Historia Del Pensamiento
Historia Del Pensamiento
Historia Del Pensamiento
INTRODUCCIÓN1
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Federick Copleston (Vol.I Grecia y Roma),Ariel Ed. 6ª, Col. Convivium, Barcelona 1981.
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científicas) y la filosofía hermenéutica, de corte más tradicional (centrada en las cuestiones
clásicas de la Fª, en la política, la moral, los sistemas y problemas metafísicos).
1. Refiriendo cada filósofo o sistema filosófico a sus circunstancias históricas, porque siempre
el contexto histórico influye en el pensamiento. Conviene buscar y encontrar las conexiones
históricas remotas y cercanas.
2. Buscando la simpatía y la empatía con el autor: adentrarse en el pensamiento del autor y
esforzarse por entender todas sus expresiones, términos y tesis. Sólo después de entenderle se le
podrá -y debería- criticar.
3. La historia de la filosofía debería enseñarnos a pensar desde lo que dicen los autores, y esto
no tiene nada que ver con aprenderse de memoria lo que digan. Cuando el objetivo es
comprender y aclarar ideas, toda crítica contra argumentos, ideas y términos oscuros o
imprecisos será poca.
4. Confiando en los propios conocimientos y capacidad de crítica, pues a partir de 14 ó 15
años cualquier individuo reconoce -o debería reconocer- si un argumento convence o no. Nadie
debería aceptar ideas de otros simplemente porque las diga alguien con autoridad o porque
muchos las comparten. El individuo adulto y maduro personaliza sus ideas y las somete a
examen crítico antes de aceptarlas definitiva o provisionalmente.
5. Los filósofos deberían ser leídos directamente en sus obras, no sólo a través de
intermediarios o libros de texto. Esta suele ser una filosofía «enlatada», donde otros han
seleccionado las ideas de interés -y no siempre con buen juicio-.
6. Tras leer un autor, cada uno debería sacar sus propias conclusiones personales. Es la única
forma de adquirir un pensamiento propio, razonado, maduro, y de evitar el psitacismo, el refugio
en tópicos y lugares comunes, las jergas huecas de pandilla o pueblo.
7. Procurar distinguir las grandes cuestiones de cada época. En la Historia de la Humanidad,
los problemas se han centrado en tres grandes focos:
El Mundo (Ser, Cosmos, Naturaleza, Estado, Política, Sociedad).
El Hombre (antropología, conocimiento, ética, política, Psicología).
Dios (lo sagrado, el sentido de la existencia, la justificación de la fe...).
Así, en la ANTIGÜEDAD (Desde el origen del hombre hasta la caída del imperio
romanao, S. VI), el mundo se reduce a cosmología; el hombre, a una antropología elemental, un
principio de ética; Dios es simplemente un principio metafísico para hacer coherentes las
explicaciones. El mundo resulta más importante que Dios para pensadores como Aristóteles.
En la EDAD MEDIA (Desde la caída del imperio romano hasta el inicio del
Renacimiento, S. XIV), el mundo se reduce a sociedad política, y ésta a Imperio; el hombre no se
valora como ser independiente, sino como parte de la naturaleza; Dios es un poder sobrenatural
que todo lo domina e invade, concretado en la religión como preocupación fundamental y la
Iglesia como institución omnipresente/poderosa. Dios prevalece sobre el mundo y sobre el
hombre, p. ej. en Santo Tomás.
Durante la EDAD MODERNA (Desde el renacimiento hasta la Revolución Francesa,
1789), el Estado surge como algo independiente de la Teología; al hombre se le reconoce el valor
de su razón y se inicia un proceso de secularización que va quitando preeminencia a lo religioso.
El hombre aparece en primer plano, ocultando en parte a Dios y al mundo (Descartes).
En la EDAD CONTEMPORÁNEA (Desde la Revolución Francesa) se establece
definitivamente la autonomía y valor propio del mundo y de la ciencia como modelo de
conocimiento; al hombre se le reconocen unos derechos inalienables sobre los que se fundamenta
su valor e igualdad fundamental con sus semejantes, y la Iglesia se independiza definitivamente
del Estado en los países occidentales. Parece que esta vez es la ciencia la que predomina sobre el
hombre, y serían muchos los autores.
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LA FILOSOFÍA PRESOCRÁTICA
I. LA CUNA DEL PENSAMIENTO OCCIDENTAL
En Jonia (actual Grecia) se desarrollaron los poemas homéricos y las obras de Hesíodo.
Homero tiene una filosofía inicial y primitiva no sistemática, y Hesíodo una cosmología incipiente.
Ambos, primitivos, son el culmen de la cultura dominante en la Jonia. Es totalmente improbable
que esas primeras ideas vinieran de Egipto, India o China. Ciertamente Grecia tomó las
matemáticas de la geometría egipcia, y la astronomía de la astrología babilonia; pero en esos lugares
no era más que una observación empírica, no una ciencia como en Grecia.
Allí surgen pensadores y científicos que buscan el pensamiento por sí mismo, sin intereses
prácticos, gracias a la estabilidad social y a que su religión no está dominada por una clase
sacerdotal prepotente que acaparara todo el saber.
La observación de los ciclos vitales inspira un cierto pesimismo que invita a reflexionar
sobre la vida (Sófocles). Pero los griegos también tenían un gran sentido práctico, y admiraban la
eficacia; querían dominar. Su ideal de moderación, con el pecado de (=insolencia), es el
elemento que domina y somete este carácter.
Al observar los cambios de la naturaleza se preguntaban si algo permanecía como esencia de
todo. Cada filósofo encontraba su respuesta, todas ellas materialistas, pues aún no distinguían la
diferencia entre alma y cuerpo. Sin embargo esta respuesta materialista superaba los sentidos, y
suponía una abstracción para llevar a pensar que el agua, el aire o el fuego eran el principio
universal, (=aquello de lo que cualquier cosa procede).
Ellos se dedicaban tanto a la observación e investigación para fines científicos como para
fines especulativos; no hacían diferencia.
Los primeros filósofos buscaban el principio de las cosas en los elementos materiales.
1. Tales de Mileto, 624-545. El elementos primario es el agua (pues todo se nutre y crece de lo
húmedo). Evaporación: el agua se hace vapor; congelación: se hace sólido (tierra).
Su gran aportación fue buscar la unidad en la diversidad, concebir que las cosas son
cambiantes formas de un primario y último elemento.
2. Anaximandro de Mileto, 610. Cree que los cambios se deben a la lucha de contrarios, por lo que
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el no puede ser un elemento, pues ya habría acabado con su contrario. Por ello el es
= sustancia sin límites, infinito indeterminado que abarca todos los mundos, que son
ilimitados en su número. Sería el Caos del que procede todo lo demás.
Los cielos se originaron de un movimiento de separación clasificatoria: tierra y agua abajo,
arriba fuego, en medio aire.
3. Anaxímenes 645. El es el aire, fuente de vida para el hombre. Dio origen a todo por los
procesos de condensación y rarefacción, convirtiéndose en fuego, agua o tierra.
Mileto cayó en 494. Su escuela tuvo el mérito de preguntarse por la naturaleza última de las
cosas. Su cosmología daba respuestas materialistas porque no hacían distinción entre espíritu y
materia, no porque quisieran negar el primero.
Pitágoras de Samos (Jonia) fundó en la segunda mitad del s.VI a.C. una sociedad o escuela
en Crotona, sur de Italia.
Escuela ascético-religiosa con marcado espíritu científico. Creencias similares al orfismo
(iniciación en misterios, vinculación de individuos, transmigración de las almas).
Se dedicaron a las matemáticas, y pensaron que todo se podía expresar con números, que
todo era como una armonía musical. Hicieron música con los números pensando que todas las cosas
eran números: 1=punto, 2=línea, 3=superficie, 4=volumen. Por ello cada objeto es un número,
porque es la yuxtaposición de superficies; su realidad está cifrada en números, y el perfecto es el 4.
Influyeron en Platón en la doctrina del cuidado y excelencia del alma.
V. EL UNO DE PARMÉNIDES
Parménides nació a final de. s.VI pues en el 450, ya viejo, habló con el joven Sócrates.
Doctrina de Parménides: el Ser es uno, y lo que existe, y todo lo que cambia es pura ilusión.
Si algo empieza a ser, o viene del Ser, y por ello ya existía, o viene del no-ser, del cambio, y por ello
es una ilusión, pues del no-ser no puede salir más que nada. La pluralidad es ilusoria. Es importante
distinguir entre la verdad y la opinión, el pensamiento y la sensación, el ser y el cambio. El
movimiento y el cambio son realidades sensibles, y al negar su validez Parménides insiste en que la
verdad es más profunda, metafísica. Sin embargo él no llega al idealismo; su Uno es material.
Su visión del mundo es unitaria: lo Ente, es, esto quiere decir que lo que existe siempre ha
existido. Existe desde el inicio, porque o lo que es existía o no existía, pero no pudo salir de lo que
no es. Lo que viene a ser, es movimiento, ilusión, no existe. Lo que es, existe increado,
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indestructible, unido, indiviso, sin movimiento ni cambio. La naturaleza del ser: finito en su
materialidad, pues no puede expandirse; en su temporalidad es infinito; homogéneo en todas
direcciones (esférico).
1. La filosofía griega primera gira en torno al Uno y lo múltiple, y al buscar un principio universal
no hacen ciencia física, sino intuición metafísica de la unidad de los seres. Dejan las fábulas y
afirman sus teorías basados en la razón.
2. Los presocráticos fracasaron en el intento de explicar la evidente pluralidad y la supuesta unidad.
3. Se preocuparon del cosmos y su explicación, y del hombre sólo en cuanto parte del cosmos. No
distinguían entre filosofía y ciencias naturales, entre espíritu y materia. Al fallar el intento de
explicar el objeto (cosmos) se volvieron a examinar el sujeto (hombre)
4. Solo Parménides reflexionó sobre el hombre al desechar la evidencia de los sentidos como
conocimiento válido para aferrarse a la razón metafísica.
5. Sin embargo, ellos fueron gérmenes de las líneas de pensamiento:
- Exaltación del conocimiento racional perdiendo la razón sensible (Parménides): idealismo.
- Dominio del sobre la naturaleza: teísmo filosófico.
- Atomismo materialista y mecanicista: materialismo.
6. Los presocráticos son la primera fase de la filosofía, de la que nacen muchas orientaciones.
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EL PERÍODO SOCRÁTICO
I. LA SOFÍSTICA
II. SÓCRATES
2. El problema socrático
Existe un problema sobre cuáles fueron sus enseñanzas reales.
Jenofonte presenta a Sócrates como un moralista popular que buscaba formar hombres y
ciudadanos de bien.
Platón le presenta como un metafísico de primera, que puso los fundamentos de la filosofía
trascendente con la teoría de las ideas.
Aristóteles afirma que Sócrates se interesó por las cuestiones teóricas pero no creó la teoría
de las formas.
Superando la visión de Jenofonte debemos apreciar la postura de Aristóteles suponiendo que
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Platón puso en boca de Sócrates mucha de su propia doctrina. Los Diálogos más tempranos reflejan
mejor lo que fue el auténtico pensamiento de Sócrates, aunque se puede decir que lo que elaboró
después Platón está basado en la doctrina del maestro.
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TEXTO
¡Ciudadanos atenienses! Ignoro qué impresión habrán despertado en vosotros las palabras
de mis acusadores. Han hablado tan seductoramente que al escucharlas, casi han conseguido
deslumbrarme a mí mismo.
Sin embargo, quiero demostraros que no han dicho ninguna cosa que se ajuste a la
realidad. Aunque de todas las falsedades que han urdido, hay una que me deja lleno de asombro
aquella en que se decía que tenéis que precaveros de mí, y no dejaros embaucar porque soy una
persona muy hábil en el arte de hablar.
Y ni siquiera la vergüenza les ha hecho enrojecer al sospechar que les voy a
desenmascarar con hechos y no con unas simples palabras. A no ser que ellos consideren orador
habilidoso a aquel que sólo dice y se apoya en la verdad. Si es eso lo que quieren decir,
gustosamente he de reconocer que soy orador, pero jamás en el sentido y en la manera usual
entre ellos. Aunque vuelvo a insistir, que poco, por no decir nada, han dicho que sea verdad.
Y, ¡por Zeus!, que no les seguiré el juego compitiendo con frases redondeadas, ni con
bellos discursos escrupulosamente estructurados como es propio de los de su calaña, sino que
voy a limitarme a decir llanamente lo que primero se me ocurra, sin rebuscar mis palabras, como
si de una improvisación se tratara, porque estoy tan seguro de la verdad de lo que digo, que tengo
bastante con decir lo justo, dígalo como lo diga. Por eso, que nadie de los aquí presentes, espere
de mí, hoy, otra cosa. Porque, además, a la edad que tengo sería ridículo que pretendiera
presentarme ante vosotros con rebuscados parlamentos, propios más bien de los jovenzuelos con
ilusas aspiraciones de medrar.
Tras este preámbulo, debo haceros, y muy en serio, una petición. Y es la de que no me
exijáis que use en mi defensa un tono y estilo diferente del que uso en el ágora, curioseando las
mesas de los cambistas o en cualquier sitio donde muchos de vosotros me habéis oído. Si estáis
advertidos, después no alborotéis por ello.
Pues, ésta es mi situación: hoy es la primera vez que en mi larga vida comparezco ante un
tribunal de tanta categoría como éste. Así que -- y lo digo sin rodeos soy un extraño a los usos de
hablar que aquí se estilan. Y si en realidad fuera uno de los tantos extranjeros que residen en
Atenas, me consentiríais, e incluso excusaríais el que hablara con aquella expresión y acento
propios de donde me hubiera criado.
Por eso, debo rogaros aunque creo tener el derecho a exigirlo que no os fijéis ni os
importen mis maneras de hablar y de expresarme (que no dudo de que las habrá mejores y
peores) y que por el contrario, pongáis atención exclusivamente en si digo cosas justas o no.
Pues, en esto, en el juzgar, consiste la misión del juez, y en el decir la verdad, la del orador.
Así pues, lo correcto será que pase a defenderme.
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PLATÓN
I. VIDA DE PLATÓN (428-348)
Consevamos todos los diálogos de Platón, entre los cuales destacan tres etapas:
A. Período socrático
Apología: defensa de Sócrates en su proceso.
Critón: Sócrates, buen ciudadano que da su vida obedeciendo las leyes.
República: libro I, sobre la justicia.
B. Período de transición
Gorgias: el político práctico, los derechos del más fuerte.
Menón: la virtud es enseñable, correcciones hacia a la teoría de las ideas.
C. Período de madurez
Banquete: belleza terrestre: sombra de la verdadera, a la que aspira el Eros.
Fedón: las ideas y la inmortalidad del alma.
República: libros II-X, el estado, dualismo metafísico acentuado.
D. Obras de la vejez
Teeteto: el conocimiento no es percepción sensible.
Sofista: nueva consideración de la teoría de las ideas.
Timeo: la ciencia natural; el demiurgo.
Platón relaciona los objetos particulares de los diferentes sentidos (por ejemplo el color a la
vista) a los términos comunes que se aplican a las cosas y que son objetos de la mente. Esos
términos comunes son las formas o ideas. Es decir, al final del proceso del conocimiento, conozco
la idea del color rojo en mi mente, independiente del objeto exterior.
3. El verdadero conocimiento.
a. Debe ser infalible y acerca de lo real.
Platón admite de Protágoras la relatividad de la percepción sensible, pero no el relativismo
universal, pues el conocimiento verdadero es absoluto e infalible.
Platón admite de Heráclito que los objetos de la percepción sensible, los particulares
individuales, siempre cambian y no pueden ser conocidos.
Los juicios para alcanzar el conocimiento de las cosas son juicios sobre universales (ej. "la
constitución de Atenas es buena"; conceptos: constitución, el tipo independientemente de sus
circunstancias temporales o de lugar, bondad). El conocimiento científico debe llegar a una
definición que atañe a lo universal. El concepto universal es el que cumple los requisitos para ser
objeto del verdadero conocimiento.
El problema que Platón no resuelve es la relación entre el mundo real, particular y sensible
todo él, y las ideas universales. Parece que son dos mundos separados. Esto se soluciona al
considerar su ontología.
Razones que Platón propone de esa representación del mundo de las ideas:
Platón presenta las ideas como existentes en una esfera "aparte" de las cosas sensibles. Esto
no implica un lugar, pues las ideas son incorpóreas. Son trascendentes en cuanto no cambian ni
perecen con las realidades sensibles. La preexistencia del alma en un reino trascendente donde
conoció todas las ideas, hace que el conocimiento sea recordarlas (reminiscencia).
Platón afirma en el Timeo que el Demiurgo, el ordenador supremo, configura las cosas según
el modelo de las formas, por lo que las ideas están "fuera de" las cosas y fuera de Dios.
V. LA PSICOLOGÍA DE PLATÓN
Tiene un concepto de alma mucho más elevado que los anteriores filósofos. El alma es
espiritual, invisible, motor del cuerpo (por lo que éste debe estar sometido). En ella reside la
inteligencia. El cuerpo influye en el alma, por sus deformaciones, sus vicios, malas herencias y mala
educación (importancia de la formación física y musical). Hay interacción entre cuerpo y alma, no
oposición.
Tres partes o funciones o formas del alma: inteligencia, parte irascible o racional, parte
concupiscible o emocional. No está claro si Platón decía que sólo la parte de la inteligencia era
inmortal.
Divide el alma en tres partes o funciones por la experiencia de los conflictos interiores del
hombre. El alma es como una biga o carro de 2 caballos (Fedro 246): el auriga es la inteligencia; el
caballo bueno es lo irascible y el malo e indócil es lo concupiscible. La inteligencia rige porque fue
creada directamente por el Demiurgo y conoce las ideas; lo irascible y concupiscible fue creado por
los dioses. No es una concepción muy unitaria, pero sí apta para entender (cfr. san Agustín).
No está claramente expresada en las obras de Platón su creencia en la inmortalidad del alma
individual, pues parecería que se une al Alma Universal de la que salió. La doctrina platónica sobre
el alma no está sistematizada, sino se intuye por las referencias que narra en los mitos.
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VI. LA TEORÍA MORAL
1. El sumo bien
La ética de Platón es eudemonista, busca el bien supremo del hombre que es la felicidad:
realización plena de la persona. La felicidad se consigue por la armonía entre placeres corporales y
placeres espirituales. (Filebo).
La felicidad se logra mediante el conocimiento de los objetos intemporales por medio de los
objetos de este mundo que son conjeturas de los del otro.
Eros impulsa a alcanzar el bien, la felicidad, que está en conocer a Dios, Forma perfecta y la
más elevada, y en asemejarse a Él por la virtud.
2. La virtud
La virtud es un conocimiento, una conciencia de la bondad o maldad de un acto que se hace
o se evita. Cuanto más se conoce, el hombre será más virtuoso. En el Gorgías Platón niega que el
bien es el placer y el mal el dolor. En materia de derecho y leyes el más fuerte (tirano o pueblo)
impone leyes "justas" según el propio provecho. Cometer una injusticia es peor que sufrirla, porque
marca el alma.
Se debe hacer el bien también a los enemigos para mejorarlos y no empeorarlos.
VII. EL ESTADO
1. La república
1. La ciudad es una asociación de hombres para subsistir intercambiando objetos y trabajos. La
guerra surge por la expansión e intereses de la ciudad.
2. En el estado debe haber unos custodios que la defiendan. Es esencial su educación: música (no
la afeminada, que debe ser desterrada), literatura (no la que presenta a los dioses degenerados y
causantes del mal) y gimnasia. El estado tiene como fin la felicidad del hombre, no solo la
economía.
3. De la clase militar deben escogerse los dirigentes, que han de velar por el bien común. Tanto
militares (que deben vivir juntos) como dirigentes deben ayudar a los artesanos, no explotarlos.
4. Justicia es que cada clase cumpla sus tareas sin ingerir en las de otros.
3. Las leyes
1. Prefiere que un déspota ilustrado imponga las leyes en su estado, que lo intente una democracia.
Concibe que es mejor un estado agrícola y productor que uno mercantil y marítimo (Leyes).
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2. El estado debe ser una "administración" igual para todos, por eso la democracia y la tiranía no
son buenas, por querer favorecer su clase.
VIII. EL ARTE
1. La belleza
Aprecia la belleza humana, y la natural. Sensible a las artes, él mismo notable literato,
rechazó del estado ideal a los poetas, porque muestran a los dioses como venales y viciosos.
La belleza es una realidad suprasensible, y según la participación de las cosas en ella son
ellas mismas más o menos bellas. La belleza es objeto de la inteligencia, las cosas bellas, de los
sentidos. Belleza podría ser utilidad para el bien, pero esto trae inconveniencias ontológicas.
TEXTO
EL MITO DE LA CAVERNA
(República, VII)
Imagina una especie de cavernosa vivienda subterránea provista de una larga entrada,
abierta a la luz, que se extiende a lo ancho de toda la caverna, y unos hombres que están en ella
desde niños, atados por las piernas y el cuello, de modo que tengan que estarse quietos y mirar
únicamente hacia adelante, pues las ligaduras les impiden volver b la cabeza; detrás de ellos, la
luz de un fuego que arde algo lejos y en plano superior, y entre el fuego y los encadenados, un
camino situado en alto, a lo largo del cual suponte que ha sido construido un tabiquillo parecido
a las mamparas que se alzan entre los titiriteros y el público, por encima de las cuales exhiben
aquellos sus maravillas.
-Ya lo veo-dijo.
-Pues bien, ve ahora, a lo largo de esa paredilla, unos hombres que transportan toda clase de
objetos, cuya altura sobrepasa la de la pared, y estatuas de hombres o animales hechas de piedra
y de madera y de toda clase de materias; entre estos portadores habrá, como es natural, unos que
vayan hablando y otros que estén callados.
-¡Qué extraña escena describes-dijo-y qué extraños prisioneros!
-Iguales que nosotros-dije-, porque en primer lugar, ¿crees que los que están así han visto otra
cosa de sí mismos o de sus compañeros sino las sombras proyectadas por el fuego sobre la parte
de la caverna que está frente a ellos?
-¿Cómo--dijo-, si durante toda su vida han sido obligados a mantener inmóviles las cabezas?
-¿Y de los objetos transportados? ¿No habrán visto lo mismo?
-¿Qué otra cosa van a ver?
-Y si pudieran hablar los unos con los otros, ¿no piensas que creerían estar refiriéndose a
aquellas sombras que veían pasar ante ellos?
-Forzosamente.
-¿Y si la prisión tuviese un eco que viniera de la parte de enfrente? ¿Piensas que, cada vez que
hablara alguno de los que pasaban, creerían ellos que lo que hablaba era otra cosa sino la sombra
que veían pasar?
-No, ¡por Zeus!- dijo.
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-Entonces no hay duda-dije yo-de que los tales no tendrán por real ninguna otra cosa más que las
sombras de los objetos fabricados.
-Es enteramente forzoso-dijo.
-Examina, pues -dije-, qué pasaría si fueran liberados de sus cadenas y curados de su ignorancia,
y si, conforme a naturaleza, les ocurriera lo siguiente. Cuando uno de ellos fuera desatado y
obligado a levantarse súbitamente y a volver el cuello y a andar y a mirar a la luz, y cuando, al
hacer todo esto, sintiera dolor y, por causa de las chiribitas, no fuera capaz de ver aquellos
objetos cuyas sombras veía antes, ¿qué crees que contestaría si le dijera d alguien que antes no
veía más que sombras inanes y que es ahora cuando, hallándose más cerca de la realidad y vuelto
de cara a objetos más reales, goza de una visión más verdadera, y si fuera mostrándole los
objetos que pasan y obligándole a contestar a sus preguntas acerca de qué es cada uno de ellos?
¿No crees que estaría perplejo y que lo que antes había contemplado le parecería más verdadero
que lo que entonces se le mostraba?
-Mucho más-dijo.
II. -Y si se le obligara a fijar su vista en la luz misma, ¿no crees que le dolerían los ojos y que se
escaparía, volviéndose hacia aquellos objetos que puede contemplar, y que consideraría qué
éstos, son realmente más claros que los que le muestra .?
-Así es -dijo.
-Y si se lo llevaran de allí a la fuerza--dije-, obligándole a recorrer la áspera y escarpada subida,
y no le dejaran antes de haberle arrastrado hasta la luz del sol, ¿no crees que sufriría y llevaría a
mal el ser arrastrado, y que, una vez llegado a la luz, tendría los ojos tan llenos de ella que no
sería capaz de ver ni una sola de las cosas a las que ahora llamamos verdaderas?
-No, no sería capaz-dijo-, al menos por el momento.
-Necesitaría acostumbrarse, creo yo, para poder llegar a ver las cosas de arriba. Lo que vería más
fácilmente serían, ante todo, las sombras; luego, las imágenes de hombres y de otros objetos
reflejados en las aguas, y más tarde, los objetos mismos. Y después de esto le sería más fácil el
contemplar de noche las cosas del cielo y el cielo mismo, fijando su vista en la luz de las
estrellas y la luna, que el ver de día el sol y lo que le es propio.
-¿Cómo no?
-Y por último, creo yo, sería el sol, pero no sus imágenes reflejadas en las aguas ni en otro lugar
ajeno a él, sino el propio sol en su propio dominio y tal cual es en sí mismo, lo que. él estaría en
condiciones de mirar y contemplar.
-Necesariamente--dijo.
-Y después de esto, colegiría ya con respecto al sol que es él quien produce las estaciones y los
años y gobierna todo lo de la región visible, y que es, en cierto modo, el autor de todas aquellas
cosas que ellos veían.
-Es evidente--dijo-que después de aquello vendría a pensar en eso otro.
-¿Y qué? Cuando se acordara de su anterior habitación y de la ciencia de allí y de sus antiguos
compañeros de cárcel, ¿no crees que se consideraría feliz por haber cambiado y que les
compadecería a ellos?
-Efectivamente.
-Y si hubiese habido entre ellos algunos honores o alabanzas o recompensas que concedieran los
unos a aquellos otros que, por discernir con mayor penetración las sombras que pasaban y
acordarse mejor de cuáles de entre ellas eran las que solían pasar delante o detrás o junto con
otras, fuesen más capaces que nadie de profetizar, basados en ello, lo que iba a suceder, ¿crees
que sentiría aquél nostalgia de estas cosas o que envidiaría a quienes gozaran de honores y
poderes entre aquellos, o bien que le ocurriría lo de Homero, es decir, que preferiría
decididamente "trabajar la tierra al servicio de otro hombre sin patrimonio" o sufrir cualquier
otro destino antes que vivir en aquel mundo de lo opinable?
-Eso es lo que creo yo-dijo -: que preferiría cualquier otro destino antes que aquella vida.
-Ahora fíjate en esto-dije-: si, vuelto el tal allá abajo, ocupase de nuevo el mismo asiento, ¿no
crees que se le llenarían los ojos de tinieblas, como a quien deja súbitamente la luz del sol?
-Ciertamente-dijo.
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-Y si tuviese que competir de nuevo con los que habían permanecido constantemente
encadenados, opinando acerca de las sombras aquellas que, por no habérsele asentado todavía los
ojos, ve con dificultad -y no sería muy corto el tiempo que necesitara para acostumbrarse-, ¿no
daría que reír y no se diría de él que, por haber subido arriba, ha vuelto con los ojos estropeados,
y que no vale la pena ni aun de intentar una semejante ascensión? ¿Y no matarían; si encontraban
manera de echarle mano y matarle, a quien intentara desatarles y hacerles subir?.
-Claro que sí-dijo.
III. -Pues bien- dije-, esta imagen hay que aplicarla toda ella, ¡oh amigo Glaucón!, a lo que se ha
dicho antes; hay que comparar la región revelada por medio de la vista con la vivienda-prisión, y
la luz del fuego que hay en ella, con el poder del. sol. En cuanto a la subida al mundo de arriba y
a la contemplación de las cosas de éste, si las comparas con la ascensión del alma hasta la. región
inteligible no errarás con respecto a mi vislumbre, que es lo que tú deseas conocer, y que sólo la
divinidad sabe si por acaso está en lo cierto. En fin, he aquí lo que a mí me parece: en el mundo
inteligible lo último que se percibe, y con trabajo, es la idea del bien, pero, una vez percibida,
hay que colegir que ella es la causa de todo lo recto y lo bello que hay en todas las cosas; que,
mientras en el mundo visible ha engendrado la luz y al soberano de ésta, en el inteligible es ella
la soberana y productora de verdad y conocimiento, y que tiene por fuerza que verla quien quiera
proceder sabiamente en su vida privada o pública.
-También yo estoy de acuerdo -dijo-, en el grado en que puedo estarlo
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ARISTÓTELES
I. VIDA Y OBRAS
1. Vida
Nace en el 384 Estagira de Tracia, hijo del médico del rey de Macedonia. A los 18 años se
dirige a Atenas, donde estudia en la Academia. Allí estuvo con Platón 20 años hasta la muerte de
éste en 348. Proclive a estudios empíricos; en la Academia se hacía filosofía muy especulativa y
religiosa. Nunca rompió ni mostró desacuerdo. Grandísima estima por Platón.
Salió de Atenas y fundó una rama de la Academia en Assos; allí se casó con la hija del
tirano. Pasó a Mitilene, donde conoció a Teofrasto, su más famoso discípulo. En el año 343 fue
invitado por Filipo a educar a Alejandro Magno(de 13 años). Cuando Alejandro sube al poder,
Aristóteles va a Estagira, puesto que no estaba de acuerdo con Alejandro, que consideraba iguales a
los griegos y a los bárbaros.
En el año 335 regresa a Atenas y funda su propia escuela: Liceo o Perípatos. Parecía más
una sociedad de pensadores con bibliotecas, salas... En el año322 muere en Eubea.
2. Obras
Dos tipos: exotéricas: diálogos para el público (tenemos fragmentos) y pedagógicas:
resúmenes de las clases; estilo seco.
Gran interés por las ciencias positivas, por la clasificación, pero sin abandono de la
metafísica. Son lecciones, no todas en secuencia lógica, reunidas y completadas después.
a) Lógica (Organon): Categorías, Tópicos, De interpretatione, Analíticos primeros y
segundos, Falacias sofísticas.
b) Metafísica.
c) Física (ocho libros, anteriores a la Metafísica): Meteorológicos, Historia de los animales.
d) Ética y política: Ética a Eudemo, Ética a Nicómaco, Política.
e) Estética, historia y literatura: Retórica, Poética, Listas de representaciones dramáticas.
II. LA LÓGICA
1. División de la filosofía.
a) Teorética: conocimiento por sí mismo, sin fin práctico: física o filosofía natural,
matemática, metafísica.
b) Práctica: fin práctico: política, economía, estrategia, retórica.
c) Poética: el arte y la producción.
2. La lógica
La lógica es análisis de las formas del pensamiento. Construye sobre un pensamiento y un
conocimiento real y objetivo, no se plantea el problema crítico.
Se sirve de las categorías para ordenar el saber. Las categorías o predicamentos son diez:
sustancia, cantidad, cualidad, relación, acción, pasión, lugar, tiempo, posición y estado2. Son
criterios de clasificación de los predicados, de los géneros, especies, individuos. Las categorías no
son meras clasificaciones lógicas; existen seres reales con esa sustancia, por lo que las categorías
también tienen carácter ontológico. Un ser para existir necesita una sustancia que se manifiesta en
unos accidentes determinados.
3. Tipo de conocimiento
El conocimiento científico parte de los sentidos, que no se pueden equivocar, pues
simplemente constatan realidades. El hombre nace “tam quam tabula rasa”, como una pizarra en la
que nada ha sido escrito. El conocimiento intelectual es un “intus leggere”, leer dentro del objeto e
2
Ejemplo de todos los predicamentos: “El gran (cantidad) caballo (sustancia) castaño (cualidad) de Alejandro
(relación) está (posición o pasión) comiendo (acción) ensillado (estado) por la mañana (tiempo) en el patio (lugar)”.
16
iluminar en él su forma para reproducirla en la mente, que llamaríamos concepto.
Por inducción, ascendemos a conocimientos más generales y más estables y con el juicio
elaboramos premisas, conclusiones y juicios que pueden ser verdaderos o falsos.
La inducción es para Aristóteles la enumeración de todos los casos para llegar a un
conocimiento universal. No siempre es posible enumerar todos los casos; es la inducción
incompleta. Desarrolló más la deducción.
En la deducción todo debe probarse, incluso las premisas. Pero eso llevaría un proceso
infinito, por lo que se fijan principios conocidos intuitivamente. Principios del razonamiento:
principio de no contradicción.
El conocimiento avanza a través del silogismo: "razonamiento en el que, establecidas
algunas cosas, se sigue necesariamente otra distinta de ellas, por el mero hecho de estar ellas
establecidas" Analíticos Primeros, I, 1, 24b. El ejemplo clásico de silogismo dice así:
Término mayor o premisa primera: “Todos los hombres son mortales”.
Término menor o premisa segunda: “Sócrates es hombre”.
Término medio o conclusión: “Sócrates es mortal”.
Aristóteles propone tres tipos de razonamiento: demostrativo (de premisas verdaderas y
conocidas), dialéctico (de premisas opinadas generalmente), contencioso (de premisas aparente-
mente aceptadas por todos). Aristóteles no desarrolló todas las formas de razonamiento; se centró
sobre todo en la forma silogística como él la concibió.
III. LA METAFÍSICA
1. Definición
Se puede conocer algo por una simple experiencia, o por un estudio serio de ello. La
sabiduría está más allá del conocimiento en busca de fines prácticos: busca el saber por sí mismo.
La filosofía nació de la admiración y el ansia de saber. Se ocupa de los primeros principios y causas
por medio del conocimiento universal en el más alto nivel. Los primeros principios son los más
lejanos a los sentidos, llegando a ellos por medio de la abstracción, pero son los más cercanos al
intelecto.
La metafísica estudia el ser en cuanto ser, no según sus accidentes, como las ciencias. Si el
hombre es "animal racional", la animalidad nos es atribuible de la racionalidad, porque es el género,
y la otra la especie.
2. Principio de causalidad
Las cuatro causas de las que se ocupa la filosofía son:
1. Causa formal: se ocupa de la sustancia o esencia.
2. Causa material: se ocupa de la materia o sujeto.
3. Causa eficiente: se ocupa de la fuente de movimiento.
4. Causa final: se ocupa del fin que se persigue que siempre es un bien.
Para analizarlas, Aristóteles traza un breve bosquejo de la filosofía anterior a él,
pretendiendo ver que todo confluye hacia sus posiciones, coronamiento de lo anterior. Los
presocráticos habían hablado de la sustancia, y un poco de la causa eficiente.
17
4. Teoría hilemórfica
Todo lo que existe consta de materia () y forma (). La materia es la pura
potencialidad, la posibilidad de ser algo todavía sin concretar. La forma es la concreción o
actualización de la materia.
¿Cómo sabemos que existe la materia y la forma? Encontramos en la naturaleza cuatro
elementos o principios: materia, forma, causa eficiente y causa final. El cambio es un hecho
innegable, que necesita un substratum que cambie por una causa eficiente. La materia en cierto
sentido es siempre la misma conteniendo en sí misma la potencialidad del cambio, de recibir una
nueva determinación. Los tres supuestos del cambio son: materia, forma y potencialidad (o
exigencia de cambio).
V. LA PSICOLOGÍA
18
Lo particular perece, quedan las especies y formas. No hay evolución, aunque sí estructura
de los seres según la calidad de su alma: plantas, animales, hombre. El alma es forma, principio de
movimiento, principio de la vida, es el acto. El cuerpo es la materia, la potencialidad de la vida.
Tipos de alma (la superior supone la inferior):
- Vegetativa o nutritiva: funciones de asimilación y reproducción.
- Sensitiva de los animales: funciones: percepción, deseo, movimiento local.
Alma humana: Posee : pensamiento científico, deliberación. Tiende al
bien especulativo y práctico. Es preexistente al cuerpo e inmortal. Intelecto agente.
Aristóteles no compartió el dualismo y separación de alma y cuerpo. El alma necesita un
sustrato para actuar y no es indiferente el tipo de cuerpo que tenga. Tampoco Aristóteles se presta a
interpretar el pensamiento y el alma como una segregación cualitativa del cuerpo.
La doctrina sobre el intelecto agente no está muy clara y las interpretaciones oscilan entre
atribuirlo a una inmanecia de Dios (suma inteligencia) en cada hombre, a una inteligencia común a
todos los hombres, o a una inteligencia particular de cada hombre.
Se trata de una ética teleológica: busca el fin; cada cosa tiene su fin que se subordina a un fin
mayor, o el Bien. Propugna una ética de sentido común según un hombre justo. Busca la felicidad,
que estará en la actividad más elevada del hombre: inteligencia, pero sin descuidar los placeres, el
bienestar.
Conceptos fundamentales:
La bondad: hacer actos virtuosos, aun sin saber que lo son para llegar a una actitud de
virtud. Así ocurre en la educación de los niños.
La virtud es proporción, medio entre extremos defectuosos pero como elevación respecto a
lo normativo según las circunstancias personales y del entorno. La virtud es disposición a elegir
según una regla.
La voluntariedad: presupuesto necesario para la acción moral: un borracho actúa con
ignorancia pero no por ignorancia. Intuye que el hombre puede actuar el mal a sabiendas, con lucha
interior. No concibe lo que es el deber moral.
No tiene un concepto definido de voluntad, y tiende a asociarla a la inteligencia, como
capacidad de optar, como deseo razonable. Mecanicismo de los actos: ver el fin, calcular los medios
primeros, segundos, elegir los medios realizables, actuar.
Justicia: obediencia a las leyes del estado; aspecto social, esencial para la virtud. Justicia
distributiva, justicia correctiva. Hay acciones materialmente injustas por los daños que ocasionan
accidentalmente: realismo en la ley.
Virtudes intelectuales: ciencia demostrativa y razón intuitiva que llevan a la filosofía. Esto
deriva en dos facultades: 1. contempla los objetos que no son contingentes. 2. razona los objetos
contingentes.
Artes: sabiduría práctica, individual, familiar, del estado (legislativa, administrativa).
Prudencia: la virtud no es una forma de prudencia, aunque la requiere. Prudencia no es lo
mismo que habilidad o destreza, pues un hombre malo puede ser hábil. Una acción es buena no por
su materialidad, sino por la intencionalidad moral del que la hace. Virtud no es sólo conocimiento
de lo que se debe hacer, sino hacerlo.
El placer no es el bien, pero tampoco el mal. El placer es el acompañamiento natural de una
actividad libre y sin trabas. No es la compensación por un defecto o dolor, aunque en ella hay algo
de placer. Tiene como efecto perfeccionar el ejercicio de una facultad.
Amistad: puede parecer algo egoísta al afirmar que es amarse a sí mismo. Amor elevado:
hacer el bien al amigo para que revierta en sí mismo el placer de hacer el bien. Niveles: interesado,
por placer, entre buenos. La amistad es un hábito del espíritu, una afición, no un sentimiento.
La felicidad es actividad y la actividad más alta es la intelectiva-contemplativa:
- Porque la razón es lo más elevado del hombre,
- Porque esta actividad puede ser eterna,
19
- Porque el filósofo se basta a sí mismo,
- Porque la filosofía tiene el fin en sí misma, no en otro,
- Porque la felicidad requiere ocio, como la filosofía.
- Contemplar los objetos inmutables de la metafísica, matemática y Dios.
VII. LA POLÍTICA
1. El estado tiene como fin el bien supremo del hombre. El individuo, la familia y la aldea no
logran satisfacer todas las necesidades del hombre, por lo que el estado es primero que ellos.
2. Justifica la esclavitud como forma de superioridad de unos hombres sobre otros por su
capacidad, pero no por derecho de conquista o de fuerza (le faltó visión).
3. Formas de ganar dinero: - producción (ganadería y agricultura), - comercio, - especulación con
el dinero, intereses (ilícito para Aristóteles).
4. No comparte con Platón sus ideas comunistas de la educación y la propiedad.
5. Todos los ciudadanos deben gobernar y ser gobernados, participando en todo. Los artesanos que
no tienen ocio y no pueden ejercitar su alma en deliberar, no toman parte en la política.
6. Gobiernos: bueno es el que busca el interés común; malo el que busca el propio.
Buenos: realeza aristocracia politeia
Malos: tiranía oligarquía demagogia
7. Las revoluciones suelen ocurrir por concepciones unilaterales de justicia y bondad en una clase.
La constitución no debe exagerar la tendencia a una clase, pues ello origina revoluciones.
8. Cómo debería ser el estado:
- Amplio para ser autosuficiente, pero siendo gobernable.
- Territorio: ni grande (=lujo) ni pequeño (=estrechez).
- Clases: artesanos y labradores (no gozan de los derechos), guerreros (en juventud,
magistrados en la madurez y sacerdotes en la ancianidad), ciudadanos propiamente dichos,
esclavos.
- Educación: corporal y moral.
TEXTO
METAFÍSICA
Libro primero · Α · 980a-993a
21
SAN AGUSTÍN
I. POSIBILIDAD DE UNA FILOSOFÍA CRISTIANA
San Agustín nació en Tagaste el 354 d.C., de padre pagano y madre cristiana (santa
Mónica). Estudió en Cartago, en Roma y en Milán, donde se convirtió gracias al apostolado de
san Ambrosio y a las oraciones de su madre. Murió en Hipona siendo obispo de esta ciudad el
430, en plena invasión bárbara. San Agustín fue testigo de excepción de la decadencia del
imperio romano y del desmoronamiento del mundo antiguo. Su «corazón inquieto» le convirtió
en un incesante buscador de la verdad implicando en esa búsqueda su vida, su pensamiento y su
fe. Por eso, su itinerario biográfico coincide con su propia maduración intelectual y con la
historia de su conversión tal y como aparece en las Confesiones.
22
En un primer momento, fue simpatizante del maniqueísmo, doctrina herética que
mantenía la existencia de un principio del bien y otro del mal que están en continua lucha. El
joven Agustín, que se había hecho maniqueo, con toda la fuerza de su marcado apasionamiento,
pronto se percató de que el mal no tiene entidad propia, sino que su único ser consiste en la
negación o la falta de bien. Después entró en contacto con la Academia Nueva de signo
marcadamente escéptico. Los académicos mantenían que no existe la verdad y que a lo sumo se
puede alcanzar cierta probabilidad. No tardó Agustín en darse cuenta de que la probabilidad,
para ser tal, depende de la verdad y de que todo nuestro conocimiento parte de una certeza an-
terior a toda duda: Si fallor, sum, si me equivoco, existo. La incursión en los terrenos de la
Filosofía la llevó a cabo mediante la Filosofía neoplatónica, último reducto de la Filosofía
clásica. Los esquemas neoplatónicos, sobre todo, la capacidad del alma para descubrir las
verdades eternas, le sirvieron a san Agustín para comenzar a volcar su naciente fe en categorías
filosóficas e iniciar de este modo la primera gran sistematización de la Filosofía cristiana.
Sus principales obras filosóficas son: "Contra Académicos", "De beata vita", "De ordine",
"Soliloquia", "De la inmortalidad del alma", "De musica", "Confesiones", (donde se citan todas sus
ideas filosóficas), "De Trinitate", el "De philosophico et de teologico".
Uno de los mayores atractivos que tiene la figura de san Agustín es que es un pensador
que vive la Filosofía como lo que es, una búsqueda incesante de la verdad. Sin formalismos, el
«veritatis explorator» se vale no sólo de la Filosofía, sino de la fe, los sentimientos, la poesía o la
vida misma, para lograr su único objetivo: la Verdad, que ahora se identifica con Dios mismo.
Lo que hace que todo tienda a la Verdad es el amor: «Amor meus, pondus meum». «Fecisti nos
ad Te et inquietum est cor nostrum donec requíescat in Te» -Nos hiciste Señor para Ti y nuestro
corazón está inquieto hasta que no descanse en Ti.
Pero ¿dónde está la Verdad? San Agustín, permaneciendo fiel a Platón, mantiene que la
Verdad habita en el interior del hombre, por lo que éste necesita conocerse a sí mismo para llegar
a conocer la Verdad. De esta manera, encontrará el hombre en su interior verdades que superen
lo efimero, lo sensible, lo temporal, verdades eternas que no pueden ser originadas por los
sentidos ni por la misma inteligencia, sino por el único Autor que es eterno: Dios.
Las verdades eternas que encuentra el hombre en su interior son reflejos de la Verdad
Eterna que es la que nos ilumina y nos capacita para conocer. Nuestro entendimiento es una
fuente interior de verdad porque es iluminado por una Luz superior. En este sentido la
inteligencia es algo divino -«quid divinum»- y el hombre el ser que mas intensamente participa
del Creador. Dios, por tanto, imprime la verdad en nuestras almas como el sello deja su huella en
la cera. Es el sol que ilumina el mundo inteligible, el maestro interior que responde a las
preguntas del alma. Todo conocimiento es una iluminación que se deriva de las verdades eternas
y, en último término, de Dios mismo.
V. HACIA DIOS
23
1. El problema del mal "misterium iniquitatis"
Al constatar que coexisten Dios y el mal en el mundo, surgen dos posturas para solucionar la
dicotomía: o Dios no es bueno y por ello existe el mal o Dios no es omnipotente porque no puede
vencer al mal. Es el problema de cómo conciliar un Dios bueno con el mal del mundo.
Para aclarar la cuestión se distinguen varios tipos de males:
a) Mal metafísico: las cosas para ser creadas tienen que tener un ser limitado. Esto
constituye un mal metafísico, puesto que falta algo para lograr la plenitud.
b) Mal físico: Se deriva de nuestra corporeidad.
c) Mal moral: Es el movimiento desordenado del ser racional hacia el bien que no le
corresponde.
El Dios de San Agustín se ofrece como una realidad a la vez íntima y trascendente al
pensamiento. Su presencia es atestiguada por cada juicio verdadero; ya sea científico, estético o
moral; pero su naturaleza se nos escapa. Mientras entendamos, aún no se trata de Dios, porque Él es
inefable y nosotros decimos más fácilmente lo que no es que lo que es.
En la explicación de la Trinidad, San Agustín concibe la naturaleza divina antes que las tres
personas. Su fórmula de la Trinidad será una sola naturaleza divina subsistiendo en tres personas;
siendo la inmutabilidad, Dios es plenitud del ser; es por tanto el bien absoluto e inmutable.
Cuando habla de la filosofía dice que "la única razón de la filosofía es ser feliz; sólo aquel
que es verdaderamente feliz es verdaderamente filósofo, y sólo el cristiano es feliz, porque es el
único que posee -y poseerá para siempre- el verdadero bien, fuente de toda felicidad".
2. El alma humana
Al crear, Dios ha dejado impresas en las cosas la huella de su creación. Todos los seres
son imágenes de Dios, pero especialmente el alma humana, la cual lleva impresa la imagen de la
Trinidad. El alma tiene una inteligencia (Padre) que produce un conocimiento de sí misma (Hijo)
y que de esa relación surge el amor (Espíritu Santo).
El hombre está compuesto por dos componentes: cuerpo y alma. Sin llegar a la unión
sustancial, cree que la unión entre cuerpo y alma es «natural». No cree que el cuerpo sea la
cárcel del alma, porque, por ser creado por Dios, es bueno. El alma es simple y no tiene cantidad.
Su origen es uno de los grandes misterios de la Filosofía. Si pensamos que es transmitida por los
padres, encontramos la dificultad de cómo de lo material puede surgir lo espiritual. Si pensamos
que cada alma es creada directamente por Dios, nos cuesta entender cómo el Eterno puede
intervenir en el tiempo.
3. En torno al origen
El fin del hombre es, para san Agustín al igual que para toda la tradición neoplatónica, el
mismo Ser del que procede. Esta circularidad (exitus-reditus) es asumida y potenciada por el
obispo de Hipona. Sin embargo, san Agustín modifica la circularidad platónica sustituyendo el
determinismo por la libertad. El retorno al origen, en el caso del ser humano, ya no es algo ne-
cesario, sino una acción libre. Pero, algo más novedoso si cabe, el hombre, dada su naturaleza
caída por el pecado original, necesita la mediación de Cristo para retomar al origen. La condición
para poder cerrar este ciclo es que el hombre retome primero a si mismo. Este es el sentido del
programa agustiniano: «Ab exterioribus ad interiora, ab inferioribus ad superiora» -De lo
exterior a lo interior, de lo inferior a lo superior-. Porque cuando el hombre se aleja de Dios, se
aleja también de sí mismo; y cuando retorna a sí, se acerca a Dios. El hombre es, así, un ser
inquieto que busca la paz y el sosiego en la unión con su creador.
4. La ciudad de Dios
24
Sin duda la obra más importante de san Agustín es De civitate De¡, que representa una gran
apología del cristianismo. Parece que su composición fue motivada por la profunda impresión
que causó en su espíritu el desmoronamiento del Imperio Romano. La obra se divide en dos
partes. La primera, a la vez que apologética, contiene un duro ataque al paganismo. La segunda
parte supone la Filosofia de la historia agustiniana. San Agustín, desde una posición
providencialista, divide la historia en seis períodos, correspondientes a los días de la creación,
que culminará con el juicio final, cuando se realizará la separación de las dos «ciudades», que
han coexistido mezcladas durante siglos.
Dos amores crearon dos ciudades. El amor propio, la ciudad terrena, el desprecio de Dios. El
amor de Dios, la ciudad celestial, el desprecio de sí mismo. Estas dos ciudades no pueden
confundirse con el Estado y la Iglesia, sino con las voluntades que se rigen o no por la ley de
Dios. Al final de los tiempos, se escuchará la gran sinfonía y brillará el bien sobre el mal, se
comprenderá que Dios del mal saca bien y que la historia tiene un sentido metahistórico.
TEXTO
CONFESIONES, Libro VIII, capitulo XII
Cómo se convirtió de todo punto, amonestado de una voz del cielo
28. Luego que por medio de estas profundas reflexiones se conmovió hasta lo más oculto
y escondido que había en el fondo de mi corazón, y junta y condensada toda mi miseria, se elevó
cual densa nube, y se presentó a los ojos de mi alma, se formó en mi interior una tempestad muy
grande, que venía cargada de una copiosa lluvia de lágrimas. Para poder libremente derramarla
toda, y desahogarme en sollozos y gemidos que le correspondían, me levanté de donde estaba
con Alipio, conociendo que para llorar me era la soledad más a propósito, y así me aparté de él
cuanto era necesario, para que ni aun su presencia me estorbase. Tan grande era el deseo que
tenía de llorar entonces. Bien lo conoció Alipio, pues no sé qué dije al tiempo de levantarme de
su lado, que en el sonido de la voz se descubría que estaba cargado de lágrimas y como
reventado por llorar, lo que a él le causó extraordinaria admiración y espanto, y le obligó a
quedarse soto en el mismo sitio en que habíamos estado sentados.
Yo fui, y me eché debajo de una higuera; no sé cómo ni en qué postura me puse; mas
soltando las riendas a mi llanto, brotaron de mis ojos dos ríos de lágrimas, que Vos, Señor,
recibisteis como sacrificio que es de vuestro agrado. También hablando con Vos decía muchas
cosas entonces, no sé con qué palabras, que si bien eran diferentes de éstas, el sentido y concepto
era lo mismo que si dijera: Y Vos, Señor, ¿hasta cuándo?, ¿hasta cuándo habéis de mostraros
enojado? No os acordéis ya jamás de mis maldades antiguas. Porque conociendo yo que mis
pecados eran los que me tenían preso, decía a gritos con lastimosas voces: ¿Hasta cuándo, hasta
cuándo ha de durar el que yo diga, mañana, y mañana? ¿Pues por qué no ha de ser desde luego. y
en este día?, ¿por qué no ha de ser en esta misma hora el poner fin a todas mis maldades?
29. Estaba yo diciendo esto y llorando con amarguísima contrición de mi corazón,
cuando he aquí que de la casa inmediata oigo una voz como de un niño o niña, que cantaba y
repetía muchas veces: Toma y lee, toma y lee. Yo mudando de semblante me puse luego al punto
a considerar con particularísimo cuidado, si por ventura los muchachos solían cantar aquello o
cosa semejante en alguno de sus juegos, y de ningún modo se me ofreció que lo hubiese oído
jamás. Así, reprimiendo el ímpetu de mis lágrimas me levanté de aquel sitio, no pudiendo
interpretar de otro modo aquella voz, sino como una orden del cielo, en que de parte de Dios se
me mandaba que abriese el libro de las Epístolas de San Pablo, y leyese el primer capítulo que
casualmente se me presentase. Porque había oído contar del santo abad Antonio, que entrando
por casualidad en la iglesia al tiempo que se leían aquellas palabras del Evangelio: Vete, vende
todo lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo, y después sígueme, él las
había entendido como si hablaran con él determinadamente, y obedeciendo a aquel oráculo, se
había convertido a Vos sin detención alguna. Yo, pues, a toda prisa volví al lugar donde estaba
sentado Alipio, porque allí había dejado el libro del Apóstol, cuando me levanté de aquel sitio.
25
Agarré el libro, le abrí, y leí para mí aquel capítulo que primero se presentó a mis ojos, y eran
estas palabras: "No en banquetes ni embriagueces, no en vicios y deshonestidades, no en
contiendas y emulaciones, sino revestíos de nuestro Señor Jesucristo, y no empleéis vuestro
cuidado en satisfacer los apetitos del cuerpo".
No quise leer más adelante, ni tampoco era menester, porque luego que acabé de leer esta
sentencia, como si se me hubiera infundido en el corazón un rayo de luz clarísima se disiparon
enteramente todas las tinieblas de mis dudas.
30. Entonces cerré el libro, dejando metido un dedo entre las hojas para notar el pasaje, o
no sé si puse algún otro registro, y con el semblante ya quieto y sereno le signifiqué a Alipio lo
que me pasaba. Y él, para darme a entender lo que también te había pasado en su interior, porque
yo estaba ignorante de ello, lo hizo de este modo: Pidió que le mostrase el pasaje que yo había
leído, se lo mostré y él prosiguió más adelante de lo que yo había leído; no sabía yo qué palabras
eran las que se seguían; fueron éstas: Recibid con caridad al que todavía está flaco en la fe. Lo
cual se lo aplicó a sí, y me lo manifestó. Pero él quedó tan fortalecido con esta especie de aviso y
amonestación del cielo, que sin turbación ni detención alguna se unió a mi resolución y buen
propósito, que era tan conforme a la pureza de sus costumbres, en que habla mucho tiempo que
me llevaba él muy grandes ventajas. Desde allí nos entramos al cuarto de mi madre, y contándola
el suceso como por mayor, se alegró mucho desde luego; pero refiriéndole por menor todas las
circunstancias con que había pasado, entonces no cabía en sí de gozo, ni sabía qué hacerse de
alegría, ni tampoco cesaba de bendeciros y daros gracias. Dios mío, que podéis darnos mucho
más de lo que os pedimos y de lo que pensamos, viendo que le habíais concedido mucho más de
lo que ella solía suplicaros para mí por medio de sus gemidos y afectuosas lágrimas. Pues de tal
suerte me convertisteis a Vos, que ni pensaba ya en tomar el estado del matrimonio, ni esperaba
cosa alguna de este siglo, además de estar ya firme-en aquella regla de la fe, en que tantos años
antes le habíais revelado que yo estaría. Así trocasteis su prolongado llanto en un gozo mucho
mayor que el que ella deseaba, y mucho más puro y amable que el que ella pretendía en los
nietos carnales que de mí esperaba.
26
SANTO TOMÁS DE AQUINO
I. INTRODUCCIÓN: LA ESCOLÁSTICA
3
Si en el siglo XII fueron las Sentencias los auténticos compendios sistemáticos del saber lógico,
filosófico y teológico, en el siglo XIII aparecerán las Summae como un nuevo método que posibilitaba
tanto la discusión como la exposición clara de la doctrina. La Summa Theologica de santo Tomás es un
claro ejemplo de cómo se enfrentaban aquellos hombres a las grandes cuestiones. La Summa está dividida
en cuatro partes. Cada parte se divide en cuestiones (quaestiones) y cada cuestión en artículos. Los
artículos presentan una estructura que muestra un método riguroso y sistemático. Primero, se enuncia la
tesis que se pretende demostrar. En segundo lugar, se presentan las dificultades o argumentos contrarios a
la tesis. En tercer lugar, se pone una opinión que apoye la tesis inicial (sed contra). En cuarto lugar, como
respuesta (respondeo) se expone el «cuerpo del artículo», donde se argumenta en favor de la tesis inicial.
Por último, se resuelven cada una de las dificultades planteadas al principio (ad primum.... ad secun-
dum..., ad tertium…)
27
Tomás de Aquino fue el gran sintetizador del pensamiento escolástico. A pesar de sus
vastos conocimientos y de su fina intuición, permaneció siempre como un humilde fraile
dominico dedicado al estudio y la oración. Su humilde vocación le llevó a rechazar -como ha
puesto de manifiesto la reciente biografía de J.A. Weisheipl- el ofrecimiento del Papa a ser abad
de Montecasino, así como al arzobispado de Nápoles. Fray Tomás tomó la firme decisión de
permanecer como fraile, aunque se le ofreciese el capelo cardenalicio.
Sin duda, santo Tomás es el gran sintetizador de la Filosofía Medieval. No fue ajeno a
ninguna corriente filosófica, conocía todos los autores y todas las posiciones. Se puede decir que
el santo de Aquino se tomaba en serio todo lo que leía y buscaba la verdad por encima de todo.
En su Filosofía confluyen los padres de la Iglesia, especialmente san Agustín, los filósofos ára-
bes y judíos, los neoplatónicos y Aristóteles. Recibió el legado aristotélico en la universidad de
París. Descubrió que el verdadero Aristóteles, expurgado de las aportaciones de otros filósofos,
era más fácilmente conciliable con el cristianismo que el platonismo. El resultado es un pen-
samiento original, rico y profundo. Con santo Tomás llega la metafísica a sus más elevadas
cotas, hasta reclamar ser coronada por la Teología.
III. LA METAFÍSICA
2. Los trascendentales
Para la doctrina del ser de santo Tomás son fundamentales los llamados trascendentales,
atributos que se hallan sin excepción en todo ser. Tales son: uno, verdadero, bueno y bello. Para
continuar hablando del ser, el Aquinate, usa además otros conceptos fundamentales, a saber: los
de ser creado, participación, analogía y gradación de valor.
En relación con esto tienen importancia secundaria los cuatro principios del ser
desarrollados en la línea de Aristóteles: materia, forma, causa eficiente y causa final. En estos
detalles, por lo menos en la terminología, fue santo Tomás tan buen aristotélico, que se puede
volver a leer lo que Aristóteles dijo en esta materia. También allí encontraremos lo esencial de
santo Tomás.
3. Teoría hilemórfica
Según esta teoría, las cosas se componen de materia y forma. La materia da la
individuación a la forma. La cosa singular que así resulta es la cosa «real» y reproduce el
concepto de ser en su sentido primordial. Sin embargo, tampoco la forma o entidad general es
para santo Tomás puro nombre, idea o concepto, sino una idea eterna procedente de la mente de
Dios. También para santo Tomás existen las ideas que constituyen la armazón de las cosas y del
mundo; sólo niega que sean «formas separadas», como habrían creído los platónicos. Ya hemos
28
insinuado que esto se basa en un error histórico.
5. La creación
Dios es imparticipado y causa todo lo demás ex nihilo. No tiene necesidad de crear
porque es perfecto, pero su Bondad hace que todas las cosas sean por participación de su Ser. La
creación es una donación del ser, de tal manera, que las creaturas son porque participan de Dios.
Sólo Él puede dar el ser, pero las creaturas también pueden ser causas eficientes -causas
segundas que actúan en dependencia de la Causa Primera. En el universo creado hay una
gradación desde el Ser increado hasta la materia, porque el actus essendi es un acto intensivo.
Así el hombre participa del ser con mayor intensidad que los animales, y los ángeles con mayor
intensidad que los hombres.
6. La analogía
Siguiendo a Aristóteles, santo Tomás defiende la analogía como método adecuado para
las indagaciones metafísicas. Así, las perfecciones que encontramos en las creaturas las podemos
aplicar a Dios no unívoca ni equívocamente, sino análogamente. Lo cual significa que se
encuentran en el Creador de una manera eminente. En Dios están las perfecciones de todas las
cosas, en primer lugar, como en su causa, porque si una perfección está en el efecto, también
tiene que estarlo en la causa; y, en segundo lugar, porque es el ser subsistente y es necesario que
contenga toda la perfección del ser, pues las demás cosas son perfectas en tanto en cuanto tienen
de algún modo el ser.
Al ser se le da en general el atributo de analógico. El mejor ejemplo de esto es la
enunciación de nuestros conceptos de Dios. No los formulamos en sentido totalmente idéntico
(unívoco) ni en sentido totalmente diferente (equívoco), sino en sentido analógico. Como
modelos se utilizan siempre los conceptos de salud y de sano. Llamamos sana una medicina, un
alimento, el color de la tez. En cada uno de estos tres casos se emplea el término «sano» en
sentido diferente, puesto que en cada uno de ellos es distinto lo que mantiene la salud (alimento),
la restaura (medicina) o la manifiesta (color). Sin embargo, en todos ellos hay algo común que
los asocia. Tal es la atribución del concepto «sano» en relación con la salud.
El hombre es la unión sustancial de cuerpo y alma espiritual. El alma por ser espiritual no
se agota en informar al cuerpo, sino que es superformam, tiene una sobreabundancia de
actualidad por la que es capaz de conocimiento intelectual y de inmortalidad. Pero al ser la forma
sustancial del cuerpo, el conocimiento intelectual tiene su causa en el conocimiento sensible. De
aquí la máxima: Nihil est in intellectu quod prius non fuerit in sensu. Es decir, todo
29
conocimiento procede de la experiencia: el intelecto agente abstrae la forma abstracta
iluminando la imagen sensible.
El apetito sensible sigue al conocimiento sensible y la voluntad al conocimiento racional.
El hombre es libre antes las cosas concretas porque éstas realizan imperfectamente el bien. Y el
conocimiento del hombre sobre su intrínseca razón de bien es también imperfecto.
V. DIOS
El hombre no tiene un conocimiento innato de Dios, pero lo puede descubrir por cinco
vías que se remontan de los efectos a su Causa. Estas cinco vías son pruebas metafísicas que
culminan con la existencia de un Primer Motor Inmóvil (vía del movimiento), una Causa
Incausada (vía de la causalidad), un Ser Necesario (vía de la contingencia), una Ser Perfectísimo
(vía de los grados de perfección) y una Inteligencia Universal Ordenadora (vía del orden del
universo). A partir de estos datos y mediante el uso de la analogía podemos arribar al
conocimiento -imperfecto, pero verdadero- de la esencia divina; podemos descubrir que Él es
simple, eterno, uno, creador, providente...
Uno de los puntos doctrinales más célebres de la Suma teológica son las cinco vías
(Suma Teol., I, 2, 3), las llamadas pruebas de la existencia de Dios. La expresión «vía» es más
apropiada, dado que hoy día al decir prueba pensamos en la prueba o demostración matemática,
y santo Tomás no pensó en tal cosa cuando propuso sus cinco vías. Las cinco vías son más bien
ilaciones de ideas qué profundizando en el ser pueden persuadirnos de que existe un primero,
incausado, necesario y perfecto, «al que todos llaman Dios».
1. Vía del movimiento: Dios es el primer motor inmóvil que mueve todo lo creado.
2. Vía de la causalidad: parte de la causa eficiente y observa que toda causa es a su vez
causada, pero que en este proceso no se puede remontar hasta el infinito y por tanto hay que
admitir un primero, que sea causa de todas las causas, es decir, Dios. Esta prueba es, por el
encadenamiento de las ideas, una variedad de la anterior.
3. Vía de la contingencia: Todo ser mundano podría también no ser. Nada es necesario,
todo está trascendido de potencialidad. De ahí se sigue que este ser, sólo posible, una vez no
existió. Así pues, si sólo hubiera ser contingente, no habría ahora absolutamente nada. Por tanto,
existe también un ser que es necesario o por sí mismo o por algo extrínseco. Debemos forzo-
samente admitir un ser que es necesario por sí mismo, a saber, Dios.
4. Vía de los grados de perfección: Es típicamente platónico el planteamiento. Lo
imperfecto presupone necesariamente lo perfecto, pues todo lo finito no es sino una restricción
de lo infinito, participa de ello y sólo en virtud de lo infinito es posible.
5. Vía del orden del universo: En el mundo hay orden y finalidad y, por tanto, debe
existir una inteligencia superior por la que se explique esta finalidad. Tomás descartó el
argumento ontológico de Anselmo.
De los argumentos que conducen a admitir la existencia de Dios se siguen conclusiones
sobre la esencia divina. Dios es el ser mismo, la pura realidad (actus purus), el ser que es por sí
mismo (ens a se), el ser perfectísimo (ens perfectissimum).
VI. LA MORAL
Santo Tomás desarrolla la moral en la segunda parte de la Suma teológica, donde traza un
tipo ideal del hombre que revela su erudición en la filosofía moral y un matizado sentido de los
valores. Sorprende lo mucho que de esta doctrina medieval podemos aprender para la
fenomenología del valor y de los valores. Las virtudes cardinales platónicas, las virtudes éticas y
dianoéticas de Aristóteles, la doctrina del deber de los estoicos, los ideales de la Biblia y de los
padres de la Iglesia, todo está incorporado, elaborado y presentado en una forma que, lejos de ser
una abstracción teórica, constituye una guía directamente aprovechable en la práctica.
El fundamento último de lo moral se da con la naturaleza misma. Como existen supremos
principios teoréticos, las leyes de la lógica, así también existen supremos principios morales.
Representan una participación del espíritu humano en el espíritu divino, son normas que obligan
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absolutamente a todos. En ellos se cifra la «recta razón» (recta ratio) y de ellos se forma el
núcleo de la conciencia. Son conocidos a todos los hombres y no se pueden borrar de sus
corazones. Hay que seguirlos sencillamente porque son rectos en sí mismos, y son rectos porque
son expresión de la «ley natural», la cual a su vez no es sino participación en la «ley eterna», en
la eterna rectitud del espíritu, del ser y del mundo.
Aportan también al hombre la felicidad, en último término la bienaventuranza eterna.
Pero esto es sólo un corolario. El verdadero motivo del obrar moral lo constituye la ley en cuanto
tal. Si santo Tomás, una vez más en el espíritu de Aristóteles, refiere lo moralmente bueno a la
naturaleza del hombre y consecuentemente al ser, es esto una remota interpretación ontológica.
Lo mismo se puede decir de la reducción de lo moralmente bueno a la voluntad de Dios. Estas
motivaciones metafísicas son posteriores lógicamente. Lo anterior lógicamente y lo moralmente
decisivo para nosotros, los hombres, es la voz de nuestra propia razón práctica y del hábito de
sus principios.
El hombre está lleno de apetitos y tiende al capricho. Por esta razón hay que reducirlo a
disciplina, dice santo Tomás, ya en la juventud, pero también en el Estado. Sin embargo, el
temor del castigo debe servir tan sólo para hacerlo entrar dentro de sí y enfrentarlo con su razón
mejor a fin de que haga libremente lo que debe hacer. Así pues, santo Tomás ve la fuerza en el
derecho, pero no identifica el derecho con la fuerza. El derecho es más que esto, es orden ideal
en la comunidad. Tal es su sentido. En un orden ideal, en la ley moral natural, en último término
en la ley eterna, se halla también el origen del derecho. Derecho natural y -ley natural son para
santo Tomás dos principios constitutivos de su filosofía de la razón. Leyes que se opongan a este
derecho divino, como también lo llama, no son derecho y no hay obligación de observarlas.
Santo Tomás procuró delinear a base de las «disposiciones naturales» del hombre lo que
constituye el derecho natural. Sin embargo, no propuso una codificación definitiva, sino que
enseñó que sólo son absolutos y ciertos los principios universalísimos y supremos de este
derecho. El principio más universal es para él esta única tesis: «Se ha de hacer el bien y evitar el
mal.» Cuanto menos universales son los principios del derecho natural, tanto más se refieren a
situaciones históricas de espacio y de tiempo y tanto más complicada resultaría la cuestión de su
validez. A la postre, dice, es siempre nuestra conciencia la que decide si algo ha de considerarse
o no como de derecho natural.
El Estado es para santo Tomás, al igual que para Aristóteles, derecho y moralidad. Los
ciudadanos deben ser educados por el Estado para una vida feliz dotada de sentido y de valor. El
Estado nace de las necesidades de la vida, pero tiene como fin una vida «buena». No se le puede
organizar de cualquier modo puesto que el hombre es «por naturaleza» un ser social.
TEXTO
SOBRE EL ALMA
32
DESCARTES
I. INTRODUCCIÓN: EL COMIENZO DE LA MODERNIDAD
Nace el 31-3-1596. Tercer hijo de un consejero del Parlamento de la Bretaña. Entre 1604-
1612 estudia en La Flèche, con los jesuitas, sobre todo lógica, filosofía y matemáticas. Desde el
inicio, estudiante bien dotado y deseoso de adquirir conocimientos: “Aunque sometió a fuertes
críticas la educación tradicional que había recibido (tanto que, al dejar el colegio, renunció
durante algún tiempo al estudio) no sintió resentimiento hacia sus maestros ni desprecio por su
sistema de educación. (...) Siempre habló de los jesuitas de La Flèche con afecto y respeto, y
consideraba su sistema de educación como muy superior al que proporcionaban la mayoría de las
demás instituciones pedagógicas. Por sus escritos queda claro que había recibido la mejor
educación posible dentro de la estructura tradicional” (Coplestone, Historia de la filosofía).
Repasando lo aprendido, descubrió que no estaba basado en fundamentos sólidos.
Irónicamente dice: “La filosofía nos enseña a hablar con una apariencia de verdad sobre todas las
cosas, y hace así que seamos admirados por los menos sabios». «Aunque ha sido cultivada
durante siglos por los mejores espíritus, no encontramos todavía en ella ninguna cosa sobre la
cual no se dispute, y que no sea, por tanto, dudosa”.
El 10-11-1619, tres sueños consecutivos le convencieron de que su misión era la
búsqueda de la verdad mediante el empleo de la razón (cuando tuvo la oportunidad, siendo
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soldado del ejército de Maximiliano de Baviera, en Neuberg, junto al Danubio, de reflexionar
mucho en solitario). Desde 1628 vivió en Holanda, donde permaneció hasta 1649.
En septiembre de 1649 se trasladó a Suecia, a invitación de la Reina Cristina. Los rigores
del invierno, junto con la práctica de la reina de hacerle acudir a las cinco de la mañana a la
biblioteca (él, que estaba acostumbrado a pasar mucho tiempo en la cama), fueron demasiado
para él y no pudo resistir un ataque de fiebre a finales de enero de 1650. El 11-2 murió.
Siempre fue hombre moderado y de disposición agradable. Nunca se casó, porque
entendió que una vida retirada y tranquila era esencial para su obra. Siempre profesó la fe
católica y tuvo una actitud respetuosa al hacerlo. No parece que su objetivo deliberado fuera
construir un nuevo sistema filosófico enfrentado a los dogmas católicos tradicionales. En
general, evitó siempre las discusiones puramente teológicas. Opinaba que el camino del cielo
está tan abierto tanto a las ignorantes como a los doctos, y que los misterios revelados exceden a
la comprensión humana. Como filósofo y matemático, no teólogo, se ocupó de problemas que,
en su opinión, pudieran ser resueltos con la luz de la sola razón.
4. Ideal filosófico
Su ideal: un sistema orgánicamente conectado de verdades científicamente bien
establecidas, ordenadas de tal modo que la mente pase de verdades fundamentales evidentes por
sí mismas a otras verdades evidentes implicadas por las primeras. Se trataba de hacer que las
verdades se ajusten a un esquema racional, del mismo modo que lo hacían las matemáticas.
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• Objeción: No serán tan malos informadores cuando nos han permitido sobrevivir. Pero la
física moderna, la astronomía, la óptica, etc., no se fía de ellos, del sentido común: Teoría
de la relatividad, geometrías de Riemann (ej. de Copérnico: la tierra gira en torno al sol y
no al revés).
4º. Análisis de la primera certeza, prototipo de las demás: Me descubre como cosa que
piensa, distinta a la realidad exterior. Puedo dudar de todo, menos de que existe un ser que duda.
Por tanto, mi existencia está exenta de toda duda o error posible.
Sustancia pensante: = que tiene su razón de ser en sí misma, no en nada exterior a ella;
semejanza con la aristotélica en propiedades esenciales y accidentales; = mente, inteligencia,
alma, razón, etc. Su actividad consiste en pensar, dudar, entender, afirmar, negar, querer o no
querer, imaginar, sentir, etc.
Se diferencia de la realidad exterior en que su naturaleza es sólo pensar.
• Objeción: ¿no necesita para existir de ningún lugar, cosa material, cuerpo, etc.? ¿Cómo
podría ser lo que es si no existiera el cuerpo? Idealismo inaceptable: se sitúa al margen de
la historia, de la naturaleza, como las matemáticas. Descartes se creía una raíz cuadrada!
Supongo que después de los madrugones no pensaría igual.
Conclusión: el pensamiento piensa siempre ideas (en Descartes, las ideas son una
representación o fotografía que contemplamos, no una lente a través de la cual percibimos las
cosas). Por tanto, ¿cómo garantizar que a la idea de mundo corresponde una realidad efectiva, el
mundo tal como es, más allá de las descripciones que hacemos de él?
La actividad del pensamiento consiste en pensar (manejar, relacionar, procesar) ideas.
Las ideas pueden ser consideradas bajo dos aspectos: En cuanto actos mentales (= modos
de pensamiento), todas tienen la misma realidad; en cuanto poseen un contenido objetivo, son
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muy distintas entre sí: más importantes las que representan sustancias que las que representan
accidentes o modos.
1. Tipos de ideas:
a. Adventicias: Parecen provenir de nuestra experiencia externa (hombre, árbol, colores).
b. Facticias: Las que construye la mente a partir de otras (p.ej.: un Pegaso). Ambas son
cuestionables. Ninguna puede servirnos para demostrar la existencia de la realidad extramental
porque no tenemos certeza de que exista el mundo exterior, realmente (contra las adventicias) y
porque no tenemos garantía de la verdad de las segundas al ser construidas por el pensamiento.
c. Innatas: pocas, pero las más importantes: las posee el pensamiento en sí mismo
(pensamiento, existencia, Dios).
Para Descartes, existe una sustancia infinita (= Dios); sustancia pensante (= yo); sustancia
extensa (= los objetos físicos).
Sustancia es una cosa que existe de tal modo que no necesita de ninguna otra cosa para
existir. Pero tal definición sólo puede ser aplicada de modo absoluto a Dios.
El objetivo último de Descartes al afirmar que alma y cuerpo, pensamiento y extensión
constituyen sustancias distintas es salvar la autonomía del alma respecto de la materia. Descartes
comparte la concepción mecanicista y determinista del mundo material existente en la ciencia
clásica, donde no quedaba lugar alguno para la subjetividad. En este universo, la libertad del ser
humano sólo podía salvaguardarse sustrayendo el alma del mundo de la necesidad mecanicista, y
esto exigía situarla como una esfera independiente y autónoma de la materia. Esa independencia
de alma y cuerpo es la aportación central del concepto cartesiano de sustancia.
Descartes da tres argumentos para demostrar la existencia de Dios. Los dos primeros se
encuentran en la Meditación III y el tercero, el llamado «argumento ontológico» de Descartes, en
la Meditación V, el Discurso del Método y los Principios de Filosofía.
1. Primer argumento.
Este primer argumento postula que es anterior la idea de infinito que la de finito, la de
perfecto que la de imperfecto, aunque conozcamos primero nuestra propia imperfección y
finitud. Partiendo de la idea de Dios que hay en mí, de la idea de una sustancia infinita, eterna,
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inmutable, omnisciente y omnipotente, concluye Descartes que Dios existe, ya que no puedo ser
yo la causa de una idea de sustancia infinita, siendo yo finito. Por lo tanto, debe existir una
sustancia realmente infinita que haya puesto en mí la idea de sustancia infinita. Por consiguiente,
la realidad objetiva de la idea de Dios no está contenida en nosotros, sino en Dios. Por lo tanto,
Dios existe.
2. Segundo argumento.
Este segundo argumento complementa al primero, de tal modo que el propio Descartes lo
consideraba como una explicación del anterior. Este argumento no parte tanto de la idea de Dios
cuanto de la contingencia e imperfección del cogito que tiene esa idea: «Consideraré si yo
mismo, que tengo esa idea de Dios, podría existir en el caso en que no hubiese Dios». Dios no
aparece como la causa de su idea en mí, sino como la causa de mi propia existencia. Este
segundo argumento lo resume Descartes así: «quien conoce alguna cosa más perfecta que sí, no
se ha dado el ser, pues igualmente se hubiera dado todas las perfecciones cuya idea poseía; y por
consiguiente no podría subsistir por ningún otro que no poseyese todas estas perfecciones, es
decir, que no fuese Dios».
3. El argumento ontológico.
En tercer lugar, pretende Descartes formular una prueba demostrativa de la existencia de
Dios «tan cierta como cualquier demostración geométrica». Partiendo de la idea clara y distinta
de un ser perfectísimo, no deducir su existencia sería negarle una perfección. Así lo expone en la
Meditación V: «Encuentro manifiestamente que es tan imposible separar de la esencia de Dios su
existencia, como de la esencia de un triángulo rectilíneo el que la magnitud de sus tres ángulos
sea igual a dos rectos, o bien de la idea de una montaña la idea de un valle; de suerte que no hay
menos repugnancia en concebir un Dios, esto es, un ser sumamente perfecto a quien le faltare la
existencia, esto es, a quien le faltare una perfección, que en concebir una montaña sin valle».
Esto no significa, aclara Descartes, que tenga que existir la montaña o el valle, sino que
dada la primera, no puede ser pensada sin la nota esencial que la define. Es decir, supuesta una
montaña, tiene que haber necesariamente un valle. Pero la idea de Dios es especialísima, ya que
la nota esencial es la existencia. De este modo, tan necesario como es que si hay montaña haya
valle, lo es que si en nosotros se encuentra la idea de Dios, Dios exista.
Aunque la «prueba» tenga estructura silogística, se trata más bien de una intuición clara y
distinta. Como en el cogito, la idea de Dios es inseparable de la existencia, pues es una idea clara
y distinta. En este sentido, se podría decir que el argumento cartesiano es «el auténtico
argumento ontológico», pues se trata, más bien, de una intuición inmediata de la esencia divina
en la que se incluye necesariamente su existencia real.
El recurso a Dios y el «círculo vicioso». Ya hemos dicho que Descartes necesita
demostrar la existencia de Dios para fundamentar su criterio de verdad. Podría existir un Dios
engañador que me hiciera equivocarme sobre lo que pienso que concibo clara y distintamente.
De esta manera el recurso a la Teología es imprescindible para fundamentar el sistema.
Pero ocurre que la existencia de Dios se basa en el criterio de verdad que quiere justificar.
Se trata, pues, como ya había objetado Arnauld, de un círculo vicioso, porque la idea clara y
distinta de un Dios infinitamente bueno, es decir, no engañador, es lo que hace que la claridad y
distinción pueda tomarse como auténtico criterio de verdad. Es como un círculo en el aire que se
mantiene a fuerza de una rotación vertiginosa.
En definitiva, sin el conocimiento de Dios sería imposible saber nunca nada
perfectamente. Pero ahora que mi razón lo ha hecho necesariamente existente, puedo estar
seguro también de la existencia del mundo material.
Tres son, por lo tanto, las sustancias que conforman el universo cartesiano: la res cogitans (el
alma, el sujeto pensante), la res extensa (los cuerpos, el mundo material externo al pensamiento)
y la res infinita (Dios).
TEXTO
(...) Pero como hombre que tiene que andar solo y en la oscuridad, resolví ir tan despacio
y emplear tanta circunspección en todo, que, a trueque de adelantar poco, me guardaría al menos
muy bien de tropezar y caer. E incluso no quise empezar a deshacerme por completo de ninguna
de las opiniones que pudieron antaño deslizarse en mi creencia, sin haber sido introducidas por la
razón, hasta después de pasar buen tiempo dedicado al proyecto de la obra que iba a emprender,
buscando el verdadero método para llegar al conocimiento de todas las cosas de que mi espíritu
fuera capaz.
Había estudiado un poco, cuando era más joven, de las partes de la filosofía, la lógica, y
de las matemáticas, el análisis de los geómetras y el álgebra, tres artes o ciencias que debían, al
parecer, contribuir algo a mi propósito. Pero cuando las examiné, hube de notar que, en lo
tocante a la lógica, sus silogismos y la mayor parte de las demás instrucciones que da, más sirven
para explicar a otros las cosas ya sabidas o incluso, como el arte de Lulio, para hablar sin juicio
de las ignoradas, que para aprenderlas. Y si bien contiene, en verdad, muchos, muy buenos y
verdaderos preceptos, hay, sin embargo, mezclados con ellos, tantos otros nocivos o superfluos,
que separarlos es casi tan difícil como sacar una Diana o una Minerva de un bloque de mármol
sin desbastar. Luego, en lo tocante al análisis de los antiguos y al álgebra de los modernos, aparte
de que no se refieren sino a muy abstractas materias, que no parecen ser de ningún uso, el
primero está siempre tan constreñido a considerar las figuras, que no puede ejercitar el
entendimiento sin cansar grandemente la imaginación; y en la segunda, tanto se han sujetado sus
cultivadores a ciertas reglas y a ciertas cifras, que han hecho de ella un arte confuso y oscuro,
bueno para enredar el ingenio, en lugar de una ciencia que lo cultive. Por todo lo cual, pensé que
había que buscar algún otro método que juntase las ventajas de esos tres, excluyendo sus
defectos.
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Y como la multitud de leyes sirve muy a menudo de disculpa a los vicios, siendo un
Estado mucho mejor regido cuando hay pocas, pero muy estrictamente observadas, así también,
en lugar del gran número de preceptos que encierra la lógica, creí que me bastarían los cuatro
siguientes, supuesto que tomase una firme y constante resolución de no dejar de observarlos una
vez siquiera:
Fue el primero, no admitir como verdadera cosa alguna, como no supiese con evidencia
que lo es; es decir, evitar cuidadosamente la precipitación y la prevención, y no comprender en
mis juicios nada más que lo que se presentase tan clara y distintamente a mí espíritu, que no
hubiese ninguna ocasión de ponerlo en duda.
El segundo, dividir cada una de las dificultades, que examinare, en cuantas partes fuere
posible y en cuantas requiriese su mejor solución.
El tercero, conducir ordenadamente mis pensamientos, empezando por los objetos más
simples y más fáciles de conocer, para ir ascendiendo poco a poco, gradualmente, hasta el
conocimiento de los más compuestos, e incluso suponiendo un orden entre los que no se
preceden naturalmente.
Y el último, hacer en todo unos recuentos tan integrales y unas revisiones tan generales,
que llegase a estar seguro de no omitir nada.
Esas largas series de trabadas razones muy simples y fáciles, que los geómetras
acostumbran emplear, para llegar a sus más difíciles demostraciones, habíanme dado ocasión de
imaginar que todas las cosas, de que el hombre puede adquirir conocimiento, se siguen unas a
otras en igual manera, y que, con sólo abstenerse de admitir como verdadera una que no lo sea y
guardar siempre el orden necesario para deducirlas unas de otras, no puede haber ninguna, por
lejos que se halle situada o por oculta que esté, que no se llegue a alcanzar y descubrir. Y no me
cansé mucho en buscar por cuáles era preciso comenzar, pues ya sabía que por las más simples y
fáciles de conocer; y considerando que, entre todos los que hasta ahora han investigado la verdad
en las ciencias, sólo los matemáticos han podido encontrar algunas demostraciones, esto es,
algunas razones ciertas y evidentes, no dudaba de que había que empezar por las mismas que
ellos han examinado, aun cuando no esperaba sacar de aquí ninguna otra utilidad, sino
acostumbrar mi espíritu a saciarse de verdades y a no contentarse con falsas razones. Mas no por
eso concebí el propósito de procurar aprender todas las ciencias particulares denominadas
comúnmente matemáticas, y viendo que, aunque sus objetos son diferentes, todas, sin embargo,
coinciden en que no consideran sino las varias relaciones o proporciones que se encuentran en
los tales objetos, pensé que más valía limitarse a examinar esas proporciones en general,
suponiéndolas solo en aquellos asuntos que sirviesen para hacerme más fácil su conocimiento y
hasta no sujetándolas a ellos de ninguna manera, para poder después aplicarlas tanto más
libremente a todos los demás a que pudieran convenir. Luego advertí que, para conocerlas,
tendría a veces necesidad de considerar cada una de ellas en particular, y otras veces, tan solo
retener o comprender varias juntas, y pensé que, para considerarlas mejor en particular, debía
suponerlas en líneas, porque no encontraba nada más simple y que más distintamente pudiera yo
representar a mi imaginación y mis sentidos; pero que, para retener o comprender varias juntas,
era necesario que las explicase en algunas cifras, las más cortas que fuera posible; y que, por este
medio, tomaba lo mejor que hay en el análisis geométrico y en el álgebra, y corregía así todos los
defectos de una por el otro.
Y, efectivamente, me atrevo a decir que la exacta observación de los pocos preceptos por
mí elegidos, me dio tanta facilidad para desenmarañar todas las cuestiones de que tratan esas dos
ciencias, que en dos o tres meses que empleé en examinarlas, habiendo comenzado por las más
simples y generales, y siendo cada verdad que encontraba una regla que me servía luego para
encontrar otras, no sólo conseguí resolver varias cuestiones, que antes había considerado como
muy difíciles, sino que hasta me pareció también, hacia el final, que, incluso en las que ignoraba,
podría determinar por qué medios y hasta dónde era posible resolverlas. En lo cual, acaso no me
acusaréis de excesiva vanidad si consideráis que, supuesto que no hay sino una verdad en cada
cosa, el que la encuentra sabe todo lo que se puede saber de ella; y que, por ejemplo, un niño que
sabe aritmética y hace una suma conforme a las reglas, puede estar seguro de haber hallado,
acerca de la suma que examinaba, todo cuanto el humano ingenio pueda hallar; porque al fin y al
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cabo el método que ensena a seguir el orden verdadero y a recontar exactamente las
circunstancias todas de lo que se busca, contiene todo lo que confiere certidumbre a las reglas de
la aritmética.
Pero lo que más contento me daba en este método era que, con él, tenía la seguridad de
emplear mi razón en todo, si no perfectamente, por lo menos lo mejor que fuera en mi poder. Sin
contar con que, aplicándolo, sentía que mi espíritu se iba acostumbrando poco a poco a concebir
los objetos con mayor claridad y distinción y que, no habiéndolo sujetado a ninguna materia
particular, prometíame aplicarlo con igual fruto a las dificultades de las otras ciencias, como lo
había hecho a las del álgebra. No por eso me atreví a empezar luego a examinar todas las que se
presentaban, pues eso mismo fuera contrario al orden que el método prescribe; pero habiendo
advertido que los principios de las ciencias tenían que estar todos tomados de la filosofía, en la
que aun no hallaba ninguno que fuera cierto, pensé que ante todo era preciso procurar establecer
algunos de esta clase y, siendo esto la cosa más importante del mundo y en la que son más de
temer la precipitación y la prevención, creí que no debía acometer la empresa antes de haber
llegado a más madura edad que la de veintitrés años, que entonces tenía, y de haber dedicado
buen espacio de tiempo a prepararme, desarraigando de mi espíritu todas las malas opiniones a
que había dado entrada antes de aquel tiempo, haciendo también acopio de experiencias varias,
que fueran después la materia de mis razonamientos y, por último, ejercitándome sin cesar en el
método que me había prescrito, para afianzarlo mejor en mi espíritu.
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HUME
I. EL EMPIRISMO BRITÁNICO
David Hume nació en Edimburgo en 1711. A los 23 años de edad fue a Francia donde
abandonó la idea de dedicarse a la abogacía y se dedicó a escribir sus obras filosóficas. Él
confiesa su pasión por escribir y muy precozmente publicó su Tratado de la naturaleza humana
(1739), aunque apareció anónimamente. El Tratado no tuvo buena acogida, por lo que se decidió
a publicar un año más tarde, también anónimamente, el Compendio de un Tratado de la
Naturaleza Humana (Abstract), que tampoco tuvo éxito. Por fin, fue bien acogida su tercera obra
anónima Ensayos sobre moral y política (1741-42). Ya con su propio nombre publicó la
Investigación sobre el entendimiento humano (1748) y la Investigación sobre los principios de la
moral. Su candidatura a la cátedra universitaria fue rechazada en dos ocasiones por ser consi-
derado «escéptico y ateo». De 1754 a 1762 publicó la historia de Inglaterra y Gran Bretaña en
cuatro volúmenes. Famoso y rico, se retiró a su Escocia natal donde vivió los últimos años de su
vida. Antes de morir en 1776 escribió su Autobiografía.
1. Principio de la inmanencia
David Hume no está de acuerdo con el dogmatismo de Descartes. Su postura es
esencialmente crítica con el Racionalismo, aunque acepta el postulado inmanentista
fundamental: el sujeto nunca logra traspasar realmente el ámbito de las representaciones
mentales, pues la mente humana no alcanza otro objetivo que sus propias ideas. Tanto para
Hume como para Descartes las ideas no tienen carácter intencional, es decir, no se refieren a la
realidad, no nos permiten ver la realidad, porque lo único que podemos conocer son ideas. Para
la gnoseología clásica, las ideas son como lentes o espejos que nos permiten conocer el ser; en
cambio, para el idealismo, sea racionalista o empirista, son fotografías («pictures») y nosotros
sólo contemplamos esas fotografías.
4. Criticismo psicologista
Función de la filosofía será, para Hume, realizar el análisis psicológico de la formación
de las ideas. A Hume le interesa más el cómo que el porqué; más cómo conocemos que la
esencia misma del conocimiento. La filosofía sólo tendrá este carácter crítico y pondrá de
manifiesto la gratuidad de gran cantidad de ideas que durante tantos siglos han ido asentándose
en nuestras mentes. La labor de Hume será eminentemente purificadora. Si no somos capaces de
encontrar la impresión de la que deriva una idea' tendremos que pensar que esa idea ha burlado
las leyes del proceso y debemos desterrarla de nuestra mente. Toda la crítica que lleva a cabo
Hume de la metafísica clásica tiene como base este reduccionismo psicológico. Las ideas de la
metafísica (sustancia, causalidad, bien, yo...) no derivan directamente de ninguna impresión, por
lo que no pueden ser consideradas como otra cosa que meras abstracciones sin fundamento.
5. Crítica a la abstracción
Del reduccionismo psicologista llevado a término por Hume se deduce la negación del
conocimiento de las ideas universales. Ya hemos dicho que, Para Hume, la idea no es sino el
recuerdo o la representación interna de una impresión sensible. Esa representación la podemos
aplicar universalmente a muchos individuos, lo que no significa que haya precedido un proceso
de abstracción al modo aristotélico. Cuando varios objetos semejantes se presentan
reiteradamente a nuestra experiencia les aplicamos un nombre común prescindiendo de sus
diferencias particulares. Estamos, pues, ante un claro nominalismo: la «idea abstracta» de
hombre sería como la impresión que tenemos de un hombre que viene a lo lejos y del que no
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podemos decir, debido a la distancia, si es hombre o mujer, alto o bajo, rubio o moreno, etc. sino
solamente que es un «hombre».
Del análisis que ha realizado Hume sobre las cuestiones de hecho se desprende que éstas
tienen su único fundamento en la relación causa-efecto. Si yo afirmo con verdad que «el agua
quita la sed», lo hago porque supongo que el agua es causa de ese fenómeno fisiológico que
supone quitar la sed. Pero Hume, siguiendo su inapelable método empirista, comienza a poner
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inconvenientes a la existencia de la causalidad. ¿En qué se fundamentan los razonamientos
basados en la relación causa-efecto?
En primer lugar, la relación causa-efecto no se puede obtener «a priori», es decir,
prescindiendo de la experiencia. Si se le pusiera a alguien un objeto completamente nuevo ante
sus ojos, sería incapaz de decir su causa y de prever sus efectos, sin el debido recurso a la
experiencia. Para Hume, nuestra razón, privada de la experiencia, es incapaz de determinar la
relación causa-efecto. Somos capaces de observar los hechos conjuntados, pero no conectados.
Entre la conjunción y la conexión hay una diferencia de naturaleza, la misma que entre un
argumento post hoc y un argumento propter hoc.
En segundo lugar, todo efecto es algo totalmente distinto de la causa y, por ende, jamás
podremos descubrirlo en ella. Del movimiento de la bola de billar que va a chocar con otra que
está en reposo puedo suponer cientos de sucesos distintos al que ocurre realmente. Por esta
razón, las conjeturas que hagamos «a priori» sobre los posibles efectos serán todas arbitrarias. En
conclusión, «no hay un solo caso en que, sin la ayuda de la experiencia, puedan determinarse los
acontecimientos e inferir su existencia, ya en calidad de causa, ya en calidad de efecto». Yo veo
el movimiento de la primera bola y el movimiento de la segunda, pero no veo ninguna «fuerza
mística» que salga de una e impulse a la otra. Yo sólo percibo fenómenos, no la causalidad.
9. El hábito o costumbre
A pesar de todo, esperamos siempre efectos parecidos a los ya experimentados. ¿A qué se
debe que psicológicamente funcione la relación causa-efecto? Hume responde que es el hábito o
costumbre, la repetición frecuente de un acto lo que ha dado lugar al nacimiento en nosotros de
una disposición a reproducir el mismo acto. A fuerza de haber observado la relación constante
entre el calor y la dilatación de los cuerpos, estamos en disposición de pensar en el calor cuando
observamos una dilatación. La costumbre, que tanta importancia tiene en nuestra vida y tan útil
es en nuestras experiencias, no tiene relación ninguna con el razona_ miento, ni depende ni
procede de él. Ninguna inducción experimental procede del razonamiento, sino que nacen todas
de la costumbre. El principio de causalidad no tiene ningún valor real, a lo sumo Un valor
meramente psicológico, por lo que, en las leyes físicas a lo único que podemos aspirar es a
alcanzar un grado mayor o menor de probabilidad.
TEXTO
l.- Las disputas con hombres que se obstinan en mantener sus principios a toda costa son
las más molestas de todas, quizá con la excepción de aquellas que se tienen con individuos
enteramente insinceros que en realidad no creen en las opiniones que están defendiendo, y que se
enzarzan en la controversia por afectación, por espíritu de contradicción y por el deseo de dar
muestras de poseer una agudeza y un ingenio superiores a los del resto de la humanidad. De
ambos tipos de personas debe esperarse la misma adherencia a sus argumentos, el mismo
desprecio por sus antagonistas y la misma apasionada vehemencia en su empeño por hacer que
imperen la sofistería y la falsedad. Y como el razonamiento no es la fuente de donde ninguno de
estos dos tipos de disputantes saca sus argumentos, es inútil esperar que alguna vez lleguen a
adoptar principios más sólidos guiándose por una lógica que no hable a sus afectos.
Quienes han negado la realidad de las distinciones morales podrían ser clasificados entre
los disputantes insinceros. No es concebible que criatura humana alguna pueda creer seriamente
que todos los caracteres y todas las acciones merecen por igual la aprobación y el respeto de
todos. La diferencia que la naturaleza ha establecido entre un hombre y otro es tan vasta y puede
acentuarse hasta tal punto por virtud de la educación, el ejemplo y el hábito, que cuando se
presentan ante nuestra consideración dos casos extremos enteramente opuestos, no hay
escepticismo, por muy radical que sea, que se atreva a negar absolutamente toda distinción entre
ellos. Por muy grande que sea la falta de sensibilidad de un individuo, con frecuencia tendrá este
hombre que ser tocado por las imágenes de lo justo y de lo Injusto; y por muy obstinados que
sean sus prejuicios, tendrá por fuerza que observar que sus prójimos también son susceptibles de
experimentar impresiones parecidas. Por lo tanto, el único modo de convencer a un antagonista
de esta clase será dejarlo solo. Pues cuando vea que nadie está dispuesto a seguir discutiendo con
él, lo más probable es que, de puro aburrimiento, decida por sí mismo ponerse del lado del
sentido común y de la razón.
2.- Últimamente ha tenido lugar una controversia mucho más merecedora de nuestra
atención, que se refiere a los fundamentos generales de la Moral. Es la controversia acerca de si
estos fundamentos se derivan de la Razón o del Sentimiento; de si llegamos a conocerlos
siguiendo una cadena de argumentos e inducciones, o más bien por un sentimiento inmediato y
un sentido interno más sutil; de si, como sucede con todo recto juicio acerca de la verdad y la
falsedad, deben ser los mismos en todos los seres racionales inteligentes, o deben estar fundados,
como ocurre con la percepción de la belleza y la deformidad, en la particular manera de ser y
constitución de la naturaleza humana.
Los filósofos antiguos, aunque a menudo afirman que la virtud no es otra cosa que una
conformidad con la razón, en general parecen considerar la moral como algo que deriva su
existencia del gusto y del sentimiento. Por otro lado, nuestros investigadores modernos, aunque
también hablan mucho de la belleza de la virtud y de la fealdad del vicio, han intentado, por lo
común, explicar estas distinciones mediante razonamientos metafísicos y deducciones derivadas
de los más abstractos principios del entendimiento. Tal es la confusión que ha reinado en estos
48
asuntos, que un antagonismo de gravísimas consecuencias podrá llegar a prevalecer entre uno y
otro sistema, e incluso dentro de las partes de cada sistema en particular. Y, sin embargo, nadie,
hasta hace muy poco, había reparado en ello. El sutil Lord Shaftesbury, que fue el primero en
señalar esta distinción, y que, en general, se adhirió a los principios de los antiguos, no se libra
enteramente de caer en la misma confusión.
3.- Debe reconocerse que ambas posturas acerca de esta cuestión son susceptibles de ser
defendidas con argumentos plausibles. De una parte, cabría decir que las diferencias morales
pueden discernirse mediante el uso de la pura razón. Pues, de no ser así, ¿cómo explicar las
muchas disputas que tienen lugar en la vida ordinaria y en la filosofía con respecto a este asunto?
¿Cómo dar cuenta de la larga cadena de pruebas que a menudo son esgrimidas por ambos
bandos, los ejemplos que se citan, las falacias que se denuncian, las inferencias que se deducen y
las diversas conclusiones que se sacan de acuerdo con los principios de que se parte? Se puede
disputar sobre la verdad, pero no sobre el gusto. Lo que existe en la naturaleza de las cosas dicta
la norma de nuestro juicio, mientras que lo que un hombre siente dentro de sí mismo es lo que
marca la norma del sentimiento. Las proposiciones geométricas pueden probarse, y los sistemas
de física pueden ser discutidos racionalmente. Pero la armonía del verso, la ternura de una pasión
y la brillantez de ingenio nos procuran un placer inmediato. Ningún hombre razona acerca de la
belleza de otra persona, pero sí ofrece argumentos cuando se está refiriendo a la justicia o
injusticia de sus actos. En todo proceso criminal, el primer objetivo del prisionero es probar que
son falsos los hechos que se alegan, y negar los actos que se le imputan; el segundo consiste en
probar que, aun en el caso de que dichos actos fuesen reales, podrían justificarse como inocentes
y legales. Es admitido que el primer objetivo puede alcanzarse mediante deducciones del
entendimiento; ¿cómo podríamos suponer que es otra facultad de la mente la que se emplea en
lograr el segundo?
4.- Por su parte, quienes afirman que todas las determinaciones morales se basan en el
sentimiento se esforzarán por mostrar que a la razón le resulta imposible llegar a conclusiones en
este orden de cosas. A la virtud, dicen los partidarios de esta opinión, le corresponde el ser
amable, y al vicio, odioso. En eso consiste su auténtica naturaleza o esencia. Pero ¿puede la
razón o la argumentación asignar estos diferentes epítetos a tal o cual sujeto y pronunciarse de
antemano acerca de si una cosa debe producir amor y otra odio? ¿Qué razón podríamos dar para
explicar estas disposiciones afectivas, como no sea la textura y conformación del alma humana,
la cual está naturalmente capacitada para albergarlas?
La meta de toda especulación moral es enseñarnos nuestro deber, y mediante
representaciones adecuadas de la fealdad del vicio y de la belleza de la virtud, engendrar en
nosotros los hábitos correspondientes que nos lleven a rechazar el uno y abrazar la otra. Pero
¿hemos de esperar que esto se produzca mediante inferencias y conclusiones del entendimiento,
las cuales no tienen de por sí influencia en nuestras disposiciones afectivas ni ponen en
movimiento los poderes activos de los hombres? Descubren verdades; pero cuando las verdades
que descubren son indiferentes y no engendran ni deseo ni aversión, no pueden tener influencia
en la conducta. Lo que es honorable, lo que es justo, lo que es gentil, lo que es noble, lo que es
generoso, se apodera de nuestro corazón y nos anima a abrazarlo y mantenerlo. Lo que es
inteligible, lo que es evidente, lo que es probable, lo que es verdadero produce en nosotros,
únicamente, el frío asentimiento de nuestro entendimiento; y la satisfacción de una curiosidad
especulativa pone fin a nuestras indagaciones.
Extinguid todos los sentimientos y predisposiciones entrañables a favor de la virtud, así
como todo disgusto y aversión con respecto al vicio; haced que los hombres se sientan
indiferentes acerca de estas distinciones, y la moral no será ya una disciplina práctica ni tendrá
ninguna influencia en la regulación de nuestras vidas y acciones.
49
KANT
I. LA ILUSTRACIÓN KANTIANA
1. Vida de Kant
Kant (1724-1804) nació, vivió y murió en Königsberg -Prusia oriental-. Fue educado en
una estricta moralidad. Estudió en la Universidad de su ciudad natal y allí enseñó como
Privatdozent a partir de 1741 y como catedrático a partir de 1770 cuando contaba ya con 46 años
de edad. De constitución débil y enfermiza, llevó una vida ordenada y metódica que le permitió
llegar a vivir 80 años. Kant es uno de los representantes más destacados de la ilustración
alemana.
2. Influencias
En la filosofía de Kant confluyen, por una parte, el Racionalismo (dogmatismo) de
Leibniz y Wolff, y, por otra, el Empirismo (criticismo) de Hume. De él afirmó: «Hume me des-
pertó de mi sueño dogmático». También influyeron en su pensamiento la física de Newton, la
espiritualidad luterana y la moral de Rousseau. Pero como todo gran pensador su filosofía no se
puede reducir a sus influencias. Kant llevó a cabo en la modernidad la síntesis que realizó
Aristóteles en la Antigüedad y Tomás de Aquino en la Edad Media.
5. ¿Qué es la Ilustración?
En 1783 el párroco berlinés J.F. Zóllner, en un artículo que apareció en el Berlinischen
Monaisschrift, lanzó la pregunta: ¿Qué es la Ilustración? A esta pregunta respondieron
inmediatamente con sendos artículos M. Mendelssohn (septiembre de 1784) y Kant (diciembre
de 1784). Como reconoce el propio Kant en una nota al final de su artículo, las coincidencias son
muchas y debidas a la casualidad, sin embargo, la respuesta del pensador de Königsberg ha
pasado como la definición ilustrada de la Ilustración.
Aparte de Kant y Mendelssohn, otros autores de la época escriben sobre la Ilustración:
50
Hamann representa la crítica de los puntos fundamentales de la Ilustración; Wieland, el
Racionalismo abstracto y dogmático; Riem, en tono de protesta, piensa que la Ilustración es «una
necesidad del entendimiento humano»; para Herder la Ilustración es el último escalón del
desarrollo de la Historia natural y una parte imprescindible de la humanidad; para Lessing la
Ilustración representa la culminación de «la educación del género humano»; Erhard defiende el
«derecho a la frustración»; y Schiller, defensor de la Revolución francesa, es un gran crítico de la
cultura teórica de la Ilustración. Son los componentes de la llamada Ilustración alemana. En
Inglaterra surgieron las primeras ideas ilustradas, en Francia se llevaron a la práctica y en
Alemania se maduraron filosóficamente.
El artículo de Kant titulado Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la ilustración? comienza
con su famosa definición: «La Ilustración es la salida del hombre de su autoculpable minoría de
edad». Según Kant, el hombre ha permanecido en tutela, en la edad de la infancia, sin atreverse a
evolucionar debido a su propia culpa, ya que en épocas anteriores no se había atrevido a servirse
de su razón. Ahora, la época de las luces le permitirá abandonar su minoría de edad y comenzará
a pensar por sí mismo. Sapere aude! -¡Atrévete a pensar!-, éste es el lema de la Ilustración. Kant
apunta que las causas de esta minoría de edad deben buscarse en la pereza y la cobardía de los
hombres que gustosamente han preferido permanecer en ella, que se les ha convertido en una
segunda naturaleza. El paso a la mayoría de edad se presenta, por ello, difícil. Razón por la cual
pocos hombres se han aventurado a dar semejante paso. Cuando Hamann comenta este artículo
objeta a Kant que la culpable es la tutela y no la minoría de edad.
1. Las categorías
Una vez creado el fenómeno por la sensibilidad, el entendimiento es capaz de conocer el
objeto de la intuición sensible gracias a las categorías, o formas puras del entendimiento. Es
decir, el fenómeno sensible, que era síntesis de la sensibilidad, funciona ahora como elemento a
posteriori del entendimiento. La facultad intelectiva pone por su parte el elemento a priori: las
categorías. Éstas son, según Kant, «conceptos puros que se aplican a priori a los objetos de la
intuición sensible como funciones lógicas de todos los juicios posibles». De esta forma tenemos
que fenómeno más categorías es igual a concepto.
Si no fuéramos capaces de convertir los fenómenos en conceptos, no seríamos capaces de
pensar ni de hacer ciencia. Entonces, los juicios sintéticos a priori son posibles en la Física
porque disponemos de las categorías, esos moldes donde vertimos el conocimiento sensible para
conseguir conceptos.
1. Materia y forma
Como ya hemos dicho, para que haya conocimiento debe darse la unión de un elemento
material o a posteriori y otro formal o a priori. Los conceptos de materia y forma no tienen para
Kant el mismo sentido que tenían para Aristóteles. Para el filósofo antiguo, eran dos coprincipios
que intervenían en la formación de toda sustancia material. Para el filósofo moderno, en cambio,
la materia es el contenido y la forma, el continente de nuestro conocimiento. El conocimiento no
es ni el contenido amorfo ni el continente vacío, sino una síntesis de ambos, pues ambos se nece-
sitan mutuamente. Así como de nada nos serviría escribir en un ordenador sin un programa de
tratamiento de textos, del mismo modo, ningún conocimiento podríamos adquirir sin la
predisposición de nuestra propia facultad. Y así como de nada nos serviría un buen programa de
tratamiento de textos sí no escribimos nada en él, del mismo modo, ningún conocimiento
podríamos adquirir sin el «caos de sensaciones» que procede de la experiencia externa.
2. Fenómeno y noúmeno
54
El resultado de la acción cognoscitiva de la sensibilidad es fenómeno. El fenómeno es la
síntesis de la materia que componen las múltiples sensaciones recibidas por los sentidos
-intuiciones empíricas- y las formas que unifican, moldean y ordenan esas sensaciones
-intuiciones puras-, es decir, la suma del elemento a posteriori y el a priori. Por lo tanto, el
fenómeno es lo que se me presenta a mi sensibilidad después de haber sido filtrado por el espacio
y el tiempo. Más allá del fenómeno está el noúmeno o cosa en sí que es incognoscible por
definición ya que nuestro conocimiento alcanza únicamente a los fenómenos. Las cosas nos son
cognoscibles en la medida en que se nos manifiestan, su realidad íntima -el noúmeno-, aunque
sabemos que existe permanece siempre incognoscible. En cierto modo, nos recuerda a la
definición Locke da de sustancia, como un «no sé qué», ya que, aunque sé que existe, me es
imposible saber qué es.
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1. Voluntad natural y voluntad racional
En sus obras, la Fundamentación para la metafísica de las costumbres y la Crítica de
razón práctica, Kant se propone la elaboración Y justificación critica de una ética pura, a priori,
fundamentada solamente en principios racionales. Para poder establecer las leyes por las que
debe regirse la voluntad libre, se requiere de una «crítica de la razón práctica». Para entender la
moral kantiana es necesario distinguir dos tipos de voluntades:
a. Voluntad natural: regida por la necesidad, es heterónoma, está determinada por
principios subjetivos, empíricos y materiales, y se mueve, no por deber, sino por inclinación.
b. Voluntad racional o pura: es libre, autónoma, autodeterminada según principios
objetivos de índole formal y se mueve por deber.
2. El respeto a la ley
Kant define el deber como «la necesidad de una acción por respeto a la ley». El móvil
moral, objetivamente considerado, es la ley, pero subjetivamente, es el respeto a esa ley. La ley
viene dada por la misma razón en su uso práctico y se impone a la voluntad con la fuerza del
respeto. En consecuencia, la voluntad se hace buena y es condición de todo bien.
El bien o el mal no vienen, por tanto, determinados por la inclinación natural, sino por la
razón. El bien no es el que determina y hace posible la ley moral, sino que es la ley moral la que
determina y hace posible el bien.
3. El imperativo categórico
Pero como la voluntad humana no es perfecta, puede ocurrir que no obedezca de manera
necesaria e inmediata a la ley de la razón. Por ello, requiere de un mandato formulado en un
imperativo. El imperativo de la moralidad lógicamente deberá ser formal. Kant distingue dos
tipos de imperativos:
a. Imperativo hipotético: Cuando la acción que manda es buena pero sólo como medio
para alcanzar otra cosa. Por ejemplo: «si quieres conducir sin riesgos, no bebas». A todas luces,
este tipo de imperativo es material y, por eso, Kant no lo puede admitir en su ética. Los
imperativos hipotéticos pueden ser a su vez técnicos (reglas de habilidad) o pragmáticos
(consejos de la prudencia, como el del ejemplo).
b. Imperativo categórico: Es el imperativo de la moralidad. La acción que manda es
presentada como buena en sí, como necesaria para que la voluntad se conforme con la razón.
Como mandato de la razón, tiene un carácter formal: “sin poner como condición ningún
propósito a obtener por medio de cierta conducta manda esa conducta inmediatamente”. Es lo
que Kant también definiría como “Cumple el deber por amor al deber”.
4. Autonomía y moralidad
La moralidad es la relación de las acciones con la autonomía de la voluntad. Cuando la
acción concuerda con la autonomía de la voluntad es permitida y cuando no, es prohibida. El
último determinante del querer es la ley formal de la razón, por eso, la voluntad humana (razón
práctica) se legisla a sí misma y no reconoce ningún imperativo heterónomo. Es autónoma
porque se da la ley a sí misma. Ante esta ley surge un sentimiento moral que determina a la
56
voluntad que es el respeto. Para que una acción tenga valor debe ser realizada libremente, es
decir, por puro respeto a la ley. El concepto de libertad que está manejando Kant se reduce a
autonomía: es libre aquel que no obedece a nada diferente a sí mismo. Esta concepción
representa una ganancia importante para la construcción del «hombre autosuficiente» ilustrado.
6. Filosofía postkantiana
Muchos son los problemas que plantea el pensamiento kantiano, pero es quizá el
concepto de cosa en sí el que ha tenido mayor repercusión histórica. Para Kant, la cosa en sí
permanece incognoscible porque lo que conozco de ella lo conozco en cuanto le aplico unas
formas a priori. Ante este principio cabe formularse esta pregunta: ¿por qué aplico una forma y
no otra? La Filosofía postkantiana ha respondido de dos maneras:
El positivismo piensa que debemos admitir que las sensaciones no son un puro «caos» y
que por lo tanto conocemos sin a priori, ya que las sensaciones vienen ordenadas de una
determinada manera.
El idealismo absoluto, en cambio, mantiene que Kant no tuvo la suficiente valentía como
para eliminar la cosa en sí. Todo conocimiento es obra del Espíritu, no hay nada que ordenar,
sino que todo es creación suya.
TEXTO
CAPÍTULO III
"Del fundamento de la distinción de todos los objetos en general en fenómenos y noúmenos"
II. METAFÍSICA
1. El velo de Maya
El punto de partida de la Filosofía de Schopenhauer es la distinción kantiana entre
fenómeno, noúmeno y condiciones a priori de la experiencia. En el apéndice de El mundo como
voluntad y representación (1819) titulado: «La crítica de la filosofía de Kant» se confiesa deudor
y continuador del filósofo de Königsberg. En Schopenhauer el sentido genuinamente kantiano de
fenómeno y noúmeno se ha matizado para significar «el mundo como aparece» y «el mundo
como es» respectivamente. Para Schopenhauer el fenómeno es apariencia, ilusión, y tras él se
oculta el noúmeno que es la auténtica realidad, cuyo acceso él pretende haber descubierto. La
influencia del pensamiento oriental, los Vedas, explica la peculiar interpretación que hace de
Kant. La imagen del velo de Maya, que representa la ilusión fenoménica que oculta la realidad
de las cosas, es el hilo conductor de su Filosofía.
El verdadero pensamiento de Schopenhauer parece ser, pues, una mezcla de Kant y la
Filosofía hindú. Es como si a Kant le faltase la sabiduría oriental que Schopenhauer poseía. No
por otra razón tenía nuestro filósofo en su cuarto de estudio una estatua de Buda junto a la de
Kant.
2. Idealismo
Pero en Schopenhauer hay algo más, hay Idealismo. A pesar de su convicción de ser «el
continuador de Kant» y de que entre ambos no ha habido progreso alguno, a pesar de los insultos
que propina a Hegel, Schopenhauer es su hijo díscolo. No sólo venció éste en el reto académico
que el orgullo de Schopenhauer propuso (anunció sus clases a la misma hora que Hegel), sino
también en el de las ideas, pues nuestro filósofo, por más que se empeñe en negarlo, es idealista.
El sujeto de la dialéctica que en Hegel es Idea, Razón, es en Schopenhauer Voluntad. Ambos
respiran el mismo aire, para uno y otro sólo lo infinito (Razón o Voluntad) es real, lo finito es
apariencia. Las conclusiones serán, por supuesto, dispares, pero no cabe duda de que estamos
ante un claro ejemplo del voluntarismo que, a pesar de sus esfuerzos, no logra romper la tupida
red logicista que tejió Hegel.
1. Representación y voluntad
La «obra» de Schopenhauer comienza con esta proposición: «El mundo es mi
representación» que es para él una verdad evidente que expresa la «forma» general de la
experiencia. Más adelante la completará con lo que significará la frase programática de su
sistema. «El mundo es, por una parte, representación y nada más que representación; por otra,
voluntad y nada más que voluntad». Este inicio entraña el Idealismo más puro (al modo de
Berkeley). El mundo es desglosado en dos mitades: en su cara exterior, fenoménica, el mundo es
representación; en su cara interior, nouménica, no es sino voluntad. Ambas caras, sin embargo,
60
confluyen y se fundan en el sujeto, único y verdadero artífice del Mundo: «No hay objeto sin
sujeto; este principio hace radicalmente imposible el materialismo (realismo), porque, podríamos
añadir, es el principio del Idealismo.
2. La voluntad de vivir
A partir de aquí, Schopenhauer presenta la voluntad como voluntad de vivir. La vida no
es más que la manifestación de aquella voluntad en forma representativa, por ello, lo mismo es
voluntad de vivir que voluntad. La voluntad de vivir es, pues, la única expresión verdadera del
ser último del mundo. La esencia del mundo, que es voluntad de vivir o «impulso tumultuoso de
61
vida», se manifiesta en la naturaleza. Ese «impulso inconsciente, ciego e irresistible», como lo
llama el propio Schopenhauer, se plasma tanto en la naturaleza inorgánica, vegetal y animal
como en el hombre, donde adquiere «conciencia de su querer y de aquello que quiere, que no es
otra cosa que este mundo».
El nacer y el morir no contradicen esta voluntad de vivir, porque pertenecen al fenómeno
de la voluntad. La forma de este fenómeno de vivir en el espacio y el tiempo son los individuos,
que nacen y lo cual no afecta en absoluto a la voluntad de vivir, pues mueren, sólo ella es eterna
e inmortal. El nacimiento y la muerte de los individuos aseguran la dialéctica misma del vivir.
V. PESIMISMO EXISTENCIAL
1. Deseo y pesimismo
En contraste con esta exaltación de la vida, la Filosofía de Schopenhauer acaba en
pesimismo: el resultado de la lucha por la vida es, en el fondo, dolor. La razón última de este
pesimismo radica en que la voluntad está concebida como deseo, como una «constante
aspiración sin fin y sin descanso». Querer es desear. El amor como deseo, tal y como aparece en
el Mito de Eros de Platón, implica siempre la falta de algo, la privación, el anhelo incesante de lo
que nunca se podrá poseer en plenitud. Esta falta de plenitud genera una necesidad y una
indigencia absolutas. La satisfacción del deseo engendra, por contra, un nuevo deseo, una nueva
necesidad a satisfacer. El placer aparece aquí como una cesación momentánea del dolor que
produce la indigencia, es, por tanto, un estado negativo y pasajero. Cuando parecen haberse
satisfecho todas las necesidades, la dialéctica del deseo hace que vuelva de nuevo el dolor y se
desencadene, otra vez, el proceso.
1. El nirvana búdico
La meta final debe ser la anulación de la voluntad de vivir en su esencia, lo cual sólo se
produce en la inmersión del yo individual en la voluntad del Todo por medio de la muerte. La
muerte no es, en este sentido, nada más que un medio para sumergir la voluntad en la nada del
nirvana búdico. Schopenhauer está convencido de que en el pensamiento oriental está la verdad
metafísica más profunda y que todos los esfuerzos de la Filosofía occidental no han conseguido,
hasta él, comprenderla. Sólo ahora se rasga el velo de Maya (el enigma del principium individua-
tionis) y se llega a la completa anulación de la voluntad de vivir. La conclusión de Schopenhauer
es clara: «No hay verdadera salvación ni redención de la vida y del dolor sin una completa
negación de la voluntad».
2. La contemplación estética
En el tenebroso pesimismo de Schopenhauer se enciende una luz cuando considera el
tema del arte. Se trata, sin embargo, de un candil que enseguida se extingue. Nuestro filósofo se
ha quedado ensimismado contemplando el pabilo humeante y no ha aprovechado el momento
fugaz de claridad para buscar otro foco de luz menos perecedero.
La Idea, que expresa la esencia del mundo, no es objeto de conocimiento, sino sólo de
arte. Mientras el conocimiento científico está sometido al principio de razón y de individuación,
el arte es la contemplación libre, desinteresada e intuitiva. En esta visión intuitiva del arte y
perdiéndose en los objetos, el sujeto se olvida de sí como individuo y de su voluntad. De este
modo, se ha liberado de todo lo que liga a la voluntad. Esto es debido a que en el arte miramos
las cosas de manera distinta, con otra mirada que no es la de la vida cotidiana ni la de la ciencia.
El entendimiento, al mirar los fenómenos en la multiplicidad de sus manifestaciones, se pone al
servicio de la voluntad de vivir y va únicamente tras el objeto del deseo. Una consideración así
del mundo es siempre egoísta y culmina en el pesimismo, como ya se ha descrito. En cambio, la
contemplación estética nos capacita para tomar el objeto no como objeto individual, sino como
Idea de su especie. La verdadera naturaleza de las cosas se revela en la intuición estética.
4. La liberación definitiva
La contemplación del arte produce una liberación momentánea de los dolores de la vida.
La salvación definitiva no vendrá, por tanto, por el camino del arte, sino por el de la ética
ascética.
Esta ética no pretende dar preceptos, sino sólo pasar de la virtud al ascetismo. El primer
63
paso hacia la ascesis definitiva de negación de la voluntad de vivir es «la castidad completa y
voluntaria». Para Schopenhauer la castidad absoluta libera de la primera manifestación de la
voluntad de vivir que es el impulso de la generación. La pobreza voluntaria, la resignación, la
aceptación humilde de las mayores ignominias y, en fin, las mortificaciones voluntarias, com-
pondrán el conjunto de los ejercicios del asceta, tendentes a la destrucción del fenómeno de la
existencia. De esta manera, se habrá preparado el camino para que la muerte destruya
definitivamente el fenómeno de la voluntad ya quebrantada.
El hombre como especie tiene la misión de liberar del dolor a toda la realidad; a través
del hombre, se redimirá el mundo entero.
VII. VALORACIÓN
1. Validez de su sistema
Como ya hemos visto, el absoluto del sistema de SchoPenhauer no es la razón, sino la
voluntad. Se ha transformado el «cogito» cartesiano en un «volo» irracional. Se mantiene, por lo
tanto, el «principio de la inmanencia», sólo que en términos voluntaristas. El hombre
schopenhaueriano no quiere las cosas en tanto son buenas, sino que su voluntad es el único
fundamento.
En una metafísica así, las cosas han perdido toda su consistencia real y, por tanto, su
bondad ontológica. La voluntad, abandonada a su suerte, se encuentra perdida: no hay nada que
merezca ser amado, sólo un flujo incesante de deseos. Pero, como la voluntad tiende al bien
infinito, ningún objeto particular, ni todos ellos juntos, pueden satisfacerla. Para salir de este
círculo o bien se admite otra voluntad amorosa fuera de mí, o bien debo renunciar a mi propio
acto volitivo. Schopenhauer ha optado por la segunda solución. Un mundo que no puede ser
amado, no es en absoluto. Entonces, sólo nos queda asumir la desgracia, la nada misma que nos
constituye, y esperar pacientemente nuestra última hora, que nos devolverá al abismo sin fondo
de la nada (Nirvana).
TEXTO
"El mundo es mi representación: esta verdad es aplicable a todo ser que vive y conoce,
aunque sólo al hombre le sea dado tener conciencia de ella; llegar a conocerla es poseer el
64
sentido filosófico. Cuando el hombre conoce esta verdad estará para él claramente demostrado
que no conoce ni un sol ni una tierra, y sí únicamente un ojo que ve el sol y una mano que siente
el contacto con la tierra; que el mundo que le rodea no existe más que como representación, esto
es, en relación con otro ser: aquel que le percibe, o sea él mismo. Si hay alguna verdad a priori es
ésta, pues expresa la forma general de la experiencia, la más general de todas, incluidas las de
espacio, tiempo y causalidad, puesto que la suponen.
El suicidio, lejos de negar la voluntad, la afirma enérgicamente. Pues la negación no
consiste en aborrecer el dolor, sino los goces de la vida. El suicida ama la vida; lo único que pasa
es que no acepta las condiciones en que se le ofrece.
El defectuoso parecer concerniente a la contradicción entre materialismo e idealismo
podría quedar dilucidado mediante un diálogo entre la materia y el sujeto, un drama que también
podría titularse "macrocosmos y microcosmos":
El Sujeto: Yo soy, y fuera de mi no hay nada, puesto que el mundo es una representación
mía.
La Materia: ¡Qué delirio tan osado!- Yo, yo soy, y nada hay fuera de mí. Pues el mundo
es mi forma transitoria. Tú eres un mero resultado de una parte de esa forma y, por ello, eres algo
casual y fortuito.
El Sujeto: ¡Cuan disparatada arrogancia!. Ni tú ni el mundo existiríais sin mí y a mi estáis
condicionados. Quien haga abstracción de mí y crea poder seguir pensando vuestra existencia, da
en concebir un tosco engaño; su existencia al margen de mi representación supone una inmediata
contradicción, un hierro de madera. Ambas cosas están representadas por mí, mi representación
es el ámbito de su existencia, y por ende, yo soy su primera condición.
La Materia: Afortunadamente la osadía de tus asertos será puesta muy pronto en su sitio y
no merced a meras palabras; algunos instantes más y dejarás de ser nada en realidad, te hundirás
en la nada junto con tu grandilocuencia, después de haberte columpiado transitoriamente cual
una sombra espectral y correr la suerte de cada una de mis efímeras formas. Pero yo, en cambio,
permanezco incólume y sin merma siglo tras siglo, a través del tiempo infinito, y presencio
impávida el juego de las transformaciones de mis formas.
El Sujeto: Ese tiempo infinito, que te vanaglorias de atravesar, así como el espacio
igualmente infinito, sólo existen en mi representación, habida cuenta de que son meras formas de
mi representación, esa representación que albergo dentro de mí y en la que tú te presentas, dando
cabida a todo cuanto eres. El aniquilamiento con que me amenazas, no me atañe, pues de lo
contrario tú te verías aniquilada junto conmigo; ese aniquilamiento le concierne sólo al individuo
que es mi portador por algún tiempo y que, como todo lo demás, es representado por mí.
La Materia: Aún cuando te conceda esto y lo admita, tu existencia, a la cual ese
transitorio individuo está indisolublemente ligado, lejos de ser algo que se sostiene por si mismo,
sigue dependiendo pese a todo de la mía propia. Pues tú sólo eres sujeto en tanto que tengas un
objeto, y ese objeto soy yo; yo soy el núcleo y su contenido, lo que permanece, aquello que lo
coaliga y sin lo cual revolotea tan incoherente como sustancialmente, al igual que los sueños y
las fantasías de tus individuos, quienes gracias sólo a mí ponen a buen recaudo su apariencia.
El Sujeto: Haces bien en no querer impugnarme a través de mi existencia por el hecho de
manifestarse ésta en los individuos, pues tan inseparablemente encadenado a ella como yo lo
estoy, lo estás tú a tu hermana, la forma, sin la cual no te manifiestas nunca. A ti, al igual que a
mí, ningún ojo te ha visto desnuda y a solas, ya que ambos somos meras abstracciones, y por lo
tanto entes de razón. Un ser es, al fin y a la postre, algo que se intuye a sí mismo y es intuido de
suyo, aun cuando su ser en sí mismo no pueda consistir en esa intuición ni en el proceso de verse
intuido, papeles que nos repartimos entre ambos.
Ambos: Así pues, estamos inseparablemente unidos como partes necesarias de un todo, el
cual nos comprende a ambos y se halla por encima de los dos como un género superior. Sólo un
malentendido puede enfrentarnos para que cada uno combata la existencia del otro, siendo así
que la suya propia se mantiene o quiebra con ella. "
65
KIERKEGAARD
I. VIDA Y OBRAS
1. El jorobado de Copenhague
Sören Kierkegaard nació en Copenhague en 1813. Fue el hijo menor de un próspero
negociante de la capital danesa que inculcó en el niño un fuerte sentimiento de culpabilidad, así
como el gusto por las disquisiciones teológicas. De carácter débil y enfermizo, inclinado a la
melancolía, pero con una pluma genial, se hizo pronto famoso en su ciudad natal. En 1840 se
comprometió con Regina Olsen, pero un año después rompió el compromiso. Estaba convencido
de que tenía una misión religiosa que cumplir y veía el matrimonio como un obstáculo. Después
de una intensa actividad literaria y de haberse instaurado en el enemigo de Hegel y de la
«Cristiandad establecida» murió a los 42 años de edad, en 1855.
2. Obras
Kierkegaard, discernía claramente lo que quería comunicar de forma «directa» (los deno-
minados Discursos edificantes) y lo que sólo se puede realizar de forma «indirecta» mediante
pseudónimos (las obras seudónimas), así como todas aquellas notas y apuntes que nunca quiso
que se publicaran (El Diario). Para él todas las obras que publicó bajo pseudónimo comportan
toda una «estrategia literaria» conscientemente buscada.
La originalidad de Kierkegaard consiste en haber hablado en boca de los autores que él
mismo creó y que expresan una determinada «concepción de la vida». Esta «dialéctica de la
comunicación» debe ser considerada en cualquier interpretación de su obra. No se puede, sin
más, identificar a Kierkegaard con la obra seudónima ni considerarlo ajeno a ella. Él está y no
está en los pseudónimos, como el Guadiana, imagen que él mismo utiliza, emerge y desaparece.
Según esto, Kierkegaard, no se identifica con ninguna de las perspectivas de los pseudónimos,
pero sí con el conjunto. Es decir, no se identifica con lo que dicen, pero sí con lo que quieren
decir. El pensamiento de Kierkegaard hay que buscarlo, pues, en la significación global de sus
obras seudónimas.
2. Reduplicación» e irracionalismo
La «comunicación indirecta» acaba con la reduplicación de la verdad. Este concepto es
esencial en el pensamiento kierkegaardiano ya que indica que la verdad se ha de vivir, no sirve
de nada una verdad que no pueda ser vivida. De aquí arranca una de sus líneas de crítica al
hegelianismo.
A Kierkegaard se le ha considerado un pensador irracionalista, sin embargo, este adjetivo
debe ser matizado. La fe es perfectamente comprensible para el creyente y absurda para el no
creyente. El problema de la irracionalidad de la fe surge en el momento de la comunicación, la fe
no puede ser comunicada directamente, por ello, parece absurda. Entre creyentes, dispuestos, por
tanto, a reduplicar la verdad de la fe, a vivir la fe que se les transmite, no hay ningún
inconveniente y hablan de su fe entre ellos de una manera totalmente «natural». En cambio, a un
no creyente, incapaz por tanto de llevar a cabo la reduplicación, le parecerá absurdo el contenido
de la fe, porque como él pretende no Puede ser en modo alguno comprendida.
2. La crítica a Kant
67
La ética autónoma de Kant representa que la Razón es el tribunal supremo que juzga los
actos humanos. Lo que no pueda someterse al juicio de la Razón está «fuera de la ley». Lo que
sobrepasa la esfera de la ética no es racional, no es humano. Esta esfera es la de la universalidad
o generalidad, como la llama Kierkegaard, es el obrar como todo el mundo. Por ello, la historia
de Abraham, que se expone en Temor y temblor, no puede justificarse humanamente, pues
ninguna instancia superior a la Razón puede reclamarse en su ayuda. Cualquier Singular que
represente una excepción ética está perdido según la moral kantiana. El intento de Kant de haber
fundamentado la moral en la Razón, en el «yo trascendental», y haber dejado de lado cualquier
referencia a Dios, es para el filósofo danés una autocontradicción que deja a la ética sin
fundamento. Kierkegaard vio de forma clara el peligro que suponía para la religión un concepto
autónomo de la moralidad que se instituía corno lo absoluto.
2. El absurdo de la fe
Para Kierkegaard, Abraham representa el «caballero de la fe», porque no sólo es capaz de
la resignación infinita, como el «héroe trágico», sino de iniciar el movimiento de la fe. Gracias a
este movimiento, en virtud del absurdo, el «héroe religioso» es el único capaz de recuperar lo
temporal y finito, es el único capaz de llevar a cabo la auténtica repetición. Por haber confiado
en lo eterno, Abraham recupera, en el tiempo, a su hijo. La fe obra en virtud del absurdo, exige
un salto irracional. Este «ciclo de la fe» tiene dos momentos: la resignación infinita, por la cual
se rechaza todo lo temporal y finito, y el salto de la fe, por el cual no se pierde la finitud, sino
que se recupera en su integridad. El caballero de la fe realiza continuamente el «movimiento del
infinito» y obra siempre «en virtud del absurdo».
68
3. El concepto de la angustia
En el concepto de la angustia Kierkegaard expone su idea antropológica: El hombre es
una síntesis. En primer lugar, es una síntesis de lo corpóreo y lo psíquico sustentada por el
espíritu. Es decir, lo diferencial del ser humano es el espíritu. No es un simple ser natural, porque
es espíritu, pero tampoco es un ser angélico, porque el espíritu pone la síntesis de cuerpo y alma.
En segundo lugar, el espíritu es, a su vez, una segunda síntesis de tiempo y eternidad. Esta
peculiar estructura del hombre le hace tender a la eternidad, saberse libre y tener conciencia del
abismo de la nada: en definitiva, ser presa de la angustia.
El hombre auténtico, el «genio religioso», es aquel capaz de realizar existencialmente la
síntesis y de descubrir en sí mismo la realidad del pecado y de la angustia. Estas realidades le
llevan a experimentar en sí mismo la presencia de Dios. Presencia que se descubre ligada a la
experiencia del pecado y de la culpa.
4. Existencialismo cristiano
La etapa culminante de la existencia humana es el estadio religioso. El existente llega así
a la interiorización máxima: el amor. Sólo si se entiende que Dios es amor, se puede comprender
todo lo demás. Sólo un Dios amoroso puede explicarlo todo: desde la Creación hasta la
Redención, el escándalo y la paradoja. En el amor se tocan el tiempo y la eternidad. Su origen es
la eternidad, pero el amor se desarrolla en el tiempo. Por amor, Dios, el eterno, se hace temporal,
se Encarna. Por amor, el hombre, en el tiempo, se hace eterno. Las obras del amor, entonces,
siendo temporales, tienen un valor eterno.
Sólo el amor de Dios otorga sentido a la existencia humana. El auténtico existencialismo,
por tanto, únicamente puede ser cristiano. El denominado existencialismo ateo sólo lo es en un
sentido impropio y derivado, y traiciona el espíritu de quien se ha considerado el padre del
existencialismo.
V. TIEMPO Y ETERNIDAD
1. El momento
Para Johannes Climacus, el autor pseudónimo de las Migajas filosóficas, la diferencia
esencial entre la visión socrática y la visión cristiana radica en que para Sócrates el momento de
contacto con la verdad es algo indiferente. Lo mismo ocurre con el maestro, porque la mayéutica
es simplemente la ocasión para que el discípulo descubra, por medio de la reminiscencia, la
verdad eterna que habita en él. En el Cristianismo, en cambio, al ser el discípulo la no-verdad -al
estar en pecado-, el momento del contacto con la Verdad, es decir, con la eternidad, es decisivo.
Aunque de la misma naturaleza que cualquier momento, el momento es decisivo para la felicidad
eterna del hombre. El cruce de tiempo y eternidad que es el momento resulta un punto de partida
histórico, pero que trae consigo la salvación eterna. Ese momento no es, entonces, algo
solamente temporal, sino como un átomo de eternidad que entra en el tiempo y que lo eleva. El
momento sigue siendo histórico, pero tiene una validez eterna otorgada por Dios mismo que se
encarna.
3. La desesperación y el pecado
69
Cuando la conciencia percibe en su seno la escisión entre finito e infinito, y busca el
equilibrio en lo finito, aparece la desesperación. Sólo cuando el hombre se deja fundamentar en
Dios, es salvado de la desesperación. El existente individual alcanza su yo auténtico al
autorrealizarse como «único ante Dios», sin relacionarse con Dios el hombre puede seguir
viviendo, pero sin espíritu. Pero esta nueva determinación del yo «ante Dios», lo que
Kierkegaard llama yo teológico, es lo que hace que la desesperación sea pecado. Y justamente en
el pecado descubre el yo su infinitud y la posibilidad de ser salvado de la desesperación. Sólo
Dios que se ha encamado puede salvar al hombre de su desgracia.
El escándalo de la Encarnación
La fe y sólo la fe puede aceptar la paradoja y el escándalo de la Encarnación. La
especulación, en cambio, no se «escandaliza» porque, en el fondo, elude la paradoja, porque no
ha penetrado en la esencia del Cristianismo: un hombre singular que es Dios. Decir que el
momento nuclear del Cristianismo es la Encarnación significa lo mismo que decir que el núcleo
del Cristianismo es la síntesis de tiempo y eternidad que se produce en Cristo. No significa que
Cristo deje de ser Eterno, o que su Eternidad quede menguada por la Encarnación, ni tampoco
que no sea realmente temporal: Cristo es la Eternidad en el tiempo.
TEXTO
DIARIO ÍNTIMO
(Fragmento)
LA ENFERMEDAD MORTAL
(Fragmento)
71
CARLOS MARX
I. VIDA Y OBRAS
2. Vida
Carlos Marx nació en Trèveris, en 1818. Su familia (son pobres, viven en una situación
precaria) es de origen judío, aunque el padre se convierte al protestantismo y Marx se bautizado
en 1824. Cursa estudios universitarios (Marx no era filósofo inicialmente, sino economista) en
Bonn y Berlín. En esta ciudad conoce a los jóvenes hegelianos y establece fuertes lazos de
amistad con Bruno Bauer.
En 1842 colabora en la revista La Gaceta Renana, de la que llega a ser redactor-jefe. Esta
época marca su separación de la filosofía hegeliana. En 1843 Marx se traslada a París tras el
cierre de la revista que dirige. De esta época son sus estudios críticos sobre Hegel y Feuerbach,
así como los contactos con los socialistas franceses, Proudhon (creador del socialismo utópico:
Filosofía de la miseria) y Louis Blanc, y con el ruso Bakunin. Aquí también conoce a Engels,
con quien mantendrá la amistad hasta su muerte, junto a éste nació el Marximo.
En 1947, por encargo de la Liga Comunista, escribe en colaboración con Engels el
conocido Manifiesto Comunistas, que se publica en Londres un año más tarde. Vuelve a
Alemania para poner allí en marcha la revolución. Fracasada ésta regresa a París, de donde es
expulsado nuevamente en 1849. Se instala definitivamente en Londres, donde dedica sus
esfuerzos a la preparación de su obra más famosa: El Capital. Muere en 1883.
La obra más destacada de Marx, que se publica en vida del autor, es, sin duda, el primer
volumen de El Capital (1867).
3. Obras
1ª etapa: el joven Marx (París, 1844)
La sagrada familia. Escrita en París con Engels. Crítica a la “izquierda hegeliana”. El
título se refiere a ellos.
Manuscritos de economía y filosofía. Escrita también en París. En esta obra influye el
filósofo materialista Feuerbach. Según él, Dios es el ideal de un pueblo generalmente pobre que
proyecta sus aspiraciones en lo que llama Dios. No crea Dios al hombre, sino los hombres a los
dioses. Esta crítica influyó en Marx.
2ª etapa: el Marx de la transición (Bruselas, 1845-48)
La ideología alemana (1845) Escrita en Bruselas con Engels. Critica a Feuerbach.
Miseria de la filosofía (1847) Critica la obra del filósofo francés Proudhon “Filosofía de la
miseria”.
Marx es expulsado de Bruselas y publica en Londres la obra escrita por Engels Manifiesto
Comunista (1848) En esta obra aparece la famoso consigna: “¡Proletarios de todos los países,
unios!
3ª etapa: el Marx maduro (Londres)
Contribución a la crítica de la economía política (1859). Crítica a los economistas
ingleses Adam Smith y David Ricardo. Es una obra fruto de 10 años de trabajo. Se publica en
Berlín.
1. Alienación religiosa
Para Marx, la religión es la premisa de todas las demás alienaciones porque la religión
proyecta al hombre fuera del mundo real, llevándolo a un mundo ficticio. De esta manera, la
religión es alienación, ya que provoca la escisión entre el mundo concreto en que vive el hombre
y el mundo ideal, al que lo remite, haciendo así posible cualquier otro tipo de alienación
(afirmaciones recogidas de Feuerbach).
La religión no sólo es alienación de cada hombre individual, sino instrumento de la clase
dominadora, para oprimir a los dominados. La alienación religiosa cumple así una función
social, es “opio del pueblo”.
73
2. Alienación ideológica
La naturaleza, y el hombre, que forma parte de ella, son lo único real. El hombre es un
proceso, es producto, no sólo de la naturaleza, sino también de la sociedad. Por tanto, está en las
manos del hombre la posibilidad de cambiar las circunstancias materiales y sociales que están en
la base de la alienación humana actual. Quedarse en la teoría, aislada de la praxis, sólo se explica
por el desgarramiento y contradicción de la situación actual, pero sólo con la práctica
revolucionaria es posible llevar hasta el final las posiciones teóricas; esto es, la alienación
ideológica puede ser superada mediante la eliminación de las contradicciones materiales que la
sustentan.
4. Alienación filosófica
Consiste en el espejismo de pretender contemplar o interpretar la realidad al margen de la
praxis, es decir, de las condiciones reales o materiales de la existencia humana.
5. Alienación política
Consiste en suponer que el Estado representa la conciliación de intereses particulares
cuando en realidad es un instrumento represivo de la clase dominante.
6. Alienación social
Consiste en proyectar el conflicto de clases sobre el plano ilusorio de una sociedad
armónica ocultando la realidad de la lucha de clases, ya que la lucha de clases no es algo
accidental sino constitutivo.
74
Marx establece que las contradicciones del sistema capitalista radican en las relaciones de
producción, pues éstas no son más que la lucha por el dominio de los medios necesarios para
conseguir el producto. La contradicción surge cuando el trabajo es propiedad de la clase
proletaria y los medios son propiedad de la clase capitalista; de esta forma el trabajo humano se
convierte en una mercancía más, que cae dentro de las leyes del mercado.
La relación entre el propietario de los medios de producción y el trabajador está en la
base del entramado social, y permanece oculta.
La estructura está constituida por los principios económicos de explicación de lo real. La
superestructura es el montaje jurídico-ideológico-religioso para justificar una determinada
estructura económica. La superestructura tiende a perpetuar la estructura, pero las relaciones de
producción, que se dan a nivel de infraestructura, cambian, y este cambio obliga a cambiar
también la superestructura, que debe buscar otros criterios de justificación distintos.
Puesto que se dan las condiciones objetivas (las contradicciones internas del propio
sistema capitalista), Marx piensa que la historia, el hombre, está en condiciones de dar el salto de
la sociedad capitalista a una sociedad socialista, que libere al hombre de sus alienaciones. Ésta es
la dialéctica de la historia. Este salto no es posible sin una revolución previa, que suponga la
eliminación de las viejas instituciones que hay a nivel de superestructura. La revolución tiene
una meta clara: acabar con la propiedad privada, lo cual provoca las diferencias de clases
sociales. Pero, para acabar con la propiedad burguesa, Marx propugna un período transitorio en
el que el poder político esté en manos de los proletarios. Es la dictadura del proletariado; ésta va
a permitir que el poder político recaiga sobre la clase trabajadora, como antítesis al momento
precedente, en que el poder residía en el capital.
Marx expone los puntos prácticos sobre los que debe basarse toda dictadura del
proletariado, hasta dar paso a un estado sin clases, en que el poder pierde su carácter político.
Surge así el “paraíso comunista”, libre ya de antagonismos, donde el libre desarrollo de cada uno
es condición del libre desarrollo de todos.
TEXTO
76
NIETZSCHE
I. VIDA Y OBRAS
II. LA MORAL
77
nadie, porque nadie tiene autoridad sobre él4.
3. El método genealogista
Para evitar la «moral de los esclavos», Nietzsche propone un método capaz de detectar el
origen de los conceptos de bien y mal. Este método tiene dos pasos. Se trata, en primer lugar, de
llevar a cabo un análisis etimológico de las palabras «bueno» y «malo» que pongan de relieve
que lo «bueno» significaba originariamente lo noble, lo distinguido, lo privilegiado, al mismo
tiempo que lo «malo» era sinónimo de lo vulgar, bajo, plebeyo. Después de esta investigación
semántica, queda la vía histórica que pone de manifiesto la existencia de dos períodos antes de la
instauración de la moral del superhombre: un período premoral, donde el mal moral no ha
aparecido todavía y un período de la moral de las costumbres que surgió con la aparición del
Estado, donde la moralidad es impuesta por la fuerza hasta que se va convirtiendo en costumbre.
III. LA RELIGIÓN
1. La «gran mentira»
Ha sido Platón el que ha despreciado la moral de los señores -la del héroe homérico- y ha
seguido fiel a Sócrates en la defensa de los esclavos. De esta manera, el platonismo ha preparado
el terreno para que el Cristianismo siembre el nihilismo más radical: aquel que consiste en negar
la vida y el mundo. El Cristianismo, para Nietzsche, surge del moralismo de la Antigüedad, echa
sus raíces en un suelo corrompido de platonismo. Este cristianismo-platonismo ha introducido en
la historia de la humanidad «la gran mentira»: ha sustituido la vida real por la vida eterna, ha
inventado el «mundo-verdad», ha creado a Dios -para defenderse de los fuertes, de los
dominadores auténticos-, ha introducido el concepto de «trascendencia». Esta lamentable
historia es la historia del hombre que desprecia al hombre, que inventa un mundo para poder
calumniar y salir de este mundo, que extiende siempre la mano hacia la nada y de esta nada saca
un Dios.
2. La muerte de Dios
Nietzsche interpreta la idea de Dios como el puro contraconcepto de la vida. Dios, para
él, es la fórmula de toda difamación de la vida, de toda mentira del más allá, representa la
divinización de nada, la voluntad de no ser. La vida de Dios comporta, según el pensador
alemán, nuestra muerte. Entonces ¿cómo se ha podido originar una idea tal? No es otra cosa que
el descontento con el mundo de los débiles y desgraciados lo que ha generado la esperanza en
una Trascendencia. Pero ésta es -he aquí un círculo vicioso-, a su vez, la causante del
descontento con el mundo y del sufrimiento en él.
El planteamiento nietzscheano es muy simple: Dios es la negación del mundo. Esto así, si
el mundo debe ser «salvado» a toda costa, hay que invertir la negatividad; si queremos este
mundo, hemos de suprimir a Dios. La «muerte de Dios» es, entonces, la única forma de
«recuperar» el mundo. Esta situación es comparable a un deudor que tras ímprobos esfuerzos ha
logrado reunir la suma necesaria para saldar su deuda y que al ir al banco a pagarla, le comuni-
can que su acreedor no existe. De modo semejante, con la «muerte de Dios» quiere Nietzsche
recuperar para el hombre la propiedad sobre su existencia. Por todo ello, la destrucción de la idea
de Dios es la condición de toda su filosofía. Ahora comienza la transmutación de todos los
valores.
4
Esta dialéctica fue llevada al cine en 1983 por Woody Allen en su comedia Zelig, donde presenta la historia de un
hombre guiado por normas ajenas, tradicionales y obsoletas, carente de criterios propios y con una personalidad
camaleónica. Zelíg comienza a curarse cuando empieza a guiarse por normas propias, cuando obedeciendo a sus
instintos, él es quien crea los valores que van a conducir su vida.
78
En el famoso pasaje del Zaratustra titulado «De las tres transformaciones», describe
Nietzsche el proceso de inversión de los valores, simbolizado por el camello, el león y el niño. El
camello es el asceta que echa sobre sus corcovas todo el peso de los imperativos morales. «Con
todas estas cosas, las más pesadas de todas, carga el espíritu paciente: semejante al camello que
corre al desierto con su carga, así corre él a su desierto». De esta manera, se le transforma esta
vida en un desierto: árida, vacía, sufrida... El camello es la imagen de la voluntad sometida a la
moral y a la religión.
Pero en lo más solitario del desierto tiene lugar la segunda transformación: el camello
entonces se transforma en león que quiere conquistar su libertad como se conquista una presa, y
ser señor en su propio desierto. La voluntad del león ha sido capaz de oponerse al «tú debes», de
robar la emancipación. Contra ese «gran dragón» del «tú debes», el león afirma el «yo quiero».
De esta forma, comienza por negar toda trascendencia e invertir todo el sentido de la valoración.
La «muerte de Dios» representa para esta osada voluntad, voluntad infinita; ahora todo está
permitido, todo es futuro, todo es posible.
La misión del espíritu transformado en león termina ahí, porque no puede arrogarse el
derecho de establecer nuevos valores. Por eso el león se transforma en niño. Pero ¿qué es capaz
de hacer el niño que no puede el león?, ¿por qué el león rapaz tiene que convertirse en niño? El
niño, para Nietzsche, es inocencia, olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que se
mueve por sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí. La última imagen es el niño
jugando, símbolo de la espontaneidad creadora de una voluntad que está más allá de la lucha a
muerte contra el dragón del deber, más allá del bien y del mal.
3. El eterno retorno
El superhombre tiene que afirmar la temporalidad como esencia de la vida, pero, a la vez,
su voluntad de poder ansía la eternidad. No puede estar más claro, Nietzsche repite hasta siete
veces: «Nunca encontré todavía la mujer de quien quisiera tener hijos, a no ser esta mujer a
quien yo amo: ¡pues yo te amo, oh eternidad!». El anhelo natural de eternidad del hombre, más
la arrogancia de una voluntad que ha negado la trascendencia, llevan al pensador alemán a una
79
sustitución forzada: la eternidad es Eterno Retorno de lo mismo. «Oh, ¿Cómo no iba yo a anhelar
la eternidad y el nupcial anillo de los anillos, el anillo del retorno?».
Como si sacara fuerzas de su propio orgullo, el superhombre -Nietzsche- quiere recuperar
todo el pasado, quiere eternizar el tiempo. El único modo de salvar este deseo, y toda su
filosofía, es afirmar el «eterno retorno de lo mismo», el concepto más oscuro y el más decisivo a
la vez de su pensamiento. Sólo la eterna recurrencia del tiempo puede garantizar la esencial
temporalidad de una voluntad inmanentista que ansía la plenitud en este mundo. Resulta,
entonces, que el «eterno retorno» no es más que una sustitución forzada de la eternidad. La
última expresión de la voluntad de poder es la afirmación del eterno retorno. Parece que
Nietzsche entendía el eterno retorno como la continuada repetición de todos los instantes
satisfactorios de nuestra existencia.
V. NIHILISMO
1. Fundamentación
Es aquí donde Nietzsche toca fondo, donde se toma un pensador serio y coherente.
Afirmar todo el mal que hay en el mundo, que lo único infinito es lo finito, que la única
eternidad posible es el tiempo, es una empresa intrépida. Pero lo es más extraer la conclusión
fatal: el nihilismo. Llegado a este punto, a Nietzsche no le queda otro remedio que optar por el
suicidio intelectual. Frente al nihilismo que considera inconsecuente en el Cristianismo, propone
un «nihilismo consecuente» que otorgaría el coraje suficiente para aceptar la autodestrucción, el
acabamiento de todo lo finito. Es lo que Allan Blomm llama el «nihilismo sin sima». El «eterno
retorno» consiste, entonces, en estar acabando constantemente. El nihilismo no es solamente el
hábito de creer que todo merece perecer: el nihilismo pone manos a la obra también y destruye:
el aniquilamiento por el juicio secunda el aniquilamiento por la acción.
2. Irracionalismo e inmediatismo
Con Nietzsche, la razón ha entrado en crisis, ha dejado de ser «dogma de fe». Se ha
descubierto la contradicción interna de una «fe ciega en la razón». Pero su asistematismo, su
método fragmentario -los aforismos-, su pensamiento inmediatista, rompe con el logos. Y sin
logos, no hay comunicación posible: el lenguaje se convierte en un puro juego.
El «autismo filosófico» que provoca su método inmediatista lleva consigo la muerte de la
metafísica y la pérdida del sentido de la analogía, sin la que no es posible ya la Metafísica. Se ha
perdido el sentido del ser, de lo real. El abandono de la «analogía» conlleva el olvido del ser y la
desaparición de la Metafísica.
3. Ateísmo
Por ello, Nietzsche no puede aceptar a Dios. En su «método» no cabe la vida y la trascen-
dencia, el más acá y el más allá, la tierra y el Cielo. La afirmación de los primeros términos
supone la negación de los segundos: tiene que optar por la disyunción. La razón última de esta
consecuencia sólo puede encontrarse en la ausencia de analogía. Este método, el de la metafísica
cristiana, es el único capaz de comprender la conjunción. El «apartar la mirada» no significa, en
la tradición cristiana, un «repudio del mundo», sino un tener la mirada puesta en el más allá que
sirva de norte para seguir trabajando en la perfección de lo finito, en la «divinización» del
mundo; se trata, en definitiva, de «estar en el mundo sin ser mundano». Nietzsche no lo ha
entendido así. Por eso, se puede decir, aunque resulte extraño, que su disparo no encuentra el
blanco hacia el que iba dirigido. La idea de Dios que Nietzsche pretende atacar es simplemente
indefendible. De cualquier modo, su planteamiento táctico es excelente: llevar al enemigo -el
cristianismo- a sus posiciones, a las que él ha determinado como las más convenientes para un
triunfo fácil. Pero ocurre que el Cristianismo es ajeno a este conflicto y no cruzará por el
desfiladero donde se prepara la emboscada.
TEXTO
2
¿Qué es bueno? - Todo lo que eleva el sentimiento de poder, la voluntad de poder, el
poder mismo en el hombre.
¿Qué es malo? - Todo lo que procede de la debilidad.
¿Qué es felicidad? - El sentimiento de que el poder crece, de que una resistencia queda
superada.
No apaciguamiento, sino más poder; no paz ante todo, sino guerra; no virtud, sino vigor
(virtud al estilo del Renacimiento, virtù, virtud sin moralina).
Los débiles y malogrados deben perecer: artículo primero de nuestro amor a los hombres.
Y además se debe ayudarlos a perecer.
¿Qué es más dañoso que cualquier vicio? - La compasión activa con todos los
malogrados y débiles - el cristianismo...
3
No que reemplazará a la humanidad en la serie de los seres es el problema que yo planteo
con esto (- el hombre es un final -); sino que tipo de hombre se debe criar, se debe querer, como
tipo más valioso, más digno de vivir, más seguro de futuro.
Ese tipo más valioso ha existido ya con bastante frecuencia: pero como caso afortunado,
como excepción nunca como algo querido. Antes bien, justo él ha sido lo más temido, él fue
hasta ahora casi lo temible; - y por temor se quiso, se crió, se alcanzó el tipo opuesto; el animal
doméstico, el animal de rebaño, el animal enfermo hombre, - el cristiano...
81
4
La humanidad no representa una evolución hacia algo mejor, o más fuerte, o más alto, al
modo como hoy se cree eso. El “progreso” es meramente una idea moderna, es decir, una idea
falsa. El europeo de hoy sigue estando, en su valor, profundamente por debajo del europeo del
Renacimiento; una evolución posterior no es sin más, por una necesidad cualquiera, una
elevación, una intensificación, un fortalecimiento.
5
Al cristianismo no se le debe adornar ni engalanar: él ha hecho una guerra a muerte a ese
tipo superior de hombre, él ha proscrito todos los instintos fundamentales de ese tipo, él ha
extraído de esos instintos por destilación, el mal, el hombre malvado, - el hombre fuerte
considerado como hombre típicamente reprobable, como “hombre réprobo”. El cristianismo ha
tomado, partido por todo lo débil, bajo malogrado, ha hecho un ideal de la contradicción a los
instintos de conservación de la vida fuerte; ha corrompido la razón incluso de las naturalezas
dotadas de máxima fortaleza espiritual al enseñar a sentir como pecaminosos, como
descarriadores, como tentaciones, los valores supremos de la espiritualidad. ¡El ejemplo más
deplorable - la corrupción de Pascal, el cual creía en la corrupción de su razón por el pecado
original, siendo así que sólo estaba corrompida por su cristianismo! -
82
FREUD
I. VIDA Y OBRAS
Sigmund Salomon Freud nació en Freiberg (Moravia, en la República Checa actual) en
1856. Muy pronto su familia se transladó a Viena, ciudad donde transcurrió casi toda su vida.
Hacia el final de su vida vivió Freud los momentos más dramáticos de su existencia: para eludir
la persecución nazi se vio obligado a huir a Londres, donde murió en 1939.
La obra freudiana es netamente psicológica. En 1898 publica Sobre el mecanismo
psíquico del olvido y dos años después su famosa interpretación de los sueños. Más allá del
principio del placer aparece en 1920 y es la obra que marca el inicio de una reflexión sobre
temas culturales. En El porvenir de una ilusión (1927) y El malestar en la cultura (1930)
desarrolla su crítica de la cultura, la moral y la religión, temas que ya habían aparecido en Tótem
y tabú (1913). De un talante semejante es Moisés y la religión monoteísta (1937).
1. Determinismo y evolucionismo
En la formación científica de Freud confluyen el determinismo natural, por un lado, y el
evolucionismo, por otro. Lo que hizo el psicólogo vienés fue extender el determinismo al ámbito
psíquico. De esta manera, para explicar cualquier acto humano, se ha de buscar la causa
inconsciente que lo determina. Este mismo espíritu determinista le hizo admitir el
evolucionismo, lógicamente, aplicado a la Psicología: la mente humana, como el cuerpo, está
sometida a una dinámica evolutiva que explica muchos de sus fenómenos. De esta manera, el
psicólogo austriaco pretende encontrar la clave de la organización del psiquismo y de la
conducta humanos.
2. Reacción anti-racionalista
Aunque la figura de Freud pertenezca propiamente a la Psicología, puede ser incluida
dentro de la Historia de la Filosofía. La teoría freudiana del psicoanálisis, que comenzó siendo
un método psicoterapéutico de las neurosis, se fue transformando poco a poco en toda una
interpretación antropológica y filosófica del hombre. Y gracias justamente a esta extrapolación
ilícita el nombre de Sigmund Freud tiene un lugar en la Historia de la Filosofía.
A la hora de determinar el significado filosófico de tan peculiar personaje, debemos
comenzar por encuadrarlo dentro del círculo de autores que representan, de una u otra forma, una
reacción anti-racionalista. Entre ellos destacan filósofos de signo bien diferente: Kierkegaard,
Nietzsche, Schopenhauer. Sin embargo, habría que aclarar que, más que el propio Freud, fue la
corriente psicoanalítica, que surgió después de su muerte, la que intentó elevar las teorías del
maestro a categorías filosóficas.
A pesar de que este carácter transsicológico es claro, el pensamiento de Freud no llega a
una verdadera elaboración filosófica. Es cierto que se respira una concepción del hombre y del
mundo; sin embargo, su origen espurio, consecuencia de una extrapolación gratuita, no le
permite entrar en el edificio del saber filosófico por la puerta principal. De todas formas, entró
por la ventana y las doctrinas psicoanalíticas han influido mucho durante las últimas décadas
(Lacan, Derrida, Marcuse, Fromm, Habermas...), algo que, cuando menos, hace interesante su
estudio.
1. Lo consciente y lo inconsciente
El punto de partida para la organización del psiquismo humano es la diferenciación entre
dos planos de la vida anímica: el plano de lo consciente y el inconsciente. El proceso desde el
83
inconsciente hasta la consciencia determina la conducta humana según sea este paso normal, o
violentado por cualquier causa. En este último caso, aparece una tercera instancia que se opone
al espontáneo desarrollo de las tendencias inconscientes.
De esta manera, Freud distingue tres sistemas dentro del psiquismo humano. Dos
inconscientes: el id (el ello) y el superego (el super-yo); y un sistema consciente: el ego (el yo).
Por tanto, el ello, el yo y el super-yo conforman la vida psíquica del hombre. La interrelación de
estos tres sistemas determinará la conducta humana.
2. La libido y el yo
Freud llama ello a la instancia que aporta la energía psíquica instintiva e inconsciente que
adquiere posteriormente la forma de apetitos que deben ser satisfechos y que es, por definición,
incognoscible. Dentro de este sistema hay dos grandes fuentes de energía: la libido, instinto de la
sexualidad o Eros, y Thánatos, instinto destructivo, incorporado posteriormente por influencia de
Jung.
La libido está motivada por el principio del placer, que consiste en la búsqueda instintiva
del placer sexual. Aquí se muestra el hedonismo de la doctrina freudiana, ya que, según él, toda
actividad psíquica tiene como objeto procurar el placer y evitar el dolor. Lo que se busca es que
las necesidades instintivas sean inmediatamente satisfechas.
El yo, en cambio, actúa según el principio de la realidad. El yo es la instancia que se da
cuenta de la necesidad de renunciar a la satisfacción inmediata que demanda el ello, es decir, que
es mejor distanciar la adquisición del placer, soportar, por tanto, determinados dolores y
renunciar a ciertas fuentes de gozo, para alcanzar de una manera más equilibrada y segura un
placer más estable.
4. El complejo de Edipo
Edipo rey es una tragedia de Sófocles donde se presenta a un hombre destinado a matar a
su padre y casarse con su madre. Esta leyenda de la Antigüedad le sirve a Freud para explicar un
tipo de complejo muy común, según él, y muy representativo de la influencia de lo inconsciente
en la conducta humana. Para el psicólogo vienés, el niño en la etapa fálica -entre los 3 y los 5
años - comienza a sentir impulsos sexuales hacia su madre y, como consecuencia, sentimientos
de odio (celos) hacia el padre, a quien ve como un verdadero rival. El niño siente miedo de
desarrollar estos dos instintos, el incestuoso, por una parte, y el parricida, por otra, y acaba
reprimiéndolos. Cuando la represión culmina, el complejo desaparece. Ahora, el niño se
identifica con cl padre o la madre, según el que haya influido más, y abraza sus valores, tanto
estéticos como morales y religiosos. Estos valores conformarán su super-yo.
5. Mecanismos de defensa
Ante las experiencias negativas nuestro psiquismo dispone de mecanismos de defensa:
- Represión: consiste en rechazar los recuerdos de experiencias negativas o simplemente
molestas.
- Regresión: consiste en desplazarse a una etapa anterior en la cual la consciencia experimentaba
una mayor seguridad y no existía la angustia.
- Proyección: es atribuir el origen de la angustia a otra causa exterior a uno mismo.
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Identificación: cuando el sujeto imita a otra persona en la que ve una seguridad que él no tiene.
- Resistencia: el sistema consciente insiste en rechazar las tendencias reprimidas que la
terapéutica psicoanalítica ha conseguido introducir en él.
- Fijación: es la paralización del desarrollo normal de la actividad psíquica por razón de la
angustia.
- Sublimación: es la sustitución, por un objeto admitido por el super-yo o socialmente aceptado,
de un objeto que no se puede satisfacer directamente.
Este último mecanismo es decisivo en la doctrina psicoanalítica, ya que explica, no sólo
una gran cantidad de fenómenos psíquicos, como el complejo de Edipo, por ejemplo, sino porque
representa el concepto que mejor define, según Freud, la conducta humana. Mediante la
sublimación queda reducida toda dimensión de la vida humana al instinto sexual. Cualquier
deseo, intención o aspiración del hombre no es otra cosa que una sublimación del apetito sexual.
IV. VALORACIÓN
1. Naturalismo antropológico
Según lo dicho, parece que Freud pretende recuperar el «hombre natural» que se
encuentra tras la fachada cultural, pero identificando lo natural con lo inconsciente, entendido
como todo aquello que hay en el ser humano de instintivo y animal. De esta forma, nos
encontrarnos ante una antropología de signo radicalmente naturalista y biologista.
En términos generales, se puede decir que Freud toma la parte por el todo. En sus
investigaciones hay muchas observaciones muy valiosas, como el hecho de haber señalado la
existencia de factores inconscientes; pero otorgar demasiada importancia a lo que no la tiene,
puede alejarnos de la verdad. Es lo que le ocurre a Freud. Así, traducir la conducta humana en
términos de sexualidad, es absolutizar lo que no es más que una parte: lo inconsciente, que,
según él, determina el obrar humano. De esta forma, la libertad humana queda abolida, con-
clusión lógica de una antropología que «animaliza» al hombre.
2. Psicoanálisis y marxismo
Sostener, como hace Freud, que todas las manifestaciones del espíritu humano -la cultura,
la moral, la religión- no son otra cosa que sublimaciones o, como sostuvo Marx, alienaciones -
religiosa, filosófica, social- no sólo resulta difícil de sostener, sino contradictorio. A este
respecto, se podría preguntar: ¿no es, según su propia doctrina, todo el sistema conceptual
freudiano una «gran sublimación»? Todos los esfuerzos de Freud o Marx, a pesar de buscar lo
contrario, ponen de manifiesto que el hombre es un «espíritu creativo».
Se puede destacar la afinidad que existe entre la antropología de Freud y la concepción marxista
del hombre como ser de necesidades materiales. Para ambos la felicidad radica en la satisfacción
de estas necesidades. Se pueden comparar los conceptos de sublimación y alienación de la
doctrina psicoanalítica y marxista respectivamente. Por ello, no es de extrañar que Herbert
Marcuse intentara la síntesis entre marxismo y psicoanálisis.
TEXTO
TÓTEM Y TABÚ
EL MALESTAR EN LA CULTURA
“El designio de ser felices que nos impone el principio del placer es irrealizable; mas no
por ello se debe –ni se puede- abandonar los esfuerzos por acercarse de cualquier modo a su
realización. Al efecto podemos adoptar muy distintos caminos, anteponiendo ya el aspecto
positivo de dicho fin –la obtención del placer-, ya su aspecto negativo –la evitación del dolor-.
Pero ninguno de estos recursos nos permitirá alcanzar cuanto anhelamos. La felicidad,
considerada en el sentido limitado, cuya realización parece posible, es meramente un problema
de la economía libidinal de cada individuo. Ninguna regla al respecto vale para todos; cada uno
debe buscar por sí mismo la manera en que pueda ser feliz. Su elección del camino a seguir será
influida por los más diversos factores. Todo depende de la suma de satisfacción real que pueda
esperar del mundo exterior y de la medida en que se incline a independizarse de éste; por fin,
también de la fuerza que se atribuya a sí mismo para modificarlo según sus deseos”.
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LA ESCUELA DE FRANKFURT
I. FORMACIÓN
1. La Escuela de Frankfurt
En 1923 se fundó en Frankfurt, inspirado en el marxismo, el Instituto para la
Investigación Social. Sus integrantes: Max Horkheimer (1895-1973), Theodor Adorno
(1903-1969), Herbert Marcuse (1898-1980), Erich Fromm (1900-1980), Jürgen Habermas
(1929), muestran un tono crítico hacia el marxismo y lo reinterpretan a la luz de una nueva
lectura de Hegel y la incorporación del pensamiento sociológico y el psicoanálisis. La «teoría
crítica» de la Escuela pretende desenmascarar las relaciones de dominio que están en la base de
la sociedad. Estas relaciones de dominio son propias de una mentalidad tecnológica que debe
dejar el paso a una nueva visión del mundo postecnológica.
2. Teoría crítica
Los teóricos de la Escuela de Frankfurt llamaron a su proyecto «Teoría crítica», que
opusieron a lo que denominaban «Teoría tradicional». Según Horkheimer, esta última se
entiende como 1) una formulación de principios generales y últimos; 2) totalmente abstracta, es
decir, ajena al marco histórico-social del que surge, y 3) que pretende ser una teoría «pura», una
«mera» teoría, imparcial y objetiva. La «Teoría crítica», en cambio, mantiene: 1) que toda teoría
se encuentra enraizada en un marco social determinado, 2) que está sustentada por intereses y,
aunque parezca objetiva, está influida siempre por una ideología determinada, 3) que toda
abstracción deforma la realidad y 4) que toda teoría tiene -frente a Max Weber, que mantenía la
«neutralidad» valorativa- una implicación práctica, un compromiso con la praxis histórica.
4. Otros pensadores
Otros pensadores más o menos unidos a la Escuela fueron: Erich Fromm (1900-1980), autor
de dos obras divulgativas muy leídas en su momento: El miedo a la libertad y El arte de amar; y
Ernst Bloch (1885-1977), defensor de una nueva utopía marxista. También podemos incluir a
Hannab Arendt (1906-1975), que aunque propiamente no pertenece a la Escuela de Frankfurt, ha
hecho grandes aportaciones a la teoría política y a la crítica del totalitarismo.
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LA FENOMENOLOGÍA
I. EL MÉTODO FENOMENOLÓGICO
II. HUSSERL
2. Exención de supuestos
La filosofía debe atender solamente a lo inmediatamente dado, es decir, al fenómeno,
eliminando cualquier supuesto. Pero lo dado, es dado a una conciencia. Esta radical
intencionalidad de la conciencia nos lleva a los objetos, es decir, que el estudio de la conciencia
es también el estudio de sus objetos.
La fenomenología como método de descripción de esencias supone reducir el objeto a su
condición de ser-dado en la conciencia, atendiendo exclusivamente a su aparecer. Para lograrlo
hay que poner entre paréntesis todo lo que no pertenece a ese aparecer: los elementos culturales
administrados por la tradición, los caracteres individuales del objeto, incluso su misma
existencia, y la carga afectiva que pueda mostrar el investigador. Husserl llama a este estado
«epoché» -suspensión del juicio-.
3. Intuición de esencia
La esencia, entendida como una unidad «eidética», no es captada por un proceso abstractivo,
sino por lo que Husserl llama intuición de esencia. Esta intuición es una visión directa de la
esencia cuando ésta se hace presente a la conciencia. Parece ser que la conciencia es lo único
absoluto, todo otro ser se constituye en cuanto hace referencia a la conciencia, en cuanto es para
la conciencia. Husserl, en la última etapa de su pensamiento, fue criticado por sus discípulos que
vieron que el maestro se iba acercando a posturas más idealistas. Si para «volver a las cosas mis-
mas» partimos de fenómenos como «objetos para la conciencia», resulta que la conciencia funda
el ser del objeto.
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III. LA ÉTICA MATERIAL DE LOS VALORES DE SCHELER
Max Scheler nació en Munich en 1874. Fue influido por el vitalismo de Rudolf Eucken
(1846-1926) y la fenomenología de Husserl. Sus obras más representativas son: El formalismo
en la ética y la ética material de los valores (1916), De lo eterno en el hombre (1921) y El
puesto del hombre en el Cosmos (1928). Murió en Francfurt en 1928.
Scheler distingue entre razón y sentimiento. Por la experiencia racional descubrimos
esencias, pero por la experiencia emocional se nos muestran los valores. Los valores son
objetivos, son esencias axiológicas independientes del sujeto, no son creados por él, sino que los
descubre como fenómenos del sentimiento. Contra la ética formal kantiana, Scheler propone una
ética material de los valores. Kant erró al identificar los valores con los bienes, porque estos últi-
mos son sólo sus manifestadores. Los valores son trascendentes, son «en sí». La ética del valor
no exige a la voluntad como lo hace el imperativo categórico kantiano, sino que la atrae
mediante la intuición del valor.
Bien se puede afirmar que el pensamiento de Max Scheler es la mayor contribución que
ha hecho el siglo XX a la historia de la Ética. No sólo recupera el sentido del valor, sino también
a la persona como centro de la Ética. La persona es una unidad esencial siempre actuante que se
hace al hacer efectivos los valores. Ella misma es un valor que fundamenta todos los demás y
que se fundamenta en la persona originaria, que es Dios.
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LOS EXISTENCIALISMOS
I. FORMACIÓN
II. AUTORES
1. Karl Jaspers
Para Jaspers (1883-1969), el pensador existencialista más cercano a Kierkegaard, la
Filosofía tiene como finalidad la búsqueda del ser. El ser sólo puede ser captado
existencialmente no objetivamente. Siguiendo al filósofo danés, le interesa la verdad subjetiva,
comprometida, existencial, la verdad para mí que me implica y me interpela. La Filosofía tiene la
función de esclarecer el ser, para ello tiene que trascenderlo constantemente. Este trascender
tiene tres momentos: La orientación en el mundo es el conocimiento científico, que no logra
esclarecer el ser, porque sólo conoce seres que los objetiva y los mira externamente. El esclareci-
miento de la existencia lo lleva a cabo la Filosofía que trasciende la objetivación científica.
Cuando el yo se capta en su existir como un ser de situación (existente-en-el-mundo), es cuando
se abre al ser. Por último, la Metafísica nos hace trascender la propia existencia que topa con las
barreras de las «situaciones límite» como son el sufrimiento, la culpa, la muerte... Estas
«situaciones límite», incomprensibles desde nuestra finitud, son esclarecidas por el Ser infinito y,
entonces, se produce la apertura plena al ser. Este progresivo esclarecimiento del ser se lleva a
cabo desde tres horizontes (envolventes): el mundo, la existencia humana y la fe, que no es una
fe religiosa, sino filosófica: «aquello que plenifica y mueve en el fondo del hombre, aquello
mediante lo cual el hombre está ligado, por encima de sí mismo, con el origen del ser (Origen y
meta de la historia, 1949).
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2. Martin Heidegger
Heidegger (1889-1976) pretende ir más allá del Existencialismo de Jaspers y elaborar una
auténtica Metafísica del ser, razón por la que no se le puede considerar un pensador
existencialista al uso. Piensa que la Metafísica hasta ahora ha estudiado el ente y ha olvidado el
ser: el ente ha ocultado al ser. La denuncia heideggieriana del olvido del ser es programática de
todo su pensamiento. La pregunta por el ser es la pregunta metafísicaa que, según el pensador
alemán, tiene tres elementos: aquello por lo que se pregunta (el ser), aquello a lo que se pregunta
(el ente) y lo que encontramos al preguntar (el sentido del ser). La pregunta se dirige a un ente
concreto que es el hombre, ya que es el único ente abierto al ser, es Dasein, ser-ahí, ser-en-el
mundo.
Heidegger distingue existencia inauténtica, que no logra trascender la mera facticidad, y
existencia auténtica, en la que el hombre se reconoce como un ser-para-la-muerte. El hombre
toma conciencia de ser-para-lamuerte por la angustia que no es sino la patencia emocional de la
propia nihilidad. Gracias a esta autocomprensíón del hombre, descubrimos que el ser es la
negación del ente y, por tanto, la experiencia de la nada nos lleva a la comprensión del ser, Pero,
para Heidegger, la nada no es todavía el ser, sino el velo del ser. El ser no puede ser desvelado,
pero sí desvelarse a sí mismo: es el concepto de verdad como «aletheía», como desvelamiento.
El hombre puede continuar su apertura al ser, especialmente, mediante el lenguaje, pero deberá
esperar a una automanifestación del propio ser.
3. Gabriel Marcel
Marcel (1889-1973) piensa que el ser no es un problema, sino un misterio. La distinción
entre problema, aquello que tiene una solución objetiva, y misterio aquel «problema» cuya
solución implica mi existencia, es fundamental. En El misterio del ser (1951) afirma: «Un
problema es algo que encuentro, que aparece íntegramente ante mí, y que por lo mismo puedo
asir y reducir, mientras que el misterio es algo en que yo mismo estoy comprometido, y que por
consecuencia sólo puede pensarse como una esfera donde la distinción de lo que está en mí Y
ante mí pierde su significado y su valor inicial. Mientras que un problema auténtico puede
resolverse con una técnica apropiada en función de la cual se define, un misterio trasciende por
definición toda técnica». Por esto, el ser no es objeto de contemplación sino de acción. El
hombre puede tener una relación vivencial con el Ser, con ese Tú al que puede acceder gracias al
amor y la fe. Fe que es una virtud, una fuerza que se adhiere no a una verdad objetiva, sino a
algo íntimo como es Dios mismo: «Deus intimior intimo meo», escribe el pensador francés.
4. Jean-Paul Sartre
Sartre (1895-1980) rechazó en 1964 el premio Nobel del Literatura. Esto muestra cómo,
no sólo en el caso de Sartre, sino también en Albert Camus (1913-1960), quien había recibido el
mismo premio seis años antes, la Fílosofia existencialista está muy unida a la Literatura. Sartre
distingue entre ser-en-sí y ser-para-sí. El ser-en-sí es el ser tal y como se nos presenta. El
ser-para-sí es la conciencia, un sujeto al que se le manifiesta un objeto. La conciencia no es
objeto, porque es nada. Esto significa que el ser-para-sí no es, sino que existe. Para Sartre la
existencia es anterior a la esencia y la interpreta como pura indeterminación que se va desa-
rrollando a lo largo de la vida. En el vocabulario sartriano la materia «resiste», el objeto
«consiste», el animal «subsiste» y sólo el hombre «existe». Esto significa que sólo el sujeto
humano tiene conciencia de su ser. Pero, muchas veces el hombre se resiste a tomar conciencia
de sí y se sumerge en la «mala ¡é», que consiste en negarse a elegir y refugiarse en el
determinismo: prefiere cosificarse a si mismo, convertirse en objeto, en ser-en-sí, antes que
enfrentarse a la propia nada que anida en su ser, a la propia angustia de elegir.
Sartre también tiene en cuenta el ser-para-otro, es decir, la intersubjetividad. Yo entro en
contacto con otras subjetividades, pero no en cuanto subjetividades, sino en cuanto objetos. Al
presentarse el otro ante mí, yo lo convierto necesariamente en objeto, porque lo conozco. No
cabe, por tanto, una auténtica intersubjetividad: «el infierno son los otros».
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Como pone de manifiesto en su obra El ser y la nada (1943), el hombre no es otra cosa
que lo que él mismo se hace: es libertad. Libertad que consiste, en el fondo, en asumir la nada
que es el hombre. El hombre está condenado a ser libre y ocupa el lugar de Dios. Si existiera
Dios, el hombre no podría ser libre, sería como un cortapapel que responde a las leyes de su
diseñador. En su célebre artículo titulado El existencialismo es un humanismo afirma: «El
existencialismo ateo que yo represento es más coherente. Declara que si Dios no existe, hay por
lo menos un ser en el que la existencia precede a la esencia, un ser que existe antes de poder ser
definido por ningún concepto, y que este ser es el hombre». A pesar de este tono optimista,
Sartre cae en el más absoluto nihilismo y en el ateísmo más radical.
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PENSAMIENTO DEL S. XX
Nietzsche ha abierto la caja de Pandora y el hombre del final del segundo milenio está
recogiendo los males que se vertieron. Así, meditar el pensamiento de Nietzsche puede
ayudarnos a comprendernos a nosotros mismos, que somos más «nietzscheanos» que él. Muchos
autores han puesto de manifiesto que la posmodernidad es la misma modernidad llevada a sus
últimas consecuencias. Según esto, intentaremos mostrar que Nietzsche es el «profeta póstumo»
del fin de la modernidad, que nos encontramos en una época, en gran medida, posnietzscheana.
1. Muerte de la Metafísica
Quizá sea Nietzsche el primer enterrador de la Metafísica. Su irracionalismo y su método
inmediatista representan una renuncia implícita a buscar un saber de totalidad como es la
Metafísica y a sus pretensiones explicativas y fundamentadoras. El pensador alemán ha perdido
el sentido de la analogía y sólo es capaz de conseguir una comprensión fragmentaria de la reali-
dad. Radicalizada la crisis de la Razón, la Filosofía ha perdido lo que Adorno llama «la
esperanza de la totalidad». No se puede hablar ya de totalidad, de ser, de mundo. La Metafísica
ha muerto (G. Lipovetsky). En su lugar, se propone el paradigma de la discontinuidad, del
sincretismo y de la fragmentación. Bien se puede decir que Nietzsche es el primer «monstruo»
que ha producido el «sueño de la Razón».
La misma suerte que la Metafísica ha corrido la Historia. Se ha perdido la realidad, «no
hay ni totalidad donde situar los hechos, ni finalidad que les dé un sentido». Sólo queda la
inmediatez del presente. La Historia se ha disuelto por falta de referencias; es lo que Vattimo
llama el «fin de la Historia».
2. Politeísmo de valores
La «transmutación de todos los valores» ha generado un politeísmo de valores,
característico en la posmodernidad. Sólo interesa lo nuevo, el único valor es el ser nuevo. Ser es
«ser nuevo». Únicamente se admiten dos cosas: la pura novedad y la absoluta tolerancia, el vacío
moral. Aunque se puede decir que Nietzsche es culpable de esta a-moralidad, lo es más de la in-
moralidad que reina en algunos ambientes. Un caso muy representativo de lo que Zaratustra
podría haber cantado son estos versos de Víctor Manuel: «Déjame en paz/ que no me quiero
salvar/ que en el Infierno no estoy tan mal».
2. Primacía de lo estético
El hombre posmoderno se ha transformado en «niño», como el león de Nietzsche. Ha
firmado el certificado de defunción de Dios, ha suprimido toda valoración; ahora, sólo puede
jugar. El arte es lo único que queda, pero un arte sin finalidad, sin sentido, sin belleza... Un arte,
si se puede entender así, sin arte. Si se eliminan los principios lógicos y éticos, si «todo vale», la
atención se centra en la estética, pero orientada a lo disperso, a lo fragmentario, a lo difuso, e
incluso a lo irrepresentable. Por ello, resulta muy difícil caracterizar las múltiples tendencias
estéticas posmodernas. En el arte posmoderno prima la ambigüedad, como si se tratara de
romper con la belleza. En lenguaje kierkegaardiano se podría decir que el abandono del estadio
ético y del religioso, nos ha hecho sucumbir en el estético. Apolo sustituye a Agamenón (el
héroe ético), el cual por su parte ya había sustituido a Abraham (el héroe religioso). ¿Quién no
puede ver en este proceso a Nietzsche representado?
«La belleza del superhombre llegó hasta mí como una sombra. ¡Ay, hermanos míos! ¡qué
me importan ya los dioses!». Como en la posmodernidad, Nietzsche se ha sumido en la estética,
en una «belleza» sin ontología. El arte se ha transformado en estética, en pura diversidad; la
belleza, en novedad. Esto, sin lugar a dudas, supondrá que el propio Nietzsche, el profeta de este
fin de milenio, sea devorado por sus hijos. Nietzsche acabará por pasar de moda y en eso es-
tribará su importancia. Le ocurrirá lo mismo que a Zaratustra: «Cuando Zaratustra hubo hablado
así, uno del pueblo gritó: "Ya hemos oído hablar bastante del volatinero; ahora, ¡veámoslo
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también!" Y todo el pueblo se rió de Zaratustra. Mas el volatinero, que creyó que aquello iba
dicho por él, se puso a trabajar».
4. Final de la libertad
Nuestra época no sólo ha asesinado a Dios, sino que también ha liquidado, consecuencia
necesaria, al hombre. Esta autoaniquilación hace perder cualquier esperanza liberadora.
Seguramente, puede acusársele a Nietzsche de haber acabado con el hombre; algo
especulativamente corriente en cualquier «humanismo ateo» y, por lo demás, contradictorio. El
programa del «humanismo» nietzscheano reza así: «E1 hombre es algo que debe ser superado».
Pero si eliminamos el ser humano, nos quedamos sin sujeto de la libertad. Otorgar al
superhombre la libertad divina, que es lo que pretende Nietzsche con su «voluntad de dominio»,
es simplemente un error de atribución, sólo justificable por un «lenguaje» que está más allá de la
verdad y la falsedad, más allá del bien y del mal.
Si se pierde todo referente ontológico, si el ansia de dominio ha borrado cualquier
actitud, propiamente humana, de aceptación ante la hondura de lo real, ya no puede haber
«persona». Todos los intentos de este siglo por salvaguardar los Derechos Humanos han topado
con la ausencia del concepto de «persona». Sin él cualquier esfuerzo cae en un abismo sin fondo.
Los predicados no pueden ser «inviolables» porque no se sabe de quién se predican. Sólo la
persona puede ser digna y libre; si prescindimos de ella, quién sabe qué es la dignidad y la
libertad... Ocurre, entonces, que esos conceptos, en otros tiempos verdaderamente respetados,
pierden su auténtica significación. Ahora se dice «libre» de un hombre, de la misma manera que
se dice de un taxi. Libertad es despreocupación, desligamiento, desatención.
5. Indiferentismo religioso
También se le puede considerar responsable a Nietzsche del indiferentismo religioso
actual. La diferencia fundamental es que aquél es ateo en un sentido teórico y activo, mientras
que lo que ahora está de moda es ser agnóstico. En el fondo, el ateísmo y el agnosticismo -que no
es sino un ateísmo práctico-pasivo- coinciden. Las diferencias son epocales, subjetivas. Se puede
decir que el planteamiento nietzscheano simplemente ha perdido fuerza. El «ateísmo»
posmoderno es, en definitiva, «indiferentismo»: la religión no tiene importancia, es «uno de los
innumerables posibles juegos de lenguaje», es un valor más entre otros muchos valores sin valor,
es una opinión personal más que pertenece al ámbito de lo privado.
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