Ochman - Sociedad Civil y Participación Ciudadana
Ochman - Sociedad Civil y Participación Ciudadana
Ochman - Sociedad Civil y Participación Ciudadana
2004
Marta Ochman
SOCIEDAD CIVIL Y PARTICIPACIN CIUDADANA
Revista Venezolana de Gerencia, julio-septiembre, ao/vol. 9, nmero 027
Universidad del Zulia
Maracaibo, Venezuela
pp. 473-489
Aceptado: 04-08-19
Profesora investigadora en el Departamento de Estudios Sociales y Relaciones Internacionales del Instituto Tecnolgico y de Estudios Superiores de Monterrey, Campus Estado de Mxico. Carrera. A Lago de Guadalupe, s/n, Atizapn de Zaragoza, Estado de Mxico.
E-mail: mochman@itesm.mx
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1. Introduccin
Las teoras recientes de la gobernanza -como respuesta al sentimiento de
crisis permanente y creciente riesgo de
ingobernabilidad- consideran la participacin ciudadana como elemento indispensable para un buen gobierno. Sin embargo, pocos estudios todava se centran en
la calidad y eficiencia de sta, al mismo
tiempo que no faltan pruebas del efecto
desestabilizador que la sociedad civil
puede tener sobre el gobierno. El objetivo
de esta reflexin es defender la necesidad de una mayor delimitacin terica entre el concepto de ciudadana y el de la
sociedad civil.
Desde que Alexis de Tocqueville en
La democracia en Amrica present las organizaciones intermedias como el recurso
ms eficiente en contra del despotismo benigno de las sociedades democrticas, la
frontera terica entre la sociedad civil y la
ciudadana se traza tenue y ambigua. En la
teora moderna, desde el planteamiento de
Marshall en la dcada de los cincuenta se
plantea el papel de los movimientos socia-
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2. Desarrollo
La homologacin del uso de los
conceptos de la sociedad civil y la ciudadana ha afectado sobre todo ste ltimo,
que tiende a definirse como un concepto
marco, vaco de un sentido adscrito, que
cada quien llena con los sentidos que
quiere (Shuck, 2002) por su irradicable vaguedad del significado (Miller, 1997), concepto que moldeamos de acuerdo con
nuestras preferencias (Dahrendorf, 1997)
y que refleja las luchas acerca de quin
decidir cules son los problemas comunes y cmo abordarlos (Sojo, 2002). Por
otro lado, la sociedad civil se desliga de la
utopa autolimitada (Arato y Cohen, 1999)
y se presenta como el sustituto ideal para
el Estado opresor, o por lo menos como un
actor capaz de sustituir la racionalidad estratgica del Estado por la racionalidad comunicativa de la sociedad civil.
Sin embargo, un concepto terico
no puede ampliarse indefinidamente y el
uso homologado de los referidos trminos amenaza con privarnos de una herramienta terica valiosa para entender si y
cmo pueden los individuos influir en la
lgica del proceso poltico. La propuesta
de una delimitacin terica entre estos
conceptos se construye aqu en dos pa-
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Se retoman aqu las definiciones de Zapata-Barrero (2001); Isin y Turner (2002); Opazo (2000);
Touraine (1999); Zolo (1997); Lehning (1997), Janoski y Gran (2002), Davidson (2000), Habermas (1998) y Soltan (1999).
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dano como sujeto de derechos que lo protegen contra el poder arbitrario, al mismo
tiempo que lo alienan de la participacin
en la vida poltica. Aunque en sus orgenes basada en el principio del consentimiento, la teora liberal de la ciudadana,
segn Walzer, fue rebasada por la realidad moderna donde el gobierno se legitima simplemente por la ausencia de una
oposicin activa y expresa. Este tipo de
compromiso no es suficiente para crear
un sentimiento de lealtad y obligacin de
los ciudadanos para con el Estado.
Por su parte, el republicanismo clsico con su frmula aristotlica de mandar y ser mandado difcilmente se puede
realizar en una sociedad heterognea y
de organizaciones a gran escala, que minimizan el impacto individual sobre el proceso de la toma de decisiones.
Adicionalmente, Walter (1970:
218) retoma el problema muy importante
para los comunitaristas de la exigencia
republicana de trascender las identidades comunitarias formadas en el mbito
privado de la vida. El autor propone solucionar las contradicciones de las teoras
clsicas aceptando que los lazos entre el
individuo y el Estado no son directos, sino
mediados por la participacin en las organizaciones intermedias. Los ciudadanos
se presentan ante el Estado no slo como
individuos, sino tambin como miembros
de una variedad de otras organizaciones,
con las cuales el Estado se debe relacionar para poder relacionarse con el individuo. En primera instancia, el ciudadano
es un individuo que pertenece a la comu-
Como ejemplo ver: Touraine (1999); Phillips (1993); Aquin (2003); o Zapata-Barrero (2001).
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Estado debe ser considerado como prioritario frente a las dems asociaciones
particulares, y la lealtad hacia el Estado
debe anteponerse a las dems pertenencias, porque el Estado es quien hace posible la existencia de los dems grupos,
define las reglas de convivencia entre
ellos, asigna recursos, pero sobre todo
porque hace posible trascender la fragmentacin y pensar el bien comn.
Walter (1970: 20) reconoce que el Estado
puede convivir con las asociaciones que
tienen reclamos parciales, pero no con
las que postulan la primaca sobre la lealtad hacia el Estado. El afirmar la primaca
del Estado sobre las asociaciones particulares no resuelve la contradiccin de su
planteamiento de que la pertenencia a las
comunidades pequeas es la condicin
de la ciudadana. Implcitamente reconoce que hay un salto cualitativo entre ser el
miembro de un grupo, o incluso de varios
grupos no-excluyentes, y ser ciudadano
en una comunidad abstracta, que puede
proveer varios bienes para sus miembros, pero en ningn caso el bien superior, que s defienden los grupos pequeos. Si la lealtad hacia el Estado se basa
slo sobre la lgica de proveedor de un
marco legal y, hasta cierto grado, de recursos, el miembro de una asociacin
particular no tiene ms motivos de lealtad
hacia el Estado que el individuo egosta liberal, que soporta el Estado como garanta de su libre disfrute de la vida privada.
El planteamiento de Walzer no escapa, entonces, a la necesidad de reconocer que las relaciones entre el Estado y
el individuo se rigen por la lgica diferente
a las relaciones inter-individuales e intergrupales. La participacin en algunos
grupos puede fortalecer la identidad ciu-
Retomo principalmente dos textos: El espacio pblico del 1964 (publicado en Mxico en 1996)
y el artculo sobre la sociedad civil y la opinin pblica, incluido en Facticidad y validez (1998).
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nes. Los canales de comunicacin del espacio de la opinin pblica estn conectados con los mbitos de la vida privada,
con las densas redes de comunicacin en
la familia y en el grupo de amigos, as
como con los contactos no tan estrechos
con los vecinos, los colegas de trabajo,
los conocidos, etc., y ello de suerte que
las estructuras espaciales de las interacciones simples se amplan y abstraen,
pero no quedan destruidas. As, la orientacin al entendimiento intersubjetivo,
predominante en la prctica comunicativa cotidiana, se mantiene tambin para
una comunicacin entre extraos, que se
efecta a grandes distancias en espacios
de opinin pblica complejamente ramificados (Habermas, 1998: 446).
Habermas (1998) establece la diferencia entre los miembros de la sociedad
y los ciudadanos por dos razones. Primero, porque como lo marca el fragmento citado, un individuo se transforma en ciudadano cuando abandona la esfera privada
de la opinin (lugares comunes culturales, convicciones normativas, prejuicios y
agravios colectivos, distintos valores) y
entra en la esfera de la opinin pblica razonada y reflexiva (Habermas, 1996),
que busca interpretaciones pblicas
para sus intereses sociales y para sus experiencias, ejerciendo as influencia sobre la formacin institucionalizada de la
opinin y la voluntad polticas (Habermas, 1998: 447). En esta distincin entre
el pblico acostumbrado al ejercicio de
las libertades y los movimientos populistas de masa claramente encontramos los
postulados de la ciudadana activa.
El uso del concepto de la ciudadana se justifica tambin porque el espacio
pblico necesita una base social de indi-
res aislados y diseminados por todas partes, pasando por espacios pblicos caracterizados por la presencia fsica de los
participantes y espectadores, como pueden ser las representaciones teatrales,
las reuniones de las asociaciones de padres de las escuelas, los conciertos de
rock, las asambleas de los partidos y congresos eclesisticos.
En este espacio complejo, Habermas distingue, adems, entre la arena y
la galera, entre los actores y los espectadores. Aunque en ltima instancia el xito
de los actores depende del apoyo de los
espectadores y aunque potencialmente
todos pueden ser actores, Habermas
(1998: 452-456), destaca la presencia de
actores que disponen de poder organizativo y de recursos (el capital social, el dinero, el saber, la organizacin), y que son
los que verdaderamente enlazan el espacio de la opinin pblica con el espacio
donde se forma la voluntad poltica: el
complejo parlamentario, institucionalizado en trminos del Estado de derecho.
En el espacio de la opinin pblica
se forma influencia y en l se lucha por
ejercer influencia. En esa lucha no slo
entra en juego el influjo poltico ya adquirido y acumulado (por acreditados ocupantes de cargos pblicos, por partidos polticos establecidos, o por grupos conocidos, como Greenpeace, Amnista Internacional, etc.) sino tambin el prestigio
de grupos de personas y tambin de expertos que han adquirido su influencia en
espacios pblicos ms especializados
(por ejemplo, la autoridad de eclesisticos, la fama de literatos y artistas, la reputacin de cientficos, el renombre y relumbre de estrellas de deporte y el mundo del
espectculo, etc.). Pues en cuanto el es-
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3. Conclusiones
El problema de la interrelacin entre los conceptos de ciudadana y de sociedad civil no es fcil de resolver. Ambas
categoras son tan amplias que necesariamente implican posturas normativas
en sus definiciones. Para el concepto de
ciudadana, homologarla con la sociedad
civil le da una nueva vitalidad y potencial
emancipador renovado: ya no tiene que
ser una categora abstracta que exige renunciar a las identidades constitutivas de
culturas marginadas y asimilarse a un
postulado culturalmente dominante. Para
la sociedad civil, el discurso de la ciudadana permite marcar una distancia clara
frente a los movimientos fundamentalistas o populistas, frente a los reclamos de
institucionalizar los privilegios y los intereses privados. Este distanciamiento permite postular una sociedad no slo civil,
Tarrow (1998) utiliza el concepto de ciclos de protesta, que establece una diferenciacin entre el
poder de desencadenar una accin social y la capacidad de controlarla o mantenerla activa. De la
misma forma que Arato y Cohen, Tarrow considera que los movimientos no nacen solamente porque existan demandas o agravios ampliamente compartidos, sino porque incluso los pequeos
grupos con poder organizativo aprovechan las oportunidades polticas para acelerar un proceso
de difusin y de contagio. Las movilizaciones masivas forman el trasfondo de legitimacin para
las lites que formulan peticiones al gobierno, que ste puede satisfacer o reprimir. El autor subraya que es ms fcil convocar a la accin que traducir las demandas en un juego poltico de negociacin con el gobierno. Por ello, en gran parte el xito de los movimientos sociales depende
ms de la capacidad organizativa que del tamao de la movilizacin (Tarrow, 1998: 141-160).
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