Barbieri, El Conocimiento Histórico

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EL CONOCIMIENTO HISTÓRICO, CAMBIOS,

CONTINUIDADES, CARACTERÍSTICAS

Texto elaborado para el uso interno de la Cátedra de Historia Social General 2022

Barbieri Guardia, Marta

La palabra "historia" tomada del griego clásico (istoria), refirió a


indagación, a los resultados obtenidos y a la exposición de éstos. Fue
paulatinamente adoptando dos sentidos: el de "res gestae" (historia materia)
o sea, los hechos pasados y el de "rerum gestarum", o sea la narración sobre
los hechos pasados (historia conocimiento). De sentidos distintos, pero no
desconectados entre sí, puesto que como forma de conocimiento y como
proceso real, la historia es una construcción de los seres humanos y un relato
signado por el presente del relator. Se trata de un proceso que abarca
presente, pasado y futuro en el que el historiador procura analizar el modo
como las cosas han llegado a ser lo que son e incluso el rumbo que tomarán
en el futuro, aun cuando, de ningún modo opera como astrólogo ni formula
predicciones. El término historia incluye entonces, la realidad histórica (los
hechos) y el conocimiento histórico en tanto síntesis sobre aspectos de esa
realidad.
Visto de este modo, observamos que la historia materia no se identifica
con los productos del conocimiento sobre ella, ya que se trata de múltiples
construcciones fundadas en las categorías analíticas que el historiador
considera y a partir de las cuales elabora generalizaciones, particulariza e
interpreta la realidad histórica. Se entiende por lo tanto que el pasado no es
renovable pero sí se renuevan las preguntas que le hacemos desde el presente,
lo que contribuye a explicar el carácter provisorio, inestable y abierto a las
controversias y los cambios de signo y de sentido del saber histórico.
Es importante reflexionar sobre estas cuestiones puesto que aprender
historia implica hacerse preguntas acerca de las transformaciones y de las
continuidades sociales partiendo de la comprensión del presente, de los

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problemas propios de nuestras circunstancias e intereses actuales y del
reconocimiento de nuestra implicancia como productores y sujetos de
conocimiento social y culturalmente condicionado.
Podemos plantear a la historia diversos interrogantes entre los que
mencionamos: ¿cuáles son las características del conocimiento histórico?,
¿cuál es el objeto y cuál el sujeto de la historia, su lógica, su sentido?, ¿a qué
intereses sirve la historia, que voces se silencian, porqué se recuerda y porqué
se olvida?, ¿qué entendemos por objetividad en la historia? A lo largo del
tiempo se desarrollaron diversos planteos epistemológicos, metodológicos o
sociopolíticos sobre la disciplina. En efecto, el conocimiento histórico, las
formas de producirlo y de enseñarlo han ido cambiando junto a la renovación
de las respuestas acerca de interrogantes como los que planteamos más
arriba; es lo que constituye la historiografía.

El conocimiento histórico: cambios de enfoque y nuevos


paradigmas
La historiografía evolucionó desde la descripción de hechos ciertos o
imaginarios, hasta el dar respuesta a cuestiones complejas, incorporando
nuevas temáticas. En su génesis, la historia testimonió la alianza entre los
dioses y sus pueblos, adoptó un carácter laico y un sentido moral y cívico con
los griegos y los romanos, se transformó posteriormente en narración teológica
con el cristianismo y en crónica de reyes y príncipes durante el feudalismo.
Desde el siglo XV se orientó a la exposición de conocimiento organizado sobre
el pasado; humanistas y coleccionistas dieron impulso a la erudición crítica
documental y abrieron el camino para la transformación del saber histórico.
En el siglo XVII, el nacimiento de las Academias propició el desarrollo de
comunidades que compartieron reglas para hacer ciencia. En este siglo los
Principia de Newton fundamentaron una imagen matemática y mecánica del
universo y contribuyeron a modificar el concepto del tiempo que abandonó su
carácter neutral, circular y religioso y se convirtió en entidad absoluta, lineal,
secular y universal. Esto justificó el paso de la idea de providencia a la de
progreso del mundo occidental precipitado a la modernidad en un marco
secular común para todos los pueblos. La historia se visualizó como

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autodesarrollo humano, lo que se hizo evidente en el siglo XVIII cuando los
hechos del pasado se abordaron como proceso continuo que conectaba
pasado, presente y futuro. La Ilustración, durante el siglo XVIII impuso una
cosmovisión mecanicista del mundo y el carácter absoluto de las ciencias, lo
que estimuló la búsqueda de leyes para explicar el ascenso de la humanidad.
Consagró así un modelo denominado heroico que identificó razón, producción
científica y progreso, cuya finalidad fue enfrentar las verdades proclamadas
por la Iglesia y el Estado absolutista. Los historiadores escribirían para
públicos diversos, contribuyendo a conformar lo que ya en la modernidad se
conoció como "opinión pública".
En el siglo XIX la historia logró una nueva legitimidad al vincularse a la
nación y sus sentidos e instalarse en las universidades y sociedades eruditas,
que aportaron un consenso profesional y un estilo común. Al hacerse
profesión universitaria, adoptó carácter científico, en un momento en el que
educación y ciencia se convirtieron en factores gemelos del progreso. El
modelo fue la Universidad de Berlín (1810) producto de la construcción del
Estado burocrático prusiano que llevaría adelante la unificación de Alemania
en la segunda mitad del siglo XIX. De este modo la historia con pretensiones
de ciencia se desplegó en las sociedades burguesas del mundo occidental
moderno, mientras que las sociedades orientales la asumieron más tarde en
el marco de su modernización.
El cambio experimentado por la historia en el siglo XIX significó el
nacimiento de la historia explicativa y la búsqueda de leyes en el desarrollo
histórico. Se trata de un momento en el que se elaboraron distintos aportes
que la enriquecieron e influyeron en las producciones historiográficas: un
filósofo idealista como Hegel definió el concepto de dialéctica y concibió a la
historia como el camino del espíritu de un pueblo hacia formas más perfectas
de libertad, Augusto Comte fundamentó la sociología y el positivismo, Carlos
Marx creó el materialismo histórico y sostuvo que en la base de toda sociedad
opera el modo de producción de bienes que moldea la historia, la política y la
cultura y determina la naturaleza de las relaciones sociales y la lucha de
clases. Por su parte Charles Darwin elaboró la teoría de la evolución y

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Sigmund Freud desafió la concepción del hombre como ser exclusivamente
racional.
El historiador alemán Leopold Von Ranke fue quien marcó el camino de
la profesionalización de la historia que involucró también el surgimiento de
archivos, series documentales, revistas y todo el aparato erudito que exigió el
oficio. Su visión de la historia se basó en la teología ya que concibió a Dios
como la primera instancia que definía el destino de los hombres y los pueblos,
cuyas acciones se canalizaban en naciones distintas con su propia política.
Sostuvo que el Estado monárquico, como encarnación de la idea de Dios y
auténtica potencia ética, operaba como hilo conductor de la historia.
Ranke consideró que la investigación objetiva de los historiadores debía
explicar el pasado a través de indicios estudiados meticulosamente mediante
técnicas específicas de lectura. En efecto, partió de la singularidad de los
fenómenos históricos, únicos e irrepetibles y de los elementos espontáneos e
imprevisibles de la libertad y creatividad del ser humano. Mediante el método
crítico se debía recopilar, comprender y exponer los hechos. Estos fueron
concebidos como expresión de la naturaleza espiritual de la vida humana,
aunque especificó que la misión de la historia no consistía tanto en reunir
hechos como en comprenderlos dentro de un conjunto de significados. La
objetividad debía caracterizar el trabajo del historiador que mostraba las cosas
tal y cómo sucedieron. Más adelante, esta aspiración fue sacada de contexto
y adoptada como el principio metodológico que fundamentaba la
imparcialidad del historiador, aun cuando el propio Ranke se involucró en la
política ya que cuestionó al liberalismo y justificó con su trabajo el
nacionalismo alemán y la reverencia al poder, al punto que fue nombrado
como historiógrafo oficial por el rey Federico Guillermo IV de Prusia.
Como representante central de la escuela alemana del siglo XIX, los
aportes de Ranke influyeron en generaciones de historiadores que acudieron
a Alemania para formarse en el análisis crítico o hermenéutico sobre la base
de métodos uniformes, laicos, científicos. La investigación se apoyó en el
examen riguroso de documentos, sobre todo oficiales y escritos, ya que la
verdad dependió de la búsqueda del objeto empírico en archivos y fuentes
originales.

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Asimismo, creció el positivismo que propuso una ciencia de la sociedad
que debía buscar las leyes generales que regulaban la evolución histórica para
ordenarlos y modificarlos en el futuro, garantizando de esta forma el progreso
de la sociedad humana. Según Comte el conocimiento atraviesa tres estadios,
el teológico o ficticio, el metafísico o abstracto y el positivo o científico.
Estos aportes incidieron en la concepción de una historia científica
opuesta a las filosofías de la historia especulativas. Como saber autónomo se
fundó en el rigor documental, aunque ello se subordinó a la legitimación del
Estado y el orden social. Así, tanto la que se inspiró más en la escuela alemana
como la que revela mayor influencia comtiana, en el caso de la historiografía
francesa, intentaron hacer historia científica y acercarse a las ciencias
naturales. Identificaron el razonamiento inductivo con el conocimiento basado
en fuentes y sostuvieron que la teoría surgiría de la acumulación de los datos.
Este enfoque "metódico-documental" se ocupó de los hechos importantes, de
individuos eminentes y privilegió la historia política, diplomática y militar.
Debía enunciar verdades acerca del pasado y narrar acontecimientos de
manera que el relato trascendiera los singularismos nacionales. Estos fueron
los fundamentos de las grandes historias fácticas sesgadas por la interminable
sucesión de fechas, figuras heroicas, batallas: la inacabable sucesión de datos
irrefutables y objetivos.
Cabe aclarar que algunas construcciones historiográficas surgidas en el
siglo XIX, no se ajustaron a las propuestas positivistas. Precisamente en
Francia, hicieron sus aportes historiadores como Michelet que analizó la
Revolución Francesa de 1789 a partir de distintas dimensiones, la de la
realeza, la de los campesinos y artesanos, la de las frustraciones de diversos
grupos frente al Antiguo Régimen. Este y otros historiadores influidos por la
Ilustración y condicionados por la marea revolucionaria de 1789,
consideraron que el desarrollo económico guardaba relación con las formas
de organización social, las leyes y la estructura política. Muchos de ellos
procuraron abordar la trama entera de la sociedad francesa en crisis, aunque
en su visión lo político constituyó el terreno adecuado para la acción
trascendente del hombre.

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La narrativa fundamentó las explicaciones históricas de esta etapa: lo
primero explicaba lo posterior. Se trataba de reconocer el proceso de avance
en el tiempo, seleccionando acontecimientos de acuerdo a su lugar en una
narrativa que implicaba un comienzo y un final y en la que su significación
obedecía a factores externos a dichos eventos. La historia procuró reflejar el
cambio a lo largo de una ruta del tiempo imaginada, en base a un modelo en
el que el Estado-nación jugó un rol central y lo político constituyó el principal
factor del cambio, en tanto que espacio de la libertad (posibilidades/azar). Los
historiadores se convirtieron en especialistas en un período en el que los temas
fueron surgiendo por azar antes que por elección intelectual y su papel fue el
de aportar nuevos hechos o modificar interpretaciones sobre el cambio
histórico, a la luz de nuevas evidencias.
A su vez, la consideración de la historia como representación organizada
del tiempo y el tratamiento cronológico –esto es, narrativo– de los temas
estudiados, le dio una estructura literaria, propia de la novela, aunque
integrada por hechos probados de acuerdo a reglas, que privilegió el accionar
de los grandes hombres de la historia.
Planteos como los de Ranke, se identificaron con una filosofía de la
historia denominada "historicismo clásico". Cabe aclarar que se trata de un
concepto al que se atribuyó muchos significados y fue definido como visión
del mundo y como método. En relación a lo primero, puede decirse en forma
simplificada, que refiere a la necesidad de la historia para explicar y
comprender los fenómenos reales. Para el historicismo clásico fueron
importantes tanto la independencia del pensamiento histórico como el otorgar
un sentido progresivo a la evolución del mundo y a la cultura europea.
Todas estas formas de producción historiográfica integraron un proceso
en el que la industrialización estimuló la alfabetización y facilitó el acceso a la
prensa y a publicaciones distribuidas masivamente. El nacionalismo se
convirtió en una fuerza poderosa y en los diversos Estados, bajo el influjo de
la Revolución Francesa, se conformó una ciudadanía con mayores
responsabilidades. En este contexto, la consolidación de la historia como
ciencia se ligó a su ideologización ya que objetividad no significó neutralidad
política. La historia se convirtió en una herramienta al servicio de intereses

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nacionales y burgueses mientras que la enseñanza de la historia desempeñó
un papel importante en la construcción de la nacionalidad con distintos
énfasis según los países, las coyunturas históricas y el clima ideológico. En
efecto, las nuevas formas de asociación sostenidas en el lenguaje, el comercio,
el gobierno, también dependieron de la difusión de valores compartidos y de
la transmisión de una educación patriótica en la que la historia adquirió el
vigor de una verdad indiscutible.
En un mundo signado por rivalidades imperialistas fundadas en el
afianzamiento de formas económicas monopólicas, la conquista de mercados
y colonias y las políticas armamentistas, en cada Estado-nación la
construcción de una memoria histórica procuró fusionar la identidad personal
y nacional. La historiografía justificó derechos, contribuyó a generar un
consenso ideológico en torno al pasado y fundamentó los componentes de la
conciencia nacional. La propia historia se convirtió en la historia del progreso
de las instituciones políticas y económicas y se transformó, con matices
diferenciadores, en gesta nacional transmitida a través de un relato preciso
que distribuyó méritos sociales y autoridad política.

La historia económica y social. Renovación y contactos con las


disciplinas sociales
El paradigma científico hegemónico de fines del siglo XIX fue alimentado
por nuevas discusiones que surgieron a medida que se evidenciaron las
consecuencias de la industrialización. Fue entonces cuando los historiadores
se plantearon la ampliación del objeto de estudio hacia la sociedad, la cultura,
las condiciones de vida de los obreros. De esta forma, la historia económica y
social brindó respuestas a las falencias del modelo tradicional limitado a la
realidad política y manifestó el propósito de estudiar el conjunto de la
sociedad.
Aunque estos enfoques socio-históricos no ocuparon todavía un papel
estelar, sostuvieron la importancia tanto de explicar los hechos como de
reconocer sus interrelaciones. Mantuvieron la ambición de estudiar
comportamientos objetivos, ya que, como lo sostuvo Henry Pirenne, el más

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importante intermediario entre la historiografía social alemana y la francesa,
la producción histórica debía fundarse en la evaluación crítica de las fuentes.
Asimismo, hacia fines del XIX, corrientes idealistas que generaron las
"ciencias del espíritu", acentuaron la importancia de la intuición para
comprender el mundo social y la vida humana. También se multiplicaron las
críticas a la cultura, al modelo de vida burgués y al concepto de ciencia vigente
en las sociedades burguesas. En su obra Sobre el provecho y perjuicio de la
historia para la vida de 1874, Friedrich Nietzsche señalaba que los intereses
del historiador se gestan en su época y condicionan su conocimiento del
pasado. Negaba así la utilidad de la investigación histórica, la primacía del
pensamiento lógico y la existencia de una verdad objetiva al margen de la
subjetividad de los investigadores. Este pesimismo cultural fue utilizado por
el pensamiento antidemocrático que impulsó una crítica de derechas al
racionalismo burgués, idealizó el heroísmo, la guerra, las jerarquías. Cobró
fuerzas en los años de entreguerras hasta 1945 y fue retomado por críticos de
las últimas décadas que atacaron los presupuestos de la ciencia histórica tal
como se desarrolló a partir del siglo XIX.
En el siglo XX en sus diversas variedades la historia profesional y otras
disciplinas relativamente nuevas como la sociología, la economía, las ciencias
políticas, la psicología o la antropología, continuaron escribiéndose bajo el
influjo de la modernización. Atendieron a cuestiones como los principios
operativos de los mercados, las formas de interacción social, el impacto
psicológico de los cambios, su aceleración, etc. para estudiar la trayectoria
occidental hacia la modernidad. Además de asociar los usos capitalistas –culto
a la empresa, innovación, sensibilidad ante las señales del mercado– a la
historia de la libertad personal, se esforzaron por incorporar al mundo a su
esquema interpretativo y buscaron aislar constantes (leyes) de la sociedad.
Optaron por conjuntos homogéneos y repetitivos en grandes períodos, sin
atribuir al tiempo una significación determinada, procurando lograr la
aplicación del razonamiento hipotético-deductivo, tal como las ciencias
naturales. Abordaron así, fenómenos preferentemente invariables sometidos
a la lógica del razonamiento y la demostración. Tanto Comte como Emile
Durkheim postularon que la sociología podía dar cuenta de las

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determinaciones sociales y ganar el prestigio que generaba el pronóstico
científico mientras que la antropología estructural procuraba establecer
patrones constantes en las manifestaciones sociales a fin de elaborar una
teoría unitaria del hombre.
Durkheim y Max Weber, sociólogos y teóricos de principios del siglo XX
ejercieron influencias duraderas entre los historiadores, y plantearon
respuestas alternativas al análisis marxista de la modernización. El primero
analizó la diferenciación de funciones, el aislamiento del individuo y el efecto
de los procesos sociales a largo plazo. Reflexionó sobre el problema de la
conciencia colectiva alimentada en su visión por las normas, las costumbres
y la religión. Por su parte, Weber destacó el papel de los mercados, los Estados
y las burocracias en la integración de vastos grupos y destacó que la
cientificidad de la historia se fundamenta en su imparcialidad y la aplicación
de conceptos causales. Sostuvo que las causalidades no están en una realidad
objetiva sino en el pensamiento científico y planteó que el eje articulador de la
dinámica interna de toda sociedad existe en la esfera cultural, en estructuras
de pensamiento que condicionan la actuación y el cambio social. Sobre esta
base sostuvo la necesidad de comprender el entramado social pero no como
un acto intuitivo, sino como un proceso racional que no eliminaba la
explicación ni el análisis. Si bien siguió a Hegel y Marx, negó que haya un
objetivo en la historia, aunque no abandonó supuestos del pensamiento
científico del siglo XIX.
Como Marx, estos dos teóricos mencionados apelaron a la historia para
explicar la modernización e inspiraron a importantes escuelas históricas del
siglo XX cuyo denominador común fue considerarse universales por su
aplicación y científicas por su metodología.
En Francia la reacción contra lo que comenzó a denominarse "historia
episódica", la historia que ordenaba cronológicamente acontecimientos, se
produjo desde el campo de las ciencias sociales. El sociólogo y economista
socialista, Francois Simiand atacó a los "ídolos de la tribu de los historiadores"
o sea, el ídolo político, el ídolo individual o la obsesión por los grandes
hombres, el ídolo cronológico y la permanente referencia a los orígenes. Bajo
la influencia de la geografía de Vidal de la Blache que hacia 1900 situaba el

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espacio geográfico en su contexto histórico-cultural y de la sociología de
Durkheim, la escuela francesa de los Annales (nombre de la revista que
dirigieron a partir de 1929, Lucien Fevbre y Marc Bloch) centró su interés en
las tendencias demográficas y económicas. La historia asimiló los métodos y
tópicos de todas las ciencias sociales en un gran proyecto de síntesis.
Esto significó una renovación respecto a la historia tradicional en varios
aspectos. Por un lado, produjo la incorporación de la historia económica y
social y expandió el campo de estudio hacia temáticas diversas como las
mentalidades, las mujeres, la muerte, las costumbres, etc. Por otro afianzó la
concepción de una historia globalizante que integrara todos los planos de la
vida histórica, sin aislar aspectos de la actividad humana.
Aunque no podemos hablar de una doctrina ni de uniformidad en sus
producciones, estos historiadores adhirieron a una perspectiva
antidogmática, a una historia narrativa y también conceptual, y recibieron
tanto los aportes del marxismo como los de sus adversarios. Podemos
mencionar los tres principios básicos que proclamaron: el abordaje de
diferentes niveles de análisis: económicos, políticos, mentales con vocación de
globalidad; el descubrimiento de articulaciones entre estos niveles para hacer
comprensible la totalidad de la sociedad y, finalmente la conceptualización del
tiempo histórico, de gran complejidad pues refiere al problema de la duración
y ritmos diferentes que afectan a cada nivel de la vida social. En la década de
1940 Fernand Braudel sistematizó los aportes de esta escuela y descartó la
existencia de un tiempo único en los procesos históricos. Compuso un modelo
integrado por distintas temporalidades, por diversas duraciones de los
procesos. Planteó la existencia de una historia casi inmóvil dada por el clima,
la biología y la geografía, esto es, las relaciones del hombre con el medio que
determinaban las fluctuaciones demográficas y las tendencias económicas.
Luego marcó el ritmo lento de las estructuras y patrones sociales que
formaban un segundo nivel de la realidad histórica. Finalmente, la política,
los individuos, la cultura y la vida intelectual constituían el tercer nivel de la
experiencia real de cada época. Braudel sostuvo que los viejos historiadores
sólo veían el tiempo corto de la historia de los acontecimientos y que era
necesario analizar todas las realidades sociales con sus ritmos diversos: el

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tiempo largo de las estructuras, el medio de las coyunturas, el corto de los
acontecimientos y más abajo, casi inmóvil la historia de los hombres en
relación a la tierra. Todos estos tiempos debían ser considerados en el trabajo
historiográfico fundado en registros seriales y métodos valorativos que
midieran el flujo y el reflujo de las sociedades. En una coyuntura podían
advertirse el cruce de diferentes duraciones junto a relaciones particulares
que debían permitir la reconstrucción de la unidad del proceso general. Esta
perspectiva, sobre todo la consideración de los objetos más inmóviles facilitó
la utilización de los conceptos y métodos tomados de las disciplinas sociales.
Paulatinamente dejó su impronta en la producción historiográfica de esta
escuela el estructuralismo de Levi Strauss que priorizó la idea de estructura.
Entendió como tal a un sistema o conjunto de sistemas interrelacionados, una
arquitectura que el tiempo desgasta en largos períodos y somete la vida de los
hombres. Adopta del funcionalismo la idea de función y enfrenta al causalismo
y al historicismo, privilegiando el análisis sincrónico sobre el diacrónico.
En general los "annalistas" priorizaron la investigación científica sobre las
filosofías que pretendían enunciar el sentido de la historia. Si la historia de
las naciones se había sostenido en el patriotismo, la nueva propuesta procuró
la comprensión de las formas como los contemporáneos percibían lo ocurrido,
combinando para ello compromiso afectivo con el tema estudiado e ideología.
La proclamada "historia de las mentalidades", una derivación de "Annales",
aportó múltiples opciones metodológicas y temáticas; en ocasiones se asoció
a la historia serial y secuencias de datos, por ejemplo, mediante el estudio de
los testamentos en un lugar y momento determinado, para comprender las
ideas sobre la muerte, la secularización, etc.
En síntesis, el acercamiento hacia las disciplinas sociales y la adopción
de aquellos patrones, llevó a la historia a privilegiar, antes que la modalidad
narrativa en la que el tiempo cobraba significación histórica, la lógica de la
demostración. En efecto, como dijimos, la narrativa histórica consideró
originariamente a lo político como laboratorio del cambio y del progreso en
tanto que patrimonio de la nación. Al abrirse a otras disciplinas, prestó
atención a los factores profundos, económicos y sociales, que explicaban las
instituciones y las decisiones y acciones del poder político.

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Por su parte, el análisis marxista, sobre todo a partir de las primeras
décadas del siglo XX, fue ganando influencias en la producción historiográfica.
En el siglo XIX, Marx buscó leyes del desarrollo histórico combinando la
sociología, el análisis económico y la historia. En base a ello abordó el conjunto
de relaciones que los hombres establecen entre sí en el curso de la producción
de su vida social y buscó establecer leyes generalizables que explicaran los
cambios históricos. Estos resultaban de un proceso dialéctico de tesis y
antitesis como consecuencia de la lucha de clases por la dominación de los
medios de producción. Así la historia marxista enfocó particularmente el
conflicto social, la economía, sus crisis, las estructuras, las duraciones, las
coyunturas. Como consecuencia se fortalecieron la historia económica y la
historia social que privilegiaron lo cuantitativo, los procesos masivos, los
largos plazos y el método hipotético-deductivo. Sus críticos las consideraron
propuestas con un marcado determinismo socioeconómico, mientras que sus
defensores valoraron el método de análisis histórico que contribuyó a renovar
estos estudios.
Si bien Marx marcó la interdependencia del campo de lo simbólico y la
realidad material y la existencia de fases que no se prestan a simplificaciones,
sus seguidores esquematizaron estas afirmaciones conocidas como
"materialismo histórico", en una sucesión que pasaba de la comunidad
primitiva al régimen esclavista, de éste al feudal y al capitalista para derivar,
finalmente, en el socialismo.
Lejos de este reduccionismo ideologizante cultivado y difundido desde la
Unión Soviética, la historiografía marxista tomó vuelo hacia mediados del siglo
XX en Gran Bretaña. Historiadores como Hobsbawm, Hilton, Thompson se
expresaron en la revista Past and Present que, a partir de 1952, difundió un
modelo pluralista que combinó lo estructural con lo político, lo cultural y lo
episódico para reconstruir la historia de la sociedad.
A su vez la nueva historia económica estadounidense fundada en la
recolección sistemática de documentos cuantificables, reflejó la influencia de
los estudios comparativos de Weber acerca de los orígenes de la modernidad.
Si los historiadores acentuaban la lucha de clases (marxismo), los cambios
demográficos (la escuela francesa de los Annales) o el desarrollo de redes de

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inversión y comunicación (modernization theory de los Estados Unidos),
esperaban que sus modelos fueran válidos para todo el mundo. Desde esta
perspectiva, impulsaron el afianzamiento de la historia social como ámbito de
investigación en el siglo XX y paulatinamente, buscaron descubrir la realidad
de la gente común, por lo general olvidada por la historia tradicional.
Ahora bien, todas las producciones, ya sea las procedentes del
historicismo clásico alemán o las propuestas sociales, definieron una historia
orientada a la realidad objetiva que se guía por reglas uniformes y que
privilegia las notas eruditas que dan cuenta de la naturaleza y veracidad de
los datos aportados.
Paralelamente, debemos mencionar a corrientes que cuestionaron la
calidad científica de la historia. En efecto, los positivistas lógicos del
denominado "círculo de Viena" surgido alrededor de los años de 1920,
continuaron difundiendo la idea de una ciencia libre de valores y ajena a lo
social. Estos pensadores "neopositivistas" supusieron que el mundo puede ser
conocido objetivamente mediante la observación y el razonamiento. En 1930,
muchos de ellos fueron obligados a dejar Austria y se radicaron en
universidades de habla inglesa desde donde influyeron en los historiadores.
La obra de Karl Popper, una de las más conocidas, contribuyó a instalar este
paradigma que plantea una confianza ilimitada en el poder de la ciencia y de
la técnica para lograr una sociedad más justa y más rica. Para Popper la lógica
positiva de la ciencia era el modelo metodológico en todas las disciplinas
ligadas a la neutralidad científica y a la viabilidad de un pensamiento racional
y objetivo. En efecto, el método científico se sostiene en leyes de la lógica y en
la verificación de teorías, no en la mera recolección de hechos. Este filósofo
negó la interpretación social de la ciencia y condenó la vinculación entre la
ideología y el pensamiento científico. En su libro La pobreza del historicismo,
Popper negó el carácter científico de la historia y las ciencias sociales ya que
no pueden formular leyes científicas matemáticamente cuantificables. La
historia, señala, carece de la regularidad del mundo físico y por tanto sus
fenómenos, únicos e irrepetibles, no son reductibles a generalización. Admitió
que la historia puede formular leyes de calidad, vagas e imprecisas y predecir
sólo tendencias. Para Popper las leyes físicas constituían fórmulas

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matemáticas que predicen exactamente el futuro y permiten establecer
secuencias causales rigurosas. La historia no entraba pues en el campo
científico puesto que no se ocupa de lo general y tampoco era capaz de realizar
predicciones ni formular leyes matemáticas y cuantificables.

Crisis de la modernidad y nuevos giros de la historia en las últimas


décadas
Como lo hemos señalado, en los caminos recorridos por la historia, la idea
de evolución y racionalidad constituyó un fuerte axioma y sirvió de norma a
los historiadores que atribuyeron sentido a la historia como expresión de la
victoria de la cultura, la ciencia y la técnica sobre la irracionalidad de la
naturaleza. No obstante, la Segunda Guerra Mundial, los crímenes de guerra,
la Shoá, Hiroshima, marcaron los límites de la ciencia revestida de neutralidad
y desinterés que en realidad no constituyó un medio de liberación, sino de
dominación de seres humanos. La utilización de la ciencia nuclear por parte
de los adversarios de la Guerra Fría contribuyó a difundir el pánico nuclear.
A la vez, los quebrantos ecológicos, la destrucción provocada por guerras como
la de Vietnam o Afganistán entre tantas otras, las explosiones
fundamentalistas islámicas, la deriva del régimen chino y la caída de los
regímenes socialistas, generaron nuevas incertidumbres. De todo ello resultó
un escenario amenazador impregnado de escepticismo, en el que la noción de
ciencia sin valores fue desechada, del que fueron destronados los
absolutismos decimonónicos y presupuestos optimistas impuestos por el
occidente cristiano y en el que se quebrantó la confianza en el progreso de la
humanidad prometido por la modernidad. Según el filósofo Edgar Morín, los
dos legados del siglo XX fueron la comprensión de la incertidumbre de la
existencia humana y de la imposibilidad de predecir el futuro.
En esta deriva hacia el desencanto nuevos grupos críticos –que podemos
identificar con el término "posmodernos"– pusieron en duda la "objetividad"
del conocimiento científico y denunciaron su carácter ideológico.
El término "posmodernidad" hace referencia a esta situación en la que se
cuestiona y somete a prueba los presupuestos de la modernidad. Algunos
autores prefieren hablar de condición posmoderna como expresión del

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agotamiento de la razón y sentimientos difusos acerca de un cambio cuyo final
no puede avizorarse. En este contexto se produjeron nuevas polémicas sobre
el significado y la escritura de la historia y su pretensión de objetividad.
El término posmodernismo surgió en la arquitectura como rechazo al
funcionalismo racional y eficiente de los modernistas y como opción por
formas más impredecibles. Fuera de este campo el término generalizó las
críticas a las sociedades modernas sumidas en la tecnología que se
autorrepresentaron como superación de la tradición y la costumbre y
proclamaron la existencia de un individuo libre, que conoce libremente,
permitiendo el progreso de la humanidad. Expresó así el cuestionamiento
hacia esas sociedades que no facilitan el desarrollo de seres autónomos y que
se fundan en una racionalidad ciega para todo lo que no sea meramente
reproductivo.
Michel Foucault (1926-1984) y Jacques Derrida (1930-) inspiraron los
principales argumentos posmodernistas, aun cuando no compartieron
algunos de sus postulados. Ambos reivindicaron la obra de Ferdinand de
Saussure sobre la naturaleza del lenguaje y la distancia entre el significante
(sonido o aspecto de una palabra) y el significado (sentido o concepto de la
palabra). Sobre estas ideas, estos autores negaron la posibilidad de generar
una relación objetiva con la realidad histórica. Consideraron que la realidad
está siempre velada por el lenguaje y que éste no implica ningún sentido
trascendental o verdad previa. Ello justificó el método propuesto por Derrida,
"la deconstrucción", que evidenció las múltiples interpretaciones que admiten
los textos pues sus significantes, señalaba este autor, no tienen conexión
esencial con lo que significan. Los aportes de la filosofía del lenguaje fueron
fundamentales para alimentar dichos argumentos, sobre todo por la labor de
Ludwig Wittgenstein quien sostuvo que todo problema filosófico era un
problema de lenguaje ya que al hablar sobre el mundo sólo hablamos y
comprendemos el lenguaje con que nos referimos a ese mundo. El lenguaje es
un sistema autorreferencial, por lo que la realidad no podría ser abordada
como objetiva o exterior al discurso. Como no existe ninguna realidad
extralingüística ya que todo significado se constituye y conforma sólo por el
lenguaje, el historiador sería ingenuo si mantuviera la ilusión de elaborar

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conocimiento científico y debería renunciar al principio de causalidad, la
explicación y a la supuesta correspondencia entre lenguaje y mundo exterior.
Los posmodernistas niegan las promesas de la modernidad y señalan que
los genocidios y los horrores cometidos en nombre de la ciencia generan dudas
en torno a la inevitabilidad del progreso y la razón. No aceptan la seguridad
del conocimiento ya que, como argumentaba Foucault, éste no existe fuera de
la ideología y la subordinación al "régimen de verdad" de la sociedad en que
se elabora. La ciencia y la tecnología están atrapadas por intereses
hegemónicos y se expresan en discursos que se elaboran desde instituciones
al servicio de esos intereses. Asimismo, juzgan que la realidad no puede
trascender el discurso y que la objetividad implica una construcción ideológica
que oculta la participación de los científicos en la selección y configuración de
los hechos, tanto como su pertenencia a relaciones de poder y propuestas
políticas. La desconfianza y descontento de los filósofos posmodernos son
fácilmente identificables en un mundo en el que ciencia y tecnología se han
utilizado para crear mayores desigualdades, bombas nucleares, campos de
exterminio de seres humanos. Sin embargo, sus representantes suelen
cuestionar sin aportar soluciones y suman sus voces al proclamado "fin de la
historia". Generan así un escepticismo que neutraliza los compromisos e
intentos de cualquier tipo para modificar el orden establecido.
Si bien las críticas posmodernas dividieron a los estudiosos en posturas
opuestas, renovaron discusiones sobre los métodos, objetivos y fundamentos
del conocimiento, significaron una alerta contra lecturas anacrónicas y
viabilizaron la aceptación de que la historia se escribe desde los interrogantes
del presente. Así, fueron útiles para estimular la corrección de errores y hacer
ver a los historiadores de qué manera su visión del mundo condiciona su
trabajo, que proceden de acuerdo a intereses y producen resultados a través
de disputas y coacciones ideológicas, políticas e institucionales ya que el
conocimiento histórico está siempre sujeto a cambios de signo y de sentido, a
nuevas inquietudes y preguntas. Asimismo, también contribuyeron a
reflexionar sobre las relaciones entre normas e individuos, entre procesos y
estructuras, entre lo material y lo ideal, entre sujeto y objeto, confirmando la

16
necesidad de explicaciones acerca de la forma como ha operado el pasado y se
ha proyectado al presente.
En este camino, se acentuaron las críticas a los modelos tradicionales y
a los de la llamada "década de oro de la historiografía" 1960-1970, a la historia
sociológico-estructural y se incrementaron los cuestionamientos al modo de
vida burgués. Los "annalistas" que se disgregaban en múltiples campos de
investigación, fueron acusados por falta de teoría, los marxistas británicos por
la imposibilidad de conectar situaciones de cambio y singularidad con las de
continuidad y generalidad, la historia ligada a la antropología o de corte
sociológico por las elaboraciones abstractas y los cuantitativistas, por la
incertidumbre de sus resultados.
Las investigaciones que se desarrollaron entonces, renovaron estrategias
de investigación con origen en la antropología, la etnología, la lingüística, la
semiótica. El conflicto adoptó perfiles humanos y se multiplicaron los objetos
de estudio, desde los sectores privilegiados a otros discriminados, de las
estructuras sin rostro humano a aspectos de la vida cotidiana, de lo macro a
lo micro, de la historia social a la cultural. Se renovaron además la historia
política y una historiografía narrativa que se propuso evitar los modelos
abstractos y dar cuenta de los aspectos subjetivos de la existencia humana.
En este contexto de crítica y renovación, a fines de 1969 se produjo el
alejamiento de Braudel de la dirección de la revista Annales y su poder se
distribuyó entre quienes integraron una corriente autodenominada la "nueva
historia". En 1978, la enciclopedia de esta corriente, dirigida por Jacques Le
Goff proclamó atender a nuevos problemas y objetos de estudio y el
reconocimiento al tiempo largo braudeliano, a la historia cuantitativa, a las
mentalidades y al contacto con diversas disciplinas, sobre todo la
antropología. El énfasis en la cultura supuso que valores, creencias, rituales
y mecanismos interpretativos no sólo reflejan la situación material de la
población puesto que interactúan con sus expectativas sociales y económicas.
Para esta nueva generación de los Annales, la cultura no constituye ya el
"tercer nivel" de la experiencia histórica, sino que opera como un determinante
primario de la realidad histórica. Concibieron así que toda práctica, económica
o cultural depende de las representaciones mentales que los individuos

17
emplean para entender su mundo, intentaron ubicar los productos formales
de la jurisprudencia, literatura, ciencia y artes para descifrar los códigos,
gestos, signos –que van reconfigurándose permanentemente en la vida
cotidiana– mediante los que los seres humanos comunican sus valores y
verdades.
Esta historia cultural rechazó el estudio de procesos anónimos y la
confianza en los métodos cuantitativos de la historia social y retomó
tradiciones anteriores. Atendió itinerarios vitales y los sentimientos y
comportamientos de los pobres. Al contar la vida de una persona o un suceso
pretendió develar el funcionamiento de una cultura o sociedad del pasado.
Para ello transformó los métodos socio científicos tradicionales, recurrió a la
antropología y a la teoría literaria y tendió a captar con ello la complejidad del
mundo humano al negar, aunque no siempre, la universalidad del lenguaje
conceptual y la uniformidad del razonamiento humano. Así, priorizó el campo
simbólico, pero, además, su relación con prácticas sociales que lo constituyen,
cabalgando así entre lo mental y lo social.
En esta línea, algunos historiadores cuestionaron los modelos meta-
narrativos –esto es, los grandes esquemas para organizar, interpretar y
escribir la historia– como artificios funcionales a las sociedades industriales y
al empeño normalizador de los Estados modernos. Se volcaron a estudiar
utillajes mentales y cedieron paso al sujeto individual y a la narración de la
vida cotidiana y de la experiencia privada. También rescataron la importancia
de la parte meditada de las acciones humanas y rechazaron o bien matizaron
la fuerza de las determinaciones colectivas ya que para explicar el
funcionamiento social estudiaron las normas culturales, las informaciones,
las pertenencias sexuales, generacionales, educativas, territoriales, etc. Estos
historiadores enfocaron el conjunto de relaciones y tensiones que constituyen
lo social desde un punto particular, el relato de una vida, un acontecimiento
oscuro, etc. y abordaron las representaciones con las que los individuos dan
sentido a su mundo, entendiéndolas como matrices de prácticas
constructoras del propio mundo social.
De este modo, en los años ochenta, la perspectiva macrohistórica de
inspiración sociológica que acentuó el estudio de estructuras y procesos

18
globales experimentó sacudidas muy agresivas. En efecto, el acercamiento a
la antropología reforzó a los enfoques microhistóricos que optaron por la
reducción de la escala de observación, por un análisis microscópico y un
estudio intensivo del material documental a fin de revelar factores no
observados previamente y elaborar conclusiones más generales. La
microhistoria no ignora la existencia de complejas estructuras sociales, pero
a partir de cada espacio social y desde allí a la experiencia privada, a la vida
cotidiana, a los márgenes de libertad de los individuos en los intersticios y
contradicciones de los sistemas normativos que los constriñen.
Todo ello forma parte de las nuevas concepciones acerca de la ciencia,
abiertas a lo cualitativo y a lo probabilístico que priorizan las relaciones no
lineales propias de la naturaleza y de la vida de los seres humanos, no
reducibles a simples encadenamientos de causa-efecto. En este sentido han
resultado fundamentales los aportes de la teoría del caos que acentúa el
carácter complejo e impredecible de la realidad o de la termodinámica de los
sistemas no lineales de Ilya Prigogine. Este señala que en la dinámica clásica
y en la física cuántica no existen certezas sino posibilidades y que no sólo hay
leyes sino acontecimientos que no pueden deducirse de las leyes. Son estas
las ideas que nos permiten estudiar mejor las grandes transiciones históricas,
abrirnos a la complejidad del mundo social y acceder, como señala Josep
Fontana, a la comprensión de que racionalidad no es lo mismo que certeza ni
probabilidad significa ya ignorancia.
Entre las nuevas formas de hacer historia podemos mencionar también
la renovación de la historia política que recurre a la ciencia política, a los
aportes jurídicos y reivindica el análisis de las prácticas. Surgieron asimismo
múltiples corrientes como la historia de género, la historia oral, la cliometría,
la ecohistoria, la historia de la vida privada, de los mitos, de la infancia, de la
lectura o la recuperación de los puntos de vista de los sectores marginados o
"vencidos" a partir de la expansión colonial de los países europeos. La historia
del presente, reciente o próxima recuperó por su parte, la contemporaneidad
que expuso la historia en sus orígenes y cuestionó al positivismo y sus
patrones de objetividad a partir de la separación total entre sujeto y objeto de
estudio y de la condena a las interpretaciones.

19
Desde otras miradas, el acercamiento a la antropología y también a la
crítica lingüística y literaria "decontruccionista", llevó a dudar de la posibilidad
de conocer los documentos y textos en los que se apoya el trabajo del
historiador y reforzó las orientaciones relativistas de la disciplina. En efecto,
si estos enfoques plantean la imposibilidad real de conocer el pasado, tampoco
es posible analizar los acontecimientos de un presente que se convertirán
indefectiblemente en pasado y, por tanto, carecerán de sentido. Este
escepticismo promovió el denominado "giro lingüístico" que priorizó una
filosofía del lenguaje. Al visualizarlo como un sistema cerrado de signos que
construyen al mundo antes que referirse a éste, no habría posibilidad de
conocer el pasado con lo que se eliminarían las barreras entre ficción e
historia, entre narración histórica y narración literaria. En este plano,
podemos mencionar también al nuevo giro visual que centra su atención en
la producción cultural basada en imágenes y reivindica el protagonismo del
espectador.
Como vemos, las polémicas en torno a la historia se han multiplicado en
las últimas décadas. Se han construido nuevos paradigmas que reconocen la
diversidad de objetos de estudio y su tratamiento diferenciado. La oposición
entre métodos analíticos y hermenéuticos, explicación y comprensión,
individuo o sociedad, no se ha evaluado en forma definitiva. En la visión del
historiador Hobsbawm las diversas líneas pueden conjugarse ya que tanto si
miramos a través de un microscopio, como si lo hacemos a través de un
telescopio, buscamos desentrañar las claves de un mismo universo.
En síntesis, estos diálogos con las disciplinas sociales, el "estallido" de la
historia, el desenvolvimiento de la autollamada "nueva historia", de los
diversos giros que mencionamos, no devino necesariamente en calidad
historiográfica, ya que las producciones fueron desparejas lo que se evidencia
por ejemplo, en la proliferación de historias que pretenden apelar a la etnología
y proceden sin teorías ni plan conceptual previo, con resultados pobres, aun
cuando en ocasiones pintorescos y por tanto, apreciados por públicos más
amplios. Ello nos lleva a sostener que la renovación de temáticas no
necesariamente implica cambios ni originalidad en su tratamiento y que no es
tan profunda o genuina la distancia entre la vieja narrativa histórica, que

20
reconstruye hechos de acuerdo a una estructura cronológica y la
autodenominada "nueva" que toma prestados temas a las disciplinas vecinas,
pero no agrega nuevas ideas ni aportes originales.

La renovación de horizontes en la historia social


No cabe duda que los supuestos racionales y humanistas que
configuraron el pensamiento occidental a fines del siglo XX, experimentaron
fuertes quebrantos que afectaron a los estudios macrosociales y a las ideas en
torno a la posibilidad de un crecimiento científicamente controlado. Ello
revitalizó las discusiones acerca de los métodos, propósitos y fundamentos del
conocimiento y enriqueció la perspectiva de la historia social que acentuó la
necesidad de procurar explicaciones reconocidamente parciales y objetivas del
pasado, sin negar el concepto de racionalidad de la ciencia histórica
tradicional, pero ampliándolo significativamente.
Esta historia social renovada aborda distintos niveles de la realidad
histórica: sus fundamentos económicos (formas de subsistencia, la
reproducción material, la distribución del producto, etc.), la estructura social
(formas de organización de la sociedad, sujetos sociales, ámbitos de
sociabilidad, diferencias sociales, movimientos sociales, etc.), sus
fundamentos políticos (formas de competencias por el poder, organización del
Estado, la Nación, etc.) y la esfera de los simbólico (ideas, creencias, valores y
representaciones que sostienen acciones sociales y políticas, formas de
transmisión cultural, etc.). La historia social analiza las articulaciones entre
estos niveles y –aunque la economía, las bases materiales de producción y
distribución del excedente económico constituye un núcleo de estudio
imprescindible– no establece determinismos rígidos o unidireccionales, a la
vez que comprueba la capacidad creativa de los seres humanos. Así, valorizó
el nivel de la práctica y superó criterios unilaterales ya que enfocó el conflicto
y las conexiones entre estructuras, procesos y experiencias. Recurre tanto a
métodos hermenéuticos como analíticos pues en la actualidad, la historia
social reconoce el pluralismo y combina lo estructural con lo episódico, aborda
lo político, lo económico y lo cultural para reconstruir la historia de las
sociedades en toda su complejidad.

21
Entendemos a la historia social como la historia de las sociedades que
estudia acontecimientos únicos, por cierto, pero inscriptos en un proceso que
los abarca. Le interesa la integración de todas sus partes y la definición de
grandes etapas o "períodos sociales", los cambios y las continuidades, lo
conflictivo de la existencia humana y sus aspectos materiales y espirituales.
Debemos insistir en que la nueva historia social no renunció a la
objetividad ni a los códigos de la disciplina profesional, cuestionó los usos
ideológicos de la historia y tomó conciencia sobre la necesaria autonomía que
reclama el saber histórico. Un saber que se interesa por estudiar tendencias
generales y que, como sostuvo el historiador Eric Hobsbawm, procura
responder a las grandes preguntas del "por qué", aun concentrándose en
interrogantes diferentes a los de hace treinta años. En efecto, la historia social
aspira a la síntesis y crea conceptos analíticos en función del camino recorrido
por cada historiador, de su propia investigación y de las fuentes diversas que
utiliza para construir dichos conceptos. Asimismo, asumió que todo discurso
es narración y que, de lo que se trata, es de narrar verazmente, de facilitar la
comprensión de los fenómenos sociales y de aprehender la relación entre las
estructuras y los seres humanos concretos.
La historia social se constituye como disciplina que aborda el problema
de la temporalidad, de las continuidades y el cambio social. No prescinde de
la cronología, esto es, la forma como cada cultura organiza el tiempo. En el
mundo occidental el acontecimiento organizador por excelencia fue el
nacimiento de Cristo que permitió generar el "antes" y el "después" de Cristo
y ordenar la historia cronológicamente, datando hechos en el tiempo para
clasificarlos. Pero, y en este plano los aportes de Annales fueron importantes,
prioriza la concepción de los tiempos múltiples en el proceso de cambio social
y asume que el tiempo histórico es una construcción, un producto de la
historia. Emprende la periodización histórica con un criterio sistémico,
identificando cambios y continuidades en distintos niveles de la vida social,
comparando y relacionando dichos niveles, marcando su estabilidad y su
ruptura mediante la particular velocidad de los cambios, los ritmos específicos
de lo político, cultural, económico, etc.

22
La crisis de los paradigmas que afectó a las ciencias, también posibilitó la
renovación de la historia social en cuanto a la concepción de la sociedad y sus
transformaciones. Reconoció, por tanto, la confrontación dialéctica entre
estructuras y acción social ya que los seres humanos forman parte de una
trama compleja de sistemas interactuantes que organizan la experiencia
cotidiana, sesgada asimismo por los deseos personales y la imaginación.
Incorpora lo histórico para explicar lo social y plantea que, si bien las
estructuras pautan la vida de los seres humanos, éstos contribuyen a
alterarlas y a promover con sus acciones, la reproducción y el cambio de las
instituciones sociales.
A modo de síntesis podemos señalar que la historia social intenta pensar
racionalmente el pasado como un esfuerzo que, en realidad es externo a ese
mismo pasado e inherente a este tipo de conocimiento en construcción,
provisorio, aunque no arbitrario, que obedece a reglas, técnicas e
instrumentos que contribuyen a explicar las posibilidades y límites del
conocimiento histórico en forma más o menos coherente. Sobre todo se trata
de una historia que atiende a la formulación de problemas, cuya producción
escrita o de otro tipo, procura establecer distancias entre la evidencia
documental, las fuentes y su interpretación; que evalúa lo sucedido como una
de las opciones posibles, que reconoce la independencia de los actores que
estudia y sostiene su capacidad analítica frente a las pretensiones científicas,
que no cuenta simplemente una historia ni pretende "reconstituir el pasado a
la vida".
La producción de conocimiento desde la historia social se enmarca en una
práctica revitalizada que tiene en cuenta las siguientes cuestiones:

a) Objeto y sujeto de la historia


Como hemos señalado, cuando la historia se convirtió en ciencia, su
objeto de estudio fueron los hechos del pasado. Ranke postuló que se trataba
de "mostrar lo que realmente sucedió", ya que los hechos debían ser
rescatados y no interpretados. Es la concepción ontológica del hecho histórico
que tiene existencia objetiva e independiente por entero del sujeto de
conocimiento, sostenida por las corrientes empiristas y positivistas.

23
Los enfoques idealistas criticaran esta postura, redujeron la realidad a
mero producto mental y proclamaron la primacía del sujeto en la medida que
éste es quien organiza al objeto. En esta perspectiva los hechos históricos no
fueron considerados como algo dado, sino como algo completamente subjetivo,
como exclusiva creación del historiador.
Desde la perspectiva de la historia social, consideramos que el sujeto tiene
un papel activo frente a la realidad. En este sentido, la relación cognoscitiva
es una interacción entre sujeto y objeto de conocimiento, ambos tienen una
existencia real y operan uno sobre el otro. El objeto de estudio de la historia
son los seres humanos como individuos y como colectivos, el perpetuo cambio
de las sociedades humanas, entendidas como relaciones entre individuos. El
ámbito de lo humano es la sociedad, una realidad de relación, fuera de la cual
el ser humano difícilmente subsista, una realidad que involucra el doble
carácter personal y colectivo de la existencia humana, lo público y lo privado,
lo interno y lo externo en ese plano triple de presente, pasado y futuro. Desde
el modelo de conocimiento del que partimos, concebimos al sujeto de la
historia como un sujeto social. No se trata pues de un ser puramente biológico
sino de un ser social condicionado por la historia, la cultura, el lenguaje
especialmente. Josep Fontana plantea que no se trata de oponer individuo y
grupos sociales, porque son como la marea y la ola que explica conjuntamente
el avance del agua del mar tierra adentro.

b) La objetividad en la historia
La convicción de que el conocimiento se crea en el tiempo y en el espacio
por obra de seres humanos condicionados por el contexto histórico-social y
natural que los envuelve, genera una nueva manera de entender la
objetividad. En efecto, ahora entendemos que lo objetivo no existe en el objeto
ni en cada individuo. Se alcanza mediante la crítica y el debate entre
historiadores que están sujetos a las normas que establece la comunidad
académica de la que forman parte; normas que, como exigencias técnicas,
fijan límites a las diversas interpretaciones sobre un proceso histórico.
El conocimiento histórico se construye en función del acceso a la verdad.
No se trata de una verdad absoluta puesto que el conocimiento es un proceso,

24
una elaboración de distintas perspectivas sobre la realidad histórica, los datos
históricos contenidos en las fuentes y convertidos en hechos históricos. Todo
conocimiento está condicionado por el ser social del sujeto e implica a la
ideología. En forma simplificada, podemos entender a la ideología como
sistema de ideas o bien como "falsa conciencia", o sea un conjunto de ideas
que no se corresponden con el ser social que piensa. En definitiva, no existe
pensamiento humano ajeno a las influencias ideologizantes del contexto
histórico, social, económico, cultural. Lo que pensamos, sentimos, hacemos,
la memoria y el olvido, la valoración de la propia vida, resultan de los cambios
en las formas de la vida social, de las relaciones sociales, de nuestras acciones.
Así, el conocimiento se da siempre desde una postura determinada y ello
supone que se trata de un proceso acumulativo de verdades parciales.
Situado en su contexto, el historiador parte de preguntas que le permiten
formular problemas que luego indaga a partir del material empírico disponible
e intenta revelar las causas de un fenómeno, aun cuando éstas son siempre
demasiado numerosas para ser agotadas por el análisis científico. Finalmente,
mediante la utilización de los conceptos pertinentes, organiza la información
para comunicarla comprensiblemente. Esto es, construye conceptos a partir
de sus fuentes, elige claves, encadenamientos, síntesis que posibilitan la
explicación y comprensión de las interacciones humanas a partir de sus
supuestos sobre las motivaciones humanas y la acción social.
En este proceso, la intervención del factor subjetivo es real, pero ello no
elimina el carácter objetivo del hecho histórico. La objetividad se redefine como
una relación interactiva entre un sujeto investigador y un objeto externo. En
efecto, el historiador somete los hechos del pasado que registran sus fuentes
a la crítica externa o examen de la procedencia y autenticidad de las fuentes
y a la crítica interna o análisis del valor, de la intencionalidad de una fuente.
El historiador no manipula los hechos arbitrariamente, sino que los ubica en
una secuencia temporal y en una trama de relaciones de orden político,
económico, cultural, etc. Los hechos no hablan por sí solos. Son seleccionados
y valorados por el historiador, pero no de forma arbitraria. Esa búsqueda de
la verdad implica elaborar enunciados consistentes con los hechos (sometidos
a prueba), debe dar cuenta de su objeto y también de las teorías que se

25
enunciaron sobre éste. Como señala E. Carr la historia se ocupa de los hechos
del pasado y de las construcciones historiográficas acerca de éstos. Ello se
integra en una estructura explicativa o discurso de demostración que
responde a dos tipos de preguntas ¿qué fue?, a la que se responde mediante
los hechos. ¿Por qué fue?, a la que se responde mediante una explicación
causal sobre los orígenes del fenómeno y hechos que conducen a otros hechos
y nos dan la idea de proceso histórico.
Por cierto, muchos historiadores actuales no ignoran que las diversas
interpretaciones historiográficas responden a supuestos disímiles. A partir de
éstos, seleccionan los indicios del pasado humano y formulan teorías que se
relacionan con el entorno cultural y natural. Las experiencias cotidianas y
prejuicios condicionan la interpretación de estos indicios: sabemos que hoy se
cuestiona la existencia de verdades desinteresadas o libres de valores. Más
allá de la existencia de diferentes escuelas y teorías, los historiadores se han
especializado en la resolución de interrogantes básicos entre lo que ha sido y
la memoria de lo que ha sido, en establecer conexiones con el pasado para
aclarar los problemas del presente y en tender líneas hacia el potencial del
futuro. Si existen diversas versiones de lo sucedido, ello refleja la complejidad
e imprevisibilidad de la vida humana, lo que da lugar a nuevas lecturas de los
distintos mensajes que envuelven a los acontecimientos del pasado. Así el
compromiso con el saber objetivo nos obliga a situarlo en el tiempo, a
reconocer nuestra posición en una determinada perspectiva cultural y a
asumir la verdad del conocimiento histórico como una empresa que no
concluye, como un informe interino sujeto a normas, abierto a las
controversias. Un conocimiento progresivo, pero no en el sentido de progreso
lineal y armónico sino conflictivo, como todo lo relativo a los seres humanos y
sobre todo fundado en fuentes. Un conocimiento que se expresa en un relato
veraz, aunque parcial e inacabado, sobre el pasado, que torna posible la acción
en el mundo ya que le confiere un sentido.

c) Saber y conciencia histórica


El tema de la objetividad nos remite al problema de la conciencia
histórica. Es el cuerpo social al que pertenecemos, el que impone el desarrollo

26
de nuestra conciencia histórica. Se trata de la conciencia en torno a cambios
y continuidades, a problemas de nuestro presente que nos conducen al
pasado como repositorio de experiencias comparables, se trata de las distintas
formas de conocimiento que una sociedad tiene sobre sí misma y sobre las
demás. Se trata de intentar explicarnos la realidad y de la construcción de
proyectos para el futuro mediante visiones del pasado. Forjar nuestra
conciencia histórica, que de eso se trata, implica pues, comprender las
circunstancias dadas o transmitidas del pasado sin entenderlas como único
resultado posible; de reflexionar en torno de la estructura de pensamiento que
orienta nuestras prácticas sociales a través del tiempo. A partir de ello, será
posible un mayor autoconocimiento y el desarrollo de una identidad propia y
autodeterminada.
El saber histórico se construye en el marco de la conciencia histórica, que
marca el espacio de experiencia y los horizontes de expectativa de una época.
No se identifica con la conciencia histórica, sino que está condicionado por
ésta y aspira a la búsqueda de la verdad como un objetivo al que debe
tenderse. Tiene una exigencia de rigor e instrumentos de control, como vimos,
los propios de su metodología que ayudan a mantener este rigor. Esta tensión
entre conciencia y saber llevar al permanente enriquecimiento del saber
histórico por la conciencia social e incluye nuestra temporalidad. El pasado
existe en el presente y desde éste intentamos elaborar conocimiento sobre el
pasado.
El trabajo del historiador revela la conciencia histórica como una
dimensión de la conciencia de una sociedad. Planteamos que esta conciencia
orienta las preguntas que podemos formular al pasado que, como objeto de
curiosidad, cambia con las épocas y las diversas perspectivas. Por ello
cambian también los relatos históricos que incluyen selección, interpretación,
recuerdos y olvidos. Asimismo, esta construcción del pasado, que implica una
tarea social, incide en el presente ya que nos lleva a otorgar carácter "histórico"
a aspectos, situaciones o seres humanos que hasta entonces no habíamos
tenido en cuenta.
A partir de este análisis podemos afirmar que las nuevas escuelas
historiográficas han renunciado a la historia lineal y han puesto en evidencia

27
el fracaso de la visión liberal sobre el ascenso de la humanidad al progreso.
Nos conducen a entender el pasado a partir de sus diversas opciones, a
entender que no necesariamente terminó imponiéndose la mejor, a entender
también que las otras opciones podrían continuar abiertas. En síntesis,
afirmamos que la producción científica no es ajena a lo social, esto es a los
gobiernos, las iglesias, los credos religiosos, las ideologías políticas, la
identidad de género, los intereses o las convenciones lingüísticas. El saber
humano está construido socialmente, pero, asimismo, la práctica de la
ciencia, aun cuando valórica o teoricista sigue produciendo afirmaciones
razonablemente veraces sobre la naturaleza y la sociedad.
Así, lejos de significar una opción estético-contemplativa o la historia por
la historia misma, su enseñanza y su aprendizaje podrán dar lugar al
desarrollo de una forma de pensamiento crítico sobre la realidad y sus
problemas. En efecto, si el conocimiento histórico se construye a partir de la
crítica de las fuentes y del estudio disciplinado de fenómenos sociales,
aspiramos a promover aprendizajes que estimulen el desarrollo del
pensamiento crítico mediante pautas para abordar conocimientos históricos y
claves de interpretación de procesos complejos, cuya comprensión permitirá
analizar con mayor claridad el mundo en que nos toca vivir y reforzará el
entendimiento de nuestra comprensión sobre lo humano.

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