100 Años de Wacho Lima

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100 AÑOS DE WANCHO LIMA

Muchas a la congresita Ruth Luque por esta invitación que me permite estar junto a
quienes me han precedido y en especial a la familia de los héroes de la gesta de
Wancho Lima.
Si bien el pasado no se puede cambiar, reflexionar sobre luchas como las que se
libraron hace un siglo en Huancané alimentan los deseos de justicia y la imaginación
política de los pueblos para hacer realidad esos deseos. Por ello es importante que se
siga investigando y reflexionando los sucesos de Wancho Lima y en ese sentido
saludamos trabajos recientes como los de Ccahuana (2017) y Álvarez Calderón (2021)
que permiten ver que la demanda inicial de la comunidad de Wancho para contar con
una capital diferente a la controlada por los mistis, no era una demanda aislada y
utópica, sino que respondía a un proyecto político más amplio para que los pueblos
aymaras y quechuas tuvieran, sin dejar de pertenecer a la republica peruana, un
autogobierno propio y se respeten sus instituciones y cultura. Esto es alcanzar una
ciudadanía indígena, en su doble condición de peruanos y aymaras-quechuas.
Para entender ese
En ese sentido cobra importancia saber que la demanda de contar con autoridades
propias, es decir indígenas, era un pedido extendido en al Altiplano –junto con la
oposición a la expansión de las haciendas- a través de diversos memoriales tal como lo
muestran Ccahuana (2017) y Álvarez Calderón (2021). Demanda que fue
coherentemente recogida por los políticos indigenistas como Quiroga en el Congreso
del Sur, creado por Leguía, y por José Antonio Encinas en el Congreso Nacional.
Los memoriales y los proyectos de ley en dichos congresos permiten ver una propuesta
original de autogobierno, que superaba el paternalismo del indigenismo de la primera
hora. No se trataba de crear una república dentro de otra, sino de contar con
autoridades propias –en principio de nivel local- que serían un contrapeso a las
autoridades mistis que amparaban los abusos; y que permitirían el autogobierno de las
comunidades, con tenientes gobernadores con poder de detener a los delincuentes y
entregarlos a la justicia, y con encargados de promover la salud, la educación, la
producción y la seguridad construyendo así una ciudadanía civil indígena (Ccahuana,
2017).
El proyecto político de aymaras y quechuas se sustentaba además en una creciente
organización y movilización desde las comunidades en el Altiplano. Así, los comuneros
de Wancho contaban con un subcomité del Comité Central Pro Derecho Indígena (que
funcionaba en Lima) organización nacional que tenía presencia en los distritos de
Huancané y en todo Puno. Además, estaba la Federación Pro Indígena provincial y la
Liga de Mutua Defensa.
Comúnmente se subestima la capacidad de los dirigentes indígenas, sobre todo cuando
se trata de esos años; pero los antecedentes de los líderes y lideresas de Wancho nos
dice que varios de ellos sabían leer y enseñaban a otros en las escuelas para adultos
que funcionaban clandestinamente en Wancho. También habían tenido contacto con el
movimiento anarcosindicalista y los intelectuales socialistas de la época, como José
Carlos Mariátegui. Y trabajaban muy de cerca con prominentes abogados y líderes
indigenistas como Francisco Chuquihuanca y Ezequiel Urviola. Sus múltiples viajes a
Lima para entrevistarse con Ministros y el propio Leguía, demuestran que buscaban un
diálogo con el Estado en base a propuestas concreta: avanzar en el reconocimiento de
su condición de ciudadanos por parte del Estado. Privados de la ciudadanía política por
estar impedidos en la práctica de elegir o ser elegidos en los cargos políticos, buscaron
que se les reconozca su derecho a autogobernarse, a la tierra y su cultura.
¿Hasta qué punto buscaban un retorno del Tahuantinsuyo? Sin duda para muchos de
los comuneros, bien pudo ser este su objetivo.

a lo que consideramos una de las lecciones más importantes de dicha gesta


A pesar del tiempo y la indiferencia de la historiografía oficial, los sucesos de Wancho
Lima han permanecido en la memoria de la población del altiplano hasta llegar a
cumplir su centenario. Sostenida principalmente en la historia oral y los textos de Díaz
Bedregal, Tamayo Herrera, Ramos Zambrano, José Luis Ayala y otros, y en la acción
activistas de la memoria como el poeta Fernando Chuquipiunta, la gesta de Wancho
Lima permanece viva y nos invita de manera singular a repensar el pasado para
iluminar el futuro.
Como decía Walter Benjamin, la historia oficial, al recoger lo que “si ocurrió”, está
escrita desde el punto de vista de los vencedores y legitima el presente. Por ello,
rememorar las batallas de los vencidos es un poderoso estímulo para la conciencia
crítica y reencontrar “lo que debe ser”. Si bien el pasado esta clausurado, su
interpretación desde el punto de vista de los vencidos reabre las puertas del futuro
despejando la conciencia del fatalismo a que nos induce el presente y liberando la
imaginación política de los pueblos.
Rememoremos entonces los sucesos de Wancho Lima.
En 1923, los notables y gamonales de Huancané cometían una serie de abusos contra
los aymaras y quechuas, controlando el comercio de abastos, obligándolos a prestarles
servicios gratuitos, destruyendo las escuelas que secretamente levantaban,
apropiándose de sus ganados y tierras y llegando a asesinar a quienes se les oponían.
Cansados de esto, los aymaras y quechuas optaron por una estrategia diferente a las
protestas tan comunes en esos años y que terminaban en sangrientas represiones.
Decidieron entonces, fundar una república aymara-quechua, para evitar depender de
las autoridades locales y conducirse por su cuenta.
Así, dice la tradición oral, avizoraron separarse del control de los mistis, elegir sus
propias autoridades y construir una nueva capital del distrito. Para lo cual una
delegación de Wancho Lima viajó a Lima y se entrevistó con el Presidente Leguía para
informarle y contar con su aprobación. Leguía, quien se hacía llamar “Wiracocha
Presidente”, habría estado de acuerdo y hasta llegó a obsequiar a la delegación un
plano de Lima para que la nueva capital fuera similar a ella. Razón por la cual se la
llamaría Wancho Lima.
Esta estrategia no violenta no prosperó debido a que los “mistis” de Huancané,
infiltraron el movimiento y provocaron con violencia a los campesinos, de tal manera
que las diversas comunidades de la provincia respondieron también con violencia e
intentaron tomar la ciudad de Huancané. En medio de estas confrontaciones y en un
evento en el que estuvieron presentes delegados de las comunidades de todo el
departamento, Carlos Condorena fue elegido presidente de una nueva república
tawantinsuyana. Los mistis lograron lo que se habían propuesto desde un principio,
que interviniera el Ejercito y reprimiera a los comuneros produciéndose masacres y
fusilamientos en los que intervinieron también bandas armadas por los gamonales. Así
fueron asesinado, cientos sino miles de hombres y mujeres.
Vino entonces la persecución judicial de dirigentes y campesinos. El propio Condorena
estuvo cuatro años preso a pesar de que cuando ocurrieron los enfrentamientos se
encontraba en Lima. Líderes como Mariano Luque, Evaristo Corimayhua, Rita Puma y
otros fueron asesinados. Las denuncias de los campesinos contra los mistis por los
asesinatos perpetrados no prosperaron. El 1928, el gobierno dio una amnistía general,
que sirvió sobre todo para dejar en la impunidad los crímenes contra los comuneros.
En este contexto represivo y en base a las tierras abandonadas a causa de la represión
se empezaron a formar nuevas haciendas en Huancané.
De acuerdo con este relato se suele ver la experiencia de Wancho Lima como la
protesta de una comunidad y su valeroso intento por refundar el Tawantinsuyo que
terminó en grandes masacres. Como señala Álvarez Calderón (2021) que la historia se
concentre sólo en estos aspectos hace perder de vista la propuesta política de los
aymaras y quechuas que conllevó a dichos acontecimientos.
Sin duda el valor y sacrificio demostrados y la evocación tawantinsuyana son
elementos valiosos para afirmar una tradición de rebeldía y resistencia de los pueblos
originarios. Pero también lo es la capacidad política que estos demostraron en esa
coyuntura.
En ese sentido cobra importancia saber que la demanda de contar con autoridades
propias, es decir indígenas, era un pedido extendido en al Altiplano –junto con la
oposición a la expansión de las haciendas- a través de diversos memoriales tal como lo
muestran Ccahuana (2017) y Álvarez Calderón (2021). Demanda que fue
coherentemente recogida por los políticos indigenistas como Quiroga en el Congreso
del Sur, creado por Leguía, y por José Antonio Encinas en el Congreso Nacional.
Los memoriales y los proyectos de ley en dichos congresos permiten ver una propuesta
original de autogobierno, que superaba el paternalismo del indigenismo de la primera
hora. No se trataba de crear una república dentro de otra, sino de contar con
autoridades propias –en principio de nivel local- que serían un contrapeso a las
autoridades mistis que amparaban los abusos; y que permitirían el autogobierno de las
comunidades, con tenientes gobernadores con poder de detener a los delincuentes y
entregarlos a la justicia, y con encargados de promover la salud, la educación, la
producción y la seguridad construyendo así una ciudadanía civil indígena (Ccahuana,
2017).
El proyecto político de aymaras y quechuas se sustentaba además en una creciente
organización y movilización desde las comunidades en el Altiplano. Así, los comuneros
de Wancho contaban con un subcomité del Comité Central Pro Derecho Indígena (que
funcionaba en Lima) organización nacional que tenía presencia en los distritos de
Huancané y en todo Puno. Además, estaba la Federación Pro Indígena provincial y la
Liga de Mutua Defensa.
Comúnmente se subestima la capacidad de los dirigentes indígenas, sobre todo cuando
se trata de esos años; pero los antecedentes de los líderes y lideresas de Wancho nos
dice que varios de ellos sabían leer y enseñaban a otros en las escuelas para adultos
que funcionaban clandestinamente en Wancho. También habían tenido contacto con el
movimiento anarcosindicalista y los intelectuales socialistas de la época, como José
Carlos Mariátegui. Y trabajaban muy de cerca con prominentes abogados y líderes
indigenistas como Francisco Chuquihuanca y Ezequiel Urviola. Sus múltiples viajes a
Lima para entrevistarse con Ministros y el propio Leguía, demuestran que buscaban un
diálogo con el Estado en base a propuestas concreta: avanzar en el reconocimiento de
su condición de ciudadanos por parte del Estado. Privados de la ciudadanía política por
estar impedidos en la práctica de elegir o ser elegidos en los cargos políticos, buscaron
que se les reconozca su derecho a autogobernarse, a la tierra y su cultura.
¿Hasta qué punto buscaban un retorno del Tahuantinsuyo? Sin duda para muchos de
los comuneros, bien pudo ser este su objetivo. Pero, la historia de Wancho Lima, lo que
parece mostrarnos es más bien una tenaz lucha por insertarse a la sociedad
republicana con un conjunto específico de derechos y obligaciones, buscando una
ciudadanía indígena en su doble condición de peruanos y aymaras-quechuas.
REFERENCIAS
Díaz (1972). Los levantamientos indígenas en la provincia de Huancané. Ideología,
núm.1
Tamayo (1982). Historia Social e Indigenismo en el Altiplano. Ediciones trentaitres.
Lima;
Ramos (2003) Comité Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo. Apumarca, año VII. N° 4:
66-66-90.
Ayala (1989). Wancho Lima. Croninovela. Editorial San Marcos.
Velásquez (2007). Movimientos sociales y la escuela en el altiplano (1860-1930).
Álvarez Calderón (2021). En búsqueda de la ciudadanía indígena. Puno 1900-1930.
Fundación M.J. Bustamante.
Ccahuana (2029). Buscando una ciudadanía propia: indígenas y estado durante el
Oncenio (1919-1930). Tesis para optar el grado de magister en historia. Pontificia
Universidad Católica del Perú.
Walter Benjamin (1942). Tesis sobre la Historia y otros fragmentos.
WANCHO LIMA

Tica Huyo
Una antigua cabaña descuidada hoy,
pero construida para salvarse del aletazo
de la desmemoria
y la desconfianza
y de la miseria crepuscular

En algún momento vivimos de miedo


en la perversidad de la injusticia
de milnovecientos veintitrés,
en que nos toco vivir la palidez de la luna
donde todas las estancias
fueron calcinadas sin palabra alguna,
y la gente huyó despavorida,
como pudo, a los cerros más altos
para vivir entre lagartijas y vizcachas.

Los recuerdos de warmis


cargando a los niños pasean por mi
memoria.

Leoncio Luque Ccota

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