El documento discute la importancia de comprender lo "histórico" y crear una filosofía de la historia. Explica que para lograr esto, es necesario superar la dicotomía entre sujeto y objeto y entender que el hombre es un ser histórico inseparable de la historia. También destaca que la historia no es mera información empírica, sino una realidad espiritual que se revela a través de la memoria histórica y la tradición.
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El documento discute la importancia de comprender lo "histórico" y crear una filosofía de la historia. Explica que para lograr esto, es necesario superar la dicotomía entre sujeto y objeto y entender que el hombre es un ser histórico inseparable de la historia. También destaca que la historia no es mera información empírica, sino una realidad espiritual que se revela a través de la memoria histórica y la tradición.
El documento discute la importancia de comprender lo "histórico" y crear una filosofía de la historia. Explica que para lograr esto, es necesario superar la dicotomía entre sujeto y objeto y entender que el hombre es un ser histórico inseparable de la historia. También destaca que la historia no es mera información empírica, sino una realidad espiritual que se revela a través de la memoria histórica y la tradición.
El documento discute la importancia de comprender lo "histórico" y crear una filosofía de la historia. Explica que para lograr esto, es necesario superar la dicotomía entre sujeto y objeto y entender que el hombre es un ser histórico inseparable de la historia. También destaca que la historia no es mera información empírica, sino una realidad espiritual que se revela a través de la memoria histórica y la tradición.
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NIKOLÁI BERDIÁYEV (1874) Kiev
Las catástrofes y los cambios históricos bruscos, que se vuelven particularmente
acerbos en determinados momentos de la historia universal, han predispuesto siempre a meditar sobre la filosofía de la historia, a intentar comprender el proceso histórico y a idear las más diversas teorías para explicarlo. En el pasado, esto ha sido siempre una constante. Estamos entrando en una época en la que la conciencia humana se ocupará de estos problemas con más interés que nunca. ¿Qué es lo «histórico»? Para captarlo, para que el pensamiento se disponga a percibirlo y a comprenderlo, es necesario pasar a través de una cierta dicotomización. En las épocas en que el espíritu humano permanece de un modo íntegro y orgánico en un ambiente perfectamente cristalizado, estabilizado y sedimentado, no surgen con la debida agudeza los problemas filosóficos referentes al movimiento histórico y al sentido de la historia. Vivir en una época histórica íntegra y estabilizada no favorece en absoluto el conocimiento histórico, ni la creación de una filosofía de la historia. Es preciso que ocurra una desintegración, una dicotomía en la existencia histórica y humana, para que surja la posibilidad de contraponer el objeto histórico al sujeto; es necesario que aparezca la reflexión para que dé comienzo el conocimiento histórico y nazca la posibilidad de construir una filosofía de la historia. El historicismo, propio de la ciencia histórica, se aleja frecuente y gustosamente del misterio de lo «histórico», no conduce al misterio y ha perdido toda posibilidad de comunicarse con el mismo. El historicismo no comprende lo «histórico»; al contrario, lo niega. Para poder entrar en comunión con el misterio interior de lo «histórico» en el cual permanece el hombre de un modo inmediato en las épocas orgánicas e integrales (sobre las cuales no reflexiona, en la medida en que las vive de un modo directo), para poder comprender la naturaleza de lo «histórico», es necesario pasar por la contraposición entre sujeto cognoscente y objeto cognoscible, y, a través del misterio de la dicotomía, entrar en comunión de un modo nuevo con el misterio de lo «histórico». El hombre es en gran medida un ser histórico; el hombre vive en lo «histórico» y lo «histórico» habita en el hombre. No se puede separar al hombre de la historia, no se le puede considerar en abstracto; tampoco se puede establecer una disociación entre la historia y el hombre, ni considerarla como algo fuera del hombre, separado de él. Es imposible asimismo considerar al hombre fuera de la profundísima realidad espiritual de la historia. Por su misma esencia, lo «histórico» es profundamente ontológico, no fenoménico; está arraigado en un cierto fundamento primordial profundísimo del ser y nos da la posibilidad de comprenderlo y de entrar en comunión con él. Lo «histórico» es una cierta revelación de la más profunda esencia de la realidad mundana, del destino del mundo y de lo que constituye su número fundamental: el destino del hombre. Lo «histórico» es una revelación de la realidad nouménica. Por eso, para la filosofía de la historia, el verdadero método consiste en partir de la identidad entre el hombre y la historia, entre el destino del hombre y la metafísica de la historia. En cuanto realidad espiritual grandiosa, la historia no es un dato empírico, simple, un conjunto de meros hechos; si así fuese, la historia no existiría como tal, y sería imposible conocerla. La historia viene conocida mediante la memoria histórica, que es una actividad espiritual, una cierta relación espiritual con lo «histórico» a través del conocimiento histórico, que, de este modo, queda íntimamente transfigurado y espiritualizado. Sólo mediante un proceso de espiritualización y transfiguración de la memoria histórica se clarifica el nexo interior y el alma de la historia. Esto puede aplicarse lo mismo al alma de la historia que al alma humana; en efecto, una persona humana no unificada a través de la memoria no nos permite el acceso al alma humana como realidad. La memoria histórica, en cuanto modo de conocimiento de lo «histórico», está indisolublemente ligada a la tradición, fuera de la cual ni siquiera existe la memoria histórica. Un conjunto de documentos históricos desprovistos de vida nunca nos dará la posibilidad de conocer lo «histórico», de ponernos en comunión con el mismo. No basta con trabajar sobre documentos históricos (por más que sea una tarea importante y necesaria), es preciso transmitir la tradición a la que va ligada la memoria histórica. Sólo así queda sólidamente establecido el vínculo de unión entre el destino espiritual del hombre y el de la historia. La historia no es un dato empírico objetivo, sino un mito. A su vez, el mito no es una invención, sino una realidad, una realidad de orden diferente al del llamado dato empírico objetivo. El mito es el relato (conservado en la memoria popular) de un acontecimiento pasado, un relato que trasciende los límites de la facticidad objetiva exterior y revela la facticidad ideal subjetivo-objetiva. Pero, frente a los mitos que se sumergen en el pasado, nos encontramos con elementos míticos creados por cada época histórica. Los mitos históricos tienen un significado profundo para este proceso de rememoración. Esto no significa en modo alguno que la tradición histórica no esté sujeta a la crítica y que haya de tomarse sin más tal como se presenta, prestándole fe y rechazando cualquier consideración crítica. Queremos decir más bien que el valor más profundo de la tradición no se basa en que ella cuenta lo que ha acontecido en realidad…, sino en que oculta en la memoria popular una alusión, un símbolo de los destinos históricos de este pueblo, símbolo extremadamente importante para construir una filosofía de la historia que comprenda su sentido más profundo. La tradición histórica es algo más que el conocimiento de la vida histórica, pues en la tradición simbólica se revela la vida interior, la profundidad de la realidad ligada hereditariamente a aquello que el hombre descubre por medio de la autoconciencia espiritual interior. Como hemos dicho desde el principio, el tema de la historia es el destino del hombre en la vida terrena, y este destino, que se realiza en la historia de los pueblos, viene comprendido, ante todo, como el destino del hombre que conoce espiritualmente. La historia del mundo de la humanidad tiene lugar no sólo en el objeto, en el macrocosmos, sino también en el microcosmos. Este nexo entre la historia del microcosmos y la del macrocosmos, tan necesario para una metafísica de la historia, supone una excepcional proximidad y una especial relación entre lo «histórico» y lo metafísico.