Fundamento Del Derecho Registral
Fundamento Del Derecho Registral
Fundamento Del Derecho Registral
FACULTAD DE DERECHO
CURSO:
PRÁCTICA DE DERECHO PROCESAL CIVIL II
GRUPO N°3
INTEGRANTES:
JORGE ESTEBAN CUBAS NAKANO.
ZULMI QUIÑONES.
DOCENTE:
DR. DEYVI JAHIR VERA ALVAREZ.
PIMENTEL-PERÚ
2023
DEDICATORIA.
El presente trabajo se lo
dedicamos a nuestros padres y
familiares que nos brindan su
apoyo para seguir superándonos
como personas y futuros
profesionales. Y a nuestros
profesores por ser la guía a
nuestro camino de
emprendimiento y mejor futuro.
1
ÍNDICE
Resumen.................................................................................................................................1
Introducción............................................................................................................................3
“FUNDAMENTO DEL DERECHO REGISTRAL”............................................................................4
Describa en que consiste del Derecho Registral (Agregar autores naciones e internacionales
máximo....................................................................................................................................4
Defina cuales son los elementos configuradores del registro..................................................5
Describa cuales son la Función del registro..............................................................................6
En que consiste los principios registrales son de aplicación restringida y excepcional..........14
Esplique en que consiste la fe pública registral......................................................................14
Conceptualice los Principios registrales y descríbalos............................................................16
Conclusiones..........................................................................................................................18
2
INTRODUCCIÓN.
Para tratar sobre las medidas temporales sobre el fondo, antes hablaremos de
la medida cautelar para de este modo ver en qué se diferencian o cual es el
grado de similitud que existe en ello. Para tal caso empezaremos de este
modo:
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“PROCESO CAUTELAR”
MEDIDAS CAUTELARES
I.- CONCEPTO.
Así tenemos que pueden clasificarse las medidas cautelares:
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B. Según su previsión o no en el ordenamiento legal; en:
1) Medidas Cautelares genéricas o atípicas.
(Artículo 629 del C.P.C)
a.2) SECUESTRO:
Judicial.
Conservativo.
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De acuerdo a lo dispuesto por el artículo 777 del Título Preliminar del Código
Procesal Civil la finalidad concreta del proceso “... es resolver un conflicto de
intereses o eliminar una incertidumbre, ambas con relevancia jurídica, haciendo
efectivos los derechos sustanciales...”, mientras que su finalidad abstracta “...
es lograr la paz social en justicia”, (La ultima - en nuestra opinión -
no es sino una consecuencia de la primera)
Ahora bien, para alcanzar tales finalidades es necesario que del proceso derive
un resultado material que no es otro sino el efectivo cumplimiento de la
sentencia.
No basta con la declaración judicial, es necesario impregnarle pragmatismo a
su contenido, es indispensable que se dé una auténtica composición de la litis,
es
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los titulares en cualquier momento de la vida del derecho, sea durante su
existencia, para fines de conservación, sea en la circulación, con fines de
seguridad. Por tanto, se entiende por Derecho registral al conjunto de principios
y normas que regula la tutela de ciertas situaciones jurídicas subjetivas a través
de un recurso de técnica jurídica consistente en la publicidad, organizada en
forma institucional, que produce diversos y determinados efectos jurídicos
sustantivos de derecho privado (tales como el nacimiento, preferencia y
oponibilidad de dichas situaciones jurídicas), con los fines de certeza y
protección.
Por ello, la buena teoría es aquella que considera el Derecho registral como
una parte del Derecho civil, dedicada al estudio sistemático de la tutela de los
derechos por medio del fenómeno publicitario. Prácticamente, todos los
civilistas europeos tratan el sistema de publicidad dentro de la parte general del
Derecho civil, y es obvio que esta postura debe suscribirse, pues el Derecho
registral es la publicidad de la vida inter privatos; y no importa que a su
alrededor aparezcan normas procesales o administrativas, cuya función es
coadyuvar a la eficacia de la publicidad registral y, por tanto, se encuentran en
una relación de accesorio a principal. En consecuencia, para la ubicación de
una disciplina debe atenderse al objeto esencial de la misma, sin distraerse en
las cuestiones adjetivas. El Código Civil Peruano de 1984 sigue la tendencia
divisoria entre un Derecho registral “sustantivo” y uno “formal”. Así pues, la
regulación que se hace en nuestro Código es de carácter exclusivamente
sustantiva, dejando para los reglamentos especiales el tratamiento del Derecho
registral “formal o adjetivo”.
ii. Archivo público que permite el acceso de todos aquellos que tienen interés
en conocer la información que contiene;
iii. Archivo que otorga efectos jurídicos de derecho privado, por lo cual se pone
en situación de ventaja al sujeto que inscribe su derecho; y se perjudica a quien
no lo hace. Este es el caso, por ejemplo, de los principios de inscripción
declarativa (art. 2022 CC), fe pública registral (art. 2014 CC) y prioridad (art.
2016 CC).
Esta institución nace para cumplir una evidente necesidad de certeza que, en
este caso, no resulta satisfecha por la sola actividad de los contratantes, pues
viene auxiliada por el Estado a través de la organización de un sistema de
publicidad. El núcleo de la publicidad es constituir un sistema de información
pública, con determinadas garantías, que se refieran a situaciones jurídicas
relevantes para el tráfico patrimonial. La publicidad es el acto de incorporación
de ciertos derechos en un libro o título formal, cuyas ventajas son las mismas
que cualquier otro formalismo, esto es, la certeza y seguridad de los derechos,
la limitación de los conflictos y la movilidad del tráfico mercantil0. El elevado
valor de los inmuebles, y de algunos muebles hace necesaria una especial
seguridad en su protección y circulación; para lo cual se utiliza el medio de la
publicidad.
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la propiedad que permita responder con facilidad las siguientes preguntas: –
¿Quién es el propietario de un bien? – ¿Qué títulos puede exhibir el propietario
como prueba eficaz? – ¿Qué otros derechos concurren con el propietario
respecto al mismo bien? Desde muy antiguo se advirtió que el tema era
complejo, pues la adquisición a título derivativo exige que el transmitente sea
propietario a efecto que el adquirente se procure eficazmente del derecho, pero
esta premisa teórica necesita de una prueba suficiente.
En efecto, la dificultad que entraña probar toda la cadena de las sucesivas
transmisiones que se han producido desde el titular inicial hasta llegar al
propietario actual se llamó desde el derecho romano como probatio diabolica,
lo que alude a una prueba muy difícil o imposible de alcanzar. Así pues, el
principio general en esta materia es que no se puede transferir a otro más
derecho del que uno tiene; por tanto, para enajenar de modo eficaz es preciso
ser propietario y probar tal condición. En tal sentido, la propiedad no solo está
inseparablemente ligada a su prueba, sino, además, que la ontología del
derecho de propiedad es puramente formal y se reduce a la titulación. Si todo
hecho jurídico se apoya en una situación jurídica inicial, ello quiere decir que la
eficacia de todo negocio jurídico de enajenación depende de que éste haya
sido realizado por el sujeto de la situación inicial, por lo que la consumación de
cualquier negocio dispositivo dependerá de la titularidad del transferente, lo que
se preestablece con el título de adquisición, en especial tratándose de bienes
inmuebles. Por tanto, la prueba de la propiedad se encuentra íntimamente
vinculada con el título que el propietario pueda exhibir frente a los terceros.
La vocación del registro es constituirse en sustituto formal de los orígenes
inciertos de la propiedad por otro de carácter cierto, y con el añadido de la
publicidad. De esta forma, el Estado organiza un sistema que permite contar
con un título formal de prueba de los derechos, por cuya virtud el comprador, o
el acreedor hipotecario, podrá tener certeza respecto de su adquisición.
Precisamente, el registro facilita el conocimiento del estado jurídico de los
derechos. Si bien el registro se vincula con el principio constitucional implícito
de seguridad jurídica, empero, su importancia social como mecanismo para el
desarrollo y la creación de riqueza no obsta para encuadrarlo como un medio o
instrumento para la ejecución de otros fines.
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Así lo ha manifestado el Tribunal Constitucional:
“Para el pleno desarrollo del derecho de propiedad en los términos que nuestra
Constitución lo reconoce y promueve no es suficiente saberse titular del mismo
por una cuestión de simple convicción, sino que es imprescindible poder
oponer la titularidad de dicho derecho frente a terceros y tener la oportunidad
de generar,
a partir de la seguridad jurídica que la oponibilidad otorga, las consecuencias
económicas que a ella le son consustanciales. Es decir, es necesario que el
Estado cree las garantías que permitan institucionalizar el derecho. Es la
inscripción del derecho de propiedad en un registro público el medio a través
del cual el derecho trasciende su condición de tal y se convierte en una
garantía institucional para la creación de riqueza y, por ende, para el desarrollo
económico de las sociedades, tanto a nivel individual como a nivel colectivo”
(Exp. núm. 0016-2002-AI/TC, 5.º fundamento jurídico).
El Tribunal señala claramente que el registro es un “medio” que necesita
acercarse lo más posible a la realidad, si es que quiere cumplir su finalidad. No
es que el registro cree la realidad o sea la realidad en sí misma, pues ello
significaría una inaceptable reducción formalista del Derecho; por tanto, su
función es configurar una prueba de la propiedad, más o menos ajustada a los
hechos, para que pueda cumplir el fin de seguridad jurídica con justicia. El
registro publica la realidad, pero no la inventa, no la crea, no la reduce ni la
minimiza, por tanto, su función esencial es pre-constituir un título
especialmente calificado para la conservación y protección de los derechos
subjetivos patrimoniales, esto es, busca facilitar la prueba para fines de estática
o circulación de la riqueza.
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El sistema legal reconoce que los derechos se trasladan entre personas por
medio de diversos hechos jurídicos que la ley reconoce con tal fin. Entre esos
hechos, denominados “modos de adquisición de la propiedad”, se encuentran
el contrato de transmisión (no todos los contratos producen ese efecto) –a
veces sumado con la tradición–, la sucesión hereditaria, la accesión, la
apropiación y la usucapión, entre otros. Los modos derivados son aquellos en
los que se produce un acto de transmisión del derecho, es decir, dos sujetos
están causalmente vinculados de tal suerte que uno da y el otro recibe. En tal
caso, la adquisición de la propiedad, por ejemplo, está sujeta y condicionada a
que el transmitente sea titular del derecho; en caso contrario, uno nada
transfiere y el otro nada recibe. El principio general que rige los modos
derivados es el viejo adagio nemo plus iuris, esto es, nadie da más derecho del
que tiene. Por el contrario, los modos originarios son aquellos en donde el
sujeto se convierte en titular por encontrarse en la hipótesis que la norma
reconoce como causante del efecto adquisitivo, sin que el anterior propietario
preste su voluntad favorable a la transferencia, o sin que se produzca un
fenómeno legal de transmisión (dar y recibir). El caso más frecuente, pero no
único, lo constituye la usucapión o prescripción adquisitiva de dominio, pues en
ella el nuevo titular adquiere por sí mismo, por el solo hecho de poseer durante
un plazo, y bajo ciertas condiciones, sin que el antiguo dueño preste
consentimiento o autorice la transmisión. Las adquisiciones originarias operan
ex novo, pues el titular estrena el derecho en forma novedosa, sin vinculación
alguna con el anterior propietario. En este ámbito no interesa la regla nemo
plus iuris, pues no existe acto de transmisión del primigenio titular hacia el
nuevo adquirente, en tanto éste adquiere el derecho por su propia actividad, sin
vinculación causal alguna con el anterior propietario; por tanto, en esta
hipótesis se produce un claro rompimiento de la cadena del dominio, esto es,
una especie de línea divisoria por la cual el titular primigenio termina su historia
en determinado punto, mientras el nuevo titular lo comienza desde “cero”, sin
relación con el pasado. Por tal motivo, puede concluirse que en las
adquisiciones originarias no interesa dilucidar quién es el propietario
precedente, pues eldominio igual se adquiere por el nuevo titular, sin
vinculación con el anterior dueño, sea quien fuese. Por tanto, se trata de un
mecanismo absoluto de adquisición de la propiedad, pues opera por sí solo,
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con el solo cumplimiento de los presupuestos que la configuran, de manera
independiente y sin relación alguna con el titular previo. La historia previa del
dominio pierde sentido frente al poseedor-usucapiente, que irrumpe como
nuevo titular sin relación con lo anterior; por tanto, se impone sobre cualquier
título que hubiese existido en el pasado. Por el contrario, las adquisiciones
derivadas están condicionadas a la existencia del derecho en la cabeza del
transmitente, por lo que se trata de un mecanismo relativo y condicionado, que
no solo exige título válido y eficaz, sino la titularidad del cedente. Esa es la
razón por la cual las adquisiciones originarias, de carácter absoluto y definitivo,
se imponen siempre a las derivadas, de carácter condicionado.
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propietario originario. Es necesario ponderar ambas situaciones contrapuestas,
pues si bien existe un “interés del adquirente” (tercero) por consolidar la
transmisión, empero, también existe un legítimo “interés del propietario” para
conservar el derecho. En tal situación se produce un conflicto entre el
verdadero titular y el tercero de buena fe.
Sobre el particular, la doctrina ha advertido con toda razón que el principio de la
autonomía privada impide generalizar la protección de los terceros adquirentes
de buena fe en perjuicio de los titulares, pues ello implicaría subvertir las bases
mismas del Derecho Privado en cuanto se legalizaría sin más la extracción
impune de bienes sin el consentimiento del propietario. Es un sentimiento
natural de la conciencia humana que nadie puede ser despojado en forma
arbitraria de su patrimonio; por tanto, la seguridad jurídica que solo legaliza el
despojo del verdadero titular por razones exclusivamente formales constituye
una regla de notoria e inaceptable injusticia, que no puede salvarse con frases
retóricas como la “seguridad del tráfico” o “la economía exige certeza”, entre
otras. La cuestión es mucho más complicada y exige una adecuada
ponderación; por tanto, debe rechazarse la ilusión óptica de que “toda
seguridad es justicia”, por lo que es necesario que el legislador mantenga un
delicado equilibrio entre las posturas en controversia con el fin de buscar la
mejor solución según las circunstancias. La circunstancia natural o normal es
que se imponga la realidad jurídica, esto es, que se proteja al verdadero
propietario, no obstante la existencia del tercero de buena fe, cuya cadena de
dominio se basa en un título nulo, empero, en determinadas circunstancias
excepcionales se valora de forma preferente la posición del tercer adquirente
sobre la del propietario. ¿Cuál es la razón de este cambio en el interés de
tutela? La razón es simple: si la regla general es proteger al propietario, pues
su derecho es inviolable (art. 70 Const.), empero, puede ocurrir que este
propietario, por dolo o culpa, cause una situación de apariencia significativa,
como un contrato simulado que da lugar a un titular aparente, producto del
negocio viciado, y que a su vez origine un tercero de buena fe, como podría ser
el comprador del titular aparente, lo que genera la contraposición de intereses
entre el propietario y el tercero.
Por tanto, si bien el principio general es la tutela del propietario inicial, en tanto
representa la defensa de una situación jurídica legítima, empero, en el presente
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caso, por ejemplo, tal solución es radicalmente injusta, pues la actitud dolosa
del propietario terminaría afectando a un tercero de buena fe que confió en la
apariencia de legalidad del contrato simulado. En tal contexto, en algunos
casos se impone la protección del tercero, específicamente cuando el primero
causó la apariencia que hizo confiar al tercero para fundar una adquisición
supuestamente legítima. Entre ambas posiciones jurídicas, la culpa o
imputabilidad del propietario en la creación de la apariencia es el elemento
clave para dilucidar los conflictos; en tal sentido, si el titular primigenio da
origen a la apariencia entonces deberá ceder su derecho por la buena fe del
tercero, como sanción al culposo que no puede conservarlo. En caso contrario,
esto es, si la apariencia se produce sin culpa del propietario original, por
ejemplo, en el caso de las falsificaciones, entonces no hay razón para despojar
a un titular inocente cuyo derecho se encuentra protegido por mandato de la
Constitución mediante la denominada “garantía de indemnidad” o de
inviolabilidad (art. 70), ratificada por la jurisprudencia del Tribunal
Constitucional (STC núm. 00043-2007-AA/TC, STC núm. 5614-2007-AA/TC,
STC núm. 022-2007-AA/TC). La tutela de la apariencia es una figura de
carácter excepcional, pues su generalización implicaría desproteger la
seguridad del propietario; por tanto, solo puede protegerse al tercero de buena
fe cuando se agrega la culpa del titular primigenio que ha originado la situación
de apariencia, que sirve para engañar al tercero; en caso contrario, si no hay
culpa del propietario, entonces nada justifica despojarlo, porlo que en tal ámbito
debe imponerse la realidad jurídica, esto es, la seguridad del verus dominus.
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inscrito, pero éste vende el mismo bien a favor de B, que no inscribe, y luego a
C, que sí inscribe; por lo cual el propietario real B (primer comprador) se opone
al propietario aparente, que es el aún inscrito A.
iii) La apariencia es la causa que ocasiona la confianza del tercero: Con los
mismos ejemplos, el titular aparente B transfiere al tercero C, quien actúa bajo
la confianza que el derecho le corresponde a B, es decir, la adquisición de C
toma como base la apariencia, sea el registro, la posesión u otro elemento.
Igual ocurre en la doble venta, pues el segundo comprador C confía en la
inscripción de la que aún goza el titular aparente A.
iv) El tercero necesita buena fe: El tercero C, en cualquier caso, debe actuar
con buena fe, esto es, con desconocimiento del hecho jurídico contradictorio a
pesar de haber sido diligente en su actuación en el tráfico.
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apariencia que sirvió para engañar a un tercero que confió en ella. Es
necesario que haya culpa del titular originario (imputabilidad), pues solo de esa
forma se explica que la apariencia termine imponiéndose a la realidad. Caso
contrario, no hay razón justificativa para que el Derecho renuncie a la verdad, ni
para que se despoje a un titular cuyo derecho se encuentra protegido por
mandato de la Constitución mediante la denominada “garantía de indemnidad”
(art. 70 Constitución: “la propiedad es inviolable”). En efecto, la inviolabilidad
del propietario cede por efecto de su propia culpa, que permite la situación de
apariencia, y que da origen a que un tercero incurra en error (común), creyendo
que el hecho aparente es real. En tal contexto, muy específico y concreto, la
tutela del derecho cede por efecto de otra cláusula constitucional que prohíbe
el abuso, pues, efectivamente, nadie puede aprovechar su propia culpa o dolo
para perjudicar a tercero de buena fe.
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Segundo caso: A vende a B (inscribe), pero sufre lesión contractual, y luego B
vende a C (inscribe). ¿Quién está en mejor posición? ¿A o C? Si bien A declaró
movido por el estado de necesidad del que se aprovechó B, sin embargo, debe
reconocerse que la declaración de voluntad fue suya, por lo que incurrió en
culpa cuando comunicó algo que no representaba plenamente su voluntad, por
tanto, debe responder por el hecho propio que originó la falsa apariencia de
convertir a B en propietario, lo que a su vez propicia el engaño al tercero de
buena fe C. La posición jurídica preferente es la de C, pues su buena fe se
valora positivamente en relación con la culpa de A, quien por negligencia suya
dio origen a la apariencia que engaña a C.
Tercer caso: A vende a B (inscribe), con simulación absoluta, y luego B vende
a C (no inscribe). ¿Quién está en mejor posición? ¿A o C? A y B han celebrado
un negocio simulado, por lo que ambos incurren en dolo cuando comunican
algo que no representa su voluntad, por tanto, deben responder por el hecho
propio que origina la falsa apariencia de convertir a B en propietario, lo que a
su vez propicia el engaño al tercero de buena fe C. Obviamente, la posición
jurídica preferente es la de C, pues su buena fe se valora positivamente frente
al dolo de A. Aquí el caso es más grosero que en los dos anteriores, por tanto,
la protección de C es racional, pues lo contrario significaría premiar al malicioso
A. No obstante, la fe pública registral solo protege al tercero que inscribe; y en
este caso C no inscribió. Parece un abuso que la víctima sea perjudicada frente
a la connivencia maliciosa de los que crearon el negocio simulado, y solo por el
hecho de que C no haya inscrito. En efecto, esa situación representaría una
injusticia notoria, por lo que el legislador ha establecido una norma especial de
protección a los terceros para esta específica causal de nulidad, prevista en el
art. 194 del Código Civil47, por lo cual basta que el tercero sea de buena fe y a
título oneroso para merecer tutela, sin necesidad de inscripción alguna. Esta
norma también es una hipótesis de protección de la apariencia, pero ajena al
registro, por lo que, bajo sus alcances, C también queda protegido.
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El primer principio es el de la inscripción declarativa, por cuya virtud, y en
líneas generales, si el transmitente ha realizado dos actos de disposición sobre
un mismo bien inmueble, entonces se prefiere al sujeto adquirente que inscribe
frente a aquel que no inscribió (art. 1135 CC). El fundamento de esta regla es
evitar el riesgo de la doble venta, pues la falta de publicidad haría que un
comprador siempre se encuentre en la incertidumbre de ser o no el primero,
con la indeseable falta de seguridad jurídica en el tráfico inmobiliario.
El segundo principio es el de la fe pública registral, que protege a un tercero de
buena fe que inscribe su título adquisitivo oneroso, aunque después se anule,
rescinda o resuelva el título previo al suyo (art. 2014 CC). El fundamento de
esta regla es evitar el riesgo consistente en la nulidad o ineficacia de actos
jurídicos pretéritos que podría afectar a los adquirentes sucesivos. Nótese que
ambos principios registrales sustantivos sirven para dirimir el conflicto de
derechos, mediante reglas técnicas cuya función es resolver algunas
controversias sobre la atribución de la propiedad u otros derechos sobre
bienes. La inscripción declarativa resuelve el problema originado por la doble
disposición de bienes, para lo cual utiliza el criterio del registro, pues el
ordenamiento jurídico dispensa seguridad jurídica al sujeto con título inscrito,
en tanto no le perjudican los títulos no inscritos, aunque sean anteriores. Por el
contrario, el principio de fe pública registral tiene la función de asegurar la
adquisición frente a la nulidad o ineficacia de un título previo, con lo cual se
otorga seguridad a las cadenas de transmisiones. Ambos principios son
expresión de la doctrina jurídica de protección de la apariencia.
El tercer principio es el de prioridad, por cuya virtud se dirimen derechos
compatibles, fundamentalmente créditos que acceden al registro, por lo cual la
inscripción más antigua otorga un mejor rango en orden al cobro y ejecución
(art. 2016 CC). Por el contrario, el principio de legitimación consiste en la
presunción de exactitud de las inscripciones, por lo cual los derechos que se
publican se reputan concordantes con la realidad jurídica (art. 2013). Su
relevancia se concentra en el ámbito judicial, administrativo y contractual, pero,
tratándose de una presunción, no constituye en norma protectora, sino en
simple regla simplificadora de la prueba en el tráfico. Precisamente, por su
carácter de presunción, cabe la prueba en contrario. Es lo mismo que sucede
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con el art. 912 CC, que presume la propiedad, pero no la atribuye, pues no
constituye modo adquisitivo de dominio.
Por último, el registro se utiliza subsidiariamente como punto de inicio del
cómputo para entablar algunas pretensiones judiciales, tales como el retracto
(art. 1597 CC) o la impugnación de acuerdos (art. 92 CC). En general, los
principios sustantivos sirven para oponer o posponer derechos, y son propios
de la actividad judicial, pues se trata de criterios razonables cuya función es
resolver algunas controversias sobre la atribución de la propiedad u otros
derechos sobre bienes. No obstante, los principios registrales tienen límites
externos (ejemplo: fraude) o internos (ejemplo: restricciones en su propia
formulación, por ejemplo, fe pública registral no resuelve conflictos con
poseedores), que derogan su aplicación en el caso concreto.
Conclusiones.
Es un hecho que todo en la vida cambia. Esta máxima, no deja de ser aplicada
al derecho registral, el cual es dinámico y muta constantemente.
Se puede indicar que las fuentes del derecho registral son varias (doctrina,
jurisprudencia, ley y principios) y que respecto al tema de legislación están muy
dispersas.
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Sin embargo, esto ha provocado que el Registro Público genere una serie de
reglamentaciones, que han establecido parámetros específicos en el desarrollo
de sus funciones.
Referencias Bibliográficas.
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INSTITUTO PERUANO DE ESTUDIOS FORENSES.- “Derecho
Registral y Notarial” Primera Edición. Año 1997
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