The Way She Burns - Jessa Kane
The Way She Burns - Jessa Kane
The Way She Burns - Jessa Kane
Cross
THE WAY SHE BURNS
JESSA KANE
Lo indicado.
Eso es lo que me digo a mí misma mientras subo la resbaladiza
colina de hierba hacia Rosewood Mansion, con los truenos
retumbando detrás de mí como una severa advertencia. La lluvia ha
saturado el suelo y los surcos están desgastados en la suela de mis
zapatos, así que casi me resbalo. El hecho de llevar a un niño pequeño
dormido en brazos no me ayuda en absoluto a mantener el equilibrio,
pero no puedo despertarlo. No puedo. Si me clava esos ojos avellana
tan parecidos a los míos, no podré hacer lo necesario.
Y dejar a mi hermanito a merced y bondad de un tal señor
Sebastian Spears es mi última opción.
En el pueblo, susurran sobre el Sr. Spears. Lo llaman bastardo.
Lo llaman arrogante, malvado, malicioso y amargado. Pero yo lo sé
mejor. He mirado esos ojos azul cobalto mientras colgaba del borde de
un acantilado. Cuando creí que la muerte era segura, él tiró de mí
para ponerme a salvo, me acunó mientras lloraba. Ahora tengo
dieciocho años y el incidente ocurrió hace más de cinco años, pero
estoy segura de que me recordará. Estoy segura de que escuchará mis
súplicas de ayuda.
Aunque estoy segura de que el Sr. Spears sigue siendo un
hombre de buen corazón todos estos años después, muchas cosas de
Rosewood han cambiado desde que era una adolescente que jugaba
en los peligrosos acantilados que hay detrás de la casa. Los muros de
tres metros de altura que recorren el perímetro de la mansión son la
principal diferencia. Son de piedra. Amenazantes. Pero debe haber
una buena razón por la que Sebastian los construyó.
Igual que hay una buena razón por la que usé una horquilla para
forzar el candado.
Vete.
Me doy la vuelta para marcharme, pero vuelvo a girar con un
suspiro cuando la puerta de tres metros de altura se abre de golpe y
ahí, perfilado en el resplandor del interior, está Sebastian Spears.
Inmediatamente, me inunda la alarma.
¿Ha cambiado?
Mi recuerdo del hombre encantador y compasivo de poco más de
veinte años no corresponde con este... señor de la mansión con el ceño
fruncido. Es alto y guapo, eso no cambia. Con su pelo negro revuelto,
su forma física y su mandíbula sombreada, no es nada menos que
llamativo. Algunas mujeres del pueblo se referían a él como un buen
espécimen. En la época en la que venía al pueblo a hacer la compra y las
gestiones bancarias. Ahora un anciano llamado Dobbs le hace los
recados.
Sí, Sebastian Spears es definitivamente... atractivo.
Que se niegue y se vaya con el niño. Puedo volver a leer mi libro y beber
mi whisky. No quiero que traspase este umbral. Las últimas veces que
permití que alguien pasara esa brecha, me decepcionó mucho el
resultado. Ella también sería una decepción.
Entonces, ¿por qué estoy conteniendo la respiración para
escuchar su decisión?
¿Y por qué hay algo extrañamente... familiar en ella?
¿He encontrado su foto en el periódico por alguna razón?
—Si yo... duermo contigo, ¿lo alimentarás? ¿Hay una habitación
aquí que pueda llamar suya?— Se muerde el labio, intercambiando
una mirada entre el niño y yo, tirando de ese abrigo cada vez más
fuerte. Probablemente se escandalice por la propuesta. Probablemente
juró no tener sexo después de la primera vez. Seguro que el rico idiota
que la dejó embarazada no se molestó en satisfacerla en el proceso.
Yo lo haría.
Una gota de sudor recorre mi columna vertebral.
Sí.
Pierdo toda la fuerza de mi cuello y sollozo entrecortadamente,
mis entrañas se retuercen salvajemente, la barriga se agarrota bajo la
embestida del placer. Es enorme. Es como si me cayera un meteorito
del cielo. Aprieto más las piernas y me agarro, frotando ese dulce botón
contra la base de su erección, cabalgándolo con fuertes movimientos
de las caderas, recogiendo todo el intenso placer que puedo... y todo
el tiempo gime en mi oído, insistiendo en mis movimientos,
lamiéndome el cuello con su lengua.
—Jesucristo, pequeño hijo de puta de ensueño. — dice entre
dientes, rodeando mi garganta con una mano y hablando
directamente contra mi boca. —Frotándote como si hubieras nacido
para recibir grandes cargas de un hombre grande, ¿eh, chica? A mí.
Solo a mí. Aquí viene la primera de muchas. — Se lanza alto y
profundo, su enorme cuerpo empieza a temblar, su miembro palpita
entre mis muslos. Con la humedad que desprende, tan espesa y
pegajosa, jadeo y me penetra una y otra vez, con movimientos lentos
y minuciosos, como si utilizara mi sexo para extraer hasta la última
gota de su semilla. — ¡Maldita sea!
Su boca está abierta en mi cuello y empieza a frotarme, casi
violentamente, más y más líquido caliente me inunda. Y el placer me
recorre al comprobar que lo he llevado hasta el final. Que la estricta
compostura de este hombre se ha roto. Pero también puedo oír sus
palabras resonando una y otra vez en mi mente.
Se queda.
Esa decisión me llena de tal alivio que dejo de pasearme y me
desplomo de lado contra la encimera de la cocina, con el pecho
subiendo y bajando como si hubiéramos dejado de hacer el amor hace
apenas unos segundos. Sin embargo, cuando miro el reloj de la cocina,
veo que han pasado horas durante mi huida hacia la locura y el auto
desprecio. Dedos de luz comienzan a alcanzar el horizonte,
despertando a los pájaros de los árboles que rodean la casa. Pájaros
cuyos cantos siempre me han molestado, pero que ahora, me
encuentro esperando que los disfrute.
Me niego a dormir ni siquiera una hora, preocupado de que se
vaya mientras estoy inconsciente. En cambio, me ducho y me cambio.
Y me quedo de pie frente a su puerta, con las manos apoyadas a ambos
lados del marco, esperando a que salga. El corazón me golpea
violentamente en el pecho cada vez que la oigo suspirar dormida al
otro lado de la puerta. Cada vez que los muelles gimen suavemente
para indicar que se ha dado la vuelta. Mi polla está erecta. Pulsando.
Si estuviera sola en la habitación, entraría, atravesaría la oscuridad y
la cubriría con mi peso.
Así que es muy bueno que el niño esté ahí, actuando como
disuasión.
Porque probablemente me rogaría que parara. Otra vez no, lo
más probable es que gritara, todavía perturbada por la forma frenética
en que la follé en la cocina, haciendo que quisiera huir en cuanto
saliera el sol. El hecho de que probablemente me tenga miedo ahora
me llena de vergüenza. Recuerdo la forma confiada en que me miró en
el acantilado hace cinco años. Pienso en cómo vino aquí anoche,
creyendo que la ayudaría de nuevo, solo para verse obligada a
intercambiar su virginidad, y quiero arrancarme los pelos.
Voy a... arreglar esto.
De alguna manera.
No soporto la idea de que me odie, se resienta o me tema.
Lo cual es curioso, porque esa es la reacción que suelo buscar
en otra persona.
SEBASTIAN
No, pequeña. Mi polla palpita por ti con ese fino vestido gris que moldea tus
tetas a la perfección y me gustaría montarte a pelo en el suelo. Eso es lo que me
gustaría decir. Aunque solo sea para distraerla de mi evidente
nerviosismo por salir de casa. Pero he perdido mi derecho a hablar con
ella de una manera tan grosera, ¿no es así? Sí. Ella no escuchará
ninguna de esas porquerías de mi parte hasta que haya recuperado la
confianza que perdí anoche.
Desafortunadamente, creo que recuperar la confianza de Chloe
podría significar... ser honesto.
Es decir, cuando me pregunte si todo está bien, no puedo mentir
y decir que sí.
Primero, es inteligente y sabrá que no estoy siendo auténtico.
Y segundo... encuentro la idea de revelar una pequeña parte de
mí a ella solo ligeramente aterradora.
Una gran diferencia de cómo me siento normalmente al
compartir mis pensamientos más íntimos. Es una zona de no
traspasar, como los terrenos de esta mansión.
Pero no con Chloe.
Es la excepción a la regla. Para todas ellas, parece. Aquí estoy
alojando a un niño y preparándome para viajar a la ciudad por primera
vez en cinco años.
Te amo.
Me gustaría decirle esas palabras a su reflejo, pero no me las
devolverá. Estoy seguro de ello. No tan pronto. Llevo años viviendo en
este frío mausoleo, rehuyendo del mundo, manteniendo a la gente a
distancia. Soy un imbécil mandón y me queda mucho camino por
recorrer antes de convencer a este ángel de que me ame. Hasta
entonces, le daré seguridad y placer y cualquier objeto material que
pueda desear. Puedo darle a su hermano paz y una educación.
Si se queda.
Me doy un momento para controlar mi necesidad de Chloe, me
alejo de la ventana y cruzo la habitación hasta donde ella acaricia el
pelo de Curtis, con la cabeza acurrucada en su regazo. Me atrapa
desprevenido la potencia de la escena y, antes de que pueda
detenerme, me la imagino sosteniendo a nuestro propio hijo en brazos,
murmurando sobre vacas que saltan sobre la luna. El corazón se me
sube a la garganta y se queda ahí, haciendo que mí voz no sea natural
cuando digo: — ¿Quieres que lo lleve a la cama?
—Sí, por favor. — susurra, con los ojos color avellana brillando
hacia mí. —Ha tenido un día maravilloso, pero lo ha dejado sin
sentido.
Asiento, intentando no mostrar lo feliz que me hace eso. Quizá
no esté tan desesperado después de todo. —Me alegro de oírlo. — Me
agacho, recojo al niño y acuno su forma dormida contra mi pecho, una
extraña punzada me atrapa en el esternón cuando se acurruca más
cerca, con confianza. —Solo... volveré en un momento.
Es muy extraño llevar a un niño, pero no soy idiota, así que
consigo llegar a la habitación bajo las escaleras sin incidentes,
abriendo la puerta con el hombro y entrando.
—Siento mucho informarte, Curtis, que tu hermana no va a
dormir aquí contigo esta noche. — le digo, sabiendo que no puede
No dejaré que golpees las rocas de abajo. Nunca. Tienes que confiar en mí.
Las palabras que Sebastian me dijo en el acantilado vuelven,
deteniendo mí mano en el acto de meter uno de los libros de Curtis en
mi bolsa. ¿No he chocado con las rocas? Ver a mi hermano al pie de
la escalera, llorando de dolor, fue mi pesadilla hecha realidad. Cuando
doy rienda suelta a mi naturaleza más oscura, pierdo de vista mis
responsabilidades. Cuando eso sucede, algo malo le pasa a alguien
que quiero. Soy irresponsable e imprudente. Mi madre hizo todo lo
posible para ayudarme a cambiar, pero aquí estoy. Todo el progreso
que hice para ser buena se ha desvanecido y he vuelto al punto de
partida.
Curtis hace un ruido mientras duerme y se da la vuelta.
No tengo elección. Tengo que hacer lo correcto.
Si me quedo aquí, mis sentimientos, mi amor y mi lujuria por
Sebastian me abrumarán. Me ciega a mis responsabilidades. Y la
razón por la que tengo la responsabilidad de criar a mi hermano en
primer lugar es porque no estuve ahí cuando mi madre necesitaba
ayuda.
El mundo no se acabó.
El mundo... no se acabó.
La crudeza de su voz es lo que me atraviesa.
Atraviesa la barrera de mi miedo y envuelve mis pulmones, mi
corazón, tirando de mí hacia él. Doy un paso y me siento tan bien, tan
vital, que doy otro hasta que corro hacia él. Al ser arrebatada en sus
brazos y abrazada con tanta fuerza, jadeo, perdiendo lo que me queda
de aliento.
—Yo también te amo. — susurro, enterrando mi cara en su
cuello sudoroso.
En cuanto digo esas palabras y se ríe roncamente, abrazándome
con más fuerza, las últimas reservas que tenía se disuelven. No hay
nada malo o incorrecto en lo que hay entre este hombre y yo. Tampoco
hay nada malo en mí. Están el destino y las circunstancias y, a veces,
Mía.
Fin…