La Filosofia Como Estilo de Vida

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LA FILOSOFIA COMO ESTILO DE VIDA

La filosofía es el estudio de una variedad de problemas fundamentales acerca de los


cuestionamientos como la existencia, el conocimiento, la verdad, la moral, la belleza, la mente y el
lenguaje. La filosofía se distingue del misticismo, la mitología y ciertas formas de religión por su
énfasis en los argumentos racionales, y de la ciencia experimental porque generalmente lleva
adelante sus investigaciones de una manera no empírica, sea mediante la especulación, el análisis
conceptual, los experimentos mentales u otros métodos a priori, sin excluir una reflexión sobre los
datos empíricos o sobre las experiencias psicológicas. La filosofía comienza en la Antigua Grecia y
se desarrolla principalmente en el occidente.

En la gnoseología se da un debate entre el racionalismo que es la doctrina que sostiene que parte
de nuestro conocimiento proviene de una de algún tipo, o de deducciones a partir de estas
intuiciones, y el empirismo el cual se define como el cambio, y que todo conocimiento proviene de
la experiencia sensorial. La lógica es el estudio de los principios de la inferencia válida. Una
inferencia es un proceso o acto en el que a partir de la evidencia provista por un grupo de
premisas, se afirma una conclusión. Tradicionalmente se distinguen tres clases de inferencias: las
deducciones, las inducciones y las abducciones, aunque a veces se cuenta a la abducción como un
caso especial de inducción. La validez o no de las inducciones es asunto de la lógica inductiva y del
problema de la inducción. La ética abarca el estudio de la moral, la virtud, el deber, la felicidad y el
buen vivir. Dentro de la ética contemporánea se suelen distinguir tres áreas o niveles. La metaética
estudia el origen y el significado de los conceptos éticos, así como las cuestiones metafísicas
acerca de la moralidad.

El libro se divide en cuatro partes, cada una compuesta de más o menos cinco ensayos. La primera
parte es programática, como su título lo indica. Leal plantea en los textos reunidos ahí un
acercamiento a su modo de entender la filosofía, algo que se amplía y se vuelve más técnico en la
parte segunda, de índole más histórica. Esta disciplina ha sido desde sus inicios, afirma el autor,
una aspiración a la sabiduría. Los filósofos son herederos y continuadores de tradiciones
sapienciales propias de toda comunidad humana, por las cuales se atienden interrogantes
prácticos acerca de la vida. Pero también la filosofía ha sido una empresa de saber semejante a la
ciencia, un intento de ordenar el conocimiento, de sistematizarlo y aumentar su rigor conceptual.
Debemos considerarla, nos sugiere, como un proyecto en permanente tensión entre ciencia y
sabiduría, entre la aspiración a cierto estado espiritual propio del sabio y el imperativo de rigor
propio del científico. Conviene tener presente esta "tensión" que para el autor constituye la
"mismísima vida filosófica", pues ayuda a entender no sólo la trayectoria profesional de quien
escribió el libro —con un pie en la ciencia y el otro en la reflexión filosófica pura— y la peculiar
composición del texto, sino el programa que se esboza en varios de sus capítulos (particularmente
en los capítulos VII y VIII).

En efecto, el autor es partidario y continuador de una tradición de filosofía crítica que se remonta
a Jakob Friedrich Fries, discípulo temprano de Kant, y que luego fue continuada por Ernst Friedrich
Apelt, Leonard Nelson, Grete Henry-Hermann y Paul Branton. Se trata de una tarea filosófico-
científica, necesariamente interdisciplinaria y abierta al avance del conocimiento. Lo que de ello
resulta no es una filosofía que ofrezca o pretenda ofrecer una visión del mundo que trascienda, o
se mantenga indiferente, a los resultados de la ciencia, tan cara a las tradiciones académicas de la
Europa continental. Tampoco se reduce a un tipo de filosofía que se interprete como una mera
actividad de análisis, sea del conocimiento o lenguajes ordinarios, al modo de la tradición analítica
inglesa. El propósito es alentar un saber que cumpla una función epistémica, en tanto razona a
partir de los avances científicos y extrae cuidadosamente las conclusiones que se derivan de ellos.
Leal (cap. VII, p. 171) tiene en mente un tipo híbrido de pensador, si cabe la expresión, que ha
aparecido a lo largo de los siglos de la mano de los que bien pueden considerarse científicos
filosofantes (como, entre muchos otros, Bernard, Poincaré, Pareto, Einstein, Keynes), o filósofos
que realizan aportaciones a la ciencia (como Fodor, Dennett, Churchland, Elster, Trout y, por
supuesto, el propio autor, de nuevo entre varios más).

No es esto un derrotero que el filósofo vislumbra en el horizonte y deja que una generación por
venir se haga cargo. La fecundidad de un enfoque de esta naturaleza, que se propone
expresamente tender puentes entre las dos culturas a las que se refería hace tiempo C. P. Snow,
se ofrece a lo largo del libro a través de numerosos ejemplos. Precisamente, el capítulo VIII y toda
la parte tercera del libro muestra la clase de reflexión que surge cuando la filosofía deja de ignorar
a la ciencia o busca ingenuamente superarla. Al examinar cómo Kant concebía el espacio, qué sea
el problema del libre albedrío, cómo debe estudiarse el desarrollo moral, qué puede significar una
filosofía de la educación especial o qué vínculo cabe observar entre ética y política, el autor ora
aclara cómo se presenta cada cuestión a la luz de la filosofía y de la ciencia, ora se aprovecha de la
primera para indicarle a la segunda qué sesgos comete (así, por ejemplo, para estudiar el
desarrollo moral), ora usa la segunda para disolver o replantear ideas ya inviables de la primera.
En este movimiento de "ilustración mutua" lo que se decanta paso a paso es una manera más
precisa de enfocar un problema, de olvidarse de él o de declarar que aún no sabemos lo suficiente.
Al hacer esto, los caminos de la investigación empírica se desbrozan, la reflexión filosófica deja de
ser el eterno comentario de lo que dijeron o quisieron decir los grandes filósofos y se gana un
poco de más claridad sobre cuestiones fundamentales.

La parte cuarta del libro, como por lo demás los capítulos I y V, son de solaz para el lector. Quien
escribe es el filósofo encariñado con la cultura y deseoso de transmitir su fascinación por la
filosofía, por los antiguos, por los libros y, por qué no, por el propio Don Quijote y Sancho Panza,
personajes sobre los que versa el capítulo final del libro. Son textos emotivos e inspiradores,
escritos para animar a auditorios particulares a emprender con enjundia el estudio del pasado,
apreciar los libros, adentrarse en la filosofía o tomar en serio el estudio de la sociología. A los
historiadores les dice: "No perdamos nunca la obsesión por los antiguos"; a los estudiantes de
sociología les recomienda: "Lean, discutan, debatan todo. El mundo, literalmente, está a sus pies";
a los que aprenderán filosofía les previene: "Ser filósofo puede ser impecunioso y propio de gente
desocupada; pero fácil no es"; o se congratula de perderse en el mundo de los libros: "Al contrario:
morir en el laberinto, buscando otro libro, otra referencia, otra revelación, es lo mejor que le
puede pasar al académico". Ante tamaños exhortos, hay que imaginar que ninguno de los
escuchas originales, como tampoco ningún lector, quedó ni quedará indiferente.

No es un mérito menor de este trabajo su claridad. Los textos están escritos por un pedagogo
natural. Ahí donde otros autores usan frases incomprensibles para no dar las explicaciones
requeridas, Leal ofrece en cambio una argumentación paciente, detallada y diáfana. En esto se
aleja este texto de muchos libros de filosofía al uso, en los que se suele confundir oscuridad verbal
con profundidad intelectual. Sus páginas, al contrario, han sido escritas por alguien que cultiva la
precisión y la claridad no como un modo opcional para expresar las ideas, sino como la única vía
para hacerlas valer.

Si bien, como dijimos, los veinte textos reunidos aquí fueron originalmente disertaciones orales,
han sido reescritos, afinados o ampliados en alguna medida. Por consiguiente, las licencias que en
ocasiones se permite un orador para hacerse más grato al oído del auditorio y que no pocas veces
van en detrimento de la argumentación, casi han desaparecido de este libro. Son ensayos
pensados ya en el auditorio frío, silencioso y algo escéptico que forman todos los lectores posibles.
Este nuevo destinatario de lo que, en principio, como afirma divertidamente el autor, fueron flatus
vocis, le agrega un nuevo valor al texto, al hacerse los análisis más finos y actuales. Sorprende
mucho, en este sentido, el extenso e informado manejo de nuevas fuentes documentales.
Prácticamente para cada tema que aborda, Fernando Leal muestra las discusiones más recientes,
basadas en la revisión de la literatura al día y pertinente, escrita en cualquiera de los muchos
idiomas que domina (antiguos y modernos).

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