 9,57-58); ser odiados y
perseguidos por el mundo (cf. Jn 15,18ss); llevar su cruz (cf. Mc 8,34s); beber su cáliz (cf.
Mc 10,38); compartir su cruz y su gloria (cf. Mt 8,19.22; 16,24; Jn 12,26).

El seguimiento de Jesús se vive en el abajamiento (la kénosis), reproduciendo en la historia


su camino, sus actitudes y sus sentimientos: “Tened entre vosotros los mismos sentimientos
que tuvo Cristo: El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a
Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando la condición de siervo...” (cf. Flp 2,5-11;
cfr. Jn 13,12-16).

9.4. Exigencias del seguimiento de Jesús


A lo largo de los temas anteriores ya hemos estado viendo, explícita o implícitamente, las
diversas exigencias para los discípulos de Jesús. Recordamos que la conversión es la
exigencia radical y recopilamos las otras brevemente. La fe que consiste en escuchar y
poner en práctica la Palabra de Dios. El verdadero discípulo de Jesús es el que escucha y
practica la Palabra del Señor (cf. Lc 8,19-21; 11,27-28), es el que observa la voluntad de
Dios (cf. Mt 10,29).

El amor y la unidad explicitados en obras serán el distintivo de los cristianos y la causa de


credibilidad de que Jesús es el enviado del Padre (cf. Jn 13,34-35; 17,21-23). Este amor se
hace palpable en la solidaridad con los marginados (cf. Mt 25,31-46; Lc 10,29-37) y en el
perdón ilimitado (cf. Mt 18,15-34). El discípulo debe esforzarse por vivir la igualdad,
evitando la ambición y la arrogancia (cf. Mt 18,1-10; 23,8-12) y debe ser el último de
todos, el servidor de los demás (cf. Mt 20,20-27; Lc 22,26-27; Jn 13,12-17). Si alguien
debe ser preferido, serán los más pequeños y necesitados (cf. Lc 4,16ss; Mt 18,1-4; 19,13-
15). Y la vida de oración debe ser parte constitutiva de la existencia del discípulo (cf. Mt
6,5-15; 14,23).

La Virgen María nos es presentada como el modelo y prototipo de los discípulos de Jesús
(cf. Lc 8,19-21; 11,27-28). Es la Virgen orante (cf. Hch 1,14), oyente de la Palabra y
practicante (cf. Lc 1,38.45; 2,19.51), la Virgen oferente (cf. Jn 19,25-27). María oyendo y
practicando la Palabra de Dios, en la doble vertiente del amor hacia Dios y hacia los
hermanos, nos muestra el camino fundamental del seguimiento de Jesús.

10. PASIÓN Y MUERTE DE JESÚS

10.1. Introducción
Nosotros empezamos el acercamiento a Jesús en los Evangelios desde el acontecimiento de
su resurrección, pues afirmábamos que, desde la fe en el Resucitado, la primera comunidad
cristiana, relee e interpreta toda la vida de Jesús. Ahora, una vez hecho este camino,
podemos acercarnos a la contemplación del misterio de la pasión y muerte de Jesús, y tratar
de descubrir su significado para nuestra vida.

Los relatos evangélicos de la pasión y muerte de Jesús son historia hecha por creyentes,
interpretada a la luz de la fe pascual. A la luz de la Resurrección, la comunidad primitiva
llega a reconocer plenamente la identidad de Jesús, el sentido de su vida, de su sufrimiento
y de su muerte. Son recuerdos y testimonios transfigurados por la fe pascual, más
interesados en el profundo sentido de los hechos que en su exacto desarrollo.
10.2. La pasión y muerte de Jesús en los Evangelios
Jesús llega a intuir su muerte violenta (cf. Mt 8,31-32; 9,30-32; 10,32-34). La causa de la
muerte de Jesús hay que buscarla en su misma vida. Su muerte es incomprensible sin su
vida, y ésta lo es sin aquél para quien él vivió: su Dios y Padre.

Jesús anunció el Reino de Dios, la liberación total y definitiva; llamó a la conversión no


sólo exterior sino en profundidad; actuó con libertad; increpó a los externamente piadosos y
buenos; mostró predilección por los pobres y pecadores; antepuso el servicio al poder, la
justicia al culto; fue poco formalista en la observancia de la ley, amigo de los que no la
observaban, abierto a los que no la conocían... Por todo ello, por su radical libertad y su
enfrentamiento con los poderes, sobre todo religiosos, Jesús molestaba y decidieron
quitárselo de en medio. La muerte fue la consecuencia lógica y prevista de su estilo de vida.

Jesús no buscó la muerte. En la angustia de Getsemaní (aparta de mí este cáliz) vivió la


profundidad del fracaso humano, la angustia de la soledad y el abandono de quienes le
habían acompañado. Jesús, confortado por el Padre, supera el peso de su muerte y se
levanta respirando una serenidad que no le abandonará hasta el final. Esta serenidad, hecha
de entrega y confianza en su Padre, hará exclamar al Centurión: Verdaderamente este
hombre era Hijo de Dios (cf. Mc 15,39).

10.3. Su significado

La muerte de Jesús ha sido un asesinato (cf. Hch 2,23; 3,15; 4,10), no fue algo casual, sino
que se debió a la oposición que fue creando la persona, la actividad y la doctrina de Jesús.
Fue condenado por la autoridad religiosa por blasfemo (cf. Mt 26,57ss). Fue condenado por
el poder civil por sedicioso y agitador de masas que pone en peligro la seguridad del
imperio (cf. Jn 19,12; Lc 23,8-12). Los poderosos llevaron a la muerte a aquél que era un
reproche vivo de su modo de vivir y actuar (cf. 1Ts 2,15).

Pero también podemos decir que Jesús murió voluntariamente por nuestra salvación, para
liberarnos del pecado y de todas sus consecuencias (cf. 1Ts 5,9-10). Jesús, libre y
voluntariamente optó por un género de vida, y aceptó los riesgos que comportaba (cf. Jn
10,17-18; 12,27; 13,1-3; 18,5-6) y por lo mismo aceptó libremente (no pasivamente) la
muerte que otros le causaban.

Jesús asume la muerte que implica vivir fielmente el proyecto del Padre en un mundo de
pecado. Dios no quiere la muerte de Jesús, como tampoco quiere nuestro sufrimiento. Pero
lo que sí quiere Dios es la fidelidad, la respuesta amorosa a la entrega amorosa del Padre.
Dios quiere el amor fiel de Jesús; y el amor fiel de Jesús, en un mundo de pecado, lleva
aparejada la muerte en cruz.

En Jesucristo la humanidad entera y la creación en su conjunto han alcanzado su realización


plena, porque ha realizado plenamente el proyecto de Dios para el hombre, respondiendo
libre y fielmente al amor incondicionado de Dios con su amor y entrega total. Jesús muere
para salvarnos, precisamente porque el pecado ataca, y a veces mata, a quienes aman a Dios
con todas sus consecuencias. Jesús, muriendo en la cruz, expía los pecados de la
humanidad (cf. Rm 3,25); resucitando, venció a la muerte (secuela del pecado) y restauró la
vida. Cuantos creyentes compartan la muerte de Jesús se integrarán también en su vida
plena (Resurrección).

La actitud de Jesús ante el sufrimiento ilumina y transforma el sufrimiento del hombre.


Jesús sufrió y murió por alguien, no por algo: por obedecer la voluntad de Dios y por
solidaridad con los más necesitados. Jesús fue un ser paralos demás; totalmente para Dios y
para los hombres. Por eso es el único y verdadero Sacerdote; porque sólo Él consigue la
comunión entre Dios y el hombre, y lo realiza siendo totalmente de Dios y radicalmente
solidario con el hombre.

Teniendo como referencia la actitud de Jesús, podemos decir, también, que la actitud del
cristiano ante el sufrimiento y la muerte, excluyen el masoquismo, el dolorismo, la
resignación, la evasión, pero también la explicación. Jesús no responde al porqué del
sufrimiento, sino que sufre con nosotros. Jesús dio sentido a su sufrimiento viviéndolo por
los demás en el servicio a Dios y en la solidaridad con los hombres que sufren. Y creemos
que esa manera de vivir el sufrimiento recibió de Dios el sí de la Resurrección.

Dios nos ha regalado la salvación en Cristo Jesús; ya estamos salvados en Cristo; ya


estamos sentados en los cielos con Cristo (Ef 2,6). Sin embargo, estamos sentados todavía
en esperanza. El haber recibido el Espíritu de Jesús es tener las primicias de esa salvación.
El sentido de la vida humana es ser hombres como Jesús, reproducir la imagen del Hijo,
corresponder al amor incondicionado del Padre hasta la entrega de la propia vida, como
hizo Jesús. Eso es lo que ahora ha de ser realizado en mi propia existencia; ésa es la tarea
que tengo por delante.

El hecho de que Jesús haya vencido a la muerte y al pecado y que Él haya correspondido al
amor gratuito de Dios, ha conseguido que el conjunto de la creación haya correspondido ya.
Pero yo no he perdido mi individualidad personal ni mi libertad. Todo lo de Jesús tiene que
irse realizando en mí, y conmigo en todos los que están a mi lado: el resto de la humanidad.

10.4. El Misterio Pascual: Muerte y Vida

Queremos concluir el módulo recordando tres números del Documento de Puebla, que nos
parecen una buena síntesis y conclusión de todo lo que hemos visto en el curso.

Cumpliendo el mandato recibido de su Padre, Jesús se entregó libremente a la muerte en la


cruz, meta del camino de su existencia. El portador de la libertad y del gozo del Reino de
Dios quiso ser la víctima decisiva de la injusticia y del mal de este mundo. El dolor de la
creación es asumido por el Crucificado que ofrece su vida en sacrificio por todos: Sumo
Sacerdote que puede compartir nuestras debilidades: Víctima Pascual que nos redime de
nuestros pecados; Hijo obediente que encarna ante la justicia salvadora de su Padre el
clamor de liberación y redención de todos los hombres. (D. Puebla 194)

Por eso, el Padre resucita a su Hijo de entre los muertos. Lo exalta gloriosamente a su
derecha. Lo colma de la fuerza vivificante de su Espíritu. Lo establece como Cabeza de su
Cuerpo que es la Iglesia. Lo constituye Señor del mundo y de la historia. Su resurrección es
signo y prenda de la resurrección a la que todos estamos llamados y de la transformación
final del universo. Por Él y en Él ha querido el Padre recrear lo que ya había creado… (D.
Puebla 195)

En el centro de la historia humana queda así implantado el reino de Dios, resplandeciente


en el rostro de Jesucristo resucitado. La justicia de Dios ha triunfado sobre la injusticia de
los hombres. Con Adán se inició la historia vieja. Con Jesucristo, el nuevo Adán, se inicia
la historia nueva y ésta recibe el impulso indefectible que llevará a todos los hombres,
hechos hijos de Dios por la eficacia del Espíritu, a un dominio del mundo cada día más
perfecto; a una comunión entre hermanos cada vez más lograda y a la plenitud de comunión
y participación que constituyen la vida misma de Dios. Así proclamamos la buena noticia
de la persona de Jesucristo a los hombres de América Latina, llamados a ser hombres
nuevos con la novedad del bautismo y de la vida según el Evangelio para sostener su
esfuerzo y alentar su esperanza (D. Puebla 197).

Bibliografía

1. Latourelle R., A Jesús, el Cristo, por los Evangelios, salamanca 1986.


2. Duquoc, Ch., Jesús hombre libre, Salamanca 1992
3. Jeremías J., Jerusalén en tiempos de Jesús, Madrid 1977.
4. Kasper W., Jesús el Cristo, Salamanca 1976.

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