Definicion y Perfiles

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Bullying es una palabra que proviene del inglés.

El Diccionario Cambridge Compact


(2008) señala que bully significa, como verbo, avasallar, intimidar y, al mismo tiempo,
como sustantivo, matón acosador. La mayoría de la bibliografía consultada hace derivar
la palabra, inadecuadamente, del concepto de bull, toro y de ahí, se extiende a torear.

Se trata de violencia escolar expresada en diversas modalidades como acoso, asedio,


hostigamiento, persecución, amenaza, insultos, golpizas y, hoy por hoy, con formas más
sofisticadas vía las redes sociales (cyber-bullying).

De acuerdo a lo que señala la bibliografía sobre violencia escolar, el psicólogo noruego


Dan Olweus (1993) acuñó el término bullying para definir esa forma específica de
maltrato entre escolares; creó un cuestionario para medir este fenómeno en el ámbito
escolar y, también, una estrategia con la que ha reducido los abusos entre estudiantes en
colegios de distintos países. El doctor Dan Olweus ha visto por mucho tiempo la
seguridad escolar como aspecto importante para el desarrollo del ser humano. En 1981
propuso la promulgación de una ley contra el acoso en las escuelas para que los
estudiantes pudieran evitar la humillación repetida.  A mediados de la década de 1990,
estos argumentos llevaron a crear una legislación contra el acoso por los Parlamentos de
Suecia y Noruega. Creó el Olweus Bullying Programa de Prevención que, a lo largo del
tiempo, fue refinado, ampliado y, además, evaluado en cinco proyectos adicionales de
gran escala en Noruega mostrando éxito en la prevención de la intimidación en las
escuelas.

Tanto en Europa como en América Latina y Estados Unidos, se han desarrollado


importantes trabajos para pensar y abordar el tema. En nuestro país también hay
variedad de materiales tanto teóricos como investigaciones en curso. El Ministerio de
Educación tiene un espacio denominado Observatorio sobre la violencia escolar que
ofrece rico material teórico.

El incremento de este tipo de situaciones ha llevado a numerosas investigaciones, la


creación de cuestionarios para evaluarlo dentro del ámbito escolar, al desarrollo de
estrategias para encararlo.

Olweus (1998) señala que el fenómeno de acoso escolar, hostigamiento o bullying se


produce cuando un alumno es agredido o se convierte en víctima, cuando está expuesto
de forma repetida y durante un tiempo a acciones negativas que lleva a cabo otro
alumno o varios de ellos con testigos y dentro del contexto escolar. Se produce una
acción negativa cuando alguien, de forma intencionada, causa un daño, hiere o molesta
a otra persona o a sus pertenencias.  Son formas de agresión que se pueden producir por
vía de la palabra (insultos, burlas) o por vía del contacto físico (acciones que dañan el
cuerpo o las pertenencias). También puede entrar dentro de ese tipo de respuestas no
dejar jugar a alguien, excluirlo del grupo, ataques por medio de las redes sociales.

Se considera que la interacción es entre tres o cuatro participantes: el acosado o víctima,


el acosador o victimario, los activos alentadores e inductores (tribuna) y los
espectadores pasivos.

El hostigamiento es un fenómeno que puede leerse desde diferentes ángulos.


El marco teórico del psicoanálisis permite una mayor comprensión de la complejidad
del fenómeno y de las características psíquicas de los involucrados. Por otro lado, ofrece
recursos muy valiosos para el trabajo del profesional de la psicología dentro y fuera del
ámbito escolar.

La presente tesis desarrolla los conceptos de pulsión de vida y de muerte, narcisismo,


sadismo-masoquismo, agresión, ejes desde los cuales se puede interpretar.

Se aborda también una estrategia para abordar el fenómeno de modo tal de frenar su
evolución y, en otros casos, evitar su instalación.

PERFILES DE AGRESOY Y VICTIMA

Perfiles de los participantes en las agresiones


No es difícil intuir las características de la figura del agresor y de la figura de la víctima
en este proceso.

A nivel internacional, la OMS (Organización Mundial dela Salud), dicta tres criterios
diagnósticos para categorizar el bullying:

1. La existencia de una o más de las conductas de hostigamiento


internacionalmente reconocidas como tales. (El desprecio, el odio, la
ridiculización, la burla, el menosprecio, los motes, la crueldad, la manifestación
gestual del desprecio, la imitación burlesca son los indicadores de esta escala).
2. La repetición de la conducta que ha de ser evaluada por quien la padece como no
meramente accidental, sino como parte de algo que le espera sistemáticamente
en el entorno escolar en la relación con aquellos que lo acosan.
3. La duración en el tiempo, con el establecimiento de un proceso que va a ir
minando la resistencia del niño y afectando significativamente a todos los
órdenes de la vida: académico, afectivo, emocional y familiar.

Participantes

Los participantes de toda situación de Acoso Escolar son tres: los acosadores, la víctima
y los espectadores. Se trata del denominado “Triángulo del Bullying”.

Agresor o Victima activa

Cabe aclarar que en la mayoría de los estudios realizados sobre este tema se menciona
la necesidad de diferenciar distintos tipos de víctimas, incluyendo como victima al
agresor.
Normalmente, el agresor tiene un comportamiento provocador y de intimidación
permanente. Posee un modelo agresivo en la resolución de conflictos, presenta
dificultad de ponerse en el lugar del otro, vive una relación familiar poco afectiva, y
tiene muy poca empatía.

Según los expertos criminalistas y psicólogos (Avilés, J.M.), un niño puede ser autor de
Bullying cuando solo espera y quiere que hagan siempre su voluntad, cuando le gusta
probar la sensación de poder, cuando no se siente bien o no disfruta con otros niños, si
sufre intimidaciones o algún tipo de abuso en casa, en la escuela o en la familia, cuando
es frecuentemente humillado por los adultos, o cuando vive bajo constante presión para
que tenga éxito en sus actividades. Los agresores ejercen su acción contra su víctima de
diversas formas: les golpean, les molestan, provocan, acosan con empujones y golpes,
les nombran de una forma desagradable o despectiva, les generan rumores, mentiras o
bulos, les aíslan del grupo, les ofenden y les anulan.

Normalmente, los jóvenes agresivos no agreden delante de los adultos, por lo tanto los
profesores y padres desconocen la existencia de estos comportamientos agresivos y
desafortunadamente no pueden hacer algo para detener a los agresores o ayudar a los
jóvenes que están siendo agredidos. El comportamiento agresivo no es normal y no debe
ser considerado como que “es cosa de niños.”

Tiene tendencia al abuso de poder y el deseo de intimidar y dominar, apoyados en una


sensación de superioridad -sobre todo física hacia la víctima. Esta tendencia es
persistente y termina provocando la consolidación de la conducta, con lo que se supera
lo que podrían ser situaciones meramente episódicas. Es decir, los alumnos bully se
caracterizan por una agresividad estable, que se configura como característica
conductual y da como resultado, entre otros, la desadaptación y el distanciamiento de
los objetivos escolares.

La materialización de lo anteriormente señalado es muy expresiva: agresiones a


estudiantes débiles o indefensos, episodios de intimidación, la colocación de motes, las
conductas ridiculizadoras, los golpes y empujones, los daños a las pertenencias de los
compañeros. De nuevo debemos advertir que los alumnos bully pueden ser, en muchos
casos, los meros organizadores, instigadores u ordenadores para que otros alumnos sean
los actores directos de las conductas agresivas (no es impensable que alumnos víctimas
se vean obligados a ello, dentro de su proceso de opresión y como búsqueda de un
medio que les permita congraciarse con el agresor).

En definitiva, el alumno bully es físicamente fuerte, de igual o mayor edad que la


víctima (recuérdese lo señalado acerca de su necesaria conciencia de superioridad
cierta); necesita dominar, tener y sentir su poder. Por otra parte, su comportamiento
presenta características que también pueden ayudar a su localización: tienen un
temperamento fuerte, dado al enojo, poco dúctil al diálogo o a la modificación de pautas
(lo asumen como una debilidad que atenta a su posición de dominio), lo que se
materializa en una impulsividad que concreta actitudes desafiantes hacia los adultos;
baja tolerancia a la frustración (lo que puede provocar un mayor ensañamiento con las
víctimas si éstas oponen algún tipo de resistencia); su autoestima es baja, aunque ellos
están convencidos de que sus actos les fortalecen y de que persistir en ellos ratifica y
potencia su fortaleza, su capacidad de autoafirmación. Todo ello no es de extrañar que
provoque otras consecuencias: las víctimas les ven como malvados y duros (en el fondo
esto refuerza al alumno bully), es normal su temprana participación en otros
comportamientos antisociales ajenos a la agresión concretada sobre una o varias
víctimas.

Todo ello les hace poco soportados por el resto de alumnos, aunque su popularidad
puede ser variable (no olvidemos que en determinados niveles y en determinados
colectivos de alumnos la capacidad de oposición a la jerarquía académica o la capacidad
de presión sobre los semejantes de los alumnos bully puede despertar cierta admiración,
aunque no se comparta su manera de ser). Además, sobre todo en los cursos elevados de
secundaria, una clara actitud negativa hacia la escuela pueda ser apreciada en estos
alumnos.

El perfil de un agresor o víctima activa suele ser el siguiente:

 Es frecuente que sean repetidores y de edad superior a la media de la clase.


 Su rendimiento escolar es bajo.
 Muestran una actitud negativa hacia la escuela.
 Suelen ser más fuertes físicamente que sus víctimas.
 Muestran poca empatía hacia las víctimas.
 Presentan altos niveles de impulsividad.
 Sienten la necesidad de dominar a otros mediante el poder y la amenaza.
 Toleran mal las frustraciones.
 Les cuesta aceptar las normas sociales.
 Presentan una actitud hostil y desafiante con padres y profesores.
 Perciben escaso apoyo y supervisión parental.
 Informan de frecuentes conflictos familiares, de autoritarismo y hostilidad.
 No acatan las normas sociales.
 Tienen una opinión relativamente positiva de sí mismos: presentan una
autoestima media o incluso alta.
 Tienen un grupo pequeño de amigos (dos o tres) que les apoyan.
 Son más populares entre sus compañeros que las víctimas.

Además, el agresor suele presentar cuatro necesidades básicas que se resumen en el


siguiente esquema (Rodríguez, 2004):

 Necesidad de protagonismo: El agresor suele tener la necesidad de ser visto y


aceptado, de que le presten atención.
 Necesidad de sentirse superior: La mayoría de los agresores sienten un enorme
deseo de ser más fuertes y poderosos que los demás.
 Necesidad de sentirse diferente: Los agresores suelen crearse una reputación y
una identidad particular en el grupo de iguales que les rodea; pretenden ser
diferentes y rechazan todo aquello que no es igual o similar a la imagen que han
creado.
 Necesidad de llenar un vacío emocional: Los agresores no son capaces de
emocionarse o reaccionar con afecto ante los estímulos diarios; por el contrario,
persiguen constantemente nuevas vivencias y sensaciones que muchas veces
logran únicamente cuando crean su propio “espectáculo”.
Los comportamientos y actitudes con los que hemos  caracterizado al agresor hacen que
su personalidad tenga las siguientes características:

 Agresivo y fuerte impulsividad.


 Ausencia de empatía.
 Poco control de la ira.
 Percepción errónea de la intencionalidad de los demás: siempre de conflicto y  
agresión hacia él.
 Autosuficiente
 Capacidad exculpatoria.Sin sentimiento de culpabilidad.
 Bajo nivel de resistencia a la frustración.
 Escasamente reflexivo o hiperactivo.
 Incapacidad para aceptar normas y convenciones negociadas.
 Déficit en habilidades sociales y resolución de conflictos
 Su evolución en el futuro puede derivar si no se trata hacia la delincuencia o la
agresión familiar.

Agredido o Victima pasiva

Habitualmente, son niños que no disponen de recursos o habilidades para reaccionar,


son poco sociables, sensibles y frágiles, son los esclavos del grupo, y no saben revirar
por vergüenza o por conformismo, siendo muy perjudicados por la amenazas y
agresiones.

La personalidad del agredido, más difícil de precisar y que no justifica que sea objeto de
vejaciones, suele ser la de un niño identificado como víctima, débil, inseguro y con
bajos niveles de autoestima. Se caracterizan por falta de competencia social, la cual se
refleja en una carencia de asertividad; es decir, dificultad para saber comunicar sus
necesidades. Posiblemente sea un niño sobreprotegido en el ámbito familiar.

El perfil de un agredido o víctima pasiva suele ser el siguiente:

 En su apariencia física suelen presentar algún tipo de desventaja (complexión


débil, obesidad…).
 Su rendimiento académico es superior al de los agresores y no tiene por qué ser
peor al del resto de los compañeros.
 Muestran poca asertividad, mucha timidez, inseguridad y ansiedad.
 Se sienten sobreprotegidos por sus padres y con escasa independencia.
 Suelen ser ignorados o rechazados por sus compañeros en clase.
 Tienen dificultades para imponerse y ser escuchados en el grupo de compañeros.

El niño agredido vive normalmente en una situación social de aislamiento (con


frecuencia no tiene ni un solo amigo entre los compañeros); en relación a lo cual cabe
considerar su escasa asertividad y dificultad de comunicación, así como su baja
popularidad, que según algunos estudios llega a ser incluso inferior a la de los agresores.
Para explicarlo, conviene tener en cuenta que la falta de amigos puede originar el inicio
de la victimización, y que ésta puede hacer que disminuya aún más la popularidad de
quién la sufre.
Estos niños suelen tener una conducta muy pasiva, miedo ante la violencia y
manifestación de vulnerabilidad (de no poder defenderse ante la intimidación), alta
ansiedad (a veces incluso miedo al contacto físico y a la actividad deportiva),
inseguridad y baja autoestima; características que cabe relacionar con la tendencia
observada en algunas investigaciones en las víctimas pasivas a culpabilizarse de su
situación y a negarla, debido probablemente a que la consideran más vergonzosa de lo
que consideran su situación los agresores (que a veces parecen estar orgullosos de
serlo), (Salmivalli et al., 1996).

Las victimas pasivas suelen poseer cierta orientación a los adultos, que cabe relacionar
con el hecho observado en algunos estudios entre las víctimas pasivas de haber sido y/o
estar siendo sobreprotegidas en su familia.

Los comportamientos y actitudes con los que hemos  caracterizado al agresor hacen que
su personalidad tenga las siguientes características:

 Personalidad insegura.
 Baja autoestima (causa y consecuencia del acoso escolar).
 Alto nivel de ansiedad.
 Débiles y sumisos.
 Introvertidos, tímidos y con dificultades de relación y de habilidades sociales.
 Inmaduro para su edad.
 Manifiestan o padecen indefensión aprendida. Algunos chicos/as parecen entrar
en una espiral de victimización después de sufrir uno o dos episodios de
agresión por parte de otros. Seguramente su incapacidad para afrontar un
problema poco serio. Les lastimó la autoestima y empezaron a considerarse
víctimas antes de serlo.
 Comienza teniendo trastornos psicológicos y trata de escaparse de la agresión.
Protegiéndose con enfermedades imaginarias o somatizadas. Lo que puede
derivar posteriormente en trastornos psiquiátricos. (Depresión, Ansiedad,…)

La conducta de las víctimas pasivas coincide con algunos de los problemas asociados al
estereotipo femenino, como la fragilidad y la debilidad (Bosch Fiol, Esperanza; Ferrer
Pérez, Victoria A., 2008). La situación de acoso es sufrida por igual por los chicos (que
probablemente serán más estigmatizados por dichas características) y por las chicas
(entre las que las características son más frecuentes pero menos estigmatizadoras). La
asociación de dichas características con conductas infantiles permite explicar, por otra
parte, por qué las víctimas pasivas disminuyen con la edad.

Dentro de las victimas, se han distinguido, al menos, dos subgrupos: los rechazados
agresivos y los rechazados sumisos o no agresivos (Parkhurst y Asher, 1992). En la
década de los 80 numerosas investigaciones constataron la estrecha relación entre el
rechazo y la violencia (Bierman, 1986; Coie y Kupersmidt, 1983; Dodge, 1983),
llegándose incluso a asumir que la conducta violenta constituía la principal causa de
rechazo por el grupo de iguales (Dodge, Coie, Petit y Price, 1990), sin embargo, como
venimos diciendo, en la actualidad el rechazo se ha vinculado, además de con la
participación en comportamientos violentos, con las siguientes conductas
problemáticas: la baja implicación en comportamientos prosociales, el comportamiento
inmaduro, las conductas evitativas y los niveles elevados de síntomas depresivos y de
ansiedad (Bierman, 2004).
Los adolescentes rechazados agresivos muestran un estilo comportamental
fundamentalmenteviolento, mientras que los rechazados sumisos se
caracterizanprincipalmente por la falta de asertividad social, el aislamiento socialy la no
participación en comportamientos violentos (Astor, Pitner, Benbenishty, y Meyer, 2002;
French, 1988; Rubin, Bukowski, y Parker, 1998; Verschueren y Marcoen, 2002).

Reflejan dos maneras distintas de reaccionar frente al acoso y agresión por parte de sus
compañeros:

 Por un lado, la víctima puede interpretar la victimización como una experiencia


crítica muy traumática que, junto con su tendencia al retraimiento, mine su
autoconcepto y desemboque en síntomas depresivos y sentimientos de soledad;
esta víctima se conoce con el nombre de víctima pasiva o sumisa.
 Por otro lado, es posible que la víctima desarrolle actitudes tan negativas hacia
sus iguales que, junto con una tendencia a la impulsividad, desencadene una
reacción agresiva hacia sus propios agresores; ésta sería la víctima provocativa o
agresiva (Crick, Grotpeter y Rockhill, 1999).

Ambos tipos de víctimas presentan algunas características en común, como su situación


social de aislamiento en la escuela y su impopularidad entre los compañeros, y algunas
características propias, como vemos en las descripciones anteriores donde se recogen
los resultados obtenidos en los trabajos de Criado, del Amo, Fernández y González
(2002), Defensor del Pueblo (1999), Díaz-Aguado (2002) y Griffin y Gross (2004).

Los alumnos elegidos como víctimas por los bully lo pasan verdaderamente muy mal, y
sufren daños morales y físicos. La situación que les atenaza les provoca, de un modo
duradero, altos niveles de ansiedad y una considerable tensión nerviosa, materializada
en síntomas físicos como dolores de estómago y de cabeza, pesadillas, ataques de
ansiedad…, que pueden ir acompañados por trastornos de su comportamiento social
tales como rabietas, negativismo, acentuación de su timidez, fobia y miedo hacia la
escuela. Es perfectamente comprensible que una personalidad en formación,
caracterizada por su falta de agresividad, sus dificultades de resistencia a la contrariedad
o la presión, no pueda responder “contra” el agresor y canalice hacia sí misma la
incomodidad, el miedo o el terror que siente.

Los adolescentes rechazados socialmente en la escuela son aquellos que resultan


desagradables para la mayoría de sus iguales. En diversas investigaciones se ha
mostrado que estos adolescentes se implican con mayor frecuencia en comportamientos
violentos que suponen la violación de reglas institucionales y suelen presentar
relaciones más conflictivas con sus compañeros y profesores, en comparación con
aquellos adolescentes sin problemas de rechazo escolar (Coie, Dodge y Kupersmitdt,
1990; Gifford-Smith y Brownell, 2003; Maag, Vasa, Reid y Torrey, 1995; Newcomb,
Bukowski y Pattee, 1993). Estos estudios también han mostrado que, sin embargo, la
agresión no es la única causa de que estos adolescentes sean rechazados, sino que más
bien se trataría de la combinación de elevados niveles de violencia con bajos niveles de
competencia social. Además, los adolescentes rechazados presentan normalmente más
problemas de aislamiento social, depresión y ansiedad, lo que también puede contribuir
a que el adolescente sea poco aceptado socialmente en el aula. (Cava y Musitu, 2000;
Estévez, Martínez y Jiménez, 2003; Ladd, 1999):
Los compañeros espectadores

Los espectadores o testigos del maltrato entre iguales son de forma mayoritaria los
compañeros de las víctimas y de los agresores. Entre los espectadores suele producirse
una inhibición a intervenir ante las situaciones de maltrato. Esta inhibición está
motivada por el miedo a ser incluido en la agresión o en el círculo de la victimización.
En las respuestas a una encuesta, el 30% de los testigos “intentó ayudar a la víctima”,
mientras que el 70% no intentó intervenir. Desglosada esta cifra, el 40% no hizo nada
porque “no era de su incumbencia”, y el 30% no ayudó aunque “sintieron que deberían
hacerlo”, probablemente por temor a ser víctimas13. Hay una intención que no se traduce
en conducta, lo que podría ser modificado. (Glew, Rivara, Feudtner, 2000).

Los agresores necesitan del silencio y la complicidad de los espectadores para continuar
con su conducta. La violencia que ejercen sobre las víctimas tiene en los espectadores
un efecto disuasorio que les impide denunciar, pero en numerosas ocasiones llega
incluso a producirse un contagio social que hace que los espectadores se impliquen
directa o indirectamente en la agresión.

Es frecuente la falta de apoyo por parte de los compañeros que, en el mejor de los casos
observan sin intervenir (espectadores neutrales) y con demasiada frecuencia se añaden a
las agresiones y amplifican el proceso (espectadores antiprosociales). Esto se explica
desde dos vertientes: por una parte el miedo a sufrir las mismas consecuencias si apoyan
a la víctima, (mientras le agreden a él, no se meten conmigo) y por otra por el fenómeno
de contagio social que fomenta la participación en los actos de intimidación. También
hay un grupo de compañeros (espectadores prosociales) que tratan de ayudar a la
víctima.

Algunos expertos indican que el cambiar la actitud de los niños que son testigos, pero
que no son víctimas del comportamiento agresivo, puede tener un gran impacto en los
agresores.

Debido a que a los agresores les encanta tener una audiencia, el espectador o también
conocido como mirón, que alienta o tolera hace que el agresor se sienta más fuerte y
popular. La persuasión por medio de la dramatización puede ayudar a la juventud a
reconocer una posible situación peligrosa. El mirón puede parar al agresor al decir
simplemente: “Eso no es guay.” “No me impresiona.”

Es normal apreciar en sus conductas pautas de victimización “estable”, es decir, se trata


de alumnos cuya manera de ser o de comportarse parece una “invitación” a que sus
compañeros les hagan objeto de sus burlas o incluso de sus agresiones.

En una investigación de la Universidad de Murcia, Fuensanta Cerezo Ramírez trata de


evaluar las variables de personalidad asociadas en la dinámica bullying (agresores
versus víctimas) en niños y niñas de 10 a 15 años. Utiliza el Cuestionario de
Personalidad para niños EPQ-J. (Eysenck y Eysenck. Adap. Seisdedos y Cordero), que
contempla las siguientes escalas: N= Neuroticismo; E= Extraversión; P= Psicoticismo;
S= Sinceridad además de La Batería de Socialización BAS-3, de Silva y Martorell,
cuyas escalas son: Autocontrol, Ansiedad-Timidez, Liderazgo y Sinceridad, para cada
uno de los subgrupos.
En las situaciones de aprendizaje escolar se generan con frecuencia dinámicas de
agresión y victimización que parecen contribuir a la conformación de estos patrones
estables de conducta. En nuestro trabajo hemos analizado la asociación entre
dimensiones de personalidad y de sociabilidad junto con variables específicas de la
dinámica bullying para cada lado de la moneda. Los resultados nos permiten afirmar
que, algunas dimensiones de la personalidad se revelan claramente diferenciadoras para
cada uno de los sujetos implicados en una dinámica de agresión y victimización.

Precisando algunos elementos del perfil de los agresores, nuestras conclusiones apuntan
a que, junto a algunos aspectos de tipo físico como el ser varón (en una proporción de
tres a uno) y poseer una condición física fuerte, estos jóvenes establecen una dinámica
relacional agresiva y generalmente violenta con aquellos que consideran débiles y
cobardes. Se consideran líderes y sinceros, muestran una alta autoestima y considerable
asertividad, rayando en ocasiones con la provocación.

Rasgos de Personalidad de Agresores y Victimas

La personalidad es un constructo psicológico, con el que nos referimos a un conjunto


dinámico de características de una persona. También es conocida como un conjunto de
características físicas, sociales y genéticas que determinan a un individuo y lo hacen
único.

En cuanto a las variables de personalidad, encontramos que suelen presentar algunas


dimensiones de personalidad específicas: elevado nivel de Psicoticismo, Extraversión y
Sinceridad, junto a un nivel medio de Neuroticismo. (Variables de personalidad
asociadas en la dinámica bullying en niños y niñas de 10 a 15 años, 2001)

Los sujetos que están en el otro lado de esta dinámica, -los víctimas-, los que suelen ser
el blanco de los ataques hostiles sin mediar provocación, por el contrario, muestran
rasgos específicos significativamente diferentes, incluyendo un aspecto físico
destacable: su complexión débil, acompañada, en ocasiones, de algún tipo de handicap.
Viven sus relaciones interpersonales con un alto grado de timidez que, en ocasiones les
llevan al retraimiento y aislamiento social. Se autoevalúan poco sinceros, es decir,
muestran una considerable tendencia a tener una alta puntuación en Neuroticismo junto
con altos niveles de Ansiedad e Introversión, justo alcanzando valores opuestos a los
agresores.

Según estos resultados, comparándolos con los obtenidos por Slee y Rigby (1993), se
confirma la alta tendencia al psicoticismo, en los agresores. En cuanto a las víctimas, si
hemos encontrado asociación entre víctimización y neuroticismo que estos autores no
contrastaron y, por el contrario, nuestros datos no confirman la asociación con baja
autoestima. Además disimulo. Entre los rasgos de personalidad des aparece la variable
sinceridad como aspecto destacado de la personalidad del agresor, frente a las altas tasas
de ansiedad y timidez del víctima.

Edad y género

Respecto del curso o edad en el que es más probable que se den este tipo de
comportamientos, no existe consenso en la literatura científica actual. Los resultados
aparentemente contradictorios sobre la edad de mayor incidencia del bullying pueden
tener a la base en distintas concepciones y medidas del bullying que los investigadores
deben tener en cuenta.

Algunos autores sostienen que las conductas de bullying o victimización son más
frecuentes en la educación primaria (6-11 años) que en la secundaria (12-16 años)
(Olweus, 1998; Borg, 1999), mientras que otros afirman que es estable a lo largo de
toda la educación obligatoria o incluso más frecuente en la educación secundaria
(Pellegrini, Bartini y Brooks., 1999).

Por otro lado, dentro de la educación secundaria, son numerosas las investigaciones que
señalan el segundo ciclo (entre los 14 y los 16 años) como el más conflictivo (Cerezo,
1999; Cohen et al., 1993; Estévez, 2002; Estévez, Lila, Herrero, Musitu y Martínez,
2002; Lenssen, Doreleijers, Van Dijk y Hartman, 2000; Ortega, 1994).

Parece existir acuerdo en la idea de que después de los 16 años, generalmente,


desciende la frecuencia de implicación en comportamientos de este tipo (Martín,
Martínez, López, Martín y Martín, 1998).

Algunos autores como Eslea y Rees (2001) sugieren que a medida que el niño va
entrando en la adolescencia concede más importancia a las agresiones directas, mientras
que las indirectas pasan a un segundo plano y, por tanto, no las incluyen en su
definición particular de bullying (y puede que no las reflejen en los cuestionarios o
entrevistas de los investigadores). De hecho, parece ser que existe una escalada en el
tipo de actos violentos cometidos por los adolescentes, de modo que normalmente
participan en primer lugar en conductas que implican formas menos serias de agresión
como molestar a los compañeros, para pasar posteriormente (sobre los 14-16 años) a
comportamientos que implican más el contacto físico o la violencia abierta (Loeber y
Stouthamer, 1998).

La mayoría de los estudios coinciden en apuntar que el bullying es un problema


fundamentalmente masculino: los chicos suelen ser, más frecuentemente que las chicas,
tanto agresores(Cerezo, 1999; Johnson y Lewis, 1999; Maccoby y Jacklin, 1974;
Olweus, 1998), como víctimas de agresión en los centros escolares (Cleary, 2000;
Glover, Gough, Jonson y Cartwright, 2000; Paetsch y Bertrand, 1999) o incluso
agresores-víctimas conjuntamente (Kumpulainen, Rasanen y Puura, 2001). Tattum y
Lane (1989), por ejemplo, encontraron en su estudio que los chicos se implican en
conductas intimidatorias tres veces más que las chicas. También en nuestro país, la
mayor parte de los estudios concluyen que los chicos agreden más en la escuela, sin
embargo, recientemente se ha observado que en el rol de víctima están desapareciendo
las diferencias por sexos (Ortega y Mora-Merchán, 2000).

Por otra parte, es posible que el predominio masculino en el bullying encontrado en la


mayor parte de los trabajos, obedezca a un sesgo en las medidas de los estudios. Este
hecho podría explicar por qué en aquellas investigaciones en las que se toman medidas
de bullying considerando exclusivamente conductas agresivas directas y físicas, los
chicos presenten una frecuencia de implicación muy superior a las chicas, mientras que
aquéllas en las que se tiene en cuenta tanto la agresión directa como la indirecta
(principalmente, la difusión de rumores y la exclusión social), las diferencias en función
del sexo tienden a desaparecer (por ejemplo, Ahman y Smith, 1994; Andreou, 2000;
Craig, 1998; Hoover y Juul, 1993). En este sentido, sería posible que chicos y chicas
utilicen preferentemente distintos tipos de agresión pero en niveles similares, de modo
que las diferencias entre ambos sean más cualitativas que cuantitativas (Kochenderfer-
Ladd y Wardrop, 2001; Martín et al., 1998).

Distintas investigaciones ofrecen datos a favor de esta hipótesis y ponen de manifiesto


que los chicos suelen utilizar más frecuentemente que las chicas la agresión física
directa y el daño a pertenencias de otros compañeros, mientras que las chicas se
decantan por formas de agresión más sutiles e indirectas como la intimidación, la
manipulación y el aislamiento social; por último, chicos y chicas utilizan por igual la
agresión verbal como poner motes o dejar en ridículo (Mynard y Joseph, 1998; Olweus,
1998; Ortega y Mora- Merchán, 2000).

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