Definicion y Perfiles
Definicion y Perfiles
Definicion y Perfiles
Se aborda también una estrategia para abordar el fenómeno de modo tal de frenar su
evolución y, en otros casos, evitar su instalación.
A nivel internacional, la OMS (Organización Mundial dela Salud), dicta tres criterios
diagnósticos para categorizar el bullying:
Participantes
Los participantes de toda situación de Acoso Escolar son tres: los acosadores, la víctima
y los espectadores. Se trata del denominado “Triángulo del Bullying”.
Cabe aclarar que en la mayoría de los estudios realizados sobre este tema se menciona
la necesidad de diferenciar distintos tipos de víctimas, incluyendo como victima al
agresor.
Normalmente, el agresor tiene un comportamiento provocador y de intimidación
permanente. Posee un modelo agresivo en la resolución de conflictos, presenta
dificultad de ponerse en el lugar del otro, vive una relación familiar poco afectiva, y
tiene muy poca empatía.
Según los expertos criminalistas y psicólogos (Avilés, J.M.), un niño puede ser autor de
Bullying cuando solo espera y quiere que hagan siempre su voluntad, cuando le gusta
probar la sensación de poder, cuando no se siente bien o no disfruta con otros niños, si
sufre intimidaciones o algún tipo de abuso en casa, en la escuela o en la familia, cuando
es frecuentemente humillado por los adultos, o cuando vive bajo constante presión para
que tenga éxito en sus actividades. Los agresores ejercen su acción contra su víctima de
diversas formas: les golpean, les molestan, provocan, acosan con empujones y golpes,
les nombran de una forma desagradable o despectiva, les generan rumores, mentiras o
bulos, les aíslan del grupo, les ofenden y les anulan.
Normalmente, los jóvenes agresivos no agreden delante de los adultos, por lo tanto los
profesores y padres desconocen la existencia de estos comportamientos agresivos y
desafortunadamente no pueden hacer algo para detener a los agresores o ayudar a los
jóvenes que están siendo agredidos. El comportamiento agresivo no es normal y no debe
ser considerado como que “es cosa de niños.”
Todo ello les hace poco soportados por el resto de alumnos, aunque su popularidad
puede ser variable (no olvidemos que en determinados niveles y en determinados
colectivos de alumnos la capacidad de oposición a la jerarquía académica o la capacidad
de presión sobre los semejantes de los alumnos bully puede despertar cierta admiración,
aunque no se comparta su manera de ser). Además, sobre todo en los cursos elevados de
secundaria, una clara actitud negativa hacia la escuela pueda ser apreciada en estos
alumnos.
La personalidad del agredido, más difícil de precisar y que no justifica que sea objeto de
vejaciones, suele ser la de un niño identificado como víctima, débil, inseguro y con
bajos niveles de autoestima. Se caracterizan por falta de competencia social, la cual se
refleja en una carencia de asertividad; es decir, dificultad para saber comunicar sus
necesidades. Posiblemente sea un niño sobreprotegido en el ámbito familiar.
Las victimas pasivas suelen poseer cierta orientación a los adultos, que cabe relacionar
con el hecho observado en algunos estudios entre las víctimas pasivas de haber sido y/o
estar siendo sobreprotegidas en su familia.
Los comportamientos y actitudes con los que hemos caracterizado al agresor hacen que
su personalidad tenga las siguientes características:
Personalidad insegura.
Baja autoestima (causa y consecuencia del acoso escolar).
Alto nivel de ansiedad.
Débiles y sumisos.
Introvertidos, tímidos y con dificultades de relación y de habilidades sociales.
Inmaduro para su edad.
Manifiestan o padecen indefensión aprendida. Algunos chicos/as parecen entrar
en una espiral de victimización después de sufrir uno o dos episodios de
agresión por parte de otros. Seguramente su incapacidad para afrontar un
problema poco serio. Les lastimó la autoestima y empezaron a considerarse
víctimas antes de serlo.
Comienza teniendo trastornos psicológicos y trata de escaparse de la agresión.
Protegiéndose con enfermedades imaginarias o somatizadas. Lo que puede
derivar posteriormente en trastornos psiquiátricos. (Depresión, Ansiedad,…)
La conducta de las víctimas pasivas coincide con algunos de los problemas asociados al
estereotipo femenino, como la fragilidad y la debilidad (Bosch Fiol, Esperanza; Ferrer
Pérez, Victoria A., 2008). La situación de acoso es sufrida por igual por los chicos (que
probablemente serán más estigmatizados por dichas características) y por las chicas
(entre las que las características son más frecuentes pero menos estigmatizadoras). La
asociación de dichas características con conductas infantiles permite explicar, por otra
parte, por qué las víctimas pasivas disminuyen con la edad.
Dentro de las victimas, se han distinguido, al menos, dos subgrupos: los rechazados
agresivos y los rechazados sumisos o no agresivos (Parkhurst y Asher, 1992). En la
década de los 80 numerosas investigaciones constataron la estrecha relación entre el
rechazo y la violencia (Bierman, 1986; Coie y Kupersmidt, 1983; Dodge, 1983),
llegándose incluso a asumir que la conducta violenta constituía la principal causa de
rechazo por el grupo de iguales (Dodge, Coie, Petit y Price, 1990), sin embargo, como
venimos diciendo, en la actualidad el rechazo se ha vinculado, además de con la
participación en comportamientos violentos, con las siguientes conductas
problemáticas: la baja implicación en comportamientos prosociales, el comportamiento
inmaduro, las conductas evitativas y los niveles elevados de síntomas depresivos y de
ansiedad (Bierman, 2004).
Los adolescentes rechazados agresivos muestran un estilo comportamental
fundamentalmenteviolento, mientras que los rechazados sumisos se
caracterizanprincipalmente por la falta de asertividad social, el aislamiento socialy la no
participación en comportamientos violentos (Astor, Pitner, Benbenishty, y Meyer, 2002;
French, 1988; Rubin, Bukowski, y Parker, 1998; Verschueren y Marcoen, 2002).
Reflejan dos maneras distintas de reaccionar frente al acoso y agresión por parte de sus
compañeros:
Los alumnos elegidos como víctimas por los bully lo pasan verdaderamente muy mal, y
sufren daños morales y físicos. La situación que les atenaza les provoca, de un modo
duradero, altos niveles de ansiedad y una considerable tensión nerviosa, materializada
en síntomas físicos como dolores de estómago y de cabeza, pesadillas, ataques de
ansiedad…, que pueden ir acompañados por trastornos de su comportamiento social
tales como rabietas, negativismo, acentuación de su timidez, fobia y miedo hacia la
escuela. Es perfectamente comprensible que una personalidad en formación,
caracterizada por su falta de agresividad, sus dificultades de resistencia a la contrariedad
o la presión, no pueda responder “contra” el agresor y canalice hacia sí misma la
incomodidad, el miedo o el terror que siente.
Los espectadores o testigos del maltrato entre iguales son de forma mayoritaria los
compañeros de las víctimas y de los agresores. Entre los espectadores suele producirse
una inhibición a intervenir ante las situaciones de maltrato. Esta inhibición está
motivada por el miedo a ser incluido en la agresión o en el círculo de la victimización.
En las respuestas a una encuesta, el 30% de los testigos “intentó ayudar a la víctima”,
mientras que el 70% no intentó intervenir. Desglosada esta cifra, el 40% no hizo nada
porque “no era de su incumbencia”, y el 30% no ayudó aunque “sintieron que deberían
hacerlo”, probablemente por temor a ser víctimas13. Hay una intención que no se traduce
en conducta, lo que podría ser modificado. (Glew, Rivara, Feudtner, 2000).
Los agresores necesitan del silencio y la complicidad de los espectadores para continuar
con su conducta. La violencia que ejercen sobre las víctimas tiene en los espectadores
un efecto disuasorio que les impide denunciar, pero en numerosas ocasiones llega
incluso a producirse un contagio social que hace que los espectadores se impliquen
directa o indirectamente en la agresión.
Es frecuente la falta de apoyo por parte de los compañeros que, en el mejor de los casos
observan sin intervenir (espectadores neutrales) y con demasiada frecuencia se añaden a
las agresiones y amplifican el proceso (espectadores antiprosociales). Esto se explica
desde dos vertientes: por una parte el miedo a sufrir las mismas consecuencias si apoyan
a la víctima, (mientras le agreden a él, no se meten conmigo) y por otra por el fenómeno
de contagio social que fomenta la participación en los actos de intimidación. También
hay un grupo de compañeros (espectadores prosociales) que tratan de ayudar a la
víctima.
Algunos expertos indican que el cambiar la actitud de los niños que son testigos, pero
que no son víctimas del comportamiento agresivo, puede tener un gran impacto en los
agresores.
Debido a que a los agresores les encanta tener una audiencia, el espectador o también
conocido como mirón, que alienta o tolera hace que el agresor se sienta más fuerte y
popular. La persuasión por medio de la dramatización puede ayudar a la juventud a
reconocer una posible situación peligrosa. El mirón puede parar al agresor al decir
simplemente: “Eso no es guay.” “No me impresiona.”
Precisando algunos elementos del perfil de los agresores, nuestras conclusiones apuntan
a que, junto a algunos aspectos de tipo físico como el ser varón (en una proporción de
tres a uno) y poseer una condición física fuerte, estos jóvenes establecen una dinámica
relacional agresiva y generalmente violenta con aquellos que consideran débiles y
cobardes. Se consideran líderes y sinceros, muestran una alta autoestima y considerable
asertividad, rayando en ocasiones con la provocación.
Los sujetos que están en el otro lado de esta dinámica, -los víctimas-, los que suelen ser
el blanco de los ataques hostiles sin mediar provocación, por el contrario, muestran
rasgos específicos significativamente diferentes, incluyendo un aspecto físico
destacable: su complexión débil, acompañada, en ocasiones, de algún tipo de handicap.
Viven sus relaciones interpersonales con un alto grado de timidez que, en ocasiones les
llevan al retraimiento y aislamiento social. Se autoevalúan poco sinceros, es decir,
muestran una considerable tendencia a tener una alta puntuación en Neuroticismo junto
con altos niveles de Ansiedad e Introversión, justo alcanzando valores opuestos a los
agresores.
Según estos resultados, comparándolos con los obtenidos por Slee y Rigby (1993), se
confirma la alta tendencia al psicoticismo, en los agresores. En cuanto a las víctimas, si
hemos encontrado asociación entre víctimización y neuroticismo que estos autores no
contrastaron y, por el contrario, nuestros datos no confirman la asociación con baja
autoestima. Además disimulo. Entre los rasgos de personalidad des aparece la variable
sinceridad como aspecto destacado de la personalidad del agresor, frente a las altas tasas
de ansiedad y timidez del víctima.
Edad y género
Respecto del curso o edad en el que es más probable que se den este tipo de
comportamientos, no existe consenso en la literatura científica actual. Los resultados
aparentemente contradictorios sobre la edad de mayor incidencia del bullying pueden
tener a la base en distintas concepciones y medidas del bullying que los investigadores
deben tener en cuenta.
Algunos autores sostienen que las conductas de bullying o victimización son más
frecuentes en la educación primaria (6-11 años) que en la secundaria (12-16 años)
(Olweus, 1998; Borg, 1999), mientras que otros afirman que es estable a lo largo de
toda la educación obligatoria o incluso más frecuente en la educación secundaria
(Pellegrini, Bartini y Brooks., 1999).
Por otro lado, dentro de la educación secundaria, son numerosas las investigaciones que
señalan el segundo ciclo (entre los 14 y los 16 años) como el más conflictivo (Cerezo,
1999; Cohen et al., 1993; Estévez, 2002; Estévez, Lila, Herrero, Musitu y Martínez,
2002; Lenssen, Doreleijers, Van Dijk y Hartman, 2000; Ortega, 1994).
Algunos autores como Eslea y Rees (2001) sugieren que a medida que el niño va
entrando en la adolescencia concede más importancia a las agresiones directas, mientras
que las indirectas pasan a un segundo plano y, por tanto, no las incluyen en su
definición particular de bullying (y puede que no las reflejen en los cuestionarios o
entrevistas de los investigadores). De hecho, parece ser que existe una escalada en el
tipo de actos violentos cometidos por los adolescentes, de modo que normalmente
participan en primer lugar en conductas que implican formas menos serias de agresión
como molestar a los compañeros, para pasar posteriormente (sobre los 14-16 años) a
comportamientos que implican más el contacto físico o la violencia abierta (Loeber y
Stouthamer, 1998).